Denevi, Marco - El Amor Es Un Pajaro Rebelde

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MARCO DENEVIEl amor es un pjaro rebelde Marco Denevi69Marco DeneviEL AMOR ES UN PJARO REBELDECORREGIDORDiseo de Tapa: Daniel VillalbaIlustracin de Tapa: Irene Singer / Leonel LunaI.S.B.N.: 950-05-0719-6 Impreso en la Argentina... que nadie puede domesticar.Lo dice o ms bien lo canta Carmen, la gitana, en el primer acto de la pera de Georges Bizet. Mucho antes lo haban sabido Romeo y Julieta y lo ignor el verdugo de Camila OGorman. Todava hay personas que quieren encerrarlo en una jaula, pero l atraviesa los barrotes y se echa a volar.NDICEHYPERLINK \l "_Toc132365311" ARAMINTA, o EL PODER5 y HYPERLINK \l "_Toc132365313" DILOGO CON ARAMINTA LPEZ5HYPERLINK \l "_Toc132365314" EL ARTE DE LA FUGA5HYPERLINK \l "_Toc132365315" El laberinto de Creta5HYPERLINK \l "_Toc132365318" Confusin de los planos5HYPERLINK \l "_Toc132365319" La tragazn sidrea5HYPERLINK \l "_Toc132365320" Plan de evasin5HYPERLINK \l "_Toc132365321" La novia ausente5HYPERLINK \l "_Toc132365322" La fatdica pausa5HYPERLINK \l "_Toc132365323" Huida a Carpaccio5HYPERLINK \l "_Toc132365324" Tarde o temprano, el pjaro rebelde canta5HYPERLINK \l "_Toc132365325" LA DANZA DE OLAF5HYPERLINK \l "_Toc132365326" HAPPY BIRTHDAY, MISS MAGGIE!5HYPERLINK \l "_Toc132365327" EINE KLEINE NACHTMUSIK5HYPERLINK \l "_Toc132365328" LE MARTYRE DUN PAUVRE ENFANT5HYPERLINK \l "_Toc132365329" LA NOCHE DE LOS AMIGOS5ARAMINTA, o EL PODERyDILOGO CON ARAMINTA LPEZ"El amor es condescendiente ms que ascendiente, porque un ser existe ms por el don que se le hace que por el goce que procura".Jean Guitton, Ensayos sobre el amor humanoDesde que en Buenos Aires hubo mujeres, o sase desde que la fund el finado don Pedro de Mendoza, no hubo mujer ms hermosa que Araminta.Nada se saba de sus padres carnales, progenitores de tanta belleza. A la temprana edad de siete das apareci dentro de un canasto, como Moiss segn dicen los libros, aunque no sobre las aguas del Nilo sino en el umbral de un orfanato por Villa Crespo, con un papel entre los maculados paales y en el papel unas letras manuscritas: "Me llamo Araminta".Siete aos ms tarde don Loredn del Tomisco y su mujer, la seora Pubilla, peregrinaban por los asilos en procura de un hurfano que les sirviese de bculo para su vejez. Apenas vieron a Araminta no buscaron ms.Mira le bisbise la seora Pubilla a su consorte. Tiene los ojos separados y la pupila dilatada por alguna belladona congnita.O sase que est dotada de facultades adivinatorias -murmur don Loredn. Nos haremos ricos si Dios quiere y nos da salud.Se llevaron a Araminta, le traspasaron su apellido y la acomodaron en un casern que hay en la nica calle de la ciudad que se conecta con el misterio: el Pasaje del Signo.Le daban de beber infusiones de euforbio, tisanas de espilanto y un t muy fro de terebinto. La alimentaron con sopas de ombligo y caldos de mdula virgen. Toda la casa estaba colmada de espejos de luna llena, tapices de seda amarilla y pebeteros en los que ardan granos de incienso arbigo.A los doce aos Araminta ya tena ledos a Eliphas Levi, a Helena Petrovna Blavatzky y Las Siete puertas del Ms All de Santiago Gardenius llamado el maestro inefable. De noche se dorma al son de la msica esotrica de Alexander Nicolaievich Scriabin que la seora Pubilla salmodiaba en el registro nasardo de un armonium sombro.Cuando cumpli quince aos Araminta estaba tan hermosa que si hubiese sido ms hermosa se habra pasado al bando de las feas. Pero su hermosura daba un poco de miedo.Por lo pronto, la palidez. Sus dos guardianes no le permitan ver la luz diurna porque, si como dijo el difunto Osear Wilde, el pensamiento retrocede ante el sol, cmo no van a retroceder las dotes profticas, que slo se asoman en la noche. De modo que Araminta vivi siempre en una noche de candelabros, pues tambin el invento de Thomas Alva Edison perjudica a la prognosis, y de ah le vino la palidez.A los ojos de corcel de fbula se fueron aadiendo facciones delicadas y neutras como de arcngel, un largo cogote pitoniso, una larga trenza sibilina, del color de la sombra agorera de los eclipses, que se deslizaba por las espaldas hasta la cintura como un espinazo supernumerario. El cuerpo cobr formas anafrodisacas de Artemisa de Efeso y la voz adquiri propiedades vinculatorias. Don Eugenio dOrs, que en paz descanse, descubri que la cpula se relaciona con la monarqua. La voz de Araminta provocaba ese gnero de asociaciones al parecer arbitrarias pero que provienen de profundidades insondables. Araminta deca cualquier cosa, y don Loredn pensaba en una pirmide, la seora Pubilla vea la imagen de la luna. Por suerte Araminta hablaba poco y nada.Encima los ademanes. Por lo comn la mmica humana no vale gran cosa salvo entre los napolitanos, ni hay que devanarse los sesos para saber qu significa. En cambio Araminta gesticulaba unos ademanes cargados de tanto misterio que haba que ser ciego para no darse cuenta de que eran la manifestacin visible de algn secreto orden invisible. Las religiones que renuncian a la liturgia no saben lo que hacen. Nada ms que sentndose o ponindose de pie, nada ms que cruzando las manos o descruzando las piernas, Araminta oficiaba unos ritos iniciticos que algo queran decir, aunque de momento no se supiese qu. Pero don Loredn y la seora Pubilla crean saberlo: eran los prolegmenos de la videncia.Las muchachas de quince aos tienen la conversacin insulsa y atropellada. Araminta, ya se dijo, hablaba poco, a la espera del tiempo en que hablara el lenguaje de la revelacin, pero lo poco que ahora hablaba pona los pelos de punta. La seora Pubilla, digamos, le preguntaba:Araminta querida sientes fro?Y ah noms Araminta, con aquella voz de Delfos, sin respirar, contestaba:Estamos entrando en la Era del Pez, que como es dios del Agua ha sido enviado por el Arquero para que renueve el Gran Ciclo de la Virgen a la sombra de la higuera ruminal.Don Loredn y la seora Pubilla se miraban uno con otro, bizcos de admiracin, y despus contemplaban a Araminta con el embeleso orgulloso de sacristanes de alguna venerada santa milagrosa.En fin, y porque quien es distinto debe mostrarse distinto para que los dems sepan a qu atenerse, Araminta andaba vestida, alhajada y perfumada como no merece estarlo ninguna mujer con privaciones de facultades. Usaba tnicas color Adviento, o sase morado oscuro, largas hasta los tobillos, cadenas de plata etrusca (porque los etruscos algo saban del ms all), brazaletes de coral talismnico, collares de hueso amultico y sortijas de piedras lunares.Don Loredn, que en su juventud haba sido maestro licorero, le combin siete perfumes de las desaparecidas tiendas de don Avelino Cabezas, y de esa mixtura result un aroma como de muchas flores fnebres maceradas en alcoholes antiguos y ya medio descompuestas, una fragancia luctuosa que por donde pasaba Araminta dejaba la estela del Arcano.De la cosmtica se ocup la seora Pubilla, quien le decor la cara angelical con afeites de su propia invencin: azul tuat en los prpados, verde oriblot en las ojeras, rojo amenti en los labios y en las mejillas, y un ncar de oriente legtimo en todo el cutis. Sin perder un pice de su belleza, el rostro de Araminta se puso faranico y sepulcral.De haber sabido los vecinos del barrio que en aquel casern del Pasaje del Signo se guareca una muchacha como Araminta, se habran redo los descredos, pero los temerosos de Dios seguro que caan de rodillas o se escapaban segn les anduviese la conciencia. Pero Araminta no se dej ver. No sala de las habitaciones interiores, donde no tuvo otra compaa que la de sus dos custodios y la que ella misma se proporcionaba mirndose en los espejos de luna llena.Se pasaba la mayor parte del da reclinada sobre un triclinio en la sala de las visitas, leyendo libros de ciencia esotrica, y cuando no lea segua ah sentada como a la espera de un invitado que se demorase. De noche dorma con el sueo sepulto de los amnsicos. Pero cuando caminaba de un cuarto a otro cuarto, y le repicaban las pulseras como crtalos, y se le enardecan los siete perfumes, Araminta pareca una sagrada imagen llevada en andas sobre los hombros de una procesin propiciatoria.Don Loredn y la seora Pubilla, por las noches, a solas en el dormitorio, en la vasta cama matrimonial cubierta invierno y verano con un mosquitero de tul negro al que llamaban el velo de Isis, conversaban boca arriba.Me gustara saber deca, pongamos por caso, don Loredn de qu poderes sobrenaturales estar dotada.Cmo, de qu poderes le replicaba la seora Pubilla. De los poderes de adivinar el futuro y de predecir el destino. Para eso tiene los ojos separados.Tiene algo ms que los ojos. Le he descubierto en el montculo de Venus de la mano izquierda unas rayas en forma de cruz potenzada, que indican la posesin de facultades taumatrgicas.No estara nada mal. Por mi parte no me opongo a que las ejercite. Imagnate qu mina de oro si cura a los enfermos, hace razonar a los locos y caminar a los paralticos, reconcilia a los enamorados, influye para que un nio nazca varn o mujer, crezcan los enanos y se enmienden los ladrones y criminales.Si me dan a elegir, elijo los golpes de fortuna. Es el rubro ms codiciado.Por los hombres. Pero las mujeres somos menos materialistas. Preferirn otra clase de prodigios: embellecimiento de caras, rejuvenecimiento de vejeces, entusiasmamiento de tmidos, recalentamiento de fros, sometimiento de ariscos, apaciguamiento de celosos, enderezamiento de desviados.Y por qu no aspirar a asuntos de mayor envergadura?Como cules?Que Araminta haga llover o no llover segn convenga a la economa del pas. Que desbarate conspiraciones contra los gobiernos constituidos. Que resuelva el resultado de las elecciones. Que dirija el juego de la Bolsa, localice napas de petrleo y tesoros enterrados y descomponga las guerras. La consultarn los gobernantes, los militares, los financistas, los norteamericanos, los japoneses.Por Dios, Loredn, me corre un chucho por todo el cuerpo.Lo que a m me corre es la impaciencia. Ocho aos llevamos preparndola, y todava no se le manifiestan los poderes.Recuerda lo que dice el Cohelet: hay un tiempo de plantar y un tiempo de cosechar. O como ensea el Libro del Loto Blanco: primero la instruccin, despus el ejercicio.Y el beneficio para cuando? Ya es hora de que la pongamos a prueba.Djame a m. T no te inmiscuyas.Discreta, delicadamente, la seora Pubilla empez a sondear a Araminta con la expresin beata de una araa que, desde el centro de su tela, espa el vuelo de una mosca prxima.Querida, por casualidad no sientes dentro de ti como una masa de energas, como una acumulacin de fuerzas que pugnan por salir?Araminta, sentada en el triclinio, sin levantar la vista del libro que estaba leyendo contestaba:No, seora.La seora Pubilla, insista, dulcemente:Ya te dije que no me llames seora. Llmame mam. Y ahora piensa un poco. No te viene de golpe, sin que te expliques por qu, como un deseo de vomitar pero no lo que tienes en el estmago sino lo que tienes en el corazn o en la cabeza? Digamos, una especie de arcada mental, un movimiento antiperistltico del espritu, un pujo de vientre del alma?No, seora.Por la noche se reanudaban los murmullos bajo el velo de Isis.No debemos precipitarnos, Loredn. Araminta