Después de Ifni - AVILE

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Después de Ifni Escrito por Adolfo Cano Ruiz (RIP) Martes, 13 de Febrero de 2018 Introducción Estos son los primeros cinco capítulos de la autobiografía, inconclusa, que Adolfo Cano estaba escribiendo durante los meses anteriores a su fallecimiento. En ella cuenta sus vivencias desde su salida de Ifni, al finalizar el Servicio Militar Obligatorio, cumplido durante la Guerra de Ifni-Sáhara, de lo que dejó constancia en su libro titulado "Ifni 1957-1958. Sin memoria histórica" (Punto Rojo, 2017), pasando por la estancia en casa de sus padres en Valencia y su posterior exilio "voluntario" a Europa. El prólogo a esta, por desgracia breve obra, lo pone el escritor y Abogado Manuel Jorques Ortiz, también soldado en Ifni, amigo de Adolfo y cofundador, junto con él y otros veteranos, de la asociación AVILE -de la que Adolfo fue su primer presidente-. Estos capítulos se hacen públicos gracias a la generosa autorización de la viuda de Adolfo, que nos ha permitido publicarlos. En memoria de Adolfo Cano. Pablo Vázquez Ramírez. Prólogo Conocí a Adolfo Cano hace bastantes años. Nos unió fortuitamente una comida ‒en la que aleatoriamente nos sentamos juntos‒ que un par de compañeros veteranos de Ifni organizaron, precisamente en el pueblo donde él habitaba, El Campello, comida que se creyó iba a ser muy minoritaria ‒de asistentes‒ pero que congregó a casi 70 exsoldados del SMO (Servicio Militar Obligatorio) en aquel territorio africano. Obviamente había "morriña" de aquella etapa de nuestra juventud. Adolfo acudió por curiosidad ‒y cercanía‒ al evento y se reveló como excombatiente, como uno de los sobrevivientes de la guerra de 1957-58, en su calidad de soldado de Tiradores de Ifni ‒IV Tabor, 23ª compañía‒ y de repente ‒según propia confesión‒ se le vinieron a la mente los confusos recuerdos de cuanto había vivido en Ifni, recuerdos que, por "higiene mental" ‒frase que en más de una ocasión le oí decir‒, había creído muertos, aunque de repente se los encontró "resucitados". 1 / 24

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Después de Ifni

Escrito por Adolfo Cano Ruiz (RIP)Martes, 13 de Febrero de 2018

Introducción

Estos son los primeros cinco capítulos de la autobiografía, inconclusa, que Adolfo Cano estabaescribiendo durante los meses anteriores a su fallecimiento. En ella cuenta sus vivencias desdesu salida de Ifni, al finalizar el Servicio Militar Obligatorio, cumplido durante la Guerra deIfni-Sáhara, de lo que dejó constancia en su libro titulado "Ifni 1957-1958. Sin memoriahistórica" (Punto Rojo, 2017), pasando por la estancia en casa de sus padres en Valencia y suposterior exilio "voluntario" a Europa.

El prólogo a esta, por desgracia breve obra, lo pone el escritor y Abogado Manuel JorquesOrtiz, también soldado en Ifni, amigo de Adolfo y cofundador, junto con él y otros veteranos, dela asociación AVILE -de la que Adolfo fue su primer presidente-.

Estos capítulos se hacen públicos gracias a la generosa autorización de la viuda de Adolfo, quenos ha permitido publicarlos.

En memoria de Adolfo Cano.

Pablo Vázquez Ramírez.

Prólogo Conocí a Adolfo Cano hace bastantes años. Nos unió fortuitamente una comida ‒en la quealeatoriamente nos sentamos juntos‒ que un par de compañeros veteranos de Ifni organizaron,precisamente en el pueblo donde él habitaba, El Campello, comida que se creyó iba a ser muyminoritaria ‒de asistentes‒ pero que congregó a casi 70 exsoldados del SMO (Servicio MilitarObligatorio) en aquel territorio africano. Obviamente había "morriña" de aquella etapa denuestra juventud.

Adolfo acudió por curiosidad ‒y cercanía‒ al evento y se reveló como excombatiente, como unode los sobrevivientes de la guerra de 1957-58, en su calidad de soldado de Tiradores de Ifni‒IV Tabor, 23ª compañía‒ y de repente ‒según propia confesión‒ se le vinieron a la mente losconfusos recuerdos de cuanto había vivido en Ifni, recuerdos que, por "higiene mental" ‒fraseque en más de una ocasión le oí decir‒, había creído muertos, aunque de repente se losencontró "resucitados".

