DIONISOS. Laberinto y Espejo PARA Cidhem

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DIONISOS: LABERINTO Y ESPEJO Laura Bensasson Cuernavaca, Mor., 2 de febrero de 1998. Dionisos: mito e historia. Hijo de Zeus y Demeter -la madre tierra-, para algunos, o de Core -su hija y reina del inframundo-, para otros, Dionisos es uno de los dioses más sorprendentes y misteriosos de la mitología griega; su culto era asociado justamente al de Demeter en los ritos de fecundidad en Eleusis. Al contemplar los abismos del cielo a través de las constelaciones, Dionisos vio reflejada, en la profundidad celeste, su propia imagen que le tendía los brazos; enamorado de su doble, se precipitó para atraparlo. De la misma manera -dice Plotino- “las almas de los hombres al ver sus respectivas imágenes cual en un espejo de Dionisos, se adentran en ellas lanzándose desde lo alto.” Según otra versión, Dionisos trata inútilmente de huir de los titanes trasformándose en diferentes animales. Atraído con un espejo, es despedazado por ellos mientras contemplaba su imagen; pero Hermes, el mediador entre los hombres y los dioses, rescata su corazón y de éste nace la raza humana. Entonces este dios trashumante, “dos veces nacido”, es engendrado por segunda vez por Zeus y la mortal Semele, hija

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DIONISOS: LABERINTO Y ESPEJO

Laura Bensasson

Cuernavaca, Mor., 2 de febrero de 1998.

Dionisos: mito e historia.

Hijo de Zeus y Demeter -la madre tierra-, para algunos, o de Core -su hija y reina

del inframundo-, para otros, Dionisos es uno de los dioses más sorprendentes y misteriosos

de la mitología griega; su culto era asociado justamente al de Demeter en los ritos de

fecundidad en Eleusis.

Al contemplar los abismos del cielo a través de las constelaciones, Dionisos vio

reflejada, en la profundidad celeste, su propia imagen que le tendía los brazos; enamorado

de su doble, se precipitó para atraparlo. De la misma manera -dice Plotino- “las almas de

los hombres al ver sus respectivas imágenes cual en un espejo de Dionisos, se adentran en

ellas lanzándose desde lo alto.”

Según otra versión, Dionisos trata inútilmente de huir de los titanes trasformándose

en diferentes animales. Atraído con un espejo, es despedazado por ellos mientras

contemplaba su imagen; pero Hermes, el mediador entre los hombres y los dioses, rescata

su corazón y de éste nace la raza humana.

Entonces este dios trashumante, “dos veces nacido”, es engendrado por segunda vez

por Zeus y la mortal Semele, hija de Cadmo, rey de Tebas. Cuando la madre paga con la

muerte el deseo de ver en su esplendor al divino amante, éste conserva en su muslo al niño

no nacido, ocultándolo después en Creta bajo el cuidado del sátiro Isleño, a fin de

protegerlo de la ira de su celosa consorte.

En la edad adulta, Dionisos atraviesa el Asia Menor, llega hasta la India y vuelve

después triunfante a Tebas, castigando terriblemente a sus incrédulos opositores. En su

largo y peligroso viaje, Dionisos encuentra a Ariadna,1 que había sido abandonada durante

1 Ariadna, hija Minos, era una diosa cretense muy afín a Afrodita. Algunos identifican a Dionisos con el Minotauro, ser mitad humano y mitad toro que había sido encerrado en un laberinto por Minos, rey de Creta y juez del Hades (el inframundo griego). Para los órficos, en cambio, Dionisos

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el sueño por el héroe Teseo,2 y se casa con ella. Finalmente desciende al inframundo para

buscar a la madre Semele y llevarla consigo al Olimpo, conquistando con ella la

inmortalidad. (Grimal, 1956)3

Para H. Steuding (1970), el culto de Dionisos, “dios de las almas cuya esfera abarca

la procreación, la muerte y la resurrección y también el despertar de la naturaleza en

primavera”, tiene su origen en Tracia y desde allí llega, por medio de un grupo étnico que

emigraba hacia el sudoeste, a Fócida, a Beocia (Tebas) y después a Ática. Los tracios

estaban estrechamente emparentados con los frigios, que lo adoraban bajo el nombre de

Sabacios; y es precisamente en Frigia que Cibele (Rea), madre de los dioses, lo purifica

después de un largo viaje por Egipto y Siria, liberándolo del delirio en que la celosa Hera lo

había sumido e iniciándolo a sus misterios.