todava no est madura.Pues que se apure a madurar, si no quiere que intervenga yo y le haga la cesrea de los poderes.Por Dios, sofrena tu impaciencia.Impaciencia? Hace ocho aos que esperamos. Nada ms que en vestirla y alhajarla llevo gastado un platal. Pero pobre de ella que no nos resarza de todos nuestros sacrificios.En cuanto se le despierten los poderes, vas y publicas un aviso en todos los diarios. Y al poco tiempo no daremos abasto para atender a clientes venidos de todos los confines de la Tierra. El mundo est sediento de sobrenaturalidad.Oye, al principio no habr que tener muchas pretensiones. Pero en cuanto nos hagamos de una clientela, aumentaremos las tarifas. El que no pueda pagar, media vuelta y pase el que sigue.Sin contar la angurria de los pobres. Pretendern que Araminta les solucione todos los problemas. Ojo, Loredn. No debemos permitir que confundan a Araminta con una sociedad de beneficencia.No te preocupes. Ya me encargar yo de que los poderes favorezcan a las personas de mritos.Das despus, mientras don Loredn, lpiz y papel en mano, haca los clculos de las futuras ganancias, la seora Pubilla le ofreci a Araminta una taza de t de estoraque puesto a hervir junto con una llave herrumbrada, que dicen que despabila la conciencia astral, y luego reanud sus exploraciones.Araminta querida todava nada?Nada de qu, seora?De los vmitos mentales. Nada, seora.Ni siquiera un retortijn, un amago?No, seora.No tienes visiones?Qu clase de visiones?Yo qu s. Imgenes, representaciones de algo que est ocurriendo, o que va a ocurrir, pero no aqu sino lejos, en alguna otra parte.No, seora.La seora Pubilla, para no gritar, suspiraba, bajaba la voz hasta ponerla a ras del piso.Te gustan las adivinanzas?S, seora.Qu bien. Aqu va una. Qu nmero saldr maana a la lotera?No s, seora. No te apresures a contestar. Concntrate, antes.S, seora.Toma otro traguito de t. Y ahora responde.No s, seora.Entonces trata de adivinar esta otra que es muy fcil. Cmo ser el invierno que viene? Seco o lluvioso?Estamos entrando en la Era del Pez que como es dios del Agua ha sido enviado por el Arquero para que renueve el ciclo de la Gran Virgen a la sombra de la Higuera ruminal.La seora Pubilla se morda los labios. Despus se sentaba junto a Araminta, le sobaba la trenza, le hablaba con voz grave.Hija ma, dejemos las adivinanzas y vayamos a un asunto ms serio. Tu anciano padre, de un tiempo a esta parte, sufre de escapatorias de vientre. Si yo te lo pido lo curars?Cmo, seora?Muy sencillo. Cierra los ojos. Aprieta fuerte los puos y las mandbulas. Contrae todo los msculos como si fueras a evacuar los intestinos y no pudieras. Ahora repite mentalmente, tres veces, con todas tus ganas: "Que a don Loredn del Tomisco, cdula de identidad nmero uno tres dos cinco seis cuatro, en este mismo momento se le interrumpan las flatulencias". Ya est?S, seora.Lo repetiste tres veces?S, seora.Gracias, hija ma.Pero a don Loredn los eructos de vientre no slo no se le cortaron sino que se le volvieron ms hondos, ms sonoros y ms ftidos que antes. Bajo los tules del mosquitero negro las plticas viraron hacia la discordia.Basta de contemplaciones! bufaba don Loredn. El da menos pensado la tomo yo de un brazo y vamos a ver si lanza o no lanza los poderes por las buenas o por las malas.Cuidado con lo que haces, Loredn.No, si vamos a tener que morirnos para que esta babieca se decida.El empleo de la violencia puede provocarle un aborto de la prognosis.Quieres que te diga una cosa? Empiezo a sospechar que est tan dotada como yo. Es una farsante. Nos ha estado engaando todo el tiempo.No blasfemes, hereje, que Dios puede castigarte.Le doy un mes de plazo. O a treinta das vista se le revelan las potencias, o la pongo de patitas en la calle.Y yo me ir con ella. Quiz lejos de aqu se le acelere la manifestacin. Porque estoy pensando que eres t, con tu pesimismo y tu poca fe, quien se la retrasa. Pero cuando veas la fila india de los que acudan a consultarla, te arrepentirs.Est bien, est bien. Sigamos esperando.Una noche don Loredn, a punto de dormirse, se incorpor sobresaltado.Pubilla! Pubilla! gema como entre sueos.Qu te duele ahora?Se me ha ocurrido algo espantoso. Y si Araminta est dotada de poderes, pero los poderes apuntan para el lado de las calamidades?No desvares.Mira lo que me pas a m con los flatos. Intervino Araminta y se me pusieron frenticos.Pura casualidad.No hay nada casual en este mundo, lo sabes.Araminta es incapaz de hacer mal a nadie.Eh, no son todos hombres los que mean contra la pared.Y eso a qu viene?A que no hay que confiar en las apariencias.Araminta tiene la angelicidad pintada en la cara, y la cara es el espejo del alma.No digo que no. Pero hay ngeles del amor y ngeles de la clera, ngeles de la justicia y ngeles de la venganza, ngeles de la anunciacin a Mara y ngeles del Apocalipsis.ngeles del cielo y antingeles del infierno, tambin. Pero Araminta est afiliada al bando bueno.No te fes. Si es por la cara, ningn ngel mata una mosca. Pero llegado el Da del Juicio, vers si matan o no matan. Quin te dice que Araminta no tenga poderes de esos que difunden catstrofes.Ser porque el mundo lo tiene merecido.Muy bien. Y nosotros qu ganamos?La seora Pubilla se sent en el lecho:Vaya, conseguiste asustarme. Tienes razn Qu ganaramos, t y yo?De golpe a don Loredn le vino una expresin como de haber recibido un insulto y prepararse para la rplica. Sin embargo la voz le sali casi inaudible. Guiaba de ambos ojos.Salvo que buscsemos la manera de sacarles provecho a los poderes aunque sean de la clase calamitosa.S? Y qu aviso publicaramos en los diarios? "Seor, seora: si quiere verse libre de sus enemigos, enviudar a gusto o vengarse de quien le puso los cuernos, venga al Pasaje del Signo N 122 y ver satisfechas sus aspiraciones". Bobeta. Al minuto tendramos a la polica en casa.Nadie habla de publicar avisos y menos de ese tenor. No ser difcil conseguir un primer interesado. Despus ir corrindose la bola y al poco tiempo nos llovern los clientes.No, es peligroso. Tarde o temprano iramos presos. Si Araminta tiene la milagrosidad del revs, que se vuelva al orfanato. Aqu no la quiero.Tampoco seas tan drstica. Pongmosla a prueba.Con nosotros? Dios nos libre.Con algn infeliz que no est en condiciones de protestar si los poderes le suministran un estrago de ms o de menos.Dnde encontrar esa carne de can?El que busca encuentra.Y cundo lo hayas encontrado?Con cualquier pretexto lo traigo aqu y le zampamos a Araminta. Veremos qu pasa.Fjate bien. Que sea un infeliz, pero muy decente.Don Loredn se puso en campaa. Aprovechando sus ocios de licorero jubilado, peregrin durante meses por calles, plazas, cafs, iglesias, hospitales, estaciones de ferrocarril, velatorios, museos y mercados hasta que dio con el candidato ideal.Era un joven de veinte aos, de nombre Jacinto Amable (el apellido se excusa), que en su modesta persona acumulaba tal cantidad de infortunios que uno ms se le perdera en el pilago de la desgracia.Hurfano de quinta generacin, con los rasgos combinados para una fealdad irrebatible, flaqusimo, enfermo de siete dolencias imaginarias pero a cual ms grave, virgen absoluto segn lo delataba el apocamiento de la nariz, tmido hasta la catatona y proclive a melancolas llorosas, tena la profesin ms triste del mundo: lavaba huesos de muerto en el cementerio de la Chacarita. Y cuando no haba huesos que lavar, desarmaba coronas inservibles y recoga flores secas de los sepulcros poco frecuentados. Sin dinero para pagarse un cuarto en alguna pensin barata, dorma en los umbrales de las bvedas o bajo el soportal del crematorio, pero durante el buen tiempo prefera las tumbas que tuviesen un manto de csped, y una planta florecida.Don Loredn lo encontr una maana lluviosa. Jacinto Amable pareca un cadver que se debata en medio de las ofrendas florales dejadas por los deudos, ya marchitas y para colmo estropeadas por el chaparrn. Don Loredn lo estudi un buen rato. Despus se le acerc y titulndose comisario de la secreta lo someti a una inquisitoria implacable. El joven puso tanta buena voluntad en responder que al cabo del interrogatorio don Loredn ya le conoca de punta a punta el folletn de su desdichada existencia.Informada por su marido, la seora Pubilla aprob la eleccin y una noche muy tarde, cuando Araminta dorma su sueo catalptico, Jacinto Amable fue introducido en la casona del Pasaje del Signo. Le destinaron el desvn de los fondos, al que se llegaba despus de atravesar dos patios y subir por una escalerita de hierro oxidado. Como Araminta nunca abandonaba las habitaciones interiores para que el sol no le desbaratase la sobrenaturalidad, jams se enter de la llegada del husped ni nada le dijeron sus padres adoptivos. Durante el da Jacinto Amable permaneca encerrado en su cuchitril y por la noche tampoco sala porque se la pasaba durmiendo, por primera vez en un catre.Misteriosa coincidencia: Araminta empez a sufrir una metamorfosis. El pelo se le vino de un negro resuelto y los torzales de la trenza se soltaron espontneamente en una cascada hasta la cintura. Las facciones de ngel neutro se pusieron en guerra y se le fueron desprendiendo los afeites sin que hubiese forma de restaurrselos. Al fin se qued con la cara en cueros y estaba hermosa e intimidatoria como puede estarlo un hermoso animal salvaje, un tigre de la selva.Una noche se quit todas las ajorcas, todos los anillos, todas las ristras metlicas que le ahorcaban el cogote. Otra noche los siete perfumes de don Avelino Cabezas crepitaron en un solo olor de almizcle en celo. Y otra noche las tnicas giraron de tonalidad, desde el violeta de Adviento al prpura de Pentecosts, y bajo esas casullas en llamas el cuerpo de Artemisa se le inflam de turgencias amenazadoras.Pero las mutaciones ms extraas las delat su conducta. Ahora dorma de da y velaba de noche, y toda la noche deambulaba insomne y como alucinada entre los espejos de luna, y cuando el espejo le devolva su imagen ella se apartaba e iba a otro espejo como buscando uno que no la reflejase o que le mostrase un rostro que no fuese el suyo. A su paso los pebeteros lanzaban sulfuraciones rabiosas y todas las velas guiaban el ojo de Polifemo lumnico.Por nueve noches no habl, no comi ms que mendrugos de pan seco ni bebi sino agua mezclada con vinagre. Tena el ceo tormentoso y a menudo una mirada triple.Don Loredn y su mujer, tambin ellos insomnes, la vigilaban con cautela suma, desde prudente distancia, a travs de intersticios y rendijas, detrs de cortinados, de estatuas y de plantas artificiales, y despus secreteaban entre ellos.Ya le est por venir la anagnrisis.Qu le falta?No lo s, pero s que algo le falta para entrar en sazn. Todo esto es puro preparativo.En cuanto pase de vsperas a completas, le ponemos delante a Jacinto Amable y Dios dir.Si los poderes no le hacen ningn bien a ese pobre estropajo, no lo harn a nadie.Y si le causan algn mal, el desgraciado ni se dar cuenta.Hasta que en la medianoche del solsticio de invierno, que es la fecha en la que el Sol renace, Araminta se detuvo como en el hueso de una luz que brotaba de ella misma, y con una voz de orculo colrico que no se le conoca grit:Soy Araminta Lpez y estoy dotada de poderes tan terribles que si no los descargo ahora mismo en un hombre me morir.La