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$,.1"/%&(-+,.1’*1#)01 DE UN ENCUENTRO CON RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO Juan Luis Suárez Granda M e había citado a las once de la ma en el Café Comercial. Yo, instctor de lengua nva en un instuto, quea veo porque estaba termindo un librito sobre su A anhuí y buscaba alguna tograa suya, una página manuscrita..., en fin, material para redondear e ilustrar lo mío. Es difícil, pero obligado, trasponer el cliché del que uno parte cuando va a ver a una persona notable. Sería imperdonable no ir más allá de la imagen del Ferlosio «escritor parco, autor de dos novelas importantes, articulista esporádico...». Ferlosio es eso -entre otras cosas-, pero además es el implacable demoledor de esa imagen; se niega a dar conferencias sobre El Jarama, no cul- tiva para nada «la imagen propia», parece intole- rante con los intolerantes y, anqueada la esqui- vez inici, es un conversador de palabra relajada. Ya al fin de nuestro encuentro, se manifestó -con su arisca cortesía- rotundamente expeditivo pára reivindicar el derecho a pagar lo que hía- mos tomado o para ceder el paso con cuatro alas giratorias de la puerta del Comercial. Y más hondo se llega cuando se descubre Ferlosio moralista, al stigador de patrioterismos culinaos o lklóricos, sarcástico si llega el caso («Tierras robadas: Gibraltar, Las Mvinas...» era la leyenda en el ontis de un despacho ofici de los años cincuenta; Ferlosio me contó que, tras practicar un leve transrmismo grico, el ira- cundo Robles Piquer pudo leer «Tieas boba- das...»). A veces su aseo queda en el aire, como si le faltara el soplo, como si no encontrara la palabra... Sonríe desvido unos instantes, para proseguir hasta redondear la idea en cuyo meri- diano había quedado suspenso el discurso. Acos- tumbra a sonreír levemente cuando mira a su in- terlocutor para asentir. Tiene un cuerpo enteco y aunque usa bastón, se mueve con agilidad y pa- rece que en cualquier momento podría iniciar un sprint para huir de no sé qué peligro o porque sí (como el Bruno Ganz de En la ciudad blanca, con el que tiene más de un parecido). Ya Caballero Bond me había preparado el te- rreno y le había teleneado unos días antes para decirle qué era lo que yo buscaba. Después de llamarlo yo cuatro o cinco veces para concertar la cita, hubo otros tantos aplazamientos. «No, mire, llámeme usted mañana o pasado; mientras tanto yo busco el manuscrito de 'Aanhu, del que puede hacer una tocopia, aunque no se lo puedo dar porque le pertenece a la persona a quien está dedicado, mi ex-mujer». !1 Le llamé cuando convinimos, pero «no, mire, aquello está impresentable; lo que puedo darle es una foto hecha por aquellos años, en Italia, cerca del templo de [...]». Insistí pidiéndole un autó- gra. algo: «No, mire, yo no cultii·o la outogra- fía: la obra literaria tiene el valor que ella tiene». Estaba claro que era totalmente enemigo de ti- chismos. Ya Cablero Bond me había advertido que no era Ferlosio persona dada a parloteos de salón y que era rvoroso enemigo del culto de dulía. El propio Ferlosio le hablaría de las «novenas» laicas que organiza García Calvo -¡ qué bien habla el Padre García!- y yo me acordé de una canción de Brel sobre Les dames patronesses. Aún hubo dos aplazamientos. Uno porque se iba a casa de unos amigos a Segovia y otro porque tenía entrada para la corrida tauroisidril de los victorinos. «La verdad es que soy tremendamente informal para las citas». Y cuando llego al Co- mercial, un par de minutos antes de la hora con- venida, ya estaba él sentado y hojeando el ABC. No había venido el camarero, de lo cu dede que híamos entrado casi a la par. «¿Es usted Rael...?», le dije a un señor con un remoto pare- cido con un dibujo-retrato que ilustra el libro de texto que utilizamos. Me senté ente a él y para ir rompiendo el hielo, que se dice, le pregunté si quería que le contara el proyecto. « Ya me lo contó usted por teléfono, ¿no?». Era verdad: que estaba haciendo una guía de lectura de sus Industrias y andanzas de Aanhuí y que para ilustrarla busca «huellas personales» del autor. «La foto de Italia no la encuentro, no sé si le valdrá ésta que le traigo [la que ilustra este artí- culo]. Lo que sí puedo hacer es contestar al cues- tionario que trae usted, pero por escrito porque me defiendo mejor que de palabra». Todavía antes de despedirnos, volví a intentar lo del autógro y a t ecto llevaba mi ejempl de Aanhuí. «El otro día juré, en mi última dedi- catoria, que no volvería a hacer tal cosa nunca más». Con amabilidad impertinente le invité a transgredir el juramento. «No, que me demanda- ría», dijo; y sonreía. Estuve a punto de decirle que escribiera: «He prometido· no dedicar más libros y esto no es una dedicatoria, Rafael Sán- chez Ferlosio». Me parecía demasiado y volví a casa con mi ejempl desgraciadamente inmacu- lado. Vino el camarero y Ferlosio me preguntó qiba a tomar yo: una coca-cola. El pidió también no sé qué. Era mana del Corpus, un día luminoso de los que preceden al cuarenta de mayo madrileño. Mientras esperábamos la consumición, le pasé el cuestionario que llevaba escrito: l. ¿Qué película(s) ha visto usted más? 2. ¿Prefiere lecturas nuevas o ecuenta más las relecturas? 3. ¿ Cabe hacer literatura de evasión en un

