Democracia y humanización en el Chile contemporáneo

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DEMOCRACIA Y HUMANIZACIÓN EN EL Política, sociedad y valores Luis Pacheco Pastene • María Antonieta Huerta Malbrán CONTEMPORÁNEO

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En este libro, los autores discuten aspectos relevantes de la historia política del Chile contemporáneo con una perspectiva latinoamericana e introducen conceptos originales relacionados con la “democracia solidaria” de carácter estructural, que se aparta radicalmente de cualquiera visión neoliberal. Este texto busca hacer una nueva significación de conceptos tales como el valor de la diversidad en todos los ámbitos de la expresión humana, la dignidad de la persona por medio de un nuevo sentido y nuevas expresiones de lo económico y de los valores implícitos de los derechos humanos. Todo esto en el contexto de las transformaciones de los años sesenta y setenta. Es decir, en los gobiernos de los presidentes Eduardo Frei Montalva, con su Revolución en Libertad, y Salvador Allende con la vía chilena democrática al socialismo. Todo el proceso de transformaciones incluye a la Iglesia como actor social y político.

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DEMOCRACIA Y HUMANIZACIÓN EN EL

Política, sociedad y valores

Luis Pacheco Pastene • María Antonieta Huerta Malbrán

CONTEMPORÁNEO

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María Antonieta Huerta Malbrán

Doctora en Historia con especialización en

Política Latinoamericana de la Pontificia

Universidad Javeriana de Bogotá. Fue

profesora de la Pontificia Universidad

Javeriana, tanto en el departamento de

Historia como en la Facultad de Ciencia

Política y Relaciones Internacionales, donde

dirigió el Departamento de Relaciones

Internacionales. En Chile, dirigió el

Magíster de Estudios Sociales y Políticos de

América Latina en la Universidad Alberto

Hurtado. En su último cargo se desempeñó

como Directora del Bachillerato en Ciencias

Sociales de la Universidad Diego Portales.

Entre sus numerosas publicaciones se

destacan Otro Agro para Chile, Catolicismo

Social, y América Latina: realidad y

perspectivas, con Luis Pacheco, entre otros

libros y numerosos artículos.

Luis Pacheco Pastene

Doctor en Historia con especialización en

Política Latinoamericana de la Pontificia

Universidad Javeriana de Bogotá. Fue

profesor del departamento de Historia

y Director del Departamento de Ciencia

Política de la misma universidad. En Chile,

fue subdirector del CISOC-Bellarmino y

director del Departamento de Ciencias

Sociales de la Universidad Alberto Hurtado.

Actualmente, dirige la Escuela de Ciencia

Política y Relaciones Internacionales de

la Universidad Academia de Humanismo

Cristiano. Entre sus publicaciones se

encuentran, entre otros, El pensamiento

sociopolítico de los obispos chilenos, La

Iglesia chilena y los cambios sociopolíticos,

en coautoría con María Antonieta Huerta,

además de numerosos artículos publicados

en diversos países.

En este libro, los autores discuten aspectos relevantes de la historia polí-

tica del Chile contemporáneo con una perspectiva latinoamericana e in-

troducen conceptos originales relacionados con la “democracia solidaria”

de carácter estructural, que se aparta radicalmente de cualquiera visión

neoliberal. Este texto busca hacer una nueva significación de conceptos

tales como el valor de la diversidad en todos los ámbitos de la expresión

humana, la dignidad de la persona por medio de un nuevo sentido y

nuevas expresiones de lo económico y de los valores implícitos de los

derechos humanos. Todo esto en el contexto de las transformaciones de

los años sesenta y setenta. Es decir, en los gobiernos de los presidentes

Eduardo Frei Montalva, con su Revolución en Libertad, y Salvador Allen-

de con la vía chilena democrática al socialismo. Todo el proceso de trans-

formaciones incluye a la Iglesia como actor social y político.

El tema de la autonomía condiciona en gran parte lo que debe ser

la expresión de una democracia como sistema de derechos y deberes.

Esta autonomía supone la dimensión de persona, es decir, la absoluta ne-

cesidad del ser humano de realizarse junto al otro y con el otro, donde el

tema de la solidaridad implica un elemento de humanización permanen-

te de los sistemas políticos, sociales y económicos en su devenir histórico.

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luis pacheco pastene maría antonieta huerta malbrán

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Reservados todos los derechos© Pontificia Universidad Javeriana© Luis Pacheco Pastene María Antonieta Huerta Malbrán

Primera edición: septiembre 2013 Bogotá, D. C.isbn: 978-958-716-637-8Número de ejemplares: 100Impreso y hecho en ColombiaPrinted and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad JaverianaCarrera 7, N.º 37-25, oficina 1301Edificio LutaimaTeléfono: 320 8320 ext. 4752www.javeriana.edu.co/editorialBogotá, D. C.

Corrección de estiloGustavo Patiño Díaz

Montaje de cubiertaJulián Roa Triana

DiagramaciónMargoth C. de Olivos

ImpresiónJavegraf

Pacheco Pastene, Luis Arturo Democracia y humanización en el Chile contemporáneo : política, sociedad y valores / Luis Pacheco Pastene y María Antonieta Huerta Malbrán. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2013.

522 p. ; 24 cm.Incluye referencias bibliográficas (p. [507]-519).ISBN: 978-958-716-637-8

1. DEMOCRACIA - CHILE. 2. CRISTIANISMO. 3. FILOSOFÍA POLÍTICA. 4. CHILE - POLÍTICA Y GOBIERNO. I. Huerta Malbrán, María Antonieta. II. Pontificia Universidad Javeriana.

CDD 321.8 ed. 21Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

dff. Septiembre 04 / 2013

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

ASOCIACIÓN DE UNIVERSIDADESCONFIADAS A LA COMPAÑIA DE JESÚS

EN AMÉRICA LATINA

MIEMBRO DE LA RED DE

EDITORIALES UNIVERSITARIAS

DE AUSJALwww.ausjal.org

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Contenido

Agradecimientos 13

Prefacio 15

Presentación 19

Introducción La democracia como construcción histórica y política: el máximo posible histórico 23

Capítulo ILa colonización hispánica: el concepto de sociedad homogénea y la cristiandad como categoría fundacional de Occidente 45

Descubrimiento, conquista y colonización como proyecto político-religioso 45

El Estado y la Iglesia como constructores del Nuevo Mundo 53

Modelo de cristiandad: ethos cultural, sentido de la historia y evangelización 56

Sociedad, cristiandad y crisis en el siglo xviii 70

Capítulo II Independencia y construcción del Estado en Chile: nacimiento, auge y caída del modelo liberal oligárquico tardío 79

El Chile independiente y sus conflictos 79

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Hacia una situación de crisis y de cambio: la identificación primaria con la democracia 99

Modelo oligárquico liberal en el contexto de la crisis y la situación de cambios 103

Hacia un nuevo tiempo histórico: política y “doctrinas no identificadas” 106

El siglo xix como transición: la crisis del modelo de cristiandad 118

Los efectos en el ámbito valórico de la sociedad 128

Capítulo III Nuevas percepciones ideológicas, renovación democrática y Estado benefactor (1900-1950) 131

La emergencia de lo social y la transformación de lo político 131

Efectos de un proceso de laicización: separación Iglesia-Estado 137

Efectos sociopolíticos de la crisis de 1929: hacia la formación de nuevas élites, el nuevo concepto de Estado, populismo y Frente Popular 150

Los aportes de Maritain a la idea democrática: los supuestos teóricos del debate sociopolítico y la nueva cristiandad 181

Los años cincuenta como preámbulo de la Revolución cubana y la transformación de los movimientos y partidos políticos de Chile: una fase de transición 202

Capítulo IVChile y el proceso de cambios: el desarrollismo y la revolución en los gobierno de Eduardo Frei y Salvador Allende 213

La nueva conciencia histórica y el debate por los cambios 213

La década de los sesenta y las propuestas del desarrollismo 220

El modelo Vaticano II: ¿reconocimiento de la diversidad? 231

La revolución en libertad y los cambios estructurales 250

Profundización de la crisis política de la segunda mitad de la década de los sesenta 293

El impacto de la Conferencia Episcopal de Medellín en lo político-social 302

El triunfo de Allende y la Unidad Popular: los debates por el nuevo sueño democrático 311

Controversias y definiciones de la Unidad Popular 335

El quiebre de la democracia y el fin del proyecto socialista: las oscuras fuerzas del fracaso 388

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Capítulo VLa dictadura militar: deshumanización y humanización de la historia 439

Antecedentes para la caracterización de la dictadura militar 439

La dictadura militar: el comienzo de la deshumanización 444

Rasgos que definen la dictadura militar: economía y modelo político 455

La rearticulación de la sociedad chilena y del quehacer político: el difícil camino de la reconstrucción de la paz 464

La crisis económica como coyuntura para el surgimiento de la sociedad civil: protestas y movilizaciones. Aparición de los elementos primarios de la transición 477

Bibliografía 507

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A nuestros hijos: Daniel y Javier

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Agradecimientos

Quiero agradecer a Pablo Zúñiga San Martín, Rodrigo Gangas Contreras, José Orellana, Jaime Vivanco y Sebastián Sánchez González —todos ellos profeso-res de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Univer-sidad Academia de Humanismo Cristiano (uahc)— por sus aportes al trabajo y su apoyo cotidiano en muchos momentos difíciles. Agradezco a los profesores y amigos Leopoldo Benavides, Francisco Vergara, Sergio Infante, Claudia Ol-medo y a la directora del Programa Interdisciplinario de Investigación en Edu-cación (piie), Sra. Loreto Egaña. Expreso un reconocimiento y agradecimiento especial al Sr. David Castillo Palma, secretario de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la uahc.

