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El Perú de mediados del siglo XVIII muestra ca-racterísticas sumamente interesantes y fundamenta-les para entender el desarrollo de procesos y acon-tecimientos claves del ocaso del dominio colonial ydel inicio de la república. Este capítulo presenta unesbozo de esa situación.

SOCIEDAD Y POLÍTICA

DemografíaLa población nativa del Perú alcanzó su punto

más bajo a principios de los años 1720, como resul-tado de una serie de epidemias devastadoras queagudizaron el proceso de decrecimiento demográfi-co iniciado en el siglo XVI. Hacia 1750 ya se habíarecuperado la población y, salvo la baja temporalcon la rebelión de 1780, creció para lo remanente dela era colonial. El censo de 1792 dio 1 076 122 ha-bitantes. Hacia 1812 el crecimiento natural, en par-ticular entre la población indígena, y la reorganiza-ción territorial arrojaron un total de alrededor de 1millón y medio de habitantes.

Al desagregar los totales se revela un crecimien-to sustancial de las razas mestizas y blanca. El cen-so de 1792 indicaba que en el Perú la proporción deespañoles e indios era de 13% y 56%, respectiva-mente. Las castas libres constituían el 27% restante,además de 40 mil negros y mulatos esclavos, la ma-yoría en la intendencia de Lima.

EL OCASO DEL IMPERIOEL OCASO DEL IMPERIOESPESPAÑOL EN EL PERÚAÑOL EN EL PERÚ

ILA COLONIA CRIOLLA

“El capeador” (Esteban Arredondo) por A.A. Bonnaffé, 1855.Arredondo era considerado uno de los mejores capeadores de

la plaza de Acho, en la Lima del siglo XIX.

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A diferencia de otras partes de América, el Perúno recibió oleadas significativas de inmigrantes es-pañoles ni nuevos contingentes importantes de es-clavos. El país no era atractivo, dadas sus escasasoportunidades económicas y burocráticas.

La población blanca estuvo concentrada en ocerca de las ciudades y pueblos. Las provincias deLima, Arequipa y Cuzco juntas tenían el 42% de lapoblación española del virreinato en 1792, en sumayoría residentes en las ciudades (Cook 1981;Burkholder-Johnson 1990: 237 y 264).

La “era de la impotencia”Con los ajustes que estableciera el virrey Fran-

cisco de Toledo en el siglo XVI, el virreinato perua-no consolidó sus posiciones políticas. Cubría un ex-tenso y rico territorio gobernado desde Lima, ciu-dad pacífica tanto por ser bañada por el océano deese nombre como por su ubicación, que la eximíadel mundanal movimiento de una colonia situadaprincipalmente en la serranía peruana.

Con la consolidación del régimen político colo-nial se afianzó también la estructura social. Domi-nada por los propietarios indianos, esta sociedadera compleja en su composición. A los factores ne-tamente sociales de ordenamiento se unieron ele-mentos étnicos y culturales. La movilidad social fuemuy escasa y estuvo presente en el ascenso de cier-

tos representantes de las naciones indígena, mestizay negra al grupo dominante, así como en el descen-so de españoles sin fortuna económica al nivel de laplebe.

En lo general, la estructura jerárquica socioeco-nómica basada en razas, ocupaciones y riqueza, cul-tura, afiliación corporativa y privilegios legales quefuera desarrollada en el siglo XVI persistía a finesdel siglo XVIII (Tord-Lazo 1980; Burkholder-John-son 1990).

Pasado el auge económico que significó el ciclode la plata potosina, aproximadamente hacia la se-gunda mitad del siglo XVII la colonia se reorganizóeconómica y socialmente. Mayor importancia tuvie-ron las “granjerías” (agricultura, industria y comer-cio) articuladas por la actividad minera, pero orien-tadas “hacia adentro”.

Como consecuencia de este proceso, se crea unacolonia más ligada a las necesidades internas que alas externas. Fomentando las actividades económi-cas locales, se sentaron las bases para un ampliomercado incentivador de tales actividades y se posi-bilitó la política exportadora española hacia Améri-ca. Se fomentó la granjería que ampliaba el merca-do colonial para los productos del tráfico atlántico(incluido el subrepticio). Las urgencias financierasmetropolitanas vinieron a completar la figura. Elpoderoso virreinato peruano se manejaba casi a sulibre albedrío. De ahí que se entienda mejor la ra-cionalidad de la desatención sistemática de las colo-nias por parte de la metrópoli (Andrien 1985).

Las restricciones para los funcionarios colonia-les fueron cayendo en el olvido. Con salarios insu-ficientes y plazos prolongados, no tardaron en re-currir a maniobras ilícitas para compensar sus habe-res y lucrar en sus cargos.

Si en un principio la mayoría de los funcionarioseran “gachupines” (originarios de la península),pronto echaron raíces casándose con hijas de crio-llos y entrando en negocios con ellos. Así también,los hijos de criollos ligados a los pilares de la eco-nomía local fueron accediendo a los cargos públi-cos, en especial cuando la corona los puso a remate(Lohmann 1974 y 1983; Bronner 1978).

Curiosamente, los remates empezaron por laparte más sensible de la organización colonial: lareal hacienda. En 1633 se inició la venta de lospuestos en las cajas reales de América. En la mismalínea, en 1678 se autorizó la venta de corregimien-tos de españoles y de indios. En 1687 se inició laventa pública de oficios en las audiencias. El gatofue encargado de cuidar la despensa.

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Una acuarela del siglo XIX que ilustra una escena festiva en Amancaes.

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La corrupción (inclu-yendo el contrabando)significó en verdad unapráctica habitual dentrodel sistema, un mecanis-mo que permitió la con-vivencia –equilibrio deintereses– entre el Esta-do, la burocracia y lasoligarquías regionales.La corrupción abarcó to-dos los niveles y tipos defuncionarios. Fue un au-téntico mecanismo desupervivencia, que per-mitió la coexistencia delas tres fuerzas (corona, burocracia y oligarquías re-gionales) (Andrien 1982; Pietschmann 1982).

Las verdaderas beneficiarias de la corrupción yla venalidad de los oficios fueron las elites criollas ypeninsulares, que consiguieron introducirse en elaparato estatal y hacer prevalecer allí sus interesesprivados. Los miembros de la elite colonial apren-dieron pronto que servir a los intereses de la coronacastellana era una buena forma de ser útiles a símismos. Gobernaban la colonia, participaban en ladistribución de la renta fiscal y gozaban de los“aprovechamientos” propios del ejercicio de la au-toridad (Lazo 1993).

En tanto que los criollos ricos favorecían antetodo la imposición de un orden legal y práctico con-forme a sus expectativas, el grupo de dominio socialy económico de las colonias devino en elite de po-der. El Estado metropolitano perdió virtualmente elcontrol sobre el gobierno de las Indias durante esa“era de la impotencia” (1680-1740) que describenBurkholder y Chandler (1984), hasta las reformasborbónicas o “era de la autoridad”, a partir del rei-nado de Fernando VI (Andrien 1982: 49-71; Ham-pe 1992: 107-112).

ECONOMÍA

La economía en el Perú colonial giraba en tornoa las minas de plata y azogue. A su vez, la produc-ción minera permitió una vasta actividad producti-va a distintos niveles. Grandes unidades producti-vas convivían con otras menores pertenecientes arepresentantes de las distintas castas.

La población indígena debía suministrar manode obra para las grandes unidades productivas bajola modalidad de la mita, circunscrita a los principa-

les centros mineros. Sinembargo, los propieta-rios no beneficiarios deltrabajo mitayo obteníantrabajadores a través deun mecanismo compul-sivo muy simple que,con diversos nombres ymodalidades, se encuen-tra en otros momentosde la historia peruana.

MineríaConstituyó el “mo-

tor” de la colonización yel eje de la economía pe-

ruana. La prioridad, sin embargo, estuvo en Potosíy Huancavelica. Los demás yacimientos no recibie-ron la misma atención ni apoyo por parte de las au-toridades coloniales. La pequeña minería fracasódebido principalmente a la escasa inversión, la ex-plotación irracional, la baja ley del mineral, la faltade mano de obra, la ausencia de créditos y lasinundaciones. Los centros pequeños tuvieron unaexistencia efímera y no llegaron a generar los cir-cuitos comerciales que sí surgieron en Potosí yHuancavelica.

Ya en el siglo XVIII Potosí no era ni la sombra delo que había sido hasta mediados del XVII, cuandoconcluyó el ciclo productivo boyante. Los puntosmás bajos se produjeron en 1711-1715 en acuña-ción (cerca de 6 millones de pesos) y en 1738 conlas más bajas recaudaciones por concepto de quin-tos reales. A lo largo del siglo la recuperación fuemuy leve. En 1746-1750 alcanzó los 10 millones depesos y hacia 1790 se aprecia una elevación de un50%. El mineral de Huancavelica también estaba endecadencia en el siglo XVIII (Brading-Cross 1972;Fisher 1977; Bakewell 1984; Arduz 1984; Lazo1992).

En tiempos críticos continuó la producción gra-cias al uso intensivo de la mano de obra (mitaya so-bre todo) y a pequeñas inversiones. Se aprovechabaasimismo el mineral anteriormente descartado porsu baja ley.

La mita era la principal fuente de mano de obrapara las minas de Potosí y Huancavelica. Esta espe-cie de “subsidio” debía ser cubierta en Potosí porlos indios de dieciséis provincias bajoperuanas y al-toperuanas, en tanto que a Huancavelica llegabandesde trece provincias de la sierra central. La mitaera detestada por ser forzada y por involucrar al

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Tumulto ocurrido en 1739 en la ciudad de Cuenca, en el queestuvieron involucrados expedicionarios franceses dirigidos

por Charles la Condamine.

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pleno de la familia campesina que, al cumplirla, de-satendía sus propios intereses.

Por lo general, el trabajo no fue intensivo sinoextensivo. Para alcanzar una mayor producción serecurría al incremento de la fuerza laboral en vez deaplicar técnicas sofisticadas. Igualmente elementalera la división de tareas (Tandeter 1981: 50; Cole1985; López, Luque y Alcalá 1986; Luque 1993).

Los mineros dependían del capital comercial.Los comerciantes que les proporcionaban recursoseran llamados “aviadores”, agentes de los grandesmercaderes de la ciudad, que cobraban con creces alcomprar la producción a precios exiguos. Éste fueuno de los factores que impidieron una mayor in-versión por parte de los propios mineros.

En el siglo XVII y la primera parte del XVIII laminería no lograba dinamizar la economía regionalcomo antaño (baja producción y escasa población).

AgropecuariaEstuvo muy ligada a la producción minera en

sus ciclos productivos. Las unidades productivasmayores fueron las haciendas, plantaciones y estan-cias. Las primeras comúnmente estaban dedicadas ala producción diversificada de panllevar para con-sumo interno, con vínculos permanentes con elmercado de villas, obrajes y minas. Incluían tierrasadministradas por el propietario, parcelas arrenda-das a personas libres bajo diversas modalidades ytierras de yanaconas o peones (Glave-Remy 1983;

Harris, Larson y Tandeter 1987; Manrique 1985;Mörner 1977; Spalding 1984).

Las plantaciones eran unidades especializadasen determinados productos destinados al mercadolocal y/o exterior. Los principales cultivos fueroncaña de azúcar, algodón, vid, trigo, forraje, cacao ycoca. La técnica “moderna” era combinada en lacosta con mano de obra esclava y trabajadores libresque recibían, al menos nominalmente, un salario.

El más importante centro productor de azúcarfue la costa norte y central (Trujillo, Lambayeque yLima). Su producción se dirigía a los mercados deChile, Guayaquil, Nueva Granada y Panamá. Otrocentro de importancia fue la sierra de Abancay y elCuzco, que abastecía el mercado altoperuano y rio-platense. Si bien en el XVIII se manifiesta una decli-nación en los niveles productivos de la costa y lasierra peruanas, hacia fines de ese siglo el rubroazúcar en las exportaciones era considerable, enparticular a Chile y al Alto Perú (Ramírez 1973 y1991; Burga 1976; Polo 1976; Cushner 1980: 117-119; Klein 1986).

Las plantaciones no se limitaban a los cultivosseñalados. Incluyeron algunas operaciones transfor-mativas elementales. Tenían trapiches y talleres per-manentes para la producción de chancaca, miel yaguardiente de caña, que vendían ampliamente enlos centros mineros, ciudades y villas.

Los viñedos estuvieron concentrados en la costade Ica, Arequipa, Moquegua y Arica. Producían vidque transformaban en vino y aguardiente de uvadestinados al mercado de ciudades y centros mine-ros a lo largo de toda la América del Sur y Guatema-la, especialmente el Alto Perú y Chile. Las planta-ciones incluían obrajes de vidrio (Ramos 1989).

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Plaza de Huancavelica por José Sabogal, 1932.

Plano de los huertos y tierras de Pisac, Cuzco, siglo XVIII.

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El algodón se produjo en plantaciones ubicadasprincipalmente en Piura, Ica, Arequipa, Arica y lacosta norte. Su mercado era igualmente amplio enSudamérica. Se exportaba en tocuyo y lienzos, perotambién en rama para los obrajes quiteños.

El arroz se producía en Lambayeque y se expor-taba a las ciudades y centros mineros (Hualgayoc) ya Chile. Las plantaciones de coca se ubicaban en lascálidas zonas de la selva alta. Su cultivo estuvo rela-cionado con otras actividades económicas (espe-cialmente la minería). En realidad, la coca resultóser el medio de pago a la población indígena.

Las estancias eran unidades principalmente pe-cuarias, generalmente en las zonas elevadas, quecombinaban la crianza de ovejas con el cultivo depanllevar, la producción y transformación de mate-rias primas en obrajes.

Industria transformativaLa mayor producción industrial en tiempos co-

loniales se efectuaba en los llamados obrajes. Erancomplejos industriales productores de telas burdasde algodón y lana (jergas, paños y pañetas, cordella-tes, bayetas y pabellones), sombreros, vidrio, man-teca, tintes, etc. La geografía de los obrajes es am-plia. Los principales centros textiles peruanos fue-ron Tarma, Jauja, Cajatambo, Huaylas, Conchucos,Huamalíes, Cajamarca, Huamachuco y Quito haciael norte; Vilcashuamán, Abancay, Chilques, Mas-ques, Quispicanchis, Chumbivilcas, Canas y Can-chis hacia el sur.

Los obrajes eran centros de producción en granescala, que reunían entre 150 y 500 trabajadores.Otras unidades menores, llamadas “chorrillos”, sediferenciaban por tener menos trabajadores (10-12), más bajos niveles productivos y telas de menorcalidad. La producción de los obrajes era más espe-cializada y variada. Estuvieron ligados a lasestancias ganaderas (Mörner 1977; Salas1979 y 1984; Tord-Lazo 1981).

Había obrajes con niveles de producciónrealmente altos, en especial, los de Cajamar-ca, Huamachuco, Huamalíes y el Cuzco, queabastecían un vasto mercado desde Quito alnorte hasta Potosí y Oruro en el sur (Tord-Lazo 1981).

Cuando en 1631 fue prohibido el comercio detextiles entre México y el Perú se alentó el desarro-llo de los obrajes locales peruanos. Desde entonceslos obrajes quiteños y cuzqueños tuvieron mayoresposibilidades de maniobra en el vasto mercado an-dino (Miño 1991: 108).

La transformación en las ciudades se dio en ta-lleres artesanales. En ellos, el maestro confecciona-ba la obra con un grupo muy reducido de ayudan-tes (oficiales, peones y aprendices, libres o escla-vos). Su producción fue muy escasa y destinada aun mercado restringido, estamental y frágil. Impor-tantes dentro de la ciudad, las labores artesanales norepresentaban mucho en comparación con las de-más actividades productivas y comerciales del vi-rreinato. Desde principios de siglo atravesaban unacrisis acrecentada por momentos debido a las impo-siciones fiscales y las importaciones concurrentes.

El régimen gremial tuvo una vigencia parcial.Sólo rigió en la medida en que interesaba a losmaestros de taller más importantes en los oficios.En la práctica, los gremios artesanales habían sidoreemplazados por un funcionario designado por elvirrey que recibía el título de maestro mayor –unaespecie de cacique de un oficio urbano–, encargadode la vigilancia social y el manejo económico de suscolegas (Quiroz 1986, 1990, 1991).

La innovación técnica y tecnológica fue mínima.Se seguía empleando la técnica importada en el si-glo XVI junto a la nativa. En minería, por ejemplo,luego del reemplazo de la guayra (horno de barro)por la amalgamación de azogue no hubo mayorcambio en el trabajo de la plata.

Hacia el siglo XVIII prevalecía la mita como for-ma de trabajo principal. Sin embargo, la relativa es-casez de mano de obra obligaba a combinar la com-pulsión con el incentivo económico para atraer a

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La hacienda de Piccho en el Cuzco, siglo XVIII. Estahacienda fue parte del importante patrimonio rural dela Compañía de Jesús en el Perú. En 1779 fueadquirida en remate por Bernardo Peralta.

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trabajadores a las unidades productivas. Se tuvo querecurrir a trabajadores libres, pero los salarios quepercibían, las más de las veces, eran sólo nominalesy hacían referencia más a lo que podía adeudar elempleador al trabajador o viceversa. Sólo los traba-jadores más calificados y de confianza percibían re-muneraciones reales.

Inclusive en las unidades productivas más pro-gresistas se empleaba una fuerza laboral forzada osemiforzada. Muy común fue el pago por adelanta-do en busca de establecer relaciones asimétricas deendeudamiento y, a través de ellas, obligar a loscampesinos a acudir a las unidades productivas. Lamisma presencia de esclavos y mitayos entre el sec-tor trabajador dice mucho acerca de las relacioneslaborales arcaicas que persistían.

ComercioEl origen del poderío económico y político de los

grandes comerciantes estaba en el sistema mercantilcolonial. Lima era el centro comercial más importan-te en una vasta área comprendida entre Panamá yBuenos Aires, en tanto que el comercio de importa-ción de manufacturas europeas era monopolizadopor el sistema de flotas de galeones entre los puertosde Sevilla-Cádiz y Portobelo (Panamá). En este últi-mo puerto se realizaban ferias a las que acudían losgrandes comerciantes del tribunal del Consulado li-meño a abastecerse en forma obligatoria.

Con el sistema de navíos de registro y la restric-ción de su monopolio en Buenos Aires y Chile, Li-ma no perdió su importancia, pues se veía compen-sada con la posibilidad de relacionarse directamen-te con la metrópoli (obviando la onerosa interme-diación de Panamá). La exclusividad mercantil, eljuego de precios en la metrópoli y las restriccionesproductivas en las colonias permitieron el funciona-miento de este sistema diseñado para satisfacer lasnecesidades fiscales de la corona y los intereses dela elite comercial metropolitana e indiana, conde-nando a las economías coloniales a la monoproduc-ción minera, de materias primas y de alimentos(Tord-Lazo 1981; Bernal 1987; Suárez 1995).

Lima seguía siendo uno de los puntos álgidosdel comercio interregional. Articulaba circuitos co-merciales que vinculaban las provincias internas através de los arrieros. Los principales circuitos eranLima-Huancayo-Huancavelica, Lima-Huamanga-Cuzco-Potosí, las rutas llamadas de los Valles alnorte y al sur de Lima y sus conexiones a la sierra.

Sin embargo, de todas maneras los intereses li-meños y sur andinos se vieron afectados por la reo-

rientación comercial hacia el Atlántico. Hacia me-diados del XVIII el Alto Perú y la zona del Plata ad-quirieron mayor relevancia. Aunque dependientedel comercio limeño, Chile empezaba a manifestaruna cierta autonomía comercial al diversificar sutrato con otras zonas.

El sistema monopólico no resultó eficaz: la pro-ducción peninsular no llegaba a cubrir las necesida-des del tráfico colonial, y tampoco era posible vigi-lar estrictamente sus vastos dominios. En especial,hacia el cambio del siglo XVII al XVIII los interesesextranjeros se imponían en el comercio atlántico.Inglaterra, Francia y Holanda parecían las verdade-ras metrópolis de América (García Baquero 1988 y1992).

El contrabando se constituyó, a la vez, en uno delos más importantes escollos para el monopolio es-pañol y en una de las vías articuladoras de la econo-mía indiana. Los portugueses organizaron un tráfi-co alternativo considerable desde su colonia Sacra-mento, que luego fuera utilizada también por los in-gleses. Éstos, además, basaron su comercio furtivoen Jamaica, Barbados, Buenos Aires y sus embarca-ciones balleneras en el Pacífico. Franceses y holan-deses también mantuvieron un activo comercio decontrabando con la América española. El Perú tuvoun contrabando “indirecto”: a través de Buenos Ai-res y la conexión Panamá-Paita. Era el último esla-bón de una vasta cadena de comercio, ya no tan so-terrado en el XVIII.

Los propios comerciantes españoles e indianospracticaban el contrabando en forma abierta o en-cubierta. En particular, al manifestar menores mon-tos de mercaderías de los que realmente se interna-ban y recurriendo a diversas otras modalidades dedefraudación aduanera (García Baquero 1988: 215-224; Malamud 1986; Aldana 1992b).

El repartoLlamado también repartimiento de los corregi-

dores. Consistió en la distribución compulsiva demercaderías que realizaban estos funcionarios entrela población indígena y mestiza de su jurisdicción.Práctica usual desde la segunda mitad del sigloXVII, hacia fines de esa misma centuria adquirióuna importancia crucial como medio sistemático yfundamental para el funcionamiento del régimeneconómico y social del virreinato. Fue legalizado apartir de 1751 (Tord 1974; Moreno 1977; Golte1980; Bonilla 1991a).

Por este “comercio” forzoso las autoridades pro-vinciales, financiadas por el capital comercial, re-

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partían a los campesinosmercaderías de origeneuropeo o provenientesde otras subregiones delvirreinato. Con el repartoobligaban a éstos a rom-per su enclaustramientoen una economía nomercantil y a ingresar enel sector mercantil ofre-ciendo sus productos omano de obra, ya que so-lamente así podían obte-ner el dinero necesariopara pagar las mercade-rías repartidas a la fuerza.

Este sistema incluyó adiversos sectores socia-les. Mediante él, produc-tores y comerciantescontaban con un merca-do cautivo para sus mer-caderías (sin importar suutilidad) y los funciona-rios tenían un ingresoasegurado. Dado que lasventas eran al crédito y aprecios inflados artifi-cialmente, generaban deudas que obligaban a la po-blación indígena y mestiza a ingresar a las unidadesproductivas (minas, haciendas, obrajes) y a entablarrelaciones mercantiles pues necesitaban vender par-te de su producción para cubrir las deudas. Así segarantizaba el funcionamiento de los centros pro-ductivos: recibían productos agropecuarios y manode obra campesina, los obrajes contaban con unmercado para sus productos (en combinación conel corregidor) y se alimentaba una extensa red deintermediarios entre los productores (locales y forá-neos) y los compradores finales (la población indí-gena y mestiza).

Otra dimensión del reparto fue su uso para el es-tablecimiento de un sistema de producción disemi-nada. Los comerciantes repartían dinero en efectivo,artículos por terminar, mulas e instrumentos (ara-dos) y, con la ayuda de las autoridades, recogían laproducción en una suerte de putting out system pri-mitivo y compulsivo. En el norte, por ejemplo, serepartía algodón para ser hilado y tejido (Ramírez1991: 143; Larson 1988: 121-129).

Este sistema jugó un papel muy importante enel reforzamiento del poder de los corregidores,

quienes pudieron ubicar-se en posiciones privile-giadas en las provincias.Establecieron firmes re-laciones con los comer-ciantes y los productoreslocales para la venta deproductos y el recluta-miento de mano de obra.Los caciques localesprestaron su colabora-ción en estas tareas, loque acarreó diversosproblemas entre corregi-dores y curas por el con-trol sobre la poblaciónindígena y mestiza de lasdoctrinas, dado que éstaera usada como mano deobra, fuente de recursospor obvenciones e im-puestos en favor de laiglesia, y mercado de la

producción de sus obrajes y haciendas (Tord-Lazo1981).

FISCALIDAD

El sistema impositivo colonial se caracterizó porsu complejidad. De un lado estaban los impuestospropiamente dichos; de otro lado, los tributos. Losprimeros eran pagados por la población libre querealizaba alguna actividad económica o burocrática.Los segundos debían ser satisfechos por la pobla-ción indígena.

Los principales impuestos afectaban a la produc-ción y el comercio. Así, la producción minera paga-ba el quinto real (20% de la extracción). Los pro-ductores rurales debían pagar a la iglesia el diezmoy las primicias, es decir, el 10% más los primerosfrutos de la producción agropecuaria. Los dos nove-nos de la “masa decimal” debían ser entregados a lacaja real. No tuvo éxito la iglesia para imponer a losartesanos (urbanos y rurales) el llamado diezmo in-dustrial (Quiroz 1990).

De otro lado, todas las operaciones mercantilesestaban afectas al pago de alcabalas. Para los efectos

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Acuarela del siglo XVIII quemuestra a un indio de la sierra de La Libertad.

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de la cobranza, y dado que la sociedad estuvo orga-nizada en cuerpos, se estableció un sistema corpo-rativo en el pago. Se dividió la alcabala en dos: unadel “viento” y otra del “cabezón”. Todos aquellosque internaban un producto a una ciudad debíandeclararlo en la caja real y pagar la alcabala corres-pondiente al 2% del precio de venta. Como eran co-merciantes sueltos su pago se llamaba del “viento”.En cambio, a los comerciantes y artesanos estableci-dos en las ciudades se les incorporó a cuerpos lla-mados genéricamente gremios. Un cálculo hechopor peritos y debatido por los interesados y la prác-tica de largo aliento, determinaba el monto que laciudad y, dentro de ella, cada cuerpo debía pagar.Para ello existían padrones confeccionados y actua-lizados permanentemente donde se consignaban losnombres de los contribuyentes (“cabezones”).

El comercio ultramarino pagaba en las aduanasel impuesto de las “averías” –cuando el tráfico erainteramericano– y el arancel, tarifa o almojarifazgoen el comercio atlántico.

También el ejercicio de cargos burocráticos estu-vo gravado con la “media annata”, que consistía enel pago adelantado de la mitad del haber que debíarecibir en un año quien accedía a un cargo (Escobe-do 1986).

Internamente, los municipios establecieron cier-tos cobros especiales. Entre ellos destacó la “sisa” oimpuesto a la introducción de cabezas de ganado ala ciudad. Los ganaderos (representados en el cabil-do) estuvieron exceptuados.

El caso de los tributos es distinto. No respondíaal ejercicio de alguna actividad. Por el contrario, se

trataba de una capitación a manera de “indemniza-ción de guerra” que debían pagar los nativos deAmérica por haber sido vencidos en el proceso deconquista.

Era pagado en trabajo (mita) y en dinero (o enespecie) por la población masculina entre los 18 y50 años de edad. Los únicos exceptuados eran losindios nobles (curacas o caciques) que debían cola-borar en el cobro. En la práctica hubo más excep-tuados (llamados “reservados”) como casos espe-ciales. Los mismos cobradores (corregidores) y loscuras doctrineros buscaban tener indios reservadospara aprovechar su fuerza laboral. De ahí que sea di-fícil establecer la cantidad real de tributarios pese ala existencia de padrones.

Como se pagaba en los pueblos de indios, los tri-butarios huían muchas veces para ubicarse en otrospueblos en calidad de “indios forasteros” o refugiar-se como yanaconas en haciendas, obrajes, minas,ciudades. Mientras podían localizarlos, los curacasy mandones reclamaban los tributos y los obligabana mitar. Para evitar esta última obligación el indiodebía abonar una cantidad de dinero que resarciríaal minero por no poder contar con su trabajo. Estamodalidad se llamaba la mita de “faltriquera” y eraotro mecanismo de sujeción del indígena a los cen-tros productivos, ya que sus dueños pagaban los tri-butos de los forasteros a fin de asegurar su mano deobra.

En el siglo XVIII la cantidad de indios foraste-ros sobrepasaba a la de los originarios, sobre todoen las provincias altoperuanas. Pagaban la mitaddel tributo y, por lo general, estaban exonerados de

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Cerro mineral dePomasi, Lampa, Puno.Esta ilustración fuepublicada en laColección de memoriascientíficas (Bruselas,1857) de MarianoEduardo de Rivero.

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los turnos de las mitas, lo que fue una especie detransacción entre los cobradores y los propietarioslocales. Ambas partes estaban interesadas: la pri-mera cobraba algo siquiera, que pagaba la segundacon lo que aseguraba una mano de obra distribuidapor la primera.

En el censo de 1754 se contabilizaron en Chu-quisaca 15 366 indios forasteros y sólo 10 985 tri-butarios; en La Paz 14 244 forasteros y 10 550 tri-butarios. En tanto, en el Cuzco la diferencia era me-nor: 12 083 y 10 711, respectivamente (O’Phelan1988: 70).

Este sistema fiscal fue manejado por los propie-tarios locales en función de sus intereses. Lo máscomún era la evasión o, al menos, el pago en meno-res cantidades de lo correspondiente. Los intentosde mejorar la situación fiscal por parte de las auto-ridades metropolitanas encontraban una fuerte opo-sición de los funcionarios corruptos y los contribu-yentes locales.

El resultado fue un aprovechamiento particulary grupal de la recaudación. Ya a fines del siglo XVI,el 50% de la renta fiscal era consumido en el propioterritorio virreinal. En el siglo XVIII la situación eramás grave. De un ingreso total ascendente a 261917 613 pesos, se remitieron a España 12 646 972pesos, es decir, sólo un 5% del total fiscal recauda-do en todo el siglo.

México reemplazó al Perú como proveedor derecursos a la metrópoli. Entre 1651 y 1660 el Perú

envió 8,6 millones de pesos a la corona contra 4,3millones mexicanos. Ya en los años 1660 las reme-sas mexicanas superaban a las peruanas. Durante ladécada 1741-1750 las peruanas cayeron hasta 500mil pesos, en tanto que las mexicanas se incremen-taron hasta 6,4 millones. En el decenio siguiente lacontribución mexicana creció hasta más de 16 mi-llones, mientras que el Perú no enviaba nada (Burk-holder-Johnson 1990).

Claro que las remesas de particulares fueroncuantiosas. En esto, precisamente, consistió la ra-cionalidad del sistema. Entre 1761 y 1775 los cau-dales enviados para el rey fueron de 1 828 627 pe-sos, en tanto que los caudales particulares declara-dos salidos por el Callao ascendieron a 71 678 540pesos (Tord-Lazo 1981: 87).

Cuadro 1DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO FISCAL

CAJA MATRIZ DE LIMA(en pesos de a ocho)

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1700-39 52 594 919 4 798 160 4,8 47 796 759 95,2

1740-84 129 399 996 3 269 615 3,3 127 130 381 98,2

1785-99 79 922 698 4 579 067 4,6 75 343 631 95,4

Período Ingreso Envíos a % Gastos de %total España gobierno

Fuente: Tord-Lazo 1981; Cuadro 2

IILAS REFORMAS BORBÓNICAS

John Lynch ha llamado con razón a las reformasborbónicas la segunda conquista de América(Lynch 1976: 15). A través de esta “reconquista”,España trató de volver a tomar las riendas de un sis-tema colonial que en buena medida se le había es-capado de las manos. Las reformas deben entender-se en el marco de la reestructuración del imperio es-pañol con miras a alcanzar una posición menosmarginal en el contexto europeo. Luego de haber si-do la primera potencia dos siglos atrás, en el sigloXVIII España se veía relegada cada vez más por nue-vos estados.

Las reformas abarcaron los más diversos aspec-tos de las relaciones entre la metrópoli y sus colo-nias. Sin embargo, no fueron emprendidas de mane-ra sistemática, global, ni se dieron en un lapso de-terminado. Ocupan un espacio temporal sumamen-te vasto y fueron precedidas por cambios que afec-taron los pilares de la dominación hispánica enAmérica. Habitualmente se consideran los años1762 (la toma de La Habana por los ingleses) y1787 como sus hitos inicial y final.

España debía obtener los beneficios que los par-ticulares tenían en sus colonias, modificando el sis-

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tema fiscal, comercial y político de sus dominios. Elprincipio rector fue el centralismo autoritario y mo-nopólico tanto en lo político como en lo económico(Fisher 1979; Anna 1983: 31-32).

SUSTENTO

La inspiración evidente de las reformas estuvoen la experiencia del despotismo ilustrado francésrepresentado por Floridablanca, Aranda y Campo-manes durante Carlos III. Las ideas reformistas es-tuvieron contenidas en la obra del ministro de gue-rra y hacienda José del Campillo (escrita en 1743 ypublicada recién en 1789, pero divulgada casi intac-ta por Bernardo Ward en 1759). Su iniciativa eramuy vasta, básicamente económica y política. Encuanto a América, se reducía a asignarle el verdade-ro papel de las colonias: proveedoras de materiasprimas y mercado de venta para los productos de la

manufactura metropolitana. El sistema de intenden-cias se propuso activar la economía española a tra-vés del comercio colonial y optimizar la administra-ción para asegurar el control de la población y la fis-calidad (Basadre 1973; Kuethe-Blaisdell 1991; Fon-tana 1987).

Campillo insistía en que el escaso comercio in-terno indiano a tolerarse debía ser practicado por“españoles domiciliados en España, no en Indias”.De su lado, Campomanes, en 1762, propuso impe-dir a los americanos la producción de artículoscompetitivos con los de España, para mantener “ladependencia mercantil, que es la útil para la metró-poli”. Jovellanos recalcaba que las colonias seríanútiles en la medida en que representasen un merca-do seguro para el excedente de la producción indus-trial metropolitana (Ezquerra 1962; Fontana 1991).

En Europa las ideas del liberalismo económicoiban dejando atrás a las mercantilistas. La economíade “antiguo régimen” española recibió las ideas li-berales hacia mediados del siglo XVIII. Sin embar-go, en España no reinaban aún los principios de li-bertad de acción, libre competencia y no interven-ción estatal ni en su política interna ni en la colo-nial. La industria poco desarrollada y el predominiode los Cinco Gremios Mayores de Madrid en el co-mercio externo no permitían augurar un prontodespegue industrial. Urgía una reforma económicaque contemplara, por lo menos, el fomento de laproducción y el despegue industrial, la simplifica-ción tributaria, la introducción de mecanismos paramorigerar la brecha en la balanza de pagos, y unainnovación en la fábrica de la moneda que abarcarasus aspectos administrativos, técnicos y el creci-miento de las rendiciones monetarias. Sin embargo,elementos básicos no se hallaban del todo resueltosen la península (Lazo 1993).

Un informe del Consejo de Indias del 5 de juliode 1786 todavía decía: “conviene fomentar en losdominios de América la agricultura y produccionesque allí ofrece pródigamente la naturaleza y sirvende primeras materias para las manufacturas y com-puestos de las fábricas de España, con lo cual a untiempo se atiende y favorece igualmente al comerciode ambos continentes”. Conforme a esto, Españadebía reservarse las actividades industriales y abas-tecer con sus productos a las colonias. En 1790 elvirrey Francisco Gil de Taboada y Lemus explicabacon meridiana claridad las consecuencias de la po-lítica española en América: “La metrópoli debe per-suadirse de que la dependencia de estos remotospaíses debe medirse por la necesidad que de ella

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José Manuel de Guirior reemplazó en el cargo al virrey Amata fines de 1776. Su autoridad se vio seriamente amenazada

por el visitador José Antonio de Areche, quien frecuentementesobrepasó los límites de sus atribuciones.

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tengan, y ésta por los consumos, que los que nousan nada de Europa les es muy indiferente queexista, y su adhesión a ella, si la tuvieren, será vo-luntaria” (Konetzke 1976).

No fue fácil implementar las reformas. En Espa-ña la idea tuvo acogida en los altos círculos gober-nantes, pero tardó en penetrar en los demás secto-res de la sociedad. En América se encontraban losinteresados en que nada cambiase, por lo que pocose podía esperar de la cooperación en ultramar. Lapropia corona no estaba plenamente decidida a em-prender las medidas en forma drástica.

REFORMAS COMERCIALES

España ingresó al siglo XVIII en medio de gravesdificultades que serían decisivas para el cambio im-perial. Tres guerras europeas (Sucesión Española de1701 a 1713, Sucesión Austríaca de 1740 a 1748 yla de los Siete Años de 1756 a 1763) hicieron tam-balear al imperio.

En un primer momento, España buscó fortalecersu monopolio comercial. Sin embargo, la realidad lahizo restringirlo y en 1701 permitió a navíos fran-ceses entrar a los puertos coloniales para hacer re-paraciones. El primer gran paso en este rumbo fueel tratado de Utrecht que concedió a los ingleses elllamado navío de permiso y el tráfico negrero en susdominios. Desde 1715 a 1738, más de 60 navíos in-gleses entraron a Bue-nos Aires con esclavosy abundante mercade-ría. Además, hacia Bue-nos Aires fluía el co-mercio ilícito tambiéndesde la colonia portu-guesa. Ése era el primerpaso hacia Lima.

El navío de permisoa la feria de Portobelotambién causó dificul-tades al comercio espa-ñol. Los ingleses en-viaban navíos mayoresa los autorizados yvendían textiles másbaratos y libres de im-puestos. Los bienes in-gleses se vendían a unprecio 30% menor queel de los productos im-portados desde España.

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Francisco Gil de Taboada y Lemus asumió las funciones devirrey en 1790 y durante su gobierno brindó decidido apoyo alas expediciones científicas que arribaron al Perú, como la de

Alejandro Malaspina.

Portobelo, Panamá, puerto en la costa del océano Atlántico. Portobelo fue un punto estratégico enel mundo comercial de la América española.

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Desde los años 1720 la corona fue autorizandonavíos de permiso directos desde Cádiz a los puer-tos atlánticos. Buenos Aires se convirtió en una fe-ria que abastecía las mercaderías hacia el Alto Perúy Chile, pese a las protestas de los comerciantes delConsulado limeño. Durante la guerra con Inglate-rra, en los años 1740, se permitieron los navíos deregistro en el Pacífico (Burkholder-Johnson 1990).

Pronto esta medida provisional se volvió perma-nente. Los navíos de registro salían a cualquierpuerto sudamericano entre Concepción y el Callao.Cerca de 20 navíos llegaron al Callao hacia 1748, ymás de 35 hacia 1761. La cantidad de mercaderíasque llegaba al Perú y Chile era tan elevada que sepodía vender solamente a precios bajos y a través deun comercio compulsivo a los indios. Un testigo enLima afirmaba que los conventos estaban llenos decomerciantes en quiebra (Villalobos 1968: 77).

El mayor uso de navíos de registro luego de1740 (toma de Portobelo) fue el siguiente hito im-portante en los cambios mercantiles. Se debió al re-sultado de iniciativas individuales de abastecimien-to de los mercados americanos a través de un co-mercio directo y como una respuesta necesaria a lasuperioridad naval inglesa. La última feria en Por-tobelo fue la celebrada en 1749. Los navíos sueltosde registro ya no se ceñían a las rutas monopólicas,sino que unían ya directamente el Callao con la pe-nínsula a través del cabo de Hornos.

Aunque moderado, esto significaba el abandonopaulatino de las rígidas prácticas monopólicas espa-ñolas de los Austria. Además, con el nuevo sistema

se intensificaron las relaciones del tráfico coloniallo que era, precisamente, el objetivo: convertir a lascolonias en mercados para los productos industria-les y agrícolas que España pensaba enviar a travésdel Atlántico. Según datos de García Baquero, con elsistema de flotas y galeones el tonelaje de los navíossumó 46 423,85, mientras que el de los navíos deregistro alcanzó 81 955,41 (1988: I: 172).

Desde 1765 se liberó, paso a paso, la navegaciónhacia las diversas regiones del imperio colonial es-pañol y, además de Sevilla y Cádiz, otros puertosmetropolitanos recibieron la autorización de comer-ciar directamente con el Nuevo Mundo. Al mismotiempo, los numerosos impuestos de exportaciónfueron sustituidos por uno solo que afectaba en un6% y en un 7% a los productos españoles y extran-jeros, respectivamente.

Un hito trascendental fue la dación del “Regla-mento de Aranceles Reales para el Comercio Librede España e Indias”, del 12 de octubre de 1778. Laidea era simple: ampliar las relaciones mercantiles(mayor cantidad de puertos y barcos para incremen-tar los volúmenes de mercaderías) para, al cobrarmayores impuestos, aumentar los ingresos fiscales.

La relativa apertura que ya venía dándose se ex-tendió al resto de las colonias, a excepción de Mé-xico y Venezuela, las que hacia 1789 fueron inclui-das también en el tráfico, con 16 puertos metropo-litanos. La reducción de impuestos y la eliminaciónde restricciones en el tráfico intercolonial impulsa-ron el tráfico naviero y el movimiento comercial.Otra de las consecuencias directas fue el quiebre del

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La bahía y el puertode Concepción,Chile, en unailustración aparecidaen la Relaciónhistórica del viaje ala Américameridional (Madrid,1748) por Jorge Juany Antonio de Ulloa.

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monopolio limeño sobre el tráfico mercantil colo-nial en esta parte del continente.

Se trataba de un “libre comercio” pero dentro delmonopolio imperial. Dada su importancia y reper-cusión, esta medida encarna el espíritu del progra-ma reformista y, a veces, se confunde con él. Comoprincipal fuente de recursos fiscales, el comercio es-tuvo en el centro de la política española en Améri-ca. Los cambios que atañeron a esta actividad fue-ron de lo más trascendentales y controvertidos.

No fue una apertura comercial irrestricta. Tansolamente se autorizó el comercio recíproco entrediversos puertos situados unos en España y otros enAmérica, sin permitir a las colonias establecer rela-ciones comerciales con terceras potencias. En reali-dad, el objetivo era el inverso: agilizar los lazos co-merciales de España y sus colonias y, adicionalmen-te, eliminar el contrabando. Este comercio debía,además, estimular la industrialización de la penín-sula, privilegiando la importación de materias pri-mas industriales desde América.

En 1797 se permitió comerciar con otras poten-cias: los llamados barcos neutrales. Esta medida sig-nificaba el reconocimiento por el régimen españolde la pérdida del control sobre el comercio colonial(Mazzeo 1994: 49-50).

Al margen de estas medidas, España establecióun sistema de compañías especiales. Eran empresascomerciales monopólicas de capital mixto (estatal yprivado) que buscaban ordenar el comercio menory erradicar el contrabando en una zona específica.La primera fue la guipuzcoana Compañía de Cara-cas de 1728. En el Perú se establecieron la llamadaCinco Gremios Mayores de Madrid y la Compañíade Filipinas.

REFORMAS EN LA PRODUCCIÓN

Como en siglos anteriores, el impulso de la reac-tivación económica debía partir de la minería, cuyorol era estimular a las demás ramas económicas a finde poder contar con el mercado suficiente para eléxito del programa de exportaciones de manufactu-ras desde España.

Una premisa fundamental para el éxito de la re-forma comercial y fiscal fue el aumento de la masamonetaria: el monto de circulación interna y decancelación de las crecientes importaciones. Medi-das dadas a fines de la década de 1720 mandaronmecanizar la producción monetaria, así como mejo-rar la administración de las cecas. Entre 1748 y1753 se reformó la casa de moneda de Lima; con esa

experiencia, se hizo lo propio en la de Potosí en1753-1773.

Ante la pronunciada mengua de la producciónargentífera peruana en el siglo XVIII, la corona es-pañola le prestó especial atención aunque, cierta-mente, no se lograron los resultados obtenidos enMéxico en este campo. Para contrarrestar la consi-derable merma de la producción de azogue enHuancavelica, hubo que abastecer a las minas pe-ruanas con mercurio procedente de Europa.

Entre los esfuerzos por reanimar la extracción demetales preciosos era muy importante superar el es-tancamiento técnico en la minería y metalurgia. En1786 se contrataron tres misiones técnicas en Ale-mania: para México, Nueva Granada y el Perú.

La peruana estuvo encabezada por el barón ale-mán Thaddeus von Nordenflicht (1790-1810). Tra-tó infructuosamente de modernizar las técnicas mi-neras y extractivas. El misoneísmo de los minerosperuanos, sus recelos para con los extranjeros arro-gantes y su ignorancia hicieron fracasar el intento.No obstante, la producción de plata alcanzó su picoen 1799 y, aunque declinó ligeramente en años sub-secuentes, se mantuvo alta hasta 1812 (Buechler1973; Fisher 1977; Lynch 1987).

El enviado a Hualgayoc, Federico Mothes, tam-bién fue recibido en forma hostil. Trató de reformu-lar la estructura de la propiedad de las minas a finde posibilitar la apertura de grandes socavones eimplementar mejoras tecnológicas (Contreras 1995:155).

Los visitadores Areche y Escobedo intentaronjustamente poner en marcha la nueva política mine-ra. A las medidas por una mejor distribución delmercurio y por la aplicación de innovaciones técni-cas se añadían la expropiación en 1779 del bancocreado por los mineros de Potosí en 1752; la aplica-ción en el Perú de las ordenanzas mineras de Méxi-co de 1783; la organización de los mineros nativosen el Tribunal de Minería creado en 1783; el esta-blecimiento de centros de instrucción especializadapara elevar la productividad, etc. Pero sus resulta-dos, concluye Fisher, fueron nulos o muy reduci-dos. El análisis interno de los factores de produc-ción, por consiguiente, es el que permitirá encon-trar las razones de este significativo restablecimien-to de la minería colonial peruana.

En el sector minero se promovió el crecimientode la rendición, modernizando la técnica del bene-ficio de los metales y estableciendo instituciones fi-nancieras de fomento minero (banco de rescate dePotosí y banco real de San Carlos). Además, el gra-

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vamen minero fue flexi-bilizado. El quinto real seconvirtió en diezmo omedio quinto y cobos.

A fin de lograr unamayor producción de di-nero se dieron nuevasordenanzas (1728, 1730,1755). La presencia deministros y oficiales delrey en la producción dela moneda y en la com-pra de los metales desti-nados al cuño debía sus-tituir a los “aviadores”.El precio del marco deplata de once dineros fueincrementado en 16,3maravedíes, por encimadel que regía en el mer-cado.

La corona hizo lo po-sible por elevar la pro-ducción colonial de ma-terias primas exporta-bles. Luego de 1730 estapolítica estuvo ligada alintento de promover laproducción americanafuera del sector minero.En el norte peruano sebenefició el tabaco de Jaén, el cacao de Guayaquil yel azúcar y algodón en los valles costeños (Aldana1992a y b).

En el sector exportador se persiguió hacer crecery diversificar la producción. Una de las medidas fuela legalización de los repartos para promover el tra-bajo semilibre indígena y asegurar mano de obra ala vez que se ampliaba el mercado. La expulsión delos jesuitas en 1767 coadyuvó a la dinamización delagro por la rápida desamortización de las enormesextensiones de tierra vinculada jesuítica. La mismaventa de estas tierras exigió de los nuevos propieta-rios la disposición de vincular la producción al mer-cado (Macera 1977; Brown 1987; Aljovín 1990).

El agro recibió un importante apoyo financierocon préstamos blandos de la caja general de censosde indios y el subsidio que representó el incremen-to de contratos entre el gobierno y particulares parala provisión del ejército, la marina y los situados defrontera. De otro lado se dio incentivos tributarios ala exportación de productos, en algunos casos has-

ta llegar al desgravamentotal.

A fin de garantizarmayores rentas la coro-na se reservó determina-das actividades produc-tivas y/o comerciales.Éste fue el llamado sis-tema de estancos.

Tal vez el estanco másimportante (luego delmercurio) por el signifi-cado fiscal para el rey ysus repercusiones en lascolonias fue el del taba-co, establecido en 1752.Debido al uso ancestralde la coca, el consumodel tabaco no estaba tanextendido entre los in-dios y mestizos. En cam-bio, el estanco sí afectódirectamente a otros sec-tores de la sociedad; sinembargo, sus costos ad-ministrativos (burocra-cia) fueron tan elevadosque anularon las venta-jas fiscales que hubierapodido proporcionar a lacorona. En 1780 el mo-

nopolio se extendió a la producción de cigarros y ci-garrillos. Se construyeron fábricas de tabaco en Li-ma y Trujillo, pero con ello se logró tan solamenteincrementar la protesta de los consumidores de ta-baco por los altos precios y la baja calidad de losproductos. En 1791 se eliminó el monopolio de lafabricación de cigarros y cigarrillos (Céspedes delCastillo 1955).

El Estado asumió la producción y comercializa-ción del azogue de Huancavelica. Este estanco rigióentre 1782 y 1795 con resultados negativos para elfisco colonial: alrededor de 1 120 000 pesos de pér-dida en trece años, además de la catástrofe que re-sultó el derrumbe de 1786. Los costos se elevaronpor la pobreza de la mina y la corrupción de los fun-cionarios del estanco. El Estado siguió controlandola distribución del azogue importado, por cuanto laidea era estimular –aun a pérdida– la minería, debi-do a que ésta arrastraba a otras actividades que de-bían pagar impuestos que devolverían a la corona loinvertido (Lohmann 1949; Lang 1986).

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Extracción de brea en una acuarela de Martínez Compañón.

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Tuvo el Estado colonial otros estancos menores:pólvora, papel sellado (establecido en 1638), nai-pes y las peleas de gallos. El monopolio de la tratade esclavos había desaparecido en favor del comer-cio inglés.

REFORMAS FISCALES

Tal vez las reformas más exitosas fueron las fis-cales. Intentaron incrementar la recaudación sin re-currir a nuevas fuentes, sino al aumento y, sobre to-do, a un control más cuidadoso de lo que debía co-brarse (Escobedo 1986).

La reorganización de la real hacienda debía agi-lizar la cobranza de impuestos. De dieciséis cajasque había, la reforma dejó sólo siete. Ya en el sigloXVII habían sido suprimidas las cajas de Castrovi-rreyna y Chachapoyas y en el XVIII la de Matucana(centros mineros en decadencia). En otros intentosracionalizadores a fines del XVIII, Trujillo absorbiólas cajas de Saña-Piura y Parata, y Arequipa hizo lopropio con la antaño boyante y para entonces deca-dente caja minera de Caylloma.

El tribunal Mayor de Cuentas se constituyó enuno de los pilares de las reformas. Las medidas de-cisivas fueron el establecimiento de las aduanas in-teriores (1774), la nueva capitación de artesanos ycomerciantes para el pago de la alcabala y el alza deésta (1776), el cobro del almojarifazgo a fardoabierto, los nuevos impuestos a la agricultura y elingreso extraordinario derivado de las rebajas secre-tas de la ley de las monedas (1772 y 1786) (Lazo1993).

Como se vio, la alcabala era un impuesto quegravaba las transacciones comerciales. Desde su im-plantación afectaba el 2% del monto de venta de losbienes, pero en 1722 ese porcentaje se elevó al 4% yen 1776 volvió a incrementarse al 6%. Se incluyó alos indios en el pago porque las demás castas losusaban para internar productos. Así también se in-corporaron a la cobranza productos antes exonera-dos y de alto consumo (principalmente coca y gra-nos). Anteriormente y durante muchos años, la co-branza estuvo a cargo del cabildo, de algún comer-ciante particular o del tribunal del Consulado. Unainnovación importante fue que las autoridades co-loniales asumieron en forma directa esta tarea.

De otro lado, para los efectos de la cobranza dela alcabala, en 1780 se ordenó a todos los artesanosy comerciantes alistarse en sus gremios respectivos.En las ciudades se volvió a confeccionar los “cabe-zones”. La reacción de los maestros fue perseguir a

quienes trabajaban en tiendas “ocultas” (Quiroz1990).

Una medida paralela fue el establecimiento deaduanas internas. La primera se puso en 1774 enArque y Tapacarí (Cochabamba); siguieron las deLa Paz en 1776, Buenos Aires en 1778 y Arequipaen 1780. Se pensaba instalar una aduana en el Cuz-co cuando estalló la rebelión de Tupac Amaru.

En 1778 se estableció el impuesto del 12,5% so-bre el aguardiente. Esta medida afectó directamentea productores, comerciantes y campesinos. A aqué-llos por el alza que experimentó el licor, disminu-yendo sus posibilidades de competir con productosalternativos en los mercados mineros y urbanos; aéstos porque el aguardiente era un medio de pagodel trabajo que realizaban en minas, haciendas yobrajes (Brown 1986).

Al mismo tiempo, la corona persiguió con deci-sión el contrabando de oro y plata desde el Alto alBajo Perú.

Con el mismo fin se hizo más eficaz el cobro deltributo indígena mediante la aplicación de retasaspara asegurar la concurrencia efectiva de los “reem-plazos” e impedir a los “forasteros” burlar el pago.En base a una revisita general, Areche elevó los tri-butos a casi un millón de pesos anuales, reemplazóla antigua contaduría de retasas con la de tributos einició la cobranza a quienes, legalmente, no debíanabonarla.

Dado que el reparto demostró ser muy eficaz ylucrativo, la corona y las autoridades coloniales seinteresaron por esta forma de circulación. La ideaera participar de las ganancias que funcionarios me-nores tenían en este “comercio” y, con ello, aprove-char este sistema para impulsar la producción mi-

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Detalle de un folio de papel sellado del siglo XVII. Su usoobligatorio para asuntos contenciosos fue decretado por la

corona española en 1638.

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nera. Además, es claro que a través del reparto sepretendió colocar las mercaderías que se pensabaexportar hacia América. Los primeros intentos delegalizarlo encontraron la oposición del bajo clero,principalmente porque afectaba el propio tráfico demercancías que mantenían los curas en sus pueblosy, de otro lado, el reparto limitaba grandemente lasposibilidades de la cobranza del tributo, de dondeprovenían los sínodos que ellos percibían. En 1751fue legalizado el trato de los corregidores en fun-ción de una tarifa especial (Tord 1974; Moreno1977: 304; Spalding 1974; Golte 1980).

La corona incrementó la proporción correspon-diente a los novenos reales creando la junta unidade diezmos. Cobró los derechos por el oro y la pla-ta en los metales mismos y no después de su embar-que como pasta o vajilla. Impuso un severo controlsobre las oficinas de recaudación y contabilidad deimpuestos y tributos (Basadre 1973: 62-63; Escobe-do 1981 y 1986).

REFORMAS POLÍTICAS

España buscó un mejor control optimizando lasinstituciones imperiales y coloniales. Una tarea in-dispensable era recortar las prerrogativas del Conse-jo de Indias, donde predominaban las tendencias fa-vorables a la burocracia colonial. Ello se hizo paula-tinamente hasta su desactivación en la constituciónde 1812. Los secretarios del Consejo de Estado, encambio, ganaron en influencia y autonomía. En1714 Felipe V instituyó cuatro secretarías (signifi-cativamente, las colonias fueron incluidas en unamisma secretaría con la marina) que despachabanpor su cuenta gran parte de los asuntos americanos,impartían órdenes directamente a las autoridades deultramar, reclamaban de és-tas informes directos al rey ysólo en casos especiales re-currían a las consultas delConsejo de Indias (Konetz-ke 1976: 109).

En el campo político des-tacan la limitación creciente

del ámbito jurisdiccional del Perú, la creación de in-tendencias, la restricción de la influencia en las de-cisiones de los criollos y los ajustes en las funcio-nes de los caciques.

El cambio más urgente era limitar la capacidadadministrativa de los gobernantes peruanos. Desdelos albores de la conquista, el virreinato peruanocubría un territorio muy variado y dilatado: todaAmérica meridional a excepción de Venezuela y losdominios portugueses. Para evitar esta concentra-ción de poder y agilizar el cumplimiento de las de-cisiones, la corona decidió desmembrar el virreina-to. Entre 1717 y 1739 fue creado el virreinato deNueva Granada –con capital en Bogotá– que inclu-yó las audiencias de Quito, Panamá, y posterior-mente, Venezuela (constituida en audiencia en1786).

Con Nueva Granada el virreinato de Lima habíaperdido buena parte de su influencia. Sin embargo,un golpe más doloroso estaba todavía por asestarsea la orgullosa capital peruana. La importancia estra-tégica que fue adquiriendo la zona del Plata en el si-glo XVIII determinó la necesidad de otorgarle unestado preferencial dentro del sistema colonial espa-ñol. Territorio poco poblado pero de enorme poten-cial económico y comercial, era codiciado por losportugueses e ingleses. En 1776 la corona creó el vi-rreinato del Río de la Plata con sede en Buenos Ai-res y que abarcaba Paraguay, Tucumán, Potosí, San-ta Cruz de la Sierra y Charcas.

Uno de los efectos más directos de esta decisiónfue que el Alto Perú con las minas de Potosí dejó dedepender de Lima. Ya el tráfico directo Sevilla-ElCallao había reorientado parte del comercio altope-ruano. Los comerciantes peruanos –en especial loslimeños– vieron restringidas sus posibilidades de

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La ciudad de Buenos Aires desdela orilla del río hasta el suburbiode la campiña en una ilustraciónde 1820. Se aprecia a laizquierda la plaza de torosubicada en el extremo norte de laciudad (Tomado de Vidal 1943).

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seguir aprovechando los recursos quegeneraba la rica zona minera del al-tiplano (Céspedes del Castillo1946: 703; Fisher 1981: 18;Mazzeo 1994: 42-47).

No obstante, parece que elcomercio de Buenos Aires nollegó a afectar tanto al de Li-ma, al menos no en la magni-tud que indicaban los comer-ciantes monopolistas limeños.Datos de Haitin (1983: 38) in-dican que las importaciones porel Callao eran el doble que las in-gresadas por Buenos Aires (que al-canzaron 1,3 millones de pesos en valo-res constantes de 1778 durante los años de1785 a 1796). Fisher, de su lado, ha establecido queel Río de la Plata captaba el 10,1% de las exportacio-nes desde Cádiz, en tanto que los puertos del Pací-fico participaban con el 21,1 % (Fisher 1992: 149).

La necesidad de mayores recursos obligó a la co-rona a estrechar el control sobre la administracióncolonial, a asumir responsabilidades directas y a au-mentar los monopolios reales. Se requería una bu-rocracia más abundante, preparada y, ante todo,leal. Al favorecer ahora a los peninsulares para lospuestos más importantes en los nuevos oficios, lacorona diluyó –pero no logró eliminar– la influen-cia local en el gobierno colonial.

Un paso importante para el establecimiento delprograma de reformas debían ser las visitas. El eje-cutor de las reformas y futuro ministro de Indias,José de Gálvez, efectuó una exhaustiva visita a Mé-xico entre 1765 y 1771, y a su retorno a la penínsu-la formuló una serie de recomendaciones para erra-dicar las anomalías detectadas. En 1776 la coronanombró a José Antonio de Areche como visitadorgeneral para el Perú, Chile y Buenos Aires. Lo suce-dería Jorge Escobedo hasta 1785 (Palacio 1946).

Con miras a impedir las posibles extralimitacio-nes jurisdiccionales de virreyes y visitadores, en ca-da capital virreinal se ubicó un superintendente y,en cada audiencia, un magistrado llamado regente.Ambos visitadores llegaron con amplias facultadesotorgadas por el ministro Gálvez, resultando máspoderosos inclusive que los mismos virreyes. En1787 se devolvió a los virreyes el cargo de superin-tendente, pero bajo la supervisión del ministro deIndias.

El programa de Gálvez era sustituir los virreina-tos por comandancias generales o intendencias. No

lo logró, pero pudo recortarlas facultades de los virreyesy audiencias. Los aspectosfiscales fueron encargados aun superintendente subdele-gado de real hacienda. En la

práctica, el virrey quedabacircunscrito a las funciones

políticas y militares. Los distin-tos fueros y las atribuciones de

los intendentes y regentes redujeronlas funciones de las audiencias.

Con Areche llegó en 1777 Melchor Ja-cot, malagueño como Gálvez, como regente de laaudiencia limeña quien elaboró un informe en elque tildaba a los oidores de conformar una camari-lla estrechamente ligada a prominentes familias deLima. El virrey Guirior, según Jacot, era un instru-mento de ese grupo familiar, social y económico. Elvirrey fue destituido (Basadre 1973: 58-62).

La innovación más conocida fue el sistema deintendencias. Sin embargo, su implementación cau-só tantos conflictos como las visitas, en especial porcuanto la idea era crear unidades eficaces que recor-tasen las facultades de los funcionarios anterioresen lo relativo a la administración, finanzas, justiciay defensa.

Adaptado de precedentes franceses y españoles,el nuevo sistema implicó una nueva demarcaciónadministrativa desde 1784. El cambio en este cam-po consistió en centralizar y racionalizar la burocra-cia colonial. Los siete intendentes nombrados parael Perú ese año estaban directamente a cargo de 58subdelegados que reemplazaban a los corregidores.Se crearon unidades administrativas más grandes ycon mayor autoridad que los corregimientos, a ma-nera de pequeños “virreinatos”. Los intendenteseran gobernadores de amplias facultades y entre susobligaciones específicas estaban el mejoramiento delos gobiernos locales, la promoción del crecimientoeconómico, trabajos públicos y especialmente el co-bro de impuestos y tributos.

En busca de lealtad, estos nuevos puestos esta-ban destinados casi exclusivamente a los peninsula-res. El nombramiento se obtenía por designación yno por compra. Al menos en mayor medida que susantecesores, los intendentes pusieron los interesesreales sobre los suyos propios.

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Moneda de ocho escudos con la efigie deCarlos III, 1779.

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Cada intendencia estuvo dividida a su vez enpartidos bajo el mando de un subdelegado con unajurisdicción más vasta que los antiguos corregi-mientos. En vez de ser remunerados, los subdele-gados recibían un porcentaje de la recaudación im-positiva de su distrito. En realidad, se reemplaza-ban los tratos que unieron al corregidor con los co-merciantes por otros tratos que unían ahora alsubdelegado con la corona. Una diferencia impor-tante fue que la recaudación se hacía en dinero, loque obligaba a vincular más estrechamente al cam-pesino indígena con el mercado. Así se pudo casiduplicar la recaudación por tributos en América.Debido a las bajas remuneraciones los subdelega-dos no pudieron ser reclutados en la península, si-no localmente. Los candidatos debían propocionaruna suma que sirviese de garantía para su buenejercicio del cargo. No se eliminó la corrupción y,en algunas zonas, perduró el repartimiento de loscorregidores ahora llevado por los subdelegados(Halperín 1986: 71).

Las consecuencias del fin dela compra de cargos y de la pre-ferencia por peninsulares fue-ron muy visibles. Paulatina-mente se fue haciendo más cla-ra la discriminación hacia loscriollos en los puestos de ma-yor jerarquía. Adicionalmente,la corona aumentó su autoridadadministrando directamente ac-tividades que antes eran subas-tadas o vendidas. Así, la canti-dad de empleados gubernamen-tales en Lima casi se duplicóentre mediados de 1770 y 1790.

La misma desconfianza paracon el corregidor se tenía paracon el curaca. Al fin de cuentas,este funcionario de ambas “re-públicas” (la india y la españo-la) era pieza clave en el ordena-miento generado por los corre-gidores y criollos en el Perúprerreformista. La rebelión tu-pacamarista reafirmó el receloque se les tenía, e inmediata-mente después fueron destitui-

dos los curacas que apoyaron al rebelde. Además,una real orden prohibió que en adelante se confir-mara o designara a curacas. No obstante, en 1790el Consejo de Indias declaró que aquellos curacas“que lo son por derecho de sangre y autoridad delas leyes” no debían ser despojados de sus prerro-gativas, salvo que hubiesen participado en rebelio-nes (Konetzke 1976: 134-135).

La reforma llegó a la ciudad; en particular, a lasciudades relativamente populosas. Por ejemplo, Li-ma fue reestructurada. Con la finalidad de vigilarmejor a la sociedad, las autoridades dividieron laciudad en barrios y cuarteles, rehabilitaron el cabil-do con nuevas tareas de vigilancia, establecieron elsistema del serenazgo y un ordenamiento gremialdesde arriba. El gremio y la cofradía fueron piezasclaves en la reformulación corporativa de la ciu-dad. En ambas instituciones, sobre las autoridadespropias se estableció un personaje especial: el lla-mado “juez conservador” (Garland 1995; Quiroz1986, 1990, 1991).

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Intendencias del virreinato del Perú,siglo XVIII. Tomado de Sala y Vila1996a.

TRUJILLOPiuraSa aChachapoyasCajamarcaTrujilloHuamachucoPataz

HUANCAVELICATayacajaHuancavelicaAngaraesCastrovirreyna

CUZCOUrubambaAbancayCalca LaresAymaraesCotabambasCuzcoPaucartamboParuroQuispicanchisChumbivilcasTinta

PUNOCarabaya

LampaAz ngaro

PaucarcollaChucuito

AREQUIPACondesuyosCamanCollaguasArequipaCaillomaArica

HUAMANGAHuantaHuamangaAncoCangalloAndahuaylasLucanasParinacochas

LIMASantaChancayCantaHuarochirLimaYauyosCa eteIca

TARMAConchucosHuaylasHuamal esHu nucoCajatamboJauja

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REFORMAS MILITARES

Como se ha podido apreciar, una de las motiva-ciones principales de las reformas fue la seguridad.El imperio español, enfrascado en guerras casi inin-terrumpidas, tenía diversos frentes de lucha. Unode ellos fueron sus colonias. Si bien el Perú fue delas más estratégicas, su ubicación geográfica le ser-vía de protección natural contra alguna posibleagresión de parte de enemigos externos.

Los ejércitos de la conquista no devinieron enpermanentes. Para la defensa del imperio en Améri-ca se contó con tropas y milicias debido a que la co-rona se negó a tener un ejército regular mercenarioen América. El origen de estas tropas eran las guar-niciones de las fortalezas y presidios, reclutadas lo-calmente y con reos de distintas partes del imperio.El primer ejército regular surgió en Chile durante lalarga guerra contra los araucanos.

América fue “poblada” de guarniciones perma-nentes y fortalezas. Famosos fueron los “presidios”de Chile y el Caribe. El Callao tuvo uno que fuedestruido por un maremoto en 1746. “Aprovechan-do” esa ocasión, las autoridades coloniales decidie-ron establecer un centro militar en el puerto, así quedesde 1747 fue construyéndose y perfeccionándosela fortaleza del Real Felipe del Callao. Los enormesgastos efectuados revelan la importancia que le atri-buyeron las autoridades coloniales y metropolita-nas. Aparte de proteger a la capital del virreinato, elReal Felipe debía asegurar las operaciones portua-rias del Callao. Por otro lado, Lima y Trujillo esta-ban amuralladas. Ciertamente, no eran ciudadesinexpugnables, pero sus defensas imponían respeto(Lohmann 1964).

La guerra de los Siete Años demostró la fragili-dad de las posesiones hispanas en América. La coro-na decidió destacar algunos regimientos de su ejér-cito permanente. Pero tanto las tropas de guarnicio-nes como las de regimientos tuvieron los inconve-nientes de la falta de disciplina y las deserciones.

Se constituyeron batallones de soldados profe-sionales (tropa veterana) en las capitales. Para evi-tar la formación de fuerzas armadas autóctonas, elvirrey Teodoro de Croix propuso que las tropas se

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Fortaleza del Real Felipe en el puerto del Callao, cuyaconstrucción tomó veinte años (1747-1767).

Durante el gobierno del virrey Teodoro Francisco de Croix seinició el régimen de intendencias (1784), reforma política con

la que la corona española buscaba racionalizar la burocracia colonial.

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formasen por partes iguales de soldados criollos ypeninsulares, que la oficialidad superior estuviesecompuesta en un 50% de europeos y que nunca elcapitán, el teniente y el alférez de la misma compa-ñía fuesen criollos los tres (Konetzke 1976: 147).

Entre 1760 y 1800 se creó un ejército de 2 milefectivos. Oficiales peninsulares se ubicaron en lospuestos más altos, agravando la discriminación delos criollos quienes, en contraste, estaban mejor enlas milicias. Pero la suspicacia metropolitana hizoasignar a cada unidad de las milicias un oficial espa-ñol del ejército regular (Burkholder-Johnson 1990:258-259).

Para fomentar el alistamiento, la corona exten-dió al ejército colonial numerosos beneficios, inclu-yendo el fuero militar, derechos judiciales de los ofi-ciales, soldados y sus dependientes en variados ca-sos civiles y criminales. Estos beneficios, sin embar-go, no fueron suficientes. El ejército proporcionababajas “soldadas” y exigía una disciplina demasiadorigurosa.

Se terminó reclutando en las calles, tabernas, ca-sas de juego y cárceles. Vagabundos, bebedores ycriminales terminaron por eliminar la disciplina enel servicio militar. Frecuente fue la venta subrepti-cia de armas y uniformes, así como las deserciones.Aun en estas condiciones, el ejército fue la únicainstitución que permitió un ascenso social. Era, co-mo lo muestra Basadre, la única vía que tenía elpueblo de escalar posiciones en una sociedad cerra-da. No resulta, entonces, extraño que el ejército re-gular colonial hubiese estado integrado por perso-nas de diversa extracción social. Muchos de ellos,con el advenimiento de las luchas por la indepen-dencia pasaron a engrosar las filas patriotas.

La reorganización más sistemática se inició en1763, cuando se creó una organización militar a ni-vel del imperio. La milicia pasó a ser obligatoria pa-ra los hombres entre 16 y 40 años aptos para empu-ñar las armas. Se aplicó la estructura corporativa. Lapoblación quedó dividida en cinco clases en compa-ñías y batallones según sus ocupaciones. Ahora elfuero militar se aplicaba inmediatamente y con ma-yor amplitud. En 1780 el visitador Areche informa-ba que en Lima “todo o casi todo el traje de loshombres es uniforme de milicias con charreteras ygalones” y que las formaciones militares se compo-nían casi exclusivamente de oficiales. Otro informede 1784 indicaba que había comarcas en el Perú quetenían más milicianos en los partes que varones, in-clusive si se contaban los muchachos de doce años.En realidad, como dijera el virrey Gabriel de Avilés

en 1803, a los oficiales no les interesaba la forma-ción militar como tal. Les atraían más el uniforme ylos honores.

Aparte de las milicias provinciales, de oficialesactivos del ejército regular y más amplia actividad,existieron milicias urbanas, conformadas por la ple-be de las ciudades en función de sus corporaciones(gremios), y su actividad se reducía a tareas de vigi-lancia en la localidad. Hubo unidades milicianas es-peciales para la población negra y mulata; pese a es-tar prohibido que los indios portasen armas, Limatuvo desde 1762 un regimiento de infantería de in-dios con 9 compañías de 75 hombres cada una (Ko-netzke 1976: 150-151).

Estos cuerpos de milicias tuvieron una actividadconstante, pero rara vez estaban armados y entrena-dos adecuadamente. En 1800 los milicianos no eranmás de 18 mil en el Perú, que se reunían periódica-mente en las ciudades para efectuar ejercicios mili-tares. El lugar de los ejercicios (alardes) era la plazamayor de la ciudad. Ese día, generalmente domingo,las armas reemplazaban a los puestos de vivanderosque habitualmente poblaban las plazas. Por estemotivo, la plaza mayor de las ciudades peruanas pa-só a llamarse (muy impropiamente) plaza de armas.

REGALISMO Y EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS

El regalismo fue otra característica de la políticageneral española en las colonias. En el siglo XVIII lacorona española siguió la política de expandir la au-toridad real a expensas de otras instituciones y gru-pos de intereses. A diferencia de sus predecesores,Carlos III se decidió a cambiar la balanza entre lacorona y la iglesia. Creyendo que la jurisdicción dela iglesia debería extenderse sobre las personas lai-cas sólo en materias de conciencia, la corona redu-jo la inmunidad eclesiástica y el derecho de asilo.

Un objeto especial de su atención fue el excesi-vo crecimiento de la propiedad territorial de la igle-sia, que convertía en “manos muertas” (bienes vin-culados, fuera del libre tráfico) a buena parte de losfundos rústicos y urbanos. Se propuso su “desamor-tización”.

La voluntad de la corona de cambiar las institu-ciones eclesiásticas resultó evidente en 1767, cuan-do Carlos III expulsó a la Compañía de Jesús de susdominios. Los jesuitas desconocían la autoridad delmonarca aduciendo que era inferior a la del papa yobstruían la implementación de la política real. Supreeminencia en la educación y lazos estrechos con

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personas laicas ricas y prominentes tambiénles daba una influencia que generaba los rece-los reales. Finalmente, los cuantiosos bienesde la Compañía atrajeron la atención de la co-rona, siempre en estrecheces financieras.

La expulsión de 680 jesuitas de México ymás de 500 del Perú, la mayoría de los cualesera nativa de nacimiento, conmovió a la opi-nión colonial. Hubo motines en México; en elPerú la expulsión provocó asombro, pero losjesuitas fueron deportados sin protestas signi-ficativas.

Luego de su expulsión, la corona confiscó lashaciendas y otros bienes de la Compañía. En elPerú el valor de 203 haciendas y más de 5 200 es-clavos secuestrados era aproximadamente de 6,5millones de pesos. En menos de una década másde la mitad de este caudal había sido vendido.Asimismo, los bienes jesuitas en México valíanmás de 5 millones de pesos. La rápida transferen-cia de propiedad creó profundos intereses localesopuestos al retorno de la orden y así se cortó lapresión de aquellas familias que estaban preocu-padas por la expulsión de sus hijos, parientes yprofesores (Aljovín 1990; Burkholder-Johnson1990: 261-262).

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Retrato de Carlos III, autor anónimo, siglo XVIII.Luego de una serie de medidas que buscabanrecortar las prerrogativas de la iglesia, estemonarca dispuso la expulsión de más de 500sacerdotes jesuitas del Perú y de 680 en México.

Altar mayor de la iglesia de SanPedro de Lima, construida por los

jesuitas, quienes en 1767 fueronexpulsados de las colonias españolas,

acusados de obstruir laimplementación de la política real.

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La situación en que se hallaba la población cam-pesina y urbana de escasos recursos generó diversasmanifestaciones de protesta, en el marco de una co-yuntura que exacerbaba las relaciones sociales, eco-nómicas, tributarias y/o políticas.

Sin duda, la respuesta fue permanente y cotidia-na. La población creó y desarrolló numerosas for-mas de adaptación a las condiciones de subordina-ción económica, social, política y cultural con res-pecto a los sectores dominantes. Sin embargo, cuan-do estas estrategias no funcionaban, se producíanquiebres rebeldes que,no está demás subrayar-lo, fueron antes la ex-cepción que la regla, pe-se a la abundancia deejemplos de levanta-mientos más o menosimportantes (Lazo-Tord1977; Stern 1990; Cahill1988).

La ausencia de rebe-liones o revueltas en losprolongados lapsos de“tranquilidad” o las am-plias zonas geográficasdonde no se producenlevantamientos trascen-dentales, no deben darlugar a pensar que setrataba de tiempos y es-pacios realmente pacífi-cos. La resistencia al ré-gimen colonial y socialasumía formas pasivas,individuales, desorgani-zadas y aisladas. Se re-curría a los tribunales,se “reajustaba” el tiem-po de trabajo y los pa-trones de consumo, sebuscaba alternativas devida (cambio de activi-dad, domicilio, etc.).

El XVIII fue un siglo de manifestaciones perma-nentes, casi endémicas que, contadas por decenas,van desde protestas espontáneas, efímeras y sin ma-yor trascendencia, hasta rebeliones que remecieronel régimen colonial en su conjunto. La rebelión deTupac Amaru es considerada la culminación de unciclo de numerosos levantamientos de pequeñamagnitud y focalizados territorialmente.