Ciertamente, el mito de Dionisos atraviesa por fases y versiones distintas “que lo

muestran presente u ausente, perseguido y al asecho, aceptado y rechazado, fugitivo y

perseguidor”; su carácter imprevisible y paradójico es “determinante para la finalidad

siempre recurrente de su capacidad de suscitar vida, cuyas raíces penetran en las

profundidades de lo terrestre.”(Ries 1997:256-257)

Su culto se caracterizó por rituales sangrientos; pero en Ática, donde este dios

extraño se asimila al sistema de dioses de Grecia,4 Dionisos “se presenta bajo una máscara

completamente distinta: es un dios discreto, paciente y benévolo, en las antípodas de su

personaje tebano”. (Détienne, 1986:61)

El rito.

es Fanes -“lo manifiesto que surge del caos”-, y nace de un huevo puesto quizás por la Noche sobre las aguas primordiales.2 Durante nueve años, siete jóvenes y siete doncellas atenienses debían ser entregados al Minotauro para ser devorados; el tercer año se encuentra entre ellos Teseo, que logra vencer al monstruo, liberando Atenas del penoso tributo. Teseo logra salir del laberinto gracias a la ayuda de Ariadna, que le entrega una madeja de hilo para que pueda, con ella, recorrer el camino del regreso. Para el alquimista Fulcanelli (¿??), Ariadna es el alma, “el araña que teje nuestros cuerpos”.3 Encontramos el descenso del héroe al inframundo para rescatar a la mujer amada (frecuentemente la madre) en casi todas las culturas; en México se le asocia, en algunos cuentos actuales de “tradición oral,” con el nacimiento del sol y la luna.4 Dionisos era desconocido para Omero, puesto que jamás lo menciona en sus obras.

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Para U. Bianchi, los “dioses místicos” o dáimones, entre los cuales menciona

Dionisos, Adonis y Osiris, se caracterizaban por “un compromiso vivo y participado entre

lo divino y humano”. Su sacrificio aportaba siempre un beneficio a los mortales, cuyos

destinos y vicisitudes -huidas, descuartizamientos, muertes y revificaciones- representan

“una dialéctica irreductible de presencia y ausencia, de partida y retorno, de separación y

reintegración”. La cíclica desaparición en la que “el dios, ausente incluso en el culto, está

paradójicamente presente en el sentimiento de nostalgia, deseo y espera”, (Ries, 1997:256-

257) simboliza las múltiples encarnaciones del alma hasta su reintegración en el ser divino.

A diferencia de los cultos de fecundidad, de interés colectivo, los ritos mistéricos

eran restringidos al círculo de los adeptos, cuya participación en los misterios se concebía

como un ver, un saber totalizante que aporta a los iniciados la salvación individual.

Demeter5 y Dionisos, masculino y femenino, pan y vino, espíritu y materia, eran asociados

en los misterios de Eleusis, directamente relacionados con los avatares del alma. Se

pensaba entonces que, de la misma manera que en el éxtasis, el alma puede separarse del

cuerpo en la muerte y volver a nacer a una nueva vida terrena, o bien continuar la vida

espiritual en otras esferas. No es de extrañar entonces que siendo la serpiente una

representación del alma, a Dionisos, dios de las almas, se le acompañara con una figura de

este reptil.

También el narciso, hermosa flor acuática cuyo perfume atrae Psique a la tierra y

Perséfona al inframundo6, estaba siempre presente en los ritos de Eléusis; ella nos recuerda

la muerte dolorosa de otro personaje mítico, cautivado, como Dionisos, por su propia

imagen. Se piensa que este mito, anterior a la lengua griega, fuera una versión del de

Dionisos. Relata Ovidio que cuando Narciso ve su imagen reflejada en el agua, una voz

interior le increpa:” Retírate de esa fuente, y verás como la imagen desaparece. Y sin

5 Demeter, diosa de las mieses, abandona el Olimpo y desciende a la tierra de los hombres para buscar a su hija Core (Perséfona), que había sido raptada por el señor de los infiernos. Las estaciones estériles y frías se relacionan con el dolor de su pérdida, y aquellas cálidas y fecundas con el regreso de Perséfona a lado de su madre.6 Como Plutón arrebata Perséfona del cuidado materno, así también Eros, el deseo, sume Psique al abismo terenal con su seducción.