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Los Cuadernos del Diálogo

DE UN ENCUENTRO

CON RAFAEL

SANCHEZ FERLOSIO

Juan Luis Suárez Granda

Me había citado a las once de la mañana en el Café Comercial. Yo, instructor de lengua nativa en un instituto, queria verlo porque estaba terminando un librito

sobre su A[f anhuí y buscaba alguna fotografía suya, una página manuscrita ... , en fin, material para redondear e ilustrar lo mío.

Es difícil, pero obligado, trasponer el cliché del que uno parte cuando va a ver a una persona notable. Sería imperdonable no ir más allá de la imagen del Ferlosio «escritor parco, autor de dos novelas importantes, articulista esporádico ... ». Ferlosio es eso -entre otras cosas-, pero además es el implacable demoledor de esa imagen; se niega a dar conferencias sobre El Jarama, no cul­tiva para nada «la imagen propia», parece intole­rante con los intolerantes y, franqueada la esqui­vez inicial, es un conversador de palabra relajada. Ya al final de nuestro encuentro, se manifestó -con su arisca cortesía- rotundamente expeditivopára reivindicar el derecho a pagar lo que había­mos tomado o para ceder el paso con cuatro alasgiratorias de la puerta del Comercial.

Y más hondo se llega cuando se descubre al Ferlosio moralista, al fustigador de patrioterismos culinarios o folklóricos, sarcástico si llega el caso («Tierras robadas: Gibraltar, Las Malvinas ... » era la leyenda en el frontis de un despacho oficial de los años cincuenta; Ferlosio me contó que, tras practicar un leve transformismo gráfico, el ira­cundo Robles Piquer pudo leer «Tiernas boba­das ... »). A veces su fraseo queda en el aire, como si le faltara el soplo, como si no encontrara la palabra... Sonríe desvalido unos instantes, para proseguir hasta redondear la idea en cuyo meri­diano había quedado suspenso el discurso. Acos­tumbra a sonreír levemente cuando mira a su in­terlocutor para asentir. Tiene un cuerpo enteco y aunque usa bastón, se mueve con agilidad y pa­rece que en cualquier momento podría iniciar un sprint para huir de no sé qué peligro o porque sí (como el Bruno Ganz de En la ciudad blanca, con el que tiene más de un parecido).