También quiero agradecer en nombre de María Antonieta y del mío propio el apoyo, amistad y acompañamiento hasta los últimos instantes de profesores y amigos como Carmen Fariña Vicuña, Rodrigo Egaña Baraona, Diana Venero Ruiz-Tagle, Elvira Palma, Verónica Romero Fariña, Aldo Yavar, Francisco Muñoz, Carolina Bobadilla, Sebastián Bubier, Consuelo Figueroa, Eva Hamamè, Isabel Araya, Marcel Young, Rafael Gumucio Rivas, Clarita Cas-tro y tantos otros queridos amigos, estudiantes y profesores; sería difícil in-cluirlos a todos. Debo mencionar también al director de la Escuela de Historia de la Universidad Diego Portales, Sr. Claudio Barrientos, y al decano de la Facul-tad de Ciencias Sociales e Historia, Sr. Manuel Vicuña.

Muy especialmente quiero hacer extensivos mis agradecimientos a Gerardo Remolina, S. J., exrector de la Pontificia Universidad Javeriana y ac-tual director del programa de Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas. A Claudia Dangond, decana de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. También a amigos muy

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queridos vinculados a esa universidad, como Antonio Sarmiento Nova, S. J., Vicente Durán Casas, S. J., a la Dra. Omayra Parra y a tantos otros amigos entre los que no puedo olvidar a Jairo Bernal, S. J., con quien compartimos durante tantos años.

En Chile quiero recordar especialmente el apoyo de Fernando Montes Matte, S. J., rector de la Universidad Alberto Hurtado, con quien trabajamos algunos años y quien nos acompañó en los últimos momentos del difícil trance de la partida de María Antonieta.

Finalmente, quiero mencionar con gran amistad a Fernando Verdugo, S. J., director de la Maestría en Ética y Sociedad, de la Universidad Alberto Hurtado. También a nuestro amigo y colega Francisco López, a su esposa, Dolores Amenábar, y a Jacqueline Flores, amiga y colaboradora. No quiero dejar de nombrar al Centro Manuel Larraín, de la misma universidad, y agradecer la acogida de su director, José Costadoat, S. J., y de Fernando Berríos, profesor e investigador de dicho centro. Recuerdo permanentemente con mucho cariño a Gonzalo Arroyo, S. J., quien fue vicerrector de la Universidad Alberto Hurtado y quien partió poco tiempo después de María Antonieta. Con él compartimos muchos años en el Centro de Investigaciones Socioculturales (Cisoc) y en la Universidad.

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Prefacio

El título de la presente obra, Democracia y humanización en el Chile contemporá-neo, sintetiza la doble dimensión de su contenido. En primer lugar, una dimen-sión de carácter universal, representada en la concepción filosófica de democra-cia que los autores nos ofrecen; en segundo lugar, una dimensión de carácter particular, representada en el desarrollo de dicha concepción en la historia del Chile contemporáneo. Ambas dimensiones constituyen una magnífica lección de filosofía política, historia política y teoría política, y de la forma como un ideal de sociedad lucha por encarnarse en un país concreto.

La concepción de democracia que aquí se ofrece es extraordinariamente rica, clara e iluminadora. La democracia, más que un sistema de gobierno, es para los autores un “sistema de derechos y deberes” en continuo y siempre inacabado proceso de construcción. Su fundamento y raíz no es el individuo, sino la persona; y, en consecuencia, la democracia es, por su misma naturaleza, relacional, no puede realizarse sino en relación con el otro y con los otros, en una mutua y recíproca correspondencia y solidaridad. Por ello exige la inclu-sión de todos los que conforman un pueblo, una nación, un país. Y como la característica fundamental de la persona es su inalienable dignidad, la democra-cia como sistema de derechos y deberes no puede darse sino en la igualdad de los miembros de una sociedad. Por otra parte, las personas son diferentes en su concreción y en su realización, y, en consecuencia, una sociedad democrá-tica no puede ser sino incluyente, diversa y plural. Garantizar esta forma de sociedad, haciendo compatibles los intereses sociales con los intereses de las personas es el deber de un Estado que pretenda ser democrático.

Sin embargo, dada la limitación inherente a la condición humana y a todas sus realizaciones, la democracia se halla siempre en proceso continuo de

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construcción histórica: se dan momentos de avance y retroceso, de consolida-ción y de debilitamiento, según los conceptos de ser humano y de sociedad que manejen quienes poseen el poder político o moral, los líderes estatales y partidistas, las ideologías y las concepciones religiosas y culturales, las fuer-zas militares y la conciencia de la sociedad civil. Es en este campo en el que los valores como “máximo posible histórico” desempeñan un papel de primera importancia. Algunos de ellos pueden ser relativos a una época o a una cultura determinada, pero la aspiración democrática es irrenunciable porque radica en la condición inalienable de la dignidad humana.

Por anclarse en la dignidad de la persona, la democracia es para los au-tores un proceso de humanización, como lo indica el título de la obra. Con este trasfondo filosófico de la concepción de democracia, el proceso chileno de la segunda mitad del siglo xx constituye el eje central del libro. Sin pretender hacer propiamente una historia de los intensos años de la lucha política por instaurar la democracia en el país, los autores analizan con profundidad los hitos del camino seguido por Chile hacia la democracia, haciendo referencia incluso a los periodos de colonización e independencia del país. Un lugar importante de los análisis lo ocupa el factor religioso: en primer lugar, como cristiandad, y luego, como transformación, a partir del Concilio Vaticano II y las conferencias episcopales latinoamericanas, particularmente la de Medellín, en 1968. Y desde luego, la extraordinaria importancia en la historia chilena del papel de las Fuerzas Armadas y la dictadura militar, por los partidos políticos y los movimientos políticos y sociales, como el liberalismo oligárquico y el capitalismo, el socialismo y la democracia cristiana, así como las concepciones de desarrollo y de ciudadanía política.

Los autores de este libro, Luis Pacheco Pastene y su esposa, María Antonie-ta Huerta Malbrán, han sido verdaderos maestros de historia y ciencia política. Durante algo más de veinte años, en diversas oportunidades, se desempeñaron como profesores de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, y han man-tenido con ella estrechos vínculos académicos y humanos, lo mismo que con el Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (ilades), de Chile, hoy Universidad Alberto Hurtado. A su llegada a la Universidad Javeriana, en 1975, Luis tuvo a su cargo las cátedras de Teoría de la Historia y de Historia Contemporánea, mientras María Antonieta era profesora de Historia de Amé-rica Latina; ambos obtuvieron su doctorado en la Javeriana en 1983. Poste-riormente él se desempeñó como director del Departamento y del Posgrado de Ciencia Política en la Facultad de Estudios Interdisciplinarios (fei), y ella

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dirigió el Departamento de Relaciones Internacionales. Durante este periodo los dos fueron autores de varias obras publicadas conjuntamente por la Uni-versidad Javeriana y el ilades; entre ellas es de destacar América Latina, realidad y perspectivas, solicitado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), que fue el libro oficial para la Conferencia de Santo Domingo en 1992.

Para la Universidad Javeriana es profundamente satisfactorio ofrecer a la comunidad académica el presente estudio, y hacerlo como una expresión de gratitud a sus autores por los servicios prestados durante tantos años. Asimis-mo, con esta publicación la Universidad quiere rendir un homenaje póstumo de reconocimiento y admiración a María Antonieta Huerta Malbrán, quien dejó una imborrable huella en la academia javeriana.

Gerardo Remolina Vargas, S. J.Exrector de la Pontificia Universidad Javeriana

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Presentación

Conocí a María Antonieta y a Luis hace ya muchos años. Como estudiante de la Maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana tuve la fortuna de tenerlos como profesores.

Por mi previa formación académica y profesional como abogada y, sobre todo, por el ambiente en el que crecí —rodeada de libros, historias de la histo-ria, discusiones sobre la política mundial, las realidades de nuestro continente contrastadas con las del resto del mundo, escuchando las voces de los grandes personajes de la historia y siendo testigo de las conversaciones entre poetas, filósofos, eruditos, diría yo—, llegar al aula de clase con “los Pacheco” —como les decíamos los estudiantes de aquella época— resultó una experiencia maravillosa.

Recuerdo como si fuera ayer el primer día de clase. La asignatura era Democracia y Gobernabilidad. Llegué apurada de la oficina para no perder la presentación de la profesora: la doctora María Antonieta Huerta de Pacheco. Cuando entré al salón, allí estaba ella; una mujer que con su presencia inspira-ba respeto y transmitía mucha tranquilidad.

Cuando empezó a disertar supimos que estábamos frente a una gran catedrática. Nos capturó de inmediato señalando la importancia de conocer y analizar las características y desafíos del proceso de democratización latinoame-ricano, sus retos y controversias dentro del continente y sus proyecciones sobre las nuevas tendencias de las relaciones internacionales. ¡Fascinante!

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Su tono de voz ameno, pausado, firme. Su mirada bondadosa e inteligente y su inolvidable sonrisa amable y alegre.

Más tarde tuve la bendición de trabajar hombro a hombro con María Antonieta. Ella dirigía el Departamento de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana y yo llegué a desempeñarme como una de las profesoras del mismo. En ese espacio compartimos momentos muy interesantes organizando even-tos, seminarios y discusiones, algunos de los cuales versaron sobre los temas que aborda el libro que tenemos hoy ante nosotros.

