De HISTORIA E HISTORIADORES Estudios de Historiografia de Entre Rios Los Padres Fundadores (1)

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DE HISTORIA E HISTORIADORES

Estudios de Historiografía de Entre Ríos - Los Padres Fundadores.

Celia Gladys López- Javier Patricio Borche

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A Felipe, Corina, Ramiro y Mercedes.

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Índice

PRESENTACION ....................................................................................................... 9

LA HISTORIA REGIONAL- Claves para su interpretación ........................ 21

La producción historiográfica del litoral y sus correlatos nacional y

continental ................................................................................................................ 38

Notas ......................................................................................................................... 65

1 LA HISTORIOGRAFIA ENTRERRIANA Y SU VISION DEL PASADO. Discursos- producción y lugares de la memoria. ............................... 67

1.1 Introducción .............................................................................................. 67

1.2 La Historiografía Entrerriana. Características y comparaciones ........ 74

1.3 Los Padres Fundadores ............................................................................ 87

1.4 Las Temáticas y los Discursos .............................................................. 129

1.5 Consideraciones Finales ......................................................................... 148

Notas ....................................................................................................................... 154

2 La HISTORIOGRAFIA ENTRERRIANA: Primeras Representaciones. 159

2.1 Introducción ............................................................................................ 159

2.2 Temáticas y Actitudes ............................................................................. 168

2.3 Símbolos Patrios- Polémicas y Proyecciones ...................................... 188

Notas ....................................................................................................................... 192

3 DE INFLUENCIAS- HOMENAJES Y RECUERDOS. Los historiadores entrerrianos en las tres primeras décadas del Siglo XX .......... 193

3.1 Introducción ............................................................................................ 193

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3.2 Momentos de Homenajes ...................................................................... 203

3.3 Reflexiones ............................................................................................... 219

Notas ....................................................................................................................... 224

4 Fuentes y Bibliografía ...................................................................................... 227

4.1 Fuentes ...................................................................................................... 227

Archivos y Repositorios .................................................................................. 227

Fuentes Inéditas ................................................................................................ 227

Fuentes Editas .................................................................................................. 227

4.2 Bibliografía ............................................................................................... 232

Obras Inéditas ................................................................................................... 232

Libros y Capítulos de Libros .......................................................................... 233

Artículos de Revista ......................................................................................... 239

Trabajos de Congresos .................................................................................... 243

Internet .............................................................................................................. 244

Notas periodísticas ........................................................................................... 244

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PRESENTACION

“Como todo conocimiento, la historia ha sido concebida de distintas maneras a lo largo del tiempo. Ello se vincula a su sentido social ya que las interpretaciones en torno al pasado nos ofrecen algunos parámetros que podrían orientar la comprensión del presente y del futuro, legitimar el orden político vigente y a la vez, estimular esperanzas para modificarlo. Desde mediados del siglo XX, las controversias se han multiplicado, a partir de nuevas realidades económicas, políticas y educativas y, sobre todo, de las impugnaciones a las verdades aportadas por las ciencias más una creciente incertidumbre sobre la objetividad de la historia, han multiplicado los debates en torno a su crisis y renovación…” (Barbieri de Guardia, 2007, pág. 17)

El campo de estudio y análisis de la Historia de la Historiografía ha cobrado, por ello, renovados impulsos desde hace algunas décadas, muy especialmente con posterioridad a la renovación historiográfica de los ’60 en Argentina, insertando en el mismo visiones no estudiadas, enfoques anteriormente olvidados, aspectos parcialmente concretados.

“La historiografía tradicional ha estado a menudo construída sobre la base de un infinito juego de causas y motivos, de efectos y consecuencias, montados sobre una larga línea cronológica recta que pasa por encima de toda consideración en torno a descubrir las complejidades del hecho histórico. De este modo, para explicar lo

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acontecido- aspiración de todo historiador- se han sobrevalorado personajes y fechas, acciones de héroes o villanos en distintos momentos, que han sepultado bajo su influencia aquello que verdaderamente aconteció. Sin embargo la historia se compone no solo a partir de la intervención del ser humano en tanto hace una u otra cosa, también supone entender la globalidad de su vida cotidiana en las variadas formas que tiene de percibir, recrear y reaccionar ante el mundo que lo rodea…” (Mellafe Rojas, 1994, pág. 9)

Una de las tendencias historiográficas más renovadoras de finales de los noventa ha sido la propuesta de HaD, programada: “…en tiempos de individualismos, abierto y global, de jóvenes- y menos jóvenes- historiadores, para cambiar el mundo de la historia (nos contentamos con seguir influyendo positivamente sobre los cambios en marcha) con propuestas de avance y progreso histórico e historiográfico para su debate y virtual consenso en la plural comunidad internacional de historiadores…” (Barros, 2002, pág. 184).

Otra nueva alternativa, como la han definido prestigiosos especialistas, es la de la historia de las mentalidades: “Podemos definir la historia de las mentalidades simplemente como la historia del acto de pensar, siempre que entendamos por pensar la manera que el ego tiene de percibir, crear y reaccionar frente al mundo circundante. En realidad, es algo muy parecido al uso común que la gente le da al vocablo. Es la forma de comprender las cosas, el entorno, los problemas de la convivencia, de reaccionar ante los múltiples estímulos y excitaciones del diario vivir. Esto ocurre de una manera ahora, pero ocurría de otros modos antes: 50, 100, 200 años atrás. Las mentalidades son los fenómenos que cambian lentamente en la historia, aunque, como todas las cosas, muestran en la actualidad una capacidad cada vez más rápida de cambio. En todo caso, históricamente constituye el proceso más lento de transformación. Por otro lado, no es la historia del pensamiento, ni de la cultura, ni de las ideas, sino verdaderamente un producto de la mentalidad, un producto del ego y de la siquis. Nos interesa más saber por qué en cierto momento la siquis produjo tal resultado, que examinar aquél en sí mismo. Es claro que este resultado, un poema, por ejemplo, contiene- conlleva de alguna manera- parte del proceso que lo creó, de tal modo que es un documento útil para la historia de las mentalidades.

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Si este producto final de la siquis fuera menos elaborado que un poema, por ejemplo un párrafo espontáneo de un diario de vida o el relato inocente de un sueño, sería un documento aún más provechoso a nuestros propósitos…Actualmente la historia de las mentalidades tiende un puente entre la historia como ciencia y las demás expresiones de las ciencias humanas, y es un nuevo camino- ya que los que existían parecen borrados desde hace tiempo- que la une de otro modo con la filosofía. Sea como fuera, ante una historia tradicional de corte clásico o positivista, ante la opaca historia montada sobre ideologías políticas que vino posteriormente, en fin, ante un cierto cansancio de la rutina cuantitavista, la historia de las mentalidades aparece ahora como un refrescante remanso…” (Mellafe Rojas, 1994, págs. 13-15)

Had nos habla, en su MANIFIESTO, de recuperar la innovación ya que: “…Urge un nuevo paradigma que recobre el prestigio académico y social de la innovación en los métodos y de los temas, en las preguntas y en las respuestas, en resumen, en la originalidad de las investigaciones históricas…” (Barros, 2002, pág. 186)

Si tenemos en cuenta que: “…la convicción de que el conocimiento se crea en el tiempo y en el espacio y es construido por seres humanos condicionados por el contexto histórico social y natural que los envuelve, genera una nueva manera de entender la objetividad. En efecto, ahora entendemos que lo objetivo no existe en el objeto ni en cada sujeto que investiga sino que resulta de una relación interactiva entre ambos. La investigación histórica no es arbitraria pero tampoco meramente racional, aunque siempre debe orientarse hacia la realidad y establecer hechos históricos, entendidos como ideas, representaciones, tradiciones, ideologías, prácticas sociales e instituciones,, sujetos y formas de poder que se organizan y operan en y sobre la sociedad…” (Barbieri de Guardia, 2007, pág. 31)

Al calificar a la Historia como Ciencia con Sujeto, HaD postula una metodología que no es: “Ni la historia objetivista de Ranke ni la historia subjetivista de la posmodernidad. Una ciencia con sujeto humano que descubre el pasado conforme lo construye, “…para lo cual asume que hay que: “…Tomar en consideración las dos subjetividades que influyen en nuestro proceso de conocimiento, agentes históricos e historiadores, es la mejor garantía de la objetividad de sus resultados, necesariamente

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relativos y plurales, y, por lo tanto rigurosos. Ha llegado la hora de que la historia ponga al día su concepto de ciencia, abandonando el objetivismo ingenuo heredado del positivismo del siglo XIX, pero sin caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente posmoderna a finales del siglo XX- la creciente confluencia entre las dos culturas, científica y humanística, facilitará, en el siglo que comienza, la doble redefinición de la historia que necesitamos. Como ciencia social y como parte de las humanidades…” (Barros, 2002, pág. 185)

Así las cosas, el reciente BICENTENARIO MAYO nos ha colocado en el dilema de apelar a la historia basados en nuestra memoria histórica: “...desde hace años, la historiografía académica ha venido revisando interpretaciones heredadas sobre el proceso revolucionario que convertían la Revolución de Mayo de 1810 en un acontecimiento fundacional de la nación argentina, cuyas raíces se remontaban al momento de la conquista y poblamiento del Río de la Plata y se proyectaban sin solución de continuidad hasta nuestro presente. En cambio se ha señalado que fueron los escritores románticos quienes tramaron ese relato de los orígenes y el destino de esa nación, y que fue la consolidación del estado nación, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la condición de posibilidad para la construcción de una identidad nacional…” (A. Eujanian, 2010)

José C. Chiaramonte, un profundo estudioso de estas cuestiones, afirma que la idea de nación no figuraba como parte integrante de un Estado: “…La historia de la formación de las naciones, no sólo la argentina, ha sido deformada por un enfoque ideológico que se suele llamar principio de las nacionalidades, que se difundió con el romanticismo. De acuerdo con esto, los estados nacionales existen como proyección de una nacionalidad preexistente. Los historiadores, tanto europeos como norteamericanos, han demostrado que esto no corresponde a la realidad de ninguna de las grandes naciones que hay en el mundo. Les digo más, en 1810 no existía siquiera el concepto de nacionalidad. En las primeras ediciones del diccionario de la Real Academia Española del siglo XVIII, nacionalidad era una palabra que indicaba pertenencia a un Estado, nada más (…) la Primera Junta de Gobierno no es la Primera Junta de la nación que no existía sino una reunión de diputados que no eran como los actuales, de la Nación, sino apoderados o procuradores de las

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entidades soberanas que los habían elegido, las ciudades. La ciudad fue la primera forma de soberanía independiente en toda Hispanoamérica (…) fue un movimiento iniciado por los porteños que, posteriormente, lograron la adhesión de una parte de los hombres del interior. Ese apoyo se resiente sobre todo cuando, a partir de la dictadura del Primer Triunvirato, la política de los hombres que están en Buenos Aires se hace hiriente para muchos pueblos del interior (…) éste es un fenómeno que se repite de Buenos Aires a Méjico. El temor a lo que en palabras de la época se llamaba la Antigua Capital del Reino tienda a imponer sus criterios políticos al resto del territorio, los pueblos del interior, que resisten y temen esa supremacía (…) En Estados Unidos se formó primero una confederación y muy pocos años después se inauguró una nueva forma de Estado, el Estado federal. Es decir que se logró conciliar la pretensión de autonomía gobernada de cada Estado. Mientras que en el Río de la Plata se demonizó el concepto de confederación y los conflictos que esto originó duraron cuarenta años (...) para los hombres de Buenos Aires, aún en 1810, todo el territorio rioplatense era argentino en la medida en que dependía de Buenos Aires, no así para los del interior (…) El pueblo argentino no va a existir hasta 1853…” (Chiaramonte, 2010, pág. 5)1

La historiografía uruguaya ha patentizado claramente este predominio porteño: “... Notorias fueron las dificultades de la organización, la multiplicidad de las formas institucionales y de los cambios políticos ensayados; pero todos estuvieron signados por el mismo propósito: imponer (con las únicas excepciones de Moreno y San Martín,) sobre el ancho país americano, el predominio de la capitalidad porteña, al amparo de su condición de metrópoli administrativa, aduanera y mercantil. De espaldas a un país americano que desprecia y no comprende, la ciudad que no quiere dejar de ser capital vive asomada a los miradores, oteando sobre el río la promisoria perspectiva de los navíos de ultramar, portadores de novedades- mercancías, noticias, ideas (…) de las grandes plazas donde la aritmética y la contabilidad eran el alfa y el omega de la civilización…” (Bruschera, 1969, págs. 10-11)

Hay ciertas y determinadas características intrínsecas que deben ser tenidas en cuenta: “…Este genio federalista, como decía Mitre, que caracteriza al pueblo argentino de aquella época, 1820 o así, tiene su

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nacimiento precisamente en las jurisdicciones locales de la época colonial, los cabildos. Cabildos que, si bien no eran representativos, de algún modo cumplían como podían con los intereses del bien común ejerciendo la función de un verdadero gobierno. El cabildo de la Rioja, de Catamarca o de Santiago del Estero estaban tan alejados de las fuentes centrales de poder que tenían que arreglárselas solos. Frente a una sequía, frente a un ataque de indios, frente a un problema de catástrofe, e incluso en el manejo de la cosa pública, desde la recaudación de dinero hasta el reconocimiento de servicios. Y entonces había como una especie de gobierno propio que tuvo un ejercicio muy largo. No olvidemos que el Tucumán se empieza a poblar a mediados del siglo XVI y cuando estalla la Revolución de Mayo tiene casi tres siglos de manejo político. Por eso ocurre el fenómeno que siempre asombra mucho: que después de la Revolución de Mayo, que uno dice que viene de una larga siesta colonial, aparece una casta de gente con un manejo político en los cabildos muy sofisticado, muy refinado. Bueno, eso no había nacido de la noche a la mañana. Eran los frutos del manejo político en los cabildos durante dos siglos o dos siglos y medio por lo menos. Y esa gente que estaba en los cabildos, en la parte más sana y principal de la casta, oligárquica indudablemente, constituída por los descendientes de los conquistadores o por familias que se habían entroncado con españoles, pero que de todos modos conservaba riquezas, poder político, prestigio, etc, aunque hubieran tenido que condescender a relacionarse con advenedizos (…) a fines del Siglo XVIII, pero no solamente tenía el know how político del cabildo, sino que también tenía un hondo amor por su terruño…” (Botana & Luna, 1996, págs. 50-51)

Luis A. Romero, en esa sintonía, nos patentiza el rol del estado. “… En el conjunto de reflexiones a las que nos invita el Bicentenario, el tema del estado es central y en un cierto sentido prioritario, pues las instituciones, agencias y burocracia conforman un instrumento que define posibilidades y límites para la acción de los gobiernos. Me ocuparé especialmente de una cuestión que juzgo central: la manera como se relacionan con los intereses sociales organizados, a los que genéricamente llamaré corporaciones. Entre 1810 y 1880 la tarea esencial de lo que sería la comunidad argentina fue la organización del estado, quienes integrarían el país y cuáles serían las bases mínimas de su organización institucional. La fragmentación política de 1810 dejó en pie,

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como unidades mínimas, a las provincias constituídas en torno de ciudades. Esos estados provinciales fueron durante mucho tiempo los únicos poderes realmente existentes. Por encima de ellos había una aspiración: integrar todas juntas un estado que habría de ser también una nación. Hacia esa aspiración se marchó de manera zigzagueante, por el doble camino de las guerras, los pactos y los esbozos de organización. Gradualmente se definió que territorios ese estado. Para los protagonistas, el gran conflicto estaba por entonces en la forma de organización institucional y política. Lo representativo solo generaría conflictos en el futuro. La cuestión principal estaba por entonces en elegir entre un régimen de unidad y centralización, que beneficiaba a Buenos Aires, o un régimen federal, que daría pie a una discusión más pareja entre las diferentes provincias. La Constitución de 1853 sentó las bases institucionales del nuevo estado. Pero fue solo un hito en el camino que concluiría en 1880. Antes de eso, la Guerra del Paraguay y la insurrección de varias de las provincias colocó ante una situación límite al nuevo estado, y solo en 1880 pudo decirse que el estado estaba parado sobre sus pies, con sus instituciones básicas diseñadas y su poder reconocido…” (Romero L. A., 2009)

El análisis de este autor reivindica tácitamente el rol de las provincias en la etapa de cambio en que ellas se situaban, otorgándoles el papel directriz en los acontecimientos que a éste lo definieron. Influenciado, como el mismo lo afirma, por la obra sarmientina, especialmente por el Facundo en el cual reconoce el germen de su conocida obra Latino américa, las ciudades y las ideas, Romero nos presenta seis tipos de ciudades: “…las ciudades de las fundaciones, las ciudades hidalgas, las ciudades criollas, las ciudades patricias, las ciudades burguesas, y las ciudades masificadas (…) Pero ese desplazamiento en sentido horizontal arrastra conflictos cambiantes según la relación que cada tipo de ciudad entabla con su entorno. Hay por cierto, un momento en el desarrollo de las ciudades criollas donde Romero nos coloca frente al mismo cambio que percibió Sarmiento. Es cuando se trastoca la pax colonial, y un cambio revolucionario digno del mundo antiguo, pues no modifica el principio del equilibrio social, se convierte en revolución social…” (Botana, 1991, pág. 226)

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Esa denominada revolución social que produce transformaciones profundas, tiene como protagonistas a los habitantes de las ciudades del interior: “...Habían residido, ellos y sus antepasados dos siglos y medio aquí, estaban muy consustanciados con su geografía, habían, lentamente, dejado de ser españoles a lo largo de los dos siglos. A pesar de su gran fidelidad a España, esos grupos, esos indianos como yo suelo decirles, habían visto modificada su españolidad con los matices que les iba agregando la realidad americana. En algún momento el de origen indiano que se sentía español porque era hijo, nieto o tataranieto de españoles conquistadores dijo locro en vez de guiso, porque la palabra guiso ya no le alcanzaba para definir esa comida que le servían. En algún momento dijo poncho en vez de capa, en algún momento dijo achalay en vez de ojalá. En algún momento se vistió como las circunstancias y la geografía le estaban indicando. Y comió y festejó, e hizo celebraciones que lo diferenciaban. Incorporó incluso el dejo fonético del magma indígena que rodeaba las pequeñas poblaciones españolas. Adquirió una tonada, y esas tonadas fueron los límites interprovinciales con más fuerza que las demarcaciones de los virreyes o gobernadores y que todavía siguen…” (Botana & Luna, 1996, págs. 51-52)

Un reconocido historiador de nuestra región tiene un enfoque diferente- profundamente hispanista- para este aspecto: “…La Revolución Hispanoamericana es el resultado de un proceso estructural enmarcado en su posibilidad y en su proyección, en lo que llaman los historiográfos alemanes el Zeugeist- el espíritu del tiempo- y es bien sabido que el espíritu del tiempo en la segunda mitad del siglo XVIII es la lucha por la libertad del hombre y por restringir el poder del Estado, tendencia que, con adecuaciones, se prolonga en los propósitos y las conquistas del liberalismo. La filosofía del siglo XVIII lucha en todos los campos contra lo que considera prejuicios de la tradición y de la autoridad. El eclairessisment de los franceses, el Aufklarung de los alemanes, el Enlightentment de los ingleses, y la Ilustración de los españoles e hispanoamericanos responden todos a ese espíritu y tuvieron la fuerza y la capacidad de riesgo necesarios para emprender y realizar un cambio en el acaecer y devenir de la humanidad. (…) En el siglo XVIII hunden sus raíces el individualismo y la fe en la educación como instrumento para la consecución del progreso y del perfeccionamiento humanos, su fe en la razón lo llevó a la convicción de que podía dar leyes para el

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ordenamiento político- social y la actividad económica y lograr así la felicidad del género humano (…) Desde Quito a Chuquisaca, desde Buenos Aires a Santiago de Chile el cambio de gobierno se legitima en la doctrina del Pacto Social que los criollos habían conocido a través de la teoría suareciana (…) el ímpetu insurreccional estaba en el espíritu del siglo, en las nuevas ideas, en los ejemplos revolucionarios de Norteamérica y de Francia, y estaban también en la situación de relegamiento del criollo y del nativo y en la desacertada política de los últimos Borbones sobre América.” (Gianello, 1980, págs. 39-40, 43 y 54-55 )

Este cúmulo de situaciones, ideas y disensiones trajo como consecuencia que: “…En los días de mayo se instala entonces un principio de legitimidad cuyos componentes estarán inmediatamente marcados por la propensión a trabarse en conflicto. Punto de partida de la república, el proceso que desencadena la instauración de un gobierno propio separa personajes e ideas y dilata el escenario. Así, desde su origen mismo, la revolución argentina presentaba en bosquejos las dos fases características que la distinguen: la una clásica, culta, cosmopolita, que miraba al exterior, la otra genial y plebeya y por lo tanto más radicalmente democrática…” (Botana, 1991, pág. 54)

Es importante además, tener en cuenta cuánto y cómo se escribió sobre la etapa de los orígenes, donde el documento marcaba el estilo preponderante: “…Si por una parte, la comprensión de los procesos de independencia estuvo durante mucho tiempo marcada por una historiografía decimonónica que pretendió construir una nacionalidad a partir de esos procesos considerados fundacionales de los países latinoamericanos, por otra parte, las primeras décadas del XIX han sufrido un verdadero abandono historiográfico. Las primeras décadas de la llamada vida independiente han sido las hermanas pobres de la historiografía latinoamericana. Se trata de un período que tiene ciertas dificultades en cuanto a fuentes, en comparación con etapas más tardías del XIX, y éste es un dato a tener en cuenta a la hora de evaluar la exigüidad de investigaciones de fuentes primarias. Es evidente que hay cierto desorden que la transición de uno a otro régimen administrativo en un contexto bélico introdujo en las fuentes documentales, sean éstas archivos de gobierno, eclesiástico o particulares. En las provincias

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rioplatenses la guerra y la inestabilidad de los primeros gobiernos provinciales ocasionaron éxodos de población, cambios de gobierno y, con ellos, traslados de archivos, destrucción de documentos, etc. También la carencia de fuentes periodísticas invitaba a la historiografía, en especial a la argentina muy afecta a este tipo de fuentes, a concentrar sus investigaciones en épocas posteriores. Sin embargo, los problemas con la documentación no explican el largo silencio sobre la transición. A partir de la década del sesenta a esta orfandad historiográfica se agrega un ingrediente más: la atracción que ejerció sobre generaciones de historiadores el modelo agroexportador y el orden liberal. Esta preferencia excedió el problema de la concentración de la producción historiográfica, para afectar la comprensión misma de este período al considerarlo como una etapa de preparación y acumulación en pos del modelo del último cuarto de siglo. Las relaciones sociales que dibujaban los rasgos esenciales de este modelo colonizaban la comprensión de las etapas anteriores. Un ejemplo es el papel exagerado que la historiografía otorgó a la hacienda y al poder disciplinario de la gran propiedad terrateniente en la vida latinoamericana, como ha señalado Antonio Aunino. Hasta en las más lúcidas interpretaciones sobre las consecuencias de la guerra de independencia, como es el caso de la de Tulio Halperín Donghi, se habla de la larga espera, como si el período completo desde 1825 hasta 1880 fuera la preparación de un orden que por su solidez y personalidad estuviese destinado a ser el corolario necesario de cincuenta años de historia. A partir de los setentas, se consolidaron los estudios coloniales, con aires renovados por la historiografía francesa, sin embargo, este interés no contagió a las primeras décadas del XIX, que quedaron atrapadas entre dos focos temporales de atracción, la colonia y el último tercio del siglo XIX…” (Tío Vallejo, 2004, págs. 10-11)

El caótico estado de los archivos que señala Tío Vallejo fue patentizado por Groussac, conocedor de la importancia de los documentos en la escritura cabal de la historia. Advierte que: “…el desorden reinante en los depósitos de documentos, tanto europeos como americanos, y la falta de inventarios o catálogos, representan un obstáculo para que el documento manuscrito constituya la materia prima de la historia. En ese sentido, atribuye a los gobiernos y corporaciones especializadas la obligación de remediar con urgencia esa falla, ya que de ella depende la

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elaboración de las historias nacionales. Sostiene la necesidad de que los historiadores argentinos depositen en los archivos del país, los comprobantes originales de su relato, a la vista y examen de los estudiosos, ya que los documentos de interés general no deben ser propiedad exclusiva de nadie. Esta medida posibilitaría el hecho de que las colecciones privadas se confundieran con las públicas…” (Pompert de Valenzuela, 1991, pág. 72)

Groussac revela en estas aseveraciones su formación y experiencia europeas, y su certera visión de futuro para la ciencia histórica en cuanto a la importancia de la preservación y utilización de las fuentes, lo que hoy tan comúnmente denominamos acceso a la información acerca de cuya importancia y viabilidad mucho se ha dicho pero escaso es lo concretado.

La mencionada historiadora tucumana considera, como L. Gianello, que debemos analizar la existencia de un pacto político-reformulado- dada la complejidad de la etapa en estudio, dejando de lado la tan transitada y aceptada concepción romántica del nacimiento de las naciones, temática que a nivel continental ha empezado a dar sus frutos y que tiene sus correlatos europeos en E. Hobsbaum, P. Anderson, Gellener, Ranger entre otros. Asimismo, otro enfoque a tener en cuenta, es el hecho de que quienes a partir de la Generación del ’37 proyectan la “nación”, no hicieron historia, sino política, y su ideal era americanista, lo que los diferencia notablemente de otros ejemplos continentales.

En tren de reconocer precursores de los estudios historiográficos, debemos recordar que: “…En 1925 se concretaba en nuestro país la primera edición de la obra del Dr. Rómulo D. Carbia Historia Crítica de la Historiografía Argentina. El hecho marcaba, según lo señala contemporáneamente el Dr. Alejandro Korn, un jalón admonitor en la historiografía argentina y la obra se convertiría, de allí en adelante, en un aporte del cual no se podría prescindir, por su pictórica riqueza informativa. Las características que por entonces se atribuyen a la obra y al autor son la sobrada erudición, el dominio del asunto y la valentía del juicio (...) Alcanzada su versión definitiva en 1940, constituye el primer trabajo realizado en el país como contribución orgánica de autores y fuentes en la historia nacional y, a pesar del tiempo transcurrido, no ha sido aún superada por la abundancia de la información que contiene y

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por la sistematización que propone.” (Pompert de Valenzuela, 1991, pág. 49)

Carbia divide a los escritos historiográficos surgidos desde la segunda mitad del siglo XIX en los pertenecientes a la corriente de la filosofía de la historia- con Guizot como modelo, y allí ubica a José M. Estrada, L.V. López, Mariano Pelliza y V.F.López. La segunda corriente es la erudita, de base netamente documental, dividida a su vez en cuatro etapas, señalando en la inicial a A. Zinny, C.Fregeiro y Luis L. Domínguez, cuyas obras aportan ricos exponentes de heurística bibliográfica. En la segunda etapa aparece la figura consular de B. Mitre, defensor a ultranza de la utilización de documentación inédita, selecta bibliografía y testimonios de la tradición, la tercera tiene a P. Groussac como su máximo representante y por último aparece la Nueva Escuela Histórica Argentina, de fundamento americano pero esencialmente nacional. Los historiadores provincianos no aparecen en la obra, sus contribuciones merecen el modesto nombre de crónicas a las que se les desconoce realce suficiente para integrarlas a la historia nacional. (Carbia, 1940)

La figura del historiador, en esta etapas, quedó marcada a fuego por las exigencias que impusiera Groussac: “…debe reunir (el historiador) para alcanzar el éxito completo en el trabajo de crítica y análisis: penetración exquisita, impecable rectitud de juicio y don personal de sagacidad e inventiva. Esta última parece ser para él, la más importante y la considera una cualidad natural que no se adquiere. Ella se explica no solamente en la confección del trabajo sino también en la selección del material. A estas condiciones agrega la necesidad de haber nacido con gran energía mental y haberla desarrollado durante quince o veinte años, mediante el estudio incesante, la observación infatigable y la larga y honda reflexión…” (Pompert de Valenzuela, 1991, pág. 72)

“Cuando Juan Alvarez publica su Ensayo sobre la historia de Santa Fe ya en nuestro país habían sido organizados seriamente los estudios históricos por la ancha ruta que inaugura Mitre con su escuela erudita de la Historia. El documento utilizado a la luz de la crítica histórica era la base de toda honesta labor historiográfica y en Alvarez se unió a aquella labor ese profundo sentido de interpretación documental que es característico de toda producción suya…” (Gianello, 1965, pág. 29)

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LA HISTORIA REGIONAL- Claves para su interpretación

“Aunque el término región sugiere la idea de un espacio delimitable, no podemos pensarlo como un espacio único (aunque se trate de un espacio que posea rasgos distintivos) sino como homologable a otros espacios que también se puedan delimitar y distinguir como unidades seleccionadas, comprendidas dentro de un todo mayor, que nos lleva a entender que las regiones no son unidades puramente naturales, sino regiones de lo humano, siendo este hecho el que define la región, como lo sugiere Ignacio del Río. En cada caso se regionaliza de un modo distinto, según el tipo y número de variables que consideremos- lo que hay es una realidad diversificada y de muchas maneras, lo que nos lleva a regionalizar para explicar las dinámicas históricas o para decirlo en términos de Eric Van Young la región es siempre una hipótesis a demostrar, es una justificación metodológica…..Ignacio del Río considera, al igual que Van Young, que la regionalización es un recurso metodológico, un modo de delimitar el universo de análisis, entendiendo con ello que existen procesos históricos particulares con dinámica propia, que corresponden a sociedades con características socioeconómicas y culturales de índole particular… otra de las hipótesis importantes que sustentan la importancia de esta metodología es que en la sociedad regional existen condiciones que le dan particularidad en el conjunto y condiciones que le permiten la integración en la sociedad global…lo que confirma que la región no es solamente un espacio físico sino social…” (LLames Espinoza, 2006, págs. 77-78)

Precisamente por esa característica dual, que oscila entre lo físico y lo social, integrándose a veces y otras desoyendo las voces que así lo aconsejan es que muchos historiadores han hecho hincapié en la gente: “…Entonces esa gente que tenía amor por su terruño y que habría defendido sus intereses confundiéndolos con los propios, porque ellos eran como referencias indispensables en esas pequeñas ciudades, al mismo tiempo ejercían una autoridad paternal y se sentían custodios de los intereses de su gobernados. Y esa gente, después de la Revolución de Mayo, cuando se desploma la estructura colonial, dice ojo nosotros tenemos experiencia de gobierno propio, nosotros conocemos perfectamente nuestro hábitat, nuestra geografía. Queremos entonces

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una autonomía. Pero naturalmente y precisamente por el hecho de que sabían la parquedad y la pobreza de sus jurisdicciones es que también tienen la vocación nacional, es decir la vocación de no anarquizar el país sino de buscar formas de organización común…” (Botana & Luna, 1996, pág. 52)

El investigador mejicano previamente citado desarrolla una interesante temática basada, como se dijera, en la metodología comparativa y global, de las que se ha nutrido ricamente la historiografía de su país, aun cuando, por lo extenso de la temática, queden todavía nichos importantes a investigar, reconociendo junto a otros autores, que la revolución mejicana fue el eje que motorizó los estudios regionales y locales potenciando además un mayor rigor analítico a escala menor que conlleve una integración de lo clásico con lo revisionista

Estaríamos así en busca de una propuesta que haga visibles las realidades locales en otro escenario, el que a su vez nos introducirá en la historia de la nación, no desde la ciudad capital sino desde la periferia. Esta perspectiva, que es la orientada por Francois-Xavier Guerra aporta además una visión continental de los procesos políticos americanos en la etapa colonial.

Otros especialistas encuentran asimismo que hay temáticas preferenciales que oscurecen el panorama historiográfico y no descansan en la tan mentada objetividad: “…desde hace varios años se ha privilegiado en nuestra historiografía el tema de la inmigración tratando de establecer la contribución de los diversos grupos inmigratorios a la realidad demográfica, social, económica y cultural de la Argentina. Sin duda, el tema es de gran importancia en un país receptor de grandes contingentes aluviales pero no sería ecuánime reducir la comprensión de la historia argentina a una focalización de tiempo corto, según la cual nuestra personalidad histórica quedaría plasmada solamente por el aporte de la inmigración. Exagerando la nota, se ha llegado a decir que los argentinos descendemos de los barcos que trajeron a nuestra tierra los millones de inmigrantes que la poblaron desde la segunda mitad del siglo pasado. Esta visión parcializada reconoce otros intentos similares que se dieron en nuestra historiografía. Otra escuela o corriente de filiación hispanista quiso entenderlo todo en función del trasplante cultural de España en América, omitiendo la importancia que tuvo la América

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indígena y el mestizaje evidente de lo español con lo americano que formó al país criollo. Hay otra versión que tiene sus propagadores y es la versión indigenista. Para rescatar al ser profundo, raigal, de los países americanos, deberíamos sacudir la alienación y la dependencia que nos impusieron los invasores españoles y europeos, que hicieron lo posible por destruir las culturas autóctonas. No es mi intención resucitar estas dicotomías fundadas más en prejuicios ideológicos que en los datos objetivos del proceso histórico analizados con rigor científico. No soy europeísta, ni hispanista, ni indigenista. Tengo solamente la pretensión de ser historiador que interroga el pasado y con las comprobaciones de su pesquisa aspira a obtener conclusiones válidas para comprender el pasado y el presente. Durante muchos años he estudiado la historia regional, primero adoptando como marco de análisis las realidades provinciales, y después ensanchando ese horizonte al espacio más vasto de la región histórica. Hay en ella caracteres homogéneos, unificadores, que diseñan rasgos identificatorios comunes por encima de los límites políticos de las provincias, de las tonadas locales y de los compromisos afectivos con la patria chica…” (Bazán R. A., 1987, pág. 338)

De esa región injustamente relegada, nos trae uno de sus historiadores una firme postura reivindicatoria de su provincia: “…hay pueblos en que su historia tiene mayor personalidad y altitud debido a la mayor dimensión, altura o profundidad de los hechos históricos, y en los que su misión histórica es más intensa pues señala rumbos y ejemplos. Es lo que ocurre con Salta, en donde se siente la emoción histórica, y en donde el recuerdo de sus próceres y guerreros debe siempre acompañarla y guiarla, orientándola y enseñándola con sus obras, que deben divulgarse constantemente pues son actos patrióticos. Tengamos presente que la tradición y el arraigo a la tierra son puntales efectivos de la nacionalidad argentina, y que si en Salta se mantienen, es porque también allí se conserva el verdadero y auténtico espíritu nacional. Llamada, Salta, la ilustre, la señorial, y la gaucha por unos, y también firme columna de la libertad o mirador de la patria, por otros, no han de ser sus calificativos los que la definan en su personalidad y misión histórica, sino los hechos mismos que han escrito su Historia, y no solamente en cuanto su territorio fuera el teatro de los sucesos, sino también en cuanto sus propios hijos fueron sus autores, allí mismo y fuera de él…” (Cornejo, 1958, pág. 150)

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La identidad nacional, en términos historiográficos, nos remite a las tradiciones intelectuales que fueron indicando caminos de indagación: erudita-positivista-metódica-revisionista-marxista-renovadora, cada una de ellas, en su momento, intentó explorar y explicar el pasado sobre la base de supuestos en boga que a su vez remitían a tradiciones universitarias, liderazgos intelectuales signados por los vaivenes políticos tan comunes en esta parte del mundo, y la incesante prédica de cronistas, ensayistas, activistas, cercana a la Historia pero a la vez alejada de sus premisas.

“En los últimos años varios autores (John Tuttino, Florencia Mallon, Eric Van Young….) provenientes de la historia social marxista o de los estudios poscoloniales y subalternos, han advertido sobre la necesidad de estudiar las ideologías como parte constitutiva de las prácticas políticas populares. La guerra de independencia, de acuerdo con estos estudios, no fue un movimiento político o ideológicamente homogéneo y organizado, sino un conjunto de rebeliones, no siempre capitalizadas por las elites criollas, que estallaron en el momento de la fractura del imperio borbónico. Durante los años de la insurrección, entre 1810 y 1824, esas elites intentaron conducir aquellas rebeliones bajo formas constitucionalmente laxas, en muchos casos federales y confederales, de organización de los territorios emancipados…” (Rojas R. , 2010, pág. 12)

Esto nos conduce, inexorablemente, a considerar que: “…La Presencia de los Actores Sociales en el espacio público, tanto individual como colectivamente, estuvo marcada desde muy temprano por el respeto irrestricto del orden. El espacio público, especialmente el urbano, se estructuró sobre la base de un conjunto de normas explícitas y tácitas que debían ser obedecidas por los individuos, y cuyo respeto la autoridad vigilaba con estrictez. Sin embargo, algunos individuos alteraron ese orden, solos o en grupo, contraviniendo las normas y generando desorden…” (Revista Historia Social y de las Mentalidades, 2002, pág. 2)

La historiografía académica, por su parte: “…ha venido revisando interpretaciones heredadas sobre el proceso revolucionario que convertían la revolución de mayo de 1810 en un acontecimiento fundacional de la nación argentina, cuyas raíces se remontaban al momento de la conquista y poblamiento del Río de la Plata y se proyectaba una solución de continuidad hasta nuestro presente. En

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cambio, se ha señalado que fueron los escritores románticos quienes tramaron ese relato de los orígenes y el destino de esa nación, y que fue la consolidación del estado nación, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la condición de posibilidad para la construcción de una identidad nacional…” (Eujanian, 2009)

No es un dato menor que este tópico, el de la emancipación y posterior organización, generó tensiones, divisiones y conflictos que aún se perciben y cuyos efectos todavía representan una historia a escribir, un interrogante a responder, un legado discursivo, intelectual y docente de influencia más que singular. Efectivamente: “…si ambas versiones pueden convivir es porque aun cuando la Revolución de Mayo no fue ni representó en su momento lo que la historiografía tradicional había sostenido con escasos matices, una vez construida como mito de los orígenes comenzó a ser un agente activo en la invención de una nación argentina, tan imaginariamente homogénea en su constitución interna como imaginariamente diversa del resto de América Latina…” (Barbieri de Guardia, 2007, pág. 33)

El tiempo histórico admite categorías tales como generación de memoria y construcción social de la memoria, y posicionados en ellas el estudio de las diferentes alternativas por donde discurre la historia encuentra su cauce de la mano del historiador. Ambas categorías, a su vez, remiten al problema de la conciencia histórica: “…Es el cuerpo social, al que pertenecemos, el que impone el desarrollo de nuestra conciencia histórica. Se trata de la conciencia de ser en el tiempo, de las distintas formas de conocimiento que una sociedad tiene de sí misma y sobre las demás y de la construcción de proyectos para el futuro mediante visiones del pasado y reflexionar en torno a la estructura de pensamiento que orienta nuestras prácticas sociales a través del tiempo. A partir de ello, será más posible el autoconocimiento y el desarrollo de una identidad propia y autodeterminada…” (Ídem)

La primera de las categorías enunciadas se concreta a partir de un grupo humano integrante de una experiencia social compartida que a su vez es diferente a otras, ese grupo tiene su propia concepción del pasado común y una representación generacional del mismo. (Glen Elder, 2001, pág. 14) La segunda categoría nos lleva al análisis detallado de la realidad institucional en que se mueve el historiador, es parcial, admite

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simbolismos, prácticas administrativas, intereses profesionales, sacralizaciones académicas producidas en el contexto de instituciones de distinto tenor científico fundadas para el estudio, difusión y enseñanza de la historia. Según Aurora Ravina: “…La relación entre memoria e historia ha ocupado y ocupa un lugar central en las preocupaciones de los estudiosos, no solamente de la propia disciplina, sino en el amplio ámbito de las ciencias humanas y sociales. Algunos debates, por otra parte, como los que atañen al campo de la historia del tiempo presente o historia reciente, según la denominación que se prefiere en distintos círculos académicos, por ejemplo, ha reavivado las inquietudes y los interrogantes sobre su problemática y ha ampliado los horizontes cronológicos sobre los que se extienden los planteos…”(fundamentación de simposio)

Estos planteos se trasladan a los niveles educativos, tiñendo con sus controversias ese espacio tan necesario a la discusión y la trasmisión de los hechos históricos: “…La enseñanza de la historia reciente interfiere con el deber de la memoria que se le ha puesto a la escuela. Hay un imperativo ético de recordar en la escuela pero hay que diferenciarlo de la disciplina histórica. En la clase de historia no se recuerda, se reconstruye…” (San Martín, La Dificil tarea de enseñar en las escuelas la historia reciente. Entrevistas a Miriam Krieger, 2011)

Instalado en ese imperativo de reconstrucción, el docente apelará no a la memoria, sino a la historia, ubicado en un plano que cierre fracturas, y que descomprima la carga ideológica que conlleva la cercanía en el tiempo. Hoy como ayer las pasiones no se han aquietado, y la escuela no desea ser receptáculo de ellas, su tradicional misión de enaltecer a héroes y etapas le resulta más práctica y, sobre todo, menos conflictiva porque, de otro modo: “…Las memorias en conflicto resuenan y la escuela no está acostumbrada a esas controversias, se siente más cómoda con el pasado lejano, no con temas que están en la agenda pública…” (San Martín, La difícil tarea de enseñar en las escuelas la historia reciente. Entrevista a María Paula Gonzalez, 2011)

Saber histórico y conciencia histórica no se identifican, se condicionan y tensionan en la tarea del historiador en búsqueda de la verdad, su máximo objetivo, ya que de su interpretación depende también, la que elaborará la sociedad a la que pertenece.

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De allí que, y volviendo al mito de los orígenes: “Para muchos argentinos la revolución de mayo es el acontecimiento más significativo de nuestro pasado en tanto hecho fundacional de la nación. Esta forma de entender el proceso revolucionario como una suerte de mito de los orígenes tiene también una historia vinculada a las diversas formas en las que se fue concibiendo a la propia nación. Su trama más significativa arranca a fines del siglo XIX cuando se constituyó lo que algunos autores dieron en llamar la Argentina moderna, producto de la consolidación del Estado nacional, de una economía capitalista y de la inmigración masiva. Fue entonces cuando comenzó a cobrar mayor difusión y consistencia la idea esbozada en la obra historiográfica de Bartolomé Mitre según la cual la revolución de mayo debía considerarse como el momento de alumbramiento o toma de conciencia de la nacionalidad argentina que, al igual que su territorio y su destino de grandeza, habían comenzado a delinearse en el período colonial. Esta interpretación que terminó de consagrarse alrededor de 1910 en el marco de las discusiones sobre la nación y la identidad nacional que se suscitaron durante los festejos por el Centenario, admitió de ahí en adelante los más variados contenidos y orientaciones, pero sin recibir cuestionamientos de fondo. Lo cual no resulta extraño ya que se trataba precisamente de fijar un origen para la comunidad nacional de la que formaban parte los argentinos. Un origen que, como tal, debía portar el sentido y el destino de la experiencia histórica nacional. Pero por eso mismo ya no podía haber consenso en su caracterización y en la de sus protagonistas, temas en torno a los cuales se entablaron numerosas polémicas históricas que eran también políticas e ideológicas pues derivaban de las diferentes ideas de nación que tenía cada sector o autor. De ahí que estas disputas solieran organizarse en torno a polos antagónicos e irreductibles que obligaban a tomar partido: Saavedra o Moreno, Buenos Aires o el interior, movimiento popular o elitista, origen civil o militar, influencia del pensamiento ilustrado francés o de la neoescolástica española…” (Waserman, 2009)2

Numerosos intelectuales de fuste analizaron esta problemática fundante, al momento del primer Centenario: “El 25 de Mayo de 1910, Joaquín V. González publicó, en el suplemento que La Nación dedicó a la celebración, un ensayo crítico histórico acerca del desenvolvimiento de la Argentina en su primera centuria. Escrito a la manera de Macaulay y

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Prevost-Paradol, El Juicio del Siglo pretendía extraer de nuestro pasado unas tendencias sociológicas que permitiesen comprender el porqué de las llamas de las pasiones de cada época. Entre 1810 y 1910, en la Argentina se habían transformado la sociedad y la economía mientras que la política permanecía aferrada, según aquel polifacético hombre de Estado, jurista, historiador, sociólogo y educador, a un conjunto de problemas recurrentes. El texto, una cruza fecunda de la experiencia con la especulación teórica, desplegó ante el lector tres tendencias que habían marcado con su sello nuestro pasado: la ley de las discordias civiles, la representación tácita, que perturbaba el ejercicio de la representación política, por fin, la configuración que iban adoptando el estado y la sociedad. Para Joaquín V. González, estas tres tendencias cerraban en 1910 un ciclo histórico. Para quien esto escribe, estas constantes bien podrían proyectarse hacia el siglo siguiente, entre 1910 y 2010, para intentar acaso otra exploración sobre las llamas de las pasiones de nuestra circunstancia…” (Botana, 2010, pág. 10)

En ese marco de discordias civiles, de representación tácita, de configuración del estado y la sociedad, se proyecta con sus luces y sombras la interpretación que cada generación hace del pasado: “…El estudio de las ideas políticas de Juan Martín de Pueyrredón ofrece profundas dificultades. Fácil es repetir su palabra o los juicios de sus amigos y enemigos. Lo difícil es penetrar en la veracidad que debe ser la guía de los historiadores modernos, desapasionados e imparciales. Pueyrredón, como otros padres de la Patria, actuó en una época en que no era posible exponer los propios pensamientos con entera franqueza y libertad. En los escritos era preciso sustentar a menudo ideas muy contrarias a las que realmente se tenían. Por otra parte, los mismos autores de aquellos tiempos cambiaron radicalmente muchos de sus primitivos proyectos. Cuando, con el correr de los años, se les recordó sus viejas ideas, fueron los primeros en sostener que no las habían tenido o habían pensado de otra manera. A esta primera dificultad se une el empeño de sus descendientes o panegiristas de atribuirles, en los más lejanos tiempos, cuando no era posible prever lo que sucedería en un futuro más o menos próximo, los propósitos que manifestaron años después. Los cultores del anacronismo ideológico como sistema o principio de elogio no transigen ante la comprobación, muy natural, de que un hombre tenía unas ideas en 1806, otras en 1808 y otras en 1810.

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Estos cambios no son claudicaciones ni traiciones; obedecen a la fuerza de las circunstancias o a la marcha de los sucesos en Europa y en América. Generalmente una razón lógica los explica o los une en una evolución justa e inevitable. El hombre, por ejemplo, que en 1806 combatía contra los ingleses es natural que sintiese una secreta o pública simpatía por los franceses, sus enemigos, que en 1808 viviese de acuerdo con los acontecimientos de España e imitase la actitud de los hombres de sus ciudades, y que en 1810 siguiese la actitud de otros hombres de otras ciudades, porque así convenía y porque así innumerables circunstancias lo obligaban a desenvolverse. Los supuestos cambios resultan, en el fondo, una simple marcha muy de acuerdo con la política y con la vida…Asimismo no debemos de olvidar que en no pocos casos existen razones ocultas que explican o justifican ciertos hechos…” (de Gandía, 1949, pág. 52)

Estaríamos transitando aquí en lo que Michel Foucault ha dado en llamar contradicciones: “…Al discurso que analiza, la historia de las ideas le concede de ordinario un crédito de coherencia. ¿Comprueba acaso, una irregularidad en el empleo de las palabras, varios propósitos incompatibles, un juego de significaciones que no se ajustan unas a otras, o unos conceptos que no pueden sistematizarse juntos? Entonces, procura encontrar, en un plano más o menos profundo, un principio de cohesión que organiza el discurso y le restituye una unidad oculta. Esta ley de coherencia es una regla heurística, una obligación de procedimiento, casi una compulsión moral de la investigación, no multiplicar inútilmente las contradicciones, no caer en la trampa de las pequeñas diferencias, no conceder demasiada importancia a los cambios, a los arrepentimientos, a los exámenes de conciencia, a las polémicas, no suponer que el discurso de los hombres se halla perpetuamente minado en su interior por la contradicción de sus deseos, de las influencias que han experimentado, o las condiciones en que viven, sino admitir que si hablan, y si, entre ellos, dialogan, es mucho más para superar esas contradicciones y encontrar el punto a partir del cual puedan ser dominadas. Pero esa misma coherencia es también el resultado de la investigación: define las unidades terminales que consuman el análisis, descubre la organización íntegra de un texto, la forma de desarrollo de una obra individual o el lugar de encuentro entre discursos diferentes…” (Foucault, 2008, pág. 105)

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Diálogos, encuentros y contradicciones han marcado siempre el camino transitado por los historiadores, camino que necesita de la comprensión de sus lectores, y del análisis de sus pares: “…Juan Alvarez no es que se haya rectificado. Continúa creyendo en la necesidad de investigar el hecho económico, del estudio de las causas generales que pesaron sobre el hombre. Pero ha superado y complementado su primitiva postura de reacción ante la historiografía de tipo clásico, y considera que deben conjugarse esos factores con el factor individual y advierte sabiamente que lo mismo puede llegarse a la inexactitud analizando al hombre que suprimiéndolo, un caudillo….puede poco si está aislado y sin recursos, pero si se pone en sus manos la fuerza del Estado y logra él tenerlo sometido, la historia de la colectividad reflejará siempre las condiciones personales de quien las manejó…” (Gianello, 1965, págs. 33-34)

De allí que, y tomando muy en cuenta estos conceptos, existe una deuda de antigua data con las primeras producciones historiográficas: “…La historiografía nacional y muy especialmente la del Noroeste, deben mucho a los historiadores vocacionales, quienes sin haber recibido una formación profesional para el cultivo de nuestra ciencia han sido autores de contribuciones fundamentales en punto a la historia regional. Nombres como Teófilo Sánchez de Bustamante, Atilio Cornejo, Manuel Lizondo Borda, Alfredo Gargaro, Ramón Rosa Olmos, y Dardo de la Vega Díaz, merecen nuestra gratitud por su labor heurística de pesquisa de las fuentes documentales donde apoyaron sólidamente la reconstrucción de las historias provinciales difundidas a través de libros y monografías. Esa resurrección intelectual del pasado fue incorporada por nuestra Academia a las dos colecciones fundamentales que editó: la Historia de la Nación Argentina y la Historia Argentina Contemporánea, que permiten conocer el protagonismo de los pueblos del interior, en el desarrollo de la historia nacional…” (Bazán A. R., 1990, pág. 430)

HaD pone este tema, el de la Herencia Recibida, en claro contexto integrador: “… nos oponemos a hacer tabla rasa de la historia y de la historiografía del siglo XX. El reciente retorno de la historia del siglo XIX hace útil y conveniente rememorar la crítica de que fue objeto por parte de Annales, del marxismo y del neopositivismo, aunque justo es reconocer, también, que dicho gran retorno pone en evidencia el fracaso

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parcial de la revolución historiográfica del siglo XX que dichas tendencias protagonizaron. El imprescindible balance, crítico y autocrítico, de las vanguardias historiográficas, no anula, por consiguiente, su actualidad como tradiciones necesarias para la construcción del nuevo paradigma. Porque simbolizan el espíritu de escuela y la militancia historiográfica, así como el ejemplo de una historia profesional abierta a lo nuevo y al compromiso social, rasgos primordiales que habremos de recuperar ahora en otro contexto académico, social y político, con unos medios de comunicación muy superiores a los existentes en los años 60 y 70 del pasado siglo…” (Barros, 2002, pág. 190)

Inmersos en esta etapa de avances y retrocesos, toda la historiografía del continente sintió, adaptó y/o adoptó esos cambios: “Hablar de historia regional remite a la rica tradición que renovó la historiografía latinoamericana desde el último cuarto del siglo XX, proponiéndose abordar la complejidad de la realidad social desde nuevas perspectivas, destacando la especificidad de ciertos procesos localizados espacialmente y poniendo en entredicho muchos de los postulados de una historia nacional con vocación generalizadora. Pero la caracterización de una reconstrucción histórica como regional abre a la reflexión problemas teóricos, metodológicos y prácticos que no permiten una respuesta unívoca. En la coyuntura que atraviesan hoy las ciencias sociales, signada por el llamado a rescatar al sujeto en medio de los condicionamientos que determinan y restringen su acción, se ha revalorizado el nivel de lo regional y local como escala de observación privilegiada. La compleja existencia humana trascurre en dimensiones diversas y es un requerimiento metodológico clave para distinguir analíticamente los niveles espaciales en los que dichas experiencias se inscriben, aspirando a reconstruir luego su compleja articulación. El auge actual de los estudios regionales se vincula en gran medida al hecho de que a ese nivel suele percibirse con mayor nitidez la intersección de procesos de carácter global con aquellos localmente situados. Como ha sido dicho, más que proponer un nuevo tema lo que la historia regional proporciona es una nueva mirada que- a partir de sus desarrollos más recientes- ha asumido el desafío de aprehender en toda su riqueza el juego dialéctico entre condicionamientos y prácticas, esto es, de preservar la experiencia cotidiana de los sujetos del predominio incontestable de las estructuras.

