Diamela Eltit - Mano de Obra

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Seix Barral Biblioteca Breve

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Mano de Obra

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  • Di mela EltitDIAMELA ELTIT (Santiago, 1949) ocupaun lugar central en la narrativa chilena ehispanoamericana contempornea. Lafuerza y la complejidad de su propuestaliteraria, la solidez y coherencia de suconstruccin narrativa y la perfeccin desu prosa, han convertido sus libros enparadigmas que han aportado a la crticamateriales de discusin y polmica.

    Entre sus novelas se cuentanLumprica, Por La patria, EL cuartomundo, Vca sagrada, Los vigilantes,Los trabajadores de La muerte. Algunasde ellas estn traducidas al francs, alingls y al finlands.

    Su obra literaria comprendetambin una abundante produccinensaystica distribuida en libros,revistas y diarios nacionales y extran-jeros; parte de ella ha sido compiladapor el crtico Leonidas Morales enel libro Emergencias.

  • Mano de obra

  • Seix Barral Biblioteca breve

    Diamela EltitMano de obra

  • Diamela EltitIn cripcin 0125.495 (20021

    Derecho exclu ivos de edicin en Chiley lo dems pases del Cono Sur de Amrica

    Editorial Planeta Chilena S.A.Avda. 11 de Septiembre 2353, piso 16,

    Providencia, Santiago (Chile) Grupo Editorial Planeta

    ISBN 956-247-292-2

    Diseo de cubierta: Jos Brquezcon trabajo visual de Lotty Rosenfeld

    Composicin: Salg Ltda.

    Primera edicin: julio de 2002Segunda edicin: octubre de 2005

    Impreso en Cruje porAndros Impre ores

    Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubier-ta, puede er reproducida, almacenada o transmitida en maneraalguna ni por ningn medio, ya sea elctrico, qumico, mecnico,ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

  • A Julio OrtegaAgradecimientos en el tiempo de este libro

    a Mara [n Lagos y a Nora Domnguez

  • "Algunas veces, por un instante,la historia debera sentir compasiny alertarnos"

    SANDRA COR EJO

  • 1EL DESPERTAR DE LOSTRABAJADORES

    (Iquique, 1911)

  • Yerba Roja(Santiago} 1918)

    Los clientes recorren velozmente cada unode los productos: los observan y los palpan comosi necesitaran desprenderse de todo el tiempodel mundo mientras me asedian con sus pre-guntas maliciosas.

    Los clientes (el que ahora mismo me siguey me desquicia o el que me corta la respiracino el que me moja de miedo) se renen nica-mente para conversar en el sper. Yo me estre-mezco ante la amenaza de unas pausas sin asun-to o me atormento por los ruidos inspidos y}sumergido de lleno en la violencia} me convier-to en un panal agujereado por el terror.

    Amarillo. (Me pongo amarillo).Despus} transformado en un ser plido}

    preciso y enjuto} me desplazo a lo largo de lospasillos con un doloroso aguijn plateado quese incrusta en el costado ms precario de mienca. Mis dientes rechinan en seco compro-

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  • metiendo everamente la sublime condicintra parente de mi ojo.

    Parlotean alrededor de lo mesones.Lo clientes murmuran de man ra atolon-

    drada y, plagado de ge to ego tasI impidenque lo dem compren. Ah, ello ob taculizanlas mercaderas cuando se apoyan en los estan-te y con el codo malogran hasta de trozar lasmejores verduras. Adem de las mole tias y elperjuicio que le ocasionan a los productos, seren abiertamente de las compras que realizanlos buenos clientes. Se burlan de sus adquisi-cione y las ridiculizan a trav de actuacionesmimtica abominables. Cuando eso ocurre, yono cuento para nadie. (Mi delantal) como si noexistiera. Sencillamente.

    Ay, cmo desordenan todo lo que encuen-tran a u pa o. Mi persona ya no e t radicadaen m mi mo porque lo cliente invalidan eltiempo que le he dedicado al orden programa-do por el analista (ese mi terio o upervisor adi tancia). Han interrumpido, impulsado poruna perfidia voraz, la cuenta que llevo en la cin-tura, en el cerebro y en las pierna. Ya est com-pletamente de trozado el orden que hube derealizar. Pero an a , acto con la maestra cl-sica de la palma de mi mano para conseguir quemi e palda se incline en exactos 90 grados ha-cia lo vrtices (desmontables) de los estantes.

    Ah, e to clientes. Mezclan los tallarinesI

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  • cambian lo huevos, alteran los pollo, las ver-duras, las ampolletas, los cosmticos. Entien-dan: lo que pretendo expresar es que revuelvenlos productos. Los desordenan con una delibe-racin insana slo para abusar de los maticesen lo que se expresa mi rostro. Se trepan sobrela resi tencia aglomerada de mis sentimientosy (despus) lo pisotean extensamente. Enton-ce no me resta ino acudir a una paciencia ri-gurosa para volver a acomodar la mercaderaya manoseadas hasta el cansancio. La mismasmercaderas que estaban perfecta, armoniosa ybellamente presentada en el momento de laprecipitacin vandlica. Es increble. Definiti-vamente increble. Tocan lo producto igualque i rozaran a Dios. Lo acarician con unadevocin fantica (y religio amente precipita-da) mientras e ufanan ante el pre agio de unre entimiento agrado, urgente y trgico. Everdico. E toy en condicione de a egurar quedetrs de e ta actitudes se e conde la molcu-la de una mstica contaminada.

    Los clientes ocupan el sper como ede (unamera infraestructura) para realizar u reunio-nes. Se pre ntan igual que i estuviera culmi-nando una de atada penitencia. Lo ob ervo lle-gar con us rodillas rota, angrantes, daadade pus d poner fin a una peregrinacinexhibicionista desde no 'cul punto d la ciu-dad. lngre an como mrtire de mala muerte,

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  • famlicos, extemporneos, pero, al fin y al cabo,orgullosos de formar parte de la direccin ge-neral de las luce. Mientras tanto, en el revsde m mismo, no s qu hacer con la consisten-cia de mi lengua que crece, e enrosca y meahoga como un anfibio desesperado ante unainjusta reclusin. Me muerdo la lengua. La con-trolo, la castigo hasta el lmite de la herida.Muerdo el dolor. Y ordeno el ojo.

    Pongo en marcha el ojo. Este ojo mo, dis-puesto como un gran angular, sigue el orden delas luces. Entre la bruma provocada por el ex-ceso de luz, advierto que una aglomeracinhumana se me viene en contra con una deci-sin y una lentitud exasperantes. Cierro el ojo.Parpadeo. Parpadeo una y otra vez hasta querecobro la visin. Y consigo esta maravillosasonrisa, mi estatura, el movimiento armnicode mis manos. Qu les parece? Ya me encuen-tro en plena posesin. Con mi cuerpo pegado am mismo (como una segunda piel) me despla-zo por el interior del sper. Me interno haciasu profundidad.

    Camino directo.Ay, s, vidita. Hasta la mdula de los hue-

    so

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  • Luz y Vida(Antofagasta, 1909)

    Los clientes ingresan al sper. En cuantocruzan las puertas abandonan el cuidado de losnios. Exacto. Justo en los umbrales que demar-can los contornos del sper sueltan a los nios.(Los advierto, percibo el propsito del abando-no y la curva de un miedo indeterminado sedispara). Se dispara mi miedo como si me lan-zaran al vaco desde una oficina del segundopiso con la cabeza en picada hacia el cemento.Ah, el brillo spero del cemento auspiciando elestrpito seo de mi crneo final.

    Pero qu puedo hacer si largan (a los nios)como quien arroja al baldo a un animal que noha terminado de domesticarse. Y (los nios) seelevan espasmdicos hasta alcanzar los soni-dos ms ensordecedores. Uno chillidos queatraviesan y horadan los pasillos mientras co-rren, me atropellan, me agreden y se transfor-man en una realidad inmanejable. Representanun verdadero castigo de Dios cuando aparecen

  • aullando por las e quinas, empujndome y llo-rando in la menor vergenza. A mi persona lambi ten porque quieren dulce o chocolates o

    refre ca y ha ta pan de ean. Y, claro, buscanlo juguete con la dese peracin que moviliza(torpemente) a un animal hambriento enfren-tado a un mundo en plena extincin.

    Lo nio asaltan lo camione e intentanromper la cubiertas de plstico que protegen alas muecas y pretenden -tambin- hacer vo-lar lo avione o disparar la metralletas o des-pojar de sus armas a los msculos de los h-roes. En eso momentos, cuando ya e ha des-encadenado un clmax de pacotilla, mi vidacarece totalmente de sentido.

    Se va a pique mi existencia. As de radicales el e tado al que me inducen us acto . Para-petado tras una experiencia omtica intrans-ferible, ob ervo cmo (los nio ) les ponen en-cima la mano sucias a cualquier juguete y-con una premeditacin que me resulta indes-mentible- manchan los ve tido de la mue-ca . Cuando no con iguen aniquilar los vesti-ditos, le jalan el pelo mientra contemplan,arraigados en una abstraccin hipntica, elmovimiento rgido de los mechones rubios en-tre sus dedo . Lo hacen. Y los otros numerosos(nios) se empecinan en sacar la rueda de losautos o romper las puntas de las flechas o to-car, tocar y avasallar angustiosamente todos los

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  • juguet s hasta que se desarma y explota el cui-dadoso rigor cientfico que le dediqu a los es-tante .

    El de ea e talla (tempestuo o) frente a misojos y a m lo nico que me re ta e convertir-me en un asceta de nfimo pelaje. S. Me tran -formo en una ruina parca sin un pice deadiccin por la mercaderas.Y, claro, es exacto, correcto, previsible los su-pervi ores se pa ean (de lo lindo), en un atrozfuego cruzado con los clientes, para mirarme-a m- con sus gesto amenazadores cargadosde una reprobacin odiosa. En el centro de laindi imulada crueldad, me levantan una cejaelectrnica o mueven su mano -furia os- anteel rie go y el deterioro que experimenta la mer-cadera. Pero ello on a , siempre, lo uper-visores. Sin embargo, la angustia acuosa que hoyme invade proviene de los productos y de unpacto mal resuelto con las mano de lo nios.

    Ya . Ya . No lo me debo a lo nio ya lo cliente ino a ellos, a lo upervi ore,trastornados por el e tropicio a los camione ,los pelos plsticos de las mueca, los aviones,los conejos, las pistolas, lo o os, lo atleta,las lgrimas de los nio que manchan y adul-teran an ms lo producto . Ya . Lo '. Co-nozco bien e llanto ucio y de garrado quelos obliga a arra trarse por el uelo y lo r vuel-ca convulsivos entre lo pasillos mi ntras us

  • familiares y los encargados conversan entre s,ajenos a la pena y al enorme dolor que puedenocasionar los juguetes.

    S. Me refiero al dolor. Un dolor que estdeterminado y, sin embargo, carece de una lo-calizacin precisa. Digo, como si el cuerpo fun-cionara slo como una ambientacin, una meraatmsfera orgnica que est disponible parapermitir que detone el flujo de un dolor empe-cinado en perseguirse y, a la vez, huir de s mis-mo. Mi cuerpo, claro, como siempre, se suma.

    No me encuentro en condiciones de dis-traerme y solazarme en divagaciones estriles.Los clientes hablan de manera obsesiva y pococonvincente mientras se fijan (verdes de envi-dia) en cada uno de los productos que escogenlos otros -los buenos clientes- esos que s acu-den al sper a adquirir lo que tanto necesitan:la harina, el caf, el t, la mermelada, el azcar,el arroz, los tallarines, los porotos, la fruta, lasal, los garbanzos, los refrescos, la verdura y lacarne.