Examinando las páginas de este volumen que recoge el trabajo de toda una vida de María Antonieta y Luis, he vuelto a recordar lo aprendido con ellos. Es un trabajo valioso, reflexivo y muy importante para aquellos estudio-sos de la democracia latinoamericana. La maravillosa simbiosis entre la ciencia política y la historia, reflejo precisamente de la esencia de los autores, nos ofre-ce una perspectiva profunda, densa y en clave de ciencias humanas.

Para María Antonieta y para Luis, la democracia y el proceso democra-tizador de Chile fue siempre más que un problema de régimen o de sistema político; fue un asunto que encerraba la cuestión de la dignidad del ser humano, una forma de ser que concernía a la ética, los valores y la definición de las sociedades en términos de solidaridad, principios, tolerancia por la diversidad y el pluralismo. Eso es exactamente lo que plasman en su obra. Esta perspec-tiva de la democracia occidental que adicionalmente no puede deslindarse de la historia de la cristiandad y de la Iglesia, sobre todo cuando estamos en el escenario latinoamericano, y más aún en el chileno.

No puedo terminar esta presentación sin referirme a otro aspecto sustan-cial, que trasciende la obra, pero que tiene que ver con sus autores.

Indudablemente María Antonieta y Luis son profesores, académicos e intelectuales de altísimo nivel. Pero más allá de eso, para mí son maestros… maestros de la vida. No fueron pocas las lecciones que nos dio María Antonieta cuando nos hablaba del rol de la mujer profesional, esposa y madre. Y fue con su propia vida como nos enseñó que con amor, dedicación y gran compromiso todo se puede lograr.

Ahora, como decana de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones In-ternacionales de la Pontificia Universidad Javeriana, es un verdadero honor haber sido convocada tan generosamente por Luis para escribir esta nota que, más que presentar la obra, lo que quiere es rendir un sentido homenaje y un gran reconocimiento a mis maestros, a los grandes profesores que por tantos

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años nos acompañaron. Es un importante legado el que nos dejan con este tex-to, pero es aún mayor el que queda en nuestros corazones que los recuerdan con cariño y admiración.

Claudia Dangond-GibsoneDecana académica

Facultad de Ciencia Políticay Relaciones Internacionales

Pontificia Universidad Javeriana

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Introducción La democracia como construcción histórica y política: el máximo posible histórico

Esta obra es el resultado de toda una experiencia investigativa y docente sobre problemas sociales y políticos de Chile y América Latina, a partir de la cual he-mos reflexionado sobre variaciones de algunos supuestos teóricos que hemos trabajado en obras publicadas anteriormente. Por otra parte, hemos incorpo-rado conceptualizaciones que nos ayudan a entender los problemas políticos y sociales provenientes tanto de la ciencia política como de la historia política. De alguna manera, el texto recoge aportes y estructuras de trabajos anteriores, pero, por otra parte, nos hemos aproximado a estas realidades con los nuevos desafíos que implican la lectura de los acontecimientos y los aportes teóricos que van a surgir de reflexionar después de la crisis de los paradigmas.

En este trabajo, que busca entender el proceso democrático, político y social de Chile, hemos incorporado a los actores que nos han parecido más relevantes para la comprensión del desarrollo de las ideas políticas y sociales del país. En esta perspectiva, hemos trabajado el proceso político chileno, en-tendiendo el significado de los diversos momentos históricos en que se con-figuraron situaciones que van desde el nacimiento, auge y caída del modelo liberal-oligárquico, hasta el término de la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet. No se trata de una historia del Chile de los siglos xix y xx. Se trata de seguir la trayectoria de la aspiración democrática en diversos momen-tos, introduciendo algunos temas que tienen significado en la formación y en la evolución de los temas valóricos, según se van entendiendo en las diversas situaciones histórico-políticas.

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De acuerdo con estos objetivos, no podríamos haber excluido el rol de la Iglesia católica en todo este proceso. La peculiaridad de Occidente, la espe-cificidad de América Latina y lo propio del proceso histórico chileno tienen, en gran medida, un factor explicativo en el hacer político contingente y en la estructuración del ethos cultural, en la presencia institucional de la Iglesia y la impronta que marca la cristiandad en sus diversas etapas evolutivas, fundamen-talmente en lo relacionado con los valores y los procesos de humanización.

No se trata, en consecuencia, de una historia del vínculo entre la Igle-sia y la política, sino de entender la política en su estrecha relación con una sociedad cuya filiación con la Iglesia, en la formación misma de la nación, ha condicionado su trayectoria histórica en muchas de las perspectivas de los debates, sobre todo a partir de los temas valóricos y culturales. Esto, no solo en la comprensión que de ellos puedan tener los sectores de la sociedad chilena cercanos a esta institución, sino también los sectores opuestos, cuyo discurso político y sus propuestas se han visto condicionados por esta realidad. Con sus luces y sus sombras, esta relación es sustantiva en el quehacer político del país.

En la perspectiva de lo que hemos dicho, el primer capítulo busca com-prender los conceptos básicos de la formación de una sociedad homogénea, política y valórica, religiosamente hablando. Queremos entender la cristiandad en su significación de categoría fundacional de Occidente y su especificidad en Chile, más allá de lo que nos guste o nos parezca inaceptable en este proceso. La realidad histórica está allí y sus consecuencias no pueden ser ignoradas. Consideramos vital este concepto de sociedad homogénea para entender la muy difícil trayectoria hacia una sociedad plural, manifiestamente diversa, donde aparecen otros conceptos de legitimidad que precisamente caracterizan los intentos de construcción de una nueva sociedad y de una nueva demo-cracia en lo que va del siglo xxi. Por lo tanto, en esta lucha permanente por el reconocimiento de los valores y de los derechos de los pueblos, de las culturas y de las personas, hay una lucha también permanente por ejercer la demo-cracia de acuerdo con los principios y valores de una sociedad más humana. Es en este sentido como ubicamos el significado de la humanización, como un proceso inherente a la democracia y a la realización de la condición huma-na. Sin humanización no podrá existir el reconocimiento de la dignidad de la persona. Una democracia que como sistema de derechos y deberes no logre satisfacer los derechos para la dignificación de la persona no será una auténtica democracia y menos aún una democracia humanizadora.

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En este constructo de la democracia, a través de la expresión de sus diver-sas luchas por conquistarla y construirla en la historia de Chile, podremos enten-der el sentido de la evolución de esta historia y de las estructuras en sus diversos momentos. Así se entenderá lo retardatario del modelo liberal oligárquico, pero también la imposibilidad histórica de ese momento para construir una propuesta diferente. Otras situaciones de nuestra historia pueden dar más luces sobre este proceso democratizador, junto a uno de humanización que se identifica con las diversas luchas por la inclusión y la ciudadanía. En este sentido, el tema de la lucha por la inclusión, en su expresión más amplia de la ciudadanía, se convierte en un eje comprensivo de la lucha por la democracia en Chile.

Nuestra pretensión, para ir entendiendo todo este proceso político de construcción de la democracia, de la inclusión y la ciudadanía, para superar todas las trabas que impiden las expresiones de libertad, que impiden el reco-nocimiento de lo diverso como legítimo, pasa por nuestro intento de develar el sentido de lo valórico, que va dando contenido a la propuesta democrática en todo el siglo xx. Sobre esto, levantamos un debate teórico para ir entendiendo desde la política y desde la historia, los significados de diversos conceptos, que en diferentes momentos han predominado en la historia del país. Así, por ejemplo, el significado de las propuestas de la “Revolución en Libertad”, de la Democracia Cristiana de Eduardo Frei Montalva, como también los signifi-cados de la propuesta de construcción del socialismo por parte de la Unidad Popular, de Salvador Allende, ofrecen una oportunidad muy rica de debate teórico y conceptual en cuanto a la forma de construir la historia, de construir democracia y, por lo tanto, libertad, dignidad y ciudadanía. Las batallas por la democracia, sin duda, son batallas por la dignificación del ser humano. Esto es lo que nos lleva a entender la dictadura militar como un claro proceso de deshumanización de la política, en el aplastamiento de la diversidad ideológi-ca, política y valórica, a lo cual se suma un modelo económico que margina a la población de los beneficios reales a los cuales tiene derecho.

Quizás más que resolver problemas en esta línea, hemos querido levan-tar una discusión. Ya no basta con identificar la sociedad que no nos gusta, o los contenidos de la sociedad que rechazamos, sino que el desafío, como lo reiteramos muchas veces en el texto, está en identificar una forma de construir desde la diversidad, es decir, desde la esencia misma de la sociedad, una per-manente renovación de ella. Esto nos lleva a concluir que más allá de una meta ideal de una sociedad humanizada al final de la historia, está la utopía posi-ble de cada día, que significa construir y humanizar cotidianamente desde la

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diversidad, la sociedad democrática en que se vive. La democracia real no está al final del proceso, sino en la construcción cotidiana.

El problema de los principios y los modelosEntre las muchas maneras de abordar el tema y los problemas de la democra-cia hoy, y quizás en forma permanente, está comprender que la democracia, como concepto político, es una propuesta que solo puede ser entendida en su dimensión histórica, ya que si bien sus postulados tienden a considerarse co-mo permanentes (o relativamente permanentes), la comprensión de ellos y su aplicación, así como su aceptación en la vida de una comunidad, puede no ser siempre viable; esto depende de la medida en que sus significados más profun-dos puedan ser mejor comprendidos en el contexto de las nuevas realidades y en las nuevas percepciones del ser humano.