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La historia regional, así, se presenta como una herramienta analítica fecunda, orientada a definir los contextos en referencia a los cuales los fenómenos se tornan inteligibles. Por lo demás, la razón de ser de una historia regional está indisolublemente ligada a las potencialidades del método comparativo, procurando que los resultados de los análisis focalizados en marcos espacio-temporales determinados arrojen luz sobre procesos ocurridos en épocas y latitudes diferentes…” (Kindgard 2010 Fundamentación de postgrado)

Recientemente, y siguiendo ejemplos ya conocidos, desde otra de nuestras provincias se ha convocado a un encuentro que potencia estos enfoques: “…La producción académica argentina de los últimos treinta años es testimonio de una efectiva renovación de las temáticas y las prácticas disciplinarias- enfoques- consideraciones temáticas y mejor conocimiento histórico. Enfoques, temáticas y consideraciones metodológicas, aportes empíricos, creación de fuentes, escrituras, cooperación multidisciplinaria, entre otras- en el campo de la historia. No obstante, una multiplicidad de cuestiones persiste aún, como espacios vacíos en materia de reflexión en el ámbito de la historiografía argentina. La cuestión regional, que ha incorporado desde hace medio siglo diferentes instancias de debate teórico-metodológico, sigue hoy explorando diversas líneas de diagnóstico y reconfiguración de su objeto de análisis incluídas consideraciones sobre la cuestión de la llamada historia local. Respecto de la dimensión provincial, la producción académica y de divulgación de las últimas décadas, recoge ejemplos de la pervivencia de tal objeto de estudio y parece llegada la hora de hacer un balance de situación. ¿Qué universo de análisis han procurado y procuran la dimensión provincial y la dimensión local-regional? ¿Cómo se revelan la tradición y la renovación en estos campos de análisis? ¿Cómo se integran con abordajes que atienden en registros como la historia social, la económica o la política o la cultural, entre otros? ¿Cómo se relacionan estos campos de estudio con la historia nacional? ¿Qué papel juegan estas dimensiones a la hora de pensar y llevar a cabo la síntesis histórica que desde diferentes ángulos del quehacer disciplinar se sigue reclamando, a pesar de algunos intentos que se han realizado? ¿Cómo se trasuntan estas dimensiones de estudio en los diferentes niveles del sistema educativo y ante la demanda social general de más y mejor conocimiento histórico. Estos y otros interrogantes iluminarán

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una relectura en clave historiográfica de las historias provinciales y una revisión de la cuestión de la historia local, entre otras, dentro de las propuestas de la historia regional, como lo señala D. Lacapra La historia siempre está en tránsito, y ello exige repensar una y otra vez qué constituye la historia tanto por lo que significa en el proceso histórico como por el esfuerzo historiográfico de expresarlo. (Instituto Carlos S. Segreti, 2011)3

Un rápido repaso de las opiniones vertidas por varios historiadores correntinos- la relectura necesaria para entenderlos en clave historiográfica- nos dará una clara idea de sus propósitos y de la importancia que le asignaban a la HISTORIA en tanto la misma fuera vista desde la región: “..Partimos de la premisa de que la historiografía siempre ha cumplido una función social, como factor de identificación, legitimación y orientación del grupo humano al que representa, dentro del contexto donde éste se encuentra emplazado. Observamos que los historiadores correntinos han asumido vigorosamente esta función social. Así Mantilla, Hernán Gómez, Wenceslao Domínguez, Valerio Bonastre o Federico Palma, desde sus distintas pertenencias partidarias y desde los diversos momentos históricos en los que actuaron, se propusieron demostrar la contribución de Corrientes a la organización política del país y determinar una línea histórica que, atravesando todo el pasado correntino, llegara al presente, para proyectarse en el futuro. Como señala Domínguez: “Abracemos con serena decisión el ideal presente y cumplamos el deber patriótico de adaptar a cada pueblo los dictados de la ciencia política (…) Y en cumplimiento de este deber, los correntinos obstinémonos en el ideal de que Corrientes sea, como ayer, al frente de los pueblos, índice rector en el Río de la Plata…” (Leoni, 1999, pág. 148)

“Anclada en el pensamiento historiográfico liberal, su problemática se centra en dos aspectos esenciales. En primer lugar, se preocuparon por determinar la importancia de las autonomías provinciales para el fortalecimiento de la Nación. Se propusieron recuperar el lugar que consideraban le correspondía a la provincia en el contexto nacional, a través de la reivindicación de su aporte al proceso de construcción del orden institucional argentino. Apelaron al pasado para fundamentar su reclamo de una mayor participación de Corrientes en una realidad

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nacional que denunciaron avanzaba hacia la centralización. El lema HACER LA NACION EN LA PROVINCIA formulado por Gómez, con algunas variantes, APARECE EN TODOS ELLOS. Señala también este autor que en la historia se encuentran los elementos que ayudan a formar al ciudadano responsable, respetuoso del legado de sus antepasados y capaz él o ellos, de defender los derechos de su provincia y luchar por su progreso (…) Por otro lado, los historiadores, ante los cambios producidos en el país, volvieron los ojos al pasado para legitimar o revisar, el papel asignado a esos grupos y determinar su acción futura. La Historia también constituía, desde esta perspectiva, un repertorio de ejemplos para las generaciones presentes (…) De allí el lugar central que otorgarán a la política en la historia, al constituirla en el motor de los acontecimientos (…) La defensa de la especificidad de la cultura correntina dentro del contexto nacional, condujo a adoptar una particular perspectiva de los enfoques. Probablemente haya sido Hernán Gómez quien lo enunciara más detalladamente, al subrayar que la historia argentina es una, indivisa, pero puede ser vista desde la plataforma de las catorce provincias, que actuaron con ideas y sentimientos propios en el devenir de los sucesos (…) Advierte que la clave en el proceso histórico nacional no está ni en la emancipación ni en el sentimiento patrio, sino en el sentimiento de individualidad. En la historia argentina se dan paralelamente dos procesos: uno que fue dando forma a la existencia común de los pueblos y otro que, lentamente, manifestaba la existencia de cada provincia. Para hacer la historia provincial, según Gómez, se debía atender a la encarnación de los grandes sentimientos que profesó el pueblo…” (Ibídem 149-50)

En opinión de Bartolomé Mitre, el Tratado del Pilar (1820), se apoyaba en los principios de federación y nacionalidad: “…Federación para dar un principio de autonomía a esos pequeños conjuntos de ciudades, pero nacionalidad en el sentido de que la vocación era construir una nación común. Y eso opera con mucha fuerza (…) había una suerte de conciencia de que el país estaba compuesto por dos elementos distintos (…) Uno era Buenos Aires, el Litoral, mirando a Europa, novelero, amante de las novedades, dinámico, rápido para los negocios, para el comercio. El otro era el interior, más conservador, más quieto, más americano, más ensimismado. Pero ninguno de los dos tenía destino posible en soledad, los dos tenían que juntarse de alguna manera…ése

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fue el gran debate de la primera mitad del siglo pasado…” (Botana & Luna, 1996, págs. 52-53)

Ya José Luis Romero había definido con meridiana sencillez la importancia de la historia política en el marco de una historia integral de las sociedades: “…Si se concibiera la historia de las ideas políticas exclusivamente como exposición del pensamiento doctrinario, acaso no hubiera valido la pena escribir este libro. Ni en la Argentina ni en el resto de los países hispanoamericanos ha florecido un pensamiento teórico original y vigoroso en materia política, ni era verosímil que floreciera. Pero el punto de vista adoptado al concebir este libro ha sido otro. Aparte que sea o no original en el plano doctrinario, el pensamiento político de una colectividad posee siempre un altísimo interés histórico, pero no solamente en cuanto es idea pura, sino también- y acaso más- en cuanto es conciencia de una actitud y motor de una conducta. No es extraño que, si se piensa en algunos de los hombres de mayor significación intelectual en el país, se advierta enseguida la estrecha dependencia de su pensamiento con respecto a sus fuentes extranjeras, pero si se examina la significación nacional de ciertas ideas, adquiridas o no, y su vibración en la colectividad argentina, se descubrirá rápidamente que están marcadas por un acento peculiar, ornadas por un nimbo de tonos inconfundibles que corresponden a los que iluminan nuestra existencia…” (Romero J. L., 1992 [1956], págs. 9-10)

De ese nimbo de tonos inconfundibles nos habla N. Botana cuando afirma que: “La historia de lo que Mitre y López llamaron revolución argentina se formó durante aquel siglo al calor de un objeto muy próximo, en el que aún sobrevivían la tradición oral y el testimonio de los protagonistas. Los días de mayo, la Asamblea del año XIII, el Congreso de Tucumán, el cruce de los Andes y la anarquía de 1820 eran capítulos de una historia que se podía rememorar o reconstruir. El historiador disponía para ello de un lenguaje, de perspectivas diversas proyectadas desde el presente hacia el pasado, y de una experiencia envolvente cuyo círculo más pequeño rodeaba aquel municipio porteño de 1810 y los más amplios abarcaban el horizonte de la historia universal. La experiencia era, en gran medida, un genio bifronte…En la tradición republicana argentina este fue uno de los tipos históricos predominantes. Intelectuales y políticos, la vocación del hombre de estado rozó en

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algunos actores la plenitud y en otros rondó en torno al fracaso…” (Botana, 1991, págs. 21-22)

Nada mejor que el ejemplo de un historiador de aquellos tiempos para esclarecer la trayectoria común a esos tipos históricos predominantes: “Una prolongada y fecunda vida fue la de don Rodolfo Rivarola, consagrada, íntegramente, sin pausa alguna, a educar, a enseñar, a suscitar en su país y fuera de él la noble y constructiva labor del espíritu. Ejemplo destacado y aleccionador entre sus contemporáneos, ha dejado escrita una obra voluminosa que trascenderá en la cultura nacional. El periplo de su existencia coincide con una era de progreso y libertades humanas; comprende el último tercio del siglo pasado y un poco más del tercio del presente. Vió como pasamos de una época institucional a la otra, penetró, apenas, en las consecuencias del confusionismo mundial, en materia de ideas, y que si no se destruye puede poner en peligro el bienestar de la Nación. Fue Rodolfo Rivarola, exclusivamente un historiador? Contestar en modo afirmativo sería cometer un error. Por encima de todas las especialidades, ha sido un hombre de pensamiento, de aquí que, en su cuadro mental, entrara el cultivo acendrado de la disciplina histórica (...) Rivarola, como otros compañeros de su época, apenas superada la adolescencia, se dedicó al género poético, mostrando con ello vocación por el cultivo de la belleza mediante el ejercicio del arte de escribir. Con una base de lecturas generales, como todos los que integraron la llamada generación del ’80, que algunos dilettanti del estudio de nuestro pasado le niegan valor, sintió una gran curiosidad por aprender e ir ascendiendo, poco a poco, hacia las concepciones amplias y generales. Su formación universitaria lo llevó a penetrar en el campo del derecho, interesándose, pronto, no sólo por la legislación positiva sino por los conceptos, por la definición de los principios esenciales. Por vía de la legislación civil, y sobre todo de la penal, penetró en los problemas de la filosofía en momentos del auge del positivismo comtiano y spenceriano. Cuando ya tuvo plena madurez mental y fue llamado a enseñar en la Facultad de Filosofía y Letras, fundada en 1896, y de la que después sería su Decano, experimentó inclinación hacia el neokantismo; sus cursos de metafísica y ética los ilustró con la lectura y el comentario directo de la Crítica de la razón pura y de la razón práctica. De ese límite no pasó en momentos en que se perfilaba la carga final contra el positivismo. En Rivarola, autodidacto en la formación humanista,

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gravitaban desde su juventud las enseñanzas y el ejemplo de José Manuel Estrada, sobre cuya personalidad falta aún escribir la influencia que tuvo en la mente y la conducta de sus discípulos. La inclinación de Rivarola hacia la formación básica universitaria- filosofía- historia y literatura- lo condujo, gradualmente, a encariñarse con la Facultad humanista, por excelencia, de la Universidad. Sus primeros afanes fueron para las letras y la filosofía; más tarde penetró a la historia política. El mismo nos confiesa, en su libro El maestro José Manuel Estrada que sólo por la filosofía, por la historia y por las letras, que dan seguridad para el contacto con la realidad de la vida, es posible alcanzar experiencia de la sociedad en que se vive. Resulta difícil descubrir en él la infuencia de una sola corriente filosófica. Y aunque los últimos destellos del romanticismo lo alcanzaron, no cabe duda que el positivismo predominó una parte de su vida, hasta que se hizo sentir, al fin, la influencia del neokantismo. Los efectos de estas influencias antitéticas, que en apariencia parecen excluyentes, determinaron la raíz íntima de su pensar. Esta aserción no tiene alcance peyorativo, porque, como dice Croce, el mejor espíritu romántico tuvo eficacia en los positivistas y naturalistas y la filosofía de la historia fue admitida en las construcciones historiográficas. Estas tendencias encontradas no destruyeron la unidad de sus concepciones, como así tampoco la arrastraron a una especialización excesiva y unilateral. Penetró en el terreno de las concepciones históricas dotado de un bagaje cultural sólido, mediante la vía de las ideas políticas. En el siglo XIX son varios los escritores que siguieron el mismo itinerario. Con Tocqueville, en Francia, se echaron las bases de una historia de las instituciones, con fines pragmáticos por cuanto iban destinadas a orientar el movimiento social. Rivarola, también cultivó la historia pragmática, no ostentó la vanidad de haber realizado, exclusivamente, una historia científica y especulativa. Estrada, su confesado maestro, lo familiarizó con Guizot, que por su influencia mundial había llegado hasta el Plata. Siempre predominó en Rivarola el concepto de que la ciencia política contiene lo primordial, y que toda ella está contenida en la idea de libertad.” (Ravignani, 1944, págs. 235-36)

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La producción historiográfica del litoral y sus correlatos nacional y continental

La producción historiográfica litoraleña se nutrió de la vertiente inserta en el discurso político de cada etapa, con los clásicos vaivenes que oscilaron entre el apoyo irrestricto a Urquiza y la glorificación de Caseros, o el protagonismo de Paz en las lides territorianas: “…las dianas de Caseros fueron para el país, el anuncio de que las tareas de la paz llamaban al esfuerzo de los argentinos… Caseros abre ese período intermedio entre el estado de la fuerza y el régimen de la ley, previo al triunfo definitivo del orden (…) Corrientes se situó después de Caseros en este plano de selección y así, su organismo, hecho a la acción guerrera, olvidó cuánto podía significar esta gloria en acción y encumbra a la primer magistratura del estado, a un hombre civil, el doctor Juan Pujol…” (Quiñones 1999 págs. 381-397, tomado de Hernán Gómez 1935 págs. 174-176)

Promediando el siglo XIX, es factible observar cómo, desde la intelectualidad y los círculos políticos correntinos se iban acomodando las temáticas históricas en una constante intermediación del presente con el pasado, atendiendo a las demandas de su clase y de su tiempo encarnadas, principalmente, en la postergación sufrida por la provincia en el contexto nacional: “El historiador, en el fondo, escribe lo que su tiempo impone como necesidad y como aspiración en el campo del conocimiento y de las creencias. No antes ni después, sino en el momento preciso que dicta el presente de los tiempos. Según sea la conciencia colectiva, vale decir, el conjunto de creencias a las que nos debemos, a las que respondemos, por las cuales actuamos o contra las que nos oponemos, así será la historia que recreemos...” (Ibídem, la cita corresponde a A. Córdova, LA HISTORIA, maestra de la política en: Historia ¿para qué?, 1997, pág.132)

Esas recreaciones están siempre en constante búsqueda de verificaciones y de definiciones, insertas en el entusiasmo creativo de la labor historiográfica: “….la historia es más que satisfacción de curiosidad. Es, entre otras cosas, conciencia de continuidad de un pueblo, de una raza de la humanidad. Puede ser todavía más circunscripta que en lo que atañe a la vida de un pueblo y comprenderá solo la de un grupo de hombres, la de una familia, la de un hombre.

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Puede extenderse a más que a la humanidad, ser historia de la creación o historia de la naturaleza. Diríamos que abarca todo el horizonte del saber, y habríamos dicho poco, pues advertiríamos la tenacidad con que el saber adquirido ha pugnado por pasar el límite del conocimiento posible, en la historia de la filosofía, y aún en la historia de la ciencia…” (Ravignani, 1944, pág. 233)

Identidad suele asimilarse, para algunos estudiosos, a argentinidad: “…LOS HISTORIADORES no han destacado, en un ensayo profundo, el verdadero carácter de la historia argentina, es decir, nuestra argentinidad; la significación de ese carácter. En otras palabras, aún no se ha intentado un análisis del sentido de la argentinidad. Nuestra argentinidad es lo que distingue a nuestra historia de todas las historias. Es su carácter, su fisonomía. En términos diferentes podríamos decir que significa su individualidad y que encierra el destino de su origen y de su fin. El sentido de esta argentinidad no puede comprenderse si no se comprende su destino. Los pueblos, como los hombres, tienen una responsabilidad y un fin. Es el destino de cada historia en particular y de la Historia en general. Nuestra patria tuvo un destino con el comienzo de su historia…” (de Gandía, 1978 [1943], pág. 25)

Una de las características fundantes de las obras historiográficas es que fueron escritas con un profundo sentir patriótico: “…un patriotismo que elude la declamación y la oratoria., un patriotismo acendrado y constructivo, que por lo mismo actuará a veces como un revulsivo para despertar las sanas reacciones con la crítica severa y bien inspirada. Considera que ha caído en descrédito un modo de interpretación de la historia que antes gozaba de fama universal, por la costumbre de repetir demasiado la excitación patriótica a base del recuerdo de jefes militares o prohombres…” (Gianello, 1965, pág. 36)

Profundizando en el análisis de los discursos, de las trayectorias individuales, del ejercicio de la docencia universitaria y terciaria se pasa a los circuitos de producción de los mismos, variados y numerosos: periodismo cultural y/o militante, audiciones radiales, conferencias magistrales, ensayos literarios, crónicas escolares, novelas históricas, aunando el saber histórico con la práctica social, o socializada del mismo, en lo que ha dado en llamarse historia de divulgación, vulgarizar el conocimiento, decían nuestros primeros historiadores, preocupación

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que se ha mantenido latente hasta nuestros días, centrada por lo general en los grandes temas o figuras: “…Queremos que se lea el mensaje de Artigas y que lo lean todos los orientales, todos los rioplatenses, todos los iberoamericanos. El riguroso propósito de divulgación que lo preside sirve de fundamento al criterio seguido para la selección. Nada hay en ella de original, todos los textos son de sobra conocidos; pero allí están porque son representativos de los diferentes estadios del hecho histórico y de la variada problemática que debió afrontar el caudillo en su decurso. Se ha modernizado la ortografía, sustituído las abreviaturas y corregido, lo menos posible, la puntuación, para que la lectura no resulte agobiadora a los legos en el manejo de los papeles de la época. Pierden los documentos con ello- no cabe duda- sabor y autenticidad, pero no es éste el problema, sino el de hacer accesible y cabalmente comprensible el texto a todos los niveles posibles…” (Bruschera, 1969, pág. 8)

La presentación de aquella obra de la década de los ’60, se corresponde plenamente con la fundamentación que, ya en este siglo, se ha hecho de una importante colección de historia argentina: “Esta colección se propone poner al alcance de un público amplio, que excede al universitario pero que lo incluye, una serie de obras sobre los principales segmentos en los que se suele dividir el pasado argentino. Ellas abordarán los temas en forma cronológicamente completa, acercándose al presente lo más que lo permitan las fuentes disponibles, de manera tal que, idealmente, el conjunto cubra la historia toda del país. Para lograr este objetivo de ser útil a la vez a los historiadores y al público no especializado, estas obras ofrecerán una síntesis actualizada del conocimiento sobre su campo, así como, entre otros rasgos, prescindirán de la erudición común a los trabajos profesionales, incluyendo en cambio un ensayo bibliográfico destinado a los lectores interesados en profundizar el tema. Pero, en esa perspectiva, tratarán de evitar la ingenua aspiración a un conocimiento íntegro y definitivo del pasado, dado que la historia, como toda disciplina, solo nos ofrece un conjunto parcial del saber relativo a su objeto, así como una labor de incesante reconstrucción de ese saber. En un campo tan maltratado por prejuicios ideológicos de todo tipo como el de la historia nacional, los autores seleccionados adoptarán un enfoque que se aleje de esas perspectivas deformes y refleje lo mejor de la historiografía respectiva, guiados por el

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rigor intelectual al que debe aspirar todo historiador.” (Chiaramonte, 2001, pág. 4)

Insertas en la metodología de la Nueva Escuela Histórica Argentina, las Memorias del Territorio Nacional de Formosa aportan bases documentales indispensables para el estudio de los nuevos territorios; indicando con precisión en qué consiste su aporte: “La provincia de Formosa tiene una historia relativamente breve si se la compara con las primeras provincias argentinas. Su ciudad capital ha cumplido este año el centenario de su fundación y recién a partir de ese momento comenzó a organizar y poblar su territorio de manera sostenida. Sin embargo, su historia es particularmente atractiva. Ella da testimonio del empeño del gobierno nacional por lograr su incorporación a la vida del país mediante la organización de sus instituciones, la presencia del ejército y la difusión de la escuela y las comunicaciones así como también de la voluntad pionera que llevó a sus habitantes a poblar el territorio, fundar sus pueblos y colonias, desmontar sus bosques y abrir cauces a la producción agropecuaria. En buena medida, esa historia está todavía por escribirse, Para ello hace falta la localización y el estudio de las fuentes apropiadas, la reconstrucción de las grandes líneas de ese proceso y sobre todo la tarea crítica que permita reconstruirlo adecuadamente en consonancia con el resto del territorio y provincias del Nordeste argentino al que se halla vinculada Formosa. El presente volumen tiene por objeto contribuir al rescate de parte de ese pasado con la edición de las memorias administrativas que redactaron sus gobernadores…” (Maeder, 1979, pág. 7)

Por éste y otros detalles, sabremos cómo se han generado y construido las categorías arriba mencionadas, que grupos intervinieron en ellas, cuál fue su alcance y en que pertenencia/s institucional/es e ideológica/s estuvieron involucradas, tema éste medular para entender la selección temática que cada historiador ha hecho en su momento y cuyas tensiones se reflejan en su obra. Las pertenencias nos indican además, con meridiana claridad, si desde esos organismos oficiales o privados se hizo uso de la historia, se posibilitó su inserción en el aparato educativo o simplemente se las utilizó como lugar de encuentro de elites. Desde ellas, o por ellas, ejercieron influencias directrices en varios aspectos que hacen a las ciencias humanas: cultura, educación, política. En efecto, los

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historiadores siempre han seguido un derrotero que comienza en la docencia universitaria o terciaria, se amplía con las pertenencias o membrecías y se completa, en algunos casos, con la ocupación de altos cargos en instituciones afines a su oficio. Muchas de las fuentes a estudiar, pues, se encuentran en esos puntos que abarcan tanto ámbitos públicos como el mundo privado del personaje.

En ocasiones, los enfoques liminares de una obra no nos indican todos y cada uno de los rasgos historiográficos necesarios a nuestro estudio. En la mayoría de ellos es indispensable disponerse a una reinterpretación que nos muestre los hallazgos de aparatos eruditos, las influencias de los “maestros generacionales” y las redes familiares y profesionales además de la cuota empírica con que se iniciaron aquellas obras, que pudo ser la simple hoja periodística. Se derriban las objetividades, o las impermeabilidades, dando paso a una interpretación del hecho histórico más viva, humana y realista, dentro del vasto campo de la historia. Debemos tener muy en cuenta la situación de marginalidad en que hasta hace muy corto tiempo se han movido las historiografías regionales, esa aprehensión nos ayudará a comprender porque la gran mayoría de los autores han tenido domicilio, profesión y pertenencias institucionales alejadas de su terruño, dándonos la oportunidad de cuantificar sus circuitos de producción, mapear sus constantes cambios de residencia y de pertenencia y analizar sus contactos académicos y profesionales a la luz de muchos elementos clave, por ello se ha denominado al estudio de la escritura de la historia un terreno sin fronteras (Historiografías: revista de historia y teoría, 2010)

“En la comprensión del cambio historiográfico intervienen tres factores básicos: el contexto histórico, la práctica historiográfica y la influencia de diversas formas del pensamiento filosófico sobre los historiadores, y en particular sobre los creadores de escuelas historiográficas, de nuevas formas de entender el oficio, su objeto, su método, sus técnicas…” (L. Brezzo, 2003: 177) Por ello se hace imprescindible reconocer que: “La vía más nociva para imponer la propia tendencia historiográfica, normalmente conservadora, es negar que existan o que deban existir tendencias historiográficas. El imaginario individualista, los compartimentos académicos y las fronteras nacionales ocultan lo que tenemos de común, muchas veces sin saberlo o sin decirlo: por

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formación, lecturas, filiaciones y actitudes (…) Una disciplina académica sin tendencias, discusión y autorreflexión, está sujeta a presiones académicas, con frecuencia negativas para su desarrollo. El compromiso historiográfico consciente nos hace, por lo tanto, libres frente a terceros, pues rompe el aislamiento personal, corporativo y local, favorece el reconocimiento público y la utilidad científica y social de nuestro trabajo profesional.” (Barros, 2002, pág. 189)

Es importante señalar, sin embargo que: “Toda investigación requiere una actitud crítica y desprejuiciada hacia el objeto que se investiga. Quizá, lo que ella tiene de más atractivo es la posibilidad de encontrar sorpresas, de hallar respuestas diferentes de las conocidas y, muchas veces, de las esperadas. Esos hallazgos, siempre pocos, justifican interminables horas de tedio y desesperanza. Esto hace que el camino sea al principio inseguro y, sobre todo, vacilante, y que al presentarla más que afirmaciones definitivas se balbuceen intentos de explicación. Ello afecta el estilo de una obra, cuando se trasmiten sus resultados…” (Cortés Conde, 1997, pág. 7)

En una misma sintonía, otro destacado historiador nos revela sus dudas, criterios y convicciones: “…Han transcurrido veinte años desde que comencé a interesarme por la historia rural de Santa Fe. El origen de la preocupación fue consecuencia de la convergencia de una pluralidad de causas en las que el azar tuvo tanta importancia como la decisión académica meditada. El haber puesto punto final, con este libro, al tema dominante de mi vida profesional es producto de circunstancias igualmente dispares. Estoy convencido de que es muchísimo lo que queda aún por investigar para dilucidar aceptablemente un tema tan polifacético y estimulante como lo es la formación de una sociedad cosmopolita…En estos veinte años, como es obvio, muchas son las cosas que he ido retocando y alterando en la interpretación de los hechos estudiados. Quien esté familiarizado con mis publicaciones anteriores sobre el tema notará, estoy seguro, que muchas otras han permanecido invariables. Más aún, en un aspecto central el paso del tiempo no ha hecho más que confirmar lo que sólo puedo definir como una predisposición anímica natural. Algún comentarista sagaz y benevolente calificó una de mis colaboraciones anteriores del pasado santafesino como nostálgica. No tengo más remedio que aceptar el calificativo. Sólo

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me cabe esperar que ese sentimiento no me haya impedido describir e interpretar los hechos con una apreciación realista de las debilidades inherentes a la naturaleza humana…” (Gallo, 2004, págs. 13-14)

Encontramos en este párrafo varias e interesantes acotaciones que hacen a la profesionalidad del historiador en sí misma: El largo lapso de tiempo dedicado a su investigación- las diferentes motivaciones que lo llevaron a realizarla e igualmente, a finalizarla- su aceptación de que la tarea no está, por ello, terminada- La confesión de que es muy poco lo que en el lapso de veinte años ha modificado, punto éste que aclara más adelante diciendo que su deseo era presentar su visión de aquellos años y la de la historiografía del momento- su humildad al reconocer lo criterioso de las críticas recibidas, de las que surge una dosis no disimulada de nostalgia, todo lo cual nos remite a un ámbito propio, el del historiador y su obra, donde confluyen las disímiles influencias y tensiones que lo atraviesan.

“…En el campo historiográfico occidental se ha vivido un rechazo de varias décadas hacia la historia política por parte de las corrientes europeas y norteamericanas volcadas a la historia social. Hoy se ha producido una vuelta a la historia política, como una legítima manera de escribir la historia, pero sobre nuevas bases. Se insiste en la autonomía de lo político y en la posibilidad de convertirlo en centro de análisis, al mismo tiempo que se produce la ampliación del ámbito político más allá de la definición clásica del término, al considerar la omnipresencia del poder en la sociedad. El importante desarrollo de la historia contemporánea también ha marcado el avance de la historia política. Asimismo se ha realizado la vinculación con otras áreas, por ejemplo, entre historia social e historia política frente al problema del sujeto colectivo, lo que ha dado un nuevo impulso a la biografía, tanto la individual como la prosografía. La historia política también se ha beneficiado con la producción de la sociología histórica que se refiere al Estado. Otro ámbito novedoso es la consideración de la memoria colectiva como instrumentalización política del pasado por parte del estado, partidos, grupos o individuos…” (Leoni, 1999, pág. 155)

“…Sin duda el quehacer histórico se ha enriquecido también mediante la renovación de la historia política que recurre a la ciencia política, a los análisis jurídicos, a la dimensión cultural y el análisis de las prácticas que

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revelan las interpretaciones de las personas...” (Barbieri de Guardia, 2007, pág. 27)

El hecho político, o la figura central que lo encarna, siempre fueron materia de estudio particular, como lo muestra Ravignani en su trabajo sobre Rodolfo Rivarola, que con su ensayo sobre Bartolomé Mitre inició sus intensos encuentros con la historia, reconoce que, al momento de escribirlo no se consideraba un historiador, pero que sintió la necesidad de hacerlo al encontrarse con un vacío temático que consideró urgente completar para estudiar a fondo el hecho político.

Al analizar los hechos de una época y las interpretaciones de las personas, ya Bartolomé Mitre nos pone en contacto con lo que dio en llamar el genio federal, entendiendo por éste al instinto, porque, sin dudas: “….la revolución pone en marcha, desata fuerzas que los actores no esperan, que los actores ignoran. Para el pensamiento político de aquel momento, la fuerza más sugestiva que desata la revolución de la independencia es el caudillismo…” (Botana & Luna, 1996, pág. 54)

Esas fuerzas desatadas abarcaron distintas regiones, con diferentes idiosincrasias, aparecieron con ímpetu arrollador tanto en los incipientes núcleos urbanos como en el no tan bucólico mundo rural, y en todos esos ámbitos impulsaron cambios que motivan, hasta nuestros días, la inquietud de los historiadores por desentrañar los secretos de nuestros orígenes. Unas veces desde los ámbitos académicos o científicos, otras desde los márgenes, ya que no siempre se ha llegado a la Historia por causa de una definida vocación o tradición familiar, a veces el sendero a transitar es bastante más largo, y tiene impensados vericuetos: “…Al ceder a las solicitaciones de muchos jóvenes amigos que me incitaron a reunir mis estudios de historia argentina, y me procuraron los medios de publicar este y otros libros para los que no hallaba editor, no puedo menos de echar una ojeada retrospectiva a los dieciséis años transcurridos desde que apareció el primero de ellos, en 1934, y al común denominador que todos tienen. Son frutos de un trabajo llevado como el de un minero, en las entrañas de la tierra, o el de un buzo, en el fondo del mar, que arrancan a una y otro sus secretos sin disfrutarlos ellos mismos. De esa labor no apreciaba sino el esfuerzo, en el que hallaba la mayor fruición. Mas, por si alguna vez hubiese desfallecido, de cuando en cuando unos pocos lectores de encargo me decían su aprobación, o

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veía repetidas ante el pueblo algunas ideas que había echado a circular. Y por sobre todo, el entusiasmo de algunos jóvenes que me escuchan y dialogan conmigo sobre las disciplinas intelectuales que sigo, era un premio que pagaba la más ardua labor y que consolaba de la ausencia de toda otra recompensa. La cultura desinteresada fue siempre mi norma, debido a ciertas convicciones personales, que no es del caso traer a colación, y a la circunstancia de que mis primeros estudios se orientaron en un sentido muy distinto al que estimula hoy mi mayor actividad. La literatura, la filosofía, la historia de la cultura, fueron mis primeras pasiones. Al ponerme esos estudios en contacto con la teoría y la práctica de la política en el mundo, me dieron un interés por el pasado nacional en relación con su presente, que hasta entonces no había tenido. Pero sin quitarme el hábito filosófico de la reflexión serena y el método filosófico de ver las cosas como son, y de examinar la realidad por todos sus lados, ajeno a la pasión banderiza y a todo afán subalterno…” (Irazusta, 1968, pág. 7)

Una explicación más simple en apariencia es la que nos ofrece Tulio Halperín Dhonghi en sus memorias, quien coincide con Irazusta en cuanto a lo de su formación primera- interna- donde la filosofía, la literatura, la historia de la cultura y, en su caso, la historia antigua, fueron sus primeros y saboreados contactos con lo que después sería su metier; allí comenta con interesantes detalles, cómo y porqué se acercó a las humanidades: “…Si mi decisión de abandonar en 1947 la carrera de Química no necesita más explicaciones que las ofrecidas, sí las requiere que las acompañara de una opción por la historia que, por lo que recuerdo fue más bien una explicación que un destino que se había revelado finalmente la ineludible realidad que una conclusión alcanzada luego de un debate interno acerca del rumbo que debía dar a mi vida…” (Halperín Donghi, 2008, pág. 177) Luego de aclarar que su primera decisión fue orientada a tener en el futuro una profesión económicamente segura, cosa que no podrían asegurarle las humanidades, no duda en manifestar que, a pesar de ello, éstas siempre estuvieron presentes en su horizonte. A continuación, describe la profunda influencia que en su espíritu tuvieron las estrategias educativas vigentes: “…Ya en mis años del Manuel Solá, donde seguían practicándose los rituales patrióticos introducidos por Ramos Mejía en los años del Centenario, conocí una historia que era poco más de un

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incesante ejercicio en el culto de los héroes, de cuya validez creo que no llegué nunca a dudar, pero que consiguió interesarme bastante menos que la historia sagrada que nos enseñaba la hermana Rosalía en las clases de preparación para la primera comunión…” (Ídem)

En este cambio trascendental para su vida, Halperín revela hasta qué punto fueron importantes y profundos en ella, las redes familiares y la influencia y los ejemplos de Francisco y José Luis Romero, grandes amigos de su padres y orientadores del entonces joven estudiante, sus “maestros generacionales: “…Todo esto sugiere también que ya entonces mi opción por la historia era menos la de un área acotada dentro de la multiforme experiencia humana que la de una manera de aproximarse a esta última, y estoy seguro de que también en esto tuvo un papel decisivo el ejemplo de Romero, que cuando reivindicaba bajo el signo de la historia de la cultura un proyecto historiográfico que no excluía de su territorio nada de lo que abarca esa experiencia, venía a legitimar el modo de entender la opción por la historia que había hecho ya espontáneamente mío… dedicaría lo mejor de mis esfuerzos a avanzar en la exploración de esa disciplina cuyas perspectivas parecían adecuarse mejor que las de ninguna otra a mi manera instintiva de ver el mundo hasta alcanzar sobre ella el seguro dominio que permitiría por fin afrontar con éxito la reconstrucción de algún proceso del pasado que hubiera encontrado intrínsecamente interesante. No ocurriría así, y el proceso que hizo de mí un historiador se iba a parecer más al que Francisco Romero recomendaba a los aprendices de filósofos, como él a la filosofía, yo iba a llegar al territorio de la historia cuando, luego de haberla rondado por años, descubriera que ya estaba adentro.” (Ibídem págs. 183-84)

La historiografía argentina es rica en estos ejemplos orientadores, que descubrieron vocaciones y marcaron sendas de indudable repercusión: “…Asistimos a los resurgimientos de los estudios históricos. Nuestros americanistas, abominando de la alquimia histórica, se nutren ahora documentalmente auxiliados, dentro de la técnica de la diplomacia, con la hermenéutica y la paleografía. En este sentido descúbrese justicieramente la influencia docente de Juan Agustín García, de dos décadas a la fecha, con sus libros iniciales y sus lecciones universitarias Estimuló en el alumnado, desde la cátedra, el gusto por el pasado colonial, yendo

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directamente a las fuentes, e inspiró confianza con sus éxitos, con su entrada y salida de archivos, donde aventó la polilla de los sarcófagos…” (Pompert de Valenzuela, 1991 págs. 11-12 tomado E. Ruiz Guiñazu 1921)

Ese manifiesto interés en aventar la polilla de los sarcófagos se acrecentó con el Centenario de Mayo, que motivó numerosas publicaciones documentales, oficiales y académicas, la organización de bibliotecas especializadas y la aparición, para su consulta, de colecciones privadas de indudable valor, todo ello contribuyó en gran medida a avivar el interés por los estudios históricos munidos de elementos que posibilitaran un sesudo examen de los mismos y el arribo a conclusiones fundamentadas en la veracidad del documento. De la necesidad de consultarlo no existía duda alguna, como tampoco de las dificultades con que se tropezaba para hallarlo: “…Los investigadores de la primera hora carecieron de todo. Obligados a buscar sus datos en archivos que no eran más que montones de papeles, mal podía naturalmente, aspirar a guiarse por índices, catálogos o inventarios razonados, de que hoy, en gran parte carecemos. Pero es que les faltaba hasta la simple y vaga noticia, la referencia histórica; y en tales condiciones su labor era como la del arquitecto condenado a ser su propio albañil y forzado a elaborar desde el plano hasta la argamasa del futuro edificio…” (Ibídem, pág. 57 tomado de C. Correa Luna)

Paul Groussac ya había señalado, con notoria insistencia, la urgente necesidad no solo de clasificar y organizar las masas documentales dispersas, sino de sistematizar estos trabajos publicando colecciones documentales sin los cuales sería imposible escribir la historia argentina con el rigor que los tiempos imponían, copiar e imprimir era su lema, el cual fue interpretado a la perfección por los integrantes de la Nueva Escuela Histórica Argentina.

En torno a las coincidencias en la elección de las temáticas a explorar, destacamos la de Halperín con Irazusta en cuanto a indagar las temáticas de la historia argentina: “…desde el momento en que decidí hacerme historiador había decidido también que iba a buscar en la historia argentina los temas centrales de mis futuros trabajos, (fue en la primera ocasión en que José Luis Romero habló conmigo de mi proyecto de hacerme historiador, y me dijo que esperaba que mirase más allá del

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campo de la historia argentina, ya que encerrarme en él hubiera reflejado de mi parte una ambición intelectual demasiado modesta, cuando descubrí que era exactamente eso lo que había decidido hacer, aunque me guardé muy bien de decírselo) sabía de antemano que avanzar mucho más en ese campo tan alejado del que había decidido cultivar podía significar un peligroso desvío respecto del rumbo que me había fijado…” (Halperín Donghi, 2008, pág. 205)

Surgirán de este modo, en sus más variadas vertientes, y en muy diferentes contextos, las distintas visiones historiográficas: americanista- liberal- hispanista- nacionalista- federalista-revisionista dentro del marco más amplio del funcionalismo, evolucionismo, culturalismo, materialismo, aportando a través de estudios micro o macro las necesarias miradas retrospectivas, a veces desde nuestro propio quehacer, dando cuenta de los retornos historiográficos, como el de los crecientes estudios sobre la Nación y los procesos de construcción nacional en Latinoamérica, que enriquecerán el campo de la Historia de la historiografía y proveerán de nuevos materiales de estudio a las futuras generaciones: “...Ese modelo de organización política tuvo influencia decisiva en la historiografía. Así como en el ámbito continental, la historia general de América se fracturó en historias nacionales a partir de la emancipación, el universo regional se fue desdibujando para dar lugar al nacimiento de las historias provinciales (…) Pese a esa tendencia reivindicadora de las singularidades locales que ha tenido y tiene caudalosa producción historiográfica, hay un hecho incontestable, las provincias no son de suyo realidades históricas diferentes. Ellas poseen rasgos comunes sustantivos con sus vecinas de la misma región por condiciones geográficas, étnico-sociales, culturales y económicas. La región histórica, por ser anterior a la nación y a las provincias, constituye el universo de análisis más apropiado para la explicación histórica. En su ámbito se dieron los elementos configurativos que por su voluntad política dieron forma a la Nación, y que por parcelamiento también político, dieron lugar a las provincias….” (Bazán R. A., 2002, págs. 39-40)

“En esta panorama heterogéneo se distingue, sin embargo, un rasgo que fue común a casi toda la región, la adopción de formas republicanas de gobierno fundadas sobre el principio de la soberanía popular. Este

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resultado no estaba inscripto en el origen, ni implicó el tránsito por algún camino lineal de organización política. Pero desde Nueva España hasta el Río de la Plata, la adopción del principio de la soberanía popular para fundar y legitimar el gobierno y la autoridad fue común a casi todos los ensayos-los duraderos así como los más efímeros- de conformación de nuevas comunidades políticas, pronto conocidas como naciones. Si bien aquel principio circulaba desde hacía bastante tiempo en el mundo occidental y reconocía diferentes versiones, su aplicación a través de las fórmulas republicanas ensayadas en gran escala en Hispanoamérica fue, si no original, al menos bastante aventurada y riesgosa…” (Sabato, 2009)

Coincidieron con este pensamiento no pocos ensayistas y estudiosos europeos del fenómeno americano que a pesar de sus críticas, eran optimistas con respecto al futuro de las recién nacidas repúblicas debido a la enorme cantidad y variedad de recursos naturales y la bohonomía de sus habitantes:”…...la falta de estabilidad de los gobiernos, la inoperancia de las leyes, el desequilibrio económico, la ausencia de espíritu público, eran la consecuencia natural de la transición violenta del poder absoluto al goce de la libertad, y se incurría en injusticia al pretender que las Repúblicas del Nuevo Mundo lograrían en cuarenta años, el orden y la estabilidad que las naciones europeas, con quien se las compara,… demoraran siglos en alcanzar…no estaba preparadas para la organización republicana que se dieron, pero no deben renunciar a ella” (de Mora & Ellori, 1963, pág. 553)

Una hipótesis distinta es la aportada por Margarita Ferré de Bartol desde su ámbito cuyano, haciendo hincapié en la provincia antes que en la región: “El planteo teórico-metodológico de las historias locales no puede soslayar la existencia de la historia provincial y por el contrario, profundizar en esta instancia que la unidad comprensiva del Estado Nacional que reconoce componentes comunes al de la historia regional, diferenciados por los distintos niveles de análisis….numerosos ejemplos podríamos mencionar de la realidad histórica que corroboran lo que aquí se expresa…” (Ferré de Bartol, 1993, pág. 60)

Uno de esos ejemplos es el que reivindica la significación histórica de Santiago del Estero como madre de ciudades y cofre de las tradiciones argentinas, al decir de uno de sus historiadores más conocidos, Luis. C. Alén Lescano, cuya postura, que carga un fuerte acento en lo económico,

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nos remite a una ciudad, la decana de las ciudades argentinas, inserta en una región que de por sí se considera a sí misma relevante y donde otras ciudades, como Salta, Tucumán o el mismo Jujuy también reclaman su protagonismo: “Nuestras células o moléculas constitutivas fueron los pueblos, ya sea en sus iniciales pautas políticas municipales o en su ampliada comprensión geográfica provincial, de donde demana el federalismo y sus reales formas autonómicas que no fueron trasplante meteco de un andamiaje constitucional sino la consecuente natural del ordenamiento institucional hispánico de raíz total. Los orígenes del país histórico se asientan en la sociedad que se asentó en el interior mediterráneo a partir de mediados del siglo XVI, de allí que la región mediterránea haya llegado a ser la zona productora por excelencia, sede de las mayores actividades económicas y Buenos Aires solo se concibiera con las funciones de asiento o fortaleza, por eso nació definitivamente mucho después de la fundación de Santiago del Estero…” (Alen Lescano, 1997, pág. 28)

Y un segundo ejemplo, que no es el último, así como tampoco es único, proviene de la misma provincia de Ferré de Bartol: “….Del mismo modo que otros autores de historias provinciales que le precedieron, Horacio Videla quiere explicar el desarrollo histórico de la patria chica en el marco más amplio de la historia nacional. Sabe bien que no todos los hilos que forman la trama de esa historia se resuelven con una visión estrictamente lugareña del proceso, sino que es necesario comprenderlo integrando los hechos locales con la región histórica de Cuyo y conectándolos vitalmente con los fenómenos interregionales que dieron nacimiento a la patria argentina. De esta manera, asume la provincianía con convicción aunque en todo momento está gravitando en su alma el sentimiento de nacionalidad. Hay un propósito de autenticidad manifestado en el prólogo de la obra. Videla sabe que el género historiográfico tiene específicas exigencias como campo de conocimiento exhaustivo de las fuentes literarias, documentales y bibliográficas. Viene, después, la etapa de selección de datos, el procesamiento crítico de la información y, finalmente, la composición literaria del relato, que debe servir, como diría Dilthey, para revivir el pasado señalando causas y consecuencias…” (Bazán A. R., 1990, pág. 541)

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Será precisamente uno de aquellos reputados juristas de quienes nos habla Armando Bazán, quien exponga con claridad algunos aspectos liminares de la temática historiográfica, centrado en la americanidad: “…los pueblos jóvenes de este Continente poseen una fina sensibilidad histórica, especie de defensa moral contra toda penetración disolvente, que propugna el mantenimiento de las tradiciones y la cohesión de las nacionalidades. Son sociedades que se sienten depositarias de un legado político y cultural, conquistado en etapas progresivas, cumplidas sincrónicamente, y tienen la conciencia clarividente de que sus destinos no se logran en su extensión sino a la luz del conocimiento histórico. Esta dinámica social es expansiva por su movilidad horizontal de un país a otro americano, y de un plano a otro dentro del propio país, que se distingue profundamente de la convulsión vertical o el brusco movimiento de ascenso o descenso que conmueve a las antiguas y densas naciones, donde por momentos vacilan, con el orden existente, los modos de pensar y sentir colectivos. Tal influencia de la historia en la sucesión de las generaciones ha contribuído a crear y robustecer en América una entidad ideal como unidad continua y en cada uno de sus Estados, el espíritu del pueblo, como fuente fecunda en expresiones originales y fuerza ascendente en la marcha social. Al crearse en Buenos Aires en 1837 el Salón Literario, sus miembros se proponían realizar el alto ideal de adoptar una política y legislación propias de su ser, un sistema de instrucción pública acomodado a su ser y una literatura derivada de su ser…” (Levene, 1944, pág. 123)

Esas creaciones e idearios fueron estudiados por Halperín Donghi en uno de sus primeros trabajos, cuando recién iniciaba su fecunda trayectoria: “…no fueron esas cavilaciones las que primero me llevaron a fijar la atención en la generación de 1837, el estímulo originario lo recibí, en cambio, como oyente del curso de Introducción al Derecho, en el que Ricardo Levene no se fatigaba de celebrar el papel que éste había tenido en la historia del derecho argentino. Pero no fue su presentación genéricamente celebratoria de ese papel lo que me hizo atractivo el tema, sino la visión entonces bastante popular en las filas opositoras, que comparaba la situación creada por el triunfo de la revolución peronista con la que había ofrecido inspiración al Credo de la Joven Generación Argentina para concluir que éste podía ofrecer la inspiración que habría de permitir dejar atrás la era de discordia política abierta en 1945 sobre

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pautas análogas a las propuestas por la generación de 1837. Así lo había propuesto José Luis Romero en 1946, cuando en Las Ideas Políticas en Argentina había celebrado como lo más valioso del aporte de esa generación la certera visión del futuro que le había permitido anticipar el rumbo que permitiría a las desunidas Provincias Unidas cerrar décadas más tarde medio siglo de discordias…” (Halperín Donghi, 2008, pág. 192)

Halperín destaca que lo que más le impresionó del proyecto echeverriano fue su similitud con otros europeos, como los proclamados por Schiller o Goethe, de los que diferenciaba sus alcances en estas tierras, concluyendo que en ambos, sus autores, además del compromiso asumido, se sentían partícipes del mismo y llamados a desempeñar destacados roles. La empresa era ardua para el bisoño historiador, que en De la revolución de Independencia a la Confederación Rosista, aparecida varios años después, descubriría las claves de esta etapa.

Desde el revisionismo, la voz autorizada de uno de sus mayores representantes, hacía una interesante descripción: “…Desde la gran revolución operada en el país por las reformas del siglo XVIII, los que tenían intereses no tenían cabeza, o los que tenían cabeza no tenían intereses. La cultura genuinamente nacional estaba en el interior y el interés en el Plata. Dentro del régimen económico establecido al crearse el virreynato de Buenos Aires, los que tenían intereses eran los platenses o los porteños. Y en el Plata, la cultura o la especie de ella que se necesitaba para el gobierno, era de la misma índole que el interés, del liberalismo entrado al país con las reformas de Carlos III y el contrabando inglés. Lo que así por vía directa o indirecta nos venía del extranjero parecía favorable. Y los hombres sesudos de Buenos Aires debían de inclinarse a creer que los abogadillos formados en el liberalismo exótico, o venidos a él, eran cabezas superiores, y los preferían a los profesionales formados en la escuela colonial antigua (…) A que Mayo nos sorprendiera en pleno proceso se debe tal vez que la gran revolución económica del siglo XVIII fuera privada de su justificativo político, (que ha llegado el momento de explicar). Hay en Alberdi dos observaciones sobre el virreinato muy sugestivas por su apariencia contradictoria. En una parte dice que el virreynato hizo cesar eventualmente la debilidad congénita de nuestra frontera oriental, la

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única vulnerable. En otra parte dice que el virreinato creó la absorción porteña que era para él la causa única de la debilidad argentina. Aunque Alberdi las da sin nexo dialéctico y de modo que justifica el calificativo de gran veleta que le aplicara Groussac, esas dos observaciones son históricamente exactas. Hay que ensamblarlas…” (Irazusta, 1968, pág. 77)

Para ensamblarlas se hace imprescindible recordar que: “La historia, para Groussac, tiene como primera razón de ser, la investigación de la verdad. Para ello necesitaba fundarse en sólida base documental, sobre la cual se ejecutaba la tarea de crítica y de análisis. En su concepto era conveniente, que la búsqueda erudita del material documental fuera efectuada por manos extrañas y trabajadores subalternos. La crítica, análisis e interpretación eran función propia del historiador, quien a partir de los documentos intentaba hallar la verdad oculta, por inferencia o deducción. Limitaba el concepto de documento a los escritos contemporáneos a los hechos, aunque reconocía que en su acepción corriente el término comprendía cualquier vestigio de la actividad humana…” (Pompert de Valenzuela, 1991, pág. 71)4

Natalio Botana pone en sintonía a Sarmiento con Mitre, y a Alberdi con López al decir que sus vidas y trayectorias corren en paralelo, los dos primeros en el centro de la vida política nacional, los segundos en un plano secundario al que ellos mismos denominaron marginal pero adoptando cada uno de ellos su postura frente al hecho revolucionario. Aquí se invierten los nombres, pues Alberdi y Sarmiento estudiaron la sociedad de su tiempo y proyectaron para la misma los cambios que consideraron necesarios mientras que Mitre y López, adoptaron un camino inverso y dedicaron sus esfuerzos a develar la trama revolucionaria en clave historiográfica, diseñando un proceso histórico rigurosamente cronológico.

Ya desde mucho tiempo antes el periodismo también se había hecho eco de esta situación de debilidad congénita de las regiones con respecto a la ciudad puerto y trataba de equilibrar la información ofrecida: “…Todos nuestros escritores parece que se han olvidado de las provincias, y es de las provincias de las que, en la sección interior, se ocuparán los editores con frecuencia…” (Congreso de la Nación Argentina, 1967)5

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Muchas regiones han destacado siempre su predominio sobre las otras, fundadas en las situaciones, etapas y figuras que las tuvieron como protagonistas de fuste: “…Nuestro litoral ha dado grandes valores a la historiografía argentina; baste recordar los nombres de Manuel M. Cervera, de César Blas Pérez Colman, de Martiniano Leguizamón y de Juan Alvarez, para poder afirmar con orgullo que nuestra región ha tenido verdaderos maestros en la ciencia y arte de la Historia, personalidades animadas por el propósito fecundo de desentrañar tras el estudio afanoso la verdad de nuestro pasado; y más aún de mostrarnos en la lograda exégesis la causa de esa verdad para que nuestra generación y las venideras generaciones en marcha sepan encontrar esa ejemplar enseñanza que debe ser finalidad fecunda de la Historia. La región del Río de la Plata – de la que nuestro litoral es parte preponderante- abarca en su vasta acepción histórica el escenario de las primeras expediciones que penetraron por el río epónimo y llegaron hasta el Paraguay, y también la conquista y poblamiento de tan extensa región que tiene, desde sus orígenes y hasta el presente, fundamental importancia en nuestra historia nacional. Es innecesario argumentar, por ser verdad notoria, que la historia argentina no podría ser comprendida e interpretada en su ámbito de realidad sin el conocimiento de esa historia del Río de la Plata en la que le correspondió a la ciudad y provincia de Santa Fe acción tan importante y muchas veces el desempeño del papel protagónico- esta situación ya intuída por algunos de nuestros primitivos historiadores alcanzará contornos de postulado en las obras de Cervera y Alvarez para quienes la historia de Santa Fe era la historia del Río de la Plata…” (Gianello, 1961, págs. 285-86)

Las obras regionales generalmente enunciadas con el despectivo nombre de “crónicas”, alcanzan con la Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe de Cervera, la categoría de integrales, a juicio de Rómulo Carbia, este especialista entendía que los historiadores, para alcanzar sus objetivos, debían tener a mano, para su obligada consulta, los ensayos argentinos de índole cultural y los escritos- los denominaba visiones - de viajeros que relataron sus impresiones sobre el territorio y sus habitantes , sumando a estas impresiones consideradas por él objetivas, diccionarios históricos, efemérides y guías bibliográficas

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Existe otra particularidad, relativa a las profesiones desde las que se ha abordado la historia, y que tiene mucho que ver con los estilos narrativos y las posturas encaradas, propias de una formación universitaria no humanística, pero cercana a ella en los afectos y elecciones concretadas: “…Horacio Videla no es un historiador profesional formado sistemáticamente en la universidad para el oficio historiográfico. Su formación profesional es jurídica (…) Del mismo modo que otros hombres del derecho en nuestro país abordó el quehacer historiográfico con autoridad y entusiasmo realizando un aporte fundamental- Horacio Videla pertenece a esa brillante generación de juristas historiadores que han prestigiado con su obra la Argentina en el campo de la Historia. A esa pléyade pertenecen Ricardo Levene y Emilio Ravignani, Diego Luis Molinari y Juan Alvarez, Ricardo Zorraquín Becú y Atilio Cornejo- A qué obedece ese interés por la Historia de los hombres del Derecho? Se nos ocurre que así como fueron entrenados para aplicar las normas jurídicas a los casos conflictivos que plantea la vida social y económica y para afirmar la validez objetiva de una petición ante los estrados judiciales con el aporte de una prueba basada en documentos y testimonios, ellos sienten a veces la atracción irresistible de demostrar sus hipótesis referidas no a casos particulares sino al gran juicio del pasado. Ahí, en esa gran contienda humana, a veces pacífica, a veces violenta, donde los hombres confrontan sus proyectos, sus ideas, sus acciones y sus intereses. Desde el presente sentimos la necesidad de establecer donde está la verdad y donde está el error, de decir, quienes trabajaron mejor por el bien común, cuáles fueron las intencionalidades que dinamizaron sus hechos en el campo de la política, de la economía, de la educación y de la cultura. Los argentinos somos un pueblo de pasiones fuertes…Se comprende, pues, que sea legítimo empeño para los hombres del Derecho dedicados al estudio de la Historia, modular esos juicios tajantes y sectarios, restableciendo el equilibrio que dimana la justicia…” (Bazán A. R., 1990, págs. 541-42)

En referencia a uno de los más destacados abogados-historiadores, y de cómo se han acercado a la disciplina histórica, las experiencias son siempre variadas: “…En 1909 un joven estudiante obtenía en la facultad de Derecho y Ciencias Sociales los títulos de abogado y doctor en Jurisprudencia. Simultáneamente cursaba los estudios de la Facultad de Filosofía y Letras, carrera que no llegó a terminar pues en el último año

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obtuvo la designación de Encargado de investigaciones históricas, (mayo 1915), contribuyendo así a la fundación de la Sección de Historia, nombre que más tarde, sería substituído por el de Instituto de Investigaciones Históricas. Se llamaba Emilio Ravignani. Su vocación por los estudios históricos, acicateada y canalizada por los grandes profesores de la más joven de nuestras Facultades, tales como Clemente L. Fregeiro, Juan A. García y Ernesto Quesada, iba a predominar en forma decisiva y aun cuando años más tarde no desatendió su bufete de abogado de la calle Paraná, (en unión de su colega y gran amigo Dr. Agustín Matienzo), lo cierto es que el campo histórico fue para él el motivo esencial de sus preocupaciones. Allá por 1907 el doctor Víctor M. Maurtua, Embajador “ad hoc” del Perú, defensor de los intereses de su patria en el litigio sostenido por dicho país con Bolivia, hallábase en Buenos Aires. Había publicado el ALEGATO, valiosa publicación con la cual a la par que defendia los intereses de su país, contribuía al enriquecimiento de los estudios históricos. Pero acababa de conocer el ALEGATO de Bolivia al mismo tiempo que descubría las riquezas contenidas en nuestro Archivo General de la Nación. Necesitaba documentar su REPLICA Y ALLÍ HABÍA MATERIALES DE SOBRA. Solicitó entonces al doctor Jorge Cabral, del Ministerio de Relaciones Exteriores de nuestro país, se le indicasen dos colaboradores e investigadores, al mismo tiempo, para que lo ayudasen en la tarea. Accediendo a lo solicitado, el doctor Cabral pidió a su turno al profesor Clemente L. Fregeiro, prestigioso historiador y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras para que le aconsejase en la elección. Fregeiro no vaciló y dos nombres fueron los que, según él eran los más indicados para la tarea señalada: Emilio Ravignani y Roberto Giusti. Así fue como el doctor Emilio Ravignani junto al Embajador y al Secretario primero de la Embajada, Víctor A. Belaúnde, hizo sus primeras armas en las tareas de la investigación histórica. Puso manos a la obra y durante varios años revisó legajos y más legajos en procura de la información documental sobre la jurisdicción de las Audiencias Obispales, tema sobre el cual concluyó redactando un estudio monográfico…” (Caillet- Bois, 1958, págs. 63-4)

Acerca de esos enriquecedores encuentros con los documentos, que les abrían las puertas concretas de la profesión, también tiene exactas referencias Tulio Halperín Donghi, acaecidas durante su estancia en

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Italia: “…Fue Maturo quien me indicó la presencia, en el archivo histórico de Turín de un material referente al Río de la Plata, era éste la serie de informes diplomáticos y consulares del reino de Cerdeña en Buenos Aires. Fue ese archivo el que primero frecuenté, y allí comencé a entender de modo más concreto cómo trabaja el historiador para construir una imagen coherente a partir de materiales en los que no siempre encontrará respuestas para todas las preguntas que quisiera despejar, confundidos por añadidura con otros destinados a permanecer mudos hasta que alguien se interese en las preguntas cuyas respuestas encierran. Se me hizo claro ya entonces que lo primero debía ser encontrar una pregunta interesante sobre la cual estos materiales podían arrojar alguna luz…” (Halperín Donghi, 2008, págs. 205-6)

En este marco heterogéneo y complejo, y situados en la marginalidad historiográfica de la región, el desafío historiográfico al decir de nuestros colegas uruguayos, hemos comenzado desde hace ocho años y basados en nuestro trabajo en la cátedra, estudios sistemáticos sobre la historiografía entrerriana, partiendo de sus orígenes y centrada, por lo que a este volumen respecta, en las figuras, obras y trayectorias de sus primeros cultores, puesto que cimentaron las bases de la seriedad y profesionalismo con que debe encararse el oficio y su necesaria divulgación. Al lado de Benigno Teijeiro Martínez, el único mencionado en cualquiera de los estudios sobre historiografía argentina escritos hasta el momento, y a quien citan colegas de otras provincias para los temas específicamente entrerrianos (Busaniche, 1979) ubicamos a Martín Ruiz Moreno, iniciador de una dinastía intelectual vigorosa, como también lo fue la de los Quesada, marcando con ello una singularidad provinciana, varios de sus historiadores de esta etapa no eran nacidos en su suelo, o bien varios de los nativos de Entre Ríos desarrollaron su labor desde otras provincias, como Leoncio Gianello o el Deán Alvarez, Teijeiro Martínez, incluso, no era argentino, situación que no interfirió de modo alguno en el desarrollo fecundo de una intensa vocación, aunque en algunos estudios relativos al Histórico Colegio del Uruguay, en la nómina del plantel docente figura como argentino, de profesión agrimensor.

Un descendiente de historiadores, historiador él mismo, esboza las siguientes apreciaciones al respecto: “…Entre abril y agosto de 1922 don Ricardo Rojas anticipó en el Diario La Nación los capítulos que

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formarían un volumen de historia de la literatura argentina, publicado cinco años después. En esa ocasión enunció a los escritores que las provincias han producido, agrupándolos por el lugar de residencia. Cuando se refiere a Entre Ríos comenta Rojas: La oriundez entrerriana suele traer aparejada una especie de compromiso urquiciano, visible sobre todo en la manera de considerar ciertos aspectos de nuestra historia, especialmente los que atañen al caudillo federal, a Buenos Aires, a Alberdi, a Mitre, al Uruguay o al Brasil, a los tiempos de la organización argentina. Sin contar las polémicas coetáneas, entre cuyas refriegas se vio lucir el desafiante penacho de Olegario Andrade, autor de LAS DOS POLITICAS (1866), y de LA FUTURA PRESIDENCIA (1868), podríamos señalar ese mismo carácter regionalista en las obras de los publicistas entrerrianos de épocas más recientes. Algunos discursos de Osvaldo Magnasco y de Francisco Barroetaveña, algunas monografías de Martín Ruiz Moreno y de Martiniano Leguizamón, así lo comprueban, En general, la simpatía por Ramírez, el caudillo republicano de 1820, por Urquiza, el presidente constitucional de 1853, comporta un desacuerdo con la visión porteña de nuestra historia.

“Dejando de lado la circunstancia de que no solo entrerrianos pueden cumplir con el compromiso de elogiar la acción política de Urquiza, no parece correcto encasillar a los historiadores meramente por el origen geográfico de sus obras. No obstante, Ricardo Rojas insiste al puntualizar poco después: Entre Ríos ha tenido numerosos cronistas locales. Don Martín Ruiz Moreno ha estudiado con preferencia la personalidad de Urquiza, a quien acompañó en sus mocedades

“Aquí, inadvertidamente, se pone en su lugar la cuestión. Puesto que menos importancia reviste el escribir desde una Provincia, que el hacerlo sobre temas determinados. Es que Urquiza pertenece solo a Entre Ríos, como Guemes es exclusivo de Salta? O por el contrario, la historia de ambos nutre a la de la nación de que forman parte? Más bien cabría concluir que mayor relieve para una clasificación merece el contenido del libro, que el lugar donde se compuso, y la temática de la obra es la que debe servir para ubicarla, antes que quien le da una vida ya propia y distinta de sí mismo. Y la dimensión de ciertos personajes ciertamente

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excede el marco territorial de su nacimiento, de su gesta, o desde donde se los mire…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, págs. 7-8)

Acerca de pertenencias, objetivos, prácticas y ejemplos para la juventud ya Juan Agustín García había descripto las mismas con singular maestría: “…Que, para conocer un país sea necesario estudiarlo, le parecerá al lector una banalidad. Sin embargo, observando lo que ocurre todos los días debe convenir en que la mayoría de sus conciudadanos piensan exactamente lo contrario. Y si se les agrega que es preciso remontarse a los orígenes, seguir paso a paso la evolución interna, para opinar de una manera consciente sobre el fenómeno contemporáneo, no es imposible que una discreta sonrisa sea la única respuesta (…) el objeto de este libro es la investigación de esos factores durante los siglos XVII y XVIII. Los he buscado en las fuentes originales: documentos públicos y privados, crónicas coetáneas, única manera de conseguir la impresión propia que, buena o mala, tendrá el mérito de la sinceridad (…) Quizás algunos de los datos que he acumulado con toda paciencia puedan ser útiles al hombre de talento y estilo que resucite ese pasado, lleno de interés y vida para el que sabe observarlo. Por otra parte, era necesario indicar los verdaderos métodos de estudio a la juventud: decirle que hay fenómenos sociales argentinos, tan susceptibles de una interpretación científica como los ensayos que el país acepta gustoso la moneda fiduciaria, porque siempre ha vivido bajo ese régimen, que su poder adquisitivo es fuerte y poderoso, porque desde su primer gobernador, a fines del siglo XVI, todos tuvieron mano dura, que el desprestigio de los viejos Cabildos coloniales ha influído en el papel político de los congresos, mostrarle los antecedentes políticos y económicos que han formado nuestras instituciones criollas, a pesar de sus rótulos yanquis, a pesar de que se crea a pie firme que existe una ciencia constitucional independiente de una sociología argentina, cuyas fuentes se encuentran en los legistas norteamericanos (…) Por eso, alcanzar la verdad histórica es un feliz accidente…” (García J. A., 1939, págs. 12-14)

Con referencia a la verdad histórica, en relación a uno de los personajes más preclaros de la historia argentino-oriental de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, Guillermo Furlong pone en contexto al personaje con su ámbito social, mostrando las dificultades por las que atravesó “…No es fácil apreciar en toda su magnitud el

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drama íntimo que entrañaba para Lamas la falta de sincronización entre sus ideas personales y las dominantes entre sus conciudadanos, entre los actos que la policía efímera del momento le imponían y los que su robusta salud mental le indicaba como los más acertados. No es posible justipreciar el número, la calidad y la violencia de las tentaciones que hubo de resistir para mantener su propia significación durante media centuria de vida pública, y en medio de los vendavales de las pasiones desatadas, cuando eran frecuentes las apostasías y lo eran, aún más, las claudicaciones, aunque a las veces hábilmente disimuladas y hasta justificadas. Los goces y los oropeles del mando eran entonces los objetivos primordiales de la vida ciudadana, y hombres que abundaban en buenas ideas y en rectísimas intenciones, pero que carecían de las necesarias condiciones políticas, esperaban el manejo de la cosa pública con una inconsciencia y un atrevimiento que hoy día no estamos capacitados para entender ni barruntar. Para aquellas generaciones más próximas a la Revolución de Mayo, como para algunos ilusos de hoy día, la política no era una disciplina, no era un arte, no era una ciencia, era pura y simplemente la vida misma. Quienquiera que descollara en alguna actividad, así fuera en la de la doma de potros como en el arte de tejer versos, creía llevar dentro de sí, dándose cuenta o no de ello, un formidable temperamento político. Fue aquello…un morbo endémico en nuestras democracias juveniles, por el que muchos hombres sin consistencia llegaron a ocupar posiciones públicas para las que eran notoriamente ineptos, y por el que tantos otros de valía esterilizaron sus intentos y disiparon sus energías intrascendentemente…” (Furlong Cardiff, 1944, págs. 102-3)

En las siguientes páginas, intentaremos demostrar la importancia, pertinencia y calidad de esos estudios, posicionándonos en la época que a sus autores les tocó vivir, y los problemas que la misma los obligó a asumir, los itinerarios elegidos y la coherencia profesional demostrada, analizando a partir de allí los resultados obtenidos. Hemos dado singular importancia y espacio a la producción didascálica porque la etapa analizada fue fundamental en la formación del Estado Argentino y de la conciencia nacional, y para este punto en especial, las colecciones y materiales obrantes en el Instituto de Historia, rescatados del olvido y la destrucción en un silencioso y sistemático trabajo de más de quince años,, han sido de gran utilidad y nos han permitido comprobar su valor,

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dado que en la mayoría de los estudios referidos específicamente a este tema es constante la observación de que no se encuentran los textos publicados con fines escolares, o solo se encuentran unos pocos de los muchos editados.

