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Primer día Alcázar de San Juan

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Alcázar de San Juan

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Primer díaAlcázar de San Juan

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Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

La RutaLCÁZAR DE SAN JUAN: Esta ciudad de casi treinta mil habitan-tes, situada en pleno centro de la región y en el “corazón de laMancha” será nuestra sede durante toda la ruta.

En sus cercanías hay restos de la Edad del Bronce, como la motilla dePedro Alonso, pero parece que su origen se remonta a los celtíberos, quela llamaron Alces. De época romana se han hallado numerosos vestigiosalrededor y en la propia iglesia de Santa María, entre ellos estupendosmosaicos que se conservan en el Museo Municipal. En esta época, lalocalidad se llamaba Alca y era una de las etapas del itinerario entre Mériday Zaragoza.

Fueron los árabes quienes le dieron su actual denominación (Alcázar:castillo, fortaleza), aunque su importancia durante el dominio musulmánno debió ser mucha puesto que, cuando la Orden de San Juan la adquirió,sus habitantes eran escasos y pasó a depender de Consuegra hasta queel rey Sancho IV el Bravo le concedió el título de villa en 1292.

En los siglos posteriores su población fue creciendo sobre la base dela agricultura, la explotación del salitre para la fabricación de pólvora y lasede del gran priorato de la orden de San Juan; pero el despeguepoblacional y económico de Alcázar se produjo a partir de 1854.

Actualmente es una ciudad en pleno auge tras haber superado la crisisde reestructuración ferroviaria, con evidente proceso de industrialización,relanzamiento como centro de comunicaciones y consolidación como ca-becera de una amplia comarca a la que provee de servicios de todo tipo.Tiene también una intensa vida cultural y un incipiente turismo relaciona-do con el medioambiente.

Su casco antiguo se organiza en torno a la plaza de Santa María y eltorreón del gran prior. La iglesia de Santa María es muy antigua; existía yaen 1226, año en que fue convertida en parroquia, con orígenes románicoso incluso, se aventura, visigodos. Tiene tres naves, la central con bóvedade cañón y las laterales de arista. El camarín de la Virgen es barroco,decorado con azulejos de Talavera. En su interior pueden apreciarse res-tos romanos que han salido a la luz con motivo de recientes excavaciones.Conserva también una curiosa partida de nacimiento de Miguel deCervantes.

MOTILLA: En la Mancha se l laman“motillas” a unos cerrillos cónicos, aisla-dos, de origen artificial: restos de antiguospoblados for tificados de la Edad del Bron-ce. Estos poblados albergarían a gentesdedicadas a la agricultura que sostendríanunas relaciones más o menos difíciles conotras dedicadas a la ganadería que ocu-paban los llamados “poblados en altura”.Se conservan muchas motillas, unasexcavadas (como la del Azuer), otras sinexcavar (como la de Los Palacios o estade Alcázar). Un poblado en alturaexcavado es el de La Encantada, entreAlmagro y Granátula.

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ÓRDENES MILITARES: Las Órdenes Mili-tares fueron corporaciones religioso-mili-tares nacidas en la Edad Media para lu-char contra los musulmanes, dentro delespíritu de las cruzadas. Las órdenes mi-litares españolas más importantes fueronlas de Santiago, Calatrava, Alcántara yMontesa; pero en España se establecie-ron también órdenes de origen exteriorcomo los templarios o la Orden Hospita-laria de San Juan de Jerusalén, llamada apartir del siglo XVI orden de Malta por ha-berse asentado en esta isla mediterráneaque les cedió Carlos V. Su símbolo (la cruzde Malta) es bien conocido y se encuen-tra en muchos edificios y en el escudo deAlcázar.

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MIGUEL DE CERVANTES: En la parro-quia de Santa María de Alcázar se con-serva la par tida de bautismo de un Mi-guel de Cervantes Saavedra, nacido en1558, con una anotación posterior quelo señala como autor del Quijote. Mu-chos alcazareños han estado convenci-

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Junto a la iglesia se halla el torreón del Gran Prior, único resto conser-vado del palacio de los priores de la orden de San Juan. Es una torre dedos cuerpos rematada por almenas, aunque en su interior alberga tresplantas. Los vanos del cuerpo superior son góticos; los del primer cuerpo,apenas aspilleras que le dan un recio aire de fortaleza. Se fue construyen-do entre los siglos XIII y XVII. Recibe también el nombre de torreón de donJuan de Austria.

A finales del siglo XVI se construyó la iglesia de Santa Quiteria, segúntrazado de Juan de Herrera. Tiene una sola nave con capillas laterales yestá decorada con pinturas murales. Fue declarada monumento en 1988.

La iglesia de San Francisco forma parte del convento de frailes francis-canos, que aún viven en la ciudad. Es gótica, de una sola nave con bóve-da de crucería. Es muy interesante el arco escarzano que sujeta el coro.

Cerca del convento de los franciscanos está el antiguo convento deSanta Clara, convertido en el hotel donde nos alojamos. Destacan en él lafachada principal y el patio.

En 1725 se inauguró la iglesia de la Trinidad, típica iglesia trinitaria,con su gran portada barroca y decoración interior rococó.

Otros monumentos interesantes son los relacionados con el ferrocarrily el desarrollo económico del siglo XIX: Ayuntamiento (antiguo casino),estación del ferrocarril, diversas bodegas...

Fuera del casco urbano merecen destacarse los molinos que se con-servan en un cerro al sur de la ciudad, la motilla ya citada, y un pueblo decolonización (Cinco Casas) creado durante el franquismo, cuya estructuraurbana tiene bastante interés.

Y, para que podamos apreciar los cambios que la ciudad que nos aco-ge ha experimentado en un siglo, he aquí como la vio Azorín en el TercerCentenario del Quijote:

“Quiero echar la llave, en la capital geográfica de la Mancha, a mis correrías.¿Habrá otro pueblo, aparte este, más castizo, más manchego, más típico, dondemás íntimamente se comprenda y se sienta la alucinación de estas campiñas ra-sas, el vivir doloroso y resignado de estos buenos labriegos, la monotonía y ladesesperación de las horas que pasan y pasan lentas, eternas, en un ambiente detristeza, de soledad y de inacción? Las calles son anchas, espaciosas, desmesu-radas, las casas son bajas, de un color grisáceo, terroso, cárdeno; mientras escri-bo estas líneas, el cielo está anubarrado, plomizo; sopla, ruge, brama un vendavalfurioso, helado; por las anchas vías desiertas vuelan impetuosas polvaredas; oigoque unas campanas tocan con toques desgarrados, plañideros, a lo lejos; apenas

dos (y algunos aún lo están) de que éstees nuestro Cervantes, aunque tuvieraque combatir en Lepanto con trece años(¡!). Sin embargo, el Cervantes de Alcaláera hijo de Leonor de Cor tinas: ¿Por quéno se l lamó, entonces, Miguel deCervantes Cor tinas?