Lo anterior nos lleva a entender por qué ha sido posible que la presunta democracia pueda coexistir, a veces de manera casi natural, con la segregación racial, con las variadas exclusiones, con la ausencia de derechos civiles y con otras dimensiones, como aquellas que se traducen en la violación de derechos humanos esenciales. La democracia es, sin duda, un conjunto de principios que van a definir el funcionamiento de un sistema político y social, y también la forma como se resuelve la relación de estos con la economía. Por lo tanto, estos principios necesitan traducirse en modelos concretos, que muchas veces tie-nen que ver con la viabilidad histórica del funcionamiento de estos principios y con la comprensión que de ellos se tiene, o de la forma de entenderlos por las diversas generaciones.

De acuerdo con lo anterior, hay dos problemas que desafían permanente-mente a la democracia: uno, el afinamiento en la comprensión de los princi-pios, y otro, el perfeccionamiento de los modelos, ya que la naturaleza histórica de la democracia hace que, por esencia, no sea un sistema perfecto, pero sí per-fectible. Sin duda, el desafío mayor de la democracia es encontrar las fórmulas adecuadas para hacer realidad el derecho a la autodeterminación de las perso-nas, o lo que Robert Dahl llama la “responsabilidad moral” de las personas. La autodeterminación constituye, sin duda, uno de los principios esenciales donde descansa gran parte del edificio histórico que cada generación construye o per-fecciona. Esta autodeterminación tiene que ver con todas las decisiones que lo comprometen moralmente como persona; es decir, en seres autónomos en me-dio de una sociedad que debe tener los elementos de funcionamiento que per-mitan el ejercicio armónico de las diversas opciones que supone la autonomía.

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El tema de la autonomía condiciona en gran parte el ejercicio y la expre-sión de lo que puede y debe ser una democracia como sistema de derechos y de deberes. Esta autonomía no puede ni debe confundirse con la expresión individualista del liberalismo; supone la dimensión de persona, es decir, la ab-soluta necesidad de realizarse junto al otro y con el otro, en una expresión don-de el tema y la conceptualización de la solidaridad, aparecen como ineludibles en una democracia que pretenda garantizar derechos y deberes dentro de la autodeterminación aludida.

Desde aquí proponemos la solidaridad como un tema inherente a la con-cepción de democracia; por lo tanto, la democracia solidaria no es una fórmula transitoria, sino una propuesta que debe coordinar las acciones de los miem-bros de la comunidad para la satisfacción de derechos y deberes de todos los ciudadanos, como también para la formación y desarrollo de la ciudadanía. Esto, como una forma de ir dando respuesta a la satisfacción de los intereses sociales, los cuales deben ser compatibles con los intereses de las personas. La democracia aparece entonces como un sistema cuyo centro articulador, que le proporciona el sentido y marca la connotación valórica, es la solidaridad1, en cuanto esta implica el elemento de humanización permanente de los sistemas políticos, sociales y económicos en su trayectoria histórica.

Hablamos de la solidaridad como un componente ineludible de la es-tructura democrática. Todo lo anterior nos lleva a coincidir con muchos que sostienen que la democracia, más que un sistema de gobierno —que sin duda también lo es—, es un sistema de derechos y deberes que permite garantizar la autonomía de la persona en todas sus dimensiones de vida.

Conceptualmente, la solidaridad es un principio que excluye como eje articulador la estructuración del sistema político y social de la concepción in-dividualista del liberalismo. Concepción que, unida al reconocimiento de las necesidades humanas primarias o secundarias, en su dimensión histórica, intro-duce un concepto de libertad y una explicación de los derechos naturales del ser humano desde esta individualidad. El ser humano satisface sus necesidades individualmente en una dimensión también individual de la libertad, que ex-plica en forma concluyente las bases del sistema liberal en lo político y en lo

1. Thomas Meyer. El socialismo democrático: 36 tesis (Bonn: Friedrich Ebert Stiftung, 1982). En este texto el concepto de solidaridad figura también como un elemento articulador de una democracia social.

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económico. Esto, sin duda, nos lleva necesariamente a la construcción de una democracia solo formal.

El concepto de persona no es una negación de la individualidad, sino la dimensión natural del ser humano que solo satisface sus diversas necesidades materiales y espirituales con la necesaria interacción y complementación con el otro. De acuerdo con esto, la solidaridad es constitutiva de la esencia del concepto de persona y, por lo tanto, de organización de la sociedad. El reconoci-miento de la persona como principio ordenador de un sistema político-social cambia los ejes clásicos de la forma como el liberalismo plantea principios tan relevantes como la libre concurrencia económica que absolutiza la libre empresa y vuelve intocable la propiedad privada; así como también la libre con-currencia política que se convierte en garante de la anterior y de las formas presuntamente democráticas existentes. El resultado de esto es la acumulación de la riqueza sin justicia distributiva y el principio de la violación sistemática por parte de este sistema del contenido más profundo de cómo deben enten-derse los derechos y los deberes.

De acuerdo con lo anterior, concebimos la democracia también como un sistema liberador de las condiciones históricas, que se expresan en las li-mitaciones naturales del tiempo a través de lo político, lo social, lo cultural, lo económico, etc.; todo ello, articulado por la solidaridad como elemento estruc-tural del proyecto, puede otorgarnos la clave de la conjunción de libertad y res-ponsabilidad en la construcción permanente de una sociedad distinta y mejor aun, una sociedad con mayores niveles de humanización. Entonces, la solida-ridad no es una opción de la democracia, sino una condición estructural de su funcionamiento y su ejercicio. Algunas de estas ideas nos han permitido trabajar también, a lo largo de diversos momentos históricos, los procesos de humani-zación en los intentos de construcción de una mejor democracia en el país, y nos han otorgado ciertas claves de comprensión del mundo contemporáneo.

La comprensión de la idea de solidaridad estructural nos parece deter-minante en el desarrollo de la igualdad democrática, ya que sin ella, la auto-determinación no es posible, por las diferentes y permanentes desigualdades estructurales en la sociedad contemporánea. Un programa de desarrollo autén-ticamente democrático solo puede resolver los conflictos de intereses mediante el sistema de derechos y deberes, que solo se pone en movimiento con la solidaridad estructural.

En el caso de Chile y también de América Latina, en el contexto del de-sarrollo internacional de la idea democrática, encontramos una lucha histórica

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que va desde los intentos de inclusión, en busca de ciudadanía, pasando por las reivindicaciones económicas y sociales, hasta profundizar en momentos distintos los temas valóricos que hay detrás de todas estas propuestas de la lucha por la democracia. Sin duda, esta lucha por la democracia ha sido con-ducida muchas veces por metas utópicas. No obstante, estas utopías no nece-sariamente son contradictorias con la idea democrática. Más aún, pensamos que el desarrollo democrático, la mejor comprensión del ser humano y el descubrimiento de nuevos sentidos y nuevas percepciones de lo valórico, les otorgan contenidos y percepciones diferentes. En la medida en que se avanza en el reconocimiento de la dignidad humana, como factor de identidad y fun-damento de la lucha por los derechos, que se expresan más claramente en la mayor aceptación de los derechos humanos propiamente tales, el concepto de solidaridad, como lo hemos venido trabajando, se convierte en un elemento ineludible en cualquier expresión del desarrollo democrático.

Los problemas que implican, en los diferentes momentos de la historia contemporánea, la estructura y el funcionamiento del sistema económico hacen que este se transforme en un factor ineludible en la toma de decisiones políti-cas y sociales. Si bien es cierto que el sistema económico capitalista está invo-lucrado valóricamente al tema del derecho de propiedad y, en consecuencia, a otra forma de entender otros derechos, lo que en definitiva determina el fun-cionamiento —mejor o peor— del sistema es la ausencia en este de la solidaridad y de las regulaciones, que tienen que ver no solo con la toma de decisiones, sino también con el sentido que el sistema económico tiene para la sociedad toda. Aquí entra en distintos momentos de la historia el rol del Estado, cuya función de garante del bien común no ha perdido vigencia y en las situaciones de crisis siempre ha emergido con una responsabilidad imprescindible. Se une a esto el debate permanente sobre la función social de la propiedad privada y sus consecuencias en el manejo de las riquezas, que son determinantes para el bienestar y el desarrollo de toda la comunidad. Temas obviamente ausentes en una concepción liberal.

De acuerdo con lo anterior, el sistema democrático, además de garantizar derechos y deberes, debe armonizar el interés social con los intereses indivi-duales. No se puede prescindir, como ya lo dijimos, del rol del Estado, que en este tema y en todos aquellos en los cuales se expresa el bien común histórica-mente se ha hecho imprescindible. El Estado es el garante del cumplimiento del interés social, pero este interés social es una expresión, además, de los inte-reses concretos de las personas, los cuales, tal como dijimos, son armonizados

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por la solidaridad estructural, que es en concreto el componente que debe de-sarrollar el Estado para realizar las exigencias del sistema propio de derechos y de deberes. Es en este sentido como la democracia puede ser concebida como un camino permanente de liberación de las distintas formas de opresión, que impiden la satisfacción del interés social y de los intereses individuales. Esta democracia liberadora concibe una responsabilidad, que se construye día a día en los procesos y en la generación de las oportunidades de todos los ciudada-nos. Así entendida, la democracia, al parecer, y desde una perspectiva valórica, puede aproximarse a ser concebida, al menos en el mundo occidental, como una necesidad histórica. Sin embargo, hay quienes piensan con buenos argu-mentos que no es así. No obstante, pensamos que no es posible históricamente concebir un sistema distinto al democrático, donde la diversidad, con todos los desafíos valóricos que ella implica y, en consecuencia, los intereses indivi-duales, puedan armonizarse respetuosamente con el interés de todos.

