DE UN ENCUENTRO CON RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO€¦ · Le pregunté si le interesaba el Kafka de la...
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Los Cuadernos del Diálogo
DE UN ENCUENTRO
CON RAFAEL
SANCHEZ FERLOSIO
Juan Luis Suárez Granda
Me había citado a las once de la mañana en el Café Comercial. Yo, instructor de lengua nativa en un instituto, queria verlo porque estaba terminando un librito
sobre su A[f anhuí y buscaba alguna fotografía suya, una página manuscrita ... , en fin, material para redondear e ilustrar lo mío.
Es difícil, pero obligado, trasponer el cliché del que uno parte cuando va a ver a una persona notable. Sería imperdonable no ir más allá de la imagen del Ferlosio «escritor parco, autor de dos novelas importantes, articulista esporádico ... ». Ferlosio es eso -entre otras cosas-, pero además es el implacable demoledor de esa imagen; se niega a dar conferencias sobre El Jarama, no cultiva para nada «la imagen propia», parece intolerante con los intolerantes y, franqueada la esquivez inicial, es un conversador de palabra relajada. Ya al final de nuestro encuentro, se manifestó -con su arisca cortesía- rotundamente expeditivopára reivindicar el derecho a pagar lo que habíamos tomado o para ceder el paso con cuatro alasgiratorias de la puerta del Comercial.
Y más hondo se llega cuando se descubre al Ferlosio moralista, al fustigador de patrioterismos culinarios o folklóricos, sarcástico si llega el caso («Tierras robadas: Gibraltar, Las Malvinas ... » era la leyenda en el frontis de un despacho oficial de los años cincuenta; Ferlosio me contó que, tras practicar un leve transformismo gráfico, el iracundo Robles Piquer pudo leer «Tiernas bobadas ... »). A veces su fraseo queda en el aire, como si le faltara el soplo, como si no encontrara la palabra... Sonríe desvalido unos instantes, para proseguir hasta redondear la idea en cuyo meridiano había quedado suspenso el discurso. Acostumbra a sonreír levemente cuando mira a su interlocutor para asentir. Tiene un cuerpo enteco y aunque usa bastón, se mueve con agilidad y parece que en cualquier momento podría iniciar un sprint para huir de no sé qué peligro o porque sí (como el Bruno Ganz de En la ciudad blanca, con el que tiene más de un parecido).
Ya Caballero Bonald me había preparado el terreno y le había telefoneado unos días antes para decirle qué era lo que yo buscaba. Después de llamarlo yo cuatro o cinco veces para concertar la cita, hubo otros tantos aplazamientos. «No, mire, llámeme usted mañana o pasado; mientras tanto yo busco el manuscrito de 'A[fanhu{', del que puede hacer una fotocopia, aunque no se lo puedo dar porque le pertenece a la persona a quien está dedicado, mi ex-mujer».
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Le llamé cuando convinimos, pero «no, mire, aquello está impresentable; lo que puedo darle es una foto hecha por aquellos años, en Italia, cerca del templo de [ ... ] ». Insistí pidiéndole un autógrafo. algo: «No, mire, yo no cultii·o la outogra-fía: la obra literaria tiene el valor que ella tiene». Estaba claro que era totalmente enemigo de fetichismos.
Ya Caballero Bonald me había advertido que no era Ferlosio persona dada a parloteos de salón y que era fervoroso enemigo del culto de dulía. El propio Ferlosio le hablaría de las «novenas» laicas que organiza García Calvo -¡ qué bien habla el Padre García!- y yo me acordé de una canción de Brel sobre Les dames patronesses.
Aún hubo dos aplazamientos. Uno porque se iba a casa de unos amigos a Segovia y otro porque tenía entrada para la corrida tauroisidril de los victorinos. «La verdad es que soy tremendamente informal para las citas». Y cuando llego al Comercial, un par de minutos antes de la hora convenida, ya estaba él sentado y hojeando el ABC. No había venido el camarero, de lo cual deduje que habíamos entrado casi a la par. «¿Es usted Rafael. .. ?», le dije a un señor con un remoto parecido con un dibujo-retrato que ilustra el libro de texto que utilizamos.
