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DE LA TEATRALIDAD EN EL QUIJOTE. SANCHO EN BARATARÍA O LA SUBVERSIÓN DE LA PRECEPTIVA SOBRE LO CÓMICO JESÚS G. MAESTRO Universidad de Vigo 1. INTRODUCCIÓN Los límites de la interpretación literaria son hoy día los límites de la cultura contemporánea. Desde finales del siglo XVIII hasta prácticamen- te los comienzos de la segunda mitad del siglo XX, la investigación lite- raria evolucionó prestando atención al curso de las ciencias naturales, a sus descubrimientos metodológicos y a sus logros experimentales. En nuestros días las ciencias de la naturaleza, que parecen buscar para sí mis- mas nuevas denominaciones, avanzan primordialmente por los terrenos de la cosmología y la biogenética. Una y otra disciplina resultan de difí- cil acceso a la fragilidad de la epistemología que, en la cultura contem- poránea, caracteriza a las tradicionales ciencias del espíritu. Los estudios literarios avanzan actualmente según los criterios metodológicos del cul- turalismo posmoderno. Probablemente desde los tiempos de la escolás- tica nunca hemos estado tan lejos del empirismo científico y sus posibi- lidades de raciocinio. En las ciencias humanas la interpretación siempre está obligada a tras- cender los límites del materialismo gnoseológico, cuyo análisis sólo con- duce a un formalismo en sí mismo insignificante, al contrario de lo que sucede en las ciencias naturales, cuyo objetivo fundamental reside en el conocimiento material de los hechos, de sus causas y condiciones. Más allá de los formalismos, la interpretación literaria nunca puede incor- porar a su discurso explicativo los «objetos reales» del discurso literario. Salvo que nos comportemos como don Quijote, por ejemplo. El discur- so interpretativo o hermenéutico no puede dar cuenta metodológica- mente de la naturaleza real o material de los objetos o referentes litera- rios, a menos que, desde el punto de vista de la ética de la interpretación, el intérprete se los tome en serio, es decir, crea en ellos firmemente, como si se tratara de verdades o realidades innegables. La ficción tiene senti- do porque existe la realidad. El sodio, los astros naturales, o el vacío, son objetos reales con los que trabaja la ciencia natural, y forman respectiva- «Cervantesy el Quijote.» Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004) CERVANTES Y EL QUIJOTE. Jesús G. MAESTRO. De la teatralidad en el «Quijote». San...

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DE LA TEATRALIDAD EN EL QUIJOTE. SANCHO EN BARATARÍA O LA SUBVERSIÓN

DE LA PRECEPTIVA SOBRE L O CÓMICO

J E S Ú S G. M A E S T R O

Universidad de Vigo

1. INTRODUCCIÓN

Los límites de la interpretación literaria son hoy día los límites de la cultura contemporánea. Desde finales del siglo X V I I I hasta prácticamen­te los comienzos de la segunda mitad del siglo X X , la investigación lite­raria evolucionó prestando atención al curso de las ciencias naturales, a sus descubrimientos metodológicos y a sus logros experimentales. En nuestros días las ciencias de la naturaleza, que parecen buscar para sí mis­mas nuevas denominaciones, avanzan primordialmente por los terrenos de la cosmología y la biogenética. Una y otra disciplina resultan de difí­cil acceso a la fragilidad de la epistemología que, en la cultura contem­poránea, caracteriza a las tradicionales ciencias del espíritu. Los estudios literarios avanzan actualmente según los criterios metodológicos del cul-turalismo posmoderno. Probablemente desde los tiempos de la escolás­tica nunca hemos estado tan lejos del empirismo científico y sus posibi­lidades de raciocinio.

En las ciencias humanas la interpretación siempre está obligada a tras­cender los límites del materialismo gnoseológico, cuyo análisis sólo con­duce a un formalismo en sí mismo insignificante, al contrario de lo que sucede en las ciencias naturales, cuyo objetivo fundamental reside en el conocimiento material de los hechos, de sus causas y condiciones. Más allá de los formalismos, la interpretación literaria nunca puede incor­porar a su discurso explicativo los «objetos reales» del discurso literario. Salvo que nos comportemos como don Quijote, por ejemplo. El discur­so interpretativo o hermenéutico no puede dar cuenta metodológica­mente de la naturaleza real o material de los objetos o referentes litera­rios, a menos que, desde el punto de vista de la ética de la interpretación, el intérprete se los tome en serio, es decir, crea en ellos firmemente, como si se tratara de verdades o realidades innegables. La ficción tiene senti­do porque existe la realidad. El sodio, los astros naturales, o el vacío, son objetos reales con los que trabaja la ciencia natural, y forman respectiva-

«Cervantesy el Qu i jo te . » Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004)

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mente parte esencial y real de la química, la astronomía y la física. Son sus contenidos reales. Las ciencias humanas sólo atrapan sus contenidos formalmente, mediante palabras, imágenes o conceptos, es decir, median­te ficciones, por más que se trate de ficciones explicativas. Sólo a través del materialismo gnoseológico las ciencias naturales pueden librarse de la concepción de la Ciencia como representación especulativa de la rea­lidad y, en el mejor de los casos, como reconstrucción de la verdad. Sin embargo, las ciencias humanas no pueden trascender los límites de un infinito idealismo gnoseológico, cuyo definitivo juez o intérprete, en úl­tima instancia, es la ética personal o gremial. Algo así se advierte de for­ma muy explícita en la interpretación literaria contemporánea, que está sustituyendo progresivamente la Ciencia de la interpretación literaria por la Etica de la interpretación cultural (Maestro, 2006). Dado que la cien­cia no puede ser reducida a «actos de conocimiento», es suplantada por éstos, en el caso de la investigación literaria, desde la moral dominante. Siempre ha sido así, aunque hoy quizás el énfasis es mayor que antaño, como menor es la disimulación moral del intérprete. La ética no ha fal­tado jamás en la historia de las interpretaciones. Hoy su poder es tal que incluso ha conseguido subordinar a sus propios intereses algunas dimensiones fundamentales del discurso y la metodología que tradicio-nalmente pertenecieron a la ciencia.