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De aquel día y de su mano surgió la idea de formar una Asociación y en una reunión de sietede aquellos veteranos en una cafetería de Alicante se constituyó AVILE ‒Asociación deVeteranos de Ifni del Levante Español‒ de la que Adolfo fue nombrado Presidente. Seredactaron unos Estatutos, que se legalizaron y se abrió una página Web, con la impagableayuda de Pablo Vázquez Ramírez, el "paño de lágrimas" para todo aquel que se interese porlos asuntos de Ifni, quien incluso en una de las primeras Asambleas celebradas en El Campellose desplazó desde Las Palmas ‒en donde vive‒ para dejarlo todo "atado y bien atado". Adolfo que hasta entonces había estado desconectado de todo lo relativo a Ifni ‒guerraincluida‒, empezó a leer y documentarse respecto del África Occidental Española con talaprovechamiento ‒gracias a su gran inteligencia natural‒ que en muy poco tiempo dominaba eltema como uno de los mayores expertos no profesionales de nuestro país, escribiendo muchosartículos "colgados" en las Web de El Rincón de Sidi Ifni y de AVILE, abriendo un blogpersonal, que tituló "Veteranos de Ifni Sahara", en el que continuamente publicaba largasparrafadas de materias ifneñas, e inició una vía reivindicativa para el colectivo de la"soldadesca", tan olvidado por las autoridades de entonces y de ahora, dirigiéndose a todo tipode estamentos oficiales, desde la Casa Real y el Ministerio de Defensa, a los ayuntamientos delas ciudades de donde procedían algunos de aquellos soldados, promoviendo exposiciones defotografías y dando conferencias en las que no era de extrañar que se le quebrara la voz y lesaltaran las lágrimas recordando a los compañeros "desaparecidos" en combate cuyos cuerposno fueron recuperados jamás, o su odisea personal al haber matado directamente a un"enemigo", arrojándole una bomba de mano al interior de la cueva en la que se hallabaescondido y desde la que les hostigaba. En la cúspide de sus actividades le sobrevino un ictus cerebral que motivó su renuncia al cargode presidente de AVILE ‒fue nombrado presidente de honor perpetuo‒ y al reponerse ‒recobróel habla y el movimiento de parte del cuerpo‒ continuó su combate reivindicativo desde laretaguardia, con la minuciosidad que su profesión de maestro relojero le otorgaba, llegando aescribir y publicar un libro con sus memorias militares ‒Ifni 1957-1958. Sin memoria histórica,Ed. Punto Rojo (2017)‒ y ser el protagonista de un reportaje que emitió en horas de máximaaudiencia "La Sexta" de TV. Quien escribe estas líneas ha tenido innumerables ocasiones de oírle contar a Adolfo algunasde sus "correrías" europeas, siempre muy esquematizadas y sin profundizar en los motivos y/ocausas que las originaron... Tan solo ahora, al leer "Después de Ifni", podemos entender eldrama oculto que llevó consigo nuestro amigo durante toda su vida. Que su padre murieramientras él hacía la mili y la guerra y su madre falleciera seis meses después de licenciarse‒ambos progenitores tenían tan solo 45 años de edad‒ es el golpe bajo más duro que se lepodía dar a aquel joven que tuvo que intervenir en la última guerra colonial de España frente asu enemigo secular, Marruecos. Como la vida sigue y poco o nada le ataba a su Valencia natal, amén de su "rebeldía"congénita ante las injusticias laborales, sus inclinaciones políticas hacia las izquierdas y unansia oculta por la aventura, que había descubierto cuando le "tocó" ir a Ifni para hacer elservicio militar, su relación con "Luis", el francés de origen español, conectado con el antifranquismo parisino, así como su inicial oficio en la construcción naval, le permitió la emigracióna Alemania, para trabajar y ganar el dinero necesario para su manutención y ayudar a suhermano menor al que le llevaba dieciséis años, hasta dar el paso definitivo que Adolfo titulacomo ¡Al fin París! en donde ya pudo entrar en contacto con la gente contraria al Régimen deFranco, que tras los primeros recelos lo llegaron a incardinar en sus estructuras semiclandestinas, alcanzando a conocer elementos tan destacados como a Valentín González "ElCampesino". En este punto ‒su entrevista con "El Campesino"‒ se interrumpen los folios de las Memoriasque Adolfo enviaba al común amigo Pablo Vázquez, para que le diera su siempre sabiaopinión. No sabemos si existen más folios ‒su familia cree que todo lo que había escrito lohabía remitido a Pablo‒ y es una pena que tantos e interesantes recuerdos se hayan quedadoen el "tintero de la Historia". Nosotros sabemos, por conversaciones personales con él, queAdolfo tuvo propuestas para integrarse en "comandos" armados para actuar dentro de España,a las órdenes del Partido Comunista, y estamos confundidos, con los recuerdos de esosparlamentos, que parece ser no fructificaron, pues Adolfo continuó en Francia durante unosaños, trabajando como maestro relojero y actualmente cobraba una pensión de jubilación de laseguridad social del país galo, algo también de Alemania y la de trabajador autónomo enEspaña a donde volvió, no a su Valencia de origen sino a Alicante ‒El Campello‒ donde montósu propio taller de reparación de relojes, desde el que hacía las composiciones para aquellasrelojerías con establecimiento abierto en la ciudad que eran sus clientes. Adolfo se "ha ido" y con él, como hemos dicho antes, la continuación de sus importantes einteresantes memorias que rebosan ampliamente lo estrictamente personal para constituir unrabioso capítulo de la Historia de España, aquel que escribieron con su sangre, sudor ylágrimas personas como él, nacidos al filo de la Guerra Civil, que soportaron el hambre y lasmiserias de la posguerra, que tuvieron que ir obligatoriamente al servicio militar impuesto porun Régimen que repudiaban; que por gajes de un sorteo ‒sin suerte‒ los llevó a las coloniasafricanas y que, encima, se vieron envueltos en una guerra cruel, de la que salieron muchos deellos con secuelas físicas y sobre todo psicológicas; gente que tras su licenciamientocomprobaron que la Madre Patria era para ellos una Madrastra malévola que les empujaba alexilio o a la emigración para encontrar un trabajo digno que en nuestro país era escaso y malretribuido. Manuel Jorques Ortiz, abogado, socio fundador de AVILE y, por encima de todo, amigo yadmirador de ADOLFO CANO RUIZ.

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Capítulo 1. Después de Ifni

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Mi SMO ‒Servicio Militar Obligatorio‒ lo fue inmerso en una guerra sobrevenida, en Ifni,durante dieciséis meses, en su mayor parte cumpliendo con el absurdo deber de defender, conun fusil Máuser remendado de la Guerra Civil, un territorio que no era ni patria, frente a unenemigo al que debías matar, por sobrevivir. Un SMO en un territorio inhóspito tratado como unperro famélico, luchando contra el moro astuto, donde me dejé parte de mi juventud y lasonrisa. Me casaron con la muerte, me divorciaron en junio de 1958, dejando atrás, en el ecode las vaguadas, los gritos de dolor y muerte, acompañados de explosiones de mortero y el ecodel disparo «¡Pa! ¡Cum!», llamados "Pacos", o de los que venían rebotados que sonaban comoabejorros haciendo grandes destrozos. Salí de aquel infierno que fue Ifni hacia Las Palmas deGran Canaria, terminando por mar en Cádiz.

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Así empieza una nueva etapa de mi vida, llena de obstáculos que tuve que sortear.Al llegar desde Cádiz a la estación norte de Valencia, solo estaba para recibirme mi amigoFernando con su moto. Fernando era ese amigo que siempre está, podría decir que nacimosjuntos, pero como es algo que no puede ser, sí que puedo decir que crecimos juntos, queéramos como hermanos y que lloramos juntos en la Guerra Civil. Vagos o fugaces recuerdos,que me trasladan a aquellos años de guerra donde sonaban las sirenas por un ataque de laaviación y nos refugiábamos en la planta baja, donde los padres de Fernando tenían unatapicería. Son esos vagos recuerdos que a los tres años se han adherido al subconsciente yaparecen de forma fugaz, son los restos de momentos dolorosos de un pasado que aparecedifuminado. Fernando era de familia pudiente dentro de la escasez del momento, más de unavez me alivió el hambre y compartió sus juguetes, yo no tenía.En nuestra misma escalera vivía el Sr. Manolo, que tenía un puesto de jamones en el mercadocentral, lo curioso es el mal recuerdo de aquellos momentos de hambruna. Tenía unos diezaños. Mi padre por ser de izquierdas, aunque trabajaba en la UNL, tenía un puesto de trabajomal retribuido. Recuerdo un día de Nochebuena, aquella noche en la mesa había unosexquisitos boniatos y medio litro de vino. Mi padre me dijo: "Fito ‒en casa, de Adolfito mequedé en Fito‒ baja y le pides un papel de fumar al Sr. Manolo", claro que no eraespecialmente a pedir el papel de fumar que el Sr. Manolo me dio por lo que bajé. Salió sumujer y me hizo esperar, al poco sacó envuelto en papel de periódico cortezas de jamón conalgo de tocino adherido, aquella noche podríamos decir que cenamos boniatos con jamón...Son vagos recuerdos.Mi padre, aunque siempre fue de izquierdas, poco a poco llegó a ser jefe de la sección decasco en la UNL, porque era persona intelectualmente preparada, comprendió que había deser un poco menos de izquierdas para poder subsistir, sobre todo la familia.A mi llegada me extrañó el no ver a mi madre y a mis hermanos, según me dijo Fernando meesperaban en casa. Lo cierto es que mi amigo, seguramente de buena fe, había organizadouna sorpresa que para mí fue desagradable. Montado en su moto con mi maleta de madera,me dejó a la entrada de mi calle para que hiciera el "paseíllo". La calle es larga y estrecha, enlos balcones había vecinos curiosos al igual que en los portales, se oía como un murmullo yalgún que otro discreto saludo. Me sentí molesto de ser centro de curiosos en aquel paseíllo. Alllegar a mi portal me encontré con mis hermanos y una anciana vestida toda de negro, era mimadre, que con 45 años había adelantado al tiempo y parecía una persona de 80 años.Hoy puedo decir que la muerte de mi padre, estando su hijo en aquella absurda guerra dondese moría, la hizo somatizar el sufrimiento formando un cáncer de estómago. Murió seis mesesdespués. Es un recuerdo cruel y una demostración de que aquella nefasta guerra tuvo efectoscolaterales que nadie menciona, habría que añadir las secuelas que arrastramos. Yo cogí enIfni una enfermedad por la que paulatinamente fui perdiendo los dientes, por lo que a los 24años era merecedor de una dentadura postiza. Ifni me robó la sonrisa. También traje de Ifniuna úlcera de estómago que se perforó tres años después. Son cosas que no se olvidan... Capítulo 2. De vuelta en Valencia

Pasados unos días, volví a reintegrarme a mi trabajo en la UNL ‒Unión Naval de Levante‒, losastilleros de Valencia.