seora Pubilla huy a esconderse tras un biombo de laca roja que protege contra los efluvios demonacos, don Loredn corri a despertar a Jacinto Amable, lo conmin a vestirse en volandas y despus se lo llev de la mano y por los aires hasta la presencia de aquella Araminta erizada de poderes como un artefacto mortfero.Todo sucedi en la sala de visitas que Araminta haba estado aguardando desde haca aos y que por fin llegaban, porque, de pie en su resplandor, con todo el arrebato de su hermosura y el manto del pelo derramado sobre los hombros, Araminta tena la vista fija en la puerta y los ojos divergentes se le haban conciliado en un estrabismo de ultimtum.Detrs del biombo la seora Pubilla junt las manos palma con palma y rez mentalmente una oracin a san Gregorio Taumaturgo y otra, por las dudas, a Mermes Trismegisto.La puerta se abri, vomitando a Jacinto Amable, y se cerr. El empelln fue tan enrgico que el pobre joven se trabuc de fmures y cay de hinojos a los pies de Araminta.Y Araminta lo vio.Qu cosa, Araminta lo vio e instantneamente los poderes se le pusieron en funcionamiento.Primero fue una girndula de remolinos concntricos hechos nada ms que de una locura del aire, que rotaban en crculo alrededor de la cabeza de Araminta.Despus fue un magma fluido que herva en torno de Araminta al modo de los vapores de la calgine.Despus fue un rayo, un golpe de mar, un maelstrom que desprendindose de Araminta se precipit sobre Jacinto Amable con tanto mpetu que lo tumb de cbito supino.Y por fin fue una tormenta pavorosa que apoderndose de Jacinto Amable lo revolcaba por el piso, lo vapuleaba sin misericordia, lo morda y lo enfardaba entre las estrangulaciones de sus torbellinos como al infeliz Laocoonte las serpientes que le envi Neptuno. Fue una jaura de lobos que se disputaban una sola y dbil oveja. Se hubiese credo que en la sala convergan todos los simunes y los aquilones del universo y que Jacinto Amable era la presa de esa ria de huracanes.Algunas rfagas, escapndose por los costados, rebotaban en las paredes, chocaban contra el cielo raso, brincaban sobre la alfombra. Tintinearon los caireles de la araa, chill la cristalera, los espejos de luna se rajaron en medias lunas crecientes y menguantes, los pebeteros pasaron de las sulfuraciones a la erupcin volcnica y a las velas se les puso la llama del reverso.Tras el biombo de laca, que vibraba como un ptalo de rosa en la tempestad, la seora Pubilla sinti que la sangre se le iba toda a los talones y, sin nimo para rezar, dej que la dentadura le castaetease como matraca de Mircoles Santo.Don Loredn, fiambre el alma y de algodn las piernas, sostena con las dos manos el picaporte de la puerta sacudida por el vendaval, mientras imitaba a aquel diablo que vio Dante Alighieri en el octavo crculo de los condenados, o sase que le trompeteaba el culo unas ventosidades como para derribar la Muralla China.Mientras tanto Jacinto Amable aullaba en el vrtice de la borrasca, se retorca lo mismo que un epilptico en su crisis, que en un endemoniado en el trance de la posesin satnica a ratos incuba y a ratos scuba.El rostro se le disolvi. Le bulleron todas las materias del cuerpo fsico, todas las esencias del cuerpo espiritual. Brazos y piernas parecan los del Inca Jos Gabriel Condorcanqui cuando lo descoyuntaban los cuatro caballos centrfugos. En el furor de las contorsiones perdi los zapatos y se le abri la ropa como una vaina madura.Oyndolo gritar y patalear, la seora Pubilla y don Loredn, aunque por separado, pensaron lo mismo: que el desdichado se mora y los dos maldijeron la hora en que haban adoptado a una expsita con la taumaturgia funesta. No saban que iban a hacer con un cadver en casa, pero seguro que Araminta sera devuelta al asilo so pretexto de que no haban podido corregirle la orfandad, eso, siempre y cuando la perniciosa hurfana no los matase como ahora estaba matndolo al infeliz.Cuatro minutos. Ni un minuto ms ni un minuto menos dur el ejercicio de los poderes. Al cabo de los cuatro minutos se aquiet de repente el furor de los vientos ciclnicos, sobrevino una calma chicha y se oy un silencio, si uno osa decirlo, necropolitano.Los dos mistagogos esperaron todava cuatro minutos ms, por las dudas. Despus la seora Pubilla asom un ojo por detrs del biombo, don Loredn espi a travs del ojo de la cerradura. Lo que vieron los alel.Sentados ella en un sof y l en un silln, Araminta y Jacinto Amable se miraban y se sonrean como si tal cosa. Ambos estaban irreconocibles.Empecemos por Araminta. Se le haba disipado el hermafroditismo anglico y ahora tena un rostro de mujer muy declarada. En el iris ya no le haca efecto la belladona congnita. Al da siguiente las tnicas se subiran el ruedo de la falda hasta la altura de las rodillas y los siete perfumes se volatilizaron hasta en los frascos. Con el correr del tiempo Araminta saldra al sol y la palidez se le vendra del color de la camuesa. Quemara los libros hermticos, gesticulara ademanes profanos y a menudo cantara unos gorjeos de Lily Pons jubilosa.Pronto la Artemisa de Efeso se transform en la Venus de Cteres, y el mortuorio casern pareci todos los das de fiesta, el Pasaje del Signo cobr un aire de paseo en da dominical. Las gentes del barrio se preguntaban: De donde sali esta muchacha que as nos alegra el corazn?En cuanto a Jacinto Amable, costaba creer que fuese el mismo que don Loredn haba encontrado en el cementerio, tan guapo que estaba ahora, y no porque se hubiese vuelto bonito sino porque tena la fealdad magntica de los hombres hermosos, con todos los humores de la masculinidad en su sitio y a punto, y el cuerpo ajustado y nivelado segn la divina proporcin del fraile Luca Pacioli.Las siete enfermedades imaginarias se le curaron de golpe, y el carcter se le limpi de mohos para resplandecer como un difano cielo de equinoccio. No volvi nunca ms al cementerio, pero lo nombraron capataz de los Rosedales de Palermo.Aquella Araminta y este Jacinto Amable estaban sentados en los sillones de la sala, orondos como una duea de casa y su invitado de honor, y se miraban y se sonrean como en la pausa de una conversacin modosa y a la espera de una copita de licor de cerezas.Pero cuando don Loredn y la seora Pubilla se les aproximaron con alguna desconfianza pstuma, los dos se pusieron de pie y Araminta se fue a su alcoba y Jacinto Amable a su covacha.Lejos de sentirse ofendidos por el desaire, don Loredn y la seora Pubilla se abrazaron llorando y tambin ellos se recogieron a dormir, pero no durmieron porque pensaban en el porvenir venturoso que los aguardaba gracias a esa Araminta que hara, en favor de caravanas venidas desde los cuatro puntos cardinales, lo que acababa de hacer en beneficio de Jacinto Amable, y no gratis sino a tantos pesos la palingenesia.A la madrugada de esa misma noche, en tanto sus padres y paredros roncaban a pulmn batiente, Araminta sali con mucho sigilo de su dormitorio, cruz descalza los dos patios y subi por la escalera de hierro hasta la buhardilla donde Jacinto Amable la esperaba desnudo y despierto.Hubo que casarlos para que al menos no viviesen en pecado mortal.Lstima que Araminta se haya gastado todos los poderes de una sola vez. Esto fue lo que dijo: que se le haban vaciado ntegros y que era intil pedirle que se revisara por dentro para ver si todava le quedaba alguno. Jur y rejur que se consumieron en la restauracin de Jacinto Amable.Don Loredn y la seora Pubilla nunca se consolaron del todo. Por cierto que eran sensibles a la felicidad de Araminta y a la prosperidad de Jacinto Amable, a quien, despus que se cas, nombraron jefe de todas las flores del municipio. Pero ms de una noche, insomnes en el secreto del tlamo conyugal, bajo el negro velo de Isis convertido en el crespn de sus sueos, suspiraban con nostalgia.Ay deca la seora Pubilla, pensar que los poderes resultaron del gnero benfico pero tambin del gnero fugaz.Y para qu sirvieron? rezongaba don Loredn. Para que ese mequetrefe se pusiera bien mozo y para que esa loca se enamorara de l.La culpa es tuya, como siempre. Hubieras trado a un viejo.Seguro que Araminta lo rejuveneca, y todo hubiese resultado igual.No nos quejemos. Dentro de todo conseguimos un yerno que ha hecho carrera. Aunque yo no estoy muy convencida de que los poderes se le hayan agotado. Para m que Araminta guarda algunos en conserva.Con qu fin?Cmo, con qu fin. Con el fin de volver a usarlos el da en que a Jacinto Amable le bostece la pasin amorosa. Y no s si todas las noches ella no le da alguna dosis para mantenerlo en forma.Ingrata. Monstruo de egosmo. Desagradecida. El negocio que haramos con tanto matrimonio desavenido.Araminta no es tonta. Miren si va a malgastar los poderes con gente extraa.Y yo? Yo no soy ningn extrao.Loredn del Tomisco: qu ests insinuando?Digo que, si ella quisiera, podra reponerme los bros de la juventud.Y con quin los practicaras, si puede saberse?Cmo con quin. Contigo. Con quin iba a ser.No mientas. Correras detrs de mujeres ms jvenes.Si Araminta hubiese querido, estaras hecha un pimpollo.Pero esa mala pcora slo se esmer con Jacinto Amable. A nosotros dos que nos parta un rayo.En lugar de conversar, ahora estaramos haciendo otra cosa.Oye. Y si de todos modos lo intentsemos?Buenas noches, Pubilla.Mientras tanto Araminta y Jacinto Amable, en su propio dormitorio, bajo su propio mosquitero de un blanco nupcial, vivan el amor.Lo vivieron durante muchos aos, hasta morir de dulce vejez, rodeados de hijos, de nietos y de bisnietos, ella siempre tan hermosa y l siempre tan guapo, y tan enamorados el uno del otro como en la noche de los poderes.De modo que con algn fundamento se conjetura que ella no dilapid de una sola vez todas sus potencias, sino que fue administrndolas de a poco, como lo sospech la seora Pubilla, y que gracias a esa prudencia, o a esa astucia, el amor de Araminta Lpez y de Jacinto Amable (y bien, digmoslo) de Jacinto Amable Palateneo prevaleci sobre las tres maldiciones admicas de la sexualidad, del trabajo y de la muerte.Araminta! Araminta Lpez!Quin me invoca? Quiero decir quin me llama?Yo. El autor del cuento.Vaya. As que es usted.Por Dios, Araminta. Ha puesto una cara! Como si el cuento no le hubiese gustado.Oiga, si me ha hecho venir para que lo cubra de elogios...No. Lo que quiero es hacerle una pregunta. Se le terminaron o no se le terminaron los poderes la misma noche en que se los propin a quin sera su marido?Propin! Usted usa unas expresiones! Cualquiera dira que le propin una paliza.No me niegue que si resultaron del gnero benfico, tambin resultaron del gnero violento.Mi querido seor, no hay poderes sin violencia. Claro que tambin hay violencias beneficiosas y violencias perniciosas.Por ejemplo?Violencia beneficiosa es la del cirujano cuando le mete el bistur en el cuerpo.Y violencia perniciosa?La del criminal que le mete el cuchillo.Est bien. Ahora dgame si la seora Pubilla tuvo o no razn en maliciar que usted, aquella noche, no se gast todas las potencias.S, ya s que mi madre adoptiva tuvo esa duda.Y usted qu dice?Yo no digo nada. Son cosas demasiado ntimas para ventilarlas en pblico, y ms con usted, que ir enseguida a desparramarlas por los cuatro vientos. Adems, no s por qu me lo pregunta si es el autor de toda esta historia.Porque no siempre los autores estamos enterados