Me senté frente a él y para ir rompiendo el hielo, que se dice, le pregunté si quería que le contara el proyecto. « Ya me lo contó usted por teléfono, ¿no?». Era verdad: que estaba haciendo una guía de lectura de sus Industrias y andanzas de A[fanhuí y que para ilustrarla buscaba «huellas personales» del autor.
«La foto de Italia no la encuentro, no sé si le valdrá ésta que le traigo [la que ilustra este artículo]. Lo que sí puedo hacer es contestar al cuestionario que trae usted, pero por escrito porque me defiendo mejor que de palabra».
Todavía antes de despedirnos, volví a intentar lo del autógrafo y a tal efecto llevaba mi ejemplar de A[fanhuí. «El otro día juré, en mi última dedicatoria, que no volvería a hacer tal cosa nunca más». Con amabilidad impertinente le invité a transgredir el juramento. «No, que me demandaría», dijo; y sonreía. Estuve a punto de decirle que escribiera: «He prometido· no dedicar más libros y esto no es una dedicatoria, Rafael Sánchez Ferlosio». Me parecía demasiado y volví a casa con mi ejemplar desgraciadamente inmaculado.
Vino el camarero y Ferlosio me preguntó qué iba a tomar yo: una coca-cola. El pidió también no sé qué.
Era mañana del Corpus, un día luminoso de los que preceden al cuarenta de mayo madrileño. Mientras esperábamos la consumición, le pasé el cuestionario que llevaba escrito:
l. ¿Qué película(s) ha visto usted más?2. ¿Prefiere lecturas nuevas o frecuenta más
las relecturas?3. ¿ Cabe hacer literatura de evasión en un
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Rafael Sánchez Fer/osio. 1954.
mundo en el que ocurren cosas como las de Líbano, El Salvador, Las Malvinas; cuando los misiles están apuntándonos a todos?
4. ¿Son suficientes las vacaciones o los finesde semana fuera de Madrid para recuperarse de una ciudad tan agresiva cor:no laque padecemos?
5. ¿ Cuáles son sus escritores --creadores ono- preferidos?
6. A juzgar por los artículos que usted publica ahora, se ve un Ferlosio netamentedistinto del que escribió Alfanhuí: ¿hacambiado usted o ha cambiado el mundo?
7. En Alfanhuí leemos: «No había allí ordeny nada estaba acabado, todo empezado».¿ Cabe hacer una «lectura» optimista deesta frase?
8. ¿Cómo nació su Alfanhuí?9. A veces quienes comienzan escribiendo
ensayo pasan a la novela (Eco, Savater,Vázquez Montalbán ... ). ¿Es usted el casoinverso?
10. ¿Qué hay de sus inéditos?Iba leyéndolas y marcando con el índice: «Esta
la contesto [la primera]: voy al cine a menudo, pero no me interesa nada, y las películas las veo una sola vez. Esta también la contesto [la segunda]. No sé qué es eso de 'literatura de evasión'. Esta no la contesto [la sexta] ... ». Creí percibir cierto énfasis en su negativa a contestar la
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última, que deliberadamente yo había dejado para el final.
He aquí sus respuestas escuetísimas, devueltas por escrito:
2. Las relecturas.4. No siento en Madrid agresividad alguna ni
he hecho nunca fines de semana, porque nohe trabajado nunca. Me voy a mi pueblodos o tres veces al año, porque me gusta, yestoy allí uno o dos meses, pero no huyendode nada.
5. Plutarco, Bühler («Teoría del lenguaje»), T.W. Adorno, Kafka.
Luego, de palabra, completó algunas respuestas y respondió a otras:
5. Puede usted añadir algunos títulos deAdorno: «Dialéctica de la Ilustración,«Prismas», «Notas de Literatura», «Sociológica» ... Añada también que Plutarco esmuy cómodo para un relector».
Le pregunté si le interesaba el Kafka de la Carta a su padre, el de las Cartas .a Milena, a Felice: «No me interesan nada los temas íntimos». Me extrañó que no incluyera a Machado, viendo que lo citaba reiteradamente durante la conversación y recordando además que en su ensayo Las semanas del jardín hay cierto tono que lo emparenta con el Juan de Mairena; Machado tituló unos poemas «A la manera de Juan de Mairena» y Ferlosio escribió en 1959 una especie de greguería que comienza así: «(A la manera de
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Ramón)[ ... ]». Pues bien, me dijo: «Me gusta el Machado del Juan de Mairena y los Apócrifos, pero a Machado lo han santificado y a mí no me gustan las canonizaciones».