Los movimientos hacia mediados de siglo no lle-garon a abarcar a una población masiva. Los propiosindígenas no estuvieron, al parecer, en condiciones

de liderar y llevar ade-lante una protesta autó-noma, pues el aisla-miento geográfico y suscondiciones de vida yde trabajo les impedíanuna coordinación gene-ral. Diferenciada tantopor regiones como alinterior de una mismaregión, la población in-dígena tuvo una seriede valladares en el ca-mino hacia la unifica-ción de intereses y laconformación de unadirección y metas co-munes.

El régimen colonialfue muy sofisticado ensu ordenamiento social,político y cultural. Deotra manera no hubiesepodido durar casi tressiglos con tantas con-tradicciones internaspotenciales y efectivas.Desde ya, se trataba deuna sociedad constitui-da sobre las ruinas deun vasto y poblado Es-tado, que aprovechósus riquezas naturales y

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IIIPROTESTA SOCIAL Y ANTICOLONIAL

Ceremonia de empadronamiento parroquial en una acuarelade Martínez Compañón, siglo XVIII.

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humanas y que, para hacerlo, tuvo que utilizar la es-tructura de las relaciones económicas, sociales, po-líticas y culturales preexistentes adecuándolas a lasnuevas condiciones.

Para funcionar sin contratiempos, este régimense basó en los principios de asimilación y diferen-ciación sociales. El primero incluía nociones comola mancomunidad de intereses, la jerarquización dela sociedad, la posibilidad de promoción y la con-temporización de las culturas sometidas; el segundosubrayaba las distinciones entre los sectores de lasociedad. De esta manera, se asimilaba “separando”.En otras palabras, se aplicó brillantemente la normade dividir y reinar.

Un levantamiento generalizado (o, al menos, ex-tendido) debía previamente superar los mecanis-mos de integración que presentaba la sociedad. So-breponerse, además, a las diversas medidas existen-tes para la vigilancia social: desde el conformismopredicado en el púlpito y que generaba la resigna-ción de parte del campesinado, hasta la represión fí-sica. Hoy se sabe que los potenciales líderes de le-vantamientos se encontraban tan divididos que re-sultó muy sencillo para el régimen enfrentar unos aotros y, así, acabar con las manifestaciones que pre-tendían generalizar la protesta.

En estas circunstancias, se entiende, las manifes-taciones no pasaron de ser tumultos o amotina-mientos sin mayores pretensiones ni dirección, cir-cunscritas a alguna reivindicación específica y diri-gidas por lo general contra el mayordomo o admi-

nistrador de un obraje, hacienda, mina, o la perso-na y bienes de algún corregidor (Lazo-Tord 1977).

La protesta, en un principio contra abusos aisla-dos, fue cuajando paulatinamente en movimientoscon un conjunto de motivaciones más estructura-les. De ser fragmentada pasó a ser una respuesta or-gánica.

La nueva situación estructural fue generada porel programa de reformas imperiales (que afectóprácticamente a todos los sectores sociales) vincula-das principalmente a una nueva presión fiscal y anuevas condiciones de ejercicio de las actividadeseconómicas, generando una protesta canalizada departe del sector que unía a los diversos grupos so-ciales y económicos involucrados, es decir, el co-mercio.

No parece tan casual que la gran rebelión de1780, que fuera la síntesis de la actitud contestata-ria, haya estado liderada y coordinada por persona-jes participantes en el comercio interregional muyrelacionado con el ultramarino (incluido el contra-bando que entraba por el Río de la Plata).

Fueron comerciantes y propietarios de pequeña ymediana escala los que integraron la dirigencia visi-ble de la rebelión. Sin embargo existen indicios fun-dados de una participación original de hacendados,obrajeros y comerciantes más que medianos. Todosrelacionados con colegas indígenas y mestizos demenores recursos, y todos, también, afectados porregistros de propiedad, incremento de alcabalas, es-tablecimiento de aduanas, etc. (O’Phelan 1986).

En esta ilustración delsiglo de las luces sepuede apreciardiversos tipos socialesdel mundo colonialhispanoamericano: (deizquierda a derecha)española quiteña,india “palla”, indiobarbero, mestizaquiteña, indio“rústico” e india“ordinaria”. Laimagen procede de laRelación histórica delviaje a la Américameridional de JorgeJuan y Antonio deUlloa.

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LA PROTESTA PASIVA

La mayor parte de las situaciones conflictivas seresolvía (o intentaba resolver) por vías distintas alas violentas. Sobre todo porque el régimen presen-taba salidas aparentemente viables para estas co-yunturas. La normatividad formalmente favorable ala población de escasos recursos (principalmenteindígena) invitaba a acudir a los tribunales. Estasacciones judiciales se extendían por tanto tiempoque, en la práctica, no daban resultados positivos.Pero tampoco negativos. La labor de los “protecto-res de indios” fue importante en este sentido. Jui-cios de nunca acabar para castigar abusos repletanlos archivos.

Se llegaron a hacer representaciones a la mismacorte de Madrid. Se pensaba que el sistema era co-rrecto, pero los funcionarios conformaban el esla-bón que fallaba en la cadena judicial. El objetivo delas quejas era, por eso, el funcionario. Confiando enque, de saber lo que realmente pasaba en sus domi-nios, el rey solucionaría inmediatamente los proble-mas que aquejaban a sus súbditos, éstos buscabanacudir a la corte con un memorial de sus desventu-ras (Lavallée 1990).

Al lado de la larga carta de lamentaciones queenviara Guaman Poma de Ayala en el siglo XVII, seencuentra el memorial que escribiera el fraile fran-ciscano Calixto Tupac Inca. Este indio tarmeño,identificado con la situación de sus paisanos, fueautor de una detallada y conmovedora relación dela situación de la población indígena peruana hacia1748. La llevó a España y la entregó al rey Fernan-do VI en 1750. Pese a sus gestiones, en vano esperódurante tres años una respuesta. De regresó prosi-guió en Lima sus contactos con los indios y curacas.Descubierta su labor, en 1757 fue recluido en elconvento de su orden y luego enviado a España.

La población esclava no estuvo en condicionesde organizar y realizar un levantamiento eficaz. Pe-se a ser importante en determinados valles de lacosta, el peso relativo de los esclavos fue reducido.Dispersa geográficamente y en medio de distintosregímenes, la esclavitud jugó un papel secundarioen lo económico y su presencia se diluyó en el con-junto de una sociedad estamental y corporativa. Alo más, su protesta se limitó a tumultos con un gra-do mínimo de organización, como el que se produ-jo en la hacienda San José de Nepeña en 1779 (Kap-soli 1975; Tord-Lazo 1981: cap. V).

La forma más importante de protesta fue el ci-marronaje, es decir, la fuga de los esclavos de las ha-

ciendas y casas de sus amos. Por lo común, el cima-rrón se volvía asaltante de caminos o se escondía enlas ciudades. En ocasiones, los cimarrones se orga-nizaban en refugios permanentes llamados palen-ques. Si el cimarronaje como tal no afectaba al sis-tema esclavista, la frecuencia de fugados podía inci-dir en su estabilidad, sobre todo si los cimarronescontaban con palenques difíciles de hallar y exter-minar. Los palenques no tuvieron mayor importan-cia: hubo muy pocos, albergaron escasa poblacióncimarrona y su vigencia estuvo relacionada con co-yunturas sociales específicas (principios del sigloXVIII y fines del tiempo colonial). Se ubicaron ma-yormente en los alrededores de ciudades como Li-ma y Trujillo y cerca de caminos transitados (Tord-Lazo 1981: cap. VI; Flores Galindo 1984).

En la práctica, los palenques fueron excepciona-les porque resultaban innecesarios según las condi-ciones en que se desenvolvió la esclavitud peruana:minoritaria y mayormente costeña y urbana (do-méstica). El estado de los esclavos en las ciudadesse pareció más al de las castas libres con las queconvivían constituyendo una amplia plebe urbana.El trabajo en las panaderías, que algunos han inter-pretado como excepcional y cruel, fue tal vez el úni-co que en las ciudades se asemejaba al netamenteesclavista. El resto de los esclavos vivía en condicio-nes más relacionadas a la servidumbre, sin dejar deser legalmente esclavos. Ellos batallaban por perma-necer en las ciudades, llegando a casarse con unapareja residente en la urbe a fin de obtener la pro-tección de la iglesia cuando sus amos intentabanvenderlos para el trabajo en haciendas (más cercadel trabajo esclavista). En realidad, las ciudadeseran los palenques.

LOS LEVANTAMIENTOS INICIALES

La coyuntura rebelde se inicia principalmente enla octava década del siglo XVIII, es decir, cuando loscambios producidos por las reformas habían gene-rado una situación de desacato que abarcaba a dis-tintos sectores sociales con diferentes perspectivas.Empero, conforme las medidas se iban producien-do y afectando intereses, desde 1730 se presentanmovimientos sociales importantes.

Ese año estallaron dos rebeliones que llegaron ainvolucrar un considerable territorio del sur andinoperuano. Se produjeron en estrecha relación con lasmedidas (revisitas) que incluían a los mestizos co-mo indios para los efectos de las mitas. Funciona-rios y propietarios en la sierra sur del Perú temieron

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ver restringidas sus posi-bilidades de contar conmano de obra.

En noviembre de 1730se levantó la población enCochabamba bajo el so-corrido lema de “viva elrey, muera el mal gobier-no”. Mestizos, criollos eindios, apoyados por al-gunos curas, participaronen el levantamiento. Eltema de los corregimien-tos fue clave. Criollos ymestizos buscaban quefuese un criollo quienocupase el cargo; a los in-dios, de su lado, les inte-resó más el resultado dela revisita emprendidapor el virrey José de Ar-mendáriz, marqués deCastelfuerte, que reorga-nizaba la mita y el repar-to. Este intento rebeldefue sofocado con especialcrueldad por las autorida-des. El jefe principal, elmestizo platero Alejo Ca-latayud, fue ahorcado junto a otros once participan-tes (O’Phelan 1988: 94-99).

La otra revuelta se produjo en Cotabambas(Cuzco). Un grupo de indios y mestizos asesinó alcorregidor del pueblo en protesta por su sistema dereparto y por el incremento de la cuota de mitayos.De la misma manera, los cabecillas rebeldes fueronejecutados mientras otros participantes recibieroncastigos ejemplificadores (O’Phelan 1988: 99-104).

En 1739 abortó un levantamiento en Oruro. Elmanifiesto capturado a los conspiradores muestra lacomposición, causas y fines del movimiento. Se pre-tendía una suerte de alianza entre criollos, indios ymestizos, basada en la igualdad. El criollo Vélez deCórdova incluyó al curaca orureño Eugenio Pachac-nina. Lewin dice que también se intentó incluir aJuan Bustamante Carlos Inca, descendiente de losincas.

El manifiesto es considerado el primer programapolítico del siglo XVIII. Justifica la rebeldía por laopresión en que se hallaban los distintos sectores dela población: tributos, mitas y repartos, impuestos ydonativos, discriminación política a los criollos. In-

teresante es el argumentoelegido: restaurar el im-perio de los incas. Al pa-recer, este paso (y la con-vocatoria a curacas) sedio con el fin de aglutinara la población aborigenen torno al movimiento.El contenido preciso delas demandas indica queno se buscaba eliminar laestructura política exis-tente. Se mantendría alvirrey y a los corregidorespero sin tributos, mitas,repartos ni los impuestosmás odiados por los crio-llos y mestizos. Los diri-gentes fueron criollos ymestizos comerciantes,arrieros y artesanos (pla-

teros) con evidentes vínculos con Potosí (Lewin1957: 118; O’Phelan 1985: 172).

El manifiesto de Oruro de 1739 ejerció una graninfluencia en la conciencia de las diversas zonas dela sierra peruana; inclusive, en la rebelión de TupacAmaru.

Una de las revueltas más extensas por el territo-rio y por el tiempo que abarcara fue la conocida co-mo de Juan Santos Atahualpa, quien se proclamósucesor del último gobernante del Tahantinsuyu. Seinició en 1742 en la selva central, en Tarma, y se ex-pandió por un amplio territorio de la sierra. Lasfuerzas de Juan Santos Atahualpa estuvieron con-formadas por aborígenes campas del Gran Pajonal,Perené y Cerro de la Sal, que destruyeron 27 misio-nes. El gobierno virreinal tendió un cordón militardesde Huánuco hasta Huanta. Las fuerzas de los co-rregidores de Jauja y Tarma lanzaron un ataque con-tra los rebeldes e instalaron un fuerte en Quimiri(hoy La Merced). Cuando se apoderaron de esa pla-za, el virrey mandó un nuevo ejército, al mando delmarqués de Mena Hermosa, que estableció otrasdos plazas en Oxapampa y Chanchamayo. En 1750

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José de Armendáriz, marquésde Castelfuerte, virrey delPerú entre 1724 y 1736.Enfrentó numerosas revueltas,entre ellas la de José deAntequera, cuya ejecuciónordenó en 1731.

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Mena Hermosa emprendió otra campaña. Fue de-rrotado nuevamente. Hacia 1752 Juan Santos Ata-hualpa retomó la iniciativa asaltando los pueblos deAndamarca y Acobamba. Pero no pudo ingresar a lasierra. Esta rebelión no fue derrotada. Más bien ter-minó diluyéndose por su marginalidad y por la casiausencia de acciones. Se cree que su líder fallecióhacia 1761 (Loayza 1943; Lehnertz 1970; Castro1973; Mateos 1990).

Otra de las rebeliones en el Perú central se pro-dujo en la provincia de Huarochirí. Tuvo un antece-dente en la propia ciudad de Lima donde, al parecer,debió desarrollarse en un principio. El intento lime-ño abortó en su fase conspirativa. Debido a la dela-ción de un negro, en junio de 1750 el virrey condede Superunda fue informado de un complot de par-te de la población indígena de la ciudad. Los lídereseran Antonio Cabo, Miguel Surichac, FranciscoGarcía Jiménez, Pedro Santos, Julián Ayala, Santia-go Hualpa, Melchor de los Reyes y el mestizo Gre-gorio Loredo. Inmediatamente se detuvo a seis im-plicados, de los cuales cuatro fueron ejecutados ydos lograron huir. Según la versión oficial, el movi-miento perseguía eliminar el poder colonial con unplan que por su simpleza más parece haber sidoconcebido por las autoridades virreinales para justi-ficar su actuación.

Francisco Jiménez –llamado Francisco Inga– yPedro de los Santos llegaron al pueblo de Lahuay-tambo. Jiménez se casó con la hija del curaca deChaucarima Juan Pedro Puipuilibia, y con su sue-gro y su tío político Andrés Borja Puipuilibia reclu-tó unos 300 hombres que el 25 de julio tomaron elpueblo de Huarochirí. Mataron al teniente de corre-gidor José Antonio de Salazar y Ugarte, al ex corre-gidor Francisco de Araujo, a su yerno Juan José deOrrantia y a quince españoles de las fuerzas que ha-bían acudido a sofocar el levantamiento. El virreyenvió un ejército al mando del marqués de Monte-rrico. Con la ayuda de los dueños de minas de Yau-li, el ejército realista venció a los insurgentes y suslíderes fueron ejecutados (Sotelo 1942; Spalding1984).

LA COYUNTURA REBELDE EN LA DÉCADA DE 1770

Otra situación se generó hacia la sétima y, sobretodo, la octava décadas del siglo XVIII. Lo funda-mental del caso es que las cargas fiscales y las res-tricciones políticas y sociales de los sectores propie-tarios mineros, hacendados, obrajeros y comercian-

tes y funcionarios crecieron de tal manera que setornaron insoportables. Con las reformas, Españarompió el llamado “pacto colonial” y los colonos(denominados “criollos” de una manera genérica)vieron cambiadas las reglas de juego en formaabrupta. La corona varió en su favor el sistema re-distributivo de las riquezas generadas en la colonia,obligando a los propietarios a adecuarse a las nue-vas condiciones y produciéndose desde entoncesentre éstos (incluyendo a los eclesiásticos) una pug-na muy intensa por el control de la mano de obraindígena, sus producciones agrícolas y textiles y sustierras. Los criollos buscaron resolver sus dificulta-des a costa de la población dependiente en el virrei-nato. Cuando la situación se tornaba insufrible pa-ra los indígenas, podían producirse levantamientos(O’Phelan 1979: 109).

Es más, España se convirtió en una intermedia-ria sumamente onerosa y restrictiva. Después de ha-berse desentendido durante buen tiempo de las ac-tividades de los criollos, ahora se preocupaba dema-siado. El comercio ultramarino arruinaba a los pro-ductores locales pero también había desplazado alos comerciantes lugareños.

No era difícil colegir que se podrían conseguirmejores resultados eliminando la intermediaciónmetropolitana y realizando las transacciones direc-tamente con los países europeos de donde prove-nían las mercaderías importadas. Un problema muyserio que se presentaba cada vez que se trataba elpunto era la posibilidad de efectuar el cambio perosin variar la relación de subordinación que tenía lapoblación indígena mayoritaria. España era la po-tencia extranjera que garantizaba la estabilidad so-cial interna en las colonias. En caso de producirselevantamientos, España debía movilizar los recur-sos necesarios para aplacarlos. La pregunta era si lospropios colonos, una vez separados de la metrópo-li, estarían en condiciones de constituir un Estadocapaz de controlar la situación. La otra parte de lainterrogante giraba en torno a los costos de ese Es-tado y quiénes deberían solventarlos.

El reparto vino a romper una especie de pactopor el cual el indígena no debía pagar otra cosa queel tributo y la mita. La población aborigen teníaahora mayores motivos para protestar. Casi no lohabía hecho durante décadas por haberse acomoda-do y entender que estas cargas estaban relacionadascon su derecho a la tierra, y la vinculación del cura-ca en estos cobros garantizaba la tranquilidad so-cial. De otro lado, estas cargas obligaban al campe-sino indígena a expandir su producción. Otra situa-

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ción se produjo cuando los propietarios rurales ycomerciantes empezaron a buscar hacer recaer so-bre él los costos de la reforma fiscal, que incluyótambién tasas a artículos que antes no estaban gra-vados y eran producidos y comercializados, en par-te, por indígenas (coca, granos, papa seca, chuño,textiles, etc.).

Una buena alternativa resultó establecer unaalianza con los curacas, quienes habían demostradoa lo largo del tiempo colonial transcurrido su dispo-sición para actuar en provecho propio al apoyar alos españoles en la sujeción de las mayorías indíge-nas. De un lado, la participación indígena en la ges-ta emancipadora debía resolver el problema dehombres para enfrentar a las fuerzas españolas, esdecir, los indios debían emancipar el Perú en favorde los criollos. De otro lado, la alianza con los cura-cas podía garantizar la mantención del orden socialuna vez emancipado el país.

Poco a poco, los criollos se vieron involucradosen las protestas contra las medidas reformistas, queconvocaban abiertamente a la población indígena,mestiza y, a veces, negra. Obviamente, cada sectorparticipaba con sus reivindicaciones propias.

El establecimiento de aduanas y el incremento ymayor celo en la cobranza de las alcabalas provoca-ron manifestaciones de protesta en el sur andino.En Cochabamba hubo que suspender la aplicaciónde las órdenes que establecían la aduana a fin deevitar que la protesta de los comerciantes y arrieroscomplicase la situación.

En octubre de 1777 ocurrieron serios disturbiosen La Paz con motivo de los cobros aduaneros. Losindios y cholos trajinantes de tocuyos iniciaron lasacciones, quejándose de tener que pagar el doble enalcabalas de lo que antes pagaban; al movimiento seunieron los indios tintoreros, harineros y comer-ciantes. Las autoridades locales lograron calmar losánimos de la muchedumbre desorganizada. Mas es-to no solucionó los problemas. En marzo de 1780los comerciantes volvieron a protestar, igualmenteen forma espontánea y desorganizada, esta vez porla noticia difundida de un catastro de haciendas ygremios que debía practicarse para el pago de im-puestos.

En noviembre de 1777 estalló una revuelta enUrubamba. Participaron tanto indios tributarios ycuracas que protestaban contra los repartos de loscorregidores, como mestizos y criollos propietariosde tierras (granos) y ganado, vinculados al comer-cio sur andino que atravesaba por las dificultadesdel establecimiento de aduanas y el cobro de alcaba-

las. Los rebeldes atacaron el pueblo de Maras, cuyocorregidor logró salvarse, pero fueron incendiadoscasas, archivos y la cárcel. El movimiento duró va-rios días demostrando cierta coordinación entre losinsurgentes. En estos hechos hay indicios de la par-ticipación de José Gabriel Tupac Amaru presentan-do memoriales para obtener la exoneración de mitapara Canas y Canchis.

Apenas instalada la aduana en Arequipa, los co-merciantes indios, mestizos y criollos la destruye-ron en enero de 1780. Además atacaron casas co-merciales y liberaron a los presos de la cárcel. Apar-te de revisarles toda la carga que transportaban pa-ra evitar el contrabando, debían pagar por artículosque antes estaban exonerados y, con frecuencia, lesconfiscaban sus mercaderías. Los pasquines queacompañaron el movimiento estuvieron dirigidoscontra tres grandes comerciantes peninsulares, aquienes acusaban de tener intereses en el reparto delos corregidores.

Resulta evidente la participación de comercian-tes y productores criollos, pues la exigencia de una

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Un natural del norte peruano en plena faena agrícola.

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guía de transporte hizo que los criollos no pudiesenutilizar, como antes, a los indios para internar mer-caderías a la ciudad evadiendo el pago de los im-puestos. Igualmente involucrados estuvieron loshacendados de los valles de Vítor y Tambo, produc-tores de aguardiente, gravado con una nueva tasadel 12,5%. Los comerciantes indígenas y mestizosparticiparon en tanto que se incluía en la alcabalaartículos anteriormente exentos. El levantamientofue superado mediante acciones de vigilancia departe de las autoridades (O’Phelan 1988: 202-207).

Paralelamente a los sucesos arequipeños, en laciudad del Cuzco se preparaba un levantamientoque fue cortado en su fase preparatoria, llamado laconspiración de los plateros. Pese a las protestas ais-ladas, la aduana del Cuzco inició sus actividades.En marzo crecieron los rumores sobre un levanta-miento general contra la aduana que estaban orga-nizando los criollos, indios y mestizos cuzqueños.Se trataba nuevamente de la protesta de los produc-

tores criollos (haciendas y obrajes) que ya no po-dían utilizar a los cargadores indios para internarefectos a la ciudad. Los reos por este caso fueroncuatro plateros, tres hacendados, un arriero y dospersonajes relacionados con chorrillos; sólo uno eraindio curaca-hacendado. Las medidas fiscales ya co-nocidas (aduana, alcabala, censo de propiedades) yel incremento de las cargas para sectores que antesestaban libres (chorrillos) fueron las motivacionesinmediatas del abortado alzamiento.

La población indígena tenía sus propios motivospara participar en el levantamiento. De ahí que noresultara difícil reclutarla. La “alianza” se hizo conel curaca de Pisac, Bernardo Tambohuacso Pumaya-li, muy ligado a los hacendados locales. También es-tuvieron involucrados en la conspiración los cura-cas de Oropesa y del Collao.

La delación se produjo al ser roto el secreto deconfesión por parte de un cura. El principal impli-cado resultó ser el hacendado criollo Lorenzo Far-

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Vista del valle de Urubamba, Cuzco, zona donde en 1777 tuvo lugar una grave revuelta, tanto de indios –contra los repartos decorregidores–, como de mestizos y criollos, en protesta por el cobro de alcabalas y el establecimiento de aduanas.

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fán de los Godos quien, aunque con algún recelo,estableció una suerte de alianza con sectores mesti-zos e indios contra las medidas coloniales que losaquejaban. El curaca Tambohuacso estuvo deacuerdo, con la salvedad de que se atendiesen lasdemandas de la población aborigen con respecto alreparto y los tributos.

Hay elementos en la organización, composiciónsocial y el programa que vinculan esta conspiracióncon la rebelión que en noviembre del mismo añoencabezaría en el Cuzco Tupac Amaru II. Inclusive,pueden detectarse personajes que participaron enambas acciones.

Luego del proceso seguido a los detenidos, loscabecillas fueron ejecutados en junio de 1780. Tam-bohuacso se escondió, siendo detenido y ahorcadorecién en noviembre cuando ya la rebelión tupaca-marista se había iniciado. Estas severas condenastuvieron la finalidad de escarmentar a la poblaciónde una de las ciudades y zonas más pobladas y con-flictivas del Perú (Ángeles 1975; O’Phelan 1988:207-217).

En la sierra central y el callejón de Huaylas hu-bo aisladas manifestaciones de protesta contra lasalcabalas en 1780.

LA REBELIÓN DE TUPAC AMARU

Representa el fin de una ola de protestas, entrepequeñas y medianas, a lo largo de los Andes perua-nos desde mediados del siglo XVIII. Se produjocuando el descontento social alcanzaba su puntomás álgido y, en cierta medida, fue una síntesis delas manifestaciones previas en contra de la domina-ción colonial o algunos de sus aspectos concretos.En especial desde 1777 las manifestaciones se vol-vieron más intensas y violentas. Lo dicho se confir-ma por la magnitud alcanzada en la rebelión tupa-camarista. En el aspecto territorial y en el proyectopolítico subyacente, así como en las mismas accio-nes emprendidas y en los sectores sociales compro-metidos, se trató de una rebelión jamás vista en lahistoria americana.

En el movimiento suelen distinguirse dos fases.La primera fue la “cuzqueña” o “quechua”, dirigidapor el propio José Gabriel Tupac Amaru, curaca dePampamarca, Tungasuca y Surimana. La segunda fa-se se inició con la captura del caudillo cuando la re-belión fue conducida por familiares del rebelde y,luego, se articula con el movimiento que en el AltoPerú encabezaba el jefe aimara Julián Apasa TupacCatari.

Puede decirse que, por su composición, la rebe-lión incluyó al menos dos niveles. Uno representa-do por la dirigencia (Tupac Amaru y sus aliadoscriollos); otro por una población campesina que de-sobedeció a la dirigencia. En el Alto Perú, este se-gundo nivel fue más pronunciado.

Las accionesEl 4 de noviembre de 1780 Tupac Amaru captu-

ró al corregidor de la provincia de Tinta, Antonio deArriaga, obligándole a entregar dinero, armas y bes-tias de carga de su tesorería. Además, le exigió fir-mar una convocatoria a los habitantes de la provin-cia a una reunión que se llevó a efecto en Tinta el 9de noviembre.

Ante la sorpresa de una nutrida concurrencia,Tupac Amaru condenó a Arriaga a muerte y supri-mió las alcabalas, mitas y aduanas, indicando quetodo lo hacía en cumplimiento de órdenes emana-das del mismo rey de España, por las cuales debía

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José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru. Óleo de Etna Velarde, 1982.

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asumir el mando supremo y eliminar a los corregi-dores. De esta manera se dio inicio a la manifesta-ción anticolonial más importante en el Perú virrei-nal. El mismo hecho de haber ejecutado a un repre-sentante del poder vigente le imprime al movimien-to un carácter irreversiblemente anticolonial.

La rebelión se iba generalizando. La convocato-ria era acogida por amplios sectores de la poblaciónindígena. El 16 de noviembre Tupac Amaru decretóla libertad de los esclavos en un intento por ampliaraún más el horizonte social de la rebelión. No diolos resultados esperados, probablemente, por la po-ca incidencia de la esclavitud en la sierra.

Al conocer estos hechos, el corregidor del Cuz-co formó inmediatamente una junta de guerra bajola jefatura militar de Joaquín de Valcárcel. Acto se-guido dio aviso a Lima pidiendo auxilio. Con laayuda de los curacas Sahuaraura y Chillitupa lasfuerzas cuzqueñas partieron en búsqueda de los re-beldes. El primer encuentro en Sangarará el 18 denoviembre, significó una clara victoria rebelde.

Este hecho fue crucial pues simultáneamentedemostró la fuerza y la debilidad de la rebelión: la

población campesina seguidora de Tupac Amarudesplegó iniciativas propias que la dirigencia no es-taba en capacidad de contener. Hubo masacres deblancos y la iglesia del pueblo quedó destruida.

El Cuzco estaba desguarnecido y los rebeldesimpusieron un cerco en su entorno. La ciudad im-perial de los incas bien podía servir de tribuna parauna empresa de recuperación de la autonomía polí-tica. Sin embargo, y pese a los consejos de sus alle-gados (entre ellos, su esposa, Micaela Bastidas), Tu-pac Amaru decidió no tomar la ciudad, actitud quetal vez pueda explicarse por la necesidad de prote-ger a sus aliados en el Cuzco ante masas indígenasque no diferenciaban entre los españoles peninsula-res y los americanos.

En vez de ello, las fuerzas rebeldes tomaron laruta del Collasuyo. El 9 de diciembre ocuparonLampa y el 13 Azángaro. Siguieron otros pueblos,como Coporaque y Yauri. La rebelión crecía. Haciafines de diciembre se había propagado por Arequi-pa, Moquegua, Tacna y Arica. En el propio Cuzconuevos lugares se incorporaban al bando insurgen-te (Calca, Pisac, Yucay, Lares y Urubamba).

La incursión en tierras sureñas amplió la geogra-fía rebelde, pero permitió que las fuerzas realistascuzqueñas se recuperasen y lograsen manejar políti-camente la situación. Una hábil negociación con loscuracas de la comarca posibilitó dividir a la pobla-ción indígena. Estas ya clásicas alianzas dieron albando español una base social tan importante comola que manejaba el cabecilla rebelde, pues cada cura-ca arrastraba tras de sí a una población que terminó,así como en otras oportunidades antes y después, lu-chando en favor o en contra de causas ajenas.

Ante el fortalecimiento del Cuzco, Tupac Amaruvolvió sobre sus pasos. El 28 de diciembre estaba enel cerro Picchu. La ciudad fue presa del pánico, yaunque los sectores criollos estaban dispuestos aentregar la plaza, tampoco entonces se decidió elcaudillo a entrar al Cuzco. Planteó en cambio larendición de la ciudad ofreciendo proteger los inte-reses de los criollos.

Entre tanto, los aprestos en Lima no tenían esasvacilaciones. El virrey Agustín de Jáuregui y el visi-tador Areche preparaban sus tropas. A mediados dediciembre salió el propio Areche con fuerzas nuevasy se envió al Cuzco fusileros negros y mulatos conla clara intención de evitar el “contagio”.

Las tropas rebeldes seguían ocupando pueblos.Pero los sinsabores ya se dejaban sentir. Diego Cris-tóbal Tupac Amaru fue detenido por Pumacahua enPanapunco sin poder cortar las vías de aprovisiona-

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Al virrey Agustín de Jáuregui y Aldecoa le tocó enfrentar la rebelión acaudillada por Tupac Amaru (1780-1781).

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miento del enemigo. Tupac Amaru tuvo que aban-donar su posición expectante cerca del Cuzco, pueslas fuerzas realistas –en realidad las tropas de los cu-racas realistas– lo obligaron a replegarse. Ya el pesode la rebelión recaía más en las provincias del sur.

Areche llegó al Cuzco el 23 de febrero con unejército estimado en más de 17 mil soldados. Enmarzo salieron a combatir, confiando principalmen-te en las fuerzas de los curacas leales y en las trai-ciones que podían producirse entre los colaborado-res cercanos de los rebeldes.

Tupac Amaru obtuvo algunas victorias sobre loscuracas realistas (Pucacasa y Cusipata), pero a finesde marzo sufrió las primeras derrotas importantes.En Llocllora fue vencido por Pumacahua, su más te-mido rival. A principios de abril, el mismo Pumaca-hua infligió una nueva derrota a las huestes rebeldesen Mitamita.

Esta situación fue capitalizada por el ejércitorealista dirigido por el mariscal Del Valle. Pese a susesfuerzos, Tupac Amaru no pudo retomar la inicia-tiva. El 5 de abril fue fatal para el líder andino. De-rrotadas sus fuerzas, tuvo que escapar. La delaciónde uno de sus ayudantes facilitó su prisión y la denumerosos de sus familiares, salvando de ser captu-rados su primo Diego Cristóbal, su sobrino Andrés,su cuñado Miguel y su hijo Mariano, dirigentesprincipales del movimiento.

Los prisioneros fueron sometidos a interrogato-rios terribles para que revelaran sus relaciones ocul-tas en el Cuzco y sus supuestos vínculos con los in-gleses. A pesar de las torturas no los pudieron hacerhablar. El 18 de mayo se cumplió la sentencia demuerte para Tupac Amaru y todos sus colaborado-res capturados. Unos fueron simplemente ahorca-dos (José Verdejo, Andrés Castelo y Antonio Basti-das); a otros primero se les cortó la lengua (Francis-co Tupac Amaru e Hipólito Tupac Amaru); a Toma-sa Tito Condemaita, cacica de Acos, se le dio garro-te. Este espectáculo fue presenciado por el cu-raca y su esposa. A ella le cortaron la lengua yluego le dieron garrote acabándola a golpes. Allíder principal empezaron cortándole la lengua;quisieron descuartizarlo mas, al no poder, elverdugo le cortó la cabeza. Los cuerpos de él ysu mujer fueron quemados en Picchu. Loscuerpos de los demás fueron decapitados y des-cuartizados, quemado el resto, siendo las ceni-

zas esparcidas al viento y arrojadas al río. El ensaña-miento no merece otro comentario que su clara in-tención de escarmiento y de impedir el entierro enun machay o cementerio tradicional andino.

Sin duda, los aliados cuzqueños y limeños nodieron la cara. El obispo Juan Manuel Moscoso yPeralta, vinculado en un principio en el levanta-miento, tuvo que demostrar su inocencia. Su acti-tud había sido comprometedoramente lenta parapedir ayuda y condenar los hechos. Cierto es queexcomulgó a Tupac Amaru y se apresuró a instruira los curas de los pueblos contra la rebelión, perofue difícil para él quitarse la mirada de las autorida-des políticas virreinales (Campbell 1978a).

En el Alto Perú la situación de rebeldía criolla ymestiza llevaba también buen tiempo (contra adua-nas y alcabalas). Igualmente, entre la población in-dígena se apreciaba una agitación importante, en es-pecial en el corregimiento de Chayanta, donde la re-belión no necesitaba más que de un pretexto paraestallar. Éste llegó cuando en julio de 1780 el corre-gidor asesinó al curaca Tomás Acho que pretendíaliberar al líder Tomás Catari. A continuación fueasesinado también Tomás Catari.

El pueblo enardecido inició una insurrección di-rigida por los hermanos de Tomás, Dámaso y Nico-lás, que en febrero de 1781 estaban sobre Chuqui-saca. La ciudad asediada recibió refuerzos del coro-nel Ignacio Flores. Replegados, Dámaso Catari y 28allegados fueron traicionados. El 27 de abril Dáma-so fue ejecutado; el 7 de mayo Nicolás corrió la mis-ma suerte.

Pero la rebelión había prendido en el Alto Perúy poco a poco se incorporaban más territorios (Co-chabamba y Tapacarí). Inmediatamente luego de laderrota en el Bajo Perú, las fuerzas rebeldes se re-concentraron bajo la conducción de Diego Cristó-bal Tupac Amaru y Mariano Tupac Amaru, desdedonde pasaron a Azángaro, tomaron Carabaya y, al

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Una vez derrotado Tupac Amaru en 1780, lainsurrección continuó bajo el mando de Cristóbal y

Mariano Tupac Amaru, quienes tomaron la ciudad dePuno. En la fotografía la catedral de la ciudad lacustre.

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comenzar mayo, pusieron cerco a la ciudad de Pu-no. Recién el día 23 pudieron tomar el puerto lacus-tre, cuando el mariscal Del Valle lo abandonó. Des-de ahí dirigieron la nueva fase de la rebelión. En Pu-no, Diego Cristóbal volvió a abolir la esclavitud, enun nuevo intento por ampliar la base social rebelde.

En el Alto Perú surgió la figura de Julián Apasa,quien según se cree participó en los sucesos de Tin-ta. Asumió los apellidos de Tupac Amaru y TomásCatari: Julián Apasa Tupac Catari, afirmando que suautoridad le había sido delegada por ambos jefes.Recurría a un complicado lenguaje religioso mesiá-nico, transmitido supuestamente por Dios. Se pro-clamó virrey y jefe máximo de la rebelión en un in-tento (nunca logrado) de autonomía con respecto almovimiento del Bajo Perú.

En coordinación con Diego Cristóbal impuso elprimer asedio a la ciudad de La Paz el 13 de marzode 1781, durante 109 días. El coronel Flores, enton-ces presidente de la audiencia de Charcas, llegónuevamente a desbaratar los planes insurgentes.

Ese mismo mes las tropas de Andrés Tupac Ama-ru tomaron Sorata y se dispusieron a hacer lo mis-mo con La Paz. Cuando en agosto Flores decidió re-tirarse, se estableció un nuevo asedio a La Paz. Losrebeldes eran comandados por Andrés Tupac Ama-ru y Julián Apasa Tupac Catari. Esta vez las fuerzasdel virreinato de Buenos Aires, al mando de José Re-seguín, llegaron a enfrentar a los rebeldes.

Ante la imposibilidad de volver a tomar la plaza,Tupac Catari levantó el segundo cerco y se replegó.De su lado, Andrés fue a Azángaro llamado por sutío Diego Cristóbal. En estas condiciones el virreyJáuregui recurrió a un ardid que le reportó resulta-dos muy favorables; ofreció paz y perdón a los in-surgentes a fin de dividirlos y aprovechar su desmo-vilización para poner fin a la rebelión. Los dirigen-tes se mostraron deacuerdo con la am-nistía. Miguel Basti-das y Diego Cristóbalse acogieron al per-dón virreinal. TupacCatari, en cambio,prefirió aguardar.

Se fue a Achaca-chi, a orillas del Titi-caca, para reorganizar

sus fuerzas dispersas por la amnistía. En esta laborfue traicionado la noche del 9 de noviembre de1781 y apresado en Chinchaya. La sentencia demuerte por descuartizamiento fue ejecutada seisdías después. Su cabeza fue puesta encima de lahorca en La Paz y sus partes descuartizadas reparti-das en distintas localidades para escarmiento de lapoblación. Así también fueron ejecutados otros lí-deres del levantamiento.

El perdón fue firmado solemnemente en Sicuaniel 27 de enero de 1782 por Del Valle, el obispo Mos-coso y Diego Cristóbal. Mientras capturaban locali-dades (tales como Puno y Azángaro), los realistasseguían la persecución de los rebeldes. En abril fuecapturado y descuartizado Pedro Vilca Apasa así co-mo otros líderes secundarios, hasta que en julio de1782 las fuerzas del mariscal Del Valle habían apa-ciguado el sur.

Pronto se vieron los resultados de la trampa dela amnistía. Diego Cristóbal, Andrés y decenas deprominentes jefes rebeldes que habían entregadosus armas se vieron perseguidos por las fuerzas co-loniales. El 15 de marzo de 1783 fue capturado Die-go Cristóbal en Tinta y el 19 de julio fue quemadoy ahorcado en la plaza del Cuzco.

Se inició una enorme cacería de sus familiares,allegados y lugartenientes. En Lima fueron apresa-dos en febrero su hijo Mariano y su primo Andrés.Parientes de Tupac Amaru hasta la quinta genera-ción fueron perseguidos y desterrados.

Organización internaJosé Gabriel Tupac Amaru fue un curaca política

y económicamente influyente. Hombre culto y deascendencia inca, entabló vínculos amicales conpersonajes de diverso rango étnico y social. Comocomerciante tuvo la oportunidad de visitar diversos

lugares del Alto y Ba-jo Perú y conocer másde cerca la realidadcolonial. Boleslao Le-win considera queTupac Amaru empezóa establecer contactospolíticos reservadosdesde 1770. En unprincipio abogó enlos tribunales tantopor los derechos de lapoblación indígena(exonerar de la mitapotosina a los indios

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Una vista de la iglesiade la Compañía de Jesús y de la plaza del Cuzco.

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de Canas y Canchis), como por su propio es-tado noble e inclusive quiso elevar a la cortemadrileña sus quejas. Lo frustrante de otrasgestiones análogas lo hizo desistir de su pro-pósito legalista.

En sus estadías en Lima en 1777 y 1778decidió coordinar las acciones para una rebe-lión de amplios alcances. Estableció contac-tos con sectores criollos del Cuzco y Lima,que no se conocen a plenitud por cuanto el lí-der rebelde no los delató. Sólo algunos han si-do identificados. Unos fueron hombres de le-tras, otros comerciantes: Bernardo La Madrid,Romualdo Ordóñez, Juan Antonio Figueroa,Lucas Aparicio y Miguel Montiel (comercian-te que diera a Tupac Amaru 8 mil pesos omás). Un militar de Lima, Demetrio Egan, en-vió en 1781 un informe secreto a Gálvez acu-sando a los criollos de conspiradores y auspi-ciadores de Tupac Amaru desde 1776. Inculpaba atodos (virrey Jáuregui incluido por sus vínculos conlos criollos) de haber fomentado la rebelión tupaca-marista, no querer pagar los impuestos y haber ac-tuado con moderación durante la rebelión (Basadre1973: 65-66).

La rebelión estuvo dirigida a romper el vínculocolonial con España movilizando a una amplia(multiétnica y multiclasista) población. Aglutinabala alianza una serie de medidas reivindicativas delos diferentes sectores convocados. La inclinaciónhacia los sectores propietarios se observa en el “ol-vido” sobre el tributo indígena, ya que los reclamosatendidos fueron los de los criollos (alcabala, adua-na, ampliación del comercio, cargos públicos, etc.).La supresión de la mita obedecía a la necesidad deretener en el Cuzco a la mano de obra indígena adisposición de los propietarios locales. Del mismomodo, los repartos muchas veces competían con elcomercio que los arrieros realizaban por sí y a favorde comerciantes locales. No extraña, por ende, quela rebelión no hubiese contemplado las transforma-ciones básicas en la estructura de la propiedad y lasformas de prestación laboral que, injustamente, sehan atribuido al curaca rebelde en el afán de presen-tarlo como un luchador social por su pueblo.

En sus comienzos, la rebelión movilizó princi-palmente a la población indígena de la provincia deCanas y Canchis (Tinta), de donde era originario ytenía autoridad el jefe rebelde. Posteriormente, seexpandió a las provincias de Quispicanchis, Paucar-tambo, Chumbivilcas, Lampa y Chucuito. TupacAmaru logró atraer hacia su movimiento al menos a

25 curacas; doce de ellos de Canas y Canchis. Encambio, una serie de curacas permaneció al margende la rebelión (incluidos dos de Tinta), en tanto queotros se alistaron en las fuerzas represivas españo-las. Los indios de las provincias que mitaban a Po-tosí estuvieron más dispuestos a enrolarse al movi-miento, pues tenían poco que perder y mucho queganar.

Tupac Amaru organizó la rebelión de acuerdo acriterios tradicionales. El sistema de parentesco, im-portante en la organización social andina, cumplióun papel singular durante la insurrección. La con-fianza, básica en la etapa conspirativa, siguió siendoindispensable en la conducción. Los principales di-rigentes del movimiento tuvieron algún vínculo fa-miliar o de afinidad con él (Spalding 1974: 100; Ve-ga 1995).

También es interesante indicar que el círculo decabecillas conocido lo integraban personajes que,no siendo familiares, tuvieron vínculos con el con-ductor del movimiento. Puede sospecharse queotros involucrados también habían tenido tratoscon el curaca. Máxime cuando las relaciones econó-micas y sociales de Tupac Amaru fueron vastas: concuracas, hacendados, escribanos, comerciantes, ar-tesanos, obrajeros, etc.

Desde ya, Micaela Bastidas fue el brazo derechode José Gabriel. Debió atender los asuntos prepara-torios de la rebelión en las ausencias de su esposo yactuó de gobernadora cuando José Gabriel andabaen el Alto Perú. Andrés Tupac Amaru fue hijo de Pe-dro Mendigure, arriero de Pomacanchis, colabora-dor del rebelde y esposo de Cecilia Escalera llama-

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Grupo de indios en el Cuzco del siglo XIX tomado del Atlasgeográfico del Perú (París, 1865) de Mariano Felipe Paz-Soldán.

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da Tupac Amaru (“prima de cariño” del rebelde).Fue el principal ayudante de su tío Diego Cristóbalen la continuación de la lucha en el Alto Perú. Ce-cilia Tupac Amaru fue una de las más decididas se-guidoras de Tupac Amaru.

De otro lado, las relaciones económicas jugarontambién un papel de primer orden. En especial, elarrieraje. El propio Tupac Amaru poseía 350 mulasy a esa actividad se dedicaban también otros parti-cipantes en la rebelión. Entre ellos seis reos (cuatrode ellos parientes del jefe rebelde). Las relacionescomerciales a pequeña, mediana y larga distanciasfacilitaron la articulación del movimiento. Hay unacoincidencia no casual entre los circuitos comercia-les en el Alto y el Bajo Perú y el territorio que abar-có la rebelión, siendo los arrieros quienes conecta-ron los distintos lugares antes y durante el movi-miento. La provincia de Canas y Canchis era el cen-tro del arrieraje en la región y vinculaba Tucumáncon Huancavelica y Pasco. Zona de escasas hacien-das, intermedia entre las estancias de puna y los va-

lles, tuvo un papel muy activo en el comercio inte-rregional; en cambio, los curacas del Urubamba re-chazaron el proyecto tupacamarista (Céspedes delCastillo 1946; Fisher 1966; Mörner-Trelles 1986;Cushner 1980).

Tupac Amaru recurrió también a los curas de lospueblos. Su poder de convocatoria, similar al de loscuracas, los hizo importantes para la organización yconducción de un movimiento de esa magnitud. Eltradicional apoyo que los curas ofrecían a los indiosen contra de los corregidores (no desinteresado, porsupuesto), predispuso a los rebeldes de 1780 a acu-dir a ellos por ayuda. Al menos se sabe de algunoscuras que prestaron su apoyo a la rebelión, entreellos, José Maruri, cura de Asillo (Puno). IldefonsoBejarano y Carlos Rodríguez estuvieron en la ejecu-ción del corregidor en Tinta; también el cura de Po-macanchi Gregorio Yepes. Otros curas, al contrario,actuaron eficazmente contra el levantamiento. Li-llian Fisher sostiene que la rebelión pudo propagar-se mejor en los lugares donde no había curas, y quefueron éstos quienes incentivaron a la población aoponerse a los rebeldes. Así parece que sucedió enCotabambas, Chincheros, Maras y Oropesa. Las tro-pas aimaras ejecutaron a cinco clérigos (O’Phelan1988: 237-241; Fisher 1966: 113; Vega 1995).

Inicialmente el obispo cuzqueño apoyó a los re-beldes. Posteriormente, se esforzó por demostrar sulealtad: excomulgó a Tupac Amaru, alentó a la gen-te del Cuzco a enrolarse contra la rebelión y gestio-nó la recaudación de donativos para financiar la re-presión. También fue “castigado”: lo alejaron delpaís, llegando a ser arzobispo en Granada (Loayza1943; Campbell 1978a; Durand 1973).

De la misma manera, la rebelión contó con elapoyo de ciertos criollos y peninsulares. Tampocofue desinteresado este apoyo ni obsecuente. Al igualque en el caso de los curas, los criollos alentaron alos indios a enfrentarse al poder colonial contra loscorregidores, aduanas e impuestos, pero cuandovieron que la rebelión no tenía futuro, retiraron suapoyo. En especial, cuando vieron que en Sangara-rá el movimiento rebasó a su dirigencia.

Se conoce de pocos criollos y peninsulares quehayan participado activamente en la rebelión. Losescribanos Felipe Bermúdez, Mariano Banda yFrancisco Cisneros, por ejemplo, intentaron deser-tar luego de apoyar abiertamente al curaca rebelde.El ex cajero del corregidor Arriaga, el criollo FelipeMiguel Bermúdez, fue el principal jefe tupacamaris-ta blanco. El arriero Andrés Castelo fue otro criollocercano a Tupac Amaru.

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Un indio arriero tomado de Lima, apuntes históricos,descriptivos, estadísticos y de costumbres (París, 1867)

de Manuel Atanasio Fuentes.

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Miguel Montiel Surco fue un mestizo cuzqueñoresidente en Lima que debió influir mucho en la de-cisión de Tupac Amaru para el levantamiento. Enuna oportunidad Micaela Bastidas manifestó que aJosé Gabriel “le abrieron los ojos en Lima” allá por1777. Por motivos mercantiles Montiel había estadoen España, Francia y cinco años en Inglaterra, dedonde regresó en 1769. Con contactos en las altasesferas sociales criollas de Lima, Montiel pudo serel nexo entre la rebelión y los criollos de la capital,por lo demás nunca puestos al descubierto.

El pardo Antonio Oblitas fue un pintor y zapate-ro cuzqueño incorporado a la rebelión desde unprincipio. Fue capitán y actuó de verdugo. Su parti-cipación puede significar que los negros y castas noestuvieron muy alejados de la rebelión.

Los peninsulares involucrados estaban afincadosen el Perú. Los armeros de la rebelión, Antonio Fi-gueroa (obrajero) y Francisco Cisneros, estaban ca-sados con criollas acaudaladas relacionadas conDiego Esquivel y Navía, marqués de Valleumbroso yuno de los criollos más ricos del Cuzco. No se des-carta que los Esquivel alentasen la rebelión en for-ma indirecta, ya que eran propietarios de varias ha-ciendas y obrajes, participaban activamente en elcomercio regional del azúcar y textiles y fueron se-riamente afectados por la creación de aduanas y elincremento de la alcabala (Mörner 1977: 38; O’Phe-lan 1988: 245).

Importante fue también el sistema de relacionesde ayuda mutua entre los curacas en la organizaciónde la rebelión. Curacas que no eran sus parientes sesolidarizaron con el jefe y lo apoyaron en la empre-sa. Cuando la solidaridad no funcionaba y se estabaen condiciones de hacerlo, Tupac Amaru designócuracas para los pueblos. Fue el caso de Sicuani, cu-yo curaca Zamalloa intentó asesinar a Tupac Amaru.

Los curacas coordinaron el abastecimiento de ví-veres, armas y hombres. Se obtuvo recursos, tam-bién, confiscando propiedades y almacenes de co-rregidores y hacendados.

El caso de la cacica Tomasa Tito Condemaita esde resaltar. Ejecutada junto a los líderes de la rebe-lión, estuvo casada con el criollo Faustino Delgado.Proporcionó recursos económicos para el levanta-miento y dirigió personalmente tropas. Junto a nu-merosos otros jefes, se opuso a los planes de Micae-la Bastidas de tomar por asalto el Cuzco en ausen-cia de Tupac Amaru. Más bien fue capturada por lastropas tupacamaristas cuando, en pleno cerco, qui-so entrar a la ciudad imperial donde su esposo e hi-jos (Vega 1995: II).

Desde un principio fueron convocados los es-clavos. Sin embargo, no se les dio ninguna respon-sabilidad en la conducción de la rebelión, aunqueTupac Amaru, a cambio de su adhesión, les prome-tió la libertad el 16 de noviembre de 1780 (Lewin1957: 399).

Estos elementos fueron la base del poderío y a lavez de la debilidad de la organización rebelde. Deun lado, los lazos familiares y comerciales y lasalianzas de los curacas unieron a los rebeldes. Mas,de otro, donde no pudo darse esa alianza, la organi-zación tuvo serios problemas. Desde ya, en la pro-pia provincia de Canas y Canchis no se produjo unaadhesión completa; en Quispicanchis sólo la mitadde los curacas se plegó a la causa tupacamarista.Mayores discrepancias hubo en las demás provin-cias cercanas; en tanto que en las más alejadas fuemás difícil encontrar algún apoyo.

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Acuarela que muestra a un alcalde de indios (con vara dejusticia y sombrero) del siglo XVIII. Los alcaldes de indios,

reclutados en parte de la elite nativa, fueron introducidos porlas autoridades españolas en el siglo XVI.

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Por lo general, las contradicciones entre los cu-racas fueron tan significativas que no se logró suacercamiento masivo como habría sido de esperar,si se considera que estas autoridades debían velarpor los intereses de la población campesina de suspueblos (eliminación del tributo, mitas, repartos,abusos de curas, corregidores, etc.). En las provin-cias de Calca y Lares, Cotabambas y Abancay hubouna oposición abierta a Tupac Amaru. Los curacasde Lampa, Azángaro y Paruro tuvieron un pacto queresultó muy efectivo para impedir la propalación dela rebelión (Fisher 1966: 107).

Aquí se manifestaron los seculares conflictos en-tre los curacas, generados por disputas jurisdiccio-nales, mantenidos (y exacerbados) por las autorida-des coloniales y locales a fin de sacar provecho de laprofunda desunión entre los jefes de la poblaciónindígena peruana. Por ejemplo, el curaca de Copo-raque, Eugenio Sinanyuca, colaboraba con el corre-gidor Antonio de Arriaga y se opuso al movimientoque, precisamente, comenzó ahorcando al corregi-dor. Sinanyuca se unió a las fuerzas realistas, espe-rando al parecer, ser recompensado con la confir-

mación de su curacazgo. El mismo curaca rebeldetenía pleitos pendientes con la familia Betancour so-bre la legitimidad del curacazgo de Tinta.

Otro caso ilustrativo fue el de Azángaro. Su cu-raca, Diego Choquehuanca, se rehusó a apoyar elmovimiento. Esta circunstancia fue aprovechadapor su tradicional rival en el curacazgo, Pedro VilcaApasa, para sustituirlo.

La labor de zapa de los españoles y los criollospudo jugar un papel trascendente en los conflictosentre curacas. Para enfrentar a los rebeldes, las fuer-zas españolas crearon un escuadrón de indios no-bles. Los curacas que pretendían mantener (u obte-ner) sus puestos y vieron en el poder colonial unafuerza con mayores garantías de éxito, se enrolaronen esa unidad. En este sentido cabe hablar de unaguerra entre curacas dentro de la rebelión (Vega1969: 30-33). O’Phelan interpreta este hecho te-niendo en cuenta que en el contexto de la rebelión,afloraron las divergencias y los conflictos de legiti-midad de los curacas, así como las rivalidades deantigua data que éstos asumieron como jefes étni-cos (O’Phelan 1988: 236). Nuevamente aparecieronlos “indios auxiliares” que desde tiempos de la con-quista practicaban el “malinchismo”. Nuevamentese recurrió a la conocida táctica de dividir para ven-cer. Nuevamente se enfrentó a indios contra indiospara dominar sobre todos.

La dirigencia del movimiento siguió también pa-trones españoles. Los mestizos, curacas y criollosocuparon preferentemente los cargos de capitanes ycomandantes del ejército rebelde, mientras que loscargos de responsabilidad estratégica (abasteci-miento, finanzas, secretaría, mantenimiento y dis-tribución de armas, construcción de cañones, etc.)fueron entregados a criollos y peninsulares. Sólo enforma ocasional indios del común tuvieron tropas asu cargo, no ocurriendo esto nunca con rebeldes ne-gros. Indios y, en menor medida, pardos fueron latropa. La dirigencia fue mixta pero elitista (O’Phe-lan 1988: 246).

Esta circunstancia puede explicar que las medi-das económicas adoptadas por Tupac Amaru res-pondiesen mejor a las demandas coyunturales delos criollos que a las de los indios. En especial, lagran omisión: no haber incluido el tributo entre lasreivindicaciones de la rebelión (Fisher 1976: 116).

El interés que tuvieron los distintos sectores par-ticipantes fue variado. Mientras los objetivos coin-cidieron, se apreció una mancomunidad de accio-nes. En cambio, cuando los hechos llevaron el mo-vimiento por otros rumbos, el rompimiento de la

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“El arriero” en una litografía de A.A. Bonnaffé, 1856.

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frágil alianza fue incon-tenible. Luego de la vic-toria en Sangarará, laviolencia se incrementónotablemente. El des-bande comenzó cuandolas masas indígenasfueron más allá de loslimitados objetivos delos peninsulares, loscriollos y los mestizos(Flores Galindo 1976,Szeminski 1990).

Las demandas po-pulares crecían confor-me retrocedían las fuer-zas realistas. La violen-cia campesina se dirigió hacia todo lo que represen-taba el poder colonial sin diferenciar a los “aliados”.Así, entre sus víctimas se fueron contando potencia-les o reales aliados según las perspectivas de la diri-gencia de la rebelión.

Se incrementaron las dudas de quienes no esta-ban seguros sobre si la rebelión les sería más favo-rable que mantenerse en condiciones coloniales, pe-se a las restricciones de movilidad social hacia arri-ba. A fin de cuentas, las divergencias con Españapodían conciliarse. No tenían garantías de éxito enmedio del desborde rebelde y las fuerzas colonialesno tardarían en tomar represalias contra los colabo-radores por acción u omisión de la rebelión. La se-paración podía esperar.

En la segunda fase, luego de la captura de TupacAmaru, hubo algunas diferencias sustanciales encuanto a la composición interna y la dirigencia. Pa-rece que ambas fases –la cuzqueña y la altoperua-na– tuvieron una vinculación orgánica desde un

comienzo. Los objeti-vos, grupos participan-tes comunes y la simul-taneidad de los hechosindican una continui-dad que permite hablarde un solo torrente re-belde.

Pero más directamen-te, las coordinacionesentre los sectores diri-gentes alto y bajoperua-nos hacen ver que setrataba de una rebeliónmuy extendida. Una vezderrotada la participa-ción cuzqueña, el pesode la protesta pasó al Al-to Perú, incluyendo adirigentes cuzqueñoscomo Diego CristóbalTupac Amaru, AndrésMendigure y MiguelBastidas.

Es posible indicar queen el Alto Perú la parti-cipación indígena fuemás clara. Desde unprincipio, la protesta es-tuvo dirigida principal-mente contra el tributo,la mita minera, los re-

partos y demás abusos de corregidores y otras auto-ridades, lo que imprimió al movimiento un fuertecarácter reivindicatorio indígena popular. Los cuz-queños, además, no se apresuraron en eliminar lamita y suprimieron el cobro del tributo sólo tempo-ralmente. Otro rasgo distintivo fue el papel, al pare-cer importante, que tuvieron algunos artesanos ne-gros y mulatos en el ejército catarista.

Tupac Catari utilizó su experiencia de comer-ciante en el movimiento, organizando el comerciode coca y vino y el manejo de haciendas capturadaspara conseguir recursos económicos (O’Phelan1988: 259-264).

De otro lado, los criollos no tuvieron una parti-cipación notable. Habían visto que el movimiento,en su fase cuzqueña, contenía mayores inconve-nientes sociales que ventajas. El ejército catarista tu-vo un fuerte sentimiento antiespañol y anticriollo.

A similitud de la primera fase, la segunda tuvotambién una dirigencia relacionada por vínculos de

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En el siglo XVIII seprodujo el renacimiento de

un nacionalismo incaico enlos Andes peruanos. En esa

misma centuria escritoreseuropeos, como el francés

Marmontel, se ocuparon delos incas y de su historia

desde una perspectivailustrada. En esta imagen

procedente de Les Incas(París, 1777) de dicho

autor, Cora, virgen del Sol,es presentada como una

virtuosa muchacha.

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parentesco. Sin embargo, esos rasgos son menosfuertes que en el Cuzco. Tomás Catari, pretendien-te al cargo de curaca en Chayanta, fue quien agluti-nó a su pueblo, juntamente con otros curacas de lazona, entre ellos Tomás Acho. A su muerte, la diri-gencia fue asumida por sus hermanos Dámaso y Ni-colás. Bajo la dirección de Julián Apasa se mantuvoeste rasgo. Él ubicó en puestos claves a sus parien-tes, tanto consanguíneos como políticos.

Sin embargo, con Apasa hubo un cambio muysustantivo. La dirigencia no era elitista. Falto de unpoder de convocatoria curacal, tuvo que aceptar laparticipación de las bases en las decisiones. Se recu-rría al consenso democrático en la designación deautoridades locales, pues los propios pueblos loselegían por aclamación.

Es más, Tupac Catari en varias ocasiones actuóen contra de los curacas. Esto se entiende por el pa-pel ambiguo que cumplieron estos funcionarios: de-fensa simultánea de los intereses de las comunida-des, de los poderes coloniales y, en numerosos ca-sos, de los suyos propios. Esta situación hizo de Tu-pac Catari un personaje “neutral”. Mientras TupacAmaru debió enfrentarse a curacas que por rivalida-des étnicas no apoyaban una alternativa rebelde, Tu-pac Catari no era visto como un contendiente porlos curacas locales. Su mayor vinculación fue conlas bases campesinas indígenas.

Así, la fase altoperuana admitió una dirigenciano curacal. Julián Apasa debió ascender a la cúspi-de del movimiento más por sus méritos personalesque por su origen.

La misma condición dirigencial de Apasa fueformalmente subordinada a los cuzqueños. Existen

indicios más que confiables sobre lavinculación de dependencia políticade las acciones altoperuanas respectode las bajoperuanas. Esto se entiendemejor si se considera la protesta comoun todo. Apasa era gobernador con unelevado grado de autonomía, al me-nos, en los hechos. Sobre todo, tras laderrota de los cuzqueños y gracias a ladiferencia de lengua.

El ejército rebelde en el Alto Perúfue más simple (y menos vertical) ensu estructura jerárquica que el cuz-

queño. Más homogénea en su composición étnica,la fase catarista organizó sus tropas sin la compleji-dad que Tupac Amaru imprimió a las suyas a lausanza española. Bajo la influencia de los TupacAmaru, empero, Apasa reformó su ejército (Cajías1984; Campbell 1976, 1981a, 1981b, 1986; FloresGalindo 1976, 1987 a y b; Golte 1980; Maticorena1981; O’Phelan 1979, 1982; Rowe 1976; Stavig1988; Stern 1990; Szeminski 1984; Valcárcel 1970).

No debería extrañar, por otro lado, que en la re-belión se hubiesen manifestado deseos de restaurarel imperio incaico, sobre todo si éstos eran incenti-vados por quienes debían usufructuar esa nueva si-tuación. Dado que las ideas republicanas estabanaún lejos de incluirse en las discusiones políticas,se carecía de referentes viables como para idear unrégimen distinto al monárquico. Pensando en unamonarquía no española, el único referente a la ma-no era la monarquía destruida precisamente por lospeninsulares que se buscaba expulsar. Máximecuando Garcilaso de la Vega había difundido unaimagen idealizada del pasado incaico que se pre-sentaba como una alternativa posible: un mileniode buen gobierno. Este edén propalado por las eli-tes andinas sirvió de idea aglutinadora de una po-blación mayoritaria que se identificaba por su razay condición subordinada en la sociedad colonial(Burga-Flores Galindo 1982; Flores Galindo 1987b;Burga 1987; Manrique 1995).

Un nuevo levantamiento importante se produjoen la sierra de Lima en 1783, que puede conside-rarse parte integrante de la gran rebelión tupaca-marista por la coincidencia cronológica y reivindi-cativa. Fue un caso atípico por la zona: la sierra

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Los incas del Perú en la composiciónaparecida en la Relación histórica del viajea la América meridional (Madrid, 1748) deJorge Juan y Antonio de Ulloa.

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central, que había mantenido una tensa calmaen las décadas precedentes en condiciones demilitarización. Sin embargo, puede entendersemejor si se considera que Huarochirí estuvo enpermanente ebullición social desde, al menos,el levantamiento de 1750.

Acababa de ser nombrado corregidor deHuarochirí Felipe Carrera, destacado jefe rea-lista en la rebelión del sur, cuando estalló laprotesta en San Pedro de Casta. La comandó elindio Felipe Velasco Tupac Inca Yupanqui y tu-vo como jefe militar a Ciriaco Flores. El corre-gidor actuó con celeridad, pues apenas se ente-ró del movimiento lo aplastó capturando a susprincipales líderes (incluidos Velasco y Flo-res). El 4 de julio se dictó sentencia en Limacontra los reos y se procedió a su ejecución,que fue especialmente ejemplificadora dadaslas circunstancias en que se produjo el alza-miento.

CONSECUENCIAS INMEDIATAS

Las implicaciones de la rebelión fuerontrascendentales. En ella fallecieron cerca decien mil personas, ocasionando un nuevo co-lapso demográfico que afectó las actividadesproductivas del sur andino.

A raíz de la rebelión, Areche ordenó supri-mir los curacazgos reemplazándolos por los al-caldes de indios; prohibió el uso de los trajesincas (uncus, yacollas, mascaypacha), mandódestruir retratos de los incas, prohibió escritosquechuas (teatro incluido), pututos, trajes deluto. Prohibió asimismo a los indios firmar co-mo incas e impuso el uso del castellano. El reyaprobó todo esto por cédula del 28 de abril de1783.

Las penas aplicadas a los involucrados no indiosni mestizos fueron leves. Esto probablemente sedebió a la necesidad de reconciliar a los criolloscon los españoles, cuyas relaciones fueron lesiona-das con las reformas.

La corona procedió a eliminar los corregimien-tos y, por consiguiente, los repartos que practica-ban; entre otros motivos, para evitar las sistemáti-

cas protestas que ocasionaban esas entidades. Talvez se tuvo en la mira también afectar directamentelos intereses de los criollos. Sin embargo, los repar-tos no fueron totalmente eliminados. Los curacas“intrusos” y los alcaldes de indios reemplazaron alos curacas en el papel intermediador.

Los curas doctrineros recuperaron la influenciaque habían tenido en tiempos anteriores. El au-mento de los tributos incrementó sus sínodos y ex-tendieron el cobro de diezmos a los indios en losaños 1790 (O’Phelan 1988: 287).

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Alcalde de indios del valle, se puede apreciar la vara de justicia enla mano derecha, cabello largo y sombrero de alas redondas.

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Sin duda, luego del reformismo imperial y lagran rebelión de 1780, el Perú había cambiado.Atravesaba una crisis estructural. Como sucede entoda crisis, en ésta la situación no era igual para to-dos los sectores productivos, sociales y políticos.En este capítulo se describe la situación del virrei-nato peruano en sus distintos aspectos. Esa situa-ción fue la que tuvo el Perú al momento de suemancipación y jugó un papel primordial en losinicios de su vida independiente.

La implementación de las reformas produjobuenos resultados iniciales, tales como el creci-miento de la producción minera y agropecuaria, laexpansión del comercio interno y externo y de larecaudación fiscal. Muy pronto, sin embargo, lospuntos débiles de las reformas prevalecieron sobrelos exitosos. Su aplicación afectó intereses enraiza-dos generando tensiones a distintos niveles de lasociedad colonial.

ASPECTOS COMERCIALES

Los impuestos que debían pagar las mercaderíasal salir de la metrópoli y al entrar a América debíanconstituirse en una de las principales fuentes dela corona. Estos impuestos elevaban en 38-53% el precio de las mercaderías expor-tadas desde España. Con esto se en-tiende mejor la racionalidad de lasmedidas y su aplicación: multi-plicar las relaciones mercantilespara incrementar sustantiva-mente la recaudación.

Al no modernizarse, la in-dustria española no llegó a ser labase de la expansión mercantil ul-tramarina. España suplía esta defi-ciencia con manufacturas extranje-ras (sobre todo inglesas), lo que con-venía al erario real por los derechos deimportación y reexportación que pagabanestas mercaderías. La ventaja inmediata preva-

leció sobre la de largo plazo. Según cifras oficiales,por lo menos el 50% en volumen y más del 80% envalor de las mercaderías que España exportó a Amé-rica tuvieron un origen no español. Las exportacio-nes españolas a América estaban constituidas prin-cipalmente por productos agrícolas. En especial elvino, cuya exportación afectó a los productores vi-nícolas de la costa peruana (Bernal 1987: 22-23;García Baquero 1992: 343-344; Halperín 1986: 56;Fisher 1987a: 29).

Todos los indicadores conocidos acerca del co-mercio atlántico muestran un indudable crecimien-to desde mediados del siglo XVIII. En promediosanuales, el valor de las exportaciones peruanas aprincipios de 1790 era de 5 millones de pesos. Enlos tres años del período 1785 a 1787, el Perú im-portó mercaderías por un valor de 24 millones depesos, produciendo un balance desfavorable de 3millones de pesos al año. Adicionalmente, hacia1790 el comercio del Perú con la costa pacífica deAmérica (Chile, Chiloé, Santa Fe y Guatemala) pro-ducía un déficit anual de cerca de 445 mil pesos. Es-to sumaba una balanza total desfavorable de comer-cio costeño y ultramarino de 3,5 millones de pesosal año. La única porción del comercio peruano que

producía una balanza favorable eran las ven-tas de productos agrícolas al Alto Perú,

que eran pagadas en plata y en otrosbienes, produciendo en 1790 una

balanza de 1 170 190 pesos a favordel Perú (García-Baquero 1988: I:336-343; Fisher 1981).

La plata terminó cubriendoel déficit de las balanzas comer-cial y de pagos. Desde 1785 a1789, por ejemplo, la plata

constituía el 88% del total de lasexportaciones peruanas (27 861

700 pesos en barras contra sólo 3 624657 pesos en todos los demás productos

juntos), y desde 1790 a 1794 la plata signi-ficó el 85% del total de exportaciones (23 780

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IVEL PERÚ EN LA ENCRUCIJADA

Moneda macuquina de cuatro reales, 1730.

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977 pesos en plata contra 4 127 250 pesos en otrosproductos) (Dancuart-Rodríguez 1902-1926: I).

Finalizando el período colonial, los comisiona-dos especiales de San Martín ante el gobierno in-glés, J. García del Río y Diego Paroissien, estimaronlas exportaciones en 6 254 000 pesos y las importa-ciones en 8 079 000 pesos.

Con una agricultura insuficientemente desarro-llada, el Perú se habituó a importar inclusive trigochileno, que fue preferido en Lima sobre el trigo do-méstico llamado “criollo”. Aunque se exportabanalgunas materias primas (principalmente cascarilla,cacao, cobre chileno y algo de lana de vicuña) elúnico producto realmente abundante que el paíspodía exportar para pagar las grandes importacio-nes era la plata. Al importar demasiados productosmanufacturados e inclusive alimentos, el Perú retar-daba su desarrollo industrial y agropecuario.

Cifrar las esperanzas en la producción minerafue un albur peligroso en suma. La excesiva depen-dencia de la plata fue riesgosa porque la producciónanual de barras podía fluctuar muy ampliamente.Por ejemplo, en 1792 las exportaciones de barrasllegaron a más de 8 millones de pesos, pero en 1793totalizaron 1,5 millones y en 1794 estuvieron cercaa 4 millones (Fisher 1981).

España controlaba un vasto territorio colonialque necesariamente tenía que despertar la ambiciónbritánica, de modo que se vio obligada a flexibilizaraún más el trato mercantil de sus colonias con el ex-terior. Durante las guerras permitió el comercio depaíses neutrales y en 1795 se extendió al Callao yPaita la libertad dada a otros puertos americanos pa-ra importar negros esclavos. La apertura era recípro-ca. Navíos desde América se dirigían más hacia paí-ses neutrales que a España. Durante el bloqueo aCádiz se pudo apreciar este cambio. Mientras 171navíos salieron de América en 1796, sólo 9 navíosllegaron a Cádiz en 1797. El monopolio español erasólo nominal, limitándose en mucho a cobrar losderechos de introducción a las colonias. La búsque-da de materias primas agrícolas y pecuarias benefi-ció a las zonas no mineras de América. La participa-ción peruana en este proceso fue limitada, por cuan-to los productos perecibles peruanos eran menosimportantes en el comercio con la metrópoli. En elPerú la incidencia mayor estuvo en la costa norte yla sierra sur (Villalobos 1962; Berruezo 1989).

El vacío que dejaba el comercio metropolitanofue llenado por los intereses norteamericanos en elPacífico. Las exportaciones de harina norteamerica-na y algunas reexportaciones inglesas de textiles lle-

gaban a las costas peruanas y chilenas. Entre 1788 y1809 unos 257 barcos de EE.UU. estuvieron en lascostas del Perú y Chile. De 1807 a 1808 once bar-cos ingleses llegaron a Chile y Perú con mercaderíasavaluadas en £ 933 000. El Consulado de Lima es-timó que entre 1809 y 1810 ingresaron nueve millo-nes de pesos en mercaderías. Hacia 1810-1820 losnorteamericanos lograron instalarse en el tráficomarítimo del Pacífico sur como los más importantesarmadores de barcos (Haitin 1986; Gootenberg1989; Burkholder-Johnson 1990).

Al lado y compitiendo con el comercio legal es-taba el de contrabando, que mantenía su carácterindirecto. Al Perú ingresaba por las vías ya conoci-das: Buenos Aires y Panamá-Paita. Por este últimopuerto, entre 1800 y 1810 el comercio legal ascen-dió a 9,5 millones de pesos. En ese mismo lapso, elcomercio de contrabando fue de 20 millones (Hai-tin 1986).

A la par, la abundancia de productos extranjerosmodificó las condiciones del mercado local. De unlado, fueron sustituidos los productos locales enmayor medida. De otro, la saturación provocó unabaja de precios y, por ende, de utilidades de los co-merciantes locales ocasionando quiebras amplia-mente denunciadas en la documentación.

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Acuarela del siglo XIX en la que se ilustra al vendedor deuvas y al “humitero”.

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Las mayores exigencias del comercio importadorcondujeron a la desmonetización del mercado, si-tuación que hacia 1790 se tornó crítica. El 60% delfondo dinerario de circulación interna ya había de-saparecido y la cantidad restante amenazaba extin-guirse con una mayor rapidez, por cuanto en unaño se internaban artículos europeos por un montoequivalente a 4 veces el valor de lo acuñado. Entre1740 y 1820 la acuñación preferente fue de monedadestinada al comercio exterior (reales dobles de aocho) en tanto que casi desapareció la moneda debaja denominación destinada al comercio minoristay al pago del trabajo del peón libre y de los indiosmitayos y alquilas (Lazo 1992: III).

Efectos de esta desmonetización y restriccionesproductivas fueron también la “naturalización” delas relaciones comerciales rurales y la adscripcióncreciente de los campesinos a las haciendas.

Los antiguos grandes “cargadores” del tráficocon la metrópoli fueron cediendo terreno en favorde comerciantes barceloneses y vizcaínos. La nuevaelite mercantil peninsular triplicó la cantidad de al-macenes del comercio trasatlántico. El Consuladoafirmaba que en 1786 habían quebrado muchosgrandes comerciantes. Este proceso se consolidócon la compañía Cinco Gremios Mayores de Madriden la década de 1790 (Burkholder-Johnson 1990:270).

El nuevo grupo de mercaderes peninsulares con-taba con lazos más firmes con los grandes comer-ciantes gaditanos y madrileños, que los cargadoreslimeños por ellos desplazados. Hubo excepciones,como la señalada por Cristina Mazzeo sobre el co-merciante criollo Antonio de Lavalle, quien supoadaptarse a las nuevas condiciones hacia las postri-merías del dominio español en el Perú, de la mismamanera que aquellos comerciantes que lograron en-rolarse como accionistas de la compañía de Filipi-nas a fines del XVIII (Haitin 1983: 47; Lynch 1983:15; Mazzeo 1994 y 1995).

