Demonio Del Monte

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~ 1 ~ DEMONIO DEL MONTE DANTE CASTRORECUERDO LA TARDE EN QUE EPIFANÍA RODRÍGUEZ MURIÓ. Penosa fue su agonía a causa de la picadura de una serpiente lamón. No suplicó por su vida en ningún momento, limitándose a conversar con los presentes hasta que los ahogos y la parálisis le entrabaron la lengua. Mientras palpaba su frente calenturada y sabiendo que ya no había remedio para curarla, fui contándole la última historia del que fue su marido. Mejor dicho, de lo que quedaba del José Perla, ese gran cazador de otras épocas. En un chispazo de lucidez, Epifanía Rodríguez preguntó cómo lo había visto si es que tantos años soy ciego. Yo insistí con la verdad, contándole que un accidente hizo que me perdiera y con el tacto y el oído supe reconocer a mi salvador. ¿Y así nomás usté le va a reconocer? recalcó la duda el indio Castro, burlándose. A estas horas quiere jugarse con mi corazón, don Ezequiel… –suspiró la moribunda. Epifanía falleció un diez de agosto, tarde calurosa y llena de mosquitos chupasangres que hostigaban a los que hacían el cajón. Vino gente de Tambochaque, de Pedregal y de las dos bandas del río. Cada diez de agosto rezo varias oraciones para que, adonde haya ido, se encuentre algún día con José Perla. Y es que no sabemos si Dios ha de recibirlo así como quedó el condenado. Recuerdo con amargura ese amanecer maldito, cuando resbalé por unas acequias cerca al puente de acero. Ya le habían advertido a uno que no vagabundeara, menos aún en copas, sin saber dónde podría ser mordido por una víbora o cualquier bestia. El ciego es peor que guagua, menos que la mitad de un hombre, casi una lombriz bajo la tierra. Ni Dios sabe dónde perdí el bastón quedándome manoteando, tanteando el aire y llamando gente para que ayudaran. Temblaba de pánico. Jadeaba desesperado porque nadie acudía y el terreno disparejo obligaba a tropezar. Cada vez que me levantaba, saboreaba la amargura de ser una alimaña a merced de todo. En una de esas rodé piedras abajo, monte abajo, tratando de sujetarme de la vegetación que cubre los riscos. El agua amortiguó mi peso.

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Demonio Del Monte

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  • ~ 1 ~

    DEMONIO DEL MONTE

    DANTE CASTRO

    RECUERDO LA TARDE EN QUE EPIFANA RODRGUEZ MURI. Penosa fue su

    agona a causa de la picadura de una serpiente lamn. No suplic por su vida en

    ningn momento, limitndose a conversar con los presentes hasta que los ahogos y

    la parlisis le entrabaron la lengua.

    Mientras palpaba su frente calenturada y sabiendo que ya no haba remedio

    para curarla, fui contndole la ltima historia del que fue su marido. Mejor dicho,

    de lo que quedaba del Jos Perla, ese gran cazador de otras pocas. En un chispazo

    de lucidez, Epifana Rodrguez pregunt cmo lo haba visto si es que tantos aos

    soy ciego. Yo insist con la verdad, contndole que un accidente hizo que me

    perdiera y con el tacto y el odo supe reconocer a mi salvador.

    Y as noms ust le va a reconocer? recalc la duda el indio Castro, burlndose.

    A estas horas quiere jugarse con mi corazn, don Ezequiel suspir la moribunda.

    Epifana falleci un diez de agosto, tarde calurosa y llena de mosquitos

    chupasangres que hostigaban a los que hacan el cajn. Vino gente de Tambochaque,

    de Pedregal y de las dos bandas del ro. Cada diez de agosto rezo varias oraciones

    para que, adonde haya ido, se encuentre algn da con Jos Perla. Y es que no

    sabemos si Dios ha de recibirlo as como qued el condenado.

    Recuerdo con amargura ese amanecer maldito, cuando resbal por unas acequias

    cerca al puente de acero. Ya le haban advertido a uno que no vagabundeara, menos

    an en copas, sin saber dnde podra ser mordido por una vbora o cualquier bestia.

    El ciego es peor que guagua, menos que la mitad de un hombre, casi una lombriz

    bajo la tierra. Ni Dios sabe dnde perd el bastn quedndome manoteando, tanteando

    el aire y llamando gente para que ayudaran. Temblaba de pnico. Jadeaba desesperado

    porque nadie acuda y el terreno disparejo obligaba a tropezar. Cada vez que me

    levantaba, saboreaba la amargura de ser una alimaa a merced de todo. En una de

    esas rod piedras abajo, monte abajo, tratando de sujetarme de la vegetacin que

    cubre los riscos. El agua amortigu mi peso.