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DON JUAN DE AUSTRIA Y DON JUANJOSÉ DE AUSTRIA: No hay que confundira don Juan de Austria, hijo bastardo deCarlos V y hermano de Felipe II, que man-dó la escuadra cristiana en la batalla deLepanto, con don Juan José de Austria,hijo bastardo de Felipe IV y hermano deCarlos II, que fue Gran Prior de la Ordende San Juan, gobernó España duranteunos años en nombre de su hermano ymurió también muy joven a finales del si-glo XVII, más o menos un siglo despuésque don Juan de Austria. Don Juan José,hizo en la comarca de Alcázar algunasobras importantes, como el famoso ca-nal del Gran Prior.

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EL FERROCARRIL: La relación de Alcázarcon el ferrocarril es tan estrecha que, paramuchos españoles, Alcázar es poco másque una estación del tren. Desde media-dos del siglo XIX, es un importante nudoferroviario donde se bifurcan las vías que,par tiendo de Madrid, van a Andalucía y aLevante. Esta condición de nudo ferrovia-rio se mantendrá en el futuro cuando seconstruya el tren de alta velocidad deMadrid a Andalucía Oriental.

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si de tarde en tarde transcurre por las calles un labriego enfundado en su trajepardo, o una mujer vestida de negro, con ropas a la cabeza, asomando entre lospliegues su cara lívida; los chapiteles plomizos y los muros rojos de una iglesiavetusta cierran el fondo de una plaza ancha, desierta... Y marcháis, marcháis,contra el viento, azotados por las nubes de polvo por la ancha vía interminable,hasta llegar a un casino anchuroso. Entonces, si es por la mañana, penetráis enunos salones solitarios, con piso de madera, en que vuestros pasos retumban. Noencontráis a nadie; tocáis y volvéis a tocar en vano todos los timbres; las estufasreposan apagadas; el frío va ganando vuestros miembros. Y entonces volvéis asalir; volvéis a caminar por la inmensa vía desierta, azotado por el viento, cegadopor el polvo; volvéis a entrar en la fonda –donde tampoco hay lumbre-; tornáis aentrar en vuestro cuarto, os sentáis, os entristecéis, sentís sobre vuestros crá-neos, pesando formidables, todo el tedio, toda la soledad, todo el silencio, toda laangustia de la campiña y del poblado”.

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LOS TEXTOSCAPÍTULO I (I)

Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo donQuijote de la Mancha

n un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, noha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más

vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sába-dos, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, con-sumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte,calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los díasde entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casauna ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a losveinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomabala podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Erade complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador yamigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o«Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste casoescriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba«Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narra-ción dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estabaocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías,con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de lacaza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad ydesatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura paracomprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuan-tos pudo haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bien como losque compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa yaquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando lle-gaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas par-tes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal

“CONTEXTOS”

“Don Quijote es un típico hidalgo de pue-blo. En la España de los Austrias, la jerar-quía nobiliaria iba de los grandes de Es-paña y los títulos a los ricos caballeros ylos simples hidalgos, cuyos privilegios sereducían a estar exentos de la mayoría delos impuestos y cargas como alojar y avi-tuallar a las tropas de paso. La nobleza dedon Quijote (...) tiene el respaldo impres-cindible de unas heredades modestas ycada vez más mermadas (...) que le per-miten vivir sin lujos ni demasiadas estre-checes. (...)Los hidalgos de pocos posibles, y en par-ticular los hidalgos rurales, se abrieron aveces camino enrolándose en los nuevosejércitos, pasando a las Indias o cursan-do estudios en la universidad, pero más amenudo se quedaron sin otra ocupaciónque ingeniárselas para subsistir sin decaerde clase (...). En cualquier caso, altos obajos, todos los nobles sentían la nostal-gia de las glorias guerreras y los esplen-dores caballerescos del otoño de la EdadMedia, la Edad de Oro de sus mayores(...). Los libros de caballerías contabanentre sus lecturas preferidas porque ali-mentaban esa nostalgia”. Francisco Ricoy Joaquín Forradellas, en el volumen com-plementario a la edición del Quijote dirigi-da por Francisco Rico. Instituto Cervantesy Editorial Crítica, Barcelona, 1998.

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manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestrafermosura». Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divini-dad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora delmerecimiento que merece la vuestra grandeza...»

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábasepor entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni lasentendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello. No estabamuy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque seimaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaríade tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero,con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa deaquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar lapluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin dudaalguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuospensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia conel cura de su lugar —que era hombre docto, graduado en Cigüenza—sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadísde Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía queninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía com-parar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muyacomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, nitan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban lasnoches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, delpoco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino aperder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros,así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, re-quiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de talmodo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellassoñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más ciertaen el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero,pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que desolo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes.Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muertoa Roldán, el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando aho-gó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien delgigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que to-

“Así pues, de buenas a primeras, noshallamos en una anónima aldea de laMancha, lugar de vivir monótono y apa-cible, donde jamás ocurre nada extraor-dinario. En ella habita, como en todaslas aldeas castellanas, un hidalgo demediana condición, sólo ocupado encazar y en administrar sus bienes, elcual “los ratos que estaba ocioso –queeran los más del año- se daba a leer li-bros de caballerías”. Para adquirirloshabía malvendido algunas de sus tierras,y, sumido en la lectura, llegó a olvidar-se de la caza e incluso de la administra-ción de su hacienda, de suer te que “sele pasaban las noches leyendo de claroen claro, y los días de turbio en turbio;y así, del poco dormir y del mucho leerse le secó el cerebro, de manera quevino a perder el juicio.

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dos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero,sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veíasalir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquelídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, pordar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a susobrina de añadidura.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamien-to que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y nece-sario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su repúbli-ca, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas ycaballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él habíaleído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo génerode agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, co-brase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valorde su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda; y así, con estos tanagradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, sedio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue lim-piar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín yllenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en unrincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían unagran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas aesto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celadaque, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Esverdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchilla-da, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un puntodeshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal lafacilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, latornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, detal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nuevaexperiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y mástachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit», le parecióque ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban.Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque —según se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de caballero tanfamoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí procu-raba acomodársele, de manera que declarase quién había sido antes que

La locura lleva a este caballero manche-go a dos conclusiones falsas:a) Que todo cuanto había leído en aque-llos fabulosos y disparatados libros de ca-ballerías era verdad histórica y fiel narra-ción de hechos que en realidad ocurrie-ron y de hazañas que llevaron a términoauténticos caballeros en tiempo antiguo.b) Que en su época (principios del sigloXVII) era posible resucitar la vida caballe-resca de antaño y la fabulosa de los librosde caballerías en defensa de los idealesmedievales de justicia y equidad.Y como consecuencia de estas dos con-clusiones, el hidalgo manchego decideconvertirse en caballero andante y salir porel mundo en busca de aventuras.Fijémonos bien en que la locura de donQuijote no es consecuencia de ningún des-engaño ni de ningún desdén amoroso, nipuede tener su punto de arranque en nin-gún lance de armas ni de amor, ya que elhidalgo vivía tranquilo y sosegado en sulugar de la Mancha. (...)Lo esencial de lalocura de don Quijote es que nace en loslibros, frente a la letra impresa. Se tratade una enfermedad mental producida porla literatura, concretamente por un géneroliterario: los libros de caballerías”. RIQUER,MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acantila-do, Barcelona, 2003.