Consideramos que la búsqueda, el intento, y su cristalización, acorde a esos criterios en mayor o menor medida, nos darán a los entrerrianos y a todos quienes recorran estas páginas, una idea más completa y comprensiva de esa producción historiográfica pionera, constitutiva de la historiografía regional, entendida ésta como una sola unidad de análisis dadas las características de las etapas historiadas y el posicionamiento directriz de la provincia en ese lapso.

Deseamos expresar nuestra gratitud, como integrantes del PIHSER- Programa Interuniversitario de Historia Social Enfoque Regional, a sus miembros, ya que ha sido en ese estimulante ámbito de intercambio y cordialidad en el que hemos ido desarrollando los trabajos, ahora profundizados, que forman parte de esta obra, durante los Encuentros anuales realizados en Rosario (2006), Santa Fe (2007),Tucumán (2008, Salta (2009), Mar del Plata (2010), Rosario (2011), y con cuyos objetivos concordamos: “...Desde hace ya varios años grupos de investigación de diferentes Universidades nacionales nos reunimos para discutir nuestros proyectos y los resultados alcanzados en temáticas abordadas, en muchos casos, desde diferentes perspectivas analíticas y con fuentes documentales diversas, pero todas atravesadas por una misma preocupación, que es la de resolver los desafíos propuestos por la especialización de los problemas planteados. Compartimos asimismo el interés por el período de la historia colonial, la crisis política de inicios del siglo XIX y las últimas décadas de la primera mitad del siglo XIX. Entre los objetivos perseguidos el más importante es lograr consensuar criterios básicos en torno a la problemática relación entre el estudio de caso, muchas veces circunscripto a lo local, y su relevancia para la comprensión de procesos más amplios, valorando las posibilidades de la comparación como herramienta heurística de fundamental importancia tanto para formular interrogantes como para superar el enfoque micro analítico. Es precisamente la preocupación por recuperar una espacialidad que otorgue sentido e intangibilidad a los procesos estudiados la que nos ha llevado a la práctica de la historia regional como

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una alternativa válida en la investigación histórica…” (Mata & López, 2011, pág. 9) Estamos infinitamente agradecidos, además por el estímulo recibido en el fructífero intercambio mantenido durante más de veinte años en los Encuentros de Geohistoria Regional del IIGHI-CONICET, en especial con los autores de Visiones del pasado- Estudios de Historiografía de Corrientes, provincia que no solo por su cercanía geográfica es modelo comparativo especial para la temática abordada, asimismo, y ya en una escala mayor, a los colegas americanos que nos acompañaron en los sucesivos simposios sobre la historiografía regional latinoamericana que hemos coordinado en número de cinco hasta el momento en los Congresos Internacionales de Americanistas, los cuales han ampliado el horizonte abriendo perspectivas insospechadas para este tipo de estudios enriqueciendo el campo heurístico y facilitando el análisis comparativo tan necesario para la consecusión de los objetivos propuestos. En un plano ya atinente a la historia regional, los sucesivos Congresos de Historia Argentina y Regional, organizados por la Academia Nacional de la Historia, las Jornadas Interescuelas y de Departamentos de Historia, las Jornadas Argentinas de Historia Económica y sus homónimas uruguayas, así como las Jornadas Latinoamericanas de Historia Económica y los Congresos Internacionales de Historia Económica han sido otros de los fecundos ámbitos de intercambio y proyección donde hemos impulsado con vigor las temáticas regionales. Entendemos que existe la convicción, como sostiene Had, que se debe REIVINDICAR LA HISTORIA, y que: “… el primer compromiso político de los historiadores debería ser reivindicar, ante la sociedad y el poder, la función ética de la historia, de las humanidades y de las ciencias sociales, en la educación de los ciudadanos y en la formación de las conciencias comunitarias. La historia profesional ha de combatir aquellas concepciones provincianas y neoliberales que todavía pretenden confrontar técnica con cultura, economía con sociedad, presente con pasado, pasado con futuro…” (Barros, 2002, pág. 192)

Vaya por último nuestro sincero agradecimiento para todos aquellos quienes, durante ese largo período, han contribuído con sus sugerencias, datos y estímulos a que la tarea se hiciera menos ardua, más orgánica y mejor estructurada, ninguno de ellos es en absoluto responsable por las opiniones sostenidas, el juicio sobre los mismos corresponde a los

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lectores. Es esta una obra que, aunque escrita en colaboración, no significa que en su elaboración los criterios hayan sido siempre uniformes. Y ello es así por dos motivos centrales: la brecha generacional entre sus autores y la diferencia en su formación, lo que al momento de concretar las páginas que siguen derivó en un rico intercambio que en mucho favoreció al resultado final ya que: “…la Historia de la Historiografía (…) puede definirse sintéticamente como los modos de percibir, investigar y describir la historia a través del tiempo. Hay diversas variables que inciden en nuestras cambiantes formas de relacionarnos con el pretérito, lo que ha permitido afirmar que la historiografía siempre aparece como una serie de nuevas lecturas sobre el pasado, llena de pérdidas, pero también de resurrecciones…” (Leoni, 1999)

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Notas

1 El autor profundiza esta temática en su obra Nación y Estado en Iberoamérica. El

Lenguaje Político en tiempos de las independencias. Buenos Aires: Sudamericana. 2004 2 En la preparación general de esta presentación, nos han sido de mucha utilidad el trabajo de Daysi Ripodaz Ardanaz “Notas para una propedéutica a la historia de la historiografía”, Trabajos y Comunicaciones, Nº 18, F H y C E, Depto. Historia, Dr. Enrique M. Barba, jefe ad honorem, UNLP, La Plata, 1968, y el de María del Carmen Ríos “ Metodología de la investigación histórica para recuperar lo olvidado”, en Hablemos de Historia, Año 2, Nº 2, UADER, Instituto de Investigaciones Históricas de Entre Ríos Paraná, Editorial de Entre Ríos, p.p. 86 a 99. 3Al hacer referencia a ejemplos ya conocidos nos referimos, especialmente a los sucesivos Congresos que bajo la orientación del Dr. Enrique M. Barba se organizaron en distintos ámbitos universitarios provinciales potenciando la presentación de estudios regionales y el conocimiento, intercambio y reflexión sobre estas temáticas, sus autores y regiones 4Para un examen detallado de la polémica figura de P. Groussac se sugiere el estudio de Gustavo H. Prado “La historiografía argentina del siglo XIX en la mirada de Rómulo Carbia y Ricardo Levene: problemas y circunstancias de la construcción de una tradición.1907-1948, en Nora Pagano y Martha Rodríguez (compiladoras) La Historiografía Rioplatense en la Posguerra, Buenos Aires, La Colmena, 2001, p.p. 9-38. 5El Correo de las Provincias; Buenos Aires, Imprenta Alvarez, Nº 1 del 19 de noviembre de 1822, Fortunato Lemonine, redactor, nacido en Chuquisaca, p. 9071..Este periódico, que aparecía todos los jueves y también se vendía en Montevideo, refleja amena información sobre las provincias, la que más frecuentemente apareció mencionada y con mayor metraje, fue Salta, de Entre Ríos se transcriben muchas noticias oficiales o información de gobierno, elogiando a Mansilla y su gestión, que salvó de la anarquía- se dice- a la provincia ubicándola dentro de los marcos legales vigentes. El periódico solo alcanzó a publicarse hasta el número 17 y son constantes en sus páginas las noticias y elogios de y a Norteamérica y muy interesante el comentario donde analiza la conducta de San Martín cuando, sin desembarcar en Buenos Aires retorna definitivamente a Europa y sobre Simón Bolívar quien, aunque elogiado, no alcanza, según el redactor, los méritos de San Martín.

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1 LA HISTORIOGRAFIA ENTRERRIANA Y SU VISION DEL PASADO. Discursos- producción y lugares de

la memoria.

Palabras Claves: Visión- discursos- circuitos- memoria- simbolismo

1.1 Introducción

El historiador, en su intento por develar las visiones del pasado, se interroga, entre otras cosas, acerca de la conformación de los discursos sobre el pasado, los circuitos de producción y la organización de los lugares de la memoria. Pretendemos por ello, como observara Raymond Arón, conocer científicamente el pasado heredado, y también el presente que éste lleva en sí mismo. Ese criterio nos lleva a diferenciar, en la medida de lo posible, entre historia y memoria: “…Toda memoria, en tanto conjunto de lo que se cree haber vivido, visto u oído, es memoria de alguien: de un individuo o de una colectividad, de una persona física o moral. De ahí que sea incurablemente subjetiva, inclusive egocéntrica. Los relatos que trasmiten el contenido de esta memoria toman por ello la forma de una serie de acontecimientos, cada uno de

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ellos supuestamente correspondiente a un episodio que habría sido captado por la percepción. Los relatos se inscriben en lugares, definiendo así toda una topografía memorial. Cristalizan alrededor de objetos reliquias. Y aun cuando no comporten juicios de valor explícitos, siempre son tributarios de una perspectiva que da prioridad en los acontecimientos a sus afectos, reales o virtuales, para la persona que habla o en nombre de la cual se habla, por consiguiente los hechos son imbricados, explícita o tácitamente, como buenos o malos, favorables o nefastos…” (Quatrochi Woisson, 1998, págs. 13-4)

La memoria primó siempre en los escritos iniciales puesto que: “…El pasaje de la memoria a la historia, o, más exactamente, de una historia-memoria a una historia que se quiere científica, se produjo en el curso del siglo XIX, primero en Alemania, en Francia y en Inglaterra, después en el resto de Europa y en los Estados Unidos. En cada país tuvo un recorrido modulado por las circunstancias políticas locales, y en cada uno las relaciones establecidas entre los dos tipos de historia diferían de lo que eran en otra parte, así como diferían, en un mismo país, según los dominios estudiados (…) Pero al fin de cuentas el pasado nacional, siempre esporádicamente revisitado por los aficcionados, sobre todo por los escritores, se ha vuelto en todas partes patrimonio de la historia universitaria. La cual, mientras tanto, ha cambiado al punto de haber llegado a darse por objeto, recientemente, la memoria misma…” (Ibídem pág. 15)

Debemos tener muy presente que, sin ahondar en los localismos: “…El ambiente forma al individuo, aunque pese a los positivistas exclusivos. La sujeción al pasado forma los grandes pueblos. Sin anestesiarnos con esas glorias, sin que las veneremos absortos en otear el horizonte y el porvenir, ni llegar al localismo o al fanatismo, siempre la historia y la tradición serán vínculos imperecederos de unión, de fortaleza y de progreso pues, de lo contrario, nos alejamos de lo propio y cambiamos insensiblemente nuestra naturaleza íntima para acercarnos a lo foráneo y lo exótico (…) La educación, el trabajo y la cultura no están reñidos con las virtudes que nos legara el pasado…” (Cornejo, 1958, pág. 148)

Este pasado es un fuerte vínculo generacional: “…la historia es el análisis de la política pretérita. La política de hoy es objeto de la historia de mañana. El hombre de hoy responde a la influencia de los de ayer,

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obedeciendo a determinantes que condicionan su actitud cívica y creando, a su vez, los determinantes que condicionarán los acontecimientos del futuro…” (Leoni, 1998, pág. 149, tomado de Domínguez W.)

Por otra parte, y hablando de figuras notables: “…La posición frente a los grandes nombres de la historia, ha sido siempre en el escritor materia de honda meditación (…) no es posible aceptar un veredicto en abstracto, pues que lo es incompleto, unilateral y de transparencia simple, tenue. La ciencia histórica lo reclama fundado como se merece el prócer, en el derecho a lo consagratorio por virtud de la verdad…” (Ruiz Guiñazú, 1961, págs. 220-1)

Cuando provenía de los mismos centros de poder, la memoria adquiría caracteres instructivos, moralistas y religiosos: “…es bueno y justo que el Estado conmemore solemnemente los sucesos y los servicios que lo han hecho más fuerte, más respetable o más glorioso, es bueno y es justo que la piedad de las generaciones sucesivas conserve, mediante un culto público, la memoria de los grandes hechos y de las vidas ilustres que serán para el futuro modelos y ejemplos…” (Victorica, González Calderón, & González, 1911, pág. 14)1

“…En la época que estamos estudiando, las diferenciaciones encarnan en determinados hombres dirigentes, que rodean su nombre con una aureola político-social que más tarde ha de servir de plataforma a las organizaciones políticas que forman y acaudillan…” (Leoni, 1998, pág. 154, tomado de Domínguez W.)

Esta clase dirigente: “…Debía su caudal de riqueza al ejercicio de una actividad mixta que llevaba consigo, por lo tanto, determinadas relaciones sociales establecidas entre los dueños de la ciudad y los otros grupos, que se entrelazaban por lazos de parentesco, de clientelismo, de padronazgo. El poder de la elite no era más que un aspecto, aun cuando fuera el dominante, de la complejidad de los mecanismos sociales urbanos que excedían los marcos de ese poder, un dinamismo que arrancaba de la hueste conquistadora y que se entroncaba con la conformación de la elite. Este proceso se produce en términos de una toma de conciencia crítica de su fuerza y de su identidad, y que es

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portador de estrategias de intervención activa sobre el medio social…” (Areces, 2000, pág. 177)

Repensando estos conceptos, es oportuna la opinión de Hebe Clementi cuando nos dice: “…Vale tener en cuenta el sentido que debemos conservar en relación con la historia, si no queremos convertirnos en seres desconectados de la realidad circundante. La apuesta al futuro de la historia es que nos podemos ver representados en los contenidos de los relatos que construimos o que estudiamos como significativos de nuestros intereses. Aseguramos así, de algún modo, nuestra razón de ser, y pensando también en las sociedades con las que nos involucramos. Con todo, tratándose de la realidad argentina, se hace tanto más necesario ese marco continental, heterogéneo y al mismo tiempo, memorioso de un pasado y de una memoria que nos represente…” (Clementi, 2003, pág. 102)

El desafío está implícito, porque: “…Escribir la historia del largo período de casi tres siglos durante los cuales el actual territorio argentino estuvo integrado en el Imperio español en América implica enfrentar desafíos particulares. El primero es el de la fuerza peculiar de las interpretaciones globales acerca del sentido de la historia colonial. Aún antes de que Colón pisara tierra americana, en la capitulación que había suscripto con los Reyes Católicos en el campamento de Santa Fe frente a los muros de Granada recién rendida, la expansión de la fe católica se presentaba ya como una justificación de la empresa que debía descubrir y ganar las islas e tierra firme en la dicha mar Océana. Desde entonces, protagonistas, comentaristas e historiadores no han dejado de reiterar la interpretación de la historia de la América colonial como una gesta en la que el hombre europeo, guiado por la fe, impuso su superioridad cultural. Por otro lado, desde hace ya varias décadas, historiadores y antropólogos han presentado, en nombre de la visión de los vencidos, una interpretación alternativa que se despliega como una épica de la resistencia continuada. A diferencia de esas interpretaciones, la historia que se escribe en este volumen parte de la notable especificidad y contingencia histórica (Stephen Greenblat) del encuentro entre indígenas americanos e invasores europeos. Nuestro relato se propone recuperar la complejidad de los actores y de las situaciones que enfrentaron a lo largo de los siglos coloniales, así como la originalidad de

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las sociedades e instituciones que resultaron. En ese esfuerzo contamos con la ayuda e inspiración de una riquísima producción historiográfica que en los últimos años ha enfocado desde una perspectiva similar la historia del Imperio español en América. Pero este libro debió superar un desafío adicional. La referencia al período colonial de la Historia Argentina que da título al tomo no es más que un modo consagrado por el uso para referirse a sociedades, procesos y acontecimientos que tuvieron como marco geográfico al actual territorio nacional en el largo período que se extendió desde la primera llegada de los europeos hasta el movimiento de independencia. Pero muy poco en esa historia prefigura la unidad nacional tal como resultó. La historia de estas áreas doblemente periféricas respecto de la corona de Castilla y del Virreynato del Perú, presentaba una compleja trama de jurisdicciones cambiantes. Más aún, las dependencias político-judiciales y las articulaciones económicas regionales planteaban la referencia constante a centros exteriores como Lima, Santiago de Chile, Asunción, Chuquisaca o Potosí. Por tanto, si bien enfocamos con preferencia las regiones de Tucumán, Cuyo y el Río de la Plata, los procesos históricos fueron analizados en los marcos geográficos mayores que les daban sentido.” (Tandeter, 2000, págs. 11-12)2

Hernán F. Gómez, llamado con justicia el historiador de Corrientes, ha descripto marcos, hechos y figuras con singular maestría, analizando, desde la región, circunstancias y consecuencias aleccionadoras: “…Para nosotros, hombres de la provincia, educados en sus tradiciones, su sentido inspiracional no queda por esto disminuido. Vivimos en el mundo interior de la estirpe y deseamos, y trabajamos a veces sin advertirlo, porque ella conserve su personalidad en el seno glorioso de la grande y renovada Argentina. Esta posición no es egoísta ni de beligerancia. Fuimos y somos lo que nos hizo la vida con el complejo de su realidad, mirando hacia el pasado, como espectadores del drama, vemos a nuestro pueblo accionar esa personalidad en una forma consecuente y seria, y lo menos que podemos esperar es que la línea continúe su recta…” (Gómez, 1939, pág. 16) Gómez hace gala de un profundo sentir regional en todo lo que escribe, sentir que también expresó J. V. González en sus escritos, razón por la cual entendía al Estado como una empresa educadora que debía soldar las fracturas entre pasado y presente, pero Hebe Clementi no traslada sus

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conceptos a la región propiamente dicha, pues no inserta la discusión en la historia regional, aunque se refiere implícitamente a ella cuando se ocupa de la Cuenca del Plata y reconoce su ancestralidad americana. Nidia Areces, en cambio, nos introduce en el ámbito de las ciudades: “…En el origen de la ciudad un grupo humano singular se organiza sobre la base de las relaciones entre sus miembros, y también de las que existen entre éstos y los productos por ellos creados. Estas relaciones se proyectaban en distintos planos, el de la política fue uno de ellos. En torno a las ciudades es donde comenzaban a estructurarse los fundamentos de la colonización española, la organización municipal les permite, con sus privilegios, instituirse como baluartes que posibilitan un principio de control efectivo por parte de la corona de los territorios, constituyéndose en los ejes de casi toda la actividad social que tratan de promover…Las alternativas de estas ciudades no eran muchas, debían mantenerse como centro político, administrativo, religioso, militar, etc, y para ello se requería la presencia de un grupo social que monopolizara el poder y que hiciera posible la producción y reproducción del núcleo urbano. Llámese elite, grupo de poder, grupo dominante, éste se conformaba y no se mantenía estático, sino que, por el contrario, mostraba un dinamismo que le permitirá probablemente autoperpetuarse o entrar en la circularidad del poder que residía en el dominio sobre la población indígena, sobre la tierra y las producciones derivadas y en su dedicación al comercio y las actividades que lo acompañaban…” (Areces, 2000, págs. 176-7)

El objeto de estudio delimitado nos conducirá a interrogarnos acerca de discursos, autores y temáticas principales, centrando en principio nuestro interés en los denominados PADRES FUNDADORES, Martín Ruiz Moreno y Benigno Teijeiro Martínez. La visión por ellos proyectada y sus implicancias: polémicas, estrategias, profesionalización, circulación, nos llevan a la instalación de los lugares de la memoria, cuya carga simbólica liga al pasado con el presente. Este último aspecto entronca, a su vez, con el quehacer educativo, puesto que ambos ejercieron la docencia y/o escribieron manuales escolares de amplia circulación. Influenciados por la obra mitrista, en lo externo, y por los lazos familiares y amistosos con las principales familias provincianas en lo interno, sus archivos personales constituyen la fuente primordial de las temáticas abordadas, tiñendo de subjetividad sus escritos sobre las etapas

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cercanas, pero documentando seriamente las correspondientes al período colonial o sus posteriores.

Constituyen, pese a ello, un rico venero cuyo lapso temporal se inicia en la etapa decimonónica y culmina en las primeras décadas del Siglo XX. Comparten asimismo las trayectorias de sus colegas de la llamada generación del ’30 en varios aspectos formadores de la profesión: “…Ninguno poseía formación sistemática para la investigación histórica, abogados, profesionales, hombres de letras. Fueron, pues, investigadores vocacionales y no se plantearon mayormente la problemática teórico-metodológica de la ciencia histórica. De una cosa estaban seguros, no hay verdadera historia sin documentos auténticos y preferentemente inéditos, y de ahí que fueran laboriosos buscadores de los repositorios locales. Llegaron a la Historia desde otros quehaceres intelectuales: derecho, poesía, medicina, periodismo y docencia. El denominador común fue su vocación insobornable y su preocupación de rigor informativo basada en la compulsa de fuentes primarias. La verdad sobre el pasado está en los documentos o al menos se nutre de los datos contenidos en los mismos. Predomina un afán erudito…” (Bazán A. R., 1990, págs. 89-90)

Acerca de cómo se han interpretado etapas fundamentales de las historias regionales existen variadas opiniones: “…Sobre poco más o menos el trabajo historiográfico posterior se puede resumir en conjunto sin injusticia, diciendo que ha consistido en dar o sacar las pruebas o sacar las consecuencias de las dos fórmulas fundamentales de Mitre. Los historiadores de Santa Fe han insistido sobre la causa, los de Buenos Aires sobre el efecto. Estos últimos han trabajado y siguen trabajando mejor que los primeros. Y es debido a esa diferencia en el mérito de las respectivas historiografías provinciales, que si el significado del año 20 ha sido bien dilucidado desde el punto de vista institucional, no lo ha sido lo mismo desde los puntos de vista económico y político, Este último aspecto del fenómeno ha sido de todos el menos enfocado…” (Irazusta, 1968, pág. 29) 3

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1.2 La Historiografía Entrerriana. Características y comparaciones

El ámbito marca al hombre y lo conforma aún a su pesar, dejando en su espíritu las hondas huellas del paisaje, la tradición, las raíces del terruño, que jugarán un papel de primerísima importancia cuando al sujeto le corresponda demostrar calidades y cualidades. En tal sentido, los historiadores seleccionados para este trabajo mostraron ese sello inconfundible de consustanciación con el paisaje y todo lo que él encierra, en especial el español Teijeiro Martínez, como ya lo habían hecho los fundadores de villas, los sabios contratados para estudiar el territorio provincial o los Inspectores de colonias : Tomás de Rocamora, M. de Moussy- G. Burmeister- E. Latzina- G. Wilkens, A. Peyret o los organizadores del Estado Provincial en las últimas décadas del Siglo XIX: Castro Boero- Racedo, los que quedaron bosquejados en artículos y críticas de época. Esta característica se integra armoniosamente con el reconocimiento a los primeros habitantes de la tierra, resignificando su impronta y las huellas dejadas en la toponimia, el lenguaje cotidiano, las costumbres y la naturaleza toda de la región. Pese a ello, otra característica singular determina los enfoques y temáticas consideradas: la tradicional división geográfica Este-Oeste marcada por el Río Gualeguay, separando ambas costas principales, ha actuado como límite entre las concepciones historiográficas de cada etapa, al punto que es posible reconocer a los autores por su estilo y temáticas como representantes de una u otra banda. Siempre ha sido la costa del Uruguay la que ha marcado las tendencias renovadoras, las mayores aproximaciones al aparato historiográfico académico, las incursiones en campos no indagados, como el de la Historia Económica o los Estudios Culturales -para esto ver las obras de O. Urquiza Almandoz. M. Macchi-, sentando un precedente que le viene desde los tiempos de su capitalidad y que se refleja con claridad meridiana en las obras de los iniciadores. Precedente que alcanza a los revisionistas entrerrianos de valía como Julio y Rodolfo Irazusta, Fermín Chávez, muy ligado sin embargo a la cultura paranaense o los críticos literarios que acompañaron a los primeros -Ramón Doll, Carulla-, quienes aunque nacidos o radicados en cercanías de la capital provincial respondieron a las estrategias político-culturales del grupo liderado por el mayor de los Irazusta y fueron activos partícipes de todas

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sus iniciativas y profundamente críticos de las generaciones que los precedieron4.

En tal sentido, corroboran los conceptos con que E. Heredia definía a la región en uno de sus trabajos: “…el espacio es la idea de base con la cual el hombre forma el concepto de región, es decir, que es una creación del hombre elaborada a partir de la mirada contemplativa y por tanto subjetiva del medio circundante, esto es, de aquel medio del cual cada hombre se siente eje y centro. La región es, pues, básicamente y a nivel de intelección, la idea- o la intelectualización o la composición sistemática del conocimiento- que se tiene del medio o ambiente propio, cuya extensión física y concreta comprende, obviamente, todo el espacio en cuya comprensión el hombre reconoce la persistencia y el predominio de lo que siente que le es propio…” (Heredia, 1997, pág. 83)

Hebe Clementi reconoce, sin embargo, la existencia de fronteras: “…por doquier, nos rodean espacios que llamamos fronteras en su sentido más abarcador y menos limitativo en el transcurso del tiempo, por otra parte interpenetradas hasta la desinsificación. Conocer fronteras es asumir nuestra presencia y nuestra entidad que tiene, en el espacio, su connotación más persistente y más segura. Ni que decir que una situación idéntica se da en referencia a la población originaria americana, la manera más correcta de designar a los aborígenes, sin otra calificación que la de haber poblado la tierra desde antes, desde siempre. Ahí se da enseguida también la existencia de fronteras que, en su dimensión más abstracta, no tienen límites seguros como atestigua la existencia del mestizaje, carácter inherente a la población americana en su dimensión continental. Si las ciudades, algunas, han tenido el carácter de blancas por su procedencia inicial, (conquistadora), y/o inmigratoria, la presencia también inicial de indígenas y de negros y sus múltiples cruzas es una constante. Y lo seguirá siendo, aún en la medida en que se emprendan legítimas campañas de igualación económica, social, cultural. Todo por venir…..pero situación sub-estante que generalmente se omite cada vez que se aborda la periodización entre la historia pre-colonial y la nacional. Debería preferirse este encuadre genérico, difuso, por el que atraviesa la intelección de la historia dando cuenta del presente tan imperfecto y del pasado titubeante ante realidades desconocidas…” (Clementi, 2003, págs. 101-102) y (Fradklin, 2000, págs. 242-282)

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El análisis de Hebe Clementi se ajusta a la realidad litoraleña del momento, donde fue característica la delimitación difusa de fronteras que no pudieron ser controladas oficialmente ni tampoco organizadas bajo el sistema de encomiendas en los espacios rurales, mientras que las reducciones tuvieron una etapa productiva que no se prolongó en el tiempo: “Estancias, fortines y reducciones constituyeron mecanismos mediante los cuales la colonización hispanocriolla avanzaba sobre las fronteras. Pero probablemente el proceso básico aunque más opaco estuvo constituído por movimientos pioneros de colonización agraria efectuados por parte de la población campesina. Estos movimientos pueden reconocerse en áreas muy diferentes de las fronteras chaqueña y pampeana así como en las tierras de la Banda Oriental y Entre Ríos, éstos últimos verdaderos focos del movimiento colonizador en la segunda mitad del siglo XVIII…” (Areces, 2000, pág. 155)

Las ciudades, destaca Nidia Areces, constituían un ámbito múltiple: “…Se hace imposible aislar a los núcleos urbanos de su territorio agrario porque éstos, al concentrar la producción mercantil especializada destinada a realizarse en el mercado interno, reflejan la vitalidad económica del contorno rural. En estos núcleos estaban los grandes propietarios rurales, que eran algunos de quienes controlaban el poder político urbano, y desde allí ejecutaban políticas destinadas a impulsar la economía de la región al mismo tiempo que defendían sus propios intereses. La ciudad colonial estaba atravesada por el campo – animales que deambulaban por las calles- huertos y chacras- arrieros y cargueros- de modo que no siempre era posible saber dónde comenzaba y donde terminaba el espacio urbanizado, las costumbres de todos los actores urbanos se encontraban marcadas por ese trato constante con el mundo rural. Se observa que la vida de la ciudad constituía un complemento y al mismo tiempo un estructurador del mundo agrario…tanto los sectores dominantes como los subordinados mantuvieron vínculos estrechos con el campo…” (Ibídem, pág. 179)

El historiador Leoncio Gianello, entrerriano por nacimiento pero santafesino profesionalmente hablando, ha descripto muy elocuentemente a la región que integra a las obras y autores en estudio, al pronunciar una conferencia en homenaje al historiador correntino, Manuel F. Mantilla: “…Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes

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han tipificado siempre una región argentina de tónicas propias en el conjunto de la Patria: el litoral. Tiene esa privilegiada región litoraleña una enorme vena de agua que la vertebraliza: el Paraná, el río color de león al decir del poeta, el gran camino de agua en cuyas riberas se escalonan las ciudades nacidas a su influencia: Corrientes, La Paz, Paraná, Santa Fe, Coronda, Diamante, Rosario, San Nicolás y como éstas, otras influídas por el signo del Paraná. Por eso el gran río, como un andariego meridiano fluvial, ubica la presencia de una vasta región argentina, con cultura esencialmente definidora que tiende a fundirse en la cultura total de la Patria, así como el enorme río guaraní confunde sus aguas con el hermano charrúa para formar el Plata y, más lejos, agrandar el mar…” (Gianello, 1960, pág. 290)5

Gianello circunscribe en estos párrafos a la región litoraleña muy estrechamente, dejando de lado que también el río Uruguay forma parte de ella y ha sido centro irradiador de todo el movimiento federalista litoraleño e impulsor de ciudades e instituciones. Al marginar este aspecto, mencionándolo solo al pasar ligado a la estirpe charrúa, muestra la honda influencia que sobre su obra tuviera la impronta santafesina.

Prosigue afirmando que el litoral es nuestra región histórica, recordando la serie de Tratados firmados por las provincias que lo integraban, menciona el proyecto rivadaviano de dividir a la provincia de Buenos Aires en dos, y se detiene poéticamente en la descripción de las características geográficas de éstas: “…Este panorama del litoral argentino tiene en su unidad regional la diversidad de matiz provinciano. La gran llanura bonaerense hasta el paralelo 35 con una topografía muy semejante al sur santafesino: llanura de verdes jugosos que sería apropiado escenario para la gesta de la espiga. Un joven poeta dirá de ella: Aquí el viento y el sol, la tierra oscura/ Aquí todo el amor de la llanura/ floreciendo en su verde geografía.

“Anchas y extensas tierras abiertas en generosidad de brazos amigos estas del norte bonaerense, del Buenos Aires litoral, y las de la provincia garatina, tierras para el retumbar de los cascos de las caballerías gauchas y para el ruedo admirado en torno de las guitarras de los payadores, mientras la red de ríos y arroyos que la surcan augura esa fecundidad rotunda que es égloga linar y epopeya de espiga. En Entre Ríos el paisaje litoraleño se embellece en un panorama de cuchillas. Tiene la provincia

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una belleza llena de ritmo, que el ritmo es la gracia del movimiento, y allí la tierra parece moverse en la hermosura de su ondulación. La llanura se va elevando gradualmente hasta hacerse cuchilla y caer suavemente del otro lado de la lomada, hasta perderse con sus pastos verdes salpicados de margaritas silvestres en el tajo lejano del crepúsculo…”(Ídem)

Otros historiadores han hecho del marco paisajístico parte medular de sus observaciones, integrando al mismo a la situación y/o personaje en estudio: “…No obstante su fina sensibilidad artística, Paz debía de tener el ánimo poco dispuesto a la contemplación del paisaje que los caballos llevaban como pegados a las patas en su fuga de la Bajada a Gualeguaychú. Analizar el misterio de la llanura entrerriana? Comparar la abruptez de la colina con el aledaño serrano de su provincia natal, con estas lomas que eran el maridaje más admirable de la altura con el llano, entre las que nunca se sabe dónde acaba el uno y dónde empieza la otra? Difícil para el fugitivo. La única sensación que podía causarle la infinita sucesión de paisajes iguales, pasando sin sentirlo de uno a otro bajío, para hallarse siempre, al parecer, en el mismo lugar, sería la desesperación de no adelantar camino. Pues de la loma que se deja atrás, se ven hacia adelante las lomas de las colinas interminables entre aquella y otra más alta, como peldaños de una escalera que llevara a la línea del horizonte (…) Y a medida que se avanza, el paisaje parece ir acompañando al viajero, porque cada loma nueva se convierte de periferia en centro de un nuevo anfiteatro, Y así indefinidamente…” (Irazusta, 1968, pág. 102)6

“En sus orígenes, una estructura espacial amorfa, carente de centros urbanos importantes, con una población rural siempre en aumento, caracterizaron a Entre Ríos. Más adelante, el virrey Vértiz comisionó a Tomás de Rocamora para estudiar el terreno y poblar el territorio fundando villas que aseguraran el control, estratégico de ese privilegiado ámbito y concentraran la dispersa población. Fundadas las villas, jerarquizando a las antiguas poblaciones, como Paraná, se produce en 1814 la creación de la provincia (…) sobre la base de ese territorio atípico que, a diferencia de las restantes trece provincias históricas de la Confederación, no se gestó a partir de la comarca de una capital, su denominación distrital tampoco coincide con la de ciudad alguna, y su propia capital provincial varió en el siglo XIX entre Paraná y Concepción

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del Uruguay. El plan de Rocamora para las nueve poblaciones entrerrianas ha tenido suma trascendencia para la definitiva estructura espacial de la República Argentina, en tanto las pautas de diseño que caracterizaron sus trazados fundacionales configuraron un paso importante ahcia la modernidad en la historia urbana de nuestro país.” (de Paula & Gutiérrez, 1999, pág. 77)

Leoncio Gianello, a su vez, nos acerca a la tercera de las provincias descriptas: “….Corrientes, la tierra del coraje, el sammartiniano solar de la Belén argentina, la de las fundaciones belgranianas en 1810, de las tesoneras rebeldías por la libertad, la que olvidó agravios, con instancia de Patria, para ser la primera en sumarse en la cruzada de Urquiza, la que fue teatro principal de la lucha contra la dictadura lopista, la que llamó Mitre una provincia guaran (…) Corrientes tiene el común denominador de la región litoraleña que es la llanura. Una llanura allí tapizada de esteros y lagunas con su vaho pesado de fecunda humedad tropical, mientras por el nordeste de las sierras misioneras, como cansadas después de haber gastado altura en el cruce del Itambé y el Chirimay se asientan en un descanso de llanuras atisbando el paisaje exuberante…” (Gianello, 1960, págs. 291-2)

Ligada a esta emotiva semblanza paisajística, Gianello introduce al hombre correntino, simbolizado en la figura del historiador recordado: “…El hombre que nació en esta región del litoral argentino tiene una configuración anímica de profunda influencia telúrica que le dota de perfiles propios e individualizadores. Sobresale entre éstos por su mayor tónica reveladora, un fuerte instinto de amor terruñero, que fácilmente se convierte en decisión heroica en defensa del suelo amenazado, una honda veta de ternura acaso nacida a conjuro de la suavidad y de la hondura de ese panorama geográfico litoralense, y una vocación acentuada para ese mensaje de belleza o para relatar los hechos del pasado glorioso. En Manuel Florencio Mantilla se dieron, en espléndida plenitud, las características del hombre del litoral…” (Ídem)

En esta conferencia, hay una serie de datos importantes en referencia a temáticas conflictivas tratadas por Mantilla, como la de la creación, por parte de la Asamblea del Año XIII, de las provincias de Corrientes y Entre Ríos: “…La participación de Corrientes en la Revolución de Mayo es estudiada sobre la más responsable base documental, como

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igualmente el aporte correntino a la expedición de Belgrano al Paraguay. Con firme sentido de autoridad enjuicia la política de Artigas en Corrientes y destaca la acción de Genaro Perogorría y su ideal autonomista. Es favorable su juicio con respecto al decreto del Director Posadas del 10 de septiembre de 1814 por el que se crean las provincias de Entre Ríos y Corrientes, decreto que en cambio será criticado por otros historiadores del litoral…” (Ibídem 292)

La polémica historiográfica generada por la interpretación que de este Decreto se ha hecho en la provincia de Entre Ríos ha dividido hasta la actualidad las aguas entre los historiadores provincianos, polémica que ha estado marcada, además, por el también discutido traslado de la ciudad capital desde la capital histórica, designada por este decreto: Concepción del Uruguay, a la ciudad de Paraná, ex capital confederal, en 1883, durante la gobernación Racedo. Al respecto, el mayor estudioso de esta temática ha comentado: “…Largo y dificultoso ha sido el proceso de la cuestión capital en la historia institucional de la República Argentina. Desde el momento en que fue sancionada la ley del 4 de marzo de marzo de 1826 hasta la plena vigencia de la ley del 20 de septiembre de 1880, los argentinos debieron recorrer un camino erizado de escollos, de intereses encontrados, de iniciativas fracasadas y aún de enfrentamientos armados, hasta que, por fin, la ciudad del Plata, señalada por la geografía y por la historia, se convirtió en capital de la República Argentina. Mas si la cuestión capital quedó incorporada- por su importancia y sus consecuencias- al proceso histórico nacional, debemos expresar también que la historia provinciana, en lo que atañe al territorio entrerriano, registra situaciones tales que nos llevan a afirmar la existencia de la cuestión capital en la provincia de Entre Ríos, aunque, por supuesto, en circunstancias y con motivaciones muy distintas de las del orden nacional. Desde hace muchos años venimos considerando que la rica historia entrerriana- tan pródiga en acontecimientos de relevancia provincial y nacional – necesitaba de la minuciosa reconstrucción de aquel proceso que sumada a los valiosos estudios en torno de los aspectos políticos, económicos, militares, culturales y religiosos, realizados por distinguidos historiadores, permitiera completar con nítidos perfiles la realidad del pasado entrerriano…” (Urquiza Almandoz, 1999, pág. prologo)

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Los mismos historiadores, por su parte, polemizaron por otro momento de singular proyección: la fecha de fundación del Colegio del Uruguay, o Colegio Entre-Riano, como en principio se lo denominó. Para determinar ese fasto, las autoridades de entonces, con B. J. Zubiaur a la cabeza, designaron a B. T. Martínez como asesor, y mantuvieron la fecha por éste fundamentada, a pesar de los reclamos y documentos probatorios exhibidos por el grupo disconforme, que era encabezado por M. Ruiz Moreno. Hasta nuestros días el tema sigue dividiendo las aguas en la historiografía provinciana, y apareciendo en cuanto trabajo, conferencia o jornada se discutan las fechas7.

La recia personalidad del joven Rector mantuvo en alto los criterios de su asesor, distinguido profesor de esa casa de estudios: “…concebido por el ilustre entrerriano con el loable propósito de formar hombres capaces de consolidar la organización nacional y conducir a las repúblicas a un estado de prosperidad material y espiritual : Yo- me ha dicho en otra ocasión- escribe Don Angel Elías refiriéndose a una conversación mantenida con el General Urquiza, lo que quiero es que la multitud se moralice, y la juventud Entrerriana se eduque, pues desde que se cimenten en los pueblos las buenas costumbres, todo está hecho. Por eso es el empeño que tengo en propagar la enseñanza pública. Y si no vea U. que por todas partes hay establecimientos de educación. En el Uruguay estoy haciendo levantar una magnífica casa que será para el Colegio Entrerriano, adonde irán todos los niños que quieran educarse, y aquellos que el gobierno ha tomado bajo su protección. Este Colegio será un establecimiento de mucha importancia, pues lo he de poner bajo la dirección de hombres hábiles, de saber y reconocida moralidad…” (Giqueaux, 1986)

No obstante la gravitación política y educativa del Colegio del Uruguay, establecimiento clave para la formación de la elite dirigente de la etapa confederal previa a la organización definitiva y a las sucesivas etapas posteriores donde sus ex alumnos ocuparan numerosos y altos cargos a nivel nacional, los estudios regionales escritos desde otras provincias no lo reconocen ni lo mencionan, ubicando a establecimientos posteriores como los primeros en el país, ignorando además a los jóvenes educandos provincianos que se vieron favorecidos por la política educativa amplia e

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integradora practicada en el establecimiento a través de las becas con que se estimulaba el enriquecimiento intelectual en un plano de igualdad, jóvenes que luego fueron presidentes, ministros, intelectuales, jueces, generales, médicos ilustres, docentes de alto fuste8.

Asombra, por ejemplo, que algunos de esos estudios salgan de la misma provincia que no solo tuvo numerosos y destacadísimos ex alumnos de este establecimiento, sino que además mantuvo lazos culturales y educativos muy fuertes con el Colegio urquiciano: “…deseando hacer una excursión escolar con los alumnos de 5° Año (…) hasta la ciudad y provincia de Tucumán con el especial objeto de hacer acto de presencia… en nombre de la juventud estudiosa de Entre Ríos en el próximo aniversario de la independencia nacional, solicito el generoso concurso de la Provincia (…) Abrigo la esperanza de que se acojerá con benevolencia mi pedido como lo ha hecho ya el Gobierno de Tucumán cuya cooperación solicité oportunamente (…) La excursión se compuso de 18 alumnos, 4 profesores, uno de ellos jubilado y el Director de la Casa de Internos La Fraternidad .En Paraná debió hacer regresar a dos alumnos por grave enfermedad del hermano, uniéndosele al grupo cuatro estudiantes del Colegio Nacional de Paraná para completar los 25 pasajes. En la capital de la provincia de Entre Ríos visitaron varias instituciones: Colegio Nacional, Escuela Normal, Escuela de Graduadas Sarmiento, Biblioteca Popular, Municipalidad, Catedral y Casa de Gobierno. En Santa Fe recorrió la Escuela Normal de esa ciudad, el Cabildo, el templo de San Francisco, el Colegio de los Jesuitas tan amplio como tétrico y rebosante de concurrencia. Recorriendo la bien cultivada campaña santafesina, la despoblada Santiago del Estero y la boscosa Tucumás, llegamos a la Capital de la Provincia. No menos de 1.000 personas (…) nos esperaban en la Estación (…) al compás de la Banda de Música de la Provincia, cedida por el Gobernador a pedido de distinguidos exalumnos, (...) Dr. Luis F. Aráoz y…Coronel Lucas Córdoba, actual Ministro de Gobierno (…) No quedó casi nada por visitar: la iglesia del Carmen, las dos escuelas normales, el mercado, la Casa de Gobierno, dos ingenios, el hospital mixto, el campo donde se desarrolló la batalla de Tucumán y el 9 de julio de 1895 fue dedicado a la gran fiesta conmemorativa de la Independencia…ojalá se destinase a Museo Histórico…las pocas valiosas reliquias que ella encierra, la imagen de la Virgen de las

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Mercedes, la mesa en la que probablemente se firmó el Acta de la Independencia…” (Argacha, 1986, págs. 25-26)

La ausencia del Colegio del Uruguay en estos y otros estudios puede provenir, quizás, del cambio de rumbo que debió tomar este establecimiento a partir de la presidencia de Mitre, que lo igualó en programas y jerarquía a los otros colegios nacionales, en un proceso que tuvo más de política que de calidad educativa y cuyas causas y efectos fueran muy criticados. Esta política de menoscabo hacia institución tan calificada y señera siguió por largo tiempo y lo entronca, entendemos, con el “olvido” del Archivo de la Confederación acaecido en la misma etapa: “…El actual ministro de Instrucción Pública quiere suprimir algunos colegios, y ha inducido al ex estudiante del Colegio del Uruguay, Julio Argentino Roca, a esta idea retrógrada, sin reflexionar que sin aquel instituto a cuyo mantenimiento, costeando hasta lo botines que fabricaba Chilotegui, cuyos hijos hoy son médicos y abogados distinguidos, Urquiza sacrificaba todas las exigencias públicas. Roca no hubiese llegado a ser presidente, sin observar que los colegios actuales apenas dan una instrucción indispensable al ciudadano de una Nación, y no doctores y politiqueros, que ojalá tuviésemos mayor número y mejores, perfeccionando los establecimientos de enseñanza, en vez de abrir ancha puerta a las supresiones del Himno y entusiasmos que inspira a sancochados leguleyos y curanderos de la Madre Patria…” (Victorica B. , 1971, págs. 68-69)

Con respecto al impacto de las obras en estudio y su proyección fuera de la región, podemos observar que formaron parte, desde un primer momento, de los circuitos nacionales de difusión, y tuvieron además merecidos halagos y estímulos de la crítica: “Apuntes históricos sobre la provincia de Entre-Ríos. Con este título acaba de publicarse en el Uruguay, el primer volumen de una obra, de la cual el segundo debe aparecer muy luego. El Entre- Ríos es una de las pocas provincias argentinas, que teniendo una interesante historia propia, no tenía hasta el presente ningún recuerdo histórico escrito. Este es el vacío que el señor Martínez se ha propuesto llenar con su libro, dotando a la literatura argentina de una obra nueva, concebida en extenso plan y fundada en documentos originales, a la vez que llevase con el sello nacional el colorido local. Trabajos como éstos son los que forman la conciencia de

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los pueblos, dándoles su raíz genealógica en el pasado, su razón de ser en el presente y sus proyecciones en el futuro…” (Magariños Cervantes, 1877, contratapa)

Los historiadores de la costa del Paraná, como F. Arce, cercanos a las profusas fuentes coloniales provincianas y santafesinas y directores en muchos casos de esos repositorios, preferirán estos tópicos a los de etapas posteriores, a excepción de Beatriz Bosch, la historiadora de Urquiza. Leandro Ruiz Moreno y Amalia Duarte, fueron los estudiosos de los sucesos del ’70 y de las guerras jordanistas, temáticas a las que Fermín Chávez y Aníbal S. Vásquez, éste último desde el campo periodístico, aportarán la necesaria cuota revisionista-nacionalista que les tocó por encuadre generacional y formación partidaria. Las temáticas sociales, con su profundo impacto demográfico, cultural y económico, serán abordadas tardíamente, pero con una importante cantidad de trabajos de circulación regional provenientes en su casi totalidad del circuito de la costa del Uruguay: Vernaz-Varini- López- a excepción de la muy difundida Historia de Entre Ríos de Filiberto Reula, demostrando la proyección académica de los historiadores de ambas costas sobre sus alumnos de los prestigiosos cursos de los profesorados nacionales, que, a falta de centros universitarios de relieve humanístico, se convirtieron en los espacios de orientación informal en investigación, aunque éste no era su objetivo específico ni tampoco tuvo estímulo institucional. Una especial mención merece el IRICC- Instituto Regional de Investigaciones Científico Culturales, de la ciudad de Concordia, que nucleó a los investigadores chajarienses, federaenses, concordienses y salvadoreños, además de algunos concepcioneros, fundado a iniciativa de Erich E.W.Poenitz junto a César Manuel Varini, Josefa Buffa, María S. R. Eguiguren, Heriberto Pezzarini, Castells, Freddy Poenitz, y varios más, promotor de investigaciones regionales tan variadas como su elenco: lingüísticas, históricas, arqueológicas y antropológicas, centradas en gran parte en el estudio de la influencia y proyección regional guaraní, sobre la que hicieran importantes aportes, ligados a los eventos internacionales sobre el tema (Congresos Internacionales sobre las Misiones Jesuíticas) impulsor de asistencia a Jornadas Regionales y congresos nacionales, de aceitados contactos con el IIGHI- CONICET- con sede en Resistencia- Chaco, de cuyos prestigiosos ENCUENTROS DE GEOHISTORIA REGIONAL fueron co-fundadores, organizadores locales y activos

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participantes durante largo tiempo. Este meritorio accionar institucional corrobora nuestras apreciaciones sobre las divisiones intelectuales y profesionales coincidentes con las observadas en el espacio geográfico provincial y nuclea a Concordia como centro irradiador regional en la banda del río Uruguay, a pesar de que dos de los más reconocidos académicos de ese costado provinciano, Oscar Urquiza Almandoz y Manuel Macchi nacieron y/o actuaron en Concepción del Uruguay, en sitios de por sí emblemáticos: Colegio del Uruguay- Escuela Normal- Palacio San José- Profesorado desde donde proyectaron sus trabajos sin lograr, empero, construir una cadena de formación sólida en investigación. Hubo varios intentos para canalizar inquietudes y vocaciones que quedaron en eso: intentos: “…..Uno de los objetivos que se impuso el Instituto de Estudios Históricos y Literarios de Concepción del Uruguay, desde el momento mismo de su creación, fue el de publicar, asiduamente, unos CUADERNOS, en cuyas páginas pudieran volcarse las inquietudes espirituales de la comunidad en que se integra, refrendadas, muchas veces, por la falta de un medio adecuado y accesible que las recoja y las divulgue. Hoy, vencidos no sin esfuerzo, los obstáculos que siempre, en todo tiempo, se oponen a este tipo de preocupaciones, desprovistas, desde luego, de todo afán de lucro, entregamos a la consideración pública, nuestro primer CUADERNO, fruto primogenio,- bueno, regular o malo- del esfuerzo común de un grupo de personas de buena voluntad, concurrentes a dar testimonio del momento intelectual de esta vieja Villa del Arroyo de la China….” (Comisión Redactora, 1965)9

Los integrantes de la Comisión mencionada, 12 literatos, en su mayoría poetas, y 3 historiadores, dos profesionales y uno vocacional, se sentían herederos de una tradición cultural y responsables de un liderazgo: “ Porque estamos seguros que nuestro esfuerzo colma un gran vacío en la vida cultural de Concepción del Uruguay, no por cierto por el mérito de nuestros trabajos, sino por la noble herramienta que forjamos, para facilitar en el futuro, la irradiación de las ideas sustentadas por la gente que habita en este rincón entrerriano, es, que pedimos benevolencia para este CUADERNO y apoyo franco y leal para proseguir la tarea comenzada, nacida bajo la inspiración de su presidente honorario, nuestro inolvidable Delio Panizza” (Ibídem)

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Párrafo aparte merece la revista SER, de los Cursos del Profesorado de la Escuela Normal Mariano Moreno, que alcanzó notorio prestigio y donde numerosos historiadores locales y provincianos como Jaime A. Masramón, uno de sus directores, publicaran sus trabajos durante largo tiempo, trabajos que, no obstante, estaban integrados a una profusa mezcla de literatura, ciencias exactas e idiomas, lo que convertía a la publicación en una miscelánea interesante pero no específica, como lo fuera tiempo atrás la Revista EL MIRADOR, de similares características, del Colegio Superior del Uruguay, ambas publicaciones propias de la organizada y rica etapa de la administración nacional en esos prestigiosos institutos que no pudieron continuar ni reverdercer los organismos provinciales desde los ’90, pese a los reiterados anuncios efectuados.

Acerca de la labor del concordiense E. W. Poenitz es aleccionadora la presentación que de él se hizo cuando fue recibido como Académico Correspondiente en el seno de la Academia Nacional de la Historia: “…Pero Poenitz no se conformó con el ejercicio de la docencia y de las funciones directivas, sino que se constituyó, desde temprano, en colaborador de instituciones culturales de su medio y de su provincia. Miembro de varias juntas de estudios históricos, sus desvelos principales estuvieron centrados en la creación y animación del Instituto Regional de Investigaciones Cientifícas y Culturales de Concordia, del que fue y es Director. Este nucleamiento dio lugar a la edición de los Cuadernos de Estudios Regionales, que se editaron a partir de 1981, y que dieron cabida a un nutrido conjunto de monografías, notas y textos inéditos, que reflejaban el interés por la región, no solo en el ámbito histórico sino también en lo arqueológico, antropológico y lo literario. Un esfuerzo editorial- bueno es señalarlo- que significó para su Director tiempo, dinero y paciencia para sostener los nueve números que alcanzó a publicar entre 1981 y 1987…” (Maeder, 1990, pág. 456) El conjunto se completa con Paraná y la Junta de Estudios Históricos de Entre Ríos, con la primera académica entrerriana, Beatriz Bosch, en dicha costa, donde la influencia santafesina siempre jugó un importante rol y con la excepción a la regla regional que constituyó la seria y documentada labor de Juan José A. Segura, en Nogoyá.

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1.3 Los Padres Fundadores

María del Carmen Ríos, en varios de sus escritos, califica de esta forma a Benigno Teijeiro Martínez, geógrafo español radicado en Concepción del Uruguay, y a César Blas Pérez Colman, ignorando en sus últimos escritos a Martín Ruiz Moreno, quien no aparece mencionado en ellos. Consideramos que dicha omisión priva a los estudios historiográficos del conocimiento de un autor que representa genuina y generacionalmente a la etapa decimonónica, a la que no pertenece precisamente César Blas Pérez Colman a quien incluimos en la acertadamente llamada “generación del ‘30” Como padre Fundador, Martínez no ha sido discutido por ninguno de los historiadores entrerrianos, sino unánimemente elogiado, J. Irazusta, por ejemplo, lo llama el benemérito historiador de Entre Ríos, ubicándolo en la etapa inicial10.

Teijeiro Martínez es el primer representante de la escuela historiográfica uruguayense que demuestra en su prolífica labor, los especiales matices con que encaró su vasta tarea: riguroso abordaje cronológico, integración de una trama histórica donde no falta ningún personaje ni el acercamiento a otras ciencias, ya que además de geógrafo era literato, polígrafo y agrimensor, cabal conocimiento del uso de las fuentes documentales, que recopiló incansablemente, proyección de la obra erudita en su tarea docente, haciendo uso de esta estrategia especialmente en sus clásicos Manuales Escolares, con los que sienta un precedente temático importante a la par de novedoso para su tiempo ya que inauguraba un renglón que el novel Estado argentino recién comenzaba a explorar: el de la legitimación de la formación nacional, estrategia que fue común a todo el continente y cuya ausencia el mismo Mitre había señalado en 1859. Conocedor de las estrategias educativas de su tiempo, utilizaba preferentemente las orientaciones de las escuelas norteamericanas, profusamente publicadas y en uso constante en los establecimientos escolares donde actuó largamente: “La necesidad de difundir la educación en todas las clases de la sociedad llama desde algún tiempo la atención de la prensa, los Congresos y los Gobiernos en la mayor parte de los países de la América española. Ya en varios de éstos se ha probado algún esfuerzo, para obtener el aumento del número de escuelas, o la elevación del profesorado como misión esencialmente respetable y benéfica. Este movimiento es tanto más digno de atención y

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estímulo cuanto más claros aparecen en él los caracteres de vitalidad y fecundidad distintivos del verdadero progreso. Su aparición no es uno de esos hechos súbitos que se presentan como rasgos improvisados por una situación transitoria, que ni en las condiciones de la vida social ni en las de la vida política tienen razón permanente de ser, y menos aún garantía de continuar existiendo. Lejos de eso, hace más de medio siglo que ha venido preparándose lenta y silenciosamente, como todas las grandes evoluciones del progreso humano, y se ha abierto camino entre las ruinas acumuladas por las convulsiones políticas… Simón Rodríguez (el ilustre maestro del libertador Bolívar) Hipólito Unanue, J.M. Pando, García del Río, Andrés Bello, Camilo Henríquez, F.de P. Vigil y tantos otros dignos compañeros de éstos en la obra de la emancipación y educación de las colonias españolas, fueron el principio de una larga cadena de esfuerzos cuyos últimos eslabones han venido a ser en nuestros días Sarmiento en la República Argentina, Lastarria en Chile, Pardo en el Perú, y en Cuba José de la Luz Caballero. Se ve pues, que un movimiento iniciado y sostenido desde hace tantos años, tiene suficiente título a ser considerado hoy como un elemento permanente de la situación a que han llegado en la vida intelectual y moral los pueblos hispanoamericanos…” (Márquez, 1874, págs. 10-11)

La “historiografía didascálica” al decir de Rómulo Carbia tuvo su pico máximo en los treinta años que van de 1860 a 1890, pudiendo encontrarse en lo entonces publicado tanto textos especialmente preparados para los niños como obras para consulta de los docentes. En la lista de publicaciones del año 1885 entre los textos utilizados en las escuelas argentinas figura el de B. T. Martínez en el rubro Historia Argentina para las escuelas nacionales mixtas, y en el listado oficial del año 1887 el Curso Elemental de Historia Argentina, texto que representó al sistema educativo nacional en la Exposición Universal de París, (1889) junto a los de Larrain, Fregeiro, Gutiérrez, Estrada y Manso. Con respecto a Clemente Fregeiro, se percibe en las obras de Martínez claramente su influencia y la admiración del historiador regional hacia quien fuera reconocido maestro orientador: “…El profesor Clemente Fregeiro, a quien Carbia ubica entre los iniciadores de la corriente erudita de la historiografía argentina, es otra de las figuras cuya actuación docente pudo haber tenido influencia en la formación de los historiadores del movimiento. Desde la creación de la Facultad de

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Filosofía y Letras (1905), fue profesor de la cátedra de Geografía, pero acentuó siempre el enfoque humano de esta disciplina con cursos dedicados casi por entero al análisis de problemas contemporáneos relacionados con la geografía histórica nacional. Fue uno de los primeros docentes universitarios que organizó en sus cátedras seminarios de investigación en el país, aún antes de la prédica del Dr. Quesada en favor de su implementación. A su juicio ellos fomentaban la especialización y habiéndose generalizado en Europa y en los Estados Unidos a ellos debía la ciencia obras especiales de gran mérito. Su concepción metodológica de la historia, que permite ubicarlo como un erudito, con moderada influencia positivista aparece manifiesta en su Ensayo biográfico de Monteagudo. Allí afirma: Es imposible llegar al perfecto conocimiento de los hechos históricos sin el concurso de la prueba documental, pero cuántas dificultades se hace necesario vencer para inducir o descubrir a través de la documentación, la verdad histórica. No basta el amor ardiente por la verdad, se requiere copioso saber y eximio sentido crítico desarrollado por la experiencia…” (Pompert de Valenzuela, 1991, pág. 115 citado de Frigeiro C., 1904, pág. 279)

A semejanza de lo aplicado y enseñado por Fregeiro, el historiador entrerriano también publicó textos de Geografía y Geografía Histórica, novedosa integración de ciencias sociales donde desarrolló interesantes y abundantes consideraciones sobre la riqueza natural provinciana y sus enormes posibilidades, de Geometría y Aritmética, todos ellos aprobados por los Concejos Generales de Educación de Buenos Aires y Entre Ríos y que alcanzaron sucesivas ediciones en número creciente- hasta nueve- con arreglos y aportes innovadores en cada una de ellas entre los años 1885 y 1914. Aprobados luego de riguroso examen y solo por el término de tres años por las comisiones que al efecto conformaba el CNE, pocos eran los autores que alcanzaban dicha consagración, aunque la lista de los que se presentaban a las licitaciones era numerosa y prestigiosa. Los miembros de las comisiones mencionadas tomaban muy en cuenta las orientaciones, ejercicios y sugerencias con que los autores redactaban las obras, en las que las referencias a Mitre, López y Domínguez son una constante, en especial a éste último. La fuente periodística es otro de los recursos utilizados. De los autores mencionados, el único cuya mirada tiene una impronta regional es

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justamente Martínez por lo que debe asignarse a sus trabajos didascálicos el objetivo de formar en la conciencia regional y en el ejemplo de los sucesos y figuras del pasado común incluídas la etnografía y los estudios étnicos, de los que tiene numerosos ensayos y apuntes que lo muestran como un profundo conocedor de los hábitos, características y lenguas autóctonas de la región.