Tomando como referencia el contexto teórico al que acabo de refe­rirme -toda interpretación literaria está mitificada por la teoría en que se apoya y por la ética del intérprete que la motiva y justifica metodoló­gicamente- la presente contribución pretende reflexionar sobre el tea­tro de Cervantes contenido en el texto del Quijote, es decir, en la drama­turgia y en la poética del teatro que Cervantes describe, expresa o narra, en la novela que este volumen somete a objeto de estudio.

Diversos autores se han ocupado en diferentes momentos históricos de estudiar alguno de los aspectos teatrales contenidos en el Quijote1. Den­tro y fuera del Quijote se ha interpretado el teatro cervantino como un discurso cuyas calidades o características han de verificarse en su contraste y comparación con el teatro y la poética de sus contemporáneos. Esta es una perspectiva crítica profundamente limitada -casi exclusivamente a los primeros años del siglo XV I I— y también muy conservadora, al situar­se de forma monográfica en el punto de vista de la tradición aurisecular. La Edad Contemporánea ofrece a Cervantes y al teatro cauces de inter­pretación mucho más controvertidos y polémicos, que la teoría de la li­teratura y la literatura comparada pueden ayudarnos a recorrer. Bruce Wardropper escribió con toda razón que «Cervantes fue en su época tan experimentador como Brecht, Ionesco o Arrabal en la nuestra. El que estos hayan sido acogidos con más comprensión se debe a que la tradi­ción literaria pesa menos sobre nuestro periodo de transición que sobre

1 U n a puesta al día sobre este tema puede verse en el vol. 5 de la revista Theatralia, dedi­cado precisamente a Miguel de Cervantes y el teatro ante el TV Centenario del Quijote (2003).

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el de Cervantes» (Wardropper, 1973: 158-159). No menos trascendencia tienen las siguientes palabras de Edward Riley, que abren el estudio de la obra cervantina a la teoría literaria moderna, a la vez que justifican la posibilidad de un comparatismo capaz de trascender la mera influencia positivista y decimonónica en que se basa la crítica de fuentes: «sé que pueden acusarme del anacronismo elemental de atribuir a un escritor del siglo XVII las preocupaciones del siglo XX. Sólo puedo contestar que la presencia de esta dimensión en la obra [de Cervantes] me parece tan manifiesta que no admite duda» (Riley, 1990: 88). Nuestras tesis sobre el teatro cervantino (Maestro, 2000) deben mucho a las líneas metodoló­gicas abiertas por estos autores. Como ahora trataremos de justificar en el marco literario del Quijote, el teatro de Cervantes contiene elementos esenciales que buena parte de la dramaturgia contemporánea -desde Georg Büchner a Samuel Beckett, pasando por Lorca, Valle-Inclán y Ber-tolt Brecht- ha llevado hasta los extremos experimentales, literarios y es­pectaculares que conocemos.

2. EL TEATRO EN EL QUIJOTE

Es posible identificar en la narración del Quijote al menos once epi­sodios o grupos de episodios en los que cabe advertir una configuración o realización teatral, con frecuencia señalada por la crítica:

1) Dorotea en el papel de la princesa Micomicona (I, 29-30, 37 y 46) 2) la gresca entremesil por causa del yelmo de Mambrino y bacía de

barbero (I, 44-45) 3) don Quijote rodeado de gigantes, que le enjaulan, encantado, de

camino a su aldea (I, 46-47) 4) el discurso del canónigo sobre las comedias, que convierte al tea­

tro en objeto de crítica y debate (I, 48) 5) la aventura de Las Cortes de la Muerte (II, 11) 6) el encuentro con el caballero de los Espejos (II, 12-14) 7) las danzas y bailes narrados de las bodas de Quiteria (II, 19-21) 8) el retablo de Maese Pedro (II, 25-26) 9) diversos episodios con los duques (II, 34-35)

10) Sancho en Barataría (II, 49, 51 y 53) y 11) tal vez la escena de la cabeza encantada (II, 62)

Los recursos teatrales que están implicados en estos episodios consi­guen en el relato del Quijote un objetivo común, que es a la vez un logro y un experimento, y que remite de forma permanente a la esencia de esta novela: la experiencia de un ilusionismo que nunca pierde su relación crítica con la realidad. Sólo he visto algo comparable a este fenómeno en Shakespeare, concretamente en la escena metateatral de Henry LV, en que Falstaff, rufián y consejero del príncipe Hal, parodia al rey de In-

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glaterra ante su propio hijo, sólo para desarrollar un discurso que termina sugiriendo al heredero del trono que se quede con Falstaff y renuncie al resto del mundo: «Him keep with [Falstaff], the rest banish» («Quédate con él [Falstaff] y destierra a los demás», Henry IV, parte I, acto II, esce­na 4 ) . En la ebriedad de la ficción metateatral, Falstaff no pierde en nin­gún momento su relación con la realidad. Cervantes tampoco la pierde en ninguna parte del Quijote: somos los lectores, y por supuesto los per­sonajes protagonistas, quienes vivimos a cada paso esa experiencia de ilu-sionismo a la que el teatro expresado, narrado o descrito en el Quijote contribuye de forma tan decisiva.

El teatro contenido en el Quijote representa una idealización momen­tánea de la realidad narrada. Diríamos que se trata de un distanciamiento de la narración, una enajenación o suspensión del discurso narrativo. Cer­vantes utiliza diferentes procedimientos para conseguir este efecto, cu­yas consecuencias pretende controlar desde el verbo del narrador prin­cipal del relato. Estos procedimientos son esencialmente cinco, y remiten a una visión global y compleja de diferentes condiciones, recursos y pro­cesos dramáticos, que autores muy posteriores, como Büchner, Valle, Lor-ca, Casona, Brecht, Dürrenmatt o Beckett, han presentado en varias de sus obras. Sólo la teoría literaria desarrollada en la Edad Contemporánea permite identificar e interpretar estos recursos al margen del escaso sig­nificado que podían tener en el siglo XVII para la preceptiva dramática del clasicismo renacentista, o de la mecanizada comedia lopesca. Cervantes utiliza en la prosa del Quijote los siguientes procedimientos para expre­sar la teatralización de la ilusión en la representación de la realidad:

1) La introducción del narrador en el teatro: así se manifiesta en los bai­les y danzas que preceden a las frustradas bodas de Camacho (II, 20); el discurso del trujamán en el retablo de maese Pedro, tan nutrido de injerencias y acotaciones que desnudan por comple­to la representación teatral (II, 26)