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“La duda sobre el nombre original de donQuijote –Quijada, Quesada o, una “conje-tura verosímil”, Quejana- se hace explíci-ta en el primer capítulo. Si lo inferimos desu elección de “Quijote”, parecería con-firmarse, “Quijada”, pero el vecino que lolleva a casa después de la primera salidase dirige a él como “señor Quijana”. Porotra parte, el caballero informa al canóni-go de Toledo que desciende directamentedel célebre Gutierre Quijada. Cuando porfin recupera su sano juicio, se llama a símismo “Alonso Quijano”. Obsérvese quenunca antes había sido individuado hastael extremo de necesitar un nombre de pila.

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fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puestoen razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y lecobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevoejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó,borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imagina-ción, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoroy significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahoraera, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mis-mo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar«don Quijote»; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autoresdesta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar «Quijada», yno «Quesada», como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valero-so Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas,sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y sellamó «Amadís de Gaula», así quiso, como buen caballero, añadir al suyoel nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a suparecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar elsobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombrea su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no lefaltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque elcaballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sinalma. Decíase él:

—Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentropor ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballerosandantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o,finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presen-tado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga convoz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señorde la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás comose debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó queme presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza dispon-ga de mí a su talante»?

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho estediscurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a

Evidentemente, esta confusión es delibe-rada. Hasta cierto punto, parodia las in-certidumbres de la investigación históri-ca: los supuestos historiadores de la vidade don Quijote ni siquiera pueden llegar asaber su verdadero nombre. Hasta ciertopunto también, refleja las vacilacionesonomásticas existentes en la época. Peroante todo, aunque pocos hispanistas lo ha-yan señalado así, esta confusión respon-de a la naturaleza indeterminada del per-sonaje de don Quijote antes de que sevolviera loco y se convirtiera, justamente,en don Quijote: responde a su falta casitotal de “prehistoria”. RILEY, EDWARD C., Larara invención. Estudios sobre Cervantesy la posteridad literaria, Crítica, Barcelo-na, 2001.

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“Don Alonso Quijano, el Bueno, está sen-tado ante una recia y oscura mesa de no-gal; sus codos puntiagudos, huesudos seapoyan con energía sobre el duro tablero;sus miradas ávidas se clavan en los blan-cos folios, llenos de letras pequeñitas, deun inmenso volumen. Y, de cuando encuando, el busto amojamado de donAlonso se yergue; suspira hondamente elcaballero; se remueve nervioso y afanosoen el ancho asiento. Y sus miradas, de lasblancas hojas del libro pasan, súbitas yllameantes, a la vieja y mohosa espadaque pende en la pared. Estamos, lector,en Argamasilla de Alba, y en 1570, en1572 o en 1575. ¿Cómo es esta ciudad,hoy ilustre en la historia literaria españo-la? ¿Quién habita en sus casas? ¿Cómose llaman estos nobles hidalgos que arras-tran sus tizonas por sus calles claras ylargas? ¿Y por qué este buen Alonso, queahora hemos visto suspirando de anhelosinefables sobre sus libros malhadados, havenido a este trance? ¿Qué hay en el am-biente de este pueblo que haya hecho po-sible el nacimiento y desarrollo, precisa-mente aquí, de esta extraña, amada y do-lorosa figura? ¿De qué suerte Argamasillade Alba, y no otra cualquiera villa man-

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lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradorade muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aun-que, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello. LlamábaseAldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora desus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho delsuyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino allamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso: nom-bre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos losdemás que a él y a sus cosas había puesto.

chega, ha podido ser la cuna del más ilus-tre, del más grande de los caballerosandantes?” AZORÍN, La ruta de don Quijo-te, Cátedra, Madrid, 1984.

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CAPÍTULO II (I)

Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingeniosodon Quijote

echas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo aponer en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que élpensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios

que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar yabusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a personaalguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día,que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas,subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adar-ga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, congrandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado prin-cipio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó unpensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada em-presa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que,conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningúncaballero, y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novelcaballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase.Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo mássu locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero delprimero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, segúnél había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas,pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que unarminio; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro queaquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza delas aventuras.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando con-sigo mesmo y diciendo:

—¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz laverdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere

“CONTEXTOS”

“¿No os recuerda esta salida la de aquelotro caballero, de la Milicia de Cristo, Íñigode Loyola, que después de haber procu-rado en sus mocedades “de aventajarsesobre todos sus iguales de alcanzar famade hombre valeroso, y honra y gloria mili-tar”, y aun en los comienzos de su con-versión, cuando se disponía a ir a Italia,siendo “muy atormentado de la tentaciónde la vanagloria”, y habiendo sido, antesde convertirse, “muy curioso y amigo deleer libros profanos de caballerías”, cuan-do después de herido en Pamplona leyóla vida de Cristo, y las de los Santos, co-menzó a “trocársele el corazón y a quererimitar y obrar lo que leía”? Y así, una ma-ñana, sin hacer caso de los consejos desus hermanos, “púsose en camino acom-pañado de dos criados” y emprendió suvida de aventuras en Cristo, poniendo enun principio “todo su cuidado y conato enhacer cosas grandes y muy dificultosas...y esto no por otra razón sino porque losSantos que él había tomado por su de-chado y ejemplo habían echado por estecamino”. Así nos lo cuenta el P. Pedro deRivadeneyra en los capítulos I, III, y X dellibro I de su Vida del bienaventurado pa-dre Ignacio de Loyola, obra que apareció

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no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana,desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de laancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, yapenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habíansaludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que,dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones delmanchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballe-ro don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre sufamoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocidocampo de Montiel».

Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo:

—Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosashazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles ypintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador,quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrinahistoria! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eter-no mío en todos mis caminos y carreras.

Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:

—¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agraviome habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afinca-miento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora,de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestroamor padece.

Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que suslibros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto,caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, quefuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera.