Machado hace decir a Juan de Mairena que el Diablo no tiene «razón» pero sí «razones»; y Ferlosio escribe en Las semanas del jardín:
«Mas por mucho que don Marcelino pudiese abundar en toda suerte de razones -que no se podría decir que le faltaran-, sólo tenía razones, pero era Mairena quien tenía razón ... ».·
Aparte del préstamo razón/razones del juego de palabras, Ferlosio se decanta por la interpretación que Mairena hace de las Coplas de Jorge Manrique y en contra de la que, en un diálogo apócrifo, mantiene el polígrafo cántabro y el profesor de gimnasia machadiano.
En la pregunta siete hacía yo una «lectura» trascendentalista y pretenciosilla, pero no dejé de hacérsela porque me parecía también una frase hermosa, de resonancias bíblicas. Me dijo que esa era una frase inocua, una simple alusión a la zona de crecimiento de la ciudad; copio del capítulo II de la segunda parte de A[fanhuí:
«Más allá se veían algunos huertos, obras y terraplenes. No había orden allí y nada estaba acabado, todo empezado».
Llegó el camarero y depositó dos cafés solos sobre la mesa de mármol. ¿Habría entendido Ferlosio que yo quería café? No me atrevía yo a hacer otra cosa que disponerme a tomar el segundo café en una hora. Veo a continuación que deposita cerca de mí un vaso alto con hielo. ¿ Tendría que tomarlo además con hielo? Por fin depositó una coca-cola y se me encendió la lucecita: a Ferlosio debía de gustarle el café solo, pero no los cafés solos dobles; después de echar sendas aspirinitas de sacarina, se bebió de arreo los dos cafés.
Volvimos entonces a lo que seguían siendo los preliminares de la conversación. Yo, que vivo en la periferia y con tráfico fluido tardo veinte minutos en llegar al Centro, me había apresurado a afeitarme para ir a la cita. «Dentro de media hora en el 'Café Comercial', ¿le viene bien?», me había dicho por teléfono. Llego y lo encuentro ya sentado, con un bastón ruinoso apoyado en la parte delantera del respaldo de al lado y con barba de dos días (« ... no cultivo la imagen propia»); en El País del día siguiente a nuestra conversación, escribía en una carta al director: « ... trato de no tenerle a mi nombre demasiado amor». Sólo el cordoncillo sujetapatillas de las gafas me hizo ver que aquel señor podía ser el que yo buscaba y no un boulevardier (« ... ya conocéis mi torpe aliño indumentario»).
Durante más de dos horas conversamos a salto de mata. Y hablamos -¡ qué sé yo!- de la educación, de la falta de educación, de las guerras y sus motivaciones patrioteras más que económicas, de
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su bachiller en los jesuitas; me contó que su hija no había ido a la escuela hasta los once años (« ... una de esas academias de la Puerta del Sol»); confesaba que él no se considera en absoluto un «niño de la Guerra»: «yo la Guerra Civil la pasé en Roma, en casa de mi abuela». Hablamos también de los niños selváticos, tema al que se ha dedicado durante un tiempo. Acá y allá aparecían referencias a nombres muy propios: Juan Benet, Aldecoa, Alfonso Sastre, Savater, García Calvo, Revista Española, Gómez de la Serna ...
De los supuestos mentores que Juan Benet señala para A[fanhuí (Lorca, Saint-Exupéry y Gómez de la Serna), Ferlosio rechaza la vinculación con los dos primeros nombres; en cambio reconoce y asume gustoso la influencia ramoniana y, según dice Darío Villanueva, Ferlosio consideraba a Ramón su «maestro». De memoria me recitó Ferlosio uno de los que él llamaba «cortometrajes», cuando aparecieron en Informaciones, en 1969:
«(A la manera de Ramón) Tan sólo el rótulo de la estación dice de veras el nombre de la ciudad, las demás son citas más o menos fieles de ese único texto original».
Me contaba también que tenía constatada la existencia de lo que él llamó «historias abanico» -se despliegan y repliegan- y citaba como ejemploel poemilla de Machado: «En Zamora hay unatorre / en la torre hay un balcón, / en el balcón unaniña: / su madre la peina al sol [ ... ] ».