La liberación mercantil fue un duro golpe a lasposiciones privilegiadas del Consulado limeño. Pe-ro, pese a los lamentos de los comerciantes de la ca-pital se puede ver que la zona costeña y serrana cer-cana a Lima no perdió precisamente con la reforma.Los comerciantes limeños mantuvieron el controlsobre el comercio en cacao guayaquileño, el comer-cio bilateral entre el Perú y Chile y la producción deplata peruana (Cerro de Pasco). Al perder el comer-cio ultramarino, los comerciantes limeños se intere-saron, al fin, por la minería en forma directa. Fru-to de este interés fue la adquisición de tres máqui-

nas a vapor para desaguar las minas de Cerro dePasco. La minería seguía siendo el eje comercial.Las zonas mineras peruanas consumieron el 22% delas manufacturas importadas desde Cádiz (Fisher1987a: 33; Assadourian 1982).

Los datos fiscales muestran a fines del XVIIIuna gran vitalidad del comercio bajo y altoperuanoarticulado desde Lima. Aunque con nuevos prota-gonistas, el comercio limeño mantuvo el papel deLima como “ciudad redistribuidora”. Parte del co-mercio interior seguía controlado por comercianteslocales, sobre todo la actividad de los comerciantesde las ciudades del interior con las provincias y eltráfico de los arrieros. En el norte se formó un granespacio económico que abarcaba de Trujillo a Cuen-ca pasando por Lambayeque, Piura y Tumbes hastaGuayaquil por la costa, Cajamarca y Loja por la sie-rra y Chachapoyas y Jaén en la selva (Chocano 1982y 1983; García Vera 1991; Aldana 1992a, 1992b).

Aproximadamente la cuarta parte de los produc-tos que ingresaban por las aduanas internas perua-nas era de procedencia extranjera. Entre 1786 y1798 Potosí tuvo efectos europeos en un 45% y Ce-rro de Pasco en un 44%. Si estas cifras son relacio-nadas con la producción que no pagaba impuestos(efectos de la tierra, artículos del clero, hierro y azo-gue) puede concluirse que representaban alrededordel 25%. Esto indica que la producción interna da-ba lugar a la parte más importante del abastecimien-to de los principales mercados locales. Sin embargo,las manufacturas importadas tuvieron un carácterdisruptivo muy evidente sobre la economía produc-tiva local. La dura realidad del pacto colonial da altraste con las experiencias artesanales urbanas y ru-rales (Garavaglia 1991: 218-238).

LA MINERÍA

El repunte de la minería peruana duró medio si-glo. Aun sin Potosí, pudo funcionar y articular(aunque en otras condiciones) la economía perua-na. El pico lo experimentó hacia 1799 pero ya en1812 la crisis era palpable. Una tendencia similarocurrió en Potosí (Tandeter 1981: 73-75).

En realidad, el “auge” de la minería peruana y al-toperuana fue relativo. Requirió mayores esfuerzospara menores resultados, utilizó mayor cantidad demano de obra mitaya (o sujeta por otras formas nomenos violentas), se recurrió a otros yacimientos yse explotaron vetas menos ricas (extrayendo enor-mes cantidades de “marcos” de plata pero con me-nor ley que en tiempos anteriores). De otro lado, la

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corona tuvo que rebajar el impuesto a la minería(1736) y subsidiar el suministro de azogue. Paracontrolar mejor la recaudación, creó el cargo de al-caldes de minas en 1781 (Tandeter 1992: 30-33;Brading-Cross 1972: 577).

Una de las características más saltantes del augetemporal y tardío de la minería es que la plata per-siste como principal y casi único producto. Mas, deotro lado, ya no se basa en un solo yacimiento. Laactividad en este momento es dispersa. Se cuentacon diversos centros medianos y pequeños que, sinllegar a dinamizar la economía de los alrededores,fomentaron una economía productiva y comercialde regulares dimensiones (Assadourian 1982).

La producción creció notablemente con la crea-ción del Tribunal de Minería de Lima en 1786, a se-mejanza del de México; el descubrimiento y explo-tación de nuevos depósitos en la intendencia deArequipa, y otros aún más importantes en Tarma.Las cifras muestran un rápido crecimiento. Mien-tras que en 1777 la plata registrada equivalía a 246mil marcos, este valor ascendió a cerca de 500 milen 1792, para llegar a 637 mil marcos en 1799 (Fis-her 1977). En la década de 1790 alcanzó un valorde más de 43 millones de pesos.

Cuadro 2

PLATA REGISTRADA EN LAS CAJAS PERUANAS

(1777-1824)

Caja Plata en marcos y onzas Porcentaje

Lima 3 785 429,7 20,56

Trujillo 2 984 985,2 16,21

Pasco 7 425 364,2 40,31

Jauja 79 310,1 0,43

Huamanga 591 164,05 3,21

Arequipa 1 508 905,2 8,19

Caylloma 124 164,2 0,67

Puno 966 171,6 5,24

Arica 954 529,3 5,18

Totales 18 420 024,15 100,00

Fuente: Fisher 1977: 214.

Estas cifras muestran una recuperación sosteni-da de la minería peruana. El año 1799, en que se al-canzaron los mayores guarismos, se efectuó un cen-so minero con los siguientes resultados:

Cuadro 3CENSO MINERO (1799)

Partidos Mineros Operarios Minas de plata

Pasco 112 2,470 85

Huallanca 36 632 62

Hualgayoc 86 882 52

Huarochirí 76 920 48

Castrovirreyna 21 231 30

Totales 717 8,875 546

Fuente: Fisher 1977: 196.

El valor de la producción de plata registrada enlas cajas peruanas, por otra parte, ascendió entre1777 y 1824 a 18 420 024,15 marcos. No todos loscentros mineros, obviamente, tuvieron la misma im-portancia. El 40% de este total (7 425 364,2) corres-pondía a la caja de Pasco, el 37% (3 785 429,7) a Li-ma, el 14% (2 984 985,2) a Trujillo y el saldo, cercadel 9%, correspondía a los registros de Arequipa.

Cerro de Pasco empezó a producir en 1630. Pe-ro fue a fines del siglo XVIII cuando adquirió verda-dera importancia y su población estable alcanzó las5 mil personas. La expansión de su producción co-rresponde a los años entre 1785 y 1812. Hualgayocinició sus actividades en 1772 y llegó a bordear los4 mil habitantes hacia fines de siglo. Estos yaci-mientos, junto con otras minas menores, reempla-zaron en parte la pérdida del nervio económico dePotosí (Fisher 1977; Contreras 1995).

La “nueva” minería peruana se desarrollaba encondiciones distintas a las que tuvo el apogeo poto-sino de los siglos XV a XVII: Potosí era el único cen-tro minero y sólo en forma esporádica figuraron ya-cimientos menores, tales como Castrovirreyna yCaylloma, y otras minas más pequeñas en las cerca-nías del Cuzco y Lima.

La minería bajoperuana estaba organizada ahoraen base a operaciones en pequeña escala. Pese a quealgunos mineros habían acumulado un gran núme-ro de minas, muchas de ellas no se trabajaban. En1790 el 80% de los 706 mineros registrados se ha-llaba casi inactivo u operaba un solo pozo. Noventade los 145 que se decían más productivos, operabandos pozos cada uno, y 28 explotaban tres. Tan sólo26 mineros en todo el virreinato explotaban másde cuatro pozos (Fisher 1977: 77).

La mita tenía sólo un peso relativo en el Perú delXVIII, pero seguía siendo fundamental en el Alto

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Perú. La escasez de población mitaya y la elimina-ción formal del reparto en 1784 obligaban a los mi-neros a reclutar su mano de obra como los demásconductores de unidades productivas. Desde 1776sólo Quispicanchis y Tinta (las provincias más po-bladas), de las 52 provincias existentes, continua-ban enviando indios mitayos a Potosí. Sólo Huanca-velica retuvo su derecho a indios de mita. Sin em-bargo los indios de diez de las trece provincias obli-gadas recurrían a la mita de faltriquera (Fisher1977: 184-188; Tandeter 1981).

Hubo que buscar mano de obra libre, pero siem-pre a través de mecanismos coercitivos y que impli-caban menores desembolsos. Con esta perspectiva,la mano de obra no era tan libre como podría pare-cer a simple vista. Es más, así como en otros secto-res, el salario era una relación poco parecida a lamoderna. Hubo diversos intentos de restablecer lamita donde ya no la había y hasta de establecerladonde nunca la hubo. La resistencia de la poblaciónindígena a someterse a este odiado sistema de traba-jo obligó a los mineros a idear mecanismos más in-dividuales de reclutamiento. Se optó por adelantar“jornales” a la población campesina de los alrededo-res a fin de obligarla a acudir a la mina. Este siste-ma se empleaba ya en haciendas y otras unidadesproductivas, lo que provocó una aguda competen-cia entre los diferentes propietarios y entre los mi-neros entre sí por captar un mayor número de tra-bajadores. El reparto, nunca eliminado del todo, si-guió jugando un papel importante en el recluta-miento de mano de obra.

Los mineros tuvieron que aceptar el pago efecti-vo o, en su defecto, la referencia a un salario nomi-nal elevado. Estos salarios variaban de un centro

minero a otro. El de un barretero de Huantajaya erade un peso hacia 1780. En Puno, donde había mita,un barretero podía ganar 6 pesos 6 reales a la sema-na. Un apiri o cargador de mineral ganaba sólo 3 pe-sos a la semana y las mujeres que clasificaban el mi-neral en la superficie 2 pesos 2 reales a la semana.Estas tarifas eran hasta cierto punto sólo nominales,ya que los mineros puneños pagaban en moneda asus empleados sólo lo suficiente para su tributo ytasas eclesiásticas; el resto se pagaba en coca o maízsobrevalorados (Fisher 1977: 193-194).

Según un experimento en Yanacancha entre se-tiembre de 1804 y abril de 1811, los salarios repre-sentaban el 57% del total de los costos de produc-ción, seguidos por los haberes de los empleados conel 18%, y las velas, en que se gastó casi el 10% (Fis-her 1977: 192).

En realidad, la fuerza laboral en términos relati-vos a la población global era elevada. Los 8 875 mi-neros, en efecto, representaban 1 por 126 de la po-blación total. Cada mina productiva tenía en pro-medio 13,3 trabajadores, aunque hubo casos ex-cepcionales como los de Miguel Espinach (Hualga-yoc), quien empleaba 167 operarios, o el de Matíasde Uriza (Cerro de Pasco) quien tenía 253 operarios(Fisher 1977: 78).

Otro de los problemas que afectaba a los mine-ros peruanos no era nuevo: la escasez de capitales.Común fue la dependencia de los mineros con res-pecto a sus “aviadores”, a través de los cuales los co-merciantes limeños seguían rigiendo la producciónminera. A diferencia de la experiencia mexicana, losgrandes comerciantes monopolistas limeños noarriesgaron directamente sus capitales en el fomen-to de la minería peruana, y éste fue uno de los fac-tores que más limitó el desenvolvimiento de la mi-nería a una actividad de pequeña y mediana escalas.

Inclusive los comerciantes limeños fueron re-nuentes a participar indirectamente en la minería.Cuando se les pidió aportes a fin de establecer elTribunal de Minería, lo único que se consiguió fue-ron 33 mil de los 440 mil pesos solicitados comopréstamo, a pesar del alto interés y las garantías co-rrespondientes (Fisher 1977: 96).

La pequeña y mediana minería no resultabanrentables, en especial, si se considera los grandesdesembolsos que había que hacer a fin de mantenerla mina activa. Los peligros principales eran lasinundaciones y el quedarse sin operarios. Los bene-ficios podían ser tan magros que la empresa resulta-ba poco atractiva. Por ejemplo, en Lircay (en 1800)se ha calculado que, luego de separados los gastos

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Una vista de la ciudad de Puno en el siglo XIX.

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de rigor, los 24 mineros se repartieron un promediode 218 pesos. Claro que hubo excepciones. UrizaZárate, por ejemplo, sí disponía de capital para ope-rar sus pozos intensivamente. Aseveraba que hasta1798 había registrado más de 201 502 marcos deplata, por un valor de 1 712 767 pesos acuñados du-rante sus diecinueve años en la industria (Fisher1977: 78).

Sin posibilidad de inversión endógena, el grupode mineros necesariamente caía en una dependen-cia fundamental respecto de los comerciantes. De-bía recurrir al “aviador” para abastecerse de azogue,

pólvora, sal, velas y pagar los salarios. Al entregarproductos, el “aviador” ganaba adicionalmente enlos precios que imponía (Fisher 1977: 207). En untrabajo reciente se trata de refutar esta dependenciaen el mineral de Hualgayoc. La base de la crítica sonlas asociaciones entre comerciantes y mineros(Contreras 1995: 26).

Algunos progresos se consiguieron cuando en1790 fue nombrado Isidro de Abarca –miembrodestacado del tribunal del Consulado– como admi-nistrador general del Tribunal de Minería. En esosaños se establecieron los bancos de rescate en Hual-gayoc, Huantajaya, Huarochirí, Lucanas y Lima,con los cuales los mineros pudieron emanciparse enalgo de los “aviadores”. Es claro que estos bancostuvieron en los comerciantes limeños y provincia-nos a sus mayores detractores y, cediendo a sus pre-siones, el virrey Francisco Gil de Taboada los cerróa partir de 1793 (Fisher 1977: 101).

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Cuadro 4PRODUCCIÓN DE AZOGUE EN HUANCAVELICA 1759 - 1812

(En quintales y libras)

1759 6 190,75 1786 4 798,59

1760 6 721,02 1787 2 400,00

1761 6 147,39 1788 2 668,25

1762 5 322,11 1789 1 619,80

1763 5 801,55 1790 2 016,04

1764 5 511,07 1791 1 795,69

1765 6 352,99 1792 2 054,14

1766 6 385,40 1793 1 301,50

1767 5 717,06 1794 4 172,92

1768 6 847,18 1795 4 725,47

1769 6 463,53 1796 4 182,14

1770 4 533,50 1797 3 927,32

1771 5 057,21 1798 3 422,58

1772 4 719,27 1799 3 355,92

1773 4 262,75 1800 3 232,83

1774 4 833,66 1801 2 556,65

1775 5 014,21 1802 2 204,55

1776 3 741,73 1803 2 622,46

1777 4 263,97 1804 3 289,12

1778 2 848,36 1805 3 323,00

1779 4 477,75 1806 2 672,00

1780 5 803,50 1807 2 621,00

1781 3 062,50 1808 2 453,00

1782 1 782,55 1809 2 281,00

1783 2 463,31 1810 2 548,00

1784 1 612,89 1811 3 263,00

1785 4 493,37 1812 2 718,00

Fuente: Fisher 1977: 157.

Cuadro 5IMPORTACIÓN PERUANA DE AZOGUE 1776 - 1816

(En quintales y libras)

1776 4 000,50 1795 2 498

1777 3 968,00 1796 1 000

1778 5 966,06 1797 2 996

1779 1 997,86 1798 -

1780 - 1799 -

1781 - 1800 -

1782 - 1801 -

1783 - 1802-3 9 930

1784 1 998,17 1804-5 7 501

1785 - 1806 -

1786 4 002,00 1807 -

1787 - 1808 -

1788 1 500,00 1809 5 032

1789 8 004,00 1810 4 919

1790 4 511,00 1811 -

1791 3 501,00 1812 -

1792 2 000,00 1813 -

1793 2 500,00 1814 5 044

1794 3 000,00 1815 -

1816 2 048

Fuente: Fisher 1977: 165.

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Los préstamos eran muy exiguos. Pese a su bajointerés, los mineros no pudieron reembolsar losprincipales. En 1790 se abandonó la política depréstamos de parte del Tribunal por no poder recu-perar el capital (Fisher 1977: 96).

La minería afrontaba un serio problema en el su-ministro de azogue. La corona española, compren-diendo la importancia de este sector para manteneractiva la vida económica virreinal (lo que posibilita-ba a su vez el mercado para las importaciones), de-cidió subvencionar el azogue. Cuando faltó azoguede Huancavelica (cerrada definitivamente en 1808),se trajo de Almadén (España) y de Idria (Balcanes).

En 1812 empezó el declive de la minería de pla-ta. La producción registrada descendió en un 34%comparada con la del año anterior. En esto influye-ron varios factores internos y externos, económicosy políticos. La economía minera peruana al termi-nar la colonia quedó casi completamente destruida.

Un factor tal vez mayor que la pérdida de opera-rios y la escasez de azogue, fue la pérdida del capi-tal español de Lima. Ya desde 1812 los capitales li-

meños fugaban. Los túneles de drenaje de las minaseran insuficientes. En 1823 la cantidad de plata re-gistrada había llegado a la insignificancia de 38 milmarcos (Fisher 1977: 233).

Aun así, la situación de la minería era superable.Lo demuestra el hecho de que hacia el final del pe-ríodo colonial los comerciantes limeños invirtieronen la adquisición de máquinas a vapor para desa-güar los socavones de Cerro de Pasco con resulta-dos muy favorables. La minería seguía siendo unaactividad rentable, pero los mineros mantenían lamentalidad rentista colonial y seguían esperanzadosen volver a las condiciones “clásicas” (con un sumi-nistro asegurado de azogue y mano de obra compul-siva). Su carta principal en la emancipación estuvodel lado del rey.

LA AGRICULTURA

En tanto la economía peruana seguía basándoseen la inestable (y declinante) minería de la plata, lasdemás actividades productivas atravesaban situacio-nes críticas. La agricultura decayó en productividady eficiencia por problemas de mano de obra, capita-les y transporte. Hacia 1776 el Perú no cubría susnecesidades agrícolas y crecientemente dependía dela importación de alimentos. Hubo sí, hacia finesdel XVIII, un momento de repunte productivo en elcampo.

La minería no volvió a generar una economíapoderosa como cuando reinaba la dupla Potosí-Huancavelica. No obstante, los numerosos asientosmineros de mediana y pequeña magnitud, así comolas ciudades y villas, significaron un mercado capazde articular una economía menos espectacular peromás diversificada. En menores escalas se siguió con-duciendo cantidades de productos agrícolas (trigo,maíz, coca, azúcar, frutas y verduras), pecuarios(ganado, lana, cuero, mulas), marítimos (pescadosalado) y algunas artesanías locales.

Estos centros reorientaron la economía al esta-blecer nuevos circuitos comerciales a su alrededor.Hasta Cerro de Pasco llegaban, por ejemplo, losaguardientes de Ica, el azúcar de Huaylas, la cocahuanuqueña, la sal de Chancay, la ropa de la tierray cuero de Cajatambo, Conchucos y Huamanga(Chocano 1982).

La zona arequipeña se vinculaba al sur andino. Acambio de plata, enviaba vino y aguardiente. Lasimportaciones de vino hicieron entrar en crisis laproducción arequipeña (Davies 1984, Brown 1986,Flores Galindo 1977).

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Restos de la capilla colonial de la hacienda Santa Rosa de Caucato, Pisco.

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El exceso en la oferta de productos agrícolas tu-vo efectos perniciosos hacia finales del XVIII. Se de-salentó la producción por la baja de precios y pérdi-da de rentabilidad de las haciendas, afectando espe-cialmente al mercado sur andino. El mercado char-queño varió sus patrones comerciales perjudicandola producción agrícola y pecuaria sudperuana; así,el maíz de Cochabamba reemplazó al cuzqueño(Glave-Remy 1983: 467; Tandeter-Wachtel 1991;Larson 1982; Harris, Larson, Tandeter 1987: 405).

El cultivo de maíz, trigo, papas y otros produc-tos de primera necesidad ocupó a la mayoría de lapoblación campesina. Adicionalmente, los campesi-nos comuneros indígenas y los curacas se dedicabana la actividad pastoril. En el sur peruano los rebañosde ovejas y hatos de reses eran pequeños, pero supropiedad era muy dispersa. Sin embargo, la pro-ducción ganadera comercial cayó desde los años1780 por efecto de los mercados deprimidos de car-nes y lanas y los altos costos de transporte para mer-cados limitados y con precios reducidos (Burkhol-der-Johnson 1990: 269).

Se consolidó, más bien la economía de planta-ciones, gracias a la cual el Perú mantuvo el abaste-cimiento de ciertos productos agrícolas al Alto Perú(principalmente aceite, azúcar, pimientos y granos),aunque dejara de ser proveedor de otros y de ropatosca y barata como antaño. Esto preservó del co-lapso total a las plantaciones de la sierra (Arequipa,Cuzco y Apurímac) y la costa (Ica, Arequipa, Mo-quegua).

La costa central y norteña afianzó su producciónde algodón y azúcar orientada hacia los mercadosde Chile y Quito (Burga 1976; Ramírez 1991; Anna1979).

Aparte de azúcar y algodón, otros productosagropecuarios destinados tanto al mercado externocomo al interno fueron la cascarilla, cacao, tabaco y,en menor escala pero no menos importantes, cuerosy cordobanes, añil, zarzaparrilla, arroz y lino (pro-movido por el obispo de Trujillo Martínez de Com-pañón). Hacia fines del siglo sobresalió la produc-ción agroexportadora en Huánuco y Urubamba.

Otra fue la situación en la costa limeña, donde ladispersión de la tenencia de la tierra era ya una tra-dición. En la comarca de Lima la mayoría de las tie-rras estaba bajo minifundios: de 190 unidades pro-ductivas (entre Pachacamac y Carabayllo) el 47%no excedía de 145 hectáreas y el 16% tenía 73 hec-táreas o menos. En el valle había tan sólo ocho lati-fundios (Haitin 1986: 289). En particular, las plan-taciones estaban dedicadas al azúcar y algodón que

se destinaba al mercado externo, y la generalidad deunidades producía forraje para abastecer a las acé-milas de la arriería así como panllevar que condu-cían a la ciudad (Vegas 1996).

LA INDUSTRIA TRANSFORMATIVA

La industria transformativa se halla en medio delas controversias de las políticas económicas colo-niales. En el caso de las reformas borbónicas, losobrajes peruanos fueron satanizados por quienespretendían que el mercado fuese cubierto por texti-les importados y que la gran masa de trabajadoresindígenas ocupados en ellos pasase a las minas, co-mo sostenía por ejemplo José Ignacio de Lequanda(1977). La posición contraria fue expuesta por Ca-rrió de la Vandera (“Concolorcorvo”) en 1782,quien propuso una política de protección a la pro-ducción y comercialización de las telas de los obra-jes peruanos.

Como resultado directo de la apertura comercial,las importaciones de textiles europeos se constitu-yeron en uno de los factores más importantes parala declinación de los obrajes. El bajo precio de lostextiles importados manufacturados en España e In-

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Un mayordomo de “chacra” en una acuarela decimonónica.

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glaterra limitó el mercado para la producción textilobrajera que ya competía con las telas de inferiorcalidad pero más baratas de los “chorrillos” (Burk-holder-Johnson 1990). Los obrajes cuzqueños, porejemplo, desaparecieron hacia principios del XIX alno poder soportar la competencia de la industriamoderna inglesa. Además, la eliminación (o restric-ción) del reparto en 1783 afectó directamente a losobrajes que realizaban su producción gracias a esesistema compulsivo de venta (Moreno 1977).

La gran significación que había alcanzado la pro-ducción textil en siglos anteriores se iba diluyendo.Inclusive la corona volvió a insistir en las prohibi-ciones de los obrajes, ya que le interesaba ahora laproducción de algodón para las fábricas de Catalu-ña. Los obrajes atravesaban dificultades en su inten-to por mantener la producción en base a la lanapues el algodón resultaba más conveniente, tantopor los precios como por la tecnología que se ins-tauraba en los países desarrollados.

El obraje de grandes dimensiones terminó porceder el paso al taller. La producción en pequeña es-cala de los “chorrillos” resultó más fácil de mante-ner que la de los obrajes. Un mercado menos ambi-cioso y más seguro, menores costos productivos ymenores dificultades para conseguir mano de obray materias primas, hicieron posible su conservación(Mörner 1977: 84-87). También se estableció unsistema más difundido de producción textil algodo-nera: la manufactura diseminada o trabajo a domi-

cilio en Cuenca, Trujillo, Cochabamba y La Paz.Aquí no llegó, empero, a desarrollarse esta modali-dad como en México, donde surgieron algunas fá-bricas (Silva Santisteban 1964; Salas 1979; Miño1992: 109-153).

La crisis obrajera no fue absoluta y, de otro lado,estuvo llena de contrastes. Al lado de los obrajes ce-rrados de Cajatambo florecían otros en Huamalíes.En mucho, los obrajes dependían de la suerte de loscentros mineros: su capacidad productiva y requeri-mientos de mano de obra.

Las artesanías urbanas tuvieron un desenvolvi-miento igualmente complejo. Su mercado diferen-ciado les permitió subsistir en sus niveles más bajosdebido a que abastecían a una población de meno-res recursos. En cambio, los maestros de mayoresposibilidades, cuya producción estaba dirigida asectores más acomodados, no pudieron competircon los productos de importación. La anulación delos repartos privó, además, a los artesanos de lasventas mayoristas a los comerciantes. Ya desde ha-cía tiempo las artesanías estaban restringidas por elcomercio ultramarino. En los años 1790 experi-

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Vista general de la ciudad de Lima en la que se puedeapreciar la plaza de Acho. En el siglo XVIII la producciónagrícola se redujo considerablemente, aunque se produjo unrepunte de la misma a finales de dicho siglo.

Lámina que ilustra a un indio en plena siembra, siglo XVIII.

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mentaron un efímero auge pero posteriormente, co-mo las demás actividades económicas, fueron afec-tadas por las restricciones de numerario.

No se desarrolló una industria siderúrgica, aun-que hubo fundiciones de bronce para cañones ycampanas; y molinos de pólvora en base al abun-dante salitre. Las construcciones navales tuvieron elinconveniente de la falta de madera y hierro. Sóloen Guayaquil se desarrollaron astilleros, pero conclavos y hierro importados, por ser productos que elcomercio colonial se reservó en forma especial(Quiroz 1986, 1990 y 1991).

Hacia fines del siglo XVIII Unanue constatabaque la industria peruana se reducía a unos “pocosobrajes de bayetas, que llaman de la tierra, cuyo usose limita casi sólo a los indios y negros. Hay algunasde colchas, de vidrios, de sombreros, etc., pero noocupan mucho lugar en el plan de la riqueza del Pe-rú”. De su lado, Lequanda se refería a la ausencia enLima “de fábricas y de toda manufactura, siendo asíque en los tiempos inmediatos a la conquista tuvoexclusivamente la de sombreros y otros artículos”.

Así también, “la pesca es un ramo de industriapeculiar de los indios de la costa; pero la practicaninformemente, sin instrumentos proporcionados,sin barcos, y por lo mismo costeando siempre lasorillas, no pudiendo alejarse más de 4 o 5 leguasmar adentro”.

La industria rural no se limitó a los obrajes típi-cos. El caso norteño puede ilustrar la experiencia deuna economía agraria con actividades transformati-vas ligadas a un mercado regional. Las haciendas ychacras serranas de Piura producían trigo y teníanmolinos rurales, vendiéndose la harina en un am-plio mercado costeño y serrano. Igualmente, las ha-ciendas azucareras tenían trapiches de refinación ydestiladores de aguardiente. La industria más prós-pera fue la del jabón en Piura y Lambayeque. Seubicó principalmente en la costa y utilizaba el sebodel ganado caprino y vacuno (Macera 1977; Aldana1988; Aldana y Diez 1994: 76-77).

LA FISCALIDAD

Las dificultades por las que atravesaba la econo-mía peruana y altoperuana en esta fase final del vi-rreinato están reflejadas en la recaudación y la dis-tribución de la renta. El virreinato mexicano reem-plazó al peruano como proveedor de metales pre-ciosos y sostén del erario imperial.

España optimizó sus finanzas coloniales tanto alnivel de la cobranza de los impuestos y tributos, co-

mo en el de los gastos. El principio era simple: nogastar más de lo recaudado y tratar de ahorrar ma-yores recursos.

La reorientación económica del virreinato se ob-serva en la importancia de las cajas reales del cen-tro. Las minas de Cerro de Pasco y la ciudad capitalcon su puerto como centro comercial determinaronque la región central concentrase las 4/5 partes de larecaudación total. A continuación venían la costa yla sierra sur (14% en promedio) y el norte (5%). Lacaja limeña sola tenía el 69% del total de los fondosvirreinales (Klein 1994: 17).

Los efectos de la reforma en este campo fueronpalpables. La caja de Lima había crecido sólo mo-destamente a lo largo del XVIII, pero en los años1780 dio un gran salto, duplicando la recaudacióncon respecto a la década anterior. Inclusive, se llegóa superar en Lima la recaudación más alta obtenidaen los años 1640.

Las cajas registran el relativo crecimiento del suragropecuario peruano, dominado por Cuzco y Are-quipa. A partir de la década de 1780 al sur le corres-pondió la cuarta parte de la recaudación virreinal.La zona norte, que giraba en torno a Trujillo, Piuray Paita, también creció, aunque sin ubicarse en lapalestra de la recaudación fiscal.

Con el auge minero de Cerro de Pasco, en losaños 1790 y 1800 la caja limeña decayó en cifras re-lativas a las 2/3 partes de la región sur y a la mitada nivel virreinal (Klein 1994: 19).

Después de haber significado solamente el 1% dela recaudación total hacia fines del XVII, los im-puestos mineros fluctuaban entre 10% y 16%. Estecrecimiento se dio a pesar de haberse reducido la ta-sa impositiva como queda dicho del 20% al 10%.

Otras rentas fiscales tuvieron un comportamien-to similar. Se observa una tendencia al crecimientoen los impuestos que gravaban los rubros comercialy agropecuario. Lima recaudaba más del 80% de losimpuestos al comercio, seguida del Cuzco con el 5%y Arequipa con el 3%.

El crecimiento impresionante que muestran lascajas en el rubro comercio hasta fines de la décadade 1780 se tornó en una caída súbita e igualmenteimpresionante a partir de los años 1790. De hecho,después de 1790 los impuestos mineros y el tributosuperaron en importancia a los gravámenes mercan-tiles. Los impuestos monopólicos (estancos) crecie-ron a un ritmo consistente con la renta total, con un7% en promedio (Klein 1994: 23).

El sur proporcionaba la mayor recaudación porconcepto del tributo indígena. El Cuzco y Puno

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contribuían con la mi-tad de la recaudación,en tanto que Lima lohacía sólo con el 18%en promedio. Su co-branza mejoró con larecuperación demo-gráfica y, sobre todo,cuando desde 1734fueron incluidos losindios que residíanfuera de sus pueblos(agregados y foraste-ros). Ya en los años1730 el tributo se du-plicó; hacia 1790 casitriplicó lo recaudadoen 1680 (Klein 1994:28-29).

Entre 1770 y 1780 se había recaudado apenas278 896 pesos por tributos cuando en la anteriordécada el monto fue de 496 327 pesos. El intenden-te del Cuzco Benito de Matalinares elaboró nuevaslistas de tributarios en 1785 con lo que aumentaronéstos y los montos (24 908 tributarios pagaban 187409 pesos en 1784) a 37 729 tributarios y 281 346pesos. En el resto de intendencias el alza fue menossignificativa, pero desde esa década hasta la prime-ra del siglo XIX el tributo se convirtió en la rentacolonial más importante. Después de 1811 cayó larecaudación (Peralta 1991: 25).

La corona recurrió a impuestos extraordinarioscuando sus urgencias fiscales así lo requerían, locual ocurrió con mucha frecuencia desde 1780. Sinembargo, en el Perú, a diferencia de México, la re-caudación extraordinaria no fue significativa. Salvolas primeras donaciones en la década señalada, loque la corona pudo recabar en el Perú fue de pocamonta. La economía peruana no daba lo suficientepara soportar cupos e impuestos bélicos de la mag-nitud de los que se impusieron en México, pese alos incentivos para realizar préstamos a la corona ylas ventas de “regalos” especiales tales como los ma-yorazgos.

Los gastos más importantes del gobierno de Li-ma fueron los del ejército y la marina. La importan-cia del Perú y de Lima en el imperio justifican estaatención en los gastos, que llegaron a significar enpromedio entre un tercio y la mitad de la recauda-ción virreinal. Se gastaba específicamente lo recau-dado en Lima, donde alcanzaba el 92% de las rentas.Desde Lima salían los recursos llamados “situados”

para subvenir a losgastos de los bastionesespañoles en Chile, elChaco y otros lugares.Los gastos en adminis-tración civil represen-taban tan sólo el 15%de lo recaudado (Klein1994: 32-34).

Durante el sigloXVIII la recaudación ylos gastos virreinalesen el Perú no permi-tían márgenes para serremitidos a la metró-poli. Paulatinamentese fue llegando a la si-tuación en que el Perúdejó de contribuir al

sostenimiento de la corona, limitándose su funcióna la defensa del imperio en esta parte del continen-te americano y el Pacífico. El tesoro mexicano remi-tió más de 90 millones de pesos de rentas públicasa España desde 1761 a 1800; el tesoro peruano noenvió nada (Burkholder-Johnson 1990: 271).

LA SOCIEDAD

La sociedad peruana se hallaba en una encruci-jada. De un lado reconocía la necesidad de un cam-bio y, de otro, la tarea se presentaba sumamente di-fícil y delicada. Cada sector de la sociedad debióapreciar este dilema a su manera.

En los extremos, la elite comercial limeña busca-ba, hacia el final del período colonial, incluirse en elnegocio minero en forma directa en un intento porabarcar un campo en el que no había sido desplaza-da por los comerciantes españoles (comercio ultra-marino) y por mercaderes locales medianos (comer-cio interno). Su opción por la emancipación estabacasi totalmente descartada (a partir de Tupac Ama-ru); por tanto, debía redefinir su situación dentrode la economía y la sociedad coloniales.

La población indígena mayoritaria, de su lado,se encontraba en un creciente proceso de sujeción alas unidades productivas. Estaba a la expectativa pa-ra expresarse a su manera, como lo demuestra sucomportamiento en las manifestaciones que se pre-sentaron al inicio del siglo XIX.

En su Idea general del Perú José Rossi y Rubí de-cía que era falso que Lima estuviera en decadenciay pobreza. Afirmaba, más bien, que ya sin el mono-

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Vista de la ciudad de Lima desde la ribera del arrabal de SanLázaro (hoy distrito del Rímac), siglo XIX. Se puede apreciar las

torres de la catedral de Lima y de la iglesia de Santo Domingo. Enla parte central aparecen las dos torres del arco del puente, aunque

sobredimensionadas en su altura.

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polio del Consulado, la riqueza estaba mejor distri-buida. En las nuevas condiciones, decía, era el sec-tor medio el que se beneficiaba. Puede tener algo decierto la afirmación anterior. Sin embargo, Lima vi-vía aún bajo normas precapitalistas basadas en unespíritu señorial. En un famoso opúsculo, Lequan-da analizaba el problema en términos de castas, re-firiéndose a la ociosidad “voluntaria” de la pobla-ción. Los blancos ocupaban cargos burocráticos im-productivos de acuerdo a su estado social. “No ex-cede el número de ocupados de ambos sexos, esta-dos y condiciones, de 19 000 personas”. Es decir, el25% de toda la población calculada en 1792 en 52600 habitantes. Propuso crear industrias exclusivaspara dar ocupación “decente” a sectores blancos dela población (Lequanda 1977).

Criollos en conflictoEn Lima había menos capitales disponibles que,

por ejemplo, en México. Sólo unas cuantas familiaseran reputadas como millonarias. Entre ellas se ha-llaban los Baquíjano y los Lavalle. Los más ricos pa-rece que fueron Pedro de Abadía –con una fortunacalculada en cuatro millones de pesos– y José Ariz-

mendi, ambos ligados a la Compañía de Filipinascreada en 1796. En 1819 donaron 200 mil pesos ala corona, a ser cobrados con una licencia para traerartículos directamente de China. Al irse al exiliocon la independencia, Arizmendi dejó caudales ava-luados en 2 172 000 pesos, la mayor parte en formade créditos.

No había ninguna casa particular construida enLima, como sí hubo en México, a costos superioresa los 300 mil pesos, y ninguna familia limeña con-taba con más de 30 sirvientes en sus casas urbanascomo en México. En lo que sí aventajaba Lima a susimilar mexicana era en aristocracia y nobleza. Lacantidad de títulos de Castilla fue mayor en el Perú,donde había no menos de 105 títulos nobiliarios,que incluían 1 duque, 58 marqueses, 45 condes y 1vizconde, mientras que en Nueva España había só-lo 63 títulos, entre los que había 32 condes, 30 mar-queses y 1 mariscal de Castilla (Basadre 1973; Burk-holder 1978; Anna 1979).

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Tres caballeros cortejan a dos tapadas limeñas en la alamedade Acho, siglo XIX.

Virrey José Fernando de Abascal. Durante su gobierno(1806-1816) se produjeron los primeros levantamientos de

patriotas peruanos por la emancipación.

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En diciembre de 1804 la corona decidió confis-car los censos y bienes raíces de las institucioneseclesiásticas, lo que en la práctica debía afectar in-directa o directamente a los terratenientes criollos.Hasta 1810 la corona recaudó por este conceptomás de quince millones de pesos. Del Perú obtuvosólo 1 487 000 pesos (menos del 10%) (Mörner1991: 294).

La contribución peruana (en especial la limeña)no fue tan desinteresada como podría parecer. Estu-vo dirigida casi específicamente a la defensa del vi-rreinato peruano, incluyendo a los españoles resi-dentes en el Perú. En su mayor parte, se trataba detransferencias de fondos del consulado (es decir, delas mismas rentas fiscales). De un total de cerca de3 millones de pesos en contribuciones al Estado,menos de un millón de pesos fue en la forma de do-nativos al contado salidos de los bolsillos de losmiembros del consulado y otros mercaderes, mien-tras que hubo más de 2 millones en letras de cam-bio, préstamos directos o futuros pagos.

La elite decisoria en el Perú era muy reducida.Había sido determinada según su poderío económi-co y cercanía al poder virreinal de acuerdo a susfunciones políticas. No debió sobrepasar las milquinientas personas. Sin embargo, el censo de 1813dio derecho al voto a 5 243 ciudadanos, provocan-do una reacción muy negativa de la elite limeña en-cabezada por el propio virrey Abascal, por conside-rar que la Constitución y las cortes habían causadouna liberalización radical en la clasificación socialdel momento.

La elite era de origen racial blanco y, por su ocu-pación, este grupo estuvo relacionado con funcio-nes más burocráticas y comerciales que producti-vas. Era más consumidora que productora. Un anti-guo cliché decía que la sociedad colonial estaba“manejada por curas”. Sus decisiones políticas, es-pecialmente sus actitudes en torno a la cuestión dela separación de España, estuvieron influenciadaspor su profunda dependencia del tesoro estatal oeclesiástico. El acceso a las posiciones políticas de-cisorias fue crucial para llevar adelante cualquieractividad económica importante. De allí resulta sufidelismo a ultranza, que la llevó a mediatizar elproceso emancipador con la consecuencia funestapara ella de desaparecer como sector dominante(Anna 1979; Flores Galindo 1984; Guardino-Wal-ker 1994).

Los sectores pudientes no buscaron cambiar lasrestricciones existentes para el desenvolvimiento dela economía, pues su subsistencia estaba precisa-

mente en función de ellas. Más bien, ya en tiemposrepublicanos, intentaron reeditar las restriccionescoloniales.

La nueva burocraciaLa reforma política no dio los resultados espera-

dos. En un principio las nuevas autoridades logra-ron elevar la recaudación de impuestos y tributos.Posteriormente, sin embargo, decayeron los ingre-sos fiscales y los subdelegados continuaron con lasexacciones de sus odiados antecesores.

Otro aspecto a resaltar es el de los cabildos. Losborbones repotenciaron el poder local a fin de dis-poner de adecuados administradores de las ciuda-des. Inclusive, algunas villas por primera vez tuvie-ron sus comunas (Tumbes entre ellas). El resultadopolítico fue sin embargo adverso. Los cabildos ter-minaron siendo una arena clave en las luchas polí-ticas entre los criollos y los peninsulares (Burkhol-der-Johnson 1990: 260-261).

Una de las consecuencias principales de las re-formas fue la acentuación de los regionalismos. Elrégimen de intendencias descentralizó el poder engrandes unidades jurisdiccionales (algo similar cau-só en el Cuzco su conversión en sede de una au-diencia) que se oponían a la injerencia limeña ensus asuntos. Sobre todo, por la exigencia de rendircuentas de la cobranza de impuestos y tributos. Loscriollos del interior forjaron un regionalismo fide-lista que pretendía desplazar a los funcionarios pe-ninsulares (O’Phelan 1983; Fisher 1986).

Al no lograrlo, se volcaron hacia el dominio dela situación a través de los cargos secundarios. An-te la debilidad política del Estado colonial en el nor-te, por ejemplo, la elite local tomó la iniciativa y,gracias a lazos familiares, pudo relacionarse con lasautoridades regionales para preservar sus intereses(Aldana 1992a).

En el sur andino la vinculación fue a través delos subdelegados y del control sobre las autoridadesde los pueblos de indios. Los subdelegados mantu-vieron los repartos y el poder de los corregidores.En 1790 el intendente del Cuzco, Josef de Padilla,se enfrentó a sus subdelegados por los cambios deautoridades cacicales dispuestos antojadizamentepor aquéllos.

Precisamente, la base del poder de las nuevas au-toridades rurales estaba en el colaboracionismo delos curacas no indígenas. El reemplazo de curacas araíz de la rebelión de 1780 permitió a mestizos ac-ceder a ese puesto. La presencia de mujeres en loscacicazgos abrió, también, esta posibilidad. Muchos

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no indígenas se casaron con indias-cacicas convir-tiéndose en curacas con todas sus funciones y abu-sos (Cahill 1984; Peralta 1991).

Los nuevos funcionarios criollos y peninsularesse fortalecieron al aliarse con las elites rurales basa-das en el aprovechamiento de los recursos del cam-pesinado comunal y del cobro de tributos y alcaba-las. Ésta es, finalmente, la forma de dominio tradi-cional que hereda la república (Peralta 1991: 29).

La versión tradicional aseguraba que los criollosse encontraban desplazados de los cargos públicos

a partir de las reformas borbónicas. Una vez corta-da la compra de estos cargos, España se preocupópor reclutar funcionarios más leales y menos com-prometidos con los intereses peruanos. Era lógicoque prefiriese a los peninsulares, inclusive si eranreclutados localmente.

Cálculos realizados sobre la composición de en-tidades estatales coloniales muestran cambios sus-tantivos en la relación criollos-peninsulares. Hastala década de 1770 los criollos tuvieron una presen-cia decisiva en la audiencia limeña y otras entida-des. Burkholder encontró que entre 1775 y 1820, el51% de los puestos de la audiencia eran ocupadospor criollos. Desde 1773 a 1823 el consulado lime-ño estuvo controlado por los peninsulares (Burk-holder-Chandler 1984: 195-220; Mazzeo 1994: ane-xo VI).

Una diferenciación detallada lleva a conclusio-nes más útiles para entender la independencia talcual se presentó. Los criollos fueron reemplazadosen los cargos más altos y de mayor responsabilidadpolítica. Sin embargo, mantuvieron la supremacíaen los niveles medios e inferiores.

Los funcionarios criollos medios y menores notenían motivos para quejarse en las postrimerías dela colonia, pues constituían la mayoría en las esfe-ras gubernamentales. Hacia 1815, los funcionariosy empleados nativos conformaban el 74,34% de laadministración gubernamental y el 59,8% del poderde decisión en las instancias del Estado.

Al ver específicamente el ámbito de la Casa deMoneda el balance se inclina hacia los criollos, conel 78,9% de los ministros y oficiales y el 71,42% delos cargos de decisión (superintendencia, tesoreríay contaduría). Los criollos y mestizos absorbían el82,27% de los 51 mil pesos destinados al pago desalarios (Lazo 1993).

La ciudadUn proceso contrario se produce en otro aspec-

to de la sociedad. Existen indicios (aún sin estadís-ticas) que permiten indicar un crecimiento relativode las ciudades y pueblos hacia fines del períodocolonial. Los cambios a nivel de la presión fiscal ylas condiciones de trabajo en el campo pudieronser los motivos para una mayor afluencia de gentede la zona rural a la urbana.

La ciudad de por sí no atraía como centro in-dustrial; más bien podía interesar como mercadode servicios y comercio. En condiciones difícilespara los maestros artesanos en la ciudad, se incre-mentaba la persecución gremial contra los que

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Cuadro 6ADMINISTRACIÓN COLONIAL: NÚMERO DE FUNCIONARIOS Y EMPLEADOS (LIMA 1815)

Servidores Servidores Servidores conInstitución europeos nativos mayor poder de

decisión

Europ. Nat.

Secretaría del virreinato

y asesoría general 5 12 - -

Audiencia 13 8 11 8

Agentes fiscales y relatores 0 8 - -

Juzgado bienes de difuntos 2 8 1 0

Procuradores 0 13 - -

Juzgado de Censos de Indios 3 10 1 -

Tribunal de Cuentas 6 26 2 2

Contaduría y Tesorería

General del Ejército 4 16 - -

Contaduría General de

Contribución de Indios 2 6 - -

Aduana 12 29 1 -

Resguardo 3 12 - -

Rentas estancadas 6 19 - -

Fábrica de pólvora 5 1 - -

Temporalidades 3 6 1 -

Correos 4 12 - -

Cabildos 4 17 4 17

Diputación provincial 1 6 - -

San Marcos 0 6 - -

Consulado 7 19 1 2

Tribunal de Minería 6 8 1 1

Monte de Piedad 1 4 - -

Intendencias 2 5 2 5

Casa de Moneda 8 30 2 5

Totales 97 281 27 40

Fuente: Lazo 1993.

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ejercían “ocultamente”(Quiroz 1990 y 1991).

Se creó un problema so-cial potencial por la falta dealternativas en las ciudades.La plebe se dedicó a trabajoseventuales y engrosó la par-te de la población detestadapor la elite y sectores “me-dios”. En Lima la situaciónse tornó especialmente difí-cil debido a sus dimensio-nes. Otras ciudades vivie-ron el problema en menorescala (Cuzco, Arequipa yTrujillo).

Sin llegar a exagerar elpeligro, se aprecia que losmecanismos habituales decontrol social no fueron su-ficientes. Las autoridades noestaban en condiciones decontrolar la mendicidad, lavagancia y la delincuencia(urbana y bandolerismo ru-ral). Ante esto, el visitadorEscobedo dictó en 1785 medidas para que el muni-cipio y los alcaldes de barrio y cuarteles vigilasen laciudad según un reglamento de policía que penaba

especialmente la vagancia.Se creó un cuerpo de cela-dores y se implementó elsistema de serenazgo. Estasfuerzas se incrementaroncon el grupo pertenecienteal ejército, llamado de losencapados.

En el Callao sucedía otrotanto. El puerto había sidoreconstruido por los propioscomerciantes desobedecien-do las disposiciones acercade no volver a poblarlo lue-go del maremoto de 1746.La población civil fue desti-nada a la villa de Bellavista,creada especialmente paraeste fin. Hacia fines del siglono solamente había vuelto aaparecer, también tenía pro-blemas de gran ciudad (ypuerto por añadidura). En ladécada de 1790 se organiza-ron brigadas de trabajadores(los llamados playeros) a fin

de eliminar a la población sobrante de ese estraté-gico lugar tanto para el comercio como para la se-guridad colonial.

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LA INDEPENDENCIALA INDEPENDENCIAEN EL PERÚEN EL PERÚ

“El panadero” en una litografía de A.A. Bonnaffé,1856.

Es difícil ya concebir la independencia comoproducida específicamente el 28 de julio de 1821.Cuando se plantea como un hecho iniciado en1820 y concluido en los campos de Ayacucho(1824) o con la capitulación del Callao (1826), sesigue sin posibilidades de encuadrar el proceso ensu totalidad.

Así las cosas, puede darse el caso de minimizaro, inclusive, negar la participación peruana en la

gesta. Consideramos que, para enfocar más cabal-mente el problema, debe entenderse la indepen-dencia a partir de la crisis del imperio español en elPerú (siglo XVIII).

Aquí se ha ubicado antes la rebelión tupacama-rista porque, siendo esencialmente separatista, tuvotambién otros elementos sociales que la hicieronun hito temprano y crucial para la independenciacomo realmente se dio en el Perú.

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Los resultados de esa rebelión ensombrecieron lasituación social y política a tal punto que en la Amé-rica española no se presentaría otra coyuntura re-belde de esa magnitud como producto de fuerzasendógenas. Las producidas hacia fines de las dos dé-cadas iniciales del XIX tuvieron la ventaja de ser ge-neradas por las condiciones que se presentaron enla metrópoli (1808-1814 y 1820).

Aun así, no se produjo un movimiento generali-zado y sincronizado y más bien los levantamientosfueron “regionales”. La iniciativa fue ganada por laszonas “marginales”. En el Alto y Bajo Perú, Chile yla zona del Plata, la constante fue una contraposi-ción a la capital virreinal peruana identificada des-de tiempo antiguo como la metrópoli visible.

Esta fase regionalista fue doblemente separatista.La idea emancipadora con respecto a la metrópoliultramarina iba unida a la de creación de un régi-men separado del resto de los dominios españoles.

A partir de 1816, en una segunda fase, surgió la po-sibilidad real de crear un macrorrégimen compues-to por los dominios españoles en América.

Ambas fases constituyeron grandes alternativaspero al mismo tiempo tuvieron poderosas limitacio-nes. La falta de unidad de criterios en los plantea-mientos y de consenso en los programas de acción alinterior de los distintos segmentos americanos con-dujo al fracaso a los levantamientos separatistas. Enunos casos (el peruano, por ejemplo), incluso impi-dió la formación de un movimiento que salvase lasbarreras estrictamente locales, salvo en 1814, añoque marca el final de los intentos internos peruanospor lograr la independencia con fuerzas propias. Enadelante, hubo que esperar la intervención solidariade los recientemente formados países vecinos.

La misma falta de unidad y consenso, pero a ni-vel continental, hizo imposibles los esfuerzos boli-varianos por crear una patria grande americana.

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La Casa de la Capitulación en Quinua, Ayacucho, donde sefirmó el acta de la capitulación de las fuerzas españolas al ser

derrotadas en la batalla de Ayacucho, en 1824.

Monumento conmemorativo de la batalla de Ayacucho quedefinió la independencia de los países americanos.

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No fue el Perú precisamente un observador pa-sivo al momento de la independencia. Más bien loshechos confirman manifestaciones decididas a lolargo de décadas anteriores a la gesta. Desde la pri-mera parte del XVIII, en el Alto y Bajo Perú se die-ron los primeros programas políticos anticoloniales,siendo el Alto Perú (1809) el primero que se mani-festó por la autonomía. Empero, el hecho de haberpermanecido relativamente inactivo al momento dela separación política efectiva, ha dado pie a inter-pretaciones que aseveran la falta de decisión perua-na para emanciparse. Sin embargo, este fenómenose produjo en condiciones específicas que se anali-zan en este capítulo.

LOS CRIOLLOS, LOS INDIOSY LA INDEPENDENCIA

La lección más importante sacada por los secto-res criollos luego de la coyuntura rebelde de 1770-1780 se relacionaba con los participantes en las ac-ciones venideras. Si bienes cierto que se presenta-ba la oportunidad deadaptarse a las nuevascondiciones impuestaspor los borbones, en úl-tima instancia se teníacomo ineludible un rom-pimiento político conEspaña.

Durante el siglo XVIIIsectores propietarios ru-rales y urbanos habíanpretendido una separa-ción utilizando para elloa la población indígenacomo fuerza principal y acuracas en la dirección yconducción del levanta-miento. La rebelión tupa-camarista mostró diáfa-namente los peligros quetraían consigo estos com-

promisos. En la realización de la rebelión aparecíancuracas como los principales responsables, en tantolos criollos se mantuvieron a la espera de los resul-tados y luego de la masacre de Sangarará se retiraronoportunamente.

Convencidos de la necesidad de separarse de Es-paña, los criollos pensarían ahora más de una vezantes de convocar a la población indígena. Temero-sos de un desborde social de la magnitud que alcan-zó en 1780 (en especial en el Alto Perú), los criollosbuscaban nuevas fórmulas para lograr su objetivo.En el Perú no tuvieron gran repercusión los sucesoshaitianos de 1791 por la sólo relativa presencia de lapoblación negra.

En este contexto cambió la actitud de los criollospara con la población indígena. A fin de mantenerel control del movimiento y evitar el desborde po-pular, los criollos se convencieron de la necesidadde ponerse al frente del movimiento ocupandoabiertamente la dirección. Mientras en las rebelio-nes del siglo XVIII se trató de contar desde un prin-

cipio con la presencia deelementos indígenas, enlas del XIX los dirigentescriollos buscaron incor-porar representantes in-dígenas a las juntas sóloen un segundo momento(O’Phelan 1985: 156-157, 163).

Debe diferenciarse laactitud de los criollos, enespecial entre limeños yprovincianos. Mientraslos primeros se hallabanmás propensos a un en-tendimiento con la coro-na, los segundos estuvie-ron más decididos a sepa-rarse de España. A partirde 1814, sin embargo, loscriollos de las provinciassur andinas imitaron alos capitalinos. En el cen-

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VLA NUEVA COYUNTURA REBELDE

Soldado y “rabona” en una acuarela limeña del siglo pasado.

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tro y el norte se mantuvo la separación como una al-ternativa. Por regla general, ya en la fase final (des-de 1814), los criollos se manifestaron leales o rebel-des en función de las fuerzas predominantes en unlugar.

En el siglo anterior se quiso reeditar la acción delos tiempos de la conquista del Tahuantinsuyo yguerras civiles entre los conquistadores. En esaoportunidad (y en muchas otras) los ejércitos de losconquistadores iban escoltados por otros de indios“amigos” o “aliados”. Esos destacamentos de nati-vos fueron, probablemente, los principales comba-tientes en los encuentros.

Era evidente que para enfrentar a un poder co-mo el español, se necesitaría un ejército –sobre to-do en el Perú– que debía componerse de indígenas,de la misma manera que el ejército colonial. Lasfuerzas con que José Manuel de Goyeneche aplastóa la junta de La Paz contaron con el apoyo de los cu-racas realistas Mateo Pumacahua y Manuel Choque-huanca. Pese a sus reticencias, los criollos tuvieronque aceptar la idea de “aliarse” con curacas. En unprincipio la junta de La Paz de 1809 no había con-siderado incorporar a la elite indígena en calidad dealiada. Sin embargo, al quedar claro que los criolloscarecían de fuerzas propias, tuvieron que convocara representantes indios de Yungas, Omasuyos y La-recaja (Arze 1979: 107-109).

En la forma en que realmente se dieron las lu-chas, la población indígena fue imprescindible. Yacomo soldado de línea, ya como guerrillero, el indí-gena peruano integró los ejércitos de los insurgen-tes y del rey. Luego de la independencia siguió par-ticipando en las numerosas y enredadas luchas in-testinas y externas.

En la práctica, el acercamiento de los insurgen-tes y realistas a la población indígena fue muy me-dido. Las “alianzas” se dieron sólo a nivel de deter-minados curacas y por el tiempo preciso para los fi-nes de movilización de tropas y la labor de secundara los líderes insurgentes o realistas en un levanta-miento dado (O’Phelan 1985: 173).

La población indígena tenía sus propias reivindi-caciones, mas no las posibilidades de lograr sus co-metidos. Los motivos de sus quejas eran evidentes yvenían arrastrándose a lo largo del régimen colo-nial. Su oposición a dicho régimen incluía la defen-sa de sus tierras, la lucha contra el trabajo forzadoen unidades productivas y las cargas fiscales, lo queprodujo una contradicción social fundamental entreel campesinado indígena y los sectores dominantes,fuesen españoles o criollos. Al carecer de sustento

político, sus proyectos sociales pretendían destruirel orden existente pero sin proporcionar una pers-pectiva viable. El referente más conocido era el or-den prehispánico y, por ello, no debe extrañar quesirviese de guía en numerosas ocasiones (la llamadautopía andina) (Bonilla-Spalding 1972; Flores Ga-lindo 1987b).

En la práctica, todos los proyectos de ese mo-mento tuvieron, en mayor o menor grado, un carác-ter anticolonial. No podía ser de otra manera desdefines del siglo XVIII. Ya habían quedado atrás las lu-chas por alguna reivindicación específica, en espe-cial las revueltas llamadas antifiscales. Hubo nume-rosas manifestaciones, aunque muchas de ellas que-daron en la fase conspiratoria.

No obstante tener definida la dirección anticolo-nial (aun con disidencias), los movimientos no sonmuy claros en cuanto el régimen a implementar lue-go de alcanzada la victoria.

LOS PROGRAMAS DE LUCHA

Un aspecto claro era que debía permanecer elmismo orden de jerarquías. Al margen de los resul-tados militares, la nueva sociedad reproduciría lamisma escala de subordinaciones que la colonia. Elmóvil inmediato era revertir la situación anterior yasumir la “herencia” plasmada en las estructuras depoder que dejaban las autoridades virrreinales. Esdecir, se planteaba una transferencia del poder sinmodificar las estructuras coloniales vigentes en elinterior (Manrique 1995).

Scarlett O’Phelan encuentra determinadas cons-tantes en los programas políticos de los movimien-tos en el sur andino (1985: 166). Para los movi-mientos del siglo XIX ya ha dejado de tener peso laidea de coronar un inca. Esto se debe a la circuns-tancia anteriormente indicada: la dirigencia no de-bía ser indígena. La excepción la constituye el le-vantamiento cuzqueño de 1805 –temprano con re-lación a la etapa final de las luchas– que pretendióponer a Manuel Valverde y Ampuero a la cabeza delmovimiento por ser descendiente de los incas.

En este período se mantiene vigente la necesidadde una alianza con la elite indígena, pero sin otor-garle un papel protagónico. Resalta también la acti-tud de las partes insurgentes para con la iglesia. Porlo general, la iglesia y el clero debían conservar susposiciones privilegiadas en un eventual nuevo régi-men. Por el papel que jugaba la iglesia en la vida co-tidiana, no se concebía una sociedad sin su partici-pación activa. Prácticamente todos los proyectos in-

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cluyeron, implícita o explícitamente, a la iglesia co-mo uno de los pilares para la construcción de lanueva sociedad.

De ahí que los levantamientos incluyeran a cu-ras doctrineros en sus mandos o, al menos, en co-misiones de confianza (redacción y difusión de pro-clamas). Máxime cuando el bajo clero cooperóabierta y frecuentemente con la lucha anticolonial.Clérigos criollos y mestizos tuvieron una gran capa-cidad de convocatoria (inclusive, sin los riesgos quetraían consigo los curacas) y su dominio de las len-guas nativas los hacían doblemente valiosos. Algu-nos de ellos tuvieron mando de tropas, como porejemplo el cura agrarista Ildefonso Muñecas y Alu-ralde en el Alto Perú.

De otro lado, un elemento constitutivo esencialen los programas fue el rechazo a los peninsulares.La oposición a los “godos” o “chapetones” sirviópara aglutinar a los criollos y mestizos, sobre tododurante el virreinato de Fernando de Abascal, quienfuera especialmente adverso a los criollos en las co-locaciones burocráticas. Precisamente, la separa-ción venía a ser una inmejorable oportunidad pararealizar su anhelo de acceder a los cargos políticosmás prominentes (O’Phelan 1985: 181-182).

Pese a lo dicho, los criollos no vieron siempre alos peninsulares como adversarios. La colaboraciónfue más frecuente que el enfrentamiento, y demos-traron solidaridad aun cuando los peninsulares fue-ron perseguidos y sus bienes confiscados por el mi-nistro Bernardo Monteagudo en 1821.

La población indígena tampoco era precisamen-te muy afecta a los peninsulares, pero no diferencia-ba bien entre españoles peninsulares y americanos.Tal vez porque ellos mismos no se diferenciaban ensus tratos al común de los indios.

Estas antipatías sociales y étnicas impidieron lacelebración de alianzas sociales (y no solamente po-líticas entre dirigentes) en la gesta emancipadora.

Las estructuras coloniales político-administrati-vas serían mantenidas intactas en el nuevo régimen.Cambiarían las autoridades y alguna que otra deno-minación de los cargos. Los movimientos procedíaninmediatamente al reemplazo de autoridades. Conesa medida se iniciaron los levantamientos de LaPaz (1809) y el Cuzco (1814). Los subdelegadosque apoyaban la causa insurgente podían mantener-se en sus puestos. Así sucedió en el Cercado delCuzco, Urubamba, Abancay y Quispicanchis. En LaPaz se marginó a todos los no criollos (inclusive elmestizo Pedro Domingo Murillo fue separado de laconducción). El cargo político otorgado a Pumaca-

hua en 1814 fue sólo nominal y obedecía al amplioapoyo que brindaba al movimiento (O’Phelan 1985:185-186).

En cuanto a las bases económicas, los programascontemplaban tan sólo ciertas modificaciones; másvinculadas con las cargas fiscales que con las mis-mas actividades productivas o comerciales. Estoscambios eran muy selectivos y estaban en funciónde los intereses de los criollos. Se privilegiaron lastransformaciones concernientes a las aduanas, alca-balas, tráfico comercial, monopolios estatales, etc.En cambio, no hubo interés en resolver los proble-mas que aquejaban a la población indígena. Entresus demandas no se encontraban, por ejemplo, laeliminación de la mita, del tributo, de las relacionesserviles, ni mucho menos, abandonar la dependen-cia de las exportaciones de materias primas minerasy agrícolas.

LOS SUCESOS ESPAÑOLESY LAS CORTES DE CÁDIZ

Una situación por demás extraordinaria se pre-sentó en 1808 con la invasión napoleónica a la pe-nínsula ibérica. América resultaba colonia de un Es-tado que había dejado de existir. De inmediato Na-poleón estableció un nuevo régimen al que le dio vi-sos de continuidad, a fin de evitar un vacío que pu-diese ser capitalizado por su rival inglés para tomarposesión del imperio colonial español.

Inmediata fue también la reacción del pueblo es-pañol contra los invasores galos. Ya en mayo de1808 se formaron las juntas provinciales para la re-sistencia. En ese contexto fueron convocadas lascortes generales y extraordinarias en Cádiz. Españadaba un mal ejemplo a sus propias colonias.

Los dominios americanos fueron invitados a dis-cutir las bases del nuevo régimen español monár-quico constitucional. El virrey Abascal cumplió demala gana con convocar a elecciones de diputados.De todas maneras se llevaron a cabo cabildos abier-tos en Lima, Cuzco, Guayaquil, Chachapoyas, Tru-jillo, Tarma, Piura, Arequipa, Puno y Huamanga.Por falta de recursos, los diputados electos por elPerú llegaron sólo para firmar la constitución: Fran-cisco Salazar (Lima), José Joaquín Olmedo (Guaya-quil), Juan Antonio Andueza (Chachapoyas), PedroGarcía Coronel (Trujillo), José Lorenzo Bermúdez(Tarma), José Antonio Navarrete (Piura) y MarianoRivero (Arequipa).

Representaron al Perú cuatro diputados que sehallaban en ese momento en España. Ellos fueron

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Vicente Morales Duárezde la Sociedad Amantesdel País (recién nom-brado alcalde del cri-men de Lima), quienfalleció al poco tiempo;Blas Ostolaza (canónigode Trujillo, conservadormonarquista); DionisioInca Yupanqui (cuzque-ño de sangre incaica,militar, coronel de unregimiento de dragonescon opaca figuración enlas cortes) y Ramón Fe-liú (abogado del foro li-meño). Sólo el 20% dediputados representabaa las colonias en Cádiz.

A pedido de los di-putados americanos, lascortes decretaron laigualdad de derechosentre americanos y pe-ninsulares y amnistíapara los participantes enalzamientos por la inde-pendencia (15 de octu-bre de 1810), libertadpara las actividadesagropecuaria e indus-trial, igualdad de derechos para ocupar cargos, sindistinción de clases, categorías o castas (16 de di-ciembre de 1810), prohibición de maltrato a los in-dios (5 de enero de 1811), libertad de comercio enazogue (26 de enero de 1811), libertad de imprenta(18 de abril de 1811), abolición de la mita y el re-parto de tierras entre los indios (9 de noviembre de1812).

No aceptaron, en cambio, la libertad de comer-cio ni que la mitad de los empleos en cada reinofuese cubierta por los patricios locales. Tampoco seaceptó restituir a los jesuitas (Pareja 1954: 401-405;Berruezo 1986).

Al informar en 1811 al cabildo limeño acerca desus gestiones, los diputados peruanos resaltaban elhecho de la obtenida libertad en la agricultura e in-dustria: “Y cuando los campos del Perú se hallencolmados de todos los frutos que la naturaleza lesbrinda; cuando por todas partes se vean las fábricasy talleres a que convidan las circunstancias, la pre-ciosidad de las primeras materias y la disposición de

los naturales; y cuandopor las consecuencias ne-cesarias de este orden decosas todo tome un nuevoaspecto en el Perú, noso-tros nos gloriaremos dehaber sabido aprovecharla situación en que nos hacolocado la providenciapara poner la primera pie-dra de este edificio tangrandioso como nuevo einesperado”. Con menosentusiasmo comunicaronla abolición del tributo.

En marzo de 1812 lascortes promulgaron laConstitución monarquistay liberal. En octubre se hi-zo lo propio en el Perúmuy a duras penas, comoantes se había establecidola libertad de imprenta.

Las cortes continuaron dictando leyes comple-mentarias hasta el 20 de setiembre de 1813. Sin em-bargo, luego de que su pueblo derrotara a los fran-ceses, Fernando VII derogó la Constitución y reim-plantó el absolutismo. Éste nunca se había ausenta-do de América; en especial, del Perú.

LOS LEVANTAMIENTOS

El “silencio” fue roto en 1805 por un intento se-paratista en el Cuzco. Se trata de un movimientorealmente temprano y “fuera del libreto” por sucomposición. La conspiración del mineralogista deinspiración mesiánica José Gabriel Aguilar y delabogado de la audiencia Manuel Ubalde abortó poruna delación. El plan de estos criollos contaba conel apoyo del regidor Manuel Valverde y Ampuero(mestizo descendiente de los incas) y de diversaspersonas entre criollos, mestizos e indios principa-les. Los dos cabecillas fueron ahorcados; el resto su-frió condenas de destierro y reclusión (Fisher 1982;

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Vicente Morales Duárez,hombre de leyes y profesor en la Universidad de SanMarcos, quien participó en las cortes de Cádiz.

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Durand 1993b; FloresGalindo 1987a).

Con la caída de lamonarquía española,el virrey Abascal asu-mió la continuidadcolonial absolutista enel Perú. En tanto, elAlto Perú fue presa deuna peligrosa incerti-dumbre. A los sucesosde insubordinación enChuquisaca en mayode 1809, siguió la jun-ta tuitiva defensora delos derechos de Fer-nando VII en julio deese mismo año en LaPaz. Las nuevas autoridades (con el mestizo PedroDomingo Murillo) procedieron a eliminar las alca-balas.

El virreinato peruano asumió la defensa de la co-lonia contra los “defensores” del monarca español.El ejército peruano (compuesto por criollos y cura-cas con sus respectivos indios y dirigido por el in-tendente de Huarochirí coronel Juan Ramírez y elgeneral y presidente interino de la audiencia cuz-queña José Manuel de Goyeneche), con el apoyoeconómico de los criollos arequipeños, emprendióla campaña contra la junta paceña. El 25 de octubrede 1809 vencieron a los insurgentes, 86 de los cua-les fueron ejecutados. Al frente de tres mil hombres,Mateo Pumacahua aplastó la rebelión del caciqueManuel Cáceres en La Paz. Continuó, no obstante,una resistencia de carácter rural e indígena hasta1816, cuando Goyeneche actuó también contra losinsurgentes rioplatenses.

Una experiencia similar se produjo en el otro ex-tremo del Perú. En agosto de 1809 se formó en Qui-to la junta gubernativa conservadora de los dere-chos de Fernando VII. Nuevamente tropas enviadaspor Abascal aplastaron el levantamiento. Guayaquilpasó a ser administrado directamente desde Lima.Cuando en diciembre de 1811 Quito se declaró li-bre, desde Lima se enviaron fuerzas que vencieron alos insurgentes en 1813.

A partir de 1810 se sucedieron los intentos inde-pendentistas en distintos puntos de la Nueva Grana-da y el Río de la Plata. Tropas enviadas por los insur-gentes de Buenos Aires vencieron a las fuerzas rea-listas en el Alto Perú hacia noviembre de 1810 y lle-garon al río Desaguadero en el Collao. El 20 de ju-

nio de 1811 las derrotóen Huaqui el generalGoyeneche, presidentede la audiencia delCuzco. El general crio-llo Pío Tristán persi-guió a los insurgentesen la zona del Plata.

El Perú se consagra-ba como el bastiónrealista. Abascal asu-mió atribuciones rea-lengas; inclusive,nombró un virrey paraNueva Granada. Cadavez era más claro paralos insurgentes enAmérica que se debía

quebrar el poderío español en el Perú para asegurarla independencia continental.

Los criollos de las ciudades principales adopta-ron una actitud de espera, en tanto en zonas menoscentrales la inquietud era latente. En el sur andinola situación era potencialmente explosiva. En mu-cho se veía la oportunidad de enfrentarse a Lima.En 1812, por ejemplo, Mariano de Rivero solicitóunir Arequipa a la audiencia del Cuzco (Fisher1982: 312).

Esta idea de reunificación del espacio regional yliberación de la hegemonía limeña estuvo presenteen los movimientos tacneños de 1811 y 1813. Elavance de las tropas platenses en el Alto Perú animóa un grupo de criollos de Tacna, que el 20 de juniode 1811 asaltó los cuarteles de la milicia bajo la con-ducción de Francisco de Zela Amézaga. Entre losconspirados se encontraban numerosos criollos, elcuraca de Tacna Toribio Ara, el de Pupuja FelipeCapuja y varios indios principales. Este alzamientono prosperó porque la ayuda que debía llegar departe de los bonaerenses se frustró por la derrota deHuaqui. La represión, sin embargo, no fue tan ejem-plificadora, limitándose a penas de prisión para loscabecillas (Seiner 1989).

También marginal pero más amplia resultó lamanifestación de la población criolla e indígena deHuánuco en febrero de 1812, en la cual los indiosde Huánuco, Panatahuas y, sobre todo, de Huama-líes participaron desde un principio y con iniciativapropia. Dado que en esta zona primaban los alcal-des de indios sobre los curacas, no fue importantela lucha interna entre los dirigentes indígenas. In-clusive, a diferencia de otros movimientos en el sur,

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Vista interior de la casa de Francisco de Zela en Tacna.

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en Huánuco participaron los indios yanaconasde haciendas. Al ser marginal, no pesaba tan-to como en el sur andino el temor a la pobla-ción indígena y pudo darse una “alianza” decriollos con indios desde el inicio. Mas, contodo, rápidamente los criollos deslindaron po-siciones.

Luego de la victoria indígena, y despuésdel saqueo, sobrevino la sustitución de autoridadescoloniales por Juan José Crespo y Castillo y José Ro-dríguez. Los criollos se mostraron dubitativos: per-maneciendo leales, crearon sin embargo la junta gu-bernativa paralela que integraron Domingo Berros-pi, Juan José Crespo y Castillo y Juan Antonio Na-varro, y escribieron al virrey anunciándole que suactitud había sido forzada por las circunstancias yque estaban tomando medidas para acabar con el le-vantamiento.

Los pasquines difundieron el programa expues-to en un manifiesto. Tanto los problemas comercia-les como el estanco del tabaco eran la base para launión entre criollos, mestizos e indios, aunque es-tos últimos tenían además sus propias quejas con-tra el manejo comercial del subdelegado, la mita ytierras.

En Huamalíes se enfrentaron los indios a loscriollos y mestizos. Un componente importante ydiferenciador fueron los indios del obraje de Quivi-lla y el ataque a haciendas y estancos, liderados porel indio huanuqueño –compadre de Crespo y arren-dador de tierras– Norberto Haro. La facción delmestizo Mirabal capturó a los principales dirigentesindios y Haro fue condenado a muerte.

La zona estaba militarizada desde tiempos deJuan Santos Atahualpa y esto permitió a las fuerzasvirreinales actuar con rapidez. En marzo de 1813las expediciones punitivas del intendente de TarmaGonzález Prada recuperaron Ambo y Huánuco, a loque siguió una represión despiadada. Los dirigentesCrespo, Haro y Rodríguez fueron ejecutados; frayMarcos Martel Durán fue desterrado a España y losdemás indios principales debieron cumplir penas enel Callao o trabajos forzados en los socavones deCerro de Pasco (Temple 1971; Chassin-Dauzier1981).

En una nueva incursión rioplatense al Alto Perú–encabezada por Manuel Belgrano–, los insurgentesconsiguieron una resonante victoria sobre Pío Tris-tán en Tucumán, en setiembre de 1812. Posterior-mente, en octubre y noviembre de 1813 las fuerzasespañolas, ahora encabezadas por el general Joaquínde la Pezuela, derrotaron a las huestes de Belgrano.

En esa oportunidad, los bonaerenses habían en-viado emisarios a distintos pueblos del Alto y BajoPerú para provocar un alzamiento general que, ob-viamente, no se produjo. El único lugar donde hu-bo cierta resonancia fue nuevamente Tacna, dondeactuaron los hermanos Juan Francisco y EnriquePallardelle con Juan Peñaranda (en Tarapacá).

Mientras en el Alto Perú eran derrotadas las tro-pas de Belgrano, el 3 de octubre en Tacna los conju-rados se apoderaron de la ciudad. La represión estu-vo a cargo del intendente de Arequipa José GabrielMoscoso. Al enterarse de lo ocurrido con Belgrano,los insurgentes se retiraron al Alto Perú (Seiner1989).

La situación fue cambiando conforme pasabanlos años de incertidumbre, al tener España un régi-men constitucional y el Perú uno absolutista. La ne-gativa de publicar y jurar la constitución por partede la audiencia cuzqueña fue usada por los criolloscomo pretexto para protestar. Un grupo de treintapersonalidades, encabezado por Rafael Ramírez deArellano, presentó un memorial exigiendo la jura-mentación de la constitución y elecciones al cabildoconstitucional. La respuesta de la audiencia fue de-tener a Arellano en febrero de 1813. Los liberalesdel cabildo lograron su libertad.

En estas condiciones se fue formando el mayormovimiento separatista que sacudiera el sur: la re-belión de 1814. No logró, empero, conseguir apoyofuera del ámbito regional. Lo lideraron los herma-

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A comienzos del siglo XIX las insurrecciones contra laautoridad española se multiplicaron en diversas

localidades del Perú colonial, en parte inspiradas enlos movimientos rebeldes platenses. En Tacna, bajo la

dirección de Francisco de Zela, un grupo deconspiradores tomó el cuartel de la milicia, aunque fuefinalmente reprimido. Catedral de la ciudad de Tacna.

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nos hacendados Vicente y José Angulo, el clérigoJosé Díaz Feijóo, Gabriel Béjar y Manuel Hurtadode Mendoza, quienes fueron apresados en plenaconspiración. Como el movimiento había estableci-do redes en diversos sectores, las tropas se subleva-ron el 2 de agosto y detuvieron al presidente, re-gente y oidores de la audiencia, con excepción deloidor Manuel Lorenzo de Vidaurre, quien fue libe-rado por su actitud indulgente con los líderes delmovimiento.