    Sin embargo, yo no trabajo aqu para aus-cultar a los buenos clientes. No controlo la ca-lidad de sus compras ni permito que se instaleen m el desprecio por sus gustos. Yo (ya) nome detengo en los finales del pasillo, con unamirada ms que ordinaria o bien con una ex-presin definitivamente turbia, a acechar a losclientes monetarios. No. Yo no espo a nadie.

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  • Pero los otros cliente , excedidos por la e -caria de su odio, e cupen abiertamente en elsuelo del sper. Escupen su rabia y su asco enel suelo y yo tengo que apresurarme a limpiarel piso para que no se vaya a resbalar uno delos supervisores. Eso s que no puedo tolerar-lo. Me precipito (hincado y febril) sobre el pisoy lo limpio con el pao, para que no e (me)vaya a caer el supervisor impulsado por loefectos devastadores de la in egura materia dele cupo.

    Me obligo a la man edumbre (ya no mecuesta nada, nada en absoluto. Quiz finalmen-te sea manso no?) Y me esmero en conservarla calma, apaciguar todo sobresalto que pudie-ra invadir mi nimo. Estoy pre to a cultivar unanotable impasibilidad para con eguir una pre-encia solcitamente neutra. Debo (es mi fun-

    cin) lucir limpio, sin sudor, in muecas Cmono! Es urgente cumplir con el deber externo deparecer plido. Obvio. Bien peinado, preciso,indescifrable, opaco. Yo formo parte del sper-como un material humano acce ible- y losclientes lo aben. Me miran, se acercan y meabruman con pregunta que jam se podranre ponder. P ro qu eriada y montona resul-ta esta hora ten a, la maana, la exten in di-fusa y considerable de la vida misma.

    Estos (malos) cliente me ordenan que bus-que en la bodegas un producto inexistente y

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  • se dirigen a m con un rencor incompren ible ycurioso. Ms adelante, uno de ellos se quejarante lo supervi ores por lo que habr de califi-car como una imperdonable falta de atencinde mi parte. Ahora mi mo estoy diciendo que con la cabeza (asiento como un mueco de

    trapo) y me di culpo ante el cliente ap landa ami exten o servilismo laboral. No me cabe sinocelebrar el malhumor, inmerso en una ereni-dad ab oluta. Sonro de manera perfecta mien-tras alejo a lo nios de los estante (no te olvi-des) con una cortesa impostadamente familiar.Luego me dedico a limpiar las huellas de laspisadas, recojo los papeles, re tablezco las ver-dura y mi laboriosa tranquilidad termina porapaciguar a los cliente ya los supervisores y,definitivamente, pacifica a lo nios que e can-san de llorar y slo son capace de emitir unosdbile y tolerables sollozos despus que hubode transcurrir ms de una hora de un llantoimpre ionante y convul ivo.

    As e . Por la incapacidad (humana) de os-tener una crisis infinita, los nios se cansan deazotarse la cabeza contra el suelo del spercuando ya estallaron lo botones y sus rostrosterminan conge tionados ha ta arribar a unextremo carente de parangn. En o momen-tos -ju to en el instante preciso en que me in-vade una ininteligible ensacin depresiva- tras-lado a los nio y los deposito junto a sus acom-

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  • paante . y all quedan tirados a sus pies, la-cios, despeinados, agotados (lo nios) despude rendir un magistral e insatisfactorio culto alos juguetes.

    Lo cliente (los malos) se retiran del percomo si respondieran a una orden sincrnica ysecreta. Salen. Transportan a los nios devora-dos por una alergia que los deforma an ms ylos enrojece (como tomates). Se los llevan ca idormidos y cuando cruzan la puerta, puedo e -cuchar cmo me lanzan un insulto olapado.Mi odo recoge el insulto y lo amplifica hastael punto que produce una fina laceracin en missienes. La terrible palabra de tructiva que medirigen, retumba en mi cabeza y me hace en-tir mal. Me hiere y me perfora la palabra abrien-do un boquete en mi rin. Me hiere. Me per-fora: Me impulsa a pensar que el trabajo, al quele dedico toda mi energa, no vale la pena.

    Esto pien o:"Es posibl que no merezca que lo clien-

    tes me traten tan mal".Pero no lo pienso enteramente. En realidad

    no. No enteramente.

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  • Autonoma y Solidaridad(Santiago, 1924)

    Mi rutina contina. Me acomodo a las de-mandas. Despus de todo cuento con habilida-des. (Nunca padezco en graves proporciones).Soy un cuerpo que sabe amoldarse al circuns-tancial odio imprevisible que invade en cual-quier instante a los clientes. Ese odio infiltradoen el borde de esa mirada esquiva, diagonal yabiertamente descentrada: me refiero a una ex-presin cruzada por una voluntad inhumana.Pero me movilizo en el interior del sper pren-dado por una improvisada armona porque deboevitar que me atrape el ojo terrible y prolijo deeste nuevo cliente. Ah, s, un ser deliberado queahora mismo me persigue. Pero no con igo es-quivarlo. Su presencia resulta ineludible puesse trata de un cliente (el que permanece a milado con su spera cara vigilante) que ha llega-do impulsado por una misin que, precisamen-te, est incorporada en su pupila.

    S, s. Aqu est (puedo percibir el matiz en

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  • que tran curre u entrecortada respiracin),aqu mi mo e te cli nte qu no puede dejar dein peccionar lo que e le ponga por delante:examina la preci in de la balanza, revisa laolvencia y la seguridad de los e tantes, aprieta

    la frutas, huele la carne, calcula la vigencia yel e pe or de la leche. S, , , e o e lo quee t haciendo. Viene al sper a oler, respirar,auscultar, abar, golpear, agacharse, esconder-e, interceptar, intentar entrar en las bodegas o

    espiar mi nombre en el delantal. Verdaderamen-te anota mi nombre.

    Sin el menor tapujo lo apunta en su amena-zadora (y ga tada) libreta. Yo permanezco tem-bloroso (con el alma en un hilo) por el destinoque va a alcanzar mi nombre que, en realidad,ya e taba e crito en la mirada minuciosa delcliente. Entiendo que, circunstancialmente(como ya lo he afirmado), ay su enemigo, aun-que yo no epa desde dnde viene ni cmo llega convencer e de la funcin fiscalizadora que sea igna. o me e fuerzo en entender. Slo puedoasegurar que acude al sper empujado por unaemocin fra en cuyo centro radico yo (por su-pue to). Mi ine table figura trabajadora e t in-cru tada en el espacio privilegiado de e a pupilaalevosa y helada que me observa con un nfasisimplacable. Incorruptible. Ay, e te cliente memira tal como si yo fuese el representante deuna casta enemiga que se le ocurri combatir.

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  • Enfermizamente furibundo (el cliente) vagapor 1sper para derribarme y entregar mi de -tino a lo supervisore. Quiere saldar de esamanera (a costa de mi persona) la rabia que lesuscita la incertidumbre frente a la ambiguare istencia de la mercaderas. Me odia porques. Lo s. Pero podra, con eguridad, no odiar-me. Por eso es necesario que emprenda una fugaconstante por los pasillos para dar inicio a unriguroso baile corporal (una contorsin absur-da) que me de merece ante m mi mo. Y re -guardado en un orden precariamente sublime,doy comienzo a una forma extravagante de dan-za a trav de la cual consigo esquivar e a mi-rada hiriente. Pero poco o nada puedo hacer.Poco o nada como no sea demo trarle que loproducto estn ah, que hablan por s mismos,porque la mercadera se presentan para ocu-par (el e pacio pue ). Y hay que reconocer que,para agravar la ituacin, estn e a bandejascon carne que, en realidad, es ba tante menoapetecible de lo que parece. Por el exce o degrasa o porque dura. Dura como palo.

    Esas carne de egunda de velan y marti-rizan al cliente. Lo desquician y lo obligan adetenerse con una actitud vengativa delante delcongelador. Su mirada ahora, depo itada obrla carne, e vuelve doblem nte de confiada yel olfato alcanza su mxima categora. Se incli-na como un pjaro de absurdas proporcione

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  • (precisamente como un ave de carroa) sobree a carne que desmiente sin tapujos la realidadde u origen. All, entre la tra parencia del pls-tico e t escondida la certidumbre de una car-,ne de egunda que se presenta como i fuese deprimera. Claro que se trata de un fraude. Peroqu.

    y lo tomates, el arroz, la harina, el aceite,el meln, lo medicamentos, la mermeladas,tambin. En fin. En realidad as est la situa-cin en el sper y este cliente parece incapazde comprender. Es un ser dotado de un espritufantico, sectario e iracundo. Con una tozudezreprobable busca esclarecer una verdad conoci-da de antemano, una verdad que no puede con-mover a nadie y, en cambio, con su actitud ab-e iva lo se pone l mismo en evidencia. Las

    hora tran curren y las posicione e profundi-zan.

    Ahora estoy en la mira de un nmero cre-ciente de clientes que buscan culparme por elabierto fraca o de las mercadera . Por esa cuo-ta de pnico al fracaso es que acuden al sperpara cumplir una osada e irreprimible tareacontroladora. S, vienen prestos a dar una en-conada guerra que, evidentemente, deriva enuna batalla perdida porque (ello no lo saben)yo cuento con el apoyo de los supervisores.Tengo su beneplcito (tumefacto e irreprimi-ble) para destrozar cada uno de los actos de fe

  • que pretenden adjudicar e lo cliente. Y aun-que ahora el cliente, con el rostro enrojecido,hipertenso y prcticamente colapsado, anote minombre en su libreta, a pesar que el cliente co-rra por los pa illos a quejarse con el primer su-pervisor que se le presente, comprendo que esintil porque jam conseguir el menor apoyopara su empeo detalli tao Entregado a un equ-voco fatal, el cliente no entiende que para esoestn ellos, los supervisore , para ejercer lamalicia, el pe ar, el control, la mole tia, el ren-cor y la ira en las pupilas.

    Y, despus de todo?, quine son estosclientes?, qu buscan? Qu e peran de m?Resulta del todo impo ible ucumbir a sus ar-timaas. La funcin a la que me entrego con-siste en complacer a los supervisore y fu tigara este tipo de clientes. Mi obligacin -moral-es conseguir que esto clientes salgan del spery se olviden de m, que dejen tranquilos loscontornos fraudulento de los productos y per-mitan que los supervisores puedan dormir, almenos, por una noche en paz. Que duermantranquilo los supervi ores porque viven cadamomento como i fuese el ltimo y, por la pe-sadumbre que le oca iona ese sentimiento, esque me persiguen y paso el da umergido en la(relativa) desazn que ahora intento expresar.El supervi or me apunta con el dedo y amena-za con despedirme (echarme a la calle). Pero

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  • sabe -cmo no- que de pus le va a corre pon-der a l. S, porque uno, dos o tre , van a incre-mentar la li ta ,lo nmero, 1 horror de unfinal que todos los supervisores, sin ningunaexcepcin, se merecen ampliamente.

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  • El Proletario(Tocopilla, 1904)

    Ms horas. Ms tarde an. Sin embargo,todava sigo parapetado. Est oscureciendo demanera acelerada y, desgraciadamente, yo pa-dezco de una precisin ms que manaca con elhorario. Es una de mis caractersticas. Las ho-ras son un peso (muerto) en mi mueca y nome importa confesar que el tiempo juega demanera perversa conmigo porque no terminade inscribirse en ninguna parte de mi ser. Sloest depositado en el sper, ocurre en el sper.Se trata de un horario tembloroso e infinito quese pone en primer plano (ms an) cuando en-tra de manera hipcrita este nuevo precisocliente.