  • ~ 2 ~

    Estaba sumergido hasta la cintura en el ro, chapaleaba en medio de la corren-

    tada, pero rugiente el agua me levant arrojndome contra las piedras y sacndome

    hasta el torrente central. Zarandeaba a uno como si fuera una hojita seca.

    Quin sabe cmo llegu sin perder los sesos a una playa de ro. Nunca supe en

    qu remanso, a cuantos kilmetros del ltimo casero. Araado, sangrando, me

    encontraba de repente en una orilla que igual no hubiera podido reconocer. Tampoco

    s cuntas horas estuve inconsciente y tendido panza al sol. Grit luego con todas

    mis fuerzas para que alguien se acercara, pero solo los pihuichos chillones escucharon

    mis quejas revoloteando en el aire. Poda imaginarlos como cuando los vea,

    volando hasta cubrir el sol con una sola mancha verdeamarilla. Miles de pihuichos

    oscureciendo el da y haciendo un ruido criminal.

    Cuando agotaba la garganta sin conseguir nada, sent un fro recorrindome el

    vientre adolorido. Culebra, dije. Y era culebra ese fro reptando en mi barriga,

    despacito haciendo su camino sobre el cuerpo caliente de uno.

    No se mueva, Ezequiel. Me sorprendi esa voz que juraba conocer. Quise llorar de alegra, pero el fro de la culebra que no terminaba de caminarme por la

    panza, me paralizaba de miedo. Larga era la condenada. Poda adivinar los

    movimientos del desconocido, buscando un carrizo verde y flexible entre las

    totorillas de la ribera. Luego la estara templando, tantendola para ver si iba a

    resistir el latigazo contra la serpiente.

    Una faninga noms. Hay que dejarla que se vaya dijo.

    Vela pues a la maldita ... re de nervios.

    El bicho ya se haba ido, pero aquel desconocido no se acercaba. De lejos

    estaba, observando.

    No me vas a recoger? Aqu me van a almorzar las hormigas.

    Es mejor que se quede quieto, Ezequiel. Mucho le ha maltratado el ro.

    Y quin eres, carajo? Quin trata a un anciano con tanta confianza?

    Un amigo noms respondi. Yo calibraba esa voz templada, como que la haba escuchado antes.

    Amigo! S que tienes desfachatez para hablarle a un viejo ciego. A la gente se le conoce por su nombre. No te pusieron de chico?

    Consulese con que soy amigo. Ni pishtaco ni ladrn. Un amigo.

    Harto rato despus, como una hora en que senta sus ojos agujerendome el

    pellejo, se anim a levantarme. Llegamos a una pampita de pasto donde uno poda

    sentarse. Rompi parte de mi camisa y remojndola en agua, me limpi la cara y

    las heridas. Casi cayendo la noche, le escuchaba masticar cortezas y yerbas para

    ponerlas sobre las llagas. Quise besarle la mano con que iba poniendo las yerbas

    masticadas, pero era esquivo.

  • ~ 3 ~

    Seguro que te anda buscando la justicia. Por eso andas en guardia.

    Ojala fuera eso, Ezequiel. A nadie le hice dao.

    Eres bien hablado. Igual que Jos Perla, que ya debe andar muerto.

    Al or mentar ese nombre, mi salvador se qued callado, como si le hubiera

    tocado la fibra del corazn.

    Y como me gustara que fueras Jos Perla segu dicindole. As supiera que est vivo tan buen hombre.

    Un silencio fro como esa culebra que haba reptado por mi barriga. Slo el

    viento fresco que traa el ro y los zancudos zumbndonos a los dos. Slo las

    chicharras rasgndose por dentro.

    Cmo quisiera verlo, amigo. Pero estos ojos ya no sirven.

    Fue entonces cuando lo o llorar.

    Por buen rato no lo escuchaba. Lo llam, pero no estaba cerca. Tal vez se haba ido

    dejndome abandonado a mi suerte y eso me espant. Sera tan mal hombre?

    Pasaba el tiempo y solo el ruido del ro me haca compaa. De pronto o el

    zumbido de un arco para prender el fuego.

    Quin? grit.

    Sereno, oiga Estoy haciendo fuego para pasar la noche.

    Y tanto te has demorado? Has ido a comprar fsforos?

    No contest. Seguro que se le haban mojado los fsforos. Nadie por esos

    lugares usaba maas de chuncho en eso de prender candela.