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embargo, contigo está, contigo ha venido, se va contigo...y no la poseerás nunca.” (Ovidio,

1984:62)

Pero además de los ritos eleusinos, existieron rituales más antiguos y cruentos

donde lo secreto y lo público se mezclaban de una manera singular; éstos se celebraban en

espacios abiertos e incluían danzas orgíásticas y sacrificios animales y presumiblemente

humanos, en recuerdo de algunos episodios del mito de Dionisos. En estas ceremonias, los

personajes masculinos enmascarados que formaban su cortejo cantaban el ditirambo,

ejecutado por un coro y acompañado de música, gestos y danzas. Frente al coro, el sumo

sacerdote conducía el barco sobre ruedas7 que simbolizaba la llegada de Dionisos a Ática

por mar.

Subrayaremos tres elementos esenciales del mito de Dionisos, que también se hacen

presentes en su culto:

La muerte por desmembramiento y el renacimiento, así como sus múltiples

transformaciones, podrían significar la materialización de la unidad primordial,

fragmentada en sus diversas manifestaciones; su esencia, el corazón, dará origen al ser

humano, el ser de conciencia que después de múltiples pruebas, muere como

individualidad para participar de la Unidad.

El viaje al inframundo en busca de la madre Semele o el laberinto en el que se

encuentra encerrado representan la vida, y el rescate de Ariadna simboliza quizás el

rescate del alma de su propio olvido.

El espejo, reflejo ilusorio de lo real, lleva a la muerte (es decir: a la vida terrena) a

aquellos que, como Dionisos y Narciso, se dejan cautivar por su propia imagen,

ilusoria.

De los elementos mencionados retomaremos de una manera más extensa los dos

últimos: el espejo (la máscara) y el viaje (el laberinto); y ello por una doble significación:

esotérica y psicológica.

7 En latín: carrus navalis, de donde proviene probablemente la palabra carnaval; la “nave de los locos” de las fiestas medioevales es otra alegoría que nos remite a la tradición dionisíaca.

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El espejo.

Se dice que es su propia imagen, reflejada en un espejo, la que atrae fatalmente a

Dionisos y lo entrega a los titanes. Como un sinónimo de este espejo, la máscara, “que lo

oculta tanto como lo revela”, es para este démone misterioso la insignia de su divinidad.

Citando a Pausanias, Détienne relata como unos pescadores de Metimna recogen en sus

redes en pleno mar una máscara en madera de olivo, a quien la Pitia ordena adorar; es así

como surge el culto helénico a Dionisos. (Détienne, 1986)

Dios del delirio y de la purificación, Dionisos es el dios katharsios, el dios que

libera a los que creen en su divinidad y condena a la locura o a la muerte a los incrédulos.

Su doble poder es usualmente representado por dos máscaras: una de vid8 y otra modelada

en el tronco de una higuera. Se le representaba también por dos estatuas idénticas de

madera recubiertas de oro, salvo el rostro, embadurnado de bermellón; Esta doble imagen

podría simbolizar la dualidad de la conciencia, es decir el mundo físico y fenoménico por

un lado, y su reflejo en la mente humana, que queda atrapada por la realidad sensible y

pierde el conocimiento de su esencia divina.

Afirman Allard y Lefort (1988) que las fiestas enmascaradas parecen remontarse,

como la tragedia, a las grandes fiestas en honor de dos divinidades griegas: Artemisa y

Dionisos. Los seguidores del dios enmascarado -pues se revelaba en formas y apariencias

muy variadas, tanto animales como vegetales- embadurnaban inicialmente su rostro “con la

hez del vino nuevo, hojas de verdolaga y blanco de albayalde”; la máscara debía ocultar la

personalidad del que la portaba, en tanto que representante o emisario de un mundo

sobrenatural.

Mito y psicoanálisis

Hasta aquí el mito. Quisiera ahora hacer referencia al simbolismo del espejo-

máscara incursionando brevemente en el campo del psicoanálisis, por sus extrañas y

8 El jugo fermentado de la vid, que “descubre el éxtasis o hunde en la bestialidad”, acompañaba inevitablemente los ritos dedicados a Dionisos.

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asombrosas coincidencias; no en balde dijo su fundador que el lenguaje mítico, así como el

onírico, son ambos manifestaciones del pensamiento inconsciente.

Sigmund Freud (1973) habla de la imagen especular para explicar el fenómeno del

“doble”, que encontramos con cierta frecuencia en leyendas, costumbres, sueños y mitos -

sobre todo los gemelares-, donde “la duplicidad e identidad de propósitos desemboca en

antagonismos”. Aunque poco investigado, el tema del doble es importante en la teoría y en

la clínica psicoanalítica; Freud lo define como un fenómeno de los estadíos primitivos del

individuo y la cultura, que posteriormente adquiere una connotación siniestra, perseguidora.