    S. Me refiero al cliente que atraviesa la puer-ta como i estuviera efectuando una accin ca-sual o inesperada. Lo conozco. Este cliente re-presenta una moda, un estilo paradjico, unacierto parcial y farsante. As es, pues se esmeraen proyectar un optimi mo que me sorprende y

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  • me pone en e tado de alerta. Su mente pragm-tica e t demarcada por el cumplimiento de pe-quea meta y objetivo , por rden s secunda-ria (y astuta) con las que pretende consignarla posibilidade de sobrevivir en el interior deu ine tabl futuro. Su existencia parece trans-

    currir en m dio de una ingenuidad elementalque lo lleva a e tudiar de manera concentrada(yexito a) la disposicin de las luces para apro-vechar al mximo sus efecto . Se solaza en laluz que cae, demarcando su perfil. Como si fue-ra una sombra (china) se ubica bajo los focos paraexhibir y favorecer su teatral y pasmosa alegrafatua. Y entonces, sin intentar disimular susintenciones, me busca a m para cautivarme (asu deseos) entre los estantes del sper.

    Pero, en la profundidad de su mirada (en elfondo tcnico de su ojo) slo se proyecta a smismo como si hubiese sido capturado por unamontonamiento de espejos quebrado. Su re-conocida indigencia camuflada en estilo, esta-lla en la profusin asombrosa de brillantes jiro-ne estilizados. No exi te nada ms que l (par-tido y filo o) mientras me e cudria con susinequvoca muestras de simpata o me llamacon una artificial cercana por mi nombre (quee t impreso en la identificacin que cargo yme distingue). Sin embargo yo resisto impvi-do sus signos derruidos, plagados de una angus-tia que, en circunstancias diversas, hubieran

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  • podido llegar a conmoverme. Porque resultaradel todo inconveniente entregarme a la emo-cin. Tomo una distancia (laboral) inquebran-table ante el alegre revoloteo con el que me rin-de un homenaje incesante. Pero yo advierto quenecesita de m para conseguir que le permita elflujo impago de ciertas mercaderas. Ese es sutema, su objetivo, su meta, su anhelo. Por lagratuidad, para no responsabilizarse por lasmercaderas, por una mera conveniencia, mo-vilizando un inters que linda en el escndalo,l va ms lejos y se propasa conmigo mediantela asombrosa agilidad de sus dedos. Y a m nome cabe sino resignarme cuando sus manos seacercan a mi brazo o me acaricia -como si nofuera cierto, como si no estuviese ocurriendo-la pierna o la espalda o el pelo para conseguiruna intimidad abiertamente cuestionable e in-necesaria.

    Lo repito: es tarde y se ha desencadenadoen m la sensacin de una vaga inutilidad, noobstante, es frecuente que justo al final de unda inexpresable me atrapen ciertas sensacio-nes incmodas que me impulsan a renovar miconcentracin. Pero as es mi trabajo y lo acep-to como viene. Con la paciencia que extraigodel espacio de reserva que acumulo para oca-siones especiales.

    No me corresponde a m desdear esta ro-tunda falsa calidez del cliente y menos todava

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  • denunciar u roce inescrupuloso. Aunque, s,por upuesto, entiendo que detrs del tacto y laalegra que me brinda, se esconde el plan vorazde comprometerme Y empujarme a la miradaab oluta del supervisor o a la mirada ms quee pecializada de la cmara que, con su movi-miento imperturbable, recoge la singularidadde los detalles ilegales que ocurren en el sper.Porque la cmara retiene la relevancia de cual-quier preciso signo (incluso la menor y, aparen-temente, insignificante anomala) que va a seranalizada despus -en una sesin ms que ex-tenuante- por el supervisor de turno.

    As es. El supervisor de turno, con un ojoinyectado y paranoico, est obligado a perma-necer frente a esa cmara que detenta la certe-za de un fragmento de debilidad (la ma, mi in-aceptable debilidad) que me podra aniquilar.La ala de grabaciones contiene la evidencia deuna imagen congelada destinada a esclarecer lamanera exacta y el instante justo en que se lepodra entregar al cliente un producto por el queno iba a de embolsar un centavo. Soy (ya lo dije)un experto en pasillos, en luces, en mantenerla frialdad programada de los productos alimen-ticio . Me convert tambin en un avezado ca-tador de clientes.

    No busco ni pretendo sobredimensionarmis capacidades, sera torpe, arrogante y mez-quino. Pero s me atrevo a asegurar que este

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  • cliente que me ronda (como una perra loca) estdispuesto a todo para salir del sper de manerailegtima y permanecer indemne. Porque suaspiracin es abandonar el sper sin pagar porlos productos (a costa de mi complicidad) y en-tregarse despus -con una libertad y una alga-raba frenticas- a gozar de las mercaderas. Ungoce que puedo comprender muy bien porquesoy parte de ese deseo, de su necesidad de de-jarme expuesto a la cmara, para as enteramen-te vengativo, duplicar despus su xtasis, enparte universal, con el producto.

    As funcionan estos clientes, de esa mane-ra viven y estas son sus expectativas. No s cules exactamente la situacin (externa) por la queatraviesan ni tampoco por qu se han converti-do en lo que son. No me interesa indagar enestos asuntos. No me considero especialmenteproclive a pensar en cuestiones abstractas queno conducen a un resul tado mensurable.

    Quizs ya estoy insensibilizado (impermea-ble como un grueso fieltro) a sus sonrisas zala-meras yeso posibilita que, en cierto modo, lasdisfrute. Permito que el cliente se acerque, queme acaricie y me murmure obscenidades a unadistancia geomtrica de mi odo. Escucho conun equilibrio tolerable y sensato sus bromasprocaces o sus insinuaciones. E verdad. Puedeque (ms de una vez) haya llegado demasiadolejos con ese tipo de clientes, muy lejos y muy

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  • rpido, rpido en la sala de grabaciones, de es-palda a la cmara y luego, cuando ya lo hubi-mo de con eguir, cuando volvimo a er lo queramos, l lo pudo afirmar que recibi mi rec-titud inconmovible.

    Con igo sortear la ira y la vergenza profe-ional que le provoca su propio fracaso. Pero

    no deja de sorprenderme su necesidad extrema(de m). No s cunto de l es normal y quporcin est completamente fuera de control.Bueno, en fin, me niego a todo de manera sol-cita y corts. Ese es el nico momento en queme permito el desparpajo de una fina y casiimperceptible irona. Entonces no me quedaino expulsarlo del sper. Lo conduzco hacia la

    puerta acudiendo a gestos amables y a mis pa-sos ms selectos. Es que no quiero incomodar anadie ni menos ahuyentar a los buenos clien-tes. Intento mantenerme en lo que me he con-vertido: dema iado proclive a la paz y adicto ala correccin.

    Pero cuando estoy fuera del sper, alejadode las miradas que me podran enjuiciar, meapeno. La verdad es que no soy de fierro y laoscuridad realista de la calle me resulta franca-mente perturbadora.

  • Nueva Era(Valparaso, 1925)

    o amanezco con un nimo meno sensItI-vo bajo el cmodo alero de una distancia activacon mi trabajo. Con una paz desmedida me ra-dico como un objeto neutro en el pa illo, satis-fecho por mi humor controlado pero, al fin y alcabo, saludable. En e a oca iones favorablede mi espritu, me entrego de lleno a lo viejo,a observar su movimientos por los pasillo:inseguros, o cilantes, con la mirada errtica.Una multitud de ancianos, confundidos y en-candilados con los productos, que se desplazanmuy lentamente, demo trando un retardo cor-poral que podra parecer hiriente pero que a mme re ulta oportable.

    Cuando lo miro me obligo a preguntarme:qu hacen ellos (aqu) en el sper?, pues cier-tamente -para qu mencionarlo- on e ca alas posibilidade que adqui ran alguno de losproducto . O si compran -si llegaran a comprar-su aporte va a ser insignificante, irri oriol una

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  • pocas mercaderas blanda que no los pr tigiancomo cliente .

    Estoy haciendo una pregunta ociosa. Ellosvienen a matar el tiempo que les queda. Msall de toda lgica, con la tozudez dramtica-mente impo itiva que caracteriza a los ancia-no , ellos decidieron, en medio de los razona-mientos de la aritmtica nublada que organizau pensamientos, que la poca vida que les res-

    ta va a er dilapidada (en esta bacanal feroz ycorporal que se proponen) entre las lneas in-tensas de los pasillos y la obsesiva reglamenta-cin de los estantes. S, pues. Entonces no mecabe sino constatar cmo en el sper se estde granando la aguda cifra que mantienen conel tiempo.

    Pero yo tengo que ordenar mi vida. Y paraeso es necesario que elabore una estricta snte-is (mental) de mi cuenta, mi trabajo total. Por

    eso los nombro (con una abierta pasin clasifi-catoria) como: "los viejos del sper". As, seca-mente, carente de cualquier ornamentacin. Sinembargo, debo er honesto y reconocer que mecau an una efmera entretencin cuando losdiviso ultra concentrados en la tarea alevosa deconservar el equilibrio. Slo eso. Se trata de unequilibrio incierto que se me revela como ex-tremadamente material y cercano cuando losayudo a alcanzar alguno de los productos desdelos estante. Y entonce , entregado al influjo

  • de mi masa muscular, comprendo plenamentela inestabilidad (definitiva, irreversible) en quetranscurren esos cuerpos cruzados por masivose incurables temblores.

    No necesito comportarme con una excesi-va amabilidad, pues todo el mundo huye de "loviejo del sper" y ellos lo saben. Entienden esosentimientos y disculpan el malestar, la indife-rencia y hasta la cuota evidente de desprecioque provocan. Es clarsimo.

    Los buenos clientes no ocultan u impa-ciencia cuando los ancianos impiden que ellosavancen con sus carros por los pasillos: los de-tienen porque se enredan (con una torpeza es-tridente) en los metales o bien los demoran conuna precisin majadera cuando lo enfrentan(cara a cara) para interrogarlos sobre las razo-nes y lo beneficios de lo producto que estnadquiriendo. O e abocan a denigrar la merca-deras. Los buenos clientes enloquecen con "loviejos del sper" y sus interrupciones. S, lossacan de quicio cuando indagan -neciamente,lo por llamar la atencin- en torno a la cali-

    dad de las papa o de las lechuga o de las ha-bas. Les preguntan cualquier cosa a los buenoclientes y, de esa manera, los atan a sus divaga-ciones.

    Mediante interrupcione ab urda I loclientes e tn obligados a p rmanecer atentoa una proliferacin de palabras insensatas. (Los

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  • ojo eriado de "los viejo del sper" ms in-en ato an). Y, en un principio, los buenos

    cliente, provistos de un re peto y una impa-ciencia hi tricos, los escuchan, aferrados a loscidos metales de sus carros, hasta que, sobre-pasado por el abuso, se desprenden y se alejan.Entonce , los "viejos del sper" buscan, con lamirada ine peradamente brillante, una nuevapresa para liquidar, desde una lineal voluntaddecrpita, el tiempo urgente que los oprime.

    S hasta dnde pueden llegar los ancianos;qu debo permitirles y qu rechazar. As es.Todo depende, en gran medida, de los buenosclientes; de sus emociones y del carcter conque e pre enten al sper. S, porque los "viejosdel per" deciden con un alto grado de preci-sin sobre cules clientes pueden dejarse caer,a quines apremiar, insistir, detener, alabar,extorsionar, a fixiar, detallar u e tado de sa-lud. Evidentemente. Lo aben.

    Y lo consiguen. Se de encadena entonce- upongamos- una palabrera unilateral dedi-cada a analizar los beneficio y lo rotundos fra-ca os de lo medicamento (el agobio progra-mado de lo expansivos laboratorios y sus cam-paa intermitentes e impunes, dicen). Y lue-go, con un nfasis teatral, "los viejos del s-per", van sealando, sin un tomo de pudor,sin cesar, in consideracin, la aguda experien-cia verbal de cmo transcurren sus dolores. Pero

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  • (tengo que reconocerlo) ellos estn provistos deuna sabidura emanada de un mapa orgnicocorrecto y generosamente explorado por el tiem-po turbulento que le dedican. Analizan las fre-cuencias, las intensidades, los antecedentes, losefectos que alcanza un dolor en otro dolor y enel siguiente. As se forma una cadena cientficay laboriosamente unida: dolores de huesos oeso dolores imprecisos que los atacan en lasnoches: la vejiga, los pulmones, el rin, el h-gado, el esfago. Se detienen en los puntos cr-ticos de us rganos y la forma que adquiere,en cada uno de ellos, la curva de la inflamacincrnica. Y, claro, esa constante, angu tiosa, so-cial y comprensible opresin en el pecho. UnaopresiIJ. tan extensa -prefiero decirlo de unavez por toda - tal como i alguien se les senta-ra encima (del pecho) y les impidiera la re pira-cin.