Clarín -dijo- no le parecía un buen novelista y argumentaba que le parece intolerable que un novelista no les tenga amor a sus criaturas, excepción hecha de Frígilis y Ana Ozores. Salió también el tema de la costumbre romana de arrojar parte de la cosecha para propiciar la próxima, y una interpretación similar creo que yo le daba para explicar el sentido de verter el último trago de los colinos de sidra. (¡No la horrenda y prosaica opinión de que se hace por limpiar el vaso!). Luego, releyendo «El caso Manrique», incluido en Las semanas del jardín, encontré una referencia que casa bien con determinadas manifestaciones del grandonismo asturcón:
«Cuando un jeque, en desafío con otro jeque, prende fuego a sus propios pastos o cosechas y degüella a sus diez mejores caballos, a sus cien mejores camellos, a sus mil mejores ovejas, para demostrar cómo él está por encima de su propia posesión y para hacerse así más grande que el otro, tampoco hay duda de que lo quemado, matado o destruido pasa automáticamente a generar valor».
El subrayado no es mío. En Casa de Claudia Alonso, en Villanueva de Candamo, la leche que no se consumía en casa ¡ se les daba a las vacas! Seguramente no era un caso único y, aparte de explicarse por la no existencia del servicio de recogida de leche en aquellos años que ocurría lo
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RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO
iNDUSTRiASY ANDAN· ZA.SDEALFANHUf
que cuento, me consta que era un gesto similar al del jeque incinerador.
Pasamos luego -¿o fue antes?- a hablar de lingüística, de literatura... Me confesaba su poco interés por los escritores cuya prosa se deja notar y por los estilistas; yo le mencionaba, como ejemplos, a Valle, a Cela, a Aldecoa, a Miguel Angel Asturias. Le contaba yo la frase-boutade -de Alarcos al parecer- demostrativa de la neutralización de la oposición entre gerundio y participio: «Es lo mismo decir estar dormido que estar durmiendo, pero no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo». También le comentaba un ejemplo que manejo en clase, un desarme de bolera que organiza una transposición de «-s»:
MANZANA DE CASAS =I= MANZANAS DE CASA
El orden de factores -además del corrimiento de «-s»- altera el producto, haciendo que casa y manzana tengan sentido estricto en un caso y figurado en otro.
Al recordarle un artículo de Francisco Ynduráin Hernández ( «Para una función lúdica en el lenguaje», arrinconado en Doce ensayos sobre el lenguaje, de la Fundación Juan March), Ferlosio lo asoció con lo que Benet cuenta en su Puerta de tierra sobre la famosa gallina ética, pelética, pelapelambrética... Salió también a relucir el personaje de Nieva, en La carroza de plomo fundente,
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que para expresar su estado de ánimo profiere nombres de pueblos en lugar de interjecciones («¡Cogolludo!», dice cuando está enojado; y cuando lo pasa bien se le desliza «¡Ribadesella!...» ). Me recitó entonces el poema de Unamuna hecho con una sucesión de topónimos.
«Tan sólo el rótulo de la estación ... » Fue una charla miscelánea total: incluso habla
mos de sus obras. «Hay una posible teoría -pero es falsa- sobre 'Alfanhu(': que fuera un niño judío. Por su afición a los alfabetos secretos, a la taxidermia; todo lo de la herboristería ... Podría ser así pero yo no pensé en eso al escribir mi libro». Me parece que fue entonces -¿o después?cuando comenzamos a hablar de los niños forales. Curiosamente se trata de antípodas: Alfanhuí es el niño sabio (de nuevo las connotaciones judías), mientras los niños lobunos son niños ignorantes, des-almados, i. e., niños-sin educación («¿Cómo desalojar el alma lobuna e instalarles un alma humana?»). El alma no es sino el soplo de las costumbres que la sociedad suministra a cada individuo; lo del «uso de razón» no es más que un culmen simbólico del primer rito de iniciación ( el segundo sería la vuelta de la mili y la capacidad para ganarse la vida y poder mantener a una esposa, con lo que conlleva de posesión -en los dos sentidos-. Todo Alfanhuí es la historia de un rito de iniciación, de un aprendizaje; al final del libro, el protagonista pierde el nombre: se lo llevan los alcaravanes, cuyo canto diera nombre al niño. Al! anhuí, novela picaresca a lo fantástico, es también una novela educativa, un Bildungsroman.