Teijeiro Martínez configura por ello, junto a Martín Ruiz Moreno, abogado y funcionario provincial al igual que el primero, un dúo inicial de historiadores no profesionales que tanto incursionaron en la vida pública, los debates políticos, las polémicas históricas, la docencia secundaria, como en la definición y organización de los primeros libros de Historia de Entre Ríos destinados a fijar en la Memoria Colectiva los hechos heroicos en los que la provincia tuvo importantísimo rol, jerarquizando según sus propias convicciones todo aquello que mereciera ser recordado, en un discurso crítico generalmente orientado por el Estado y que sirvió eficazmente a éste para instalar oficialmente los primeros Lugares de la Memoria11.

El análisis general de sus obras históricas nos lleva a considerarlas insertas en un marco muy similar al correntino en esa etapa: “…Si damos un repaso a la historiografía correntina a lo largo de este siglo, observamos que ella se inserta, mayoritariamente, en el campo de la historia política. Cabe aclarar que, en la actualidad, por historia política se entiende una diversidad de formas de construcción del relato historiográfico. Pero advertimos que en Corrientes ha privado una de sus formas, la más clásica y conocida en los países latinos, que pretende recrear rasgos culturales duraderos. En ellas, las elites que protagonizan el dsicurso historiográfico encarnan los mismos ideales (políticos, ideológicos, culturales) que más o menos consciente y abiertamente, defiende el historiador. Esta forma cosntituyó durante mucho tiempo la manera convencional de ser del historiador en estos países, desde el nacionalismo historiográfico hasta los discursos sobre el alma nacional o el ser del pueblo. Nos introducimos aquí en el terreno de la historia como instrumento de la política. Así entendida la historia posibilita la validación o rectificación del presente en función del pasado. ..es esta modalidad la que ha predominado en el desarrollo de la historia política

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correntina hasta tiempos recientes y le ha proporcionado las obras más significativas…” (Leoni, 1999, pág. 143)

Trasladado este comentario a los autores en estudio, observamos que es Martín Ruiz Moreno el más conspicuo representante de este estilo y de la clase social que lo encarnaba, mientras que Teijeiro Martínez, por su formación europea, su condición de extranjero y su versatilidad e histrionismo cultiva ese estilo unido a otros que amplían su visión de conjunto y aportan datos de otras ciencias, notándose sobre todo su especial interés en proyectar sus estudios históricos y lingüísticos a los ámbitos educativos, tarea que acompañó con medidas y actos políticos cuando desempeñó funciones oficiales como se ha mencionado ya en otras páginas y se demuestra con lo dispuesto para los homenajes públicos a figuras y monumentos clave de la historia regional.

En la memoria histórica de la entrerrianía, la pirámide erigida en homenaje al Supremo Entrerriano, General Francisco Ramírez, ocupa un lugar de especial importancia, siendo además uno de los primeros ejemplos con que se pretende honrar a las figuras ilustres y trasmitir a las futuras generaciones su accionar y trayectoria, su erección, remodelaciones y leyendas alusivas en sus cuatro caras tuvieron varias y diferentes etapas: “ En el centro de la plaza principal que lleva el nombre del valiente y romántico caudillo, se alza en su memoria el único monumento que la posteridad le ha dedicado, recordando a las generaciones que vienen sucediéndose, el ejemplo de ese hijo de Concepción del Uruguay que tuvo tan preponderante actuación en una de las épocas más difíciles que precedieron a la organización nacional (…)Negado primero por las pasiones de la época, escritores de la autoridad de D. Benigno T. Martínez, Martiniano Leguizamón y Martín Ruiz Moreno, estudiaron luego su vigorosa personalidad y la exhibieron en toda su importancia…” (Seró Mantero, 1939, pág. 6)12 Ordenada su erección por Ley de 30 de octubre de 1827, - Gobernación Sola- cuyo texto fue discutido por diversos intelectuales y defendido por Martín Ruiz Moreno, un decreto de Urquiza de fecha 28 de julio de 1858, hará realidad la colocación de la piedra fundamental al mes siguiente, los considerandos de la primera Ley no obran en el Archivo provincial, como tantos otros documentos de la etapa ramiriana, pero Ruiz Moreno tomó en cuenta varios artículos periodísticos de época, que reprodujeron

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su texto completo. Algunos personajes de nota conservaban en sus archivos privados originales de dicha Ley, como el General B. Victorica a quien consultaron numerosos escritores. El Congreso que sancionó la primera norma estaba presidido por el diputado por Uruguay Justo José de Urquiza.. Cuando, en 1858 se determina su reconstrucción- los documentos hablan de una “nueva pirámide”, se votó la suma de tres mil pesos librados al Comandante Militar del Departamento. La Revista EL INVESTIGADOR, que fundara y dirigiera B. T. Martínez, reprodujo en su primer número, de agosto de 1887, el Acta de colocación de la piedra fundamental cuyo texto contiene interesantes aportes epocales: “…En la ciudad de Concepción del Uruguay, cabeza del Departamento del mismo nombre, y de la segunda Circunscripción del territorio federalizado, a los diez y ocho días del mes de agosto del Año del Señor mil ochocientos cincuenta y ocho, reunidos los vecinos en la plaza principal de esta ciudad a invitación del señor Gefe de Policía, don Pedro M. González, para presenciar la colocación de la piedra fundamental de la nueva Pirámide mandada a levantar en honor del General don Francisco Ramírez, por el Gobierno Nacional de la Confederación Argentina que preside el Exmo. Sr. Capitán General, don Justo José de Urquiza, en el mismo lugar donde existía el antiguo Monumento que había sido erigido a la memoria de aquel benemérito argentino, se dio lectura en alta y clara voz, por el escribano público que firma, de los documentos (…)a aquella suprema disposición. Enseguida el arquitecto don Pedro Fossati, encargado de la obra, presentó al señor jefe de Policía la primera piedra angular, quien la colocó en el centro de la base del Monumento. Tomó después cimiento con la llana del albañil y lo derramó en los ángulos de la piedra, lo que fue igualmente ejecutado por los demás concurrentes. Acto continuo, los ante mencionados documentos y un ejemplar de la acta de esta ceremonia, con algunos objetos presentados por los concurrentes, fueron puestos en una caja envuelta en otra de plomo, las que cerradas y soldadas por el arquitecto don Pedro Fossati, fueron colocadas en el lugar de la misma piedra fundamental. Y para constancia de todo lo celebrado el señor jefe de Policía ordenó labrar dos Actas de igual tenor, debiendo quedar una de ellas depositada en la caja de cinc y la otra en los Archivos de las oficinas a su cargo, siendo ambas firmadas por él y los vecinos concurrentes…” (Ibídem, pág. 32)

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Hubo intensas polémicas respecto a las leyendas que pueden observarse en sus caras, don B. T. Martínez, quien en 1892 era Presidente Municipal, índice revelador de su prestigio local, dispuso refaccionar la pirámide que por ese entonces estaba muy deteriorada, decretando que en una de sus caras, a falta de documentación que acreditara lo contrario se inscribiera lo que hasta hoy se lee: AL PATRIOTA ENTRERRIANO GENERAL DON FRANCISCO RAMIREZ- la Municipalidad del Uruguay. Martínez recibió muchas críticas por esta disposición, que el mismo defendió calurosamente mediante un enjundioso folleto. En general se la consideró insuficiente y de carácter puramente local, acrecentando las dudas que se tenían respecto a la verdadera intención con que fue puesta, ya que en varios de sus escritos Martínez no elogia precisamente a Ramírez y lo considera una figura menor, opinión que, tras muchas discusiones y desencuentros historiográficos con Ruiz Moreno tuvo una sustancial variante (para ampliar esto véase Ruiz Moreno I., 1988).

Finalmente en una de sus últimas obras y con la solidez documental que lo caracteriza, uno de los historiadores concepcioneros sostiene que se le dio una solución ecléctica a tanta discusión entre los años 1923 y 1924, por gestión ante el municipio del entonces activísimo Centro Comercial, dejando las inscripciones de 1892 y agregando otras que conformaban al grupo opuesto, aclarando, eso sí, que la erección del monumento no fue idea municipal sino del gobierno provincial. (Urquiza Almandoz Tomo II, 1997, págs. 19-21)

La misma publicación consultada en cita n° 96 transcribe partes sustanciales de LA OBRA, trabajo que el doctor M. N. Ugarteche, destacado hijo de Concepción del Uruguay, dedicara a Pancho Ramírez ilustrando todos los aspectos de su vigorosa personalidad: “…Al estallar la revolución de 1810, el mocetón que contaba 24 años no debía ser, pues, el perdulario haragán, cultor de amoríos y de lances a daga, entre gauchos e indios tapes y tagueses de los bosques del Yuquerí. Ni cubrió su cuerpo con esa fantástica vestimenta, en que resaltaba la bombacha turquí, que nuestros paisanos no llevaron en aquellos días, porque es de importación moderna. Sabido es que primero usaron pantalón abierto al costado sobre la caña de la bota y luego el vistoso chiripá americano. Ramírez era un tipo pueblero, que nació y se crió en un hogar decente de

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la villa del Uruguay, cuyo solar nativo es conocido; y si hizo vida campesina fue para atender el establecimiento ganadero, cuya propiedad reconoció a su padre la merced real ya transcripta, y que es por cierto uno de los parajes más hermosos del territorio entrerriano, que poseen hoy los Victorica, descendientes de Da. Cruz, hija del segundo matrimonio de Da. Tadea Jordán (…) es de admirar (…) cómo este paladín, que llevaba en la sangre la rancia prosapia del conquistador D. Juan Ramírez de Velazco, descendiente de los reyes de Navarra y primer marqués de Salinas, mezclada con el linaje del virrey Vértiz, se transforma en el representante genuino de las masas nativas, que no sabían expresar concretamente la forma de gobierno autónomo a que aspiraban, pero que sabían, porque lo sentían hondo, lo que no querían: que no nos manden reyes ni tampoco inquisición, como dice el cielito patriótico de uno de sus troveros. Y es de admirar aún más que ese caudillo rústico y esa barbarie indígena tan rudamente escarnecida, han sido precisamente: las que trajeron al tremendo debate de las armas los problemas más adelantados y más fecundos de la política constitucional (…) nuestros gauchos fueron la encarnación original de las fuerzas intrínsecas del país, en cuyas manos cayó el encargo de sacarnos de las mallas unitarias del Virreynato, para transportarnos a la república federal definitiva. La burla suele ser el relámpago de la ira, y cuántas veces la misma pluma que infirió la herida la cicatriza y la borra sin pensarlo…” (Ugarteche, 1939, pág. 35)

Roberto J. Payró, en un enjundioso prólogo escrito para MONTARAZ, una de las obras maestras de la pluma leguizamoniana, nos retrotrae al suceso: “…Volviendo al drama, éste se desarrolla en un período cuya historia aún no se ha escrito, y se produce ante nuestros ojos, con fulgores de relámpago y fragor de truenos, la guerra de los caudillos en la selva entrerriana, sus escenas sangrientas y pavorosas, sus rasgos de valor indómito e inaudito, sus personajes, ora nobles, ora siniestros, todo al aire libre y en plena luz…” (Payró, 1914, pág. prologo)

El encuentro de Martínez y Ruiz Moreno con la Historia no fue similar, ya hemos visto que don Benigno llega al país precedido por su prestigio intelectual: “…había nacido en España en 1846. En su país natal se recibió de bachiller, obteniendo más tarde los títulos de perito

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agrimensor y tasador de tierras. Pero desde muy joven demostró aficción por las letras y la música. Simultáneamente incursionó en la política, afiliándose al Partido Republicano, que dirigía Pi y Margall, Fue, precisamente esa actividad política y su discrepancia con el régimen existente por entonces en su país, lo que determinó su decisión de abandonar España. Contaba veintiséis años de edad cuando llegó a América. Permaneció algún tiempo en la República Oriental del Uruguay y luego en Asunción del Paraguay. Dos años después arribó a Concepción del Uruguay- capital de Entre Ríos- donde vivió largos años, su amplio saber le valió muy pronto integrar el cuerpo docente de dos prestigiosos y más que centenarios establecimientos educativos: EL Colegio del Uruguay, fundado por el General Urquiza y la Escuela Normal de Concepción del Uruguay. Al mismo tiempo inició una larga y proficua labor de investigación del pasado entrerriano…” (Urquiza Almandoz, 1988, pág. 210)

No fueron pocos los seguidores y discípulos de Pi y Margall exiliados en estas tierras, y muchos también, los afincados o ligados estrechamente a Entre Ríos y a sus hombres y mujeres notables, propiciando cambios educativos, de protección de la infancia, de libertad para la mujer: “…Siendo yo casi un niño, desempeñaba Manuel Castro López- actual director en Buenos Aires, de El Eco de Galicia- la secretaría del comité republicano federal en Lugo, España. Ardiente defensor de las ideas que sustentaba dicho Comité, preparó Castro López mi espíritu para ellas. Nuestras conversaciones y lecturas concluyeron por decidir mi inscripción en el censo del partido, de cuyo superior concejo era presidente el austero ciudadano Francisco Pi y Margall. Desde entonces conservo perenne- a despecho de los años transcurridos y de las evoluciones experimentadas- la fórmula del insigne maestro, sostenida por mi y aquende los mares; el individuo libre, en la familia, la familia libre, en el municipio, el municipio libre en la provincia, la provincia libre en la región, la región, libre, en la nación; y la nación tan fuerte, tan sabia, tan soberanamente constituída, que pueda unirse con otras naciones- no menos fuertes, sabias y soberanas- en el lazo fraterno de la humana federación. Soy, pues, cultor de la patria en el más amplio sentido de la palabra y del más amplio internacionalismo (…) Pi y Margall efectuaba meritoria y trascendental obra patriótica cuando proclamaba el derecho de Cuba, Puerto Rico y Filipinas a su autonomía, y aconsejaba que se

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reconociera en la forma por aquellos apetecida. Hubo quien lo llamó visionario. Lo calificaron muchos de loco. No faltó quien lo motejara de traidor y, entre sus amados discípulos, alguno le trató con dureza rayana en la crueldad. Sin embargo, nadie le ganó en cariño y abnegación por España. La sinceridad de él era de tanta magnitud como su clarividencia…” (Vázquez Gómez, 1922, págs. 108-111-12)

Distinto fue el caso de Ruiz Moreno, quien, en cambio, va aproximándose a la Historia con parsimonia pero con un íntimo deseo de dedicarle gran parte de su ajetreado tiempo: “…En 1891 el doctor Martín Ruiz Moreno se jubiló como Fiscal del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos, virtualmente el último cargo oficial que desempeñó como función regular. Desde entonces se dedicó activamente al ejercicio de su profesión de abogado, a la par que el desempeño de cátedras en el Colegio Nacional de Paraná. Fue por ese tiempo vocal del Concejo General de Educación de la Provincia y Presidente de la Comisión de Inmigración de Entre Ríos, organismo dependiente del Departamento General de Inmigración de la Nación. Pero la absorbente tarea pública había disminuido, y don Martín, alcanzados los 60 años de edad, pudo abocarse a la investigación histórica, que sería su nuevo y destacado campo de trabajo. Cumplirá así una vocación que abrigaba desde mucho atrás, y que de tanto en tanto dejara entrever en sus publicaciones jurídicas y en debates políticos…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, pág. 19)

Ambos historiadores compartieron un afán: el de encontrar y coleccionar documentos y testimonios de épocas pasadas, lo que les valió el título de asesores honorarios de entidades, colegas y amigos que ante la menor duda o necesitados de información fidedigna, acudían presurosos a consultarlos, desfilan por sus ricos epistolarios los nombres de M.F. Mantilla, Antonio Sagarna, Nicasio Oroño, Benjamín Victorica, Julio Victorica, M. Leguizamón, H. Leguizamón, M.V. Figuerero, B. Mitre, J.M. Gutiérrez, E. Zeballos, M. Cervera Vicente y E. Quesada, y tantos otros que conformaron la red de intelectuales regionales y nacionales en franco intercambio historiográfico y difusión (vulgarización) de la Historia.

Al respecto es oportuno recordar que los dos historiadores estuvieron en contacto directo con lo más granado de la documentación oficial, el

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Archivo Histórico Provincial. Ruiz Moreno fue autor de una iniciativa singular: “…….En esta época, (1893), dio comienzo a una tarea paralela, de evidente utilidad y mayor alcance: la clasificación y conservación de los documentos guardados en el revuelto Archivo de la provincia. A tal efecto dirigió la pertinente comunicación al gobierno, proponiendo encargarse de ello gratuitamente, siendo resuelto de conformidad…..por el primer mandatario doctor Sabá Z. Hernández…” (Ibídem pág. 22)

Seis años después, al retirarse de su honroso cargo, dejó constancia en una extensa memoria del trabajo realizado, de la organización de la oficina y del inventario correspondiente, la documentación relevada y organizada era cuantiosa y esclarecedora. Cuando en 1908 el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires instruye al Padre Antonio Larrouy, de la sección Historia, para que elabore un informe sobre el estado y contenido de los archivos provinciales, éste elogia lo realizado en los archivos santafesinos y entrerrianos, felicitando a sus respectivos gobiernos por “la hermosa apariencia y estado de sus archivos, mientras que la historiadora María Silvia Leoni aporta un dato interesante al consignar en su trabajo ya citado que el Archivo Histórico de Corrientes mereció elogiosos comentarios en el Informe que por encargo del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires elevara Eduardo Fernández Olguín.”(Ibídem, pág. 24) 13

Se estaba ya en una etapa de pleno florecimiento de la historia-ciencia, y el documento cobraba día a día mayor importancia, siendo las universidades las impulsoras de trabajos de envergadura y proyección: “…A comienzos de 1918 con una honrosa misión partí rumbo a España. La entonces Sección de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, era dirigida por el doctor Luis María Torres, hombre de extensa cultura en lo relativo a los primitivos habitantes de nuestro suelo, y que redactó también algunos estimables estudios de carácter histórico. El doctor Torres me confió la misión de estudiar los centros documentales que existen en la península española, y fondos que pudieran atesorar los mismos (…) sin interrupción desempeñé, (la misión) durante diez y siete años consecutivos…” (Torre Revello, 1939, pág. 5)

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La primera década del siglo XX es asimismo la que marca con meridiana claridad las diferencias entre los “narrativistas” y los “documentalistas” o apegados indisolublemente al método en desmedro de la galanura literaria en el decir historiográfico, legitimando sus pretensiones con el frecuente recurso de citas y consultas a los especialistas europeos, ya insertos de lleno en los nuevos cauces en que se escribía la historia: Seignobos, Langlais, Berheim, Altamira, asiduos visitantes, algunos de éstos, de las instituciones universitarias argentinas de mayor relieve. Las agudas polémicas sostenidas entre unos y otros son una clara muestra de lo agitado del tránsito hacia la profesionalización, y de los distintos enfoques con que se sostenían y maduraban los posicionamientos. Hay en ello, obviamente, una sorda pugna, que es también generacional, por mantener, consolidar o inaugurar liderazgos que implicaban en sí mismos criterios normalizadores, los cuales descansaban, preferentemente, en el éxito editorial de las numerosas publicaciones a las que el público había consagrado y la crítica en general había dispensado elogios y reconocimiento14.

Teijeiro Martínez también estuvo al frente del Archivo de Entre Ríos, pero antes de ello, su decidida actitud de defensa de la capitalidad provinciana de Concepción del Uruguay, le provocó serias molestias: “…la publicación del opúsculo, trajo a su autor algunos sinsabores. Hasta 1882 había tenido autorización- otorgada por sucesivos gobiernos- para realizar sus tareas de investigación en los archivos oficiales. Sin embargo, ante la difusión del folleto sobre la cuestión capital, el gobernador Eduardo Racedo canceló dicha autorización. El propio Martínez así lo hizo conocer en el tomo II de su Historia de la provincia de Entre Ríos: Con autorización especial- expresa- hemos tomado nota de cuanto documento histórico de importancia contenía el archivo general de la provincia, desde el año 1820 al de 1830, año al que alcanzábamos, cuando por orden del gobernador don Eduardo Racedo se nos retiró aquella autorización, porque defendíamos los derechos de la ciudad del Uruguay, como capital de la Provincia…” (Urquiza Almandoz, 1988, pág. 235)

Es interesante observar las analogías con la obra de los historiadores correntinos y las medidas gubernativas tomadas, en especial las educativo-culturales relativas a la colonia, los llevó a rechazar la

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impugnación y reafirmar la idea de que los hechos heroicos del pasado argentino debían remontarse a 1810. En ambas provincias las celebraciones escolares unidas al grupo ciudadano y a sus gobernantes en los días 25 de mayo 9 de julio y 3 de febrero constituían tod un ritual de connotaciones históricas, civicas y políticas: “…si la grandeza de los aniversarios, cuyos recuerdos la voz de la fama y la, tradición llevan a lejanas posteridades en la memoria de los pueblos, si esos días que hacen brillar refulgentes las páginas más bellas y más gloriosas de la historia de las naciones, por lo esplendorosos de los hechos que conmemoran e inmortalizan, se valorasen por la felicidad de la época que inician,..ninguno, habría para nosotros más grande que el tres de febrero (…) que señala la realización del pensamiento que ha agitado la vida de la República desde su emancipación, es el complemento, la coronación de todos los aniversarios…” (Quiñones, 1999, pág. 56)

Es significativa la armonía de pensamiento y acción que se producen en esta etapa entre los gobernantes de ambas provincias, muy conscientes de su responsabilidad en la hora y deseosos de concretar sus proyectos, en consonancia con los discursos de Urquiza, siempre alentando actitudes de cambio en paz y amistad, desde Corrientes se proclamaban similares ideas: “… No ya el clarín de las batallas ni el estruendo de sangriento combate viene a turbar el sueño de los pueblos (…) son los acentos de la tierna e inocente juventud que pasados los huracanes de la revolución eleva su inmaculada y virgen frente a las auras matutinas para darles el perfume de su inocencia (…) No son militares ni imponentes campamentos, ni bélicos y terribles escuadrones cubiertos de armas, heridas y laureles los que se reúnen hoy a la aurora de mayo a cantar el himno de la patria. Mirad¡ Es una ciudad tranquila, civilizada y feliz, que despierta en paz y envía sus más queridos hijos a saludar al sol…Todos son aquí ciudadanos: las ilustraciones, los hombres privilegiados que por su inteligencia y su virtud, han obtenido la honrosa misión de gobernar (…) los probos y magníficos vecinos que nos rodean y nos contemplan, (…) ciudadanos, en fin. Son aquellos que veis allí formados en brillantes compañías, ostentando los colores nacionales y custodiando el precioso pendón de nuestras victorias…” (Ibídem, pág. 57)

Mantilla critica a otros historiadores contemporáneos de las provincias como Joaquín Carrillo o Benigno T. Martínez. Sus obras se manifiestan

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respetuosas de las afirmaciones de Mitre y López, aunque reprochaba a éste último su egocentrismo porteño y el valor de la autoridad que otorgaba a las Memorias del General José María Paz que fueran refutadas por las Memorias de Cornelio Saavedra. La credibilidad de Paz, que ejerció una notable influencia en las interpretaciones de muchos historiadores decimonónicos, será permanentemente atacada por Mantilla, para fortalecer en cambio la defensa de los hombres de Corrientes que actuaron junto a él durante las campañas contra Rosas…” (Quiñones, 2004, pág. 66)

Florencio Mantilla, quien hacia fines del siglo XIX daba por finalizada su Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes dedicó en ella: “…un amplio espacio al tema de la lucha contra Rosas realizando una defensa de la actuación de los gobernantes y el pueblo correntino en esas circunstancias. El historiador defiende la actitud de Berón de Astrada y la clase dirigente que lo secundó y considera a la batalla de Caseros como una continuidad de la lucha iniciada en Pago Largo. Además, juzga legítima la representatividad de la nación que pretenden encarnar los dirigentes correntinos y los emigrados residentes en Montevideo…” (Quiñones, 1999, pág. 385)

Recordemos brevemente que las Memorias de J. M. Paz, prestigioso guerrero representante de los grupos unitarios, abarcan desde 1811 hasta el último gobierno rosista, pues muere en 1854, y configuran toda una epopeya de las guerras por la independencia y las posteriores luchas civiles comunes a la historia de todas las ex colonias iberoamericanas: “…eliminado de la Mesopotamia por el arreglo de los Madariaga con Urquiza, el general Paz se retiró a Brasil, Allí lo encontró Sarmiento regenteando una triste fonda a una legua del centro de Río, donde lo visitaban Pacheco y Obes, Andrés Lamas y toda la emigración. Allí acabó la redacción de sus admirables Memorias, empezadas en Buenos Aires al salir en libertad en el año 1839 y en las que se cifran sus títulos más seguros a la inmortalidad. En efecto, es uno de los más grandes libros de nuestra literatura (…) Paz no tiene únicamente la capacidad artística, sino también una soberana facultad de juicio, Ya sea en materia militar, política, moral, etc. sus razonamientos son de absoluta objetividad…” (Irazusta, 1968, págs. 183-184)

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En otros estudios sobre las Memorias, se resaltan las singularidades de la Obra y de su propio autor: “…no fueron escritas con miras a ser publicadas. El carácter íntimo y confidencial del trabajo no permite dudar de su sinceridad. A quién podría engañar un escritor sin lectores? Así, los hechos que nos narra, los cuadros de personajes que nos pinta, las descripciones de lugares geográficos, son ajustados a la realidad, y las deformaciones posibles no pueden achacarse a la mala intención. Pero además de todo esto, que es exterior al personaje mismo, la lectura del libro nos permite descubrir a Paz, tal cual era por dentro…” (Barba, 1976, pág. 293)

En el plano educativo propiamente dicho, los Manuales y libros de Historia redactados para su utilización en los Colegios Nacionales y Escuelas Normales, estaban en directa consonancia con las Instrucciones de la famosa Comisión de los Siete- norteamericana- que evaluaba cada dos años las condiciones y tendencias de la enseñanza de la historia, suministrando a inspectores, directores y profesores consejos útiles y ayuda en sus tareas específicas. Esta COMISION,(1896) que en principio fue DE LOS DIEZ, (1892) así como el prestigioso INFORME SOBRE LA CONFERENCIA DE MADISON SOBRE HISTORIA, ejerció una profunda influencia sobre instituciones y docentes, y su principal objetivo fue indagar concienzudamente acerca del modo en que se enseñaba y aprendía HISTORIA en las escuelas de segunda enseñanza en Norte América, recogiendo para ello no solo las encuestas y comentarios puntuales hechos por los profesores americanos sino también los medulosos Informes sobre el tema redactados por los especialistas enviados a Europa, en especial a Alemania, con ese fin.

Los historiadores provincianos bregaron incesantemente por educar a través de textos escolares “verídicos”, al respecto Hernán Gómez decía que: “…los libros generales de historia argentina fueron escritos desde el punto de vista geográfico-social en que su autor residía, en que actuaba o a cuyo núcleo cultural correspondía. Por eso todos, en términos generales, ofrecen una visión no exacta de la realidad tal cual fue…” (Leoni, 1996 tomado de Gómez H. de las carpetas de este historiador existentes en el AGPC, Carpeta N° 64)

Han servido, indudablemente, para dar ejemplo concreto de una realidad educativa que veía de antaño: “ El conocimiento de la historia de

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la Instrucción Pública en la provincia de Entre Ríos tiene particular interés en la historia de la Instrucción Pública argentina, en el período que precedió a la época de Sarmiento, que comienza prácticamente en 1805, aunque la influencia de los escritos del maestro se dejó de sentir antes de 1852, desde su residencia en Chile (…) es un hecho (…) unánimemente reconocido que Entre Ríos se adelantó a todas las otras provincias, incluso a Buenos Aires, en la época del gobierno de Urquiza, anterior al Pronunciamiento de 1851 (...) Urquiza, ha sido uno de los más grandes propulsores de la educación que ha tenido el país (…) en el segundo período del gobierno de Urquiza, que se inicia con la desfederalización de la provincia en 1860 y termina con la tragedia de abril de 1870 (…) por intermedio de emigrados europeos que buscaron refugio en la provincia, huyendo de las convulsiones del continente en la segunda mitad del siglo o atraídos por la propaganda de colonización, penetraron muchas ideas y orientaciones liberales modernas (…)Urquiza dispensó protección especial a los maestros, ofreciéndoles contratos ventajosos y por último que entre 1852 y 1860 la ciudad de Paraná, capital de la Confederación fue un centro de alta cultura por el volumen intelectual de las personas que formaron la plana mayor de la administración del Estado …” (Salvadores, 1966, pág. 7)

La influencia de estas tradiciones y de las orientaciones ya mencionadas puede advertirse también en que el prestigio de la provincia en este rubro siguió incólumne a pesar de la muerte de Urquiza- Teijeiro Martínez- uno de los tantos extranjeros que conocía el prestigio de la provincia en estos temas- se afincó en Entre Ríos en 1874- y en el formato de las obras mayores, generalmente escritas en postura litigante, actitud que configura la tendencia integral de esta etapa: “…El Doctor López que, en su empeño de denigrar a los caudillos del Litoral no hace justicia a los actos de hidalguía y nobleza de ninguno de ellos, apunta la sospecha de que esa contestación de Ramírez fue quizás acordada con el mismo Gobernador Sarratea , lo que no dice el señor López es en qué dato basa su sospecha que, por otra parte, resulta a todas luces improbable , por el mismo tenor del documento…” (Ruiz Moreno M., 1913, pág. 24) Esta tradición historiográfica se mantuvo latente durante mucho tiempo, conformando uno de los puntales de las historiografías regionales: “…Estanislao López era, por sobre todo y ante todo, caudillo, y, como tal, su figura fue deformada por el juicio de quienes echaron los

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cimientos de la historiografía argentina, y que, cercanos a los tiempos de la pasión o recién salidos de ellos, no comprendieron la misión que los caudillos cumplieron en su hora y en su tierra. Los trazos geniales de Sarmiento y de Vicente Fidel López hicieron circular como moneda de buen cuño una semblanza que no es la exacta acerca de estas recias individualidades que dieron sus bases a nuestro federalismo y forjaron los pactos preexistentes- caminos a la Constitución, los llamó con acierto Ravignani e intuitivamente por su recto sentimiento de patria encarnaron y defendieron las ideas democráticas de Mayo. Por eso algunos de los caudillos provinciales- y en todo momento Estanislao López fueron el brazo armado del ideal de Moreno, que estaba tan lejos y sin embargo tan cerca de ellos…” (Gianello, 1978, pág. 270)15

Al nombrar a Moreno, coincidimos con Natalio Botana cuando afirma que: “….La novedad que desata la revolución, al menos para ellos, (los unitarios), está en otro lugar, en la campaña, en las movilizaciones de Artigas y de los caudillos del litoral y del norte. Formas de poder embrionarias que reproducían en su ámbito limitado una primitiva mezcla de poder feudal y descentralización republicana. Son, si se quiere, expresiones de lo que los filósofos políticos del siglo XVIII llamaron estado de naturaleza, situaciones donde se había quebrado un sistema de seguridad común, (Humboldt en sus viajes por el norte de América del Sur había quedado impresionado por la presencia de estas autoridades civiles y religiosas del imperio español que llegaban hasta los confines de la selva virgen) y la justicia se fragmentaba de manera belicosa…” (Botana & Luna, 1996, págs. 34-35)

En la memoria de los hombres de aquel tiempo estaban frescas aún las impresiones dejadas por las páginas brillantes pero lapidarias con que Sarmiento escribió el Facundo: “…La recreación que hace de Quiroga denota la influencia del historicismo romántico. Facundo es un producto típico de la campaña pastora cuyo hábitat propio es el desierto que desenvuelven en el gaucho las facultades físicas y paraliza las de la inteligencia. Era un tipo de hombre representativo de una realidad geográfica y también de un tiempo histórico (…) Cuando Sarmiento publicó su libro con propósitos de acción inmediata y militante no podía imaginar siquiera el afortunado destino de su testimonio sobre las luchas civiles y la repercusión que tendría en la historiografía nacional.

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No fue suya la culpa de que toda una escuela de historiadores atribuyera a sus apasionados juicios la categoría de dogma histórico y que la veneración de los normalistas los difundiera como cartilla histórica a los niños y jóvenes de la escuela argentina. Historiadores y maestros desoyeron su franca advertencia contenida en la carta-Prólogo a la edición de 1851 (…) correcta valoración crítica de su propio testimonio y conciencia de la imposibilidad de escribir en ese momento nuestra verdadera historia…” (Bazán A. R., 1989, págs. 114-115)

El historiador riojano se pregunta luego porqué, si el Facundo no es una obra histórica, se la ha tomado como tal? reflexionando sobre la importancia de las obras literarias bien escritas, tema que emparenta a todas las de la Generación del ’37, concluyendo en que, además de sus méritos intrínsecos, sus tremendos argumentos tenían un profundo contenido ideológico que se utilizó para consolidar políticamente al grupo triunfante en Pavón. Al respecto Aníbal Ponce destaca: “…Después del triunfo resonante de Facundo, el viaje por Europa, representó para Sarmiento el colmo de la dicha: al cabo de tantos años de lenta asfixia iba a respirar por fin el aire menos enrarecido de países cultos. Un velero, la Enriqueta, lo esperaba ya en Valparaíso. Con alegría de niño se preparó a partir. Al darle a Montt el último abrazo, no dejó de decirle con aquellos desplantes suyos que tan bien le sentaban. Para entrar a París llevo la llave de dos puertas, la recomendación oficial del Gobierno chileno y el Facundo. Tengo fe en este libro…” (Ponce, 1938, pág. 94)

De que su enorme dosis de fe no estaba errada dan prueba numerosos artículos y ensayos escritos antes y después de su muerte, que destacan en esa obra y en Recuerdos de Provincia caracteres que inmortalizan al autor y a las mismas: “…a Sarmiento le tocó actuar en la época en que su país pasaba por el génesis de la democracia y era tan sacudido por los acontecimientos, como lo era la tierra, según la Biblia, en los primeros días de la humanidad…Sarmiento, comprendió que la salvación estaba en la cultura y no perdonó medio alguno para llegar hasta ella. Opuso la escuela a la montonera, el maestro al caudillo y exigió a todo y a todos la enseñanza fructífera, la siembra de ideas que él no escatimaba. Por eso Sarmiento no creyó nunca en la bondad del arte puro. Tanto le urgía construir que jamás quiso perder el tiempo en fantaseos más o menos

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hermosos. (…)Y si Facundo y Recuerdos de Provincia son dos de las más preciadas joyas de la literatura americana, es porque él, inconscientemente, puso tanto ardor, tanta sinceridad, tanta grandeza en ellos, que transformó esas páginas de combate en lo que menos soñó quizás- en dos obras de arte cuya belleza está por encima de toda mira política y de toda intención batalladora. Sarmiento no pensó escribir dos libros que bien pueden servir de modelo para la novela netamente americana, al redactar sus dos obras inmortales. Fueron páginas de acusación y de defensa, no lo guió un alto ideal estético, sino una mira política y social. Pero la belleza le jugó una buena pasada y he aquí que no los leemos como deben haberlos leído los hombres de la época, con sarcasmo o con odio, sino que nos seducen su colorido y su vivacidad, en una palabra, su línea artística, cosa que tal vez llenaría de asombro a su mismo autor, si pudiera asistir al proceso de su gloria…” (de Ibarburu, 1992 [1928], págs. 19-20)

La prolongada influencia de la obra sarmientina en su tiempo, solo comenzó a debilitase cuando David Peña, en 1906, con la solidez argumentativa de la documentación utilizada, desmiente a Sarmiento. Facundo Quiroga comenzó a emerger así de su ostracismo historiográfico: “…En 1903 dictó (David Peña) un famoso curso sobre Facundo Quiroga, en la Facultad de Filosofía y Letras, compuesto de quince conferencias en torno a la rehabilitación del caudillo riojano, refutando a Sarmiento. Desde esa tribuna defendió el libre examen de los documentos y proclamó la revisión de conceptos históricos. Dichas conferencias fueron publicadas en 1906 bajo el título Juan Facundo Quiroga. Contribución al estudio de los caudillos argentinos, obra de más valor literario que histórico que abrió la brecha por donde los nuevos a rever, el examen benedictino de los papeles amarillos…. Una Guía Bibliográfica sobre el tema, confeccionada por el mismo Peña, completó posteriormente, en forma erudita, la obra mencionada…” (Pompert de Valenzuela, 1991, pág. 116, tomado de Amadeo O., 1929, pág. 220)

Rómulo Carbia aplaudió la exégesis concretada por Peña, afirmando además que el riojano sería el único de los caudillos destinado a permanecer en la memoria histórica de los argentinos, pero indudablemente existen otras ponderaciones, más cercanas a las

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realidades intrínsecas de las regiones, dignas de ser tenidas en cuenta: “La madurez del juicio histórico nos hace desechar la falsa aunque inteligente imagen acuñada por el sanjuanino. La ciencia histórica está capacitada para dar respuestas más auténticas y ecuánimes sobre los hombres y hechos del pasado. Con esta controvertida cuestión ha sucedido un fenómeno que es propio de todos los pueblos. Cada etapa cultural exige explicaciones adecuadas con su desarrollo intelectual. El mito, la leyenda, la poesía épica, son las formas rudimentarias de la comprensión histórica. Ellas tienen validez hasta que llega un Hecateo de Mileto- como ocurrió en Grecia- y con audacia crítica pone en tela de juicio esas explicaciones ingenuas y decide formular otras más convincentes para el sentido crítico de inteligencias adultas. Claro que siempre habrá gente que prefiera las respuestas de la leyenda épica a las de la historia. Esto es inevitable…” (Ibídem, pág. 117)

Peña había sugerido a Ruiz Moreno que analizara la trayectoria de Quiroga, para que observara que sus opiniones sobre organización y progreso no estaban tan distantes de las de Urquiza, considerando que sería provechoso ese encuentro con las fuentes riojanas para relacionarlo con los temas de sus obras, desconocemos si éste se produjo. Este autor consultó en numerosas ocasiones la opinión autorizada de Ruiz Moreno, con quien mantuvo una sólida amistad consagrada por el respeto y la admiración a su antiguo profesor. Ambos integraron numerosas comisiones y entidades de neto corte cultural-histórico hasta bien entrada la segunda década del siglo XX, nexo que se mantuvo con los hijos de Ruiz Moreno.

La notable persistencia de la influencia sarmientina a través del Facundo es visible no solo en el plano de la política y lo social, sino en otros varios aspectos, un texto de composición literaria del año 1902 contiene dieciséis trozos selectos tomados de obras de Sarmiento, en su mayoría del Facundo, sobrepasando en cantidad y espacio a los historiadores Domínguez, López, V.G. Quesada, Funes, Mitre, Prescot, Robertson, y entremezclados con aportes de F. Varela, Goyena, Lastarria, M. Sastre, Estrada, Avellaneda, J.M. Gutiérrez y otros autores extranjeros de nota, incluídos los clásicos, y fue de uso común en las escuelas argentinas.

La cadena de formación de la conciencia histórica se apoyaba eficazmente en ellas, cuyos programas: “...deben incluir una buena

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proporción de historia entre los estudios obligatorios y facultativos (…) reivindicando a la Historia, poniendo de relieve el valor de su estudio y señalando el lugar que le debe corresponder en los programas de enseñanza...” (Certaux E., 1904, pág. 7-8)

Las instrucciones pertinentes, redactadas a partir de informes y circulares enviados por los principales establecimientos educativos de una amplia región estadounidense, constituyen una rica fuente a relevar para conocer en profundidad las implicancias de los métodos, estrategias y programas adoptados en el país siguiendo la clásica tradición sarmientina y los esquemas imperantes en el país del Norte- En las bibliotecas históricas de nuestros colegios nacionales y escuelas normales figuran como obras de permanente consulta de profesores y maestros de dichos establecimientos, traducidas por orden del Gobierno Nacional y distribuidas gratuitamente.

Teijeiro Martínez, quien se traslada a Entre Ríos en plena etapa de las rebeliones jordanistas, fue, junto con sus colegas docentes de Concepción del Uruguay, un gran admirador de Sarmiento, por entonces presidente de la Nación y ya reconocido universalmente: “Domingo Faustino Sarmiento reunió en su persona la condición del escritor y del político- y en ambas no pasó desapercibido, fue presidente de la República Argentina y autor de un centenar de obras. Buena parte de la vigencia extraordinaria de su fama se debe a la minuciosa descripción que realizó de la lucha entre la civilización y la barbarie como rasgos definidos de una república hispánica. Es esta misma tesis y sus derivados la que lo ha mantenido en el epicentro de la polémica (…) Sarmiento quiso construir con el pensamiento y con la acción un futuro de progreso y de decencia para su país.” (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes 2011)

Indudablemente Martínez ya conocía los textos sarmientinos cuando llega al país, recordemos la rápida y amplia proyección del FACUNDO en ámbitos europeos, el más conocido y famoso de sus escritos, pero no el único, además de tener el privilegio de observar al personaje en acción en la misma tierra entrerriana: “…Pocos autores han trazado su propia semblanza con la eficacia y la claridad de Domingo Faustino Sarmiento. Impelido por las circunstancias, fueran éstas la necesidad de defensa o la de mostrar una realidad dinámica y, por ello, indisolublemente unida a un

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punto de vista, Sarmiento logró con creces perpetuarse en sus textos más allá de los límites de su propia existencia y representar, en animado cuadro, la época en que le tocó vivir. Y no lo hizo- de ahí el valor de su testimonio- como un mero espectador que contempla el panorama y lo traduce en elaboradas teorías o lo transforma a través de piruetas estéticas, sino como un sujeto involucrado en los hechos narrados, empeñado en conseguir un lenguaje transparente que fuera cauce de sus potentes ideas. Sarmiento vivió, de ahí parte, quizá, la extraordinaria fuerza con que retrató su siglo. No hay privilegios de cuna o de casta y eso dota de interesantes características su pensamiento político y su estilo literario. Escribió con la mera prepotencia del convencido, sin las ínfulas de las elites intelectuales, con la grandeza del que, narrando desde sí mismo, pensaba en la colectividad. Indudablemente utilizó la escritura para darse a conocer, fue su medio de labrarse un prestigio que defendió con ardor toda su vida, pero, además, el texto fue el espacio donde pudo describir el presente y proyectar el futuro. La carta, la biografía, la autobiografía, la crónica, el libro de viajes, el ensayo político, la polémica, fueron los tipos discursivos que se avenían a sus propósitos públicos donde el fin perseguido era transformar la realidad (…) se proyecta en sus escritos como un autor sólido, persistente en sus ideas centrales a lo largo de cuarenta años de publicaciones, capaz de generar un esquema de interpretación de la realidad americana, basado en el enfrentamiento entre las fuerzas de la civilización y las de la barbarie, mientras va dejando en cada una de sus obras, las pruebas de experiencia en las que se basa. Fue, entonces, un curioso pragmático, vehemente, apasionado, persuadido, que reflexionó, actuó y en la medida de sus posibilidades, materializó posibilidades de futuro. La disensión con sus planteamientos podrá ser, claro, de índole ideológica, pero difícilmente podrá mermar el realismo de su obra la abierta fractura entre su obra y el devenir histórico de la nación argentina…Para Sarmiento el ideal fue creer, creer en las posibilidades de la instauración de la convivencia democrática en Argentina…” (Ibídem)

En esa atmósfera de guerra civil y de resonantes proclamas y discursos sarmientinos, con la presencia misma del Presidente en el terreno de la lucha, inaugurando, orgullosamente, un tramo ferroviario con el cual demostraba la fuerza de sus ideas y la vigencia de las mismas, inicia Martínez su trayectoria como publicista, cronista y educador, de

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inmediato, recibió elogiosos comentarios a sus obras, provenientes de las más encumbradas esferas académicas. “…El Sr. Benigno T. Martínez, ventajosamente conocido como literato en el Río de la Plata, acaba de publicar un nuevo libro, con que viene a enriquecer la literatura nacional, sirviendo a la vez a un propósito útil. Su título es Curso Elemental de Historia Argentina. Está arreglado para el uso de los Colegios Nacionales y Escuelas Normales, a fin de servir de texto a niños de doce años en el primer año del curso de la materia de que trata. Está además enriquecido con notas críticas y de interés para profesores y alumnos. El señor Martínez, historiador y profesor a la vez, estaba bien preparado para escribir un libro de este género con elementos nuevos y criterio seguro. Su plan y su método es comprensivo y bien calculado para el fin de enseñanza que se ha propuesto su autor. Por vía de introducción necesaria, trae un capítulo sobre los antecedentes del país de que trata de 985 a 1492. Las cuatro secciones en que se divide el libro, son las siguientes: 1ª Descubrimiento-2º-Conquista y población- 3º Gobierno colonial-4º Virreinato. Un resumen general con que finaliza, resume y compendia las cinco partes anteriores, dando la síntesis del libro, además de presentar en un cuadro toda la historia. Es un libro bien hecho, útil y aún necesario para la enseñanza.” (Mitre, 1885)

Se aprecia en el mismo el carácter didáctico en que está estructurada, con una verdadera periodización que va marcando las etapas claramente, en lo que consideramos un avance más de la obra dada la época: el orden temático. Este detalle lo emparenta con la producción historiográfica de Manuel Cervera, santafesino de bien ganado prestigio, que organizó siempre sus escritos de manera periodizada, inserto en la cambiante problemática de su tiempo: “…En la Argentina de 1890 se evidenciaba un especial interés por la Historia y la ciencia social, pero con una amplia diversidad de lecturas sobre la propia realidad: el pasado hispánico como base del nuevo país, el Estado moderno de la inmigración y por último, la cuestión social impuesta por las consecuencias que la situación obrera provocaba entre grupos de anarquistas, socialistas y sindicales. Estos temas tenían un elemento común: las discusiones sobre la categoría raza…” (Suarez, 2009, pág. 181)

Entre Ríos no tuvo, como Santa Fe, largos y trabajosos conflictos con el indígena, salvo la conocida matanza en el cerro que domina la ciudad de

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Victoria, y que precisamente por su magnitud dio lugar al nombre con que también se conoce a la población, Martínez describe prolijamente este suceso, enmarcándolo en la etapa de ocaso de la potencialidad indígena.

“Se ha dicho muchas veces que la historia de nuestras ideas políticas es la historia del divorcio entre esas ideas y la realidad efectiva del país. Concebidas para otras sociedades y adoptadas por minorías ilustradas que no querían pensar de acuerdo con la experiencia, sino con las luces del siglo, tales ideas, y las constituciones que se inspiraban en ellas estaban reñidas con las costumbres del país, digamos, para ser justos, que la existencia del desacuerdo entre doctrinas y hechos no resultaba algo desconocido por esas elites. Acaso la tesis de esa desconexión no fue el punto de partida declarado de los jóvenes ideólogos de 1837?. Aprendieron de Tocqueville, además, que la ley era importante, pero que las costumbres- lo que hoy llamaríamos cultura política- eran más importantes que la ley. Cómo ligar, entonces, el progreso, que era europeo, con las costumbres, que eran americanas? Pasada ya la edad juvenil, los más eminentes de aquella generación, Alberdi y Sarmiento, se aplicarían a pensar en los medios para constituir la nación. Es decir, los medios eficaces para producir otras costumbres……La acción de un caudillo, un hecho de la naturaleza americana, posibilitará, después de Caseros que las ideas y los programas escritos comenzaran a ponerse en práctica….” (Altamirano, 2010, pág. 14)

Retornando a los comentarios recibidos por la obra que venimos analizando,, viniendo de una página prestigiosa como La Nación, éste proyectaba luz sobre las calidades del autor, sus aptitudes docentes, reflejando además el concepto aún vigente de mencionar a la labor historiográfica dentro del campo literario, del que Martínez era prolífico autor. En 1884 recibió medalla de oro en el Certamen Literario del Uruguay por su trabajo Memoria Histórica sobre la conquista y fundación de los pueblos de Entre-Ríos. El veredicto con el cual el jurado adjudicó el premio dice en su parte sustancial: “…Es un trabajo de alto criterio, de investigación, de análisis, de erudición, escrito en un estilo apropiado y que contiene páginas elocuentes…”17

Con anterioridad, la voz autorizada de Ernesto Quesada desde las páginas de La Nueva Revista de Buenos Aires reputaba a su historia de

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Entre-Ríos como la única verdadera alabando la capacidad de trabajo del escritor: “….El Sr. Benigno T. Martínez, ilustrado profesor del Colegio Nacional del Uruguay, acaba de publicar el primer tomo de una verdadera Historia de Entre Ríos, cuya lectura causa completa satisfacción. Los que del movimiento intelectual argentino se ocupan, conocen ya de larga data al autor de este libro. Desde 1870 hasta la fecha ha publicado no menos de 15 libros o folletos, teniendo inéditos tres. Su Compendio de Historia Argentina (1879) es bastante apreciado por las notas críticas que allí se encuentran, su interesante publicación La Argentina (1857/1859) en que estudiaba detenidamente las producciones de los poetas contemporáneos en ambas márgenes del Plata, es apreciadísima entre los entendidos. El Sr. Martínez no es pues un desconocido en la brillante pléyade de escritores argentinos, sus numerosos trabajos anteriores son una garantía segura del éxito de sus libros siguientes…” (Quesada, 1881, págs. 705-13)

Martínez era profundo conocedor de los trabajos de los Quesada, y en casi todas sus obras aparecen citas y menciones a los mismos, recomendando la lectura, por ejemplo, del trabajo de Vicente G. Quesada sobre la fundación de Corrientes aparecido en la Revista del Paraná, entregas 1 a 8. Se aproxima a Cervera en cuanto intenta representar con fidelidad todo lo que escribe, es a la vez, memorialista y científico, y se distancia de Manuel V. Figuerero por cuanto no fue, como aquel, un “cronista”, clara muestra de los vaivenes por los que atravesaba la escritura de la historia en ese tiempo. EN 1927, y editado por Julio Dávila Díaz se publicó en la Coruña, España, un estudio titulado “ Benigno T. Martínez, su vida y su obra”, en el cual aparecen mencionados en detalle y con sus características esenciales todos los escritos de nuestro historiador, que aquí insertamos:

1873- Impresiones de un viaje en la Campaña Oriental. Publicación en LA REPUBLICA- Montevideo.

--------- Un Paraíso Americano. (Viaje a la América Septentrional) Publicado en el mismo diario y nuevamente, en 1880, en EL ORDEN, de Concepción del Uruguay.

1874- La Africana. Leyenda Histórica. Publicada en el folletín de LA DEMOCRACIA, de la Asunción del Paraguay.

-----------Independencia y Tirania o el Doctor Francia. Drama histórico en tres actos y un epílogo, en prosa y verso. Asunción del Paraguay. 125 páginas en 8°.

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1875- Reseña Histórica y Estadística de Entre Ríos. Folleto, 47 páginas, Buenos Aires.

1876- Un Naufragio. Relato histórico del acaecido a la corbeta GUADALUPE 4, en las islas de Cabo Verde, Concepción del Uruguay, 26 páginas más XXIV de apéndice en 16/8°

1901- Segunda edición, reservada, 45 páginas, Concepción del Uruguay. 1910- 3° edición, también reservada, 33 páginas, Concepción del Uruguay. 1877- La Argentina. Ensayos Literarios sobre vates contemporáneos de ambas

márgenes del Plata. Concepción del Uruguay. 185 páginas en folio a dos columnas.Contiene estudios sobre los poetas Florencio G. Balcarce, Adolfo Berro, Carlos Guido y Spano, Alejandro Magariños Cervantes, Heraclio S. Fajardo, Ricardo Gutiérrez, Juan María Gutiérrez, José Rivera Indarte, Gervasio Méndez, Adolfo Lamarque, Jorge Mitre, Josefa Pelliza de Sagasta, Martín Coronado y Esteban Echeverría-Se continuó en 1878- Páginas 186 a 236, con estudios sobre el mismo Echeverría, Melchor Pacheco y Obes, Silvia Fernández, José Pedro Varela y Fermín Ferrerira y Artigas.

----------Estudio Literario sobre los colaboradores entrerrianos en la ONDINA DEL PLATA- De Montevideo a la Asunción del Paraguay.

----------Semblanzas Literarias. Publicaciones de LA REVISTA DE BUENOS AIRES.

1877- Apuntes Históricos sobre el Uruguay. Colaboración en LA VOZ DEL PUEBLO de Concepción del Uruguay.

1878- Descripción Física de la Provincia de Entre Ríos. Comprendida en el tomo II del Boletín del Departamento Nacional de Agricultura de Buenos Aires.

-------- Un Genio Americano. Discurso pronunciado con motivo del centenario del General José de San Martín. Publicado en folletín, 11 páginas, Concepción del Uruguay.

--------- Poesías Uruguayas- (Juicio Crítico) Con motivo de la aparición de la obra PAGINAS URUGUAYAS de D. Alejandro Magariños Cervantes, Montevideo. Publicado en LA ASPIRACION.

-------- Semblanzas Literarias. Víctor Hugo, (traducción de francés). -------- Las Ediciones Inglesas de OS LUSIADAS. (Traducido del portugués).

Trabajos publicados en LA ONDINA DEL PLATA de Buenos Aires. 1879- Compendio de la Historia Argentina, desde el descubrimiento del Nuevo

Mundo hasta nuestros días. Con notas eruditas, críticas y de interés para los preceptores y alumnos. Aprobado por el departamento de Educación de la provincia de Entre Ríos para uso de sus escuelas. Buenos Aires, 140 páginas en 8.°.

1880- Apuntes Históricos sobre la provincia de Entre Ríos. El tomo 1° de 228 páginas mas V en 4.° y un mapa. Abarca el período 1516 a 1810. Los primeros capítulos están consagrados a los monumentos americanos de la época pre-colombina y al estudio de la etnografía del Río de la Plata en general y de Entre Ríos en particular, la segunda parte se contrae a la geografía y estadística, ilustrándola con un mapa en colores, y en la tercera, entra en el terreno de la historia general y particular desde el descubrimiento y fundación de los pueblos de Entre Ríos- En 1881 se publicó el tomo 2° de 154 páginas, abarca el período 1810 a 1820, la época de los caudillos del litoral.

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-------- Monteagudo- Polémica histórica con el Doctor Adolfo P. Carranza en El Siglo, de Buenos Aires. Reproducida en LA ACTUALIDAD, de Concepción del Uruguay.

---------Monteagudo. Su vida y sus escritos, por Mariano A. Pelliza. Extenso juicio crítico publicado en EL INVESTIGADOR, de Buenos Aires y en LA ACTUALIDAD, de Concepción del Uruguay.

1880- Inmigración, Instrucción Pública, Estadística, Catastro, Vías de Comunicación, etc, de Entre Ríos, publicado en EL ORDEN, de Concepción del Uruguay.

1881- Emilio Onrubia como poeta. Bernardo Monteagudo, estudio crítico. Cuadros Sociales. Publicaciones en EL HOGAR ENTRERRIANO, de Concepción del Uruguay.

1882- El Paraguay- Memoria Descriptiva bajo el punto de vista Industrial y Comercial en relación con los países del Plata. Premiada con medalla de bronce en la Exposición Universal de Amberes. Publicada en Buenos Aires, 76 páginas en 4.°.

--------Trabajo Político, estadístico y económico, dividido en dos partes. La primera se ocupa de la situación, límites, aspecto físico, geográfico, clima, hidrografía, vías de comunicación, población, productos, etc. Y la segunda, examina la organización administrativa, analiza el presupuesto y hace consideraciones generales sobre la situación político-administrativa transcribiendo el mensaje del Presidente, General Caballero, al abrir el Congreso en abril de 1881.

--------- El Explorador-Lista. Estudio geográfico-arqueológico, publicado en LA ACTUALIDAD de Concepción del Uruguay.

---------- Washington Pedro Bermúdez. Estudio biográfico, publicado en THE HIGH LIFE, de Buenos Aires.

--------- Entre Ríos. Memoria Descriptiva de la Provincia desde el punto de vista agrícola, comercial e industrial, con motivo de la Exposición Continental de Buenos Aires y publicada por el Congreso Nacional.

---------- El Ciudadano Francisco de la Fuente Ruiz- Boceto. 35 páginas en 8.° Concepción del Uruguay. El Doctor de la Fuente Ruiz, abogado español, naturalizado en la Argentina, ha sido un distinguido periodista y diputado por la provincia de Buenos Aires.

1883- Estado Social y político de Europa al finalizar el siglo XV- Estudio que obtuvo el “accésit” de los Juegos Florales celebrados en Rosario de Santa Fe en 1883, 8 páginas en 8.° en el Album.

--------- La Delfina de Ramírez. (Leyenda histórica entrerriana)- Publicada en el folletín de EL URUGUAY en Concepción del Uruguay y reproducida en 1919, en folletín en EL DIARIO, de Paraná.

----------- Rasgos Biográficos de Francisco F. Fernández. Publicados en EL AUTONOMISTA, de Concepción del Uruguay.

----------- Reminiscencia Histórica a propósito de la cuestión CAPITAL de la provincia de Entre Ríos. Mil ejemplares de 47 páginas en 4.°. Edición costeada por la Comisión defensora de los intereses de Concepción del Uruguay.

1884- Misión civilizadora de los españoles en la conquista de América. Memoria presentada en los Juegos Florales verificados por el Centro Gallego de Buenos Aires, en 1884. Publicado en el Album de la Comisión, 39 páginas en 8.°.

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--------- Memoria acerca de la “conquista y fundación de los pueblos de Entre Ríos”. Edición de Nueva Revista de Buenos Aires, 37 páginas en 8.°.

---------- La Revolución de los 33 orientales- Estudio crítico-histórico publicado en la Revista de la Universidad de Montevideo, con notas del doctor J.A. Berra.