Ya Caballero Bonald me había preparado el te­rreno y le había telefoneado unos días antes para decirle qué era lo que yo buscaba. Después de llamarlo yo cuatro o cinco veces para concertar la cita, hubo otros tantos aplazamientos. «No, mire, llámeme usted mañana o pasado; mientras tanto yo busco el manuscrito de 'A[fanhu{', del que puede hacer una fotocopia, aunque no se lo puedo dar porque le pertenece a la persona a quien está dedicado, mi ex-mujer».

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Le llamé cuando convinimos, pero «no, mire, aquello está impresentable; lo que puedo darle es una foto hecha por aquellos años, en Italia, cerca del templo de [ ... ] ». Insistí pidiéndole un autó­grafo. algo: «No, mire, yo no cultii·o la outogra-fía: la obra literaria tiene el valor que ella tiene». Estaba claro que era totalmente enemigo de feti­chismos.

Ya Caballero Bonald me había advertido que no era Ferlosio persona dada a parloteos de salón y que era fervoroso enemigo del culto de dulía. El propio Ferlosio le hablaría de las «novenas» laicas que organiza García Calvo -¡ qué bien habla el Padre García!- y yo me acordé de una canción de Brel sobre Les dames patronesses.

Aún hubo dos aplazamientos. Uno porque se iba a casa de unos amigos a Segovia y otro porque tenía entrada para la corrida tauroisidril de los victorinos. «La verdad es que soy tremendamente informal para las citas». Y cuando llego al Co­mercial, un par de minutos antes de la hora con­venida, ya estaba él sentado y hojeando el ABC. No había venido el camarero, de lo cual deduje que habíamos entrado casi a la par. «¿Es usted Rafael. .. ?», le dije a un señor con un remoto pare­cido con un dibujo-retrato que ilustra el libro de texto que utilizamos.

Me senté frente a él y para ir rompiendo el hielo, que se dice, le pregunté si quería que le contara el proyecto. « Ya me lo contó usted por teléfono, ¿no?». Era verdad: que estaba haciendo una guía de lectura de sus Industrias y andanzas de A[fanhuí y que para ilustrarla buscaba «huellas personales» del autor.

«La foto de Italia no la encuentro, no sé si le valdrá ésta que le traigo [la que ilustra este artí­culo]. Lo que sí puedo hacer es contestar al cues­tionario que trae usted, pero por escrito porque me defiendo mejor que de palabra».

Todavía antes de despedirnos, volví a intentar lo del autógrafo y a tal efecto llevaba mi ejemplar de A[fanhuí. «El otro día juré, en mi última dedi­catoria, que no volvería a hacer tal cosa nunca más». Con amabilidad impertinente le invité a transgredir el juramento. «No, que me demanda­ría», dijo; y sonreía. Estuve a punto de decirle que escribiera: «He prometido· no dedicar más libros y esto no es una dedicatoria, Rafael Sán­chez Ferlosio». Me parecía demasiado y volví a casa con mi ejemplar desgraciadamente inmacu­lado.

Vino el camarero y Ferlosio me preguntó qué iba a tomar yo: una coca-cola. El pidió también no sé qué.

Era mañana del Corpus, un día luminoso de los que preceden al cuarenta de mayo madrileño. Mientras esperábamos la consumición, le pasé el cuestionario que llevaba escrito:

l. ¿Qué película(s) ha visto usted más?2. ¿Prefiere lecturas nuevas o frecuenta más

las relecturas?3. ¿ Cabe hacer literatura de evasión en un

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Rafael Sánchez Fer/osio. 1954.

mundo en el que ocurren cosas como las de Líbano, El Salvador, Las Malvinas; cuando los misiles están apuntándonos a todos?

4. ¿Son suficientes las vacaciones o los finesde semana fuera de Madrid para recupe­rarse de una ciudad tan agresiva cor:no laque padecemos?

5. ¿ Cuáles son sus escritores --creadores ono- preferidos?

6. A juzgar por los artículos que usted pu­blica ahora, se ve un Ferlosio netamentedistinto del que escribió Alfanhuí: ¿hacambiado usted o ha cambiado el mundo?