2) El teatro como expresión dialéctica y de lucha real entre la realidad y la ficción: la aventura de las Cortes de la Muerte (II, 11); de nuevo el retablo de maese Pedro, destruido materialmente por don Quijote sólo para evitar una ficción (II, 26); el discurso de Merlín duran­te la estancia con los duques, que dispone las consecuencias rea­les del desencantamiento de Dulcinea, convirtiendo la ficción de Sancho en una verdad que ha de curarse con tres mil trescientos azotes (II, 35); el teatral acoso cuya belicosidad y crudeza indu­cen a Sancho a abandonar la irreal Barataría (II, 53)

3) El teatro como objeto de crítica literaria: es el caso del diálogo sobre las comedias entre el canónigo toledano y el cura, que constitu­ye una digresión metanarrativa sobre el teatro español de finales del siglo X V I y comienzos del X V I I (I, 48)

4) Presentación de la acción narrativa como un espectáculo teatral desarro­llado en diferentes facetas: con frecuencia encarnado en un perso-

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naje que representa lo que no es, como Dorotea haciendo de prin­cesa Micomicona (I, 29-30, 37 y 46); el cura, el barbero, Fernan­do y Cardenio y los demás disfrazados de gigantes o cabezudos para enjaular a don Quijote y conducirlo a su aldea (I, 46-47); la espectacular presentación de la comida y del espacio campestre en que se iba a celebrar la boda de Camacho «el rico» (II, 19); el no menos espectacular ardid de Basilio para casarse real y efec­tivamente con Quiteña (II, 21); la dramática exposición de las declaraciones que hace el sobrino, «estudiante agudo», de don Antonio Moreno, al dar voz a una cabeza que se nos presenta como encantada (II, 62)

5) Escenificación de la acción narrativa como un entremés contenido en el formato de un episodio novelesco: es lo que sucede en los capítulos en que tiene lugar la disputa por el yelmo de Mambrino y bacía de barbero (I, 44-45), o la secuencia en que Sancho, gobernador de la ínsula, muestra su gracia y justicia con el desfile de figuras que vienen a consultar sus pleitos (II, 45). La crítica ha explicado con frecuencia cómo los diversos episodios que acontecen en la ven­ta de Palomeque son característicos de un montaje entremesil (Martín Moran, 1986; Ruta, 1992).

Voy a ocuparme ahora de un episodio en el que la acción narrativa se presenta como un espectáculo teatral desarrollado en diferentes facetas: las secuencias iniciales de Sancho Panza en Barataría, ejerciendo como juez, donde, a nuestro modo de ver, Cervantes subvierte los preceptos de la comedia tal como los formula la poética clásica.

3. SANCHO PANZA EN BARATARÍA

Uno de los aspectos más destacados desde la llegada de Sancho a la ínsula es el relativo a la justicia. El tema aparece tratado desde el punto de vista de la conciencia popular, ajena a todo artificio legalista o positi­vo, y se basa en dos condiciones esenciales: la inocencia del juez y la bue­na fe en la interpretación de la Ley. Las palabras iniciales del capítulo si­túan a los espectadores ante un Sancho Panza que habrá de comportarse, en la burla preparada por quienes tienen poder y ocio para ello, como juez: «El traje, las barbas, la gordura y pequenez del nuevo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía, y aun a todos los que lo sabían, que eran muchos. Finalmente, en sacándole de la iglesia le llevaron a la silla del juzgado y le sentaron en ella» (Quijote II, 45). Sometido a las formas de lo grotesco, Sancho ejerce un admira­ble sentido de la justicia en un mundo completamente ficticio, pero de consecuencias supuestamente reales para los litigantes, y también para el propio Sancho, en cuanto al desenlace final de su experiencia como gobernante.

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La entrada de Sancho en la ínsula, como casi todos los episodios acae­cidos en este espacio, se caracteriza por una expresión grotesca que, au­tores como E. Urbina, han calificado de «grotesco ingenioso» 2. Sancho resuelve los pleitos que se le ofrecen de forma digna e ingeniosa, que­brando en el lector o espectador toda perspectiva de fracaso. Sin em­bargo, las condiciones formales en que se desarrolla toda la escena están determinadas por la experiencia de lo grotesco, más que de lo carnava­lesco, como integración insoluble de risa y severidad3.

Esta visión metateatral de un mundo aparentemente* al revés resulta comparable a la que protagoniza Falstaff ante el príncipe Hal en Henry TV. El heredero al trono de Inglaterra, en medio de picaros tabernarios, y a pesar de sus inclinaciones lúdicas, no pierde en ningún momento el sentido de la realidad 5. Por su parte, Falstaff se sirve de la ficción para incidir en la realidad: «Him keep with [Falstaff], the rest banish» ( «Qué­date con él [Falstaff] y destierra a los demás»).

2 Urb ina (1989), siguiendo a Thomson (1972: 3), define lo grotesco como la yuxtaposición irresoluble entre una experiencia risible y un elemento incompatible con lo risible que, sin em­bargo, forma parte de esta experiencia. Urb ina distingue tres manifestaciones de lo grotesco en el Quijote, caracterizadas por lo monstruoso, lo ingenioso y lo ambivalente: « L o grotesco mons­truoso es parte primera y fundamental de la parodia ya que a través de ella Cervantes se pro­pone precisamente satirizar los defectos de estilo y forma que encuentra en los libros de caba­llerías, es decir, su carácter disparatado y extravagante, su fealdad y deformidad grotescas [ . . . ] . L o grotesco ingenioso es el aspecto representado por el poder de don Quijote en su locura de imaginar experiencias y realidades a las que llama aventuras y de explicar las desventuras de ma­nera igualmente imaginativa a través del recurso del encantamiento [ . . . ] . L o grotesco ambiva­lente o problemático es el aspecto relacionado con el problema existencial de don Quijote en el Quijote, es decir, como personaje creador en y de su historia» (Urbina, 1989: 674-676).

3 C o m o todos sabemos, A . Redondo (1978, 1989) ha estudiado, a partir del archicitado Bajtin, aunque desde un punto de vista muy positivista, los aspectos carnavalescos de estos ca­pítulos, en trabajos que las citas sucesivas han hecho célebres.