Podemos entonces comprender que es en esta dimensión de la democra-cia donde cobran mayor fuerza tanto el bien común, como el bien de todos y el bien de cada uno. Esto implica satisfacción de derechos y deberes, de intere-ses individuales y colectivos, armonizados bajo el criterio del reconocimiento de la dignidad de la persona como principio articulador de la diversidad de intereses, manifestado en el respeto de esa misma dignidad. Nos parece, en este sentido, que la democracia humanizadora y dignificadora no podrá jamás sustentarse en los principios del individualismo, que llevan necesariamente al predominio de los más fuertes, a la imposición de distintas formas de poder, por sobre los valores que ella misma pretende promover. La democracia no descansa en el individuo, sino en la persona, y precisamente por ello descansa en la comunidad, en la dimensión de la solidaridad a la cual hemos hecho referencia.

En la historia de Chile —y con algunas variantes en la de América Lati-na—, el tema de la democracia está marcado por la peculiaridad de las distin-tas expresiones del sistema colonial que se manifestaron en el surgimiento de la nación, en la conformación de un Estado autocrático, con élites excluyentes y con roles importantísimos en esa situación histórica de los militares y de la Iglesia. En la génesis de la realidad nacional encontramos el verticalismo en los procesos de gestación del Estado y en la expresión de la formación de una sociedad excluyente. Se unen a esto los elementos internacionales que deter-minan las formas de insertarse en el nuevo orden mundial y la adopción de un modelo económico dentro del capitalismo vigente, que dará una lectura

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condicionada de la realidad y de las concepciones de progreso que en ese mo-mento se manejan. Allí está el nacimiento de una nueva expresión histórica y la explicación del sentido de los cambios que allí se generarán. También cobrarán particular connotación las reformas liberales en los intentos de moderniza-ción que se viven en el país en el periodo posindependentista.

En la génesis de las modernizaciones del Chile que nace van a predo-minar las opciones que llevan el énfasis de la estrategia para el crecimiento económico, lo cual tiene como requisito postergar el desarrollo sociopolítico y para ello se crearán los mecanismos de control necesarios. Con esto se buscan la estabilidad política y el control social, que se prolongarán durante décadas y cuyos efectos determinarán también el sentido de las luchas políticas y socia-les, a partir del estallido de la cuestión social. La verdadera situación de cam-bios se dará a partir de la década de 1920, la cual se acelerará con los efectos de la crisis de 1929 y el posterior triunfo del Frente Popular, que lleva al poder a Pedro Aguirre Cerda, y donde cobrarán sentido las expresiones de la lucha por la democracia, a partir de la incorporación de los proyectos de izquierda y la presencia de un catolicismo social renovado que se expresará en el nacimiento de la Falange.

El desarrollo de la idea democrática se ha venido gestando en la lucha por conseguir las condiciones mínimas para poder desarrollar los proyectos po-líticos en curso. No estamos ante un desarrollo de ciudadanía real, sino, más bien, formal. Pero en este contexto se van constituyendo actores políticos y actores sociales que darán inicio a las movilizaciones, que expresarán de-seos y necesidades de mayor autonomía. Hay un crecimiento de la conciencia democrática, que se expresa fundamentalmente a través de las luchas por las reivindicaciones, donde la participación es contenida.

Nos parece que se entra muy tarde al debate de la necesidad de una ética política, y esto también es clave para explicar la falta de una ética económica que se ha traducido históricamente en concentración de la riqueza y en una forma de entender la propiedad privada ajena al bien común.

La calidad de la democracia pasa, sin duda, por las leyes y sus institu-ciones; por los principios éticos y morales con que se define mejor el sistema de derechos y deberes que involucran a sus ciudadanos y representantes. Sin ética política es imposible aspirar a una mejor democracia. La buena fe de los ciu-dadanos no puede ser asaltada por el manejo arbitrario de las autoridades y los representantes. De esta forma, en Chile y en el resto de América Latina, el bien común ha sido muy débilmente garantizado, a pesar de los intentos de

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algunos grupos políticos, partidos y líderes que históricamente han merecido reconocimiento en este ámbito.

Para teorizar desde lo contemporáneoEl debate en torno a la democracia se volverá complejo a partir de los años sesenta por las profundas transformaciones políticas, sociales, culturales y eco-nómicas que se van a producir en la segunda mitad del siglo xx. Para el caso de Chile y América Latina, van a predominar los temas y estudios sobre el subdesarrollo y la pobreza como problemas estructurales. El contexto de la Guerra Fría nos marca la vigencia de una democracia de pluralismo limitado, en un contexto de internacionalización de los partidos políticos y la pérdida del sentido de pertenencia.

Los debates sobre la democracia se van a dar en las coordenadas mar-cadas por la Guerra Fría y por los intentos de distensión, así como por el rol de los Estados Unidos en Occidente, definido por muchos como el hegemón del orden internacional. Es el momento de la aceleración y profundización en el desarrollo de la idea democrática, en medio de sociedades de masas, del fortalecimiento de un poder joven, de la socialización y universalización de mu-chos de los fenómenos. Todos ellos, bajo los intentos de redefinir la sociedad, la política y aun la misma comprensión que se tiene del ser humano.

No son tiempos para pensar en una democracia que no tenga la fuerte connotación ideológica y partidaria de los grupos políticos predominantes. La mayoría busca a partir de esa década profundos cambios estructurales, de diverso contenido y con diversos propósitos en sus resultados finales. Lo úni-co real o coincidente es la crisis de la sociedad contemporánea, que para el caso de América Latina no resiste la situación histórica del momento y lo que en términos generales se denominaba vigencia de estructuras opresoras de un capi-talismo sin respuestas, frente a las respuestas no compartidas por muchos del socialismo en su versión soviética.

En el contexto anterior, a partir de los sesenta y hasta el quiebre de la de-mocracia en Chile, hay que situar la crisis de la política y la democracia, tanto en el nivel de las instituciones de la época, como en la forma de entender los valores con los cuales se buscaba el reemplazo de las estructuras históricas vigentes, aunque los valores fueran entendidos de diversa manera, porque los proyectos de sociedad y la forma de entender al ser humano también eran distintas. En ese contexto hay que entender todas las formas de participación política que se generan, así como el contenido de la movilización de masas y la alta politización

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existente, que complicaba el contenido, la lógica y el éxito de la demanda democrática. Chile en los años sesenta no está a las puertas de una crisis insti-tucional, sino en medio de ella, ya que la institucionalidad vigente no resistía la presión por los cambios necesarios que se iban expresando en las manifesta-ciones de crisis del sistema democrático vigente.

De acuerdo con lo anterior, la democracia era analizada y entendida des-de concepciones unilineales de la historia, expresada en términos globales en los dos factores predominantes, que representaban el capitalismo y el socia-lismo vigentes. Los paradigmas eran ideológicamente cerrados y, por lo tanto, cerrados también en sus expresiones históricas, políticas, sociales y culturales. Los paradigmas de los años sesenta y setenta, aun los de contenido democráti-co, representaban visiones de sociedades homogéneas, dentro de un pluralis-mo limitado. No cabían las expresiones propias de la diversidad. En el paradigma unilineal, la construcción del sujeto histórico, político y social estaba limita-da por el servicio a la ideología que lo explicaba. Esto expresa la rigidez de los marcos teóricos, para el análisis de la sociedad y para la construcción del futu-ro. Por otra parte, se traducirá esta realidad en la falta de consensos internos, para realizar los cambios estructurales que se necesitaban. No obstante, Chile sin duda avanza por un camino de transformaciones profundas y positivas durante los gobiernos de Frei Montalva y Salvador Allende.

La ideologización extrema de los paradigmas cerrados es, sin duda, una razón excluyente para un encuentro democrático de una construcción de la historia a partir de la diversidad. Así, las alternativas son entendidas como excluyentes, lo que va a incentivar la lucha radical por el poder y la política de confrontaciones, en su esencia antidemocrática, en la medida en que el triunfo político pasaba por la aniquilación de las opciones divergentes.

En la década de los años sesenta y en lo que se alcanza en los años seten-ta, el Estado es reconocido desde la sociedad civil, como un gestor importante de la democratización y de la modernización del sistema, en cuanto se le reco-noce su rol de defensor del bien común y de la justicia social. Sin embargo, este Estado, sin duda bien definido en estos dos fines, no logra desprenderse de la tutela que ejerce sobre la sociedad civil, lo cual disminuye de alguna manera el rol de actor de esta. Es un tema muy polémico e interesante, ya que, si bien no se le discute el rol político —como tampoco el social—, en la medida en que se expresa mediante un presidencialismo fuerte y un verticalismo inherente a toda la estructura política del país, se generan limitaciones propias de la parti-cipación y, en consecuencia, de la ciudadanía. Más aún si agregamos a esto la

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fragmentación existente en la sociedad, por las lecturas ideológicas polarizadas que se expresan por intereses distintos, tanto en lo político como en lo eco-nómico y social. Todo lo anterior conlleva un alto grado de incertidumbre por la democracia, en la medida en que los consensos básicos para su funciona-miento no se logran, y se instala como efecto una crisis progresiva.

Lo hasta aquí expresado nos explica de alguna manera que no se pueda avanzar en la instalación y el desarrollo de una cultura democrática, porque ade-más supone también una ética democrática, que parte del reconocimiento del otro, lo que puede permitir el establecimiento de los valores mínimos sobre los cuales se levanta el consenso.

No obstante las debilidades señaladas, desde el gobierno de Frei Mon-talva hasta el de Salvador Allende, se reconocen y se comparten unas áreas básicas, para una política de cambios en un contexto democrático. Entre ellas po-dremos mencionar los intentos de redefinir el concepto de desarrollo y las for-mas de implementar el desarrollo económico. Agréguese a esto la creación de un grado de conciencia en una idea de solidaridad nacional y de justicia social que conllevan intentos de nueva participación política, de nuevos proyectos de educación y, en el ámbito internacional, una nueva perspectiva de la soberanía nacional. Sin duda, con todas sus limitaciones, hay un intento de humaniza-ción de la democracia, a través de un nuevo fortalecimiento de la expresión del sistema de derechos y deberes, que nos aproxima a indudables formas nuevas de humanización de la política y, en consecuencia, de la democracia.