----------- El lirismo brasilero por José Antonio de Freytas. Primer libro de una obra de gran aliento que bajo el título de “Estudios críticos sobre a literatura do Brazil” se comenzó a publicar en 1877.

-------- Traducción al castellano, copiosamente anotada, publicada por Nueva Revista de Buenos Aires, 66 páginas en 4.°.

1885- El General Francisco Ramírez en la Historia de Entre Ríos. Publicado por “Nueva Revista” de Buenos Aires- 61 páginas en 4.°.

------- Curso Elemental de Historia Argentina- Primer curso arreglado para uso de los Colegios Nacionales y Escuelas Normales, con notas críticas y de interés para profesores y alumnos. Abarca este compendio el programa de primer año de estudios secundarios, dividido en cuatro secciones: 1-Descubrimiento. II- Conquista y población- III- Gobierno Colonial, y IV- El Virreynato hasta la segunda invasión inglesa.

Primera edición, Concepción del Uruguay, 1885, (apareció a fines de 1884), 118 páginas en 8.° Segunda Edición, Buenos Aires, 1885, 137 páginas. Tercera edición. Buenos Aires, 1886, 140 páginas. Cuarta edición, corregida, París, 1888.

La novena edición editada en Buenos Aires, aprobada por el Concejo de Educación de la capital y de la Provincia de Buenos Aires, lleva la fecha de 1898.

1885- Curso Elemental de Historia Argentina. Segundo Curso- Buenos Aires, 159 páginas en 8.° Comprende el programa de segundo año de estudios preparatorios dividido en cuatro secciones: la independencia, la anarquía, la dictadura y la reorganización Constitucional. Abarca desde 1808 hasta 1890, más un extracto general de los acontecimientos narrados y tres apéndices. Himno nacional, Acta de loa Independencia y un resumen cronológico, desde 1492 hasta 1884.

---------- Introducción al Curso de Historia Argentina- Concepción del Uruguay, 27 páginas en 8.°. Escrita para sus alumnos en esta materia.

---------- Nociones de Historia Argentina, extractadas del resumen general del Curso de Historia Argentina- Aprobado por el Concejo General de Educación de la provincia de Buenos Aires- Texto arreglado al programa oficial para los grados 3°, 4° y 5° de las Escuelas Comunes.

Primera Edición, Buenos Aires, 112 páginas en 8.°. la segunda en 1886, 113 páginas- La tercera en 1887, también 113 páginas y continúa hasta la 16° en 1898. Existe en la biblioteca del autor un ejemplar corregido en 1914.

---------- Pro Galicia- Articulos histórico-biográficos, publicados en LA PRENSA ESPAÑOLA, de Buenos Aires, con el seudónimo de Santiago de Mera.

1885- Estudio Bibliográfico a propósito de la obra “La Ciencia Española” de Menéndez y Pelayo. Publicado en Concepción del Uruguay.

--------- Estudio Etnográfico y Etnológico sobre Entre Ríos. Publicado en el “Almanaque Popular de la Librería del Colegio, de M. A. Piñón”

--------- Geografía Antigua, según el plan de Mr. Letronne, arreglada teniendo a la vista las obras de Malte Brum, Cortambert, Dufour, García

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Ruiz,Duvotenay, Bustamante, etc, para suplir esta parte del nuevo plan de estudios de los Colegios Nacionales de la República Argentina. Primera edición en 1887, 60 páginas en 8.°.

1886- Lecciones de geografía arregladas al programa oficial para las escuelas comunes, con una carta prólogo del Dr. D. Francisco A. Berra. Buenos Aires, 267 páginas en 8.°. es un curso completo de geografía dividido en cinco partes que corresponden a los cinco primeros grados en que se halla dividida la enseñanza en las escuelas comunes y de acuerdo con el plan que en la carta prólogo indica el ilustre educacionista Dr. Berra. De esa obra, en un volumen de VIII más 93 páginas, publicó en el mismo año lo que se refiere al “cuarto grado”.

--------- Lecciones de Geografía argentina arregladas para el grado superior de las Escuelas Comunes, Escuelas Normales y Colegios Nacionales. Buenos Aires, 120 páginas en 8.°. es una ampliación de la obra antes mencionada en lo referente a la República Argentina. En 1888 se hizo la segunda edición-

---------- Diccionario Biográfico Bibliográfico de escritores Antiguos y Modernos nacidos en los países del habla castellana, escrito en vista de las fuentes más autorizadas, extractado y traducido de los diccionarios, revistas, periódicos, catálogos y otras obras biográficas y bibliográficas publicadas en Europa y en América. Introducción- 100 páginas en 4.° a dos columnas.

No se publicó más que la Introducción que se divide en cuatro partes: la primera trata de la exposición del plan del diccionario, la segunda se ocupa de las fuentes biográficas y bibliográficas, la tercera comprende el indicador bibliográfico del tomo primero, letra A, y la cuarta, encierra los nombres de los autores cuyas biografías contiene dicho tomo, divididos en dos categorías: españoles y americanos.

Los materiales preparados llegan hasta la letra M. 1886- Estudio sobre los poetas entrerrianos: Gervasio Méndez, Olegario V.

Andrade, Agustín Andrade, Josefina Pelliza de Sagasta y Francisco Ferreira, y un cuadro de Poetas del siglo XIX del habla castellana. Publicado en el Almanaque Popular Entrerriano. Concepción del Uruguay, año II.

--------- Colón, Columbo, Columbus, etc. Publicado en La Razón de Buenos Aires y reproducido en La Prensa Española.

--------- Apuntes para un Diccionario de americanismos e indigenismos, publicado en la Revista Nacional, letra A, 22 páginas en 4°.

---------- Esther- Leyenda romántica contemporánea por Santiago de Mera. 102 páginas en 16°. Concepción del Uruguay.

1887- 1888- 1889- 1890- El Investigador- Ciencias, Artes y letras. Concepción del Uruguay. Revista mensual tamaño 20x20 centímetros, de 24 páginas a dos columnas. Fue su fundador y director.

Esta publicación forma tres volúmenes de 376, 350, 250 y 192 páginas en las que se insertan 56 artículos históricos, biográficos y críticos de su director que ocupan 316 páginas sobre el total de 818, contando las 101 del Archivo Histórico de la Provincia publicadas en forma de libro. Títulos de algunos de esos trabajos: “Bartolomé Mitre”, estudio bio-bibliográfico, “Onésimo Leguizamón”, necrología, “Vicente Yáñez Pinzón por E. Colombo”, traducido del italiano, “Cartografía Entre-Riana- Cartas abiertas al Dr. Cresto”, “Domingo F. Sarmiento”

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necrología, “Quelques mots sur l?Instruction publique et privée dans la Republique Argentine por José B. Zubiaur” juicio sobre este folleto. Biografías de Bartolomé Mitre, Onésimo Leguizamón, Domingo F. Sarmiento, Carlos de Alvear, José María Torres, Francisco A. Berra, José Posse, Wenceslao Escalante, Manuel T. Mantilla, Carlos M. de Pena y José Pedro Varela. “El Centenario de Alvear”, “El Uruguay”, “Cartas abiertas al Dr. Gilbert”, “El origen de los americanos, por Nadaillac, traducido del francés, “Cancionero dos ciganos, por el Dr. Mello Moraes”, juicio sobre este libro, “Nenna, por Abul Bage”, juicio crítico sobre esta novela, Homónimos literarios, “El Colegio Nacional del Uruguay, “Biografías cordobesas”, “Catecismo colombiano”, “A propósito del General Ramírez”, y con el sinónimo de Santiago de Mera, algunos capítulos de la novela de costumbres gallegas titulada “Rivereñas”.

1888- Nociones Generales de Geografía y en particular de la República Argentina. Concepción del Uruguay, 164 páginas en 12°.

------ Lecciones de Geometría Práctica- con 193 figuras intercaladas en el texto. París, 64 páginas en 12°.

En 1895 se publicó en Buenos Aires la 2° edición, mejorada, con el título “Geometría Elemental”, obra didáctica arreglada al programa oficial.

-------- Loca¡ capítulo de novela publicado en el Almanaque Peuser, dirigido por Enrique Ortega.

-------- Estudio bio-bibliográfico de la provincia de Córdoba, para el censo de la misma como miembro corredactor del “Censo Stiller y Laas”.

1889- “Lecciones de aritmética para las escuelas elementales y de aplicación de las Normales. Obra arreglada al programa oficial, dividida en dos partes. Buenos Aires, 94 páginas en 12°.

-------- Guía General de Educación Secundaria y Normal. Repertorio alfabético de legislación escolar de la República Argentina desde la época colonial. Consta de cuatro capítulos:

I- Noticia histórica acerca de la enseñanza. II- Objeto y tendencias de la enseñanza. III- Régimen de la disciplina. IV- Deficiencias reglamentarias Además, Guía General y un Indice Analítico- Concepción del Uruguay, 334

páginas en 8° 1889- El General Don Lucio Mansilla. Primer Gobernador de Entre Ríos por el

Deán Alvarez. Crítica Histórica publicada en El Uruguay. 1890- Anología Argentina. Buenos Aires. 2 volúmenes. El tomo 1° 467 páginas en 8°. Prosa. Contiene trozos seleccionados del

género histórico, precedidos de una noticia biográfica de Agüero, Allende, Alvarez de Arenales, Domínguez, Echeverría, Estrada, Funes, García, Gómez, Gorriti, Guido (T), Guido (F:T:), Gutiérrez (Juan y José María), Irigoyen, Lacasa, Leguizamón (O), López y Planes, López (VF), Mitre, Rivera Indarte, Sarmiento, Trelles, Varela (F), Vélez Sarsfield y Zubiría (F).

El tomo 2° 338 páginas en 8°- Verso. Apareció en 1891. Contiene poesías patrióticas y notas biográficas de Andrade, Balcarce, Cantilo, Cruz Varela, Cuenca, Chassaing, Del Campo, Domínguez, Echeverría, Godoy, Guido Spano, Gutiérrez (Juan María y Ricardo), Huergo,

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Lafinur, López y Planes, Luca y Patrón, Mármol, Mitre, Molina, Rivera Indarte y Varela.

-------- Archivo Histórico de la Provincia de Entre Ríos. Desde la época colonial hasta nuestros días. Tomo I- ( 1608-1810) 101 páginas en 8°.

--------- Rasgos biográficos del diputado nacional Doctor Gilbert a propósito de su libro “Discursos en el parlamento argentino”. Publicación en El Republicano de Concepción del Uruguay.

--------- Alberto Ugarteche y Aparicio. Artículos necrológicos publicados en la “Corona Fúnebre” y “El Republicano”

-------- A propósito del anarquismo en el litoral y Pancho Ramírez, por D. Vicente F. López. Crítica histórica publicada en el Diario “Sud América, de Buenos Aires.

1891- Discurso histórico conmemorando el 42° aniversario de la fundación del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. 22 páginas en 8°.

-------- El Padre Perfecto. Novela corta publicada en El Correo Español, de Buenos Aires.

-------- Rasgos biográficos del Doctor Lucas Arrayagaray. Ministro y Diputado Nacional. Publicado en El Litoral, de Concepción del Uruguay.

1891- Rasgos biográficos del Diputado Nacional Doctor Osvaldo Magnasco, publicado en El Republicano, de Concepción del Uruguay.

1892- Geografía Histórica de la República Argentina- Primera parte. 1492-1810- 64 páginas en folio, con 39 mapas, 5 facsímiles y 19 viñetas.

-------- Cristóbal Colón- Estudio histórico-crítico. Número único del 12 de octubre, costeado por la Comisión Popular del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, bajo su dirección, 4 páginas, gran folio.

-------- Discurso en el acto de entrega de diplomas a las maestras en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay en el mes de mayo. 28 páginas en 16 °.

-------- El 1° de Mayo de 1851. Número especial de El Republicano conmemorando el 41 aniversario de esta efemérides.

1893- El Uruguay y su Departamento. Monografía histórica y estadística. Número especial de El Radical de Concepción del Uruguay.

-------- Entre Ríos- Capítulo histórico escrito como corredactor de la obra de este título, destinada por el Gobierno de la provincia de Entre Ríos para la Exposición Universal de Chicago. 107 páginas en 8°.

1893 y 1894- El Condado de Santa María. Estudio histórico-crítico sobre esta comarca de Galicia, publicado en El Eco de Galicia de Buenos Aires, en siete capítulos.

1894- La Fraternidad- Sociedad Educacionista- Retrospecto histórico y estadístico desde su fundación hasta nuestros días. (1876-1894), Publicado en número especial de El Radical.

1896- Santa Marta de Ortigueira. Dos capítulos históricos publicados en El Eco de Galicia de Buenos Aires.

-------- La Armada de Santa Marta. Del libro inédito “Rivereñas”, rememorando recuerdos de algunos hombres de la villa de Santa Marta de Ortigueira. Dos artículos publicados en El Eco de Galicia.

1897- La Región Ortiguense y Mr. Dogson, artículo histórico, también publicado en El Eco de Galicia.

1898- Etnografía del Río de la Plata. A propósito del mapa etnográfico del Sr. Samuel Lafonne Quevedo “Los Charrúas”. Publicación en La Revista Nacional de Buenos Aires, tomo XXV.

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1899- Etnografía del Río de la Plata. Discurso pronunciado en el Congreso Científico Latinoamericano celebrado en buenos Aires en 1898. Publicado en el Boletín del Instituto Geográfico Argentino, tomo XIX. Edición aparte. Concepción del Uruguay, 26 páginas en 8°.

1900- Historia de la provincia de Entre Ríos. Con profusión de notas e ilustraciones. Escrita y documentada según las mejores fuentes.

Tomo I- 649 páginas en 8°. Buenos Aires. Primer período (1516-1810) La Colonia y la Revolución de mayo. Segundo período (1811-1821): La revolución interna y la Federación Entre-Riana.

Tomo II- 651 páginas en 8°. publicado en Buenos Aires en 1910. Primera parte del tercer período: La organización provincial. (1828-1846).

Tomo III- XXXV más 436 más VIII páginas, publicado en Rosario de Santa Fe en 1920. Segunda parte del tercer período (1846-1853).

1901- Gallegos ilustres en América desde la Conquista hasta nuestros días. Notas biográficas. Serie I, 96 páginas en 16°, Buenos Aires.

1901- Aurelio Aguirre y su tiempo. Buenos Aires, 36 páginas en 16°. Estudio sobre la época en que actuó este escritor gallego y sobre su obra poética.

------ Etnografía del Río de la Plata- Consideraciones generales. Publicación en el tomo XXXI de la Revista Nacional de Buenos Aires.

------ Los indios Guayanaes. Publicación en el mismo tomo de la citada revista. Ha sido reproducida, traducida al portugués , en la “Revista do Musseu Paulista de San Pablo, Brasil, Vol.IV, año 1902. Edición por separado, páginas 45 a 52.

1902- Prohistoria ortiguense. Capítulo escrito para la obra “Apuntes históricos y descriptivos de la villa y partido judicial de Santa Marta de Ortigueira, por Julio Dávila”.

1902- “Historiadores gallegos- I.P.M. Fray Felipe de la Gándara. Cronista del Siglo XVII- Ensayo crítico histórico y bibliográfico acerca de su tiempo y de sus obras. Buenos Aires, 162 páginas en 4°.

1902 y 1903- Hombres y cosas de Galicia. Crónicas de actualidad gallega, especialmente sobre literatura e historia, publicadas en El Correo Español de Buenos Aires.

1904- Lo de Zúñiga. Novela de carácter histórico gallego publicada “El Eco Ortegano” de Ortigueira en doce números.

1906- Etnografía del Río de la Plata- Indígenas de Santa Fe. Publicación en el Boletín del Instituto Geográfico Argentino. Buenos Aires, tomo XXXII, páginas 7 a 12.

1906- Etnografía Histórica. Vocabulario de las tribus meridionales de América. 116 páginas en 8°.

1907- Vocabulario de tribus o parcialidades de indios del Río de la Plata en la época colonial. Publicación en la Revista Nacional de Buenos Aires.

1913- Biografía del Doctor Martín Ruiz Moreno. (1833-1913). Con motivo de su jubileo en la ciudad de Paraná. Buenos Aires.

------ Evolución histórica de la ciudad de Paraná, desde su fundación, 1730, hasta 1813 en que fue elevada al rango de Villa. Conferencia leída en la Escuela Normal Nacional de Profesores de Paraná. Publicada en el Boletín del Concejo General de Educación de Paraná.

1914- El Centenario de la creación de la provincia de Entre Ríos. Antecedentes históricos publicados en el diario La Acción de Paraná. Artículos sobre

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la hoy ciudad de Victoria, primitivamente denominada Matanza. Folleto, Paraná.

1917- Etnografía del Río de la Plata. Tribus orientales del Río Paraná. Publicación en la Revista de la Universidad de Córdoba. Año IV, N° I. Se publicó, además, un folleto.

1917- El Tavantinsúyu por Arcos. Traducción del francés con notas y vocabulario por el traductor. Publicada en la misma Revista. Año IV N° III y en folleto de 64 páginas en 8°.

1919- Tucumán. Breves reflexiones acerca de este nombre y de la fundación de la ciudad del Barco. Publicado en dicha Revista Año VI N° I y en folleto de 13 páginas.

------ Elementos de clasificación y ubicación de las tribus del Río de la Plata en el período colonial (1516-1810) Publicado en la expresada Revista, Año VI Números IX y X y en folleto separado.

------ Orígenes del periodismo argentino y español en el Río de la Plata. Publicación en la citada Revista y en folleto aparte

------ Corrigiendo errores. Trabajo sobre asuntos históricos entrerrianos, publicado en folletín en El Diario de Paraná.

------ Don Casiano Calderón. Primer Presidente del primer Congreso Entrerriano en 1821. Publicación en el mismo diario.

1921- Las primeras noticias del triunfo de Caseros. Con la reproducción de un autógrafo del General Urquiza, escrito sobre el campo de batalla el 3 de febrero de 1852. Publicado en La Acción de Paraná con motivo de la celebración del 62° aniversario del Pacto de Unión firmado por los generales Urquiza y Mitre, en Flores, el 11 de noviembre de 1859.

------ Centenario del nacimiento del General Mitre el 26 de junio de 1821. Publicado en dicho diario La Acción incluído en la obra “Urquiza- El Juicio de la posteridad”- Homenaje de la Comisión Nacional. Buenos Aires, dos tomos.

1924- Los homenajes al ilustre caudillo entrerriano Don Francisco Ramírez- Paraná.

------ Crónica histórica de la ciudad de Paraná. Con el subtítulo “Siglo XVII” publicó un fragmento el Diario La Mañana de Paraná el 21 de septiembre, y conmemorando el Centenario de la elevación al rango de ciudad, la que fue Villa del Paraná, ese mismo periódico La Acción y El Diario, de dicha ciudad, publicado el 26 de agosto de 1926 con otros capítulos inéditos.

OBRAS INEDITAS 1871- De Cuba y España. Impresiones de un viaje a la isla de Cuba. 1872- Apuntes para la historia de Santa Marta de Ortigueira. Se publicaron

algunos capítulos en 1893 y 1894. ------- El Mártir- leyenda del Siglo IX. 1877- Misterios del Tío Pascual. Sainete representado en el Teatro Primero de

Mayo de Concepción del Uruguay. 1878- Por acá y por allá. Juguete cómico en un acto representado con gran éxito

en el teatro de Concepción del Uruguay. ------ Guerra a los solteros. Zarzuela puesta en música por el maestro Lagarza y

representada en el teatro antes mencionado a beneficio de la Sociedad La Uruguaya.

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------- Voltaire. Discurso pronunciado en Concepción del Uruguay con motivo de su centenario.

1879- Censo suplementario de la provincia de Entre Ríos. Levantado en su calidad de Jefe de Estadística General. Memoria pasada al Superintendente del Censo Nacional.

1880- Calíope, Talía y Euterpe. Discurso pronunciado en una velada celebrada en el teatro de Concepción del Uruguay.

1881- La idea y el progreso. Discurso pronunciado en el certamen de la Sociedad Amigos del Progreso de Concepción del Uruguay, celebrando la fiesta de la Independencia Argentina.

1888- Resumen Literario de 1887- Contiene noticias de los trabajos de la Academia Argentina: Acevedo Díaz, Agote, Alvarez, (deán J.J.)Andrade, Angañaraz, Avila, Balbín, Bavio, Rollo, Castellanos, Ceballos, Cook, Daireaux, De María, Domínguez (Dr. G.), Espora, Estrada, Guerrico, Gianetti, Holmberg, Huergo (D.), Lamarque, Lagomaggiore, Larrain, Latzina, Llerena, López (V.F.), Magnasco, Mantilla, Martínez (Francisco S.), Martínez (B.T:)), Mitre, Moreno (Dr. E.M.), Navarro Viola (doctores B. y A.), Núñez, Obligado, Ortega, Podestá, (doctor M.T.) Pelliza (M.A.) Ramos, Roca,Mas, Roustaux, Roxlo, Ruiz Moreno (doctor M.), Saldías, Sarmiento, Sastre, Scalabrini. Soler (doctor M.), Tenreiro (P.G.), Warren, Wilde, Zamudio, Zinny, y Zorrilla (doctor M.)

1888- Reminiscencias Históricas. Discurso referente al aniversario de la batalla de Caseros pronunciada en la velada literaria celebrada el 8 de febrero en el teatro Primero de Mayo de Concepción del Uruguay.

1889- Noticias biográficas de personajes americanos con reproducción de composiciones selectas de, Florencio Balcarce, Josefina Pelliza de Sagasta, Fermín Ferreira y Artigas, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Manuel de Jesús Rodríguez, Manuel Blanco Cuartín, Mercedes María del Solar, Manuel Acuña, Antonio Balleto, Leopoldo Díaz, Ezequiel N. Paz, Carlos S. Paz, José C. Paz, Andrés González del Solar, José María Cantilo, Juan Thomason, Juan C. Varela, Bernabé De María, Pedro Rivas, Francisco Agustín Wright, Andrés Lamas, Manuel Inurrieta, Hilario Ascasubi, Juan Espinosa, Ramón Díaz y Salgado, Ignacio Núñez, José Antonio Miralla, Domingo Victorio Achega, Bernardo Varela y Pintado, Antonio Saénz, Juan Ramón Rojas y Julián Navarro.

1895- Monografía histórica de la Provincia de Entre Ríos, escrita por encargo del gobierno de la misma para el Segundo Censo Nacional.

------ Monografía histórica de la ciudad de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos, también escrita por encargo del Gobierno provincial para dicho Censo.

1896- Anales, efemérides y bibliografía de la provincia de Entre Ríos. Abarca desde 1516 a la fecha- Inconclusa.

1897-1898- Etnografía histórica del Río de la Plata y plan de clasificación y ubicación de tribus. Con mapas y grabados intercalados en el texto. Esta obra consta de seis libros.

El 1° consta de Arqueología prehistórica- Geología y antropología. Etnografía y lingüística. Etnografía regional. Etnografía particular.

El 2° Geografía Histórica y Ciencias Naturales- El 3° Etnografía Histórica del territorio guaranítico. El 4° Arqueología en el territorio guaranítico.

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El 5° Clasificación y ubicación de las tribus en el Río de la Plata. El 6° Clasificación y ubicación de las tribus en el Río de la Plata, con mapas y

vocabularios comparados y el 6° Indice General Esta obra fue presentada por el autor en el Primer Congreso Científico Latino

Americano, celebrado en Buenos Aires en 1898. 1901- Conferencia sobre escritoras y poetisas gallegas, leída en la Sociedad

Gallega de Buenos Aires. 1915- Anales de las Repúblicas del Río de la Plata en el siglo XIX. Dos

volúmenes. 1922- Vocabulario político del Río de la Plata- Contiene los nombres vulgares y

palabras más usuales en las lenguas indígenas de los países limítrofes, comprendiendo más de sesenta vocabularios hablados por otras tantas tribus o parcialidades de indios de la parte meridional de la América del Sur, más de diez mil voces. Esta obra que consta de tres volúmenes, manuscritos de voces indígenas con la equivalencia castellana, y cuatro volúmenes en esta misma lengua y la equivalencia indígena, en la labor de diez años.

EN PREPARACION Historia de la Provincia de Entre Ríos Tomo IV- Tercera parte del Tercer Período de 1853 a 1860 Tomo V- de 1860 a 1870- La raza pampeana según D’Orbigny Iconografía Entrerriana Apuntes etnográficos acerca del General Urquiza La Argentina- Segunda serie.” (Dirección de la Revista, 1948, págs. 76-88)

La extensa nómina de contribuciones nos exime de todo comentario, en ella encontramos treinta títulos referidos específicamente a Historia, quince puramente literarios, ocho relativos a Geografía, dos Memorias descriptivas, tres leyendas, dos dramas, dos relatos de viajes y otro similar, una reseña estadística, ocho publicaciones didascálicas, nueve biografías, doce cuadros y estudios gallegos, cuatro críticas, tres discursos, una polémica, un diccionario, un trabajo archivístico ( de lo publicado) sin contar con que fundó y dirigió dos revistas LETRAS y EL INVESTIGADOR-

Del alcance de sus obras nos sirven como ejemplo las publicaciones que le daban cabida, de proyección nacional e internacional, y de lo granado de ese círculo destacamos, como simple dato, La Revista de la Universidad de Córdoba, que lo tuvo como asiduo colaborador, o la de Derecho- Historia y Letras. Hay que destacar, además, que no todas sus cotidianas intervenciones quedaron en el papel, y que su rico epistolario

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no ha sido todavía visitado, pudiendo asimismo encontrarse emotivos informes escolares en los archivos de los establecimientos donde actuó.

En ambos historiadores, Martínez y Ruiz Moreno, podemos observar su constante preocupación por representar al pasado recreando momentos épicos, con énfasis en la gesta de los personajes emblemáticos de la entrerrianía, fastos regionales olvidados o menospreciados por la historia nacional: “…Ya es tiempo de que se restablezca la verdad sobre los sucesos de aquella época y de que se haga cumplida justicia al Libertador de la República.” (Ruiz Moreno M., 1905, pág. 2) valorizando los acervos documentales oficiales y privados, de los que ellos mismos eran custodios, por ser funcionarios, o dueños por compra, regalo o herencia, situación que pone de relieve sobre todo Martín Ruiz Moreno en varias de sus obras, encomiando la visión de futuro de los gobernantes entrerrianos, que previsoramente dispusieran la organización del archivo y la publicación de la documentación oficial. Son constantes en sus obras las referencias puntuales a la documentación consultada, los autores en que se apoya y los testimonios de calificados informantes: los Generales Galarza, Urdinarrain, - primeras espadas de la provincia- el mismo Urquiza, el hijo mayor de éste, Diógenes, concejero legal del General y su apoyo en Montevideo, el Gobernador A. Crespo, las hermanas del caudillo Ramírez, de quienes recibe interesantes testimonios, D. Eusebio Hereñú, a los que cita con largueza. Se observa un especial meticulosidad en estas dos herramientas: documentación y testimonios, ya que se tiene plena conciencia de que la ausencia de toda la archivalía confederal obligaba a exigir mayor rigor aún en la tarea. Este espinoso tema dividió profundamente las opiniones políticas e historiográficas durante un prolongado lapso, poniendo en tela de juicio la actitud de Mitre en la ocasión y dejando en evidencia el desinterés porteño por la enorme masa documental abandonada a su suerte, primero, y perdida, con posterioridad. Los historiadores del litoral fueron inflexibles en las críticas, a pesar de que cuidaron las formas en torno a la real responsabilidad mitrista en el problema. Fue unánimemente reconocido, en cambio, la visión de futuro de Urquiza y sus dotes de estadista, al disponer la creación, organización y guarda del ARCHIVO NACIONAL: “…Hace más de medio siglo se dijo que hay nueve años de historia argentina que parece que debieran perderse en el olvido. No están tan lejos cronológicamente, pero hay vivo interés

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en que nadie los recuerde (…) Cuando se dispararon estos dardos, tanto más venenosos cuanto inciertos e infundados, resulta difícil desvirtuarlos. Siempre queda en el ambiente un algo de sospecha, la incertidumbre es mala consejera. Cualquier intento de rectificación tiene menos difusión que el insidioso rumor que le dio origen. Subsiste sobre el esclarecimiento el sentimiento flotante de la duda. En este caso las más variadas versiones se manifestaron, teniendo de común el centro contra el cual se propalaron…” (Gonzáles, 1958, pág. 137)18

Mitre firmó el decreto que creaba el Archivo Nacional- que reemplazó al confederal- tres días antes de asumir, sobre la base de lo que oportunamente dispuso enviarle Urquiza, se recibió no solo archivalía confederal sino también de las provincias a partir de 1810, lo que configura una pérdida mayor de la que se pensaba primigeniamente. Para exculpar al presidente se alega que los problemas y disgustos de la guerra con el Paraguay impidieron que prestara más atención a este importantísimo aspecto de su gestión, que recién se vio realmente concretado durante la presidencia de Roque Saénz Peña- diecisiete años de demora- la documentación- ordenada y clasificada- fue remitida en 240 cajones, cronológicamente datados de 1810 a 1861. Como ha sucedido históricamente, el espacio fue siempre el problema irresuelto, demostrativo de la escasa o nula preparación de nuestra dirigencia de todas las épocas en este tema que hace a la cultura, la administración y la historia. Se depositaron los cajones en la Aduana Vieja y la gran mayoría de empleados y funcionarios que pasaron durante esos diecisiete años desconocía su existencia o si lo hacía, menospreciaba su importancia: “…La primera referencia documentada sobre el Archivo de la Confederación, aparece durante la presidencia de Luis Sáenz Peña, en una nota del archivero general don Carlos Guido Spano, dirigida el 19 de agosto de 1893, al Ministro de Hacienda, doctor Juan A. Terry. Se le comunicaba el recibo de su oficio del 17, donde le participaba la resolución de remitir al Archivo General algunos cajones conteniendo documentos de la Confederación existentes en los depósitos de aduana y que juzga deben ser conservados en la dependencia de mi cargo…” (Ibídem, págs. 141-142)

Los archiveros, los ministros, las posibles soluciones edilicias, como la quinta Lezama, la desidia, se fueron sucediendo hasta que, practicada una

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de las tantas inspecciones ordenadas por el funcionario de turno se tuvo noticia de la venta de más de cuarenta cajones con su contenido como papel comercial, las Memorias del ministerio del ramo son recurrentes en cuanto a los reclamos urgentes de los archiveros- Trelles- Biedma- y la indiferencia ministerial en torno al asunto. Ni siquiera se consiguió alquilar una propiedad a bajo costo, como ya, desesperados, propusieron varios archiveros. Las condiciones en que se desenvolvía el Archivo Nacional, por su parte, no eran mucho mejores y es también una constante aparecida en las Memorias, aprovechándose incluso de ejemplos de siniestros ocurridos en países hermanos, como Chile, con la consiguiente pérdida de patrimonio, para atraer la atención de las remisas autoridades. La documentación confederal, mientras tanto, seguía deteriorándose o pudriéndose en su primer depósito hasta desaparecer, los criterios archivísticos nunca prendieron con firmeza en las distintas autoridades y se llegó a penar, más de una vez, porque no se cediera graciosamente parte del escaso espacio de la entidad para otros fines.

El interés académico por esos nueve años de historia perdidos por desidia alcanzó a los niveles universitarios, en donde ya los primeros representantes de la Nueva Escuela Histórica Argentina estaban dando sus pasos iniciales: “…Estaba ocupado en la preparación del presente libro cuando leí la circular que Vd. como Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, dirigió a los profesores de historia de la misma, invitándolos a emprender la compilación de los documentos relativos a la época de la organización nacional, que media entre la tiranía de Rosas y el establecimiento definitivo de la capital de la república en la ciudad de Buenos Aires. Y me ha parecido tan oportuna y tan patriótica la idea de Vd. que no encuentro otro medio mejor de manifestárselo, que rogándole acepte como un principio de ejecución de ello este mi modesto trabajo, para el cual he tenido que reunir y consultar algunos de los documentos a que Vd. hace referencia. Es de esperar que los estudiosos dedicados a esta clase de investigaciones, den su preferencia al interesantísimo período de la organización, y si, como no lo dudo, se realiza la idea de Vd. tengo mucho que agradecerle la facilidad que para su propósito ha de ofrecerles, el estar reunida toda esa vasta documentación (…) Todos los documentos que poseo, quedan desde luego a disposición de la Facultad…” (Victorica J. , 1906, pág. VIII)

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Característicos fueron, también, en todas estas obras, los elogios y dedicatorias a los miembros de los elencos gubernativos impulsores de ellas, se estaba en una etapa de esclarecimiento y demostración de la “verdadera historia” por parte de quienes se sentían menospreciados, olvidados o relegados al momento de los homenajes, celebraciones y difusión de los hechos mencionados: “… Estando fuera del país, los elogios fúnebres en obsequio del general don Bartolomé Mitre, que acababa de fallecer, encontré mi nombre mencionado con motivo de acontecimientos históricos en que aquel intervino. Uno de los oradores, el Dr. Estanislao S. Zeballos me invocaba como testigo. No me era posible guardar silencio sin aparecer otorgando la exactitud de referencias equivocadas. Me decidí, pues, a publicar la rectificación correspondiente y, ya en este tren, me pareció que tampoco debía dejar pasar la oportunidad de corregir otros agravios inferidos a la verdad histórica por los demás oradores. Fue mi primera intención escribir solo un artículo de revista pero la materia es tan vasta y la necesidad de divulgar el conocimiento de los hechos que precedieron y realizaron la organización tan sentida, que decidí dar mayor amplitud a mi trabajo acompañándolo de los documentos ilustrativos indispensables, hasta que, con más competencia y fuerzas, otros recojan el tema para tratarlo en la forma y con la detención que merece…” (Ibídem, págs. IX-X)

En similares términos, y con iguales y firmes propósitos, el Dr. Martín Ruiz Moreno había comenzado a partir de 1900, una tarea que denominó: “ `Por la gloria de Urquiza´ y en la que fue acompañado por colegas e instituciones como la Logia Jorge Washington, de Concepción del Uruguay, de la cual era miembro, donde se trató y dispuso en diciembre de dicho año tributar un homenaje público a Urquiza, conformándose al año siguiente la Comisión pro Monumento al General Urquiza, que solo veinte años después lograría su cometido, el historiador se impuso múltiples tareas: Al comenzar el 1900 la autoridad intelectual del doctor Martín Ruiz Moreno se había difundido y afianzado, más allá del recuerdo por su actuación pública, y sus conceptos generales de sólido crédito en las provincias litorales, desde Corrientes hasta Buenos Aires, merced al estudio de su pasado que estaba contraído a exhumar. Aproximándose a cumplir 70 años de edad, don Martín había adquirido el renombre de investigador serio y profundo de temas poco dilucidados, y de apasionado por la verdad

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histórica. Con entusiasmo y constancia, a una edad más propia para acomodarse a una vida descansada, el Dr. Ruiz Moreno desplegaba una actividad intensa con la finalidad de aleccionar sobre sucesos pretéritos que marcaron rumbos a la República, pero acerca de los cuales no se había pronunciado categóricamente el criterio general. En este último aspecto, su labor para reivindicar la dimensión histórica del general Urquiza fue sostenida con singular vigor. Casi toda la producción de Ruiz Moreno giró en torno de esta gran figura, mal comprendida en aquel tiempo en que vivía su ilustre oponente el general Mitre, con todo el peso propagandístico que en la opinión pública hacía incidir la prédica constante del diario LA NACION. Hoy no puede medirse cabalmente el ambiente que en este sentido rodeaba a ambas figuras. En cuanto a Urquiza, se contraponía una glorificación tradicional en Entre Ríos, con la instintiva malquerencia latente en Buenos Aires. Faltaba, pues, cimentar con ejemplos el reconocimiento consciente de la posteridad hacia uno de los más notables próceres argentinos, y el Dr. Ruiz Moreno se dio a esta tarea con ánimo firme e infatigable, partiendo de una reveladora base documental…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, pág. 72)19

La vital importancia cobrada por los archivos familiares celosamente guardados fue una pieza clave para todas estas obras, así como los nutridos epistolarios de consulta y crítica intercambiados entre amigos, colegas, rivales de otrora y personajes de relieve en el mundo de las letras, de continuo iban y venían circulares, decretos, fechas, nombres, en un afán por demás meticuloso de llegar a la verdad histórica sin prejuicios, desde los más cercanos al general, hasta sus acérrimos enemigos, todos tuvieron cabida en las consultas y fueron basamento de lo escrito, aún a costa de algunas críticas que le reprochaban su blandura para con algunos personajes o sucesos para los cuales el autor tuvo a bien esperar encontrarse con la documentación necesaria, ubicada pero imposible de consultar por diversas razones. Se estableció un verdadero contrapunto de elogios y omisiones entre las publicaciones aparecidas en la Revista de Derecho-Historia y Letras, donde acostumbraba publicar Ruiz Moreno, y LA NACION, que obviamente respondía a Mitre, contrapunto que alcanzó a diarios y revistas del interior. En 1903, un testigo de las ceremonias populares del 1° de Mayo de 1853, en ocasión de darse a conocer el Pronunciamiento en la ciudad de Concepción del Uruguay, relató, a pedido del hsitoriador, lo acaecido en esa memorable

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jornada cívico-militar: “Compañero y amigo: Acuso recibo a su apreciable 26 del corriente, Ud. me obliga a hacer gimnasia intelectual al recordar detalles de sucesos ocurridos hace más de medio siglo. He estado meditando por muchas noches sobre aquellos magnos sucesos para coordinar mis ideas, y después de torturar mi memoria apenas puedo ofrecerle los siguientes detalles. Lo grandioso del Pronunciamiento no está en la pobre localidad en que tuvo lugar, pues Ud. sabe lo que era esto hice medio siglo, ni en el aparato de que se revistió, muy pobre en verdad, sino en la concepción de la idea y en su feliz ejecución; cuando Entre Ríos flanqueado, puede decirse, por Rosas y Oribe, pudo ser arrasado por estos dos malvados sin que los aliados, Montevideo y Brasil, hubieran podido hacer nada por esta tierra generosa. Pero Dios ciega a los que quiere perder, y Oribe no se movió del Cerrito, donde capituló, y Rosas de Caseros…” ( Vázquez, 1903, págs. 60-61)

El relato de este testigo difiere fundamentalmente del que Juan F. Seguí describe detalladamente en sus Memorias y que fuera tomado por muchos historiadores, entre ellos Leandro Ruiz Moreno, en su obra Centenarios del Pronunciamiento y de Monte Caseros (1952,80) El oriental Vázquez concluye diciendo a Martín Ruiz Moreno “…En esos tiempos publicábase en esta ciudad un periódico titulado La Regeneración redactado por D. Carlos Terrada, que fue, puede decirse el portavoz de la revolución, donde Ud. encontrará los documentos más importantes de la época. Más tarde, yo reproduje en El Uruguay, periódico de nuestro amigo el Gral. Victorica, los principales documentos en forma como para ser cortados y encuadernados como libro. A esa ciudad mandánbase muchos ejemplares, pero era en tiempo del gobierno de la Confederación. Este hecho culminante del Pronunciamiento no nació en un día, yo recuerdo que a fines de 1849, recién llegado de Montevideo, pasé a San José a saludar al general, y éste se interesó en saber los detalles más íntimos de lo que pasaba en la heroica ciudad, referí todo lo que sabía con el interés del que defendía la causa de sus hermanos. El general se rió mucho y disculpó a mis juveniles años todas las inconveniencias que tal vez dije, y concluyó muy formal diciéndome: Mire, yo me habría pronunciado ya en defensa de Montevideo si no hubiera allí tantas legiones de extranjeros. Síntesis del pronunciamiento del 1° de Mayo: Sesenta y ocho días después, el día 18 de julio, las Divisiones entrerrianas al mando del

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Gral. Urquiza echaban dianas en Paysandú, y una División de 1.000 orientales al mando del Gral. Servando Gómez se presentaban dispuestos a acompañarlo, y el 8 d eoctubre, ochenta y dos días más, la paz se firmaba en el Peñarol sin haberse tirado un tiro. Confórmese con lo dicho hasta aquí y complete sus datos en fuentes más autorizadas, se repite affmo. Amigo- Juan A. Vázquez. (Ibídem, págs. 62)

Entre los numerosos contactos que estableció para consumar su obra, hay uno muy significativo, cual es el de solicitar la observación y compulsa del archivo del general Urquiza, que custodiaba su hija Dolores. En tal sentido, inicia su solicitud a través de Samuel Saénz Valiente, esposo de Dolores, manifestando su interés y objetivos, recibiendo respuesta positiva, lo que acrecentó aún más la profusa masa de archivalía con que organizó sus medulosos trabajos. Debemos tener en cuenta que el archivo Urquiza al que hacemos referencia es el que, convenientemente expurgado por la familia pasó a formar parte del ARCHIVO GENERAL DE LA NACION- quedando en la residencia SAN JOSE todo lo referente a la administración de estancias, empresas, saladeros, industrias y demás actividades del general, así como todo lo relativo a la vida familiar, social y política desarrollada en ese hermoso lugar, hasta que fue deshabitado definitivamente por la familia, mientras que en el Archivo General de Entre Ríos se conserva en distintos legajos la trayectoria pública de Urquiza dentro de la provincia, todo lo cual representa para un historiador, aún en nuestros días, un desafío heurístico de envergadura si lo que se persigue es mostrar al prócer en su total dimensión épocal, como en su momento lo concretara Beatriz Bosch20.

Estas obras, escritas en su gran mayoría por encargo oficial, o con su patrocinio- demuestran en sus frases iniciales las sólidas conexiones políticas de los historiadores y el compromiso que asumían ante cada una concretada bajo estos auspicios: “…Al Teniente General Julio A. Roca que ha terminado la obra de la organización nacional instalando su primera Presidencia en la Capital definitiva de la República.” (Ruiz Moreno M., 1905, pág.1)

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1.4 Las Temáticas y los Discursos

Los temas seleccionados están en directa consonancia con la profesión de los autores y sus intereses personales: prima en Teijeiro Martínez el deseo de ofrecer contribuciones inéditas a la par que aleccionadoras de la importancia de la historia y de su lugar en la cultura de la población. Alienta el estudio de las cuestiones americanas, entonces muy en boga, citando con exactitud y academicismo, a diferencia de Ruiz Moreno, todo lo que va describiendo: “…Distintos rumbos han dado a los estudios americanos de la época precolombina los sabios europeos que han visitado el Nuevo Mundo y algunos americanos: así es que desde el budismo americanizado de Humboldt y el hebraísmo azteca de Lord Kingesborough- para no mencionar sino los más ruidosos fracasos, hasta las falsas interpretaciones de Brasseur de Brassbourgh y las caricaturas pictográficas del Abate Doménech – que han sido el sainete de estas escuelas- todos los sistemas que han buscado el origen de la América y de los Americanos fuera de sus elementos físicos, arqueológicos, filológicos, antropológicos o míticos, han caído en el más merecido descrédito…” (Teijeiro Martínez, 1885, pág. 12) Las características de su discurso historiográfico se inscriben en el marco hispanista de la época, cuando de temas americanos se trata, defensor de la Conquista y la Colonización, aunque crítico moderado de sus aspectos más oscuros, desdeña la obra humboltdiana, a la que juzga de ficticia y se aproxima a la confianza en el porvenir de la feraz América que ya predijeran otros ensayistas hispanos en 1853, a los que hemos citado. Profundo conocedor de todo lo relacionado a los tópicos sobre los que escribía, en sus citas, numerosas y extensas, encontramos mencionados a autores de relieve internacional junto a los autores argentinos ya conocidos: Robertson, Mesa y Leompart, Prescott, Fernández Villaville, W. Irving, Gómara, Bernaldez, Navarrete, Larsen, Arcene Isabelle, V. F. López, aventurando juicios críticos sobre algunos autores, como Mesa y Leompart, del que afirma que es solo un servil copiador de Robertson, o demostrando una sana imparcialidad, cuando en sus citas aclaratorias detalla con solvencia su postura: “Seguimos a la fecha de 1436 por ser la que más aceptación ha tenido entre los historiadores, pero no por eso son de poca autoridad los que se expresan enseguida……Remusio,,,,Quackembes y Terrero, ….. Charlevoix,…..Rossi,…Muñoz,….Stoperno…” (Ciccerchia, 2005, pág.

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47) sentando con ello un honroso precedente de calidad autoral que no desdeña sugerir sus propios aportes o indicar qué enfoques cronológicos seguían los historiadores capitalinos como Mitre o López. Es evidente su inclinación hacia la obra del escocés que en su obra se apartó del mandato cristiano y universalizó los estudios sobre América: “…Robertson, volteriano, refractario a las ideas de Rousseau y permeable al pesimismo naturalista de De Pauw, (…) reconocía en América un continente inmenso, con un clima predominantemente frío y una población ruda e indolente…”(Ídem) juicio éste último que atrajo una oleada de publicaciones detractoras sobre el Nuevo Mundo que Martínez matizó con sus personales apreciaciones de la región en que asentó sus reales.

La influencia de Mitre se observa también con claridad en torno a la americanidad del momento: “…Lo indudable es que (…) tanto San Martín como Bolívar y otros próceres no luchaban por la independencia de una tierra determinada, por una patria, sino por la independencia de toda la América española. En San Martín, como en el Congreso de Tucumán, el ideal es inmenso y constante. Este es un punto que López no tuvo en cuenta,…” (de Gandía, 1978, pág. 27)21

Concordante con este punto, las Memorias de Saavedra aluden con frecuencia a las reuniones de americanos en casa de Nicolás Rodríguez Peña, cita que también hará el canónigo jujeño Ignacio Gorriti en su Autobiografía Política, Mitre conoció esos escritos entre los muchos que consultó y por ello en los suyos refleja ese sentimiento de unidad continental aún latente pero ya debilitado.

La aproximación continua de Martínez a la obra mitrista resulta obvia especialmente en dos aspectos claves: la importancia que da al Informe de F. de Azara, una constante en aquella, que la consideró fuente de privilegio con la que fundamentó sus opiniones sobre la campaña, el habitante del medio rural, la supremacía porteña, las divisiones sociales, y a la luz de los conceptos altamente descalificativos hacia los caudillos y todo el interior que refleja López en sus escritos, Mitre, más mesurado en sus opiniones en este sentido, y férreo defensor de la historia documentada, era su epígono, a pesar de que su estilo fue siempre ameno y vivaz: “…Todo lo que se dice del valor de los documentos es completamente inexacto, lo

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sustancial es el valor y el alcance de los hechos. Por eso es que Salustio, Tácito, Tucídides y Macaulay son grandes historiadores, los más grandes historiadores, y, sin embargo, no fueron archivistas, ni documentaron los hechos de enlace con que vinculan las series que vivifican su narración…” (Madero, 2005, pág. 7 tomado de López V.F.)

“…La historia en su conjunto consiste para mí, en la apreciación de los partidos y de las revoluciones que han modificado la condición moral de la humanidad. Aquellos y éstos tienen su principio en el movimiento continuo de ideas con que se caracteriza a sí misma la inteligencia humana. Un pueblo estacionario, es decir, un pueblo cuyas ideas estén estancadas siempre en un punto, es una hipótesis inconcebible, es un contrasentido con las leyes inalterables de la razón y de la sociedad. Desarrollarse, para los pueblos, lo mismos que para los individuos, es una ley constante, una ley tan esencial como la vida misma. Todo cuanto nace sobre la tierra crece y se desarrolla, todo cuanto crece y se desarrolla, experimenta revoluciones necesarias en el fondo mismo de su naturaleza. Las revoluciones son por esto consecuencias inmediatas de todo desarrollo y al mismo tiempo son puntos de partida desde donde empieza a marchar la sociedad en dirección a un nuevo orden de cosas, a una nueva organización. No hay nación que no tenga en su pasado revolución a quien saludar como principio de sus dichas y de su libertad…” (Cosson, 1902, págs. 147-48)

Teniendo muy en cuenta estos aspectos también debe comprenderse que: “ Los primeros historiadores de la revolución, no tienen a su alcance verdaderos documentos, es decir, no los tienen reunidos o clasificados, (…) Para estos historiadores, el documento tiene el sentido de un espacio fuertemente personalizado (…)Estos historiadores se forjan en el flujo íntimo de aquellos que se sienten autorizados para dar una versión ajustada de los sucesos, por haber participado como testigos o actores de la historia a la que han contribuído…” (Madero, 2005, pág. 8)

Organizar la documentación fue una empresa de gigantes, el aparato heurístico era monumental y requería de muchos colaboradores y de mucho más tiempo aún: “…ese estado de cosas persistiría treinta años después cuando el Padre Antonio Larrouy produjo un informe sobre el estado de los archivos provinciales por encargo de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. En 1909, al referirse a los archivos de

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Córdoba y Tucumán Larouy estampó este juicio (…)”hoy por hoy, las riquezas encerradas en los archivos argentinos son tan ignoradas, o poco menos, como las de otra clase ocultas en las entrañas de la tierra, y mientras subsista ese estado de cosas la historia argentina no se escribirá sino de una manera inexacta o muy incompleta…” (Bazán A. R., 1989, pág. 130)

Después de diecisiete años de intensa labor en Sevilla, un destacado investigador argentino confesaba sus limitaciones y los vacíos existentes en la escritura de la historia: “…Primer fruto de mi labor, fue una serie de guías y noticias sobre archivos y centros que en España guardan documentos relativos a la historia de las antiguas posesiones españolas en el nuevo mundo, guías que han sido editadas en la colección de publicaciones del Instituto, y otras, que en la misma serie irán apareciendo en el futuro (…) me dediqué a identificar los núcleos documentales, los que una vez individualizados, fui catalogando metódicamente (…) realicé investigaciones especiales con destino a completar algunas de las series listas para ser dadas a la imprenta (…) formé, asimismo, previa la investigación correspondiente, valiosas series de copias, que bajo mi dirección efectuaron copistas que fueron preparados por mi, para sacar de los originales versiones paleográficas, que compulsé personalmente, y que se guardan en el Instituto de Investigaciones Históricas (…)podemos decir, con la seguridad de quien dice una verdad alcanzada, a base de la observación directa de las fuentes, que nuestra historia colonial, como igualmente ocurre con la de otros pueblos americanos, no ha sido escrita todavía y pasarán generaciones y generaciones de estudiosos, antes de que se pueda decir, que la historia colonial, no presenta problemas por resolver (…) hay enormes lagunas todavía y aún problemas fundamentales, de los que ni siquiera se tiene la más vaga sospecha…” (Torre Revello, 1939, págs. 11-12)

A propósito de este punto, pero discordante con él, Vicente F. López decía que: “…Además de la humanidad y de las naciones formadas en grupo, la historia nos presenta a los individuos. El individuo influye directamente sobre los acontecimientos sociales con los actos personales que son fruto de su libre albedrío. Los hombres, como entes libres, somos los verdaderos autores de esa afinidad de hechos pequeños,

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insignificantes al parecer, que con su fuerte y complicado encadenamiento forman al fin la gran síntesis de los hechos sociales. Por los primeros, respondemos de los segundos. Y la sociedad nos declara virtuosos o malvados según elijamos entre la violencia o la razón, para practicar las relaciones que sostenemos con nuestros iguales (…) La ley siempre es la misma: Progreso continuo…” (López V. F., 1929, pág. 148) 22

Muy ilustrativa de este aspecto es la introducción que Manuel Belgrano hace en su Autobiografía, donde marca, sin proponérselo, por donde pasaba el concepto histórico de aquel tiempo: “ Nada importa saber o no la vida de cierta clase de hombres que todos sus trabajos y afanes los han contraído en sí mismos, y ni un solo instante han concedido a los demás, pero la de los hombres públicos, sea cual fuere, debe siempre presentarse, o para que sirva de ejemplo que se imite, o de una lección que retraiga de incidir en sus defectos. Se ha dicho, y se ha dicho muy bien, que el estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir porque desengañémonos, la base de nuestras operaciones siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez la desfiguren…” (Congreso de la Nación- Biblioteca de Mayo Tomo II, pág. 955)

A partir de 1875 Teijeiro Martínez desplegará una intensa tarea de variados matices que incluyen tanto los Censos Suplementarios encargados por la provincia, como las Memorias Descriptivas Agrícolas e Industriales- recordemos sus estudios agronómicos- escritas para complementar el detallado aparato estadístico provincial a cargo del especialista Castro Boero, del cual dirá que ha publicado interesantes trabajos sobre las tribus nativas, explicando las andanzas de las distintas exploraciones entradas al territorio23. Los dos funcionarios colaboraron estrechamente desde los estamentos oficiales en particular, aportando información inédita al novel aparato estadístico provincial, al que dotaron de contenidos precisos, profundos y completos.

Uno de las citas más frecuentes es la que hace sobre la obra de Luis E. Domínguez, (1861), que tuvo varias ediciones. Este autor es constantemente referenciado y en ocasiones contrapuesto a otros autores del momento, la cita es siempre elogiosa, Domínguez dice….opinamos como Domínguez que….seguimos en esto a Domínguez:

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“…Domínguez en su Historia Argentina, afirma con Prescott que se le propuso a don Juan II asesinar a Colón antes de que partiera para España, y Rey añade que no lo consintió el Rey por temor de Dios, antes bien lo colmó de honras y distinciones, W. Irving nada refiere a su respecto…” (Teijeiro Martínez, 1885, pág. 26) 24

De los historiadores de la región, su cita más frecuente es de M. F. Mantilla, de quien fue amigo, a diferencia de Ruiz Moreno quien, aunque valoró a Mantilla le reprochaba su aversión a Urquiza. Este último historiador citará siempre, entre los autores correntinos, a M. V. Figuerero,- considerado por la crítica como “cronista”: “…Figuerero es, por sanción de todos los sectores espirituales de nuestra provincia, uno de nuestros Cronistas Mayores, para hablar el idioma de Indias (…) tiene la pasta de que se forman los cronistas dignos de fe, imaginación para resucitar el pasado correntino, y para vivir en él, adecuándose a la ideología y costumbres del momento. Su criterio sombras del pasado firme y amplio juzga con serenidad no solo las sino aún los hechos actuales (...) es perspicaz en la apreciación del valor documental, no se deja llevar de novelerías…” (Ferreira, 1929, pág. VII- VIII) 25

Admirador de Ruiz Moreno al punto de considerarse su discípulo, en la obra Lecciones de Historiografía de Corrientes, Figuerero introduce textos sustanciales en su crónica organizada con sentido estrictamente informativo y didáctico: F. de Azara, Trelles, Mantilla F., Domínguez, Grosso, Gutiérrez, Torres, López Luján, Groussac, Mitre, Lamas, Madero, Medina, Martínez, Cervera, Mantilla D. (Ruiz Moreno I. J., 1988, págs. 98-99)

Al cumplirse en 1901 el centenario del nacimiento del General Urquiza, una Comisión de Homenaje quedó constituída para intensificar la reivindicación de su figura y promover acciones concretas, como la de erección de una estatua en Paraná. Hubo varios escritos aparecidos en el diario La Provincia, elogiosos de la trayectoria de Urquiza, con una advertencia sobre cierta disonancia: “…le recomiendo la lectura de La Libertad, órgano en ésta del doctor Manuel F. Mantilla y quien ha remitido desde Buenos Aires los materiales que se registran. Ha sido esta publicación la nota desagradable de estas fiestas. El doctor Mantilla se ha mostrado en esta ocasión de cuerpo entero: un injusto y un pasionista…” (Ibídem, pág. 87)

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Intelectuales y políticos correntinos, estaban divididos entre su apoyo total a Urquiza y aquellos que no reconocían en él a la emblemática figura de la Organización Nacional: “…En 1920, cuando el país se aprestaba a conmemorar el aniversario de la firma del Pacto de Unión Nacional con un homenaje al General Urquiza, en su carácter de organizador y de primer presidente de la Confederación Argentina, el clima intelectual correntino volvió a agitarse ante el planteo de la adhesión a los actos programados, cuyo punto culminante fue la inauguración en Paraná de una estatua que inmortalizaba su figura. Este acontecimiento permite registrar, por una parte, la persistencia de la tradición, y por otra, la asimilación del conocimiento histórico propagado desde fines del siglo XIX a través de la prensa, las conferencias públicas y las cátedras escolares, puesto que las principales producciones historiográficas comenzaron a publicarse hacia fines de la década del veinte. El homenaje a Urquiza suscitó un debate en el interior de la élite y reavivó la polémica sobre su personalidad: para los partidarios de las tradiciones, Urquiza era percibido como el asesino de Pago Largo y Vences, mientras que para los historiadores como Figuerero y Gómez prevalecía la imagen del organizador…” (Quiñones, 1999, pág. 389)

Como hemos visto, la adhesión de F. Mantilla no fue tan entusiasta como se pensó en un primer momento, pero en general, ésta se produjo y Corrientes concurrió al homenaje central, lo cual no fue óbice para que en territorio provincial se continuara con la prédica a favor de la acción de sus hombres en los hechos recordados. La prensa también mostró las dos facetas, El Liberal, donde escribía Gómez, reprodujo numerosas cartas y muestras de adhesión a Urquiza y su gesta.

Pedro De Angelis será otros de los más citados y confrontados, además de Trelles, Lamas, Mitre, Gutiérrez, López, Zeballos: “…Este río se llamó por los naturales Paraná-Guazú, que significa grande como el mar, en la lengua guaraní, que es la misma que hasta hoy se habla en el Paraguay y en Corrientes. El Dr. Vicente F. López, para demostrar que Paraná es voz quichua dice: bara o para significa agua, lluvia o río, si Para-ná camino de agua, es un nombre quichua, digan lo que quieran los facedores de concejas, ahí está el vocabulario que lo dice, es voz quichua y voz sánscrita, como todas las demás que henos examinado, y como

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Parahuay, río correntoso. Vide Geografía del territorio, Revista de Buenos Aires, p.620, Año VII.