7. En Alfanhuí leemos: «No había allí ordeny nada estaba acabado, todo empezado».¿ Cabe hacer una «lectura» optimista deesta frase?

8. ¿Cómo nació su Alfanhuí?9. A veces quienes comienzan escribiendo

ensayo pasan a la novela (Eco, Savater,Vázquez Montalbán ... ). ¿Es usted el casoinverso?

10. ¿Qué hay de sus inéditos?Iba leyéndolas y marcando con el índice: «Esta

la contesto [la primera]: voy al cine a menudo, pero no me interesa nada, y las películas las veo una sola vez. Esta también la contesto [la se­gunda]. No sé qué es eso de 'literatura de eva­sión'. Esta no la contesto [la sexta] ... ». Creí per­cibir cierto énfasis en su negativa a contestar la

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última, que deliberadamente yo había dejado para el final.

He aquí sus respuestas escuetísimas, devueltas por escrito:

2. Las relecturas.4. No siento en Madrid agresividad alguna ni

he hecho nunca fines de semana, porque nohe trabajado nunca. Me voy a mi pueblodos o tres veces al año, porque me gusta, yestoy allí uno o dos meses, pero no huyendode nada.

5. Plutarco, Bühler («Teoría del lenguaje»), T.W. Adorno, Kafka.

Luego, de palabra, completó algunas respuestas y respondió a otras:

5. Puede usted añadir algunos títulos deAdorno: «Dialéctica de la Ilustración,«Prismas», «Notas de Literatura», «Socio­lógica» ... Añada también que Plutarco esmuy cómodo para un relector».

Le pregunté si le interesaba el Kafka de la Carta a su padre, el de las Cartas .a Milena, a Felice: «No me interesan nada los temas ínti­mos». Me extrañó que no incluyera a Machado, viendo que lo citaba reiteradamente durante la conversación y recordando además que en su en­sayo Las semanas del jardín hay cierto tono que lo emparenta con el Juan de Mairena; Machado tituló unos poemas «A la manera de Juan de Mai­rena» y Ferlosio escribió en 1959 una especie de greguería que comienza así: «(A la manera de

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Ramón)[ ... ]». Pues bien, me dijo: «Me gusta el Machado del Juan de Mairena y los Apócrifos, pero a Machado lo han santificado y a mí no me gustan las canonizaciones».

Machado hace decir a Juan de Mairena que el Diablo no tiene «razón» pero sí «razones»; y Fer­losio escribe en Las semanas del jardín:

«Mas por mucho que don Marcelino pudiese abundar en toda suerte de razones -que no se podría decir que le faltaran-, sólo tenía razones, pero era Mairena quien tenía ra­zón ... ».·

Aparte del préstamo razón/razones del juego de palabras, Ferlosio se decanta por la interpretación que Mairena hace de las Coplas de Jorge Manri­que y en contra de la que, en un diálogo apócrifo, mantiene el polígrafo cántabro y el profesor de gimnasia machadiano.

En la pregunta siete hacía yo una «lectura» trascendentalista y pretenciosilla, pero no dejé de hacérsela porque me parecía también una frase hermosa, de resonancias bíblicas. Me dijo que esa era una frase inocua, una simple alusión a la zona de crecimiento de la ciudad; copio del capítulo II de la segunda parte de A[fanhuí:

«Más allá se veían algunos huertos, obras y terraplenes. No había orden allí y nada es­taba acabado, todo empezado».

Llegó el camarero y depositó dos cafés solos sobre la mesa de mármol. ¿Habría entendido Fer­losio que yo quería café? No me atrevía yo a hacer otra cosa que disponerme a tomar el se­gundo café en una hora. Veo a continuación que deposita cerca de mí un vaso alto con hielo. ¿ Ten­dría que tomarlo además con hielo? Por fin depo­sitó una coca-cola y se me encendió la lucecita: a Ferlosio debía de gustarle el café solo, pero no los cafés solos dobles; después de echar sendas aspi­rinitas de sacarina, se bebió de arreo los dos ca­fés.