4 Máx ime Chevalier rechaza la posibilidad de ver en estos episodios protagonizados por Sancho la imagen de « u n m u n d o al revés». Basa principalmente su argumento en el hecho de que Sancho renuncie al tratamiento de « d o n » , af irmando de este m o d o su sentido de la realidad, que no pierde en ningún momento , y su constancia en considerarse, aún goberna­dor, como una persona cuyo linaje es de condición social humilde y procedencia genuinamente popular: «conviene observar que Barataría no presenta ningún m u n d o al revés. L o significan las reflexiones de Sancho tocantes al abuso del don, reflexiones acordes con una corriente crí­tica que circula en los textos entre mediados del siglo XVI y mediados del siguiente y que lle­ga a impregnar la sabiduría bur lona del refrán ('¿Tenéis lumbre, doña Lucía?' ' La de Dios, doña Menc í a ' ) . Los proyectos administrativos de Sancho no han de desmentir tan clara con­formidad con las ideas comúnmente admitidas hacia 1600» (vid. introducción, en el vol. com­plementario, p. 187, al Quijote II, 45, en la ed. de F. Rico ) . Sería aceptable afirmar que no estamos ante la visión de un m u n d o al revés, pero resulta inevitable asumir que Sancho es el protagonista de una farsa cómica, es decir, de una ficción risible, sin duda desde el punto de vista de los duques y de cuantos participan conscientemente en tal artificio.

5 L o mismo sucede cuando Hal pregunta a Bardolph, uno de los compinches que acom­pañaban a Falstaff en el momento en que el propio Hal , junto con Poins, les arrebata el bo­tín que poco antes habían robado: «Faith, tell me now in earnest» (Shakespeare, 1993, Henry TV (I), II, 2, 1. 275, pág. 702; trad. esp. de Ánge l Luis Pujante: Enrique TV (Partes Iy II), Madr id , Espasa-Calpe, 2000, pág. 110: « L a verdad dímela en ser io» ) .

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P R I N C E : D O thou stand for my father and examine me upon the particulars of my life.

F A L S T A F F : Shall I? Content. This chair shall be my state, this dagger my scep­ter, and this cushion my crown.

P R I N C E : Thy state is taken for a joined-stool, thy golden scepter for a leaden dagger, and thy precious rich crown for a pitiful bald crown.

F A L S T A F F : [...]. Harry, I do not only marvel where thou spendest thy time, but also how thou are accompanied. For though the camomile, the more it is trodden on, the faster it grows, yet youth, the more it is wasted, the sooner it wears. That thou art my son, I have partly thy mother's word, party my own opinion, but chiefly a villainous trick of thine eye, and a foolish hanging of thy nether lip, that doth warrant me. If then thou be son to me, here lies the point: why, being son to me, art thou so pointed at? Shall the blessed sun of heaven prove a micher, and eat blackberries? A question not to be asked. Shall the son of England prove a thief, and take purses? A question to be asked. There is a thing, Harry, which thou hast often heard of, and it is known to many in our land by the name of pitch. This pitch (as ancient writers do report) doth defile; so doth the company thou keepest. For, Harry, now I do not speak to thee in drink, but in tears; not in pleasure, but in passion; not in words only, but in woes. And yet there is a virtuous man, whom I have often noted in thy company, but I know not his name [...]. A goodly pordy man, I'faith, and a cor­pulent; of a cheerful look, a pleasing eye, and a most noble carriage; and as I think, his age some fifty, or by'r lady inclining to threescore. And now I remember me, his name is Falstaff. If that man should be lewdly given, he deceiveth me. For, Harry, I see virtue in his looks. If then the tree may be known by the fruit, as the fruit by the tree, then peremptorily I speak it, there is virtue in that Falstaff. Him keep with, the rest banish [...]. Banish plump Jack, and banish all the world6.

6 Shakespeare ( 1 9 9 3 ) , HenrylV(I), I I , 4 , 1 1 . 3 4 1 - 3 4 5 , 3 6 0 - 3 8 7 y 4 3 1 - 4 3 2 , págs. 7 0 2 - 7 0 3 ; trad. esp., op. cii., págs. 1 1 2 - 1 1 4 y 1 1 6 : « P R Í N C I P E : T Ú haz de mi padre y pregúntame por mi modo de vida. FALSTAFF : ¿Sí? Conforme. Esta silla será mi trono, esta daga mi cetro y este cojín mi corona. P R Í N C I P E : T U trono parecerá una banqueta, tu cetro de oro una daga de p lomo y tu preciada co­rona una calva lastimosa. FALSTAFF : Enrique, no sólo me asombra dónde pasas el tiempo, sino tam­bién tus compañías. Pues, aunque la manzanilla, cuanto más la pisan, más rápido crece, la j u ­ventud, cuanto más se malgasta, antes se consume. De que eres hijo mío tengo, por un lado, la palabra de tu madre y, por otro, mi propia opinión: me lo confirman, sobre todo, un mísero ras­go de tus ojos y ese labio inferior que te cuelga tan ridículo. Luego si eres hijo mío - ah í están tu señales-, ¿por qué, hijo mío, tantos te señalan? ¿Habrá de hacer novillos el bendito sol del cie­lo y comer zarzamoras? Pregunta que no ha lugar. ¿Habrá de ser un ladrón y robar bolsas el hijo del rey? Pregunta que sí ha lugar. Enrique, hay una cosa de la que has oído hablar y que en nues­tra tierra se llama la pez. C o m o escribieron los antiguos, la pez mancha, igual que las compa­ñías que frecuentas. Pues, Enrique, no te hablo con licor, sino con lágrimas; no gozando, sino su­friendo; no sólo con palabras, también con penas. Y, sin embargo, hay un hombre virtuoso a quien he visto contigo muchas veces, pero no sé como se llama [ . . . ] . U n o de espléndida presencia y mucho cuerpo, de aspecto alegre, mirada agradable y porte muy noble. Tendrá unos cincuenta años, quizá vaya para los sesenta. Ahora me acuerdo, se llama Falstaff. Si tirase a libertino, Enri­que, mucho me engañaría, pues veo virtud en su mirada. Si al árbol se le conoce por el fruto y al fruto por el árbol, te digo decididamente que en ese Falstaff hay virtud. Con él quédate y des­tierra a los demás [ . . . ] . Desterrad al orondo Falstaff y desterráis al mundo entero».