Se formó una junta gubernativa que se declaróleal a Fernando VII. En un primer momento estuvoconformada por el cacique Mateo Pumacahua y loscriollos coronel Domingo Luis Astete y teniente co-ronel Juan T. Moscoso. A la semana, empero, estosdos últimos fueron sustituidos por los hermanosAngulo. Inmediatamente emprendieron el plan deacciones que habían elaborado en la clandestinidad:atacar en tres frentes a las fuerzas realistas (Alto Pe-rú, Huamanga y Arequipa).

La primera expedición partió en agosto de 1814hacia el Alto Perú. En setiembre, luego de incre-mentar sus fuerzas en el Desaguadero, impusieronel cerco y tomaron La Paz al mando de León Pineloy del cura guerrillero Ildefonso Muñecas. Empero,las tropas realistas del general Juan Ramírez llega-das desde Oruro vencieron a los rebeldes el prime-ro de noviembre.

La expedición a Huamanga estuvo a las órdenesde Manuel Hurtado de Mendoza. Logró tomar fácil-mente la ciudad y extender su influencia a Huanca-velica, Huancayo, Jauja y Tarma. En Huanta, el 30de setiembre, las tropas rebeldes fueron derrotadaspor el batallón Talavera al mando del coronel Vicen-te González. Pero ya en octubre la lucha se habíareiniciado con nuevos ataques a Huanta y Anda-huaylas (enero de 1815). Nuevamente fueron ven-cidos cerca de Huancavelica. Interesante es anotarque surgieron partidas de montoneros en Cangalloque permanecerían activas hasta la batalla de Aya-cucho. Un último intento por volver a tomar Hua-manga, al mando de José Manuel Romano (llamado“Pucatoro”), fracasó por la traición al interior delmovimiento.

El brigadier Pumacahua dirigió la incursión aArequipa. Bajo su mando iban 500 fusileros, un re-gimiento de caballería y 5 mil indios. Estas fuerzaslograron doblegar a las que comandaba el mariscalFrancisco Picoaga en la batalla de Apacheta en no-viembre de 1814. Se les abrieron las puertas de laciudad donde el cabildo tuvo que recibir al curaca.Contra los rebeldes fue enviado el general Ramírez,viéndose precisado Pumacahua a salir de Arequipa.Ramírez tomó la ciudad y en diciembre la puso ba-jo el mando del general criollo Pío Tristán. El en-cuentro crucial se produjo en Umachiri el 11 demarzo de 1815. Ramírez venció ampliamente a losrebeldes y celebró el triunfo fusilando a un grupo deprisioneros. Entre ellos se encontraban el coronelDianderas, el curaca de Umachiri, el auditor de losrebeldes y el gran poeta arequipeño Mariano Melgar.

A continuación fue capturado Pumacahua. Enun juicio sumario Ramírez lo condenó a muerte, apesar del pasado leal que tenía el curaca, al menos,desde la rebelión tupacamarista. La condena secumplió el 17 de marzo: horca y posterior descuar-tizamiento. Con estos triunfos, Ramírez ingresó alCuzco y el 29 de marzo procedió a fusilar a los her-manos Angulo y a los demás jefes de la insurrec-ción. Siguieron amplias represiones en todo el surandino tanto para desactivar a las unidades aisladasque seguían combatiendo en Chumbivilcas, Cayllo-ma y Chuquibamba, al mismo tiempo que parasembrar el terror entre la población criolla, mestizae india. La región quedó apaciguada luego del en-cuentro en Paucarcolla el 26 de mayo (Aparicio1974; Cahill 1988; Durand 1985 y 1993b; Fisher1982 y 1984; Lynch 1976; O’Phelan 1985).

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La ciudad de Arequipa en el siglo XIX.

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La derrota de los rebeldes en el sur significó eltriunfo de la corona y de... Lima. El Cuzco no fuecapaz de articular un movimiento suprarregional.De otro lado, funcionó nuevamente la exitosa prác-tica de dividir a la población por razas y dentro decada raza. Las tropas rebeldes se habían enfrentadoprincipalmente a fuerzas indígenas.

Las bases escaparon otra vez al manejo de las di-rigencias. El desborde hizo recordar al producidotreinta años antes cuando el conflicto étnico-socialse interpuso al deseo político de los inspiradorescriollos del movimiento. A diferencia de entonces,en 1815 los criollos no pudieron esconderse. La lec-ción fue aprendida en carne propia por el grupo in-surgente.

Frente a la amenaza a la armonía social, econó-mica, política y cultural, el mantenimiento del pac-to colonial apareció así como la única garantía ver-dadera del orden establecido. Se aunaba a ello elque la fidelidad a España parecía poder asegurar elretorno a la situación anterior a la puesta en marchade las reformas.

Para ese entonces, el Perú resultaba una de lasescasas posesiones españolas debidamente contro-ladas por la metrópoli, donde los criollos podían es-perar prebendas especiales del régimen. En Lima ylas provincias sureñas se siguió por ello siendo rea-lista y financiando la contrarrevolución. A su vez,esta circunstancia obligaba al fidelismo a los crio-llos. Mientras más recursos entregaban a la corona,más interesados estuvieron en su triunfo final. Unaalternativa podía ser que un nuevo régimen garan-tizase la devolución (con creces) de estos recursos.Si aseguraba también un control social, podríanpensar en darle su apoyo (Bonilla 1982; Flores Ga-lindo 1984, 1987a; Fisher 1982; Hamnett 1978;Lynch 1976; Melzer 1980).

CONSPIRACIONES CRIOLLAS

La actuación rebelde de los criollos limeños nofue decidida ni decisiva. Por lo general, se trató dereacciones ante estímulos insurgentes de otras re-giones del Perú y América. Cautelosos, los criollosde Lima no se manifestaron abiertamente contra eldominio español. A lo más, hubo movimientosconspirativos que indefectiblemente abortaron, seapor haber sido descubiertos o por abandonar el pro-yecto sus mismos protagonistas. La conspiración deAnchoris descubierta en 1810 se promovió, porejemplo, ante las noticias del levantamiento de LaPaz (O’Phelan 1985: 159; Anna 1975 y 1979).

La aristocracia limeña hacia fines del período co-lonial estuvo compuesta no solamente por una no-bleza de sangre, sino además por representantes dediversa procedencia social, especialmente comer-ciantes. Estrictamente hablando, muchos no perte-necían al círculo privilegiado, vinculado a los favo-res coloniales que España garantizaba. Sus deva-neos conspirativos y participación en sociedadesdiscretas fueron de poca trascendencia. Al momen-to de las decisiones optaron por aceptar el poderque se establecía en la capital a fin de salvar el pe-llejo. Muchos de ellos murieron en la fortaleza delCallao en 1824-1826 (Flores Galindo 1984; RizoPatrón 1992).

Lo que hubo en Lima fue una guerra de papel.Numerosos pasquines contra las aduanas, impues-tos, absolutismo, etc. La crisis generó una suerte de“espíritu crítico” como singular capacidad para laautodenuncia (Lohmann 1964: 434-446; Basadre1973: 67).

En el marco de las reformas metropolitanas aprincipios del XIX, la aristocracia limeña se conten-taba con una mayor participación en el gobierno co-lonial. Una especie de cogobierno. Sobre todo con-siderando que el régimen en el Perú se volvía cadavez más enérgico ante los rebeldes.

Las quejas de los criollos eran limitadas tanto ennúmero como en calidad. La misión a la corte ma-drileña de José Baquíjano y Carrillo de parte del ca-bildo limeño realizada en 1793-1802 se circunscri-bió a algunas propuestas regionalistas y descentrali-zadoras: un tercio de los cargos de las audienciaspara los peruanos, incremento de facultades de loscabildos, mayor representación criolla en el tribunaldel Consulado y derogatoria del reglamento de co-mercio libre. Otras comisiones similares buscaron laconcesión de cupos para los criollos en las institu-ciones coloniales, restituir purificados los corregi-mientos, eliminar las alcabalas a ciertos productos,etc. (Basadre 1973: 77-78; Burkholder 1980).

Desde ya, las elites criollas limeñas se habíanambientado a las nuevas condiciones. En lo político,lograron acomodarse para aprovechar los espaciosque el régimen de intendencias les permitía. En loeconómico, algunos comerciantes lograron incluirseen los negocios más lucrativos de exportación haciala metrópoli y el comercio negrero. Los grandes co-merciantes diversificaron sus actividades. Poseíanhaciendas en Lima que abastecían el mercado localy producían alfalfa para el forraje de las acémilas dearrieros (Burkholder 1972: 400-402; Burkholder-Chandler 1984: 103-106; Mazzeo 1994).

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Fue esta elite comercial y funcionaria la queaportó recursos financieros para el sostenimiento dela monarquía desde las guerras del XVIII. El apoyose hacía esperando (y obteniendo) beneficios eco-nómicos y sociales. Cada donativo o préstamo for-talecía la dependencia política de la elite limeñacriolla y peninsular. El resultado fue una conjun-ción de intereses entre ambas partes que provocó laalianza política manifiesta a la hora de la crisis co-lonial (Melzer 1980).

LA ILUSTRACIÓN Y LA PROTESTA

La expulsión de los jesuitas apartó a los más no-tables partidarios del conocimiento escolástico y fa-cilitó así la amplia introducción de nuevos enfoquessobre el conocimiento. Hacia fines del XVIII el es-cepticismo de la autoridad, la observación de la na-turaleza, la experimentación y el análisis basado enel razonamiento inductivo habían transformado elbagaje intelectual de las colonias.

Con la salida de los jesuitas y la crisis de la Uni-versidad de San Marcos surgieron nuevos centrosextrauniversitarios, donde se dictaban cursos deDerecho Natural y de Gentes, y se difundió la lectu-ra de textos prohibidos. Apareció el intelectual alie-nado: una minoría ilustrada forjada principalmenteen el Convictorio de San Carlos, de gravitanteactuación en los debates de la independen-cia. Toribio Rodríguez de Mendoza fue rec-tor de San Carlos desde 1797 e inculcóideales republicanos a varias generacio-nes de peruanos (Basadre 1973: 86-88).

En la segunda parte del XVIII se tieneuna mayor conciencia de sí. Diversos es-critos muestran una preocupación decriollos y españoles residentes en el Perúpor la suerte que corría la colonia. Ya en1742 el capitular Victorino Monterohabía escrito un opúsculo sobrela situación del Perú y lanecesidad de mejorar al-gunos aspectos. En1760 Llano Zapata exal-taba la riqueza y exce-lencias americanas. Laexpresión más ampliade ideas ilustradas en elPerú fue el Mercurio Pe-ruano, quincenario pu-blicado en Lima entre1791 y 1795 por la So-

ciedad Académica Amantes del País quienes, comohijos del racionalismo y defensores del progreso,trataron de proveer a los peruanos de conocimien-tos útiles de su región e información relevante parasus vidas diarias. Propagaron técnicas mineras efi-cientes y analizaron el comercio virreinal. La erudi-ción desplegada no estuvo exenta de posiciones po-líticas y la necesidad de un cambio atraviesa sus in-fluyentes páginas. Sin embargo, la situación política(en especial, la revolución francesa) hizo fracasareste proyecto tan auspicioso (Martínez Riaza 1985;Hampe 1988; Zamalloa 1993).

Con la gran rebelión de 1780, la necesidad deencontrar salidas a la crisis fue más acuciante. En1782 la iniciativa partió de un corregidor y comer-ciante español, muy conocedor de la realidad colo-nial: Alonso Carrió de la Vandera, quien ya habíaescrito una descripción novelada hacia 1775 (El la-zarillo de ciegos caminantes). En el nuevo opúsculo,Carrió presenta un plan alternativo para el país,proponiendo una serie de reformas (sobre todo enel trabajo) que, según él, debía corregir el equivoca-do rumbo con que se conducía la colonia.

En ese tiempo llegaron diversas expedicionescientíficas oficiales y se crearon instituciones acadé-micas especializadas. Por ejemplo, destaca la expe-dición botánica de Hipólito Ruiz y José Antonio Pa-

vón y la creación de la escuela de medicina y elcolegio de abogados.

Una muestra de las diversas propues-tas criollas fue la “Carta a los españolesamericanos”. La escribió el jesuita pe-ruano exiliado Juan Pablo Viscardo yGuzmán y se divulgó manuscrita en cír-

culos criollos, antes de su impresión ha-cia 1798. En su visión, se necesitaba launión de la población peruana contra el

enemigo común.La masonería jugó un

papel relevante en la pre-paración y la conducciónde la independencia. Laprimera logia en Lima fuedetectada en 1751 y a tra-

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Juan Pablo Viscardo yGuzmán, jesuita exiliado,autor de la célebre “Carta alos españoles americanos”, queexpresaba el punto de vista delos criollos respecto a laemancipación.

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vés de ella América española recibió una crecienteinfluencia de países como Inglaterra y Francia (Fer-nández 1988).

POLITIZACIÓN DE LAS ELITESCRIOLLAS

A fines de los tiempos coloniales se aprecia unmayor grado de sociabilidad. Desde las primerasjuntas de 1808 y la invitación a las cortes, las tertu-lias en casas y las discusiones en cafés y chinganascambiaron sus temas centrales. Se introduce el de-bate político en torno a los sucesos de la penínsulay las regiones rebeldes en América. Los cambios seveían llegar y esto creaba expectativas en los distin-tos componentes de la sociedad –en especial, en lasciudades y villas–, sobre todo cuando las autorida-des locales cumplían sólo parcial y selectivamentelos mandatos de las cortes (elecciones, libertades,aboliciones) (Burkholder-Johnson 1990: 295-297).

La libertad de imprenta dio un nuevo y vigorosoimpulso a la discusión de ideas. Surgió en 1811 elprimer periódico, El Peruano, editado por Guiller-mo del Río y redactado por el acaudalado comer-ciante español Gaspar Rico. Se dedicó a expresar elmalestar contra el régimen español, aunque no sepronunció abiertamente por un rompimiento y alaño siguiente tuvo que cerrar. Le siguió el Satélitedel Peruano (febrero-junio de 1812), redactado porun grupo aristocrático que no propuso una alterna-tiva independiente. Su moderación excesiva (com-prensible en las condiciones del gobierno de Abas-cal), lo hizo más bien un órgano mediatizado. Estu-vo dirigido por Cipriano Calatayud, Diego Cisne-

ros, Fernando López Aldana, Manuel Salazar y Ba-quíjano y Manuel Villalta. Abascal reunió a otrogrupo de intelectuales para contrarrestar la tenden-cia protestante, creándose así El Verdadero Peruano(setiembre 1812-marzo 1813). Colaboraron losconservadores (luego colaboradores de la indepen-dencia) José Baquíjano y Carrillo, Hipólito Unanue,José Manuel Valdez, José de Larrea y Loredo, JoséJoaquín de Larriva, Félix Devoti y José Pezet (Po-rras 1974; Martínez Riaza 1985; Gargurevich 1991).

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Una pulpería limeña de la primera mitad del siglo XIX.

VILA INDEPENDENCIA REALMENTE OBTENIDA

Fue en un marco de represiones a la disidenciay de expectativas de los sectores dominantes, cuan-do San Martín llegó con la expedición chileno-ar-gentina a nuestras costas para buscar la indepen-dencia del Perú y asegurar con ello la del sur delsubcontinente.

EL PERÚ REBELDE

La crisis en la economía y sociedad colonialesdesde la segunda mitad del siglo XVIII, que habíagenerado protestas e insatisfacciones, movió a lasoligarquías criollas, asociadas hasta entonces a la

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corona en la explotación colonial, a cortar los lazoscon una metrópoli que no era capaz, sobre tododesde 1820, de seguir garantizando el orden socialy la prosperidad económica (Fontana 1991: 318).

El Perú, como país heterogéneo, respondió dediversas maneras a los diferentes estímulos inde-pendentistas. Incluso, pasado el proceso, se enfras-có en nuevas luchas por la hegemonía regional. Li-ma era la capital, pero su conducta no determinó lasuerte del país entero. En todo caso, fue más por de-fecto que por efecto.

Desde la rebelión del Cuzco de 1814-1815 lossectores potencialmente separatistas se encontra-ban desmovilizados, sin un proyecto propio ni po-sibilidades reales de llevarlo a efecto en forma in-mediata y consecuente. Predominaban los conser-vadores proespañoles que, si bien vieron en el jefeargentino a un intruso, no tardaron en reconocersu moderación y hasta afinidad de intereses: el afánde evitar que el pueblo ejerciese alguna presión sig-nificativa en la solución del problema político colo-nial, impidiendo, en lo posible, los cambios estruc-turales en la sociedad ya libre del coloniaje. La me-

jor vía para lograrlo era mantener al pueblo al mar-gen de la lucha entre “blancos”; de no conseguirseeste objetivo, ejercer una custodia eficaz sobre laparticipación popular para evitar las sorpresas.

La independencia fue en el Perú un proceso su-mamente prolongado. Una especie de indefinicióncasi permanente que necesariamente afectó a susprotagonistas. El hecho de haber sido el Perú unvirreinato privilegiado y ya no serlo –en tanto queel resto de los dominios españoles en América delSur había roto el vínculo político–, hacía suponer alas elites peruanas (y no solamente a las limeñas)que, de continuar bajo la férula colonial, el paíspor lo menos recobraría su sitial anterior (porejemplo mayores concesiones comerciales y pro-ductivas).

La gran mayoría de los peruanos –los indios– noestaba enteramente abatida. Para principios del XIXsumaban ya siglos los tiempos de represión contrasus protestas sociales y étnicas, y muy especialmen-te a raíz de la gran rebelión de 1780. La de 1814 vi-no a ahondar la situación. El papel de la poblaciónaborigen en el proceso de independencia fue limita-do como consecuencia de diversos factores. La co-lonia había creado numerosos y sutiles mecanismosde autodefensa social que dificultaban la protesta.En el plano estrictamente militar, la vigilancia fuecada vez más palpable conforme el país se convertíaen el centro del absolutismo español en América.Vastas regiones del país habían sido militarizadas.Guarniciones regulares del ejército controlaban lasierra limeña desde la rebelión de 1750, la sierracentral entre Huanta y Huánuco desde la rebeliónde Juan Santos Atahualpa, el sur andino desde elaplastamiento de Tupac Amaru de 1780 y las ciuda-des más importantes del Perú. En el plano social, lapoblación indígena del sur había desplegado esfuer-zos colosales en movilizaciones que, a la postre, re-sultaron infructuosas. Sus autoridades tradicionalesfueron desactivadas en amplios territorios, y las le-vas, de los más variados tintes, afectaron primor-dialmente a los indios, por lo que no debe extrañarque éstos participasen en los ejércitos de todas lastendencias (Tord-Lazo 1980 y 1981; Flores Galindo1984; Stern 1990).

Muy escasamente la población indígena partici-pó en forma consciente. Esto se dio principalmenteen las sociedades locales, donde no existía una sig-nificativa sujeción servil de los indígenas como enla sierra central peruana. No debe extrañar que fue-se allí donde se organizaron las montoneras y gue-rrillas; en el sur la población indígena estuvo des-

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“La placera”, uno de los numerosos tipos populares de laLima del siglo XIX que ilustró A.A. Bonnaffé, 1855.

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movilizada, mientras en el norte las acciones fueronmínimas.

El papel jugado por la plebe mestiza y esclava–en las ciudades y en la zona rural– fue considera-blemente más visible. Sometidos a mecanismos aná-logos de preservación del régimen sociopolítico, suprotesta durante la colonia fue muy escasa. Tambiénsufrieron las levas para conformar los contingentesde las insurrecciones, de los ejércitos rebelde o rea-lista y de las partidas de guerrillas.

No cabe duda de que la población buscaba unamejora en su forma de vida, eliminando especial-mente las exacciones del régimen colonial y social.Por ende, todo aquel que las ejerciese podía seridentificado por el pueblo como “enemigo”. No ne-cesariamente se encontrará un discurso propio y so-fisticado acerca de nociones tan abstractas como“patria”, “nación” o “independencia”. Lo más pro-bable es que sean ideas más simples y directas, esdecir, tangibles y pragmáticas sobre su autonomía ysus derechos (en particular, la tierra).

El sistema de reclutamiento se efectuaba a travésde los jefes comunales y, a veces, los jefes de losejércitos regulares y guerrilleros procedían directa-mente al reclutamiento por su propia cuenta, sinimportar la causa que se defendiese. Por esto, no re-sulta extraño que en las zonas ocupadas por el ejér-cito libertador, la recluta de guerrilleros haya sidoprincipalmente a su favor, y a la inversa en las zonasocupadas por el realista. Inclusive, luego de la gue-rra se mantuvo esta norma de reclutamiento decampesinos y hasta bandoleros (Lynch 1976: 305).

Un sector medio poco definible de personajesque no debían ni esperaban nada del régimen colo-nial sí tuvo una figuración más decidida (aunquesiempre vacilante y falta de un proyecto coherente).Tanto medianos productores provincianos, comointelectuales y profesionales liberales, y hasta aris-tócratas de alguna manera independientes de la eli-te de poder, fueron más resueltos en manifestar susdiscrepancias y actuar al momento de presentarselas oportunidades. El sector comerciante y produc-tor del centro, “irritado por las limitaciones del sis-tema de privilegios y monopolios coloniales (...)apoyó el movimiento por la independencia” (Ma-llon 1983: 12).

El norte peruano estaba muy relacionado comer-cialmente con el mercado azucarero de Chile. La eli-te norteña se hallaba recién consolidada hacia fina-les del período colonial y empezaba a afianzarse enel poder local, erigiéndose como un grupo de poderalternativo al ubicado en la capital (Aldana 1995).

Además, el norte –cuya población era mayormentemestiza– no había vivido movilizaciones masivas deprotesta similares a las de 1780 o 1814.

El proceso de la independencia realmente obte-nida, entonces, es la historia de una minoría sobre-privilegiada tratando de seleccionar entre los siste-mas gubernamentales alternativos el que les permi-tiese realizar sus aspiraciones políticas, económicasy sociales. No puede ser cuestionado el genuino pa-triotismo de algunos participantes. Con todo, mu-chos otros innegablemente actuaron en términos depuro oportunismo.

La elite limeña estaba muy comprometida con elrégimen colonial en la explotación de un país em-pobrecido. Las disidencias abundaron, mas no fue-ron suficientes como para definir un rompimiento.Consciente del riesgo político, social y económicoque corría, la elite capitalina aguardó el momentode las definiciones para definirse ella misma. Laguerra resultó demasiado prolongada e intrincada.Por regla general, allí donde las fuerzas realistas tu-vieron el dominio, las elites criollas permanecieronleales al rey. Allí donde el régimen colonial no pudomantenerse, la opción fue por la separación. Estasalternativas fueron variando tanto en el tiempo co-mo en el espacio.

SAN MARTÍN EN EL PERÚ

Para asegurar la independencia de América, sedebía derrocar al gobierno colonial en el Perú. Laempresa sanmartiniana accedió al Pacífico en 1817luego de varios intentos de llegar al Perú a través delAlto Perú. Una vez vencida la resistencia realista enMaipú en enero de 1818, el ejército independentis-ta estuvo preparado para colaborar en la misma ta-rea en el Perú, pero esta vez más difícil, delicada eimportante. El pasajero retorno de España al consti-tucionalismo en 1820 fue el marco propicio para laseparación real del Perú. La metrópoli no estaba yaen condiciones de apoyar a sus fuerzas ni menosaún de garantizar la paz social que requerían las co-lonias para mantenerse bajo su protección. Todo de-pendía de la medida en que esta función la pudiesenrealizar las autoridades virreinales peruanas.

Los gobiernos españoles seguían desplegandouna política de gran potencia, pero sin los recursosinternos ni externos suficientes. Pese a todo, de1811 a 1818 España envió a la reconquista de Amé-rica 25 expediciones con 204 buques y cerca de 45mil hombres (Fontana 1991: 306-307; Barbier-Klein1985: 473-495).

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La iniciativa en el mar fue ganada por el ejércitodel sur (que incluyó a numerosos peruanos), hechoque fue uno de los factores principales para llevaradelante la empresa. En dos incursiones en el marperuano (enero y setiembre de 1819) el jefe de laarmada insurgente, el inglés Tomás A. Cochrane,asestó golpes considerables a las fuerzas españolas.La armada colonial destruida no era otra cosa quela flota mercante limeña. La guerra en el mar hizoperder el mercado chileno a los comerciantes lime-ños y productores costeños, aunque con estos reve-ses la elite limeña ratificó su fidelismo. Otros sec-tores, en cambio, vieron en esas acciones la ocasiónde independizarse de España. Estimulado por estoshechos, el cabildo de Supe se declaró independien-te en abril de 1819.

La presencia desde setiembre de 1820 del ejérci-to sureño en el Perú provocó, sin duda, el pronun-ciamiento de diversas poblaciones de la zona cen-tral, especialmente en la costa, en las quebradas oc-cidentales de los Andes y en la ruta de las incursio-nes proselitistas de Arenales, entre octubre de 1820y abril de 1821. Al amparo de esas fuerzas se acele-ró un proceso que pudo requerir mucho tiempo.

No fue el caso de la ciudad de Lima, cuya aristo-cracia había financiado la contrarrevolución en elPerú y Sudamérica y jugaba aún la carta colonialcomo “mal conocido”, en tanto que le espantabasinceramente la idea de enfrentarse a la metrópoli yestablecer su propio dominio autónomamente (lo“bueno por conocer”).

El ejército sanmartiniano, y particularmente susdirigentes, habían llegado al Perú conscientes delpeligro que representaba una excesiva exaltación dela población. A pesar de ello, se propuso su movili-zación a fin de crear un contrapeso manejable al po-derío español y proespañol.

El 8 de setiembre San Martín, a la vez que con-vocaba al pueblo peruano, tranquilizaba a la aristo-cracia con planteamientos moderados. Las fuerzassanmartinianas no eran suficientes como para hacermella a las de los realistas. En realidad, éstos debie-ron respirar aliviados al ver que aquéllas se compo-nían sólo de unos 4 mil hombres. San Martín con-fiaba en que los criollos del Perú se pronunciaríande consenso por la separación y, por ende, el pro-blema se resolvería prontamente, en tanto que suslugartenientes (Cochrane y Miller) preferían unaacción rápida y contundente.

San Martín optó por la vía del entendimientocon las autoridades españolas. Más que evitar underramamiento de sangre, le importaba impedirque el enfrentamiento derivase en una alternativacon características sociales distintas a las que resul-tarían de un acuerdo en las alturas. La primera con-ferencia se desarrolló en Miraflores en setiembre.Hipólito Unanue actuó como secretario de parte delvirrey. Los realistas y criollos podían estar tranqui-los: San Martín no era el jacobino que se temía.

Las fuerzas más importantes de los realistas esta-ban en la sierra. Lima estaba relativamente despro-tegida, pero San Martín no quiso atacar la ciudadcapital; en cambio envió a Álvarez de Arenales a lasierra con 1 200 efectivos, mientras él partía haciael norte y Cochrane dominaba el mar. La indepen-dencia de Guayaquil hizo innecesario que las tropasde San Martín llegasen al norte. Cochrane logrócapturar la fragata “Esmeralda” el 15 de noviembrede 1820, con lo que afianzó su dominio en el lito-ral.

La misión de Arenales penetró en territorios do-minados por los realistas. Pasó por Huamanga al

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José de San Martín, óleo por Daniel Hernández. La propuestaemancipadora del jefe argentino –que no prosperó– incluía elestablecimiento en el Perú de una monarquía constitucionalindependiente.

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valle del Mantaro y Cerro de Pasco –una zona pri-mordial en tanto principal productora minera y decomunidades campesinas fuertemente ligadas almercado– en donde organizó fuerzas insurgentes,especialmente en Tarma con el salteño Francisco dePaula Otero (Chocano 1983; Mallon 1983 y 1995).

La idea evidente era impedir que los españolessiguiesen aprovechando las minas y, eventualmente,cortar la comunicación entre los realistas en Lima yel sur andino. El 6 de diciembre, cerca de Pasco, tu-vo lugar el único encuentro (y la única victoria san-martiniana) con las fuerzas realistas, cuya caballería–comandada por el coronel hasta entonces realistaAndrés de Santa Cruz– se pasó al bando patriota.

Entre tanto, el 2 de diciembre los americanos delbatallón “Numancia” se entregaron al ejército deSan Martín en Sayán. Como consecuencia, los espa-ñoles incrementaron el celo para con sus oficialescriollos y mestizos, situación que dio lugar a que al-gunos otros oficiales peruanos pasasen al lado inde-pendentista; entre ellos (en enero de 1821) los co-roneles Agustín Gamarra, Velasco y Eléspuru.

El dominio patriota del mar y la independenciade Guayaquil y Lambayeque (27 de noviembre) ha-cían imposible la resistencia del norte. El intenden-te de Trujillo, el criollo limeño José Bernardo Tagle,marqués de Torre Tagle –quien había reunido en lacapital de la intendencia a un grupo de personajesdecididos por la independencia, entre ellos sus pri-mos Manuel Cavero y Muñoz, marqués de Bellavis-ta (alcalde de Trujillo), y Miguel Tinoco y Merino–,aceptó la invitación de San Martín. Las tropas acan-tonadas en Trujillo se pronunciaron también por laseparación. El 29 de diciembre se juró la indepen-dencia en Trujillo. Acto seguido, Piura, Cajamarca,Chachapoyas, Jaén y Maynas siguieron el ejemplo.

Ni la independencia de Trujillo ni la de otras ciu-dades y pueblos del norte puede ser considerada co-mo resultado de la presión foránea. Fue producto dela voluntad, ciertamente no bien definida, de la po-blación. El apoyo que proporciona el norte peruanoa la larga gesta emancipadora así lo demuestra.

Las vacilaciones del virrey José Joaquín de la Pe-zuela con respecto a las fuerzas insurgentes y las de-rrotas y deserciones provocaron malestar entre losgenerales de su ejército. En Asnapuquio éstos deci-dieron obligarlo a renunciar en favor del general LaSerna, y lo lograron. El virreinato terminaba con ungolpe de Estado militar.

Pese a esas muestras de debilidad, San Martín nose decidió a asestar un golpe a las fuerzas realistasen Lima. Sólo para alejar a Cochrane –quien insis-

tía en un ataque contundente mientras estaba inac-tivo en el litoral– lo autorizó a realizar una incur-sión en el sur. Junto a Miller, Cochrane tuvo una se-rie de encuentros pequeños pero victoriosos, llegan-do a organizar a la población de Tacna y Puno.Cuando se disponía a ampliar su accionar a otras lo-calidades de la sierra sur, el armisticio de Punchau-ca se lo impidió.

La segunda conferencia, en la que participaronLa Serna y San Martín, fue en la hacienda “Pun-chauca” en junio de 1821. San Martín volvió a pro-poner la monarquía constitucional independiente,con enormes e increíbles concesiones adicionales.En la práctica, el ejército insurgente se autoanulaba.

Los realistas no tenían apuro alguno. Contabancon el apoyo de la mayoría de los criollos y sabíanque la población indígena no haría un levantamien-to general, y menos bajo el mando del ejército san-martiniano. Lo único que les atormentaba era la

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El penúltimo virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, fueobligado a renunciar en favor del general La Serna por losjefes militares realistas, a causa de sus vacilaciones frente a

las fuerzas insurgentes.

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presencia de guerrilleros cercando la ciudad y ejer-ciendo cierta presión social.

Ya los guerrilleros de Cayetano Quirós, Alejan-dro Huavique, José Navajas y Antonio Elguera ha-bían vencido en Quiapata a las tropas realistas queintentaron reforzar a las de Lima.

El virrey sabía que sus fuerzas eran muy superio-res y que los patriotas eran fuertes sólo en la costa yel norte, pero también sabía que el Perú real se ha-llaba en la sierra y que estaba a su favor. No quería(y nada lo obligaba a ello) abandonar el Perú, perodebía en cambio abandonar Lima, que ya padecíalos estragos del bloqueo. Lima era un pésimo lugarpara rechazar una ofensiva armada. Lo único quenecesitaba era ganar la iniciativa y dirigirse a la sie-rra. De esta manera, dejaba Lima para ganar el Pe-rú; revertía la situación de sitiado a sitiador.

La parte más importante del Perú en tiempos co-loniales no fue la costa con su capital aristocrática,sino la sierra, con su producción agropecuaria, mi-nera, obrajera, sus relaciones comerciales y su altadensidad demográfica. Allí los realistas tendríanuna despensa inacabable en víveres y mano de obra(vituallas para el ejército, cobro de tributos), y unainmensa retaguardia hacia el sur.

Es evidente la importancia estratégica de las pro-vincias cisandinas y las numerosas quebradas paralas acciones bélicas. Más todavía en las circunstan-cias en que realmente ocurrieron los hechos: dosbandos separados por la cordillera occidental de losAndes. De ahí el papel de las guerrillas.

Una vez ganada la sierra, el virrey podía seguirdominando en el país indefinidamente. No fue un“largo empate” como se ha manifestado (Guardino1989). Simplemente no se iniciaba la guerra.

Las fuerzas realistas, efectivamente, partieron dela costa el 6 de julio. Pese a que Arenales estaba dis-puesto a impedirlo, San Martín no autorizó el ata-que. Mientras el Callao quedó al mando del generalrealista La Mar, el virrey La Serna se instaló en elCuzco con amplio apoyo de los sectores criollos delsur. Tal vez el único problema que aquejó a las fuer-zas realistas fue la deserción del general Olañeta enel Alto Perú, que las privó de recursos económicosy humanos en el momento crucial de la lucha.

Para posesionarse plenamente de la sierra, el ge-neral Carratalá fue encargado de aplastar las guerri-llas. En diciembre destruyó Cangallo y tomó Luca-nas y Parinacochas. A continuación, el 27 de abrilCarratalá logró vencer a las guerrillas de CayetanoQuirós en Paras, fusilando a éste y a sus lugarte-nientes. La misma suerte corrió, entre otros, MaríaParado de Bellido, esposa y madre de guerrilleros,que servía de mensajera y se negó a revelar su in-formación. Finalmente, en mayo de 1822 fueronderrotados los legendarios guerrilleros Auqui deCangallo.

Apenas se fueron los españoles, San Martín fuerecibido en Lima en medio del júbilo popular y re-celos de la aristocracia colonial, obligada por las cir-cunstancias a asumir una postura libertaria. Actitudcomprensible si se recuerda que entre ella y el ejér-cito de La Serna se encontraban las montoneras yguerrillas dispuestas a entrar en acción. Rehusarseera para muchos el equivalente a firmar su propioarresto, confiscación, pérdida de empleo o exilio.

En tales condiciones, la firma del acta por partede la aristocracia y los ultracolonialistas el 15 de ju-lio y la declaración de la independencia el 28 de ju-

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José de la Serna, último virrey del Perú, fue herido y hechoprisionero en la batalla de Ayacucho (1824), viéndose

obligado a firmar la capitulación de las fuerzas realistas.

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lio fueron meras formalidades. La verda-dera emancipación del Perú no se lo-graría mientras las tropas realistascontinuasen dominando las zonasmás ricas del país.

El protectorado establecido porSan Martín pretendía viabilizar lamonarquía. Sus ministros JuanGarcía del Río, Bernardo Montea-gudo e Hipólito Unanue eran mo-narquistas poco entusiasmados porllevar a buen término la guerra.Mientras se buscaba en Europa unpríncipe para el trono limeño, en el Pe-rú se estableció la Orden del Sol con mi-ras a formar un cuerpo de notables para ser-vir de entorno al futuro rey peruano. Inclusive, endiciembre se declaró la subsistencia de los títulos deCastilla (ahora llamados títulos del Perú y elimi-nando las referencias a lo “real”). En enero de 1822se creó la Sociedad Patriótica de Lima. La idea eraconservar una aristocracia de origen colonial queapoyase su proyecto político y garantizase su super-vivencia (Rizo-Patrón 1992).

Los republicanistas se aglutinaron en torno deLa Abeja Republicana. Eran criollos como José Faus-tino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui,José Mariano de Arce, Manuel Pérez de Tudela,Francisco Javier de Luna Pizarro, etc. Desde ése yotros periódicos mantuvieron una lucha principistacontra los planes monarquistas y en favor de un Pe-rú libre y republicano.

En setiembre Canterac volvió, con muy escasasfuerzas, por Cieneguilla y pasó al Callao. Pese a elloy a la exigencia de sus jefes, San Martín no quisoatacarlo. Canterac se paseó por el valle de Lima im-punemente y en octubre regresó a la sierra con todoel arsenal del Real Felipe. Las fuerzas patriotas su-frieron una gravísima crisis: un numeroso grupo degenerales estaba listo a derrocar al Protector, entreellos Cochrane, Las Heras y Necochea, quienes pre-firieron abandonar el Perú. No todo fue pérdida pa-ra la causa independentista: las fuerzas atrinchera-das en la fortaleza de Real Felipe se rindieron y sujefe, el general realista La Mar, pasó a integrar elejército peruano.

La elite criolla limeña estaba disconforme conlos resultados de la guerra. Mejor dicho, con la fal-ta de resultados. Había firmado el acta de indepen-dencia, pero los independentistas no se manifesta-ban resueltos como para sentirse segura de su elec-ción, de modo que se encontraba entre dos fuegos.

No sabía si volverían los españoles atomar represalias. Los conventosse llenaban de gente ante la proxi-midad de tropas enemigas de lasque ocupaban temporalmente laciudad.

Desde un principio los españo-les sufrieron las represalias del nue-

vo régimen. Ya el 18 de julio se de-cretó el secuestro de bienes de los que

fugaron o se negaron a aceptar la inde-pendencia, aunque fueran personas hu-

mildes, practicándose sobre todo el sistemade denuncias, que generó numerosos abusos.

La represión antipatriota estuvo a cargo del mi-nistro Monteagudo, principal asesor de San Martín.La elite criolla y española lo despreciaba tanto comoél a ella. Formó la comisión de vigilancia contra losespañoles. San Martín perdió crédito ante los crio-llos porque los cargos políticos principales no esta-ban siendo ocupados por los criollos limeños y laspropiedades secuestradas a los chapetones quedabanen manos de los militares (Anna 1979: 183-184).

Entre tanto, las fuerzas independentistas en elnorte de Sudamérica se fortalecían. Luego de la vic-toria de Pichincha que selló la independencia deQuito –con activa participación de tropas peruanasal mando de Santa Cruz–, Bolívar ocupó Quito yGuayaquil en mayo de 1822.

Con los reveses indicados, San Martín debiópensar cada vez más en dejar el Perú. En julio de1822 se reunió con Bolívar en Guayaquil. El presti-gio del Libertador de la Nueva Granada, su mayordisponibilidad de recursos y el fracaso monarquistade San Martín debieron pesar para que éste cediesela posta a aquél en la emancipación peruana. Amboseran masones.

En el Perú libre, en tanto, prevalecían las ten-dencias republicanas. San Martín tuvo que convo-car al primer congreso peruano que debía definir eltipo de régimen. Se fortalecían también las tenden-cias proespañolas. En Lima estas últimas lograronhacer deportar al ministro Monteagudo.

A su retorno de Guayaquil, el Protector se despi-dió del país con un discurso en el que advertía: “Pe-ruanos: os dejo establecida la representación nacio-nal; si depositáis en ella una entera confianza, can-tad el triunfo, si no la anarquía os va a devorar”. Seembarcó el 21 de setiembre a Valparaíso.

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Francisco Javier Mariatégui, ideólogo liberalperuano del siglo XIX.

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EL PRIMER GOBIERNO PERUANO

El congreso se instaló el 29 de ese mes con unamayoría republicanista bajo la presidencia de Fran-cisco Xavier de Luna Pizarro, la vicepresidencia deManuel Salazar y Baquíjano (conde de Vistaflorida)y la secretaría de José Faustino Sánchez Carrión yFrancisco Javier Mariátegui. Actuaba bajo la inspi-ración de Toribio Rodríguez de Mendoza, directorideológico del primer liberalismo peruano. La granmayoría de los diputados era carolina (ex alumnosdel Convictorio de San Carlos). Suprimió todos lostítulos de Castilla y sus equivalentes sanmartinia-nos, desautorizando a los comisionados Del Río yParoissien en Europa.

El 12 de noviembre de 1823 promulgó la prime-ra constitución. Republicana y liberal en sus princi-pios, garantizó la división de poderes y las liberta-des individuales (con excepción de la libertad reli-giosa); fue antiesclavista y unitaria. Nominó unajunta gubernativa integrada por el general La Mar,el comerciante salteño Felipe Antonio Alvarado y elconde de Vistaflorida. Sin duda que se trataba de unejecutivo a la medida del legislativo, que buscaba li-berarse de la sombra del caudillaje que ya rondabala escena política peruana.

Las acciones desplegadas por el gobierno perua-no para expulsar a los realistas, empero, fueron de-safortunadas, sin la debida orientación ni respaldo.El gobierno de Buenos Aires no pudo atacar simul-táneamente por el AltoPerú para dividir a lastropas realistas, en elmarco de las denomina-das “campañas a lospuertos intermedios”.

La primera salió enoctubre de 1822 al man-do del general Rudecin-do Alvarado (primo deltriunviro). Los peruanoscomponían la mayoría delas tropas. Frente a la in-decisión de los insurgen-tes, La Serna tuvo pocosproblemas para salir ai-roso. En enero de 1823se acabaron las aspiracio-nes peruanas, pese a lasvictorias parciales de Mi-ller (Basadre 1968-1970).

La derrota demostró lo equivocado de la estrate-gia peruana. Dio pie, además, al surgimiento de ten-dencias personalistas. El resultado fue el primergolpe de Estado en la historia peruana republicana.El 26 de febrero, en el fundo Balconcillo, los gene-rales del ejército obligaron al congreso a nombrar alpresidente del departamento de Lima, José de la Ri-va Agüero, como presidente de la república. En unadelanto de lo que harían los caudillos peruanos alo largo de las siguientes décadas, Riva Agüero fueascendido a gran mariscal y Santa Cruz fue nombra-do jefe del ejército peruano.

En mayo de 1823 partió una nueva expedición alos puertos intermedios, al mando ahora del generalSanta Cruz; como jefe del estado mayor actuó el co-ronel Agustín Gamarra y como jefe de la escuadra elcontralmirante Jorge Guise. En junio habían ocupa-do Arica, Tacna y Moquegua y en agosto ya estabanen Oruro. A pesar del triunfo en Zepita el 27 deagosto, esta segunda campaña a intermedios fue unnuevo fracaso.

Al ver que Lima estaba indefensa, Canterac deci-dió dar un golpe político maestro. Bajó de la sierraen una operación sin mayor importancia militar,cruzando la zona guerrillera con fuerzas muy supe-riores y ofreciendo indultos a los campesinos. Losrepublicanos circunstanciales de la capital se mani-festaron en favor de los españoles cuando éstos ocu-paron Lima el 18 de junio. Parte del congreso se pa-só al bando realista. Unas diez mil personas huye-

ron de Lima temerosaspor las represalias quepodían tomar los espa-ñoles contra los patrio-tas y contra los realistasfirmantes del acta.

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Manuel Salazar yBaquíjano, conde deVistaflorida, integró laprimera junta gubernativade la república peruana(1823), junto con José de LaMar y Felipe AntonioAlvarado.

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El general Antonio José de Sucre, nombrado jefedel ejército, había llegado adelantándose a Bolívarcon una división colombiana, y tuvo que retirarse alCallao con parte del ejecutivo y del legislativo. El 23de junio fue destituido Riva Agüero acusado de pre-tender dimitir ante las fuerzas realistas.

Aquí se produjo el heroico sacrificio del humil-de indio pescador chorrillano José Olaya, quienatravesaba grandes distancias a nado para llevarmensajes entre los patriotas de Lima y el Callao.Capturado, fue fusilado y degollado en Lima sin re-velar sus secretos. Murió por la promesa de la patriaque otros anarquizaban (Basadre 1968-1970).

Al fracaso militar se unían las rencillas políticasinternas. Riva Agüero se retiró a Trujillo donde ins-taló su gobierno con una parte del senado. Sólo erandiez miembros, entre ellos Justo Figuerola, José deLarrea y Loredo, Francisco Salazar y Baquíjano e Hi-pólito Unanue. De su parte, el congreso en Limanombró presidente a Torre Tagle y declaró a RivaAgüero reo de alta traición.

BOLÍVAR EN EL PERÚ

Estas condiciones facilitaron el ingreso al Perúde Bolívar, quien llegó el primero de setiembre alCallao invitado por el congreso de Lima, que lo in-vistió con el mando supremo, pero sólo aceptó elmilitar. Torre Tagle seguía siendo formalmente elpresidente del país.

Las fuerzas de Riva Agüero estaban en el norte.Además, bajo su mando se hallaba la escuadra co-mandada por Guise y las tropas de Santa Cruz enMoquegua. Logró atraerse a jefes guerrilleros bajoel pretexto de liberar al Perú del nuevo dominio ex-tranjero, en tanto que entablaba negociaciones depaz con los españoles. Dicho sea de paso, el virreyno necesitaba de la ayuda de Riva Agüero pues na-da ni nadie lo perturbaba en la sierra.

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José Olaya Balandra por José Gil de Castro, 1828. Estehumilde pescador chorrillano fue fusilado en 1823 por ordendel brigadier español Rodil, al negarse a delatar a las fuerzas

patriotas refugiadas en los castillos del Callao.

Antonio José de Sucre, protagonista del triunfo decisivode Ayacucho en 1824 sobre las fuerzas realistas.

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La correspondencia que sostenía Riva Agüerocon el virrey La Serna fue abierta por su propio en-viado, el coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente.Éste apresó a Riva Agüero el 25 de noviembre pero,en vez de fusilarlo, lo desterró junto a sus principa-les colaboradores. Camino a Panamá, fue desembar-cado en Guayaquil, pero los jefes regulares y guerri-lleros que lo habían acompañado volvieron al ladodel gobierno de Lima.

Al fin de cuentas, Riva Agüero propuso a los es-pañoles el mismo plan político que tuvo San Martínpara el Perú. Aquí se enfrentaba el nacionalismocriollo con el proyecto bolivariano internacionalis-ta. Por lo menos desde 1813 Riva Agüero había si-do partidario de la independencia actuando comoagente secreto de las juntas de Buenos Aires y Chi-le. Escribió el folleto de las “28 causas de la revolu-ción americana” publicado en Buenos Aires en 1818(Basadre 1968-1970).

Bolívar rectificó la estrategia anterior. Entendíaque la única forma de vencer al ejército español eraen la sierra. No a través de campañas parciales co-mo se había vanamente intentado, sino por mediodel ejército en pleno. Decidió entonces ascenderpor el norte. Las fuerzas con que contaba sumaban

13 000 efectivos (sin las guerrillas). Como necesita-ba tiempo, el congreso aprobó establecer con losrealistas un armisticio y se envió en enero de 1824al ministro Juan de Berindoaga, conde de San Do-nás, a establecer las negociaciones, que a la postreno dieron resultados positivos.

Entre los criollos de Lima crecían las esperanzasde un retorno de los españoles. No fueron pocos losintentos de pasarse al bando contrario y los jefes es-pañoles alentaban estas decisiones. Al parecer, el vi-cepresidente Diego Aliaga habría participado enconversaciones con Ramón Rodil en Ica.

Por falta de pago, la tropa argentina de las forta-lezas del Callao se amotinó el 4 de febrero de 1824liderada por el sargento Dámaso Moyano, liberandoa los oficiales coloniales presos en las casamatas.Nuevamente flameó la bandera española en el Ca-llao, hecho que alentó a los partidarios del rey enLima. Torre Tagle fue destituido por manifestarseabiertamente en favor de los españoles y, en conse-cuencia, Bolívar concentró todo el poder político.

La correspondencia de Torre Tagle con los realis-tas fue descubierta en febrero, por lo que Bolívar

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Invitado por el congreso de Lima, Simón Bolívar llegó al Perúen setiembre de 1823, orientando la estrategia de las fuerzaspatriotas a una ofensiva integral y no a campañas parciales.

Antonio Gutiérrez de la Fuente apresó y desterró a José de laRiva Agüero, quien luego de ser destituido en 1823 de lapresidencia de la república, había formado una facción

gubernativa disidente en Trujillo.

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dispuso su fusilamiento y el de sus ex ministros Be-rindoaga, Diego Aliaga y otros colaboradores. TorreTagle se refugió en un convento.

Nuevamente Canterac tomó la capital el 29 defebrero. La aristocracia limeña lo recibió entusias-mada. Entre otros, en primera fila estuvieron losmiembros del gobierno de Torre Tagle, diputadosdel congreso y decenas de jefes militares. El comer-ciante criollo José González de la Fuente, conde Vi-llar de Fuentes, ex prior del consulado y ex colabo-rador de San Martín, fue nombrado gobernador.

LA CAMPAÑA FINAL

El general Sucre fue designado jefe del estadomayor general del ejército unido peruano-colom-biano, en tanto que Santa Cruz quedó en la jefaturadel estado mayor de las tropas peruanas y Gamarracomo jefe de itinerarios del ejército unido. Losaproximadamente 10 000 soldados regulares esta-ban protegidos por las partidas guerrilleras del cen-tro, comandadas por Otero, además de las guerrillasde las quebradas de la cordillera occidental. En ju-nio Bolívar nombró a Miller comandante general delas partidas de guerrillas en el Mantaro hasta Cerrode Pasco.

El primer encuentro fue precipitado por elavance del ejército unido que pretendía ingresar alvalle del Mantaro desde Pasco. Se encontró en laspampas de Junín con los hombres de Canterac, quese vieron obligados a presentar batalla a fin de nover cortada la comunicación con su retaguardia.Canterac pudo escoger su ubicación mientras elejército patriota se presentaba por par-tes la tarde del 6 de agosto de 1824 enel campo de lo que sería una de las ba-tallas decisivas.

Las acciones se desarrollaban en fa-vor de los realistas. Las fuerzas coman-dadas por Miller y Necochea no tuvie-ron éxito en sus respectivos ataques.Miller retrocedió y Necochea fue hechoprisionero. El retroceso peruano eradesorganizado. Fue entonces que entróal campo el escuadrón peruano Húsa-res del Perú, guerrilleros convertidosen fuerzas regulares, mandados por elcomandante de guerrillas Isidoro Suá-rez. El destacamento cargó violenta-mente causando desconcierto entre lasfilas enemigas y obligándolas a reple-garse desordenadamente. Las tropas re-

gulares peruanas tomaron entonces la iniciativa, ylo que era una derrota se convirtió en una de lasmás importantes victorias de la guerra.

Las tropas realistas fueron seguidas permanente-mente por guerrilleros peruanos. Se refugiaron en elsur, donde su retaguardia segura se iba desplazandocada vez más en esa dirección.

El ejército unido se estableció en Andahuaylas afin de preparar las siguientes acciones contra losrealistas. Bolívar dejó el mando a Sucre y partió ha-cia Lima, en donde las noticias de la batalla de Ju-nín y la cercanía de Bolívar causaron pánico. Losaristócratas y el ejército se fueron al Callao. A prin-cipios de diciembre Bolívar ocupó la capital y el díasiete se inició el sitio a las fortalezas chalacas.

En medio de disputas internas, la deserción desus filas y el hostigamiento de las guerrillas, el vi-rrey La Serna decidió dar batalla, reclutándose latropa principalmente entre los mestizos, criollos ycastas.

Sucre se vio precisado a retirarse al norte. Lasfuerzas realistas de Valdés avanzaron sorpresiva-mente con intenciones de envolver a los insurgen-tes. Ambos ejércitos se encontraban en Huamangaen el mes de noviembre. Hubo algunos encuentrosque presagiaban una gran batalla y, en efecto, el día9 de diciembre formaron ambos bandos en la pam-pa de Ayacucho.

El virrey La Serna comandaba personalmentesus fuerzas. Obtuvo una mejor colocación para elmovimiento de su fuerte caballería. La arremetidade la caballería realista fue detenida por las fuerzasdel guerrillero Carreño, lo que permitió tomar la

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Capitulación de Ayacucho, óleo sobre lienzo, por Daniel Hernández, 1924.

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iniciativa al ejército unido. Así también en otrosflancos la caballería realista fue rechazada. Las fuer-zas peruanas mandadas por los generales Córdova yMiller pudieron arremeter contra el ejército españolsituado en las faldas del cerro Condorcunca.

El repliegue realista causó gran confusión. Elpropio virrey fue herido y tomado prisionero. Lossoldados realistas abandonaban sus armas y deserta-ban. Seguía resistiendo el general Valdés y el mandogeneral lo asumió Canterac, quien propuso reple-garse hacia el Alto Perú. Pero el desorden era tal queno se pudo organizar la retirada. Hubo que aceptarla capitulación que ofrecía el jefe insurgente Anto-nio José de Sucre.

La capitulación resultó muy favorable para losvencidos. Parecían antes vencedores que derrotadosen esa decisiva batalla. Entre otras medidas, se esti-pulaba el respeto de los derechos de los oficialesrealistas. Inclusive, si deseaban dejar el país, el Es-tado peruano debía asumir los gastos del viaje y almenos la mitad del sueldo mientras permanecieranen el Perú. Se respetaban las propiedades de todoslos españoles y se reconocía la deuda contraída porel virrey para solventar la guerra. Todos los inte-grantes del ejército realista eran admitidos en el pe-ruano, con los mismos grados anteriores. No se des-tituía de sus cargos a los funcionarios que habíanapoyado a los realistas.

Los realistas seguían dominando en el Alto Perúy en el Callao. Ya desde enero de 1824 el general Pe-dro Antonio de Olañeta se había rebelado y pese alas fuerzas enviadas por el virrey, no habían podidosometerlo nuevamente. Más bien se apoderó de to-do el Alto Perú, actitud que causó enormes doloresde cabeza a los realistas, más preocupados por elfrente bajoperuano.

Las fuerzas de Gamarra y Sucre se lanzaron ha-cia el territorio antes ocupado por los realistas. Lospueblos del Cuzco, Puno y Arequipa se manifesta-ban por la independencia; mentras tanto, en Are-quipa la elite criolla designó a Pío Tristán como vi-rrey del Perú.

En el Alto Perú también se produjeron desercio-nes del lado de Olañeta. Antes de que llegase Sucre,el legendario guerrillero Lanza tomó la ciudad de LaPaz el 25 de enero de 1825. Olañeta murió duranteun amotinamiento de sus tropas, dejando el paso li-bre para la vida independiente en el Alto Perú. Unaasamblea convocada por Sucre en Chuquisaca (hoySucre) acordó el 25 de marzo constituir un país in-dependiente con el nombre de Bolivia en honor alLibertador.

El jefe de las fuerzas realistas en el Callao, JoséRamón Rodil, se negó a cumplir la capitulación deAyacucho. Con él estaban cerca de 6 000 realistas. Elsitio, que fue muy prolongado, se inició en diciem-bre de 1824, pese a que su causa estaba ya perdida.

La falta de alimentos, agua potable y la presenciade la peste bubónica no amilanaron al jefe español.Empero, estas condiciones provocaron intentos deamotinamiento que Rodil aplacó a sangre y fuego.Los fusilamientos fueron frecuentes, así como lasmuertes por hambre y enfermedades. El marqués deTorre Tagle falleció en el Callao.

Recién el 8 de enero de 1826, cuando fue captu-rado el torreón de Santa Rosa, Rodil aceptó parla-mentar. La capitulación fue muy similar a la de Aya-cucho. Solamente quedaban 2 400 refugiados, en sumayor parte civiles. La gran mayoría de los milita-res y funcionarios realistas capitulados se quedó enel país.

MONTONERAS Y GUERRILLAS

La montonera representaba un intento democrá-tico de expresión de sectores sociales provincianos,pequeños y medianos propietarios y trabajadoresdesposeídos. Espontánea en tanto que no era “ofi-cial”, sino surgida por voluntad de esos grupos lo-cales poco numerosos (pero mayoritarios en su con-junto) que buscaron así manifestar sus exigenciassociales y sus reivindicaciones étnico-culturales nosólo en la coyuntura específica de la independencia.Como excepción, más bien, esa población se orga-nizaba y pasaba a integrar ejércitos rebeldes (1780,1814).

Con la intervención del ejército libertador, laparticipación del pueblo dejó de ser espontánea enlo fundamental. Los principales líderes sanmartinia-nos –y también los realistas– buscaron y lograroninfluir en las montoneras organizándolas en guerri-llas y dándoles líneas de acción.

Con lo dicho no se niega, ni mucho menos, laexistencia de motivaciones propias de las poblacio-nes locales para levantarse contra la situación colo-nial. Es claro que la sola presencia del ejército liber-tador no podía ser suficiente para provocar un le-vantamiento que lo secundase. Las contradiccionessociales y coloniales estaban latentes y en la deci-sión del levantamiento habrían de primar los intere-ses de las poblaciones y de aquellos que figurabancomo líderes de las partidas. Esto puede verificarseen las actitudes asumidas por los pueblos y los jefesde guerrillas del lado “patriota” y realista. Un ejem-

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plo puede ser la actitud, al parecer consciente, delos iquichanos y sus líderes en la resistencia que hi-cieran a la república peruana luego de la batalla deAyacucho (Husson 1992; Méndez 1991).

La participación del pueblo en las guerrillas esevidente. En la sierra y en la costa compusieron laspartidas campesinos pobres, mineros, arrieros, pe-queños comerciantes y pequeños propietarios, es-clavos cimarrones. En lo fundamental, pobladoresde origen étnico indígena y cuyas reivindicacionessociales y económicas eran más o menos claras. Lasdirigencias, en cambio, fueron más bien criollas ymestizas de clase media y modesta fortuna (Lynch1976: 205). El principal comandante de guerrillashuarochirano fue una excepción. Ignacio QuispeNinavilca fue un cacique de extraordinario carismapersonal, con gran ascendencia entre la poblaciónde su provincia (Quiroz Ch. 1993). El guerrillerocacique lograba armar y rearmar partidas considera-bles gracias a su capacidad de maniobra frente aotros grupos de poder y muchas veces su accionar sevio enfrentado al poder tradicional de propietarios,alcaldes de los pueblos y curas. Igualmente, tuvoque hacer frente a las presiones del nuevo régimen.

La participación de las montoneras y guerrillasfue muy importante, en especial, bajo las tácticascon que se planeaba la estrategia para expulsar alos españoles: una guerra prolongada, sin enfrenta-mientos de grandes cuerpos de los ejércitos. Desdeun principio se rehuyó el encuentro. Una guerra deposiciones como ésta tuvo que contar, de ambos la-dos, con fuerzas informales (llamadas guerrillas).Aparte de las dos batallas decisorias (Junín y Aya-cucho), casi toda la guerra fue llevada (o soporta-da) fundamentalmente por las guerrillas y peque-ños destacamentos de tropas regulares de ambosbandos.

Actuaron en los valles interandinos y las quebra-das que comunican la sierra con la costa, víasque representaban puentes por los que Limaestaba unida a sus centros vitales de aprovi-sionamiento. Mientras pudiesen estar bajo sucontrol, Lima podía respirar con tranquilidad;cuando no, el problema podía ser patético.Esos “puentes” eran “levadizos”.

Las fuerzas de San Martín fueron insufi-cientes para vencer por sí solas a los españo-

les. La indecisión inicial, resquemores y desconfian-zas, antipatías y enfrentamientos sucesivos de losllamados criollos, impidieron la conformación deun sólido bloque en esos niveles sociales. En talescondiciones, el recurso al pueblo por parte de los lí-deres del ejército libertador resultaba una conse-cuencia lógica. Máxime cuando el pueblo se levan-taba ya en montoneras.

La economía de la costa con plantaciones azuca-reras había generado ya el fenómeno del bandidajeentre los esclavos cimarrones y gente plebeya. Mu-chos bandidos y cimarrones se unieron a San Mar-tín en calidad de guerrilleros. Se rompió el controlsocial y la agricultura de plantación se hizo en lapráctica imposible (Flores Galindo 1984: 222-224).Un claro ejemplo fue Cayetano Quirós, bandoleroque actuaba en Cañete y que tuvo una gran influen-cia sobre los esclavos.

En el valle del Mantaro la situación era diferen-te. Ahí los hacendados eran débiles en tanto que lasaldeas participaban activamente en un intercambiocon las zonas mineras y urbanas. Mallon habla in-clusive de un “próspero sector mestizo” (Mallon1983). Era la más importante área minera del virrei-nato y esta circunstancia influyó en el carácter delas relaciones de clase a nivel local. Además, la arti-culación de la economía minera en el centro del vi-rreinato probablemente fue el primer factor en in-fluir sobre las actitudes políticas de la mayoría de lapoblación de la región (Guardino 1989: 106).

El movimiento de guerrillas en el valle del Man-taro se basó en una frágil alianza de clases entre lospatriotas locales y las clases bajas de la región. Losgrupos de guerrillas que aparecieron fueron en granparte organizados por un emergente grupo socialascendente de empresarios que deseaba romper conlos monopolios coloniales (Mallon 1983: 50). Estegrupo carecía de acceso a la mita, al por entonces

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En el valle del Mantaro, donde no había grandeshaciendas como en la costa peruana, los empresarios,

los patriotas y las clases populares formaron unaalianza en su enfrentamiento contra el Estado colonial.

Ciudad de Tarma en una fotografía del siglo XIX.

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ilegal reparto y al tributo, las más importantes basespara la extracción de recursos financieros bajo elEstado colonial peruano. El más importante de es-tos hombres fue Francisco de Paula Otero, salteñoresidente en Tarma desde 1817. Estaba involucradotanto en el comercio como en la minería. Posterior-mente fue general y terrateniente (Mallon 1983: 47-49; Rivera Serna 1958: 139-142; Manrique 1987;Guardino 1989: 108).

La sierra limeña presentaba otra situación. Pe-queños asientos mineros, igualmente sin derecho atrabajo mitayo, utilizaban ampliamente mano deobra indígena, que en el lugar constituía la abruma-dora mayoría. En Yauyos, Huarochirí y Canta lasmontoneras surgieron con una clara base indígenadirigida por caciques. Spalding ve a los caciques co-mo gente tentada por el mundo español, pero obs-taculizados de una plena pertenencia a la clase diri-gente por el menosprecio de los miembros de la so-ciedad europea y por las barreras que éstos levanta-ron para bloquear su participación. El ejemplo másimportante fue el de Ignacio Quispe Ninavilca, caci-

que huarochirano acomodado económicamente queabraza de inmediato la causa libertaria (Vergara1973: 35; Spalding 1984: 292).

La posición ambigua de los caciques permite ex-plicar el apoyo –al parecer muy importante– que re-cibió la guerrilla organizada por Ninavilca. Mantu-vo el cobro de tributos, pero sin extorsionar a lospueblos tal como lo hacían otras autoridades. Su la-bor estuvo dirigida contra los intereses no indígenasen Huarochirí, destruyendo ingenios de mineral deplata en Yauli (Temple 1971: 3: 210-212).

Rápidamente, los pueblos y valles formaban susmontoneras. La moderación de los jefes sanmarti-nianos encontró un asidero irrefutable. Urgía poner“orden” entre las montoneras, pues la autonomía enel accionar de éstas hacía temer una convulsión enla sierra central como aquellas de 1780 y 1814 en lasierra sur. Al ver la movilización montonera, toda-vía escasa, los criollos limeños se ratificaban en sufidelismo.

Mientras las fuerzas realistas y libertarias aún nohabían tenido encuentro alguno de consideración,las montoneras y partidas ya habían asestado algu-nos golpes a los realistas en las quebradas de la sie-rra, en Cangallo y en los valles de la costa. Las pri-meras batallas tuvieron lugar en Huamanga el 29 denoviembre, en Cangallo y Asapampa el 2 y 29 de di-ciembre.

Las guerrillas debían estar preparadas para auxi-liar a las tropas del ejército en el enfrentamiento de-cisivo que, se afirmaba, no estaba lejano, aunque nose produciría ni en 1821 ni en los dos años siguien-tes. En varias oportunidades se abandonó la idea deperseguir a los realistas en la sierra. Los patriotasprefirieron mantener las tropas en la costa, resguar-dando la capital (Temple 1971: 3: 130, 197; RiveraSerna 1958: 55).

Esta “estrategia” pudo ser mantenida gracias a laactividad de las montoneras y guerrillas. La formade lucha de los insurgentes –básicamente de con-tención– resultó muy favorecida por la adhesión dela población de la zona. Así lo entendió San Martínal informar en enero de 1821 sobre la presencia de600 hombres de partidas rodeando Lima (Temple1971: 1: 220-221).

La guerra informal o de guerrillas fue una alter-nativa a la escasez de recursos. Con mínimos de-sembolsos podían lograrse grandes ventajas. Los in-tegrantes de las partidas, soldados no profesionalese interesados directamente en la defensa de sus pue-blos, utilizaron ampliamente las “fortalezas” natu-rales de sus territorios: abras, desfiladeros, peñas y

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El paso de los Libertadores, lienzo por Daniel Hernández.

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cerros para realizar emboscadas que asestasen durosgolpes militares y psicológicos a los contrarios, conarmas propias del paleolítico.

Este tipo de guerra era económico para un ejér-cito regular, pero muy caro para las poblaciones,que debían asumir los costos de las guerrillas y delejército regular. Resultaba caro no sólo en el aspec-to económico, sino también en lo moral, político ysocial. Sobre todo en el marco de la “estrategia” apli-cada de desgaste, en especial por las exacciones, sa-queos y abusos en general (Vergara 1973: 210-214).

La guerra de guerrillas tenía una ventaja adicio-nal, esta vez en el plano social. Como guerra infor-mal, la acción de la guerrilla podía ser soslayada almomento decisivo de la victoria, que –si la hubiere–pertenecería íntegramente al ejército regular. De es-ta suerte, la participación popular en la obtenciónde la independencia y logros sociales quedaría redu-cida al mínimo, sobre todo si las acciones eran dila-tadas y frecuentes las disputas entre los líderes po-líticos y militares, entre los jefes de guerrilla, etc.

El papel que se atribuía a las partidas de guerri-llas lo señaló claramente en 1822 el ministro deguerra Tomás Guido: “primero es organizar las par-tidas, hacer impracticables las principales avenidas[es decir quebradas] en la provincia, asegurar su de-fensa, y después atacar parcialmente, sin compro-meterse sino con duplo número de fuerza de nues-tra [parte], a menos que un desfiladero preciso uotra posición ventajosa supla la falta de disciplinaque hay en todas las partidas, por lo cual debe siem-pre evadirse en su empeño en los llanos con el ene-migo” (Temple 1971: 2: 207-208).

Entre tanto, se hacía abrigar esperanzas a lospueblos. A casi un año de la declaración de la inde-pendencia, en julio de 1822, San Martín daba ins-trucciones al cura patriota Pedro Bernuy para quecalmase a las poblaciones: “El ejército se preparapara salir muy pronto. Haga usted entender esto aesos pobres peruanos [es decir: indígenas]. Quetengan un poco de paciencia, seguros de que sal-drán de la opresión en que se hallan, en todo el pre-sente mes” (Temple 1971: 2: 259-260). Ese mes elejército no salió de la costa.

Las ventajas descritas podían obtenerse sólo silas montoneras eran transformadas en guerrillas,esto es, eliminando o restringiendo al mínimo la au-tonomía que pudiese tener el pueblo levantado enmontoneras. Algunos memoriales y mensajes de cu-ras manifiestan las aspiraciones del pueblo. Al ladodel fervor patriótico se expresaba un sentimiento decambio social en un discurso perfectamente asequi-

ble. En febrero de 1822 el jefe guerrillero José Ma-ría Guzmán recogía la preocupación de la poblacióndel centro al manifestar el deseo de que el enemigosalga del país “para que llegue de ese modo el día fe-liz en que se establezcan las leyes suaves a que aspi-ramos” (Temple 1971: 2: 62, 80, 92, 100, 113).

Que las montoneras y las primeras guerrillas tu-vieron sus propias reivindicaciones sociales, no ca-be duda. La partida del ya mencionado CayetanoQuirós puso en grave riesgo la estabilidad de los ha-cendados de Cañete. Éstos propusieron en 1823 elretiro de las partidas del valle ofreciendo en su lu-gar costear una cuadrilla de vigilantes particularescontra futuros “excesos”, lo que fue aprobado por elgobierno de Torre Tagle (Vergara 1973: 57-58; Tem-ple 1971: 5: 289).

De ahí que las normas e instrucciones contra losdesmanes de las guerrillas fuesen especialmente cla-ras, reiteradas y severas. Para 1824, al menos, se pe-naba con el fusilamiento a los que “incomodasen alos vecinos”. Incluso luego de la batalla de Ayacu-cho las partidas significaron un peligro.

Más claro es el caso de las partidas iniciales enCangallo y Parinacochas. A fines del año 1821 estaspartidas actuaban autónomamente afectando a lospropietarios, con evidente apoyo popular. Variosoficiales se quejaron al nuevo régimen de esos “pi-llos morochucos” (Temple 1971: 1: 367-392, 455,512-514; 4: 278-281).

A principios de 1822, en varios pueblos de Yau-yos se tomaron acciones contra las autoridades lo-cales, llegando a recuperar y devolver el productode los tributos cobrados. Disturbios sociales hubotambién en Castrovirreyna en 1823 (Temple 1971:2: 52; 4: 3, 87-88, 95-97, 107-108).

Cuando en noviembre de 1822, cerca de Cerrode Pasco, se manifestó la insubordinación de un je-fe guerrillero, el comandante general de las guerri-llas de la sierra, el rioplatense Isidoro Villar, fue per-sonalmente a restablecer el orden, pues “de otromodo no sólo decae el sistema, sino que estamosexpuestos a una revolución” y recomendaba tomarmedidas de “contención y escarmiento a estos pue-blos” (Temple 1971: 3: 196).

Para su transformación en guerrillas, las monto-neras fueron conscientemente asimiladas al ejércitoregular y sus jefes, consecuentemente, fueron incor-porados al escalafón de la oficialidad. Por sus “mé-ritos y servicios”, éstos podían ser promovidos y as-cendidos a grados superiores. Al mismo tiempo, seles incluyó en las planillas de los oficiales para queejerciesen sus funciones con la remuneración co-

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rrespondiente. Se instituyó una jerarquía complejade subordinaciones que facilitó el control sobre losjefes e individuos integrantes de las partidas (Tem-ple 1971: 2: 464).

A estas partidas se incorporó un grupo de oficia-les del ejército regular para la instrucción técnica enel manejo de las armas de fuego y la asesoría en lasoperaciones militares. Para su accionar se les dioinstrucciones generales o específicas que incluíannormas para reclutar a sus tropas, la forma de par-ticipación que debían tener en las acciones armadas(espionaje, hostigamiento, golpes pequeños, etc.),comportamiento para con las personas y propieda-des de los pueblos, etc. (Temple 1971: 2: 343-344;4: 185-186).

Se alimentó, también, la frivolidad de los jefes ytropa de las guerrillas al otorgárseles medallas y dis-tintivos, diplomas y pensiones especiales o brindár-seles facilidades formales para obtener “destinos”preferenciales (puestos en la administración, mili-cia, etc.) (Temple 1971: 1: 379, 471-472. 510; 2: 27,81, 185).

Otro mecanismo fue el desgaste de la gente a tra-vés de su inamovilidad, especialmente frenando oconteniendo sus acciones. En varios documentoslos jefes de partidas manifiestan la disponibilidad yestusiasmo que tenían sus tropas para entrar encombate, pero se lamentan de las órdenes que lesimpedían actuar y que, a veces, los obligaban a re-plegarse y ceñirse tan sólo al espionaje. En 1823 unjefe de Cerro de Pasco que recibió orden de replie-gue de parte de Isidoro Villar, decía de él que secomportaba como los perros del herrero, que al rui-do de los platos acudían y a las chispas huían (Tem-ple 1971: 1: 154).

Con la ayuda consciente o no de los comandan-tes de las guerrillas, los pueblos de la sierra y la cos-ta centrales terminarían en una lucha estéril. Lasguerrillas fueron entrenadas para cumplir sólo cier-tas funciones secundarias.

Gracias a la acción de las guerrillas las provin-cias serranas y costeñas permanecieron indepen-dientes a lo largo de la prolongada contienda. Fuetan real esta independencia que los realistas temie-ron ingresar por las quebradas –aunque lo intenta-ron en numerosas ocasiones– y en más de una opor-tunidad manifestaron su respeto a los aguerridosguerrilleros. Sólo pudieron vencerlos debido a ladesunión reinante y a una superioridad numéricaconsiderable.

Dado que la guerra se mostraba interminable, lasguerrillas se constituyeron en un sustituto del Esta-

do (Vergara 1973: 37; Guardino 1989). Ésta fue unade las preocupaciones mayores de los insurgentes yrealistas, en especial en zonas donde los jefes gue-rrilleros tenían una influencia especial (como era elcaso de Ninavilca en Huarochirí). Siempre se vio aNinavilca con recelo, pues su facilidad para movili-zar a la población de la provincia significaba paralos patriotas una amenaza potencial, y siempre la-tente, de insubordinación masiva de ese pueblo alque no se quería despertar.

Durante las luchas se siguió con la política colo-nial de considerar al indio campesino o peón comoun hombre dispuesto (y obligado) a hacer todos lostrabajos y a asumir todas las obligaciones que le im-pusiesen los “mistis” o señores. En muchos casos sele siguió explotando a través de la mita en el cam-po, el corte de nieve, el acarreo de víveres, municio-nes, armas, correspondencia, etc.

La zona de operaciones fue casi literalmente sa-queada en forma continua y reiterada por las tropasde guerrilleros y del ejército regular insurgente. Losrealistas hicieron otro tanto. Estas circunstanciaspueden explicar, al menos en parte, la hostilidadcon que muchas veces los campesinos recibían tan-to a las tropas insurgentes como a las realistas. De-finitivamente, las contribuciones de la guerra (másde cuatro años seguidos) terminaron siendo muyonerosas y desproporcionadas a la retribución reci-bida (Temple 1971: 3: 141, 157; Lynch 1976: 305).

Objetiva y subjetivamente, la situación de unaguerra sin final a la vista reprodujo en las bases loque sucedía entre los mandos políticos y militaresde las fuerzas insurgentes y realistas: deserciones,disputas, robos a la población. No podía ser de otramanera en una guerra tan extraña como ésa, dondelos ejércitos no se enfrentaban nunca y los comba-tes eran eludidos casi sistemáticamente. Las tropasdesertaban y volvían a sus labores habituales en lastierras de donde los habían sacado; con los deserto-res capturados de un bando se formaban partidas enfavor del otro; las partidas se dedicaban al saqueo dehaciendas, estancias y pueblos, mientras los diri-gentes se enfrascaban en pleitos intestinos. El régi-men insurgente no atendía las exigencias popularesde cambios.

En tal contexto crecía el desaliento entre lospueblos y las guerrillas y surgieron enfrentamientosentre los jefes guerrilleros. Particularmente fueronsonadas la prolongada disputa entre Marcelino Ca-rreño, gobernador de Huarochirí, Ninavilca y Juande Dios Castilla, o aquella que protagonizaron Ca-rreño y Otero. Uno de los móviles principales fue,

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evidentemente, el ejercicio del poder en la provin-cia. Pero no deben descartarse las rivalidades perso-nales o motivos más secundarios (Temple 1971: 2,3 y 4).