En este sentido se explican los logros más importantes en los casi diez años que abarcan los gobiernos de Frei y de Allende: la aceptación de los cam-bios estructurales, de la matriz “Estadocéntrica” y de la democratización co-mo una forma necesaria en ese momento de la historia para avanzar en el proceso de cambios. A esto se une el fortalecimiento de los sistemas sociales y, sin duda, la democratización que, a pesar de todo, se da dentro del poder político. Nos atrevemos a decir que a pesar de la discrepancia de determinados sectores políticos en el Chile de esa década, existen la comprensión y la acep-tación de la continuidad del cambio por la vía democrática.

La contraparte a lo señalado se establece, como ya hemos dicho, en la polarización de las ideologías y sus proyectos y de todas las estructuras del país, incluyendo la fragmentación de la sociedad civil. Se debilitará, en consecuencia, la viabilidad institucional del cambio de estructuras, aumen-tando la conflictividad social y, por lo tanto, la violencia política y también la militar.

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En nuestro trabajo, el tema de la inclusión social, política, económica y cultural es clave para responder al desarrollo democrático. En esta perspectiva, sin duda los gobiernos de Frei Montalva y de Allende significan una promo-ción de cambios estructurales que, como hemos dicho, contienen una manera distinta de concebir la sociedad y la democracia. El hecho de la reforma agra-ria es determinante en este aspecto, ya que las transformaciones profundas sig-nifican no solo la modificación de la tenencia de la tierra y la concepción de nuevas formas de propiedad, sino su significación en lo político, lo cultural y lo social. También, la profunda transformación que produce la sindicalización campesina, como factor de inclusión y de modificación de una vieja estructura oligárquica, en cuyo imaginario de nación perfectamente los campesinos ha-bían estado por fuera de toda posibilidad de integración.

Desde ese momento, al cambiar la idea de nación por una nueva inclu-sión, también van a cambiar las percepciones que se tienen de la legitimidad y de la legalidad. En otras palabras, la legalidad de entonces se hacía insufi-ciente para nuevas formas de entender la nación y, por lo tanto, la ciudadanía. De acuerdo con esto, la sociedad chilena de ese entonces se ve profundamente conmovida en la significación de sus elementos valóricos. La inclusión de los campesinos va a cambiar el funcionamiento de las mayorías, va a pro-fundizar la concepción de bien común. Sin embargo, en la creación de un debate deslegitimador de las viejas estructuras, las ideologías se polarizan y se transforman en excluyentes unas de otras, a pesar de sus coincidencias de la necesidad de un proyecto liberador en democracia.

Esta ideologización y polarización a la que hacemos referencia nos plan-tea de alguna manera la distorsión del discurso liberador, con el cual se puede coincidir en los niveles de diagnósticos e, incluso, en muchos supuestos teó-ricos. Sin embargo, en la propuesta de construir una nueva sociedad, estas ideologías son incapaces de hacerlo, ya que no consideran la diversidad como legítima, constituyéndose este valor en un factor de descalificación antidemo-crática. Ningún sector, menos aun los más radicales de la izquierda, estaba en condiciones de aceptar la construcción histórica como un tema que debiera asumirse desde una diversidad, al menos entre aquellos que proponían los cambios fundamentales para una nueva democracia.

La responsabilidad ética de los gobiernos, de los ciudadanos, de los par-tidos, es fundamental para la toma de decisiones del orden democrático, que permita resolver los conflictos. La ética responsable, junto con ser un instru-mento de autonomía de las personas y un factor de la organización de los

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diversos grupos de interés, significa un instrumento clave del funcionamien-to de las democracias, ya que solo de esta manera podrá promoverse un con-cepto de desarrollo humano, que constituye uno de los fundamentos clave de un proyecto democrático. Solo con el establecimiento de una ética de respon-sabilidad, que parte del reconocimiento de los derechos propios y del “otro”, podrán garantizarse valores tales como los conceptos de igualdad o libertad, y aun los procesos mismos de liberación, los cuales están articulados a partir del concepto de equidad, que, como decíamos, se expresa en nuestra idea de solidaridad estructural.

En nuestro trabajo, hemos tratado de distinguir diversas situaciones de carácter histórico-político que definen las luchas por la democracia, su pro-fundización y perfeccionamiento en el Chile del siglo xx. En ellas vemos una aspiración expresada de diferentes formas por construir una democracia que dé respuestas más cercanas a un ideal de satisfacción de derechos y cumpli-miento de deberes. Este proceso está marcado por la lucha decisiva de la inclu-sión y el desarrollo de ciudadanía, que da lugar a situaciones de confrontación con los sectores representativos de las derechas de estirpe oligárquica, con sus gobiernos que los representan, y que se expresan en síntomas de radicalidad por la conquista del poder.

En casi todo el proceso del siglo xx, percibimos una sociedad civil de ba-jo perfil, fragmentada ideológicamente, politizada e instrumentalizada muchas veces por los partidos políticos, que expresan de manera muy sectaria el sen-tido de pertenencia a la nación. Casi todo el proceso del siglo xx está marcado por un alto grado de incertidumbre política, por un pluralismo que muchas veces tiene características de virtualidad y por una diversidad contenida. Esto se expresa en todos los ámbitos socioculturales, políticos y, en consecuencia, valóricos, lo que lleva siempre a crisis permanentes de consensos que solo se superan parcialmente, cuando en los gobiernos de Frei Montalva y de Salvador Allende se produce un consenso inmensamente mayoritario por los cambios, aunque esto no refleja coherencia en torno a un proyecto.

En todo nuestro proceso de desarrollo democrático están presentes las ins-tituciones fundamentales, y que en algunas situaciones históricas tienen un alto grado de politización. Nos referimos a las Fuerzas Armadas, al sistema de justicia, a las iglesias y también a las universidades, cuya mayor expresión en la politización la encontramos en los gobiernos de Frei y de Allende.

En todo este proceso de desarrollo democrático se descuidan mu-chas veces elementos institucionales que son claves en las propuestas de

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democratización. En la última parte de nuestra vida democrática, antes del golpe de Estado, hay una sobredimensión de los partidos políticos que lleva a descuidar su rol mediador entre el Estado y la sociedad civil. Se magnifican siempre las características propias de un sistema representativo sobre las for-mas de participación ciudadana, ante todo en materias relevantes. Esto, tal vez, porque la cultura política partidista se pone por encima de una auténtica cultura democrática, lo que impide la democratización real de los procesos.

Otros supuestos teórico-metodológicos: humanización, valores y máximo posible históricoEn nuestra intención de debatir supuestos teóricos acerca de la democracia en Chile, en los contextos de diversas situaciones históricas, hemos desarro-llado una línea de aproximación particular en torno a lo que entendemos como fenómenos de humanización dentro de los procesos políticos y sociales. Pero esta aproximación solo podría desarrollarse y ser entendida por medio de los va-lores propios de la humanización, y que en un lenguaje contemporáneo y universal son entendidos de manera genérica como los fundamentos de los derechos humanos. Estos derechos humanos, de muy difícil trayectoria, y no siempre contemplados ni valorados en los procesos de democratización del mundo occidental, se han convertido hoy en día en unos supuestos valóri-cos que permiten entenderse, al menos en niveles relativamente uniformes, a diversos sectores del pensamiento filosófico, del pensamiento político, del pensamiento religioso y con casi todas las expresiones de la diversidad cul-tural, no solo del mundo occidental, sino también con otros sectores de la humanidad, con los cuales se ha pretendido establecer diálogo sobre el reco-nocimiento de cuestiones relevantes a partir de una idea universal —o más o menos universal— de la dignidad humana.

En este contexto, para el Occidente de raíz cristiana, hablar de las luces y sombras de los elementos fundacionales del cristianismo, a partir de la amalgama grecolatina y judeocristiana, resulta inevitable para entender cómo los aportes, las negaciones, las vacilaciones históricas y las contradicciones que en la Iglesia, como institución histórica y el cristianismo como parte del ethos cultural, determinan los contenidos de esta civilización occidental, dándo-le connotación a la expresión histórica de los valores y a la difícil lucha a través de los siglos de los contenidos y significados de estos valores en el tiempo.

Estos significados, que constituyen sin duda el ethos cultural de la mo-dernidad occidental, expresan su peculiaridad en el desarrollo de las ideas

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democráticas y en la forma como han ido siendo entendidas sus diversas tesis y supuestos teóricos, en el desarrollo de la historia contemporánea. Desde los postulados liberales hasta los supuestos socialistas en sus diversas versio-nes y los caminos de las expresiones políticas de inspiración socialcristiana, aparecen los enunciados de los valores que constituyen las definiciones clave de diversos momentos históricos. Así como hablamos de una modernidad que expresa visiones unilineales de la historia, como fueron en su momento las concepciones marxistas y liberales, así también hemos ido expresando a través de estas visiones contenidos valóricos de las diversas maneras en que hemos comprendido lo humano.