    Tu hablar no es de serrano, tampoco de campa. Naciste ac? Quin te ense a prender candela?

    Cuando uno quiere, aprende contest. Ola a quemado, pero seguro que no agarraba bien la chispa. Segua frotando con empeo, como si lo hubiera hecho

    toda su vida. Luego escuch el quebrarse de ramas secas ardiendo y poda oler el

    humo que espantaba a los zancudos.

    Vale el que conoce. Te felicito.

    Se han inventado historias de Jos Perla, desde que desapareci. Qu sabe usted de ese seor?

    Que era un buen amigo. Por qu no me cuenta lo que se dice? Aunque sea para pasar el rato

    Me creer?

    A los ciegos nos gusta escuchar, ms que creer.

  • ~ 4 ~

    Yo le puedo contar lo que nadie sabe de l desde que sali a cazar a las tierras

    bajas. Estaba muy vanidoso de los animales que cazaba y de esa carabina que se

    compr en Huancayo; por eso no haca caso de advertencias. Uno debe tomar sus cuidados en poca de crecida. Usted fue quien le dijo que no bajara a esos aguajales

    pantanosos sin compaa. Pero terco, confiado en su juventud y buena puntera,

    agarr por trochas que no conoca bien. El resto le ha venido en castigo a su

    terquedad y altivez.

    Dijo que no quera matar animal chico, que confiaba en traer animales

    grandes, como los que haba ac antes que los tronqueros arrasaran con los

    bosques. Enrumb por Playapampa, buscando ese brazo de monte que slo los

    antiguos y los chunchos conocan. Crey que era fcil ir a las tierras bajas, cuando

    lo difcil no es llegar, sino regresar.

    Despus de caminar todo el da, quiso regresar. Estaba amargo porque no

    vea animales y solo le quedara una hora de luz. Preocupado en que la noche lo iba

    a coger a medio camino, tom una trocha que corre junto a una corriente de agua.

    Tremenda sorpresa se llev cien metros ms all: haba una familia de huanganas

    retozando por donde estaba el agua. Mansitos jugaban, casi una docena de

    chanchos peludos rondndose como en celo. Apunt bien a la ms cebada y el

    estampido caus revoloteo de pjaros. Pero no la mat.

    Qu?... Jos Perla? Si era buen tirador! dud.

    No la tumb. La manada se interna como yndose a las tierras bajas. Gotitas

    de sangre marcaban su camino. Jos Perla nunca erraba el tiro, as que con el

    orgullo maltrecho las fue siguiendo. Todava quedaba luz del sol y se olvid que de

    noche no poda regresar.

    A unos setenta metros volvi a verlas reunidas. Tom posicin apuntando a

    la que tena ms adelante y dispar. Los cueches se espantaron buscando otras

    ramas de dormidero, pero sus silbidos no parecan de miedo, sino de burla. Otra vez

    Jos Perla fallaba el tiro.

    Es de no creer Qu iba a fallar! coment.

    Ni l poda creerlo. Dos veces ms le sucedi lo mismo, y siguindolas de

    puro terco, se estaba internando a los aguajales. Antes que cayera la noche, las

    volvi a ver en la banda contraria del ro Ampiyacu.

    Hasta all se haba ido?

    Creo que no saba dnde se encontraba. Cmo cruzaron los chanchos?

    Nadie sabe. Pareca que ya no queran seguir corrindose del cazador, estaban a tiro

    de cincuenta metros. Jos Perla quiso dispararles para recoger las muertas al da

    siguiente. Tiro a una de las grandes y la vio caer muerta. Carg el arma de nuevo y

    volvi a disparar sobre otra, casi a oscuras. Las restantes se tropezaban confundidas,

    pero no se alejaban de las muertas. No quiso tumbarse otro chancho, si no; quin

    le iba a ayudar con el peso?

  • ~ 5 ~

    Contento Jos Perla vea las sombras de dos cuerpos sacudindose de agona,

    mientras las otras daban vueltas sin saber qu hacer. Ya en oscuras imaginaba la

    cara de sus vecinos cuando les pidiera ayuda para cargar los animales. Qu envidia

    sentiran! Escogi un terreno pedregoso para dormir sin que lo molestaran las

    hormigas anayo o las vboras.

    Esa noche revent el cielo con el peor aguacero del invierno. Jos dorma a

    ratos bajo el chaparrn, asegurando la carabina entre las piernas. Al da siguiente,

    Jos Perla vea asustado cmo la creciente del ro se devoraba la tierra. Cruz a la

    otra banda y perdi el machete mientras sorteaba las aguas. Sorpresa fue el no

    encontrar al otro lado las huanganas que mat el da anterior. Por sujetarse de unas

    lianas secas para no caer al torrente, perdi la carabina en los remolinos.