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El espacio de Falstaff es la taberna, el lugar en el que se muestra ple­namente corrosivo, subversivo, desmitificador. Su nombre podría tener el sentido de false staff, es decir, «falso bastón», considerado como «falso apoyo». Algunos críticos han visto en Falstaff un descendiente de ciertos personajes alegóricos del teatro medieval (Vicio, Iniquidad, Guerra, Lu­juria, Corrupción...). Su capacidad de corrupción y subversión está fue­ra de toda duda. Otros autores, sin embargo, han asociado su nombre a la tradición carnavalesca, especialmente a la figura del Lord of Misrule, es decir, el rey del caos, del desorden, propio de las fiestas medievales afi­nes al carnaval. Otras figuras, como la del picaro, o el soldado fanfarrón, encuentran sin duda en Falstaff una realización literaria y teatral de pri­mer orden, al mostrar una voluntad de vivir libre de compromisos serios, y una negativa a someterse a los límites y exigencias de la realidad. De cualquier modo, Falstaff representa la idealización cómica de la libertad, y en cierto modo su destino trágico.

Por su parte, Sancho representa la idealización burlada de un senti­do recto y bienintencionado de lajusticia, cuya esencia se vincula a la ino­cencia del espíritu popular. Tal interpretación y ejercicio de lajusticia es imposible en el mundo real, y sólo como apariencia, como representa­ción, como ficción, es decir, como algo excepcional, puede resultar tole­rable. Paralelamente, lajusticia que Sancho ejerce es admirable, mas no exactamente por sus resultados, y quizá en absoluto por su procedi­miento, sino por provenir de un hombre sin formación ni preparación para ejercerla. Los burladores esperan de Sancho un desenlace rufia­nesco, en el que cabe sin duda el cohecho y la bajeza habituales. El lec­tor que simpatiza con el escudero de don Quijote puede temer por la integridad o dignidad de Sancho, rodeado de burladores y tramposos, que poseen y esgrimen poder suficiente para cometer todo tipo de abu­sos frente a las limitaciones y carencias de su «gobernador». Sancho, sin embargo, cuenta con la protección de Cervantes, en el Quijote. Y de Ca­sona, en la recreación de estos episodios, cuya naturaleza teatral obser­vó con extremada naturalidad el dramaturgo asturiano, en el Retablo jo­vial, al componer el auto titulado Sancho Panza en la ínsula. Recapitulación escénica de páginas del Quijote. Uno y otro autor coinciden aquí en con­ferir a su justicia un sentido popular e inocente, que por supuesto sólo es posible en la ficción, sin seriedad en sus consecuencias —el lector sabe que todo es una burla, de ahí la naturaleza cómica que reviste todo el episodio-, y, precisamente por ser admirable en sus resultados, es gro­tesco en su realización.

Pero la originalidad de Cervantes, tal como aquí vamos a interpre­tarla, adquiere nuevas relevancias, especialmente en lo que se refiere al formato y a la poética de la comedia. Los orígenes de la comedia ha­bían situado a las clases humildes, a los personajes de baja condición social, como protagonistas únicos de toda experiencia risible. Frente a ellos, la grandeza de la tragedia estaba reservada de forma exclusiva a los miembros de la aristocracia, la nobleza o la realeza. La precepti-

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va clásica del Renacimiento confirma plenamente esta tendencia. Cer­vantes, sin embargo, la rechaza irónicamente. En su tragedia Numan-cia convierte sin reservas a los humildes en protagonistas exclusivos y privilegiados de la experiencia trágica. Nada menos aristotélico. Nada menos clasicista. Con la agonía de las formas clásicas de la tragedia, y su disolución en las formas del melodrama, la burguesía irá asumien­do progresivamente el papel protagonista del conflicto dramático. La tragedia clásica se disuelve así en el melodrama contemporáneo. Sin embargo, un nuevo concepto de tragedia, disidente de la preceptiva clá­sica y de la poética aristotélica, surge en la literatura y en los escena­rios: sólo dentro del desarrollo último de la Edad Contemporánea los seres humanos de condición humilde y común se constituirán de forma definitiva en protagonistas de la tragedia,- desde obras como Woyzeck (1837) de G. Büchner hasta títulos como En attendant Godot (1952) de Beckett, pasando por las piezas dramáticas de Valle-Inclán y las tragedias García Lorca.

Cervantes en el Quijote presenta a Sancho como protagonista de una serie de episodios que sólo resultan cómicos para los duques y sus sier­vos. El hombre humilde y de escasa o nula formación intelectual se con­vierte en protagonista de la comedia, pero sólo mediante el engaño y la manipulación degradantes. Sólo así queda convertido en títere o mu­ñeco el hombre que en su humildad es más digno que los dignos, más noble que los nobles, y con cuya inocencia y honradez se mofa y en­tretiene la honrada y ociosa gentuza de la clase alta. La comedia es así una teatralización, una burla, de las capacidades vitales y de los re­cursos intelectuales de las gentes humildes. Sin embargo, en esta oca­sión, el protagonista no es exclusivamente el hombre común o vulgar -que acaba comportándose como un ser digno y virtuoso-, sino tam­bién los espectadores, artífices de la burla y de la comedia, que que­riendo entretener su ociosidad, de casta superior, a costa de la degra­dación ridicula y grotesca de otros seres humanos, acaban por quedar como criaturas indignas de las cualidades que exaltan la exclusividad de su educación —noble— y las virtudes de su religión —católica—. San­cho no representa una comedia, sino la teatralización de una burla que, sólo para la ociosidad aristocrática, es una comedia. Advirtamos algu­nos detalles.

El narrador del Quijote, sin embargo, no ayuda excesivamente al lec­tor en una interpretación ecuánime de los actos y discursos de Sancho como juez. Si juzgamos lo que sucede, es decir, lo que Sancho hace, des­de las palabras del narrador, hemos de atenernos a declaraciones como las que siguen, que sin duda estimulan en quien lee un punto de vista afín al de los sirvientes ducales y demás burladores:

Si la s en tenc i a p a s a d a d e la b o l s a de l g a n a d e r o m o v i ó a a d m i r a c i ó n a los c i rcunstantes , esta les p r o v o c ó a risa, p e r o , e n fin, se h i zo l o q u e m a n d ó el g o b e r n a d o r {Quijote II, 4 5 ) .