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, delo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego con quien hacer expe-riencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primeraaventura que le avino fue la del Puerto Lápice otros dicen que la de losmolinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo quehe hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aqueldía, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de ham-bre, y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o

en romance castellano en 1583 y era unade las que figuraban en la librería de donQuijote, que la leyó, y una de las que en elescrutinio que de tal librería hicieron elcura y el barbero, fue indebidamente alcorral, por no haber ellos reparado en ella,que de haberla descubier to habríanla res-petado y puesto sobre su cabeza. Y deque no reparó en ella es buena prueba queCervantes no la cita.” UNAMUNO, MIGUEL DE,Vida de don Quijote y Sancho, EspasaCalpe, Buenos Aires, 1952.

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alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar sumucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, unaventa, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a losalcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar y llegó aella a tiempo que anochecía.

Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman delpartido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aque-lla noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todocuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modode lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era uncastillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarlesu puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes quesemejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta que a él leparecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante,esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal conalguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vio quese tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, sellegó a la puerta de la venta y vio a las dos destraídas mozas que allíestaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosasdamas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. Enesto sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos ras-trojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman) tocó uncuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó adon Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de suvenida; y, así, con estraño contento llegó a la venta y a las damas, lascuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y conlanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero donQuijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de pape-lón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y vozreposada les dijo:

—Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, ca ala orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuantomás a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.

Mirábanle las mozas y andaban con los ojos buscándole el rostro, que lamala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tanfuera de su profesión, no pudieron tener la risa y fue de manera que donQuijote vino a correrse y a decirles:

“El lector moderno debe ir con muchocuidado cuando en el Quijote encuentrepasajes como esta descripción del ama-necer, que a más de uno ha engañado.Las líneas que acabamos de ver hansido puestas como “modelo de prosa”,y no ha faltado quien las admirara comotal. El error es gravísimo y Cervantes sereiría de buena gana si pudiera ver quehay quien se toma en serio este pasaje,pues él lo escribió con el deliberado pro-pósito de burlarse de los libros de ca-ballerías y de parodiar su altisonanteestilo. La prueba está en el hecho deque en alguno de estos libros encontra-mos descripciones muy similares, peroescritas en serio (...) El lector del sigloXVII, que sabía que este era el estilopeculiar de algunos libros de caballerías,captaba al instante la intención paródicade Cervantes en el pasaje “apenas ha-bía el rubicundo Apolo...”, que, fijémo-nos bien, está puesto en boca de donQuijote, quien, intoxicado por este esti-lo de prosa, lo juzga admirable, al pasoque Cervantes, al satirizarlo, lo conde-na rotundamente. Adver timos, además,que el Quijote es, en un principio, un li-bro propio para ser gustado por enten-didos en literatura, que sabrán captarbien las intenciones del autor.” RIQUER,MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acan-tilado, Barcelona, 2003.

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—Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risaque de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes nimostredes mal talante, que el mío non es de ál que de serviros.

El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caba-llero acrecentaba en ellas la risa, y en él el enojo, y pasara muy adelante sia aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, eramuy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armastan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo ennada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, enefeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarlecomedidamente y, así, le dijo:

—Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho,porque en esta venta no hay ninguno, todo lo demás se hallará en ella enmucha abundancia.

Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal lepareció a él el ventero y la venta, respondió:

—Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque «mis arreosson las armas, mi descanso el pelear», etc.

Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por ha-berle parecido de los sanos de Castilla, aunque él era andaluz, y de los de laplaya de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estu-diantado paje y, así, le respondió:

—Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dor-mir, siempre velar; y siendo así bien se puede apear, con seguridad de ha-llar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuan-to más en una noche.

Y diciendo esto fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó conmucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se habíadesayunado.

Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo,porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo. Miróle el vente-ro, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y,acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped manda-ba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconci-

“Su imitación de los héroes caballerescosaspira a ser tan completa que se transfor-ma en una tentativa de vivir la literatura.No se siente impulsado por una vaga es-pecie de emulación, ni su intención le lle-va solo a remedar los hábitos, modales eindumentaria de los caballeros andantes;no adapta simplemente los ideales caba-llerescos a otra causa, como san Ignaciode Loyola; ni siquiera está representandoun papel, en el sentido usual de la frase.Se empeña en que nada menos que la to-talidad de ese mundo fabuloso, compues-to de caballeros, princesas, encantadores,gigantes y todo lo demás, tenga que serpar te de su experiencia. Tan pronto comocree que él es realmente un caballero an-dante, y cree en su mundo de ficción, des-ciende desde la cumbre de la emulaciónidealista que los héroes le inspiran hastala locura. (...) El método más obvio y prac-ticable que don Quijote podía seguir paraimitar los libros de caballerías habría sidoservirse de un medio ar tístico reconoci-do: por ejemplo, haber escrito novelas élmismo. De hecho, en un primer momentose vio tentado a hacer esto. Muchas ve-ces se sintió impulsado a completar lanovela inacabada de Don Belianís de Gre-cia, y la habría completado sin duda, y a

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liado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar,jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahe-cha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cor-tarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir enninguna manera y, así, se quedó toda aquella noche con la celada pues-ta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y aldesarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que ledesarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo,les dijo con mucho donaire:

—«Nunca fuera caballerode damas tan bien servidocomo fuera don Quijotecuando de su aldea vino:doncellas curaban dél;princesas, del su rocino»,

o Rocinante, que este es el nombre, señoras mías, de mi caballo, ydon Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descu-brirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descu-brieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejode Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón;pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obe-dezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.

Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no res-pondían palabra; solo le preguntaron si quería comer alguna cosa.

—Cualquiera yantaría yo —respondió don Quijote—, porque, a loque entiendo, me haría mucho al caso.

A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la ventasino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y enAndalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela.Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no habíaotro pescado que dalle a comer.

—Como haya muchas truchuelas —respondió don Quijote—, po-drán servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho realesen sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser quefuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el

demás muy bien “si otros mayores y con-tinuos pensamientos no se lo estorbaran”(I, 1). Los libros ejercían en él una influen-cia demasiado grande pero se vio obliga-do a coger la espada en lugar de la plu-ma. Don Quijote es, a su manera, entreotras muchas cosas, un ar tista. El mediode que se sirve es la acción y, solo se-cundariamente, las palabras. Al dar vida aun libro tan conscientemente y al acutarcon vistas a que sus hazañas sea regis-tradas por un sabio encantador, se con-vierte, en cier to sentido en autor de supropia biografía. Incluso cuando ha aban-donado la idea de expresarse en la formaliteraria usual, conserva todavía muchasde las características del escritor. Llega-do el caso, compone versos. Imita el len-guaje arcaico de las novelas de caballe-rías. Al comienzo de su empresa se anti-cipa a su cronista relatando con sus pro-pias palabras la escena de su partida, enun lenguaje elevado y aparatoso que con-trasta sobremanera, irónicamente, con elestilo usado por el autor real”. RILEY, EDWARD

C., Teoría de la novela en Cervantes,Taurus, Madrid, 1966.