Volvimos entonces a lo que seguían siendo los preliminares de la conversación. Yo, que vivo en la periferia y con tráfico fluido tardo veinte minu­tos en llegar al Centro, me había apresurado a afeitarme para ir a la cita. «Dentro de media hora en el 'Café Comercial', ¿le viene bien?», me había dicho por teléfono. Llego y lo encuentro ya sen­tado, con un bastón ruinoso apoyado en la parte delantera del respaldo de al lado y con barba de dos días (« ... no cultivo la imagen propia»); en El País del día siguiente a nuestra conversación, es­cribía en una carta al director: « ... trato de no tenerle a mi nombre demasiado amor». Sólo el cordoncillo sujetapatillas de las gafas me hizo ver que aquel señor podía ser el que yo buscaba y no un boulevardier (« ... ya conocéis mi torpe aliño indumentario»).

Durante más de dos horas conversamos a salto de mata. Y hablamos -¡ qué sé yo!- de la educa­ción, de la falta de educación, de las guerras y sus motivaciones patrioteras más que económicas, de

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su bachiller en los jesuitas; me contó que su hija no había ido a la escuela hasta los once años (« ... una de esas academias de la Puerta del Sol»); confesaba que él no se considera en absoluto un «niño de la Guerra»: «yo la Guerra Civil la pasé en Roma, en casa de mi abuela». Hablamos tam­bién de los niños selváticos, tema al que se ha dedicado durante un tiempo. Acá y allá aparecían referencias a nombres muy propios: Juan Benet, Aldecoa, Alfonso Sastre, Savater, García Calvo, Revista Española, Gómez de la Serna ...

De los supuestos mentores que Juan Benet se­ñala para A[fanhuí (Lorca, Saint-Exupéry y Gó­mez de la Serna), Ferlosio rechaza la vinculación con los dos primeros nombres; en cambio reco­noce y asume gustoso la influencia ramoniana y, según dice Darío Villanueva, Ferlosio consideraba a Ramón su «maestro». De memoria me recitó Ferlosio uno de los que él llamaba «cortometra­jes», cuando aparecieron en Informaciones, en 1969:

«(A la manera de Ramón) Tan sólo el rótulo de la estación dice de veras el nombre de la ciudad, las demás son citas más o menos fieles de ese único texto original».

Me contaba también que tenía constatada la existencia de lo que él llamó «historias abanico» -se despliegan y repliegan- y citaba como ejemploel poemilla de Machado: «En Zamora hay unatorre / en la torre hay un balcón, / en el balcón unaniña: / su madre la peina al sol [ ... ] ».

Clarín -dijo- no le parecía un buen novelista y argumentaba que le parece intolerable que un no­velista no les tenga amor a sus criaturas, excep­ción hecha de Frígilis y Ana Ozores. Salió tam­bién el tema de la costumbre romana de arrojar parte de la cosecha para propiciar la próxima, y una interpretación similar creo que yo le daba para explicar el sentido de verter el último trago de los colinos de sidra. (¡No la horrenda y pro­saica opinión de que se hace por limpiar el vaso!). Luego, releyendo «El caso Manrique», incluido en Las semanas del jardín, encontré una referen­cia que casa bien con determinadas manifestacio­nes del grandonismo asturcón:

«Cuando un jeque, en desafío con otro je­que, prende fuego a sus propios pastos o cosechas y degüella a sus diez mejores caba­llos, a sus cien mejores camellos, a sus mil mejores ovejas, para demostrar cómo él está por encima de su propia posesión y para hacerse así más grande que el otro, tampoco hay duda de que lo quemado, matado o des­truido pasa automáticamente a generar va­lor».

El subrayado no es mío. En Casa de Claudia Alonso, en Villanueva de Candamo, la leche que no se consumía en casa ¡ se les daba a las vacas! Seguramente no era un caso único y, aparte de explicarse por la no existencia del servicio de re­cogida de leche en aquellos años que ocurría lo

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RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO

iNDUSTRiASY ANDAN· ZA.SDEALFANHUf

que cuento, me consta que era un gesto similar al del jeque incinerador.