de todo lo que les ocurre a nuestros personajes. De cualquier manera, conste que si la seora Pubilla acert, yo igual a usted la felicito.No me cree, como don Loredn, una egosta?Usted, egosta? Es la persona ms generosa que he conocido.Pude (es una suposicin) emplearlos en favorecer a mucha gente, empezando por mis padres postizos.Y pulverizar los efectos? Atomizarlos? No, usted hizo muy bien en concentrarlos todos sobre Jacinto Amable. A la realidad hay que golpearla en un solo punto por vez, pero golpear duro. nicamente as se la modifica. Despus la rueda del Karma se encargar de propagar y de amplificar esa pequea modificacin. Ya ve: gracias a ese Jacinto Amable rehecho por los poderes, usted se enamor, fueron felices, y tambin fueron felices sus hijos y sus nietos, y as de generacin en generacin.Es cierto.Porque el Bien, el Bien con mayscula, es una serie que empieza en el nmero uno.Como el Mal.Como el Mal. De modo que usted no fue nada egosta cuando se consagr a hacer el bien a un solo hombre.No sabe lo que me cost. Usted dice en el cuento que el ejercicio de los poderes me llev cuatro minutos. Habrn sido cuatro minutos, pero a m me parecieron una eternidad. Y para qu hablar del esfuerzo que tuve que hacer. Si hasta hubo un momento en que cre que se me iba la vida y me prepar a morir. Usted describe las convulsiones y pataletas de Jacinto Amable. Pero de mis padecimientos, ni una palabra.Perdneme. Se me olvid. Y no le vino la idea, digamos slo la idea, de interrumpir y dar por terminada la aplicacin de los poderes?Ni loca. Araminta, usted es una mujer admirable.Cualquiera en mi lugar habra hecho lo mismo.Arriesgar el pellejo por un desconocido? Nadie lo hara.Todas las mujeres, si estn enamoradas de ese desconocido.Esto es una novedad para m.Para todo el mundo. Nunca se lo haba dicho a nadie.Usted se enamor de Jacinto antes de someterlo a los poderes?Apenas lo vi.A pesar de que l entonces era un pobre guiapo?Justamente por eso. Porque a m el amor se me despierta slo cuando puede mostrarse abnegado. Jams me enamorara de una persona feliz. En cuanto le ech a Jacinto Amable la primera ojeada, entend que con nadie podra desahogar mejor mi abnegacin que con ese guiapo, como usted lo llama.A l no lo haba visto antes?Nunca. Nada saba de su existencia.De modo que cuando aquella noche usted grit qu fue lo que grit?"Soy Araminta Lpez y estoy dotada de poderes tan terribles que si no los descargo ahora mismo en un hombre me morir".En ese momento usted ignoraba quin sera el hombre?Cmo iba a saberlo? Vaya, a qu viene esa sonrisa, ahora. Otra vez no me cree.Le creo, le creo.No saba quin sera el hombre pero apenas lo vi a Jacinto Amable pude entender que el hombre haba sido muy bien elegido por mis padres.Lo entendi de golpe, a primera vista?No necesit ms.Qu perspicacia la suya, Araminta.Ojos que una tiene.En eso le doy la razn. No todas las mujeres, y poqusimos hombres, tienen ojos como los suyos. Pero sabe una cosa? Ahora s que podran acusarla de egosta.A m? Y a m por qu?Porque el manejo de las potencias no fue tan desinteresado como yo supona. Usted aplic los poderes en favor de un hombre del que ya estaba enamorada. Y as se asegur un marido buen mozo y no la piltrafa humana que don Loredn encontr en el cementerio.Acaso saba yo que l iba a enamorarse de m?No lo saba? Pero es que entre los efectos de los poderes no figuraba que Jacinto Amable se enamorara de usted?Oiga, qu clase de taumaturga cree que soy. Digo, que fui. De las que utilizan sus poderes en beneficio propio?Lo hacen todos los poderosos en este mundo.Yo no. Mis poderes estaban consagrados al bien ajeno. De lo contrario me habra abstenido de ejercerlos. Habra sido una inmoralidad, una indecencia.De todos modos, Jacinto Amable se enamor de usted.No tena ninguna obligacin. Agradecido, quiz, pero no enamorado.Tampoco ciego. Y usted es muy hermosa, Araminta.Oh. mujeres ms hermosas que yo no faltan. Muy bien que Jacinto, apenas le quit las calamidades, pudo decirme: "Araminta, muchas gracias por su atencin". Y salir en busca de otra mujer de la que se hubiese enamorado con anterioridad.Por qu no. Y usted se habra sentido igualmente feliz.Triste, pero feliz de saberlo a l dichoso. Por desgracia los hechos ocurrieron de otra manera.Cmo, por desgracia.Porque ahora no podr librarse de que la gente diga que con los poderes no slo Jacinto sali ganando. Tambin usted.Y hasta dirn que si aquella noche sub al cuarto de Jacinto fue para recoger los frutos de mi egosmo.Lenguas largas!Me creer si le digo que lo hice porque me lo dict la abnegacin?Una abnegacin a la que no le bastaba la metamorfosis fsica y espiritual de ese pobre muchacho? Le creo.En aquel momento yo an no saba que l me amaba. Y sin embargo sub a su habitacin. Slo que usted tiene una manera de contar las cosas! "Hubo que casarlos para que al menos no viviesen en pecado mortal". Cualquiera va a pensar que Jacinto no quera casarse y que don Loredn debi amenazarlo con un revlver. Conste que no fue as.Quiere que corrija la frase del cuento? La corrijo.Djela como est. Dentro de todo me gusta eso de que "hubo que casarlos para que no vivieran en pecado mortal". Da a entender que Jacinto y yo estbamos dispuestos a amarnos a pesar de todos los obstculos y oposiciones.Fuera de esa fraseara, alguna otra objecin?No lo va a tomar a mal? Me parece que en el cuento usted se burla de nosotros.De quines? De don Loredn, de la seora Pubilla. Pero no de usted ni de Jacinto Amable.Nunca abandona un tono irnico y hasta sarcstico.Relea el cuento. Ver que no es as. Y que, en el final, hasta me emociono un poco.En el final puede ser. Pero da la impresin de que es escptico en materia de poderes sobrenaturales. Si narra mi historia es para divertirse, nada ms.Usted dice eso porque no me conoce. Oiga. Cuando yo era nio, mi casa, la casa donde nac, estaba rodeada por un parque arbolado. Mi mayor placer consista en buscar los rincones ms escondidos, los sitios ms ocultos, siempre con la esperanza de hacer no saba qu descubrimiento, de dar con alguna secreta perspectiva desde la que el mundo se me mostrara distinto. Una vez en uno de aquellos rincones del parque encontr, tirada en el suelo, una cajita redonda, de cartn, muy linda, con su tapa, que no s cmo haba ido a parar all, entre las plantas. Era el envase de aquellos polvos de tocador que entonces usaban las mujeres para blanquearse el cutis. Lo primero que hice fue despanzurrar la cajita. Y en el interior de la tapa, inopinadamente, apareci un platito de porcelana azul con dibujos dorados. Sera un premio para estimular la compra del producto. Pero yo no lo saba, para m el hallazgo del platito fue un maravilloso giro de la realidad, una inesperada introduccin en la magia. Crame, Araminta. Aquel nio no ha muerto en m.Me alegro. Pero los lectores no nos tomarn para la chacota?No los lectores de mis cuentos, se lo aseguro. Sern pocos, pero son personas que sienten simpata por mis personajes aunque sean unos locos de marca mayor. Y no lo digo por usted.De cualquier manera se preguntarn: es posible que un hombre se transforme como se transform Jacinto, por dentro y por fuera, tan rpido, por obra y gracia de los poderes de una mujer?Si se lo preguntan es porque conocen mal a las mujeres como usted. A propsito. Si en cambio de Jacinto, don Loredn le hubiese puesto delante a un anciano decrpito como imagin la seora Pubilla, usted igual le habra soltado los poderes?Sin estar enamorada del pobre viejo? Lo dudo.Se da cuenta? Para que los poderes beneficien a otro, hay que amar a ese otro.Dios mo, se me ha ocurrido una cosa atroz! Que si en lugar de Jacinto me hubiesen trado a un hombre odioso, los poderes se me habran desatado lo mismo, pero dainos.Araminta, usted es demasiado bondadosa para...Para qu? Qu estaba por decir? Cuando uno tiene poderes, tarde o temprano los usa, an contra su propia voluntad. Pero no. Si hubiese credo que mis poderes causaran dao, los habra dirigido hacia m misma. Diga que comprend, en medio de las convulsiones de Jacinto Amable, que mis poderes estaban rescatndolo de todas sus miserias.Araminta, a usted tendran que oira los poderosos de este mundo.De veras? Orme a m?Para que comprendiesen que el poder les ha sido concedido no para dominar sino para salvar.Acaso no lo saben?No lo saben o lo han olvidado.Se me ha ocurrido otra cosa ms. Que si yo no me enamoraba de Jacinto Amable y sin embargo le largaba mis poderes, las consecuencias habran sido funestas no solo para l, tambin para m. Me hubiese vuelto una mujer horrible, una bruja.De nuevo le doy la razn. Porque eso es lo que les est sucediendo a las Aramintas de la realidad: no aman a sus Jacintos Amables, y tanto ellas como los Jacintos Amables se afean inexorablemente, cada da ms.Ve? Hasta en su propio inters deberan imitarme a m, modestia aparte.Si no lo hacen, y pronto, probarn que son poderosas pero son estpidas.Y ahora me despido. Debo regresar a mi mundo.Gracias, Araminta. Gracias por permitirme contar su historia. No sabe con cunta alegra relat esa escena en la que usted moviliza sus poderes para salvar a Jacinto Amable de sus muchos infortunios. Es algo que vengo esperando, desde que vivo, de la ms poderosa de todas las Aramintas.Cmo se llama?Tiene muchos nombres, pero ignoramos su verdadero nombre.Perdneme. Ya no alcanzo a or sus palabras. Adis.Adis, mi querida y, ay, imaginaria Araminta Lpez.EL ARTE DE LA FUGADe desaparecidos est colmado el mundo. Las guerras, las catstrofes de la naturaleza y los naufragios siempre se han encargado de que mucha gente desaparezca sin dejar rastros. Esto no es ninguna novedad.Pero de un tiempo a esta parte proliferan las fugas a travs de los laberintos de la memoria, las huidas en la vastedad de las masas populares o por misteriosas hendeduras de la materia fsica, la disgregacin personal en el annimo, en la burocracia y en la estadstica.No me hago, pues, ilusiones. S que las ocho historias de desaparecidos que aqu ofrezco no suscitarn la incredulidad de nadie. A eso hemos llegado.El laberinto de CretaLa casa donde naci Teresilda Palomeque tena cuarenta habitaciones, diez patios y ocho jardines.Sin prisa y sin pausa se le fueron muriendo los padres, los hermanos todos solteros pero con una picadura en los huesos, las hermanas todas casadas aunque de salud muy frgil.Teresilda, la menor, no se cas y sin embargo persisti en vivir sola y unnime en la insondable mansin.Deambulaba por los aposentos, se paseaba por balcones y belvederes, suba y bajaba escaleras, trepaba a los ticos y a las terrazas, descenda a los stanos, recorra los pasillos, las logias y los diez patios, serpenteaba entre los muebles y mariposeaba en los jardines.En la vecindad corra el rumor de que Teresilda se haba dividido en quince o veinte Teresildas todas iguales, porque costaba creer que una sola abriese tantas puertas y se asomase a tantas ventanas, por no mencionar el hecho increble de que no tuviera el menor vestigio de fatiga ni alguna sirvienta que la ayudase en los quehaceres.Una vez al mes los sobrinos la visitaban para aliviarle hoy un marfil y maana una tetera de plata y le decan:Por Dios, ta Teresilda. Es absurdo que te empees en vivir sola en este tremendo casern. El da menos pensado amanecers muerta de esa misma fatiga que