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Recientemente se ha oído tanto al dirigente de la iz- quierda griega Alexis Tsipras como al recién elegido presidente francés François Hollande afirmar casi en los mismos términos que se enfrentan a un poder anónimo, invisible e irresponsable que es el de los mercados financieros. Sobre la irresponsabilidad de los mercados ha llegado incluso a pronunciarse en pleno arrebato de oportunismo electoral el propio Nicolas Sarkozy. Esta extraña impresión de estar go- bernados por fuerzas espectrales, invisibles y que no se presentan a las elecciones no es de ahora, en rea- lidad responde a una característica fundamental del capitalismo como sistema de explotación y de domi- nación, una característica que siempre ha existido pero que ahora, en el momento de crisis de la repre- sentación política que atravesamos, adquiere parti- cular relieve. I El rasgo que diferencia de manera definitiva al capi- talismo de todas las demás sociedades de clases es el hecho de que la dominación política está -o haya es- tado hasta ahora- disociada de la explotación econó- mica. Todos tenemos presente el modo en que las clases dominantes de las sociedades de clases no ca- pitalistas actuales o del pasado se apoderaban del excedente social: siempre, aunque existan importan- tes diferencias institucionales esta apropiación se lle- vaba a cabo fuera del circuito de la producción, la distribución y el intercambio y mediante mecanis- mos ajenos a él, concretamente mediante la domina- ción política y el ejercicio de grados variables de vio- lencia. La desigualdad social sancionada por normas religiosas, jurídicas o políticas permitía a un sector minoritario de la población apropiarse el excedente producido por la mayoría trabajadora. Es lo que ocu- rre con los tributos feudales o con los que imponían a sus poblaciones trabajadoras los grandes aparatos burocrático-religiosos del antiguo Egipto, de China o de los imperios Islámicos. Nadie mejor que el juris- ta chino Mencio ha expresado este tipo de relación: Los gobernados producen comida: los que gobiernan son alimentados. Que esto es lo justo se reconoce uni- versalmente bajo el Cielo1 . Algo de esa dominación tributaria sigue existiendo por cierto en nuestras sociedades a través del im- puesto, cuya recaudación depende directamente de una relación de subordinación política del individuo al Estado, aunque los modos específicos de constitu- ción de la legitimidad del poder político en nuestras sociedades no nos lo dejen ver, afirmando, conforme al principio democrático de legitimación del sobera- no, que “hacienda somos todos”. II Las clases dominantes capitalistas se apropian el ex- cedente –que en el capitalismo adquiere la forma de plusvalía- en el interior mismo de la esfera económi- ca y a través de relaciones de intercambio mercantil que se rigen por la igualdad jurídica de los contratan- tes. En la típica relación contractual entre un capita- 1.- Mencio, citado en Ellen Meiksins-Wood, Citizens to Lords, Londres, Verso, 2011, p.18 ISBN: 1885-477X YOUKALI, 13 página 17 ¿DERECHO? DEL INTERCAMBIO ENTRE IGUALES A LA DEUDA (eclipses y destellos de la dominación en el capitalismo) por Juan Domingo Sánchez Estop

Transcript of DEL INTERCAMBIO ENTRE IGUALES A LA DEUDA O? · liberada en su expresión jurídica de cualquier...

Recientemente se ha oído tanto al dirigente de la iz-quierda griega Alexis Tsipras como al recién elegidopresidente francés François Hollande afirmar casi enlos mismos términos que se enfrentan a un poderanónimo, invisible e irresponsable que es el de losmercados financieros. Sobre la irresponsabilidad delos mercados ha llegado incluso a pronunciarse enpleno arrebato de oportunismo electoral el propioNicolas Sarkozy. Esta extraña impresión de estar go-bernados por fuerzas espectrales, invisibles y que nose presentan a las elecciones no es de ahora, en rea-lidad responde a una característica fundamental delcapitalismo como sistema de explotación y de domi-nación, una característica que siempre ha existidopero que ahora, en el momento de crisis de la repre-sentación política que atravesamos, adquiere parti-cular relieve.