Le pregunté qué significabafrangitur (Splendet dum frangitur, que encabeza la segunda parte de Las semanas del jardín): «Splendet dum frangitur significa «Resplandece mientras muere»; es el lema de un escudo veneciano, que mi padre incluye en un cuento suyo». «¿Es un lema muy viscontiniano, no?, le dije. Respondió con una sonrisa. Asociar ese lema con Venecia, con Vis-
conti, con Dirk Bogarde, con Bearn es inevitable. Ferlosio ponía como imagen visual del lema, la esplendorosa finitud de la pompa que el vidriero sopla y sopla ...
De los lugares citados en Alf anhuí, me dijo que unos existían y de otros que también existían, no se explicitaba su ubicación geográfica. «El castillo y las cuevas que hay junto a él están en Jadraque, en la provincia de Guadalajara; en cambio, el molino que saco en mi libro está descrito pensando en uno que hay en Cáceres. Lo que también existió es el merendero de la 'Viuda de Buenamente', a orillas del Manzanares, cerca del Paseo de los Melancólicos; y también existía la casa que se describe minuciosamente en la segunda parte».
«¿ Y por qué Palencia? -le pregunté-, habiendo ciudades más pintorescas»: «Por aquellos años yo hice un viaje a Palencia. La isla que aparece al final del libro está descrita pensando en una que yo vi en el Río Carrión, cerca de Carrión de los
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Condes. Moraleja, el pueblo en el que vive la abuela del niño, está cerca de mi pueblo, Caria, en la provincia de Cáceres ».
« La primera edición de mi libro nos costó trece mil pesetas y se imprimieron mil quinientos ejemplares que se vendieron a veinticinco pesetas cada uno. Sí, tuvo buena crítica: Cela, Pedro de Lorenzo y Ramón de Garciasol me hicieron muy buenas críticas, seguramente porque yo era hijo de mi padre».
« 'A[fanhuz" tiene partes flojas y una prosa desigual; no obstante, yo lo prefiero a 'El Jarama', al que detesto, aunque reconozca que está mejor escrito».
Ya casi al final de la conversación salió el tema de las respectivas patrias. Ferlosio, que nació en Roma, siempre se refiere a Coria como «mi pueblo»: «Miro siempre en la prensa cuando ha llovido: 'Hombre, me digo, en Cáceres cayeron tantos litros por metro cuadrado; eso ya está muy bien'. Mire, hay una patria paterna y una patria materna; a la patria materna siempre se vuelve». En el caso de Ferlosio, la «patria. materna» es la tierra de su padre, lo cual indica que esa «maternidad» / «paternidad» no es correlativa con la biológica. En Coria, dijo, junto a la ventana que da al encinar, escribió Rafael Sánchez Mazas el poema aquel, tan manriqueño:
«[ ... ] Llegarás por los calveros, calveros de mi encinal, muerte, señora inmortal, de todos los caballeros, ay.»
«A mí me parece un poema demasiado 'literario'».
Ferlosio, romano de nación, es hombre de patria secana y coincidía conmigo en que las gentes de secano ubican el paraíso en tierra de regadío. El Paraíso estaba entre dos ríos, le recordaba, y las ninfas de Garcilaso no podrían retozar en el secarral, sino entre «fresca sombra» , junto a «corrientes aguas, puras, cristalinas» . Un cuento de Aldecoa -«La urraca cruza la carretera»- incluye la descripción de la medio siesta de un peón caminero en un día tórrido: «Buenaventura Sánchez zanquea por un medio sueño de tierras de regadío, cultivando una huerta al atardecer, sesteando una huerta, bajo los frutales, después de comer. El agua hacía un rumor de enjambre por los canalillos». Está claro que el paraíso es un espejismo; propiamente en el paraíso no se vive: se añora volver a él; sólo existen los Paraísos perdidos y, según eso, el adjetivo es aquí una redundancia.
« .. . patrias paternas y patrias maternas». Yo me acordé -y se lo dije- de lo que Elías García llama «paisajes cuna» , en «Los cuentos rurales de Clarín» ; como las patrias maternas de que hablaba Ferlosio, son valles suaves, maternales, de sedosa concavidad, trasuntos del claustro materno y, según Elías (1), «el amor, el ámbito rural, serían
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símbolos de función análógá: símbolos inasequibles de un mundo no mediatizado por las relaciones económicas» .