Uno de los mayores problemas se suscitó a la lle-gada de Bolívar, en 1823, cuando se produjo la esci-sión entre Riva Agüero, el congreso y Torre Tagle.Ninavilca, Vidal, Guzmán y otros jefes guerrillerosse sumaron a Riva Agüero pasando a ser uno de losprincipales soportes de las fuerzas de este caudillo.Probablemente Riva Agüero aparecería en algunamedida como un contrapeso a la aristocracia lime-ña en la conducción de la lucha libertadora (Guar-dino 1989: 114).

Ninavilca fue capturado por los bolivarianos yencerrado en las mazmorras del Callao. Sin embar-go, logró escapar el 9 de noviembre de 1823 con dosde sus oficiales. Reconstituyó su partida con 150hombres y volvió a ponerse a las órdenes de RivaAgüero, mas al hacerse público el entendimientoque tenía Riva Agüero con los realistas, la guerrillase rectificó. En diciembre de ese mismo año se pre-sentaron en Chacapalca los jefes guerrilleros ex par-tidarios de Riva Agüero (Rivera Serna 1958: 142-143; Temple 1971: 5).

Se mantenía, empero, la necesidad de neutralizara Ninavilca, determinándose no darle posibilidadesde acceder a puestos de mayor mando, pese a ser te-niente coronel efectivo y con mayor graduación queotros jefes de partidas hacia marzo de 1824. En res-puesta a una consulta en tal sentido, decía Sucreque era preferible nombrar a un foráneo y sin in-fluencia en el lugar.

Como no se le podía dejar de lado, se le designójefe de las partidas que él mismo pudiese “levantar”,pero bajo la sujeción de Francisco Vidal. Era nece-sario mantenerlo a favor, pero sin permitir que lle-gase a acumular un poder excesivo que le diese au-tonomía. Conciliador, Bolívar le devolvió el 28 demarzo de 1824 sus armas, tropas y lo reincorporó alejército unido libertador (Sotelo 1942: 64; Temple1971: 6: 559-560).

La labor de la guerrilla en la recta final de la lu-cha fue la de toda la campaña: espionaje, comunica-ciones, hostigamiento, etc. Es decir, secundaria yaccesoria para con el ejército oficial triunfante.

Pero este proceso de reinserción no fue sencillo.El hecho de que importantes jefes y partidas guerri-lleras hubiesen apoyado a quien posteriormente seconsideraría traidor a la emancipación, fue otro ar-gumento esgrimido para desconocer el papel delpueblo en general en las luchas.

Terminada la contienda se procuró –y logró–desmovilizar inmediatamente a la población quecon sus montoneras y guerrillas había estado levan-tada en armas por espacio de más de cuatro años.Este desarme del pueblo debía ser una garantía deque los vencedores en el campo militar también loserían en el plano político y social.

LA PERUANIDAD DE LA INDEPENDENCIA

El tema de las montoneras y guerrillas es clavepara plantear otro mayor referente al carácter quetuvo la independencia en el Perú. Demuestra unaparticipación genuinamente peruana en las luchasdirectas y, lo que es más valioso aún, la participa-ción popular en ellas. Pero no se debe olvidar que lasola presencia de personajes del pueblo no identifi-ca como popular el carácter de un movimiento. Elpueblo estuvo tanto con los insurgentes como conlos realistas, de la manera en que también lo estuvoen uno u otro bando en innumerables ocasiones entiempos coloniales y republicanos. El estudio de es-tos sucesos permite vislumbrar con claridad la acti-tud de los dirigentes de la independencia con res-pecto a los sectores populares.

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Acuarela del siglo XIX en la que aparecen tipos populares limeños.

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En el centro y norte del país las últimas décadasdel siglo XVIII y las primeras del XIX habían sidode “paz social”, es decir, de acumulación de contra-dicciones sin pronunciamientos importantes. Laadhesión de las provincias a la lucha se debió notanto a la llegada y actuación en el centro y nortede los ejércitos sanmartiniano, criollo o bolivaria-no, sino a cierta madurez de una situación críticaen la zona central. Madurez que –evidentemente–no se había completado a la llegada de San Martínal Perú y que, justamente, ésta vino a desencadenarabruptamente.

No deben perderse de vista estos hechos, ya quepermiten una mejor comprensión del accionar delpueblo en esta gesta. La aceleración artificial delmomento de inicio de la lucha quedará impresa enlas características que asumieron las montoneras ylas guerrillas peruanas, patriotas y realistas, así co-mo también la gesta en conjunto.

En el sur se salía de un largo siglo rebelde dedramáticos resultados. Aquí la oportunidad habíapasado. La iniciativa limeña a partir de 1821 no eralo más razonable para una zona tradicionalmenteconservadora.

La actitud de la elite limeña no debe extenderseal resto del país. Su desesperante ambivalencia nofue compartida por los demás sectores pudientes ypopulares del Perú.

Las provincias norteñas y centrales peruanas semanifestaron en favor de la separación. En el sur, laadhesión al virrey, en mucho, significaba la oposi-ción a Lima. Ciertamente, lo principal aquí fue lamayor garantía que representaba el lado realista enel problema étnico-social. En general, los sectorespudientes (grandes, medianos y hasta pequeños) seinclinaron por el bando que dominaba en sus terri-torios. Oportunismo pragmático que dio buenos re-

sultados inmediatos pero, a la larga, impidió otrasposibilidades de desarrollo autónomo.

De otro lado, los ejércitos “extranjeros” lo eranmayormente en su oficialidad. Buena parte de lastropas estaba conformada por peruanos. El decretodel 26 de enero de 1824 dio origen a un recluta-miento forzoso en el norte. Los peruanos reclutadosintegraron muchos de los cuerpos “colombianos”.Tan es así que cuando el ejército colombiano fue re-patriado, muchos peruanos marcharon con él.

Los ejércitos rebelde y realista estuvieron com-puestos por peruanos. Junín y Ayacucho resultaronencuentros donde la diferencia estaba marcadaprincipalmente por la oficialidad. De ahí se entien-den mejor las deserciones ocurridas: unas, por noquerer los reclutas enfrentarse a sus paisanos; otras,por no saber por qué se combatía.

Así también, el mayor aporte económico fue, sinlugar a dudas, peruano. Las tropas auxiliares chile-noargentinas y colombianas fueron asistidas aquícon recursos peruanos. Inclusive estos gastos oca-sionaron más de un levantamiento y una abultadadeuda externa. Pero, tal vez lo más importante (di-fícil de cuantificar) fue el aporte casi anónimo encupos e impuestos, en joyas, dinero y bienes requi-sados para llevar adelante el proyecto. Fueron cua-tro años de sacrificios permanentes (aun cuando lasbatallas hayan sido pocas).

En el norte peruano se organizó a la poblaciónpara confeccionar calzado (Lambayeque, Piura),vestidos y monturas (Huamachuco), jabón, aceite,lienzos y tocuyos para camisas (Trujillo), cordellatey bayetas para pantalones (Cajamarca), lana y cue-ros (Chota, Jaén y Chachapoyas). También metales,clavos, armas, herraduras fueron requisados a losartesanos, ganado, caballos, mulas, etc. (Basadre1968-1970; Adanaqué 1987; Aldana 1992a).

Tal vez, de haberse producido la independenciaen el siglo XVIII los resultados sociales hubiesen si-do distintos, más populares. Tal como se dio real-mente, bajo la hegemonía de los criollos limeños yde las capitales de las audiencias, las consecuenciassociales no se tradujeron en cambios sustantivos. Laindependencia en el Perú no fue parte integrante deun ciclo revolucionario burgués, como pensabaManfred Kossok (1984) y piensan Peter Guardino yCharles Walker (1994: 27). Más bien produjo uninterludio de indecisión que fue ocupado por unadiscusión doctrinaria y principista acerca de la li-bertad, la democracia y el progreso material, mien-tras que tendencias más terrenales impidieron cual-quier cambio sustantivo en el país.

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Interior de una casa en Paita, Piura, siglo XIX.

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LA REPÚBLICA CRIOLLALA REPÚBLICA CRIOLLA

El cambio político producido por la guerra nogeneró iguales transformaciones en otros campos.Pese a la tendencia actual de encontrar más cambiosque continuidades, hasta ahora no se ha llegado ademostrar ningún cambio “traumático” que hayaacompañado a la autonomía política.

Más enunciados que practicados, los principiosrepublicanos y democráticos no hicieron cambiarradicalmente el régimen político. La república ini-cial tuvo presidentes muy parecidos a monarcas, yciudadanos que más se asemejaban a súbditos. El

militarismo característico del último siglo colonialse prolongó en las aspiraciones del ejército (prove-niente en su mayoría del virreinal) de mantener suhegemonía. Era difícil para él desprenderse de loscargos políticos más prominentes y del grueso delos ingresos fiscales (desde 1770 fue pasando del60% hasta el 80% en 1800 y a casi la totalidad en elúltimo tramo).

Lejos se estaba de establecer las bases para undesarrollo moderno y autónomo. No solamente porla circunstancia coyuntural de la ruina económica

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Una escena de Lima desde el puente de Piedra por Johann Moritz Rugendas, 1844.

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producto de las prolongadas acciones bélicas. Lomás trascendental fue que no se pudo (o no se qui-so) realizar transformaciones sustantivas, al menosen las dos primeras décadas de vida independiente.

Tal como se aprecia en la parte anterior, la gue-rra fue conducida de manera tal que la presión des-de abajo resultó nula, cuando no mínima. La repú-blica aparecía sin la menor participación de los sec-tores populares en las decisiones primordiales ytrascendentes. El régimen republicano surgió res-guardando privilegios de diversas elites –limeña yprovincianas–, conversas a principios políticos queno sentían ni estaban decididas a mantener, tratan-do de evitar su ruina económica, social y política.

Clase dominante sin hegemonía política, estaselites no tuvieron más proyecto que el esbozado a lolargo de los levantamientos desde hacía un siglo. Enparticular, la última fase de la guerra había reafirma-do la necesidad de un cambio sin transformacionesbásicas.

La ruptura con la metrópoli debió ejercer unefecto desarticulador de la economía. Sin embargo,este fenómeno debe entenderse como coyuntural.

Mayor trascendencia reviste el mantenimiento deestructuras arcaicas en un mundo vertiginosamentecambiante. La matriz socioeconómica atrasada nofue alterada.

En todo caso, el cambio fue en el sentido de con-solidar la tendencia ya iniciada en el siglo XVIII de“refeudalizar” las condiciones de trabajo. En estemarco se entiende que la esclavitud haya sido man-tenida formalmente por tanto tiempo.

Queriendo volver a ser intermediario entre elmercado local y el foráneo, el comercio capitalinofue quedando relegado por nuevos colegas forá-neos. En el intento por impedir su ruina, los comer-ciantes peruanos recurrieron a la defensa de un co-mercio privilegiado de corte colonial. Algo similarsucedió con los productores, quienes intentaron re-vivir los privilegios llamados “mercedes” en la pro-ducción y el comercio.

La inviabilidad económica de productos tradi-cionales, de otro lado, junto a la nueva estructura-ción del mercado externo, generó el inicio de unnuevo y largo “ciclo exportador” que se consolidóen la llamada “época del guano”.

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VIIENTRE LA PLATA Y EL GUANO

Buena parte del país salió de la larga guerra encondiciones deplorables. En especial, las regionesque fueron teatro de operaciones, las que ya mani-festaban signos de depresión, y las zonas de abaste-cimiento de recursos humanos y materiales. La de-vastación afectó principalmente a la sierra y costacentrales, mientras que el norte y el sur sufrieronmenos los estragos de la contienda; mas, igualmen-te, la guerra los abarcó en forma indirecta en tantoabastecedores de recursos humanos y materiales.

En realidad, la guerra no había acabado todavía.La anarquía política y el bandolerismo eliminaron elorden y la seguridad que necesitaban las actividadeseconómicas.

La moratoria en el pago de la deuda externa alar-mó a los prestamistas extranjeros. El nuevo Estadoiniciaba sus funciones sin la posibilidad de contar

con recursos desde fuera y debía cifrar esperanzassólo en recursos internos.

Las exacciones (cupos y saqueos), unidas a la le-va de la población, habían desarticulado la econo-mía peruana. Sin mercado, sin dinero, sin maquina-ria y sin mano de obra, no extraña que las unidadesproductivas se encontrasen en penosas condiciones.La propiedad territorial seguía vinculada al régimende “manos muertas” (mayorazgos, capellanías ycensos), pese a las sucesivas aboliciones de esas car-gas precapitalistas. El ministro de Hacienda de 1827José Morales y Ugalde sentenciaba: “millares dehombres arrancados de sus hogares e incorporadosa las filas de la opresión hacían falta en los campos,en la marina, en los talleres y en las labores de nues-tras productivas montañas”. Durante la guerra losrealistas arruinaron y saquearon en tres oportunida-

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des la casa de la moneda y se destruyeron las má-quinas de desagüe en el asiento minero de Cerro dePasco (Basadre 1968-1970: I).

La ruina abarcó tanto a los tradicionalmente sol-ventes comerciantes de Lima como a la gente máshumilde. El tribunal del Consulado había desbara-tado fortunas financiando la guerra en ambos ban-dos. Ingentes cantidades de dinero salieron del paísdurante la guerra. La población en general carecíade medios como para iniciar la rehabilitación eco-nómica de inmediato.

Volver a echar a andar la economía minera im-plicaba grandes desembolsos de dinero y nuevasformas de reclutamiento de trabajadores que habíanretornado a sus pueblos. Escaseaban los recursos fi-nancieros y difícilmente serían invertidos los dispo-nibles, dada la terrible inseguridad en los demásfactores productivos y en las condiciones políticas.

Sin embargo, todas estas dificultades deben en-tenderse como producto de la guerra y, por lo tanto,superables. La economía peruana era potencialmen-te saludable. Con considerables recursos económi-cos y humanos, el país podía salir del mal momen-to que atravesaba.

Las urgencias fiscales, el temor a los cambios ra-dicales y las preferencias de los sectores comercialescoadyuvaron a la permanencia del esquema econó-mico colonial. Se quiso reproducir la dirección ha-cia afuera de la economía, característica del últimomedio siglo colonial. El dominio pleno de la econo-mía mercantil peruana por parte de los intereses in-gleses se estableció recién a partir de los años 1840.No obstante, elementos bastante sólidos de esteproceso aparecen ya en décadas anteriores. Inclusi-ve, hubo “adelantos” de la política inglesa, nortea-mericana y francesa desde tiempos previos a la in-dependencia.

No fructificaron los intentos locales por favore-cer una producción interna basada en un mercadopropio, que hubiesen significado un cambio sustan-tivo con respecto a los tiempos finales del períodocolonial. Este cambio hubiese implicado una trans-formación en la mentalidad de los propietarios te-rritoriales y de capitales comerciales, así como ensus patrones de consumo.

La conversión industrial no estaba en las mirasde los sectores propietarios, ya que habría requeri-do de una reasignación de la mano de obra (de lasminas y plantaciones a la actividad transformativa),con el evidente cambio por modalidades modernasde contratación en todos los sectores. Se prefirió re-producir el esquema hacia afuera, manteniendo lasformas arcaicas de las empresas coloniales.

No debe descartarse que los ingresos aduaneroshayan sido vistos como la principal fuente de recur-sos de un Estado caudillista con pocas posibilidadesde recaudar en provincias. En la confusa políticaarancelaria entre 1826 y 1852 primó la tendencia aelevar las tasas con miras a mayores recaudacionesy la protección del productor nativo. Pese a todo –ycontrabando mediante–, las cifras de importacionesdesmienten que existiera la posibilidad de protegerrealmente a la industria nacional.

DEMOGRAFÍA

El bajo ritmo de crecimiento demográfico perua-no a principios de la república es normal en socie-dades preindustriales. Recién desde 1860 se inicióun leve despegue.

Hacia fines del siglo XVIII el Perú albergaba a al-rededor de 1 240 000 habitantes (incluyendo a Pu-no y Jaén). Paul Gootenberg ha completado los da-tos del censo de 1827 con la información de Kubler.

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Una vista panorámica de la ciudad de Arequipa. La imagen procede del Atlas geográfico del Perú (París, 1865) de Mariano Felipe Paz-Soldán.

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Resultó un total de 1 516 693 habitantes, donde lapoblacion indígena representaba el 61,6% (Gooten-berg 1995).

Cuadro 7

POBLACIÓN REGIONAL DEL PERÚ, 1791-1876

Sur Centro NorteAño (%) (%) (%) Total

1791 651 659 350 371 237 167 1 239 197(52,6) (28,3) (19,1)

1827 788 817 423 937 303 939 1 516 963(52,0) (28,0) (20,0)

1836 668 802 417 423 287 511

1850 1 035 348 590 776 374 999 2 001 123(51,7) (29,5) (18,8)

1862 1 076 134 809 287 576 515 2 461 936(43,7) (32,9) (23,4)

1876 1 023 286 997 196 678 624 2 699 106(37,9) (37,0) (25,1)

Fuente: Gootenberg 1995: 131.

POLÍTICA COMERCIAL

Uno de los temas claves para entender la econo-mía peruana de inicios de la república es la actitudhacia el comercio externo. Por un lado estuvo la nu-merosa y contradictoria legislación mercantil; porotro, la práctica importadora y exportadora.

La guerra de papelEn la normatividad primó un conjunto de facto-

res económicos y políticos. En juego estuvo la nece-sidad de protección a la producción y al comerciolocales, así como la supremacía limeña sobre las pro-vincias a través del cobro de impuestos aduaneros.

En vista de la amplia afluencia de embarcacionesextranjeras en las aguas peruanas, el reglamentoprovisional de 1821 dio la prioridad a los barcoshispanoamericanos, prohibiendo la labor de impor-tación y comercio de cabotaje por parte de los ex-tranjeros e imponiendo derechos elevados a los ar-tículos concurrentes de importación. Las telas im-portadas se sujetaban a una tasa de 40%. La idea deincentivos a la producción local se plasmaba tam-bién en las facilidades arancelarias para internarmaterias primas, insumos, maquinaria, instrumen-

tos científicos, etc. La guerra y el contrabando anu-laron los efectos de estas medidas.

Con miras a revertir esta tendencia, San Martíny Bolívar proclamaron el “libre comercio”. Pero,terminada la guerra, en 1826 un nuevo reglamentocomercial buscaba la protección a través de im-puestos del orden del 80% que gravaban los artícu-los concurrentes (especialmente textiles); el restocon el 30%. Igualmente se liberaba de impues-tos a los insumos, materia prima, instrumentos ymaquinaria.

El art. 19 gravaba “como perjudiciales a la agri-cultura o industria del Estado” con un 80% los artí-culos siguientes: aguardientes de toda clase, jabo-nes, sombreros, ropa hecha, zapatos y botas, pólvo-ra, salitre y azufre, herraduras, azúcar, tocuyos, las“telas toscas de lana equivalentes a las bayetas y ba-yetones de la tierra”, el tabaco, aceite de comer ymanteca de puerco, talabarterías, velas, cueros cur-tidos y mobiliario (Dancuart-Rodríguez 1902-1926:I: 81-86).

Esta tendencia en la legislación alcanzó su clí-max en el reglamento de 1828, más conocido comola ley de prohibiciones. Prohibió absolutamente ypor diez meses la importación de productos de con-sumo masivo como textiles y harinas y ubicó losaranceles en un 90% para los artículos manufactu-reros similares a los peruanos y tasas del 100 al200% en artículos agrícolas (específicamente, vinos,pasas, harinas, manteca de vaca, arroz y menestras)(Dancuart 1902-1926: II: 139-140).

Entre 1828 y 1833 diversas decisiones contra-dictorias restablecieron y suspendieron las disposi-ciones del reglamento de 1828, situación que sugie-re que la política prohibitiva careció de vigenciapráctica. Pando en 1830 reconoció que los comer-ciantes eludían la ley de prohibiciones gracias alcontrabando. El decreto del 20 de febrero de 1832permitió la importación de artículos prohibidos conun gravamen del 90%. Continuó prohibida la intro-ducción de tocuyos crudos, telas toscas de lana,pólvora, salitre, azufre, azúcar, jabón, aguardientede uva, arroz, menestras, manteca de puerco y velasde sebo.

Luego de un largo gobierno como el de Gama-rra, decidido en su tendencia hacia adentro, se ins-taló el primer régimen librecambista: el de Luis Jo-sé de Orbegoso. El cambio provocó una cerrada ac-titud xenofóbica por parte de los comerciantes y ar-tesanos limeños. En marzo de 1834 Orbegoso dero-gó la ley de prohibiciones y restableció el reglamen-to de 1826 con algunas modificaciones.

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La guerra civil hizo el resto. La dictadura de Fe-lipe Santiago Salaverry proscribió a los mayoristas yminoristas extranjeros y reimplantó el tratado ex-clusionista con Chile, restauró todas las prohibicio-nes de importación y favoreció al consulado (Goo-tenberg 1989).

Con la Confederación Peruano-Boliviana se dic-taron tres reglamentos: uno para cada Estado y untercero para la Confederación (1836), todos libre-cambistas. Arica, Cobija, El Callao y Paita fuerondeclarados puertos libres en un intento por recupe-rar la hegemonía en el Pacífico que ostentaba Val-paraíso. Con esto se consolidó el triunfo de los co-merciantes ingleses en el Perú. Inmediatamentedespués se firmó el tratado comercial con Inglate-rra (Mathew 1968: 566; Macera 1977; Bonilla1980: 420).

Pasada la experiencia confederativa no cambiósustantivamente la política aduanera. Una nuevamedida (del 30 de noviembre de 1840) eliminó lasprohibiciones para importar. Algunos productosfueron exonerados de derechos y otros se sujetarona un arancel que oscilaba entre el 5 y el 36% (Basa-dre 1968-1970: I-II).

¿Liberalismo o proteccionismo?En torno a la política aduanera peruana de las

primeras décadas republicanas se presenta un inte-resante debate, que gira alrededor del carácter deuna política que oscilaba entre tarifas bajas y tarifasprohibitivas. Existe un consenso sobre la implanta-ción de una política liberal manchesteriana sólo apartir de 1852, debido a la aparición de un sectorcomercial y rentista nativo ligado a la actividad im-portadora en las condiciones que se generaron conla aparición del guano como producto predominan-te de exportación. Una pregunta que cabe formular-se es si las políticas realmente fueron liberales oproteccionistas.

Los rasgos predominantes indican que la políti-ca aduanera no necesariamente se enmarcaba den-tro del liberalismo (o del proteccionismo) como li-neamiento de una política de desarrollo integral delpaís. Desde ya, la política se presenta más librecam-bista que liberal. De la misma manera, resulta difí-cil inscribir la contrapartida (con prohibiciones yaranceles elevados) en una política proteccionista.Facilidades y restricciones aduaneras hubo y haysin una política orgánicamente estructurada liberalo proteccionista.

La diferencia entre el liberalismo y el proteccio-nismo no está, esencialmente, en las cifras arancela-

rias. Como es conocido, lo fundamental radica en laparticipación que en uno y en otro caso se atribuyea la iniciativa privada y al Estado. Para el primero,el Estado no debe ser un ente regulador de la eco-nomía, dejando esta función a las leyes del mercadolibremente desarrollado. El proteccionismo, encambio, reconoce que el Estado debe establecer unapolítica de incentivos que beneficie al productor y,en general, al empresario local.

Esta política pasa por el establecimiento de altosaranceles, pero no se detiene ahí. Implica más bienque el Estado asuma un papel activo en la economíaya sea en forma directa (creando empresas produc-tivas, comerciales o de servicios) y/o indirecta (fi-nanciando programas en infraestructura productivau otorgando recursos a empresarios particulares concréditos blandos, brindando facilidades para la ex-portación de productos, dando primas y exclusivi-dades, exoneraciones tributarias, etc.).

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Luis José de Orbegoso sucede a Agustín Gamarra en elgobierno (1833), instalándose con él el primer régimen

librecambista en la nueva república.

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Ambas posiciones tienen al Estado como garan-te de la continuidad de la política a seguir y consti-tuyen programas coherentes que implican la pree-xistencia de un proyecto de desarrollo.

El proteccionismo corresponde mayormente almomento en que la burguesía necesita de segurida-des para la inversión; cuando sus escasos recursosno le permiten aún asumir por sí misma actividadescostosas en condiciones de alto riesgo y concurren-cia de burguesías de otros países, delegando al Esta-do la función de su defensa. De otro lado, el Estadoes empleado como fuente de recursos para impul-sar la industrialización y el comercio externo, bus-cando mercados desprotegidos.

Aunque no como necesidad ineludible, la expe-riencia muestra que cuando ya se ha cumplido estafunción y el empresariado se siente suficientementefortalecido, renuncia a la intervención estatal y pro-cura asumir por sí todas las tareas económicas, pu-diendo mantener algunas funciones en la infraes-tructura más costosa (transporte, energía, etc.).

Los propagandistas de ideas liberales en el Perú“olvidaban” el papel principal que tuvieron las po-líticas proteccionistas para consolidar el desarrollo

capitalista en los entonces países desarrollados. Eraevidente que intentaban abrir los mercados de las excolonias hispanas a sus productos y capitales, antesque favorecer una competencia incentivadora deldesarrollo industrial. Interesante, en este sentido,resulta la discusión que sostuviera la escritora fran-coperuana Flora Tristán en 1834 con el coronel Mi-guel de San Román (defensor del extinto régimende Gamarra).

Más que proteccionistas, los empresarios perua-nos de entonces fueron exclusivistas. En tiemposcoloniales la proteccionista fue España, no el Perú;mejor dicho, lo fue la política colonial española enplenas reformas “liberales” borbónicas. Su protec-cionismo se redujo a una política mercantil exclusi-vista entre las colonias y la metrópoli, a través delnunca abandonado monopolio comercial; la partici-pación extranjera en esta relación debía hacerse pormedio de la metrópoli. Fueron los grandes comer-ciantes del consulado limeño quienes monopoliza-ron el comercio intercolonial, especialmente el deChile con el Perú.

En la república el gran debate era romper o no elmonopolio exclusivista mercantil limeño. No se tra-tó de un planteamiento liberal más general (y nosólo librecambista) o proteccionista. ¿Fue en reali-dad librecambista la tendencia que se desarrollabaen el sur del país? ¿En qué se diferenciaba el eje Ca-llao-Valparaíso del eje Islay-Inglaterra?

Doctrina y realidadIndependientemente de la política seguida (o so-

lamente asumida), el mercado peruano no estabapara desarrollar un proyecto proteccionista arance-lario. Fracasaron los intentos de establecer una pro-tección aduanera para la producción y comercio lo-cales. La precariedad del Estado le impidió ejercerun control estricto sobre el comercio de importa-ción para evitar el contrabando y la evasión fiscal.La fragmentación del mercado y de las actividadeseconómicas hizo lo propio, dado que el productorlocal no estuvo en condiciones de presionar a fin demantener una política firme de apoyo.

Las necesidades financieras del Estado fueronotro factor de anulación de sus intenciones libre-cambistas o proteccionistas arancelarias. Dada suvulnerabilidad económica, los comerciantes perua-nos o extranjeros estuvieron dispuestos a prestar oadelantar dinero para modificar la legislación adua-nera de acuerdo a sus intereses. Ya en 1823 el go-bierno entregó las aduanas a los comerciantes acambio de un préstamo de 200 000 pesos.

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Flora Tristán, escritora francesa de padre peruano, pionera enla defensa de los derechos de la mujer, visitó Lima y Arequipa

entre 1833 y 1834, para reclamar infructuosamente laherencia paterna.

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Las mismas medidas restrictivas al comercioalentaron el contrabando. De ahí que la nueva repú-blica no pudiera llevar adelante una política míni-mamente coherente de protección.

Basadre y, tras él, numerosos autores, señalan lapresencia de un espíritu nacionalista en los iniciosrepublicanos. En todo caso, se trata de un “naciona-lismo” conservador de las elites agrarias, monopo-listas comerciales y, en parte, industriales de la cos-ta y la sierra. En el campo del comercio externo, es-te nacionalismo estaría reflejado en las prohibicio-nes. La añoranza colonial habría conducido a labúsqueda del exclusivismo mercantil (Gootenberg1989: cap. I).

Otra dimensión del conflicto estuvo dada porlas necesidades fiscales. Mientras la principal fuen-te fiscal fue el tributo indígena, Lima no llegaba abeneficiarse con su cobranza como debiera. Lastendencias centrífugas provincianas lograron apro-vechar estos recursos, principalmente para alimen-tar las fuerzas caudillescas. Una alternativa viable aesta situación fue el hincapié hecho en la recauda-ción aduanera controlada por el gobierno de Lima.Así, en el presupuesto de 1846 el 55% de los ingre-sos corrientes provenía de las rentas de las adua-nas. No extraña, por tanto, que el gobierno en Li-ma buscase manejar las aduanas de tal manera quele proporcionasen los recursos suficientes paramantener el aparato estatal. Esto tal vez explique,al menos parcialmente, las incoherencias de un Es-tado que se decía protector de la industria local pe-ro no vacilaba en aceptar presiones de partes inte-resadas para variar la legislación. En especial, cuan-do el incentivo podía ayudar a cubrir sus necesida-des fiscales.

La capital fue importante en este debate porcuanto allí se concentraban las fuerzas protec-cionistas y librecambistas y, de otro lado, deallí emanaban las políticas aduaneras oficiales.

Proteccionistas habrían sido los comer-ciantes monopolistas, los dueños de planta-ciones azucareras y los artesanos. Los comer-ciantes y plantadores estaban interesados enrevivir y mantener el tradicional comercio ex-clusivista colonial que tenía a Lima como eje(con el Callao como puerto). Querían volver aarticular un circuito comercial cerrado entreel Perú y Chile (azúcar vs. trigo y harina). Deotro lado, seguían controlando la minería pe-ruana venida a menos. Los mismos mineros seopusieron a la apertura del mercado de la pro-piedad y explotación de las minas y aceptaron

gran parte del reglamento neomercantilista de laplata en barras (Gootenberg 1988: 418-419).

El productor artesanal se beneficiaba en tantoque los exclusivismos colonial y mercantil limeño lehabían dejado márgenes apreciables de actuación.Para él era fundamental contar con un mercado mí-nimo y esto se lograba sólo si la introducción de ar-tículos a la ciudad (peruanos o extranjeros) no lle-gaba a perjudicarlo. El productor local debió buscarprotección. Sin embargo, antes que ser proteccio-nista, fue partidario de una defensa, a través de lapolítica aduanera, que impidiese al comercio ultra-marino cubrir su mercado tradicional (sectores me-dios y bajos de la población). Quienes más se que-jaron fueron los artesanos que destinaban su pro-ducción a los sectores más pudientes y propensos areemplazar su consumo con artículos importados.

Con un mercado diferenciado, al igual que an-tes, los artesanos llegaron a adaptarse y sobrevivirpese a que las importaciones les afectaron enorme-mente. Lo que no pudieron hacer fue constituirseen una base amplia para el desarrollo de una manu-factura con proyecciones capitalistas modernas. Enespecial cuando desde los años 1840 la navegacióna vapor hizo caer las barreras proteccionistas natu-rales de los países alejados. La producción fabril tu-vo mayores facilidades para competir con la artesa-nal (Quiroz Ch. 1993).

Algo similar sucedió en provincias con los arte-sanos urbanos y rurales. No sucumbieron ante laarremetida importadora, pero tampoco sobrepasa-ron el nivel artesanal de producción.

Es conocido que los obrajes cuzqueños lograronel monopolio para confeccionar bayetones, frazadasy ropa para el ejército. Estas medidas parciales y es-porádicas permitieron mantener el nivel productivo

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El puerto del Callao en el siglo XIX.

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artesanal por algún tiempo. Elgolpe mortal para el productorsureño fue asestado por el incre-mento en los precios de la lana,debido a la creciente exporta-ción hacia el mercado inglés.

El campo de los partidariosdel librecambio era tambiéncomplejo en su composición.Estuvo conformado por los di-plomáticos de las potencias ex-tranjeras, los comerciantes ex-tranjeros y algunos productoresy comerciantes locales.

Los cónsules de Francia, Es-tados Unidos y, sobre todo, In-glaterra intercedieron ante losgobiernos peruanos para reducirlas tarifas aduaneras y garantizarla labor de los comerciantes desus países a través de tratadoscomerciales. Las estrategias deesta política de intromisión nofueron iguales. Los ingleses es-tablecieron una política neoim-perial buscando promover el co-mercio de consignación de susgrandes casas importadoras en Lima y sus activida-des auxiliares de exportación en el sur.

Aun así, sus colegas norteamericanos fueronmás agresivos. Entre los intereses extranjeros al ini-cio de la república, los norteamericanos eran losmás importantes. Dominaban “el tráfico clave deharina y tejidos rústicos a la costa norte-central(que desviaba el comercio de la ansiada conexiónchilena de la región), eran muy conspicuos en el ca-botaje e incluían en su ámbito de influencia el áreade comercio urbano de Lima. A diferencia con eltráfico inglés, los productos de los comerciantesnorteamericanos plantearon un desafío inmediato alos sectores más organizados y comercializados dela economía peruana. En contraste con los produc-tos europeos, las exportaciones norteamericanas de1820 fueron directamente competitivas, no comple-mentarias, con lo producido en el Perú”. Los cónsu-les norteamericanos intervinieron en la política pe-ruana a través de agentes locales reclutados entresectores políticos influyentes. Inclusive, ellos mis-mos produjeron clandestinamente gran parte de lapropaganda liberal de la época, aunque sin éxito.

Los cónsules franceses, de su lado, fueron los demenor peso pero los más hostiles en la política co-

mercial peruana. Protegieron elcomercio de artículos de lujo delos minoristas franceses asenta-dos en Lima y utilizaron sufuerza militar en el Callao paradefender los intereses comercia-les galos (Gootenberg 1988:409-410).

Hasta los años 1840, los co-merciantes extranjeros no tuvie-ron un gran poder coercitivo.Relacionados con las veinteprincipales empresas mayoristasen Lima, trataron de establecervínculos de clientelaje con loscomerciantes locales y quisieronigualmente influir en la políticacomercial peruana pero encon-traron oposición de parte de és-tos. Tampoco lograron interve-nir en la política dado que éstaera caudillista y resultaba muyriesgoso prestar a un gobiernoque podía ser efímero. Esto lesprivó del mecanismo ideal paraejercer coerción sobre los go-biernos y tuvieron que recurrir

principalmente al consulado limeño en búsquedade recursos.

Pese a los enormes esfuerzos desplegados por loscónsules y los comerciantes, el Perú no adoptó unapolítica librecambista inmediatamente después dela independencia. No pudieron aprovecharse de ladebilidad del Estado peruano precisamente porqueésta era un obstáculo para establecer una política li-beral congruente y porque no encontraron un sec-tor influyente políticamente que colaborase en la ta-rea de abrir los mercados a sus intereses. Este sectorsurgió recién en los años 1840, principalmente en laépoca del guano.

Por lo pronto, los colaboradores locales para losintereses extranjeros no fueron suficientementefuertes como para imponer el rumbo librecambista ala política peruana. Paul Gootenberg identifica a tresgrupos de colaboradores: los “bolivarianos”, el gru-po de presión ideológica “internacionalista” de altosfuncionarios del gobierno, y un movimiento regio-nalista difuso conducido por elites económicas de lacosta del sur (Arequipa). Estos grupos no eran nu-merosos ni cohesionados y carecieron de base social.

Debido a que la apertura comercial de fines de lacolonia y los primeros años independientes había

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José María de Pando, abogado y políticoconservador, fue una importante figura

pública en la primera mitad del siglo XIX peruano.

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afectado a diversos sectores sociales, el comercio li-bre planteado por Bolívar era rechazado amplia-mente en el Perú. Era antipopular, centralista y, co-mo causa “extranjera”, era identificado como lacontinuidad de la dependencia colonial.

El apoyo al librecambismo provino de un sector“tecnócrata”. Funcionarios, principalmente deorientación política conservadora (Vidaurre, Pando,los hermanos Del Río), propusieron un amplio pro-yecto económico de exportaciones a Europa, perosu asesoramiento no fue eficaz.

Los plantadores y comerciantes (y sus voceros)de la costa sur peruana (Moquegua, Arequipa e Ica),aglutinados por las casas comerciales de la ciudadde Arequipa, tuvieron más un sentimiento antilime-ño que liberal. El centralismo político y económicode la capital generaba el rechazo a su política. Des-de tiempos anteriores, su orientación fundamentalfue hacia la integración con el mercado sudandino(Bajo y Alto Perú). Su papel, sin embargo, debía seranálogo al que ejercía Lima en buena parte del terri-torio peruano: crear un eje comercial en el sur don-de tuviese la hegemonía.

De ahí que no desperdiciase oportunidad paraavanzar en su cometido. Inclusive no descartó laidea de una separación política del resto del país,sobre todo cuando su comercio con el Alto Perú en-contró nuevos productos (salitre, quinina y lana).Se buscaba revitalizar el comercio de aguardiente yvino que prosperó en tiempos coloniales, incentiva-do por casas comerciales inglesas que, además, pre-tendían introducir al altiplano mercaderías manu-facturadas.

Las contradicciones más importantes en-tre el sur y el norte peruano se debieron a laconcurrencia en el sur del aguardiente de ca-ña y del trigo chileno distribuidos por los li-meños. Una de las vías para lograr su autono-mía económica fue la creación de puertos li-bres en el sur, de lo cual provino su “libre-cambismo”. Cuando el comercio con sede enArequipa empezó a dar frutos tangibles en los1830 la actitud inicial de rechazo a los co-merciantes ingleses fue cambiando paulatina-mente hacia la colaboración.

Las luchas políticas no pueden circunscri-birse a la dicotomía costa central y norte con-tra la sierra sur. Es cuestionable la calidad li-brecambista o proteccionista de diferentespersonajes, por ejemplo, la política de SantaCruz en Bolivia. Esos “bloques” no aparecenhomogéneos y presentaban tendencias muy

divergentes. Ni Arequipa fue un “bastión” librecam-bista, ni Lima fue una retaguardia asegurada para elproteccionismo.

La sierra central fue sede de un apoyo conside-rable a Orbegoso en la guerra civil contra Gamarra,quien representaba, más que el proteccionismo, unapolítica autoritaria y limeñocentrista en desmedrode una zona tradicionalmente crucial para el abas-tecimiento precisamente de la capital.

LA ECONOMÍA PRODUCTIVA

El Perú republicano mantuvo la estructura pro-ductiva colonial con algunas modificaciones sustan-tivas. Sobre todo, en lo que a prioridades se refiere.

AgropecuariaLa producción serrana de ese tiempo se caracte-

rizaba por el predominio de unidades productivasde limitadas dimensiones, tanto en la minería comoen el agro y la industria. Se trataba siempre de pe-queños y medianos productores que intercambia-ban sus productos en pequeños mercados y feriasdonde la moneda alternaba con el trueque (Remy1988; Betalleluz 1991; Ponce 1980).

La economía del sur se hallaba ya en una situa-ción crítica desde finales del período colonial. Laguerra vino a profundizar la depresión económica(Flores Galindo 1977; Glave-Remy 1983; Tandeter-Wachtel 1991).

Tal vez la zona que presentó mayor dinamismofue la sierra central. En parte gracias al paulatinodespegue minero en Cerro de Pasco y el mercado

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Un hacendado en una acuarela del siglo XIX.

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capitalino, las relaciones mercantiles en el agro y laganadería del Mantaro pudieron tener mayor fuerza(Burga 1983; Mallon 1983; Manrique 1987).

La agricultura de la costa heredó del tiempo an-terior su estructura productiva, predominando laplantación como unidad de producción, al lado depequeñas y medianas propiedades de panllevar y fo-rraje para bestias de carga. Las plantaciones de Tru-jillo, Lambayeque, Piura y Lima producían algodónbajo las mismas condiciones que antes de la guerra.En Ica sobresalió Domingo Elías como productor yexportador de algodón introduciendo innovacionestécnicas. La costa central estuvo más dedicada a laproducción de caña de azúcar, de la misma manera,sin cambios estructurales importantes. Sólo la ha-cienda limeña San Pedro de José Rufino Echeniquehabía introducido hacia 1837 la máquina a vapor ensu ingenio. Los niveles de producción empezaron adespuntar recién a partir de 1840, pero no será has-ta décadas posteriores cuando la actividad alcanzóuna mayor escala con las inversiones provenientesdel comercio guanero (Burga 1976).

Además de los productos, las plantaciones here-daron la esclavitud como régimen de trabajo. La es-clavitud, sin embargo, ya desde tiempos colonialeshabía adquirido características que limitaban su ex-tensión en el marco de una sociedad y economíacon rasgos predominantes serviles. No fue elimina-da más por consideraciones psicológicas que econó-micas. Los plantadores no se sentían seguros si nocontaban con un régimen compulsivo de mano deobra, aun cuando los esclavos representaban unamínima parte de la fuerza laboral.

El censo de 1791 había arrojado la cantidad de40 347 esclavos en todo el virreinato, el equivalen-te al 3,7% de la población total. Además de escasos,los esclavos estuvieron concentrados en la costa. Enel partido de Lima vivía el 60% de esta población ya la ciudad de Lima le correspondía aproximada-mente la tercera parte. La proporción de esclavosfue disminuyendo, sobre todo luego del corte delcomercio negrero (Macera 1977; Flores Galindo1984; Aguirre 1993).

Un fenómeno a ser destacado de estas cifras es elcarácter costeño y urbano de la esclavitud en el Pe-rú. La ciudad de Lima albergó esclavos en conside-rables porcentajes que llegaron a representar hastala cuarta parte de toda la población.

Al no ser posible la aplicación de un régimen es-clavista “puro”, en el Perú colonial y republicano sele combinó con variados elementos de servidumbre.En especial la relativa libertad de acción y hasta au-

tonomía que poseyeron los esclavos en sus tratos(“estar a jornal”), y la disposición efectiva de los re-sultados de estos tratos luego de entregar (o no en-tregar) a su amo la parte que le correspondía, vidaprivada (dentro o fuera de la casa del amo) y parce-las dentro de chacras y plantaciones. En estas con-diciones, el esclavo dejaba de serlo estrictamentehablando.

En el Perú la esclavitud nunca fue fundamental.Rápidamente, el trabajo esclavo fue empleado en laservidumbre en casas, resultando más bien una es-clavitud doméstica, ocupada en labores de impor-tancia menor vinculadas a la actividad rentista en losinicios de la elite y que hacia las postrimerías de lacolonia se difunde entre sectores menos pudientes.

Eliminada legalmente con la independencia, laesclavitud perduró, pero condenada ya a extinguir-se. En vano se pretendió reforzarla con la importa-ción de nuevos esclavos (con Salaverry), dado queno se produjo una verdadera expansión de las plan-taciones en las primeras décadas.

Industria transformativaLa industria transformativa mantuvo las carac-

terísticas coloniales, es decir, prevalecieron las pe-queñas unidades productivas (artesanales) en elcampo y las ciudades. En ambos espacios hubo in-tentos de ampliación de la producción, pese a la si-tuación crítica por la que, en general, atravesaba.

La ciudad de Lima no fue un centro productorpor excelencia pero albergó un significativo sectorindustrial. De acuerdo a los datos de CórdovaUrrutia (1839), para 1837 los artesanos representa-ban alrededor del 25% de la población económica-mente activa.

Algunas unidades productivas urbanas adqui-rieron elementos de una producción ampliada. Porsu esencia, dejaban de ser meramente artesanalessin por ello constituir fábricas. Ya desde finales delsiglo XVIII en Lima aparecieron las máquinas en laproducción, en particular en la chocolatería.

Formalmente, los gremios supervivieron larga-mente a la independencia. En la práctica, ya en el si-glo XVIII los gremios eran una institución más no-minal que real. Antes que a la organización de laproducción y su comercialización, el gremio se dedi-caba a tratar de garantizar la exclusividad en el ejer-cicio, el cobro de impuestos y el ordenamiento socialy colonial. Pero ni en la colonia ni menos en la repú-blica el gremio fue una institución eficaz como paraevitar el ejercicio de un oficio artesanal (Basadre1968-1970: I y III; Quiroz 1990; Krüggeler 1991).

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Tendencias gremiales ha-cia fines de la colonia seaprecian sólo entre los pana-deros y, en parte, entre loscamaleros, oficios que se ha-bían regido al margen delsistema gremial. Más que lospanaderos y camaleros, fue-ron los comerciantes en ha-rina y trigo y los hacenda-dos proveedores de ganadoquienes estuvieron interesa-dos en el cierre de esos ofi-cios. En parte, esta situaciónsería compartida por los ve-leros y los mantequeros.

No resulta casual que entiempos republicanos fueraprecisamente alrededor deesos oficios que se estructu-ró el sistema gremial. Otrosoficios hablarán de gremios,mas no pasaron de intencio-nes o de figuras jurídicassin sustento práctico.

La república se iniciócon mandatos para abolir los gremios, que la cons-titución de Cádiz ya había puesto fuera de la ley.Las constituciones peruanas casi invariablemente–ya fuesen conservadoras o liberales– incluyeronen su articulado la fórmula del reconocimiento dela libertad de industria como principio. El decretode 29 de julio de 1840, que ordenaba la reglamen-tación de los gremios, fue una medida extemporá-nea que obedecía más a una idea corporativista deorganización de la sociedad que a principios deeconomía.

El sistema republicano necesitó al gremio bási-camente para las mismas funciones de control eco-nómico y social que en tiempos coloniales: la vigi-lancia desde abajo de ese relativamente amplio sec-tor de la sociedad y el ordenamiento fiscal, tanto departe de las autoridades como por los propios arte-sanos. La nueva república reemplazó la alcabala porlos impuestos de patentes e industrias. La recauda-ción tenía al gremio como célula básica. Sin embar-go, en diciembre de 1826 se planteó la idea opues-ta: la contribución debía ser más individual que co-lectiva (Dancuart-Rodríguez 1902-1926: I: 276 y279; Oviedo 1861-1872: XV: 315, 401; XVI: 6).

Con esta medida, el gremio dejaba de ser im-prescindible. Ya no aseguraba el “alimento”: el dere-

cho a trabajar en condicio-nes de exclusividad. Bastabacon pagar la licencia (paten-te) para ejercer librementeun oficio.

El pueblo en general —incluidos los artesanos noagremiados— veía con ma-los ojos a los gremios. Estaactitud se vinculó a la iden-tificación justa que se hacíaentre gremio y privilegio.Era el rasgo más saltanteque aún perduraba del siste-ma gremial, ya en franca de-cadencia desde tiempos co-loniales (Quiroz Ch. 1993).

La política de importa-ciones desde el siglo ante-rior debilitaba aún más losmercados segmentados. So-bre todo la importación detextiles y otros efectos ma-nufacturados terminó dearruinar la producción deartesanías y obrajes locales

debido a sus bajos precios y a la obsolescencia tec-nológica de la producción nativa. El declive de laimportación de telas que se empieza a manifestardesde 1830 indica que estos mercados peruanoseran muy estrechos, como consecuencia del carác-ter fundamentalmente autosuficiente de la econo-mía familiar, particularmente en el caso de la pobla-ción indígena (Macera 1972; Bonilla 1980: 411;Remy 1988: 455).

MineríaA partir de 1812 la minería entró en un pronun-

ciado declive, manteniéndose la producción por de-bajo de los 300 000 marcos anuales. La excepciónfue 1820 cuando se alcanzó 477 000 marcos, debi-do a los 313 000 marcos que produjo Cerro de Pas-co (65,6% del total), donde funcionaban tres bom-bas a vapor para el desagüe. Sin embargo, la guerrainterrumpió las inversiones hasta 1825, cuando sereiniciaron las labores con un solo motor. Además,el mineral que se extraía era de inferior ley (Fisher1977: 227-232).

El ministro Pando en su memoria de 1830, seña-ló las causas que a su entender dificultaban el pro-greso de la minería: la falta de capitales, la lentituden el desagüe con una sola máquina en funciona-

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El gremio de los plateros fue uno de los másimportantes del Perú colonial y conservó su

influencia durante la primera mitad del siglo XIX. En la imagen el “sumo pontífice” de los plateros.

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miento, la escasez de insumos por falta de transpor-te y el mayor costo del trabajo libre.

Tras haber sido el principal sostén de la econo-mía en tiempos coloniales, la minería era ahora in-capaz de articular al resto de actividades. Sin embar-go, las mentes de los gobernantes y sectores pudien-tes seguían en los socavones. En realidad, se perse-guía restituir las condiciones (idílicas) que tuvieronlas minas coloniales.

Idílicas, puesto que la mita había dejado de regiraun antes de su abolición, sobre todo en los centrosmineros nuevos, que tuvieron que conseguir manode obra forzada por otros medios. Salvo el mercurio(subsidiado por el Estado colonial a los mineros“alistados”), los demás insumos e instrumentos querequerían los mineros eran, en la práctica, suminis-trados en un mercado controlado por los grandescomerciantes y usureros limeños a través de los“aviadores” (los “bancos de rescate” tuvieron cortavigencia y resultaron de escasa ayuda). Los minerostuvieron la oportunidad de usar las casas de mone-da a manera de mercado asegurado para su produc-ción, evitando así a los “aviadores”. Destacó en estecaso la ceca del Cuzco, pero no fue muy eficaz co-mo sistema.

Con la independencia no se produjeron cambiosimportantes. Continuaron las mismas condicionesindicadas, agravadas por la situación calamitosaproducida por la guerra y por el rompimiento delos circuitos del comercio internacional.

El fin del subsidio al mercurio significó un alzaconsiderable: el quintal pasó de 50 a 112-140 pesosen 1840. Desde 1831 la casa Rothschild estableciósu monopolio sobre el mercurio. Algo similar ocu-rrió con los precios de la pólvora, sal y acero(Deustua 1986: 170-180; Contreras 1987: 27;1995: 156-157).

Evidentemente, el empresario minero buscó fa-cilidades especiales para su actividad. En la mineríase repite el mismo apego a la “merced” estatal queen otras actividades. La presión sobre el Estado sebasaba, precisamente, en la idea de ser la minería laúnica “salvación” del país, con el lema del Perú“país minero” por excelencia. Claro, los sectoresque dominaban el Estado no tuvieron la misma es-cala de prioridades (Tantaleán 1982: 48-50).

Sin embargo, el Estado republicano desde unprincipio desplegó una serie de políticas de fomen-to al sector minero y, en particular, coordinó obrasde infraestructura con trabajadores forzados. Desdeun principio se interesó por la producción minerapara los efectos de solventar los costos de la guerra.

Acabada ésta, procuró fomentar la actividad con po-líticas de promoción para la introducción de mejo-ras tecnológicas.

En 1828, inclusive, la minería era considerada labase para las demás actividades y la hacienda públi-ca. Se discutió la posibilidad de reproducir la políti-ca colonial: abaratar el precio del azogue y rebajarimpuestos a estas labores que fomentan otras activi-dades económicas (Contreras 1987: 32).

Al igual que en tiempos coloniales, Cerro dePasco era el mayor centro minero. Entre 1825 y1834 producía el 68% de la plata; Puno el 10%; Li-ma el 7,7%; Trujillo el 6,8%; Arequipa el 5,1%; Hua-manga el 1,9% y Tacna el 0,5%. Las principales ve-tas de plata eran Colquijirca y Pariarirca. En Cerrode Pasco llegó a haber 3 000 o 4 000 indios perma-nentes; en tiempos de “boyas” se duplicaba la po-blación (Basadre 1968-1970; Deustua 1986: 327).

Otros yacimientos importantes fueron Pataz,Huamachuco, Cajamarca y Hualgayoc (con su famo-sa mina en el cerro San Fernando). En Tarapacá seexplotaron fugazmente los asientos de Huantajaya.

La minería continuó siendo argentífera. Pocaatención tuvieron otros yacimientos. Una excepciónfue Morococha por su producción de cobre. En Yau-li se conocía la existencia de grandes depósitos deplomo, pero no se explotaron por los bajos preciosy la falta de combustible y mano de obra. No se ex-plotaba tampoco el oro de los ríos orientales.

Inclusive, las minas de Huancavelica no erantrabajadas pese a las dificultades para importar azo-gue; por ejemplo, la minería necesitaba 4 000 fras-cos de azogue por año y en 1843 se importaron só-lo 2 401. Fracasó un intento por reactivar la pro-ducción de azogue entre 1836 y 1839. La mismasuerte corrió una compañía nacional que recibiógratuitamente (por decreto del 7 mayo de 1839) lasminas del Estado, oficinas, enseres y hasta fondosde las tesorerías de Ayacucho y Huancavelica. Nopudo funcionar por falta de personal técnico, ope-rarios y tranquilidad pública. En los años 1820 elcapital inglés creó cinco compañías grandes para in-vertir en la minería peruana. Todos estos intentosfracasaron, en buena parte, por no haber encontra-do la fórmula para atraer a la mano de obra (Basa-dre 1968-1970: I-II; Bonilla 1980).

No bastaron estos incentivos estatales. Tampocoel haber rebajado el impuesto a la producción del10% al 5% según la ley de 1829. La falta de capita-les y la reticencia a estimular económicamente a lamano de obra fueron dos de las más importantescausas del atraso.

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La falta de mano de obra fue crónica. Las guerrasciviles impedían contar con fuerza laboral y bestiasde carga, destruyeron la escasa maquinaria y obrasde infraestructura. Una salvación para los minerosfue el mantenimiento del tributo, que obligaba a loscampesinos a buscar un medio de obtener el dineronecesario para pagarlo.

El reclutamiento de la mano de obra, entonces,mantuvo los patrones coloniales. Es decir, “engan-char” al trabajador por medio de deudas. No existióa nivel del trabajador común el incentivo del sala-rio. En el técnico, sí. Inclusive, para ahorrar dinero,los dueños de minas no atendían a cuestiones bási-cas de seguridad. Esto provocó accidentes, como elque se produjo en Matagente, donde perecierontrescientas personas.

Los asientos tenían trabajadores permanentes ymaquipuros (eventuales de origen campesino reclu-tados en tiempos boyantes). El trabajo era tan pesa-do (y odiado) como en tiempos coloniales. Los tur-nos duraban doce horas. Los campesinos no acu-dían por su propia voluntad a los socavones. En rea-lidad, la tecnología no había sufrido cambio alguno.Los barreteros recibían seis reales al día por arran-car el mineral; los apires, o chaquiris, 4 reales porllevarlo a la superficie en sacos llamados capachos.

En tiempos de boya tenían derecho a extraer la“huachaca” (“parte del pobre”) que consistía en untrozo de mineral que, si no lo empleaban en suspueblos, lo tenían que vender al mismo minero o aalgún “aviador”.

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1830 0 533 21 0 190 1 288 0 3 21 1 610

1831 0 94 0 0 1 0 184 0 0 26 1 610

1832 5 9 5 9 11 0 175 1 11 1 1 610

1833 0 146 20 0 0 0 83 5 7 0 1 610

1834 1 120 13 0 20 0 253 0 78 18 1 610

1835 206 45 0 0 788 0 36 0 0 27 1 610

1836 4 922 1 39 183 2 76 2 433 356 1 610

1837 125 3 0 130 422 187 155 0 869 186 1 610

1838 774 1 197 0 0 105 232 17 12 1 045 25 1 610

1839 971 1 640 58 22 113 0 26 55 975 676 1 610

1840 1 407 449 44 40 437 1 3 39 1 257 440 1 610

Cuadro 8

TOTAL DE LAS EXPORTACIONES DE ALGUNOS PRODUCTOS(toneladas métricas)

Metal Cobre Mineral Estaño Lana LanaAños cobre refinado estaño refinado Cacao Café Quina oveja alpaca Algodón Azúcar

Fuente Hunt 1973:38. Este cuadro incluye las exportaciones bolivianas de quina, que eran las dominantes.

1830 95 261

1831 135 135

1832 219 378

1833 257 069

1834 267 126

1835 276 774

1836 244 404

1837 235 856

1838 251 932

1839 279 620

1840 307 213

Cuadro 9

PRODUCCIÓN DE PLATA DE CERRO DE PASCO

Años Producción en marcos

Fuente: Datos de Shane Hunt en Bonilla 1980: 404.

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Sólo las “haciendas” o ingenios tenían bestiaspara pisar el azogue. En los boliches lo pisaban losmismos indios (Basadre 1968-1970: I-II).

La producción de plata no reeditó las cifras colo-niales. Alcanzó cantidades importantes en marcosextraídos, aunque no necesariamente de alta ley. Laminería en realidad se mantuvo en crisis durante lasprimeras décadas republicanas.

La producción minera republicana no llegó a ge-nerar un amplio circuito económico como ocurrie-ra en tiempos anteriores. La excepción fue Cerro dePasco y sus vinculaciones en la sierra central.

COMERCIO EXTERNO

El comercio externo peruano entraba con malpie a su desarrollo independiente. Por lo común, labalanza comercial era deficitaria. En 1820, las im-

portaciones peruanas sumaron 8 079 000 pesos,mientras que las exportaciones 6 254 000 pesos.Descontando costos, el déficit ascendió a 1 225000 pesos (Basadre 1968-1970).

ExportacionesEl comercio de exportaciones peruanas seguía

conformado principalmente por metales preciosos(oro y plata). Simplemente el Perú exportaba dine-ro. La economía peruana sólo producía dinero paraadquirir productos manufacturados, situación quenos remitía a las formas más elementales del in-tercambio internacional.

Durante las dos primeras décadas de vida inde-pendiente, el Perú exportaba básicamente materiasprimas, en pequeñas cantidades y con escaso valoragregado en el mercado. Destacaban la quinina,cueros, pieles y lanas.

No obstante el declive de la producción mi-nera, el grueso de las exportaciones era de me-tales preciosos. En los años 1830 una mayorproducción en el rubro exportador permitióaumentar las importaciones. El valor de la pla-ta exportada significó el 90% del total de ex-portaciones peruanas en 1825 y el 82% en1840 (Bonilla 1972: 22 passim.; Bonilla 1975-1977: V: 96; Deustua 1986: 32 passim. y 233passim).

Un rubro de creciente importancia en lasexportaciones fueron las lanas de ovejas, alpa-cas, vicuñas y llamas, producidas en la sierradel Cuzco y Puno mayormente por comune-ros indígenas y por pequeñas unidades decampesinos mestizos y algunos blancos. Eranexportadas por comerciantes intermediarios

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El puerto de Islay (en Arequipa) en la segunda mitad del siglo XIX.

Moneda fraccionaria 600 000 1 310 828 1 562 149

Lana 14 500 130 087 141 724

Nitrato de soda 59 830 90 942

Algodón 19 400 74 360 85 881

Cortezas 29 600 10 066 23 600

Cuadro 10

EXPORTACIONES DEL PERÚ A INGLATERRA(En libras esterlinas)

1825 1839 1840

Fuente: Mathew en Bonilla 1980: 405.

1834 5 700

1835 908 626 143 400

1836 955 222 199 000

1837 4 914 751 385 800

1838 2 314 088 459 300 352 602 114 825

1839 2 149 571 1 325 500 252 032 398 650

1840 2 770 379 1 650 000

Cuadro 11

VOLUMEN DE EXPORTACIONES DE LANA

Cantidades en libras Valor en pesosAños Oveja Alpaca Oveja Alpaca

Fuente: Esteves 1882: 33-34.

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arequipeños y tacneños a través del puerto de Islay(Flores Galindo 1977; Bonilla 1980: 407).

Desde mediados de la década de 1830 se obser-va un incremento en las exportaciones de produc-tos y la aparición de otros nuevos: algodón, cobre ysalitre.

La exportación de metales preciosos amoneda-dos para cancelar las importaciones indica una fugamasiva de recursos. La economía peruana no podíacontar con dinero amonedado y, por ende, conti-nuaba el proceso de “naturalización” ya presentedesde fines del siglo XVIII, hecho que estuvo acom-pañado por un estancamiento de la producción co-mercial.

Antes de la “época del guano” las exportacionesperuanas eran prescindibles para los mercados eu-ropeos, pues nuestros productos podían obtenerseen muchos puntos del planeta. En cambio, las im-portaciones peruanas desde Europa incidieron confuerza en la economía del país.

ImportacionesLa otra cara de la misma medalla la constituyen

las importaciones. Con la independencia, las casas

comerciales españolas cedieron el lugar a otras in-glesas, francesas y norteamericanas. En 1824 había20 firmas importadoras-exportadoras inglesas enLima y 16 en Arequipa. A la vuelta de una década,estas casas comerciales devinieron en las empresaslíderes en el ramo desplazando también a las pe-ruanas.

De los 4-5 millones de pesos en mercaderías im-portadas hacia mediados de los años 1820, las nor-teamericanas representaban entre 1,2 y 2 millones(harina, textiles de algodón, etc.), las inglesas algode 1,5 millones (textiles y ferretería) y las francesasalrededor de un millón (ropa de lujo, manufacturasy vinos) (Bonilla 1975-1977; Hunt 1973; Gooten-berg 1989).

Hacia 1834 las importaciones igualaron los nive-les coloniales (8 millones de pesos). La mitad ya co-rrespondía al comercio inglés que dejaba relegadosal norteamericano y al francés.

En forma paulatina pero creciente, los produc-tos manufacturados importados fueron reempla-zando a la producción nativa. A pesar de las restric-ciones formales (altos aranceles y prohibiciones) elcomercio extranjero fue adquiriendo mayor presen-cia en el mercado peruano, arruinando a los pro-ductores locales. En realidad, se trata de un proce-so extendido en el tiempo. Ya se había iniciado enel reformista siglo XVIII y sus efectos más visiblesy dramáticos se produjeron luego de 1840. Pero enlos años 1820 los costos de importación se reduje-ron a la mitad, en tanto que bajaban los precios deartículos importados, los cuales se impusieron en

1821 86 329

1822 111 509

1823 226 954

1824 372 311

1825 559 766

1826 199 086

1827 228 465

1828 374 614

1829 300 171

1830 368 469

Cascarilla 164 370 32 874 50 327 10 065

Oro, plata 6 542 062 1 308 412 6 554 141 1 310 828

Cueros, cochini. 10 968 2 193 11 016 2 203

Cobre (barrilla) 108 857 21 731 91 079 18 218

Cobre (barras) 14 637 2 927

Algodón 360 213 72 043 371 300 74 360

Cueros de vaca 18 213 3 642 6 859 1 371

Cuernos 320 64

Pieles de foca 556 111

Salitre 259 220 51 814 299 152 59 830

Azúcar 52 150 10 430 52 150 10 430

Estaño 78 312 15 662 61 867 12 375

Lana de vicuña 752 150

Lana de oveja 325 602 70 520 252 032 50 506

Alpaca 144 820 22 965 397 650 79 530

Total 8 061 593 1 612 318 8 164 349 1 632 869

Cuadro 12

EXPORTACIONES PERUANAS EN LOS AÑOS 1838 Y 1839

Artículos Valor en 1838 Valor en 1839Pesos Libras est. Pesos Libras est.

Fuente: Esteves 1882: 152.

Cuadro 13

VALOR DE LAS IMPORTACIONES BRITÁNICAS

Años Libras esterlinas

Fuente: Bonilla et al. 1978: 3.

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un mercado local que registraba una profunda de-presión interna. Los mercados estagnados y frag-mentados del Perú recibieron bienes de consumomás mundanos (70-80% de textiles) (Bonilla 1980;Gootenberg 1989).

Los altos costos portuarios de los puertos pe-ruanos y las tarifas aduaneras elevadas dieron aValparaíso la supremacía en el Pacífico, convirtién-dolo en intermediario del comercio europeo. En1836 Santa Cruz trató de corregir esta situación,lográndolo sólo mientras tuvo vigencia la Confede-ración. Arica, Islay, Callao, Huanchaco y Paita fue-ron declarados puertos mayores. El reglamento de1840 ratificó al Callao como único puerto de depó-sito para reembarcos y trasbordos, a Arica parareembarcos y tránsito terrestre al extranjero, y aPaita sólo para reembarcos. Puertos menores eranIquique, Ilo, Pisco, Huacho, Santa, Pacasmayo ySan José de Lambayeque.

Con la introducción de la navegación a vapor enel comercio externo peruano, desde la década de1840 se redujeron los costos comerciales El tiemponecesario para conectar al Perú con Europa se redu-jo de 102 días a 45. Inclusive, resultaba más baratoabastecer la costa con productos alimenticios ex-tranjeros que con productos serranos.

POLÍTICA MONETARIA

La república se inició siguiendo los patronesmonetarios coloniales de monetizar la producciónminera para cubrir la demanda del mercado impor-tador. Los ritmos de amonedación fueron disminu-yendo porque, según cálculos del ministro Pando,el contrabando atraía entre cuatro y cinco millonesde pesos en plata piña. Si entre 1790 y 1794 se acu-ñaron metales por 5 300 000 pesos, en 1826 se

amonedaron sólo 2 800 000 pesos; en 1828 bajó a2 300 000 pesos y a 1 600 000 pesos en 1830.

Los bolivianos tuvieron una política distinta.Buscando apoyar la vinculación entre la produccióny el mercado local, en 1829 Santa Cruz mandó acu-ñar moneda fraccionaria de ley rebajada en un 25%,usada también en el trato comercial con el Perú.Durante la vigencia de la Confederación Peruano-Boliviana esta moneda feble reemplazó a la casi ine-xistente moneda peruana causando graves trastor-nos a la política comercial importadora del Perú. Sellegó, inclusive, a elaborarla en las cecas del Cuzco,Arequipa y, luego también, en Cerro de Pasco.

Tal vez la instalación de la casa de moneda en elCuzco obedeció a un intento similar al boliviano.Su ubicación en dicho lugar, que casi no producíaplata y carecía de azogue, respondería a la intenciónde agilizar las relaciones mercantiles en el sur andi-no teniendo al Cuzco como eje. Funcionó entre1825 y 1840 y en 1838 acuñó el 11% de la monedaperuana.

Gamarra impulsó la fabricación de moneda depequeña denominación para su circulación en losdepartamentos de Ayacucho, Arequipa, Puno yCuzco. Constituían la principal fuente del pago detributo y el numerario era necesario para animaruna economía que incluyese a la poblacion indíge-na. Parece que se intentó aquí también rebajar la leyen 1830 (Basadre 1968-1970; Deustua 1986: 334;Remy 1988: 456; Luque 1991).

FISCALIDAD

Tener un aparato estatal independiente implica-ba mantenerlo con recursos propios. En un princi-pio, el Estado independiente reprodujo básicamen-te intacta la estructura fiscal del Estado colonial.Las modificaciones posteriores obedecieron a laexoneración tributaria del sector socioétnico vence-dor en la guerra. La alcabala colonial fue abolida y,en breve, el rubro de ingresos ordinarios estuvocompuesto principalmente por aduanas, contribu-ciones personales (tributos) y, en menor medida,patentes y predios. La contribución llamada de“castas” rigió sólo temporalmente.

Si la ciudadanía estaba costreñida, en parte, a lacolaboración con el mantenimiento del Estado, elPerú hacía su ingreso al republicanismo con especi-ficidades al recurrirse al sistema de capitación, aun-que por categorías, y mantenerse el tributo indíge-na. La copiosa documentación legislativa sobre im-puestos, recopilada por Oviedo y Dancuart, se ca-

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La ciudad de Iquique en el siglo XIX.

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racteriza por ser contradictoria, acorde con los tu-multuosos tiempos caudillescos.

ContribucionesLa abolición del tributo indígena colonial no pa-

só de ser otra de las promesas incumplidas. La polí-tica social de la república para con el indígena, lanecesidad de captación de mano de obra para lasunidades productivas y las urgencias del fisco anu-laron las buenas intenciones iniciales. El cobro deltributo era relativamente sencillo (y provechoso).Por otro lado, la propia población indígena enten-dió desde tiempos coloniales que el pago del tribu-to significaba algo así como la compra de su dere-cho a la tierra. El flamante liberalismo mantuvo eltributo y, con él, a la comunidad como la institucióncapaz de asegurar su cobranza (Dancuart-Rodrí-guez 1902-1926: IV: 94-96).

Luego del fracaso de la “única contribución” bo-livariana (capitación general), el 11 de agosto de1826 se restableció oficialmente el tributo, con loque se consagró la desigualdad legal entre los ciuda-danos. Esta aberración republicana fue llamada eu-femísticamente “contribución” de indígenas.

Al “especificarse” que regían las normas vigentesen 1820, la cobranza del tributo fue tan ambigua co-mo en tiempos coloniales. Es decir, la fórmula de lacostumbre servía para dejar en libertad a los cobra-dores. Normalmente las cuotas oscilaban entre 3 y9 pesos anuales. Los caciques fueron legalmenteobligados a pagar dado que sus cargos habían sidoabolidos (Oviedo 1861-1872: 301-304, 318; Dan-

cuart-Rodríguez 1902-1926 I: 277-278; Remy 1988;Peralta 1991; Walker 1992: cap. 5).

De 7 962 720 pesos de ingresos totales en 1830,al tributo correspondían 945 468 (12%). Hacia finesde la década su incidencia aumentó a casi el 40%(Dancuart-Rodríguez 1902-1926: III: 54-55).

El tributo, como en tiempos coloniales, debíagarantizar la afluencia de mano de obra indígena alas unidades productivas.

Paralelamente surgió la contribución de castas,que debían pagar todos los no indios (a excepciónde la burocracia) entre 18 y 50 años de edad. Se pa-gaba una cuota fija de cinco (luego tres) pesos másel 4% (luego 3%) del producto neto de las utilida-des industriales o patrimoniales del contribuyente.Su importancia fiscal fue menor que la del tributo.

Al afectar a la población mestiza y criolla, esteimpuesto estuvo en la mira de los caudillos. Su his-toria fue bastante intrincada. En julio de 1829 fueeliminado, a la vez que se mantenía el tributo y serestablecían las patentes. Fue restituido en marzode 1830 para quienes no pagaban patentes. Duran-

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Litografía de un indio cuzqueño inspirada en una fotografíade Emilio Garreaud, siglo XIX. Imagen aparecida en el Atlas

geográfico del Perú (París, 1865).

Lima 73 945,2 86 104,4 106 049,6

Ayacucho 128 278,4 41 860,6 170 139,2

Cuzco 264 805 47 032 311 837,6

Arequipa 93 420,2 54 364,2 147 784,4

Junín 130 270,6 104 383,6 234 654,4

Trujillo 129 796 84 638,4 214 434,4

Puno 218 885,4 13 404,4 226 290

Totales 1 039 402 431 788,2 1 471 190,2

Cuadro 14

CONTRIBUCIÓN INDÍGENA Y DE CASTAS (promedios anuales)

Departam. De indígenas De castas Total

Fuente: Dancuart-Rodríguez 1902-1926: II: 47.

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1826 1838 1853(3)

Departamentos(1) Indígenas Total Indígenas Total Total

Total % Total % Total % Total %

Lima Total 73 945.2 46.2 160 049.6 100 283 458.7 87.7 323 337.2 100 247 138

% 7.1 10.9 16.1 17.8 15.4

(Lima y Callao) (162 341.5) (168164.4)

(Ancash) (121 117.2) (78 973.4)

Ayacucho Total 128 278.4 75.4 170 139.2 100 214 373.7 99.7 214 932.4 100 223 215.5

% 12.3 9.7 12.2 11.9 13.9

(Ayacucho) (149 026.3) (141 500.6)

(Huancavelica) (65 347.4) (81 714.7)

Cuzco Total 264 805.6 84.9 311 837.6 100 401 185.6 99.5 403 263.7 100 350 488

% 25.5 10.9 22.8 22.3 21.8

Arequipa Total 93 420.2 63.2 143 784.4 100 157 606.5 96.6 163 064.3 100 143 750

% 9.0 10.2 9.0 9.0 9.0

(Arequipa) (98 034) (94 171.2)

(Tacna) (59 572.5) (49 578.6)

Junín Total 130 270.6 55.5 234 655.4 100 158 343.2 97.4 162 592 100 153 370.4

% 12.0 15.9 9.0 9.0 9.6

Trujillo Total 129 796 214 434.4 100 249 027.3 99.4 250 497.4 100 179 041

% 12.5 14.6 14.2 13.8 11.2

(La Libertad) (177 441.2) (122 785.3)

(Amazonas) (18 543.3) (15 092)

(Piura) (53 042.6) (41 163.5)

Puno Total 218 885.4 232 290 100 293 300.7 100 293 300.7 100 306 735

% 21.1 15.8 16.7 16.2 19.1

Total general Total 1 039 402 70.7 1 471 190.2 100 1 757 296.4 97.0 1 810 988.1 100 1 603 738.1

% 100 100 100 100 100

Total

surandino Total 611 969.6 85.7 714 267 100 908 860.4 99.7 911 497.1 100 880 438.5

(2) % 58.9 48.5 51.7 50.3 54.9

Cuadro 15

CONTRIBUCIONES DIRECTAS DE INDÍGENAS Y TOTALES SEGÚN LAS MATRÍCULAS DE 1826, 1838 Y 1853, POR DEPARTAMENTOS

(en pesos de 8 reales)

(1) Hemos agrupado los departamentos según la división administrativa en vigor en 1826 (nombre de departamentos en negritas). Los nombres ycifras entre paréntesis corresponden a las divisiones administrativas hechas después de 1826.

(2) Cuzco, Ayacucho, Puno y Arequipa.(3) Se calcula que en total la contribución de indígenas fue de 1 400 000 pesos.

Fuente: Remy 1988: 458.

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te el corto gobierno de Salaverry (1835) no rigió. Suabolición definitiva ocurrió en 1840. Para eliminar-lo, Gamarra adujo que “ha recaído sobre personasmiserables cuyos recursos apenas bastan para soste-ner las primeras necesidades de la vida, sin aliviarlas del Estado” (Oviedo 1861-1872: XV: 318-339;Dancuart-Rodríguez 1902-1926: III: 102).

AduanasLas aduanas resultaron uno de los pilares para el

Estado. Sobre todo para el gobierno que ocupaba lacapital. Representaban aproximadamente un 16%del total de los ingresos fiscales hasta los años 1830.Hubo años de recaudación extraordinaria. Uno deellos fue 1831 cuando las aduanas recaudaron 2 269962 pesos.

Cuadro 16

INGRESOS DE LAS ADUANAS

Años Recaudación

1820-1833 1 300 000 pesos al año

1834 1 089 950

1835 1 265 509

1836 859 251

1837 1 298 022

1838 776 806 (9 meses)

1839 1 300 000

1840 1 197 634

1841 1 251 845

1842 1 372 527

1843 1 416 616

1844 1 587 941

1855 1 965 313

Fuente: Rodríguez 1895 y Dancuart-Rodríguez 1902-1926: II y III.

Otros impuestosLa alcabala del “cabezón” fue sustituida por las

patentes en 1826. Debían pagarlas los artesanos, co-merciantes y profesionales, según cuatro categorías,como requisito indispensable para ejercer su activi-dad. Con este fin se reanimaron los gremios, mas elcobro no era ya solidario como en tiempos colonia-les. El régimen de Salaverry intentó fugazmente res-tablecer las alcabalas a la usanza colonial en 1835.En 1833 se volvió a cobrar la media anata civil yeclesiástica.