También Otto Rank estudió el doble en relación con la imagen en el espejo o la

sombra, los genios tutelares, las doctrinas animistas y el temor a la muerte, y lo describe de

esta manera: “Al principio –escribe Rank- el doble era un yo idéntico (sombra o reflejo),

como conviene a una creencia sencilla en una sobrevida personal en el futuro, más tarde

representa un yo interior conteniendo con el pasado también la juventud del individuo que

él no quiere abandonar sino al contrario, conservar o recuperar. En fin, el doble se convierte

en un yo opuesto, que tal como aparece en la forma de diablo, representa la parte averiable

y mortal destacada de la personalidad presente actual que la repudia.”9

La “máscara”, por otro lado, es uno de los conceptos junguianos fundamentales

dentro de la estructura de la personalidad; el portador de una máscara, dice Carl Gustav

Jung, se identifica a tal punto con lo que representa, que pierde la consciencia de su

verdadera identidad.10

Otro importante exponente del psicoanálisis, Jacques Lacan, habla de la función del

espejo en la constitución de la imagen inconsciente del cuerpo como un todo integrado y

completo. Mencionaremos sin embargo, al respecto, el peculiar esquema corporal de

algunos esquizofrénicos, que se manifiesta tanto en el discurso deshilvanado como en la

imagen fragmentada que el espejo les refleja, tal como aparece en los dibujos por ellos

elaborados.

9 Citado por J. Aray (1968:02). ¿??10 Diría Octavio Paz (1989) que, como defensa frente a lo exterior o por fascinación ante la muerte, “nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos”.

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Relatando justamente el delirio de un esquizofrénico, Geza Roheim plantea la

imposibilidad de la disolución del vínculo simbiótico con la madre –el espejo primario-,

que lo condena a permanecer en una etapa de indiferenciación “cuyo camino hacia el

mundo real ha sido extraviado, y al que sólo puede volver mediante las palabras”. Como

los héroes míticos, su deseo de llegar a un lugar era continuamente impedido por algún

enemigo que no le permitía alcanzar su meta. He aquí el relato de la sensación, común en

sus sueños y fantasías, de ser irresistiblemente arrastrado hacia algo: ”Yo estaba rodando

hacia la pared, y era como si pudiera penetrar en ella.(...) había un espejo, y yo caminé

dentro de él, arrastrado por la succión. Era un espejo convexo. Era el espejo de mi madre, y

fue mucho el trabajo que me costó salir”.(Roheim, 1982: 171)

Françoise Dolto, por su parte, afirma que el espejo sólo nos proporciona una imagen

distorsionada e incompleta de nosotros mismos, y que vivimos tan pendientes de esta

apariencia, que la percepción plurisensible y profunda de nuestro cuerpo permanece

denegada; para ejemplificar su punto de vista, relata la construcción de la imagen del

cuerpo en los invidentes y en los gemelos, concluyendo que la experiencia especular

constituye para el niño una prueba dolorosa y mortífera que lo remite a la castración,11 en

cuanto que puede tanto integrar como abolir la imagen inconsciente del cuerpo. (Dolto y

Nasio, 1987)

Para concluir, recurriremos a la poesía para expresar la vivencia que la imagen

especular puede suscitar, y su similitud fantasmática con la máscara. Confiesa Jorge Luís

Borges:

“(...) Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación

espectral de la realidad. Su infalible y continuo funcionamiento, su persecución

de mis actos, su pantomima cósmica, eran sobrenaturales.

(...) Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de

los hombres.”

Y añade:

11 Entiéndase la “castración” el proceso de separación-individuación que culmina con la identidad sexual.

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“(...) Hoy, al cabo de tantos y perplejos

Años de errar bajo la varia luna,

Me pregunto qué azar de la fortuna

Hizo que yo temiera los espejos.

(...) Infinitos los veo, elementales

Ejecutores de un antiguo pacto

Multiplicar el mundo como el acto

Generativo, insomnes y fatales. “12

El laberinto.

Para Mircea Eliade, “el laberinto tenía como fin defender un “centro”, es decir que

representaba el acceso iniciático a la sacralidad, a la inmortalidad, a la realidad absoluta.