    Divagan en torno a los inexplicable y re-belde dolare de cabeza que le producen ma-reo, vmitos y vaco mental y lo llevan apensar que paulatinamente la cabeza e les estllenando peligrosamente de agua. Y, de de lacabeza vu lven nuevam nt a las rodillas, locodos, el espanto o dolor en la mandbula, lascaderas, el omplato, el cu 110 tenso, la colum-na definitivamente. Sobrepasan por arte demagia el lugar comn de la artriti para llegarcon xito a la crisis en cada una de la fina

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  • junturas de las vrtebras. El punto lgido de susquejas e hace presente cuando se refieren a lospie. E o pie que ya no dan ms debido al in-justo y duro recorrido por el interior del sper.Una caminata que les resulta interminable yagudiza, hasta el infinito, la suma implacablede hue os que les martirizan lo pies. El taln amenudo deformado. Hasta lo indecible. Pero"lo viejos del sper" estn comprometidos enuna pica destinada a dominar sus pies y, deesa manera, continuar erguidos por la vida paradejar un testimonio indiscriminado de sus do-lores.

    Ah, as es como se empean y se vuelcanallegado de esos pies difciles y poco confiablesque en cualquier instante los podran traicio-nar. Unos pie que ahora no estn en condicio-ne de cargar con los efectos de unos huesosporo o , en franca retirada, envueltos en unacarne que ya no tiene posibilidad alguna. Unacarne que tambalea en medio de una grasa pe-trificada que se ha vuelto autnoma y estde apegada de toda su realidad corporal. Y lapierna. La amenaza de una pierna impresenta-ble que obrepas sus condicione de quebrar-e en mil pedazos atravesando el umbral del

    hueso. Y con una resignacin ambigua (los an-cianos) aguardan el instante terrible y gozosode la cada y el derrumbe final de su propia ca-dera fracturada que se apresta a cumplir la his-

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  • toria lineal y montona que encarnan los hue-sos.

    y despus, como si cada uno de ellos pro-viniese de un idntico manual, "los viejos delsper" se dedican, con un entusiasmo inusita-do, a pormenorizar las interferencias que expe-rimentan en la visin. Se vuelcan al diagnsti-co de sus propios ojos (la retina adentro). Adu-cen una vista ms que perturbada que los obli-ga a enfrentar una realidad que permanece dis-locada a una prudente distancia de s misma.Un mundo -no podra ser de otra manera- queha terminado por tornarse necesariamente inin-teligible. Ah. Qu trabajo. As es porque se im-ponen la carga velada de unos ojos imposiblesque les impiden comprender las minsculasinstrucciones adosadas a las mercaderas: losusos, los beneficios, las propagandas, las prohi-biciones, las recomendaciones. Unos ojos quelos expulsan de manera cruel de los productos.

    Porque la verdad es que todo el tiempo lasletras les bailan ante los ojos. Y les bailan tam-bin las mercaderas ms pequeas de los es-tantes. Les bailan los nombres, la angustia, lascaras, el dinero, los huesos, sus agotadosgenitales, la memoria. Todo les baila ante susojos. Por eso e convencen que los buenos clien-tes tienen la obligacin de leer para ellos, eldeber de explicarles, la funcin de desentraaresos significados que, de todas maneras, ya no

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  • on importante porqu el cuerpo se lo e tcomiendo vivo . S. Lo afirmo con rigor y paraer totalmente honesto.

    Le temen al contagio del virus o de la bac-teria que los va a conducir al de astre final yoclu ivo de uno bronquio que ya e ncuen-tran dema iado expue to , en el e pacio comndel per, por la proliferacin (la verdadera pla-ga) de la ltima epid mia gripal y la fi bre in-fecciosa que -ya perciben- van a er incapacede aportar.

    Ahora mi mo uno de "lo viejo d 1 per"e e t de plazando con la dificultad de una

    oruga apena humedecida. Pero, an a , entreuna e panto a equedad orgnica -y to e loque orprende y ha ta cierto punto maravilla ami nimo- e comporta como una herrumbro amaquinaria exacta. El ltimo (ya el tiempo e

    t cerrando obre m mi mo) anciano buscaun cliente que lo arranqu del ilenci que lefue programado, le devu lva la palabra p rdiday lo retorne a alguna parte decente y r conoci-ble de u cuerpo. Pero para con eguirlo debinternar e en el er d uno de lo client ,per-turbar la intimidad d e e cuerpo para acercar-lo y hacerlo uno con 1 uyo y a lograr que elcliente perciba (aterrorizado) en 'lla inminen-cia de u propio destino. "Lo vi jo del p r"vienen a contagiar y a di eminar sus muertepara ganar un gram m de tiempo.

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  • En fin. Que hagan lo que quieran. A m sude os y proc dimiento me importan uncaraja. A mi per ona. El tiempo ahora aprietaal per como si lo estrujara en su puo. Estoypreparado. La hora se cumple. Yo me con iderouna per ona que e expre a de de 1corazn dela abidura. D pu de todo soy un hombreaunque, n algn entido (lo s), termino enre-dado a la imagen con que e define una mujer.Mujercita yo.

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  • Accin Directa(Santiago, 1920)

    A una distancia inconmensurable de mmismo, ordeno las manzanas. Ya se estndesdibujando los contornos geomtricos en losque adquieren su incisivo destino los metales.Estoy infectado, atravesado por la debilidad.Este enorme sopor me mantiene exhausto yvencido ante la impenetrable linealidad de losestantes. Miro fijamente (aunque que nodebo hacerlo) las mercaderas y, sin embargo,no logro retenerlas ni tampoco hacerlas volver(recuperarlas) para anexarla en la memoriaprofesional que debo ejercitar con lo produc-tos.

    Ahora, en este mismo oprobio o instante,no exactamente qu son o qu nombre tie-nen o cul es el lugar que les ha sido a ignado alas mercaderas. Me encuentro inmovilizadopor la mbestida de un cansancio aterrador queapenas puedo resistir. Entre pedazos de imge-nes inciertas, pienso, ya lo dije, entregado a un

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  • cao ab oluto, en la legibilidad de los produc-to . De manera momentnea, se agolpan en mimente, pero, de inmediato, se despean cuestaabajo resbalando y cayendo desde el abismo demi discapacitado ojo interno. La lista alcanzauna dimen in mvil ms que impresionante.Ay, esa lista que tan cuidadosamente hube dememorizar, ha terminado por desmoronarse.

    Asisto al inconcebible e inmerecido fraca-o de mi noches. Porque (yo) las noches la

    dedicaba (cuando refulga el don de mi saludinquebrantable) a rememorar la situacin de lasmercadera . Las repaso todava cada noche yla siguiente con el desnimo y la obligacinuniforme que portan las tragedias. As, por unaurgente per everancia laboral que me oblig avivir en un e tado de alerta permanente, es queconsegu establecer exactamente cul ubicacinle corresponda a qu, de acuerdo (por supues-to) al cdigo. Pero ahora mismo, qu dolor mslacerante el de mi humillante condicin, no re-cuerdo nada. Salvo, claro, lo ms obvio, aque-llo que est al alcance del ms basto aprendiz.

    Un ciclo parece a punto de cerrar e. Merefiero a mi cuello que pierde su deslinde. Es-toy posedo, lo afirmo, desde la cabeza hastalos pies por un sntoma enteramente laboral,una enfermedad horaria que todava no esttipificada en los anales mdicos. Aunque toquelos productos, se me escabulle el orden y el si-

  • tial que deberan ocupar en el estante. Soy vc-tima de un mal que, si bien no es estrictamen-te orgnico, compromete a cada uno de mis r-ganos. Me voy hacia atrs con los productos y,con una lucidez perversa y radical, comprendoque estoy a punto de caer anestesiado (con unalanguidez fatal) en la geografa agujereada delsper. Me precipito hasta el umbral de un pa-voroso momento en que podra prescindir detodo. Digo, el vrtigo acucioso de perderme en-teramente.

    Ahora mismo, en medio de una escena tor-pe y agresiva, me encuentro muy cerca de lasmercaderas, encuclillado. Permanezco agaza-pado como si actuara la reencarnacin de unsapo y su ostensible respiracin (su miedo) yas, tal como un ente entregado a una dimen-sin anfibia, me contengo para no dar un brin-co y huir penosamente saltando entre la pie-dras en direccin impostergable al agua.

    Es que estoy enredado a olores txicos quese superponen sobre m. Por causa de unaolfativa terriblemente qumica, arrib ha ta estaneutralidad nasal que me impide discriminarel limn de la violeta porque se han vueltoindistinguibles (los olores). Pero hasta ayer po-da clasificar, con una seguridad no exenta degrandeza: el limn, el jazmn o la frutilla.

    Lo qu ocurre es que estoy progresivamen-te cansado, exhausto, enfermo, aquejado por el

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  • efecto de un aprendizaje que me resulta inaca-bable. Lo olores indeterminados se atropellanpara profundizar la mole tia que hoy me produ-ce la iluminacin del sper. Ah, . Esta obsesi-va luz me agrieta y me ocasiona la sen acin deun mareo per i tente. Estoy enfermo, ya lo dije.Mal enfocado, de memoriado y ligeramenteau ente de todo lo que igue tran curriendo enel interior de este recinto. Una distraccin que,ya s, va a alcanzar en m su in rcin endgena,es el efecto tangible que me produce el mareo.Experimento sensaciones que me atacan conuna refinada alevosa, porque a , en este esta-do, soy vctima de una indiferencia que me pue-de conducir a la disolucin. A la prdida de todolo que tengo. Lo que he conseguido retener. Lami eria arrastrada de m mismo ahora es lo ni-co que ay capaz de conservar.

    Mi salud, desde un e pacio anclado a unarealidad ina ible pero contundente, e ha vuel-to deplorable, turbada por el incremento ccli-co de la mercaderas. S, he sido derrotado porun apote ico ataque de debilidad que, lo repi-to, corresponde a una enfermedad laboral, unmal e trictamente tcnico producido por el ex-ceso (intil, como ven, definitivamente intil)de concentracin mezclado a mi afn perfec-cioni tao

    Esta situacin (personal) me empuja a unapeligro a lasitud, por ejemplo, a refugiarme en

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  • una prolongada aversin a los olores industria-les que caracterizan el espacio ambiguamentedesodorizado del sper. No me importa diluci-dar cul es el origen (remoto) de los concentra-dos, es que sencillamente no tolero esos olorescomerciales y ante el ojo de quien me observe(me miran permanentemente y no me refieroslo a la presencia omnipotente de la cmara)es imposible ocultar mi condicin enferma. Lodigo, lo repito: estoy enfermo. Estoy cansado.El estigma que sufro y que me ataca, me impi-de apelar a cualquier espacio prudente de mmismo, me prohbe pensar, responder a los mselementales estmulos. Me estoy viniendo aba-jo. Siempre cayendo (en pos de la manzana)hacia un estado ms que degradado.

    Lo nico til que puedo hacer ahora, con-siste en mantenerme a una cuidadosa distan-cia del estante. Como un animal viejo miro, conuna visin aletargada, los productos. De mane-ra progresiva (lo aseguro) voy adquiriendo unindudable parecido a una perra ni siquiera ra-biosa sino entregada (con un cuerpo generalidiotizado) a su fatal destino infeccioso. Enca-denado a este final torpe (as, as, sin asidero)me estremezco ligeramente convulsivo de lamisma manera como se rascan su propia repul-sin los animales.