La idea de la «patria materna» quizá case mejor con «lugar» que con «patria» , entendida ésta al uso, como territorio reunido para formar un estado. José Angel Valente reivindica también esa otra patria lugareña y cita en « Sobre el lugar del canto» (2) un fragmento del Quijote como colofón de su artículo:
«Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual vista de Sancho se hincó de rodillas y dijo:
-Abre los ojos, deseada patria, y mira quevuelve a ti Sancho Panza, tu hijo ( ... ).-Déjate <lesas sandeces -dijo Quijote-, yvamos con pie derecho a entrar en nuestrolugar ( ... ).Con esto bajaron de la cuesta y se fueron asu pueblo».
Del amor a la patria chica, dio Ferloso numerosas pruebas; entre ellas su frecuente referencia a Coria, de donde procede una coplilla que me recitó:
«-San Sebastián valeroso, ¿cómo estás tan desnudito? -Tengo la ropa tendidaen el Calvario de Cristo».
«Hay mucha poesía puesta en boca de mujeres, pero en este caso la autora tuvo que ser también una mujer: sólo una mujer repara doloridamente en la desnudez del hombre, ya sea como madre, ya como esposa».
Pero la devoción por la patria chica, no le impide a Ferlosio arremeter contra «esta peste catastrófica de las autonomías» (El País, 8-7-1983, «Situación límite: ¡ Ultraje a la paella!»). Copio el párrafo final de dicho artículo:
«Por todo lo cual ya desde ahora advierto que, si por azar, afortunadamente harto impensable, me viese algún día -Dios no lo quiera, aunque tampoco dejaría de afrontar valientemente mis responsabilidades- convertido de pronto en presidente de Gobierno, tengo muy meditado que, por el bien de los españoles, mi primer acto de gobierno no podría ser otro que un decreto-ley prohibiendo inmediatamente y sine die los Sanfermines de Pamplona, las Fallas valencianas, la Feria y Semana Santa de Sevilla, la Romería del Rocío y toda especie semejante, amén de incoar, simultáneamente, y por la vía de urgencia, un proyecto de ley orgánica para la abolución de la Virgen del Pilar (¡Dios, qué descanso para Zaragoza, para Aragón, y para España entera!)» .
Era cerca de la una y media cuando trasponíamos el molinillo de la puerta del Comercial. Camino de su casa, allí cerca, le decía que yo que a
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Chicho, su hermano cantante, lo había conocido al reparar en unos papelillos que me resultaban conocidos: «La idea del poema 'A contratiempo', que canta mi hermano con letra de García Calvo, era una idea mía».
* * *
.·, Veintidós años después de publicarse A[fanhuí,
una edición casi familiar con «portada del mismoautor», me pongo a escribir sobre aquella deliciosa novelita, sobre aquel «libro sin edad» , que dijo Cela, aquel libro pequeñito y lleno de diminutivos: de «laguitos», de «raicillas», de «gusarapitos», de «olitas», de «ramitas verdes», de «relojitos» ... Es un mundo diminuto y como de andar por casa, como de nacimiento navideño; es a costa de los diminutivos como Ferlosio evita que de una página asome un nido de cigüeña en la torre de la iglesia de Moraleja o las ancas de una mulaza a la entrada de Palencia.
Las concomitancias entre Alfanhuí, Pinocho, Gulliver, Peter Pan, Las mil y una noches aparecen a cada página cuando se lee la biografia de este «niño antiguo», alcalaíno de junto al Henares, paisano de don Miguel de Lepanto, este niño mirón, adultecido y que en todo se fija para anotar sus ciencias y menudas. industrias en un rasgón de camisa o en el fondo de sus ojos amarillos de alcaraván.
Cuando fue a Moraleja a ver a Ramona, su abuela paterna, recibió Alfanhuí un chasco notable:
«-Abuela, ¿qué es lo que tienes en esas arcas?
· La abuela lo miró y dijo secamente: e-Lo que a tí no te importa».
Debió de quedar muy cortado.
NOTAS
(1) Elías García Domínguez, «Los cuentos rurales de Clarín», Archivum, XIX, 1%9.
(2) José Angel Valente, Las palabras de la tribu, SigloXXI, 1973.
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