El Dr. López, dice el Dr. Zeballos, afirma que Paraná es nombre quichua, probablemente de bara o para, agua, lluvia, río y ná corriente. Aaraná, camino de agua. Empero es innegable que aquella es una voz guaraní que significa Río Grande y que lo significa sin que los tratadistas de esta lengua alteren ni una letra de su ortografía. Vide Geografía citada por E. Zeballos, p.p.21 y 22 del t. I del Boletín del Instituto Geográfico Argentino, 1879…” (Teijeriro Martínez, 1879)

Las discrepancias entre Martínez y Zeballos alcanzaban también a los especialistas a quienes consultaban y admiraban, Martínez desdeñaba la obra de Humboldt, como ya hemos manifestado, mientras Zeballos la tenía como fuente de consulta primordial, junto a la del discípulo de aquel, Germán Burmeister y escribía sus obras siguiendo las pautas de ambos.: “… inmediatamente finalizada la campaña de 1879 Estanislao Zeballos, integrando una pequeña partida de soldados y de indios baqueanos, realizó una larga excursión de reconocimiento de los territorios sometidos. Fruto del mismo sería Viaje al país de los araucanos, publicado en el mismo 1879, al cual siguió Callvucurá y la dinastía de los piedra, (1883) y las novelas históricas Ralmú, reina de los pinares, (1887) y Painé y la dinastía de los Zorro, (1883). Estas tres últimas obras fueron elaboradas sobre la base de la documentación del archivo indio de Salinas Grandes, hallado por Zeballos en 1879. El mismo contenía una serie de cartas intercambiadas entre los diferentes gobiernos y los caciques. Estos textos juveniles de Zeballos, mezcla rara de artículos periodísticos, bosquejos históricos, crónicas noveladas, cuadros estadísticos, manuales de geografía del Desierto, diarios de viaje y observaciones etnográficas, conforman no sólo un riquísimo reservorio de información sino que, considerados en conjunto, consiguen con éxito urdir un amplio y coherente proyecto ideológico de país. En sus páginas son abordados temas claves de la época, tales como la inmigración, la identidad nacional argentina, la figura del gaucho, las colonias agrícolas, y el rol del estado en la construcción de un país de cuyo destino venturoso nadie se atrevía a dudar. Tal como señalara David Viñas Estanislao Zeballos fue probablemente el más orgánico de los intelectuales de la generación del’80, el gentleman-escritor y joven

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provinciano en la gran urbe que más consecuentemente encarnara los principios liberales y positivistas de este grupo fundacional de la Argentina moderna… en sus discurso, por lo tanto, no hay consideración alguna para el indígena.” (Sánchez, 2008, págs. 160-161)

Significativamente, Martínez participó activamente, a través de sus obras y de los importantes cargos que ocupó, de lo que ha dado en llamarse “memorias del poder”, concepto del que, siguiendo a J. Le Goff podemos decir que la memoria colectiva es la que impuso los hitos a recordar apremiada por los embates sociales de cada generación. En cierta forma los escritos reivindicatorios asumen ese rol, con plena conciencia de sus autores, quienes además se insertan en los círculos donde esas obras serán publicadas, difundidas y proyectadas, tornando a la cultura dominante en legítima. Martínez era defensor de los indígenas, enfoque que Zeballos no compartía en absoluto, aunque ambos comprendían la necesidad de poblar y organizar el territorio en todos sus ámbito: “…La gran transformación verificada en el último tercio del siglo XIX hizo variar, no cancelar, la imagen de un hiato entre las dos esferas, la del lenguaje ideológico y las instituciones formales, por un lado, y la de los comportamientos, por el otro. A la hora del primer centenario, el progreso económico aparecía como un hecho indudable, pero había insatisfacción en las elites ilustradas por la marcha de la vida política, en ella, - se observaba- seguían imperando vicios del pasado…” (Altamirano, 2010, pág. 14)

Acerca de ese imperio de los vicios del pasado otro especialista ha escrito que: “…La experiencia histórica es siempre valiosa. Sin embargo, se ha impuesto la idea de su frustración para intentar resolver los problemas afligentes que aquejan a nuestra generación. Es un error de concepto. Quienes han verdaderamente fracasado son los hombres que desaprovecharon la buena simiente de la sabia experiencia. Por un extraño sino se desoyen las voces concejeras de la historia. Y resulta natural que los pueblos que pierden su memoria histórica caigan en la desgracia…” (Cuccoresse, 1988, pág. 173)

Por eso mismo, el paso del tiempo ayudaba a esclarecer experiencias aleccionadoras: “…la personalidad, múltiple, pero de una perfecta unidad constructiva, del fundador del Colegio Histórico y de la Unión Nacional, se esclarece, define, depura y eleva con el correr de los días, que

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atempera las pasiones, suaviza los perfiles excesivos y ásperos de las vidas combativas y combatidas, y revela nuevos e insospechados aspectos del drama eterno en que los pueblos se debaten, para constituirse, organizarse y cumplir la misión que les viene impuesta desde la entraña, desde el fondo, a veces inescrutable, de sus vidas y que se condiciona por su hora y por su medio. Urquiza es de los que ganan con el aplazamiento del juicio de la historia y la pátina a que alguna vez, en acto público, aludí, que cubre como un pudoroso velo los bronces y los mármoles de nuestras improvisadas o apresuradas consagraciones, es en la efigie soberbia de nuestro prócer, el bello decorar con que desde lo alto retorna en lento y perenne rocío de serenidad y de justicia, el aliento de nuestra esperanza y de nuestra confianza en días mejores para la conciencia nacional. Cuánto ha cambiado el juicio público en los últimos tiempos, y cuánto cambiará en breve sobre tema tan contradictorio y vehementemente debatido¡…” (Sagarna, 1925)

Historiadores, literatos y funcionarios en plena etapa inmigratoria- colonizadora, cada uno en su provincia, bregarán por que las condiciones de vida, educación y trabajo en las numerosas aldeas de inmigrantes ya instaladas se mejoren y fortalezcan bajo un régimen orgánico, operativo y educador, (argentinista), reconociendo la inmensa riqueza de las regiones provincianas en estudio y su potencialidad ilimitada, característica de la entonces en boga idea del progreso y su correlato con la creencia de que estábamos condenados a la excelencia: “…La fibra cívica, exaltada con los resplandecientes progresos, precipitaba las palpitaciones del corazón…” (Zeballos, 1883, pág. 167)

Los textos escolares, cualquiera fuera su nivel, intercalaban lecturas, máximas y párrafos aleccionadores en consonancia con el modelo educador y las pautas que observaría el CNE para aprobarlos. En 1910 hubo una serie de publicaciones biográficas destinadas a la juventud cuyo tenor era alegórico y ejemplarizador: “…un pueblo que no cultivara con amor sus tradiciones y que no rodeara de prestigio a los hombres ilustres que le han dado grandeza y gloria, iría perdiendo la conciencia de sí mismo y extinguiendo su personalidad. Para rendir tributo a este culto y fomentar la admiración a que se hicieron acreedores con sus obras, el mejor medio, probablemente, es divulgar el conocimiento de sus vidas respectivas, pletóricas de heroicidades y sacrificios. (…) Es obrita muy

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adecuada en las escuelas para servir de texto de lectura, y fuera de ellas, no es menor su utilidad, por tratarse de un libro ameno y por no ser corriente encontrar reunidas las interesantes biografías. La recomendamos por tanto a los señores profesores y a los amantes de la lectura…” (Consejo Nacional de Educación, El Monitor de la Educ. Común, Agosto 1910)

De que ese culto y admiración estaban enraizados en escolares y ciudadanos, demostrando, como sostuviera Halperín Donghi, una fortaleza educativa de especiales características, son prueba palpable las emotivas y prolongadas celebraciones cívicas con motivo de las efemérides patrias: “…A principios de siglo la celebración del 25 de Mayo asumía características que, siquiera borrosamente, aún perduran en la memoria menguante de quienes fueron testigo del júbilo civil que ahora intentamos rescatar por inexplicable emoción retrospectiva. La fecha patria, para los habitantes de estos pueblos donde la historia fluía de la boca sentenciosa de los ancianos y era trasmitida por tradición oral, no daba lugar a una mera recordación mecánica. A través del tiempo, el ámbito pueblerino reaparece con toda la grata sugestión de lo irrecuperable. El triple grito de Libertad resonaba solemne en las mañanas saludadas con bombas y en los atardeceres pirotécnicos. Y asomaba a la plaza principal algún humilde soldado de las guerras civiles o algún veterano de la campaña del Paraguay, de donde no había traído otra condecoración que sus cicatrices. Su sola presencia situaba a los escolares, que los saludaban con veneración, en el centro ardido de remotas batallas. Bajo el quieto amanecer provinciano, en el tranquilo vecindario cercado de bosques y rayado de pájaros, resonaban las salvas saludatorias de la magna fecha. Los escueleros, con las mejillas encendidas por el frío, se concentraban al pie del monumento a la Constitución para entonar las estrofas del himno nacional. El sol asomaba sobre el filo rojizo del horizonte y la patria parecía manar de los pechos infantiles, cuyas voces podían oírse desde todos los extremos del poblado. Una rústica y sencilla alegría ganaba el alma de aquellas gentes inolvidables. Desde los campos lejanos, en imponentes y hamacadas volantas, llegaban las familias de los hacendados para asistir a los festejos. Las grandes ruedas de esos vehículos, al entrar en la zona empedrada, hacían un ruido atronador. Pero la celebración era de todos y, en consecuencia, también el paisanaje llegaba en sus hermosos y

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enjaezados caballos. Al aproximarse al pueblo, el andar de las cabalgaduras se hacía lento y había cierto recelo filoso en la mirada grave de los jinetes. Enmarcaba el rostro de los más viejos una barba huracanada y renegrida. Su aspecto y su porte, no exentos de un natural señorío que encontraba correspondencia en la parquedad de sus ademanes y en la mesura de sus expresiones, infundían en nuestro ánimo una suerte de cautelosa admiración. El reloj parroquial, cuyas campanadas eran como el alma sonora y perdurable de la población, marcaba las horas del sucesivo júbilo. Ese día, sus límpidos toques parecían más vibrantes y conmovedores. Después de oficiarse el tedeum, al que asistían los hombres de pro, rígidos y solemnes en sus levitas casi legendarias y palpitantes de emoción patriótica bajo las almidonadas camisas, se iniciaban los festejos y certámenes populares en el descampado próximo, junto al dormido río que daba nombre al núcleo urbano. Las aguas corrían escondidas entre sauzales y los bruscos montones de pájaros que venían de los montes cercanos, imprimían cierta gracia al espectáculo. Hombres oscuros y callados, hombres venidos de lejos pero que más bien impresionaban como llegados de otra época, orillaban la alegre reunión, manteniéndose a distancia de los suntuosos manates. A veces, la ironía relampagueaba en sus ojos, o se resolvía en una broma dialectal, cerrada, solo inteligible para los que venían de afuera. Por la tarde, ante el edificio de la Policía- vetusta construcción situada frente a la plaza- formaba el piquete de agentes que los vecinos llamaban soldados, conforme a una vieja tradición. Bueno es recordar que en esa época las tropas de línea y las fuerzas policiales se hallaban casi identificadas. Con el aire matón y el alto quepí requintado, alineábanse los gendarmes ( con intención despectiva también se los llamaba moros) a lo largo de la dependencia policial, que en el recuerdo se nos aparece extensa, bajita, pegada al suelo, con sus repetidas ventanas y su clarín a la puerta. Ante la emoción y la curiosidad de los escolares, el teniente López o el subalterno Vego, luego de dar la orden de firmes a sus subordinados, desenvainaban el sable que refulgía en el atardecer ya desganado, y con gesto enérgico, como cortando el horizonte con el acero, mandaban la descarga de fusilería, cuyo retumbar conmovía el crepúsculo y se ahondaba en la extensión silvestre. En la plaza, iluminada como nunca, la banda del municipio hacía oír los compases del himno, y luego inundaba el pueblo con su invariable repertorio de valses y trozos de ópera. El tango era niño entonces, tenía nuestra edad y no podía

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presentarse en las fiestas grandes. Y si bien el sentimiento épico llenaba el día, la cuerda lírica también dejaba percibir su íntima vibración. Era la plaza manantial de idilios y escenario de toda juvenil alegría. Pese a la magnificencia de su atavío, la Patria no era la única Musa… Por la noche, mientras las gentes humildes se encaminaban en busca de las diversiones que habían sido organizadas para ellas, las damas se preparaban para asistir al baile de gala. A favor de un tiempo más playero y dilatado que el de hoy, mil preocupaciones y desvelos originaba su toilette. Criadas de aspecto selvático y de animosa buena voluntad iban y venían, mandadas por sus amas, que diez horas antes del baile empezaban a acicalarse. Ese proceso se cumplía con una lentitud minuciosa que resultaría casi inimaginable en nuestra época. Ceñidas mangas tubulares, complejos peinados monumentales, y ondulantes sedas realzaban los encantos de aquellas señoritas que hoy son abuelas o que ya no existen. El pueblo, con entusiasmo a veces gritón, concurría a la plaza donde se levantaban las armazones de los fuegos artificiales. ¡Qué mayos los de entonces¡ Allí estaban don Valentín Almada, don Justo Gómez, don Guillermo Fustel, don Claro Posadas y otros hombres que daban a las celebraciones cierto prestigio. Todos ellos, desde un rincón penumbroso, presenciaban el espectáculo de los fuegos de artificio. Por la tarde, habían asistido a las carreras de sortijas. Ahora se hallaban frente a la mágica quemazón de castillos de pólvora y cartón. Una multitud compacta seguía las alternativas del ígneo programa, cuyo escenario era el mismo cielo nocturno. Como dijera Lugones, la primera bomba subía con tremendo desembarazo a horadar firmamentos. Luego ardía la rueda giratoria, crepitando fantásticos colores. El alto espacio dejaba ver las más extrañas y móviles geometrías. En el centro de la plaza se realizaban pintorescos concursos. Allí estaban el rompecabezas y el resbaloso palo en cuyo extremo superior había una codiciada suma de dinero. Una pálida luna de otoño, con indiferencia cósmica, presenciaba las ruidosas diversiones. Ya muy avanzada la madrugada, el pueblo ganaba su quietud habitual. Entonces, nuevamente podía oírse el clamor apagado, indefinible, de lejanos animales selváticos. (Mastronardi, 1994, págs. 51-52)

Similares y con amplio apoyo público eran las fiestas patrias en todas las ciudades y pueblos de la provincia, afirmando los valores identitarios consagrados por el Estado y reuniendo en un solo espacio, a todas las

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clases sociales unificadas en el culto a la patria y sus héroes máximos. Con anterioridad al magno día, y generalmente durante toda una semana, en los establecimientos escolares se preparaban programas especiales enfatizando los sucesos históricos recordados, sus actores principales y la trascendencia de su ideario. Todas las materias del plan en vigencia debían preparar sus clases en consecuencia y los archivos de la Escuela NormaL de Maestras del Uruguay nos muestran a Teijeiro Martínez orientando esos programas especiales con esmero y conocimiento cabal de las temáticas y las estrategias a emplear.

Por estos y otros muchos ejemplos que iremos analizando posteriormente, observamos que Martínez cultivó un estilo eminentemente europeo en sus escritos, aprovechando de su enorme conocimiento sobre distintos aspectos de la cultura, el arte, las ciencias, su brillante memoria y la también enorme cantidad de documentos, libros, folletos y elementos varios de que disponía, compraba o era receptor, custodio o simple consultor, ya que gozaba de un bien merecido prestigio en la elite de su tiempo. F. Devoto menciona su amistad con la viuda del General Urquiza, D. Dolores Costa, benemérita dama que, siguiendo el ejemplo de su esposo, apoyó todo emprendimiento cultural, periodístico o comercial que significara innovación, desarrollo y progreso, sin importar su costo. El Archivo de la residencia campestre San José, hoy Museo y Monumento Histórico Nacional guarda innumerables constancias y recibos de las revistas, diarios y periódicos de las que D. Dolores y su numerosa familia eran protectores o simples suscriptores, dentro de lo que fuera su ámbito cotidiano, la ciudad de Concepción del Uruguay, con la hermosa residencia urbana que el General no alcanzó a ver terminada, en la misma estancia San José, a la que la viuda nunca abandonó sabedora de lo que ella representó para su esposo, o en el territorio provincial, especialmente de ciudades a las que Urquiza estuvo ligado: Gualeguay, Gualeguaychú, Nogoyá, Colón, Concordia, Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Corrientes. Ello fue así aún en épocas de dificultades financieras enormes, debidas a los ingentes gastos que significaron los repartos sucesorios a partir de 1870, largos, dolorosos y conflictivos. La tradición familiar iniciada por Urquiza y continuada por su viuda fue mantenida en general por sus hijos, especialmente por Juan José, a quien consideramos el legítimo

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representante familiar en todos sus aspectos, tempranamente desaparecido en un accidente de aviación 26.

Las Memorias sobre el Paraguay, desde el punto de vista comercial y en su relación con los países del Plata, se integran a temáticas americanas, mientras que los Estudios sobre la sociedad y la política europeas del siglo XV fueron merecedores del Accésit en los Juegos Florales del Rosario, en 1883, año en que demostrando su versatilidad y capacidad autoral también publicó un trabajo sobre Los Oradores del Congreso Pedagógico Internacional Americano.

Sus afanes literarios alcanzaron a Brasil y Uruguay, países a los que dedicó sendos estudios de autores en relación con el nuestro, siendo esto último, lo de la relación integrada de temas y autores, un claro ejemplo de profesionalismo y actualización.

Otro aspecto demostrativo de su erudición lo constituye el Diccionario Bibliográfico de los escritores en prosa y en verso, de los países de habla castellana, trabajo que por sus características demandó largo tiempo de ingente labor.

Las Contribuciones a la Historia de Entre Ríos, de Martín Ruiz Moreno, por su parte, carecen del aparato erudito propio de la época, y que era demostrativo del profesionalismo de los autores. Su propio título CONTRIBUCIONES… sugiere al lector la idea de obras escritas al correr de la pluma, surgidas al calor de las polémicas tan en boga en aquellos tiempos y publicadas con un claro sentido reivindicatorio: “En el año de 1894 publiqué un opúsculo, estudiando en sus principales rasgos al General Don Francisco Ramírez como militar y como político. En esa publicación me propuse rectificar errores de algunos de nuestros historiadores, que hacían una caricatura del más notable de los caudillos del Litoral. No fue inútil mi propósito. Hoy hago una segunda edición explicándola y completando la importante actuación del General Ramírez. …” (Ruiz Moreno M., 1913, pág. XI). El objetivo perseguido era contrarrestar las expresiones injuriosas vertidas sobre Ramírez en la República Oriental del Uruguay al momento de rendirse homenajes a Artigas. El opúsculo a que hace mención explica esa causa con frases de hondo contenido magisterial: “…La Historia que extravía el juicio, ya por exageración de la verdad, ya por falsedad completa en la narración, o

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del móvil de sus resoluciones, es una Historia que daña, en vez de enseñar con provecho…” (Ídem) Mechaba en el texto frases de los clásicos, como era de estilo en la época, y el opúsculo llevaba por título Estudio sobre la vida Pública del general don Francisco Ramírez, de quien opinaba así: “…Ramírez, a cuya memoria se ha erigido también un monumento en Entre Ríos, es hoy mal conocido de muchos jóvenes de esta provincia. Una de nuestras Municipalidades mandó borrar el nombre de Ramírez de una de sus calles. Se debe esto sin duda a la influencia de ciertos libros escritos en bellísimo estilo y con mucha erudición, pero con lunares que amenguan su valor histórico (…) Para formar juicio acertado sobre la conducta de los hombres públicos es indispensable tener presente el medio social en que han actuado, los elementos de gobierno de que pudieron disponer, las injurias y calumnias con que se los provocó en días de lucha, y especialmente las causas y el fin que determinaron sus resoluciones…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, págs. 30-31)

De similar tenor, y con profundo realismo, otro prestigioso entrerriano dejó escritas sinceras expresiones sobre el caudillo: “…Ni monstruo ni prodigio, Ramírez fue un hombre de su tiempo y del medio ambiente, que los acontecimientos hicieron surgir sobre la palestra, en los días oscuros de la anarquía interior, cuando el sentimiento de la Patria no estaba definitivo todavía, pero que jamás traicionó la causa de la independencia, ni aún en ese ensueño de ambición personal de la república de Entre Ríos (…)Cometió errores, pero tuvo también grandes aciertos, y algunas de sus cosas son todavía preocupaciones de actualidad (…)No era tan bárbaro, pues diría Sarmiento al juzgar la obra del caudillo montaraz, que tuvo sus predilecciones: la escuela, los árboles y las manos limpias para manejar los caudales públicos…..de quien el severo Paz, que es parco en elogios para los contemporáneos del oficio, dice en sus memorias que fue el primero y único de los generales caudillos que puso orden, regularidad y disciplina a sus tropas, lo que le dio notable superioridad…” (Ugarteche, 1939, pág. 35 y 82)

La preocupación por lograr que la juventud conociera a fondo estas espinosas cuestiones fue constante en los hombres de aquel tiempo: “…Este libro ha sido escrito para la juventud: algo aprenderá en él del pasado y del presente. Aprenderá del pasado, porque la narración de

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hechos o sucesos históricos que contiene, está acreditada con documentos o pruebas incontestables, aprenderá del presente porque conocida la verdad, quedan en transparencia, algunos de los que han explotado y siguen explotando la corrupción que nace del personalismo y de la mentira. El título Urquiza y Mitre contribuirá a fijar la atención del lector, sobre la necesidad de restablecer la importancia respectiva de las dos tendencias políticas que esos ciudadanos sirvieron en la época de la organización nacional. Es posible que se atribuya al autor parcialidad a favor de uno de los dos personajes, y hasta predisposición a desconocer los méritos del otro, pero, debe tenerse en cuenta, que en todos los casos, cuando hay un favorecido y una víctima, la buena voluntad se inclina muchas veces solo aparentemente del lado más débil. Y, sobre todo, el autor ha procurado tanto la comprobación de los hechos, que si alguna sospecha abrigaba de incurrir en falta, esa escrupulosidad lo tranquiliza. La única consideración que puede preocuparlo, es que habiendo este pueblo vivido tantos años privado de la verdad histórica, pueda ser imprudente ofrecérsela así, de improviso, sin atenuaciones, pero, como este libro es para la juventud, debe tener confianza en que sea generosa y justiciera al apreciarlo.” (Victorica J. , 1906, págs. XII-XIII)27

Su compañero de ruta en el quehacer historiográfico dedicó sanos elogios a la obra, defendiendo a su autor de algunas críticas adversas que poco o nada tenían que ver con la misma: “…no creo, como dicen algunos, que el doctor Ruiz Moreno tenga neurosis de la controversia y que por ende algunas veces peca de ligereza en sus juicios, yo pienso por el contrario que tiene criterio propio y quizá se apasione algunas veces. Como quiera que sea, su folleto Estudio sobre la vida del general don Francisco Ramírez, (Paraná, 1894), (…) es digno de leerse por los amantes de la Historia patria. Contiene cinco documentos inéditos y entre ellos el Reglamento Provisorio de la República de Entre Ríos lo que por sí solo es una verdadera adquisición, aquí en donde los archivos ruedan pieza en pieza por la casa de Gobierno, y muchos andan en poder de particulares después del verdadero asalto que sufrió el Archivo General en tiempos del general Urquiza por dos conspicuos argentinos que, según dicen, sustrajeron todos los documentos de mayor importancia que se relacionaban con la época de Ramírez, so pretexto, como lo dejamos dicho, de escribir la biografía de este gran caudillo

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(…)todo lo que prueba que el nuevo folleto del doctor Ruiz Moreno es original, y sobre todo de mérito indiscutible por los documentos inéditos que contiene. Lo único que tengo que reprocharle a mi amigo (…) es que se apasiona demasiado…” (Ibídem, pág. 34)28

En punto a las CONTRIBUCIONES, que detallan in extenso los períodos pre y post independientes hasta 1860 aproximadamente, confiesa que no ha sido su propósito seguir un orden estrictamente cronológico de los hechos y las mismas publicaciones lo demuestran, ya que sus temáticas preferidas, con escasas excepciones fueron las referidas al Pronunciamiento de 1851, al que premonitoriamente llama REVOLUCION, enfoque que será tomado posteriormente por los académicos Beatriz Bosch y O. Urquiza Almandoz, entre otros, al historiar esta etapa.

Para refutar las apreciaciones de varios historiadores, que consideraba lesivas al honor y trayectoria de los prohombres entrerrianos transcribe documentos completos, sin análisis de sus textos, solo acompañados por algún comentario aleccionador. Ligado familiarmente o por amistad con la familia del Organizador, tenía el privilegio de contar con fuentes de primera mano, oficiales y privadas, y de haber hablado in extenso con los actores principales de aquella hazaña, lo que realzó su obra, pero al mismo tiempo le confirió escasa objetividad ya que no contrasta ni menciona, como lo hiciera Teijeiro Martínez, con autores que adhirieron a diferente postura. Su discurso será siempre en defensa de…y contrario a… “Más de cincuenta años van corridos desde que la revolución de 1851 derrocó las dos sangrientas tiranías que ahogaban la libertad, en los pueblos del Río de la Plata. Sin embargo, aún sigue extraviado el criterio en algunas Provincias Argentinas respecto de algunos sucesos que tuvieron lugar pocos días y pocos meses después de la batalla gloriosa de Caseros, y respecto de la actuación del Jefe de aquella Revolución…” (Ruiz Moreno M., 1905, pág. II) Con un sentido altamente dogmático, resalta la actitud ejemplar de Urquiza, denostando no solo a quienes la combaten con la pluma, sino también al Estado Nacional que permite y auspicia la publicación de esos escritos: “…Y un escritor argentino, entre sus exageraciones contra el general Urquiza, ha escrito que la gloriosa jornada contra la tiranía la inició el General Urquiza compelido por el Emperador del Brasil (…) Es de lamentar que la nación haya costeado la

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impresión de libros en que tales cosas se afirman sin haberse depurado de esas y otras torpes injurias contra hombres meritorios de la República...”(Ídem) Resaltan en los últimos párrafos la tendencia moralista imperante en la década, unida al culto de los personajes emblemáticos, cuya trayectoria debía aparecer impoluta, ocultando los hechos públicos o privados, sobre todo los últimos, que hicieran mella en la imagen forjada en el bronce. Su estilo difiere sustancialmente del de Teijeiro Martínez: “…Una característica de Martín Ruiz Moreno fue ceñirse exclusivamente a la exactitud, sin atender al arte de la narración, descuidando varias veces la forma de presentación de lo relatado, para cuidar con rigor la fidelidad del fondo del asunto. Bien cierto que entonces no se hacía mayormente culto al estilo-fundamental insistencia de Paul Groussac- con desmérito de la amenidad (…) En cuanto a las fuentes sustentadoras, tampoco era costumbre difundida en la época citar detalladamente el origen o ubicación en archivos de los datos expuesto, lo que dificulta filiar su procedencia…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, pág. 31)

Fundamentando algunos de sus párrafos cita brevemente a los historiadores santafesinos del momento, Lassaga, Iriondo- Juan F. Seguí, Cervera, Álvarez, o al oriental C. Díaz, a V.F. López, a quien refutó sostenidamente, las clásicas Memorias de Paz, y la compilación legislativa de U. Frías, siendo éstas las únicas referencias autorales que aparecen, en relación a los temas mencionados, pues en los restantes su obra carece de ellas, limitándose a la transcripción documental antedicha. Con respecto a los autores mencionados, los mismos generalmente se encuadran en un contexto común: “…La formación y labor de Alvarez no están aisladas, obviamente, de todo un pensamiento manifestado en el pasaje del S. XIX al S.XX, que marca las corrientes intelectuales. Pensamiento caracterizado por una sobreposición teórica y estética que dibujó un eclecticismo como signo de época. En lo intelectual, el positivismo y el modernismo cultural tiñeron las interpretaciones y representaciones de lo social. En particular, la noción de solidez en el conocimiento se fundamentó fuertemente en las condiciones científicas de producción. Así se fue conformando en el mundo del saber un tipo de intelectual científico con una visión objetiva y erudita…” (Tedeschi, 2009, págs. 223-24)

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La influencia ejercida por los iniciadores ha sido perdurable: “…En la diversidad de nombres e instituciones que antecede, percibimos un sustrato común fundante de la homogeneidad de la producción historiográfica entrerriana. La similitud entre los rasgos se revela a partir de una acentuada preocupación fontanal y en el tratamiento lineal del tiempo, cuya duración está en directa relación con la documentación disponible. La narración del episodio militar, la semblanza lugareña del personaje y la crónica del hecho, son materia de interés recurrente. El modelo erudito prevalece y difiere los cambios metodológicos radicales. Constatamos también la continuidad y permanencia de la rica y valiosa tradición de las generaciones anteriores cuyos mentores fueron Benigno Teijeiro Martínez, Martín Ruiz Moreno y César Blas Pérez Colman…” (Ríos M. d., 1990, pág. 131)

1.5 Consideraciones Finales

Los tempranos comienzos de la Historiografía Entrerriana, la emparentan con su homónima de Corrientes y en menor medida con la de Santa Fe, con la primera la ligan iguales objetivos aleccionadores y reivindicatorios, con una cronología de publicaciones paralela con las obras que a nivel nacional fueron apareciendo. No existen en la vecina provincia, sin embargo, las problemáticas regionales divisorias de estilos y temáticas ni se sufrieron las consecuencias desastrosas de las últimas reacciones de los caudillos. Los correntinos tendrán por ello, mayor desarrollo institucional en relación a la organización de los LUGARES DE LA MEMORIA y las entidades encargadas de su resguardo. El ejemplo estaba latente también en otros escenarios: “…Juan María Gutiérrez, (…) tiene más suerte. No solo sobrevive largamente al exilio, sino que puede desarrollar una larga y exitosa trayectoria intelectual. La decisión de erigir cinco estatuas en la fachada de la Universidad de Buenos Aires, en 1865, como homenaje a quienes impulsaron su fundación : Bernardino Rivadavia, Antonio Saénz, Valentín Gómez, Avelino Díaz y Amancio Alcorta, le ofrece la oportunidad para coordinar una publicación biofotográfica, celebrando la ocasión Gutiérrez, quien dirige por entonces esa casa de estudios…” (Madero, 2005, pág. 10)

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Los títulos dados a sus obras nos remiten específicamente a la etapa de comienzos historiográficos organizados pero aún no totalmente profesionalizados: Apuntes, Contribuciones, Comprobaciones, Crónicas, Sinopsis, Memoria descriptiva, reveladores de la parcialidad de los estudios en cuanto a su alcance, siempre a la búsqueda de ejemplos aleccionadores del pasado pero profundamente eruditos en su estilo. El intento de reconocer historiográficamente la labor de estos autores nos remite a posicionarlos dentro de la corriente metódico-documental signada por la honda influencia del ámbito en el que trabajaron, los marcos sociales en que se movieron, variables y diferentes, influenciados por la memoria pero ya atrapados por la historia científica en sus últimos tramos y activos partícipes de la vida institucional de su tiempo.

Tanto Benigno Teijeiro Martínez como Martín Ruiz Moreno fueron hombres públicos vinculados estrechamente al aparato provincial, el segundo en mayor medida que el primero, actores y/o espectadores de gran parte de los sucesos que luego relatarían, por lo que se observa en ellos un sano sentido de prudencia que se nota mucho más en el primero, considerado el Mitre entrerriano. Como era de estilo en la época, ejercieron la docencia en las flamantes Escuelas Normales o en los institutos ya prestigiosos, como el Colegio Nacional del Uruguay, heredero cultural de la entrerrianía, y sentaron ilustre precedente, ya como docentes por su variada producción didascálica, ya como funcionarios que coadyuvaron a la fundación de aquellas señeras instituciones que orientaran nuevos rumbos institucionales y desde donde proyectaron su saber, su interés por las cuestiones históricas y fomentaron incipientes vocaciones insertas siempre en su especial respeto y fervor por las temáticas regionales y su adecuada valoración: “…Pero, ¿qué tiene el Colegio del Uruguay que tan honda y cariñosamente arraiga su recuerdo en el corazón de sus hijos? Preguntas como esta son frecuentes en cualquier rincón del país, donde un ex alumno del Histórico levante su tienda de campaña y, en el frecuente contacto que mi posición me proporciona con gentes dedicadas a la docencia, puedo afirmar que en cada Colegio visitado, o en cada acto escolar a que asisto, la demanda se repite suscitando el halago que no es de necia vanidad sino de la conciencia de ser siquiera parte minúscula de esa gran unidad cívica y moral que esta casa tradicional aportó al acervo superior de la República. Qué tiene el Colegio? Pues tiene, le decía (…)

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Agua de Vida, de esfuerzo y de valor (…) esa virtud de filtro le viene, como un rezumo de su vida toda (…) le viene también de las calidades de sus directores y profesores, positivas y superiores capacidades intelectuales, virtudes ejemplares y fervorosos docentes…” (Sagarna, 1925, págs. 84-86)

A través de los tiempos, la impronta del Colegio mantiene sus esenciales características, resumidas por otro de sus docentes: “…La gravitación ejercida por el Colegio en la vida ciudadana fue, desde sus mismos orígenes, continua y esencial. Esta permanente vocación, este destino cultural que constituye la razón de su existencia y lo sostiene- inclaudicable- en su tarea formativa a lo largo de los años, hunde sus raíces en la tierra de un pasado fértil, que consagró sus energías a la consolidación de los cimientos que posibilitarían el advenimiento de un venturoso futuro. Hoy (…) el Colegio es parte de un presente que alguna vez tuvo la forma de un sueño vagamente presentido. Y es obvio que hoy, este presente, resulta en gran medida comprensible porque las luces del pasado perfilan su silueta agigantada sobre el horizonte de nuestro tiempo. Pero no debemos olvidar que los hechos del pasado que hoy podemos llamar genuinamente históricos, fueron a su turno, un proyecto largamente acariciado. Por esta razón- nos atreveríamos a decir- toda verdadera historia empieza siempre por el futuro. Si la historia es ciencia de hechos, como reiteradamente se ha dicho, debemos recordar que los hechos son siempre el futuro de las intenciones. Aún de aquellas no siempre discernibles en la claridad de las conciencias. Aún de aquellas que, al materializarse, desbordan pletóricamente la lógica de su concepción y se ofrecen a sí mismas como el mejor testimonio de que la realidad excede con frecuencia las más prolijas, meditadas y cuidadosas planificaciones. El Colegio del Uruguay fue una intención mucho antes que un hecho, y es pertinente afirmar que en esa intención había comenzado a escribirse ya la historia del Colegio…” (Giqueaux, 1986, pág. 4)

Gustavo Prado ha denominado protohistoriográfico al discurso producido en la etapa en estudio, considerando que la producción emanada de ella incursiona en lo periodístico, lo docente, lo literario, alejada bastante de lo científico que dominará en la etapa siguiente. Se mantuvieron plenamente integrados a la postura litigante, actitud que

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será criticada aún dentro del mismo marco historiográfico de la época: “…No hay que confundir en Historia lo que constituye la razón causal o explicativa de los hechos o acontecimientos con el juicio correspondiente, y menos éste con las consideraciones filosóficas relativas a la ley del progreso. En Historia no faltan quienes crean que explicar un hecho es juzgarlo, y sobre todo que explicarlo es justificarlo y hasta dar lugar así a inmerecidas reivindicaciones y glorificaciones. Nada más equivocado ni absurdo que eso, y sin embargo nada más común y corriente en ciertos casos y con ciertos personajes (…) Los intereses de la patria, su adelanto, su bienestar, sus prestigios siempre por encima de todo. Ese es el criterio con que constantemente debe procederse e indefectiblemente juzgarse…” (Bassi, 1936, págs. 485-488) 29

El COMITÉ POSITIVISTA ARGENTINO, de donde provenían estas manifestaciones, se conformó en Buenos Aires como: “…centro de estudio y difusión de las orientaciones científicas, filosóficas y sociales del Positivismo. Es director el doctor J. Alfredo Ferreira, vicedirector el doctor Leopoldo Herrera, tesorero, profesor Víctor Mercante, secretario, doctor Humberto Settel, miembros activos: profesor Rodolfo Senet, profesor Avelino Herrera, doctor Martín Jiménez, profesor Manuel A. Bermúdez, profesor Modesto F. Leites, profesor Martín Herrera, doctor Pedro Scalabrini Ortiz, profesor Rafael Barrios, profesor José F. Ferrero y profesor Ramón Carrillo. Está en relación directa con el Comité Occidental de París, presidido por M. Emilio Corra, y mantendrá comunicación activa con el Centro de Londres y los demás de Europa y América. Celebra sesiones el primer domingo de cada mes, en su local de la calle Billinghurst 2516. La entrada es libre. Disertarán sucesivamente en esos días, el doctor Leopoldo Herrera sobre Las quince leyes de la filosofía primera formuladas por Comte, el profesor Víctor Mercante sobre El espíritu positivo en el Sadana de Rabindranath Tagore, el doctor Rodolfo Senet sobre el cuadro psicológico cotidiano de las dieciocho funciones cerebrales: instintivas, intelectuales, morales y prácticas, el doctor Humberto Settel sobre Filosofía matemática, el doctor J. Alfredo Ferrerira sobre La aptitud estética del positivismo. Otros profesores inscribirán en breve sus temas respectivos…” (Comité Positivista Argentino, 1924, pág. 24)

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Se estaba en medio de un proceso de cambio que alteró sobremanera las relaciones entre las ciencias, promovió profundas innovaciones en la vida universitaria y dio paso a nuevas orientaciones: “…Es, pues, una locura despreciar y combatir las disciplinas científicas para defender la cultura estética y filosófica. Es menester, sí, fomentar a la par que la cultura científica, la cultura estética y filosófica para evitar de formar hombres eficientes desde el punto de vista de la técnica, pero imperfectos desde el punto de vista de los intereses espirituales de la humanidad. Si nuestra cultura fuera exclusivamente científica, podría subsistir cierto tiempo nuestra civilización, por descansar ella principalmente sobre dicha cultura, pero no tardaría la humanidad en hundirse en la degradación espiritual, y esta degradación traería, a su vez, la muerte de la civilización contemporánea. Es menester ventilar bien nuestra vida espiritual abriendo los sentidos y los sentimientos a los rayos bienhechores de las bellas letras, de las artes y de la metafísica, para evitar que el hombre, a la larga, se transforme en un ser mecánico, poseedor de una técnica perfecta, pero estrecho de inteligencia, por no relacionar el pequeño campo de sus actividades técnicas con las múltiples manifestaciones y necesidades de la vida social, y la naturaleza humana con las fuerzas del universo, y egoísta y malo, por no haber perfeccionado sus sentimientos más elevados, dejando predominar los instintos y deseos primitivos. Si queremos una humanidad menos imperfecta que la nuestra, fomentemos, a la par que la cultura técnico-científica, la cultura metafísica y estética, aquella para dilatar los horizontes del entendimiento, ésta para hacer más bello y más bueno el corazón humano…” (Mouchet, 1924, pág. 3)

Precisamente por todos estos enfoques y las divergencias a que daban lugar,, es que no podemos exigir a los representantes de la etapa decimonónica un profesionalismo que todavía no había establecido sus pautas y estaba en pugna con los otros sectores científicos, por lo que la numerosa producción, de variado tenor y estilos también variados, debe estudiarse con los lógicos recaudos que impone el conocer a fondo la época, sus etapas y representantes, rescatando la preocupación existente en los autores por dar a su provincia, a través de sus escritos, el lugar merecido en la trama nacional, considerando también a la tarea formadora ejercida en las aulas como un sabio complemento de aquella. La frescura de sus aportes dió nueva vida a las interpretaciones en boga

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sobre las provincias y sus caudillos, lo que fue hidalgamente reconocido por B. Mitre en su Historia de Belgrano y será luego tomado por la nueva Escuela Histórica Argentina a la que César Blas Pérez Colman representará en la provincia.

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Notas

1 Los Autores toman de Mariano E. López el proyecto de Ley presentado a la Cámara de Diputados (tratado en la sesión ordinaria del 6 de junio de 1910 y desechado), proyecto iniciador de las tratativas que, cambios operativos mediante, culminaron en la década del ’30 con la expropiación del Palacio San José, su declaración como Monumento Histórico y la instalación en el mismo de un Museo Nacional. 2 Tal cual ya ha sido observado, ni en esta obra ni en otras similares del último período se menciona a los historiadores provincianos ni tampoco sus numerosas obras han sido fuentes consultadas. El “marco regional” ha sido dado desde el centro, ignorando la periferia. La otra colección de la misma temática, Nueva Historia de la Nación Argentina editada por la Academia Nacional de la Historia, ha incluído, en cambio, a varios historiadores regionales, casi todos miembros de esa corporación, y a revistas editadas desde centros regionales de investigación. 3 Al respecto indicamos que, según B. Bosch, los excelentes aportes sobre historia de las instituciones y constitucional hechos por E. Ravignani fueron iniciados en su época de estudiante universitario en el entonces Archivo Histórico de Entre Ríos, hoy AGER. Las contradicciones que marca Irazusta en varios de sus ensayos, se ven reflejadas también en toda su obra, siendo las más notables el hecho de elegir como modelo de caudillo a E. López, desdeñando a las figuras máximas entrerrianas: Ramírez y Urquiza, o elogiando sin ambages a Alberdi, colaborador dilecto de aquel. 4 Para este punto, es interesante analizar la obrita CRITICA, (Ramón Doll, 1930) Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos J.J. Rosso, que alcanzó gran notoriedad en especial por su polémica con M. Gálvez y que refleja meridianamente la postura de estos jóvenes del ’30 disconformes con todo lo que los rodeaba y en especial con el legado generacional recibido, una buena aproximación al tema en la tesis de Noriko Mutsuki, (2004), Julio Irazusta-Treinta años de nacionalismo argentino, prólogo de Fernando Devoto, Buenos Aires, BIBLOS. 5 para un conocimiento más profundo de la trayectoria de Leoncio Gianello, consultar a C. Gianello de Suárez, (2005), Leoncio Gianello, vida y obra, Santa Fe, edición de la autora, o el trabajo de Mariela Coudannes, “La construcción de representaciones de la identidad santafesina en la Historia de Santa Fe, de Leoncio Gianello, en Historiografía y Sociedad, citado, p.p. 203 a 220, entre otros numerosos estudios sobre este prolífico autor. 6 La coincidencia en hacer del paisaje provinciano un factor gravitante en la narración histórica es general y recurrente a todos los historiadores entrerrianos. 7 La división generada alcanza incluso a la región, los historiadores paranaenses y concordienses se inclinan por lo sustentado por Ruiz Moreno, el resto, con O. Urquiza Almandoz a la cabeza, confirma enfáticamente y con solidez, lo asesorado por Martínez. 8 Hacemos referencia aquí a la serie Estudios de Historia Social del Tucumán- Educación y Política en los siglos XIX y XX, y a un trabajo en especial incluído en el Volumen II: “ Colegio Nacional de Tucumán-Orígenes y destinatarios”, cuyo autor es Daniel A. Jiménez. 9 Este Instituto como su nombre lo índica agrupaba a poetas, escritores e historiadores, siendo los literatos la gran mayoría, tuvo muy corta vida, alcanzando a publicar un

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único ejemplar de los cuadernos proyectados, por esta efímera iniciativa, sin mayores datos. 10 María del Carmen Ríos lo menciona, por ejemplo, en su contribución historiográfica para el CICH, 1990, citado, p.131. J. Irazusta, citado. Estos reconocimientos a su labor han continuado, recordamos, por ejemplo, la encendida polémica suscitada cuando, en ocasión de jurarse la Constitución de 1993 en el Palacio San José, desde la Municipalidad de Concepción del Uruguay decidieron cambiar el nombre de uno de los más tradicionales bulevares- B.T. Martínez por el de Los Constituyentes, cruzándose críticas y fundamentaciones entre políticos e historiadores de fuste como el Prof. O. F. Urquiza Almandoz cuyo archivo particular hemos consultado. 11 Para este aspecto, ha sido de interés la consulta al trabajo de Esteban Fontana “Los Primeros Textos Escolares de Historia Argentina a Nivel Primario- (1860-1890)- Primera parte, en INVESTIGACIONES Y ENSAYOS, N| 47 12 Hemos respetado la grafía original, el ejemplar consultado gentileza Profesor Horacio Regueira. 13 La tradición archivística de estas provincias ha mantenido el prestigio que le viene de aquella etapa, tanto en el plano específico de lo institucional, como en la difusión y educación. 14 Se sugiere la consulta de Gustavo H. Prado, “La Historiografía Argentina del Siglo XIX en la mirada de Rómulo Carbia y Ricardo Levene: problemas y circunstancias de la construcción de una tradición.1907-1948”, en LA HISTORIOGRAFIA RIOPLATENSE EN LA POSGUERRA, (2001), Nora Pagano y Martha Rodríguez, compiladoras, Buenos Aires, Editorial la Colmena. Es interesante observar los floridos discursos y homenajes con que se agasajaba a los especialistas europeos, buscando impactar con ello en la conciencia histórica de la sociedad argentina, prestigiar a las universidades que los recibían y demostrar profesionalismo, ver ARCHIVOS DE PEDAGOGIA, UNLP, o Nosotros, años varios, Atlántida, Revista de Derecho Historia y Letras, ídem, el Monitor de la Educación Común, etc. 15 Los párrafos citados son similares a los vertidos por Beatriz Bosch para Urquiza,(esta autora no reivindica a F. Ramírez, de quien no aprueba su vida sentimental), propios de la etapa de escritura de las Historias de Provincias, década del ’70, posteriormente denostadas por los renovadores., vide M. Coudannes, en Historiografía y…p.220. El historiador H.J. Cuccorese destacó en uno de sus trabajos, (1988), el signo de la violencia espiritual- de todo tipo- enquistada en todas las etapas de la historia argentina. 16 El texto referencia el de Alfredo Cosson, Trozos Selectos de Literatura y método de composición literaria-sacado de autores argentinos y extranjeros. 17 Informe sobre el veredicto en el Certamen Literario del Uruguay, 1884- Dr. Estevan M. Moreno, presidente- Doctores Miguel M. Ruiz, Victoriano E. Montes, Alberto Ugarteche, Vocales- Dr. Antonio Baleto, secretario, archivo de los autores. 18 Ernesto Quesada aludirá al tema con amargura cuando, en 1920, lea su discurso de Homenaje a Urquiza ante el monumento levantado en su honor en la capital provinciana, representando a la Universidad de Buenos Aires y presidiendo la Comisión de Homenaje formada para tal ocasión, ver apartado homónimo. 19 Es digno de mencionar que la situación aquí descripta se ha mantenido, con algunas variables- a través del tiempo y de los sucesivos gobiernos hasta nuestros días. En efecto, apenas acallados los ecos del memorable BICENTENARIO DE MAYO, los

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entrerrianos se siguen preguntando porqué en la GALERIA DE PROCERES LATINOAMERICANOS inaugurada en la Casa Rosada, no aparece la figura del Organizador de la Nación, pero sí la de su oponente Rosas, marcando con ello el siempre vigente predominio de la historia escrita y- en este caso- asesorada- desde Buenos Aires por sobre las historiografías regionales, a lo que debemos agregarle la fuerte carga ideológica que subyace en el mensaje político que contiene a toda la Galería. 20 A.P. Castro, primer director del Palacio San José, se muestra extasiado ante la enorme masa documental desparramada sobre muebles y arcones de la residencia, comprendiendo de inmediato que toda esa documentación serviría para mostrar un Urquiza íntimo, despojado de pequeñeces, afectuoso con su familia, enormemente interesado en hacer de su morada un lugar de descanso y reflexión, solidario con amigos y extraños, paternal con sus subordinados y tremendamente disciplinado en sus costumbres y labores. De inmediato pondrá manos a la obra iniciando la interesante serie de MEMORIAS DEL ARCHIVO que difundieron aspectos del patrimonio documental relevado y pusieron en escena nuevamente al personaje, esta vez con una óptica intimista hasta entonces poco conocida. 21 Sobre este tema en particular, la bibliografía existente es numerosa, acerca de V. F. López el trabajo de Eduardo Madero (2005), La Historiografía entre la República y la Nación- el caso de Vicente Fidel López, Bs. As. Catálogos, es esclarecedor de varios aspectos de este renovado tema, además del ya citado de Natalio Botana La Libertad Política y su Historia. 22 Iguales pensamientos maduró en su momento Carlos Pellegrini, satisfecho de los resultados obtenidos, opinión que cambiaría sustancialmente en sus últimos años, donde se queja de no encontrar a la juventud que continuaría esa senda- la del destino histórico- señalada por su generación. 23Esta Estadística (Castro Boedo), realizada por encargo del Gobierno del General Racedo, a la sazón Gobernador de la provincia, y promotor del traslado de la capital de Concepción del Uruguay a Paraná, es una de las más completas concretadas por organismos oficiales, a la vez que no desdeña ensalzar la obra gubernativa de su mentor, compañero de armas y amigo personal del Presidente Roca. Copia de la misma en nuestro archivo particular por gentileza de BIBLIOTECA PROVINCIAL DE E.R., en adelante BPER. 24En varias de las citas ofrece claros ejemplos de la disputa colombina en Europa, con mención de obras, países y autores. Acerca de la ´Historia Argentina de Domínguez, un interesante aporte de Ernesto J. A. Maeder fue publicado en NORDESTE, Nº 3, FH, UNNE, Resistencia, 1961. 25 José Torre Revello dejó una ajustada semblanza de Figuerero en su trabajo leído el 5 de agosto de 1958 en una de las sesiones de la Academia Nacional de la Historia, bajo el título de Vida y Obra de Manuel Vicente Figuerero traza una completa semblanza del historiador correntino, maestro normal y agrimensor, profesión ésta última que compartía con Teijeiro Martínez. 26 Para ampliar estos temas véase Celia Gladys López, (2000), inédito, Vida cotidiana en el Palacio San José a partir de 1870- Pleitos- Familia- Bienes, también nuestro trabajo Patrimonio Documental del Palacio San José, Décimo Encuentro de Geohistoria Regional del NEA, Gobernador Virasoro, Corrientes, Fundación Domingo

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Sarmiento- Fundación Victoria Navajas, 8-9 septiembre 1995, p.p. 293-302- o nuestro opúsculo ESTAMPA DE UN CAUDILLO EN PLENITUD. Justo José de Urquiza 1851, C. del Uruguay, edición de autor, 2004. 27 La familia Victorica, estrechamente ligada a Urquiza a través del parentesco de Benjamín con éste, y de su también estrecha colaboración como secretario privado del general, fue una eficaz defensora de la trayectoria urquiciana y ha dejado además de numerosas publicaciones, un legado documental riquísimo, parcialmente explorado. 28Este autor, al igual que Ruiz Moreno, estaba ligado a Urquiza por lazos de afecto y de familia, y por eso mismo cita documentos, testimonios y hechos con gran franqueza y singular devoción, su obra al igual que el tomo IV de Ruiz Moreno fueron frecuentemente citadas por James Scobbie en su conocido estudio sobre la etapa Confederal donde hace una exacta y detallada síntesis de los archivos-oficiales y privados necesarios en la consulta, así como de los inconvenientes ya descriptos acerca de la masa documental perdida o destruída. 29 Al respecto es interesante consultar la revista EL POSITIVISMO, órgano del Comité Positivista Argentino, donde uno de sus más prestigiosos exponentes, el Dr. J. A. Ferreira será un ácido crítico, desde adentro, de estas posturas.

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2 La HISTORIOGRAFIA ENTRERRIANA: Primeras

Representaciones.

Palabras Claves: Organización- cuestiones- juicio- emancipación- valor

2.1 Introducción

Promediando la primera década del S. XX, un decreto del P.E de Entre Ríos establecía que: “…la publicación de dicha obra interesa muy especialmente al pueblo entrerriano, (…) máxime si se atiende al riesgo nada improbable de que por falta de la cooperación que se solicita, quede ella indefinidamente en suspenso, privando a las nuevas generaciones de una fuente de ilustración sobre cuya bondad y naturaleza autorizan a anticipar un juicio favorable los volúmenes de la misma historia que hasta ahora se conocen. Que de no existir otras razones, como la conveniencia de fomentar los estudios que por su carácter son realmente dignos de que en ellos ejercite sus facultades intelectuales un pueblo culto, bastaría la anunciada para proveer en la emergencia de conformidad con lo que se pide…” (Teijeiro, 1919, pág. 2)

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Con esto laudatorios considerandos se aprobaba el petitorio de Benigno Teijeiro Martínez, a la sazón Jefe de la Sección Archivo del Gobierno provincial, dando curso a la publicación del tercer tomo de su documentada HISTORIA DE LA PROVINCIA DE ENTRE RIOS, cuyo plan incluía un cuarto y quinto volúmenes, no publicados, y que, en su estructura, abarcaba desde la Entre Ríos prehistórica hasta 1821, el primer volumen, desde esa fecha hasta 1846 el segundo, y desde 1846 hasta 1860 el tercero.

Similar preocupación oficial por dejar constancia escrita de los hechos históricos entrerrianos encontramos en la obra del compañero de ruta de Teijeiro Martínez, el historiador Martín Ruiz Moreno, quien tuvo además el auspicio franco y generoso de antiguos discípulos o camaradas de luchas parlamentarias, como el General Julio Argentino Roca. Su Contribución a la Historia de Entre Ríos, más breve que la de su contemporáneo, comienza con una advertencia que indica con claridad las características de la obra: “…Por una sanción muy honrosa para mí de la Honorable Cámara de Diputados, en el período próximo pasado, se me comisionaba para escribir un resumen de la historia de la provincia. Por falta de salud decliné ese favor. Para responder con algo útil al propósito de esa sanción he formado una miscelánea histórica, que me permito dedicar al Honorable Congreso…” (Ruiz Moreno M. , 1913 a, pág. IX)

Esta miscelánea, aprovecha una anterior obra dedicada a Francisco Ramírez, y continúa hasta la toma del poder provincial por Lucio Mansilla, para dar paso en el tomo segundo, a los sucesos posteriores que culminan con los gobiernos urquicianos, a los que dedica detalladas páginas, finalizando con una descripción de los personajes secundarios de aquellos tiempos, que, según su criterio, tuvieron capital importancia en la obra de gobierno del caudillo, marcando la primera gran diferencia con Teijeiro Martínez, con el cual compartía, sin embargo, la posición historiográfica de Bartolomé Mitre, de reconstruir el pasado, no resucitarlo, de allí que la tradición oral, aunque utilizada por Ruiz Moreno con eficacia en varios escritos, no constituyó nunca la única fuente que sostuviera sus opiniones. Apartándose de la tradición viva, que para V. F. López constituía la base fundamental de su trabajo historiográfico, revalorizan el otro pasado, el de los

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acontecimientos regionales, el que desnuda las dificultades para lograr acuerdos fructíferos, y traslada la acción y las decisiones al teatro provinciano, alejándolo del grupo social porteño que se consideraba su mentor y gestor: “…De allí surgió el enfrentamiento que, formulado doctrinariamente, se expresó tanto a través del debate en torno a la soberanía como de la lucha política concreta entre federalistas y centralistas y caracterizó las primeras décadas de vida independiente en Iberoamérica. Los primeros buscaban salvaguardar la soberanía de los pueblos dentro del nuevo organismo político a conformar, prefiriendo la figura de la confederación, realidad que la tendencia nacionalista de las historiografías nacionales ocultó al rotular de federalismo a lo que en realidad eran tendencias confederales, cuando no simplemente autonómicas…” (Chiaramonte, Nación y Estado de Iberoamérica , 2004, págs. 12-13)

Revitalizar ese pasado, reconociéndolo como parte integrante de la nacionalidad, fue uno de sus más claros objetivos. El presente desde el cual escriben mantiene un vínculo indisoluble con el mismo, se sostiene en él, y lo proyecta en forma positiva hacia destinos de orden y progreso.

No obstante ello: “…La consagración de una historia argentina en la cual confluían las dos tradiciones historiográficas nacidas de la confrontación entre Mitre y López, sumada a los juicios de Carbia sobre las crónicas regionales, implicaba que los escritos históricos elaborados en las provincias quedaran mayoritariamente fuera de los marcos que delimitaban ese objeto de estudio. Los historiadores provinciales y sus obras podían aspirar quizás a ocupar un espacio marginal dentro de ella o ser apéndices que ampliaran o completaran la historia nacional, como de hecho ocurrió con las historias provinciales que fueron incluídas en la Historia de la Nación Argentina dirigida por Levene. Lo cierto es que desde entonces no se ha podido pensar de otra manera esta cuestión, ha quedado establecido como una suerte de obstáculo epistemológico que las obras elaboradas en Buenos Aires podían presentarse como historias argentinas, y todo intento de explicar procesos semejantes desde la perspectiva de las provincias no podía traspasar los límites de la historia regional…” (Quiñones, 2009, pág. 10) 1

En este segundo capítulo sobre la historiografía entrerriana en sus inicios, continuaremos ahondando en las temáticas elegidas por los

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autores seleccionados, intentando develar a través de sus numerosos escritos de todo tipo: misceláneas, opúsculos, folletos, artículos, polémicas, libros, los discursos sobre aquel pasado emancipador pleno de valor y coraje, surcado por las cuestiones que desvelaron a los personajes en estudio durante las arduas etapas de la emancipación y la organización nacional.

Las personalidades de ambos autores, tan diferentes entre sí, se cruzan en los circuitos de la memoria, munidos cada uno del bagaje que consideraron necesario para fundamentar sus posturas, pero adoptando enfoques propios de la formación recibida tanto como de las influencias externas a que se vieron sometidos puesto que, sobre todo en el caso de Ruiz Moreno, su vinculación directa con la familia Urquiza, y su activa participación en la gestión pública lo colocaron en un plano sustancialmente distinto al del historiador español. Caso singular éste, el de un europeo enamorado de la historia nativa, profundo conocedor de la misma, y por lo expuesto seguro en el juicio y objetivo en toda su obra: “…Ese gallego llegado a la Argentina en 1873 estaba munido de amplios intereses culturales; su amistad con Juan María Gutiérrez le posibilitó su inserción en el medio local a través de la edición de manuales escolares de geografía, aritmética e historia que fueron objeto de incesantes reediciones entre 1879 y el fin de siglo. Su principal aporte historiográfico fue la obra Apuntes Históricos sobre la Provincia de Entre Ríos (1881) texto cimentado en las compulsas practicadas en el Archivo Histórico de Entre Ríos y sobre la base documental aportada por Trelles, (a la sazón director de la Biblioteca porteña) de B. Mitre y de C. Casavalle, tal base fue incrementada al punto de conformar su archivo particular gracias a obsequios y copias facilitadas- entre otros- por la viuda de Urquiza. Producto de todo ello fue su Historia de Entre Ríos,(3 tomos) que comenzó a publicarse con grandes dificultades en los albores del Siglo XX. Como hiciesen varios contemporáneos, Martínez fundó en 1887 la revista El Investigador, en la que incorporaba documentos y desde la cual polemizó con V. F. López a propósito de la figura de Francisco Ramírez, cuya recuperación historiográfica había comenzado dos años atrás…” (Devoto & Pagano, 2009, pág. 59) 2

Las diferencias de valoración con respecto a la figura de Pancho Ramírez también alcanzaron a Martín Ruiz Moreno, quien trató por diversos

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medios de que Martínez valorara la figura del caudillo en su dimensión total, sin aplicarle una exégesis demasiado exigente: “…Por lo demás, era tan ignorante como Artigas, Guemes , López y otros caudillos de la época. Artigas sin el fraile Monterroso no hubiera sabido redactar una nota, y Ramírez sin don Cipriano de Urquiza no hubiera acertado a darse cuenta del modo de administrar la República de Entre Ríos sino a viva voz y lanza en ristre. Es esa la única parte del folleto en que no estamos de acuerdo mi amigo y yo- En cuanto al vapuleo que le da al Dr. Vicente Fidel López, es bien merecido, y tiene el mérito de que se lo da en vida, no esperando que se muera como él lo hizo con el Doctor Lamas, para llamarlo, después de muerto, ladrón inicuo y miserable…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, págs. 33-36)

Después de intercambiar cartas y artículos, Martínez atenúa sus juicios iniciales consagrando a Ramírez como figura liminar del panteón histórico provincial. Las aseveraciones primeras de Martínez referidas a Ramírez, lo acercan a V.F. López y sus despiadados comentarios sobre Artigas, mentor de Ramírez, y sobre éste mismo en particular, a quien califica de sultán por su conducta con las mujeres, y de señor feudal por sus hábitos en general, en lo que respecta a ambos, la imagen de desorden, barbarie y despojo es constante y cuesta entender la postura inicial de Martínez, dada su cercanía con el entorno ramiriano y su conocimiento cabal de la realidad provinciana y de las fuentes que manejó.

En las obras mencionadas ambas posturas se observan con claridad, en especial cuando se refieren a estudios relacionados con la trayectoria pública de Ramírez y Urquiza, los caudillos que ocupan lugar preferencial en la etapa elegida y a los que siempre consideraron legítimos representantes de lo que Mitre llamó la nación pre-existente, poniendo a ésta por sobre la concepción del Estado-Nación finalmente organizado, idea que en López se centralizaba solamente en la provincia de Buenos Aires, donde los partidarios del centralismo consideraban imposible y anárquica la fragmentación de la soberanía.