    Pese a mi mal limtrofe todava me aferro aun ltimo intento por controlar mi pervivencia

    SI

  • aunque, claro, le temo a la circulacin clandes-tina de la noticia que el viejo (y astuto comodicen) obreviviente del sper ha perdido su ol-fato. (No huele el animal). No huelo nada msque un olor que ya hubo de ser neutralizado.Pero, cul e el temor que experimento? No, es que le tengo miedo a todo. En realidad

    estoy ya demasiado agotado (decirlo, decirlo yrepetirlo para profundizar al paroxismo el ecodel cansancio). Mi deseo (mi ltimo deseo) esderrumbarme en medio de un estrpito ms queirreverente y as arrastrar conmigo a una hilerainterminable de estantes para que las mercade-ras sean, finalmente, las que me lapiden.

    Pero es un sueo absurdo, un festival de-mente el que transcurre por el estrecho bordede energa que an conserva mi cabeza. Estoyenfermo, nece ita con urgencia un permiso, unmdico, una revisin total de mi anatoma, unexamen biolgico, el desmembramiento hostil,una radiacin completa que me permita unosda de tregua. Estoy, lo he dicho, completamen-te al margen de las mercaderas y de los soni-dos intermitentes del sper. Estoy enfermo. Memuevo hoy con los horribles estertores que ca-racterizan a un herido (de muerte).

    As me deslizo desde los cosmticos (sin elmenor nimo de buscar una mscara posible)al rea comercial que se acaba de inaugurar conla ropa. Qu indescriptible el olor truculento

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  • del amontonamiento de prendas. Los cosmti-cos, la ropa. Quiero pensar exactamente en es-tos trminos: los cosmtico ,la ropa. Ay, de m,no lo consigo. Es muy tarde. Antes que me en-tregara al agotamiento poda llegar a conjugarde manera perfecta los cosmticos y las diver-sas prendas de vestir. Y ahora tan elemental miempeo y sin embargo es vano. Desde hace al-gunos das supe que arribaran la prendas, peroel hedor (nadie poda entonces suponerlo) su-per todas las expectativas. Me vi obligado aacudir al perfume de lavanda para cubrir el vahomaloliente de la ropa. S que entre todas lasobligaciones (que son exageradas) estoy asigna-do a las prendas de vestir, pero no quiero acer-carme a la telas ni asistir al cliente ni tampo-co contaminar mis propias manos buscando enel cajn. Porque para otorgar la ayuda necesa-ria (al cliente) debera impregnarme bacanal enla abstraccin sinttica del gnero. Estoy can-sado, enfermo, atiborrado por una mezcla dehumores. El olor ms que seriado de la ropa,que fue di frazada y cubierto de otro olor y deotro, me seala que actualmente yo padezco delolfato pues me siento condenado a una atms-fera na al que no viene ino a profundizar miasco.

    He extraviado la pericia de mi olfato. Nosoy capaz de oler nada ms que los compuestosbsicos y sus matrices (nadie podra imaginar

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  • la mi eria en que transcurren los primeros ma-teriales), y e ta patologa es uno de los aspectosms crueles de mi enfermedad. E tey enfermoen un lugar indeterminado de m mismo, ya lohe dicho, el cansancio, el sopor, transcurre pa-ralelo a mis rganos. Se trata de una enferme-dad interna y subrepticia que emana desde elespacio aledao e impasible de la mercaderas.y tambin el cargar con mi abulia y mi cansan-cio brutal me agotan doblemente. Lo s. Es tangrave mi estado que ya he perdido mi irrepri-mible pasin por las mercaderas. Me estoy con-virtiendo en un paria mnimo que revoloteaalrededor de los estantes mientras desatiendo alos productos envueltos por un plstico que noe completamente trasparente.

    No es completamente trasparente. La con-figuracin de una ventana tramposa que vela lacalidad de lo productos. Ah, cmo podra aho-ra aludir a la presentacin de los alimentos. Losalimentos y su ostensible riesgo. El plstico esfatal (aunque claro, extraordinario el plstico).Yo s cmo, all mismo, debajo de la materiacontaminante del plstico, los alimentos estnentregados a un desatado proce o bacteriano.(Los lcteos se destruyen a una velocidad quejams me hubiera imaginado si no lo hubiesevisto transcurrir delante de mis ojos). No quie-ro hablar de lo insensato, renunci a convertir-me en un cautelador de grmenes. Estuve, lo

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  • s, entrenado para negarlo todo y defender lapureza de los trozos de cualquier tipo de carne(cada trozo librado a una descomposicin abier-ta). S lo que es trabajar agudamente en torno alas variables a las que se expone la carne, stambin hasta dnde y cundo empiezan a serreales las fechas. Antes, cuando todava era sanoy no me haban deteriorado las mercaderas,vel salvajemente para que jams gravitaran elasco y el pnico ante la ospecha que pudieraninspirar los alimentos.

    No estoy enfermo (en realidad) sino que meencuentro inmerso en un viaje de salida de mmismo. Ordeno una a una las manzanas. Or-deno una a una las manzanas. Ordeno una auna (las manzanas).

    Mientra ordeno (una a una) las manzanas,que ya han entrado en su ltima fase comesti-ble, logro entender que no dispongo ino de miapariencia laboriosa desplegada ante el mesnagudamente industrial del per. Mis das po-dran entrar en una con iderable cuenta regre-siva. (Mi delantal, mi rostro serial y opaco en elespejo). Voy acomodando una a una la manza-nas, una y una encima de la otra. La iguiente.Slo tolero permanecer en e te espacio aunquesi estuviera ano debera moverme diligente conla eficacia que le corresponde a un cuerpo adies-trado para cada una de las tareas de servicio. Peroahora slo puedo abarcar con mi mano la

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  • manzana. Me pesa terriblemente la manzana.Ante (quizs ayer, no estoy seguro) hube de huirdel xido del tarro. Los metales en que se pre-entan la con ervas se ven verdaderamente ma-

    je tuosos brillando en los estantes. Ah, el pul-cro y ordenado relmpago (definitivamente ar-tificioso). Ah, si no estuviese atado a la desagra-dable metafsica de esta voz ma incesante yterminal cascada que me retumba en mis pro-pios odos (mi voz casi inaudible que me hablade manera montona a m mismo. De m). Enmi tiempo exitoso no huan de mi imaginacinlos alimentos, ni perda un minsculo espacioen los estantes. Conozco la inteligencia de lasluce. Pero me he enfermado de adentro paraafuera. No cuento ya con la menor expectativa.Es tarde. La ltima manzana podra terminarpor destruir la costosa pirmide. Otra manzanase suma ya no s a cul acumulacin numrica.

    Slo el resguardo tra mi hipcrita formalaboral ahora me sostiene. Finjo lo pormeno-res de una cuantas (duramente inoculadas) ti-cas, el uniforme caricaturesco y su impdicaleyenda inscrita en mis espaldas y la obligacinde la caminata incesante cada vez menos ace-lerada por los pasillos bajo la vigilancia de estaluz entera e insidiosa (pero, claro, una luz divi-na que pareciera provenir desde ninguna parte,qu digo, del mismo espectro de un Dios msque terminal proviene). Simulo la omisa, el

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  • modo absurdamente sometido y acto tambinuna disposicin cnica entre una sonrisa queno termina de consolidarse. Estoy enfermo,cansado como si en alguna parte de m mismotuviera que cargar con la silueta ahorcada deun indeleble despojo. Afuera, en un sector in-deciso ubicado en un punto aledao a mi reti-na, el horario, el pavor cierto que acompaa lafigura extenuada del deslucido cliente. All estsu mano eficaz la veces burocrtica) capturan-do el producto que cae limpiamente en el cen-tro del carro.

    Pero nadie conoce a fondo la fiesta final dela mercadera y su imperturbable deseo de asal-to. Con qu voz pudiera referirme a aquelladesatada imagen del alevoso atraco a las mer-caderas cuando la turba incontenible arra a losestantes, arruinndolo todo, impulsados por unamor violento y, sin embargo, ms convocanteel imperativo odio (de la turba). Ah, la furia delos cuerpos (que ya no tienen ninguna conten-cin) astillando cristales y la sangre, la sangre,la sangre que irrumpe categrica (el productovisualmente mancillado con un tinte dramti-co) auspiciando la bacanal de una cuantia aprdida que solaza y, sin embargo, trae un cu-rioso consuelo a la muchedumbre que hostigaa los estantes, los vuelca, los deva ta entreominosas carcajadas, aullido, llantos irreden-tos, ahogos d un xtasis fastuoso y as, como

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  • un coro enfermizamente preparado se deja caerun mar incontenible de las peores palabras (in-ultos a la mercaderas y a su podero a ges-

    tin) y lo soez del ge to (en contra del produc-to) que la turba repite, da inicio a una de truc-cin m tica, divina, de cuanto encuentra a supaso. Digo el paso abiertamente subversivo deun conglomerado humano que arremete comoun 010 cuerpo irrespetuo o, e tticamente de -plegado en el pre ente de una gestualidad ultramoderna pero que, a la vez, re ulta ab oluta-mente arcaica.

    Aunque siempre me aceche la primitivaesperanza que e rena esa turba. Pese a queme invada ( alvaje, irreprimible) el de ea queavance y se de place annima soportando logolpe y el imperativo y bello fluir de la sangre,s que hasta ella (el esplendor de la turba inju-riosa) va a acudir con premura la desesperacindel ga , el brutal desalojo, el de orden final delo producto . Y as podra consumar e (nece-ario) el despido masivo.

    No e posible el asalto. Sigo acumulandola manzana tra un orden seriado y agotado-ramente perfecto. Otra manzana gracia a mioficio a mano ocupa su itial. Odio la turba ylos de manes de los agitadores y me parece in-oportable la sola imagen de la mancha an-

    grienta en el producto o la pisada feroz sobre lalata o el escndalo que produce esta luna (arti-

    5

  • ficial) y su luz implacable amplificando los cuer-po que se contar ionan huyendo, llevando, en-tre sus brazos, un botn siempre in uficiente.No odio a la turba, no tengo fuerzas ni deseos,ni m voz que la que e t dentro de mi cabeza.Estoy enfermo. Cerca, a mi ca tado, percibo queuna jaura e olaza ante mi pasiva conducta.Re ultar aqueado inevitablemente. Oh Dio,ya e viene en picada e ta gloriosa luna oscure-ciendo hasta el infinito mi retina y lo quedoyo enfermo y solitario entregado a la ca tum-bre del producto. Envuelto en la nebulo a demis adver as condicione , el nico recurso queme resta e implorarle a esta (ltima) manzanaque, por piedad, me devuelva mi alud perdida.

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  • El Obrero Grfico(Valparaso, 1926)

    La luz ha iniciado u gloriosa tarea de to-mar venganza en m. Por los altoparlantes sefiltra la ambientacin de una msica carentede armona que se resuelve como mero sonidoaletargante. Una meloda (abstrusa) extensa,dedicada a suavizar a los estantes que sostie-nen al sper y pulir as la imbecilidad que re-viste el material. Pero la luz (no la msica, no,por ningn motivo) ahora, es mi enemiga. Elmismsimo Dios es quien me sigue. Este Diosenvuelto en una sofisticada y, a la vez, popu-lista nomenclatura sinttica, se monta encimade mis lentes (infrarrojo ). Puedo asegurar quese ha empecinado en conducirme de maneraviolenta (pese a mi voluntad, en contra de ella)hasta su paraso. S, quiere llevarm hasta uparaso y, para conseguirlo, abusa de los doneque le fueron conferidos gracias a la jerarquade su omnipotencia. Quisiera rehuirlo, devol-verlo al estante o encadenarlo al metal del

    6r

  • ltimo pasillo para que se quede quieto y con-siga -por qu no- descansar hasta morir.