Pasamos luego -¿o fue antes?- a hablar de lin­güística, de literatura... Me confesaba su poco interés por los escritores cuya prosa se deja notar y por los estilistas; yo le mencionaba, como ejem­plos, a Valle, a Cela, a Aldecoa, a Miguel Angel Asturias. Le contaba yo la frase-boutade -de Alarcos al parecer- demostrativa de la neutraliza­ción de la oposición entre gerundio y participio: «Es lo mismo decir estar dormido que estar dur­miendo, pero no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo». También le comentaba un ejem­plo que manejo en clase, un desarme de bolera que organiza una transposición de «-s»:

MANZANA DE CASAS =I= MANZANAS DE CASA

El orden de factores -además del corrimiento de «-s»- altera el producto, haciendo que casa y manzana tengan sentido estricto en un caso y figurado en otro.

Al recordarle un artículo de Francisco Ynduráin Hernández ( «Para una función lúdica en el len­guaje», arrinconado en Doce ensayos sobre el lenguaje, de la Fundación Juan March), Ferlosio lo asoció con lo que Benet cuenta en su Puerta de tierra sobre la famosa gallina ética, pelética, pela­pelambrética... Salió también a relucir el perso­naje de Nieva, en La carroza de plomo fundente,

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que para expresar su estado de ánimo profiere nombres de pueblos en lugar de interjecciones («¡Cogolludo!», dice cuando está enojado; y cuando lo pasa bien se le desliza «¡Ribadese­lla!...» ). Me recitó entonces el poema de Una­muna hecho con una sucesión de topónimos.

«Tan sólo el rótulo de la estación ... » Fue una charla miscelánea total: incluso habla­

mos de sus obras. «Hay una posible teoría -pero es falsa- sobre 'Alfanhu(': que fuera un niño ju­dío. Por su afición a los alfabetos secretos, a la taxidermia; todo lo de la herboristería ... Podría ser así pero yo no pensé en eso al escribir mi libro». Me parece que fue entonces -¿o después?­cuando comenzamos a hablar de los niños forales. Curiosamente se trata de antípodas: Alfanhuí es el niño sabio (de nuevo las connotaciones judías), mientras los niños lobunos son niños ignorantes, des-almados, i. e., niños-sin educación («¿Cómo desalojar el alma lobuna e instalarles un alma humana?»). El alma no es sino el soplo de las costumbres que la sociedad suministra a cada in­dividuo; lo del «uso de razón» no es más que un culmen simbólico del primer rito de iniciación ( el segundo sería la vuelta de la mili y la capacidad para ganarse la vida y poder mantener a una es­posa, con lo que conlleva de posesión -en los dos sentidos-. Todo Alfanhuí es la historia de un rito de iniciación, de un aprendizaje; al final del libro, el protagonista pierde el nombre: se lo llevan los alcaravanes, cuyo canto diera nombre al niño. Al­! anhuí, novela picaresca a lo fantástico, es tam­bién una novela educativa, un Bildungsroman.

Le pregunté qué significabafrangitur (Splendet dum frangitur, que encabeza la segunda parte de Las semanas del jardín): «Splendet dum frangitur significa «Resplandece mientras muere»; es el lema de un escudo veneciano, que mi padre in­cluye en un cuento suyo». «¿Es un lema muy viscontiniano, no?, le dije. Respondió con una sonrisa. Asociar ese lema con Venecia, con Vis-

conti, con Dirk Bogarde, con Bearn es inevitable. Ferlosio ponía como imagen visual del lema, la esplendorosa finitud de la pompa que el vidriero sopla y sopla ...