Hacía dos años que había salido de la escuela de la empresa y me había incorporado comoajustador, fue unos meses antes de ser llamado a cumplir mi SMO... Regresé en mal momento,habían cambiado la dirección de la empresa y empezaban a reestructurar el sistema de trabajo

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por uno de productividad. En el sistema anterior te daban un trabajo a realizar en un tiempo, silo terminabas en un periodo menor tenías un coeficiente de tiempo que se acumulaba en elsueldo. A este sistema se le denominaba "a destajo".

El sistema de productividad que implantaba la empresa, valoraba el trabajo a tiempo realcontabilizado en segundos. Había que valorar cada trabajo ejecutado y necesitabancontroladores y claro, los más aptos éramos los últimos salidos de la escuela. Yo me negué, yeste fue el principio de mi nueva odisea ‒mi forma de ser siempre me ha creado problemas‒.Podía haber aprovechado mi medalla de campaña, mi amistad con el sobrino del arzobispo de

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Valencia o del primo de José Solís Ruiz ‒que nos dio clase de educación política‒. Podía haberentrado a trabajar en Correos o en Telefónica, pero los "dedismos" nunca me han gustado. Sininten¬ción alguna, me convertí en un elemento molesto para la empresa, en cuanto saboteabalos trabajos alargando los tiempos, cosa que repercutía en mi bolsillo, pero me enfrentaba alsistema. Era joven, había pasado la maldita posguerra franquista y la Guerra de Ifni y meencontré inmerso en una lucha sindical clandestina contra un capital que quería implantar unsistema, que rompía lo establecido de muchos años, la empresa mermaba así los salarios másde un 40%.

Siguiendo con mi trabajo en la UNL. Había salido de la escuela en 1956 como ajustador oficialde 3ª con una muy buena preparación, pudiendo trabajar como tornero o fresador altamentecualificado, pero... la construcción naval no era lo mío. Un amigo de mi padre tenía un taller derelojería con el que estuve trabajando como aprendiz hasta que entré en la escuela poroposición. Posteriormente, al principio, los fines de semana le ayudaba reparando losdespertadores, y ya al final la relojería en general, antes de irme al SMO donde más de un relojreparé, incluso el del capitán de mi compañía Rosaleny. La maleta de madera me sirvió deobrador, las piezas de recambio las pedía y mis padres me las enviaban en aquellos esperadospaquetes, donde no faltaba tanto el jamón como el chorizo, que compartía con mis amigosvascos, con los que tenía más empatía. Todo fue diferente desde el 23 de noviembre de 1957.Una guerra sobrevenida rompió lo que empezaba a ser una aventura muy asumible.

Tal vez fuera por esto por lo que me encontraba fuerte para enfrentarme con la empresa,oponiéndome en lo que podía al sistema de productividad que querían implantar. Se hicieronun par de huelgas, organizadas por la empresa. Un día, al llegar a mi puesto de trabajo medijeron que estábamos en huelga, cosa que me extraño porque no tenía conocimiento de ello,así que me senté en espera de acontecimientos que no tardaron en llegar. Apenastranscurridos cinco minutos la empresa se llenó de "grises", era una huelga trampa organizadapor la empresa, la actividad se inició al momento y la policía se retiró. Fue a la salida de lajornada de trabajo, donde había policías de paisano que nos iban reteniendo en un número dedieciocho. Nos repartieron entre varias comisarías, no nos trataron mal según supe, el trato sepuede considerar bueno, nos retuvieron cuatro días ‒en comisaria‒ y nos liberaron sin ningúnpapel que demostrase que habíamos estado retenidos, por lo que al querer incorporarse altrabajo nos dieron como despedidos, por falta de asistencia durante tres días sin justificación.Ocurrió, que a los pocos días me llamaron de la empresa para una entrevista con el jefe depersonal, este me planteó que en consideración a mi padre ‒ya fallecido‒ que había sido jefede la sección de casco, persona muy apreciada, y que yo provenía de la escuela, añadiendo ensu rosario de halagos que me consideraba un héroe por haber estado luchando y defendiendoa España en la Guerra de Ifni, insinuando mis buenas relaciones ‒había tenido una súplica delArzobispo‒, la empresa había considerado la posibilidad de readmitirme, uniendo a esto unavivienda social de la empresa, siempre que me adaptase al momento de reestructuración quese estaba realizando. En aquellos años ser un empleado de la UNL era ser "un buen partido",por esto se sorprendió cuando le dije que NO.

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Hay momentos en la vida que son decisivos, al transcurrir esta por caminos que te llevan alugares y momentos insospechados. Es como estar anclado en la estación de tu lugar o cogerel tren a ninguna parte que determinará la estructura de tu vida. Todo cambia, y mientras, tehaces mayor.

Yo había aprendido el oficio de relojero, y me había montado en casa un pequeño taller derelojería. Le reparaba los relojes en garantía a un amigo mayorista en relojería ‒hablo de 1958,donde trabajar en "negro" no era problemático‒. Había cambiado el mono de trabajo porcamisa y corbata.

Todo había transcurrido de forma vertiginosa, a cinco meses desde mi regreso de Ifni teníamuchos frentes abiertos. Mi madre con un cáncer terminal, esperando la muerte con cruentosdolores que no podíamos mitigar porque la medicina de 1958 no era la de hoy; mi hermanopequeño ‒tenía ocho años‒ se quedó en casa de los tíos; entre mi otro hermano mayor ‒dosaños más‒ y yo, aunque con dificultad, conseguimos opiáceos gracias a los cuales, aunquepenosos, sus últimos días fueron medianamente tolerables. Los médicos se desinteresaron delproblema desde el primer día. Yo tuve en estos meses que resolver mi trabajo con la UNL, algosi influyó en el estado de mi madre. Fallecida esta en diciembre de 1958, quedaba por resolverla situación del pequeño, de momento se hizo cargo el mayor que tenía un buen trabajo comoadministrativo en la Renfe, y el pequeño la pensión de orfandad. Yo con mi taller de relojería notenía problemas económicos.

Un día tocó en mi casa un tal Luis, un catalán residente en París, que tenía la representaciónde una importante firma de artículos de oficina, y hacia la ruta París, Cataluña, RegiónValenciana y, como buen catalán, compraba relojes a mi amigo mayorista y los vendía enFrancia, por lo que le hacía falta un relojero para la garantía y otras reparaciones.

Fue el inicio de una nueva fase de mi vida...

Capítulo 3. Luis

Luis, era un joven de 32 años, muy buena presencia, alto, con unos ojos azules de un colorespecial, tenía una gran facilidad de palabra, sabia moverse y venderte la moto, pero por

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increíble que sea, sabía leer, sabía escribir, las cuatro reglas y poco más, tampoco le hacíafalta, se había educado en la calle, donde desarrollo el sentido de la comunicación. Era deizquierdas por genética, sus padres fueron republicanos de los que se refugiaron en Francia.Hoy lo recuerdo como aquellos "charlatanes" que en una plaza, estipulaban el precio de unacosa y por la misma cantidad, te llevabas a casa una mantelería y una cubertería, cuando no,además una pluma estilográfica.