La contribución predial gravaba las propiedadesrústicas y urbanas según una tasación o el montodel arrendamiento.

Una relación de la cobranza correspondiente a1830 muestra la incidencia de los impuestos en eltesoro público, sin contar el rubro de aduanas.

Cuadro 17

Indígenas 1033 402 pesos

Castas 431 784

Casas de moneda 1230 000

Novenos 38 458

Vacantes 2 309,7

Predios 41 368

Cobos y diezmos 144 177,4

Media anata 433,5

Papel sellado 59 927

Correos 46 202,6

Títulos y tomas de razón 402,6

Papel de títulos 1 778,4

Pólvora 1 906

Nieve 12 650

Bienes del Estado 10 107,1

Censos y capellanías 190 390,8

Pasaportes 3 260

Patentes 97 447,1

Fuente: Dancuart-Rodríguez 1902-1926: II: 51-52.

DEUDA PÚBLICA

Deuda externaPara afrontar los cuantiosos gastos de la prolon-

gada guerra, el Perú recurrió al financiamiento ex-terno. Los enviados sanmartinianos Juan García delRío y Diego de Paroissien obtuvieron de la casa in-glesa Thomas Kinder en 1822 el primer empréstitopor £ 1 200 000, a 30 años y con un interés del 6%,considerando 2% a los comisionados. El enviadobolivariano Juan Parish gestionó el segundo en1825 por £ 616 515. Finalmente fue reducido a £577 500 y el gobierno apenas recibió £ 200 385, pe-ro quedó comprometido por el monto nominal. Co-mo resultado, en 1826 la deuda externa sumaba £ 1777 500 (Dancuart-Rodríguez 1902-1926: II: 222).

La enormidad de la cifra, los altos intereses (£100 000 al año) y el estancamiento económico pe-ruano se confabularon para establecer una morato-ria en el pago. Debe agregarse que el país debía seis

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millones de pesos a Colombia y tres a Chile (Mari-chal 1988; Mathew 1970; Palacios 1983; Tantaleán1982).

Deuda internaEl nuevo Estado asumió también una cuantiosa

deuda interna. Desde un principio, y para ganarseel apoyo de los influyentes comerciantes limeños,se reconocieron las obligaciones españolas paracon ellos, que ascendían a 7 760 000 pesos. Conotros créditos (incluyendo los “heredados” del ré-gimen colonial) la deuda interna alcanzaba en1827 la suma de 14 200 000 pesos sólo en Lima. Lallamada “reforma militar” de 1829 dio origen al in-cremento de esta deuda en 1 493 186 pesos. Estamedida tuvo que ser derogada en 1833.

Para cancelar la deuda (y a manera de “botín deguerra”) el Estado dio la ley del 9 de marzo de1825 por la que se pagaba los adeudos en bienespúblicos (incluyendo haciendas y minas), pero estedispositivo no rigió enteramente. En vez de ello, elEstado emitió bonos del crédito público que en1827 sumaban unos seis millones de pesos. Estosbonos fueron utilizados en la cancelación de im-puestos y hacia 1838 el Estado había amortizado yamás de cuatro millones de pesos en billetes.

Aparte del pago directo, se premió a los benemé-ritos de la independencia con bienes nacionales, enparticular en 1829, cuando se decidió dar de baja aparte de la oficialidad. Otro hito importante fue laventa de bienes nacionales y de establecimientos de

instrucción, beneficencia, comunidades religiosas yde la antigua caja de censos de indios hecha porSanta Cruz y Orbegoso en 1835. Anulada esta ven-ta en julio de 1839, en noviembre se permitió el usode estos bienes hasta que el Estado devolviera lo pa-gado por sus poseedores (Basadre 1968-1970: I-II).

GASTO PÚBLICO

En los tumultuosos años iniciales no pudo ela-borarse un presupuesto para controlar los gastos enfunción de los ingresos. El primer esbozo presu-puestal perteneció al ministro Morales Ugalde en1827. De un total de gastos ordinarios de 5 150 000pesos, 4 973 000 estuvieron destinados al pago desueldos. Entre ellos sobresalía la planilla del minis-terio de guerra (2 579 164 pesos), seguida por lasde hacienda (793 901), marina (353 055) y otras.En 1831 los egresos fueron 4 973 549 pesos, deellos los gastos militares fueron 2 932 219 (Dan-cuart 1902-1926: II: 131, 154-171).

Los gastos militares fueron enormes. El departa-mento de Cuzco, por ejemplo, asumía de sus pro-pios ingresos el abastecimiento de uniformes y suel-dos de las tropas. En 1832, se gastaron 229 294 pe-sos en las tropas acantonadas en la ciudad con unosingresos que ascendieron a 385 084 pesos, de loscuales el 82% provenía del tributo (Remy 1988:cuadro 2). La posibilidad que tenían los caudillosde aprovechar estos recursos fue un incentivo re-troalimentador del caudillaje.

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VIIILA INICIACIÓN DE LA REPÚBLICA

El Perú autónomo mantuvo la estructura socialy política de tiempos coloniales. No fue capaz dedesprenderse de consideraciones étnicoculturalesen el establecimiento del nuevo régimen. Quieneshabían optado por mantener el sistema colonial, alver que éste crujía, aceptaron el separatismo. Inclu-so, ampararon a aquellos que no habían sabido ha-cer este cambio a tiempo y la capitulación de Aya-cucho los había encontrado del lado realista. Así,

funcionarios coloniales y oficiales del ejército realis-ta “capitulados” participaron en la siempre difíciltarea de constituir un Estado independiente que de-bía ser, además, muy distinto del anterior.

No se trató de una simple copia o remedo de losregímenes republicanos de otras latitudes. Los repú-blicos locales buscaron un régimen representativoconvencidos de su eficacia en la forja de una nuevasociedad. A las limitaciones sociales y políticas de

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sus propulsores liberales se sumó elconservadurismo de quienesaceptaron el nuevo régimen aregañadientes, dando comoresultado la prolongaciónde las condiciones socia-les y económicas colo-niales luego de la inde-pendencia.

No extraña, poreso, que la formalidadhaya distado tanto dela realidad. Se buscóun Estado liberal, ba-sado en el dogma de lasoberanía popular re-glada por una consti-tución y ejercida a tra-vés del sufragio, la di-visión de poderes y elrespeto a las garantíasindividuales políticasy económicas por par-te del Estado (Basadre1929; Pareja 1954).Se logró una repúbli-ca que se asemejabaa una monarquía (aexcepción de la estabi-lidad).

Aun debilitado porla guerra y la crisis, elpoderío económico delos sectores dominan-tes les seguía asegu-rando su preeminen-cia social y política.Esta situación les sirvió para mantener en una con-dición marginal a la mayoría del país que apenas sise enteraría del cambio político producido. La dife-renciación social iba acompañada de una segrega-ción étnica y cultural que reproducía el esquemacolonial ya sin la relación de dependencia política.

Aunque dominantes, los grandes comerciantes yhacendados se hallaban bastante desarticulados co-mo para ejercer el poder político directamente y enbase a directivas claras. En vez de ello se contó concaudillos militares que aprovecharon su carisma ysu control sobre las tropas y los recursos fiscales pa-ra gobernar. Estos caudillos contaron con el aseso-ramiento de diversos personajes civiles. Algunos deellos representaron a los sectores sociales pudientes

y su apoyo no destacó precisamentepor su desinterés.

SITUACIÓN SOCIAL

A pesar de las decla-raciones igualitarias, larepública recurrió a lascategorías de diferen-ciación étnica. La co-lonia había generadouna compleja jerarqui-zación de la sociedaden función de las ra-zas. A la república lebastó con una diferen-ciación más simple yfuncional. Las castasdebían establecer el lí-mite entre la parte do-minante (blanca) y ladominada (indios, ne-gros y diversos mesti-zos). Un problemamomentáneo surgió altratar de determinar elcobro de la contribu-ción llamada de castasy se resolvió de unamanera genérica y ne-gativa: castas eran losno indios.

La efervescencia ini-cial fue morigerándoseconforme los jacobi-nos (los más radicales)se enfrentaban a una

realidad difícil de cambiar. El ministro sanmartinia-no Monteagudo fracasó con sus actitudes contra lospeninsulares (expulsiones y confiscaciones) y pordestruir las bases del régimen colonial: abolicióndel tributo y servicios personales, manumisión deesclavos (libertad de vientres), etc. Los nuevosmandos del país deshicieron estas intenciones. Porlo pronto, los hijos de los esclavos quedaron bajotutela de los amos la que, en 1839, fue ampliada porGamarra hasta los 50 años; es decir, de por vida.

La república mantuvo el tributo como fuente fis-cal y base para el reclutamiento de mano de obra y,por ende, el Estado republicano tuvo que protegerla propiedad de los indios que venía siendo afecta-da por otras castas y funcionarios. El Estado débil

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Una sociedad “republicana” inspirada en el liberalismo político fuela aspiración de un grupo de pensadores peruanos del siglo XIX. En

la imagen un vitral que muestra a la república peruana.

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en la provincia fue sustituido por unsector no muy bien definido para en-tonces, conformado por los fun-cionarios y hacendados (favore-cido por las guerras civiles, lafalta de comunicaciones y laruptura de mercados), enuna especie de antesala delo que posteriormente se-ría el gamonalismo. Estoimplicó desechar la idealiberal de crear una pe-queña y mediana propie-dad rural extendida.Consiguientemente, serestringieron las posibili-dades de mestizos y blan-cos de acceder a las tierrasde los pueblos.

Fieles a sus principios,los liberales pretendieroncambiar las formas tradicionalesde propiedad y producción rura-les. Se buscaba eliminar la tenenciatradicional sustituyéndola con produc-tores vinculados libremente al mercado, quesirviesen de base para una ciudadanía extendida.

En general, se quería cambiar la situación del in-dio peruano. En un intento igualitario, en 1824 elgobierno de Simón Bolívar suprimió el tributo (30de marzo) y declaró propietarios a los indios origi-narios y forasteros (8 de abril). Además de las tie-rras de comunidad, la repartición incluía tierras es-tatales, con las que debían beneficiarse también losyanaconas de haciendas.

Estando en el Cuzco, Bolívar se enteró más decerca de la realidad. El anterior decreto había sidodado en Trujillo, una zona donde la problemáticaindígena no era tan diáfana ni acuciante. La nuevaperspectiva lo hizo avanzar en el proyecto. Enten-dió que la propiedad universal inmediata no era lomás conveniente por la voracidad de otros sectoressociales. El 4 de julio de 1825 declaró que los indiossólo podrían vender sus tierras a partir del año1850.

Paralelamente, se propuso crear las condicionespara renovar las relaciones sociales y económicas dela población andina. Ese mismo día abolió el servi-cio personal indígena: faenas, séptimas, mitas, pon-gueajes, etc. En adelante, debía regir la contrataciónlibre a través del salario; así también, ordenó elcumplimiento del reparto de tierras. Cada indio de-

bía recibir un topo si latierra era buena o dos to-pos si era de bajo rendi-miento. Para los curacassin tierra correspondíancuatro topos. Los cura-cas de linaje manteníansus tierras.

Bolívar reiteró la prohi-bición de cobrar el tributo

y terminó con los curacaz-gos, considerando “que la

república no reconoce desi-gualdad entre ciudadanos”. Es-

to debía impedir las vejacionesde las autoridades, a las cuales

mandó restituir las tierras usurpadas.Sin embargo, las nuevas autoridades repu-

blicanas (prefectos) y las elites criollas y mestizaslocales impidieron el reparto de las tierras comuna-les y reimpusieron el cobro del tributo indígena(Dancuart y Rodríguez 1902-1926: I: 272; Peralta1991: 36-39). La sustitución de los curacas por losvarayoc terminó con las estructuras de poder de lapoblación local, debilitándola en su conjunto frentea las nuevas condiciones políticas.

El restablecimiento oficial del tributo en 1826 seprodujo cuando Bolívar se hallaba de salida del Pe-rú. Impotente ante la presión de los sectores conser-vadores, el Libertador tenía ya otra actitud ante losindios peruanos por su defensa de las tierras comu-nales y la postura asumida por Quispe Ninavilcacontra las tropas colombianas (Favre 1986).

La presión liberal produjo una nueva ley quevolvió a declarar propietarios a los indios (31 demarzo de 1828). Las autoridades locales no cum-plieron con la elaboración de estadísticas que de-bían servir de base para los repartos de tierras. Porende, tampoco llegó a cumplirse.

La comunidad persistió, pero continuó sufrien-do despojos de parte de los hacendados, en un pro-ceso que vino a acentuarse hacia mediados del sigloXIX, luego de la abolición del tributo. Las primerasperjudicadas por la independencia habían sido las

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En la Lima, apuntes históricos, descriptivos,estadísticos y de costumbres de Manuel

Atanasio Fuentes, su autor dedicóalgunas páginas a la diversidad étnica

de la sociedad peruana. En la imagenuna litografía de dicha obra que

ilustra lo que Fuentes considerabauna “zamba” limeña.

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tierras comunales ocupadas por terceros en funciónde arrendamientos con las cajas de censos de indios,al desaparecer esta institución (Basadre 1968-1970;Hünefeldt 1989; Burga 1987).

Ya desde antes de la independencia, las propie-dades de los jesuitas habían sido repartidas entrelaicos. En el nuevo régimen similar suerte corrieronlos bienes de la Inquisición y los conventos supre-sos (Basadre 1968-1970; Aljovín 1990).

La arremetida liberal inicial fracasó. Desde ya,fue corta la vigencia de los decretos bolivarianospor enfrentarse a fuerzas sociales y burocráticas in-teresadas en anular su aplicación. Para modificar lasformas tradicionales de tenencia y prestaciones la-borales se necesitaba mucho más que decretos.

No se desarrolló la expropiación masiva al cam-pesino indígena, que sería la base para la formacióna futuro de una burguesía rural fuerte económica ysocialmente; en vez de ello, se practicó una políticaconservadora de las relaciones tradicionales. Asítambién, la estabilidad entre los campesinos indíge-nas con respecto a sus tierras estuvo en la base de surelativa inactividad social a inicios de la república.

A pesar de la crisis de la producción y comercia-lización agropecuaria, y de la hostilización de loshacendados, la comunidad campesina persistió. Es-to provocó una tendencia hacia la autosubsistenciaque, además, fortaleció la cohesión interna de la co-munidad. La relativa abundancia de recursos (espe-cialmente tierra) sirvió de válvula de escape para losconflictos locales. Tierras vacías en las zonas margi-nales (punas y ceja de selva) permitieron a la ampliapoblación del valle del Mantaro sortear conflictosentre las comunidades y las haciendas. Incluso, enalgunos casos y por un tiempo sobrevivieron los cir-cuitos comerciales en tanto que decaía la economíade la población blanca y mestiza (haciendas, minas,ciudades). En el extremo la elite “misti” se desvane-ció por completo (sur del valle del Colca). En Aya-cucho los “mistis” siguieron controlando tan sólo eltráfico de coca. El resurgimiento de la economíacriolla estuvo ligado a actividades campesinas y, enespecial, a la comercialización de lanas del sur andi-no (Manrique 1985; Spalding 1974; Jacobsen 1978y 1993).

Las ciudades peruanas enfrentaron una clara ycreciente decadencia. Cuzco, Ayacucho, Jauja, Caja-marca y otras que fueran bastiones de las elites re-gionales disminuían en influencia económica. Sóloaquellas que mantuvieron (o adquirieron) el carác-ter de centros mercantiles (Lima, Arequipa, Huan-cayo) lograron retener su importancia. El papel po-

lítico jugado por las ciudades capitales de departa-mento también permitió un sitial preponderante.

La comunidad campesina se vio modificada porla presencia de personajes no indígenas ya desdetiempos coloniales. A esto contribuyó la anulación(o, al menos debilitamiento) del poder de las auto-ridades comunales tradicionales (curacas). A los fo-rasteros se fueron sumando mestizos que llegabanen búsqueda de tierras, sobre todo, en el valle delMantaro. Con la independencia, este proceso seconsolidó formalmente y los advenedizos se adapta-ron a las formas de trabajo comunales.

El nuevo sistema incorporaba a los mestizos yblancos a un régimen nuevo de contribuciones, so-bre todo cuando simultáneamente los grandes pro-pietarios habían dejado de contribuir al eliminarsela alcabala. La contribución de castas era más lleva-dera para un gran propietario que para los mestizossin bienes. Para éstos, es decir para la mayoría, elpago de la contribución significaba ser igualados alos indios, incluso en condiciones peores dado queahora debían pagar una capitación sin por ello teneracceso a tierras. En otras palabras, la vía que teníanpara obtener los recursos necesarios y cubrir susobligaciones era ingresar como dependientes a uncentro productivo. Esta contribución provocó, departe de los mestizos, una resistencia amplia, perodiseminada en el espacio (Remy 1988: 470-471).

SISTEMA POLÍTICO

Derrotado el monarquismo sanmartiniano nofue difícil para el Perú elegir el modelo republicanocomo forma de gobierno. La república, sin embar-go, adquirió características peculiares en el contex-to peruano luego de la independencia.

Extrañada de la política la parte más amplia dela población, se conformó una república oligárqui-ca. Este régimen excluyente se encontraba recién ensus inicios durante las primeras décadas de la inde-pendencia pese a que sus raíces se remontaban a lascondiciones políticas coloniales. Su introducción yformalización acarrearon dificultades sociales y re-gionales.

ConstitucionalismoUn rasgo remarcable en el constitucionalismo

peruano fue su formalismo. El debate más amplio yencarnizado fue doctrinario. Se discutieron y sus-tentaron vivamente ideas según proyectos princi-pistas que muy poco se defendían en la práctica. Li-berales y conservadores protagonizaron enardecidas

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disputas verbales en diversos foros. La tarea de dara la república una fisonomía determinada produjobellas páginas políticas pero de escasísima trascen-dencia práctica (Portocarrero 1987).

La abundancia de constituciones refleja la inde-finición social y política del Perú de entonces, perotambién el afán formalista de los forjadores del Es-tado peruano. De las cinco cartas fundamentales ha-bidas hasta 1840, tanto las tres liberales (1823,1828 y 1834) como las dos conservadoras (1826 y1839) dieron lugar a regímenes autoritarios que re-produjeron más bien la desigualdad colonial que laproclamada igualdad republicana (Pareja 1954). Ri-cardo Palma refiere el dicho popular decimonónico:“no hay nada más parecido a un conservador queun liberal; y viceversa”.

Lo común fue la disputa del poder entre perso-najes que no destacaban precisamente por sus afa-nes democráticos, no importando si eran conserva-dores o liberales. Estas dos tendencias no se distin-guían en el Perú por sus posiciones en cuanto a losproblemas básicos: régimen económico, libertadesdemocráticas reales, latifundismo, tierras comuna-les, esclavitud, centralismo, federalismo, etc.

Ni al inaugurarse ni posteriormente tuvo la re-pública un sistema democrático representativo. Enel orden práctico, el funcionamiento de la “demo-cracia” dejó muchísimo que desear. El mismo régi-men restringió el universo de derechos y deberes

ciudadanos con la exclusión de la mayoría. A pesarde esto, el fraude electoral fue una práctica común,al igual que la represión de los opositores políticose ideológicos.

No obstante, primó la necesidad de mantener laformalidad de los ideales y las instituciones de lademocracia representativa. Esto se manifestó másevidentemente en el afán por legalizar la usurpa-ción. Los regímenes instalados por la fuerza busca-ron invariablemente ser reconocidos como consti-tucionales. No hubo presidente alguno (aunque sellamara protector, jefe supremo, restaurador o rege-nerador), que no persiguiese la investidura ampara-da por una constitución y por el sufragio. De ahíque cada caudillo vencedor se esforzara por sometersu mandato a elecciones (manipuladas, claro está),para luego ser reconocido por el parlamento. Variasveces esto implicó modificar la carta magna (Basa-dre 1968-1970). El único que llegó a concluir su pe-ríodo de cuatro años fue Gamarra quien, a su vez,colaboró para que ni su antecesor ni su sucesor lo-grasen hacer lo mismo.

El régimen resultante fue una república censata-ria, timocrática y, en parte, aristocrática con gobier-nos pretorianos o sultanescos.

Una constitución menos idealista se dio en 1839en Huancayo, producto de un autoritarismo nacio-nalista en un país cansado de guerras internas y ex-ternas. El general Gamarra había vencido sobre el

liberalismo utópico. Lossectores conservadorespretendían imponer un ré-gimen de orden y de pazfortaleciendo el Estado co-mo garantía para el pro-greso. El poder ejecutivoeliminó los atisbos descen-tralistas y se reforzó a cos-ta de la disminución de lasfacultades de los demáspoderes y de los derechosciudadanos individuales.El presidente podía con-trolar a todas las autorida-des centrales y locales.

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Plaza de la Constitución enHuancayo, Junín. Un Congresoreunido en esta ciudad sancionóen 1839 una cartaconstitucional que eliminó losatisbos descentralistas.

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La tarea de formar un Estado con aspiracionesnacionales se topó con numerosos escollos. Sibien fueron muy importantes los relacionados a ladeterminación del espacio territorial y humanode la “nación”, también lo fueron aquellos quemás tuvieron que ver con la inexistencia de unadirección orgánica. Se apoderaron del gobiernocentral caudillos militares que, si bien obedecie-ron poco a sectores sociales determinados, reci-bieron la mayor influencia de parte de las elitescomerciales limeñas y de las débiles cúpulas depoder en los departamentos.

Un Estado nacional requería, en primer término,de instituciones que abarcaran todos los ámbitos dela administración. En tiempos coloniales la respon-sabilidad por la burocracia e instituciones corría acargo de la metrópoli. Ahora la situación cambiaba.Debía conformarse –con iniciativa y recursos pro-pios– un conjunto de instituciones nuevas y costo-sas, incluyendo al parlamento, a los gobiernos loca-les y a la diplomacia; a la burocracia civil y militar.Las instituciones mejor preparadas para abarcar to-do el territorio fueron la iglesia y el ejército.

EleccionesPrimó el sistema norteamericano de elecciones

indirectas, más acorde con una república que man-tenía la desconfianza en las instituciones democrá-ticas en el contexto de la conservación de las dife-renciaciones étnicas y sociales coloniales. El sufra-gio fue obligatorio (prerrequisito para ser elegido yocupar cargos públicos) y secreto desde 1823. Cada200 ciudadanos de una parroquia escogían a un“elector”; a su vez, el conjunto de electores de unaprovincia conformaba el colegio electoral que desig-naba a los diputados y senadores. El presidente eradesignado por el congreso. Desde 1828 la eleccióndel presidente se ciñó a las mismas normas que pa-ra los parlamentarios.

Sólo eran ciudadanos los varones mayores de 25años (o casados) que poseyesen una propiedad oejerciesen alguna profesión o industria con títulopúblico, eliminándose de hecho a los dependientesy jornaleros. A partir de 1840 fue requisito de ciu-dadanía el saber leer y escribir.

La edad mínima para ser ciudadano fue rebajadaa 21 años y se eliminó el requisito de la profesión u

oficio en la constitución de 1826. La ley de eleccio-nes de 1828 permitió que un tercio de los electoresde los pueblos de indios pudiesen ser analfabetos(con ayuda de alfabetos), lo que podía prestarse amalas interpretaciones.

La ley de 1834 delimitó la ciudadanía a los con-tribuyentes. Por ende, sí podían votar los indígenastributarios aunque fuesen analfabetos. En cambio,era requisito indispensable ser alfabeto y propieta-rio (o industrial) para ser elegido “elector”. Laconstitución de la Confederación (1837) exigía pa-ra ser senador una renta de mil pesos o el ejerciciode industria de 2 000 pesos. La constitución de1839 volvió a elevar la edad mínima a 25 años.

La opinión de las mayorías tuvo sin cuidado a laselites políticas, sociales y económicas. No obstante,sectores populares se manifestaron en diversas oca-siones en intentos democráticos por hacer sentir supresencia. Así sucedió en 1834 en ciudades relativa-mente populosas como Lima y Arequipa movidaspor intereses políticos e ideológicos liberales.

PERUANICEMOS AL PERÚ

El Perú inicial no puede calificarse en absolutode republicano, pues estaba muy lejos de regirse porlas normas políticas de ese sistema de gobierno.

Inestabilidad 1825-1835El protectorado de San Martín fue una fórmula

necesariamente transitoria e intermedia entre lamonarquía y la república. A su salida se produjo elprimer golpe de Estado del Perú independiente (elmotín de Balconcillo). Como resultado, el congresodesignó como primer presidente peruano al aristó-crata José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete. El

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Una caricatura de la segunda mitad del siglo XIX, con elsello de L. Williez, en la que se ironiza la venalidad de la

vida política peruana.

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país entraba con mal pie a su vida independiente.Empezaba a cumplirse el augurio sanmartinianoacerca del caudillaje.

La oposición organizada al caudillismo era sólodoctrinaria. La encarnó Francisco Javier de Luna Pi-zarro con sus seguidores y contertulios. Se mantu-vieron firmes en su defensa de la soberanía popularsegún el pacto social, la división de poderes y ladescentralización, pese a las condiciones cada vezmenos propicias para hacerlas realidad.

De su lado, el gobierno de Simón Bolívar signifi-có el centralismo y el verticalismo necesarios parallevar a feliz término la lucha por la independencia.Lograda ésta, Bolívar pretendió plasmar la utopía deuna patria grande. El Congreso Anfictiónico por él

convocado en Panamá no condujo a la ansiadaunión hispanoamericana.

Luego de Ayacucho, Bolívar se mantuvo en elPerú incrementando un poder que generaba el re-chazo de los sectores liberales y conservadores pe-ruanos, cada cual por motivos diferentes pero coin-cidentes en la necesidad de “peruanizar” la políticadel país. Bolívar impuso la constitución vitaliciaque combinaba el principio de autoridad (gobiernocentralista, fuerte y estable) y el de la democracia(sufragio).

En setiembre de 1826 Bolívar tuvo que abando-nar el país dejando las tropas colombianas y un con-sejo de gobierno presidido por Santa Cruz. A su sa-lida revivieron las tendencias nacionalistas, las de-mocráticas (encabezadas por Luna Pizarro) y laspersonalistas (caudillescas).

Los prefectos y generales bolivarianos (Gamarra,La Fuente y Santa Cruz) aspiraban a alcanzar elmando político supremo. En especial, cuando enmarzo de 1827 salieron los colombianos y, al fin, losperuanos pudieron decidir su política. Este hecho,algo exageradamente, ha sido considerado la verda-dera independencia del Perú.

En el nuevo congreso de 1827 volvía a influir latendencia republicana de Luna Pizarro. Dado quedebía elegir un presidente, el congreso nombró algeneral José de La Mar por ser, entre los pretendien-tes, el menos personalista y el más débil en cuantoa posibilidades de convocatoria política. Con esto,Luna Pizarro buscaba impedir el asentamiento delcaudillaje. El congreso anuló la constitución vitali-cia y dio una nueva de carácter antipresidencialistapero que no estableció el federalismo.

El alejamiento del ejército colombiano fue segui-do por dos conflictos armados: el primero con Boli-via y el segundo con la Gran Colombia. En el sur lasfuerzas de Gamarra eliminaron el régimen del ma-riscal Sucre en un intento por volver a peruanizar elAlto Perú. A la Gran Colombia debía oponerse unGran Perú.

La guerra en el norte fue relativamente fácil ensu fase marítima (agosto 1828-enero 1829). Elpuerto de Guayaquil retornó al Perú por breve tiem-po, pero la campaña terrestre fue desfavorable. Nose pudo tomar Cuenca porque el ejército del sur(Gamarra) había arribado demasiado tarde y los je-fes peruanos estuvieron más ocupados en intrigasinternas y personales. Sin victorias ni derrotas, laguerra entró en un estancamiento que condujo alreconocimiento de la situación jurisdiccional queregía en tiempos coloniales (real cédula de 1802).

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General José de La Mar, elegido presidente de la República en1827. Durante su gobierno tuvo que enfrentar varias

conspiraciones e incluso una guerra contra Colombia, cuyafracasada conducción le costó el cargo en 1829.

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A continuación, en junio de 1829 La Fuente yGamarra se sublevaron en Lima y Piura. La Mar tu-vo que dimitir y salió al destierro con el coronel Pe-dro Bermúdez, jefe de estado mayor. Gamarra que-dó como presidente interino y en diciembre asumióel cargo constitucionalmente para un plazo de cua-tro años, en medio de expectativas para iniciar unaera de tranquilidad política. El gobierno del ahoramariscal Gamarra no justificó esas esperanzas, yaque estuvo signado por la mano dura que el conser-vadurismo imprimió a su política en los distintoscampos y por 17 intentos fallidos de golpes de Esta-do (Herrera 1961).

En la política peruana se instauró el militarismoapoyado por la elite limeña que, dejando de lado elorigen mestizo del caudillo, anhelaba el orden so-cial y la preservación de la paz en las fronteras con-tra el posible desmembramiento de territorios en fa-vor de países vecinos. Basadre ha calificado este ré-gimen como “nacionalista autoritario” que preten-día, ante todo, la consolidación del orden, el robus-tecimiento del principio de autoridad y la paz quecondujera al progreso. La elite limeña quería un go-bierno “fuerte”. Gamarra estuvo asesorado por elgrupo ideológico autoritario encabezado por JoséMaría de Pando.

En el sur se mantenía latente la idea escisionista.El nuevo presidente boliviano era Santa Cruz y susplanes estaban dirigidos a ganarse las simpatías y elapoyo de los separatistas sureños. Pese a las provo-caciones santacrucistas, no llegó a producirse unanueva confrontación abierta.

El liberalismo antipresidencialista en el congre-so se mostró activo contra el autoritarismo gama-rrista. Célebre fue el intento de acusación constitu-cional contra Gamarra en noviembre de 1832. El ca-rácter principista se observa en que, no obstante ha-ber logrado reunir pruebas de violaciones menoresa la constitucion, el diputado Francisco de PaulaGonzález Vigil supo mantener la acusación argu-mentando que aun la más leve infracción constitu-cional es grave y merece una censura al ejecutivo. Eldiscurso concluyó con la frase: “Yo debo acusar, yoacuso” (Basadre 1968-1970: II: 36; Ferrero 1958:146-147).

El 19 de diciembre de 1833 debía darse unaprueba de fuego para el republicanismo en el país alcumplirse los cuatro años del gobierno de Gamarray se esperaba el cambio en medio del temor de losliberales ante la posibilidad de querer perpetuarse elcaudillo. Éste presentó como candidato a su no muyantiguo enemigo, el ya para entonces general Pedro

Bermúdez. La designación por parte de los sectoresantimilitaristas en la convención nacional recayósobre el general Luis José de Orbegoso. Con algunainfluencia política y social en el norte, Orbegoso re-sultaba una carta atractiva gracias a su escasa habi-lidad política. Era un militar fácilmente manejablepor los liberales, que reeditaron la misma estrategiaempleada para imponer a La Mar en dos oportuni-dades en los años 1820, con similares resultados,además.

El autoritarismo y el caudillismo no fueron eli-minados. Se inició una prolongada, sangrienta y en-redada guerra civil. Protagonizada inicialmente porBermúdez y Gamarra contra Orbegoso, la guerra secomplicó por la inclusión de otros caudillos y ban-doleros. Principalmente, el joven general FelipeSantiago Salaverry.

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Pedro Bermúdez, retrato por José Gil de Castro, 1832.Apoyado por Gamarra, presidente saliente, Bermúdez se

proclamó en 1834 jefe supremo de la República, desconociendo el nombramiento de Luis José de Orbegoso

como presidente provisorio.

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El 4 de enero de 1834 la dupla Bermúdez-Gama-rra dio un golpe en Lima apoyado por las guarnicio-nes del Cuzco, Puno, Ayacucho y Huancavelica. Elcentro, el norte y Arequipa se pronunciaron por Or-begoso. La población de Lima se enfrentó con éxitoa las tropas golpistas y Orbegoso pudo salir de surefugio en las fortalezas del Callao.

En el sur, las fuerzas arequipeñas del generalDomingo Nieto vencieron a los gamarristas pune-ños dirigidos por San Román. En el norte Salaverryencabezó la defensa del gobierno de Orbegoso. És-te actuaba en el centro, donde se encontraban lasprincipales tropas rebeldes respaldadas por una re-taguardia asegurada hacia el sur de Huamanga. Sinembargo, los soldados reclutados por Bermúdezprefirieron deponer a su jefe y, cerca de Jauja, el 24de abril en el llano de Maquinhuayo, lo que debióser una batalla se transformó en una ceremonia.Las tropas de ambos bandos se estrecharon en unabrazo fraterno (repetido a lo largo de los frentesde la guerra civil), en el que es imposible no ver elrechazo de la población ante las rencillas persona-les de los caudillos militares. Los golpistas fueronderrotados gracias a esta actitud ejemplar del pue-blo peruano.

La constitución liberal de 1834 recogió la ideade Luna Pizarro de permitir una unión política conBolivia. De otro lado, nuevamente quiso desterrar elautoritarismo eliminando el reclutamiento de tro-pas y declarando nulos todos los actos políticos delos gobiernos fruto de usurpaciones. El parlamentodebía controlar al ejército.

No se impuso, empero, la tranquilidad en elpaís. Desde Bolivia, y con el apoyo de su todavíaamigo Santa Cruz, Gamarra seguía conspirando.Como Orbegoso decidiera ir a pacificar el sur, elprimero de enero de 1835 el general La Fuente to-mó las fortalezas del Callao. Tres días después Sala-verry se apoderó de la plaza, pero el 22 de febreroeste joven general desconoció el gobierno de Orbe-goso y se proclamó jefe supremo de la república. Só-lo la guarnición de Arequipa continuó bajo el man-do del presidente Orbegoso.

El efímero gobierno de Salaverry se caracterizópor la restauración de privilegios de origen colonial.Volvió a establecer altas tarifas aduaneras, el tráfi-co esclavista e impuso mano dura al contraban-do y a la delincuencia.

La Confederación Peruano-BolivianaLa antigua unidad económica y política del sur

andino seguía latente a inicios de la república pese

al desmembramiento ocurrido con la incorporaciónde Charcas al virreinato del Río de la Plata y la for-mación de la república de Bolivia en 1825.

La separación política entre el Perú y Bolivia eraartificial. Peruanos y bolivianos veían al Desaguade-ro como un hito provisional y confiaban en que lle-garía el día en que volviera a ser tan sólo un río. Elproblema surgió cuando se pensó en la hegemoníay, conforme pasaba el tiempo, la situación se torna-ba cada vez más complicada. Se iban arraigando in-tereses políticos que hacían impensable una unióntan sencilla como lo fuera la desunión. Santa Cruz,al no poder gobernar un Perú grande desde el BajoPerú, lo intentaría desde el Alto Perú, no sin anteshaber tratado de desmembrar el sur y crear una si-tuación irreversible que dejara sin alternativas alcentro y norte (Herrera 1961).

No hubo, empero, un consenso en torno a la reu-nificación. Mientras los sectores pudientes de Are-quipa mantenían la postura de la fusión sudandina,los del Cuzco presentaban posiciones ambiguas.Compartían con los arequipeños la oposición alcentralismo limeño y en un principio su regionalis-mo hizo revivir en ellos la esperanza de convertir suciudad en la capital del nuevo Estado; mas luego,desilusionados por la política comercial favorable aArequipa, apoyaron a Gamarra en su plan por impe-dir la reunificación bajo banderas santacrucistas (Pi-ke 1967: 82; Basadre 1968-1970; Fisher 1987a: 31).

En el resto del Perú se pensaba de distinta ma-nera. La antigua audiencia no podía deglutir al an-tiguo virreinato. Una carta de Gamarra de 1829 re-fleja esta posición: “El Perú nunca ha sido de Boli-via, Bolivia siempre ha sido del Perú. El Perú nonecesita de nadie para existir, y Bolivia jamás podrásalir de la clase de pupila del Perú” (Gamarra 1952:187).

Ambos bandos beligerantes internos acudieron aSanta Cruz por ayuda y Santa Cruz prometió apoyara ambos. Estos pactos permitían al presidente boli-viano controlar la reunificación de los dos países.Decidió trabajar del lado de Orbegoso por ser elpresidente legal del Perú y representar menos peli-gro para sus propios planes. Gamarra, en cambio,aspiraba a liderar el proyecto personalmente.

Las fuerzas bolivianas cruzaron el Desaguaderoy el 8 de julio de 1835 Orbegoso cedió facultadesextraordinarias a Santa Cruz. En vista de esto, Ga-marra se alió con Salaverry, pero fue vencido en Ya-nacocha el 13 de agosto por los bolivianos. Sus tro-pas pasaron a engrosar las fuerzas santacrucistasque tomaron el Cuzco y Ayacucho. Ya en Lima, Ga-

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marra fue capturado por los hombres de su aliado ydesterrado en octubre junto a sus más cercanos co-laboradores.

La iniciativa contra los bolivianos y las fuerzasperuanas del sur fue asumida por Salaverry, apoya-do por los departamentos del centro y norte, contra-rios al separatismo sureño. Dominaba el mar y lefue fácil tomar Cobija y Arequipa, de donde tuvoque salir por la actitud hostil de la población.

Lima estaba a merced de los tumultos popularesy los bandoleros de la comarca. El 12 de diciembrelos marinos extranjeros empezaron a patrullar laciudad y el camino al Callao. Esto no impidió queun famoso bandolero conocido como el “Negro”León (León Escobar) capturase el palacio de gobier-no en medio del caos social. No sin sarcasmo cuen-ta Ricardo Palma que la gente limeña decía queLeón se había comportado, en realidad, igual quelos demás ocupantes del sillón presidencial. Haciafines de diciembre Lima fue tomada por el ejércitode Santa Cruz.

Como en oportunidades anteriores y posterioreslas elites limeñas consideraron a los invasores comosus salvadores.

A pesar de la victoria de Uchumayo, Salaverryiba perdiendo terreno, y el 7 de febrero de 1836 fuevencido en Socabaya. Santa Cruz lo fusiló sin mira-mientos al lado de sus seguidores más cercanos. Elnacionalismo del centro y el norte había sido derro-tado, en tanto que Santa Cruz quedó como dueñodel país.

Muy rápidamente Santa Cruz procedió a organi-zar la Confederación. Para asegurar el proyectomantuvo la integridad territorial de Bolivia mien-tras que dividió en dos partes al Perú. El sur quedóseparado del norte y, eventualmente, podía ser in-corporado a Bolivia si el norte se oponía a la Confe-deración. El Estado Sur-Peruano (Arequipa, Ayacu-cho, Cuzco y Puno) se independizó para integrar laConfederación el 17 de marzo en Sicuani; acto se-guido nombró Protector a Santa Cruz. Orbegoso di-mitió y fue galardonado como gran mariscal sin ha-ber combatido nunca.

El Estado Nor-Peruano tuvo mayores dificulta-des en su formación, pues los departamentos norte-ños (Lima, Junín, Amazonas y La Libertad) estabanmenos vinculados al mercado altoperuano. Laasamblea de Huaura prefirió mantener a Orbegosocomo presidente al incorporarse a la Confederaciónque se estableció formalmente el 28 de octubre.

El protectorado de Santa Cruz estaba investidode amplísimos poderes y hasta podía renovar su pe-

ríodo de gobierno de diez años. El espíritu autocrá-tico era evidente. Más aún, el Protector se rodeó deaduladores que generaron una oposición muy acti-va y que usó precisamente la personalidad (y raza)del gobernante para encubrir los motivos económi-cos de su rechazo político. Al definir lo peruano, lacoyuntura les brindó la ocasión de contrastarlo a loindígena (Basadre 1968-1970; Wu 1993; Méndez1993).

Si en Lima Santa Cruz era denostado, en Arequi-pa era casi venerado; incluso levantaron rápidamen-te una estatua ecuestre en su honor. Santa Cruz em-prendió reformas trascendentales en el plano co-mercial y fiscal con la idea de ordenar las finanzasperuanas y devolver la supremacía a los puertos pe-ruanos venidos a menos en beneficio de Valparaíso.La elite limeña y norteña fue afectada por el giro da-do en la dirección del comercio ultramarino. En vezde la tradicional preferencia en el tráfico entre el Pe-rú y Chile, se abrió el mercado importador trasa-tlántico. Esto último afectó también a los producto-res locales que engrosaron las fuerzas opositoras ala Confederación.

La Confederación despertó recelos en Argentinay, sobre todo, en Chile, cuyos gobernantes enten-

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El montonero León Escobar en una acuarela limeña del siglo XIX.

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dieron el peligro que para su país representaba laaparición de una potencia política y económica ensu vecindad. Como país territorial y económica-mente pequeño en ese entonces, Chile se impuso latarea de eliminar antes de su consolidación al Perúunificado.

El gestor de la actuación chilena fue el ex gober-nador de Valparaíso y entonces ministro Diego Por-tales. La claridad de su visión se muestra en el si-guiente fragmento de esclarecedora carta que envia-ra al jefe de la marina Manuel Blanco Encalada el 10de setiembre: la Confederación “(...) equivaldría asu suicidio [de Chile]. Unidos estos dos Estadosaun cuando no sea más que momentáneamente, se-rán siempre más que Chile en todo orden de cues-tiones y circunstancias. (...) La Confederación debedesaparecer para siempre jamás del escenario deAmérica. (...) la Confederación ahogaría a Chile an-tes de muy poco”.

No es de extrañar que los emigrados peruanosfueran bien recibidos en Chile. Sí puede resultar ra-ro que políticos civiles y militares ya fogueados sehubiesen prestado a los planes chilenos integrandolas fuerzas “auxiliares” de ese país contra la Confe-deración. Tal vez se pensó en Chile como la antiguasubcolonia limeña. La enemistad personal y las ten-dencias caudillescas pudieron más. Los intereseseconómico-comerciales hicieron el resto. Por elimi-nar a un “interventor” extranjero se recurrió a otro.

La Argentina de Rosas declaró la guerra a laConfederación. Sus acciones se circunscribieron alAlto Perú. De su lado, Chile organizó dos expedi-ciones que llamó “restauradoras”, con militares pe-ruanos. La primera, comandada por Blanco Encala-da, fracasó rotundamente y se dirigió a Arequipa,donde la Confederación gozaba de ciertas simpa-tías. Los chileno-peruanos fueron rechazados.

En la segunda expedición, iniciada en julio de1838, participó el general Gamarra. Los peruanostuvieron mayor autonomía, pero como jefe actuó elgeneral chileno Manuel Bulnes.

La presencia de tropas chilenas volvió a polari-zar al Perú. La fragmentación del Perú no podía seraceptada por el norte peruano y la guerra contra laConfederación adoptó un carácter nacional, al mar-gen del regional. La lucha se presentaba por eman-cipar al país de chilenos y bolivianos. En este senti-do se manifestaron numerosos jefes militares delnorte (por ejemplo, Domingo Nieto y Francisco Vi-dal en Huaraz). El propio presidente norperuanoOrbegoso se pronunció por el rompimiento de laConfederación, al mismo tiempo que se decidía aenfrentar a los chilenos.

Así las cosas, el norte peruano se enfrentaba alos chilenos en vías de la separación del sur. Noobstante, los gamarristas (La Fuente, Ramón Casti-lla y otros) decidieron combatir. Luego del enfren-tamiento en la portada de Guía o Piñonate (21 deagosto), las fuerzas peruano-chilenas ocuparon Li-ma. Nieto se refugió en las fortalezas del Callao. Almargen de los chilenos, una reunión de vecinos no-tables restituyó la constitución de 1834 y nombró aGamarra presidente provisional. El nuevo régimentuvo que enfrentar la actitud hostil de los diplomá-ticos, comerciantes y militares extranjeros que pre-ferían a Santa Cruz.

A esta hostilidad se fue sumando la que se gene-raba en Lima de parte del pueblo debido a la presen-cia de tropas chilenas y la figura autoritaria de Ga-marra. La cercanía de las fuerzas de Santa Cruz y losmontoneros limeños hizo replegarse a los restaura-

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Andrés de Santa Cruz promovió la formación de laConfederación Perú-Boliviana (1836-1839) que despertó

recelos en Chile y Argentina, países que finalmenteconsiguieron su disolución.

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dores hacia el norte. Santa Cruz volvió a tomar Li-ma y destituyó a Orbegoso.

El enfrentamiento decisivo se dio, no por casua-lidad, en el callejón de Huaylas, es decir, cerca de laretaguardia de los restauradores, donde Santa Cruzno podría contar con refuerzos. Luego de la batallade Buin (6 de enero de 1839) Santa Cruz fue derro-tado en la batalla de Yungay, al principio desfavora-ble a Bulnes (20 de enero del mismo año). El nortese impuso al sur; Lima se impuso al Perú unido. Sedisolvió la Confederación y los Estados del Norte ydel Sur, con lo cual llegó a su fin la experiencia dereunificación desde Bolivia.

Desde ya, históricamente correspondía al BajoPerú liderar la reunificación. El propio hecho de es-tar la iniciativa en el lado boliviano era algo anóma-lo. El mismo Santa Cruz no tenía una base sólida ensu propio país, y menos en el Perú. El apoyo arequi-peño partió principalmente de las cúpulas comer-ciales. La elite de Lima apoyó a Santa Cruz al igualque había apoyado antes a quienes entraron victo-riosos a la ciudad.

No se trató de una restauración. En realidad, lalabor del nuevo régimen se cuidó de no eliminar la

política de la Confederación. La obra administrativasantacrucista fue mantenida en lo general. En espe-cial, y pese a desviaciones y retornos temporales, seconsolidó el rumbo librecambista de la política co-mercial.

El conservadurismo de postguerraEn julio de 1840 el mariscal Gamarra dejó de ser

presidente provisional, para convertirse en presi-dente constitucional. Ésa era la costumbre, comotambién era usual variar la constitución haciéndolamás a la medida de las demandas políticas del sec-tor vencedor. Como premio para los peruanos, fueeliminada la contribución de castas. Los indios norecibieron la misma recompensa. Eran peruanos,pero el tributo pesaba demasiado en la fiscalidad yla articulación del trabajo. Dado que Lima estabaocupada por las tropas chilenas, el congreso consti-tuyente sesionó en Huancayo. En noviembre de1839 fue aprobada la nueva constitución, conserva-dora y autoritaria.

Una tendencia aún más autoritaria surgió en lasprovincias y en Lima, representada por el generalManuel Ignacio de Vivanco y el cura Bartolomé He-rrera. Vivanco era un joven aristócrata con aspira-ciones de dictador. Fue prefecto de Arequipa en elgobierno de Gamarra y, por ende, conocía el cami-no hacia el sillón presidencial. En diciembre de1840 se sublevaron a su favor las guarniciones deAyacucho, Cuzco, Arequipa y Puno bajo el lema de“regeneración”. En su interpretación esto significa-ba imponer un régimen más fuerte que el vigente,independiente de los pronunciamientos de los cau-dillos y controlado por jóvenes capaces y cultos.

El pueblo arequipeño apoyó activamente la ini-ciativa. Luego de vencer a las tropas de Castilla ySan Román en Cachamarca (marzo de 1841), Vi-vanco fue derrotado el 6 de abril en Cuevillas porCastilla. La rivalidad Vivanco-Castilla signó granparte de la vida política peruana en las siguientesdécadas.

La situación en Bolivia se complicó por la acciónde Santa Cruz desde el exilio. Sus intrigas, que ame-nazaban la estabilidad política boliviana y peruana,tuvieron éxito. Un golpe de Estado en junio puso auno de sus partidarios en el gobierno de Bolivia.Gamarra obtuvo del congreso peruano la autoriza-ción de guerra en un postrer intento por resucitar lafusión (o refusión) del Alto y Bajo Perú, esta vez ba-jo la iniciativa de un caudillo peruano.

La aventura tuvo un final desafortunado. Lasfuerzas militares y políticas bolivianas se unieron

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Contrario a los planes federativos de Santa Cruz, DomingoNieto apoyó a Orbegoso para evitar la fragmentación del país.

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contra la invasión peruana que alcanzó La Paz el 15de octubre. El 18 de noviembre, en la hacienda “In-gavi”, se produjo un enfrentamiento entre ambosejércitos. La muerte del presidente Gamarra duran-te la batalla puso punto final a la ambición peruana(y personal de Gamarra) por controlar la políticaboliviana. Con esta batalla se aseguró la libertad y lasoberanía de Bolivia.

EL CAUDILLISMO

La ausencia de un sector social políticamente di-rigente o hegemónico dio cabida al caudillismo. Elejército se volvió el “gran elector”. En el Perú la in-definición y el faccionalismo políticos fueron másmarcados que en otros países de la región. En dosdécadas se tuvo incontables guerras internas y almenos una docena de gobiernos. Ya antes de la in-dependencia el caudillismo había sentado reales.Los últimos virreyes fueron militares y algunos(Abascal) llegaron a concentrar un poder mayor delque fueran investidos. Es más, los militares, comocuerpo, en tiempos coloniales obtenían la parte ma-yor del “pastel presupuestal” (60-80%). Con esteantecedente, no debe extrañar el golpe caudillescoejecutado por La Serna al virrey Pezuela.

BasesNo se trató de militares enteramente apolíticos y

simplemente movidos por sus ambiciones persona-les o faccionalistas; tampoco fue el imperio surrea-lista del caos creado por unos cuantos. Hubo tam-bién mucho de regionalismo y nacionalismo; detrásdel personalismo hubo atisbos de una dirección po-lítica marcada por el pragmatismo y que giró en tor-no a puntos básicos tales como la política aduanero-comercial, el fomento a la producción local, la am-plitud de la participación popular en las decisiones,la defensa de la soberanía, etc. (Gootenberg 1991).

La inseguridad social de las luchas se reprodujoen las filas patriotas. Una guerra harto prolongada ydifícil generó el faccionalismo en las huestes inde-pendentistas. El temor de una ampliación social dela guerra indujo a los líderes conservadores a buscarsoluciones por su cuenta. La presencia de tropas ypolíticos y militares extranjeros decididos a acabarrápidamente la guerra incrementaba el temor. Igualefecto tenían los planes integracionistas pues el Pe-rú podía seguir perdiendo la hegemonía política deque había gozado antes.

Las distintas formas de solucionar los problemasde la guerra y la postguerra generaron otras tantas

visiones políticas. Mientras la tarea fue común (eli-minar el régimen colonial sin permitir un desbordesocial) los criollos se mantuvieron al lado del Liber-tador; inclusive su cercanía lindó con la adulación.Salvo un grupo de ideólogos liberales, el resto si-guió a Bolívar en su proyecto de la presidencia vita-licia. Ciertamente, su figura carismática y el poderque había concentrado impidieron la manifestaciónde facciones contrarias. Su retiro intempestivo pro-vocó la aparición de estas tendencias que habíanpermanecido más o menos ocultas.

Casi cada uno de los jefes militares vencedores(e inclusive capitulados) se creyó en el deber y elderecho de conducir al nuevo país hacia su reforma.Sus programas políticos, aunque rudimentarios,subyacían a sus manifestaciones personalistas (ofacciosas), regionalistas, nacionalistas, proteccio-nistas o librecambistas... pero todas autoritarias.Los caudillos estuvieron convencidos de su papelmesiánico en un país que, sin ellos, de seguro se su-mergiría en la penumbra del caos. Por evitar el de-sorden los caudillos mantuvieron al país precisa-mente en el caos durante más de un cuarto de siglo(Hamill 1992; Lynch 1992).

En ellos pesaba el “napoleonismo”, es decir, elideal de gran figura que acompañara a Simón Bolí-var. A la muerte del Libertador el lugar quedó vacíoy muchos fueron los candidatos a llenarlo. Gamarrainterpretó así la tendencia hacia la grandeza perso-nal y del país que veía su oportunidad de retomar supapel hegemónico en el continente: “Este incidenteterrible ha mudado de hecho nuestra situación po-lítica. El Perú se presenta desde ahora como un co-loso entre los demás estados americanos. Si marcha-mos con juicio y unión haremos del Perú la FranciaAmericana” (Gamarra 1952: 222).

No todos los redentores, sin embargo, tenían lasposibilidades reales de dirigir exitosamente una lu-cha faccionalista. Sobre todo porque el ejército sedividió casi en tantas camarillas como jefes había.

El profundo desdén de Gamarra por la sociedadcivil fue tornándose recíproco. La sociedad no viocon agrado la entronización de caudillos dilapida-dores de los recursos públicos y privados del país.Hubo, claro está, asesores civiles, representantes dedeterminados grupos sociales (generalmente con-servadores y económicamente pudientes) e indivi-dualidades que se les acercaban a fin de obtener al-guna prebenda personal (llamados “validos”).

Circunstancias específicas condujeron a que ladirección inicial del caudillismo fuese la determina-ción de las bases de la nacionalidad peruana. Si fue

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relativamente fácil expulsar a las tropas colombia-nas que representaban la presión bolivariana, algomás difícil resultó establecer los límites del nuevoEstado peruano, pues implicó hacer la guerra a paí-ses hermanos, en condiciones de indefinición de laindependencia americana y de graves penurias eco-nómicas y fiscales en cada novel país.

En este contexto aparecieron las definiciones delos peruanos y no peruanos. Se enemistaron anti-guos camaradas de lucha común por el hecho dehaber nacido en un lugar que España como metró-poli había separado administrativamente. La bús-queda de la hegemonía para resolver problemas se-mejantes desunió a quienes habían luchado porunos mismos ideales mayores. La fragmentación deun gran imperio generó diferencias irreconciliablesque anularon rápidamente la posibilidad de hacerrealidad el sueño bolivariano de la patria grandeamericana. En esta lucha se inventaron las naciona-lidades sudamericanas.

El pragmatismo hizo variar con mucha facilidadlos principios políticos de los caudillos. Gootenbergreconoce un liberalismo comercial vinculado al re-gionalismo sureño en los generales Domingo Nieto,Luis José de Orbegoso, Manuel de Vivanco, Francis-co Vidal y Andrés de Santa Cruz. De su lado, otrosector de generales autoproclamados combatientesnacionalistas, encabezados por Agustín Gamarra,estuvieron relacionados con el norte, la costacentral y la sierra: La Fuente, Eléspuru,Salaverry, Torrico, Iguaín, San Romány Castilla (Gootenberg 1988 y1989).

Ya desde tiempos colonialesse había observado que una delas escasísimas vías de movi-lidad social estaba represen-tada por el ejército (y lasmilicias). Hacia las postri-merías del régimen espa-ñol, inclusive esta alterna-tiva se encontraba mayor-mente vedada para los re-presentantes de los sectoresno blancos de la población.La posibilidad de un ascensosocial, que había inducido asectores mestizos, y en menormedida a negros, a enrolarse enel ejército realista, volvía a ser realcon las guerras separatistas. En con-diciones de estancamiento económico

antes y después de la gesta emancipadora, el ejérci-to cumplió el papel de “escalera” social. No resultararo, entonces, que la ambición de mejora hubieseseguido siendo la motivación para seguir al caudilloconsiderado benefactor.

De otro lado, la burocracia local se constituyó enuna importante base del caudillismo. Al quedar cla-ro que la causa española era la perdedora, los fun-cionarios provincianos se inclinaron por apoyar laseparatista con miras a sacar ventaja de la situación.Esta burocracia imprimió un fuerte carácter regio-nalista a las disputas caudillescas. Sus cálculos noestuvieron errados: los criollos coparon los nuevoscargos en el Cuzco, Puno, Arequipa y Huamanga(Peralta 1991: 35).

Ya con Bolívar, los altos jefes militares fueron de-signados para dirigir los departamentos en calidadde prefectos. Junto con la burocracia mediana y al-ta de las provincias, los jefes militares pudieron ac-ceder a los recursos humanos y materiales indispen-sables en cualquier proyecto caudillesco. Fue muyimportante el manejo de recursos fiscales y la capa-cidad de reclutamiento de tropas. Los caudillos sur-gieron en el sur del país, donde podían encontrarambos recursos. Casi fue un requisito, entonces, ha-ber sido prefecto para ser un caudillo afortunado.En general, sólo los jefes que lograron estas coloca-ciones pudieron aspirar a la disputa por el gobierno

“nacional” en Lima.

GamarraEl mejor ejemplo lo proporcio-

na Agustín Gamarra, figura prin-cipal de las luchas políticas loca-

les y supralocales a lo largo dela década de 1830 cuando sedecidió la suerte política delPerú y otros países del áreaandina.

Como muchos otros, Ga-marra inició su carrera mili-tar en el ejército realista.Actuó con Goyeneche en elAlto Perú contra los patrio-tas rioplatenses. Vuelto a

tiempo patriota de corazón,destacó en diversas acciones

por la independencia en tiem-

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Agustín Gamarra, caudillo militar de lasprimeras dos décadas de la vida

independiente del Perú.

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pos de San Martín y los primeros regímenes perua-nos. Estuvo en las campañas a intermedios que, sibien fracasaron bajo su mando compartido, le die-ron fama de decidido. En Junín y Ayacucho estuvoen primera línea, ingresando a la vida independien-te entre los militares y políticos más encumbrados.

Llegó como coronel y siguió escalando posicio-nes por méritos propios y maniobras políticas muycomunes entonces (compañerismo, oportunismo,demostraciones de fidelidad). A su prestigio militarGamarra unió su condición de peruano y, además,de vencedor. Con la salida de Bolívar las tendenciasliberales en el Perú quedaron sin apoyo militar, entanto que las tendencias conservadoras ganaban te-rreno.

Seguidor del liberalismo bolivariano, como otroscolegas militares y funcionarios, Gamarra fue asu-miendo poco a poco una actitud más pragmática enpolítica. En cuanto tuvo que resolver lo concernien-te al tributo, no vaciló en conservarlo. Sin duda,aquí primaron las necesidades de recaudación y re-clutamiento de mano de obra para centros produc-tivos. Esta actitud fue disfrazada de un paternalis-mo verbal de corte colonial, acompañado por unapolítica muy dura contra las manifestaciones deprotesta indígena (Peralta 1991: 42).

La legalización del tributo republicano dio a losprefectos el poder de un intendente sin rey a quiendar cuenta de sus actos. El frágil Estado peruanono tenía la más mínima posibilidad de ejercer pre-siones efectivas sobre sus instancias intermedias einferiores. Gamarra organizó el cobro con recauda-dores adeptos (generalmente mestizos), en tantolos criollos quedaban de subprefectos; también em-padronó a los tributarios y repartió tierras a los fo-rasteros.

En buena medida, la importancia nacional de loscaudillos provenía del control de los fondos del tri-buto. Para ello debía asegurarse la lealtad de los pre-fectos. En 1829 Gamarra analizaba su situación enestos términos: “Los prefectos son el primer puntode nuestra vista o la piedra fundamental de nuestroedificio. El Cuzco estará perfectamente con Bujan-da. No sé cómo están Puno y Arequipa. Tristán enAyacucho está muy mal; se lo está robando todo”(Gamarra 1952: 166).

Con el tributo se cubrían los gastos de la prefec-tura… y del prefecto. Fue la base desde la que Ga-marra (así como otros prefectos) pudo ascender enla escena política.

Su lanzamiento a la arena nacional se produjo en1827 en circunstancias especiales. El gobierno del

país había quedado en manos de dos “extranjeros”:los mariscales José de la Mar (nacido en Cuenca) yAndrés de Santa Cruz (nacido en el Alto Perú). Laidea “nacionalista” sirvió para delimitar pertenen-cias. Al menos, para convencer a Gamarra de ser elindicado para conducir el país. Con estas miras, seempeñó en fortalecerse primero para, a continua-ción, desterrar a los “extranjeros”.

Gamarra se autoproclamó el defensor del Perúante las pretensiones bolivarianas. “Somos libres:estamos constituidos bajo una carta que nos acaba-mos de dictar para que sirva de salvaguardia a nues-tras personas e intereses. Es forzoso sostenerla acosta del último sacrificio. El Perú, el respetable Pe-rú sabrá morir, pero no volver a la servidumbre. Meconstituyo desde ahora garante de su valor tantasveces acreditado, y prometo ante el Cielo que meescucha, conmover las piedras todas contra tan ini-cua pretensión” (Gamarra 1952: 103).

Contando sólo con fuerzas regionales y la hege-monía cuzqueña, el general-prefecto Gamarra logróinvadir Bolivia y vencer con relativa facilidad a lasfuerzas del mariscal de Ayacucho, Antonio José deSucre. Su proyecto de reincorporar a Bolivia al Perúrespondía a demandas económicas y políticas tradi-cionales y, por lo tanto, era compartido por sectoresinfluyentes del Bajo y Alto Perú.

Poco después, la conducción de Bolivia por San-ta Cruz generó una pugna irreconciliable entre am-bos caudillos por la hegemonía del proyecto de reu-nificación que ambos compartían. La diferencia es-taba en el hincapié peruano o boliviano en la rea-lización del mismo.

La popularidad de Gamarra iba en ascenso. Susderrotas militares pasadas habían sido borradas porlos éxitos de Junín y Ayacucho y los altos cargos mi-litares desempeñados. Su labor en la prefectura cuz-queña le había dado notorios dividendos políticosen el sur peruano (Cuzco, Puno, Arequipa y Hua-manga). Además, Gamarra había paseado al ejércitoperuano por tierras altoperuanas en un alarde depoder y desprendimiento. “Liberó” a Bolivia del“colombiano” Sucre y, a diferencia de lo que se es-peraba, colocó generosamente en el mando a boli-vianos... afines a sus intereses políticos, claro. Deahí su fama de vencedor de Piquiza. Era él el llama-do a peruanizar el país.

Su experiencia en el ejército y la prefectura le va-lieron mucho cuando ocupó la primera magistratu-ra. Ahí sembró amistades que le reportarían luegobeneficios políticos. Sabía por propia experienciaque los cargos de prefectos de los departamentos del

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sur eran importantísimos. Prefirió a personajes sinmayor carisma ni mando: los hermanos Tristán (co-nocidos realistas) y militares extranjeros. A estos úl-timos porque su propia condición les impedía aspi-rar a ocupar los más altos puestos políticos en elpaís en tanto los jefes locales eran mantenidos enpuestos de menor jerarquía y escasa influencia polí-tica (Villanueva 1981; Peralta 1991).

Gamarra estableció una red de informantes entrelos jefes militares. Desconfiado al extremo, porcualquier noticia no comprobada acerca de algunasupuesta deslealtad, hacía apresar al protagonistasin mayores investigaciones. Las intrigas, acusacio-nes y delaciones enturbiaban el ambiente ya enrare-cido de la política peruana, a todo lo cual contribu-yó su esposa.

Francisca Zubiaga Bernales de Gamarra (“DoñaFrancisca”, “Pancha”, “la Mariscala”, “la Presiden-ta”, etc.) no fue una mujer del común. Menos paraesos tiempos. Altiva cuzqueña, coqueta, dominante,arriesgada y resuelta, en el habla cotidiana y pala-ciega fue desde ahombrada hasta infiel, pasando porla verdadera gobernante tiránica del país, a más dela conductora real de las campañas atribuidas a sumarido. Riva Agüero decía en 1858 que Pancha ha-bía gobernado el país y el “imbécil de su marido nofue otra cosa que un instrumento por el que manda-se esa miserable mujer”.

Probada es su participación en diferentes accio-nes políticas y bélicas. Se le vio al mando de tropasentrando a sangre y fuego a pueblos en la campañacontra Bolivia (1828), sofocando conspiracionescon su sola presencia a caballo y con armas que dis-paraba mejor que algunos oficiales. Sus trastornosmentales fueron ciertos (Lastres 1945: 26), pero noexplican su actuación política. Pancha no domina-ba la política peruana de entonces. Sus intrigas rea-les o supuestas pudieron afectar determinadas rela-ciones políticas dada la naturaleza de la política pe-ruana de entonces.

Las principales fuerzas gamarristas estuvieronen el sur (Cuzco y Puno, principalmente): su tierra;sirviendo como retaguardia asegurada o zona invul-nerable a las influencias altoperuanas de SantaCruz. Gracias a su manejo de las finanzas estatales,Gamarra formó una frondosa burocracia civil y mi-litar a la que a un tiempo apoyaba y limitaba.

Otorgó facilidades a la población a fin de gran-jearse su confianza. Apoyó a la industria con adqui-siciones para el ejército, exoneró de impuestos y tri-butos a determinados personajes o sectores y pue-blos. En plena guerra civil de 1834, Gamarra pro-

metió exonerar del impuesto personal a blancos ymestizos de las provincias de Abancay, Aymaraes,Paruro y Quispicanchis si luchaban a su lado comomontoneros (Guardino-Walker 1994).

El apoyo político más confiable estaba en el ejér-cito. Anotando las memorias de Echenique, JorgeBasadre enumera las acciones de Gamarra (y el res-to de caudillos) para asegurarse la fidelidad del ejér-cito. Separó a todos los jefes de los cuerpos que nole fuesen adictos, sustituyéndolos por amigos leales,organizó una logia militar con el compromiso demutua ayuda para conservar estas colocaciones cla-ves, dio la ley de reforma militar, incorporó a oficia-les capitulados en Ayacucho y repartió ascensos.Gamarra recurrió también a la vinculación familiarcon militares: tal fue el caso de Salaverry, joven ofi-cial que en 1831 fue nombrado subprefecto de Tac-na y cuyo matrimonio apadrinó Gamarra al año si-guiente (Bilbao 1936: 85-86; Echenique 1952: I: 45;II: 349 n).

Así como los cargos militares, Gamarra distribu-yó empleos públicos. Ya como prefecto del Cuzcoen 1825 ubicó en los puestos claves de intendenciasprovincianas a personajes de su confianza. Designótambién los altos cargos judiciales cuzqueños, queabarcaron a ex funcionarios coloniales, ante la pro-testa de los “patriotas”. Agustín Gamarra fue tilda-do de “protector de los enemigos de la patria” (Vi-llanueva 1981: 67-71).

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Señoras limeñas en una acuarela del siglo pasado.

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Caracteriza su actuación pública su no menospúblico desprecio (y temor a la vez) para con los ci-viles. Este temor/desprecio se extendía a todos, pe-ro más precisamente a los “doctores” y a los libera-les de la generación de la independencia. No sonextrañas en cartas de Gamarra las expresionesagrias contra los políticos civiles a los que se referíacomo los “canallas”. “Los doctores, decía a un cole-ga, no nos pueden ver”. Ésos eran los conspiradoresde tertulias, los jacobinos que querían perturbar el“carácter dócil del peruano [es decir, el indio]” (Ga-marra 1952: 47, 70, 151).

Procuró manipular el congreso. Con este finbuscó que entre los representantes no se encontra-sen personajes influyentes contrarios a sus desig-nios. Uno de los objetivos mayores de sus ataquesfue Luna Pizarro, “ese malvado clérigo”, haciaquien Gamarra y otros caudillos demostraron un te-mor que extraña ante tanta manifestación de forta-leza en otros frentes. En setiembre de 1828 quisoimpedir a través de amistades en el colegio electoralde Arequipa que Luna Pizarro fuese elegido senador(Gamarra 1952).

Algo similar le ocurría respecto a los periodistas.Al parecer, Gamarra sabía cómo enfrentarse a un co-lega (peruano o extranjero) con sus mismas armas,pero no dominaba (ni con asesores) el campo de ba-talla del periodismo.

El oportunismo gamarrista puede verse en lasrelaciones que mantuvo con quienes estuvieron enel poder. Alabó a Bolívar mientras estuvo en el Pe-rú. Cuando el Libertador tuvo que retirarse, lo des-pidió con un “feliz viaje y que su vuelta sea másgloriosa que la de Pachacutec”. Muy pronto Gama-rra saludaba el cambio de régimen y no tardó encreerse el pachacuti que el país necesitaba (Gama-rra 1952: 52 y 63).

Gamarra tuvo un gran carisma. Era asombrosasu capacidad para arrastrar a la población a la luchapor su causa. Su actitud paternalista ha hecho pen-sar que tuvo la pretensión de constituir una especiede “utopía inca” autoritaria. Según Charles Walker,Gamarra buscó edificar un orden jerarquizado en elCuzco en el que los indios obedeciesen tal y como–suponía– sucedió bajo la dominación incaica.

Lo racial tuvo algo que ver en la política. Espe-cialmente en lo relacionado con los procesos del re-chazo o aceptación de caudillos por parte de los dis-tintos sectores de la sociedad.

Hijo de una ciudad donde un mestizo era blan-co, Gamarra lo fue sin eufemismos. Es probable quesu condición racial le haya permitido una mayor

identificación con la población mayoritariamenteindígena y mestiza de esa zona. Pero, así como estefactor pudo ser un atractivo político, en igual medi-da pudo constituirse en una barrera. El mestizo Ga-marra era en Lima un indio, tolerado en los salonespor la sociedad criolla en tanto que representaba lagarantía de seguridad y continuidad dentro de losparámetros de autoridad.

Los ataques menos encubiertos fueron dirigidoscontra su esposa. La desafiante “rabona” cuzqueñanunca fue perdonada (y menos admitida) por las“tapadas” limeñas. El rechazo a lo indio de algúngobernante (Santa Cruz) en la costa tuvo que vermás con la política que se planteaba y, sobre todo, lamovilización de la población que generaba esta po-lítica. Contra lo que se viene tratando de argumen-tar, el racismo no es un invento republicano (Mén-dez 1993).

Gamarra obtenía sus fondos para estas campañasde los cupos de guerra y, principalmente, de la re-caudación del tributo. Otras cargas fiscales tuvieronuna importancia menor en las finanzas departamen-tales y regionales. Sin embargo, Gamarra no derogóla contribución de castas hasta 1840, pese a habersido presidente durante cuatro años. Su vigencia lepermitía agenciarse recursos y ejercer un control so-bre la población mestiza.

El gobierno de Gamarra fue tal vez la expresiónmás clara del conservadurismo y autoritarismo de losinicios republicanos. Tanto en lo político, como en losocial y lo económico, representa la defensa de las re-laciones del antiguo régimen en circunstancias decierta movilización social luego de la independencia.Agustín Gamarra vino a ser el reemplazante de Bolí-var en el gobierno que quisieron tener los sectoresmás conservadores del Perú; en especial, de Lima.

En estas condiciones, el régimen de Gamarra fueun gobierno necesariamente autoritario y paterna-lista. Si habían de producirse cambios, éstos debíanprovenir desde arriba. Más específicamente... de él.En marzo de 1826 escribía “el Gobierno es el tutorde los ciudadanos: debe enseñarles aunque no quie-ran, los medios de hacerse ricos, vivir cómodamen-te, de hacerse opulentos y hallarse con facultadespara satisfacer las cargas del Estado” (Gamarra1952: 45, 52).

CONVERSOS, “GAMARRANOS” YHOMBRES DE TRAJE NEGRO

El hecho de que el Perú fuera gobernado pormilitares no excluye la participación de civiles. En

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la práctica, un pequeño grupo de civiles integró laplana de asesores y funcionarios de los diversos go-biernos. Inclusive, muchos de ellos eran los llama-dos “sobrevivientes”, pues provenían del coloniajey trascendieron las disputas personales y de cama-rilla de los caudillos asesorando a más de uno, yhasta a caudillos rivales entre sí. Esta circunstanciaobliga a pensar en una línea política más constantedentro de la inconstancia de la crónica guberna-mental de las primeras décadas republicanas. (En-tre los personajes provenientes de los círculos deasesores de tiempos coloniales destacó HipólitoUnanue).

Los intelectuales actuaban de validos o censores,es decir servidores incondicionales u opositores. Sedesempeñaban como representantes de prensa de loscaudillos atacando o contestando ataques de los ad-versarios de los militares a quienes servían.

Los validos, como los llamara Basadre, eran losadministradores, redactores de proclamas y normaslegislativas; eran los diputados y senadores ylos ministros de Estado en regímenes caudi-llescos (Basadre 1968). En realidad, no to-dos dependían del apoyo de un persona-je encumbrado para acceder a los pues-tos de influencia.

José Faustino Sánchez Carrión fueuno de los pilares del republicanismo enel Perú. Enemigo de la monarquía, lainestabilidad política y social lo acercó aun régimen fuerte. Fue secretario de Bolí-var en 1824 pese a que en 1822 habíadeclarado que “la presenciade uno solo en el mandome trae la imagen odiadadel rey”.

Tal vez el ejemplomás claro del validohaya sido Benito Laso.Longevo en su ciclovital y político, Lasofue abogado, político yburócrata, periodista, ministro(en diversos gobiernos) ymagistrado. Destacó comoliberal autoritario. Defendióla soberanía popular, criticóa la iglesia y al ejército a lavez que fue un sumiso cola-borador de algunos caudi-llos militares. Usaba el seu-dónimo del “Robespierre

peruano”, pero el pueblo lo bautizó como “gama-rrano”, al igual que a los demás parciales de Gama-rra (Basadre 1968-1970; 1980: 21).

Como criollo de la sierra sur, su actitud acerca dela soberanía era vertical. El indígena peruano era,para Laso, apático y con su conducta dificultaba losplanes republicanos; según él, urgía culturizar pri-mero a los indígenas para que pudieran –a largo pla-zo– constituirse en ciudadanos. El Perú necesitabamadurar antes de ser republicano.

Los asesores y funcionarios conservadores tuvie-ron una participación más decidida y consciente. Eleje de ellos fue José María de Pando.

Luego de estar al servicio de Fernando VII, Pan-do sirvió a Bolívar y a Gamarra. La lógica de su con-ducta funcional era hacer lo necesario para el Esta-do, al margen de la convicción personal, bajo una“ética de la responsabilidad”. En su rechazo a la de-mocracia y su correlato con la soberanía popular,fue partidario de un régimen fuerte y autoritario, de

un monarca o un presidente con un podercentralizado. La libertad era un principio

sacrificable en aras de la autoridad.Su pragmatismo lo llevó a apoyar a

regímenes contradictorios entre sí,pero todos autoritarios. Fue ministrode Relaciones Exteriores de Gamarraen 1829 y de Hacienda en 1830. Pan-

do escribió: “El gobierno es el ejecuti-vo de las leyes, por consiguiente de la

obediencia que el pueblo tributa a lasleyes, pero como la gran masa

del pueblo todavía notiene madurez paraobedecer debido a ra-zones cívicas, el go-bierno tiene que ba-sarse ante todo enla obediencia queel pueblo tributa ala autoridad, tiene

que entender la ur-gente reforma de la si-tuación nacional por el

principio de la auto-ridad” (Baltes 1968:53, 78).

Pando entendióque debía crearseun poderoso cuer-po de asesores paraese régimen que se

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José Faustino Sánchez Carrión fue secretario de Simón Bolívar y, al mismo tiempo, defensor tenaz del régimen republicano.

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iniciaba y aún no se definía en el país,para evitar cambios esenciales e irre-versibles en lo político y social.Así, constituyó una tertulia com-puesta de personajes con afini-dad de pensamiento que desta-caron como asesores políticosde los caudillos de la época,gestores de la opinión públi-ca financiando y redactandonumerosos periódicos. Apo-yaron a los gobiernos queconsideraban salvadores delpaís (Gamarra y Salaverry).

Esta tertulia rechazó la re-pública por estar llena de erro-res. La independencia, en su opi-nión, debió ser un cambio sólo dehombres y no de tipo de gobierno entanto que la libertad debía circunscri-birse a las actividades económicas y deter-minados derechos y deberes civiles, pero nunca al-canzar el ámbito político y social.