ests acumulando sin darte cuenta pero que en cualquier momento se te caer encima como una montaa.Y agregaban con alguna brutalidad, fruto de la preocupacin:Si es que antes no entran ladrones y te estrangulan o te clavan un pual en el pecho.Al fin Teresilda se convenci de que se senta cansada, aparte de amenazada por la delincuencia. En seguida los sobrinos iniciaron los trmites.Una maana Teresilda supo que la llevaban a una escribana y que le hacan firmar unos papeles. Y esa misma tarde se enter de que se haba mudado a un departamento de la calle Vidt llevndose algunos muebles porque para qu ms, Teresilda, por Dios, geman los sobrinos, quienes enseguida la dejaron sola para distribuirse el resto del mobiliario.Teresilda estaba habituada a la soledad, as que se sinti a gusto. Pero tambin estaba acostumbrada a las felices correras por las habitaciones, y quiso reanudarlas.Dio un paso y tropez con una pared. Dio otro paso en direccin contraria y choc contra otra pared. Volvi a cambiar el rumbo y se llev por delante una cmoda. Gir y la detuvo una mesa. Volvi a girar y embisti un aparador.Vio una puerta, la abri y no era una puerta para salir sino para entrar. Retrocedi, se golpe con una ventana, quiso abrirla y asomarse, se asom y del lado de afuera estaba el lado de adentro. Mir y mir y donde miraba los ojos se le hacan pedazos.Entendi que estaba atrapada en un laberinto, en los vericuetos de una arquitectura catica, en un ddalo tan enredado que no habra forma de salir, y ella morira de hambre y de sed o devorada por algn minotauro.Para qu gritar: nadie la oira desde la remota calle Vidt.Un mes despus los sobrinos la buscaron por todo el nico cuarto del departamento, la buscaron en la cocina americana y en el bao empotrado, la buscaron hasta en el pozo de aire y dentro de los muebles. Pero no la encontraron.Es un misterio cmo habr podido Teresilda abandonar el laberinto y fugarse nadie sabe a dnde.Confusin de los planosDesde que alguien le regal un plano de Pars, Gayoldo Costume vivi doblado en dos sobre ese mapa hasta aprendrselo de memoria. En tardes de lluvia solamos quitarle el plano y, despus de cerciorarnos, le preguntbamos, un suponer:Gayoldo, la rue Richer.Pona los ojos en blanco, jadeaba:Esperen. La rue Richer. Noveno arrondisemn, Opera. Va del Faubourg Poissoniere al Faubourg Montmartre. Ah cambia de nombre y se llama rue de Provence.Insistamos:La estacin del metro que est ms cerca?Cadet, en la rue de La Fayette.Aada precisiones increbles:Caminan una cuadra, largusima, por la rue Saulnier, y llegan a la rue Richer. Ah est el Follies Bergere si es lo que andan buscando.Todava no sabamos que pronunciaba el francs que daba lstima.A veces nos encarnizbamos, elegamos una calle cortita, medio perdida en los bordes del plano.Gayoldo, la rue Forceval.Levantaba una mano como pidiendo tregua, se pona bizco:Forceval. Forceval. Arrondisemn diecinueve, La Villete. Va de la rue du Chemin de Per hasta la rue Pasteur.Lo abrazbamos. l se emocionaba, pobre Gayoldo.Una vez Balbueno Iridial, misteriosamente enterado, le pregunt:Decime, qu hroe argentino alquil una casa en la rue de Provence por 1830?Le vimos la mortificacin pintada en el rostro:Perdonen, muchachos, pero tanto como eso no s. Yo s lo que figura en el plano y nada ms.A Balbueno le prohibimos que se viniese con esas agachadas.Ninn Gabast, que vivi dos aos en Pars haciendo nunca dijo qu, nos murmur:Qu quieren jugarle a que ese infeliz no conoce una rue.Y despus, a l:Una curiosidad. Costume. Dnde queda la rue du Soleil?Lo miramos con angustia. Pero Gayoldo, sin ninguna dificultad, al contrario, lo ms sonriente, le contest:Es una cortadita que est en Menilmontant. Nace en la rue de Bellevile y no tiene salida. Un cul de sac, si me permiten.Nosotros lo felicitamos efusivamente, pero Ninn, mirndose la punta de la napia, se mand una sonrisa de hiel:Es increble. En Pars ni los policas supieron orientarme y tuve que tomar un taxi. Pero el chofer tampoco saba. Dimos tantas vueltas que el viajecito me sali un platal. De haberme acompaado usted, Costume, me habra ahorrado mis buenos francos.Pero apenas Gayoldo se fue, Ninn descarg la bilis.Ese cretino terminar mal. Porque miren que saber dnde est la rue du Soleil sin haber estado nunca en Pars, qu locura. Encima pronuncia el francs que da risa.Entonces cremos que la ponzoa revuelta la haca hablar as. Pero tena razn: Gayoldo termin mal.Una vez el Negro Melndez estaba empeado en ir a Plaza Italia y a la calle Serrano para comprarse un revlver en una armera que haba visto por esos lares. Gayoldo le previno que en La Place dItalie no haba ninguna rue Serrano, y nosotros nos miramos con alguna alarma.Otra vez me aconsej que para llegar ms rpido a la calle Montevideo (dijo rue Montevideo) me bajara en la estacin Dauphine, caminara tres cuadras por el boulevar Flandrin y doblara a la izquierda por la rue de Longchamps. Disimul mi congoja.Una noche nos confi que lo esperaba una rubia en una esquina de Forest, cerca del cementerio. Qu bamos a sospechar, si en efecto la avenida Forest queda por Chacarita. Nunca ms lo volvimos a ver. Consultamos el plano de Pars y descubrimos que por los alrededores del cementerio de Montmartre hay una rue Forest.Quin sabe las horas que se pas Gayoldo esperando a la rubia. Y lo peor sin saber una palabra de francs. Vagar por Pars sin atinar con el caf donde sus amigos seguimos recordndolo.La tragazn sidreaDesventurada Gurmelina Azcrate, que se disip tan joven. Para que su disipacin no la difame hay que hacer un poco de historia.Hacia mediados del siglo XVIII el conde Kayserling, embajador de Rusia en Prusia, adoleca de un insomnio tan tenaz que a fuerza de mantener los ojos abiertos se le haba concluido la mirada.En vano recurri a la adormidera, a los pediluvios y a los excesos en la cama. En vano frecuent los sermones de un predicador calvinista. Intil fue que se hiciese leer El libro ureo de Spee y los poemas alemanes de Fleming. Un clebre hipnotizador napolitano fracas. Fracasaron las copiosas libaciones, el rezo del rosario, una dieta de cebolla cruda.Al borde de perder la razn, el conde Kayserling acudi a Juan Sebastin Bach para que lo salvase de la locura. El maestro Bach, hombre piadoso, le prometi ayudarlo, y sin demora se puso a componer un Aria con diversas variaciones para clave en dos teclados, ms conocida ahora, por el ttulo de Variaciones Goldberg. Este Goldberg es el joven que las interpret por primera vez, y no hasta el final, en la alcoba del conde, quien as consigui vencer el insomnio.No porque esa msica tenga efectos somnferos o narcticos, sino porque inicindose en un aria pacfica, se dira galante y hasta buclica, de manera gradual se vuelve infinita.A lo largo de un tiempo que ni los relojes ni los calendarios miden, las variaciones van arborizando sus lneas meldicas, sus ramajes armnicos y los hilos contrapuntsticos y, como quien no quiere la cosa, comps tras comps se deslizan hacia dilataciones donde toda dimensin desaparece y todo clculo claudica.El efmero mortal que se ve arrastrado por ese ro sin fin se rinde poco a poco al anonadamiento. Advierte que sus miserables medidas humanas ya no cuentan y que las variaciones no son msica sino una matemtica monstruosa que persigue, a travs de los nmeros relativos, la cifra absoluta e inconcebible del Todo.Hasta ah nadie haba llegado. El conde Kayserling se durmi un rato antes y el joven Goldberg, vindolo dormido, interrumpi la fluencia que lo llevaba al abismo.Desde entonces, cada tanto alguien decide acometer las Variaciones Goldberg. Por lo general se trata de algn robusto mocetn germnico a quien el vrtigo atrae, o de alguna frgil anciana polaca familiarizada con las masacres. En la ltima variacin, que es un quodlibet curvado sobre s mismo como el universo de Albert Einstein, tanto el mocetn alemn como la anciana polaca experimentan el terror csmico y, con un seco acorde de su propia invencin, se detienen en el umbral del Gran Todo.Si hay pblico, saludan con una falsa sonrisa mientras se enjugan el sudor de la frente y luego, en el camarn, beben un cordial para que se les reconforte el nimo. Pero si estn solos lloran un buen rato y despus concurren a un music-hall, a una feria de baratijas, a cualquier sitio donde no se piensa en la muerte.Las personas del pblico los aplauden, no para desahogar la admiracin sino para agradecerles que a ltimo momento hayan tocado aquel acorde que a todos los salv de la tragazn sidrea y, todava lvidos y temblorosos, se levantan de la butaca y ya en sus respectivos hogares comen con entusiasmo y fornican con voracidad, que son dos maneras de ponerse razonables.Pero Gurmelina Azcrate no se detuvo, Gurmelina Azcrate no atin a improvisar el acorde del finibusterre, Gurmelina Azcrate sigui adelante con el quodlibet y se perdi en la infinitud. A falta de despojos mortales sus padres velaron el clavicordio de doble teclado que, con sus incrustaciones de ncar en la caoba fnebre, pareca un atad construido para la infanta difunta de Maurice Ravel.Plan de evasinUn traspi ortogrfico en la partida de nacimiento (ese Dlmiro esdrjulo) le inspir otras erratas: veintids crmenes le proporcionaron el ingreso en el presidio, condenado a perpetuidad y a un ao ms por las dudas.Dlmiro Ponce no lo toler. La prisin perpetua vaya y pase, pero el ao ms no lo aguantara, as que resolvi evadirse.Fue torneando un plan tras otro y a todos se los estropeaba alguna oposicin de muros y de rejas, o esa cruel prohibicin de que los presidiarios estiren los msculos cavando tneles.Al fin lo visit una revelacin cuya difana sencillez pareca la del sol cuando sale cada maana: si l estaba preso era porque una voluntad o una serie de voluntades as lo quera. De modo que bastaba oponerle una voluntad, de signo contrario que la anulase.Se pregunt si un solo hombre es capaz de acumular mayor voluntad, que muchos hombres juntos. Siempre que ese hombre fuera l, apost a que s. Volvi a preguntarse si su voluntad, colmada hasta el tope pero librada a su sola fuerza, podra prevalecer sobre voluntades que se ayudan de un presidio, y otra vez apost a que s.Razon que dentro de la prisin no haba ms voluntades opuestas a la suya que las de los carceleros. Pero la voluntad de un carcelero sufre continuas distracciones, se dispersa en la vigilancia de muchos condenados, se desmiembra en varios propsitos simultneos y envejece y se debilita en las costumbres rutinarias de un oficio desgraciado.Mi voluntad, pens, eludir la menor distraccin, se concentrar toda en un solo propsito, me permitir que el tiempo me la desgaste, no la derrochar en zonceras.Le llev aos almacenar voluntad en cantidades suficientes para evitarse un papeln. La guardaba, intacta, de modo que los dems lo tuvieron por un hombre indiferente o sumiso o desganado, al punto de que fue un recluso modelo, una especie de esclavo no slo de los guardiacrceles sino tambin de los otros reclusos, que no le consentan tanta mansedumbre y que alguna vez lo hicieron vctima de vilipendios infames que a l le servan de tnico para la voluntad de evadirse.Apenas calcul que su voluntad ya sobrepujaba cualquier voluntad antnima, se puso de pie en el calabozo y grit: Soy libre!Thomas de Quincey se pas la vida preparndose para morir cuando l lo