I

El rasgo que diferencia de manera definitiva al capi-talismo de todas las demás sociedades de clases es elhecho de que la dominación política está -o haya es-tado hasta ahora- disociada de la explotación econó-mica. Todos tenemos presente el modo en que lasclases dominantes de las sociedades de clases no ca-pitalistas actuales o del pasado se apoderaban delexcedente social: siempre, aunque existan importan-tes diferencias institucionales esta apropiación se lle-vaba a cabo fuera del circuito de la producción, ladistribución y el intercambio y mediante mecanis-mos ajenos a él, concretamente mediante la domina-ción política y el ejercicio de grados variables de vio-lencia. La desigualdad social sancionada por normasreligiosas, jurídicas o políticas permitía a un sectorminoritario de la población apropiarse el excedenteproducido por la mayoría trabajadora. Es lo que ocu-rre con los tributos feudales o con los que imponíana sus poblaciones trabajadoras los grandes aparatosburocrático-religiosos del antiguo Egipto, de China

o de los imperios Islámicos. Nadie mejor que el juris-ta chino Mencio ha expresado este tipo de relación:

“Los gobernados producen comida: los que gobiernanson alimentados. Que esto es lo justo se reconoce uni-versalmente bajo el Cielo“1.

Algo de esa dominación tributaria sigue existiendopor cierto en nuestras sociedades a través del im-puesto, cuya recaudación depende directamente deuna relación de subordinación política del individuoal Estado, aunque los modos específicos de constitu-ción de la legitimidad del poder político en nuestrassociedades no nos lo dejen ver, afirmando, conformeal principio democrático de legitimación del sobera-no, que “hacienda somos todos”.

IILas clases dominantes capitalistas se apropian el ex-cedente –que en el capitalismo adquiere la forma deplusvalía- en el interior mismo de la esfera económi-ca y a través de relaciones de intercambio mercantilque se rigen por la igualdad jurídica de los contratan-tes. En la típica relación contractual entre un capita-

1.- Mencio, citado en Ellen Meiksins-Wood, Citizens to Lords, Londres, Verso, 2011, p.18 ISBN

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DEL INTERCAMBIO ENTRE IGUALES A LA DEUDA(eclipses y destellos de la dominación en el capitalismo)

por Juan Domingo Sánchez Estop

lista y un trabajador, se produce un intercambio en-tre la fuerza de trabajo del trabajador y un salario quecorresponde al coste de reproducción social e históri-camente determinado de la fuerza de trabajo. Unavez vendida la fuerza de trabajo, el capitalista hacecon ella lo que quiere, pero suele utilizarla racional-mente y de hecho consigue, poniéndola a trabajar,que esta produzca un valor superior a su coste de re-producción. En ninguno de estos momentos, ni en latransacción mercantil, ni en una jornada laboral en laque no se distinguen los tramos en que el trabajadorreproduce la fuerza de trabajo y aquellos en que estagenera plusvalía, puede apreciarse que exista explo-tación y aún menos que esta vaya asociada a ningúntipo de dominación política. El contrato se realiza en-tre iguales y la producción se presenta como un pro-ceso técnico en el cual la racionalidad capitalistacombina diversos factores productivos a fin de pro-ducir riqueza en forma de mercancías. Hay explota-ción, pues de donde antes había un valor x surgemisteriosamente una valor x+n que no ha sido gene-rado por las cosas, sino por el trabajo humano, perola dominación de clase y el propio mecanismo de laexplotación resultan completamente invisibles.

III

Esta ocultación sistemática de la explotación y de lasrelaciones de clases es el principal efecto de la sepa-ración moderna de una esfera económica del restode las esferas de actividad social. La economía sepresenta como un ámbito de actuación social auto-rregulado y cuyo funcionamiento sólo requiere quese establezca y reproduzca el mercado como su ins-titución clave. La autonomía de la esfera económicaen el capitalismo reposa, como indica K. Polanyi, so-bre la existencia de un mercado que se presenta a símismo como un dispositivo capaz de componer en-tre sí de manera pacífica las pasiones adquisitivas delos individuos. El “dulce comercio”, según afirmabaBenjamin Constant, “sustituye la guerra”. El merca-do, lugar y marco jurídico del comercio, es de estemodo un instrumento que permite “naturalizar” ydespolitizar la esfera productiva presentándola co-mo determinada por las fuerzas “neutrales” del de-recho y de la técnica. El derecho rige la esfera de lastransacciones contractuales, mientras que la técnicasomete los tiempos de la producción y de la explota-ción a una “racionalidad” abstracta que impide dis-tinguirlos. En el ámbito supuestamente “técnico” dela producción, al igual que en el ámbito jurídico delmercado, la dominación se hace invisible.