Conceptos integradores y sin falsos prejuicios aparecen asimismo en la historiografía uruguaya: “…(en el), convenio de paz proyectado por Artigas en 1815, porque allí se evidencia la actitud segregacionista de Buenos Aires y, a la inversa, la vocación integradora a la que fue Artigas

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indeclinablemente fiel. También el texto del Pacto del Pilar en 1820 porque en él se ilustra, en la dramática instancia del desencuentro con los capitanes provincianos Ramírez y López cómo éstos, en la hora del ocaso del campeón del federalismo y cuando urdieron la trama para desalojarlo de su sitial de conductor, siguieron igualmente adheridos a la esencia de su ideario. Se prueba así, desechando epítetos injuriosos acuñados por una historiografía carente de sentido crítico, cómo, en el indiscutido liderazgo que ejercieron los caudillos federales sobre sus pueblos, la vertiente del personalismo no empañó la sustancial adhesión a los grandes postulados por los que la masa campesina peleó, sufrió y murió…” (Bruschera, 1969, pág. 9)

Será precisamente a partir de las obras de Mitre y López que: “…comenzó a forjarse una imagen del pasado argentino que concedía un protagonismo casi excluyente a la elite porteña en el proceso fundador del orden institucional del país y pretendía legitimar la política seguida por los gobiernos centrales que desde la revolución trataron de encauzar al ex virreinato dentro de un destino unitario…” (Quiñones, 2004, pág. 46)

José Luis Romero ha resumido con exactitud este doble enfoque: “…Un atento examen revela que- como en otras regiones hispanoamericanas- la era colonial transcurre en el Río de la Plata en dos etapas. Las colonias rioplatenses surgen y se desarrollan lentamente durante los últimos tiempos del siglo XVI y a lo largo del XVII. Es la época de los Austria. En ella cuajan y se afirman ciertas modalidades del espíritu colonial que perdurarán pese a los embates de nuevas concepciones. Porque estas modalidades, en efecto, no configuraron la totalidad del espíritu colonial, y el Río de la Plata no fue ajeno a las inquietudes que trajo consigo el Siglo XVIII. Entonces, en la época de los Borbones, España procuraba renovar su existencia bajo la inspiración del pensamiento ilustrado, y estas colonias, antaño menospreciadas, comenzaron a merecer la atención de los espíritus progresistas. Nuevos ideales se acuñaron e imprimieron su signo en los hombres de la tierra, y sobre la antigua tradición germinó un nuevo brote. Así quedaron frente a frente dos concepciones de la vida que decantaron en otras tantas actitudes políticas: el autoritarismo y el liberalismo. La aparición de estas dos concepciones fue decisiva para nuestra historia política. Si bajo ciertas

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formas lucharon entre sí durante la era colonial, su duelo continuó sin interrumpirse durante la época independiente, aún cuando revistieran distintas apariencias (…) Aún hoy vivimos ese drama, y sólo remontando el curso de nuestras aguas hasta sus fuentes será posible alcanzar los secretos de la evolución de las ideas políticas argentinas…” (Romero J. L., 1992 [1956], pág. 14)

Natalio Botana tiene una opinión diferenciada del común, al sostener que: “…se me ocurre que la vieja interpretación histórica de V.F. López guarda algún interés. Se suele describir a los unitarios de Rivadavia como unos personajes ilusos ajenos a la realidad, (la espléndida descripción de Sarmiento en el Facundo (…) unitarios derechos, arrogantes que dan vuelta la cabeza cuando la realidad los interpela, contribuyó a popularizar la leyenda). No hay tal novedad. Eran letrados, clérigos de las ciudades con hábitos religiosos como Funes y Gorriti o sin ellos, como Agüero, que se aferraban a las formas que ellos habían conocido en el pasado. Quizá Rivadavia haya sido un republicano convencido, (de hecho suprimió los Cabildos en Buenos Aires y estableció el sufragio universal en 1821) pero su estilo para imponer reformas derivaba de aquella tradición. Las cosas venían de arriba hacia abajo…” (Botana & Luna, 1996, pág. 34)

Mitre hablaba del “genio federalista”, en relación a la fuerza movilizadora de los caudillos, de los que decía “actuaban por instinto” y desataban tanto sentimientos de igualdad, sentimiento éste que signará toda nuestra historia posterior, como otros difíciles de manejar por su antagonismo.

José Carlos Chiaramonte marca las diferencias existentes en las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes en relación a sus respectivos gobernantes y los estilos de gestión de cada uno de ellos: “…En el Litoral argentino, en la primera mitad del siglo XIX, las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe exhiben una notable diversidad de situaciones políticas, en las que el papel del caudillismo es también en extremo variado. Así, por una parte, mientras Santa Fe es una provincia gobernada por un típico caudillo- Estanislao López- Corrientes no es provincia de caudillo y presenta un orden institucional notablemente estable y eficaz. Y Entre Ríos a diferencia de sus dos vecinas, luego de la derrota y muerte de su famoso caudillo Francisco Ramírez (1821) será a lo largo de una aguda y prolongada anarquía

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política una provincia sin hombre fuerte, poblada de caudillos menores entre los que sobresalen los López Jordán, pero que también paulatinamente, habrá de ver crecer la figura de Justo José de Urquiza, quien solo llegará a dominarla plenamente casi al promediar el siglo…” (Chiaramonte, 1986, pág. 177)

Por nuestra parte, entendemos que existe otro factor, ya mencionado tangencialmente en anteriores páginas, cual es el de que la historia provincial se ha escrito desde las tres principales ciudades, cuyas características son bien diferentes entre sí, además de tener en cuenta el dato no menor de la región interna a la que pertenecen. Siguiendo en esto la clasificación de Romero podemos afirmar que Concepción del Uruguay es una ciudad fundacional, blasón del que hasta hoy se enorgullece, Paraná una ciudad hidalga y Concordia una ciudad criolla. En torno a la región interna, C. del Uruguay y Concordia se recuestan sobre el Río de los Pájaros y mantienen desde siempre estrecha y profunda vinculación con la Banda Oriental, vinculación que hunde sus raíces en la etapa jesuítica y se amplía en tiempos de luchas federales, sin que pudieran borrarla las discordias y desencuentros entre sus caudillos, como ya lo demostráramos. En este punto, Concepción del Uruguay es considerada por excelencia la ciudad de la que se enorgullecen todos los entrerrianos, o LA HISTORICA, por su triple condición de ser una de las tres villas fundada por Tomás de Rocamora, la capital histórica desde 1814 y su innegable protagonismo federal liderado por sus máximos caudillos. Paraná sólo se sacudió de la influencia santafesina en tiempos no tan remotos, a partir de la inauguración del Túnel Subfluvial en la década del ’60. Mientras que Concordia, activo puerto desde la etapa jesuítica y con honda tradición comercial y ganadera apoyada en los ricos circuitos del nordeste provinciano, se sirvió de éstos para proyectar su imagen y crecimiento, que la convirtieron desde hace largo tiempo en la segunda ciudad entrerriana, curiosamente enfrentada geográficamente a Paraná, en el sector medio del espacio provincial, y con costas en los dos gigantes platenses, el Paraná y el Uruguay. Las producciones historiográficas serán reveladoras de las singularidades de estos espacios y reflejarán las diferencias de temáticas y actividades.

Aproximándose a lo sostenido por N. Botana, este historiador también aclara que: “Esa diversidad de formas de ejercicio del poder se

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corresponde con una también diversa evolución económica, y con diferentes políticas en el plano de las relaciones interprovinciales, especialmente frente a Buenos Aires, en lo que concierne a la cuestión del estado nacional. De manera, entonces, que en este período que sucede a la grave crisis de 1820- cuando las tropas reunidas de Entre Ríos y Santa Fe, comandadas por Francisco Ramírez y Estanislao López, derrotaron a las de Buenos Aires y estuvieron a punto de apoderarse de la ciudad- la evolución del Litoral estará caracterizada por el crecimiento económico y político de Corrientes, la anarquización política de Entre Ríos, con su paralelo sometimiento a Buenos Aires y la cada vez mayor debilidad de Santa Fe. Todo esto, dentro de un proceso de disgregación del fuerte poder caudillista que había culminado en 1820. Pues el triunfo de los caudillos federales había sido revertido inmediatamente: la revuelta de Ramírez contra Artigas y la derrota de éste que lo obligó a su definitivo exilio en Paraguay, la derrota y muerte de Ramírez, en el mismo año- 1821- de su enfrentamiento con López, y la posterior y gradual anulación de la independencia del caudillo santafesino por parte de Rosas. Son algunas de sus principales prolongaciones. Si bien el caudillismo persiste como realidad o como posibilidad, en cada una de estas provincias, y podrá resurgir con fuerza más de una vez, los conflictos entre las provincias litorales y entre ellas y la de Buenos Aires no podrán ser caracterizados como conflictos de caudillos…” (Ídem)

Las disparidades económicas, geográficas, demográficas y sociales explicitan, según este autor, esas profundas diferencias que se ahondan según las etapas y los gobiernos, aunadas a la ausencia de consensos políticos firmes y duraderos, los cuales, al estar siempre cuestionados o en procesos de cambios radicales, condicionaron la organización definitiva.

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2.2 Temáticas y Actitudes

“Los griegos solo hallaban,

bueno lo que ellos admiraban.”

Los historiadores seleccionados, a los que, si seguimos a H. Jacques deberíamos denominar relatores del pasado, oscilaron permanentemente entre la historia y la memoria, ya que fueron protagonistas o espectadores de la mayor parte de los sucesos que luego referirían, y por ser ese pasado tan reciente, lo que quedaba de él cobrará singular importancia en cada uno de los autores, aunque sus propósitos fueron similares: “…es conveniente referirlos, (a los sucesos), con la mayor imparcialidad, explicando sus causas y la participación y responsabilidad de los personajes que actuaron en ellos…” (Ruiz Moreno M. , 1913 c, pág. 2)

“…el criterio, (de los escritores), no siempre se basa en la verdad histórica, que por relativa que sea, por lo que tiene de humana, es siempre respetable como resultante del análisis de la documentación estudiada con amplia libertad y recta justicia, excluyendo los prejuicios fundados en los vagos recuerdos del pasado, laborados por los mismos actores que los produjeron…” (Teijeiro, 1919, pág. 3)”

En vista de ello, eligieron temáticas más cercanas a sus afectos, Ruiz Moreno, y destinadas a ofrecer un completo recorrido histórico provincial, T, Martínez. De lo cual se desprenden, también, las características esenciales de sus obras, la proyección que las mismas alcanzaron y las fuentes con las que trabajaron.

El esquema general de la obra de Teijeiro Martínez nos ofrece un panorama amplio, abarcativo incluso de las etapas anteriores a la Conquista del territorio y su posterior poblamiento, denominando a ese primer capítulo de su obra ENTRE RIOS PREHISTORICO, el cual fue dividido en dicho punto, y los dedicados a la Geología y Cartografía, la Geografía histórica y etnográfica y los vestigios Guaraníticos. Esta división nos muestra su versación en los temas clásicos, pues menciona con fluidez a Platón y su Atlántida, Séneca, Plinio, Solón, y otros, para

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proseguir con todos los científicos que estudiaron el suelo de la región, dejando Informes, cartas y bosquejos de la misma, incluídos aquellos naturalistas o enviados especiales contemporáneos a sus estudios, con quienes pudo tratar personalmente estas cuestiones que tanto le interesaban. Se nota en particular su marcado sentir por lo guaraní, siendo muy ilustrativo su estudio de la influencia de esta lengua en la toponimia entrerriana, de la que brinda claros ejemplos que luego tomaría César Blas Pérez Colman para su Historia Colonial: “…La América presentaba entonces, a los ojos del observador, una esplendidez y magnificencia extraordinarias, no parece sino que el autor de lo creado se hubiera complacido en prodigarle sus dones a manos llenas (…) Pero toda esa exuberancia de riquezas naturales en manos de millares de tribus independientes, sin más artes ni industrias que las necesarias para proporcionarse lo indispensable para una vida asaz primitiva, era más bien perjudicial, porque, al para que la naturaleza lo absorbía todo, el clima se hacía cada vez más insoportable…” (Ibídem, pág. 10)

Pero el meollo de su obra lo constituyen los sucesos y figuras estelares de la entrerrianía, a los que detalla in extenso, en el caso de los primeros, y de los que ofrece maduras interpretaciones, para los segundos, documentando profusamente sus aseveraciones y sosteniendo opiniones que revelan un profundo conocimiento de las corrientes de la filosofía y el derecho de la época: “…Hemos visto como, al par que las instituciones políticas se fueron amoldando a las aspiraciones de círculos personales, en la metrópoli del Plata, absorbente de todos los elementos vitales del antiguo Virreynato, surgieron, uno tras otro los caudillos, en cada provincia, reclamando iguales derechos a nombre de los principios proclamados por los próceres de Mayo. La democracia, turbulenta de suyo, lo es más cuando se la oprime y en consecuencia necesita la libertad para gobernarse a sí misma. Se ha dicho que los caudillos no estaban preparados para el ejercicio de las instituciones libres y se les hizo la guerra a sangre y fuego (…) no podemos negar que los caudillos provinciales no tenían la ilustración de los educados en la metrópoli del Plata, pero no carecían de la capacidad necesaria para gobernar militarmente en el tiempo y el medio que actuaron. No es a los caudillos que se hizo la guerra a sangre y fuego, es al principio federativo por ellos sustentado… los hechos históricos lo comprueban y es esta verdad la que queremos dejar consignada en estas páginas en honor de las ideas

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triunfantes en Caseros, dejando a otros la tarea de torturar aquella verdad con el criterio del partidista apasionado…” (Teijeiro Martínez, 1910, págs. 10-11)

Visión concordante con la de B. Mitre, quien,: “…juzga positiva la corriente formadora de la sociedad democrática moderna, si bien no omite narrar el poder destructivo de las masas rurales, inestables, en constante movimiento, a quienes guiaba un individualismo casi salvaje y de disgregación brutal, de alguna manera es el mito romántico de los bárbaros..” (Tío Vallejo, 2004, pág. 39)

Debemos tener en cuenta, además, que, como bien afirmara Natalio Botana: “…Hay que distinguir estos fenómenos de dominación rural por regiones. No es lo mismo la dominación rural del norte, con tradición encomendera, que la dominación rural en el Uruguay o en la estancia bonaerense. Los casos uruguayo, entrerriano y santafesino son arquetípicos y acaso tenga razón Mitre pues en estas sociedades latía en germen un instinto igualitario sin mano de obra indígena…” (Botana & Luna, 1996, pág. 49)

Esta actitud de defensa de los caudillos provincianos, donde: “…el ámbito de la sociedad local- Provincia- Estado-región- aparece como la más real, la más natural unidad político social,…” (Chiaramonte, 1986, pág. 178) y el objetivo de que sus obras sirvan de justo esclarecimiento de la verdad histórica, no solo está presente en todas las obras, sino que es manifiestamente declarada en las páginas iniciales de cada tomo: “…En el año de 1894 publiqué un opúsculo, estudiando en sus principales rasgos al General don Francisco Ramírez como militar y como político. En esa publicación me propuse rectificar errores de algunos de nuestros historiadores, que hacían una caricatura del más notable de los caudillos del litoral, calumniándolo algunos por encono de espíritu local. No fue inútil mi propósito…” (Ruiz Moreno M. , 1913 a, pág. XI)

Vigentes en aquel tiempo las críticas acerbas hacia los liderazgos regionales representados por los caudillos, a los que la clase dirigente consideraba disgregadores del orden social, recordando su inesperada aparición en la escena pública, (1820) y por lo mismo no tenidos en cuenta para sus proyectos, los historiadores provincianos en general

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adoptan una clara actitud litigante, defendiendo con energía y largueza a personas y gestiones, herederos del antiguo Virreinato y con profunda experiencia política adquirida en los cabildos. Consideran que la versión porteño céntrica representada especialmente por Vicente Fidel López, era interesada, mezquina y carente de profundidad ya que no ahondaba en las causas ni consultaba la documentación del período, apartándose incluso de la cronología, a la que ambos respetaron con rigor.

Es coincidente entre los historiadores posteriores la opinión acerca del rol jugado por los caudillos: “…fueron los conductores de las masas populares de las provincias. Ajenos, en general, a todas las sutilezas que suponía el ejercicio del poder dentro de la concepción de los grupos ilustrados, poseían algunas características que evidenciaban su inequívoca aptitud para polarizar las simpatías y excitar la admiración. Por eso fueron jefes populares, que si llegaban al poder por la violencia y no poseían título jurídico para ejercerlo, tenían en cambio una tácita adhesión de ciertos núcleos que los respaldaban y los sostenían… (Romero J. L., 1992 [1956], págs. 115-16)”

“La mitológica figura del caudillo rural latinoamericano, surgido a partir de las guerras de independencia, suele oscurecer, por su fuerte atracción dramática, uno de los procesos más decisivos y menos conocidos en la historia de la primera mitad del siglo XIX, el surgimiento, organización y vicisitudes de los estados provinciales, en un contexto de debilidad o ausencia de un estado nacional, así como el de su real peso en la accidentada historia de la formación de ese estado…” (Chiaramonte, 1986, pág. 175)

Después de mencionar la importancia que la simplificación de la figura del caudillo hiciera Ernesto Quesada en su obra sobre Rosas, concepto que abonó una larga serie de similares opiniones centradas en la impronta feudal de estos guerreros latinoamericanos a quienes sus supuestos vasallo seguían con admiración sin límites y rindiéndoles pleitesía, se inclina por la resignificación que la estampa romántica del caudillo ha merecido con posterioridad, ubicándolos dentro del panorama cambiante de la emergencia de los estados provinciales, donde su actuación cobra otro relieve y se pueden analizar en conjunto hombres, situaciones y medidas. El contexto, pues, se regionaliza, y el estudio del fenómeno del caudillismo va ligado al de su región.

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Un reputado estudioso de estas cuestiones afirma que ya desde los cronistas indianos la región es considerada el marco de análisis para los estudios políticos y etnográficos, agregando que: “…La organización político-administrativa adoptada por España se adecuó a esa realidad preexistente (…) Durante más de dos siglos, la estructura política fue representativa de la realidad geo histórica de las regiones. En ese tiempo se fundaron las ciudades que hoy integran nuestro mapa político. Se formó la sociedad criolla con el mestizaje de los españoles e indígenas y se plasmó una cultura mestiza con rasgos identificatorios propios, que receptó el aporte cultural hispánico y las supervivencias precolombinas…” (Bazán R. A., 2002, pág. 39)

Ambas aristas se posicionaban en veredas opuestas, y desde allí cada uno litigaba, a veces en exceso, intentando convencer al lector de su verdad, sin ofrecer una trama completa que analizara los hechos, más allá de las personas que fortuitamente los protagonizaron, conformándose solo con hacer el pasado según sus propias reglas. La memoria colectiva no era, aún, un instrumento de poder.

Contaron con el concreto apoyo de los estamentos gubernativos, que auspiciaron la publicación y difusión de sus obras, y con la etapa de creación de la infraestructura que vinculaba a esta producción: bibliotecas especializadas, archivos, museos, corporaciones dedicadas a los estudios históricos, lo que limitó en parte la profundidad de las obras, no así su proyección

Este último aspecto, sobre todo, se observa con mayor intensidad en las temáticas puntuales elegidas por Ruiz Moreno, cuya misión como historiador parece haber sido, esencialmente, reivindicar la línea generacional de los López Jordán- Ramírez- Urquiza, emparentados entre sí directa o indirectamente, con lo cual conformaron, como muy bien comentara J. C. Chiaramonte, una pléyade de dirigentes entrerrianos, todos oriundos de Concepción del Uruguay, que tendrán la responsabilidad de conducir los destinos de la provincia por algo más de ocho décadas, si consideramos que los gobiernos posteriores a 1870 siguieron la línea progresista impresa de tiempo atrás. Así vemos que una de sus obras más voluminosas es la dedicada a la presidencia de Derqui y la batalla de Pavón, dos temas de por sí conflictivos para la historiografía de la época.

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En el comienzo de su ADVERTENCIA, se distinguen meridianamente la actitud litigante y la preocupación por ofrecer una contribución exactamente documentada en relación a esos espinosos temas, obra que tuvo parcialmente terminada de largo tiempo atrás pero para cuya finalización aguardó la aparición de los documentos que consideraba vitales para apoyar su postura: “Al aparecer la publicación del Archivo del General Mitre, resolví demorar la impresión de mi trabajo sobre la presidencia del Doctor Derqui, para revisar los capítulos que tuvieran relación con los documentos del Archivo, con el propósito de rectificar o ratificar mi criterio sobre los sucesos que tuvieron lugar (…) Puedo asegurar que había sido exacto en mi narración…” (Ruiz Moreno M. , 1913 c, pág. VII)

Hay en esta serena reflexión una prueba de la seriedad con que se encaraban aquellos primeros trabajos históricos, cercanos, por otra parte, no solo en el tiempo sino en el corazón de quienes los historiaban, la tranquilidad con que Ruiz Moreno afirma la exactitud de sus dichos contrasta con su sorpresa posterior de los muchos secretos que la publicación del Archivo del General Mitre le depara sobre la personalidad del Presidente Derqui, secretos que obviamente introdujo en su demorada obra y de los que ofrece sabrosos comentarios intercalados con sus propias observaciones del período en cuestión: “…Yo ignoraba, por ejemplo, que el Doctor Derqui le había prometido al General Mitre gobernar con los hombres de su partido y de acuerdo con sus indicaciones…” (Ibídem, pág. VIII) Aunque son muchas las sorpresas que le va ofreciendo la consulta de aquel rico epistolario, Ruiz Moreno confirma su creencia de que son exactas sus afirmaciones sobre el período y las consecuencias que el mismo tuviera para los destinos de la Confederación, lo considera nefasto y plagado de erróneos ejemplos de moral y conducta política. Recordemos el rol orientador del ciudadano que se le asignaba entonces a la Historia, y comprenderemos su preocupación por dejar claros relatos de aquellos tiempos, deslindado las responsabilidades de propios y extraños. Es el sistema el que aquí aparece en primer plano, revelando intereses económicos detrás de los gestos políticos y rememorando la etapa confederal con su nutrido grupo de intelectuales nucleados en el Círculo del Paraná. Esta última observación trata de contrarrestar los epítetos con que se calificaba a los provincianos, como el de bárbaro, citando los nombres de V. Quesada,

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José y Rafael Hernández, B. Victorica, los hermanos Guido, Juan F. Seguí, Facundo Zuviría, Juan M. Gutiérrez, Marcos Sastre, B. Villafañe y otros, como ejemplos contundentes de la rica vida cultural y social de la otrora capital confederal: “…lo que podemos denominar el fenómeno periodístico de esa década se inicia después de Caseros y forma parte del reconocido espíritu de creación, de renovación y de expansión y modernización de la sociedad argentina que entonces se inauguraba. Uno de los aspectos más visibles del progreso estaba dado por el periodismo, instrumento de comunicación, de información y de cultura. No se concebía un pueblo o un gobierno progresista sin un periódico que diera difusión a sus riquezas, y de ahí los esfuerzos que se hicieron para editarlos y el apoyo que los periódicos recibieron para sostenerse……el periódico como factor determinante de culturalización se comprende mejor si se tiene en cuenta la escasez de libros y las dificultades para hallarlos que había en la época…la carencia de un mercado abundante de libros, especialmente en lengua castellana, debía favorecer, naturalmente, la difusión del periodismo, y éste asumió, en ausencia de aquellos y debido a su bajo costo y a la facilidad y rapidez de distribución propias, el papel de formador de la inteligencia. Esto explica, en lo fundamental, la circunstancia de que la mayoría de los órganos se autotitularan literarios y cubrieran un área mucho más amplia que la meramente noticiosa…” (Auza, 1978, págs. 20-21)

La consulta a estos importantes representadores del pasado, también se ha hecho dificultosa, aún para sus mismos contemporáneos, por la carencia de datos estadísticos puntuales, la dispersión de las hojas periodísticas o su pronta destrucción, pero es innegable su importancia como fuente de información para el historiador: “…el periodismo de la Confederación estuvo en manos de personas destacadas, de espíritu abierto y ansiosas de contribuir al desarrollo cultural y económico de las provincias. Al moverse dentro de escenarios pequeños y de realizaciones reducidas, no era mucho lo que podían expresar y, sin embargo, aportaron luces al conocimiento de las provincias, de sus riquezas, de sus bellezas, y de la obra de los gobiernos locales. La limitación del medio y el alcance reducido de esa prédica no ahogaba los propósitos que los animaban y es por ello que no hay hoja impresa en la que no se perciba ese fervoroso espíritu de progreso que compartían por igual, no sin cierta ilusión, los políticos, los intelectuales y los hombres de gobierno. ¡Ansias

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grandes de mejoras en un medio lleno de pequeñeces y miserias¡ (…) una de las contribuciones más inmediatas aportadas por el periodismo fue la de servir a la unidad nacional borrando las fronteras artificiales que rodeaban a cada provincia y constituyéndose en vehículos de conocimientos de lo que cada una de ellas poseía (…) Los periódicos que se editaban en las ciudades del interior durante el período a que nos referimos, son hoy una de las escasas fuentes existentes para rastrear la vida intelectual de las provincias y probar que, no obstante la pobreza de medios y la austeridad de las costumbres, no se encontraba apagada la vida del espíritu, ni siquiera adormecidos los gustos intelectuales, por más que las dificultades de la geografía pusieran distancia al comercio de las ideas…” (Ibídem, pág. 24-25)

Son muy interesantes las declaraciones de Ruiz Moreno relativas a los usos políticos de aquellos tiempos: “…En el lenguaje que usaban los círculos o agrupaciones políticas de aquella época, (de 1853 a 1864), se aplaudían hechos y reputaciones que merecían, en verdad dura clasificación y hasta el nombre que se daban significaba a veces lo contrario. Eran nombres para buscar simpatías en la gente que poco entendía de política o para hacer odiosos a sus enemigos. Partido Liberal llegó a denominarse el que tuvo por Jefe al General Mitre, pero en la provincia de Santiago ese partido fue representado por don Manuel y don Antonino Taboada…” (Ruiz Moreno M. , 1913 c, pág. X)

Más adelante, y luego de abundar en ejemplos de tales contrasentidos, desliza maduras reflexiones, testificadas por la obra de Mariano Pelliza, también crítico de este período: “…Don Juan Manuel de Rosas afianzó su larga y humillante dictadura con la palabra FEDERAL. Las multitudes que forman en un partido no tienen convicción, tienen mera creencia y la fe es ciega…” (Ídem). Andando el tiempo, y ya con un criterio historiográfico muy diferente, David Rock, en una de sus últimas obras, hará parecidas reflexiones. Para este autor, hacer el estado significó hacer la guerra, con todas las connotaciones que ello trae aparejado para las regiones en conflicto. Este agudo enfoque ya había sido tratado por Tulio Halperín Donghi quien al abordar el estudio de la militarización en los procesos pre y pos independentistas de América Latina los integra a una rica trama política, social y económica que actúa como una herencia dejada por la declaración de independencia,

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destacando la presencia siempre constante de las fuerzas militares, cualquiera de ellas, en todos los momentos de conformación del futuro Estado.

En igual sentido, Natalio Botana aclara que: “…Adviertan las pruebas que soportó la Argentina para formar el Estado (...) he aquí un dato fuerte: los Estados Americanos son hijos de la guerra civil. Todos aquellos que levantaron al estado cargaron sobre sus espaldas el fantasma de la guerra civil…” (Botana & Luna, 1996, pág. 71)

“En la etapa de transición del Viejo al nuevo Régimen, y cuando acaece la Revolución de Mayo: el acto jurídico legitimador del gobierno propio consistió en el reconocimiento de la Junta Provincial Gubernativa por los pueblos del interior, representados por los cabildos cuyos diputados se incorporaron al gobierno central a partir del 8 de diciembre de 1810. En ese momento el espacio geo-político rioplatense se hallaba estructurado de modo diferente por las reformas borbónicas: virreynato del Río de la Plata, (1776) y gobernaciones intendencias de Salta, Cuyo, y Buenos Aires. Pero el marco geográfico de las intendencias seguía teniendo un carácter regional (…) cada ciudad con su respectivo cabildo. En 1811 surge la propuesta del cabildo jujeño para estructurar de manera diferente el territorio rioplatense. La provincia-región debía abrogarse por la provincia-municipio que tuviera por eje a las ciudades sufragáneas con ejercicio de plena autonomía, subordinadas solamente al gobierno central (…) La propuesta no fue acogida por el gobierno central pero diseñaba teóricamente el esquema de organización política que la dinámica histórica hizo prevalecer a partir de 1820 con el nacimiento de las autonomías de las ciudades capitales de La Rioja, Santiago del Estero, San Juan, San Luis, Entre Ríos, Catamarca, Corrientes y tardíamente Jujuy en 1834. Así quedó configurado el mapa de las Provincias Unidas del Sud…” (Bazán R. A., 2002, pág. 39)

Ese contexto de luchas y facciones, de desencuentros y aspiraciones compartidas, es el que aparece con sus luces y sus sombras en las obras seleccionadas, donde el relato de las batallas supera en mucho a los otros temas tratados, siguiendo en orden de importancia las tratativas, oficiales y privadas, para lograr consensos y aliados, al mismo tiempo que se desnudan intenciones, actuaciones y traiciones con profusa documentación probatoria: “...Después que anuncié a Vd. la venida del

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segundo enviado de Buenos Aires y su aparente decisión, hoy hemos descubierto que su objeto era muy distinto (…) Es más obvio que se derrame sangre entre americanos y no contra un enemigo común (…)Yo respetaré a Rondeau o a un negro que esté a la cabeza del Gobierno cuando sus providencias inspiren confianza y abran un campo a la salvación de la Patria. Hoy por hoy no advierto sino misterios impenetrables…” (Teijeiro Martínez, 1900, pág. 412)

La palabra Patria, aquí mencionada, y comúnmente usada todavía en esta etapa, reemplazaba a la palabra Nación, y su connotación era de espíritu localista para grupos que compartían similares intereses y objetivos. El estilo de la misiva refleja también la firmeza de los principios que inspiraron a Ramírez, orientado por Artigas, y a quienes el historiador pinta con agudo estilo: “…Grande era el encono que mostraba el caudillo entrerriano contra su antiguo aliado, lo que muestra una vez más que nada apasiona tanto a los hombres como las luchas en que se juegan los destinos de la patria. Artigas, que fue el protector de los caudillos provinciales, les había enseñado a defender sus provincias con el heroico ejemplo de que dio múltiples pruebas en la defensa del territorio oriental. Fue la edad de bronce en el Plata la formidable lucha de aquellos nativos titanes por la libertad de los pueblos que los vieron nacer. Hay algo, sin embargo que no hemos podido escudriñar en los oscuros antros de esta guerra de exterminio, que nace hoy con la abierta lucha de Ramírez contra su amigo de ayer, que traerá como consecuencia la desaparición de Artigas del teatro de los sucesos políticos en el Plata, a la que le seguirá la defección de López de Santa Fe, que exterminará al caudillo entrerriano, se entronizará de nuevo la oligarquía que aquellos habían derrocado y surgirá otro caudillo más formidable que hará segar la cabeza de los unitarios que lo engendraron y también morirá como Artigas, en el destierro, arrojado por uno de los caudillos por él formado, en la ruda y cruenta lucha de las contiendas civiles…” (Ibídem, págs. 582-83)

A esta aseveración le sigue otra, reconociendo que ése ha sido el destino político de las futuras naciones, teñido por color de la sangre vertida, que quedara representada en el gorro frigio de la diosa Libertad: “…Las revoluciones de independencia en Hispanoamérica fueron, al mismo tiempo, un conflicto militar, un proceso de cambio político y una

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rebelión popular…” (Halperín Donghi, 1972, pág. 123) “No pocos se levantaron en armas porque querían alcanzar un autogobierno criollo sobre los reinos y provincias del imperio borbónico. Muchos lo hicieron porque, más que a Madrid, rechazaban la hegemonía de las ciudades capitales sobre su región. No faltaron quienes se levantaron en armas para proteger un modo de vida tradicional o para ascender socialmente a través de la guerra y la política…” (Rojas R. , 2010, pág. 12) 3

Los últimos estudios sobre el tema advierten que, para entenderlo en su totalidad, no hay que dejar de lado el estudio de las ideologías imperantes en la época. Desde este enfoque, afirman que las guerras por la independencia solo fueron una serie de rebeliones que aprovecharon el momento europeo para cristalizarse como tales. Entre 1810 y 1824, los grupos de elite trataron de conducirlas bajo formas constitucionales que pasaron de la federación a la confederación sin lograr una organización definitiva y estable. (Ibídem, pág. 32)

La detallada exposición de los hechos que acostumbraba realizar Martínez, lo lleva a contestar una por una las críticas que especialmente V. F. López hace al caudillo entrerriano, enjuiciando sus actitudes, a las que califica de pérfidas, y siguiendo con el hilo de los acontecimientos, traslada ese epíteto a Estanislao. López, diferenciando su conducta de la de Artigas, y estableciendo también las diferencias que indujeron a Ramírez a actuar en consecuencia, comentando acerca de su juventud y carácter altanero. Llega así a la conclusión de que: “…Estos caudillos federales estaban destinados a desaparecer de la escena política víctimas de sus propios yerros. Defendían la libertad por el instinto nativo que les hizo amar el terruño como la encarnación de su ideal político, el gobierno federativo, que ellos comprendían a su modo, pero que no hubiera producido jamás la anarquía a no habérsele opuesto sistemáticamente la oligarquía centralista y avasalladora de Buenos Aires que estimulaba en los caudillos la ciega pasión del egoísmo y el deseo de predominio a que fatal y necesariamente los condujo su incapacidad para desprenderse de los arteros lazos que les tendía impunemente la diplomacia de los hombres dirigentes del partido opuesto al suyo…” (Teijeiro Martínez, 1900, págs. 609-10)

Los dos historiadores, no obstante, reconocían en Francisco Ramírez al caudillo que más recuerdos dejara en la provincia, porque fue el primero

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en demostrarle su importancia regional y su proyección político-organizativa. Aparece aquí con toda su fuerza: “…la contracara de lo que es el estado, la anarquía, es decir el estado de cosas en donde no hay una fuerza que tenga el monopolio de la fuerza ni que tenga tampoco el monopolio de los ingresos fiscales (…) No hay un centro nacional, no hay un gobierno nacional. En todo caso sí hay una representación nacional ante el exterior ejercida por la provincia de Buenos Aires, un poco por la fuerza de la historia, un poco de hecho o pragmáticamente, en aquellos primeros años. Pero de todas maneras, la provincia de San Juan se considera en igualdad de condiciones a la de Entre Ríos o Buenos Aires…” (Botana & Luna, 1996, pág. 67)

Botana hace alusión, muy acertadamente, a los recursos económicos manejados por las provincias, ejemplificando con datos de Myron Burgin las desigualdades que, unidas a los eternos problemas de comunicación que imponía la extensa y variada geografía, constituían enormes obstáculos para la organización, obstáculos que ya observara Simón Bolívar cuando intentara su frustrado proyecto continental: “…Gabriel García Márquez narró admirablemente los últimos días de Simón Bolívar,en el itinerario final por el río Magdalena, de Bogotá a Turbaco, Soledad, Barranquilla, Santa Marta y finalmente, a San Pedro Alejandrino. El Libertador murió en medio de la dubitación de encabezar una nueva guerra de independencia contra los caudillos nacionales o exiliarse en Europa, desencantado de la nueva América y sus posibilidades de constituir un único país. En los últimos meses de su vida Bolívar reiteró en cartas a diversos destinatarios una serie de frases que trasmitían aquel desaliento ante la falta de consenso en torno a un modelo eficaz de organizar las repúblicas. Una de esas frases era la única cosa que se puede hacer en América es emigrar…” (Rojas R. , 2010, pág. 19)

No hay que perder de vista la amarga verdad que encierran estas palabras, porque las estrecheces y nostalgias del exilio tiñeron todo el marco temporal en que los historiadores plasmaron sus obras, y aún fueron contemporáneas de sus escritos. Uno de los más estrechos colaboradores de Urquiza, el tucumano Juan Bautista Alberdi, el gran ausente siempre presente, expresaba elocuentemente sus sentimientos al respecto: “…Cuánto suspiro por verme en aquellos países¡ qué bella es la

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América¡ qué consoladora¡ qué dulce¡ Valemos mucho y no lo conocemos, damos más valor a la Europa que el que merece…”(Congreso de la Nación Obras Selectas: “Juan Bautista Alberdi”, T. II, pág. 228). Los escasos viajes emprendidos, por ser la travesía demasiado larga para su precaria salud, son aprovechados para escribir sobre América: “…Mi vuelta a la América era el pensamiento que me inquietaba, pues bien, ya estoy volviendo a la América, ya tengo lo que quería. Estoy contento…¡” (Ibídem, pág. 245)

En tanto, ese férreo liderazgo de Buenos Aires ejercido con firmeza por Rosas, nos acerca a las obras en que Ruiz Moreno, iniciador de una dinastía de historiadores, relata los sucesos que llevaron a Pavón y los posteriores, valido no solo de los documentos oficiales y privados a los que pudo acceder, muchos de ellos de su propiedad, sino también de sus propias experiencias como comisionado del General Urquiza: “…Después de la batalla de Pavón tuve actuación activa en aquellos sucesos, habiendo sido Comisionado del Gobierno de Entre Ríos cerca del Gobierno de Buenos Aires. Antes de pasar a Buenos Aires me pareció conveniente, para el mejor desempeño de tan honrosa Comisión, conferenciar con el General Mitre, que estaba en el Rosario. Allí me convencí de que no conseguiría el fin principal de mi misión y de que no había habido tal acuerdo entre el General Urquiza y el General Mitre. Los hechos posteriores me dieron la prueba más acabada de ese convencimiento. Regresé a Entre Ríos…….Uno de los propósitos de mi misión era evitar la expedición militar que preparaba el General Mitre, y sobre esto me declaró, con toda franqueza, que solo desistiría de ello si el Gobierno de la Provincia se lo ordenara. Nosotros sabemos a qué atenernos respecto a ustedes, me dijo en la segunda conferencia, con una franqueza que me sorprendió. No había sospechado en el espíritu ilustrado del General Mitre esa prevención contra los provincianos. Era inútil mi viaje a Buenos Aires…” (Ruiz Moreno M. , 1913 c, pág. 9)

Toda una tradición cultural que aún se observa surge de estas declaraciones de un testigo presencial de los hechos, aparece allí con toda crudeza el motivo esencial de las encarnizadas luchas entre porteños y provincianos: la desconfianza mutua, que socavó todas las tratativas durante tantos años y terminó imponiendo por las armas un Estado fundado sobre la base de una cultura belicosa, que concentró el poder en

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pocas manos, pero limitadas por una Constitución que fijaba límites precisos. Al decidir hacerlo bajo el sistema federal, si bien en principio la situación era compleja, debemos recordar que entre 1862-66 los recursos aduaneros todavía le eran propios, por lo que podía delimitar el problema de la fuerza nacional aún no creada. Esta situación de reparto de poder motivó rebeliones de los antiguos caudillos, represiones del Gobierno Nacional y enfrentamientos no declarados, como los de Urquiza y Mitre, o los de Alsina y éste último. Las presidencias posteriores, en especial la de Sarmiento, consolidarán la situación nacional, quedando como único y difícil problema a resolver, el de la capital de la nación. El eje pasaba nuevamente por Buenos Aires, de la mano de un provinciano que decía de sí mismo que era provinciano en Buenos Aires y porteño en las provincias. (López C. G., 1982, pág. 35)4

Trasladada a la historia de la historiografía, ésta reflejará sin ambages el mismo concepto centralizador, desconocedor de las realidades regionales o, en el muy exiguo ámbito de reconocimiento que pudieran darle, denominándolas despectivamente crónicas, historias provinciales o géneros menores, conceptos que ya Hernán Félix Gómez había rechazado al considerar que las historias de provincias no debían excluir el ámbito vinculado con los sucesos a relatar: “ …..la verdad va a resultar de los hechos y de la documentación, no como un propósito sino como un saldo. En último término estamos hablando del pasado, son las cosas que fueron, en su sentido de expresión social, de la época estudiada, las que interesan. Es la verdad de 1839 la que inspiró el sacrificio de nuestros abuelos, es el sentido que dieron a sus actos, el que nos guía y nos inspira, es su posición cíclica, frente a la vida de entonces, la que constituye nuestro título de gloria. Quién puede negarnos el derecho de hablar de esta verdad? Cuando el mundo, (si alguna vez ocurre) abandone el molde del nacionalismo como expresión de la vida política y cultural, empareje, por ejemplo, el espíritu humano, organizando (otra hipótesis) a los hombres en zonas económicas, y regule la economía del universo a través de una visión materialista de la vida, nuestro 25 de Mayo será una pieza de museo. Y alguno de aquellos hombres estándar sonreirá leyendo las crónicas de sus con memoraciones (…) Ese estado no es el de la Argentina. Su honda vida espiritual que miles de nativos trabajamos con júbilo, valoriza su historia en la realidad en que los hechos se produjeron, mira a los actores del drama como expresiones de

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su época….Su epopeya es como un monumento. Nadie podrá situarla en una balanza y menos inclinar el fiel.” (Gómez, 1939, págs. 14-15)5

Ruiz Moreno, al dar por finalizada el tercer y anteúltimo tomo de su obra sobre la Organización Nacional, enjundiosa tarea que recibiera elogiosos comentarios desde diversos sectores, hizo una certera apreciación de sus objetivos y resultados: “…Escribo sobre un período de nuestra historia política, y debo contar con aplauso lo notable y provechoso que se hizo, nombrando a sus autores. En el período de 1852 a 1860, ningún ciudadano hizo más, ni tanto, como el General Urquiza por constituir y organizar la Nación. Los hechos y los documentos que lo corroboran ponen esta verdad de relieve. Para la verdadera historia de una nación, es de importancia sustancial no atribuir a un hombre de cierta influencia, ideas que combatió, Y esto no únicamente por lo que interesa a las personas que lucharon con abnegación por ellas, sino porque el criterio histórico resulta extraviado, de manera que fenómenos, sucesos y a veces grandes acontecimientos, no se aprecian con exactitud ni con justicia. Si al narrar el período transcurrido de 1851 a 1859 elogiamos la actuación del general Urquiza en su conjunto, hacemos justicia y pagamos deuda de gratitud como argentinos. En esa época fue el hombre de estado que descolló entre sus contemporáneos en el Río de la Plata (…) No es verdadero hombre de Estado el que concibe grandes proyectos, sin criterio para realizarlos; pero sí lo es el que los concibe con relación a los medios de ejecutarlos sobre bases sólidas y progresistas (…) Repito que no me he propuesto escribir una biografía, sino la narración de sucesos y acontecimientos de un período de nuestra Historia política. Fui actor humilde en pequeñísima parte. Lamento sinceramente que alguno de mis colegas que sobreviven, no haya realizado la obra, teniendo, como tienen, más competencia…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, págs. 128-29)

Toda la obra resumía el encono y la desconfianza ya comentada de Mitre hacia Urquiza, actitud que no varió con el paso del tiempo y dividió siempre las aguas entre porteños y entrerrianos: “……Jamás hemos podido explicarnos el odio y repelencia que de 1852 a 1859 demostraba el general Mitre contra el general Urquiza….” (Ruiz Moreno M. , 1913 c, pág. 131) Al poco tiempo, en su cuarto volumen escribió una JUSTIFICACION que consideró muy necesaria: “…No del general Urquiza. De mi criterio sobre su actuación de 1851 a 1860. Con la

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publicación del tercer tomo, que hace la historia del segundo período de nuestra Organización Nacional, pienso que pude dar por terminado el compromiso espontáneo que me impuse: demostrar la verdad en el período histórico de 1851 a 1860. Mi narración estaba bien comprobada. Pero se me hizo el reproche de haber escrito la apología del general Urquiza. Tenía el deber de hacerlo a título de argentino; pero no fue ese mi propósito. Si mi trabajo histórico merece en justicia ese título, (apología de Urquiza), declaro que hice prosa sin saberlo. La historia de la organización de la república se había falsificado; y hasta el origen de la gloriosa revolución que la preparó, se atribuyó a intereses y personajes extranjeros. Conocí con exactitud los sucesos de aquella época y tuve la suerte de tratar personalmente con los grandes obreros de la Organización Nacional. Algunos de ellos me honraron con su amistad y su confianza. Sus enemigos políticos los habían calumniado, hasta exagerar el vilipendio. Son pocos los que viven, y guardan silencio, de los que cooperan a la honrosa obra. Y los documentos de una época de lucha política ardiente, no hablan siempre con sinceridad; los programas, los manifiestos, las proclamas, los artículos de diario y hasta las notas oficiales, después de cuarenta, cincuenta y hasta setenta años, necesitan del comentario vivo para evitar el extravío del juicio. Por esto y por el silencio de mis amigos y autores en gran parte de aquellos sucesos, me decidí a escribir. Los errores en que haya incurrido pueden ser rectificados por testigos presenciales. En cuanto a mi criterio respecto de la notable actuación del general Urquiza, resulta justificado no sólo por documentos, sino por el juicio de escritores que jamás fueron sus amigos, sino también por el de sus mismos enemigos (…) escribir Historia escatimando elogios al personaje que los merece, no es dar prueba de imparcialidad, como no lo es tampoco dejar de condenar la conducta de los que han estorbado el progreso, ni la de los que han cometido grandes crímenes durante el per{iodo cuyos sucesos se narran; y cuando el principal actor en un acontecimiento o en un suceso glorioso, ha sido calumniado, es obligación del que escribe ponderar su actuación y poner de relieve la calumnia. Solo así cumple su deber el narrador (…)Ninguno de nuestros hombres de Estado ha realizado en política y en materia de instituciones orgánicas, ninguno ha realizado tanto y tan duradero como lo que ha llevado a cabo el general Urquiza en ese período (…)No merecía el final de la carrera política de Julio César el que tanto hizo para libertar a los pueblos del Río de la Plata, y para que

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las Provincias argentinas reconstituyeran su nacionalidad y su organización sobre la base de la Constitución más notable de las que regían la vida política y civil de la América española…” (Ídem)

Al respecto un estudioso de estas cuestiones afirma que: “…La visión regional posee un mérito intrínseco desde el punto de vista epistemológico, nos sitúa en el origen de una trama histórica distinguiendo la precedencia cronológica que las regiones tuvieron en la formación de la nacionalidad. Durante tres siglos, hubo un comportamiento regional en lo social, cultural, político y económico. El plan de progreso, definido a partir de la organización constitucional con el trazado ferroviario, el aporte inmigratorio masivo, la colonización de la Pampa Húmeda y el creciente centralismo político, desdibujó el comportamiento regional y achicó el protagonismo del interior a la dimensión provincial, haciendo de nuestro mapa político un conjunto de pequeñas ficciones deficientes y contingentes, según la acertada definición de Bernardo Canal Feijoó. Y quizás ahí radique la debilidad intrínseca de las autonomías provinciales consagradas en la Constitución Nacional.” (Bazán R. A., 2002, pág. 40)

El caótico episodio de Pavón, provocado por la insolvencia del Presidente Derqui, cuya conducta ambivalente lo llevará a la renuncia de su cargo, causó sorpresa e indignación en Entre Ríos, acrecentando el malestar contra Urquiza, ya percibido en varios ámbitos, Ruiz Moreno absuelve a éste de toda responsabilidad, reconociendo que, en la emergencia, y conocedor de todos los movimientos del Presidente Derqui, en especial la correspondencia secreta que mantenía con Mitre, lo mejor era dejarlo librado a su suerte, preservando a la provincia por sobre todas las cosas. Tales afirmaciones son acompañadas de abundante documentación oficial y privada, que corrobora los hechos, en los cuales si bien no participó de manera directa fue un atento observador ya sea desde el Rosario como desde la residencia campestre de San José, donde era asiduo y dilecto huésped. Su cercanía con el entorno del General Urquiza no le impide formar juicios criteriosos y comparativos de la situación vivida, consideramos que su testimonio aclara muchos puntos oscuros de este tema sin entrar en subjetivismos erróneos. Estuvo distanciado del general durante períodos clave, formó filas con varios de sus enemigos y le hizo conocer sus opiniones contrarias a su accionar en

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numerosas ocasiones, lo que no alteró sus juicios a la hora de historiarlos. En tal sentido, discrepa con su amigo Julio Victorica, quien en su libro Urquiza y Mitre compara la retirada de Pavón a la renuncia de San Martín en Guayaquil. Ruiz Moreno entiende que las situaciones comentadas no tienen punto de comparación, recordando la responsabilidad que Urquiza tenía para con las provincias que le dieran su total apoyo, con el Congreso, con el mismo presidente y con todos aquellos que lo acompañaron en su tarea de Organizador. La cercanía con el personaje, sus lazos familiares y su misma gestión oficial fueron deslindadas a efectos de demostrar con veracidad y responsabilidad cómo acaecieron los hechos.

En la parte final de su obra hace justa mención a la estrecha colaboración que Benjamín Victorica, su amigo y asesor en muchas cuestiones historiográficas, tuviera para con Urquiza, Secretario del general, auxilió a Ruiz Moreno con documentos, testimonios y datos que enriquecieron los apretados volúmenes y les aportaron mayor veracidad. En este aspecto, particularmente, B. Victorica amplió la información entregada con su colección de artículos de EL NACIONAL ARGENTINO, del que fue director en una de sus etapas, (1856-58), junto a Luis Cáceres y Emilio de Alvear. La influencia de la prédica periodística fue tomada muy seriamente por los “hombres del Paraná”, Victorica escribía y dirigía de una a otra costa a través de EL NACIONAL ARGENTINO en Paraná y de EL URUGUAY, en Concepción del Uruguay, que polemizaba con LA TRIBUNA6: “…En cambio, Victorica, tan estrechamente unido a Alvear por lazos de simpatía y amistad, estaba al corriente de cuanto hacía o prometía hacer Alvear en el periódico. La colaboración de Victorica asumía dos formas distintas pero importantes. Por una parte su vinculación directa con Urquiza, a quien estaba tan íntimamente ligado, lo que aseguraba a la empresa una información confidencial de los sucesos y una garantía oficiosa frente al resto de la prensa de la Confederación. Es significativo que el período durante el cual se desempeñó esta redacción fue aquel en el que el diario fue menos combatido de toda su existencia, sin duda facilitó esta actitud el tono moderado y prudencial de la redacción…” (Auza, 1978, pág. 76)

Benjamín Victorica siguió ligado al periódico y a sus sucesivos directores y redactores, de manera formal o informal, según los casos, cuando

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Lucio V. Mansilla se hizo cargo junto a Du Graty, el diputado Victorica era a su vez “consolidario de los trabajos de la redacción” según rezaba el respectivo contrato, que permaneció oculto y aún fue enfáticamente negado por sus consocios, lo que demuestra la influencia política de Urquiza a través de su yerno y la importancia que se le concedía al periódico, que contaba con numerosos suscriptores además de ser gratuitamente distribuído en algunos círculos sociales y políticos de nota.

Aunque el gobierno residía en Paraná, Urquiza gobernó prácticamente desde su residencia campestre, convertida en sede no oficial del poder confederal, de la vecina ciudad de Concepción del Uruguay, en especial cuando B. Victorica no estaba allí, el doctor Alberto Larroque, rector del Colegio del Uruguay, participaba activamente en las lides periodísticas y políticas: “…Nosotros hemos hecho aquí todo lo posible a favor de LA PRENSA, y la sostendremos hasta el último suspiro, si es que la maldad de los demagogos llega al extremo de matarla prematuramente…”(Ibídem, pág. 205) El epistolario Urquiza- Larroque y Larroque- Victorica, parte de un mismo fondo de archivalía, es aleccionador en detalles de las luchas políticas de ese tiempo y del sentimiento fraternal que los unía, ligado al entrañable afecto hacia el COLEGIO DEL URUGUAY.

Acerca del bisemanario EL URUGUAY, éste se publicó hasta la revolución del ’70, para: “…reflejar auténtica y directamente la política del General Urquiza. Fue uno de los principales periódicos del país, por la importancia de su contenido, y aunque contó con varios colaboradores de nota, su dirección fue mantenida por los hermanos Victorica, ya que debe decirse que eran varios de ellos que estaban en Entre Ríos junto a Benjamín y a Don Bernardo (…) Julio suplantó a Benjamín en la Secretaría del Palacio San José….” (Ruiz Moreno I. , 1975, pág. 27)

Ambos hombres consideraron un deber escribir el uno, asesorar el otro, acerca de la verdadera historia de aquel importantísimo período en el que fueran actores de los más significativos cambios sufridos en la historia de aquellos tiempos, no se conformaron nunca con las versiones almibaradas que oscurecían la participación provinciana o directamente la ignoraban, y en tal sentido, la obra de Ruiz Moreno es reputada como la que marcó el hito documental para que se iniciara el estudio de dicha etapa de manera global. La lealtad a los compromisos asumidos, los

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afectos conquistados y sus propias convicciones nunca los abandonaron, y buena prueba de ello son las palabras que Benjamín Victorica pronunciara dos años antes de dejar este mundo, vale decir, con la mirada puesta en el más allá: Yo estimo mi colaboración en la grande obra de este gran ciudadano, como una de las mejores páginas de mi vida y me enorgullece también el haber participado de las notorias injusticias con que la pasión contemporánea fustigó su personalidad eminente y gloriosa (García Victorica V., 1975 tomado de Victorica B.) 7

Los repetidos ataques a la obra y persona de Urquiza, centrados en gran parte en su comentada retirada de los campos de Palacios, (Pavón), conocidas al dedillo por Victorica, motivaron no solo sus numerosos aportes y aclaraciones a Ruiz Moreno sino también la publicación de sus REFLEXIONES Y REMINISCENCIAS DE PAVÓN agrupadas referencialmente y por orden cronológico de las cartas con que contestara las reiteradas preguntas de su dilecto amigo. Constituyen un rico complemento documental y testimonial que en mucho dilucida aspectos fundamentales de aquel controvertido episodio de la no menos controvertida etapa organizacional del país. Las REFLEXIONES sirvieron asimismo para responder de manera indubitable las acusaciones que Nicasio Oroño, antiguo protegido del General en Santa Cándida, lanzara desde Rosario a fines del siglo XIX, las cuales provocaron asimismo las airadas respuestas de Ruiz Moreno, su antiguo amigo.

Ambos amigos y parientes, Ruiz Moreno y Victorica, sentían también que los contemporáneos no habían hecho justicia a “los hombres del Paraná”, grupo del que habían formado parte importante, sobre todo el segundo. Este inexplicable olvido, como la también inexplicable pérdida del archivo confederal, eran deudas pendientes con hombres y sucesos argentinos de innegable valor histórico, que solo fueron saldadas, cuando ello era posible, en su mismo entorno regional, y con considerable demora.

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2.3 Símbolos Patrios- Polémicas y Proyecciones

“El pasado es, por tanto, una dimensión permanente de la conciencia humana, un componente obligado de las instituciones, valores y demás elementos constitutivos de la sociedad humana. A los historiadores se les plantea el problema de cómo analizar la naturaleza de este sentido del pasado en la sociedad y cómo describir sus cambios y transformaciones…” (Hobsbawm, 1998, pág. 23)

Uno de los aspectos que más preocupara a estos hombres, y con esto estamos intentando establecer criterios comparativos con otras historiografías provinciales, como la de Corrientes, fue la de fijar con exactitud los signos externos de lo local, vale decir, los símbolos, efemérides y monumentos que representaran cabalmente a la entrerrianía y recordaran a propios y extraños su aporte a la organización nacional. B. Teijeiro Martínez se ocupó desde los cargos públicos que tuvo, en especial cuando estuvo al frente del Archivo provincial, de buscar minuciosamente todos los antecedentes relativos al sello o escudo provincial, como en Corrientes lo hiciera Manuel V. Figuerero, del que ofrece dos modelos, uno, de la época de Mansilla anterior al Reglamento o Constitución provincial, que tenía en el centro del óvalo la clásica pluma federal- de ñandú- rodeada de la inscripción PROVINCIA LIBRE DE ENTRE RIOS, y el posterior, mucho más elaborado, donde aparecen el laurel, una división irregular en cuarteles del óvalo, las manos entrelazadas, el sol y la estrella, repartidos en dichos campos, sobre campos grana y verde respectivamente, La inscripción ahora era UNION- LIBERTAD- FUERZA- Provincia de Entre Rios. Con leves variantes, estos datos, escrupulosamente explicados y acompañados por los decretos y resoluciones del Ejecutivo de turno, y que Teijeiro Martínez pesquisara con indudable rigor, sirvieron de base a los gobernantes de principios del Siglo XX para dejar instituídos los símbolos provincianos más representativos, completándose este accionar con las celebraciones patrias en gran escala, y la proyección didáctica de los temas históricos en todas las escuelas.. No hay aporte similar en este aspecto de parte de Ruiz Moreno, preocupado por cuestiones eminentemente políticas, aunque esto le fuera sumamente útil a la hora de fundar establecimientos escolares de avanzada en la provincia. 8

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Hubo numerosas e intensas polémicas en esta época, algunas dirimidas en los periódicos, en las que intervienen E. Quesada, el Deán Alvarez, muy criticado por Teijeiro Martínez, Sánchez Zinny, Mitre, López, F. Palma. M. Mantilla, y los mismos historiadores entrerrianos que no siempre mantienen un criterio uniforme respecto a ciertos y determinados hechos o personajes. El autor español critica a su colega en ocasiones en que éste, haciendo caso omiso del documento que él mismo le acercara, intercala juicios contradictorios que no se ajustan a la tan mentada verdad histórica. Y es en este punto, exactamente, donde consideramos que la proyección de estos historiadores alcanza su máximo nivel y los hace referentes obligados para las temáticas esenciales de la historiografia regional: en la preocupación por ofrecer una historia liberada de prejuicios y ajustada a lo que entonces se pautaba como necesidad académica, en no salir del campo histórico propiamente dicho una vez presentado el escenario: “…Toda obra histórica debe escribirse después de un examen paciente y concienzudo de documentos ordenados cronológicamente, y la compulsación necesaria de las obras que puedan ilustrar al historiador, descartando en ella las pasiones dominantes que hayan podido servir de eslabones en la serie de acontecimientos encadenados según el criterio de los autores que le han precedido. Del estudio comparativo de estos hechos, convenientemente comprobados, con los documentos de los archivos públicos y particulares, resultará la verdad histórica, de esta verdad la justicia, de esta justicia el carácter moral de la historia, base fundamental de todo criterio racional y justo…” (Teijeiro Martínez, 1910, pág. 47)

Numerosos han sido los estudiosos que fundamentaron esta postura moral de la historia, desde los más diversos campos de estudio y desde los más diversos lugares: “…Lo que más ha contribuído a la paz y fraternidad entre los hombres y los pueblos han sido principalmente los progresos de orden moral de lo que resulta entonces que éstos constituyen el más elevado exponente del adelanto individual y colectivo, y siendo así, viene a ser misión fundamental de la escuela desarrollar y afianzar los más elevados sentimientos humanos, como ser los de amor, bondad, justicia e idealidad, y a la Historia toca hacer los mayores aportes posibles en tal sentido, y a ella más que a otras asignaturas, porque ocupándose preferentemente de los fenómenos sociales de carácter dinámico, es la que mejor puede poner de relieve los nobles esfuerzos

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hechos a favor de esos movimientos de alta espiritualidad y verdadera significación humana. Esto constituye una de nuestras fundamentales maneras de ver respecto de la enseñanza de este ramo de estudios, y por ser así es que le consagramos el correspondiente capítulo, y manera de ver en la que nos acompañan pensadores de todos los tiempos, docentes de todos los países y una legión de pedagogos alemanes, que según referencias del Dr. Quesada, consideran que la principal misión del mismo es su aspecto ético y que el objeto de su aprendizaje es ante todo el de formar el criterio moral del educando de hoy y ciudadano de mañana…” (Bassi, 1936, pág. 280) 9

Deslindado responsabilidades en cuanto a elección de métodos y elementos, se ponía especial cuidado en afirmar que no se había copiado sistema alguno, sino adaptado alguno a nuestro medio y recursos, dejando de lado peculiaridades propias de otros países.

