Del Odio Al Amor

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Siempre me he considerado una persona optimista y de cierta forma filántropa. Antes me esforzaba por buscar el lado bueno de las cosas y de las personas, sin embargo desde hace un buen tiempo parece que la gente a mi al rededor se empeña en hacerme ver cuán desastrosos y detestables podemos llegar a ser todos. Cuánto desprecio puedo llegar a sentir por una persona que ni siquiera conozco, en cuestión de nada. En fin, iba hace poco sentado en el metro, tranquilo y escuchando música con mis auriculares, algo habitual en mí, cuando de repente una mujer de máximo 23 años sentada a mi lado toca mi hombro y me pide que le ceda el puesto a una anciana parada frente a nosotros. Al momento del requerimiento mostré un gesto de amabilidad, dije que sin ningún problema haría el favor, lo hice. Pero esa experiencia me ha venido carcomiendo el cerebro por cada momento que paso pensando en ella. Sentí al momento que me paraba de mi cómoda silla una irritante necesidad de gritarle a esa mujer sentada a mi lado - ¡No! no quiero ceder mi puesto, voy muy cómodo y la verdad, usted puede perfectamente pararse y colaborar por su cuenta ¿o acaso no?- A lo que voy es que, esa mujer se ganó mi absoluto desprecio con una simple acción. ¿Por qué?, bueno, me parece un acto de mera pereza combinado con un toque de feminismo puro. Aún cuando desde hace bastante tiempo la mujer está en igualdad de condiciones con cualquier hombre, existe en el mundo incalculable cantidad de féminas que justo en determinadas -y convenientes- situaciones deciden que son el sexo débil y no son capaces de levantarse de su silla para ejercer su deber natural como ciudadanas. Ya lo sé, increíble. No fue el solo acto sexista de incomodarme lo que me generó tanta ira, sino que además en mi inagotable búsqueda del lado bueno de la situación, hallé una nueva y equitativa forma de analizar aquel encuentro, aunque la verdad una vez más destacaba lo peor (No es mi culpa, no había más). Es completamente inaceptable que una persona en su afán por librarse de su deber ciudadano, prefiera persuadir a otra de hacerlo. En otras palabras: si esa mujer no quería ceder el puesto... ¿Por qué tenía que incomodarme a mí, en lugar de quedarse callada y hacerse la de la vista gorda? era tan simple como eso. De cualquier manera, existen incontables situaciones en las que los seres humanos demostramos cuán horribles somos como personas: los que atropellan en las filas en lugar de esperar, los que entorpecen el tránsito peatonal caminando demasiado despacio, a esos no los soporto. Mucho menos soporto a las personas con paraguas. Cuando llueve, la gente simplemente desenfunda su paraguas y se encierra en algo parecido a burbujas cegadoras, no se percatan de que van golpeando a cuanto peatón se les atraviesa, ¡Ahh, cuánto desprecio a las personas con paraguas! más allá de que se pierden del maravilloso fenómeno que es la lluvia. Problema de ellos, supongo. Dirá el lector que el autor de este texto no es más que un resentido social. A lo mejor sí, pero lo curioso del caso es que todas estas situaciones que me llevan a pensar durante horas en el comportamiento humano, me hacen pasar del odio y el desespero a sentir un amor hacia la humanidad, un cariño y esperanza que no podría siquiera explicar. He llegado a pensar que de tanto ver estas escenas, que se repiten día tras día, ahora solo me causan gracia y sentimiento de ternura, como cuando un niño de 6 años dice que nunca va tener novia, uno solo decide sonreír y hacer como si nada. De cierto modo creo que eso está bien, porque si alguien se tomara a pecho aquello de que la sociedad está mal y hay que cambiarla, quién quita que la mejor solución que halle sea tomar un arma y empezar a deshacerse uno por uno de cada habitante del planeta, y como buen ciudadano todo lo que aquella solución me hace pensar es... ¡Qué pereza ponerse en esas! Del odio al amor - Nicolás Ramírez

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Siempre me he considerado una persona optimista y de cierta forma filántropa. Antes me esforzaba por buscar el lado bueno de las cosas y de las personas, sin embargo desde hace un buen tiempo parece que la gente a mi al rededor se empeña en hacerme ver cuán desastrosos y detestables podemos llegar a ser todos. Cuánto desprecio puedo llegar a sentir por una persona que ni siquiera conozco, en cuestión de nada.