IV

El hecho de que exista un orden político con las con-siguientes relaciones de mando y obediencia no alte-ra esta invisibilidad de la dominación. Efectiva men -te, el mando político, el soberano por decirlo en tér-minos clásicos, forma su legitimidad en el Estadomoderno a través de un mito contractual. El sobera-no, en los regímenes basados en la soberanía del pue-blo, es la persona que representa al pueblo. De estemodo, los actos de mando del soberano deben serconsiderados, conforme a una tradición que va deHobbes a Rousseau y prosigue en la teoría políticahasta la actualidad, como actos del propio sujeto queconsiente la representación. En cierto modo, el súbdi-to se manda a sí mismo, se autogobierna, pues me-diante su voluntad expresada en un contrato (vir-tual) acepta, junto a sus demás conciudadanos, serrepresentado. La dominación política queda así di-suelta en los términos de una contractualidad propiadel derecho privado, al tiempo que, merced al artifi-cio –al mito- del contrato social, queda enteramenteliberada en su expresión jurídica de cualquier resi-duo histórico. Afirma así Pasukanis que: “Allí dondelas categorías de valor y de valor de cambio entran en esce-na, la voluntad autónoma de los actores del intercambio esuna condición indispensable. El valor de cambo deja de servalor de cambio, la mercancía deja de ser mercancía cuan-do las proporciones del intercambio son determinadas poruna autoridad situada fuera de las leyes inmanentes delmercado. La coacción, como mando basado en la violenciay dirigido por un individuo a otro individuo, contradice laspremisas fundamentales de las relaciones entre propietariosde mercancías. Por ello mismo, en una sociedad de propie-tarios, la función de coacción no puede aparecer como unafunción social, dado que no es abstracta e impersonal”2.

2.- Evgeny Pasukanis, La Théorie générale du droit et le marxisme, EDI, Paris, p.131 (traducción del autor)ISBN

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No sólo la explotación aparece como enteramente se-parada de cualquier dominación política gracias a laneutralidad del contrato y de la técnica, la propia es-fera política se ve neutralizada y reducida a los térmi-nos de una transacción formulable en términos casimercantiles.

V

Un grado superior de invisibilidad adquiere la ex-plotación en el neoliberalismo. El orden neoliberal,como explica Foucault, basándose en los clásicos delneoliberalismo no se basa tanto en el intercambio en-tre iguales a través del mercado como en la priori-dad dada al espíritu de empresa y a la iniciativa. “Enel neoliberalismo, -sostiene Foucault- nos encontra-remos con una teoría del homo oeconomicus, pero es-te homo oeconomicus ya no será un interlocutor en larelación de intercambio. El homo oeconomicus es unempresario y un empresario de sí mismo”3. El pro-pio concepto de “empresa” como unidad de coope-ración social en cuyo interior no rigen las reglas delmercado desaparece en favor de una empresariali-dad individual en la que cada sujeto es dueño de sucapital humano y compite en el mercado con otrosportadores de capital humano. Las relaciones de co-operación que antes albergaba la empresa tienenahora lugar en el marco fluido del mercado y la rela-ción jurídica laboral se convierte en una relacióncontractual ordinaria. En este esquema, la explota-ción no se opera prevalentemente en el ámbito de laproducción -aunque ello también sigue ocurriendo-sino en el de la relación de deuda, en el ámbito finan-ciero. El capital, que ha cobrado plena movilidad ad-