decidiera. Un da decidi morirse, pero el cuerpo lo desobedeci. Dlmiro Ponce tena ms voluntad o ms barrabiles y un cuerpo ms dcil.Los guardias registraron la prisin con minuciosidad rencorosa pero no encontraron al fugitivo.La novia ausenteA la seorita Perpetua Gamondal se le conoca un defecto, uno solo pero grave: la cachaza para hablar. No es que sufriese de rmoras de elocucin. Necesitaba meditar una frase, palabra por palabra, y no incurrir as en disidencias entre lo que se piensa y lo que se dice y arrepentirse despus, cuando ya es tarde.Ella no hablaba mientras no se sintiese conforme con lo que iba a decir. Pero cuando por fin lo deca, los dems se haban ido y ella deba permanecer callada, mirando decorosamente el vaco, mientras pensaba que la gente vive demasiado de prisa y no sabe conversar.A los veinte aos quiso ser monja: dialogara con Dios, que es el nico que no tiene apuro. Veinte aos despus todava no haba conseguido transmitirle esa aspiracin a su madre, la seora Matutina, matrona de lengua veloz y movimientos tan rpidos que era imposible darle alcance.As las cosas, un tal Bienvenido Mariscotti, vecino del barrio, aquejado de calvicie, de traje negro y de monlogo, pidi la mano de Perpetua. Ella no dijo ni que s ni que no, porque cuando se quiso acordar la seora Matutina y Bienvenido se haban puesto de acuerdo y ya estaban, fijando la fecha de la boda y a quines invitaran.Pero la boda, por una razn o por la otra, fue postergndose, y entre tanto Bienvenido visitaba la casa da por medio, coma y beba como un Heliogbalo, y entre l y la futura suegra, hablando los dos al mismo tiempo, llenaban todas las habitaciones con una especie de humo de palabras que a Perpetua le provocaba la asfixia.Durante todo ese tiempo del noviazgo, y fueron aos. Perpetua no hall un resquicio por el que participarles a los dos, con frases por las que despus no sintiese cargos de conciencia, sus intenciones de no contraer matrimonio.Pero como la seora Matutina le haba mandado hacerse el ajuar de novia, ella se pasaba el da cosiendo y bordando en silencio, porque apenas abra la boca su madre se le adelantaba con algn ataque de verborragia y cuando paraba de hablar ya Perpetua se haba ido a la cama y dorma.Al cabo del noviazgo el ropero de Perpetua reventaba de prendas ntimas, de camisones, de vestidos, de blusas, de sbanas, de fundas para las almohadas, de abrigos y de toallas. Era un enorme ropero de tres cuerpos, con espejo de luna y tres puertas que rechinaban.Una tarde la seora Matutina entr en el dormitorio y dijo, por primera vez lacnica:Vstete, que es la hora de ir al Registro Civil.Entonces Perpetua se introdujo en el ropero y no sali nunca ms. La seora Matutina y Bienvenido hurgaron entre los montones de ropa colgada, descubrieron que aquel mueble se bifurcaba en galeras y que estas galeras, tapizadas de sbanas y de fundas, conducan a otros roperos ms pequeos, igualmente atiborrados de camisones, de vestidos y de ropa interior. El aire, muy enrarecido, estaba impregnado del perfume de los ramitos de espliego seco que haba por todas partes.Les cost encontrar la salida. Bienvenido Mariscotti juraba que haba escuchado, muy lejos, la risa de Perpetua. Pero la seora Matutina no le crey.La fatdica pausaSus colegas del Senado lo apodaban "Piquito de Oro", pero los taqugrafos, con las muecas recalcadas de tanto hacerle las versiones escritas de sus discursos, le tenan un odio feroz.Cada vez que el senador Crspulo Varriobiejo peda la palabra, los dems senadores se arrellanaban en sus bancas, los correligionarios para disfrutar de aquella msica y los opositores para echarse un sueo. Pero los pobres taqugrafos suspiraban de desesperacin.Cosa curiosa: en la intimidad era un hombre callado, ms bien tmido con las mujeres y de un carcter proclive a la ausencia. Pero bastaba que en un banquete le rogaran que pronunciase un discurso, que en los mitines del partido le correspondiese enardecer a la multitud o que en el Senado le tocara animar el debate para que, misteriosamente, pusiera en funcionamiento una oratoria arrebatada y celustica que nada tena que envidiarles a la lira de Orfeo en Tebas, a las trompetas de Josu frente a los muros de Jeric, a la cornamusa del Parclito ni, si vena al caso, a la paflagonia del Apocalipsis. Otra que Demstenes, que Emilio Castelar y que Belisario Roldn. Ms de un muerto ilustre se neg a entrar en el panten si antes Crspulo Varriobiejo no le redoblaba los enlutados tambores de un panegrico pstumo. Debe de haber sido un adversario rencoroso el que lo llam mural, que es el nombre de la flauta con que los encantadores de serpientes manejan a esos animalitos.Y sin embargo un da, da funesto, en mitad de una exposicin en el Senado le sobrevino la increble catstrofe: de golpe se le atasc la oratoria.Hasta hoy nadie ha acertado con el origen de esa obstruccin. Acaso el delicado y complejo mecanismo de metforas, perfrasis, anstrofes, apstrofes, metagoges, catacresis, oxmorones, sincdoques, metalepsis, retrucanos, eutrapelias, parresias, hiprboles, anfibologas, solecismos, ripios y anacolutos sufri uno de esos pequeos desperfectos suficientes para que las grandes maquinaras se paren.Quiz fue nada ms que un adjetivo mal ajustado, nada ms que un gerundio que se solt o una preposicin medio destornillada, un pronombre flojo, un verbo oxidado, y el colosal engranaje detuvo todas sus cremalleras, sus ruedas dentadas y los poderosos mbolos.La cuestin es que transcurran los minutos, y Crspulo Varriobiejo no se recuperaba de la pausa. Lo miraban los senadores, lo miraban los ujieres y los taqugrafos, lo miraban las seoras desde los palcos y la chusma desde las galeras, y l no se repona del fatdico silencio.Hasta que, hombre de honor, poltico pundonoroso si los hubo, no quiso esperar un minuto ms y se arroj por el tenebroso orificio, se precipit ntegro a travs del ominoso agujero y, como en un truco de prestidigitacin, desapareci sin dejar rastros.Los senadores, aunque lamentando lo ocurrido, reanudaron el debate.Huida a CarpaccioLa pista se la proporcion un prrafo del libro de Terisio Pignatti: "No conocemos ningn retrato (de Carpaccio), a pesar de que en su poca tuvo fama tambin como retratista. Imaginemos que lo complaci autorretratarse en alguno de sus personajes y que un da, mirando con atencin las innumerables figuras de sus obras, tendremos la sorpresa y la emocin de encontrarnos de golpe con su rostro".** Terisio Pignalti, Carpaccio. Trad. del italiano al francs por Rosablanca Skira-Veniuri. Editions dart Albert Skira. Gneve, 1958, pg. 9.No lo pens ms: l emprendera esa aventura de hallar el rostro del venerado maestro entre los incontables rostros que pueblan sus cuadros.Un instinto, una intuicin, acaso la secreta voz de la sangre le revel que aquel a quien buscaba se esconda en La leyenda de Santa rsula, la serie de ocho grandes telas que Carpaccio pint para la capilla de la Scuola di SantOrsola, en Venecia, y que ahora estn en la Academia de la ciudad paldica.El gobierno italiano acogi con benevolencia su peticin de estudiar (no confes el verdadero propsito) esas pinturas. Generosamente becado, copiosamente provisto de cartas de recomendacin, se traslad desde su modesta vivienda en el barrio de Caballito hasta un no menos modesto hotelucho cerca de la parroquia de San Canciano, en Venecia, y visit a diario la Academia, donde terminaron por considerarlo uno de la casa.Los ocho cuadros monumentales, altos todos de casi tres metros y largos algunos de seis y de siete, invadidos todos por muchedumbres que se despliegan sobre un fondo de arquitecturas y de geografas fantsticas que no son ni Bretaa, ni Roma, ni Colonia, sino una ciudad de los dux recreada por la fantasa portentosa del pintor, lo precipitaron en un frenes lindero de la pasin ertica. Lo s gracias a las cartas que me enviaba peridicamente.S que la batida de las ocho telas la comenz en El arribo de los embajadores y la termin en el Martirio y funerales de la santa, que es el orden con que, a cornu epistolae del altar, decoraban la antigua capilla despus derruida y, por lo dems, el que se acomoda a la cronologa de la leyenda segn el libro de Jacobo de Vorgine.S, tambin, que dedic a su trabajo no menos de un ao y que la cacera del rostro del maestro a travs de los cuadros colosales se repiti una y otra vez. En fin, s que puso en sus exploraciones la terquedad obsesa y la minuciosa paciencia de un polica que rastrea a un criminal, el ensaamiento de un Javert en pos de Jean Valjean. Pero era el amor el que lo guiaba.En una carta me informa: "No poseo ningn dato sobre su fisonoma, salvo lo que dice Girolamo delle Colombe, que era rubio y bien parecido. Pero estoy seguro de que, cuando lo vea, un especial latido de mi corazn me advertir que es l".Agrega: "De todos modos no me resultar fcil encontrarlo. Son cientos, quiz miles de rostros que hay que examinar uno por uno. En la Academia me han facilitado una escalera y una lupa de gran tamao. Me tienen simpata. Encienden para m las araas de cristal de Murano. Les he mentido que estudio la tcnica del maestro".Otra carta pudo alertarme: "Me detuve junto a un paje de los embajadores ingleses porque se me figur que era l, disfrazado. Di varias vueltas a su alrededor, lo mir de frente y de perfil, pero mi corazn permaneci fro". Atribu esas palabras insensatas a un exceso de entusiasmo, las juzgu metafricas.Una carta fechada tiempo despus me abri los ojos: "Se me ha ocurrido que puede ser uno de los que, en La partida de los desposados, se asoman a los balcones del palacio de la derecha. La distancia, an abreviada por la lupa, no me permite distinguir con nitidez sus rasgos. Tratar de entrar en el palacio y de mirarlos cara a cara".Deb prevenirlo contra las alucinaciones de la tercera dimensin. No lo hice y l me escribi: "Ayer, en La llegada a Colonia, me intern por sus complejas perspectivas y casi me pierdo. No se imagina mi odisea para volver. Menos mal que en la Academia nadie not mi momentnea desaparicin".Estaba a punto de contestarle con una enrgica reprimenda cuando recib este mensaje escueto y alarmante: "Creo sabe dnde se oculta. Aunque hay que cruzar ese puentecito bloqueado por la multitud, confo en que maana estar junto a l". Con toda evidencia alude a un detalle de El retorno de los embajadores.Tal como me lo tema, su correspondencia, hasta entonces regular aunque no frecuente, se interrumpi para no reanudarse nunca ms. Escrib a los ignotos propietarios del hotelucho. Me contestaron, de mala manera, que quello argentino se haba fugado sin pagar la cuenta (y sin llevarse el equipaje, olvidaron aadir).Escrib a las autoridades de la Academia. Prevea su respuesta: el egregio e gentilissimo signore Scarpazo no haba vuelto desde haca un par de meses. La ltima vez, contra su costumbre, se haba marchado sin despedirse de nadie, dejando abandonadas la escalera y la lupa que sola usar.Me propuse participarles mis sospechas: El retorno de los embajadores no sufra alguna ligera alteracin? Me propuse pedirles que examinaran un particolare:, el puentecito. Y para convencerlos les dira que, seguramente, la escalera y la lupa haban sido halladas al pie de aquel cuadro. Si era necesario les enviara una copia de la ltima carta.Pero uno est tan acosado por sus