De estas diversas formas de ir entendiendo lo político y de ir generando ideologías nacen las propias experiencias históricas de los seres humanos y, por supuesto, las maneras como se ven a sí mismos en la relación con los demás, como se conciben como nación, comunidad y pueblo. Las dos guerras mun-diales son, sin duda, expresiones de los antagonismos en la forma de vernos los seres humanos y en la forma de entender el destino como humanidad o como pueblo. Esto es también aplicable a América Latina, aunque muchas veces como área marginal de las grandes disputas de las potencias. La idea democrática ha sido sacudida en incontables ocasiones por la forma como se ha ido concibiendo el poder, su utilización y los conceptos de dominación que han surgido detrás de estas ideas. La incorporación de la comprensión de la Iglesia como especificidad y lo cristiano como dimensión cultural, en todo este proceso histórico de Occidente y de América Latina en particular, resulta ineludible para entender lo que pasa en estos enfrentamientos. También en los debates del mundo moderno es determinante el rol de la Iglesia como institu-ción y de lo cristiano como cultura.

La democracia contemporánea, en su desarrollo en el siglo xx y en lo que va del siglo xxi, ha sido influenciada por los debates generados por la Iglesia y por la interpretación de determinados valores, que en distintos momentos ella ha propiciado con aceptación o rechazo también de muchos. Este es el sentido de explicar, para el caso de América Latina, los contenidos fundacionales de la cristiandad y su evolución posterior en el proceso sociopolítico latinoamerica-no contemporáneo.

Todo el intenso debate que se ha generado nos lleva a reconocer en el proceso histórico de América Latina, y de Chile en particular, que la democra-cia ha ido perdiendo en los debates más esclarecidos su significado puramente liberal, para ser ampliado con propiedad a definiciones surgidas desde otras

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ideologías. Y así como elementos clave de lo valórico permiten aproximaciones

desde estructuras de pensamiento muy diferentes, otros elementos constitu-

yen escenarios de desencuentros radicales entre la Iglesia y grupos cristianos

con otros grupos que tienen fundamentos filosóficos distintos y supuestos

valóricos o aproximaciones a lo humano muy diferentes. El problema de la

diversidad sexual o el del control de la natalidad y, por lo tanto, las diferencias

conceptuales que definen lo pedagógico y lo político, constituyen, a manera de

ejemplo, instancias de desencuentro no menor en la sociedad actual. Dicho

de otra manera, no solo este debate implica niveles de contradicciones entre

el mundo religioso y el no religioso, sino que también constituye ocasiones de

diferencias dentro del mundo creyente.

Este debate es, sin duda, un elemento central del mundo democrático

contemporáneo, porque debe resolverse con criterios políticos, pero también

éticos y valóricos, que traspasan la definición misma de democracia. En este

sentido, las contribuciones del conocimiento científico a la mejor comprensión

del ser humano han aportado elementos válidos para un mejor entendimiento

tanto del individuo como de la humanidad. Dicho de otra manera, la democra-

cia constituye una construcción histórica permanente, cuyos principios se

perfeccionan, modifican o amplían según el propio concepto de construcción

del ser humano, que se apoya cada vez más en la diversidad como una forma

ineludible de construcción: la historia se construye desde la diversidad y no

desde los supuestos limitados de las ideologías y de las religiones, aunque todas

ellas deban estar presentes en esa construcción.

En el pasado reciente, muchos de los discursos liberadores de las dis-

tintas opresiones del ser humano —políticas, culturales, económicas y reli-

giosas—, podían tener grandes certezas que se expresaban en diagnósticos

y marcos teóricos de análisis, que en muchos casos tenían gran validez y nos

aproximaban a una toma de conciencia colectiva. Sin embargo, el discurso se

volvía opresor y antidemocrático porque las formas de lograr los cambios eran

excluyentes; solo era posible construir desde una ideología concreta o de una de

sus variaciones. O también, desde otras instancias coincidentes, como decíamos,

en el reconocimiento de los problemas, pero diferentes en la generación de las

respuestas. Es decir, los discursos liberadores terminaron atrapando el proceso

mismo de los cambios que pretendían, constituyéndose en factores de crisis

que terminaron con las débiles democracias existentes. Hemos querido expre-

sar todos estos supuestos en la reconstrucción de un proceso histórico, que con

introducción • 39

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Page 41: Democracia y humanización en el Chile contemporáneo

sus luces y sombras nos desafía a intentar de nuevo la democracia diferente, en permanente construcción e históricamente nunca concluida.

Parece ser que el tema de los valores es el que podría (y de hecho ha sido así) ofrecer mayores dificultades para una convivencia relativamente armónica en una comunidad. Y decimos esto porque nos parece que hasta el día de hoy es uno de los temas de mayor complicación para las democracias con-temporáneas. Más todavía si pensamos no solo en las diferencias ideológicas de corte político y filosófico, sino también en aquellas religiosas o no religio-sas, que han significado y significan profundos puntos de desencuentro. Para nuestros propósitos, pensamos que hay dos formas de acercarse al problema del valor. La primera tiene que ver con el valor como deber ser; la segunda, el valor como máximo posible histórico.

El valor como deber ser nos ubica en la situación de aquellas definiciones rotundas de carácter ético, religioso, filosófico e incluso de presunto carác-ter científico, las cuales aparentemente son muy difíciles de transar, aunque la historia nos enseña que muchos supuestos valores temporales son supe-rados con la marcha de los tiempos. Pero, en todo caso, el deber ser del valor es aquello que está en las definiciones más íntimas, en las opciones de las personas, fundamentadas en su propio sistema de creencias o de concepcio-nes con que se mira al mundo. Por esto, situándonos en la esfera del valor en cuanto definición integral, como podrían ser los supuestos teóricos, ideológicos o de una fe, es muy difícil (aunque quizás no imposible) establecer un diálogo que permita cambiar o modificar los contenidos de un valor. A pesar de esta dificultad, reconocemos que puede haber una posibilidad, aunque muy baja, de un acuerdo.

Sin embargo, vemos una segunda dimensión del valor, que es aquella que denominamos máximo posible histórico, que tiene que ver con el reconoci-miento de que siempre habrá limitaciones para el ejercicio pleno de los valores en cuanto el deber ser en las diversas situaciones históricas. Por lo tanto, lo que manejamos a la hora de la verdad, es la realización de un máximo posible para el ejercicio de estos principios, de acuerdo con las circunstancias históricas y al derecho de los demás. En otras palabras, estamos diciendo que en una co-munidad donde hay una diversidad de valores, estos coexisten necesariamente según lo que las posibilidades históricas permiten. En este nivel es donde cree-mos que se dan las mayores alternativas para un diálogo fructífero en materias que tienen que ver con supuestos valóricos. Tenemos el derecho (cada cual, cada grupo) a vivir nuestros valores según las mejores posibilidades que ofrece

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el tiempo histórico. Estamos en un momento particular para el diálogo y para

un encuentro de acciones comunes. Es en esta dimensión donde situamos

la construcción democrática. La democracia ya no responde a una concepción

ideológica cerrada, de corte liberal, o marxista, o de otras propuestas. El desa-

fío de hoy es la democracia como una construcción a partir de la diversidad y

no desde una ideología específica, que como tal se puede convertir en exclu-

yente. Sin embargo, esto no quiere decir un rechazo a la dimensión ideológica.

Por el contrario, valoramos las percepciones del ser humano, del mundo y de

sus explicaciones en este reconocimiento de la diversidad. Lo que rechazamos

es la ideología como propuesta absoluta y excluyente del diálogo necesario

para esta construcción que siempre será desde la diversidad, aun cuando se

supongan muchas coincidencias.

De acuerdo con lo anterior, reconocemos que en una sociedad puede ha-

ber valores con mucha fuerza que representan intereses de grupos que a veces

la comunidad no acepta, o que la comunidad cree que no debiera aceptar.

Las preguntas que nos surgen son: ¿qué valores, por antagónicos que sean,

tienen derecho a convivir y desarrollarse en una sociedad democrática?, ¿cuál

es la medida o el referente universal aceptado, o mayoritariamente aceptado,

que nos permitiría con alguna propiedad rechazar un grupo, unos valores o

unos supuestos determinados?

Las preguntas anteriores nos llevan a concluir que, de acuerdo con la

experiencia del mundo contemporáneo, en todas las latitudes (sobre todo en

las valoraciones que se han hecho en el transcurso del siglo xx y en lo que va

del xxi) aparece el valor de la dignidad humana, igual en todos y para todos,

como el elemento que nos permite pensar, con cierto grado de esperanza, que

es posible un encuentro entre los seres humanos y que este encuentro solo

se da con mayor propiedad en un sistema democrático. Podría parecer que

al mencionar el tema de la dignidad humana como el concepto aglutinador

no estuviéramos haciendo un aporte muy significativo, pero si pensamos en

la historia reciente, vemos que la ausencia del reconocimiento de la dignidad

humana, igual en todos, es lo que ha permitido en Occidente, por ejemplo,

una democracia sin plenos derechos para minorías raciales o culturales y, por

lo tanto, sin reconocimiento de derechos humanos básicos. Pero también ten-

dríamos que referirnos a muchos otros ejemplos que ilustran esto, entre ellos

una democracia sin voto femenino durante muchas décadas y, sobre todo, una

democracia sin garantías para el desarrollo integral de las personas.

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Page 43: Democracia y humanización en el Chile contemporáneo

Por lo tanto, estamos frente a un tema que es antiguo, pero cuya praxis histórica ha sido limitada y muchas veces suprimida. Hablar de dignidad hu-mana está apareciendo últimamente como un tema de consenso y de mayor reconocimiento. Aun así, es necesario avanzar en la reflexión porque hay gra-dos de dificultades que superar. En todo caso, hablamos de una democracia permanentemente liberadora.