quiere la forma hegemónica de capital financiero yse manifiesta ante los sujetos como capital-deuda. Larelación del sujeto al capital deuda es una relaciónfuertemente personalizada, pero no se deja tampocover como una relación de explotación. El sujeto en-deudado no sólo no se ve a sí mismo como explota-do por el acreedor, sino que se siente deudor y posi-blemente culpable de no poder responder al pago dela deuda. La deuda la contrajo con la esperanza depoder devolverla, pero la esperanza es siempre in-cierta, pues depende de factores ajenos a nuestra vo-luntad y fuera de nuestro poder. Por ello mismo, laesperanza se transmuta en temor, temor constante ano pagar. Y, no lo olvidemos, dominar a alguien, co-mo nos recordaba el Spinoza del Tratado Político esser capaz de producir y reproducir en él “temor y es-peranza” (TP, II,§10). La explotación tiene como me-jor aliado en el sistema de la deuda al régimen pa-sional del propio sujeto endeudado, en cierto modoutiliza al propio sujeto pasional como instrumentode gestión de su propia explotación.

VI

La deuda, la relación con un sistema de “crédito” es,como el nombre de este sistema indica, una cuestiónde creencia, de fe. El deudor confía en pagar y temeno poder hacerlo. El acreedor confía en que le seráreembolsado el préstamo con los intereses estipula-dos, pero teme que esto no ocurra y por ello exigesiempre garantías. En ese juego va configurándose elsujeto endeudado como sujeto que se relaciona conun poder transcendente, un poder que no dependede él y lo supera. Esto explica que, como señala elgran jurista francés Maurice Hauriou, la matriz de ladeuda y del poder soberano coincidan. Para MauriceHauriou existen dos tipos de relación entre el interéseconómico y el político: la relación territorializadaentre el poder político y la propiedad de la tierra quegenera diversas formas de feudalismo y la relaciónentre el poder y el dinero que da lugar al Estado.

“El régimen de la finanza, afirma Hauriou, engendrael Estado poder público en el que el poder político es-tá unido al dinero, ya sea que el Estado concebido co-mo persona moral constituya por sí mismo una socie-dad financiera y disponga en parte del poder del di-nero, ya sea que la fortuna financiera esté entre lasmanos de los principales ciudadanos del Estado”4.

3.- Michel Foucault, Origine de la biopolitique, Paris Gallimard, 2004, p.232

4.- Maurice Hauriou, Précis de droit administratif, Paris, Librairie de la Société Générale du recueil des lois et des arrêts, 1900 [Gallica :http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k105506c/f2.image ], p.14 IS

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Para Hauriou, existe una relación directa entre Es -tado y finanza que determina al Estado mismo comoinstitución. El Estado es fundamentalmente una ins-titución cuyo resorte es un elemento representativoíntimamente relacionado con la relación financiera.Ese aspecto representativo a su vez remite a la creen-cia en el Estado como “cosa pública” y a la confian-za en la estabilidad que hace posible el crédito gra-cias a la garantía por parte del Estado de que lasdeudas se restituirán:

“Existe entre el régimen de Estado y el régimen de lafinanza la característica común de que ambos repo-san sobre elementos representativos más que reales,el Estado sobre la concepción de la cosa pública, la fi-nanza sobre el crédito. Estas afinidades no son merasaproximaciones de ideas. Hemos visto que el Estadoes un equilibrio móvil, muy delicado, en constanteprogreso; hace falta que haya en él una organizacióneconómica flexible y móvil como la de la riqueza mo-biliaria. Por otra parte, por mucho que sean móviles,las estabilidades que garantiza el Estado tienen unvalor de creencia máxima y son las que desarrollan elcrédito necesario al régimen capitalista”5.

VII

Frente a la ingenuidad común en la izquierda queopone el Estado al mercado, vale la pena recordarque ambos tienen la misma matriz y que esta no esel intercambio simple, el intercambio entre igualescon forma contractual al que la filosofía política clá-sica quiso reducir la fundamentación de la política,sino la relación estrictamente desigual que caracteri-za la condición de endeudamiento (y el crédito) y larelación de sumisión política que esta desigualdadconstituye. Por un lado, está el sujeto que concede elcrédito y que tiene en su poder al endeudado encuanto este vive en la esperanza y el temor de conse-guir el crédito y luego de poder restituirlo. Por otroestá este mismo sujeto endeudado que tiene quemultiplicar las garantías dadas al acreedor y some-ter su vida entera a las “condiciones” de la deuda yde su devolución. Como explica David Graeber, elorigen del dinero no debe buscarse en el intercambiosimple entre iguales como lo hacen los diversos mi-tos robinsonianos de la economía política, sino en ladeuda como hecho originario, como promesa de res-titución hecha a alguien más poderoso6. Esta prome-sa es cuantificable y transferible y puede convertirseen el equivalente universal que permite intercam-