Hablo de principio de 1959 en la España de Franco, uno podía ser de izquierdas en oposiciónal régimen asumiendo las consecuencias, o aceptar vivir con el régimen y ser de izquierdas,esto podía ser una hipocresía, pero funcionaba mientras no te vieran el "rabo" en mi caso creoque estaba considerado como un poco rebelde por el comisario de barrio, pero apreciadoseguramente por estar en la escuela de la UNL. Para ser beneficiario de las bonanzas delrégimen, tenías que estar afiliado a Acción Católica y a Falange, había que ser y parecerlo,cosa que no fue nunca mi caso. No había más opciones, o te tirabas al monte donde quedabanescasos residuos de los Maquis ‒fuerzas republicanas que hicieron re¬sistencia al franquismodispersos en la montaña, y ya prácticamente extinguidos‒. Decidí ayudar a Luis, por lo que memetí en una trama política que me trajo con excesiva rapidez problemas, que desde el principiohabía asumido.

Fue así, en poco tiempo por la forma de pensar de Luis y la mía nos hicimos amigos y en laconfianza me explicó que sus orígenes eran republicanos, que pertenecía las JuventudesRepublicanas y estaba incorporado en la recién creada ARDE ‒Acción RepublicanaDemocrática Española‒, formación con fines anti-franquistas; gracias al secretario del cónsulde España en París, que era homosexual ‒por lo que necesitaba dinero "para sus cosas" ydebía estar enamorado de Luis, aunque este, estaba casado y tenía tres hijas‒ conseguíapasaportes "legales" para personas ya establecidas en sus contactos, otros eran "amañados".Sus idas y venidas eran periódicas, de entre 10 o 12 días, que traía algún pasaporte, supe quela mayoría de la incipiente ETA provenía de la iglesia, ya que eran seminaristas "fichados" o"calientes" los que contactaban al amigo Luis u otros en la clandestinidad. Era una tramacompleja.

Por aquel tiempo Carrero Blanco ya había creado la Organización Contrasubversiva Nacional,O.C.N., para controlar a la iglesia vasca. Claro que yo tenía algunas preguntas: ¿cuál era elprocedimiento? ¿de dónde procedían los medios económicos? Eran preguntas que me hacía,que solo me aclaró cuando decidí ayudarle de pleno aportando el piso en que vivía comocontacto, aunque tenía otros en Elche, Segorbe, Burjassot, ...

Así ha sido mi vida, Luis llamó un día a mi casa bus-cando un relojero y me metí en el lio

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sabiendo el riesgo. Durante unos meses, mi casa se convirtió en centro, y alguna vez posada,de los opositores clandestinos al Régimen, esperando la vía más oportuna para pasar aFrancia. Así, por circunstan¬cias un tanto singulares, me encontré en una nueva situación, quemi forma de ser aceptó porque el franquismo me había hecho daño, y el ayudar de una u otraforma a la izquierda con la que yo me sentía cómodo, unido a mi juventud, es por lo que nodude en apoyar y ayudar al amigo Luis. Mi nueva situación era comprometida, porque en laescuela de la UNL donde estudiaba, teníamos clase de religión y educación política incluidasen las notas. En mi curso estaba el sobrino del Arzobispo de Valencia, con el que tenía granamistad, y nos daba clase de política el primo de José Solís, con el que la relación era, si no deamistad, si cordial. Por la escuela íbamos todos los años "obligados" al campamento de Frentede Juventudes, donde él era el jefe de campamento y yo me ocupaba del periódico mural, estounido a la posterior medalla de campaña de Ifni-Sahara como excombatiente en defensa de lapatria, me hacía tener un cierto respaldo de seguridad en mis movimientos, que solíacontemporizar acercándome a la es¬cuela para saludar a Juan ‒el primo de José Solís‒. Aligual que Leal, el sobrino del arzobispo, venía a mi casa porque teníamos una muy buenaamistad, alguna vez estaba Luis con sus relojes y hablaban de un París del que Leal estabaenamorado, habiendo estado en más de una ocasión. Nada hacía pensar que algo se "cocía"en aquel pequeño taller de relojería. Aunque la situación era altamente comprometida, y losúltimos meses se había llevado al límite.

Era, creo recordar, sobre finales de diciembre de 1959 ‒todo había pasado muy rápido‒,cuando Luis me dice que habría que desmontar el piso y sería conveniente salir de España. Mipiso ‒alquilado‒ o la presencia de Luis se había "calentado", y mis amistades dudaba muchoque pudieran ayudarme.

Puedo decir que nunca he sido de ningún extremo político, hoy en mi ancianidad me ratificoagnóstico y políticamente de centro, el relato de este libro es el de un Adolfo de veintitrés años,con un cierto o gran rencor al franquismo, que me hizo vivir una adolescencia de sumisión, parasobrevivir en la miseria y también sobrevivir en una guerra "gilesca" en Ifni. Una juventud rota,pero juventud al fin y al cabo, me hizo ver la lucha contra el Régimen casi deseada,metiéndome por la inercia de los acontecimientos en situaciones "complicadas".

Un día de regreso de uno de sus viajes, Luis me explicó que habían cogido a uno del PartidoComunista y suponía que tenía mi dirección o las otras de Segorbe y Elche, por prudenciahabía que salir de España. Sobre todo, el eslabón de la cadena a eliminar era él, que ya habíacumplido, claro que yo había quedado contaminado. Era algo con lo que no contaba, salir"corriendo" a un lugar desconocido me hizo reflexionar, pensando ‒seguramente con excesivacandidez‒ que mis "relaciones" podrían solucionarme el problema, si lo hubiera.

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Luis me hizo comprender que no era una travesura, y que ni el Arzobispado y menos Juan mepodrían ayudar, también me explico la trama:

En París concretamente, con la unión de Izquierda Republicana y Unión Republicana, se habíaformado la incipiente ARDE (Acción Republicana Democrática Española) en el exilio. El dineropara ayudar en el movimiento, del que él era parte como miembro de las JuventudesRepublicanas, y como tal hacia un par de años estaba haciendo la labor de "paso", provenía dela Policlínica Cervantes situada en el distrito XI de París, gestionada por médicos republicanos.

Luis me hizo ver la realidad, era algo serio que había que solucionar de forma que no alterasela infraestructura creada, nosotros éramos el eslabón a eliminar de la cadena, en especial élmismo, por si el detenido "cantaba", que era lo previsible. Aunque era posible que mi piso

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estuviera limpio, no se podía correr el riesgo. Todo había que hacerlo con una cierta rapidez,por lo que Luis ya tenía organizado la forma de "salir". Yo tenía pasaporte, que habíaactualizado unos días después de fallecer mi madre con intención de irme a Alemania oFrancia, pues la idea de volver a mi puesto de trabajo en la UNL nunca lo tuve en mente.

Casi sin darme cuenta todo se había precipitado, cuando ya me había acomodado y con larelojería que me iba muy bien. El hecho de ir a Alemania era por la facilidad de tener ladocumentación y trabajo de inmediato, como así fue, dada la necesidad de mano de obra quetenían las fronteras eran poco restrictivas. Me ocurrió como cuando para cumplir mi SMO medestinaron a Ifni, lo vi como una aventura, en la primera ocasión de forma obligada y en estanecesaria. Ese mismo día me compré ropa de abrigo. Luis me dio 400 marcos ‒a 14 pesetas elmarco‒ y yo llevaba 2.000 pesetas ‒de las de 1959‒.