propios problemas que dej pasar el tiempo y ahora no vale la pena volver al asunto. No importa. Algn da ir a la vieja ciudad lacustre, visitar la Academia, ver El retorno de los embajadores.Espero encontrar, entre tantos rostros pintados por Carpaccio, un rostro que Carpaccio no pint. Y aunque no lo localice, porque el intruso se esconde tras la multitud, no dudar de que est ah. Atrapado para siempre por el objeto de su persecucin, s que es feliz. Mi amigo se llamaba Vctor Scarpazo. Carpaccio se llamaba Vittorio. El apellido Carpaccio proviene de Carpathius. Y Carpathius es la latinizacin de Scarpazo.Tarde o temprano, el pjaro rebelde cantaLo deca la propia madre, la seora Biancamano: Este muchacho no tiene sangre en las venas. Con esas mismas palabras o con otras ms groseras lo deca todo el mundo.La cuestin es que Hernani Biancamano miraba a las mujeres como miraba a los hombres: sin ningn inters. Ni siquiera las actrices de cine lo entusiasmaban. Un amigo le deca: Te gusta la Brigitte Bardot? y l: No, no me gusta. El otro insista: Y la Isabel Sarli te gusta? y Hernani, sin la menor vergenza: No, no me gusta. El amigo se irritaba: Pero a vos quin te gusta? y l era muy capaz de contestar: Qu s yo. As que los amigos llegaron a la conclusin de que no le gustaban las mujeres. Y como tampoco daba seales de que le gustasen los hombres, entendieron que Hernani era una especie de castrado.Con un castrado es difcil mantener una amistad: no se sabe de qu hablar. De modo que los amigos lo saludaban al pasar o desde lejos, pero a la conversacin no se comedan. En cambio las muchachas no se dieron por derrotadas, porque Hernani tena su figura. Hicieron lo imposible para que se fijara en cada una de ellas y no en otra. Fue intil: l segua de largo.El tiempo lo que tiene de malo es que no respeta a los barrios. Las humildes casitas de una sola planta, los pequeos almacenes y el caf de la esquina debieron ceder su lugar a feas moles de departamentos, a un supermercado, a dos estaciones de servicio y a tres discotecas bailables.Tampoco de la gente el tiempo es respetuoso. O porque se moran, o porque se casaban, o porque ganaban mejores sueldos, los antiguos pobladores de aquel barrio se mudaron a otros barrios menos amenazados por la demolicin. Un da Hernani se dio cuenta de que en la calle ya nadie lo saludaba. Desde entonces se le encon la indiferencia. Pero ni l ni la seora Biancamano quisieron mudarse.Otro da descubri en su propia persona la irrespetuosidad del tiempo. Una maana se despert y era domingo. Abri el diario, busc la pgina de los avisos fnebres y los estuvo leyendo uno por uno. Ah fue cuando razon que haba perdido la juventud. Porque, mientras uno es joven, los avisos fnebres son noticias para los dems. Pero si empezamos a curiosearlos es una mala seal, la seal de que hemos entrado en el negocio.La vista se le qued atrapada en un nombre: Nicolai Lilienwicz. No era el nombre de algn difunto sino el de un sobrino que divulgaba la muerte de su to Esteban Lilienwicz. Hernani record algo que haba olvidado. Record que un Nicolai Lilienwicz haba sido vecino suyo cuando ambos andaban por los verdes aos. Y como es difcil y acaso imposible que dos distintos sujetos coincidan en el Nicolai y en el arduo Lilienwicz, Hernani supo que su antiguo vecino y el sobrino del aviso fnebre eran un mismo hombre.Nicolai Lilienwicz! En algn depsito de la memoria hasta ese momento a oscuras se encendi una luz y Hernani volvi a ver, al cabo de treinta aos, la imagen del muchachito rubio, delgado, vestido con un traje azul marino, camisa blanca y corbata roja, que dos por tres vena a visitarlos sin el menor pretexto. Se sentaba en una postura formal, tena la conversacin pausada y cuidadosa, y pareca agradecido de que lo recibieran. Despus que se haba ido, la seora Biancamano sola reflexionar en voz alta: Qu joven tan educadito, tan hombrecito, una monada.Ms de una vez Hernani se lo encontr en la calle, siempre preparado para ir de paseo. Le vena al encuentro, le sonrea como si verse fuera una fiesta. Pero l, demasiado ocupado en la indiferencia, le deca chau y segua caminando. Y hubo una vez en que la seora Biancamano haba salido de compras, son el timbre de la puerta de calle, Hernani espi por la ventana y no fue a abrir porque de qu iban a hablar, ellos dos solos.De golpe a todas esas imgenes se les desmoron una opacidad, un polvo borroso, y se pusieron ntidas. De golpe todos esos recuerdos sueltos ensamblaron unos con otros, giraron como del revs al derecho y formaron una historia que Hernani no haba conocido pero que ahora, as, de repente, poda entender de una sola ojeada. Era la historia del amor que Nicolai le haba tenido.Se la estaban revelando las miradas de Nicolai, las sonrisas de Nicolai, aquellas tenaces visitas sin ninguna excusa, los encuentros en la calle para nada fortuitos sino buscados por Nicolai, la mortificacin en el rostro de Nicolai cuando l lo dejaba plantado, las maniobras de Nicolai para hacer ver que conversaba con la seora Biancamano mientras se mantena pendiente de lo que haca l, y l no haca nada ms que desinteresarse de todo.Bruscamente le sucedi una cosa increble: el amor de Nicolai le despert el suyo. Algo que nunca haba sentido por nadie ahora lo senta por Nicolai. Amaba a Nicolai. Quiz siempre lo haba amado pero no se haba dado cuenta. Haba metido a Nicolai junto con Brigitte Bardot, con Isabel Sarli, con todos los hombres y mujeres que no le gustaban, pero ahora Nicolai se separaba de los dems, ahora Nicolai le gustaba.Reley el aviso fnebre. La casa de duelo quedaba por la calle OHiggins, la inhumacin en el cementerio de la Chacarita sera a las once de la maana. Era las nueve y media. La seora Biancamano le pregunt: Dnde vas, tan temprano y tan apurado? Y l, sin detenerse: Al velorio de un compaero de oficina. Por primera vez la impaciencia lo pona brusco.En la calle vio el barrio intacto. Vio las casitas bajas, con el pequeo jardn al frente. Vio el minsculo almacn, la talabartera del padre de Nicolai Lilienwicz. Vio el caf donde lo aguardaban los amigos para preguntarle, medio perplejos: Pero a vos quin te gusta? y l, distrado: Qu s yo. En la esquina tom el tranva 68.La seora Biancamano denunci la desaparicin de su hijo. Le informaron en la comisara que casos as hay a montones y que por lo general los desaparecidos no reaparecen ni vivos ni muertos. La seora Biancamano pens: Es porque no saben buscarlos.LA DANZA DE OLAFLa seora Antonuzzi no era tacaa, pero se qued de una pieza cuando supo el precio de un piano de cola flamante, de modo que compr una revista donde se pide y se ofrece todo tipo de cosas de segunda mano y ah encontr lo que buscaba: Piano Gaveau de media cola en excelente estado.Para estar segura de que el aviso no menta llev consigo a las dos nias. La direccin corresponda a un vetusto chalet con un jardn muy descuidado al frente. Pero la anciana que sali a atenderlas pareca la pulcritud en persona.El interior del casern le confirm a la seora Antonuzzi lo que ya haba sospechado en la puerta de calle: una familia de copete andaba ahora de capa cada. Muchos muebles de calidad, muchos cuadros y alfombras, pero los cielos rasos y las paredes se venan abajo. La seora Antonuzzi, que de una ojeada apreci esos sntomas de decadencia, se dispuso a regatear el precio.Por fuera el piano la satisfizo. Lo palp como a un animal vacuno, lo mir por todos los costados y no descubri ni la menor rayadura. Cierto, las teclas estaban amarillentas, pero con el marfil sin una sola caries. El engao podra esconderse en las cuerdas. Pidi permiso para levantar la tapa y meti la nariz: bien, no faltaba ninguna cuerda y los paos haban sido renovados.Pero siempre puede haber motivos de queja. A una seal de su madre, primero Yolanda y despus Zulema se sentaron en el taburete giratorio y arremetieron con las escalas del Hannon. Pobres ngeles, estaban un poco nerviosas, tendran los dedos fros, pero la seora Antonuzzi, que pensaba lucirse, las habra matado.Del sonido no haba nada que decir. Como ltimo recurso, la seora Antonuzzi le hizo serios reparos a la afinacin.Ayer lo hice afinarmurmur la anciana, tmidamente, como pidiendo disculpas.La seora Antonuzzi experiment un ligero fastidio: no tena argumentos para el regateo. Mientras las nias lidiaban con el teclado (sobre todo con las teclas negras, que son tan traicioneras), ella haba estado catalogando de reojo a la propietaria del Gaveau. Era bajita, con un cuerpecito lamido, el pelo todo blanco cortado casi al rape y un rostro en miniatura. Al lado de esa muequita la seora Antonuzzi, que descerrajaba sus pechos a la altura de la cabecita de la anciana, se sinti omnipotente, liara un buen negocio, de todos modos.Entonces, modulando la voz en un tono de vaga amenaza, pregunt por el precio. La cifra que oy era tan inverosmil que la seora Antonuzzi desarm a toda velocidad la mscara un poco altanera que se haba puesto y dej que se le soltase el carcter meridional, apasionado y bondadoso que slo ocultaba cuando haba de por medio cuestiones de dinero.Querida dijo, no se hable ms. Se lo compro y al contado rabioso. Ahora le doy una sea y maana mismo me lo llevo en uno de los camiones de mi marido.Se ech a rer. Siempre que haca una pichincha le vena un acceso de hilaridad. Enseguida la inund una ola de buena educacin: la anciana estaba preguntndoles, a ella, si tomara una taza de t y, a las nias, si preferan una naranjada.No se moleste, querida de golpe la seora Antonuzzi tena otra voz, una voz clida y untuosa. No hemos venido a darle trabajo. Pero a m trigame tambin un jugo de naranja. Con esta calor me ha venido la sed.Apenas la anciana desapareci (pobre diabla, vivira sola, no tendra sirvienta), la seora Antonuzzi inspeccion la habitacin. De una pared, colgaba un tremendo diploma del Conservatorio Nacional de Msica, fechado en 1934 y extendido a nombre de una tal Aroma del Piombo, a la que le otorgaba el ttulo de profesora superior de piano.Otra pared estaba cubierta por doce o quince fotografas en gran tamao y con marcos dorados. Las fotografas eran todas de una misma muchacha siempre sentada al piano, siempre vestida de fiesta y rodeada de canastos de flores, siempre mirando al fotgrafo con cara tristona. En esa joven flaquita, rubia y melanclica (ms bien, exhausta) la seora Antonuzzi reconoci a la anciana. Dios mo, pens, lo que pueden los aos.Reanud las exploraciones. Sobre una mesa se amontonaban cartulinas en posicin vertical. Qu diablos eran? Tarjetas con saludos de Navidad? En octubre? Eran programas de conciertos ofrecidos, entre 1935 y 1950, por Aroma del Piombo en distintas salas y teatros de Buenos Aires. Programas lujossimos, en papel brilloso con orlas doradas. La seora Antonuzzi ley los nombres de Chopin, de Lizst, de Beethoven y otros imposibles de deletrear, as, de un vistazo.No haba terminado de introducir de nuevo las caderas en el silln cuando reapareci la viejecita con los tres vasos de naranjada y un plato con varios trozos de pan de Espaa.Pero querida, cunta molestia. Y usted no toma?Mientras tanto pensaba que ella, en 1950, tena diez aos, as que nadie deba ofenderse si no saba quin era o quin haba sido Aroma del Piombo. Pero, Dios mo, qu cuesta ser amable.Por casualidad usted es Aroma del