    Se habr acordado de Dios el pobre

    Como el ro se desbordaba empantanando toda la tierra y arrancando los

    rboles de raz, busc una restinga donde protegerse. Casualidades de la vida: en el

    nico pedazo de tierras altas que se salvaba de las aguas, se refugiaban tambin las

    huanganas que l persegua. Tema que los chanchos la emprendieran contra l, al

    verle tan indefenso.

    As le fueron agarrando los das de Dios, mirando que la creciente se llevaba

    animales muertos, rboles y hasta pedazos de bosque como si fueran balsas. No

    tena agua para tomar ni alimentos, y las tahuampas que se haban empantanado

    alrededor, le impedan salir.

    Qu es lo que debe comer el que se pierde en el monte? Qu agua debe

    tomar? Usted sabe?

    Siempre le dije al Jos que hay que comer lo que come el mono. Igual hay que tomar el agua que toma el mono respond.

    Pero los monos no se quedan a esperar la crecida. De rama en rama se van a

    otras tierras ms seguras. En la restinga no haban monos. Solo culebras, sapos,

    zancudos y huanganas. Le contaron una vez a Jos Perla que los chanchos de monte

    buscan su propia muerte cuando todo est perdido. Entera la piara se tira al

    barranco o al ro. Estas no: escarbaban la tierra hmeda para comer races, mascaban

    la marona y otras lianas que tienen agua. Una a otra se laman las heridas.

    No me digas que Jos termin comiendo la de los puercos

    S. En pocos das ya estaba buscando en la tierra las mismas races que las

    huanganas y tomndose el agua de los bejucos. Los zancudos le devoraban el

    cuello, los brazos. La barba le estaba creciendo y el pelo tambin. Las huanganas se

    acostumbraron a verle y ya no se corran.

    Pero seguro sabes que esos chanchos son bravos. Cuando el cazador hiere a uno, el resto lo ataca.

  • ~ 6 ~

    Conozco que son bravos esos animales, pero estas estaban mansitas con el

    Jos. Quin sabe por qu. Para su mal, la creciente desprendi la restinga,

    llevndosela lento como un gran barco. Jos Perla llor su desgracia suplicando a

    Dios por primera vez. Pero en ese monte virgen no hay Dios, sino demonios. Saba

    que lo mataran las fiebres o las culebras que pasaban silbando a su alrededor. Tal

    vez los vampiros, que all son del tamao de un gato, lo morderan en la noche. No

    volvera con Epifana, no vera jams a sus amigos de Tambochaque.

    Pobrecito mi compadre. Sigue con la historia

    Jos comparta la desgracia con esa piara de huanganas que antes haba

    correteado. Coma con ellas y hasta se abrigaba a su lado en las noches de lluvia y

    vientos fuertes.

    Qu dices?... Si son ariscas!

    Son bien ariscas, pero haba algo raro en estas. Era raro que lo dejaran

    acercarse as noms, abrigarse con su calor y dormir con ellas. Jos Perla no

    entenda, pero trataba de vivir. Era una bestia ms del montn; casi sin ropa,

    carquiento y con la barba y el pelo crecidos. As como hacen algunos jvenes

    mostrencos en el campo, l tambin se apareaba con las puercas para calmar su

    necesidad.

    Acaso?... Cmo poda hacer eso?

    Nadie sabe a qu puede llegar el hombre. Meses despus cuando las lluvias

    amainaron y la creciente iba bajando, Jos bendeca al cielo por permitirle vivir.

    Maltratado, con ronchas por todo el cuerpo y con llagas en los pies y las manos,

    agradeca al Seor. Quera regresar a su casa para verla a Epifana y a sus vecinos.

    Cuando fue a las orillas para lavarse tanta suciedad, vio su figura en el espejo del

    agua. Grit asustado: tena la cara de un puerco peludo y en vez de dientes, le

    salan los colmillos de huangana por fuera de los labios.

    Parece historia de chunchos lo que cuentas

    Es lo que cuentan por ah. Recin llegando la seca, se poda caminar sorteando

    esas tahuampas traicioneras. Jos Perla, desarmado y sin rumbo, buscaba las

    trochas que lo trajeron a las tierras de aguajal. Coma lo que aprendi a escoger con

    las huanganas, beba ah donde lo hacan los monos. En esas semanas de desgracia

    conoci del monte sus secretos, y le acompaaba una suerte rara que lo salvaba de

    las culebras y otros males. Lleg a salir por los altos de Sogorno sin saber cmo. La

    primera vez que se acerc a seres humanos, su apariencia los espant y los infelices

    corrieron gritando. Igual pasaba cada vez que quera suplicar ayuda a sus semejantes.