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¿Por qué quiere mostrarnos el narrador la risa del público espectador ante algo que en sí mismo es más «admirable» que «hilarante»? ¿De qué se ríen concretamente los burladores, de Sancho o de los litigantes? Cer­vantes delega la presentación de los hechos en un narrador que todo lo mezcla y amalgama, como si fuera incluso un prestidigitador que nada nos aclara. Se observa una clara distancia entre la forma verbal con la que el narrador trata a Sancho, y el desenlace funcional de los hechos de cuya ejecución Sancho es responsable. En breves palabras: el narrador con­vierte a Sancho en el protagonista inesperado de hechos «admirables» por su justicia, honradez e ingenio, y al mismo tiempo declara verbalmente que tales hechos provocan la risa de quienes los han organizado con una intención burlesca que no parece verse cumplida en los términos preci­sos de sus expectativas previstas.

Mayor ambigüedad ofrece la siguiente reflexión del narrador, orien­tada ahora al pleito del bastón que contiene los diez escudos de oro por los que pleitean dos viejos:

P r e g u n t á r o n l e d e d ó n d e h a b í a c o l e g i d o q u e e n a q u e l l a c a ñ a h e j a es­t a b a n a q u e l l o s d i e z e s c u d o s , y r e s p o n d i ó q u e d e h a b e r l e visto d a r el v i e jo q u e j u r a b a a su c o n t r a r i o a q u e l b á c u l o , e n t an to q u e h a c í a el j u r a m e n t o , y j u r a r q u e se los h a b í a d a d o rea l y v e r d a d e r a m e n t e , y q u e e n a c a b a n d o d e j u r a r le t o r n ó a p e d i r el b á c u l o , le v i n o a la i m a g i n a c i ó n q u e d e n t r o del

es taba l a p a g a d e l o q u e p e d í a n . D e d o n d e se p o d í a c o l e g i r q u e los q u e g o ­b i e r n a n , a u n q u e sean u n o s tontos , tal vez los e n c a m i n a D i o s e n sus j u i c i o s ; y m á s q u e él h a b í a o í d o c o n t a r o t r o caso c o m o a q u e l al c u r a d e su lugar , y q u e él t en í a tan g r a n m e m o r i a , q u e a n o o lv idárse le t o d o a q u e l l o d e q u e q u e r í a a c o r d a r s e , n o h u b i e r a tal m e m o r i a e n t o d a la ínsu la . F i n a l m e n t e , e l u n v ie jo c o r r i d o y el o t r o p a g a d o se f u e r o n , y los p r e sen te s q u e d a r o n a d ­m i r a d o s , y el q u e e sc r i b í a las pa l ab ras , h e c h o s y m o v i m i e n t o s d e S a n c h o n o a c a b a b a d e d e t e r m i n a r s e si le t e n d r í a y p o n d r í a p o r t o n t o o p o r d i s c r e to (Quijote II, 4 5 ) .

Esta vez el narrador permite a Sancho declararnos sus palabras a tra­vés de un discurso indirecto referido, una de las formas verbales más me­diatizadas por un relator de historias. De nuevo nos hallamos ante un esquema como el anterior: el narrador presenta a Sancho como prota­gonista de un desenlace justo al que solo se llega a través del ingenio y la buena fe, y sin embargo tal acción se interpreta con un lenguaje que atribuye los méritos a Dios, la casualidad o simplemente lo extraordi­nario. Cervantes nos dice una cosa con los hechos de la fábula y otra muy distinta con las palabras a través de las cuales el narrador interpreta lo que él mismo cuenta. El ingenio de Sancho quedaría reducido a una es­pecie de «gracia de estado», que Dios infundiría a un tontorrón como sería este ingenuo «gobernador». De tal modo, se puede «colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios...» Burla burlando, Cervantes acaba de colarnos una decla­ración que fuera de este contexto resultaría plenamente punitiva. Con

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todo, los «presentes quedaron admirados», y el escribano duda final­mente de la supuesta estulticia de Sancho.

En el caso del Retablo jovial de Casona, las palabras del diálogo inicial entre dos subalternos de los duques subrayan la visión displicente y vi­llanesca que muestran, ensoberbecidos, ante Sancho:

C R O N I S T A : ¿ES posible que nuestros señores los duques hayan elegido para gobernador a ese villanote de bota y alforja, con trazas de labrador y bar­ba de dos semanas?

M A Y O R D O M O : Los duques nos le envían, en efecto. Pero habéis de saber que todo esto no es más que una famosa burla. Este gobernador que aquí llega no es otro que el gran Sancho Panza, rústico simple y sin sal en la mollera.

Las palabras que Casona pone en boca de estos dos engolados perso­najes están tomadas del narrador del Quijote, en uno de los numerosos fragmentos en los que este narrador se muestra falaz, cínico o simple­mente infidente, es decir, en absoluto fiable, según el término propuesto por Avalle-Arce (1991). El lenguaje de estos personajes será desmentido por el comportamiento y el discurso de Sancho, como juez y como go­bernador. Los lectores o espectadores del Retablo jovial sin duda pueden interpretar fácilmente las palabras del cronista y del mayordomo como el desprecio de una clase superior hacia las formas de conducta y de vida propias del mundo popular y rural, aquí sublimado mediante la repre­sentación estética, y bajo el marco de referencia literaria que ofrecen los episodios cervantinos de una novela como el Quijote.

En una y otra obra, los ociosos cortesanos ducales pretenden llevar a cabo «la más divertida burla»: «hacerle creer al bueno de Sancho que este lugar es la ínsula prometida, y dejarle que la gobierne durante unos días para ver hasta dónde llega su simpleza, pasando de destripar terrones a administrar justicia y a vivir como señor en un palacio» (Casona, 1969: 506). Sin duda es posible observar en episodios como estos la fuerza de lo grotesco, las formas de lo carnavalesco, la estética de la inversión de valores, etc., etc., etc, pero no podemos limitarnos a describir toda esta serie de categorías, tan bajtinianas, y tan del gusto de los aficionados a la teoría literaria, sin advertir que Cervantes primero, y Casona después en su interpretación creativa del Retablo, están teatralizando, como una burla indigna del protagonista humilde y honrado —Sancho en este caso-, características esenciales de lo que, entonces y hoy, en el ámbito de la poética literaria, reconocemos con el digno nombre de comedia. San­cho no es Falstaff. Sancho no es un comediante que usa la farsa y sus re­cursos teatrales para imitar burlescamente al rey de Inglaterra ante las mismas narices de su principesco hijo. No, Sancho es el ser humano co­mún y corriente que la tradición literaria anterior a Cervantes había si­tuado inexorablemente en el formato de la comedia, abstrayendo de él toda cualidad personal para reducirlo de forma simple a un arquetipo, desposeído de toda personalidad propia, y de toda posibilidad de sim-