De los lugares citados en Alf anhuí, me dijo que unos existían y de otros que también existían, no se explicitaba su ubicación geográfica. «El castillo y las cuevas que hay junto a él están en Jadraque, en la provincia de Guadalajara; en cambio, el molino que saco en mi libro está descrito pen­sando en uno que hay en Cáceres. Lo que tam­bién existió es el merendero de la 'Viuda de Bue­namente', a orillas del Manzanares, cerca del Pa­seo de los Melancólicos; y también existía la casa que se describe minuciosamente en la segunda parte».

«¿ Y por qué Palencia? -le pregunté-, habiendo ciudades más pintorescas»: «Por aquellos años yo hice un viaje a Palencia. La isla que aparece al final del libro está descrita pensando en una que yo vi en el Río Carrión, cerca de Carrión de los

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Condes. Moraleja, el pueblo en el que vive la abuela del niño, está cerca de mi pueblo, Caria, en la provincia de Cáceres ».

« La primera edición de mi libro nos costó trece mil pesetas y se imprimieron mil quinientos ejem­plares que se vendieron a veinticinco pesetas cada uno. Sí, tuvo buena crítica: Cela, Pedro de Lo­renzo y Ramón de Garciasol me hicieron muy buenas críticas, seguramente porque yo era hijo de mi padre».

« 'A[fanhuz" tiene partes flojas y una prosa desi­gual; no obstante, yo lo prefiero a 'El Jarama', al que detesto, aunque reconozca que está mejor escrito».

Ya casi al final de la conversación salió el tema de las respectivas patrias. Ferlosio, que nació en Roma, siempre se refiere a Coria como «mi pue­blo»: «Miro siempre en la prensa cuando ha llo­vido: 'Hombre, me digo, en Cáceres cayeron tan­tos litros por metro cuadrado; eso ya está muy bien'. Mire, hay una patria paterna y una patria materna; a la patria materna siempre se vuelve». En el caso de Ferlosio, la «patria. materna» es la tierra de su padre, lo cual indica que esa «mater­nidad» / «paternidad» no es correlativa con la biológica. En Coria, dijo, junto a la ventana que da al encinar, escribió Rafael Sánchez Mazas el poema aquel, tan manriqueño:

«[ ... ] Llegarás por los calveros, calveros de mi encinal, muerte, señora inmortal, de todos los caballeros, ay.»

«A mí me parece un poema demasiado 'litera­rio'».

Ferlosio, romano de nación, es hombre de pa­tria secana y coincidía conmigo en que las gentes de secano ubican el paraíso en tierra de regadío. El Paraíso estaba entre dos ríos, le recordaba, y las ninfas de Garcilaso no podrían retozar en el secarral, sino entre «fresca sombra» , junto a «co­rrientes aguas, puras, cristalinas» . Un cuento de Aldecoa -«La urraca cruza la carretera»- incluye la descripción de la medio siesta de un peón cami­nero en un día tórrido: «Buenaventura Sánchez zanquea por un medio sueño de tierras de regadío, cultivando una huerta al atardecer, sesteando una huerta, bajo los frutales, después de comer. El agua hacía un rumor de enjambre por los canali­llos». Está claro que el paraíso es un espejismo; propiamente en el paraíso no se vive: se añora volver a él; sólo existen los Paraísos perdidos y, según eso, el adjetivo es aquí una redundancia.

« .. . patrias paternas y patrias maternas». Yo me acordé -y se lo dije- de lo que Elías García llama «paisajes cuna» , en «Los cuentos rurales de Clarín» ; como las patrias maternas de que hablaba Ferlosio, son valles suaves, maternales, de sedosa concavidad, trasuntos del claustro materno y, se­gún Elías (1), «el amor, el ámbito rural, serían

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símbolos de función análógá: símbolos inasequi­bles de un mundo no mediatizado por las relacio­nes económicas» .