Había que desplazarse a Barcelona de donde un grupo de universitarios del SEU ‒SindicatoEspañol Universitario‒, en viaje de fin de curso, salía en autocar hacia Hamburgo, a este seunía un coche particular de un alemán como apoyo al "exceso de pasaje". Los contactos deLuis en Barcelona lo habían organizado todo, yo iría con el alemán. Tenía que entrar enHamburgo por la frontera norte, cosa que hacía cada diez días, con la consiguiente confianzaen su paso. Aunque llevaba pasaporte prefirieron no arriesgar, en el coche irían dos más, unespañol que regresaba a Hamburgo después de unas vacaciones y un seminarista miembro dela incipiente ETA, que llevaba un pasaporte "amañado". En ninguna frontera tuvimos problema.

Llegado a Barcelona, me hospedé durante dos días en una pensión gallega donde celebré elFin de Año de 1959 con un pote gallego y su correspondiente queimada. Una veladaagradable, que pagué con una crisis de estómago atenuada con el socorrido bicarbonato. Eldía dos de enero de 1960 llegó a recogernos Ernesto ‒así lo llamamos‒, era un alemán másbien bajito que hablaba español ‒conducía un coche Opel Capitán‒, venía con su pareja, unarubia de muy buen ver que no hablaba español. Los tres ocupamos la parte de atrás que erabastante amplia, se puede decir que íbamos cómodos.

El viaje fue de buenos recuerdos, ya que entramos en Alemania por la frontera suiza, haciendolargas parada tanto en Francia como en Suiza, donde pasamos un día en Ginebra. Recuerdoalgo que me impacto: una señora mayor ‒unos70 años‒ iba en una bicicleta color rosa yllevaba un sombrero con flores, era algo que en la España de 1959 nos hubiéramoscarcajeado. La verdad es que entraba en un nuevo mundo.

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Comimos en un restaurante de bello paisaje a orillas del lago Neuchatel. Todo maravilloso,aunque el bolsillo se quejó mucho, todo era muy caro. Claro que todo no podía ser bonito,conforme subíamos al norte iba notándose el frío. Fue en Suiza donde tomé mí primer café, enEspaña tomaba malta, no recuerdo si era por la costumbre de haberla tomado desde pequeñoo porque lo encontré muy diferente, no terminó de gustarme. Tiempo después me convertí enun adicto al café. Tanto es así que al cabo de los años que tuve que dejar el tabaco y el café,dejé mis dos paquetes de tabaco diarios sin ningún problema, pero el café me costó muchodejarlo. Capítulo 4. Alemania

Al salir del coche casi me quedo petrificado, hacía 12º bajo cero y caía una lluvia menuda quehacía daño, la ropa de abrigo que llevaba no era suficiente y me encontraba en un lugarsolitario y desconocido, con la única posibilidad de entenderme de las aproximadamentecincuenta palabras de inglés aprendido en el puerto de Valencia cuando tenía unos 16 años,‒compraba tabaco a los marineros extranjeros que llegaban al puerto de Valencia y solíanhablar inglés‒. En Alemania tenían como segunda lengua el inglés, por lo que me pude,aunque con dificultad, desenvolver más o menos.

El alemán que me trajo me dejó en una plaza donde había un montacargas con capacidad debajar coches. Se trataba de pasar una ría o canal por un túnel construido por debajo y queterminaba en Altonastrase, que era la zona portuaria, donde estaba la empresa de construcciónnaval Howaldtswerke en la que trabajaba un conocido de Valencia.

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Me habían dejado prácticamente en la puerta donde estaba el ascensor, envuelto en unabufanda de lana, gracias a la que pude subsistir en los primeros momentos, amén de habermepuesto otro pantalón encima del de pana que llevaba, cosa que hice en aquel largo y solitariotúnel que me llevo a la otra orilla del canal en la zona portuaria. En la gris y fría soledad metopé con la cabina de unos policías del puerto, que por señas me indicaron donde estaba la

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Howaldtswerke, la empresa donde encontré a mi amigo.

Se llamaba Juan y había trabajado en la UNL, de donde lo conocía. El panorama en que meencontré no era nada idílico, se trataba de un gran barracón de madera en el que habíahabitáculos que albergaban a unas 50 personas, acomodadas en literas de tres alturas ‒merecordó mi compañía en Ifni‒, olía a cuartel. Juan me acomodó en una de las literas. Al díasiguiente Juan me acompañó a la oficina de "reclutamiento".

Pasé una noche fatal, dormí mal y poco, no solo por la incertidumbre de saber si me admitiríany me hacían el contrato, también porque la cama era tan dura como dormir en una tabla. Al díasiguiente, a las seis de la mañana, nos pusimos en marcha, había que calentar el desayuno enunos hornillos eléctricos que había en una sala con unas mesas largas y unos bancos, pareceque para poder tener opción a coger un hornillo había que levantarse a las cinco y media de lamadrugada. Cuando salimos del barracón, sobre las seis y media, hacía mucho frío y habíauna niebla tal que no se veía nada a más de tres metros.

Llegamos a las oficinas de empleo. Encontré curioso que fuera de la entrada había una fuentede la que podías beber té caliente, cosa que hicimos. Pareció como si me hubiesen estadoesperando, todo fue fácil, el empleado que me recibió hablaba español, pasaporte y contrato detrabajo y a empezar al día siguiente. El problema para mí fue que lo que más necesitaban eramano de obra de fuerza bruta, me destinaron a la sección de calderería, en la sección detubería general como ayudante de un oficial.

Aunque el trabajo era durísimo, tuve suerte con Willibald ‒para mi Guillermo‒ un alemán queen la segunda guerra mundial emigró a Argentina y hablaba un español más que correcto.

La Howaldtswerke eran unos grandes astilleros donde trabajaban 12.000 personas, fue dondeHitler hizo construir la flota de submarinos y los navíos de su fuerza naval.

Me incorporé al día siguiente, antes tuve que pasar por el almacén donde me dieron un traje deun material contra el fuego y unas botas con la puntera de acero. Enfundado en aquel traje‒que aun siendo la talla más pequeña le tuve que doblar los camales y la mangas‒ y calzadocon aquellas botas, parecía un autómata al que agregaron un casco para los chorretones desoldadura que en el interior del barco en construcción caían por doquier.

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Tuvieron que pasar unos días para adaptarme al tajo. El trabajo era durísimo, se trataba deplantillar tubería en el interior del barco, donde la atmósfera era irrespirable, tenías que pasarpor andamios, soportar el ruido de los remachadores dentro del casco ‒que es lo que sebotaba‒, cuando no un chorretón de soladura eléctrica o autógena. Una vez hecha la platillacon unas varillas de hierro en el taller ‒una gran y ruidosa nave‒, se daba la forma al tuborellenándolo de una gravilla fina que había que compactar martilleándolo. Posteriormente,sobre una mesa de hierro con agujeros, se procedía a dale la forma de la plantilla calentándolocon un gran soplete de boquilla grande. Había que coger los tubos de una cierta envergadura ysubirlos a bordo en su conjunto con una grúa, presentarlos y fijar las bridas con unos puntos desoldadura eléctrica, dejando la terminación del último tubo del ramal para el ajuste final. Devuelta a desmontarlos y bajar de nuevo al taller para que un soldador profesional soldase lasbridas. Terminada la soldadura de vuelta a bordo para hacer el montaje final y finalizar con elterminal. Esto se hacía en el interior del casco, había que maniobrar por andamios cargado deun tubo o subiéndolo con polipasto. Si la tubería era de cubierta había que trabajar nevando y a10 bajo cero y con el mar del puerto con bloques de hielo flotando. Un trabajo durísimo.