Estuvo apoyada por grupos económicos y perio-dísticos animados de las mismas ideas. Entre loscontertulios destacan Pedro Antonio de la Torre,

funcionario del ministerio de Ha-cienda, y Felipe Pardo y Aliaga,redactor desde setiembre de1830 del periódico oficial ElConciliador. Otros miembrosde la tertulia fueron AndrésMartínez, José Joaquín deMora, José Joaquín Olmedo,Manuel I. de Vivanco, José A.Rodulfo.

Conspicuo contertulio fueFelipe Pardo y Aliaga. Tuvo

una amplia e influyente laborperiodística y literaria defendien-

do los principios antidemocráticosy antiliberales. El liberalismo para él

era sinónimo de charlatanería, pretextode ambiciosos y revolucionarios, anuncio

seguro de anarquía.Salaverry era para Pardo el hombre que estable-

cería la dictadura que el Perú necesitaba para su de-sarrollo. En uno de sus escritos denominado “Cons-titución política” sostenía que había que darle alpueblo el mejor de los regalos: “cultura y bienestara palos”.

Como Pando, sus postulados principales estu-vieron ligados a la estabilidad política y económica,el orden, el respeto a la autoridad, la seguridad pú-blica, el desarrollo cultural elitista. Todo ello unidoa tendencias racistas de rechazo a lo popular.

Manuel Bartolomé Ferreyros de la Mata destacócomo diplomático, administrador y periodista. Em-parentado con altos y aristócratas funcionarios colo-niales y republicanos, actuó en la aduana del Callaoentre 1825 y 1852. Apoyó a San Martín, a Bolívar(luego se tornó antibolivariano), a Gamarra, a Sala-verry y a Castilla. Se enfrentó a Santa Cruz (Martí-nez Riaza 1985: 52, 96, 301; Wu 1993 cap. V).

Otros personajes fueron los llamados por Basa-dre “censores”. Eran la oposición a los gobiernos;los que “denuncian, condenan, critican, atacan”.Los hubo conservadores y liberales. Prevalecieron,no obstante, quienes se oponían principistamente alautoritarismo.

Aunque lleno de contradicciones existenciales,Manuel Lorenzo de Vidaurre fue uno de ellos. Des-tacado abogado, era fidelista en 1810 cuando com-puso su Plan del Perú. Luego de visitar Francia, In-glaterra, España y los Estados Unidos, en 1823 se

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Felipe Pardo y Aliaga, escritor satírico y políticoconservador.

Manuel Lorenzo de Vidaurre, jurista polifacético y ensayistapolítico de la primera mitad del siglo pasado.

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hizo “converso”. Hasta su muerte en 1841 ocupódiferentes cargos como presidente de la corte su-prema, ministro de gobierno, presidente del con-greso, etc.

Manifestó un espíritu reformista y amor por lajusticia. Quiso reglamentar su república platónica,confusa y utópica (Porras 1974: 119-126). Contra-dictorio, místico y polemista, llegó a escribir un li-bro para contradecirse a sí mismo: Vidaurre contraVidaurre (1839). Fue opositor del autoritarismopolítico.

Los más destacados opositores del autoritarismofueron los clérigos Francisco Javier de Luna Pizarroy Francisco de Paula González Vigil, así como Fran-cisco Xavier Mariátegui.

Luna Pizarro apoyó la emancipación desde elprincipio. Partidario del constitucionalismo y ene-migo acérrimo del autoritarismo, se opuso a las ten-dencias presidencialistas y, sin desempeñar cargopolítico alguno, ejerció una influencia enorme enlos acontecimientos más importantes de su tiempo.Como republicano, basó su pensamiento en el prin-cipio de soberanía: “La nación, confiando a sus re-presentantes el poder de constituirla, delega enellos la soberanía para que ellos y no otros la ejer-zan”. Sin embargo, al igual que los demás liberalesdel momento, Luna Pizarro tuvo muchos recelospara con la mayoría indígena (Basadre 1968-1970;Luna Pizarro 1959: 196).

Vigil centró su actividad en la defensa del parla-mentarismo y de la libertad de expresión. Su discur-so del 8 de noviembre de 1832 es claro al respecto:“Los peruanos no son vasallos de un rey cuyas ór-denes se ejecutan sin réplica, y cuyo disgusto hacetemblar; somos ya ciudadanos de un pueblo libre ynosotros particularmente representantes de esepueblo; somos el primer poder y nuestras resolucio-nes se cumplen”. Vigil fue un hombre de ideas, node acción. “Otra revolución es la que yo deseo, y ha-ce algún tiempo estoy haciéndola: revolución deideas en que el siglo marcha” (Ferrero 1958: 146;Basadre 1968-1970: II: 38-39).

El temor de los autoritarios hacia Luna Pizarro ysus partidarios estaba fundado, pues eran el princi-pal escollo político en la vía autocrática. Bolívar ex-clamó en carta del 6 de abril de 1825 a La Fuente,prefecto de Arequipa: “¡Qué malditos diputados hamandado Arequipa! Si fuera posible cambiarlos se-ría la mejor cosa del mundo”.

La primera generación liberal y republicana fra-casó. Sus miembros más consecuentes tuvieron queretirarse de la vida pública decepcionados por la

suerte de la república que ellos habían ayudado tan-to a forjar. Desde 1837 Luna Pizarro se retiró a suministerio. Dos años antes había hecho lo propio sudiscípulo Vigil, quien a diferencia de su maestro, en-tabló una ardua lucha por la reforma eclesiástica enel Perú (García Jordán 1988 y 1991; Klaiber 1980).

EL EJÉRCITO

El ejército republicano hizo las veces de un par-tido político en el cual los caudillos encontrabanapoyo u oposición para sus acciones políticas. Noera una institución profesional, el reclutamiento detropas y oficiales se hacía de la manera más arbitra-ria imaginable. Las luchas caudillescas permitieronademás que personajes sin mayor preparación cas-trense alcanzasen a ocupar cargos de responsabili-dad en sus filas.

En verdad, se trataba de un grupo limitado depersonajes que conformaban la plana de jefes y ofi-ciales. La tropa era reclutada a la fuerza, las más delas veces sin conocimiento del idioma castellano nide las causas que debían apoyar o combatir. El ejér-cito vencedor incorporaba a sus filas a las tropas delvencido. Por lo común, los indios conformaban lainfantería y los pardos la caballería.

Los indios eran los “pumacahuas” que se se-guían reclutando por medio de una especie de mitaguerrera con intervención de las autoridades de lospueblos. En 1827 Gamarra informaba sobre sustropas en el sur: “Para cualquier caso yo puedo dis-poner de 2 000 hombres buenos, fuera de monto-nera que sería inmensa. También tengo de 12 aquince mil Pumacahuas que son firmes y resueltos”(Gamarra 1952: 66). La capacidad de reclutamien-to era admirable. Santa Cruz puso en pie 16 000hombres durante la Confederacion (de ellos 11 000eran peruanos).

El manejo político del ejército era obvio. Se po-dían realizar carreras meteóricas según la ubicaciónque se tuviese con respecto a los caudillos en el po-der en un momento dado. Los ascensos (y descen-sos) fueron inmoderados, sin ser necesario siquieradestacar como militar. Hubo varios jefes con altosgrados que no tuvieron experiencia en el mando detropas (Riva Agüero, Orbegoso). Circunstancias po-líticas convirtieron a comerciantes en generales (Jo-sé de Rivadeneyra y Francisco de Paula Otero, porejemplo). El grado de mariscal fue más político quemilitar.

Pese a su “reforma militar” de 1829, para 1833Gamarra había incrementado la plana mayor del

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ejército peruano. Siete nuevos jóvenes generales sesumaron a los 19 ya existentes a fines de los años1820 (incluyendo a capitulados realistas). Orbego-so hizo lo propio. Ascendió a jóvenes oficiales conmiras de crearse una base sólida, pero le sucedió al-go similar que a Gamarra. No todos sus acólitos lodefendieron en el momento decisivo y uno de elloslo derrocó en 1835 (Salaverry).

En este contexto, resultó lógico recurrir a los mi-litares extranjeros, ya que, como tales, no había nin-gún peligro en promoverlos a los más altos cargos.Podían ser buenos ayudantes y consejeros peronunca aspirar a ocupar la máxima magistratura. Entanto, resultaba riesgoso beneficiar a militares pe-ruanos. Se prefirió ascender a oficiales jóvenes conla esperanza de contar con su lealtad durante unbuen tiempo.

Esta situación causaba preocupación en diferen-tes círculos políticos y sociales. Se trató de solucio-nar el problema restringiendo la plana mayor condispositivos que no se cumplieron, como la ley de1834 que establecía cubrir sólo los puestos que que-dasen vacantes. La de 1839 limitó la plana mayor aun solo mariscal, tres generales de división y seis debrigada; en la armada a un contralmirante y un vi-cealmirante.

En 1838 había mariscales y generales en excesoy sólo trece de un total de 29 eran peruanos. Ya nofiguraban Gamarra y sus seguidores. Tres de losnuevos mariscales, Miller, Cerdeña y Necochea,eran extranjeros; el cuarto era Riva Agüero. Entrelos generales reincorporados al escalafón destaca-ban realistas de corazón, tales como Pío Tristán yAntonio Vigil; Pedro Bermúdez era ahora fiel segui-dor de Santa Cruz (Wu 1993: 56-60).

Tras la victoria de Yungay, Gamarra purgó drás-ticamente a aquellos generales que habían apoyadoa Santa Cruz. Muchísimos nombres desaparecierondel escalafón; prácticamente todos los extranjerossalieron del ejército.

Hacia 1841 la plana superior del ejército habíasufrido modificaciones menores, pero algunas se-rían significativas a largo plazo. En especial, la in-corporación al grado de general de jóvenes oficialesde gravitante actuación en las luchas políticas de lasdécadas venideras: Castilla, Raygada, San Román yTorrico (Wu 1993: 63).

Con Gamarra se creó una verdadera oligarquíamilitar. A cambio de su sumisión al gobierno cen-tral los jefes militares de las provincias tuvieronamplias prerrogativas políticas y económicas. Losgastos militares eran el renglón más significativo

del presupuesto. En 1827, por ejemplo, alcanzaron2 500 000 de pesos de un total aproximado de 5millones.

En la práctica, el ejército peruano distaba muchode convertirse en una fuerza profesional. Ni siquie-ra la severa advertencia que significó la aventura bo-liviana de Gamarra en 1841 –que le costó la vida–,fue un incentivo para eliminar las disputas entrepersonajes por el poder político. Las luchas perso-nales (algunas con fuertes elementos regionales)continuaron en las décadas siguientes. Hacia la se-gunda parte de la década de 1840 la habilidad polí-tica de Ramón Castilla logró restringir la posibili-dad de los brotes conspirativos y guerras civiles. Es-ta circunstancia vino acompañada de otras más tras-cendentales, como la aparición del guano en la es-cena económica, que permitió al erario limeñoemanciparse de las remesas de impuestos y tributosque cobraban los prefectos departamentales. Los in-gentes e inéditos ingresos por concepto de explota-ción de los recursos guaneros cambiaron radical-mente las fuentes de financiamiento del Estado. Elgobierno central no dependió más de los potencia-les caudillos en un país harto de prolongadas, cos-tosas e inútiles guerras. Paulatinamente fue forján-dose, además, una elite limeña ligada al comercioimportador extranjero, interesada en una estabili-dad política que le permitiese aprovechar una co-yuntura económica favorable.

LA IGLESIA

La actitud de la república criolla para con la igle-sia estuvo signada por el regalismo y la necesidad deamortizar los bienes temporales. La regulación esta-tal de la jerarquía eclesiástica era un problema here-dado de tiempos coloniales (especialmente del tra-tamiento borbón) y en la república adquirió espe-cial magnitud dada la precariedad del poder políti-co en el país.

Otra dimensión de la relación consistió en la re-distribución de los recursos que captaba la iglesiade la feligresía por los diezmos y las primicias quecobraba. La finalidad era una redistribución de ren-tas entre el Estado y la iglesia, en favor del primero.Esto incluyó la secularización de bienes de la iglesiay órdenes religiosas: conventos, tierras, comercio yacceso a la mano de obra indígena. En setiembre de1826 fueron suprimidos los conventos con menosde ocho religiosos residentes.

La crítica mayor se centró en la necesidad decontar con una iglesia menos onerosa y no identifi-

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cada con el fenecido régimen colonial. Los de-rechos que cobraban los clérigos por los servi-cios que prestaban no solamente eran elevadossino prohibitivos y confiscatorios.

En circunstancias en que el país esperabarecuperarse de la ruina económica que le ha-bía significado su emancipación, la opinión dementes lúcidas se volcó contra los intereses dela iglesia. No solamente tenía bienes raícesque deseaban los nuevos vencedores; tambiénintervenía con ventaja en la distribución y re-distribución (improductiva) de recursos exce-dentes y elementales de distintos sectores dela población. En vez de volcar esos recursos ala reconstrucción estatal y privada, la gentedebía pagar altos precios por los servicioseclesiásticos.

De otro lado, el Estado republicano (localy central) urgía de recursos. Uno de los másseguros por la forma (y fórmula coercitiva) de co-branza era la masa decimal: los diezmos y las primi-cias que debía abonar el conductor de predios rús-ticos por la producción de haciendas y chacras.

Un tercer elemento era el poder político de laiglesia. El nuevo Estado necesitaba afianzarse. Asícomo eliminó los cacicazgos, debía limitar la in-fluencia que tenía la jerarquía eclesiástica entre lapoblación. Este problema era vital: los curas no só-lo eran importantes en aldeas, villas y ciudades, suinfluencia alcanzaba a las altas esferas políticas. Cu-ras y abogados constituían la mayoría de los repre-sentantes a los primeros congresos y asesores de po-líticos a todo nivel. Los curas influían en las decisio-nes electorales de los pueblos para la designación“popular” de diputados.

Estas motivaciones generales hicieron que lasnuevas autoridades peruanas planteasen un nuevotrato con la iglesia. Especialmente importante fueesta relación en provincias. En Arequipa y el Cuzcoderivó en un enfrentamiento muy sugestivo en lodoctrinal y enredado en lo político.

Benito Laso fue el más grande y decidido parti-dario de una reforma de la iglesia en el Cuzco. Des-plegó una agresiva campaña política por reformasen la jerarquía eclesiástica, los “dineros del Señor” yotros asuntos afines. Para ello usó las páginas de losperiódicos El Sol y El Censor Eclesiástico (este últi-mo creado por él), bajo el anagrama Tobías León.

El debate doctrinario fue epistolar y periodísti-co. El obispo cuzqueño José Calixto Orihuela asu-mió la defensa de los fueros y privilegios eclesiásti-cos. En cartas a periódicos y quejas al prefecto Ga-

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Una vista de la torre de la iglesia de Santo Domingo, en Lima, sigloXIX. Litografía inspirada en una fotografía de Emilio Garreaud.

Púlpito de la catedral de Lima por Matías Maestro, siglo XIX.Las autoridades del naciente Estado republicano peruano

ensayaron nuevas relaciones con la iglesia, frecuentementeasociada con el colonialismo español. Una de las medidas

tomadas fue la progresiva secularización de los bienes de lasórdenes religiosas.

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marra y gobierno central hizo sentir su rechazo alos ataques de Tobías León (Villanueva 1981: 97 yss.; García Jordán 1988: 352-355).

En Arequipa actuó Vicente Albistur, quien llevóadelante una campaña contra la iglesia similar a lade Tobías León. Publicó artículos del mismo tonoen La Estrella de Arequipa (1825), en los que critica-ba acremente a la institución religiosa por sus co-bros y privilegios.

Los gobiernos reclamaban para sí el derecho depatronato sobre la iglesia. García Jordán afirma queeste tiempo era de “relativa armonía entre la iglesia yel Estado”, ya que miembros de estos dos bandos te-nían las mismas ideas regalistas en torno al papelque la iglesia tenía respecto a la sociedad y estabaninteresados en la continuidad de las mismas estruc-turas sociales y económicas (García Jordán 1988:45).

BANDOLERISMO

Las bandas de asaltantes sobrevivieron a las lu-chas por la independencia. Ya desde el siglo XVIIIfueron un problema serio en la costa y partes de lasierra. En el siglo siguiente, a los bandoleros “tradi-cionales” se agregaron los licenciados de los diver-sos y numerosos ejércitos caudillescos. Se habíanconvertido en grupos sin ocupación fija a la esperade algún caudillo que solicitara sus servicios, ofre-ciéndoles recompensas que iban desde una “solda-da” formal hasta la posibilidad de realizar fechorías.

Los ex montoneros y soldados eran una de laspreocupaciones principales de las elites, pues ali-mentaban el caudillismo y la zozobra social. Eran el“espantapájaros” de los sectores pudientes y me-dios, víctimas más frecuentes de sus correrías queobligaban a “cierrapuertas” cuando ingresaban a lasciudades y pueblos y hacían peligroso transitar loscaminos de la costa (de Ica a Huacho) y las quebra-das hacia la sierra (Canta, Lurín).

Charles Walker encuentra que uno de los puntosclaves que diferenciaba a los conservadores y libera-les peruanos era el control social. Es decir, la acti-tud de los protagonistas en las disputas políticas an-te los sectores populares no fue casual. Además, porotro lado, los llamados bandoleros tampoco fueronactores secundarios en estas luchas. Sin descartar lacoerción en el reclutamiento, Walker propone quelos bandoleros participaron consciente y organiza-damente en ellas, contribuyendo con sus propiasreivindicaciones a enriquecer las ya complicadas lu-chas políticas y doctrinarias (Bonilla 1983: 81-95;Walker 1989: 120).

La distinción se encuentra en que mientras losconservadores prefirieron no soliviantar a quienesconsideraban bandidos, los liberales tuvieron ciertaconfianza en el pueblo. Una confianza coyuntural ycircunscrita al apoyo que podían encontrar en unsector armado y dispuesto a todo pues poco podíaya perder.

En parte, la búsqueda de la libertad para los es-clavos impulsó a los cimarrones a apoyar estas ac-ciones al lado de los liberales. De la misma manera,puede distinguirse una inclinación por éstos encontraposición con los conservadores de orígenesaristocratizantes.

Sólo es posible encontrar atisbos de inclinacio-nes políticas en las acciones de bandoleros. Se tratade una tendencia que diferencia la experiencia ban-dolera de principios de la república con respecto a

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Felipe Santiago Salaverry en un apunte procedente de laHistoria del general Salaverry (Lima, 1853)

de Manuel Bilbao.

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fines de tiempos coloniales, en que fue más marca-damente prepolítica. En especial, el cambio estuvodado por la naturaleza más social de las víctimas(hacendados, comerciantes y funcionarios), la ma-yor presencia de negros libres y esclavos y los vín-culos políticos con los liberales.

Los bandoleros participaron en diversas conspi-raciones contra los regímenes conservadores, enparticular, contra los gobiernos de Gamarra y Sala-verry. En 1835 un grupo liberal que pretendía de-rrocar a Salaverry entabló relaciones con el famosomontonero José Samián. Las fuerzas de éste entra-ron a Lima el 17 de mayo creyendo que serían acla-mados por el pueblo como les habían asegurado,mas Samián fue vencido y fusilado al mes siguiente.Había servido de “carne de cañón” para un plan an-tisalaverrino.

Precisamente, en 1835 se observa una gran acti-vidad de los grupos bandoleros. El gobierno de Sa-

laverry, de su lado, tomó las medidas más drásticaspara erradicarlos, incluyendo una nueva militariza-ción de Lima y sus alrededores. Se llegó a permitira los marineros de los barcos extranjeros participaren la persecución de los bandoleros.

Si bien puede verse cierta afinidad de interesesentre los bandoleros y los liberales, las diferenciasfueron de tal magnitud que resultaba impensable laposibilidad de una alianza entre ambos sectores. Laacción de los bandoleros era individual y desorgani-zada, política sólo en una escasa proporción. Aligual que los conservadores, los liberales no estu-vieron dispuestos a proporcionar a sectores popula-res (menos a bandoleros) un protagonismo políticodel que pudieran arrepentirse en muy breve plazo.Los reclutaron como se hacía en la sierra y en la cos-ta con los pobladores de menores recursos. La po-lítica social de los liberales no se diferenció casi ennada de la que tuvieron los conservadores.

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BIBLIOGRAFÍALa producción historiográfica sobre el Perú en la

transición entre la colonia y la república ha tenido un granimpulso en los últimos años. Nuevos temas y enfoques en-riquecen una historiografía que ya experimentaba cam-bios importantes en décadas anteriores. A los trabajos fun-damentales se han agregado estudios globalizadores ymonografías que permiten un mejor conocimiento y com-prensión del desenvolvimiento histórico peruano en esemomento crucial. Así como hay avances, empero, tambiénse tienen nuevos estudios que pretenden replantear el co-nocimiento histórico sin una base documental aceptableen cuanto a la calidad del material utilizado.

EL PPERÚ CCOLONIALLa historia colonial se vio enriquecida por nuevos

aportes en los estudios económicos. A sus ya “clásicos”trabajos al lado de Javier Tord sobre las bases y el desa-rrollo económico colonial peruano (Tord-Lazo 1980, 1981 y1984), Carlos Lazo ha agregado un estudio sumamenteacucioso sobre la moneda, que permite ampliar y profun-dizar las investigaciones acerca de la economía colonial(Lazo 1992). La misma función debe cumplir la publica-ción de fuentes realizada por Pablo Macera sobre los pre-cios de una amplia gama de productos básicos a lo largode la colonia (Macera 1992).

Luego de las aproximaciones de Javier Tord acercade la fiscalidad colonal (Tord 1977), la obra de John Te-Paske y Herbert Klein (1982), la de Klein (1994), la de Ro-nald Escobedo (1986) y Slicher van Bath (1989) vienen aclarificar el panorama en este básico y siempre difícil pa-rámetro macroeconómico.

Un aspecto privilegiado ha sido el comercio. Ade-más de la compilación de Josep Fontana sobre los efec-tos del llamado comercio libre entre España y América,donde destacan los trabajos de Antonio Bernal (1987) y deJohn Fisher (1987a), el tema ha generado varias publica-ciones recientes, una de las cuales pertenece precisa-mente a Fisher y analiza el último tramo colonial (Fisher1992). Al comercio específicamente peruano están dedi-cados el trabajo de Carmen Parrón (1984) y el de CarlosMalamud (1986).

En la producción minera mantiene vigencia el traba-jo de John Fisher (1977) que examinó las bases de estaactividad fundamental luego de la pérdida de Potosí. Car-los Contreras (1995) ha incidido en las funciones delasiento de Hualgayoc como centro minero secundario. Encuanto a las técnicas de trabajo, Juvenal Luque empiezaa presentar los resultados de sus estudios (1993).

La economía regional es mejor conocida ahora gra-cias a recientes aportaciones. El amplio norte peruano hasido estudiado por Susana Aldana, quien encuentra unmercado regional articulado de mayor incidencia econó-mica y sociopolítica de lo que habitualmente se tenía pre-sente (Aldana 1992a), en tanto, José A. García Vera estu-dia específicamente el comercio y los comerciantes trujilla-nos (1991). La sierra central ha inspirado estudios exhaus-tivos que permiten replantear el papel cumplido por estazona desde las postrimerías de la colonia. A este respec-to, destacan los aportes de Magdalena Chocano (1982) yFlorencia Mallon (1983 y 1995) sobre el comercio y las re-laciones económicas y sociales de Cerro de Pasco y el va-lle del Mantaro. El Cuzco y el sur andino son otra regiónprivilegiada en la atención historiográfica reciente. Luis Mi-guel Glave y María Isabel Remy (1983) presentan el resul-tado de una minuciosa investigación de la economía deOllantaytambo en el largo plazo que permite apreciar loscambios y las continuidades en el campo cuzqueño. Desu lado, Broke Larson (1982 y 1989) hace lo propio para elcaso del Alto Perú.

Los comerciantes limeños son el tema de investiga-ción de Cristina Mazzeo, quien orienta su trabajo al estu-dio del caso del gran comerciante criollo Lavalle (1994 y1995).

El estudio de unidades productivas no ha sido conti-nuado luego del exhaustivo trabajo de Polo y la Borda(Tord-Lazo 1981). En cambio, las plantaciones costeñasrecibieron un gran impulso con las investigaciones de Ma-nuel Burga (1976), Nicholas Cushner (1980), Keith Davies(1984) y Susan Ramírez (1991). Dentro de estos estudiosdestaca la atención prestada a las usinas internas de lasplantaciones con su producción transformativa comple-mentaria a la agrícola.

La producción industrial rural (obrajes) es estudiadapor Miriam Salas para Huamanga del XVIII (1984), NeusEscandell-Tur para el Cuzco colonial (1996), y otros auto-res en el marco de la economía rural y regional. Pocas ac-tividades industriales adicionales han convocado la aten-ción; las excepciones las constituyen el jabón, estudiadopor Susana Aldana (1988) y el vidrio, por Gabriela Ramos(1989). La industria urbana limeña es el objeto de estudiode Francisco Quiroz (1986, 1990 y 1995).

En cuanto a la sociedad, se ha seguido privilegian-do el estudio de los sectores pudientes. Los funcionariosperuanos (especialmente limeños) han sido el tema deacuciosos trabajos de Guillermo Lohmann (1974 y 1983),María Pilar Pérez Cantó (1987) y Teodoro Hampe (1992). AMark Burkholder, León Campbell y Thimoty Anna les haninteresado más los cambios en la burocracia colonial y susrepercusiones en la sociedad con respecto al problema dela independencia (Burkholder 1972, Burkholder-Chandler1984; Campbell 1978 a y b; Anna 1979). Se han ceñido,sin embargo, a la elite capitalina, sin mayores referenciasa los sectores medios y bajos de la burocracia, que sípreocuparon, por ejemplo, a Jorge Basadre (1973) aun-que sin presentar un estudio alternativo. La elite limeña esestudiada por Paul Rizo Patrón (1992), Alejandro Reyes(1995) y Alberto Flores Galindo (1984), quien la relacionacon sectores bajos de la sociedad que agrupa gruesa-mente en la “plebe”. En una segunda versión (1991) el es-caso papel que había atribuido a la población indígena ensu primer intento fue rectificado al hablar de una “ciudadsumergida” en Lima.

El estudio de las instituciones ha avanzado gracias alas aportaciones de John Fisher sobre las intendencias(1981), de Nuria Sala sobre la iglesia (1993), de BeatrizGarland sobre las cofradías limeñas (1993) y de los gre-mios artesanales limeños por Quiroz.

MOVIMIENTOS SSOCIALES YY AANTICOLONIALESLa labor de Scarlett O’Phelan (1979, 1982, 1983 y

1988) marca un hito en los estudios sobre la rebeldía enel Perú. No solamente es acuciosa en cuanto a la informa-ción acopiada sobre las distintas variables de protesta

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social y anticolonial; es además una alternativa a los en-foques que venían presentándose sobre el problema. Unaporte especial lo constituye la vinculación de los movi-mientos con el cambio ocurrido en la vida de la colonia araíz de la implementación de las reformas borbónicas.No se trata de un determinismo en tanto que las refor-mas borbónicas abarcaron los más variados aspectos(económico, político-administrativo, social, fiscal, cultu-ral). En su interpretación, el movimiento de Tupac Amaruno es solamente la culminación de un ciclo rebelde, sinoparte integrante del proceso emancipatorio peruano. Enmucho, sus resultados tuvieron implicaciones importan-tes para las luchas independentistas en el Perú (O’Phe-lan 1985).

Acerca de las causas estructurales de la rebeldíahan tratado Tord y Lazo (1981) y, relacionándola sólo conlos repartos, Golte (1980). Magnus Mörner y Efraín Tre-lles han hecho un valioso aporte al precisar los lugaresde apoyo y enfrentamiento a la rebelión (1986). Siguien-do la línea trazada por Rowe, Jan Szeminski, ManuelBurga y Alberto Flores Galindo han dedicado sus estu-dios a probar la presencia de elementos de la llamada“utopía andina” en los movimientos de protesta de los si-glos XVIII y XIX (Burga-Flores Galindo 1982; Szeminski1984, Flores Galindo 1987 a y b).

LA IINDEPENDENCIA EEN EEL PPERÚEn torno a la independencia persiste la discusión

sobre su naturaleza. En especial, acerca del sentido delcambio producido. A partir de los escritos de Basadre(1973) y Flores Galindo (1984), se reconoce la existenciade cambios no solamente políticos que, sin embargo, nollegaron a imprimir al proceso emancipador un contenidodiferente al del mero reemplazo de personajes y gruposen las esferas políticas.

Un enfoque que está dando buenos resultados esobservar la independencia como un proceso prolongadoen el tiempo (del tipo expuesto por Macera, Basadre yO’Phelan) y diversificado en el espacio. Mientras la visiónlimeñocentrista llevó a conclusiones parciales en torno ala participación peruana en el movimiento, un plantea-miento regional proporciona algo más que diferencias en“matices”: demuestra distintas actitudes locales (con va-riables internas) ante la emancipación. Así, el espaciomejor trabajado ha sido la sierra central y sur. Falta pro-

fundizar en el estudio de éstas y otras zonas a fin de co-nocer y entender mejor ese proceso.

Asimismo, el énfasis en el estudio del comporta-miento de la población en las campañas ha permitidoprecisar mejor la participación peruana en la indepen-dencia. A los ya clásicos trabajos de Rivera Serna, Tem-ple, Vergara y Beltrán sobre las montoneras y guerrillas,se suman los de Guardino (1989) y Quiroz (1992), que li-gan el comportamiento de esas tropas irregulares conlas condiciones de vida de la población y tratan de dis-tinguir entre los motivos que tuvieron para la lucha los di-rigentes de estos cuerpos y sus subordinados. Los tex-tos de Husson (1992) y Méndez (1990, 1991) discuten laparticipación consciente de los indígenas en la defensade una opción en la postguerra.

LA IINICIACIÓN DDE LLA RREPÚBLICAContra las ideas dominantes en décadas anteriores

acerca del control de la economía peruana por parte delcapital inglés inmediatamente luego de la independencia(Bonilla, Yepes, Tantaleán, Macera), Paul Gootenberg hapublicado influyentes trabajos demostrando que esa de-pendencia no se produjo de forma automática, sino lue-go de un lapso de tres décadas en que se barajaron po-líticas que llama proteccionistas y nacionalistas (Gooten-berg 1988 y 1989).

Buscando cambios, se han estudiado la minería yla mano de obra minera y campesina. José Deustua(1986) intenta demostrar el apogeo de la minería republi-cana, al parecer con una base documental no verificadaplenamente. Siguiendo esta información, Carlos Contre-ras (1987, 1989 y 1995) pretende demostrar cambios“traumáticos” en la minería republicana a partir de la de-satención de parte de las autoridades políticas y los pa-trones de reclutamiento de mano de obra. A excepcióndel suministro del azogue, todas las características quemenciona como novedosas se presentaban ya en el si-glo XVIII y fueron descritas por Fisher (1977).

Elementos más fundamentales en el plano social yeconómico permanecieron con variaciones sólo de for-ma. Entre ellos destaca el mundo campesino indígena: lasupervivencia del tributo y las tierras comunales en me-dio de acomodos estudiados por Hünefeldt (1982 y1983), Burga (1983), Glave-Remy (1983), Larson (1988),Bonilla (1989), Jacobsen (1993), entre otros. Se hace

hincapié en la resistencia campesina indígena ante laarremetida de otros sectores, que impidió temporalmentela conformación del gamonalismo, fenómeno característi-co de un momento posterior.

Poco se ha trabajado sobre las actividades trans-formativas. Al margen de referencias en estudios regio-nales, el trabajo de Thomas Krüggeler (1991) sobre el ar-tesanado del Cuzco a inicios de la república y los deGootenberg (1989) y Francisco Quiroz (1993) sobre Limapermiten aproximaciones a ese sector controversial en lacoyuntura del cambio.

La esclavitud republicana generó un interés revi-sionista con los esfuerzos de Cristine Hünefeldt, conti-nuados por su discípulo Carlos Aguirre (1993) y PeterBlanchard (1992). Aduciendo una supuesta tendenciadependentista en Macera, Aguirre expone un conjuntode nuevas características internas de la esclavitud lime-ña que la conducían a su autoextinción; sin embargo, to-dos los rasgos que considera nuevos se encuentran yaen el siglo XVIII.

Un nuevo impulso han tenido los estudios sobre losaspectos políticos. Víctor Peralta (1991) proporciona unvalioso aporte para la comprensión del fenómeno caudi-llista al estudiar las fuentes del poder de un personajecomo Agustín Gamarra. María Isabel Remy (1988) anali-za las condiciones tributarias del Cuzco inicial para elestudio de la sociedad local. Peter Guardino (1989) yGuardino y Charles Walker (1994) intentan analizar losinicios republicanos a través de la participación de sec-tores populares integrantes de bandas que apoyaban alos movimientos liberales contra los conservadores.

En un acucioso estudio, Celia Wu (1993) plantealas bases de las relaciones entre los diplomáticos extran-jeros y los caudillos peruanos. Proporciona un análisisdel ejército republicano en sus inicios, indicando los me-canismos de funcionamiento de la institución como “par-tido” político. Una de sus conclusiones más importantesse refiere a la fortaleza de los gobiernos caudillescos an-te las presiones de los diplomáticos extranjeros y sus es-cuadras acoderadas en el Callao.

Otra institución que ha merecido un tratamiento es-pecial es la Iglesia. Pilar García Jordán (1991) dedica unestudio al análisis de las relaciones de la Iglesia católicacon el Estado, enfatizando los ataques mutuos y el pro-blema de la secularización.

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Segunda mitad del siglo XVIII, del siglo de lasluces y de los grandes cambios en la manera de pen-sar y de sentir de la gente. Como los europeos, losespañoles americanos no fueron la excepción a laregla; ellos también comenzaron a darse cuenta dela necesidad de cambiar algunas situaciones, deter-minadas formas de vivir. Contaban con un ejemplomuy cercano, una colonia inglesa que se había con-vertido en una joven república y que desde 1776 te-nía gran éxito en su manera de autogobernarse: losEstados Unidos de Norteamérica. Las ideas sobre elbien común coincidieron con los ideales (libertad,igualdad y fraternidad) que legitimaron la revolu-ción francesa (1789) ante su propio pueblo y mu-chos otros espectadores, entre ellos los españolesamericanos. Unos pocos, que serían los líderes delos movimientos separatistas, bebieron rápidamentede ese conjunto de ideales liberales, pero fue de ma-nera muy lenta que el grueso de los españoles ame-ricanos comenzó a sentirse cada vez más americanoy menos español. Iniciaron así un largo y dolorosorecorrido hacia su libertad: la independencia de laCorona española.

Se ha dicho repetidamente que ese gran procesoechó raíces y tomó forma entre aproximadamente ladécada de 1780 y la de 1820, sin olvidarnos de quela idea había ido germinando a lo largo de todo el si-glo ilustrado, el siglo XVIII. No obstante, en esoscincuenta años las colonias españolas en Américalucharon duramente contra el sistema establecido yse convirtieron en repúblicas independientes queenfrentaron por sí mismas el reto del autogobierno.En adelante, los éxitos y fracasos del conjunto denuevos países se debieron a la capacidad o a la inca-pacidad de sus propios gobernantes; claro que en-marcados por una lucha soterrada entre países eu-ropeos, principalmente Inglaterra, por el predomi-nio de la escena internacional.

Estas grandes convulsiones y cambios no fuerontan sólo procesos, sino un cúmulo de hechos vivi-dos y sentidos por la gente de la época. Es más queprobable que en su momento, ellos –como ahoranosotros– percibieran que se estaba modificando suestilo de vida, pero que sólo pudieran aprehender ysobrellevar de mejor o peor modo las situacionesque los afectaban directamente. Ellos pasaron de

escuchar sermones quebendecían al rey y a la Co-rona a oír otros que ensal-zaban o satanizaban la li-bertad y la república. Sinestar acostumbrados a unejército real, comenzaron averlo crecer cada día, te-nían temor de la guerra yde las montoneras en parti-cular, y muchas veces bus-caron refugio en los con-ventos o en las haciendasalejadas de las ciudades. Enla vida diaria, las mujeresimpusieron un sello parti-cular al proceso emancipa-

EL ESCENARIO

La plaza Mayor de Lima porJohann Moritz Rugendas, cuyaobra nos ofrece un valiosocuadro de costumbres de la vidaperuana entre 1842 y 1845.

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dor, que hizo que éste no fuera sólo un asunto dehombres en un campo de batalla.

Se jugaba mucho en verdad: la vida y la muertede la colonia y de la república. Los hombres y mu-jeres comunes tenían que encontrar un espacio pro-pio. Un escenario sobre el que se sucedían los gran-des cambios de la historia y al que trataremos dedescribir acercándonos a tres grandes temas. El pri-mero, la vida cotidiana y la formación de los espa-cios de opinión, tanto en el entorno físico (cafés,plazas) como en el ideológico en sus variadas expre-siones (música, arte). El segundo, la mujer, la for-

mación social de las damas de elite, sus opciones devida (convento o matrimonio) y su participaciónactiva en el medio, sea como comerciantes, comointegrantes de las guerrillas o dirigiendo activos sa-lones literarios, reuniones de futuros sediciosos. Fi-nalmente, un breve esbozo del mundo religioso y elproblema en torno a la Iglesia nacional, la expulsiónde los jesuitas como impulso no previsto para la for-mación de los ideólogos locales de la independenciay la actitud del clero doctrinero, íntimamente vin-culado a la suerte del campesinado, nos permitencompletar ese sucinto escenario.

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IALGUNOS TEMAS DE LA VIDA DIARIA

¿Cómo era el cotidiano vivir de la gente de finesdel siglo XVIII y sobre todo a principios del XIXcuando se comenzaron a producir los hechos quedesembocaron en la independencia? ¿Cómo se fue-ron creando espacios públicos particulares dentrode la vida colonial de fines del XVIII para ir gene-rando una opinión pública favorable en torno a laindependencia? ¿Cómo se vivió el proceso militaren torno a 1821?

En general, había una gran dispersión de territo-rios, a pesar de que todos formaban parte del virrei-nato del Perú; a ello se añadía la deficiencia enlas comunicaciones. Los sucesos que ocurríaneran vividos por la gente de cada lugar, lo queno impedía que se conocieran posteriormenteen la capital y en el resto del virreinato. La ayu-da, si llegaba, era por lo común bastante tardía,no sólo por las distancias sino también por lasdificultades de transporte. Si sucedía algunadesgracia (como un terremoto o la presencia delos atemorizantes piratas) se realizaban proce-siones y rogativas, ya que estos males se consi-deraban castigo divino.

La experiencia de los limeños en este senti-do se marcó con el devastador sismo de 1746 yse conocía de otros sucesos semejantes en di-versos puntos del territorio, como Arequipa(1785) y Piura (1812), entre otros. Por su par-

te, aunque los piratas como William Dampier(1703), Woodes Rogers (1709), John Cliperton(1720), George Shelvocke (1720) o George Anson(1741) habían quedado atrás, el momento que se vi-vía a fines del XVIII y sobre todo principios del XIXpropiciaba la presencia de otro tipo de “piratas”: ar-madores ingleses y norteamericanos –y uno que otrofrancés– que cargaban mercadería en sus barcos porsu cuenta y se dedicaban al contrabando en territo-rio sudamericano. Algunos jugarían un rol impor-tante en el proceso de independencia: Guillermo

Indumentarias de los peruanos en la primera mitad del siglo XVIII:una limeña con traje de saya, otra usando traje ordinario, un español

con el llamado “traje del Perú”, dos mulatos y un criado de origenafricano.

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Brown estaría presente en el ataque a Buenos Aires(1806) y este hecho determinó que se ordenase pre-parar nuestras costas para su defensa (1815); mástarde, Basil Hall describiría paso a paso la situacióndel virreinato en el momento mismo de los hechosmilitares; Thomas Cochrane optaría por el lado pa-triota y se dedicaría a recorrer el mar peruano po-niendo en jaque a los realistas, aunque terminaríaalejándose de este territorio, desengañado de y de-sengañando a los patriotas.

Salvo por la rebelión de Cochabamba (1730), lasrevueltas caracterizaron la segunda mitad del sigloXVIII; no obstante, la mayoría de éstas no rebasó loslímites de la localidad en que ocurrían. La gente seamotinaba de manera casi espontánea sin un planpreestablecido, fuera por el abuso en obrajes comoen Pichuichuro (Abancay, 1765) y Cacamarca (Vil-cashuamán, 1774), en minas como Casapalca (Li-ma, 1777), o por otras situaciones como los repar-tos, las malas autoridades y los malos clérigos. Hu-bo revueltas muy grandes que fueron en verdad co-natos de rebelión, como la de los Barrios de Quito(1765) o la de los comuneros de Zipaquirá (Colom-bia, 1781), pero sería recién el levantamiento de Tu-pac Amaru en el sur andino (secundado por TupacCatari en el altiplano boliviano en 1780) la GranRebelión que remecería los cimientos del gobiernovirreinal.

EL CORREO

No existía una prensa escrita que circulara den-tro de los confines del virreinato. El ramo de co-rreos (administrado por la familia Carbajal) se en-cargaba mal que bien de la importación de periódi-cos –Mercurios, Correos, Gacetas y Diarios– quecirculaban en la Metrópoli, pero había una gran es-

casez de noticias locales serias, y para revertir estasituación se crearon publicaciones como por ejem-plo el Mercurio Peruano (1791). Sin embargo, a pe-sar de la escasa información, la gente se manteníamedianamente enterada de los grandes sucesos.

El correo funcionaba. Los administradores pos-tales podían tener un sueldo –como don Juan Jo-seph Arechabala que ganaba 780 pesos en la ciudadde Arequipa–, pero otros administradores obteníanun porcentaje sobre lo enviado; por ejemplo, las re-galías de don Bernardo Quevedo en Huancavelicaascendían al 25% de lo enviado. La correspondenciasalía siempre en fechas preestablecidas, fuera el ser-vicio ordinario o el de una carrera importante comoel correo general de Potosí. Tomemos el caso de Pu-no: el correo de esta ciudad hacia Cuzco salía el día3 de cada mes mientras que para Arequipa salía el 7y regresaba el 10. Poco después, el 14, llegaba el co-rreo de retorno del Cuzco a Puno, para de allí con-tinuar su marcha hacia Potosí.

Con el correo llegaban noticias frescas –más aúnpudiendo hacer conexiones como las mencionadas–pero nunca faltaba el mercader, el arriero o el barcoque traía noticias de otros lares. Sin embargo, es po-co probable que, salvo los estadistas peninsulares yla cúpula de gobierno, se percibiera que a partir de1780 –y sobre todo desde 1800– una revuelta habíacomenzado a suceder a la otra.

LA PRENSA A FINES DEL SIGLO XVIII

Estas revueltas, por ejemplo, no llamaron ma-yormente la atención de la Sociedad Amantes delPaís, creada para cubrir la desinformación que ha-bía sobre el virreinato, sobre todo para los localespero también para los europeos. La costumbre per-mitía que cualquiera con una mediana cultura pu-diera opinar sobre casi cualquier cosa basándosesimplemente en el criterio de la razón. A ese enci-clopedismo acumulativo –propio del barroco– seopondrían los miembros de esta sociedad, cuya vo-cación enciclopédica era muy diferente. Recorde-mos que la época estaba enmarcada por la “polémi-ca del Nuevo Mundo” –como la denominara el es-tudioso contemporáneo Antonello Gerbi–, que gira-ba en torno a la cultura y la civilización que habíaen Europa y la (supuesta) barbarie y el primitivismo

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El ramo del correo cumplía un importante rol en lacirculación de las ideas en el territorio peruano al ocuparsedel traslado de diarios y gacetas. En la imagen el correo de lacosta peruana en una acuarela del siglo XIX.

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de América. Quizás detrás de la voluntad de JoséRossi y Rubí, Hipólito Unanue y José María Egañapor crear esta Sociedad de Amantes del País no só-lo estuviera la idea de tener en Lima un núcleo cul-tural semejante a los que habían surgido en Españay en México sino el deseo de cubrir el vacío de in-formación y conocimiento que había sobre la reali-dad del Perú. Luego se unirían otros personajes co-mo José Ignacio Lecuanda, Toribio Rodríguez deMendoza, Vicente Morales Duárez, Gabriel Moreno,Manuel María del Valle o Francisco de Arrese, entreotros. Muchos de ellos tendrían luego presencia ac-tiva en el proceso de emancipación

El Mercurio Peruano (1791-1795), el órgano deexpresión que con tanto éxito vio la luz, estaba sinembargo destinado a desaparecer, puesto que en laMetrópoli se había buscado limitar el periodismo.Aquí, en el Perú, fue el virrey Francisco Gil de Ta-boada y Lemus el que permitió su publicación. Eldeseo que había de conocer el estado general del vi-rreinato, de su situación económica, de ir acercán-dose a los problemas de cada región, etc., tenía en símismo un germen de conciencia nacional que loseventos irían desarrollando y que propiciarían laopción independentista.

Poco antes se había intentado volver a publicarel Diario de Lima (1790), copia de un periódico apa-recido en Madrid, y que era calificado con cuatroadjetivos: curioso, erudito, económico y comercial.Cada mañana se llevaba el periódico a la casa o a laoficina del suscrito. La suscripción variaba deacuerdo al destino: para Lima costaba 15 reales por

adelantado; hasta cien leguas de distancia no seaceptaban menos de dos meses juntos y cada unocostaba 30 reales; más allá de cien leguas, no menosde tres meses y un costo mensual de 45 reales. Elperiódico se enviaba con el correo ordinario y cru-zaba todo el virreinato: desde La Plata hasta Trujilloy Cajamarca pasando por La Paz, Potosí, Huaman-ga, Huancavelica, Arequipa, Moquegua, entre otros.Sin embargo, este periódico languideció junto conel Mercurio.

En Lima, las noticias se recibían en las llamadas“papeleras”, ubicadas en el oficio del cabildo –queera el despacho principal–, en el almacén de donFernando de Salvatierra, en el cajón de papel sella-do frente al café de Bodegones y en el séptimo “ca-jón de Ribera” de don Justo de Vivanco. Un sistemasemejante se debe haber utilizado para otros perió-dicos como la también fugaz Gaceta de Lima (1793-1794), publicada después que el Mercurio, la que apesar de tener algunas noticias locales, básicamentecopiaba y comentaba las noticias de lo ocurrido enEspaña y Europa. Dirigida por Guillermo del Río,cambió primero su denominación a Telégrafo Perua-no y en 1805 tomó el nombre de Minerva Peruana,llegando a ser publicada hasta 1821 bajo varios di-rectores nombrados por el virrey.

LA PRENSA EN LA PRIMERA DÉCADADEL XIX

A este primer momento de publicación de perió-dicos le seguirá otra etapa sumamente convulsa y

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El MercurioPeruano (1791-1795),publicacióndedicada a lahistoria, lascienciasnaturales, lageografía y lasletras, frutoevidente delsiglo de lasluces, fue elórgano deexpresión de laSociedad deAmantes delPaís.

El Diario deLima fue elprimer diarioeditado en Lima,dirigido porJaime Bausate yMesa. Noobstante sercalificado comocurioso, erudito,económico ycomercial, tuvoefímera vida(1790-1793).

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esta vez desde la Metrópoli: 1811-1814. La invasiónfrancesa a España, la prisión de los reyes y, en par-ticular, las Cortes de Cádiz y su Constitución decorte liberal, sorprendían y dividían a los america-nos. La libertad de prensa promulgada en España en1810, recién fue dada a conocer por el virrey Fer-nando de Abascal el 22 de marzo de 1811 en el vi-rreinato del Perú, pero se conservó una junta censo-ra de nueve notables (de los cuales tres tenían queser sacerdotes). Numerosos periódicos de vida efí-mera vieron la luz en la capital como El Diario Se-creto de Lima, El Peruano, El Satélite del Peruano, ElVerdadero Peruano, El Argos Constitucional, El Anti-Argos, El Cometa, El Investigador, El Peruano Liberal,El Semanario, El Español Libre. No faltan algunos“cuadernos ympresos” fuera de Lima como El Espa-ñol Imparcial que circula por el norte y cuyos núme-ros son requisados y enviados al virrey [Archivo De-partamental de Piura (ADP), Intendencia, causasordinarias, 56 (s/n), 1811]. Pero la opinión públicacomienza a ser informada, a pesar de que la prensaestá dirigida a un determinado sector de la sociedadque se mantiene dentro del marco de la monarquía,aunque aboga por el reformismo y el constituciona-lismo. La gente lee las noticias y las comenta; inclu-so la población indígena llega a participar de la si-tuación: en 1814 indígenas de Paita se señalan co-mo buenos súbditos por haber rechazado la Consti-

tución liberal y haberse mantenido fieles al ordenestablecido [El documento citado está en el ADP,Intendencia, causa civil 37 (807), 1815].

LA PRENSA EN LA INDEPENDENCIA Y LAREPÚBLICA

En un tercer momento, los hechos militares de laindependencia impulsarían otro tipo de prensa. Laetapa es crucial y terriblemente confusa; hay unaguerra que se libra por la emancipación de las colo-nias, pero el orden que mal que bien ha funcionadodurante largo tiempo es el de la Corona española.Esta vez los ánimos están muy divididos: unos pe-riódicos son fidelistas y propugnan que el virreina-to del Perú se mantenga unido a España, como ElTriunfo de la Nación –mandado a publicar por el vi-rrey La Serna–, el Censor Económico, El Depositarioy El Semanario de Lima; otros son netamente patrio-tas –insurgentes para muchos– y pregonan la nece-sidad de separarse de la Corona y de formar una re-pública independiente. Estos últimos llegaron a su-mar 26 periódicos que hacen una fuerte propagan-da y se publican en muy corto tiempo, aproximada-mente entre 1821 y 1823. Algunos alcanzaron a pu-blicar más de 10 números como Los Andes Libres, ElCorreo Mercantil, Político y Literario, El Sol del Perú,La Cotorra, La Abeja Republicana, El Diario de Lima,El Investigador Resucitado. Algo más tarde (1823 y1824) aparecen otros fuera de Lima como El Pacifi-

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Ignacio de Castro (1732-1792), humanista tacneño, sacerdotey colaborador del Mercurio Peruano.

Numerososperiódicos de

corta vidasurgieron en

la primeradécada delsiglo XIX,

entre ellos ElCometa

(1811-1812),publicación de

carácterfestivo.

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cador del Perú, publicado en-tre Huaura, Barranca y Lima,y El Nuevo Día del Perú, El Pa-triota y El Lince del Perú quesalieron en Trujillo. En Are-quipa encontramos una pren-sa volante, patriota como ElCentinela en Campaña y fide-lista como el Boletín.

A veces se tejen discusio-nes entre los diferentes perió-dicos, como sucedió con elNuevo Depositario, en el queJosé Joaquín Larriva, indepen-dentista convencido, le con-testa al Depositario, publicadobajo la impronta fidelista.

La gente se apresura a leerlas noticias. Los patriotas re-ciben periódicos de otras zo-nas ya liberadas, como Santia-go, Buenos Aires, la Gran Co-lombia; transcriben las noti-cias, las comentan en la pren-sa. Imaginemos por un ins-tante pequeños grupos de per-sonas que en las esquinas o enlos bares escuchan a alguienleer en alta voz (porque no to-dos saben leer y escribir) lasúltimas novedades. Los co-mentarios se entremezclancon lo que se ha ido escuchando por la calle; hayque tomar una posición. En un primer momento, elejército patriota-insurgente está muy cerca de la ca-pital, pero luego será al revés: el ejército fidelista to-mará la capital y, muy poco después, entrará de nue-vo el ejército patriota.

El temor es muy grande; se piensa que se puededesbandar la soldadesca y sobre todo los esclavosque han sido liberados. Fuera de Lima, hay quienesse refugian en sus haciendas o en los conventos. EnLima muchos optan por los castillos del Real Feli-pe. Con lo convulso del momento, pocos, muy po-cos, se percatan de que se están dando cambios pro-fundos: el paso de una sociedad en la que el peso dela religión es muy fuerte a otra cada vez más secula-rizada, por un lado, y por el otro las transformacio-nes que hay en el mundo y en su economía (el co-mercio y sobre todo el manejo de capital, de dineropara colocar). Situaciones que están en los entrete-lones de los acontecimientos tan diversos cuanto

extremadamente rápidos quese están dando.

La prensa de los primerosaños republicanos no seríamuy distinta de la colonial; fi-nalmente no había pasadotanto tiempo. Se comentabanalgunas noticias americanas yeuropeas pero sobre todo setrataba de influenciar a la opi-nión pública en favor o encontra del caudillo de turno.Era imposible, dada la situa-ción que se estaba viviendo,que la prensa fuera imparcial.Periódicos como El Peruano(que al menos salió publicadoentre 1826 y 1827), El Conci-liador, El Penitente (1832), ElTelégrafo (1829), El Coco deSanta Cruz (1835), El Obser-vador Imparcial (1832), reco-gían el sentir de la capital so-bre los sucesos.

Cosa muy curiosa es la can-tidad de periódicos que sur-gieron en provincias; posible-mente la lucha entre liberalesy proteccionistas se haya refle-jado en la prensa de esos pri-meros años. Se publican en elnorte La Aurora (Cajamarca,

1849) y El Eco Nacional (Trujillo, 1835), mientrasque en el sur tenemos periódicos como El Republi-cano (1826-1844, publicado de manera disconti-nua), el Yanacocha (1832) y La Gaceta (1843) enArequipa; El Federal de Puno (1838); Cuzco libre yel Sol del Cuzco (1834); El Restaurador (1842) enAyacucho; El Mensajero de Tacna (1840) y El Fénix(1844) en Tacna. No obstante, es característica de laprensa de estos años su publicación discontinua ysobre todo fugaz (de un año o dos a lo sumo).

OTROS MEDIOS ESCRITOS DEINFORMACIÓN

Bajo diversos nombres, la Guía política, eclesiás-tica y militar del virreinato del Perú –y luego mássencillamente Calendarios y guías de forasteros– fuequizás la única publicación periódica colonial quese retomó en la república. Ya desde el siglo XVII sehabía intentado editar algunos ensayos sobre el

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El Peruano, bisemanario editado en Lima porGuillermo del Río (1811-1812), tuvo que

afrontar la requisa de algunos de sus números,acusado de propalar “doctrinas sediciosas”. Undiario con el mismo nombre aparece en 1826,

como órgano oficial gubernativo, auspiciado porel Libertador Bolívar.

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país, llamados los “Conocimientos de los tiempos”.Pero sería recién con Cosme Bueno cuando éstos seconvertirían en verdaderas guías; a sus estudiosañadió algunas descripciones de las regiones en quevivía (1764-1768) y luego más tarde agregaría otrosdatos, como los nombres de autoridades. Estas pri-meras guías estuvieron circunscritas exclusivamen-te a Lima (1779-1792), pero serían realmente im-portantes cuando las tomó a su cargo Hipólito Una-nue (1793-1797), el famoso ilustrado peruano.

En 1797 las guías fueron dejadas de lado, aun-que se retomarían posteriormente en la década de1820; entre 1841 y 1857 estarían a cargo del capitánde fragata Eduardo Carrasco, cuyo sucesor sería Pe-dro Cabello; éste las editaría en el último tramo. En1876 las guías de forasteros desaparecerían, y conellas su útil información –provincia a provincia pri-mero y luego por departamentos– de las caracterís-ticas de cada región, sus cargos y autoridades, asícomo los servicios (correo) que se prestaban.

SOBRE LA PINTURA

Al recorrer su diócesis norteña (1779-1791) elobispo de Trujillo Baltasar Martínez de Compañónno sólo se dedicó a fundar ciudades y seminarios–el caso de El Príncipe (hoy Sullana)– o a propiciarel cultivo de determinadas plantas que comenzabana tener demanda económica –como el algodón–, si-no que sobre todo mandó a elaborar un buen núme-ro de dibujos y mapas –en particular acuarelas–plasmando la vida diaria de la región norte del Pe-rú. Gracias a ello conocemos algunas costumbresdel último cuarto del siglo XVIII: la forma en quevestían las y los criollos, la población indígena –almenos la norteña–, cómo se teñían las lanas de losobrajes, cómo era la pesca por red, los animales ylas plantas que había, etc.

En la capital, Pancho Fierro –pintor mulato, au-todidacta– recogería a su vez escenas limeñas, sobretodo de principios del siglo republicano y las plas-maría en sencillas acuarelas, realizadas en cartuli-nas, con atractivos colores de agua y con líneasgruesas. El interés de sus dibujos se suscita, másque por la técnica aplicada, por su ingenuidad, pu-reza y originalidad; a través de ellos se ve al acucio-so narrador gráfico de las costumbres limeñas,

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Los almanaques y guías de forasteros, publicados hasta elsiglo XIX, ofrecían variada información sobre las

características de regiones y ciudades del virreinato peruano.

Mujer indígena del norte peruano, quien cubre su cabeza conun sombrero de fieltro, en una acuarela de Martínez

Compañón, siglo XVIII.

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puesto que recoge figuras y escenas de la vida coti-diana: peleas de gallos, tapadas, caballeros, bailes deprocesión, juegos carnavalescos, etc. Por ello, se ca-lifica su trabajo como costumbrista.

La pintura costumbrista tuvo sus seguidores ex-tranjeros, que permanecieron por cortos lapsos enLima. Francisco Leoncio Angrand, admirador dePancho Fierro, en una primera estadía (1836-1838)recogerá también escenas de la vida y costumbresde la capital; en su segundo viaje se dedicará a suprofesión de arqueólogo y viajará por Ayacucho yCuzco, llegando hasta Bolivia. Juan Mauricio Ru-gendas por su parte también retrataría la vida coti-diana de la capital, en una abigarrada confusión detipos y colores simbolizando la mezcla social hete-rogénea de la capital. A ellos hay que sumarles lapresencia de A.A Bonnafe (1855-1857) y Max Radi-guet (1855-1856), cuyos cuadros también recogenescenas costumbristas del Perú.

Otros pintores como Ignacio Merino y FranciscoLaso inscriben su obra hacia la segunda mitad delsiglo XIX, cuando la pintura costumbrista cede elpaso a una nueva estética académica enmarcada porlos cánones del clasicismo.

SOBRE LA MÚSICA

Con la independencia enmudeció la música, unelemento tan vital e importante en el virreinato delPerú. Juan Carlos Estenssoro (1989) nos dice quedebió haber mucha música limeña, es decir hechaen Lima y no traída de la península, pero que posi-blemente sus partituras sufrieron desgaste por eluso y finalmente desaparecieron. Las que quedan enmayor número son sobre todo de música española yse hallan depositadas en la catedral.

La capilla de la catedral era el centro obligado dela música religiosa y profana, y tuvo orquesta esta-ble hasta mediados del siglo XIX. No todas las igle-sias tenían orquesta ni compositores a su servicio,así que las más pequeñas contrataban músicos demanera eventual para sus fiestas y procesiones. Deese modo se crearon alrededor de doce orquestasque prestaban sus servicios, número bastante eleva-do que nos indica la fuerte demanda de estas or-questas de alquiler. La más conocida de todas era laorquesta de los Indios del Cercado, con una capaci-dad de convocatoria muy grande sobre los pueblosaledaños a Lima.

La fiesta colonial tenía una música muy rica queiba desde los yaravíes hasta el cascabelillo, el negri-to y las cachuas. Gracias al ilustrado obispo Martí-

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“El son de los diablos” en una acuarela de Pancho Fierro,pintor costumbrista del siglo XIX.

Autorretrato del pintor con su esposa [Manuela Henríquezde Laso] por Francisco Laso, 1867.

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nez de Compañón se cuenta con acuarelas que re-presentan danzas (la de la degollación del inga, lade los doce pares de Francia) e instrumentos musi-cales (zampoñas, clarines, guitarras, marimbas, qui-jadas, etc.).

La idea del arte en esta época era copiar a la na-turaleza; mientras mejor se la representara, mien-tras más real fuera la pintura o la música, más con-siderados eran sus autores. Poco a poco se fue aso-ciando con la idea del progreso de la sociedad: elpensamiento ilustrado va a dejarse sentir tambiénen las artes, diferenciando los gustos de los sectoressociales, y en las primeras décadas decimonónicasse da el auge de la estética neoclásica con la labor deMatías Maestro en las iglesias limeñas.

Hasta fines del siglo XVIII no había mayor dife-renciación entre lo profano y lo secular y entre lopopular y lo “culto”. Las iglesias eran siempre el lu-gar de encuentro de todo tipo de música, aunquelentamente los religiosos tratarán de guiar la escri-tura de la música que debía ejecutarse en la iglesia;es importante anotar que luego de la independencia–cuando se minimizó la presión de la autoridadeclesiástica sobre la música– se regresó de inmedia-to a formas musicales muy cercanas al género pro-fano, lo cual muestra cómo, a pesar de la crecienteseparación impuesta por la autoridad religiosa des-de arriba, el pueblo seguía sin distinguir la músicasacra de la profana.

El proceso de diferenciación entre lo culto y lopopular va a ir de la mano con el afianzamiento dela ilustración; para 1813 ya se encuentra una prime-ra referencia a lo culto como contrario a lo popular.La causa fue la suspensión de la temporada de ópe-ra y una pugna entre quienes querían el uso de tra-moyas teatrales, el montaje de obras cómicas y nú-meros musicales muy cercanos a las manifestacio-nes populares y aquellos que buscaban imponer susgustos “más ilustrados”, por considerarlos superio-res y porque, según ellos, al ser los correctos, favo-recían a todos.

DE LA FIESTA

Música, lujo exterior y mucha luz caracterizabana la fiesta colonial. El carnaval por ejemplo, consta-ba de tres días de alegría y libertad que terminabanen el miércoles de ceniza. Era “el desorden del or-den”, la gente bailaba y se paseaba por toda la ciu-dad lanzando cascarones de huevos, primero vacíosy, más tarde, ya en la república, rellenos cuidadosa-mente con agua de colonia. La mayoría de los queparticipaban en estas fiestas se embriagaba; muchosotros se colocaban máscaras que semejaban a las au-toridades y escondidos en el anonimato hacían bur-la de ellas; otros más se vestían de religiosos y nofaltaban hombres que se disfrazaban con ropa de

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Una acuarela que representa una danza de la Amazoníaperuana, siglo XIX.

En la primera mitad del siglo XIX las lidias de gallos y losespectáculos en general eran anunciados a viva voz con el

acompañamiento de una pequeña banda musical.

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mujer. Ni siquiera la independencia pudo ponerlefin al aspecto burlesco de la fiesta. En una relaciónde viajero se comenta con escándalo cómo un gru-po de mujeres “disolutas” con abundantes adornos,cintas nacionales y órdenes del sol falsas encabeza-ban una marcha a palacio con banda de música yantorchas de cera (Estenssoro 1989: 65).

Varias veces al año había desfiles con música, enlos que se reflejaba la jerarquización social de la co-lonia: el virrey encabezaba la marcha y luego seguíatodo el resto de autoridades y el pueblo. La normasuponía que cada quien tenía que estar en su lugar,lo que también se observaba en las corridas de torosen las que el palco principal era para el virrey.

Hasta 1762, la música que se encuentra es bási-camente cortesana y de palacio; el gran público só-lo podía participar con ocasión de las grandes fies-tas. Pero desde esta fecha en adelante, al reformarseel coliseo de comedia, fue posible tener temporadasestables de ópera. La primera estuvo bajo la direc-ción del italiano Bartolomé Massa, director y em-presario del corral de San Andrés. En su compañíaactuaría Micaela Villegas, la “Perricholi”, como ac-

triz, bailarina y cantante, quien luego sería reempla-zada por Inés de Mayorga, la “Inesilla”.

Un segundo momento de la música en el virrei-nato se da a partir de 1762, cuando se separan lasactividades propiamente musicales de la fiesta; unopuede comprar su boleto y asistir al espectáculo enel coliseo o en los corrales de comedia. Ya no es só-lo en el momento de fiesta cuando se puede asistira un espectáculo musical, sino que puede hacerlocualquiera que pague su entrada.

Pero los primeros conciertos propiamente musi-cales se darán a partir de 1814, constituyendo el ter-cer momento de diferenciación en la forma de tocary participar de la música. Ya desde 1790 se habíaafianzado la presencia de música europea, francesa,portuguesa e inglesa y no solamente española e ita-liana. En estos conciertos, la música se separa de laactuación como tal, sin que eso signifique que dejede echarse mano a muchos números de ópera. Es apartir de dicho año que Estenssoro (1989) señala elnacimiento del recital. Para él, las tres formas, mú-sica palaciega, ópera y recital, coinciden entre sí, ypueden ocurrir de manera indistinta porque ningu-na es excluyente de otra.

LOS GUSTOS MUSICALES DE LA ÉPOCA

La ópera tuvo mucho éxito en Lima. Deseoso demodernizar la capital, el virrey Abascal apoyó al ce-llista y director de orquesta genovés Andrés Bolog-nesi, quien alternó su trabajo como maestro de capi-lla de la catedral (1808-1823) con la dirección deópera. Trató asimismo de imponer a autores de ópe-ra como Cimarosa, Paisiello y Rossini (Quezada1988) y, seguidor del arte clásico, de líneas simplesy de pocos medios, eliminó originales de antiguasobras que expresaban el barroco propio de su época.

Los vecinos de la capital eran “noveleros, ocio-sos y gastadores” (Estenssoro 1989:47). El espectá-culo solía iniciarse al caer el sol (¿7 p.m.?) y conti-nuaba hasta las nueve o diez de la noche. Parte im-portante del escenario era la iluminación, colocán-dose gran número de luces de tal manera que desdela ubicación del público no se vieran; no faltó algu-na vez que en una función de ópera se colocaranhasta 300 luces. En la orquesta musical podían so-nar 14 instrumentos divididos hasta en 8 voces.

Para los primeros años de la república, Rossiniera el compositor musical de moda entre los perua-nos –introducido junto con artistas extranjeros–, apesar de que poco después de la independencia hu-bo un gusto predominante por los temas musicales

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Esta pareja limeña disfruta del minué, elegante baile francésque estuviera de moda en el siglo XVIII.

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de sabor nacional. Téngase en cuenta que José deSan Martín convocaría un concurso para crear unamarcha nacional para el Perú a tan sólo diez días dehaberse jurado la independencia. De las diversasnoticias que se tienen sobre este concurso, sólo sesabe a ciencia cierta que fue el mulato José Bernar-do Alcedo el creador de la música de lo que luegosería nuestro himno nacional, y que Rosa Merinofue la primera en cantarlo de manera oficial.

Poco duraría este apego a lo nuestro. Pasada laefervescencia patriótica de los primeros años repu-blicanos, lentamente los temas nacionales seríanreemplazados por los europeos hasta que, hacia1840, el público “culto” despreciaba aquella músicacon sabor local. Curiosamente, este proceso va de lamano con el auge de los sectores tradicionales-pro-teccionistas en lo político y en lo económico justa-mente después de la independencia, y su caída fren-te a los sectores liberales en aquella misma época(1840). Canciones que habían estado muy de modahacia las décadas de 1820 y 1830 –como las de lacomedia El mágico peruano, La Cora, La chicha, to-nadillas del músico Alcedo como Los indios y el co-rregidor o Los negritos– son derrocadas y dejadas de

lado por la ópera italiana romántica y sobre todopor el apoyo, incluso oficial, al intérprete y no tan-to así al compositor.

Las sociedades filarmónicas saltan a un primerplano y convierten sus conciertos en lugar de reu-nión y lucimiento social de la aristocracia limeña.Es posible que la música hubiera tomado lugar enlas casas de Lima, pues se encuentran referencias aguitarras, órganos, clavecines, salterios, vihuelas,arpas y pianos; en Paita, parte de las fiestas se ame-nizaba con el toque de arpa de alguna de las hijas dela familia. De la capital se enviaban cuerdas de gui-tarra a Guayaquil y Guatemala, además de salteriosy claves a Chile.

Para practicar la danza se requería de música.Hasta fines del XVIII los profesores de danza siem-pre habían sido negros; sin embargo, hacia 1790 seles prohibió tal labor porque “contaminaban” ladanza popular al inventar y modificar sus pasos “le-gítimos”. A causa de esta prohibición se crearon es-cuelas de baile en las que los profesores eran mayor-mente extranjeros.

Hacia 1840 la búsqueda y la preferencia por lamúsica, compositores e intérpretes extranjeros seconvierte en una constante, no porque no hubieraen el país quien pudiera desarrollar buena músicasino porque se transformó en una cuestión de pres-tigio. Se multiplican las compañías de ópera, losteatros, los artistas extranjeros; Donizetti y Verdi seconvierten en los autores más escuchados: el públi-co limeño –como el europeo– se rinde al virtuosis-mo. La música nacional se vio opacada y relegada.

LOS ESPACIOS DE OPINIÓN

Poco a poco se fue formando la opinión pública;para 1828 existía ya una crítica musical más allá dela simple descripción de las piezas interpretadas. Laprensa, la música, las pinturas dan cuenta del pro-ceso de cambio. Desde fines del siglo XVIII la tóni-ca fue la creación de espacios públicos –que comovemos no eran tan sólo espacios físicos, pues plazasy parques fueron también puntos de reunión– queluego se irían reduciendo: primero a cafés como elde Bodegones y luego a grupos más pequeños aún,como los clubes y sobre todo las logias.

En Lima se reprimía alguna intentona de revuel-ta como aquella en que fue aprehendido don José dela Riva-Agüero (1819), personaje que luego tendríaun papel tan importante en nuestro proceso de in-dependencia y primeros años de vida republicana.Entre 1808 y 1820 no dejó de haber núcleos revolu-

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José Bernardo Alcedo, autor de la música del HimnoNacional, en retrato inspirado en un daguerrotipo.

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cionarios relativamentesecretos como el de losCarolinos, el de los Neris–también llamado de SanPedro o del Oratorio–, lalogia del Deán o de losForasteros, dirigida pordon Fernando López Al-dana, la de los Copetu-dos –a cuya cabeza se en-contraba José de la Riva-Agüero–, la de los milita-res, de los provincianos ode Presa, el club de losFernandinos.

También en provin-cias se fueron creandoesos espacios. Sorprendeen este sentido Lambaye-que, que tuvo muy tem-prano (1816) una logia,la White Star, fundadapor don José de Iturre-gui. Sabemos además queeste mismo personaje po-co después (1819) tuvoen su casa-tina (lugardonde se fabricaba ja-bón) armas que habíatraído de Jamaica y que puso al servicio de la cau-sa independentista casi un año más tarde cuandollegó San Martín (1820).

DE LA VIDA COTIDIANA EN LAINDEPENDENCIA

El momento era una extraña mezcla de vida co-tidiana y de la inseguridad del cambio. Podían oír-se los pregones vendiendo una propiedad durantelos tres días que señalaba la ley, y no faltaría quienpaseara al caer el sol del puente a la alameda de losDescalzos, como siempre había sido la costumbre.Sin embargo, había ya indicios del malestar: de lossueldos del Estado se descontaba una parte para elfomento de un soldado. En un caso llegaron a serhasta 12 reales los que se descontaron desde marzode 1817 a febrero de 1821 como “donativo volunta-rio” [Archivo General de la Nación-Perú (AGNP),Real Audiencia, causa civil L155 (1596), 1818].

Pero los donativos se recibían no sólo en dinerosino también en productos altamente negociablescomo cordobanes, suelas, bayetas, pañetes, pon-

chos, entre otros. A lapoblación se le pedía quecontribuyera con vigíaspara el mar y reclutas pa-ra el ejército. Pero dema-siadas levas podían sercausa de problemas,puesto que los pueblosquedaban prácticamentedespoblados ante la pre-sión de tener que enviarhombres a cumplir conel servicio; éstos prefe-rían escapar al campo,donde los diferentes mu-nicipios no los podíanreclutar. Recordemos có-mo San Martín le solicitóvarias veces al marquésde Torre Tagle le enviaraun determinado númerode relevos. ¿Cómo podíaconseguirlos este mar-qués? El único modo eraservirse de los munici-pios. Por eso se reco-mendaba que se dejaratranquilos a los labrado-res, artesanos y vecinos

honrados “porque se dice impropiamente que en laleva van sujetos perniciosos” [AGNP, Superior Go-bierno 137 (1359), 1821-1825].

En efecto, los miembros del cabildo eran los en-cargados de recoger los donativos y realizar las le-vas. Los señores regidores tenían que ir en personaa “hacerse cargo de la calle”, como decían, y recogercontribuciones en moneda o frutos. En esos mo-mentos todos estaban en servicio activo y para con-seguir los aprestos no se perdonaba que fueran ca-sados, jóvenes o ancianos; cada quien, fuera cualfuera su situación, tenía que aportar a la causa. Nofaltaba quien, aceptando la necesidad de la indepen-dencia, interiormente no estuviera nada seguro delo que hacía. Siempre podía echar mano de la “ex-clamación”, un recurso jurídico que consistía enasentar por escritura su no conformidad con algúntipo de convenio que se hubiera visto obligado a fir-mar por las circunstancias. Este recurso fue muyusado por estos años, contituyendo un doble juego,pues aparentemente se apoyaba la causa de la inde-pendencia y luego se alegaba haber firmado a favorde los insurgentes en contra de la propia voluntad.

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José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete encabezó la Logiade los Copetudos, uno de los diversos núcleos revolucionarios

existentes entre 1808 y 1820. Fue más tarde, en 1823, elprimer presidente del Perú.

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Hasta en la misma ley había esa especie de táci-ta aceptación de la violencia del momento, de la in-surgencia. Los litigios se interrumpen en 1821 pordos a seis meses cuando mucho en Lima, alrededorde junio y julio, y se reabren entre setiembre y no-viembre. En provincias simplemente se retomantiempo después, como si no hubiera sucedido ma-yor cosa.

El cambio militar se sintió más en la capital queen las provincias, y sobre todo en las zonas del con-flicto bélico. El flujo de refugiados hacia la capitalalteró la marcha normal de la vida cotidiana: con-forme el cerco militar se ajustaba en torno a Limacrecían la desazón y el miedo, la escasez y el ham-bre se empezaron a sentir y comenzó el éxodo de al-gunos pobladores hacia las zonas liberadas por lospatriotas. Los desertores que llegaban a los cuarte-les de San Martín en Huaura traían noticias frescasde lo que ocurría en la capital. Poco después la si-tuación se invertiría y serían los patriotas los que

enfrentarían el descontento por la falta de pago delos ejércitos, la emisión de papel moneda y otras tri-bulaciones.

Tomada la ciudad por los patriotas sin ningúncontratiempo ni enfrentamiento, se pasó del ordencolonial al republicano un 28 de julio de 1821. Lasinstituciones de gobierno continuaron fundamen-talmente inalteradas, aunque retocadas y matizadaspor el nuevo tipo de gobierno político; así por ejem-plo, los cabildos se convirtieron en ayuntamientos.

Muchas medidas de carácter político se tomarondurante el año del protectorado de San Martín.Aunque fallaron los intentos por establecer una mo-narquía y crear (o recrear) las órdenes nobiliarias,subsistió la Orden del Sol, medalla cívico-patrióticaotorgada a los que habían actuado de manera desta-cada en la independencia, en tres categorías: funda-dores, beneméritos y socios; los Caballeros (y Caba-lleresas) del Sol, de algún modo se han mantenidopresentes a lo largo de nuestra historia republicana.