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patía ante el público. Sancho, muy por el contrario, es un personaje que demuestra la dignidad cómica de los seres humildes, limitados por la edu­cación recibida; es también superior e irreductible a un arquetipo, y le­jos de evolucionar como un personaje plano, como un gracioso lopesco o calderoniano, páyasete de teatro de masas castellanas seiscentistas, re­presenta la dignidad que no todo ser humano sabe mostrar en el ejer­cicio de sus limitaciones; y es, finalmente, un personaje que conserva cre­ciente su simpatía ante al lector, así como intacta su inocencia frente a los artificios de las formas de conducta y de los intereses vitales de las clases superiores.

Si los episodios de Sancho en la ínsula no formaran parte del Quijote, si esta pieza del Retablo jovial de Casona no tuviera su precedente o hi-potexto en la obra de Cervantes, es decir, si el lector o espectador no su­piera quién es Sancho Panza, quién es el gobernador de Barataría, ese lector o espectador se reiría de Sancho como podrían reírse de él los duques y sus ociosos subalternos. Como podría reírse el público de los pasos y entremés del bobo o simple que los protagoniza. Pero, como hemos dicho, Sancho no es un arquetipo, no es un personaje de come­dia, ni mucho menos un bobo o un simple. No está en el Quijote pava que el lector se ría de él sin más, sino para dignificar la experiencia de la risa en la conciencia y condición de los seres humildes, esos mismos que, has­ta Cervantes, habían sido simple combustible de la comedia. Más bien es don Quijote, el hidalgo, y al fin y al cabo el noble, el que constituye el objeto fundamental, o al menos inicial, de la parodia en el libro que lle­va su nombre.

Si algo subraya el Retablo jovial de Casona como interpretación crea­tiva de estos episodios cervantinos es la dignidad de Sancho como ser humano común y corriente, vulgar, limitado, desprovisto de una edu­cación superior como consecuencia de un mundo organizado en castas y estratos sociales, que se empeña en presentar como simpático al rústi­co, como objeto de burlas al inocente, como malicioso al villano -como si la maldad fuera exclusiva de la gente socialmente baja-, y como ton­to al que no usa la astucia para enriquecerse a costa de los demás. Ésta es la interpretación ética que subyace a la interpretación literaria de Casona, y que inevitablemente se observa en el texto cervantino. Na­turalmente, se trata de una interpretación ideal, mítica, de lo popular como algo inocente, rousseauniano incluso, no perturbado por el arti­ficio de la civilización. Hay un indudable maniqueísmo en esta actitud. Pero por muy ideal y maniquea que resulte tal interpretación, estamos ante la subversión ética de una poética, es decir, ante la crítica, desde la creación literaria cervantina y casoniana, de una estética o teoría clasi-cista de la literatura que reduce los seres humildes a una impersonalidad y a una indiferencia desde la que es posible y segura la risa espontánea e irreflexiva. Al introducir a Sancho como protagonista de estas burlas, Cer­vantes nos congela la carcajada, nos distancia brechtianamente de los burladores, y nos sitúa ante la posibilidad de reflexionar sobre la legiti-

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midad de una comedia que sólo y siempre decidía acordarse de los hu­mildes para burlarse de ellos. Con la modernidad, personajes nobles, burgueses o poderosos, han sido convertidos progresivamente en obje­to público de risa o comedia. Sin embargo, la reina de Inglaterra sigue sin salir representada habitualmente en los muñecos guiñolescos de las televisiones británicas, y en muy pocas viñetas de la prensa española se atreven los humoristas a caricaturizar a los miembros de la familia real. Sean los sabios académicos y los inmaculados intelectuales comprome­tidos, en ocasiones premiados por las monarquías, quienes respondan a la ingenuidad de mi pregunta.

Esta concepción crítica de los estamentos casticistas del estado está mu­cho más intensificada en el retablo de Casona que en los capítulos insu­lares del Quijote. La actitud de Sancho, disidente desde la modestia fren­te a los cortesanos de los duques, refleja la soberbia de los burócratas y cuestiona hasta la desmitificación los prestigios humanos. Así, por ejem­plo, los rebuznos del rucio de Sancho dialogan, de forma deliberada, por­que así lo dispone el dramaturgo, naturalmente, con las intervenciones del mayordomo, presentado con altivez y desdén:

M A Y O R D O M O : Mayordomo soy de este palacio, con licencia vuestra. (Nuevo rebuzno.)

S A N C H O : Pues a vos mando en primer lugar, señor mayordomo. Cuidad de ese rucio que me ha traído como si fuera mi propio hermano.

M A Y O R D O M O : ¿Qué rucio decís? S A N C H O : Mi pollino, que por no avergonzarle con ese nombre vil, le llamo

rucio por el color de su pelaje. M A Y O R D O M O (altivo): ¿Y pareceos que soy yo hombre para cuidar pollinos?

La orden del cuidado del rucio se reproduce casi hasta el infinito, en una discreta parodia de la actividad administrativa y burocrática, del ma­yordomo al doctor, de éste al cronista, y del cronista al paje, hasta que finalmente «la orden se repite fuera, alejándose, en rigurosa escala de precedencia» (Casona, 1969: 507). Tiene lugar en este contexto una de las declaraciones más desmitificadoras de los honores y rituales huma­nos, cuando Sancho responde al mayordomo, sobre el cuidado del ru­cio: «Y llevad entendido que no será el primer asno que reciba honores por méritos que no son suyos» (Casona, 1969: 507). Cuando personajes humildes como Sancho dejan de ser protagonistas de la carcajada, es de­cir, objeto de risa, para convertirse en sujeto creador o generador de ella, entonces surge una suerte de humor crítico. La risa conlleva cierto desca­ro, alguna irreverencia no autorizada por el poder, si bien muy tolerada y propiciada por las circunstancias que la motivan. Humor es el hombre que habitualmente damos a esa risa que, de forma inevitable y recurrente, nos sitúa ante la causa misma que la ha provocado, cuando esa causa no es otra cosa que una experiencia decepcionante, irreparable y acaso su­perada, que sin duda nos afecta siempre personalmente.