Algo de suerte tuve, Guillermo era una persona excepcional y pronto entablamos una buenaamistad, al extremo que me acogieron en su familia como un amigo apreciado. Tenía mujer yuna hija de 11 años y les gustaba lo español. Empezamos con una paella hecha por unValenciano de Sueca, paella que salió para repetir. Así se comía todos los fines de semana encasa de Guillermo.

Formé parte de un pequeño grupo de españoles, en el que se encontraba Vicente el valenciano‒que hacía buenas paellas‒, José ‒un cocinilla de Portugalete‒ y Antonio ‒un andaluz congran gracejo‒. Un día se habló de hacer un cocido madrileño, para lo que hacía falta, entreotros ingredientes, especialmente garbanzos. Ocurrió que la Sra. de Guillermo trajo guisantes.Se hizo el cocido con los guisantes y aunque aquello no se pareció nada al cocido, como habíabuen ingrediente, nos lo comimos regado con un buen vino, se podía comer.

El hecho de llamarme Adolfo me favoreció, ya que tuve la sensación de que en cierto modo lesrecordaba al dictador y les sonaba bien. Tal era esta situación que el encargado de la sección,estando en horas de trabajo, me invitaba a un vaso de chocolate caliente ‒había una máquinaexpendedora de bebidas calientes dentro de la factoría, donde se podía ir a tomar algo calientepagándolo, no así la fuente de té que era gratis‒. El encargado me invitaba a chocolate y algúnque otro chupito de brandi, para que jugásemos una partida de ajedrez en una cabina que teníaen el barco, con una estufa, incluso solía agregarse alguno que otro a ver la partida. Él era unjugador mediocre y, siendo yo un jugador autodidacta, solía ganarle. Cuando ganaba él senotaba su cara de satisfacción. No recuerdo como se llamaba, pero tenía una hija de diez años

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a la que todos los viernes le di clases de dibujo en casa de Guillermo, junto a su hija, siemprelos viernes por la tarde que no se trabajaba, era el día que había que aprovechar de 5 a 7 lasclases y de 7 a... a Sant Pauli.

El sábado las buenas comidas en casa de Guillermo y por la tarde noche partida de julepe enel barracón donde solía ganar, el domingo se empleaba para el aseo personal ycorrespondencia, los demás días había que acostarse pronto porque había que levantarse alas cinco y media para poder coger un hornillo para calentar el desayuno. A las siete de lamañana estaba en la puerta de la sección el jefe, que conforme entrabas te daba la manodeseándote los buenos días con un lacónico "Mogen". A esa hora la niebla era tan densa quetenías que ir con las manos por delante para no tropezar. No pocas veces te sorprendía el"¡Alto!" de un policía del puerto, que salía como de la nada para ver si llevabas contrabando detabaco.

Mi estancia en Alemania fue dura, pero viví momentos diferentes a los de la España de los 60.

Recuerdo el primer día que entré en un bar, me senté en una mesa y pedí una cerveza, habíaun pequeño escenario, donde una joven estupenda hacia striptease. Aquello para un españoleducado dentro del pecado, donde a lo más que teníamos costumbre era a ver una rodilla demujer, sorprendía, cuando no revolucionaba las hormonas subiendo los niveles detestosterona. Mientras que los alemanes presentes aplaudían la hermosa desnudez de aquellabella joven, los españolitos nos desahogábamos de una u otra forma. Puedo decir que yo mecrie en el barrio chino de Valencia, donde a muy temprana edad solía subir a las casas deputas habidas en el barrio, aun así, el striptease era una novedad, algo nuevo y excitante.

Parecía que los españoles teníamos una gran preferencia para las alemanas ‒por la novedad‒,aunque íbamos vestidos de pobre y calzados con aquellas botas con puntera metálica, que noshacía andar de forma patosa, y éramos por lo general pequeños de estatura, pero claro, conaspecto latino, que sería lo que les "molaba".

Recuerdo que íbamos a una sala de baile donde las mesas estaban numeradas y tenían unteléfono, lo normal era que uno llamase al número de mesa donde había una chica que tegustaba, pero ocurría lo contrario, eran ellas las que llamaban indicando con el dedo a quien delos que estábamos en la mesa querían. Cierto es que teníamos que salir en grupos, porque alos alemanes el que les quitásemos sus chicas no les gustaba nada, y si encontraban a unextranjero solo lo enviaban al hospital.

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Había algo también muy particular. En el "barrio chino", que se llamaba Sant Pauli, tenía enuna de sus calles grandes vitrinas donde se exponían las prostitutas con poca ropa, había unaventanita por donde se gestionaba el precio.

La libertad sexual en los años sesenta la consideré excesiva, así lo entendía tambiénGuillermo, que me hablaba de emigrar a España por salvar a su hija, que a los 14 años saldríade marcha a las dos de la madrugada, como yo las veía incluso más jóvenes. Claro que estabaen Hamburgo, y como puerto de mar siempre existe una forma de vida diferente a otrasciudades más centradas.