Quizás casi sin darse cuenta, los hombres de laépoca participaban activamente de la independen-cia al optar día a día por la situación que se les pre-sentaba, tal vez sin prestar mayor atención al hechode que con sus acciones cotidianas marcaban el des-tino del Perú.

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José Bernardo de Tagle yPortocarrero, marqués deTorre Tagle, de relevanteactuación en el procesoemancipador.

Una imagen del paseo delos alcaldes en la Lima

del siglo XIX.

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¿Cómo era la vida de una mujer en este períodode la independencia? Tantas cosas estaban cambian-do que probablemente su actitud y su presencia enla época también se modificaron, sin que ella nece-sariamente lo notara. Hubo mujeres que aguerrida-mente participaron de los hechos militares emanci-padores, como la “Protectora” Rosa Campusano –laamante de San Martín– o la quiteña Manuela Sáenz,quien dio la espalda a la sociedad de Lima al aban-donar a su esposo para seguir a Simón Bolívar. Sipensamos en los primeros años republicanos de in-mediato aparece la excepcional figura de la “Maris-cala”, doña Francisca Zubiaga y Bernales, fogosamujer que compartió el poder y tejió más de una in-triga palaciega al lado de su esposo Agustín Gama-rra, presidente del Perú en los tempranos años re-publicanos.

Pero otras simplemente buscaron tener su pe-queño mundo para desde allí participar en la coti-dianidad de los hechos, como esposas y madres: talfue el caso de doña Joaquina Urdapileta, cuyo litigiopor bienes entre sus tías, las señoritas Escalante yVillazón y su esposo, Antonio María Cárdenas, nospermite reconstruir parte de su historia de mujerhacia 1818 [AGNP, Real Audiencia, causa civil L155(1957), 1818].

UN CASO DE MUJER EN LA VIDA DIARIA

Doña Joaquina vivió en Cajamarca durante susprimeros años, probablemente antes de que termi-nara el siglo XVIII. Sabemos que su madre era tru-jillana puesto que sus tías eran de esta ciudad. Nosabemos de dónde era su padre pero es posible quetambién fuera norteño, ya que se tiene noticia deuna rama de Urdapiletas vinculados a la explota-ción exitosa de los pozos de brea en Piura. Quizáshasta tuvieran algún tipo de relación familiar.

Como el caso estudiado pertenece al norte, unespacio eminentemente mercantil, lo más probablees que al casarse Urdapileta con Escalante cumplie-ran un patrón conocido. Una nueva pareja de mer-caderes que hacia mediados de la segunda mitad delsiglo XVIII (digamos 1770) se asientan en algún lu-

gar con movimiento económico como para girar enel rubro mercantil con éxito. En Cajamarca ademásestaba el centro minero de Hualgayoc a donde tam-bién es posible que los Urdapileta-Escalante fuerana probar suerte y tratar de entrar en el negocio de laexplotación minera.

Por las referencias de las tías, sabemos que lamadre de doña Joaquina, una Escalante y Villazón,pertenecía a la más selecta sociedad de Trujillo.Cuando doña Joaquina y sus dos hermanos queda-ron huérfanos, sus dos tías solteras se apresuraron arecogerlos y darles amparo. En el juicio, muy poste-riormente, saldría a la luz que ellas sacaron a la fa-milia Urdapileta Escalante de grandes necesidadespues doña Joaquina y sus hermanos se habían que-dado sin ningún bien.

Recogidos los niños, las tías centraron su aten-ción y su cariño en la niña y se dedicaron a criarlay educarla “fomentándola en las nobles ideas de suclase”; es decir, creándole un sentido de pertenenciaal grupo dominante de Trujillo del que había siem-pre participado la familia. Eso significaba, por ejem-plo, que para mantener el tren de vida propio de sugrupo social debía contar con 150 pesos anuales co-mo mínimo. Era muy necesario que doña Joaquinallevara las ropas adecuadas a su posición y ese dine-ro estuvo destinado a ese fin. Es más, conscientesdel costo de mantener su status, sus tías optaron

Litografía del centro minero de Hualgayoc (Cajamarca), siglo XIX, que constituyó un foco de inmigración

en el norte del Perú.

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IILA MUJER, LA FAMILIA Y EL CAMBIO

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por destinarle la renta de una hacienda –300 pesosanuales que consideraban necesarios para que la ni-ña pudiera mantenerse como era debido–, caudalque, desafortunadamente para ellas, luego sería elmotivo de la discordia entre el esposo de doña Joa-quina y las tías.

Pero no sólo se trataba de vestirse. Por ejemplo,como convenía a una señorita, se prefería que doñaJoaquina no fuera a la plaza de toros o a la comedia–diversiones que había en Trujillo igual que en Li-ma– y que en caso de hacerlo fuera con sus tías. Poreso, ellas procuraban que se distrajera con otras ac-tividades, permitiéndole hacer amistad con niñas desu mismo grupo social. Para lograrlo no escatima-ban en el gasto de las diferentes y numerosas me-riendas para la niña y sus amigas. El mantenersedentro de su escala social suponía también otro ti-po de gastos como los ocasionados por la asistenciaa los saludables baños del balneario de Huanchaco,a donde las tías la llevaban cada año.

Durante el tiempo que la criaron hasta que tocóel turno de darle estado de matrimonio, la mantu-vieron con toda la “decencia” posible. Cuando setrató del marido le eligieron –como era bastantenormal en el último tramo colonial– un peninsularrecién llegado, pero considerado por ellas lo sufi-cientemente importante como para hacerlo partíci-pe de la familia. Don Antonio María Cárdenas, elmarido de doña Joaquina, estaba vinculado fami-liarmente a gente del grupo dominante de Trujillo;lo más probable es que fuera descendiente de algúnpeninsular (mercader) que, tras haber estado en es-tas tierras, se había casado con criolla y retornado alreino. Un patrón muy común a principios del sigloXVIII y que suponía, para fines de ese mismo siglo,que un hijo de esa pareja asentada en España regre-

sase a las tierras de sus abuelos en América para ini-ciarse en el rubro mercantil –o continuar con esaactividad en estas tierras– o finalmente servir de en-lace con las actividades comerciales paternas en lapenínsula.

En todo caso, no hubo nada anormal en el ma-trimonio de doña Joaquina: la niña de sociedad a laque no le eligen un marido entre los muchachoscriollos de su alrededor sino que la casan con el re-cién llegado. Recordemos que los peninsulares eranlos más interesados en lograr el reconocimiento yhonor en un medio nuevo –y qué mejor manera queinsertarse vía matrimonio en pleno seno de la socie-dad local– y que, por otro lado, para los criollosesos matrimonios con foráneos eran la mejor formade ampliar su círculo de poder y vincularse con lasautoridades recién llegadas. En todo caso, es posibleque las tías Escalante y Villazón pensaran que el en-tronque con un peninsular daba más lustre que conun criollo, y que era además sangre nueva que en-traba a remozar el linaje familiar.

Los mimos para Cárdenas, prácticamente yerno(recordemos que habían criado a doña Joaquina co-mo a una hija), no se hicieron esperar. Como euro-peo recién llegado, el español no se acostumbraba alas comidas americanas y las tías de doña Joaquinale preparaban platillos que pudiera comer. Cuandola pareja se casó, se ofreció dulce y chocolate a losamigos, parientes y otros relacionados que fueron averla, en las tradicionales visitas de saludo luego derealizado el matrimonio. Como contraparte y cues-tión de buen gusto, la joven pareja debía devolver laatención recibida visitando a cada uno de los quehabían ido a su casa a felicitarla por la boda. Visitasy revisitas que podían durar mucho tiempo, más deun año como en el caso de doña Joaquina.

La recién casada no fue descuidada por sus tíassino que, por el contrario, tuvo ayuda para asumirsu nuevo estado. Sabemos por la información del li-tigio que doña Joaquina tuvo un aborto de mellizosy luego el nacimiento feliz de un niño y que en am-bos casos fue muy bien atendida por sus tías.

No sabemos cuánto tiempo después del matri-monio se plantea el problema que dividirá a la fami-lia Escalante de los Cárdenas-Urdapileta; es decirdel marido de la sobrina con las tías. Sólo se sabeque don Antonio solicitará como bien de su esposala hacienda que le asignaron a la niña para su ma-nutención. El esposo de doña Joaquina quería ad-ministrar personalmente la hacienda y los 300 pe-sos de renta que hacía muchos años estaban desti-nados a su esposa. Y eso es lo que no aceptan las tías

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Una vista del balneario de Huanchaco, La Libertad, siglo XIX.

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Escalante y Villazón porque, según su versión –ycomo ya se ha dicho al principio–, ellas habían re-cogido a doña Joaquina y a sus hermanos sin nin-gún bien de fortuna y lo que le habían dado a su so-brina había sido por pura buena voluntad y cariño.

Desafortunadamente no sabemos cómo terminael problema; no se encuentra mayor informaciónque la dada. Pero, en todo caso, el litigio refleja lavida común de una mujer de cierto sector de la so-ciedad norteña, que muy bien puede ajustarse a lade otras mujeres de semejante sector en otros luga-res del virreinato del Perú. Si bien don Antonio es-taba formando una familia, un linaje, en realidad sevalía mucho de las conexiones de la familia de sumujer, como lo demuestra el proceso descrito.

A pesar de que el juicio se desarrolla en 1818no asoma ninguna preocupación por la situaciónreinante. No hay un solo documento en el que selea algún tipo de alarma por lo que sucedía en elentorno; es tan sólo un juicio por intereses perso-nales en el que se encuentran engarzados los diver-sos personajes de esta historia, lo cual no significaque alrededor de estos protagonistas –o entre ellosmismos– en otros espacios no se discutiera sobre loque venía sucediendo. Tampoco indica que enotros lugares hubiera activa participación de lasmujeres en el proceso de independencia –como severá más abajo–, sino que esas preocupaciones noquedan necesariamente reflejadas en los juicios. Sa-bemos sin ninguna duda que para la misma fechahabía en Lambayeque un fuerte estado de atenciónsobre la independencia y que ya había partidariosde la misma.

UNA OPCIÓN DE LA MUJER: EL MATRIMONIO

Es probable que los patrones de vida cotidiana sevieran afectados por el proceso de independencia,pero no de manera radical. Es cierto que el marcopolítico cambió radicalmente (habría que pregun-tarse en cuánto y a qué nivel varió la estructura deorganización política de los primeros años republi-canos) y que ello afectó a los ahora peruanos, sobretodo la inestabilidad del caudillaje entre 1825 y1840. Pero se requirió un cierto tiempo para que losesquemas de reproducción social se vieran afecta-dos. No obstante, eso no significa que la mujer de1780 fuera igual a la de 1850; en el camino se habíaproducido una serie de pequeños cambios que dife-rencian a una de otra. Sin embargo, algunas genera-lizaciones pueden ser hechas para la mujer que vi-

vió entre fines del siglo XVIII y la primera mitad delsiglo XIX.

Durante la colonia, en teoría, la mujer no teníamás que dos opciones: el matrimonio o el conven-to. Buena parte de las mujeres optaba por casarse ymantenerse dentro de las normas de la época, vin-culadas y supeditadas a su esposo. El matrimoniotenía mucho de empresa, en la que jugaban las con-veniencias entre las diversas familias y los acuerdosmatrimoniales realizados por los padres.

No faltaron quienes se opusieron con muchafuerza a casarse con la pareja escogida, hasta conse-guir su voluntad, pero la norma en el siglo XVIII eraque los padres tuvieran un amplio poder sobre loshijos. Había muchas formas de combatir la desobe-diencia, desde el encierro –sea en la casa o en elconvento, sobre todo en el caso de la mujer– hastala amenaza de desheredamiento. Las leyes del Torovigentes en la época facultaban a los padres a deshe-redar a los hijos que se casaran sin su consentimien-to; además, desde 1778 se contaba con una ordenespecial dada en la Metrópoli, la Pragmática San-

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Un español con traje militar, siglo XVIII. Los matrimonioscon peninsulares fueron vistos como prestigiosos por las

familias peruanas del siglo de las luces.

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ción, que en principio buscaba evitar matrimoniosdesiguales entre hijos de familias importantes. Sinembargo desde 1803 se incluyó a negros y a castas(mestizos); todos los que fueran menores de 25años en el caso de los hombres y de 23 en el de lasmujeres debían contar con el permiso paterno paracontraer matrimonio (Cosamalón 1994).

A partir de la Pragmática Sanción, los padressimplemente podían negar el matrimonio de sus hi-jos sin dar ninguna explicación; los novios, de estaren desacuerdo, sólo podían recurrir a la Real Au-diencia para obtener la licencia. Así, los acuerdosmatrimoniales se daban únicamente entre los pa-dres; muy pocas veces se permitía a los hijos el de-recho a veto. Esta situación iría cambiando lenta-mente en la república hasta llegar a nuestra épocaen que los hijos eligen su pareja y simplemente co-munican a los padres su decisión.

La concepción del matrimonio como empresano significa que dejara de ser la base institucionalde la sociedad como hasta nuestros días, ni impidióque la mujer jugara un rol central como madre delos nuevos miembros del grupo. La familia nuclearpermitía la propagación de los valores culturales yreligiosos, así como emparentar con un grupo fami-liar extendido; el matrimonio debía servir de puen-

te a una nueva posición socioeconómica o permitirla consolidación y la conservación de la posiciónadquirida por el grupo familiar extenso (Rizo Pa-trón 1989). Resulta muy cierto lo que en 1818 seña-laba un empleado del Estado –quejándose de la dis-minución de su salario a favor del sostenimiento deun soldado (ver el acápite anterior)–: que él era unhombre pobre “atenido al sudor de su rostro parafomentar a su mujer legítima y una copia de hijosmenores” [AGNP, Real Audiencia, causas civilesL148 (1512), 1818].

Es situación conocida que si las mujeres se que-daban solteras pasaban a vivir con la hermana casa-da y la ayudaban en los quehaceres domésticos y so-bre todo en la crianza de los hijos, sus sobrinos.Aunque dos o más solteras podían vivir juntas co-mo en el caso de las Escalante y Villazón, éstas has-ta cierto punto constituían una variación en la nor-ma pues en realidad tenían a su cargo a los hijos dela hermana casada y fallecida.

Las viudas se mantenían también dentro del cír-culo familiar, sea de los mismos padres o de los hi-jos, y muchas se retiraban al convento. Un buen nú-mero de veces incluso el segundo matrimonio deuna viuda solía ser acordado por los padres, y en

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Una pareja limeña haciendo el recorrido de los templos durante la Semana Santa, siglo XIX.

Niño noble en una pintura cuzqueña del siglo XVIII. El Perúera en esa época uno de los centros con mayor nobleza

titulada del mundo hispanoamericano.

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muchos casos la mujer debía esperar hasta la terce-ra oportunidad para casarse a voluntad. Pero lo máscomún era que las viudas buscaran su propia pare-ja; es decir la segunda vez muchas se casaban por supropia voluntad. El problema se agudizaba cuandoestas viudas se encontraban muy arriba de la escalasocial, con bienes, dotes y herencias de por medio,entrampadas por las cuestiones de la genealogía, ellinaje y las conveniencias económicas familiares.

Como el matrimonio solía ser inconsulto e im-puesto por los padres, no faltaba la mujer que bus-caba la separación. No obstante, las divorciadastransgredían el orden social y eran rechazadas. Enrealidad el problema era la mujer que no tenía muyclaros los lazos familiares, pues se mantenía en unaposición social indefinida. Su opción para mante-nerse dentro de la sociedad era muy limitada: casisiempre el convento o los beaterios –como el deArrepentidas– y demás casas de mujeres. Sin em-bargo, es cosa conocida que en Lima cualquier mu-jer con dinero y tiempo podía conseguir el divorcioeclesiástico. Este aparente “libertinaje” llamó muytempranamente (principios del siglo XVIII) la aten-ción del viajero francés Frézier.

EL CONVENTO, LOS BEATERIOS Y OTRASCASAS PARA MUJERES SOLAS

Sin embargo, a pesar de la teoría, hubo más mu-jeres de las que se cree que sobrevivieron sin víncu-los o supeditaciones familiares, optando por viviren instituciones como la Casa de Recogidas, de lasDepositadas, de las Caídas o de las Arrepentidas, apesar de que quienes vivían en estas casas no solíanser muy bien vistas (ni aceptadas) por la sociedad.Sin embargo estas instituciones perduraron hasta fi-nes de la década de 1830.

Inicialmente había existido una casa para divor-ciadas que funcionó hasta fines del siglo XVII, y cu-yo rumbo a partir del siglo XVIII no es muy claro.Stevenson (1994) menciona asimismo la Casa deSan José para mujeres divorciadas.

La casa o beaterio de las Amparadas se fundó en1572 a fin de reunir huérfanas, doncellas e indiaspobres, pero para fines del siglo XVIII y principiosdel XIX se había convertido en una institución conuna crecida población. En ella se encontraban ni-ñas, mujeres arrepentidas, divorciadas, mujeres enretiro, sirvientas. Para entrar en el beaterio no eranecesario contar con una dote, a diferencia de lo re-querido para ingresar en un convento. De este mo-do, en los beaterios solían ingresar mujeres mayores

y viudas que por un lado querían alejarse del mun-do y, por otro, llevar un tipo de vida que ocultarauna mala situación económica.

Las normas de estas casas eran iguales a las deun convento e incluso las niñas huérfanas reunidasen recogimientos y colegios como el de Santa Cruzde Atocha o Nuestra Señora del Carmen eran edu-cadas monásticamente.

Muchas veces era de estas casas de recogimientopara huérfanas de donde conseguían esposa los in-migrantes mercaderes que no habían logrado cuan-do jóvenes vincularse y establecerse en la sociedada través del matrimonio. En estos casos se acostum-braba casar a la mayor de las niñas expósitas utili-zando como dote las donaciones que como obraspías dejaban algunos miembros de la elite social (oeconómica) de la colonia.

En estas casas los padres depositaban a sus hijascuando no querían casarse con la pareja que les ha-bían elegido; también los maridos depositaban a laesposa que mantenía una conducta demasiado inde-pendiente y no guardaba mayor obediencia a la pa-tria potestad. En ambos casos, el marido o la fami-lia tenían la obligación de mantener a la mujer. Si

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En una sociedad que aparentemente restringía y encasillabalas actividades de la mujer, éstas supieron adaptarse

creativamente y dirigir linajes y empresas. Grupo de damaslimeñas en una acuarela del siglo XIX.

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había intervenido el juez eclesiástico por tratarse deun trámite de divorcio, la mujer también podía ser“recogida” por el tiempo que durase el trámite.

Los muros del convento amparaban a viudas ymujeres solas, religiosas y laicas que querían alejar-se del mundanal ruido, pero también a un numero-so personal femenino de servicio. Los conventosmás conocidos eran La Encarnación, La Concep-ción, Santa Catalina, Santa Clara, Las Trinitarias, ElCarmen Alto, Santa Teresa o Carmen Bajo, Descal-zos de San José, Capuchinas de Jesus María, Naza-renas, Mercedarias, Santa Rosa, Trinitarias descal-zas, El Prado. Incluso existía un convento especialpara las damas indígenas, el de Nuestra Señora deCopacabana (Stevenson 1994:131).

Para fines del siglo XVIII, una de cada siete mu-jeres era seglar en un convento y esta situación lle-gó a ser causa de problemas. Por esa gran cantidadde población femenina se habían creado ocho bea-

terios, de los cuales los más importantes eran el yamencionado de las Amparadas y el de Copacabana,aunque para 1821 sabemos que también funciona-ban los de Santa Rosa de Viterbo, Nuestra Señoradel Patrocinio y el de Recogidas.

Para fines de la etapa colonial, cuatro de ellos sehabían convertido en monasterios y –tal como seña-la Van Deusen en su estudio (1987)– se había dadoun gran cambio. Mientras en 1700 hubo una fuerteconcentración de mujeres en los conventos (reli-giosas, retiradas y sirvientas), para 1790 la pobla-ción de los monasterios y beaterios había declinadoconsiderablemente. Lo que resulta extraño es que elnúmero de religiosas se había mantenido en un ni-vel semejante y más aún, la proporción de mujeresseglares retiradas en dichas instituciones había au-mentado. Quizá la población de los conventos dis-minuyó por la prohibición de que cada religiosa tu-viera más de una sirvienta. Pero lo que no se expli-ca fácilmente es el por qué había tanta mujer seglaren los conventos.

También existieron otras instituciones religiosaspoco conocidas como las casas de ejercicios. En Li-ma funcionaban cuatro para el momento de la inde-pendencia: la casa de ejercicios para señoras nobles,fundada por el padre Baltazar Moncada con doñaMaría Fernández de Córdoba y Sande; la casa deSanta Rosa, fundada por doña Rosa Vásquez de Ve-lasco en 1813; la de Nuestra Señora de la Consola-ción, en el Cercado, que funcionaba desde 1810; yla de Chacarilla de San Bernardo que en esta etapano contaba con ejercitantes. Finalmente, hubo tam-bién una casa de ejercicios para hombres solos lla-mada de San Francisco Solano, ubicada en el inte-rior del convento franciscano.

LA DOTE

Al menos durante la primera mitad del sigloXVIII, la dote era un elemento fundamental tantopara casarse como para entrar en un convento. Ladote era un instrumento legal por el cual la familiade la mujer hacía una contribución, en bienes o di-nero, para ayudar a su manutención –en caso de serpara el convento– o para ayudar a la nueva pareja aafrontar los gastos del matrimonio. En este últimocaso, el novio solía entregar las arras o donaciónpropter nupcias. como regalo para la esposa que reci-bía. Estas arras eran por lo general una décima par-te del caudal del marido que se entregaba en espe-cies o en dinero, y que pasaban a ser parte del patri-monio de la mujer. El aporte de la mujer al matri-

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Monja franciscana del siglo XVIII. La vida monacal enconventos y monasterios era uno de los pocos espacios de

desarrollo reconocidos a las mujeres del Perú colonial.

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monio era entonces el monto al que ascendía su do-te más el valor de las arras que le entregaba el novio.

La entrega de una dote suponía y garantizaba lapureza sexual de la mujer, y servía a la vez de in-demnización por el honor ultrajado y de sustituciónde la virtud perdida (Calixto 1984).

Mediante la carta dotal, el hombre reconocía lapropiedad de la mujer sobre los bienes allí mencio-nados y se comprometía a no malgastarlos ni utili-zarlos en provecho propio. En caso de muerte o deseparación el íntegro de la dote, incluidas las arras,debía ser entregado a la mujer; si sólo se trataba deseparación de cuerpos, los bienes que cada cónyugehabía llevado al matrimonio regresaban a poder decada cual. Las gananciales o los bienes adquiridosdurante el matrimonio se repartían equitativamente.

Como instrumento legal, la dote se asentaba enlos protocolos de notarios, donde puede encontrar-se gran cantidad de cartas y recibos dotales. Pare-ciera que esta institución hubiera comenzado acaer en desuso para fines del siglo XVIII y princi-pios del XIX, y que solamente en los sectores másaltos de la sociedad siguió utilizándose de formagenérica. Eso no niega, sin embargo, la presenciaaislada de la dote en otros sectores sociales, y es

posible que se haya seguido usando sin asentarseen el registro notarial.

Hay que notar por ejemplo que en el caso que es-tudiamos, el de doña Joaquina Urdapileta, no hayuna sola mención a dote que, en un litigio de este ti-po, tendría que haberse hecho. Dada la cantidad deinformación que ofrecen las señoritas Escalante re-sulta poco probable que no hubieran señalado la do-te que doña Joaquina había llevado al momento desu matrimonio; tampoco hay referencias a las arrasque en todo caso hubo debido entregar el novio.

La dote era uno de los elementos que hacía delmatrimonio una cuestión de conveniencia familiar.Recordemos que podía incluir bienes que en algu-nos casos constituían una tentación; en realidad, lafamilia perdía el control de cuantiosos bienes pa-sándoselos al marido de la hija. Mientras más rica lafamilia, mayor presión y control sobre los hijos –elmayor en particular– y las hijas –fueran solteras oviudas– en lo relativo a su estado civil. Los hijosmenores tenían mayores posibilidades de escapar alcontrol paterno, sobre todo si eran varones. El pro-

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Una dama con su criada paseando en una huerta, motivocolonial que engalana un armario cuzqueño del siglo XVIII

de la colección del Museo Pedro de Osma.

María Catalina de Loredo y Larrea, marquesa de Montealegrede Aulestia, circa 1763. La dote era un elemento primordialpara el establecimiento de las alianzas matrimoniales y el

encumbramiento social.

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blema para estos últimos era, más bien, encontrarjóvenes mujeres de posición dispuestas a casarsecon el segundón de una familia; así, la iglesia y elejército se convirtieron en las carreras abiertas paralos hijos menores.

Los intereses en torno a la dote quedan muybien graficados con el caso estudiado por Rizo-Pa-trón (1989). Doña María Mercedes de Santa Cruz yQuerejazú quedó huérfana y heredera del importan-te puesto de la tesorería de la Real Casa de Monedade Lima, que contaba con un sueldo de 6 mil pesos.Sus intereses fueron velados por sus abuelos y tíosmaternos durante su infancia, pero sabían quecuando ella se casase dicho puesto tendría que pa-sar a su esposo, de acuerdo a las normas de la épo-ca. Por eso, para no perder tan pingüe entrada, sutío materno decidió casarse con doña Mercedesaduciendo la conservación de una familia ilustre enuna misma sangre, la permanencia de los bienes defortuna, la orfandad de la consorte y los méritos dequien pedía la dispensa y de su familia. Frustradoeste intento, no se sabe si por la consanguinidad opor la misma Mercedes, la joven mujer –quizás porvoluntad propia– se casó con el mayorazgo Sebas-tián de Aliaga Sotomayor y Colmenares, igualmen-te mucho mayor que ella.

LA MUJER MERCADER Y SU DOTE

El comercio comenzó a despuntar como activi-dad económica en el siglo XVIII; no en vano seríanlas fuerzas del mercado y de sus más conspicuosagentes, los británicos, las que gobernarían el mun-do en el siglo XIX. La gama de productos negocia-dos sería muy diversa y se pondría especial enfásis,más quizás que en la plata –el artículo de tráficomercantil más importante–, en un conjunto de pro-ductos agropecuarios buscados por la naciente in-dustrialización europea.

La dote se convirtió en una fructífera herramien-ta a la que el mercader en caso de quiebra o fallaeconómica recurría con frecuencia. Por un lado, ladote, aunque pasaba a manos del marido, no debíaser malgastada sino administrada por él, pues regre-saba a manos de la mujer en caso de quedar éstaviuda o de separarse; pero, en el caso de los merca-deres, fue más bien un instrumento de proteccióneconómica. Una mala racha en los negocios del es-poso mercader suponía de inmediato el embargo delos bienes que poseía y un concurso de acreedores,es decir, un juicio en el que se presentaban todosaquellos con los que el malhadado mercader tenía

alguna cuenta. El pago a los acreedores se hacía conel remate de los bienes incautados y siempre por or-den de rigurosa antigüedad; la más antigua acreedo-ra, sin ninguna duda, era la mujer gracias a su dote.

Así, entre los mercaderes, la dote se convertía enuna herramienta esencial para que la pareja de re-cién casados se iniciara en el rubro comercial. Mu-chas veces los padres enlazaban así nudos de intere-ses socioeconómicos que convenían al conjunto dela familia y, con la dote, quedaba protegida buenaparte de los bienes invertidos en el negocio de la pa-reja; la mujer como primera deudora cobraba su do-te más las gananciales que se hubieran logrado entodo el tiempo de matrimonio. A veces, en algunosnegocios, las mujeres firmaban un papel señalandoque renunciaban a su derecho como acreedoras, pe-ro dado el caso siempre tenían la posibilidad de de-cir que habían sido forzadas a firmar, entablandouna querella judicial para recuperar su dote. Claroestá que conforme terminaba el siglo XVIII y co-menzaba el siguiente fueron mejorando los meca-nismos que impedían el abuso de este dispositivo;no en vano la actividad mercantil sufrió fuertes alti-bajos en el último tramo colonial, tanto por la exce-siva presencia de productos merced al reglamentode libre comercio y el boom exportador de mercade-res españoles a las colonias, como por el fuerte –yen constante aumento– mercadeo de contrabandoen las primeras décadas del siglo XIX.

Quizás por estas y otras razones la dote fue ca-yendo en desuso; más que el dinero o bienes enefectivo, lo importante del matrimonio era el círcu-lo de relaciones a las que se entraba por el entron-que familiar.

Las mujeres eran parte vital de la estrategia mer-cantil de los medianos mercaderes y de los grandescomerciantes de provincia. Por su tipo de negociolos mercaderes tenían siempre que estar movilizán-dose a Lima –a vender o comprar mercadería– o alinterior para velar por sus intereses –recogiendo,cosechando o acopiando los diversos productos–;en todo caso, el mercader se movía mucho mientrasque la mujer era la que se quedaba en la casa vigi-lando la continua circulación de la mercadería. Esdecir, ella era la que se encargaba de recibir los en-víos del esposo y de ver que estos productos conti-nuaran su camino hacia donde les tocara, fuera alpuerto a ser embarcados o seguir su ruta al merca-do de destino.

Tal fue el caso de doña María Mercedes Espino-za de los Monteros, casada con Miguel de Armés-tar. Él era un español recién llegado a fines del si-

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glo XVIII y ella pertenecía a un clan de comercian-tes dirigido por su hermano mayor, Gregorio Espi-noza de los Monteros. Los cuñados hacían constan-temente negocios por toda la región norte hasta laciudad de Cuenca (hoy Ecuador); sus habilitadoresde mercancía eran los grandes mercaderes limeños.Mientras el esposo y el cuñado se movían entre lasdiferentes ciudades, María Mercedes se quedaba enPiura encargándose de recibir lo que ellos le envia-ban. Cascarilla de Loja, harina de Huancabamba,entre otros productos, que se encargaba de enviar aPaita para ser embarcados rumbo a Panamá o paraque siguieran su ruta hacia los mercados de Trujilloy Lima.

La activa presencia de la mujer mercader no só-lo se limitaba a ser el pivote de una actividad, sinoque también destacó como vendedora y productorade bebidas de gran demanda como la chicha. Laschicheras juegan un rol muy importante en los di-ferentes pueblos y ciudades (incluso hasta nuestrosdías) y el impuesto a la chicha en muchos casosayudó a las economías de los diferentes ayunta-mientos una vez establecida la república.

LA MUJER Y LOS SALONES LITERARIOSDURANTE LA INDEPENDENCIA

La mujer fue parte integrante de las actividadeseconómicas de su pareja. Lo hemos visto en el casode doña Joaquina Urdapileta y el litigio que iniciasu esposo Cárdenas por la hacienda cuya renta lehabían asignado cuando pequeña. Vemos así que enla estrategia mercantil la mujer era pieza fundamen-tal, resultando poco probable que no hubiera muje-res que participaran activamente en el proceso y lossucesos mismos de la independencia. Famosos fue-

ron los salones de fines del siglo XVIII donde seconversaba de las últimas inquietudes literarias o delas recientes noticias europeas y también locales.Muy conocidos fueron por ejemplo el de doña Ma-riana de Querejazú y el de Josefa Portocarrero y Ga-vilán de Tagle Isazaga, en cuyo ambiente de culturay anhelo de reforma se criaría su hijo, don Bernar-do Tagle. Incluso el salón de la primera llegaría a te-ner tanta influencia que se diría que en la vida cul-tural de la colonia de esa época había tres poderes:el virrey, la Iglesia y el salón de doña Mariana deQuerejazú, uno de los lugares más preclaros de losconciliábulos políticos de los patriotas.

En estos salones alternaban personajes notablesque serían los ideólogos limeños o que al menostendrían mucho que ver con los hechos mismos delproceso independentista, como Pablo de Olavide,José Baquíjano y Carrillo e Hipólito Unanue, entreotros. También fue muy frecuentado el salón de do-ña Isabel de Orbea, donde no sólo se conversaba so-bre literatura sino se apoyaba a la causa patriota;ella además ayudó a las publicaciones de ese enton-ces organizando colectas para sostener la propagan-da revolucionaria. Citando a Sánchez, Prieto de Ze-garra dirá que la beligerancia en Lima sería más desalón, de café y de conspiraciones que de cuartel;todas las casas linajudas como la de los condes de laVega del Ren, los marqueses de Torre Tagle, conde

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Interior de una chichería en Piura en las postrimerías del siglo XIX.

Una chichera en un dibujo de A.A. Bonnaffé, 1855.

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de Vista Florida, el salón de la condesa de Guislas,etc. se convirtieron en centros de conspiración(Prieto de Zegarra [s.f.], t.2, pp.8-10).

Es sobre todo la mujer quien sirve de enlace en-tre los distintos grupos de conspiradores, encargán-dose de la difusión de noticias, llevando mensajesorales y escritos, haciendo circular variados docu-mentos. Para premiar esta labor de la mujer patrio-ta, San Martín crearía por decreto (enero de 1822)la condecoración de la Banda de Seda, que tambiénpodía ser colocada junto con la Medalla Patriótica.Entre muchas otras, San Martín honró con esta dis-tinción a la mencionada señora Orbea. Brígida Sil-va, consumada patriota que se encargaba no sólo delas comunicaciones sino también de llevar alimen-to, consuelo y ánimo a los patriotas capturados ymantenidos en las cárceles del Real Felipe, recibiríatambién esta preciada condecoración.

LA PARTICIPACIÓN DE LA MUJER EN LOSHECHOS MILITARES

No faltaron mujeres que participaron directa yactivamente desde el inicio del proceso de indepen-dencia: Micaela Bastidas no sólo apoyó a su marido,Tupac Amaru, en su gran rebelión (1780), sino quese convirtió en uno de sus principales lugartenien-tes, a pesar de saber el destino que le esperaba.

En la primera década del siglo XIX, en plena eta-pa de acciones militares del movimiento separatistaperuano, la crueldad de los jefes españoles, sobretodo Ricafort y Carratalá, era bien conocida y cobrómuchas víctimas, entre ellas por supuesto mujeres;la violencia política arrasa por igual a ambos sexos.No podemos olvidar la figura de María Parado deBellido, vinculada a los grupos guerrilleros quecombatían en los distritos ayacuchanos de Totos yParas. Su misión en todo momento consistió en ave-riguar los planes y los movimientos de las tropasrealistas para hacerlos llegar a las montoneras deCayetano Quiroz, de las cuales participaba su espo-so. Descubierta por una carta, fue capturada y lue-go fusilada al negarse a denunciar a sus contactos.

Cómo olvidar la presencia de esas sufridas mu-jeres indígenas, muy pocas veces tomadas en cuen-

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Litografíamostrando una

“rabona” de A.A.Bonnafé (1855).

Las mujeres deorigen popular

fueronfundamentales en

el curso de lascontiendas

militares por laindependencia.

MarianaMicaelaEchevarría deSantiago yUlloa, esposadel marquésde Torre Tagle,con la bandapatriótica,siglo XIX.

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ta, que seguían a sus hombres en los campos de ba-talla, preparándoles alimentos y bebidas, y que mu-rieron con ellos en las montoneras y otros enfren-tamientos.

LA “MARISCALA” Y LA MUJER DE LOSPRIMEROS AÑOS REPUBLICANOS

En los primeros años republicanos deslumbrauna mujer muy especial: doña Francisca Zubiaga deGamarra, cuzqueña, esposa del también cuzqueñoAgustín Gamarra. No era ella el prototipo de la mu-jer delicada sino, por el contrario, una persona degran carácter. Solía vestir ropa ancha para montar ymanejaba fuete, tenía una excelente puntería y granpericia con la espada. Como dirá la historiadoraPrieto de Zegarra ([s.f.], t.2, pp.8-10), durante todoel tiempo de las angustias y luchas políticas, doñaPancha, como la había apodado el pueblo, fue lamás leal y eficaz compañera y consejera de su espo-so. Ella voluntariamente se ofreció a vigilar la ali-mentación de los soldados, el aprovisionamiento delos pertrechos y de las ropas de abrigo. Tambiénse encargó de dirigir personalmente las activi-dades para mantener la salud y la aten-ción de las tropas, secundada porlas mujeres que seguían a los sol-dados. Incluso más, transmitíay a veces daba órdenes.

Esta controvertida mujerllegaría a tener el mayor po-der político cuando su es-poso ocupó el palacio degobierno. En su acciden-tado gobierno Gamarratuvo que sortear muchosproblemas e intentos delevantamientos y doñaPancha no estuvo ausentede las intrigas, pues em-pujó verdaderas tempesta-des para acallar toda la opo-sición contra el gobierno desu marido.

Más de una mujer apoyaríaen esos años la opción política delmarido, y otras tendrían también su

propia opinión. Dineros y joyasserían entregados a veces como

contribución a las accionesmilitares o simplemente da-dos para que el marido pu-diera tener algún tipo desocorro. Pensemos en elcaso de María Josefa deGoyeneche, quien se en-trevistó con el dictador Jo-sé Luis Orbegoso ante laprisión en Quequeña de suesposo Mariano de Goyene-

che, logrando permiso parahacerle llegar los socorros ne-

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María Parado de Bellido, quien diera su vida por la causapatriótica, durante las luchas de la independencia. Pintura

por Etna Velarde, 1975.

Francisca Zubiaga de Gamarra, lacélebre “Mariscala”, esposa de Agustín

Gamarra, tuvo marcada influencia políticaen las primeras décadas de vida

independiente.

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cesarios. En un arrebato de dignidad ella le diría aldictador que las señoras no están acostumbradas aimplorar por gracia la revocación de los atentadoscometidos “contra la justicia, los derechos y pisan-do las leyes”.

LA EDUCACIÓN DE LA MUJER APRINCIPIOS DEL XIX

La época propició situaciones en las que mujeresde temple no dudaron en enfrentarse a las injusti-cias, participando –como hemos visto– directamen-te en acciones bélicas o luchando por sus ideales demanera oculta pero no menos eficaz. Aunque en al-gunos casos ese temple fue cuestión del momento oidiosincrasia personal, hay que considerar la educa-ción que se le daba a la mujer en los años finales dela colonia, en la que la ilustración había tenido mu-cho que ver. No generalizamos al conjunto de mu-jeres sino a las de los sectores más altos de la socie-dad, pues finalmente la educación en la colonia fueun privilegio de clase que españoles y criollos guar-daron para sí.

En estos años, la tendencia había sido darle a lamujer un mayor nivel y bagaje cultural, a pesar deque por lo común ella no rebasaba los límites del

hogar; es decir, la voluntad (o no) de educar a las hi-jas partía de los padres y no de directivas públicas.

Propio de la época fue contar con un “directorespiritual” al que las mujeres consultaban todas susacciones de vida, normalmente un sacerdote allega-do a la familia, con gran ascendencia y poder deconvencimiento sobre las mujeres, en particular lasjóvenes. La misión de este director espiritual eravelar por la transmisión de los valores religiosos ymorales en la familia.

Sin embargo, después de 1821, y al amparo delas ideas liberales en boga, se buscó integrar más ala mujer dentro de la sociedad y para ello se pusomás atención en su educación. Esta vez, las políti-cas educativas fueron responsabilidad del Estado re-cién fundado y en 1822 se creó la Escuela Normalde Mujeres con la idea de que las niñas recibiesenuna educación bajo el sistema lancasteriano (in-glés), semejante a la que recibían los varones. Hacíamuy poco, 1814-1815, que habían comenzado a cir-cular ideas en contra del castigo corporal, hasta esemomento muy común en las escuelas.

A lo largo de los primeros años de la república setrataría de impulsar la educación de la mujer, aun-que siempre pensando en su rol como futura espo-sa y madre de familia. La preocupación por la for-mación de las jóvenes peruanas llevaría en 1826 ala creación de la Escuela Central Lancasteriana. In-clusive, como señala Villavicencio (1992), tan sólodiez años después –en 1836– se habían fundado 8escuelas lancasterianas, 4 para hombres y 4 paramujeres.

La legislación y la teoría fueron siempre de lamano aunque no necesariamente de acuerdo con larealidad. Había una brecha muy grande entre loscolegios de hombres y los de mujeres. Para 1849existían 260 escuelas de varones frente a 33 escue-las de mujeres, y mientras que las primeras tenían13 118 alumnos, las segundas apenas alcanzabanlas 295 alumnas (Villavicencio 1992: 31 y ss.).

Tendría que esperarse mucho tiempo para que lapreparación de las mujeres fuera semejante a la delos hombres. Sin embargo, como base de la familia,constituyeron un pilar fundamental del cambio,pues ellas eran las encargadas de mantener la nor-malidad de la vida cotidiana por difíciles que fueranlos momentos que se vivían. A semejanza de loshombres con su cotidiano vivir en el período que vade fines del siglo XVIII a principios del XIX, pasan-do por los avatares de los hechos militares, las mu-jeres también participaron activamente del giro delos acontecimientos.

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Maestro de escuela en una acuarela del siglo XIX. El acceso ala educación fue un privilegio de clase en la sociedad colonial.

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Para la segunda mitad del siglo XVIII yprincipios del siglo XIX, la Iglesia en el Perú te-nía ya un largo recorrido. La evangelización yla cristianización de los indígenas desde quellegaron los españoles, las campañas de extir-pación de idolatrías en el siglo XVII y la lentalabor misionera de las diferentes órdenes ha-bían ya echado sus frutos; convencidos o no,todos los grupos étnicos que había en el virrei-nato participaban de la Iglesia católica para fi-nes de la etapa colonial. En una interesante si-tuación se encontraban los indígenas, quieneshabían interpretado y asimilado de modo sin-crético las doctrinas y, sobre todo, el ritual re-ligioso, en un marco de creciente laicizacióndel entorno dominante de la sociedad virreinalperuana. Este proceso iba de la mano con la progre-siva aceptación del pensamiento liberal (anticlericalaunque no antirreligioso) que sustentaba el proyec-to independentista, particularmente el republicano.

EL PATRONATO REGIO Y EL PROBLEMACON LA REPÚBLICA

Desde que descubrió América y la colonizó, laCorona española puso coto a la intervención direc-ta de la Iglesia en sus territorios americanos, encar-gándose de manejar todos los asuntos vinculados aéstos, sin excepción. De manera progresiva, a lo lar-go del siglo XVI, se había creado una Iglesia nacio-nal americana en la que los reyes tenían todo el po-der. Ningún ejercicio ni jurisdicción efectivos ha-bían quedado en manos de la Iglesia, y toda autori-dad o actividad eclesiástica en los nuevos territoriosdebía ser nombrada o aceptada por el Consejo deIndias.

Sin embargo, el territorio indiano era excesiva-mente vasto para las posibilidades burocráticas deuna sociedad en formación y asentamiento. Por esola Corona se sirvió de la organización interna de laIglesia para el gobierno de las Indias; así, los cura-tos y las doctrinas fueron también parte de la es-tructura de gobierno virreinal. Recordemos que enla mayor parte de la etapa colonial no hubo diferen-cia notable entre lo sacro y lo profano: la Iglesia cru-

zaba la vida cotidiana de la gente en todo momentoy en todo lugar; de allí también podría derivarse laimportancia para el Estado español de mantenercontrolada semejante institución.

Baste recordar el impacto casi terrorífico de unaexcomunión; en términos sociales significaba lamuerte civil de la persona, pues nadie se relaciona-ba con un excomulgado. Esto le permitió a la Igle-sia contar con una verdadera medida de fuerza paraque se cumplieran sus normas, más aún cuando és-tas se vinculaban tanto a las del Estado.

El problema, no obstante, estaba en la constitu-ción misma del Estado español. La Iglesia católica,en principio, no excluye a nadie, pero por la mismavinculación con el Estado reproducía los esquemasde la sociedad colonial. Según nos recuerda Klaiber(1988) la Corona española era paternalista, perso-nalista –centrada en la figura del rey– y corporatis-ta (es decir, una sociedad conformada por una seriede corporaciones con diversos grupos sociales, ca-da uno de los cuales contaba con su propio fuero).Con los Borbones, sobre todo desde Carlos III, sefue haciendo cada vez más sensible la imposiciónde un despotismo ilustrado que tendría un conspi-cuo representante (al menos en lo absolutista) enFernando VII, en la segunda década del siglo XIX.Además, con esta nueva dinastía, el regalismo o pa-tronato real se reforzó con el galicanismo, es decircon la prerrogativa inalienable de la soberanía,

IIILA PRESENCIA DE LA IGLESIA Y SU CLERO

Catedral de Lima en la primera mitad del siglo XIX. A pesar de supiedad religiosa, la Corona española siempre se reservó para sí el

nombramiento de las autoridades eclesiásticas en su territorio.

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consecuencia directa del derecho divino de los re-yes (Barnadas 1990).

El ascenso de la dinastía francesa de los Borbo-nes a la Corona española trajo consigo una volun-tad reformadora. Cuando a partir de la segunda mi-tad del siglo XVIII se inició una serie de reformasestatales, se buscó también modificar la estructuraeclesiástica y aprovechar la oportunidad para some-terla por completo al Estado. Hemos visto ya un pri-mer intento en este sentido cuando mencionába-mos líneas arriba la Pragmática Real de 1778 con laque se impedía el matrimonio entre no iguales, queen el Perú pasaba particularmente por el control ci-vil-religioso sobre las castas. Es decir, la ofensiva re-galista de la Corona española quiso colocar todo elaparato eclesiástico bajo un control estatal suma-mente rígido (Barnadas 1990).

En este sentido, todavía a fines del siglo XVIII laIglesia no había llegado a consolidarse como unconjunto monolítico de gran poder, sino que por el

contrario se encontraba muy fragmentada y focali-zada. En realidad, la figura del rey era el elementoque vertebraba a todo nivel los gigantescos territo-rios de los dominios españoles en América. ¿Acasono es un hecho real que el rey era el último lazosimbólico entre los súbditos americanos y la Coro-na? (y esto prácticamente hasta el mismo momentode la jura de la independencia). Los jesuitas, una delas líneas de la Iglesia que mejor podía luchar con-tra el regalismo (Barnadas 1990), fueron rápida-mente derrotados, como veremos luego.

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, lailustración borbónica determinó que, a semejanzade lo que estaba ocurriendo con la burocracia, enlos puestos de importancia eclesiástica –como losobispados– se colocaran personas que cumplíancon los requisitos de los funcionarios borbones; esdecir, gente que además de su natural piedad cató-lica se ajustara al perfil alto de los funcionarios bor-bónicos: inteligencia, eficacia y lealtad. En el casodel Perú hubo notables personajes que cumplieroncon dichos requisitos como los obispos Chávez dela Rosa en Arequipa, Martínez Compañón en Truji-llo y Moscoso Peralta (el único criollo) en Cuzco.

El patronato regio se convirtió en un problemacuando se establecieron las repúblicas sudamerica-nas. Contando con una tradición de subordinaciónde la Iglesia a la Corona, los jefes de los noveles es-tados buscaron también mantener la situación: elpatronato regio quiso ser asumido por las nuevasrepúblicas. Sin embargo, esto generó una crisis en-tre el clero secular pues ahora Roma quería manejarla Iglesia en América Latina y no ceder su espacio.

A pesar de la fuerza y coherencia que la Iglesia lehabía dado a la organización colonial, la indepen-dencia reveló su debilidad interna: los obispos re-nunciaron bajo presión o fueron expulsados. Por suparte, los curas liberales buscaron medidas paracontrolar o reformar a los religiosos que no compar-tían sus ideas. Al asumir el patronato regio, las nue-vas repúblicas abortaron cualquier posibilidad deautonomía de la Iglesia frente al Estado. Fue laoportunidad que aquélla perdió para distanciarsedel poder político y forjar una identidad más propia(Klaiber 1988).

La lucha entre conservadores y liberales que ca-racteriza el mundo republicano de la primera mitaddel siglo XIX también marca la relación y las direc-trices políticas entre la Iglesia y el Estado. Los vín-culos a establecerse entre ambas instituciones fue-ron tema de arduo debate político en la mayoría delas repúblicas hispanoamericanas a lo largo del siglo

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Un grupo de indios norteños en un momento de oración, siglo XVIII.

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XIX; no obstante hubo siempre un punto de cohe-sión entre liberales y conservadores: servirse de laIglesia como elemento vertebrador de la república.

LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS

Mediante una Pragmática Sanción del 27 de fe-brero de 1767 llega a todos los confines del imperioespañol-americano la orden de expulsar a los jesui-tas. Los motivos reales hasta el momento no se co-nocen; se habla de una voluntad autonomista de laorden religiosa (merced al éxito obtenido por ejem-plo en las misiones de Paraguay o a la influencia enlas clases dirigentes americanas), pasando por supoder político-económico, hasta intrigas y oposi-ción palaciega en la corte española. En todo caso, loque sí es claro es que la orden tenía un poder exce-sivo –tanto en España como en América– que resul-taba amenazante para la Corona. Además, para losministros jansenistas, se había convertido en el mu-ro de contención de las nuevas ideas filosóficas queilustraban la Europa del siglo XVIII y que los colo-caba en una permanente pugna por la moderniza-ción. Defensores de los derechos del Vaticano en Es-paña y sus colonias, la derrota de los jesuitas signi-ficó la indefensión de la Iglesia frente al Estado es-pañol, y que no tuviera mayores armas en los suce-sos previos a la independencia.

La expulsión de los jesuitas fue llevada a cabocon “sorpresa, rapidez e implacabilidad” (ÁlvarezBrun 1961); todos, incluso viejos y enfermos, de-bieron abandonar el territorio. La estrategia estuvotan bien dirigida que la orden, que gozaba de unprestigio superior al de las demás no pudo contarcon defensores. La consternación general fue tardía;en el momento no hubo más que algunos infructuo-sos intentos de protesta y alboroto. Sin embargo, es-to generaría una fuerte tensión, un primer rompi-miento con la impositiva madre patria.

Para la Iglesia latinoamericana la expulsión delos jesuitas significó una crisis. Esta orden se habíadedicado a educar a los miembros dirigentes de lasociedad, tanto indígenas como criollos. La expul-sión de la orden significó que universidades, cole-gios y misiones perdieran alrededor de 2 500 sacer-dotes, gran parte de los cuales eran “criollos, cos-mopolitas, bien cualificados y eficientes” (Barnadas1990). En Lima, por ejemplo, tenían a su cargo,aparte del colegio El Príncipe para hijos de curacas,el colegio San Martín y el colegio San Felipe; estosdos últimos, ante la ausencia de maestros, se unie-ron en el Real Convictorio de San Carlos.

Por otro lado, la forma usual de asegurar rentaspara mantener las instituciones de enseñanza habíasido en la mayoría de los casos la adquisición depropiedades. Muchas de ellas fueron obtenidas porherencias; las haciendas aceptadas y administradaspor los jesuitas resultaron ser casi siempre empresaseconómicas exitosas. De otro lado, los campesinos ylos esclavos que vivían en estas haciendas resintie-ron el cambio de dirección suscitado a causa de laexpulsión; recuérdese que tras ésta se creó la Juntade Temporalidades, una suerte de comité encargadode la supervisión y venta de las propiedades de losjesuitas. En manos de civiles, con las pesadas cargastributarias y la competencia del mercado, las prós-peras haciendas de la orden dejaron de serlo.

Sin embargo, para el caso del Perú, el extraña-miento jesuítico tuvo algunos efectos positivos. Sinnegar lo que se acaba de decir sobre cómo se vioafectada la educación, la presencia del Convictoriode San Carlos, sobre todo en su etapa culminantebajo la dirección del chachapoyano Toribio Rodrí-guez de Mendoza (1785-1816), significó una reno-vación del pensamiento peruano. Sin los jesuitas nohubo más muro de contención para las nuevas ideasfilosóficas, y pasaron casi treinta años antes de quelas autoridades se sintieran amenazadas por las en-señanzas vertidas en el Convictorio. Creado por elvirrey Amat y Junient en 1771, recién fue interveni-do en 1815 durante el gobierno del virrey Abascal,después de que Rodríguez de Mendoza estuvieratreinta años en la dirección. En esos años se forma-

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Toribio Rodríguez de Mendoza fue profesor y rector del RealConvictorio de San Carlos, introduciendo importantes

modificaciones en los planes de estudio de dicho claustro.

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ron varias generaciones de criollos que jugarían ro-les estelares durante la independencia.

Por otro lado, si bien a los jesuitas se les debeuna admirable labor en sus misiones, y en el casodel Perú la incorporación de muchos pueblos y tri-bus de la región amazónica, su salida significó la re-cuperación del control religioso de las zonas de Jaény Maynas. En 1802 se crean el obispado y la gober-nación de Maynas con el propósito de que fueranasumidos por los franciscanos del convento de San-ta Rosa de Ocopa; de este modo se cumplía ademáscon las recomendaciones del comisario de límitesde la Amazonía Francisco de Requena, acerca deque estas regiones debían pasar a depender del vi-rreinato del Perú por las mayores facilidades para lacomunicación y el control.

Pero la expulsión de los jesuitas tuvo una reper-cusión no pensada y vinculada particularmente a losprocesos de reforma y separación que se darían enlas primeras décadas del siglo XIX. Expulsados tam-bién de Portugal y de Francia, en el norte de Italia sereunió un numeroso contingente de ex jesuitas ame-ricanos, alrededor de cinco mil, cuya situación erabastante precaria y difícil, y que ardían de indigna-ción ante el abuso de haber sido arrojados de los ho-gares donde habían nacido;su situación no hacía más queaumentar la nostalgia y losafanes subversivos, sobre to-do al descubrir un nuevo pa-norama ideológico en esastierras del sur de Europa.

Sabemos por ejemplo quela Pragmática Sanción deCarlos III marcó con huellaindeleble el espíritu de jesui-tas como el argentino JuanJosé Godoy y del Pozo y, en-tre los peruanos, de Juan Pa-blo Viscardo y Guzmán.

Este jesuita se mantenía alcorriente de lo que sucedía enlas colonias y hoy se sabe queen 1781, al enterarse de la re-volución de Tupac Amaru, sedirigió al cónsul inglés en Li-vorno, John Udny, para pro-

ponerle un plan para independizar las colonias. Via-jaría a Inglaterra para tratar de conseguir –sin éxito–el apoyo oficial de este gobierno. Su famosa “Cartaa los españoles americanos” tendría gran resonanciaen el mundo hispanoamericano e incluso se le acer-carían grandes ideólogos del movimiento indepen-dentista americano, como Francisco de Miranda.

EL BAJO CLERO Y LOS CURASDOCTRINEROS

En los últimos años de la colonia, América tuvoun alto clero eminentemente español que, por laspolíticas absolutistas de los Borbones, se encontrósupeditado y dependiente del Estado más de lo quenunca lo había estado antes. Por lo mismo, ningunaalta autoridad eclesiástica dejaba de ser nombradapor la Corona. Sin embargo, surgió un grave proble-ma: por lo general estas autoridades no tenían uncontacto directo con el pueblo. Quizás uno de lospocos obispos que visitara su diócesis a fines del si-glo XVIII fue el obispo Baltasar Jaime Martínez deCompañón quien, como hemos visto, lo hizo bajoun perfil de funcionario borbónico.

Pero, en general, la agreste geografía del virrei-nato se convertía en un obs-táculo que frenaba las visitaspastorales y que manteníaalejada a la jerarquía eclesiás-tica de sus feligreses. El con-tacto real entre miles de cam-pesinos y la Iglesia y la reli-gión fue establecido por elmedio y bajo clero, en parti-cular por los curas doctrine-ros de origen criollo. A pesarde ello, en los primeros añosdel siglo XIX una gran canti-dad de los 500 curatos exis-tentes estaban vacantes.

A fines de la etapa colo-nial, el sacerdocio, más queuna vocación, se había con-vertido en una carrera seme-jante al derecho o a la milicia,que en la mayoría de los ca-sos contaba con la ventaja deasegurar a los hijos de los al-tos sectores de provincia unadeterminada ubicación don-de reproducir su medio socialde vida. El perfil de estos re-

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Un fraile dominico en unaacuarela del siglo XIX. La carreraeclesiástica era una de las pocasoportunidades de movilización queofrecía la sociedad colonial.

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ligiosos solía ser el de un licenciado que había estu-diado en Lima, con rentas de mil pesos al año y unoo dos ayudantes. En algunos casos contaban conrentas establecidas por la propia familia a través decensos y capellanías de las que eran patrones o a tra-vés del cobro a los feligreses por los servicios reli-giosos prestados, sínodos, obvenciones y primicias.

Téngase en cuenta que los diezmos, impuestoseclesiásticos que se cobraba a los productores agro-pecuarios, estaban vinculados a la alta jerarquíaeclesiástica y parcialmente significaban también uningreso para el Estado, por cuanto una parte rever-tía a él. Generalmente el cobro del diezmo era rema-tado en las diferentes mesas capitulares de cadaobispado y, como el sistema eclesiástico y el civil sesuperponían, se hacía de manera semejante al tribu-to, es decir, en dos partes: en San Juan (junio) y enNavidades (diciembre). Para fines del período colo-nial, sin embargo, el diezmo, una de las principalesrentas del estado eclesiástico, se había reducidoprácticamente a la mitad (García Jordán s/f).

Los miembros del clero secular eran casi tan nu-merosos como los religiosos. Los curas doctrinerospertenecían por lo común al bajo clero secular y mu-chas veces eran los encargados de cobrar los tributosque le correspondían a la Iglesia, diezmos y primi-cias, pero principalmente sobrevivían con el ritual:misas de diversos tipos, bautismos, matrimonios.

Los curas doctrineros podían ser ayudantes y te-nientes de curas, a veces diáconos y clérigos de ór-denes menores, que vivían en las zonas rurales delas provincias más alejadas. Esta figura solitaria eraformalmente obediente al orden eclesiástico, peroen la práctica no siempre se tenía una completa ju-risdicción sobre ellos. Era un clero acostumbrado avivir su propia vida en regiones remotas, por lo co-mún en pueblos pequeños de campesinos indígenasdonde solían contar con fuerte representatividad so-cial por su investidura.

POBLACIÓN ECLESIÁSTICA ESTIMADA (1812)

Población total 1 371 351

Doctrina 483

Anexos 977

Clérigos 2 018

Religiosos 2 217

Monjas 1 144

Beatas 217

Fuente: García Jordán [s/f]:20, 337.

La mayoría de las veces los curas vivían en con-cubinato y se dedicaban a actividades mercantiles,negociando con los productos que cobraban para laIglesia y también con los propios; la liturgia les pro-porcionaba la oportunidad para cobrar, en excesogeneralmente, y el espacio para hacerse de produc-tos con los cuales comerciar. Podían –y de hecho lohicieron– recargar las prestaciones de servicios delos nativos, aumentando el servicio de pongaje, demitas de cocineros, de dar mulas y de contribuir conrecachicos (pequeños aportes de dinero y productosque ocasionalmente se ofrecían al cura). Incluso enalgunos lugares como en Reyes, Ninacaca y las lla-nuras de Bombón (Pasco) se estableció una mita deconfesión; es decir que por cada confesión el confe-sante tenía la obligación de contribuir con un nú-mero de horas o días de trabajo. De este modo, loscuras doctrineros muchas veces se convirtieron enlos agentes determinantes para la canalización y ex-tracción de excedentes de la comunidad (Hunefeldt1983).

Muchos de ellos fueron elementos claves en lasdiferentes revueltas indígenas de principios del sigloXIX y sobre todo jugaron un rol particularmenteimportante en las montoneras de la independencia.Un ejemplo notorio fue el del padre fray Bruno Te-rreros, quien se levantó en Chupaca a la cabeza deun grupo de nativos.

LOS PRIMEROS AÑOS DE LAINDEPENDENCIA Y EL CLERO

En 1810, Bartolomé María de las Heras dirigíauna carta al rey en la que señalaba que los habitan-tes del Perú –y en general los de Lima– eran fieles ala Corona, a pesar de hallarse en medio de virreina-tos que sufrían diferentes procesos de rebeldía. Unadécada después y pese a su avanzada edad (80años), este arzobispo español sería forzado a retirar-se primero a Chancay y luego a España. La excusafue su negativa a clausurar las casas de ejercicios demujeres –como ordenara San Martín–, pero la ver-dadera razón fue el temor a su conservadurismo ysu posible arraigo entre la población.

A lo largo del proceso de independencia, granparte del alto clero, mayormente peninsular, seopuso a la independencia. Sus instintos conserva-dores –o quizás el temor a las consecuencias de unarevolución– los hacía aunar fuerzas para despresti-giar la causa de la libertad. Para Barnadas (1990) elaparato clerical identificó su destino con el de laminoría blanca y se dejó manipular por el poder ci-

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vil como instrumento de pacificación. Tómese encuenta cómo en 1825 José Faustino Sánchez Ca-rrión tuvo que leer una memoria dirigida a aquietarlas conciencias de muchos patriotas, que se opo-nían a la libertad republicana en la misma medidaen que se oponían a un crimen contra la religión(Barreda 1937).

Pero la mayoría del clero secular se inclinó porel lado de los patriotas (Restrepo 1992); no deje-mos de anotar que de los 79 diputados que hubo enel primer Congreso Constituyente, 26 eran sacerdo-tes. Su actitud en muchos casos fue decisiva para laopción de los fieles; la Iglesia se despojó de sus bie-nes para sostener las necesidades del ejército pa-triota. Sin embargo, también los realistas echaronmano de estos bienes: en 1819 se exigió un subsi-dio eclesiástico a las cofradías y conventos por unmillón de pesos como préstamo al real erario; y, po-co antes de abandonar Lima (1821), el ejército delvirrey La Serna exigió todo lo que había de valor enlas iglesias.

A nivel de autoridades eclesiásticas, el problemafue bastante más grave. Desde los mismos iniciosde la república muchos obispados quedaron vacan-tes: el rechazo a las políticas españolas de los pri-meros años se conjugó con el problema de la Igle-

sia y su vinculación con los nuevos países. La ma-yoría de las diócesis se mantuvieron vacantes hastapor dos décadas: Lima (1821-1835); Trujillo(1820-1836), Huamanga (1821-1843), Cuzco(1826-1843), Maynas/Chachapoyas (1821-1836),excepción hecha de Arequipa, a cuya cabeza se en-contraba don José Sebastián de Goyeneche. Estecriollo realista fue obispo de esa sede sureña desde1818 y se negó a abandonar a sus fieles luego de laindependencia; no obstante con su presencia no serecuperaban los territorios para España y sí se co-rría el riesgo de perder a muchos para la fe (GarcíaJordán s/f:22).

Liberales por convicción como Bolívar atacarondirectamente la institucionalización eclesial. En1826, el Libertador dio un decreto dirigido a la re-forma de regulares mediante el cual se limitaba elnúmero de conventos de acuerdo a la poblaciónexistente en cada poblado, eliminándose así 39 mo-nasterios.

La Iglesia rechazaba a los liberales, y los secto-res más conservadores nombraban a los sacerdotes.En este momento Bartolomé Herrera se convierteen el portavoz del ultramontanismo y en el arqui-tecto principal de la romanización de la Iglesia pe-ruana. El mismo Francisco Javier Luna Pizarro, li-

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José Sebastián de Goyeneche y Barreda (1784-1872) fueobispo de Arequipa y arzobispo de Lima en 1860, sucediendo

a José Manuel Pasquel.

Retrato por José Gil de Castro de Francisco Javier de LunaPizarro (1780-1855), arzobispo de Lima, vinculado

estrechamente a la vida política peruana en la primera mitaddel siglo XIX.

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beral de joven, abjura de estos ideales y se convier-te en el arzobispo conservador de Lima (Klaiber1988).

Pero los liberales no se mantuvieron inactivos yla oposición al Concordato con la Santa Sede tuvoen Francisco de Paula González Vigil a uno de susmás encarnizados detractores; es más, en 1851 se-ría excomulgado por Pío IX. Pero ya desde antes elliberal Manuel Lorenzo de Vidaurre había presenta-do un proyecto de código eclesiástico –que fue co-locado en el Index del Vaticano– en el que se pro-ponía una serie de reformas a la organización delclero, propugnando por ejemplo la anulación delcelibato y el derecho a casarse de los religiosos,quienes estudiarían además en seminarios pagadospor el Estado y por supuesto bajo un currículo de

estudios dictado por éste (Álvarez Brun 1961; Gar-cía Jordán s/f). En el fondo de estas propuestas seencontraba la voluntad de los liberales por supedi-tar a la Iglesia al control del Estado y crear una ver-dadera y autónoma iglesia nacional. Pero a nivel dela política estatal, tanto liberales como Orbegoso oconservadores como Castilla querían convertir a laIglesia en la fuerza estabilizadora de la sociedad.

El punto culminante de la guerra entre liberalesy conservadores –encabezados por Herrera– fue al-rededor de 1848, cuando los liberales creyeron quepodía cundir el ejemplo boliviano y ser firmado elConcordato con la Santa Sede. El triunfo liberalimplicó que este acuerdo con el Vaticano fuera re-cién firmado –en otro contexto– hacia mediados dela segunda mitad del siglo XIX.

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BIBLIOGRAFÍA

Mucho hay que decir pero muy poco se ha escritosobre la vida cotidiana de la conflictiva época entre el últi-mo tramo colonial y el tránsito a la república. Ni siquieraen esta breve aproximación se llega a dibujar el cuadro decómo pudo ser la vida de la gente común que vivió en elpasado; se ha intentado al menos esbozar algunos temaspuntuales abriendo el panorama a un espacio algo másamplio que el de Lima. El trabajo es muy difícil pues des-cribir un cuadro vívido de la época como conjunto, y nosólo algunas escenas (arte, costumbres, anécdotas), re-quiere de un amplio dominio del momento, una concienzu-da investigación y mucha creatividad literaria.

Pero, por el momento, hay muchos textos de difu-sión que nos dan noticias sobre el tema. Por lo general,en cada colección o enciclopedia histórica hay siempre unvolumen (o parte de él) que se dedica a la vida cotidiana.Suelen ser, por lo común, estudios sobre diversas mani-festaciones artísticas (sobre todo pintura y escultura) endonde se menciona a los artífices y se listan las obras dearte más reconocidas. O también se intenta presentar unaimagen de la época narrando hechos y costumbres a ma-nera de anécdota y no como un todo con su propia cohe-rencia interna (ver, por ejemplo, los diversos artículos dela colección Historia general del Perú editada por Brasaen 1993; la Historia de Carlos Daniel Valcárcel [et al.]; laHistoria general de los peruanos: el Perú republicano, pu-blicada en 1986 por Peisa, y la de Mejía Baca, Barcelona1984, entre otras).

Pocos han intentado asumir el reto de dibujar la vidacotidiana del Perú. Un buen número de costumbres fueronrecogidas por Ricardo Palma en sus Tradiciones peruanasy con ellas se han creado imágenes reales –pero tambiénfalsas– del vivir de la gente de la colonia o de la tempranarepública. En general Lima como capital virreinal ha corri-do mejor suerte que otras ciudades y cuenta con algunostrabajos que narran sus riquezas históricas pero que norescatan el cotidiano vivir de la gente; como los de JuanManuel Ugarte Eléspuru (Lima y lo limeño, Lima, EditorialUniversitaria, 1967; Pintura virreinal, Lima, Banco de Cré-dito; La platería virreinal, Lima, Banco de Crédito, 1974;entre otros), Emilio Harth Terré (“Las bellas artes en el vi-rreinato: historia de la casa urbana virreinal de Lima. Siglo

XVI”, en Revista del Archivo Nacional, Lima, 26 (1): 1964,pp. 104 -219 y también “Las bellas artes en el virreinato:pinturas y pintores en Lima virreinal”, en: Revista del Ar-chivo Nacional, Lima, 28(1-2):1964, pp. 104-219) o CésarPacheco Vélez (Memoria y utopía de la vieja Lima, Lima,Universidad del Pacífico, 1985); aunque este último sí seinteresa por la sociedad limeña y rescata algo del diariopasar.

Quizás uno de los pocos que se ha dedicado a re-construir el vivir cotidiano de la epoca virreinal es JeanDescola (La vida cotidiana en el Perú en el tiempo de losespañoles 1710-1820. Buenos Aires, Librería Hachette,1962), pero su interesante trabajo es un primer acerca-miento que le resulta insuficiente a un limeño. No faltanalgunos textos como el de M.E. Manarelli (Pecados públi-cos: la ilegitimidad en Lima, siglo XVII. Lima, Flora Tris-tán, 1993), que intentan describir alguna escena cotidiana–de la Lima del siglo XVII en este caso– como marco aun estudio de mayor profundidad. Otros como M.D. Dé-melas e Y. Saint-Geours (La vie quotidienne en Amériquedu Sud au temps de Bolívar: 1809-1830, Paris, Hachette,1987) o M. Haitin (Late colonial Lima: economy and so-ciety in an era of reform and revolution, Berkeley, Univer-sity of California, 1975, Ph.D.), a pesar de no estar tradu-cidos, han seguido una línea interesante recogiendo bas-tante de la vida cotidiana, pero centrando su interés enlos problemas político-económicos y perdiendo a la ciu-dad como escenario. Probablemente sea Pablo Macera(Trabajos de historia, Lima, INC, 1977, tomo IV) uno delos pocos historiadores que en varios ensayos puntualesha analizado diferentes aspectos de una determinadaépoca en un intento de rebasar el interés por la culturageneralmente centrado en el arte. Sin embargo, el elabo-rado panorama no llega a cuajar en una visión de conjun-to.

Las fuentes de primera mano y mayor riqueza sonlas narraciones de viajeros. En muchos otros documentosaparecen datos sueltos a manera de piezas de rompeca-bezas que están a la espera de ser armados, pero son es-tos relatos los que nos permiten sumergirnos en el Perúde la independencia, dependiendo claro está, de la capa-cidad literaria y de observación del escritor. Pero recorde-

mos la advertencia, irónicamente narrada por Manuel A.Fuentes (Lima: apuntes históricos, descriptivos, estadísti-cos y de costumbres (1867), Lima, BID, 1985), de que fre-cuentemente el viajero registraba como costumbre hechosque no pasaban de lo anecdótico.

Muchos viajeros aparecen por nuestras costas du-rante la independencia; momento en el cual se conjuga unrenovado interés científico por las riquezas naturales delnuevo continente con una fuerte curiosidad por la forma-ción de los nuevos países. Quizás los que tienen mayorinformación sobre la independencia han sido compiladospor E. Núñez (Relaciones de viajeros) en la gigantescaColección documental de la independencia del Perú, Vol.4. Como A. Tauro (Viajeros en el Perú republicano, Lima,UNMSM, [s.f]), E. Núñez se dedicó a reunir muchas rela-ciones de viajeros, incluyendo algunos de la temprana re-pública, con el objeto de ilustrar el siglo XIX peruano.Compiló por ejemplo Viajeros alemanes por el Perú: cua-tro relaciones desconocidas: P. Wolfgang Bayer, FriedrichGerstaecker, Karl Scherzer, Hugo Zoller (Lima, UNMSM,1969), prologó la obra de Max Radiguet (Lima y la socie-dad peruana, Lima, Biblioteca Nacional del Perú, 1971) yeditó un estudio sobre viajeros (Viajes y viajeros extranje-ros por el Perú: apuntes documentales con algunos desa-rrollos histórico-biográficos. Lima [s.e.] 1989).

Las importantes observaciones de Heinrich Witt(Diario y observaciones sobre el Perú: 1824-1890, Lima,Cofide, 1987) han sido también publicadas sumándose alos esfuerzos de Macera por publicar a viajeros franceses(“Los viajeros franceses y el Perú republicano (1826-1890)” en Revista Peruana de Cultura, Lima (5): 1965, pp.50-70) y J.P. Duviols (Voyageurs français en Amérique:colonies espagnoles et portugaises, Paris, Bordas, 1978).

Los libros que se leen enriquecen el contenido detodos los temas que uno está investigando (y escribiendo)pero por lo general, se suelen dedicar a algún punto enespecial. Por eso, en este caso, la bibliografía utilizada hasido separada de acuerdo con los temas que se tocan, detal manera que el lector pueda encontrar la informaciónmencionada directamente en los libros.

Por temas y por orden alfabético la bibliografía con-sultada ha sido la siguiente:

Page 165: De la colonia a la república independiente - UNU...de la plata potosina, aproximadamente hacia la se-gunda mitad del siglo XVII la colonia se reorganizó económica y socialmente.

ALGUNOS TEMAS DE LA VIDA DIARIA

Barreda Laos, Felipe1937 Vida intelectual del virreinato del Perú. Buenos Aires,

Tall. Graf. Argentinos, L.J. Rosso.Betalleluz, Betford1995 Historia del Perú: una aproximación. Lima, Escuela

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Buschnell, David y Neill Macaulay1989 El nacimiento de los países latinoamericanos. Madrid,

Nerea, 328 p. (Quinto Centenario).Estenssoro, Juan Carlos1989 Música y sociedad coloniales: Lima 1680-1830. Lima,

Colmillo Blanco, 160 p.Gargurevich Regal, Juan1991 Historia de la prensa peruana (1594-1990). Lima, La

Voz.Iturriaga, Enrique y Juan Carlos Estenssoro1988 “Emancipación y república: siglo XIX”. En: La música

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Macera, Pablo1977 Trabajos de historia. Lima, Instituto Nacional de Cul-

tura, 4 tomos.O’Phelan, Scarlett1980 Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia

1700-1783. Cuzco, Bartolomé de las Casas, 351 p.Pacheco Vélez, César1981 “José Gregorio Paredes y el primer patriotismo repu-

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rú. Lima, Patronato Popular y Porvenir Pro MúsicaClásica, pp. 65-102.

Stevenson, William Bennet1994 Narración histórica y descriptiva de veinte años de(1829) residencia en Sudamérica. Quito, Abya-Yala (Colec-

ción Tierra Incógnita, 14).

LA MUJER, LA FAMILIA Y EL CAMBIO

Burns, Kathryn1993 Convents, culture and society in Cusco, Perú 1550-

1865. Cambridge, Harvard University (Ph. D.).Calixto, Marcela1984 “La práctica dotal a fines de la colonia”. Ponencia al

Taller de Historia Demográfica del Congreso Nacionalde Investigación Histórica. CONCYTEC, Lima, 11-16de noviembre.

Cosamalón, Jesús1994 “Amistades peligrosas: indios y negros en los barrios

de Lima (Santa Ana, 1795-1820)”. Ponencia al colo-quio De reino a república: la independencia en el Pe-rú (1750-1850). Universidad del Pacífico, Lima, 18 y19 de agosto.

Deusen, Nancy van1987 Dentro del cerco de los muros: el recogimiento en la

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Prieto de Zegarra, Judith[s.f.] Mujer, poder y desarrollo en el Perú. Lima, Dorhca, to-

mo 2.Rizo-Patrón, Paul1989 Familia, matrimonio y dote en la nobleza de Lima: los

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ción Tierra Incógnita, 14).Villavicencio, Maritza1992 Del silencio a la palabra: mujeres peruanas en los si-

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LA PRESENCIA DE LA IGLESIA Y SU CLERO

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García Jordán, Pilar[s.f.] Iglesia y poder en el Perú contemporáneo: 1821-

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Klaiber, Jeffrey S.J.1988 La Iglesia en el Perú. Lima, Pontificia Universidad

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