Los rituales laberínticos (...) tienen precisamente por objeto enseñar al neófito, en el

transcurso mismo de su vida aquí abajo, la manera de penetrar sin extraviarse en los

territorios de la muerte.”(Eliade, 1988:341)

En otro momento, Eliade define el laberinto como la expresión de la condición

humana, pues la vida es un recorrido a través del cual ”el hombre se va haciendo por una

serie de iniciaciones conscientes e inconscientes”. (Eliade, 1980:33) Después de afirmar

que el templo o la ciudad sagrada son siempre el punto de encuentro de las tres regiones

cósmicas: cielo, tierra e infierno, Eliade afirma que los extravíos en el laberinto, así como

los viajes arduos y sembrados de peligros, corresponden a las dificultades del que busca el

camino hacia el yo, hacia el “centro” de su ser: “todas las variedades del ser, de lo

inanimado a lo viviente, sólo pueden alcanzar su existencia en un espacio sagrado, que

permite el rito del paso de lo profano a lo sagrado, de lo efímero y lo ilusorio a la realidad y

la eternidad; de la muerte a la vida; del hombre a la divinidad.”(Eliade, ¿??) Pero para

alcanzar este centro, toda existencia, incluso la menos movida, es susceptible de ser

asimilada al recorrido en un laberinto: cualquier retorno al hogar equivale pues al retorno

de Ulises a Itaca.

12 Citado por Kancyper (1989).

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El laberinto, que más de un héroe tiene que atravesar, “es un símbolo apropiado de

los serpenteos tortuosos de nuestros mecanismos psicológicos de defensa (...) que deben ser

desenredados e invertidos si queremos llegar hasta el centro de nuestro Yo (el centro del

laberinto) o si queremos escapar de la limitación paralizadora que el laberinto defensivo

crea en nuestra personalidad.” (Metzner, 1988:205)

Fulcanelli cita, entre los motivos más frecuentemente empleados en el arte gótico,

los laberintos que se trazaban en el suelo, en el punto de intersección de la nave13 y el

crucero. Y citando a M. Barthelot, añade el autor que el laberinto de las catedrales

constituye “una figura cabalística que se encuentra al principio de ciertos manuscritos

alquímicos y que forma parte de las tradiciones mágicas atribuidas al nombre de Salomón.

Es una serie de círculos concéntricos, interrumpidos en ciertos puntos, de manera que

forman un trayecto chocante e inextricable”; el laberinto simboliza pues para los

alquimistas las dos mayores dificultades de la Obra: “la del camino que hay que seguir para

llegar al centro - donde se libra el rudo combate entre las dos naturalezas y la del otro

camino que debe enfilar el artista para salir de aquel”, para lo cual necesita el hilo de

Ariadna, el alma que teje nuestro propio cuerpo. (Fulcanelli, 59)

Para Luís Kancyper (¿??), el laberinto es, para decirla en términos psicoanalíticos, el

“encierro cíclico por un destino incuestionable: el reinado de la pulsión de muerte: la

compulsión a la repetición”; y cita nuevamente a J. L. Borges, que expone de la siguiente

manera su vivencia anímica del laberinto:

“No habrá nunca una puerta: Estás adentro

Y el alcázar abarca el universo

Y no tiene ni anverso ni reverso

Ni externo muro ni secreto centro”:14

Consideramos pues, en base a lo expuesto, que el mito en lo filogenético y lo

imaginario en lo ontogenético manifiestan, más allá de los rígidos límites de la ciencia y de

la lógica, una vivencia profundamente arraigada en el ser humano: la “encarnación del

13 ¿Será ésta otra alusión al carrus navalis de los ritos dionisíacos?14 Citado por L. Kancyper, op. cit.

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alma”, que en términos psicológicos podemos llamar “el proceso de individuación”, es

simbolizada por el espejo-máscara - en cuanto que tanto uno como la otra muestran una

imagen ilusoria del ser. Por otro lado la salida del laberinto equivale a salir de este juego de

espejos que provoca el mundo de la racionalidad en la vida terrena: la aprehensión directa

de la realidad, más allá de los meandros del pensamiento y de la dualidad mente-cuerpo

(materia-espíritu), que caracteriza especialmente nuestra cultura.

El laberinto simboliza a la vez el largo y penoso viaje de esta “conciencia dual” y

fragmentaria -la conciencia yóica a la que el espejo nos remite-, a través de múltiples

manifestaciones o vivencias hacia la “conciencia unitaria”: el sentimiento, nebulosamente

intuido, de pertenencia ilimitada a este universo heterogéneo y plural.

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