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Vengamos al desenlace7. A lo largo del retablo casoniano la carcajada disminuye con sorprendente rapidez, y el humor se toma cada vez más gra­ve y menos visible. La declaración final de Sancho, síntesis de la interpre­tación creativa que Casona hace del texto cervantino, no es simplemen­te un menosprecio de corte y alabanza de aldea, sino muy especialmente una desautorización, en nombre de la honradez humana, de la ley y de la política subordinadas al ejercicio de la violencia y de la intriga, así como una deslegitimación de la riqueza y del privilegio que se basan en la in­justa distribución de los recursos humanos, o en la discriminación social por razones de linaje o posición económica. Sancho renuncia al poder y a la riqueza a cambio de su tesoro más preciado: su paz personal, una suer­te de bienestar emocional y laico. Podría hacerse de este desenlace una lectura epicureísta o senequista, pero probablemente estamos lejos de acertar, ya que a Sancho no le mueven impulsos morales, y aun menos creencias éticas de tal o cual signo. Sancho es ante todo un hombre pa­cífico, es decir, alguien que desea vivir en paz con su propia conciencia (se­paro, por tanto, de la semántica de este adjetivo toda la corrupción que los actuales movimientos pacifistas han vertido sobre la palabra paz).

S A N C H O (Después de una pausa, con una tranquila tristeza): Digo, señores, que si así es el oficio de gobernar, no es el hijo de mi madre el que nació para esto. (Comienza a despojarse de sus insignias.) Si he de mandar ejér­citos y velar sobre las armas, y sentenciar pleitos a todas horas para que la una parte se vaya contenta y la obra me saque el pellejo, y vivir con el temor de que me maten enemigos a los que nunca ofendí, y no comer ni beber vino, como manda ese médico verdugo..., si todo eso es go­bernar, quédense aquí mis llaves y mis galas, y tómelas el que quiera. A mi trabajo y a mi tierra me vuelvo; que más quiero vivir entre mantas que no morir entre holandas. Devuélvanme mi pollino, mi único amigo fiel, del que no pienso volver a separarme más. Y si algo merezco por lo que hice, sólo pido a vuestras mercedes que me den medio pan y medio que­so, que yo comeré de camino a la sombra de una encina mejor que comí en palacio entre manteles brocados. (Alpúblico.) Ya vosotros, ciudada­nos de esta ínsula Barataría, adiós. Si no os hice mucho bien, tampoco quise haceros mal. Nadie murmure de mí, que fui gobernador y salgo con las manos limpias. Desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano. Adiós, señores. (Telón.)

El texto cervantino difiere bastante del tratamiento que Casona con­fiere al Sancho de su Retablo jovial. En el Quijote, Sancho no anuncia su

7 Desde el momento en que se inicia la secuencia gastronómica, en la que Sancho desea infructuosamente comer todo cuanto el médico le prohibe, la farsa de Casona adquiere las formas de un entremés clásico de figuras, en el que diversos personajes van desfilando delante de un personaje principal, de forma muy semejante a la que se daba en el propio entremés cervantino de El juez de los divorcios. Así desfilan ante Sancho varios litigantes, representados en los arquetipos cervantinos del sastre, el labrador, los viejos que disputan por dinero, un gra­cioso, una buscona y un ganadero.

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decisión, sino que la ejecuta. No deja de ser curioso que, en la pieza tea­tral de Casona, esta secuencia se narre, por boca del propio Sancho, sin que el público llegue a verla representada sobre las tablas, mientras que en la novela cervantina, la misma escena se dramatiza sin narración. To­dos los intermediarios del relato desaparecen en el texto para ceder la palabra y el escenario directamente al protagonista Sancho Panza, que a lomos de su rucio, por su propio dueño enalbardado, dice a los cortesa­nos y burladores ducales:

-Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: de­jadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muer­te presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciu­dades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de de­fender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador, más quiero har­tarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una en­cina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ín­sulas. Y apártense, déjenme ir, que me voy a bizmar, que creo que tengo bru-madas todas las costillas, merced a los enemigos que esta noche se han pa­seado sobre mí [...]. No son estas burlas para dos veces.

Dos veces pone Cervantes en boca de Sancho la palabra libertad. En un sentido más dativo que genitivo, es decir, refiriéndose a una libertad para, y no a una libertad de. Esta última, en su sentido genitivo, expresa una acepción negativa de libertad, según la cual la libertad significa una negación de dependencia respecto a algo o alguien, de inmunidad, en suma, respecto a alguna determinación. Esta es quizá la concepción de libertad que Sancho invoca aquí inicialmente para abandonar la ín­sula; sin embargo, el desenlace final de su discurso, tanto en Cervantes como en Casona, apunta hacia una concepción dativa de libertad, una libertad para actuar uno por sí mismo. Se trata de una expresión positi­va del concepto de libertad, y también metafísica, pues resulta muy difí­cil de determinar en sus condiciones materiales de realización. Puede en­tenderse como una libertad de arbitrio, de elección, bien como libertad para hacer algo y decidir no hacerlo (libertad de contradicción, de ejercicio), bien como libertad para hacer una cosa u otra (libertad de contrariedad, de especificación). De cualquier modo, este último concepto de libertad es metafísico, confuso, difícil de objetivar, porque la idea dativa de la li­bertad (libertadpara) es indisociable de las condiciones materiales que la hacen posible, y porque considerar como equivalentes a todas las con-

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diciones materiales que hacen posible la libertad equivale a retrotraernos a una libertad genitiva ( libertad de), ya que la elección libre es en sí mismo un concepto contradictorio (Bueno, 1992; García Sierra, 2000).

En la obra de Cervantes, Sancho regresa a su mundo, torna a su li­bertad, recupera su yo en el seno de su circunstancia auténtica y genui­

na. En el retablo de Casona, las palabras finales de Sancho reflejan su personal renuncia, con un desdén que emana de la indiferencia, al po­

der político, al privilegio clasista y, sobre todo, a los supuestos valores de un estamento socialmente superior. Tal es el mensaje de la interpreta­

ción creativa que Casona nos presenta en el Retablo jovial de este episo­

dio del Quijote.

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