    Pero la desdicha de Dios es incapaz de per-manecer inactiva y, por eso, est aqu, alIadomo. Es Dio encarnado en Dios el que actual-mente me acompaa. Ha de cendido (se tratade una feroz cada a tierra) para sentarse, a midie tra, encima de la palma de mi mano. Meaplasta la mano. Me duele de manera terriblemi dedo retorcido por el peso inconmen urablede su culo. Ay, es obvio cunto me duele el dedoy me duele, tambin, la luz divina de este Diosatiborrado de gracia. Dios me acompaa, cent-metro a centmetro, para engrandecerme y obli-garme a cargar con la verdadera pesadilla de unaluz que carece de cualquier antecedente. Estoyposedo por un Dios que me invade con un bri-llo que me ubica en la mira vida de todos lospresentes.

    Dios me posee constantemente como si yofuera u ramera. Se me sienta (ya lo dije) enci-ma de la palma de la mano o trepa, a duras pe-nas, por mi espalda o se cuelga de una de mispiernas o se introduce de lleno en mi interiorhasta oprimir los conductos de mi agobiadocorazn. Dio est en todas partes. A lo largo ya lo ancho de mi cuerpo. Y se radica con unaintensidad [que ni te digo) en mis rganos paraque retumben en su honor. Quiere constatarhasta qu grado su morada se stablece en mis

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  • retumbos. Ay de m. No me queda ms reme-dio que alabar el inmenso, incomparable honorque Dios me ha dado.

    El honor que Dios me ha dado me permiteasegurar que hoy soy su elegido. El elegido deDios. Qu hice para merecerlo? Qu debohacer para conservarlo? Qu hago?, me pregun-to, qu hago?, me repito, mientras camino,borracho de fe, tambaleando en el pa illo paraalcanzar a realizar, lo s, la ltima representa-cin organizada con la que se va a sellar el finde mi episodio laboral. El tiempo ya se cortacon la hoja de un cuchillo. Pero ahora, con unaurgencia impostergable, necesito recobrarmepara enderezar a mi Dios que hoy est desme-jorado, peor que nunca, volcado obre m comosi yo fuera la ltima migaja que le resta tras unsuculento banquete. Pero la gula de Dios es in-saciable. Ay, montado en mi pulmn ha ta pro-vocar un grumo de sensualidad en mi copiosasaliva. (Hay que decirlo: Dios me hace alivarcomo un guanaco).

    El insuperable fuego de Dios se aproximapara palparme y recorrerme y obligarme al refi-nado oficio de su puta preferida. Ser el ardor.Ah, el roce con esta consagrada y ambigua cer-cana. Me inflamo y noto cmo y en cunto seeriza la superficie de mi piel. Pero el malditoputo no me satisface con la gracia divina que leasignan. Como debiera su enloquecida y

  • de atada majestad. Digo, la majestad que se re-quiere para llevarme hasta ese punto sin retor-no en que Dio y yo seramos indistinguibles. Ely yo, uno, unidos para siempre.

    Pero el implacable y sacrlego supervisorme observa con su expresin atea. Me mira conun dejo pragmtico verdaderamente hiriente.Ay su mirada, justo en m, que estoy a punto deconocer el xtasis. El bastardo sin Dios y yo, encambio, cargo a mi propio Dios incrustado enla ingle como una garrapata el cerdo.

    Estoy borracho, lo s, quizs alcoholizadode fervor. Es que Dios se ha presentado toman-do partido por mi cuerpo Y dime?, qu huma-no podra rehuirlo? Dios me ha hecho el favorde caer en pleno sobre m, anticipndose a cual-quier llamado. Digo Dios y digo luz. Los rayosdel sper se me agolpan formando una aureolaalrededor de mi cabeza, Dios me e t apretandola cabeza. Mi cabeza se deforma por la aureola,pero no, pero no, no, no, es increble para mhaberme arriesgado al punto de terminar para-petado tras esta facha de santo. Se acerca velozla Navidad. Y aqu estoy, en la entrada del s-per, formando parte del pesebre. Ah, s, yo soy elque dirijo la ceremonia del pesebre. Tengo sed.Pero debajo de la paja guardo el pisco. Dios meautoriza porque, finalmente, ha nacido, graciasa m, en todos los instantes. A cada instante loobligo a nacer en la miseria del pesebre.

  • As, hoyes Dios quien me induce al pisco.Mi Dios (mi diosito lindo) me lo concede por-que yo soy el padre de su hijo y como suple-mento (no me digas que Dios e va a privar, note atrevas a afirmar qu Dios hara una cosaas) cumplo con el oficio histrico que le fueasignado a la puta. Yo soy (tambin) la niaobscena que va a enderezar su alicado senilmiembro. Me he vestido con el disfraz quemejor me representa y El me ha reconocido.Aqu mismo. Yo, su padre. A la entrada del s-per, encabezo el pesebre disfrazado como unsanturrn de pacotilla. Pero Dios se alegra con-migo y estamos a punto de rernos (de matar-nos de risa) porque me hace cosquilla para queyo, a mi vez, realice el trabajito que requiere sumiembro. Viejo Dios impotente.

    Me molesta la aureola, el bculo, el estruen-doso maquillaje que irrita el fondo de mis ojos.(Mis ojos le visible?, lse nota demasiado elmalestar de mis ojos?) y tambin me atormen-ta este gento que me mira con la boca abierta,babeando una conmocin majaderamente reli-giosa. Pero el Dios que hoy me habita me per-mite soportar la constante infeccin de mi ojoy me otorga, tambin, entrada a la botella. LaNavidad parece que no arriba debido a la in-constancia de los fieles.

    (En cunto dilatan la compra de regalos,cmo se regatean a s mi mas los mezquinos).

    65

  • Dio e pone furibundo y me hostiliza. Metrata cual un paria adentro de mi odo. Qu malhablado el guardin de los in ulto . Pero ya seabe que la bondad de Dios e paradjica por-

    que e , e pecialmente, vengativa. La necesariavenganza que ocasiona el amor. No me quedaino amar intensamente a e te Dio y permi-

    tirle u venganza. Aceptar los insultos que leocasiona e ta marginal borrachera que susten-to. (Escondo cuidadosamente la botella entrela paja picada). Qu importan los insultos sicualquier cosa ( quin podra negarlo?) que pro-venga de Dios es sagrada y perfecta.

    Qu hacer con la sandalia? Mi pie, casidesnudo, est expuesto a la mirada. Las uasde mi pie e ven tan sucias, diosito lindo,hasta dnde e extiende la fealdad roosa de mispatas. No amos dignos de dejarnos caer ahoraen la vergenza, (pero cmo cubrir el pie, el ojolegaa o, la horrible vena hinchada que surcami tobillo). Quisiera hoy elevar ha ta la satura-cin lo decibeles de mi divinidad. Debera es-tar mucho ms cubierto de Dios. Pero la ver-dad e que me encuentro a punto de caer cauti-vo de un sentimentalismo torpe debido a lamelancola que me imponen las campanas(pregrabadas) que sealan una Navidad que vie-ne aproximndose. No s por qu y, sin embar-go, entiendo cmo me inunda parcialmente latristeza.

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  • Estoy en la tarima del pesebre, erecto, inci-tando con mi fe a los compradores. De pie, s,solemne, mientras la mujer (una de las ltimascajeras) sentada, a duras penas, sobre un pisode mimbre, sostiene en su regazo al insignifi-cante Dios de plstico. (De la peor calidad elplstico del nio).

    Juntos, debemos esconder la carcajada quenos suscita la representacin de una familia,(qu me dicen, ah?, qu?). Pero nosotros, conla venia de Dios, nos empeamos, con una rigi-dez alucinante, en actuar al grupito que ha sidofavorecido por una serie de regalos idiotas. Es-tos horribles animales (sintticos. Con cuntasaa se abusa de la masificacin de las mate-rias) que me causan alergia en la planta de lospies. Nos rodea la serie conocida de animalesdesrticos que adornan el pesebre. Me pican lospies. Introduzco el dedo ndice a travs de lasandalia y me rasco con furia. Qu alivio! Lue-go bebo (a hurtadillas) el concho de pisco queme recompensa. Brindo directamente del golle-te para que se conserve por toda la eternidadposible este numerito que se manda Dios en laincierta conmemoracin de su ilustre nacimien-to. En el sper, claro, de qu otro modo, pues,estara yo encabezando la miseria de esta glo-ria que me ha sido concedida.

    Es tarde. Me hartan las campanas, me abu-rre la sincrona del ding-dong zalameramente

  • electrnico. Ya pronto mi Dios se va a quedardormido para de cansar en el ptimo da quee dio licencia. Y yo fuera de sus leyes, ajeno a

    la hora del desean o, me pregunto: len qumaldito instante el upervisor va a encender laluz roja que dictaminar el fin de mi jornada?

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  • La Voz del Mar(Valpara o, 1920)

    La multitud. La muchedumbre.Los supervisores decretaron un turno de

    emergencia. Sin tregua alguna. Atenderemos-se dijo exactamente as, en general, sin el me-nor nfasis- a lo largo de 24 horas.

    Han transcurrido ya 14 16, no , no pue-do estar seguro.

    Avanzo, me abro paso con mi ojo. Mi ojo eshipermtrope, tcnicamente enfermo. E candoel mal, lo disimulo. Pero cmo me dificulta lavisin. Un cigarrito, un cigarrito. Un trago depisco, un vaso no ms de vino tinto. Claro queno. E t estrictamente prohibido. Y qu impe-rativo el orinal. No puedo orinar en e te tiem-po atiborrado de cliente. Pero la vejiga infamese ha r pletado desde no s cul lquido. Impo-sible la orina porque yo no puedo ausentarmeni un instante de la acometida humana que seno cay encima. (Es que la Navidad ha con-cluido y se dispone bacanal 1 ao nuevo). La

  • multitud enfebrecida (indescriptible la terriblecalentura) por la prxima fie ta se disputa, cla-ro e t, la mercadera.

    La botella (mi ed). El pan. Los altos decangrejo . La al.

    Hace 14 16 horas que doy vueltas, final-mente, en redondo. Lo pies me laten con ma-yor intensidad que el corazn. 14 16 horatran curren ya desde la omnipotencia del es-tante. La bodega se llena y se vaca y e colmanuevamente (no se imaginan la entrada y lasalida de camiones, las toneladas de mercade-ras que pueden transportar. Son poderosos,enigmticos). Tardamente el perro ladra suanido mecnico gracia a la potencia de la

    nueva batera, el loro grita. Y, por supue to, lamueca est agotada ( u pila, me refiero). Nollora, no habla, parece fallecida. Ah, el anacr-nico e pectculo ya discontinuado de lajuguetera, no, no, no, el altoparlante ahora mederiva a las cecinas, qu hacer.

    Amable, envuelto en mi aco tumbrada cor-tesa, me desvo (no puedo m ) hacia el orinaly siento el chorro. Meo como un de aforadodespus de 14 16 hora de acumular el goteo.Estoy en rie go. Lo s. Pero cumplir el trato delas 24 horas.

    24 hora. 24.24 horas sin salario adicional.En un acto impulsivo de sinceridad, debera

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  • confesar (pero, a quin?) que a m nada ya memartiriza. Estoy robusto, bien cuidado, amable,seguro de m mismo, atento a los rincones, con-secuente. El per es como mi segunda casa. Lorondo as, de esta manera, como si se tratara demi casa. Me refugio en la certeza ab oluta queocasionan los lugares familiares. Pero no es laprimera sino definitivamente la egunda y mepierdo. Titubeo hundido en el agobio que meocasiona esta creciente ine tabilidad.