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Pensaba que no era lugar para echar raíces, no por la libertad sexual, que a nadie le amargaun dulce, si por la lengua, dura como la cama al uso, por el clima rigurosamente frío y por lacomida, con mucha patata y mucho ahumado, claro que hablo del Hamburgo de 1960. Yo debía estar unos cinco o seis meses para capitalizarme con el objeto de desplazarme aParis y solicitar asilo político, cosa que según la experiencia de Luis era posible, pero con unproceso largo, por lo que hacía falta dinero para subsistir. Siempre he pensado que en la vida hay que desarrollar el sentido de adaptación, así que enpoco tiempo me había adaptado al frío. Eso sí, ayudado por calzoncillos largos, dospantalones, camiseta gruesa de abrigo, camisa de invierno, jersey grueso de lana y un tabardotres cuartos, junto a unos calcetines de lana con los "botones" con puntera de acero y unoslingotazos de brandi era la forma de sobrevivir. El tiempo fue mejorando, saliendo días de solcon temperaturas ya de tres o cuatro grados sobre cero. El trabajo fue duro desde el principio,pero el pensar que sería solo por unos meses y se cobraba bien, con una moneda fuerte comoera el marco, me ayudaba también a sopórtalo. Gracias que los fines de semana comía decentemente en casa de Guillermo, pues solíamoscomer en el comedor de la empresa y la comida no solía sentarme bien por la ulcera deestómago, que en aquella época lo resolvía con bicarbonato. Sobre la comida recuerdo a uncuarteto de gallegos que se hacían su pote gallego y comían los cuatro del mismo puchero,siendo la atracción de los alemanes que hacían un circulo para verlos comer, claro que unotambién podía ver como comían los alemanes. Llevaban una torre de pan de molde dediferentes clases, y entre uno y otro diferente ingrediente, esto unido a una cerveza de altagraduación que solía ponerlos "contentos". Un día el encargado por mediación de Guillermo me dio a realizar un trabajo que consistía enhacer un ramal de tubería de cuatro pulgadas. Cometí un error al saltarme las normas ypasarme de listo, hice un croquis por donde debía de pasar la tubería que no tenía grandesobstáculos y me ahorre el hacer las plantillas, cosa que ya había visto en la UNL. En el taller nosentó muy bien que llegase un extranjero a modificar el sistema, cosa que me hicieron ver encuanto a que ellos también podían hacerlo así, pero repercutía en el tiempo y en el salario. Sindarme cuenta había tocado el sistema de productividad por el que había luchado en Valencia.Mi intención, un tanto cándida, fue la de demostrar que no solo servía como ayudante de carga.Por Guillermo me disculpé, ya que fue él quien le dijo al encargado de darme el trabajo, locierto es que ya no tuve el mismo trato, aunque fue ya en el mes de julio y yo tenía planeadomarcharme a Paris en octubre, ya que el tiempo había mejorado notablemente. El encargado,posiblemente por darle clases de dibujo a su hija o porque me había cogido aprecio, o porquealgún fin de semana se agregaba junto a su mujer e hija a las comidas en casa de Guillermo,estuvo algo huidizo unos días hasta que, haciendo Guillermo de traductor, me explicó que élme había dado el trabajo para complacer a Guillermo. Le pedí disculpas, admitiendo que mehabía pasado de listo, excusándome diciéndole que era el método que se empleaba en la UNL,donde había trabajado incluso sobre plano. Unos días después estábamos jugando al ajedrezyo le enseñaba algunas palabras en español y él en alemán. Lo de las comidas en casa de Guillermo, se hizo popular, éramos cuatro españoles que yoorganicé: estaba Vicente, con sus dotes culinarias nos hacía unas buenas paellas ‒cosacuriosa el azafrán en rama había que comprarlo en la farmacia‒, como arroz caldoso y otrascomidas. Un vasco de Portugalete, también un "cocinilla". Antonio de Sevilla, con gran gracejo,que ponía ese punto necesario para pasar buenos ratos y, claro está, yo mismo, con el apoyode Guillermo que era el organizador. Sin dudarlo puedo decir que fueron estos fines de semanalos de mejor recuerdo en mi corta estancia en Alemania. No sé si por falta de interés o porque el alemán era sumamente duro, más bien rudo, difícil paramí, no conseguí más que a mal pronunciar una docena de palabras. No llegué a tener amigos reales, a excepción hecha de Guillermo, y algo con el encargado, quepor extraño que parezca nos entendíamos con una mezcla de señas de medias palabras eninglés y francés, que él lo hablaba y yo un poco. Llegado el mes de mayo ya salían díassoleados y se podía visitar la ciudad, que tenía bonitos parques, pero siempre íbamos a parar aSan Paoli. La primavera tan esperada me hizo pasar ratos muy desagradables con mi ulcera deestómago, que mitigaba con bicarbonato, esto se unía a la ya escasa dentadura coninfecciones frecuentes, que resolvía con enjuagues prolongados de agua y sal. El clima y la alimentación no ayudaron en nada, en particular a mi estómago, que tenía quedefenderse de la excesiva ingesta de alcohol para contrarrestar el frío y una alimentación dura,amén de estar inmerso en un ambiente de trabajo extremo, de ruido, de una atmosfera ‒dentrodel casco‒ difícilmente respirable, de mal dormir en aquella nave, que albergaba en literas detres alturas a casi un centenar, donde igualmente se respiraba mal, con sinfonías nocturnas deronquidos. Tenía la sensación de no haber salido de Ifni en los primeros meses de aquella milide malos recuerdos. Tenía contacto por carta con el amigo Luis, que se había situado en París en el mantenimientode las máquinas de escribir que vendía su empresa, de la que anteriormente era comercial. Sehabía instalado en un HLM ‒un piso social‒ en Palaiseau, a unos 18 km de Paris. Luis estabacasado con una francesa y tenía tres hijas, que en Francia se consideraba familia numerosa,por lo que tenía ciertas prebendas. Capítulo 5. ¡Por fin Paris!

Pasé en Hamburgo unos meses más de lo que tenía pensado, porque había enviado algo dedinero a mi hermano para ayudar al pequeño ‒a mis padres, buscando la niña, les salió denuevo niño y, como lo buscaron de forma algo tardía, yo, el mediano de los tres hermanos,tenía 16 años más‒.

La idea de estar en Hamburgo hasta junio o julio la prolongué hasta finales de octubre.

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Después de haber pasado un invierno tan crudo, estaba disfrutando de un verano esplendidocon temperaturas de hasta 18º, y mi estómago se había tranquilizado. Mis alumnasprogresando ya iban tocando el pastel, lo que hacía que las niñas, al dejar el lápiz o elcarboncillo y ver sus pequeñas obras con color, se sintieran con más ganas de continuar.Habían pasado la primera fase, que suele dejar en el camino a muchos que se inician en elarte, queriendo coger pinceles, lienzos y pintar una obra maravillosa cosa que hay que hacerpaso a paso. Claro que me supo mal el no seguir, pero las había dejado preparadas paracontinuar en alguna de las escuelas de arte que había en Hamburgo. Posteriormente supe porGuillermo que las dos eran alumnas adelantadas y ya estaban haciendo obras tanto enacuarela como al óleo.

También hubo otra razón que me hizo prolongar mi estancia forzada en Hamburgo, y fue que elmarco y el franco estaban casi a la par con la peseta, el primero se cambiaba a 14 pesetas y elsegundo a 12 pesetas. Lo que hacía que Francia fuese igual de cara que Alemania. En Españacon lo ahorrado casi me podría haber comprado una pequeña casa, y en Francia seria para irtirando unos meses, como así fue.

Fue el 25 de octubre de 1960 cuando empecé la preparación del viaje. Compré el billete aParís para el día 27 con salida a las 19:00 h, cambié parte de los marcos en francos y enviéunos miles de pesetas a mi hermano que serían las ultimas hasta situarme en Paris. El día 27por la mañana fue la despedida en el taller, ya me habían dado la liquidación el día anterior ydeje en el almacén el traje de faena, aunque pague diez marcos por llevarme las botas derecuerdo, para ir al baile me había comprado, al poco de llegar, unos zapatos que usaba parasalir.

Alguna despedida me sorprendió, como la del encargado que me dio un abrazo, y las lágrimasde Vicente, Guillermo con la familia al completo vinieron a despedirme a la estación. Lascomidas intentaron continuarlas, pero terminaron por dejarlas. Me di cuenta que había dejadoafectos por la emotividad de aquellos momentos.

El viaje a Paris, que debió ser de alegría, fue tenebroso. Subí a mi vagón, al no ver ningúnpasajero pensé que irían subiendo en alguna parada de estación, pero ocurrió que, pasados nomás de veinte minutos, quitaron la luz del vagón, pensando que no iba nadie. Podía habermecambiado a algún otro vagón, pero como no tenía litera opté por quedarme, ya que podíatumbarme en los asientos. Seguramente por la emoción del viaje y la situación creada, solo enel vagón y sin luz, unido a que se había hecho de noche, desencadenó una crisis en mímaltrecho estómago, que me hizo pasar una desagradable noche con mi amigo el bicarbonato.Al fin dormí dos escasas horas. Amaneció el día con un sol espléndido, ya estábamos

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atravesando Bélgica y veía un paisaje tristón, aunque pronto vi letreros en francés. La llegada ala Gare du Nord de París la tenía a las 7:12 h y llegamos puntuales.

¡Por fin Paris!

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Lo que vi desde el tren era bonito, como hacia sol todo me pareció totalmente diferente a aquelHamburgo un tanto gris. Allí estaba Luis y su mujer esperándome, nos dimos un fuerte abrazo yle di dos besos a Silvia, la mujer de Luis, que hablaba un español afrancesado que sonaba muybien.