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“A partir de este momento, el lenguaje dedon Quijote, por lo común llano y corrien-te, se transforma por mor de su fantasíaen un estilo medievalizante y elevado, te-

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cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajoy peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.

Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole elhuésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tannegro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verlecomer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podíaponer nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, ansí,una de aquellas señoras servía deste menester. Mas al darle de beber, no fueposible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un caboen la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía enpaciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto,llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó susilbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar donQuijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música yque el abadejo eran truchas, el pan candeal y las rameras damas y el venterocastellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinacióny salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, porparecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebirla orden de caballería.

ñido de la habitual retórica caballeresca ytaraceado de otros estilos y tipos de dis-curso vigentes. Los viejos romances ca-ballerescos en concreto, coadyuvantestambién de su demencia, empiezan a sa-lirle al paso y en sus pláticas enhebra,contrahace y recrea algunos de los gas-tados versos romanceriles, consabidos yade vagar por la conversación y por la lite-ratura de la época. Su lenguaje idealizadoy l ibresco choca con el variado ydiversificado de la realidad circundante yde ese modo la novela se abre a un ricoplurilingüismo hasta entonces no ensaya-do en la ficción monológica de la época.Después de caminar todo el día sin acon-tecerle “cosa que de contar fuese” y conla facultad imaginativa potenciada por esesol que durante todo el día le ha recalen-tado los sesos, el manchego pasa de lapalabra a la acción y empieza a fabricarsus propias aventuras a par tir de la trans-figuración de una realidad intencionada-mente aplebeyada y envilecida. La tradi-cional venta, frecuentada por arrieros,rameras, pícaros y toda suerte de viaje-ros, lugar de encuentros y desencuentros,es el mejor escenario para ensayar estametamorfosis de la realidad que después,andando el relato, practicarán tambiénotros personajes. En su lesionada imagi-nación, la venta se transforma en el casti-llo caballeresco habitual, el ventero en elhospitalario “castellano” y las mozas delpartido en “hermosas doncellas”. Su con-trahecha figura y su arcaizante lenguajecaballeresco, apenas entendido omalinterpretado por sus interlocutores,introduce a los huéspedes en el anacróni-co mundo caballeresco del que tienen unavisión bien distinta a la del hidalgo, perola suficiente como para seguirle el juegoy participar activamente en la creación dela aventura.” M. Carmen Marín, en el vo-lumen complementario a la edición delQuijote dirigida por Francisco Rico. Insti-tuto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelo-na, 1998.

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CAPÍTULO III (I)

Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijoteen armarse caballero

, así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena;la cual acabada, llamó al ventero y, encerrándose con él en la caba-

lleriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole:

—No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta quela vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundaráen alabanza vuestra y en pro del género humano.

El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones,estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba conél que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él leotorgaba el don que le pedía.

—No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío—respondió don Quijote—, y así os digo que el don que os he pedido y devuestra liberalidad me ha sido otorgado es que mañana en aquel día mehabéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillovelaré las armas, y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tantodeseo, para poder como se debe ir por todas las cuatro partes del mundobuscando las aventuras, en pro de los menesterosos, como está a cargo de lacaballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a seme-jantes fazañas es inclinado.

El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algu-nos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuandoacabó de oírle semejantes razones y, por tener que reír aquella noche, deter-minó de seguirle el humor; y, así, le dijo que andaba muy acertado en lo quedeseaba y pedía y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballerostan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; yque él ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honro-so ejercicio, andando por diversas partes del mundo, buscando sus aventu-

“CONTEXTOS”

“Y aquella vela de armas, ¿no os recuer-da la del caballero andante de Cristo, lade Íñigo de Loyola? También Íñigo, la vís-pera de la navidad de 1522, veló sus ar-mas ante el altar de Nuestra Señora deMontserrate. Oigámoslo al P. Rivadeneira:“Como hubiese leído en sus libros de ca-ballerías que los caballeros noveles so-lían velar sus armas, por imitar él, comocaballero de Cristo, con espiritual repre-sentación aquel hecho caballeroso y ve-lar sus nuevas y al parecer pobres y fla-cas armas, mas en hecho de verdad muyricas y fuertes, que contra el enemigo denuestra naturaleza se había vestido, todaaquella noche, parte en pie, par te de rodi-llas, estuvo velando delante de la imagende Nuestra Señora, encomendándose detodo corazón a ella, llorando amargamen-te sus pecados y proponiendo la enmien-da de la vida para en adelante”. UNAMUNO,MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho,Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952.

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Y

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ras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Com-pás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla deGranada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo yotras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutilezade sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, des-haciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos y, finalmente,dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en todaEspaña; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo,donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos loscaballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, solo porla mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, enpago de su buen deseo.

Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna don-de poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nue-vo, pero que en caso de necesidad él sabía que se podían velar donde-quiera y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo, quea la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias demanera que él quedase armado caballero, y tan caballero, que no pudie-se ser más en el mundo.

Preguntóle si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca,porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes queninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba, que,puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a losautores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan necesa-ria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había decreer que no los trujeron, y, así, tuviese por cierto y averiguado que todoslos caballeros andantes, de que tantos libros están llenos y atestados, lleva-ban bien herradas las bolsas, por lo que pudiese sucederles, y que asimismollevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar lasheridas que recebían, porque no todas veces en los campos y desiertos don-de se combatían y salían heridos había quien los curase, si ya no era quetenían algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría, trayendopor el aire en alguna nube alguna doncella o enano con alguna redoma deagua de tal virtud, que en gustando alguna gota della luego al punto queda-ban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido; masque, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosaacertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas

“Hay en este episodio una evidente y diá-fana parodia de las solemnes fiestas quetanto abundan en los libros de caballeríasdonde el héroe es armado caballero contoda seriedad y con el más profundo fer-vor religioso. Pero hay aquí también la cla-ve de un decisivo equívoco en que se basael Quijote, pues pone bien de manifiestoque el protagonista de la novela jamás fuecaballero, aspecto que percibían los lec-tores del siglo XVII. (...) Ya hemos vistoque don Quijote recibió la caballería “porescarnio”, como demuestra hasta la sa-ciedad el episodio que comentamos, don-de el ventero que le dio el espaldarazo notenía “poderío de lo facer” y con sus bur-

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necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y cuando sucedíaque los tales caballeros no tenían escuderos —que eran pocas y rarasveces—, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles,que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que era otra cosade más importancia, porque, no siendo por ocasión semejante, esto dellevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y poresto le daba por consejo, pues aun se lo podía mandar como a su ahija-do, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sindineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se halla-ba con ellas, cuando menos se pensase.

Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba, con toda pun-tualidad; y, así, se dio luego orden como velase las armas en un corralgrande que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas don Quijote todas,las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba y, embrazando su adarga,asió de su lanza y con gentil continente, se comenzó a pasear delante de lapila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.

Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de suhuésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba.Admiráronse de tan estraño género de locura y fuéronselo a mirar desdelejos, y vieron que con sosegado ademán unas veces se paseaba; otras, arri-mado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buenespacio dellas. Acabó de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna,que podía competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novelcaballero hacía era bien visto de todos. Antojósele en esto a uno de losarrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menesterquitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viéndolellegar, en voz alta le dijo:

—¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a to-car las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada! Miralo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tuatrevimiento.

No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porquefuera curarse en salud), antes, trabando de las correas, las arrojó gran tre-cho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y, puesto elpensamiento —a lo que pareció— en su señora Dulcinea, dijo:

—Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro

las y farsa no hizo más que escarnecer“tan noble cosa como la caballería”. DonQuijote además quedaba excluido del ac-ceso a la caballería (...) ya que no “erahombre para ello” por estar loco y por serpobre. Y advier tase que en la segundaparte de la novela la sobrina del protago-nista dirá a éste: “¡Que sepa vuestra mer-ced tanto, señor tío que, si fuese menes-ter en una necesidad podría subir en unpúlpito e irse a predicar por esas calles, yque, con todo esto, dé en una ceguera tangrande y en una sandez tan conocida, quese dé a entender que es valiente, siendoviejo, que tiene fuerzas, estando enfermo,y que endereza tuertos, estando por lasalud agobiado, y, sobre todo, que es ca-ballero, no lo siendo, porque aunque lopuedan ser los hidalgos, no lo son los po-b r e s ! ” .Don Quijote no fue caballero por tres ra-zones: porque estaba loco, porque erapobre y porque una vez recibió por escar-nio la caballería. (...) La novela se basa,pues, en un error, producto de la locuradel protagonista, que, como buenmonomaniaco, es un hombre sensato,prudente y entendido en todo menos enlo que afecta a su desviación mental. DonQuijote, hombre bueno, inteligente, deagudo espíritu, de un atractivo sin límitesy admirable conversador, sólo denunciasu locura al creerse caballero y al amol-dar cuanto le rodea al ficticio y literariomundo de los libros de caballerías.” RIQUER,MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acantila-do, Barcelona, 2003.

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avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trancevuestro favor y amparo.

Y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzóla lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabe-za, que le derribó en el suelo tan maltrecho, que, si segundara con otro,no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió susarmas y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí apoco, sin saberse lo que había pasado —porque aún estaba aturdido elarriero—, llegó otro con la mesma intención de dar agua a sus mulos y,llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar donQuijote palabra y sin pedir favor a nadie soltó otra vez la adarga y alzóotra vez la lanza y, sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza delsegundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda lagente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote,embrazó su adarga y, puesta mano a su espada, dijo:

—¡Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazónmío! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivocaballero, que tamaña aventura está atendiendo.

Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, que si le acometieran todoslos arrieros del mundo, no volviera el pie atrás. Los compañeros de losheridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobredon Quijote, el cual lo mejor que podía se reparaba con su adarga y no seosaba apartar de la pila, por no desamparar las armas. El ventero daba vo-ces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que por locose libraría, aunque los matase a todos. También don Quijote las daba, ma-yores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo eraun follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se trata-sen los andantes caballeros; y que si él hubiera recebido la orden de caba-llería, que él le diera a entender su alevosía:

—Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad,llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis elpago que lleváis de vuestra sandez y demasía.

Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor enlos que le acometían; y así por esto como por las persuasiones del ventero,le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos y tornó a la vela de susarmas con la misma quietud y sosiego que primero.

“Los pormenores de la liturgia (de serarmado caballero), recogidos en los tex-tos legales, en los manuales al uso so-bre la caballería, y recreados hasta lasaciedad en la literatura caballeresca,eran conocidos entre las diferentes cla-ses sociales, como demuestran las no-ciones que sobre dicho rito tienen elventero y, de algún modo también, lasmozas del par tido ar tífices de la inicia-ción caballeresca del manchego. (...)Bajo un equívoco verbal el ventero sepresenta ante su ahi jado como unapicarado “cabal le ro andante,pergeñando una apresurada biografíacon las aventuras de juventud por lageografía picaresca de la España delmomento, biografía que no es sino unclaro contrafactum de las funciones tí-picamente caballerescas. Por primeravez pícaro y caballero, representantesde los dos géneros de ficción más re-presentativos de la época, se cruzan enel camino de la novela y del encuentrosurge, además de un contraste de ex-periencias y perspectivas, una potencialy dialéctica crítica de ambas formasnarrativas, la de la picaresca en concre-

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No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinóabreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgraciasucediese. Y, así, llegándose a él, se desculpó de la insolencia que aquellagente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna, pero que biencastigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le había dicho queen aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampocoera necesaria, que todo el toque de quedar armado caballero consistía en lapescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de laorden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya habíacumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horasde vela se cumplía, cuanto más que él había estado más de cuatro. Todo selo creyó don Quijote, que él estaba allí pronto para obedecerle y que con-cluyese con la mayor brevedad que pudiese, porque, si fuese otra vez aco-metido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en elcastillo, eceto aquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría.

Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro dondeasentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela quele traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde donQuijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual,como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la manoy diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, ungentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba.Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cuallo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester pocapara no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezasque ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle laespada dijo la buena señora:

—Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ven-tura en lides.

Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allíadelante a quién quedaba obligado por la merced recebida, porque pen-saba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de subrazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, yque era hija de un remendón natural de Toledo, que vivía a las tendillasde Sancho Bienaya, y que dondequiera que ella estuviese le serviría y letendría por señor. Don Quijote le replicó que, por su amor, le hiciesemerced que de allí adelante se pusiese don y se llamase «doña Tolosa».

to cumplidamente desarrollada despuésen el episodio de Ginés de Pasamonte(I,22). Desde la experiencia vivida, yaretirado del mundo y recogido cual ere-mita en la aislada venta, el pícaro jubi-lado instruye al caballero aspirante so-bre la realidad de la vida, casi siempresilenciada por obvia en los libros de ca-ballerías, adoctrinándolo en la necesi-dad de ir siempre bien provisto de dine-ro, camisas y, ante todo, escudero, pre-vención esta última que el neófito harárealidad en su segunda salida acompa-ñado de Sancho Panza (I, 7)”. M. Car-men Marín, en el volumen complemen-tario a la edición del Quijote dirigida porFrancisco Rico. Instituto Cervantes yEditorial Crítica, Barcelona, 1998.