    Me torno ajeno. De orientado bu ca unnorte, cualqui r miserable referencia entre estamultitud que me avasalla y me golpea con suscarros. Y como si fuera un guerrero capturadome empujan hasta el centro de la arena. A com-batir (entiende, supongo, de qu hablo, com-prendes que me refiero a mi pue to de trabajo).No a combatir sino a enfrentarme pasivamen-te con la fiera. Pretendo excluirme del rugido.El sonido e , finalmente, irrelevante, la fauceen cambio es estratgica. El colmillo, u filoirregular en medio de un hambre prolongada.

    (Se ha dejado caer de de la orilla un con-junto de an io o pobladore ,ello son magro ,slo la ansiedad es podero a).

    Podra a egurar qu ay la exacta vctimaque han expulsado al redondel. E verdad, s, lavctima (resultara cmodo?, no?) pero creo(sinceramente) que yo fui quien me ofrec por-que necesito con desesperacin nfrentar este

    7 1

  • colmillo; su roce, su desgarro, el espectculofinal del desmembramiento (qu lujo) y la ca-da definitiva de mi masa. De una vez por todas.Hasta cundo.

    La naturaleza del sper es el magistral es-cenario que auspicia la mordida. Oh, s, los pa-sillos y su huella laberntica, la irritacin queprovoca el exceso (de mercaderas por supues-to), los incontables rboles (artificiales pues) consus luces inocuas. La msica emblemtica yserial. Un conjunto armnico de luces (de colo-res) correctamente conectadas a sus circuitosactuando de trasfondo para abrir el necesarioapetito que requiere la fiera. Y aqu estoy yo,en plenitud, protagonizando el espectculointransable de las horas.

    14 16 horas en que me apego a esta, misegunda casa, con los pies casi completamentedestrozados. Y los brazos. Cargo no s qu por-centaje ya de toneladas, digo, el azcar, los ta-rros, las bebidas. Y los chocolates. El pan car-go. Cargo mi ira, mi odio, mi miseria. Cargocon todo. Estoy abajo, en pleno ruedo mientrasel animal alla su apetito. No es cruel en reali-dad. Slo lo mueve la invasin de un tipo dehambre externa e insaciable. Un apetito ultraestimulado por el reflejo estrepitoso de las lu-ces. Hoy se precipita la masa compradora con-vencida por la ilusin de un bosque inscrito enel falso ramaje de los fugaces arbolitos.

  • 16 horas. Continuadas.16 horas cronomtricas.Como un inamovible enfermo terminal

    permanezco conectado artificialmente a mihorario. Quizs demasiado plido, posiblementeen algo tembloroso, pero vamos! atento, cor-dial, empecinado en la sonrisa para cubrir lashoras que me restan. Ya no habito dentro de mmismo. Estoy enteramente afuera, dado vuel-tas. Me doy vueltas y vueltas para cumplir, sa-tisfacer. Qu orgullo laboral! Se dejar caerinexorablemente el ao nuevo. El pisco ahoraest al alcance de mi mano y a una distanciaincalculable de mi boca.

    Padezco de una sed cristiana y apacible.No es exactamente as. Me invade una sed

    agnica que me habla ferozmente de la sed.(Necesito un pisquito, un vino blanco helado,una cerveza). El supervisor lee mi deseo y logoza y lo acaricia y se solaza ante el titubeo demi mano en la botella. La fiera avanza reme-ciendo los estantes y me busca. Estoy cercado,vencido de antemano como un guerrero exhaus-to que no fue tocado por el don de la cari ma.Circulo y me desplazo estupefacto ante mi in-creble y penoso anonimato.

    Circulo y me desplazo como una correctapieza de servicio. Quin soy?, me pregunto demanera necia. Y me respondo: "una correcta ynecesaria pieza de servicio" . No m respondo

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  • nada. Acto ilencio o en lo pasillos resi tien-do a la multitud de aforada que escarba y bus-ca megalmana completar su prximo fe tn enuna oferta. La fiera e inclina a la ebriedad paraolvidar la dimensin de su barbarie y se vuelcaa la botella. Repongo con una rapidez vertigi-no a la botella. Mi sed no es mensurable niadmitida. Mi mano se de liza por el pisco y laretiro pues me quema. Pero 16 hora se hancumplido y yo mantengo intacta mi impecablefortaleza.

    Aunque el pie, la mano, el odo no respon-den, ni responde el rin, el pensamiento, yocontino. El upervisor sabe de mi estado y deu e tado (corporal) y me vigila. Pero su exte-

    nuacin es incompleta. Luce an saludable antela muchedumbre, se de taca. Estoy luchandocontra una noche enorme, de pie (una silla, unacama o al menos un jergn) con mis rianeverdaderamente destrozados. La multitud pa-rece enceguecida (por su dependencia oral a losproducto l. Ya m me tiembla de manera obs-cena una de mis pierna . Me tiembla el codo,la mano. El ojo.

    Me golpean, me empujan, me solicitan des-de lo cuatro puntos cardinales (los altoparlan-te parecen no poner lmite a la oferta). Ah everdaderamente impresionante la lasticidadmonetaria con que intercambian su precio loproductos.

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  • (Los pobladores se agolpan mientras esgri-men un gesto despectivo).

    Me alla la mujer desde su carro, que noquiere esa carne, que no quiere, me grita, queno (quiere) y yo asiento y recibo impertrrito laprxima andanada del hombre que me insultaporque se ha cumplido el plazo estricto (cincominutos rigurosos) de la ltima oferta y l noha podido, no pudo arribar hasta el e tante yms gritos an, qu esto, que el otro, que cual-quier cosa a m que estoy de madejado, dispues-to a lo que venga. Y expulso de mi mente laescalada de mi atroz resentimiento, porque,despus de todo, antes de todo, se trata de clien-te que ejercen su legtimo derecho a maltra-tarme. Es que estn cansado lo cliente por lafru tracin que le provocan su adqui icione .Nuestros clientes son el lema obligatorio -note olvide - que el cliente e el amo, el tutorabsoluto de la mercadera.

    (Ensordecido por la calada de gritos meentrego a la fatiga de las 20 horas continua-das).

    Se aproxim.a el nuevo ao. Cuento lo mi-nuto con los dedos. E te tiempo moderno yal atorio e desgrana viajando de de mi frentehasta la palma de mi mano. Lo guardia ple-namente armados retiran los cuantia o fon-do y se de plazan ha ta el camin blindadorealizando un b 110 operativo blico. Las armas,

    7

  • la estatura} el gesto decidido} el botn en labolsa de dinero.

    El ao e retira colmado de divisa . Pr pe-ro el ao y yo aqu} de pie en el sper cautelandola e tricta circulacin de la moneda. Cajera}aseador yo, empaquetador, promotora, guardiade pasillo, custodio, encargado de la botillera.Resuenan las e tridente finales campanadas.Inclinado} curvado por las peticione, me abra-zo locamente a los e tante y celebro mi ao(nuevoL mi triunfo. Y mi ilencio.

    Terminan la campana y e de encadenaun impresionante haz de fuego artificial.

    24 hora.24 (hora J. Qu importa la inminencia del

    de pido. Hay que poner fin a e te captulo.

  • IIPURO CHILE(Santiago, 1970)

  • AHORA LOS VASO O IRVE PARA ADA

    1 ab 1 e vea cansada. Apena entr a laca a nos inform que su turno en el supermer-cado e haba extendido en dos hora . Dos ho-ras m d pie, no dijo, haban devastado suhumor. Nosotros nos apenamos. La acompaa-mos hasta u pieza. La guagua ya estaba dur-miendo. Isabel ni se percat. La ayudamos atend r e en u cama. La ob ervamo ha ta queempez a cerrar los ojo y, de inmediato, supi-mo que 1 abel iba a de pertar porque dorma aalto . Se levantaba a menudo en las noches,

    haca ruido inconveniente . Entraba al bao orecorra la casa in el menor igilo. Ya e habaconvertido en una in omne. Poco a poco. Elexce o de trabajo del ltimo ao la puso en e ee tado. "Ten a", nos dijo.

    E taba ten a. "Pero le va bien, le va bien",coment Gloria. No otro asentimo . Realmen-te le iba muy bien. Ahora promova tres pro-ducto : una licuadora compacta, un cepillo defibra y va os de vidrio reciclado. Tr productos.

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  • Tre empleos. Tres ueldo. Isabel tena tresempleo y tres sueldos. La queramos y ella loaba.

    Durmi mal, nos despert varia veces,tom una cantidad con iderable de agua en lanoche. Orin con estruendo. Nos levantamotemprano y la acompaamos hasta la oficinacentral del sper. La esperamos en la antesala.Sabamos que adentro uno de los supervisoresle estaba lamiendo el culo. E o nos dijo ella."Me lame el culo". Agreg que ella tambinera una lameculos porque dejaba que (ese viejoasqueroso), (lo dijo despacio), le pasara la len-gua por el trasero y afirm que francamente nole importaba. La tena sin cuidado. No le costa-ba nada ser una lameculos. "Todos ahora lo son"dijo. "Todos in excepcin". Gloria estuvo deacuerdo. Nosotros tambin dijimos que s. Opi-namo , sin reservas, que la nica manera deconseguirlo era lamiendo el culo. Gloria aa-di: "Claro, porque si no, vean no ms lo queme pas a m". Volvimos a asentir.

    I abel estaba realmente preocupada por lacada que experimentaba uno de sus productos,pareca afectada por la insignificancia de losvasos. Nos comunic que era posible que losretiraran de circulacin. N o funcionaban bien.Haban llegado al supermercado gracias a laimportacin de una gran liquidadora. Tenanimpreso un valor razonable. Eran incluso deco-

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  • rativos, pero e vean demasiado livianos. In-consistente. Prescindibles. Los tomamos ennuestras manos y verdaderamente haba algoen esos vasos que no resultaba decisivo. Esopreocup a Gloria. Se puso muy ansiosa y glo-tona. No vimos en la obligacin de frenarla enseco. Tuvimo que castigarla. No poda comerms de lo necesario. Isabel iba a arreglar el pro-blema. Siempre lo haca.

    Isabel era una promotora excelente. Si noresultaban los vasos pues muy pronto encon-trara otro producto. Eso le dijo Enrique. Ella seenoj. Nos quedamos callado. Isabel nunca seenojaba as. Ya era medioda cuando sali de laoficina del supervisor. Nos inform que le ibana dar un nuevo punto en otro supermercado.

    "Ahora e van a multiplicar los viajes",pensamos. Ms gastos. 1 abel iba a ganar me-nos. Enrique no dijo nada. Gloria llor levemen-te. Nosotro la consolamo y repartimos lanueva listas que nos haban proporcionado enla Municipalidad. Se trataba de bol as de traba-jo para vendedores puerta a puerta. Los produc-to consistan en diversos tipo de jabone quepretenda industrializar una fbrica de la zona.

    Enrique se ri. Asegur que el negocio delos jabone no iba a resultar. Dijo que era unamaniobra para encubrir la situacin. "Jabones",repiti. "Culiados mentirosos. La gente ahorausa puro detergente. Qu mquina culiada va

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  • a lavar la ropa con jabones?", aadi. Gloria lepidi que no hablara a de la Municipalidad,que por favor no. El le contest que hablabacomo quera. Isabel seal con una inusitadaconviccin que haba que evitar las pelea .Nosotros estuvimos completamente de acuer-do.

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  • GLORIA VA A DORMIR E LA PIEZA DEATR

    Gloria se qued en la casa. Sencillamenteno logr conservar ningn empleo. Fracas demanera irreversible. Aunque la apoyamos y laestimulamos, en realidad no serva como recep-cionista. Enrique le coment que no era su asun-to cunto ganaban o dejaban de ganar los de-m . Ella lo rebati. "Todo e igualmente im-portante", le cante t. De pus del despido,busc en lo aviso de los peridicos, e obliga innumerables antesalas. Compareci a no sa-bemos cuntas entrevistas. Llen cantidades desolicitudes, anex certificados, us fotografas.Adjunt carta de recomendacin. Se arreglbastante para cada cita. Se vi ti con u mejorropa.