La idea de la «patria materna» quizá case mejor con «lugar» que con «patria» , entendida ésta al uso, como territorio reunido para formar un es­tado. José Angel Valente reivindica también esa otra patria lugareña y cita en « Sobre el lugar del canto» (2) un fragmento del Quijote como colofón de su artículo:

«Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrie­ron su aldea, la cual vista de Sancho se hincó de rodillas y dijo:

-Abre los ojos, deseada patria, y mira quevuelve a ti Sancho Panza, tu hijo ( ... ).-Déjate <lesas sandeces -dijo Quijote-, yvamos con pie derecho a entrar en nuestrolugar ( ... ).Con esto bajaron de la cuesta y se fueron asu pueblo».

Del amor a la patria chica, dio Ferloso numero­sas pruebas; entre ellas su frecuente referencia a Coria, de donde procede una coplilla que me re­citó:

«-San Sebastián valeroso, ¿cómo estás tan desnudito? -Tengo la ropa tendidaen el Calvario de Cristo».

«Hay mucha poesía puesta en boca de mujeres, pero en este caso la autora tuvo que ser también una mujer: sólo una mujer repara doloridamente en la desnudez del hombre, ya sea como madre, ya como esposa».

Pero la devoción por la patria chica, no le im­pide a Ferlosio arremeter contra «esta peste catas­trófica de las autonomías» (El País, 8-7-1983, «Si­tuación límite: ¡ Ultraje a la paella!»). Copio el párrafo final de dicho artículo:

«Por todo lo cual ya desde ahora advierto que, si por azar, afortunadamente harto im­pensable, me viese algún día -Dios no lo quiera, aunque tampoco dejaría de afrontar valientemente mis responsabilidades- con­vertido de pronto en presidente de Go­bierno, tengo muy meditado que, por el bien de los españoles, mi primer acto de gobierno no podría ser otro que un decreto-ley prohi­biendo inmediatamente y sine die los San­fermines de Pamplona, las Fallas valencia­nas, la Feria y Semana Santa de Sevilla, la Romería del Rocío y toda especie seme­jante, amén de incoar, simultáneamente, y por la vía de urgencia, un proyecto de ley orgánica para la abolución de la Virgen del Pilar (¡Dios, qué descanso para Zaragoza, para Aragón, y para España entera!)» .

Era cerca de la una y media cuando trasponía­mos el molinillo de la puerta del Comercial. Ca­mino de su casa, allí cerca, le decía que yo que a

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Chicho, su hermano cantante, lo había conocido al reparar en unos papelillos que me resultaban co­nocidos: «La idea del poema 'A contratiempo', que canta mi hermano con letra de García Calvo, era una idea mía».

* * *

.·, Veintidós años después de publicarse A[fanhuí,

una edición casi familiar con «portada del mismoautor», me pongo a escribir sobre aquella delicio­sa novelita, sobre aquel «libro sin edad» , que dijo Cela, aquel libro pequeñito y lleno de diminutivos: de «laguitos», de «raicillas», de «gusarapitos», de «olitas», de «ramitas verdes», de «relojitos» ... Es un mundo diminuto y como de andar por casa, como de nacimiento navideño; es a costa de los diminutivos como Ferlosio evita que de una pá­gina asome un nido de cigüeña en la torre de la iglesia de Moraleja o las ancas de una mulaza a la entrada de Palencia.

Las concomitancias entre Alfanhuí, Pinocho, Gulliver, Peter Pan, Las mil y una noches aparecen a cada página cuando se lee la biografia de este «niño antiguo», alcalaíno de junto al Henares, pai­sano de don Miguel de Lepanto, este niño mirón, adultecido y que en todo se fija para anotar sus ciencias y menudas. industrias en un rasgón de camisa o en el fondo de sus ojos amarillos de alcaraván.

Cuando fue a Moraleja a ver a Ramona, su abuela paterna, recibió Alfanhuí un chasco nota­ble:

«-Abuela, ¿qué es lo que tienes en esas ar­cas?

· La abuela lo miró y dijo secamente: e-Lo que a tí no te importa».

Debió de quedar muy cortado.

NOTAS

(1) Elías García Domínguez, «Los cuentos rurales de Cla­rín», Archivum, XIX, 1%9.

(2) José Angel Valente, Las palabras de la tribu, SigloXXI, 1973.

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