La dignidad humana, para abordarla mejor (y solo en una explicación muy breve), parte de la idea de que el elemento básico que permite acercarse a una definición es el derecho a la vida y que, por lo tanto, cualquier atentado contra la vida, cualquier indignidad contra la vida, cualquier violación de dere-chos políticos, sociales, morales, culturales, económicos y otros, constituyen una violación a la posibilidad de una vida plena. Por lo tanto, el reconocimien-to de la vida y de las condiciones para ella, con todo lo que implica, es la base del acuerdo de los seres humanos para la constitución de una sociedad en la cual el pluralismo, en todas sus dimensiones, se encuentre respaldado, junto a esta diversidad, en el respeto a esa dignidad humana. En consecuencia, cual-quier doctrina que proponga el sometimiento del otro, la segregación o margi-nación del otro, que excluya por razones diversas al otro, con alguna forma de violencia explícita o implícita, necesariamente debiera estar por fuera de una democracia que reconoce la pluralidad, la diversidad y la dignidad.

Tales conceptos no son opuestos a la idea de identidad; por el contrario, la identidad solo es posible en medio de la diversidad, y esta forma de entenderla es contraria, con toda seguridad, a la pretensión de muchos de tener sociedades homogéneas como un factor para el progreso. Estamos en la dimensión y en la posibilidad de construir también una nueva democracia. Una democracia que es fundamentalmente, como ya dijimos, un sistema de derechos y deberes sin los cuales, o con estos limitados, no hay plena garantía de reconocimiento de la dignidad humana. Una democracia económica, social, política, cultural, inte-gral, pero a partir del reconocimiento de la diversidad y de la plena vigencia del reconocimiento de esta dignidad humana, en permanente construcción y de-sarrollo. Una democracia nunca perfecta. Una democracia siempre perfectible, en cada tiempo de la historia, en cada generación de los pueblos2.

2. Estas ideas fueron trabajadas por primera vez en el artículo: Luis Pacheco Pastene y María Antonieta Huerta, “Reflexiones sobre democratización y democracia participativa”. Persona y Sociedad. VIII. 1-2 (1994).

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Tal vez debiéramos reiterar acá que los conceptos y los valores que mu-chos de ellos encierran, como los de la libertad y la igualdad, van cambiando en la comprensión que se tiene de ellos en la misma medida en que mejor se conoce al ser humano, sus problemas, su naturaleza y, en fin, su realidad más plena. Por lo tanto, los valores, que pensamos permanentes cambian muchas veces en su contenido y en su significación. Ha pasado, incluso, en las concepciones religiosas, en la reformulación de las ideas políticas, en la per-cepción del sentido de la historia del ser humano y, por lo tanto, en la forma de construir su historia.

Con el fin de precisar la perspectiva desde la cual pretendemos plan-tear el desarrollo de la idea democrática, debemos reiterar que los procesos del siglo xx y lo que va del xxi han sido una constante lucha por realizar propuestas que desde las ideologías perciben las carencias del concepto, las imperfeccio-nes del sistema y las aspiraciones hacia un tipo de democracia más auténtico.

En distintos momentos se ha reclamado una mejor protección de los derechos fundamentales de las personas. Esta desprotección permanente de los derechos lleva a un déficit también permanente en la ética pública y en la equidad. Avanzar hacia una mejor democracia significa también corregir las debilidades de la justicia y lo que implica esta idea en un concepto de seguridad ciudadana. A lo largo de la historia de Chile en la búsqueda de la democracia, las distintas formas de exclusión han marcado las debilidades de la ciudada-nía. Esta debilidad de la ciudadanía se ha manifestado en distintas debilidades de las formas de representación y, más concretamente, en las exclusiones políti-cas por factores ideológicos en distintos momentos de nuestra historia.

El déficit político se expresa también en los sistemas de representación y en lo deficitario de los sistemas electorales que por distintas razones han sido excluyentes. Todo lo anterior se expresa en una permanente debilidad de la cultura política y democrática, que ha dificultado una auténtica gobernabili-dad democrática, imponiéndose una forma de gobernabilidad sistémica que busca generar una aparente mayor estabilidad, sacrificando el desarrollo y la profundización democráticos.

La sociedad chilena se ha caracterizado por una permanente inequidad y desigualdad en su sistema político, económico y social. La inequidad y su conse-cuencia, la pobreza, han producido una permanente inestabilidad política, situación que en su conjunto se vuelve incompatible con el desarrollo demo-crático. Esta es una variable que se transforma en impedimento para el desarrollo democrático y su viabilidad como sistema político. Ya hemos dicho

introducción • 43

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Page 45: Democracia y humanización en el Chile contemporáneo

que la democracia, más que un sistema político, es un sistema de derechos y deberes ciudadanos que debe ser garantizado con la inclusión que dé garan-tías de protección a todos los ciudadanos sin discriminación.

La debilidad en el sistema de derechos y libertades civiles, como se han manifestado a lo largo de nuestra historia, ha contribuido a una fragilidad permanente del Estado de derecho que ha afectado en distintos momen-tos la calidad de la democracia y la legitimidad del sistema, que es una de las explicaciones que también se deben tener en cuenta para entender el origen y el proceso de la dictadura.

Recordando a Touraine, podemos sostener que el objetivo principal de una democracia debe ser permitir a todos los miembros de la ciudadanía con-vertirse en sujetos libres, productores de su historia, capaces de unir en su ac-ción el universalismo de la razón y la particularidad de una identidad personal y colectiva.3 Esto debiera ser el elemento central para asumir la democracia como una cultura capaz de contener en ella la diversidad que expresa la multi-plicidad de culturas. Estamos en contextos democráticos débiles respecto de la ciudadanía, del Estado, de la representación y de los derechos fundamentales.

Para concluir, debemos consignar que todo lo anterior expresa, de algu-na manera, la necesidad de una vigencia permanente y de un perfeccionamien-to constante de todos los derechos humanos consagrados y reconocidos, hoy, universalmente. Más aun, nuestro sentir se expresa en el convencimiento de que en los actuales modelos liberales y democráticos, la satisfacción de los derechos humanos es pobre y limitada, pues el sistema liberal individualista contradice, en esencia, los contenidos de una democracia solidaria, donde los derechos individuales, los derechos sociales, políticos, culturales, económi-cos y todos aquellos que hacen parte de la esencialidad misma del ser humano, no pueden ser satisfechos en el individualismo que hoy día predomina en la composición de los sistemas democráticos.

3. Alan Touraine. ¿Qué es la democracia? (México: Fondo de Cultura Económica, 2001).

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Page 46: Democracia y humanización en el Chile contemporáneo

DEMOCRACIA Y HUMANIZACIÓN EN EL

Política, sociedad y valores

Luis Pacheco Pastene • María Antonieta Huerta Malbrán

CONTEMPORÁNEO

CO

NT

EM

PO

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Y H

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IZA

CIÓ

N E

N E

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María Antonieta Huerta Malbrán

Doctora en Historia con especialización en

Política Latinoamericana de la Pontificia

Universidad Javeriana de Bogotá. Fue

profesora de la Pontificia Universidad

Javeriana, tanto en el departamento de

Historia como en la Facultad de Ciencia

Política y Relaciones Internacionales, donde

dirigió el Departamento de Relaciones

Internacionales. En Chile, dirigió el

Magíster de Estudios Sociales y Políticos de

América Latina en la Universidad Alberto

Hurtado. En su último cargo se desempeñó

como Directora del Bachillerato en Ciencias

Sociales de la Universidad Diego Portales.

Entre sus numerosas publicaciones se

destacan Otro Agro para Chile, Catolicismo

Social, y América Latina: realidad y

perspectivas, con Luis Pacheco, entre otros

libros y numerosos artículos.

Luis Pacheco Pastene

Doctor en Historia con especialización en

Política Latinoamericana de la Pontificia

Universidad Javeriana de Bogotá. Fue

profesor del departamento de Historia

y Director del Departamento de Ciencia

Política de la misma universidad. En Chile,

fue subdirector del CISOC-Bellarmino y

director del Departamento de Ciencias

Sociales de la Universidad Alberto Hurtado.

Actualmente, dirige la Escuela de Ciencia

Política y Relaciones Internacionales de

la Universidad Academia de Humanismo

Cristiano. Entre sus publicaciones se

encuentran, entre otros, El pensamiento

sociopolítico de los obispos chilenos, La

Iglesia chilena y los cambios sociopolíticos,

en coautoría con María Antonieta Huerta,

además de numerosos artículos publicados

en diversos países.

En este libro, los autores discuten aspectos relevantes de la historia polí-

tica del Chile contemporáneo con una perspectiva latinoamericana e in-

troducen conceptos originales relacionados con la “democracia solidaria”

de carácter estructural, que se aparta radicalmente de cualquiera visión

neoliberal. Este texto busca hacer una nueva significación de conceptos

tales como el valor de la diversidad en todos los ámbitos de la expresión

humana, la dignidad de la persona por medio de un nuevo sentido y

nuevas expresiones de lo económico y de los valores implícitos de los

derechos humanos. Todo esto en el contexto de las transformaciones de

los años sesenta y setenta. Es decir, en los gobiernos de los presidentes

Eduardo Frei Montalva, con su Revolución en Libertad, y Salvador Allen-

de con la vía chilena democrática al socialismo. Todo el proceso de trans-

formaciones incluye a la Iglesia como actor social y político.

El tema de la autonomía condiciona en gran parte lo que debe ser

la expresión de una democracia como sistema de derechos y deberes.

Esta autonomía supone la dimensión de persona, es decir, la absoluta ne-

cesidad del ser humano de realizarse junto al otro y con el otro, donde el

tema de la solidaridad implica un elemento de humanización permanen-

te de los sistemas políticos, sociales y económicos en su devenir histórico.

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