    Finalmente re ult lo del upermercado.Pero slo re isti unos pocos da comodegustadora. El trabajo se lo consigui 1 abelmediante su contactos. Gloria, al cabo de ochodas exactos, no pudo. Ni iquiera cobr la

  • parte que le corresponda del salario. Era unatarea simple. Su obligacin consista en frerunas pequeas salchichas y ofrecerlas a la clien-tela que se desplazaba por los pasillos del s-per. "El olor es repugnante porque el aceite estpasado. Es un aceite de mierda", dijo. Ese daEnrique se puso notoriamente furioso. Noso-tros hicimos todo lo posible para calmarlo.

    Ella, entonces, decidi permanecer en lacasa. Se ocupara de limpiar, cocinar, ordenar,lavar, planchar, coser, comprar, realizar nues-tros trmites. No logramos oponernos. Fue ne-cesario efectuar un ordenamiento. Naturalmen-te Gloria deba dejar su cuarto y empezar a dor-mir en la minscula pieza del fondo. Eso for-maba parte del arreglo. Tena que dormir aleja-da de nosotros y dejarnos sus frazadas, sus s-banas, el cubrecama. Deba tambin permane-cer en nuestro bao la toalla, su tubo de pastade dientes, el jabn, su desodorante, la colonia.Su tijera.

    Empez a dormir atrs. (Pobremente). En-rique fue al centro y le compr un delantal queestaba muy rebajado en una liquidacin. Todospusimos una cuota para pagarlo. Ella exigi unaescoba nueva, detergente, cloro, paos de aseo,limpia vidrios. Tambin nos solicit un delan-tal ms. "Para cuando lave el que tengo pues-to", dijo. Confeccion una extensa lista. Pidiarroz, tallarines, salsa de tomates huevos az-, ,

  • car, caf, t, manzanas, harina, sal, alios, acei-te. Se volc a las verduras. Enrique le dijo queya estaba bueno. Que se dejara de joder. Agregque si egua molestndono con peticionestontas, la bamo a despedir. Isabel le comenta Enrique que haba sido demasiado descorts.Que finalmente no le pagbamos un peso a Glo-ria. "Tiene casa y comida gratis", cante t En-rique. "l Te parece poco?".

    Permanecimo en ilencio. Gloria e lim-pi nerviosamente la manos en el delantal ycamin arrastrando los pies hasta la cocina. Isa-bel se recluy en su pieza de la que ya no iba asalir hasta el da siguiente. Enrique e acomo-d en u illa y e dispu o a ob ervar un progra-ma en la televisin. Cerca de la medianoche,Gloria le llev una taza de t y le pregunt si sele ofreca algo ms porque se iba a acostar. En-rique ni siquiera le contest. Slo le hizo ungesto altanero con la mano y continu ab ortomirando fijamente la tele. Emitan un e pecialde conversacin. Hablaban de las parejas, de lohijos, de poltica, de religin, contaban chiste.Una muchacha cant una cancin que cono-camo bastante. Justo en el momento en queuno d lo invitados llor, Enrique se pa lamano por lo ojos. Estaba cansado.

    Despus de un tiempo, empezaron las ca-rreras nocturnas a la pieza de Gloria. S multi-plicaban los ruidos que conmocionaban 1

    s

  • pasillo. Gloria se dejaba hacer sin el menor en-tusiasmo. Dijo que normalmente pensaba enotras cosas, enfatiz que, en esos momentos,se le vena a la cabeza la enorme cantidad decosas que tena que resolver. "Cuando se memontan encima pienso en lo que voy a hacer decomer maana". "O recuerdo que se est ter-minando la margarina y ruego que no se meolvide pedirles la plata para comprar otro pa-quete".

    Exiga que le retiraran las botellas de cerve-za del velador de su pieza porque le molestaba elolor. Hasta que un da, Isabel dijo que estabaharta de esas costumbres oprobiosas. Nosotrosasentimos. Gloria impidi que recayera la culpasobre la cabeza de nadie y dej la puerta abiertapara que no rechinara cuando entrbamos.

    Nos gustaba el orden de Gloria. Todo esta-ba reluciente, las camas estiradas, el piso impe-cable, cocinaba de manera econmica. Tenabuenos modales, nunca nos robaba un peso. S.Ella era honrada y era limpia. Caminaba cua-dras para encontrar las ltimas ofertas del da.Tenamos tan poco dinero y ella realizaba ver-daderos milagros con la plata. Queramos a Glo-ria. Pero ella se aprovechaba del afecto que leprofesbamos. Nos irritaba. Deca que ramosunos fracasados. Que no tenamos dnde caer-nos muertos. Que ramos cochinos. Que se ibaa buscar una casa decente. En cuanto pudiera.

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  • ALBERTO QUERA FORMAR UN SINDICATO

    Enrique descubri que Alberto tena malascostumbres. Nos advirti, de inmediato, quedebamos tomar una decisin. No supimos qudecir cuando nos enteramos. Era tan peligroso.Una situacin ms que difcil. Alberto ordena-ba las verduras en el sper. Cuando le conta-mos a Gloria lo que estaba ocurriendo, se pusofuera de s. Dijo que siempre haba desconfiadode Alberto y que ahora poda afirmar, sin elmenor asomo de duda, que varias veces habaencontrado papeles que aludan a ese asunto.Agreg, tambin, que los papeles estaban deba-jo del colchn de Alberto o entre sus ropas o enla maleta e incluso en los bolsillos de sus pan-talones. Pero nos seal que ella pensaba quese trataba de un pasatiempo o de una coleccinque Alberto estaba iniciando. "Ustedes saben",nos dijo, "la gente colecciona cualquier cosa".Dijo, adems, que era un maricn. Agreg quese haba aprovechado de nosotros y que noshaba engaado.

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  • Enrique opin que haba que esperar, quedebamos ser extremadamente cautelosos. In-sisti en que ninguno de nosotros tena quedarse por aludido ante la noticia. Indic que lonico que podamos hacer era empujar a Alber-to hasta que abandonara la casa por su propiainiciativa. Nos dijo que tenamos que conse-guir que saliera de nuestras vidas sin la menorcomplicacin. "Este culiado piojoso que ape-nas paga la parte de sus cuentas y nos quieremeter en este tremendo forro", dijo Enrique.

    Isabel se enter en la noche. Se abalanz amirar a la guagua que, por fortuna, ya estabadormida en la cama y, despus, se reuni connosotros. Se lo contamos. Le dijimos que Al-berto participaba en asociaciones secretas paraorganizar un sindicato en el supermercado. Isa-bel se puso plida y en su rostro se instal lahuella de una tristeza infinita. Se retorci lasmanos. Dijo que cmo Alberto poda ser tanmierda, tan chucha de su madre. Nosotros lolamentamos mucho por Isabel. Ella respetabay quera a Alberto. Algunas veces lo invitaba atomar una taza de caf en su pieza y se rean delo lindo. No nos dejaban dormir con las risota-das. Afortunadamente la guagua tena el sueopesado porque cuando lloraba el ambiente sevolva insufrible. Una noche pas eso. Ellos serean y la guagua lloraba. Tuvimos que pegarlepalos a las paredes para que se callaran. Incluso

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  • a Gloria, que estaba al fondo, tambin la ha-ban despertado los ruidos. Eso no dijo en lamaana. "No me dejaron dormir y con lamontonera de cosas que tengo que hacer".

    "Este saco de huevas quiere que perdamosel trabajo", dijo Enrique. "Culiado envidioso",aadi Gloria. No otros asentimo . En la su-cursal ms importante acababan de borrar delas nminas a un grupo de pendenciero queconspiraban para poner en marcha un indica-too Con el fin de precaver la posibilidad de queel movimiento fuera mayor, se haban deshe-cho de todo el personal que ocasionalmente al-morzaba unido. En realidad haban despedidoal turno completo. Por eso nosotro no tena-mos contrato. Para que jams se formara un in-dicato. "Y se haca el huevn esta mierda. Sihubiera andado en la buena, debera habemohablado del sindicato. No lo hizo por una ra-zn muy simple: quera cagamos", dijo Isabel.Nosotros, desde lo ms profundo de nuestroscorazones, pensamos que ella tena toda la ra-zn.

    Dejamo d almorzar con Alberto. Cont-bamos con una hora de de can o. Comamoslos panes que Gloria nos preparaba, entadon las orillas de lo jardine que rodeaban el

    supermercado. De vez en cuando, Isabel nosconvidaba un refresco, generalmente una Coca.La Coca acompaaba nu stro pan con queso.

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  • No nos sentamos cmodos porque el queso senos meta entre los dientes y, despus, a lo lar-go de la tarde, nos escarbbamos la boca conlas uas. Yeso se vea feo. Alberto entendique estaba aislado porque cuando lo divisba-mos, nos alejbamos de manera indesmentible.Empez a comer solo. Pareca triste. Estabaenojado con nosotros.

    Gloria fue quien tom la iniciativa. Ni si-quiera nos consult. Se visti con esmero. Sepuso su mini elstica, unas medias de algodn,el pauelo semitrasparente al cuello, unos arosalargados, sus botas, el chaleco de lana. Se pin-t los labios de un color bastante rojo. Se espar-ci colonia detrs de las orejas. Luca muy bien.Casi bonita. Fue al supermercado y le conttodo al supervisor. El supervisor era uno de losjefes que se encerraba con el culo de Isabel ensu oficina. Gloria le dijo que Alberto quera for-mar un sindicato. El supervisor la conocasomeramente. La escuch con una expresinde espanto en su rostro. Si se descubra lo delsindicato a l lo iban a eliminar antes que anadie. A Alberto lo despidieron esa mismamaana. Ni siquiera lo hicieron completar unsolo documento porque el papel de despido lotenamos que firmar cuando nos contrataban.Cada treinta das firmbamos los papeles. S.Cada treinta das tenamos que estampar unafirma. Despus de eso, Alberto ya tena las ho-

  • ras contadas en la casa. Nosotro no permita-mo ce antes. Ni enfermos.

    Gloria no dijo que no iba a aportar que ela montara nunca m . Asegur que i Albertotena tanta gana I pue que se fuera y culiara asu mam.

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  • A ENRIQUE CASI LE DIO UN ATAQUE

    Enrique qued sin respiracin cuando losupo. Se puso ligeramente amoratado de furia.Nosotros pensamos que le iba a dar un ataque.Apenas regresamos del sper, Gloria nos comu-nic que se haban llevado la tele y el equipo demsica. "Conchas de su madre", dijo Enrique.Nosotros lo lamentamos en el alma. Sabamoslo feliz que se senta con su equipo y con su tele.

    Enrique era tan generoso con nosotros. Nosdejaba mirar los programas en su tele, poda-mos escuchar nuestros compact en su equipo ycuando, ocasionalmente, hacamos alguna fies-ta, permita que bailramos. O, si la fiesta sepona aburrida, nos impulsaba a mirar tele paraque no se retiraran antes de tiempo los invita-dos. Enrique no bailaba demasiado. No le gus-taba. Permaneca lejano y pensativo. Era unapersona extraordinariamente pensativa. Noso-tros sabamos en qu pensaba y por eso lo dej-bamos tranquilo. Resultaba reconfortante, des-pus de todo, que Enrique nos quisiera tanto.

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  • Nos quera a todos, aunque algunas veces seenojaba con nosotros. Sin embargo, se tratabade una rabia superficial que se le pasaba de unda para otro. Eso era lo ms extraordinario desu carcter. No tena una gota de rencor.

    Pero ahora no estaba enojado. Pareca pro-fundamen e triste. Nosotros sabamos, desdehaca un tiempo, que le iban a requisar el equi-po y la tele. No haba pagado las cuotas. Noconsigui pagarlas porque en el sper nos ha-ban bajado brutalmente los sueldos. Estabancontratando a ms gente y el trabajo disminuay disminua. (Ahora ya no contbamos