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Ella se lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casiel mismo coloquio que con la de la espada. Preguntóle su nombre, ydijo que se llamaba la Molinera y que era hija de un honrado molinerode Antequera; a la cual también rogó don Quijote que se pusiese don yse llamase «doña Molinera», ofreciéndole nuevos servicios y mercedes.

Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremo-nias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando lasaventuras, y, ensillando luego a Rocinante, subió en él y, abrazando a suhuésped, le dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haber-le armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero,por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con másbreves palabras, respondió a las suyas y, sin pedirle la costa de la posa-da, le dejó ir a la buen hora.

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CAPÍTULO VI (I)

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en lalibrería de nuestro ingenioso hidalgo

l cual aún todavía dormía. Pidió las llaves a la sobrina del aposentodonde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muybuena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron

más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otrospequeños; y, así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con granpriesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:

—Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no estéaquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encan-ten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo.

Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero quele fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, puespodía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.

—No —dijo la sobrina—, no hay para qué perdonar a ninguno, porquetodos han sido los dañadores: mejor será arrojallos por las ventanas al patioy hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allíse hará la hoguera, y no ofenderá el humo.

Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte deaquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera lostítulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatrode Amadís de Gaula, y dijo el cura:

—Parece cosa de misterio esta, porque, según he oído decir, este librofue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demáshan tomado principio y origen deste; y, así, me parece que, como adogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin escusa alguna conde-nar al fuego.

—No, señor —dijo el barbero—, que también he oído decir que es el

CONTEXTOS”

“Una vez ha vuelto don Quijote, y mien-tras este duerme profundamente, el curay el barbero proceden a examinar los li-bros que llenaban librería o biblioteca delhidalgo. Se trata de un capítulo dedicadoexclusivamente a la crítica de novelas ylibros de poesía, que el cura va comen-tando y juzgando según, naturalmente, lasideas y gustos de Cervantes. La mayoríade los libros son quemados por el ama enel corral de la casa; pero algunos de ellosse salvan de la condena (el Amadís deGaula, el Palmerín de Inglaterra, Tirante elBlanco), así como cier tas novelaspastoriles. Entre estas aparece ”La Galateade Miguel de Cervantes” de quien dice elcura que hace años que es amigo suyo yque sabe “que es más versado en desdi-chas que en versos” (en lo que hay unevidente juego de palabras). Respecto aLa Galatea afirma el cura que es libro que“tiene algo de buena invención; proponealgo y no concluye nada”, pero que hayque esperar la publicación de la segundaparte para juzgarlo (como es sabido, lasegunda parte de La Galatea, varias ve-ces prometida por Cervantes, no llegó aaparecer nunca). Adviértase este curiosoaspecto del Quijote: la aparición en la no-vela del propio novelista, ahora como unescritor amigo del cura, uno de los perso-

E

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mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, comoa único en su arte, se debe perdonar.

—Así es verdad —dijo el cura—, y por esa razón se le otorga la vida porahora. Veamos esotro que está junto a él.

—Es —dijo el barbero— Las sergas de Esplandián, hijo legítimo deAmadís de Gaula.

—Pues en verdad —dijo el cura— que no le ha de valer al hijo la bon-dad del padre. Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, ydé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer.

Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fuevolando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.

—Adelante —dijo el cura.

—Este que viene —dijo el barbero— es Amadís de Grecia, y aun todoslos deste lado, a lo que creo, son del mesmo linaje de Amadís.

—Pues vayan todos al corral —dijo el cura—, que a trueco de quemar ala reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endia-bladas y revueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que meengendró, si anduviera en figura de caballero andante.

—De ese parecer soy yo —dijo el barbero.

—Y aun yo —añadió la sobrina.

—Pues así es —dijo el ama—, vengan, y al corral con ellos.

Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dio con ellospor la ventana abajo.

—¿Quién es ese tonel? —dijo el cura.

—Este es —respondió el barbero— Don Olivante de Laura.

—El autor de ese libro —dijo el cura— fue el mesmo que compuso aJardín de flores, y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libroses más verdadero o, por decir mejor, menos mentiroso; solo sé decir queeste irá al corral, por disparatado y arrogante.

—Este que se sigue es Florismarte de Hircania —dijo el barbero.

najes de la ficción; luego irrumpirá él mis-mo en la obra. Como sea que en este es-crutinio no figura ningún libro cuya pri-mera edición sea posterior a 1591, hayfundadas razones para creer queCervantes escribió este capítulo (lo queequivaldría a decir que comenzó el Quijo-te) aquel año o en los dos inmediatamen-te siguientes.Se ha supuesto que, tras el escrutinio yquema de los libros del hidalgo, se aca-baba una primera versión del Quijote, con-cebido como novela breve al estilo de lasNovelas ejemplares. En efecto, estos seisprimeros capítulos que constituyen la pri-mera salida del protagonista tienen unaevidente unidad por sí solos. Se trataríade una breve narración, muy similar al En-tremés de los romances, en la cual un hi-dalgo enloquecería leyendo libros de ca-ballerías, sería burlescamente armadocaballero, defendería a Andrés de las irasde Juan Haldudo y finalmente sería apa-leado por los mercaderes y recogido porPedro Alonso y vuelto a su aldea. La con-dena e incineración de los libros de caba-llerías, causantes del daño, cerrarían estanovelita. No obstante, todo esto no pasade ser una conjetura, y afor tunadamente,Cervantes siguió adelante”. RIQUER, MARTÍN

DE, Para leer a Cervantes, Acantilado, Bar-celona, 2003.

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—¿Ahí está el señor Florismarte? —replicó el cura—. Pues a fe que hade parar presto en el corral, a pesar de su estraño nacimiento y soñadasaventuras, que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Alcorral con él, y con esotro, señora ama.

—Que me place, señor mío —respondía ella; y con mucha alegría eje-cutaba lo que le era mandado.

—Este es El caballero Platir —dijo el barbero.

—Antiguo libro es ese —dijo el cura—, y no hallo en él cosa que me-rezca venia. Acompañe a los demás sin réplica.

Y así fue hecho. Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El caba-llero de la Cruz.

—Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar suignorancia; mas también se suele decir «tras la cruz está el diablo».Vaya al fuego.

Tomando el barbero otro libro, dijo:

—Este es Espejo de caballerías.

—Ya conozco a su merced —dijo el cura—. Ahí anda el señor Reinaldosde Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y losDoce Pares, con el verdadero historiador Turpín, y en verdad que estoy porcondenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen partede la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su telael cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla enotra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno, pero, si habla en suidioma, le pondré sobre mi cabeza.

—Pues yo le tengo en italiano —dijo el barbero—, mas no le entiendo.