Piombo? Cmo no la reconoc! Y quin iba a decirme que le comprara el piano nada menos que a una pianista tan famosa. Se dan cuenta, nenas, qu honor? Estamos delante de una celebridad nacional. Yo era muy chica, pero me acuerdo de que no poda creer que una persona de carne y hueso se llamara Aroma. Aroma del Piombo! Parece el nombre para alguna novela.La anciana, sentada en el borde del sof rado, las manos entrelazadas a la altura del busto chato, las rodillas apretadas y las pantorrillas hacia atrs como para ocultar los pies, miraba a las nias.Nomen atque ornen susurr.La seora Antonuzzi crey haber odo mal:Perdn? No le entend.Aroma del Piombo segua vigilando cmo las nias devoraban el pan de Espaa.El nombre es el destino. As decan los antiguos romanos. Por eso mi finado padre me puso ese nombre.La seora Antonuzzi sufri un repentino acceso de solidaridad con los antiguos romanos:Y es verdad! Es verdad! Una mujer que se llama Aroma del Piombo est predestinada a ser, yo qu s, poetisa, bailarina clsica, cantante de pera, actriz de teatro. O una gran pianista, como usted. No, su pap no se equivoc, querida.La anciana empez a sacudirse unas migas invisibles que le haban cado sobre la falda.Yo nunca fui famosa.La seora Antonuzzi se puso vehemente:No diga eso. Usted lo dice de pura modesta que es.Nunca fui una gran pianista.Y dale! Cmo que no? Usted no tiene nada que envidiarle a la Cimaglia. O a esa otra que ahora est en el candelero, esa melenuda, la Argerich.Aroma del Piombo insista en quitarse del vestido las migas imaginarias.Pobre pap. Se haba hecho tantas ilusiones conmigo.La seora Antonuzzi se atragant con un sorbo de naranjada, tosi un buen rato, al fin pudo hablar:Hace mucho que no da un concierto?Cuarenta aos. Treinta y nueve. El ltimo lo di en 1950.La seora Antonuzzi fingi escandalizarse:Qu pena, con sus condiciones! Interrumpir una carrera tan brillante en pleno xito. Cmo se explica? Ya s: se cas, y adis piano. Suele pasar. Una cuada ma, sin ir mas lejos, los volvi locos a los padres con que quera ser pintora. Imagnese, pintora, una muchacha tan linda. Bueno, la mandaron al Bellas Artes, y usted qu cree: un mes despus de recibirse se enamor del que hoy es su marido, se casaron, tuvieron una punta de hijos, y nunca ms tom un pincel ni para pintar una puerta.Aroma del Piombo se hurgaba el pelo con un dedito largo y huesudo. Ni que tuviese liendres, pens la seora Antonuzzi.Yo no me cas.Y, s, por la vocacin. Se dedic al piano y nada ms.Bien. La seora Antonuzzi era una de esas personas que se interesan por la vida de los dems, estn siempre vidas de confidencias y son capaces de entablar conversacin con un desconocido y a los pocos minutos sonsacarle datos ntimos.Pero algn novio, algn filo habr tenido. No me lo niegue. Una mujer tan bonita y encima famosa.Aroma del Piombo se rasc el crneo con furia:No, no tuve novio.Mientras se ajustaba las pulseras de oro como un boxeador los guantes, la seora Antonuzzi estudi a su presa. Con razn, en las fotos, pareca tan triste!Comprendo. La vida de los artistas es muy sacrificada. Yo siempre les digo a estas: si quieren llegar, sacrifquense. Seguro que usted se pasaba todo el tiempo en el piano.Aroma del Piombo asinti secamente:Hasta diez horas por da y luego, con una especie de amargo orgullo: En vsperas de un concierto, doce, quince horas.La seora Antonuzzi se ech hacia atrs en el silln y durante un minuto no habl. Empezaba a sospechar algo.Su pap sera un hombre muy severo, muy exigente. Como todos los padres de entonces. Tambin el mo me tuvo a la baqueta.Aroma del Piombo mir hacia la pared de las fotografas mientras pasaba la palma de la mano por el descolorido terciopelo del sof. La seora Antonuzzi vio que el dedo pulgar estaba deformado, arqueado y aplastado como una esptula.Pap no era msico, no saba leer una nota. Pero tena un gran odo, una gran intuicin musical, y adems era un hombre muy culto. Cuando se acercaba la fecha de un concierto dejaba la fbrica en manos de su socio y no se separaba de mi lado. Durante horas, de maana, de tarde y hasta de noche me ayudaba a preparar el concierto, me daba indicaciones sobre cmo deba tocar tal o cual msica. Yo le haca caso. l se encargaba de alquilar la sala, de hacer imprimir los programas, de llevarlos a los diarios. Una vez contrat una claque. Pero todo fue intil.Cmo, intil.Nunca vinieron los crticos. Nunca sali una crtica en los diarios. Los nicos que asistan a mis conciertos eran los parientes, los amigos, el personal de la fbrica, algunos clientes. Nadie ms.La seora Antonuzzi se acalor:Es que hay cada trenza, cada camarilla entre los msicos, y tanta envidia, para colmo.No. Pap quera engaarse, pero al fin comprendi que yo nunca sera una gran pianista. Cuando muri, en 1953, yo ya haba perdido por completo la tcnica. El socio nos dej en la calle y entonces mi finada mam, a fuerza de mover influencias, consigui que me diesen una ctedra de msica en un colegio secundario. Hace cinco aos me jubil. No aguantaba ms.Me imagino, querida. La juventud est imposible. La haran renegar de lo lindo, y usted que parece tan dulce, tan tierna. Pero no habr abandonado el piano, supongo.Aroma del Piombo mir el piano como para refrescarse la memoria:Lo nico que toco, cada tanto, es la danza de Olaf. Fue mi caballito de batalla.La seora Antonuzzi escuch un aviso del corazn: si seguan con ese tema, ella terminara por desistir de la compra del Gaveau.Bueno, querida, aqu tiene la sea. No me haga ningn recibo, no hace falta con una persona como usted. Maana por la maana me llevo el piano en un camin de mi esposo y le pago el saldo.Aroma del Piombo mir a su alrededor como buscando una cosa que se le hubiese perdido:Me gustara hacerles un regalito a sus nenas.Fue hasta un mueble y volvi con un cuadernillo ajado.La toqu en todos mis conciertos. Pap quera que la dejase para el final o como pieza fuera de programa, porque es muy difcil, muy brillante y entusiasma al pblico.De puro educada la seora Antonuzzi curiose la cartula del cuadernillo, ley, a su manera, Danse dOlaf de un tal Riccardo Pick-Mangiagalli.Es para ustedes dijo Aroma del Piombo dirigindose a las nias pero mirando la cartula manoseada y descolorida. Si perseveran en el estudio, algn da podrn tocarla y se acordarn de m. Yo la estren en el Saln La Argentina el 12 de mayo de 1935. Un estreno para nuestro pas, desde luego.La seora Antonuzzi gimi:Pero querida, cunta molestia.Aroma del Piombo estrech la Danse dOlaf contra su pecho sin pechos, una tabla:No, si total ya no tendr ms el piano.Esta vieja me va a hacer llorar, pens la seora Antonuzzi. Para vencer la emocin tom de un brazo a la anciana con un ademn tan brusco que pareci que la llevaba presa.Seorita Aroma, si no es mucho pedir. Por qu no la toca por ltima vez, para que las nenas la oigan?Deba de estar esperando que se lo pidiesen, porque sin hacerse rogar fue y se sent frente al piano. Las nias se ubicaron, de pie, a su izquierda, y la seora Antonuzzi a la derecha. Aroma del Piombo abri la partitura y la puso sobre el atril. Vieron que los pentagramas estaban tan cargados de notas negras que parecan esas telas engomadas donde quedan adheridos enjambres de insectos.Debajo del ttulo haba un epgrafe: Et Olaf, le roi des elfes, dansait parmi les feux follets. Pasando un dedito esqueltico por cada una de esas misteriosas palabras, Aroma del Piombo las tradujo: Y Olaf, el rey de los elfos, bailaba en medio de los fuegos fatuos.Quin es Olaf? pregunt Yolanda.En ese momento la seora Antonuzzi advirti que la desplumada cabecita de pjaro haba empezado a temblar como si sufriese del mal de Parkinson. Tambin la voz le temblaba.Pap me deca que deba imaginarme a un dios joven y hermoso que baila, ebrio de amor, entre las fogatas encendidas a orillas del mar.Qu poeta era su pap! canturre la seora Antonuzzi mientras pensaba: que empiece de una buena vez, se me est haciendo tarde.Aroma del Piombo haba apoyado las yemas sobre el teclado, pero no oprima ninguna tecla. Qu le pasaba? Estara llorando? La seora Antonuzzi se inclin hacia adelante y espi el perfil de la anciana, contrado en una mueca que poda ser de dolor. Eh, s, le costara desprenderse del piano, no volver a tocar nunca ms su msica preferida. Pero qu se puede hacer en casos as? Y tampoco las nenas iban a quedarse sin el Gaveau.Despus la seora Antonuzzi oy un susurro:Bailaba desnudo. Olaf bailaba desnudo entre los fuegos fatuos. Completamente desnudo.Y despus oy un rezo, una letana, o quizs el recitado de un poema, una serie de palabras pronunciadas en voz muy baja y a toda velocidad, en tono monocorde, sin matices, casi mecnico, como quien desgrana las oraciones del rosario o repite un mismo estribillo rtmico.En un primer momento la seora Antonuzzi no entendi nada. Pero las nias, gracias a su corta estatura, debieron de pescar qu era lo que salmodiaba a toda prisa Aroma del Piombo sentada en el taburete, porque se haban ruborizado, se movan, se miraban entre ellas y parecan sofocar las ganas de rer.La seora Antonuzzi se alarm. Doblando en dos su corpachn de prima donna trat de acercar la oreja a la boquita de la anciana. Enseguida se incorpor, aterrada, tambin ella roja como un tomate. Tom a las nias el cuello, recogi de un manotazo la plata de la sea, que haba quedado sobre un mueble, y sali a la carrera de la habitacin.Entonces estall a sus espaldas la msica orgistica, la danza del dios borracho de lujuria. Era, noms, un chisporroteo de fuegos fatuos. Era un remolino que las persegua, a ella y a las dos inocentes, para arrastrarlas hasta los ritos nefandos que la sacerdotisa de Olaf acababa de describir en un lenguaje espantoso.Siempre corriendo atravesaron el jardn, llegaron a la vereda, subieron al automvil. Slo despus de un rato la seora Antonuzzi pudo rerse a carcajadas como ya venan rindose las nias desde que haban salido del chalet.HAPPY BIRTHDAY, MISS MAGGIE!-Oh really?, gorjeaba Miss Maggie Sills como si se sintiese agradablemente sorprendida y algo azorada.Es que no quera parecer vanidosa. Pero miles de veces le haban dicho que era igualita a la reina madre de Inglaterra, claro que cuando la reina Mary andaba, como ella ahora, por los cuarenta aos y pico.Las dos tenan la misma estatura, el mismo cuerpo con las pantorrillas un poco combas, la misma cara de galleta marinera, la misma sonrisa maternal y medio sufrida como si les doliesen los pies, la misma imbatible amabilidad aunque se sintiesen disgustadas o muertas de cansancio.Y hasta el mismo timbre de voz y las mismas modulaciones al hablar (al hablar en ingls, porque es poco probable que la reina Mary tambin domine el espaol). Esto se saba gracias a mister Forbes, el director del Instituto. Si uno le cree, haba conocido a la reina madre en Edimburgo, durante una ceremonia oficial, le haba estrechado la mano y cruzado algunas palabras, y a la vuelta cont que tuvo la impresin de estar conversando con miss Maggie, por supuesto que con una miss Maggie ya anciana. Escuchndolo a mister Forbes, que pareca un poco emocionado por lo que l mismo deca, miss Maggie se puso muy colorada y parpadeaba a toda velocidad, y cuando l termin de hablar lo abraz y lo bes en la mejilla como si mister Forbes le hubiese obsequiado una cosa de mucho valor.Ella facilitaba la semejanza vistindo