biar quantums variables de sumisión al acreedor. Elsujeto de la deuda es el sujeto de la promesa y de lapalabra dada, el sujeto de la deuda es siempre yasúbdito. En palabras de Maurizio Lazzarato: “con-trariamente a lo que cuentan a diario los economis-tas, los periodistas y demás “expertos”, la finanza noes un exceso de especulación que habría que regular,una simple funcionalidad capitalista que garantizala inversión; tampoco constituye una de las expre-siones de la avidez y de la codicia de la “naturalezahumana” que habría que dominar razonablemente,sino una relación de poder”7.

VIII

El sujeto de la deuda es también el sujeto que con supromesa construye y reproduce al soberano comoGran Acreedor y garante de la deuda en última ins-tancia. Con la deuda y la fuerte subjetivación de larelación de poder que entraña, parecería que hubié-ramos llegado a una fase del capitalismo en que losmecanismos de invisibilización de la dominaciónpolítica y de la explotación a ella asociada hubierandesaparecido y se hubiese operado un retorno a for-mas casi feudales de explotación. Esto, sin embargo,sólo es así en lo que se refiere al sujeto endeudadoque asume la deuda como una promesa propia, co-mo una palabra que ha de respetar por encima de to-do. Sin embargo, el acreedor de la deuda, sigue sien-do perfectamente impersonal pues es el portadorperfectamente aleatorio de títulos de deuda inter-cambiables y combinables en paquetes financieroscon cualesquiera otros títulos en cualquier otra pro-porción. Frente al sujeto que expone su dignidad y

5.- M. Hauriou, Ibid.

6.- David Graeber, Debt, the first 5000 years, Melville House Publishing, Brooklyn, New York, 2011

7.- Maurizio Lazzarato, La fabrique de l’homme endetté, Éditions Amsterdam, Paris, 2011, p.23 (subrayado nuestro)ISBN

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que promete tener en el futuro una conducta acordecon el pago de la deuda, lo que tenemos es una ma-sa anónima de títulos, lo cual no deja de producirefectos sobre el sujeto endeudado. Como observabael Joven Marx en sus notas Sobre los Elements ofPolitical Economy de James Mill:

“El crédito es el juicio económico sobre la moralidadde un hombre. En el sistema del crédito, el hombresustituye al metal o al papel como mediador del in-tercambio. No lo hace sin embargo en cuanto hombresino como encarnación del capital y del interés. […]Laindividualidad humana, la moralidad humana se hanconvertido ambas en artículos de comercio y en elmaterial que el dinero habita. La substancia, el cuerpoque viste al espíritu del dinero no es dinero, papel, si-no mi existencia personal, mi carne y mi sangre, mivalor y mi estatuto sociales. El crédito ya no realizalos valores monetarios en dinero efectivo, sino en car-ne humana y corazones humanos”8.

Poco importa pues, el carácter aparentemente perso-nal de la relación de crédito, puesto que los rasgospersonales del endeudado serán sólo garantía delpago de su deuda, él mismo es en esta relación unagarantía transmisible como lo es el dinero. El sujetoendeudado es, como dice Marx: “el material que eldinero habita” y ejerce, entre otras, las mismas fun-ciones que el propio dinero. Donde, gracias a una re-lación de confianza personal nos hubiéramos podi-do encontrar con una superación del anonimato pro-pio del intercambio mercantil, lo que hallamos esuna exacerbación de la dominación y de la instru-mentalización del individuo, pues este debe respon-der del pago de su deuda con la totalidad de su exis-tencia actual y futura, a la vez que su propia existen-cia se convierte en unidad de valor intercambiable ytransmisible.