—Ni aun fuera bien que vos le entendiérades —respondió el cura—; yaquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España yhecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harántodos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que,por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán alpunto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efeto, que estelibro y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia se echeny depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha

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de hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí, y aotro llamado Roncesvalles; que estos, en llegando a mis manos, han deestar en las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisión alguna.

Todo lo confirmó el barbero y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada,por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad,que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro vioque era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerínde Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo:

—Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della lascenizas, y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosaúnica, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en losdespojos de Darío, que la diputó para guardar en ella las obras del poetaHomero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una,porque él por sí es muy bueno; y la otra, porque es fama que le compuso undiscreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda sonbonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guar-dan y miran el decoro del que habla, con mucha propriedad y entendimien-to. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este yAmadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer máscala y cata, perezcan.

—No, señor compadre —replicó el barbero—, que este que aquí tengoes el afamado Don Belianís.

—Pues ese —replicó el cura—, con la segunda, tercera y cuarta parte,tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólerasuya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otrasimpertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultrama-rino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o dejusticia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no losdejéis leer a ninguno.

—Que me place —respondió el barbero.

Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al amaque tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo atonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar unatela, por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, losarrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del

“El inventario de estas lecturas muestraque la librería de don Quijote, posible tra-sunto de la del mismo Cervantes, es cuan-tiosa, pues comprende más de cien volú-menes (que se hacen “más de trescien-tos” en el capítulo 24); relativamente mo-derna, ya que incluye varios libros de fe-cha reciente, pero poco variada. Su con-tenido refleja ante todo la afición casi ex-clusiva de Alonso Quijano a los poemasde tradición épica o ariostesca y a lasnovelas de imaginación e, inversamente,su poco entusiasmo por otras formas deliteratura como la picaresca, de la que nose menciona muestra alguna. Tampoco lashay de cancioneros y romanceros, a pe-sar de las referencias a romances que con-curren en este principio del libro, ni deobras de historia y devoción como las quecomponen la modesta pero valiosa biblio-teca de don Diego de Miranda (II, 16). Elexamen de la colección, burlonamenteprocesada por herética o por demoníaca,se lleva a cabo con celo típicamenteinquisitorial: basándose en la denuncia dela sobrina, el cura actúa de juez eclesiás-tico y, asistido por el barbero, remite laejecución de sus sentencias al brazo se-glar del ama, quien se encarga con dili-gencia de echar a la hoguera los libros cul-pables. (...) A través de estos dictámenesdel cura se expresan evidentemente lasopiniones literarias y las simpatías o anti-patías personales de Cervantes; no todas,sin embargo, son transparentes y, para in-terpretarlas, resultaría imprudente confun-dir sin más al autor con su personaje. Eneste capítulo, en todo caso, es donde

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barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía Historia delfamoso caballero Tirante el Blanco.

—¡Válame Dios —dijo el cura, dando una gran voz—, que aquí estéTirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he halladoen él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está donQuirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás deMontalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirantehizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con losamores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamora-da de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por suestilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duer-men y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, conestas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todoeso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedadesde industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadlea casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho.

—Así será —respondió el barbero—, pero ¿qué haremos destos peque-ños libros que quedan?

—Estos —dijo el cura— no deben de ser de caballerías, sino de poesía.

Y abriendo uno vio que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo,creyendo que todos los demás eran del mesmo género:

—Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen niharán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entreteni-miento sin perjuicio de tercero.

—¡Ay, señor! —dijo la sobrina—, bien los puede vuestra merced man-dar quemar como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sana-do mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojasede hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y,lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable ypegadiza.

—Verdad dice esta doncella —dijo el cura—, y será bien quitarle a nues-tro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y pues comenzamos por La Dia-na de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quitetodo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casitodos los versos mayores, y quédesele enhorabuena la prosa, y la honra deser primero en semejantes libros.

empieza a vislumbrarse el papel funda-mental que los libros desempeñan en elQuijote a la vez que se anuncian las apa-sionadas discusiones que han de provo-car en episodios posteriores.” SylviaRoubaud en el volumen complementarioa la edición del Quijote dirigida por Fran-cisco Rico. Instituto Cervantes y EditorialCrítica, Barcelona, 1998.

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—Este que se sigue —dijo el barbero— es La Diana llamada segun-da del Salmantino; y este, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autores Gil Polo.

—Pues la del Salmantino —respondió el cura— acompañe y acre-ciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guardecomo si fuera del mesmo Apolo; y pase adelante, señor compadre, ydémonos prisa, que se va haciendo tarde.

—Este libro es —dijo el barbero abriendo otro— Los diez libros deFortuna de amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo.

—Por las órdenes que recebí —dijo el cura— que desde que Apolofue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tandisparatado libro como ese no se ha compuesto, y que, por su camino,es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luzdel mundo, y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leídojamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más haberlehallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia.

Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo:

—Estos que se siguen son El pastor de Iberia, Ninfas de Henares yDesengaños de celos.

—Pues no hay más que hacer —dijo el cura—, sino entregarlos albrazo seglar del ama, y no se me pregunte el porqué, que sería nuncaacabar.

—Este que viene es El pastor de Fílida.

—No es ése pastor —dijo el cura—, sino muy discreto cortesano:guárdese como joya preciosa.

—Este grande que aquí viene se intitula —dijo el barbero— Tesorode varias poesías.

—Como ellas no fueran tantas —dijo el cura—, fueran más estima-das: menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezasque entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío,y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito.

—Este es —siguió el barbero— el Cancionero de López Maldonado.

“Aquí inserta Cervantes aquel capítulo VIen que nos cuenta “el donoso y grandeescrutinio que el cura y el barbero hicie-ron en la librería de nuestro ingenioso hi-dalgo”, todo lo cual es crítica literaria quedebe impor tarnos poco. Trata de libros yno de vida. Pasémoslo por alto”. UNAMUNO,MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho,Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952.

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—También el autor de ese libro —replicó el cura— es grande amigomío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad dela voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, peronunca lo bueno fue mucho; guárdese con los escogidos. Pero ¿qué libro esese que está junto a él?

—La Galatea de Miguel de Cervantes—dijo el barbero.

—Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que esmás versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena in-vención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segundaparte que promete: quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordiaque ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso envuestra posada, señor compadre.

—Que me place —respondió el barbero—. Y aquí vienen tres todosjuntos: La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austríada de JuanRufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato de Cristóbal de Virués, poe-ta valenciano.

—Todos esos tres libros —dijo el cura— son los mejores que en versoheroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los másfamosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía quetiene España.

Cansóse el cura de ver más libros, y así, a carga cerrada, quiso que todoslos demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llama-ba Las lágrimas de Angélica.

—Lloráralas yo —dijo el cura en oyendo el nombre— si tal libro hubie-ra mandado quemar, porque su autor fue uno de los famosos poetas delmundo, no solo de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas fábu-las de Ovidio.