En fin, iba hace poco sentado en el metro, tranquilo y escuchando música con mis auriculares, algo habitual en mí, cuando de repente una mujer de máximo 23 años sentada a mi lado toca mi hombro y me pide que le ceda el puesto a una anciana parada frente a nosotros. Al momento del requerimiento mostré un gesto de amabilidad, dije que sin ningún problema haría el favor, lo hice.

Pero esa experiencia me ha venido carcomiendo el cerebro por cada momento que paso pensando en ella. Sentí al momento que me paraba de mi cómoda silla una irritante necesidad de gritarle a esa mujer sentada a mi lado -¡No! no quiero ceder mi puesto, voy muy cómodo y la verdad, usted puede perfectamente pararse y colaborar por su cuenta ¿o acaso no?-

A lo que voy es que, esa mujer se ganó mi absoluto desprecio con una simple acción. ¿Por qué?, bueno, me parece un acto de mera pereza combinado con un toque de feminismo puro. Aún cuando desde hace bastante tiempo la mujer está en igualdad de condiciones con cualquier hombre, existe en el mundo incalculable cantidad de féminas que justo en determinadas -y convenientes- situaciones deciden que son el sexo débil y no son capaces de levantarse de su silla para ejercer su deber natural como ciudadanas. Ya lo sé, increíble.

No fue el solo acto sexista de incomodarme lo que me generó tanta ira, sino que además en mi inagotable búsqueda del lado bueno de la situación, hallé una nueva y equitativa forma de analizar aquel encuentro, aunque la

verdad una vez más destacaba lo peor (No es mi culpa, no había más). Es completamente inaceptable que una persona en su afán por librarse de su deber ciudadano, prefiera persuadir a otra de hacerlo. En otras palabras: si esa mujer no quería ceder el puesto... ¿Por qué tenía que incomodarme a mí, en lugar de quedarse callada y hacerse la de la vista gorda? era tan simple como eso.

De cualquier manera, existen incontables situaciones en las que los seres humanos demostramos cuán horribles somos como personas: los que atropellan en las filas en lugar de esperar, los que entorpecen el tránsito peatonal caminando demasiado despacio, a esos no los soporto. Mucho menos soporto a las personas con paraguas. Cuando llueve, la gente simplemente desenfunda su paraguas y se encierra en algo parecido a burbujas cegadoras, no se percatan de que van golpeando a cuanto peatón se les atraviesa, ¡Ahh, cuánto desprecio a las personas con paraguas! más allá de que se pierden del maravilloso fenómeno que es la lluvia. Problema de ellos, supongo.

Dirá el lector que el autor de este texto no es más que un resentido social. A lo mejor sí, pero lo curioso del caso es que todas estas situaciones que me llevan a pensar durante horas en el comportamiento humano, me hacen pasar del odio y el desespero a sentir un amor hacia la humanidad, un cariño y esperanza que no podría siquiera explicar.

He llegado a pensar que de tanto ver estas escenas, que se repiten día tras día, ahora solo me causan gracia y sentimiento de ternura, como cuando un niño de 6 años dice que nunca va tener novia, uno solo decide sonreír y hacer como si nada. De cierto modo creo que eso está bien, porque si alguien se tomara a pecho aquello de que la sociedad está mal y hay que cambiarla, quién quita que la mejor solución que halle sea tomar un arma y empezar a deshacerse uno por uno de cada habitante del planeta, y como buen ciudadano todo lo que aquella solución me hace pensar es... ¡Qué pereza ponerse en esas!

Del odio al amor - Nicolás Ramírez

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