El sonido ambiente era diferente al de Hamburgo, el alemán siempre lo encontré brusco, comomilitarizado. Mi primera impresión del francés fue como algo conocido, con una cierta cercaníaal valenciano. A Luis, que se sentía un tanto responsable de mi estancia en Hamburgo, lo veíacontento de haberme recuperado. Fuimos a un parking donde habían dejado el coche, era uncoche grande, un Citroën DS, y nos dirigimos a su casa de Paleiseau, hacía una temperaturaagradable, todo lo que veía me parecía bonito. Llegamos a su casa, una casa grande de tresdormitorios, situada en un entorno con verdes arboladas. Para acoger al invitado, colocaron alas niñas en una habitación con litera de dos y una cama para la mayor que tenía doce años.Las niñas eran muy guapas, las tres eran rubias como su madre y tenían los ojos del padre, deun azul algo especial, me recordaban a una película de extraterrestres donde unos niños rubioscon ojos de un azul especial dominaban a un pueblo.

Para la nueva fase de mi vida hacía falta planificarme, necesitaba aprender el francés yconocer Paris para poder desenvolverme. Luis se había adaptado en la empresa,reconvirtiéndose en el mantenimiento de los elementos de oficina. Al día siguiente a las sietesalimos hacia Paris, Luis a su trabajo y yo a perderme en aquella hermosa ciudad. Compré unplano de la ciudad y del metro y me metí en el laberinto. Me había dejado a la puerta del metroRépublique y quedamos en el mismo lugar a las siete de la tarde, tenía todo el día paraperderme en aquella inmensa trama del metro parisino. No me perdí, bueno... solo un poquito,pero en la mayoría de los andenes de las estaciones había un mapa del metro electrónico,marcando donde querías ir te indicaba dónde estabas y te mostraba la línea que debías cogerpara llegar a tu destino, o si tenías que hacer trasbordo. Desde Républque me bajé en Étoile,visité el Arco de Triunfo y di un paseo por los Campos Elíseos. Luis me había indicado el lugardonde había un self-service en la plaza de La República. Vi una puerta de metro y me metí,estaba en la misma Avenida de los Campos Elíseos, en el plano vi que tenía que hacer untrasbordo y llegué sin ningún problema a République, donde encontré el self-service en el quecomí estupendamente.

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Terminado de comer entré en un bar que estaba casi puerta con puerta con el self-service ypedí un café, no tuve problema, me lo sirvieron, me lo bebí y pagué lo que ponía en el ticket.Cuando me marchaba me llamó el camarero, diciéndome algo que no entendía, y gracias a uncliente que hablaba algo de español, me explicó que en el precio del café no estaba incluida lapropina del camarero, que era obligada de un mínimo del 10%. Fue mi primera lección defrancés la propina en francés era "pourboir". Curiosamente un par de años después eliminaronel tener que dar la propina y en el ticket te ponía propina incluida. El negocio les fue redondo,porque la costumbre de dejar la propina continuó. Había comprado un carnet de metro de diez tickets, que resultaba más económico. Con un soloticket, mientras no salieses del metro, podías pasar todo el día viajando. Como había quedadocon Luis a las siete, volví a perderme en el metro donde viví una hora punta. Los vagonesestaban llenos y al llegar a la estación vi esperando una multitud, supuse que no abriría laspuertas, pero se abrieron y lo que parecía imposible pasó, los que había fuera entraron, yo quehabía cedido mi asiento, quede preso y en situación un tanto comprometida, una chica altahabía quedado presa frente a mí y tenía sus tetas en mi cara, imposible girarse, parece que lachica tenía experiencia de aquellos momentos y tampoco hizo intención. En la siguiente paradade nuevo se abrieron las puertas por si salía alguien, pero ocurrió que todavía subió más gente,así hasta una estación que tendría trasbordo, en la que bajó mucha gente, yo también, porquese acercaba la hora y no sabía dónde me encontraba para ir a République. Por el plano vi quetenía que hacer dos trasbordos. Creo que pasé el examen con sobresaliente, podíadesplazarme en Paris sin problema. Me encontraba bien en aquel mi primer día parisino,aunque estuve más bajo que arriba de aquel París que terminó enamorándome. Esperé a Luisen el bar donde habíamos quedado. Llegó unos minutos después y nos tomamos una cerveza,explicándole con entusiasmo mi proeza. Podía desplazarme por París yo solo. De camino a casa le pedí a Luis que me buscase en París un hostal donde empezar aorganizarme, me dijo que me esperase unos días y me preguntó si me encontraba mal en sucasa. No era el caso, pero, aunque no le dije nada, la situación de pareja ‒no muy buena‒hacía que me encontrase algo incómodo. Al día siguiente me indicó un bar donde se reuníanespañoles, algunos solían ser refugiados políticos. Aproveché el día para patear París, la TourEiffel, vi París desde uno de los barcos turísticos que te paseaban por el Sena. Me di cuentaque todo era muy bonito, pero no estaba de turista, aunque solo habían pasado dos días. Estando en casa de Luis me encontraba sujeto a su horario de trabajo que limitaba miposibilidad de integrarme, por lo que dos semanas después de mi llegada me encontró unahabitación en un hostal en la Rue Jean Nicot, en el distrito 7, cerca de la Tour Eiffel. Lasituación era buena, el hostal menos, pero ya tenía una cierta independencia. En el viejo hostalhabía un grupo de Ceuta que eran refugiados políticos republicanos, también un catalán, Jordi,que era comunista, recuerdo que en su habitación tenía un mapa de Europa con casi todapintada de rojo. Luis me había acompañado al Departamento de Interior para solicitar miinclusión como refugiado político, aun habiendo avalado mi versión en aquel casi tercer grado,me pedían dos avales de algún grupo político español inscrito en el Ministerio del Interiorfrancés, daba por supuesto que tenía el de ARDE y conseguir otro no sería cosa nada fácil. No muy lejos de donde vivía estaba el bar que me había indicado Luis, donde se reuníanespañoles y algunos de ellos eran refugiados políticos, se encontraba frente en la boca demetro Ecole Militaire, muy cerca de la Tour Eiffel, en unos días entablé relación con Juana, queera de la CNT, y Alberto, del PC. Más tarde conocí a "El Pirata", nunca supe su nombre, sehacía llamar "Pira". Al igual que Juana pertenecía a las Juventudes Anarquistas, hablamos unpoco de todo, yo tenía que acomodarme a sus planteamientos un tanto libertarios, aunque meconsideraba más afín a Alberto y Juana ‒Juana se sentaba alguna vez con nosotros,pertenecía a las Juventudes Comunistas, era nacida en Francia de padres españoles‒, lasideologías no se repelían, en cuanto el eje de la conversación solía converger en la dictadurafranquista apoyada por la iglesia.

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El hecho de haber estado en la Guerra de Ifni, que había sido muy comentada en la prensafrancesa, hizo que el acercamiento al pequeño grupo fuera más fácil. Me preguntaban por laverdad de lo ocurrido, y mi verdad sobre los hechos, que ponía a Franco en mal lugar, notabaque les sonaba bien. Un día Luis se presentó en el bar ‒tenía que decirme algo, y al noencontrarme en el hostal supuso que me encontraba en el bar‒, a Luis lo conocían y sabían desu activismo, por lo que le tenían un cierto respeto, al hablar de mí y por lo que estaba enParís, ya todos me consideraron uno más. Tiempo después me explicaron que al principiotenían sobre mí un cierto recelo, porque sospechaban que podía ser un posible infiltrado por elRégimen. Luis me explicó que había hablado con Paco ‒del grupo republicano del hostal‒ que era muyamigo de Valentín González "El Campesino", había hablado con él por si podía encontrarmealgún trabajo, cosa muy difícil sin la documentación pertinente. Habían pasado ya dos meses y me daba cuenta que me harían falta ingresos. Hablé con Paco,que me dio la dirección de Valentín, donde tenía que ir al día siguiente a las ocho de lamañana.  

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