IX

Aunque, a diferencia de la relación de intercambio,la relación acreedor-deudor ya no sea formalmenteuna relación simétrica, pues el acreedor tiene un po-der sobre su deudor, el derecho no la reconoce así. Elcontrato de préstamo en que se basa la relación dedeuda sigue apareciendo como un contrato entreiguales. Así lo define el Código Civil español:

“Art. 1.740

Por el contrato de préstamo, una de las partes entre-ga a la otra, o alguna cosa no fungible para que usede ella por cierto tiempo y se la devuelva, en cuyo ca-so se llama comodato, o dinero u otra cosa fungible,con condición de devolver otro tanto de la misma es-pecie y calidad, en cuyo caso conserva simplementeel nombre de préstamo.El comodato es esencialmente gratuito.El simple préstamo puede ser gratuito o con pacto depagar interés.”

“Una de las partes entrega a la otra”: las partes apare-cen como libres e iguales, formalmente intercambia-bles, aunque lo que está teniendo lugar es el estableci-miento efectivo de una relación de sumisión. La for-ma jurídica esconde ciertamente la relación de subor-dinación, pero también es indicio de otra realidad. Enla relación de préstamo, el poder no es sino el resulta-do de una relación: yo tomo un bien prestado y mecomprometo a devolverlo en determinadas condicio-nes, otro me lo presta a condición de que cumpla lasestipulaciones del contrato. Cada uno ha buscado enel pacto su interés. Ahora bien, la aceptación de estepacto dependía de unas circunstancias concretas, a sa-ber, de que cada una de las partes tenga un interés enel acuerdo. Si, por ejemplo, la condiciones del pactoinicial dejan de reunirse al haberse disparado los inte-reses, o si la otra parte cambia unilateralmente lascondiciones efectivas del préstamo, el pacto pierde suvalidez. El deudor puede negarse a pagar y a cumplirlas condiciones. Como recordaba Spinoza en un textofamoso del Tratado Político (II, §12) “El compromiso sus-crito de palabra con alguien de hacer o de no hacer tal o cualcosa cuando se tiene el poder de actuar contrariamente a lapalabra dada, sigue vigente mientras la voluntad del que haprometido no cambie. Quien tiene, efectivamente, la posibi-lidad de romper el compromiso que ha asumido, no se hadesprendido de su derecho, sino que sólo ha dado palabras.”Un compromiso puede, por lo tanto deshacerse y elpacto de sumisión al acreedor puede verse anuladopor el simple hecho de que el deudor deje de pagar.La no unilateralidad de la relación de poder que aquí

8.- Karl Marx, Early Writings, Penguin, London, 1975, p. 264 ISBN

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se da contrasta fuertemente con el mito de la sobera-nía tal como lo formula Bodin. La soberanía es un po-der unidireccional: del soberano al súbdito. El poderefectivo, el que realmente existe en las sociedades nocorresponde en absoluto a ese mito. El acreedor o elGran Acreedor dependen siempre de una relacióncon quien, por su obediencia los constituye como ta-les, pero esa relación es reversible. En el caso de ladeuda esto queda claro en el famoso chiste norteame-ricano que sirve a David Graeber de acápite para sulibro sobre los “primeros 5000 años” de historia de ladeuda: “Si le debes al banco cien mil dólares, el banco te po-see, si le debes cien millones de dólares, tú posees el banco.”

Conclusión

La actual forma de poder y de dominación asociadaal régimen de la deuda presenta una serie de carac-terísticas sumamente ambiguas. Por un lado, la do-

minación a través de la deuda parece ser la culmina-ción y la exacerbación de la relación de explotación,pues la vida entera del deudor y no sólo su tiempode trabajo, es convocada como garantía del pago dela deuda. Aparentemente, estaríamos, desde unaperspectiva frankfurtiana en el límite extremo de ladominación y de la vida administrada. Sin embargo,a diferencia de la relación de intercambio, la relaciónde deuda pone al descubierto el poder que existe de-trás de las formas jurídicas en que se formula. Esto,a su vez, no sólo muestra la existencia de domina-ción, sino sobre todo, el carácter relacional de la do-minación y su permanente reversibilidad. El mo-mento de aparente mayor fuerza de una dominacióndel capital que abarca ya todos los ámbitos de la vi-da, resulta ser a la vez el de su máxima debilidad,pues la vida puede siempre volverse en su contra.Riesgos de la inmanencia.

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