    Pronto escuch desde el monte que se organizaban para cazarlo como a fiera. As

    como l haca antes con las bestias! Peor que eso, la gente lo crea demonio y le

    echaban la culpa de las enfermedades, de las plagas en el ganado, de la mala

    cosecha de caf. Recin Jos senta lo que siente un animal perseguido. Enrumb

  • ~ 7 ~

    para el monte sabiendo que sus semejantes lo rechazaban como a una fiera, pero

    tambin los animales le teman como a un hombre.

    Y las huanganas? Acaso no le haban agarrado confianza?

    Ni las huanganas lo queran despus de la crecida. Algo raro hay en todo eso,

    tal vez un encantamiento.

    No te digo? Parece cuento de campas. La gente inventa esas cosas. Con razn he escuchado que los cafetaleros van hablando del huauri. Basta que uno

    invente y el resto le sigue. Huauri! Con ese demonio nos queran asustar cuando

    ramos chicos

    As le dicen por estos lugares. Y usted, seguro que no saba que se trataba del Jos Perla.

    Ese amigo debe ya estar con Dios. La gente por ignorante le achaca culpas a los muertos. Buena historia para pasar la noche, pero, quin eres que lo nombras?

    No es bueno hablar as de la gente

    Me dijo que iba a recoger lea. Todo mi cuerpo segua dolindome, y el ruido

    del ro y el cansancio terminaron adormecindome despacito como a una guagua.

    El fro de la maana obligaba a despertarse. Haba estado soando con que estaba

    en mi casa, pero el fresco maanero y la bulla de los pajaritos, hicieron que

    recordara el accidente. Ya no dola tanto el cuerpo. Quera saber si el desconocido

    andaba cerca y lo llam a gritos. No contestaba. Acaso iba a seguir jugando con

    uno? Qu se crea?

    Otra vez gritando, Ezequiel. Tranquilo dijo acercndose.

    Me molestaba su confianza, su juego tonto de hacerse el desconocido. Iba a

    insultarlo por su malcriadez, pero el sonido de un motor nos sorprendi a los dos.

    Y eso? pregunt. Estamos por la carretera?

    Junto a la carretera. El ro corre cerquita. No se acuerda?

    Acrcame al camino para que lo hagas parar.

    Era un camin. Se escuchaba cada vez ms prximo, pero el hombre de la voz

    conocida pareca dudoso. Andaba de un lado a otro sin saber qu hacer.

    Qu esperas, carajo? Qu se vaya? insist.

    Me carg por encima de su hombro y trep la cuesta con facilidad, como si

    cargara un saco de caf. Haba sido fuerte el condenado. Sent al camin frenando

    sobre el ripio de la carretera, lejos todava de nosotros. Escuchaba gritos de gentes

    y que dos o tres personas saltaban a tierra. El hombre me solt de mala manera, hacindome caer sobre las rodillas y las manos. Luego de eso, un tiro de escopeta.

    Puta, que s es horrible!

  • ~ 8 ~

    Persganlo que est herido! Por la caada! Por la caada!

    Ayayay, carajo! Quin me levanta? grit.

    Los del camin no se compadecan de mi. Al rato recin me cargaron de los

    sobacos, llevndome cerca del carro que todava resoplaba con el motor prendido.

    Se ha salvado con las justas, viejo. Dnde vive? pregunt alguien con la respiracin agitada.

    Qu es lo que pasa? Soy ciego! Vivo en Tambochaque!

    No sabe de la que le hemos salvado? Era el huauri!

    Cul huauri, huevones? Si me ha venido cargando un hombre. l me ha salvado de morir en el ro

    Lo que pasa es que no ve, abuelo. Mejor as. No le ha hecho nada?

    Mientras me repona del dolor en las rodillas, pens en la historia que me

    contaran la noche anterior. Record al Jos Perla, al desconocido que me salv y la

    cabeza comenz a darme vueltas.

    Llvenme a mi casa, por favor. Estoy mareado. Si es que son buenos cristianos en Tambochaque

    Los que bajaron a perseguirlo, regresaban. Se lamentaban de que hubiera

    escapado, decan que estaba herido, que iban a regresar con ms hombres para

    cazarlo. Me alegr en el fondo de mi alma.