A continuación, el mismo autor cita a otros reconocidos referentes en la materia: “…La más grande enseñanza ética de la Historia es, sin duda, la que nace del estudio de los grandes hombres, de las grandes figuras de la humanidad con caracteres superiores tan descollantes y por lo mismo con hechos y procederes tan destacados que puedan ofrecerse como casos de ejemplaridad dignos del comentario favorable, del aplauso justo, de la glorificación merecida y de la imitación benéfica (…) Los grandes hombres tomados como objeto de estudio ofrecen la ventaja de ser más fácilmente comprendidos por los niños que los grandes acontecimientos (…) el contacto espiritual con sus semejantes les resulta más familiar y su tendencia a la imitación encuentra enseguida la forma provechosa de encauzarse. Tras la consideración de cada personaje viene el juicio histórico, (…) que, como acostumbraba hacerlo el incomparable e insuperable profesor D. Pedro Scalabrini, se puede condensar sintéticamente asignando, según caso, la condenación, el silencio, una placa, un busto, una estatua o un monumento recordatorio, porque de este modo tras de aquilatar el valor del personaje estudiado se va formando el hábito de la apreciación de hombres del pasado con relación a tiempo y lugar, del que espontáneamente emanará después la de los actuantes en el orden comunal, provincial, nacional o internacional…” (Ibídem, pág. 284-85)

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Las opiniones al respecto no siempre eran coincidentes, etapa de profundos cambios sociales, donde la mujer hizo oír fuertemente su voz, el movimiento feminista argentino, donde numerosas educadoras entrerrianas participaban, hizo oír su enfoque en un evento de gran significación: “…Siendo la historia de un pueblo, no solo el estudio de sus héroes y sus hechos guerreros, sino también y principalmente, el de su evolución económica, política y social, el Congreso Femenino Internacional vería con agrado que los poderes públicos encargados de la instrucción, dieran a la enseñanza de este ramo su verdadera amplitud…” (Comisón Organizadora del 2° Congreso Femenino Internacional, 2010, pág. 120)

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Notas

1 Es interesante observar la continuidad de posturas que aún en nuestros días afectan el completo desarrollo de la producción historiográfica regional y que vienen de tan larga data. 2 La breve y escasamente informativa mención a B, T, Martínez es la única referencia que este reconocido historiador hace de toda la historiografía entrerriana en su obra. 3 Este autor a los estudios de los siguientes especialistas: J. Tuttino, (1986), Florencia Mallon, (1995), Eric Van Young, (2001) 4 Inédito, trabajado sobre la base de documentos del Archivo del Palacio San José. Este aspecto también está muy bien descripto en la obra de N. Botana y F. Luna ya citada. Para una completa descripción de la personalidad del general Mitre, sugerimos, entre otras, la obra de D. Rock también citada. 5Para la trayectoria de este destacado historiador correntino ver María Silvia Leoni, (1996), “El Aporte de Hernán Félix Gómez a la historia y la historiografía del Nordeste”, en FOLIA HISTORICA del NORDESTE, Nº 12, IIGHI/UNNE. 6Para Pavón y sus consecuencias se sugiere la lectura del Documentado libro de Manuel E. Macchi, 1975, Urquiza Última Etapa. 7Citado por Victoria García Victorica al hacer entrega de la importantísima donación que en nombre de su padre, Benjamín García Victorica, que se hiciera el 11 de abril de 1975 al Palacio San José, con la cual se organizó en dicho Museo una sala evocativa del prestigioso secretario de Urquiza. 8 Son muy valiosas para éste y otros temas, la Obra de Teijeiro Martínez B. Historia de la Provincia de Entre Ríos con sus citas aclaratorias que acompañan todo el texto, abundantes en información complementaria que no desdeña el relato testimonial, siempre y cuando pueda ser corroborado con el documento. Para el aspecto obras de Teijeiro Martínez, Anales y efemérides de la Provincia de Entre Ríos, (1900), en dos tomos, y su Iconografía Entrerriana, que aunque inédita, es de sumo interés para completar el estudio de la época Referente a las gestiones educativas del segundo, hemos detallado las mismas en anteriores capítulos,. , en especial su decidido apoyo a la fundación de la ESCUELA NORMAL DE MAESTRAS DEL URUGUAY, (1873), actuación en la que consideró que estaba cumpliendo los más íntimos deseos del General Urquiza, a quien la muerte le impidió culminar esta obra. 9 Es constante en Bassi la referencia medulosa al INFORME SOBRE LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA EN LAS UNIVERSIDADES ALEMANAS, que redactara E. Quesada por especial encargo de la Universidad Nacional de La Plata, el cual renovó la enseñanza de la Historia en todos los niveles educativos y de manera muy especial en la estructura universitaria.

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3 DE INFLUENCIAS- HOMENAJES Y RECUERDOS. Los historiadores entrerrianos en las tres primeras décadas del Siglo XX

Palabras Claves: homenaje- influencia- recuerdo-reivindicación- enseñanza- nacionalismo

3.1 Introducción

“…Ya es tiempo de que se restablezca la verdad sobre los sucesos de aquella época y de que se

haga cumplida justicia al Libertador de la República.”

Martín Ruiz Moreno/ 1905

El advenimiento del nuevo siglo, conjuntamente con las celebraciones de los dos Centenarios, constituyeron para los historiadores entrerrianos acontecimientos de jerarquía que sumaban a su importancia la oportunidad de reivindicar sucesos y figuras que la ciudadanía provinciana consideraba injustamente olvidadas o cuanto menos relegadas: “ Más de cincuenta años van corriendo desde que la revolución de 1851 derrocó las dos sangrientas tiranías que ahogaban la

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libertad en los pueblos del Río de la Plata. Sin embargo, aún sigue extraviado el criterio en algunas Provincias Argentinas respecto de algunos sucesos que tuvieron lugar pocos días y pocos meses después de la batalla gloriosa de Caseros, y respecto de la actuación del Jefe de aquella Revolución….” (Ruiz Moreno M. , 1905) 1

Muchos homenajes se programaron desde distintos estamentos oficiales con la clara intención de reparar olvidos históricos y demostrar el valor de los hombres célebres de la provincia, acercando contribuciones que los representaban en las variadas facetas de su vida pública, en 1909, por ejemplo, Martiniano Leguizamón publicó desde la ciudad de La Plata una obra extensamente documentada cuyo título ya indicaba a qué aspecto puntal remitía su autor: “La presentación de un proyecto a la legislatura de Buenos Aires, -bien inspirado, sin duda- y por el cual se declara de utilidad pública la modesta casa donde se reunieron los gobernadores pactantes del acuerdo de San Nicolás, para convertirla en una biblioteca popular con el nombre del general Urquiza, autor del pacto memorable, inspiró nuestro primer artículo publicado en LA ARGENTINA el 30 de agosto del pasado mes. Pensábamos entonces, sinceramente,, en presencia del aplauso que mereció la exposición de motivos llena de brillo y de verdad hecha por el diputado González Oliver, que tan altos propósitos serían consagrados con una sanción inmediata, porque suponíamos extinguido por el tiempo y por el convencimiento que surje de los hechos realizados, aquel soplo ardiente de la pasión cavilosa que combatió el acuerdo, hace más de medio siglo, según lo reconocen historiadores como Pelliza y Ramos Mejía y lo enseñaron desde su cátedra de derecho constitucional en la Facultad de Buenos Aires, del Valle y Anchorena, cuyas opiniones no se motejarán de partidismo provinciano. No resultó así, sin embargo, y las imprevistas incidencias del debate suscitado después en torno del nombre de Urquiza, de su pintoresca indumentaria en la batalla de Caseros y sobre la divisa colorada, me tentaron a escribir los artículos subsiguientes alentado por la esperanza de contribuir en la medida modesta de mis fuerzas a la restauración de la verdad histórica, con probanzas documentales de insospechable fuente, a fin de hacer un poco de luz en un debate donde no ha brillado el prudente concejo de Tácito, sine ira et studio. No creo haber trasgredido la advertencia del clásico autor de los Anales en esta improvisada defensa, por más que conserve el calor de su arranque

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inicial, desde que la orienta un propósito sincero y desinteresado, lírico tal vez en la hora presente en que tan poco interés se presta a las cosas que hablan de nuestro pasado. Empero, estimo que no ha de resultar estéril mi esfuerzo y por eso recojo las breves páginas siguientes, ampliadas con algunos documentos importantes para darles la autoridad de que carecen confiando que acaso tengan para la juventud estudiosa, siquiera sea como simples referencias de las fuentes de buena información a que puede acudir para estudiar uno de los períodos más interesantes y oscuros de nuestra organización institucional… (Leguizamón, 1909, págs. VII-VIII)”. Leguizamón citaba luego la opinión de Rodolfo Rivarola, elogiosa de la obra urquiciana, de “alta inspiración patriótica” y reconocedora de la urgente necesidad de comenzar a escribir sobre dicho período con probanzas documentales no solo con datos pintorescos, en clara alusión a las críticas vertidas y las burlas recibidas por la vestimenta de Urquiza, mencionando que cuando Enrico Ferri visitó el Museo Mitre, hizo caso omiso de su ropa, exhibida como pieza especial del repositorio, y se concentró en la biblioteca y el escritorio del prócer, agregando que era en los actos, ejemplos y obras de Urquiza que había que poner el acento, el estudio y el elogio: “…guiado por ese criterio se fueron acumulando estas páginas escritas con un propósito de reivindicación y de justicia estricta, mientras se desarrollaban las peripecias del debate legislativo que empezó en la cámara por una razonada y brillante exposición de motivos- que ha quedado intacta ante la indigencia de cuanto se dijo en contra- y que ha terminado en el senado- con una de esas salidas por escotillón que dejan trunca la pieza y chasqueados a los expectadores…” (Ibídem, págs. XI-XII). “Algunos órganos de publicidad de esta capital y de Entre Ríos han anunciado la aparición de una obra o de un libro que preparábamos en homenaje al capitán general Justo José de Urquiza. Hacer tal cosa no ha sido nuestro propósito al confeccionar estas breves monografías, primero porque lo que pretendemos, no es más que VULGARIZAR el conocimiento de un período culminante de la historia patria, la ORGANIZACIÓN NACIONAL, y por consiguiente, la síntesis se impone, segundo, presentar un libro requiere ya una labor de mayor aliento, que por diversas causas declinamos. Además, nuestro principal objeto, es propender a que se haga conciencia pública sobre la justicia imperiosa de tributar un homenaje nacional al ilustre vencedor de la tiranía y organizador del país, lo que se persigue con el proyecto de ley

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que motiva esta publicación, amenazado de caer en el olvido. Nuestras aspiraciones quedarán cumplidas plenamente, si en esta obrita no se ve un libro, sino un sincero esfuerzo patriótico tendiente a despertar el interés del pueblo por admirar y rendir imperecedera gratitud a sus próceres y fundadores de su grandeza. Que otros nos sigan en nuestro empeño y lo complementen. Como se ve por el decreto del Gobierno de Entre Ríos que va a continuación, la iniciativa ha encontrado eco inmediato en los poderes públicos de esta provincia, que coopera, así, a lo que entendemos es acto de patriotismo y de justicia. Hemos solicitado también algunas páginas del general doctor Benjamín Victorica, cuya alta autoridad al respecto dará mayor interés a estas monografías, sirviéndoles a manera de un prólogo respetable. Queda constancia de nuestra gratitud a aquel gobierno y al distinguido maestro y ejemplo de tantas generaciones argentinas.” (Victorica, González Calderón, & González, 1911, págs. 5-7) 2

Hay varios aspectos dignos de mención en esta ADVERTENCIA NECESARIA, que ya desde su título nos alerta sobre el contenido a leer: con sinceridad y humildad, los autores, prestigiosos cada uno en su ámbito, nos aclaran que lejos ha estado de sus propósitos el escribir un libro, y mencionan con sencillez a sus contribuciones como monografías. El carácter laudatorio y reivindicatorio está presente en todo el texto, donde llama la atención que ya se pensara en aquellos tiempos en términos de Historia de Divulgación, y se observara que para cumplir con ese aspecto se hacía necesario sintetizar los hechos para alcanzar una segura concientización. Toda la redacción nos remite a la efectiva tarea docente y solidaria ejercida en las aulas del Colegio del Uruguay, donde Benjamín Victorica dejara hondos recuerdos desde su actuación en las Comisiones Examinadoras a las que era asiduamente invitado y a los ejemplos que sus alumnos tomaran de él. El libro así formado, aunque a sus autores no les agradara esa mención que juzgaban excesiva, resultaba ser un interesante trabajo elaborado en conjunto por un prestigioso ex profesor- examinador- y sus no menos prestigiosos ex alumnos. Precisamente uno de los historiadores que nos ocupa en esta obra, Martín Ruiz Moreno, también guardaba cálidos recuerdos de su paso por aquel establecimiento como alumno de tan destacado profesor: “…Amigo muy distinguido; Cuánta satisfacción proporciona el saber que se conserva la estimación de los buenos después de 44 años¡ Y esto a

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pesar de las asperezas del largo camino recorrido. Su interesantísima epístola me ha vuelto por algunas horas a aquellos tiempos en que los estudiantes del Colegio del Uruguay le dedicaban versos y música cantada por numerosos coros. ¡Mil gracias¡ El mejor obsequio que puede recibir un espíritu maltratado por amarguísimas decepciones y por injusticias que hacen incurrir en torpezas, es una carta como la suya. Nos pagamos en buena moneda…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, pág. 52)

La obra que estamos comentando anexaba el proyecto de ley presentado por el Diputado Dr. Mariano E. López en 1910, referida a la residencia campestre del general Urquiza y sus campos aledaños, San José, y su posible adquisición o expropiación por el P.E. provincial a los efectos de instalar allí una Escuela Superior Agropecuaria que se denominaría General Urquiza. La iniciativa no prosperó por la falta de fondos en el erario provincial y la escasa disposición de los herederos a entablar negociaciones efectivas. El interés de la provincia en resignificar ese hermoso testimonio arquitectónico siguió latente y, de hecho, en la década del ’30 una entusiasta Comisión Honoraria concretó las negociaciones y puso en valor algunos tramos de los jardines y el edificio, que continuamente era visitado por grupos escolares, maestros y profesores de todo el país, regimientos y reservistas, ex alumnos del Colegio del Uruguay, delegaciones extranjeras y de universidades nacionales y americanas, asociaciones profesionales y lugareños, convirtiendo al lugar en uno de los máximos referentes, sino el primero de la entrerrianía : “…En los fastos del Palacio San José, residencia que fuera del General Don Justo José de Urquiza, ocupará siempre un lugar de preferencia la visita que hicieran los marinos del buques escuela argentino, la gloriosa fragata Presidente sarmiento el 2 de diciembre de 1938, al día siguiente de haber tocado la nave el puerto de Concepción del Uruguay, en su último viaje, antes de arriar para siempre sus velas. Aquella magnífica residencia, iluminada en la perspectiva histórica por la gloria y por los destellos trágicos del crimen imborrable, fue escenario de un acto hondamente emotivo. Una crecida muchedumbre se congregó en las dependencias, para asistir a la visita memorable de los bravos marinos, que fueron recibidos por una delegación de la Comisión Honoraria del Palacio San José, que preside el señor Wenceslao S. Gadea, y en la que figuraba también el nieto de Urquiza, almirante (R.) Jorge Campos Urquiza. Los visitantes recorrieron el Museo, rindiendo el

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homenaje de su emoción a aquellos lugares y a aquellas salas y objetos tan henchidos de evocaciones. Luego (…) firmaron los álbumes recordatorios. En el patio de honor formaron los marinos ante la presencia de las autoridades nacionales, provinciales y municipales y del público, ejecutándose el Himno nacional, que estuvo a cargo de una banda de músicos de Paraná. Luego el Dr. Eufemio F. Muñoz, miembro de la Comisión Honoraria, dio la bienvenida a los marinos con emoción y elocuencia y el doctor Delio Panizza leyó unas décimas de que es autor, dedicadas a la nave. Terminado el acto en larga caravana los visitantes se dirigieron hacia San Pedro para asistir al almuerzo servido en su honor por la señora Justa Urquiza de Campos, hija del prócer, en cuya oportunidad el Comandante de la Sarmiento, señor Malerba, pronunció un discurso…” (Peralta & Sors, Una visita memorable, 1939, págs. 29-30)

La citada COMISION HONORARIA cumplió un notable y patriótico cometido salvando a la hermosa residencia del deterioro total, cumpliendo rigurosamente con los objetivos que se fijaran, de índole nacionalista y estrictamente centrados en la figura urquiciana: “…La Comisión Honoraria designada por el Gobierno Nacional para dirigir y organizar el Museo Regional, ha venido cumpliendo en el Palacio San José una vasta obra de restauración que ha colocado al histórico edificio en una situación de decoro digna de su glorioso pasado, dándole otra vez el lustre propio de su rango y poniéndolo en condiciones de hablar al visitante de los hechos memorables que en su interior acaecieron, con majestuoso lenguaje y altivo porte. Esa obra restauradora, de verdadera amplitud e inteligentemente encarada, ha sido resumida en su orientación por el Presidente de la Comisión Honoraria, escribano don Wenceslao Gadea, (que en) agosto de 1938 expresaba entre otras consideraciones, las que siguen: Desde que se constituyó la Comisión Honoraria designada por el Exmo. Gobierno de la Nación, para dirigir y administrar la institución y organizar el Museo Regional, una de las preocupaciones hondas de la Comisión, y la labor lenta y paciente de reconstituir, sin profanas modificaciones, el establecimiento confiada a su custodia, ha sido, es y será, reivindicar, para el Palacio San José, toda documentación, papeles, correspondencia pública o privada que pueda ser útil y contribuya a formar la sección literaria e histórica referente a la vida y

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actuación civil y militar, particular o pública del General Urquiza, a su intervención ilustre en los asuntos de Estado de la Provincia, de la Confederación Nacional y de la nación, a sus campañas y batallas, a sus ilustres gobiernos, a su vida familiar y relaciónes o vinculaciones sociales, a los actos que en su magnanimidad y solidaridad humana y social exaltaron muchos y meritorios rasgos de su vida eminentemente política, militar y privada, y también de todo objeto, medallas, armas, símbolos, reliquias, muebles y demás que hayan pertenecido al propio General Urquiza, o que existen o adornaban otrora los desmantelados antros de los departamentos del glorioso castillo, a fin y efecto de que, reunido, ordenado, catalogado y cuidado con esmero y por el esfuerzo de la Comisión y el patriotismo de verdadero amor patrio allí, todo cuanto se consiga de todos los argentinos, y la ecuánime generosidad de los actuales y numerosísimos poseedores, argentinos o extranjeros y de dentro y fuera del país, del ignominiosamente repartido o esparcido acervo, pueda la institución que inspiró la sanción de la mencionada Ley, del Museo Regional, llegar a ser lo que el Estado y todos debemos aspirar y aspiramos: La página real, objetiva y perpetuadora de la tradición de un período glorioso de la gesta libertadora, organizadora y unificadora de la Patria, a la vez que de vida pública y privada o familiar de trascendencia, videncia y rara cultura y de las grandes virtudes del ilustre fundador y morador en los días y pasado glorioso e histórico de Entre Ríos y de la nación que contribuyera decisivamente con su pensamiento, su brazo y su espada a libertar, pacificar, unir, y consolidar. Ya en otra oportunidad había dicho, que al frente de la Comisión Honoraria Nacional, llevado por un anhelo de legítimo celo por la reivindicación de un acervo que pertenece a la Nación y en particular al tesoro tradicional del Museo Regional que la precitada Ley N° 12261 mandó organizar en el Palacio San José, no hesitaba del valor de todo empeño o gestión en el sentido de la sanción de una ley análoga a la que cuentan otros países de cultura milenaria, que declara de propiedad de la Nación y como perteneciente al Museo Regional del Palacio San José, todos los objetos, existencias, útiles y documentación perteneciente o que haya pertenecido al referido Palacio, a don Justo, el Capitán

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General Urquiza, y que, incitando el auspicio y voluntad patriótica de todos los poseedores, autorice la expropiación o reivindicación y la extradición por vía o método voluntario de cambio, permutación o donación, u onerosamente de cualquier pertenencia o posesión por cualquier título o concepto de dentro o fuera del país, destinando y proveyendo los fondos y erogaciones especiales para el efecto, porque así indudablemente se completaría la institución del referido monumento nacional y la efectividad y realización del Museo Regional…” (Peralta & Sors, 1939, pág. 52 y 82) Pero finalmente, a pesar de tantos desvelos y ansiedades, de tanto trabajo seriamente realizado, fue la Comisión Nacional de Museos y Monumentos la que tomó intervención para su declaración como MUSEO Y MONUMENTO HISTORICO NACIONAL quedando los deseos de los entrerrianos una vez más frustrados por lo que consideraron una intromisión en sus más entrañables lugares de la memoria. Es interesante rescatar algunos de los conceptos con que el diputado M. López fundamenta su proyecto, basado en principio en la Ley Nº 5145 de 1910, de homenaje al prócer, a la que criticaba por dotar solamente con una suma de dinero a la ciudad capital, para la erección de una estatua, que, como en el caso de la residencia, tardó bastante tiempo en erigirse y fue un monumento emplazado en singular paraje.

La cercanía temporal con muchos de los acontecimientos no menguaba el interés, sino que lo acrecentaba, agregando una cuota de vida a los mismos en razón de que quienes en ese momento escribían la historia si no actores fueron espectadores o parte integrante de las familias “criollas por los cuatro costados” como afirmaba enfáticamente Ernesto Quesada. Será este autor, entrerriano por adopción, quien más hondamente influenciará en esta etapa la obra de los padres fundadores Benigno Teijeiro Martínez y Martín Ruiz Moreno, su versación y prestigio, unidas a la experiencia adquirida en las célebres universidades alemanas de su tiempo, darán a este preclaro descendiente de “los hombres del Paraná” el tono y la autoridad necesarias para ser considerado unánimemente como el que mejor entendió y trasmitió- con verdadero carácter docente- la historia de la Organización Nacional y sus notables proyecciones. Este capítulo indagará especialmente en los homenajes patrióticos y profesionales, así como las publicaciones

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puntuales de varios autores dedicadas a la enseñanza en las escuelas normales y colegios nacionales y a profesionalizar la disciplina histórica por ese y otros medios a su alcance: “El momento aconseja con urgencia imprimir a nuestra educación un carácter nacionalista por medio de la Historia y las Humanidades. El cosmopolitismo en los hombres y las ideas, la disolución de viejos núcleos morales, la indiferencia para con los negocios públicos, el olvido creciente de las tradiciones, la corrupción popular del idioma, el desconocimiento de nuestro propio territorio, la falta de solidaridad nacional, el ansia de la riqueza sin escrúpulos, el culto de las jerarquías más innobles, el desdén por las altas empresas, la falta de pasión en las luchas… (Rojas R. , 1909, pág. 87)”

Se confería a la escuela, y en especial a la escuela primaria, un rol decididamente orientador y rector de las sociedades: “…La necesidad de difundir la educación en todas las clases de la sociedad llama desde hace algún tiempo la atención de la prensa, los Congresos y los Gobiernos en la mayor parte de la América española. (…) Este movimiento es tanto más digno de atención y estímulo cuanto más claros aparecen en él los caracteres de vitalidad y fecundidad distintivos del verdadero progreso…” (Márquez, 1874, pág. 1)

Quienes conducían los estamentos educativos acompañaban decididamente este criterio orientador, impulsando proyectos y medidas de verdadero carácter innovador: “…No debe sorprendernos el primer centenario de la revolución de mayo sin que queden salvadas algunas de las deficiencias señaladas en el organismo escolar y sin que un acto de solidaridad continental vincule aquella época gloriosa con los anhelos de progreso y fraternidad que caracterizaron siempre la política y la diplomacia argentinas, y satisfaga la noble aspiración mencionada del magisterio nacional. A tales propósitos responde también la publicación de los modestos trabajos escolares que forman este libro y los proyectos en él contenidos…” (Zubiaur, 1907, págs. XXII-XXIII) 3

Para desterrar estos verdaderos vicios, la Nueva Educación buscaba jerarquizar el pensamiento, imprimir alto vuelo a los estudios y con espíritu firme crear un orden social perfecto 4.

La tan mentada Nueva Educación basaba sus fundamentos en la ESCUELA NUEVA, cuyo nombre fue: “…adoptado por un grupo de

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estudiosos que intentaron cambiar los procedimientos de la enseñanza hacia fines del siglo XIX (…) no es un sistema didáctico determinado, sino un conjunto de principios tendiente a rever las formas tradicionales de la enseñanza (…) tuvieron orígenes diversos, a los sistemas (…) de Baselow, Pestalozzi o Froebel, podemos agregar el de Tolstoi. (…) La Escuela Nueva es un laboratorio de Pedagogía y procura desempeñar el papel de explorador o iniciador de las escuelas oficiales, manteniéndose al corriente de la psicología moderna con respecto a los medios de que se sirve, y de las necesidades modernas de la vida espiritual y material…” (Arredondo, 2004, págs. 8-9)

Teijeiro Martínez y Martín Ruiz Moreno, conocieron y apoyaron esta renovadora metodología, traída a nuestras escuelas normales y colegios nacionales por las maestras y profesores norteamericanos contratados por el Gobierno Nacional. El libro cabecera de Isabel King, por ejemplo era LECCIONES DE COSAS, de E. A. Sheldon, que implementaba justamente pautas esencialmente innovadoras que hicieran punta en el país y a las que adhirieron años más tarde otros países de América, como Ecuador: “…el eje pedagógico fue el sistema herbartiano, que tuvo como núcleo al alumno y puso énfasis en el desarrollo de la atención y el interés por el estudio por parte de los alumnos y en la organización racional de la enseñanza en el aula (…) Se trataba de pasar de la rigidez fría y autoritaria a la actividad consciente y el orden basado en el interés psicológico. La educación debía de ser espontaneista y orientarse de manera científica…” (Goestchel, 2010, pág. 97) 5

Como parte importante de esa jerarquía de pensamiento se mencionaba un proyecto ya aprobado consistente en conceder, vía CONCEJO NACIONAL DE EDUCACION, doce becas para niños o jóvenes latinoamericanos a fin de que siguiesen estudios en las escuelas normales argentinas, proyecto que llenó de emoción y aliento a Zubiaur, su creador, quien no dudó en afirmar que con esto Entre Ríos sería considerada la Massachussets argentina, o el Indianápolis, en clara alusión a los lugares donde Sarmiento abrevara en sus viajes de estudio. Este firme liderazgo de los intelectuales argentinos y su influencia continental, en especial la del grupo denominado Generación del ’37, es particularmente destacada en numerosas obras publicadas en los países hermanos donde además fueron emplazados hermosos monumentos y

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recordatorios a los mismos, conformando lugares argentinos de la memoria en Boston, Indianápolis, Montevideo, Chicago, Lima, Méjico, etc. 6

3.2 Momentos de Homenajes

En 1913, al cumplir Martín Ruiz Moreno sus ochenta años, entre los muchos reconocimientos recibidos figura uno que merece nuestra atención, ya que provino de su colega D. Benigno Teijeiro Martínez, dedicado en aquel momento, a la organización del entonces denominado Archivo Histórico de Entre Ríos. La Comisión Ejecutiva de Homenaje en su Jubileo le encomendó la misión de publicar un folleto, como era de estilo, que sintetizara la vida y obra de Ruiz Moreno. La circular de la iniciativa era sumamente elocuente: “…El 10 de abril del presente año cumplirá su 80° aniversario el distinguido jurisconsulto, fecundo escritor y apreciado profesor doctor don Martín Ruiz Moreno, con cuyo motivo, y creyendo responder a un anhelo general de sus numerosos amigos o apreciadores de sus relevantes aptitudes y servicios, los suscriptos se complacen en invitar a todos los que simpaticen con la idea, para asistir el 1° de mayo a la casa del venerable anciano y entregarle una medalla conmemorativa de aquel hecho y condiciones mencionadas, o adherirse a tal manifestación en la forma que se estime más oportuna. Los iniciadores de este homenaje se proponen estos especiales propósitos: conmemorar la ancianidad útil y viril, y estimular a las nuevas generaciones en el culto de la labor asidua, de que da tan valiosas pruebas aún el doctor Ruiz Moreno, y esperan que entendiéndolo así los elementos representativos y populares de esta ilustrada sociedad, y de aquellos en que dentro y fuera de la provincia, viven admiradores de tan distinguido conciudadano, se asociarán a esta merecida consagración….” (Ruiz Moreno I. J., 1988, pág. 153). El autor del folleto al que denominó Dr. D. Martín Ruiz Moreno. Su 80° aniversario. Homenaje de sus discípulos, amigos y admiradores, se encarga de poner en blanco sobre negro sus propósitos y las fuentes documentales con que ha encarado el trabajo: “…Al iniciarse la segunda media centuria del pasado siglo, operábase en Entre Ríos una evolución social y política que bien pronto se extendió a las provincias hermanas, fatigadas de soportar el duro yugo de la tiranía. El General Urquiza, que tuvo la clarividencia del porvenir de la

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República, fundaba escuelas en la campaña y colegios de alta cultura en las principales ciudades, concurriendo a éstos los alumnos más sobresalientes en las escuelas comunes, a quiénes costeaba el Estado la continuación de sus estudios. La fama del Colegio del Uruguay se extendió a las Provincias argentinas y a los países limítrofes, pero no es ésta la oportunidad de historiar los benéficos resultados obtenidos por los jóvenes que frecuentaron sus aulas, ni los grandes servicios prestados por ellos a la República, como factores eficientes de su progreso social y político, pues solo me propongo rememorar los sobresalientes rasgos de la vida activa de uno de los más distinguidos ex alumnos y profesores de aquel Colegio, el Dr. Martín Ruiz Moreno, al cumplir el octogésimo aniversario de su laboriosa existencia. Debo manifestar, desde luego, que los hechos que consignaré en este breve estudio, son abonados por la documentación que he compulsado en el archivo del histórico Colegio del Uruguay, en el que fue alumno y profesor, y en el de la provincia, hoy a mi cargo…” (Teijeiro Martínez, 1913 d, págs. 64-65)

En este interesante trabajo, en que un historiador escribe sobre otro, encontramos numerosos aspectos que revelan el respeto, la profesionalidad y la profundidad con que se encaraba la labor historiográfica. No hay en él los acostumbrados elogios vacíos de contenido, sino una sintética pero bien orquestada descripción, mechada con apreciaciones maduras, acerca de la obra de su colega, intercalada sabiamente con los datos biográficos necesarios para darnos a conocer al personaje. La Comisión ejecutiva estaba presidida por los doctores José B. Zubiaur, Antonio Medina, Pedro E. Martínez, Antonio Sagarna y el profesor B.T. Martínez. Los suscriptores eran variados, numerosos y prestigiosos. Enrique Carbó, Sabá Z. Hernández, Faustino M, Parera, Miguel Laurencena, Luis Etchvehere, Gregorio F. de la Puente, Emilio Marchini, Ramón A. Parera, Marcelino Aspillaga, Manuel S. Antequeda, Maximio Victoria, Emilio Reviriego, Pedro Oberti, Miguel Raggio, Fermín Uzín, Facundo Grané, Vicente Zavalla, Toribio E. Ortiz, Ricardo Lagos, Justo Bergadá, conformando una serie de figuras que agrupaba a liberales con radicales, socialistas, y liberales reformistas en un verdadero arco político-intelectual de relieve que hacía honor a la época y a quienes habían formado intelectual y moralmente a dicho grupo.

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Nos enteramos a través del Folleto que: “…Estaba en su auge la tiranía de Rosas cuando el Dr. Martín Ruiz Moreno vio la primera luz en la ciudad de Rosario de Santa Fe el 10 de abril de 1833. Contaba apenas un año cuando sus padres vinieron a establecerse en Entre Ríos…” (Ídem)

“Su pertenencia al sentir entrerriano estaba, pues, asegurada. Formó parte del grupo de estudiantes que, iniciando sus estudios en el Colegio de Estudios del Paraná, de corta duración, (1848-50), pasaron a completar los mismos en el recién inaugurado Colegio del Uruguay, donde a partir de 1854 recibiría la influencia rectora de Alberto Larroque, decidido partidario del espiritualismo francés, a quien recordaría y distinguiría durante toda su vida por abrir las ventanas del conocimiento y la libre expresión a todos aquellos deseosos de abrevar en sus aguas. Como estudiante aventajado, sobre todo en filosofía, fue pasante y luego profesor de la cátedra, cuando tan solo contaba 19 años de edad. Su formación, sólida y adelantada para su ámbito le granjeó luego el aprecio de sus alumnos, tanto en el colegio del Uruguay, (1872-83) como en el del Paraná, (1891-96), característica ésta que comparte con el autor del trabajo que comentamos, y que respondía, en principio, a la importancia que ambas ciudades tuvieran en el plano político provincial, al traslado de la capital de una a otra costa, y sobre todo a las funciones administrativas y políticas que le tocara cumplir: juez de alzada, fiscal de estado, diputado nacional, defensor de pobres y menores, juez de primera instancia en lo criminal, fiscal de la Cámara de Justicia, en las que tienen oportunidad de conocer y tratar al general Urquiza y al grupo que lo acompañara en su gestión confederal, primero, regional después. Esto hará que sus obras se impregnen de una sólida base documental y de un hondo sentimiento reparador de olvidos e injusticias. Su tarea docente fue, por ello, enriquecedora y variada para sus discípulos: (…) Su tarea didáctica comenzó en el escenario reducido y modesto del Colegio Nacional. a cuya fundación en febrero de 1889 contribuyera activamente. A su cuerpo docente se incorporó el doctor Ruiz Moreno en 1891 como Profesor de Filosofía y luego de Instrucción Cívica. Don Martín fue allí una figura conspicua, recordado luego con unánime cariño por quienes fueron sus discípulos. Cuando en 1923 se publicó un número especial de homenaje al Colegio Nacional de Paraná, editado por la Comisión de Ex alumnos, uno de éstos evocaba entre los antiguos profesores a aquel “viejo, batallador y bueno, amigo por

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excelencia de todo el muchachaje, el doctor Martín Ruiz Moreno, que malgrado tal circunstancia no escapó tampoco a los sinsabores y amarguras que tan injustamente solíamos proporcionarles…” (Ídem)

“…La cátedra de Filosofía estuvo a cargo de don Martín Ruiz Moreno, a quien llamábamos Tatita, contagiados por el tratamiento que le daba nuestro compañero su hijo Isidoro, a quien don Martín nombraba con toda prosopopeya don Isidoro, y le decía de usted, cuando tuteaba a todos los demás. Nos trataba en verdad con singular confianza, como si fuéramos hombres. Fue el primer profesor que nos hizo dar lecciones de sentados, y cuando aquellos famosos exámenes bimensuales escritos, ponía el tema en el pizarrón y nos dejaba solos. Excuso decir que no honrábamos semejante confianza (…) Nos trataba, (…) con entera familiaridad, propinándonos gruesos apóstrofes….en verdad eran entretenidas las clases de Tatita. Por lo anecdótico, por lo ocurrente del maestro, y por la multiplicidad de disgresiones con que matizaba su enseñanza, que derivaba frecuentemente en historia del tiempo de la Confederación. Gran urquicista, como que se educó bajo la férula del general, atribuía al héroe de Caseros todos los laureles de la Organización, haciendo en cambio a Mitre poquísimas concesiones…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, págs. 20-21) 7

El biógrafo confiesa sus limitaciones: “…Para escribir la biografía completa del ilustre polígrafo que me ocupa, necesitaría más amplias referencias acerca de la labor inmensa del profesor, del jurisconsulto, del político y del publicista, en este parágrafo me ocupo de su actuación política, pero sin formular juicio alguno, porque tendría que amoldarlo, necesariamente, al criterio filosófico de uno de los dos grandes partidos que lucharon más de media centuria persiguiendo el predominio de sus ideas…” (Teijeiro Martínez, 1913 d, pág. 69)

Como sobrino político de Urquiza, Martín Ruiz Moreno defendió las actuaciones y proyectos de éste en las asambleas constituyentes, en los escaños provinciales y nacionales y desde las direcciones de los Diarios LA DISCUSION, oroñista, y EL RIO DE LA PLATA, del que fue fundador. Sus excelentes relaciones con los notables de todos los grupos le permitieron sortear con relativa facilidad tiempos muy caóticos, y así lo vemos en 1871 como Director del Concejo General de Educación, designado por la Intervención Nacional, por pedido del Presidente

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Sarmiento, gestión que aprovechó para concretar la obra que la muerte de Urquiza dejara trunca: la fundación de la ESCUELA NORMAL DE MAESTRAS DEL URUGUAY. El archivo de la institución es fiel testigo de la nutrida correspondencia cruzada entre Ruiz Moreno, la primera Directora, Clementina C. de Alió y los funcionarios nacionales y provinciales y el celo con que se siguió los primeros e inciertos pasos de esta obra monumental nacida entre el fragor de las últimas luchas montoneras.

Ligado al Partido Autonomista, sus escritos periodísticos constituyen una rica fuente de insospechados matices, combativa y rigurosa, aparecidos en un dilatado período en ámbitos santafesinos, porteños y entrerrianos, debiéndose incluir entre su producción a los discursos, en aquel entonces verdaderas piezas oratorias de gran valor testimonial. Teijeiro Martínez confiesa que: “…me abstengo de juzgar al historiador, por otra parte ya bien conocido por cuantos leen sus eruditas obras, y muy especialmente las que se refieren a las dos presidencias históricas de la Confederación Argentina. He aquí las obras del Dr. Martín Ruiz Moreno que figuran en mi modesta biblioteca:

Las Leyes de Toro- Tesis Doctoral, Montevideo, 1858. Colección de Leyes, Decretos y Acuerdos sobre Tierras de

Pastoreo en la Provincia de Entre Ríos, (1822-1864), Buenos Aires, 1864.

Responsabilidad civil de los delitos de rebelión, Uruguay, 1868. Responsabilidad Penal, Folleto publicado por sus alumnos en la

Escuela de Derecho del Colegio Nacional, Uruguay, 1878. Estudios sobre la vida pública del General Francisco Ramírez,

Paraná, 1894, La Provincia de Entre Ríos y sus leyes de tierras, Paraná, Tomo I,

1896. La provincia de Entre Ríos……Tomo II, Paraná, 1897. Asesinato de Don Cipriano José de Urquiza, Revista de Letras LA

QUINCENA, Buenos aires, 1898. Cepeda y Pavón, Paraná, 1899. Saldando Cuentas: Cepeda y Pavón, Paraná, 1901 La República de Entre Ríos, Revista de Derecho Historia y Letras,

Buenos Aires, 1901. La Revolución contra la Tiranía y la Organización Nacional,

Buenos Aires, 1905.

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La Organización Nacional- Primer Período, Buenos Aires, 1906. . La Organización Nacional- Segundo período, Rosario, 1907. La Organización Nacional- Segundo período, Buenos Aires, 1908. Urquiza y la Instrucción Pública, Buenos Aires, 1910. Interpretación de los artículos 5º y 6º de la Constitución Nacional,

(1854-1860), Revista de Derecho Historia y Letras, Buenos Aires, 1912.

La Presidencia del Dr. Santiago Derqui y la batalla de Pavón, Buenos Aires.

El Jurado, folleto. El Jurado en materia criminal, Revista de Derecho Historia y

Letras, Buenos Aires, 1913. (Teijeiro Martínez, 1913 d, págs. 72-73)8

Fechado en Paraná, desde su ajetreado escritorio en el Archivo Histórico, este interesante trabajo de Teijeiro Martínez nos lo muestra en toda su dimensión de historiador celoso de su labor, meticuloso en el decir, soslayando temas que consideraba ríspidos y poco necesarios en un homenaje, en un todo acordes con los principios que regían la época, disímiles a los actuales: “…El término historia de la historiografía apareció a principios del siglo XX para designar una rama de la historiografía que estudia su evolución dentro del desarrollo histórico general. No es solo la historia de los estudios históricos, un simple examen de obras históricas, sino también de lo que denominaremos la cultura histórica: debemos considerar cómo el conocimiento de la historia y la actitud del hombre hacia el pasado han marcado el devenir histórico en las distintas épocas La historia de la historiografía se interroga sobre las cambiantes vinculaciones que tejemos con el pasado. Su importancia radica en que constituye una nueva forma de autoconciencia de la historiografía propia de la segunda mitad del siglo XX La historiografía marcada por el positivismo había dejado de lado la dimensión autorreflexiva de la disciplina…” (Leoni, 2004, págs. 5-6)

Brinda a los estudiosos futuros una acabada serie de publicaciones del homenajeado, así como datos de los diarios y revistas que su pluma frecuentara. Del análisis surge con fuerza la figura de un historiador combativo, metido de lleno en las lides de su tiempo y comprometido con sus ideales, a los que defendió e impulsó desde todos los estamentos que ocupara, ostentando, como la mejor de sus armas su erudición y vastos conocimientos jurídicos, sobresaliendo los últimos claramente en

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el estilo con que encara sus obras históricas. La influencia rectora de Alberto Larroque había brindado el molde en que tanto él como otros destacados intelectuales argentinos reflejaron los dramas de tiempos no tan lejanos y por ello mismo apasionantes. Este sentido homenaje no fue el único, personaje ya notable, Ruiz Moreno tuvo su caricatura ejecutada por Málaga Grenet en CARAS Y CARETAS y un apretado artículo sobre su personalidad y obra que destacó su labor de estudioso serio y profundo. La revista de Derecho Historia y Letras le dedicó una tirada aparte, y el Gobierno entrerriano dispuso la adquisición de 300 ejemplares de su última obra para distribuirlo en las escuelas, considerándolo, a juicio del ilustre educador Antequeda, “…un precioso exponente de su labor intelectual…”

La prensa provinciana se hizo eco de estos homenajes: “…Hay actos realizados por la sociedad, que honran tanto a la persona objeto de la demostración como a los que toman a su cargo la iniciativa y la saben llevar a feliz término (…) la biografía del apreciable anciano, que circula, impresa, y es de todos conocida, los discursos que publicamos al final de esta crónica y sobre todo su popularidad que ha salvado los lindes de su provincia natal, nos relevan de la tarea de puntualizar los puntos más salientes de su vida noble, patriótica y fecunda, lo mismo que explicar que por feliz casualidad el homenaje coincidió con el glorioso aniversario de Caseros, siendo el 10 de abril el onomástico del doctor Ruiz Moreno (…) a las 4 y30 p.m. se congregaron en el Club Social numerosos y distinguidos caballeros que, encabezados por la Comisión organizadora del homenaje, se dirigieron al domicilio del doctor Ruiz Moreno para llevar a cabo la manifestación proyectada.. La banda de Policía, ubicada en frente de la casa, saludó con una marcha entusiasta el arribo de la comitiva. En el salón designado al efecto, el doctor Ruiz Moreno y sus hijos recibían a los invitados…” (Ruiz Moreno I. J., 1988, págs. 154-55)

Todos los artículos periodísticos resaltan la variedad de discursos, elogiando sobre todo a los pronunciados por César Blas Pérez Colman y Martiniano Leguizamón, la elocuencia y emoción con que el anciano respondió a los mismos, la estrechez de la amplia morada, ante tanta concurrencia, y el asombro y admiración de todos ante la laboriosidad sin descanso de Ruiz Moreno, que a pesar de años y achaques seguía escribiendo con el mismo ímpetu de sus mejores tiempos, como muchos

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de los hombres de su generación que emprendieron aquel camino conocedores de su destino y responsabilidad. Correspondió a estos dos jóvenes destacados la primacía de establecer la importancia historiográfica de la labor concretada, futuros historiadores ellos mismos, no dudaron en dejar bien en claro la importancia “revisionista”, dirá Leguizamón, de los escritos de su maestro, otorgando ese valor a las publicaciones destinadas a desmistificar las hazañas urquicicianas engarzándolas con los grandes acontecimientos nacionales

Ya en su fecunda ancianidad, uno de los más destacados “Hombres del Paraná” había pronunciado frases rectoras, que dejaban entrever la profunda vocación por la historia y la no menos profunda convicción que guiara sus pasos: “Por lo demás no me pesa haber dedicado tantos años de mi vida a esas investigaciones áridas y oscuras, porque me han enseñado a amar ardientemente nuestro pasado, digno de mayor estudio por parte de las nuevas generaciones, demasiado afectas a correr tras el éxito fácil. Sin duda indagaciones semejantes exigen gran preparación y una paciencia de benedictino, hay que renunciar al brillo de la producción encaminada al grueso del público, pues de antemano se sabe que esos trabajos de erudición solo pueden tener un limitado círculo de lectores y de apreciadores, pero cada uno ejercita su actividad según la inclinación de su temperamento y algunos debe haber- y conviene que haya- que tengan vocación por cosas semejantes…” (Pagés Larraya, 1992, pág. 75)

La influencia ejercida por el grupo antes mencionado, durante su azarosa pero productiva estadía en la capital confederal, ha sido unánimente reconocida y traspasó los límites familiares para conformar una red de intelectuales pocas veces observada, que tanto actuaron en el periodismo, la función pública, los estrados judiciales, los cafés y veladas literarias, los largos debates, como en la serena paz de los archivos que hurgaran incesantemente para dedicar luego largas horas y muchos desvelos al servicio de CLIO: “ No se trataba de una rutinaria tarea de archivero sino de una búsqueda inspirada en el deseo de calar en la compleja fisonomía histórica del país para lograr así fórmulas de superación para los arduos problemas que planteaba la organización de la República. El polvo de los archivos no levantaba muros de aislamiento…” (Ibídem, pág. 35)

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Los sanos principios de neutralidad política, americanismo, olvido de pasiones divisorias, responsabilidad intelectual, fueron el modelo en que basó su hijo Ernesto, continuador de su obra, su dilatada trayectoria, en la que debemos distinguir dos etapas bien diferenciadas: la que desarrolló en nuestro país, en especial en universidades, ateneos y centros de estudio, y la posterior, ya radicado por propia voluntad en Alemania, a la que admiraba. Sobre la primera existen numerosos testimonios: “…Continuaba así Ernesto Angel Quesada una estrecha colaboración con las actividades académicas, culturales y diplomáticas de su ilustre progenitor, ayuda que se acentuó a medida que iban declinando las energías de éste último. Hay muchos testimonios sobre esa profunda y cariñosa relación entre padre e hijo…” (Ibídem, pág. 37)

El mismo Vicente G. hizo gala de este estrecha relación entre ambos: “…De regreso a mi patria después de una ausencia de un cuarto de siglo empleado en el empeño de numerosas misiones diplomáticas, y cuando mi edad avanzada, (cumplía 73 años al volver a Buenos Aires en 1903), hacía adivinar la tranquilidad del retiro en el seno de mi familia, he accedido al empeño de mi hijo, doctor Ernesto Quesada, redactando mis Memorias Diplomáticas y venciendo el retraimiento que me producía el hablar de mí mismo (…) Mis escrúpulos fueron vencidos por el amor filial y por eso quiero que, buenas o malas, útiles o banales, sean puestas bajo su nombre, dedicándoselas con paternal cariño, tanto más cuanto que siempre fue mi leal cooperador, muchas veces actor principal, y, por último, sin interrupción, mi último confidente, para quien no tuve secretos ni misterios…” (Ibídem, pág. 38)

Acerca de su formación alemana y sus vinculaciones con el imperio, son sus mismos alumnos quienes testimonian: “…Su información era tan vasta como asombrosa su capacidad de trabajo. Esa fecundidad suya era proverbial, y motivaba más de una apreciación burlona, harto explicables en labios de quienes, salvo nada frecuentes excepciones como ésta, no nos caracterizamos por la continuidad en el esfuerzo ni por la laboriosidad excesiva. Había en él, en esa su laboriosidad sorprendente, en su avidez de conocimiento, en su método de trabajo, en su prolija abundancia al tratar cualquier asunto, en su mentalidad y también en sus costumbres, en su apostura, en su gesto, en la composición de su figura, mucho del “herr profesor”, orgullo de la Universidad y la ciencia

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alemanas de la época Guillermina. Aunque bien argentino por su estirpe, la educación que recibió en Alemania, durante su juventud, después de haberse graduado en 1882 en nuestra Facultad de Derecho, dejó huellas hondísimas en su espíritu, en sus aficciones y en sus maneras…” (Dirección Revista Nosotros, 1931, págs. 99-100)9

Esa profunda influencia quedaba demostrada también en su enfoque preciso y diferenciador acerca del historiador y la enseñanza de la Historia: “…Nunca se podrá ser historiador, y no se forma el historiador de una pieza, sin pasar por aquel estudio previo, la enseñanza tiene siempre que ser de investigación, de seminario, y el genio o el talento individual harán después surgir al historiador de entre la nube de investigadores, la historia no es una disciplina profesional, como la medicina con sus clínicas o la jurisprudencia con sus ejercicios prácticos, sino que es exclusivamente científica pura, por lo cual su enseñanza solo puede ser académica y teórica…” (Quesada, 1910, pág. 885)

Padre e hijo manifestaron siempre su respeto y admiración a Ruiz Moreno, a pesar de que Vicente G. le reprochó, en algún momento, ciertos aspectos que consideró lesivos para con “los hombres del Paraná”, a quienes defendió con hidalguía en todos los momentos de su larga y fecunda existencia, pero la pasión por la historia, y por dejarla escrita para ejemplo y consulta esclarecedora de las futuras generaciones, primó por sobre las diferencias ocasionales y la amistad e intercambio continuó hasta la desaparición del primero de ellos, manteniéndose el vínculo con sus familiares.

El 11 de noviembre de 1920, la provincia de Entre Ríos rinde, por fin, justiciero homenaje público al General Urquiza en la ciudad capital, inaugurando un bello monumento que, emplazado en un lugar paisajístico privilegiado, nos muestra al prócer observando al río, en una figura ecuestre rodeada en su base por elementos escultóricos que representan sus momentos más significativos. Ernesto Quesada presidió la Comisión Nacional de Homenaje, representando además a la Universidad de Buenos Aires, y en su encendido discurso, titulado Urquiza y la Integridad Nacional, refleja con exactitud y profundo conocimiento íntimo de los hechos, gran parte de la historia entrerriana y nacional que va de la separación de Buenos Aires de la Confederación a la firma del Pacto de Unión en San José de Flores. Hay una constante

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alusión en el discurso a los Hombres del Paraná, grupo del que su propio padre formo parte activa: “…Generaciones de argentinos han leído con deleite las Memorias de un viejo, escenas de costumbres de la República Argentina, en las que Vicente G. Quesada, con el seudónimo de Víctor Gálvez, evocó la sociedad de las provincias y la muy austera en Paraná en la difícil etapa de transición de la Organización Nacional. Por eso mismo, resulta paradójico que ese auténtico paradigma de la vida institucional e intelectual argentina haya despertado el interés de apenas un puñado de historiadores. La polifacética personalidad de Quesada se encuentra solamente en las notables páginas que le dedicó Carlos Octavio Bunge, en los prolijos estudios de Ernesto J.A. Maeder, en los comentarios de Raúl A. Molina y en diccionarios biográficos…” (Vidarrueta, 1991, pág. 457)

Ernesto Quesada concentró su discurso en la acción integral del grupo: “…Los que suscriben este documento (se refiere al Pacto de Unión) conocidos en nuestros anales como los Hombres del Paraná, demostraron que se daban cuenta clarísima de lo terriblemente crítico del momento y afrontaron todas sus consecuencias posibles, hasta la horrenda de la desaparición de la patria misma. Se llegaba así, de repente, al sumo mal, y las cosas estaba para morir, era menester trocarse del todo y mudarse o sucumbir. Esa crisis, pues, ha sido la más grave y más difícil de nuestra historia, nuestra existencia misma como nación estaba en juego y estuvo en un tris de suceder un desastre: el país parecía estar colgado por un hilo y con la soga a la garganta, el peligro a los ojos y el agua a la boca (….) El presidente Urquiza comprendió cabalísimamente la importancia decisiva del instante. En el acto se puso en alto, donde mayores vientos combatían, por más que se sintiera peligrar en aquel trance….lo mismo hizo entonces el Gobernador correntino Pujol…” (Quesada, 1921, pág. 15)10

La alusión al acompañamiento de Corrientes fue una constante en la obra de todos los historiadores entrerrianos, y lo será también en las obras de los Quesada, padre e hijo, recordemos que el primero fue funcionario en aquella provincia donde cultivó caras amistades que trasmitieron luego su fraternal devoción a su hijo: “…Y tengo igualmente presente como, años después, un hombre a quien me ha ligado entrañable amistad y que era el prototipo del político provinciano

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más consumado, el senador correntino Mantilla, me confesó, en una de sus inolvidables tertulias de los sábados que había también oído al General Mitre expresarse en términos análogos respecto de Urquiza…” (Ibídem, pág. 27)

Respecto a estos intercambios, es bueno reconocer que: “…La figura de Manuel Florencio Mantilla (1853-1909) está estrechamente asociada a la historia correntina de la que fue actor y autor. Su producción escrita, en la que se destacan notas editoriales, escritos políticos, memorias y relatos históricos elaborados en su mayor parte en las dos últimas décadas del siglo XIX, significa el primer esfuerzo intelectual realizado por un hombre de la provincia de Corrientes para aportar una reconstrucción integral de su pasado (...) los rasgos que caracterizan su obra responden a lo que denominamos historiografía decimonónica argentina, rasgos que nos permiten rescatar a la figura de Mantilla como actor político junto a la ya habitual de historiador, afirmando que se trata de dos dimensiones de su actuación pública vinculadas estrechamente…” (Quiñones, 2004, pág. 48). Esta misma autora nos dice que: “…La realidad política del siglo XIX que reactualizaba situaciones del pasado, sirvió de contexto a la elaboración de estas historias provinciales que adoptaron un tono de protesta y de impugnación frente a una realidad que no respondía a sus expectativas y a un pasado que ignoraba sus contribuciones. Sus autores, encarnando los intereses de las elites de las que formaban parte, aportaron elementos que serían tópicos de la reescritura de la historia propiciada en el silo XX. En este proceso se inscribe la obra de Manuel Florencio Mantilla (1853-1909) que constituye la primera visión general del pasado de la provincia de Corrientes.” (Ibídem 49)

La postura reivindicatoria sobre sucesos y personajes, centrada obviamente en la figura de Urquiza aparece profusamente en el discurso, ya desde su encendido inicio: “En esta fecha memorable, que eterniza la fama de la integridad nacional jurada y cuya hazaña merecería esculpirse en bronce, nos encontramos congregados al pie del soberbio monumento que Entre Ríos, en señal de reconocimiento perpetuo, ha levantado a la memoria del más preclaro de sus hijos, el capitán general Justo José de Urquiza, a cuyo patriotismo esclarecido se debió la celebración del pacto del 11 de Noviembre de 1859, que ha cobrado nombre famoso al poner fin a la separación de las provincias argentinas y

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asegurar con ánimo y brío la unión de todas, bajo el imperio de la constitución nacional…” (Quesada, 1921, págs. 5-6)

Quesada recordaba que ya casi no quedaban testigos de aquellas horas aciagas, reconociendo que el tiempo transcurrido había servido de tamiz de las pasiones y borrado para siempre antiguos odios y colocaba a la fecha del pacto en la misma categoría de las que él llamaba “indiscutibles”, el 25 de mayo de 1810, el 9 de julio de 1816, el 1º de mayo de 1851. Citando numerosas y variadas fuentes, muchas de ellas de periódicos extranjeros, de la copiosa hemeroteca paterna, fue desgranando paso a paso la trama de aquellos años de luchas y fracturas, de desentendimientos que parecían insalvables pero no lo eran: “…Porque, en el fondo, todos soñaban con la visión de la integridad nacional, los hombres del Paraná, con la bandera de la constitución y el gobierno presidencial establecido, los hombres de Buenos Aires, también con la constitución pero deseosos de ser ellos los que formaran dicho gobierno y tuvieran plenaria jurisdicción y señorío dentro del territorio…..” (Ibídem, pág. 24)

Como lo hiciera cuando defendiera la memoria de su suegro, el general Angel Pacheco, Quesada deja bien en claro que el general Mitre, a cuyos hijos frecuentaba, también adhirió a los intentos de conciliación y reconoció el sacrificio ciudadano de Urquiza.

Con singular energía y ácidas observaciones, se pregunta acerca de un hecho singular, que había logrado algo que consideraba tremendo: “borrar la historia”: “Cómo es entonces que ese título singular de gloria ha parecido hasta ahora como sepultado en el olvido, tanto que de él no se hace memoria, cuando constituye el hecho más culminante de nuestra historia, en la cual se encuentra labrado a marca martillo ya que, como dijo el general Mitre un cuarto de siglo después, por la primera vez toda la familia argentina se vió reunida por un solo sentimiento, con un solo gobierno y una sola ley? La explicación de ese hecho casi inexplicable y que da claro conocimiento de la cosa descubriendo la sustancia de su médula, está quizá en la documentación oficial de la época ha desaparecido misteriosamente como si la hubiera sorbido la tierra…” (Ibídem, pág. 25-26)

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Explicaba luego, minuciosamente, los avatares sufridos por los 220 cajones con la documentación de la Confederación, remitidos al Archivo Nacional por el gobierno entrerriano, que quedaron en la Aduana de Buenos Aires siendo en parte vendidos como papel viejo, otros destruidos por el tiempo, la humedad y la desidia. Quesada alegaba que el gobierno de Mitre, ocupado con la guerra del Paraguay, no pudo hacerlo con esos valiosos papeles y por ello: “….ha venido a valer, más que la verdad, la mentira de la prédica partidista y apasionada de los diarios porteños durante al época de la lucha, y los libros y otros textos escolares posteriores, basados en una sola fuente tendenciosa de información, resultan fatalmente falseados y parciales, las generaciones nuevas se han educado bebiendo sus conocimientos en ese manantial turbio y hoy es menester rehacer por completo la historia de aquel período, a fin de que la obscurecida verdad brille justiciera para todos y guíe por camino seguro a nuestros descendientes…” (Ídem)

La coincidencia con las apreciaciones de Martín Ruiz Moreno en este aspecto es total, y nos acerca a la comprensión de la actividad permanente de aquel grupo ya de hombres del Paraná, ya de sus descendientes, por dejar clara constancia de cómo se habían desarrollado los hechos en los tiempos confederales y la importancia de los mismos dentro de la estructura del nuevo Estado. Mientras que Benigno Teijeiro Martínez ocupó gran parte de su tiempo en desmitificar la figura de Ramírez y de su grupo y destacar la obra urquiciana, o de ilustrar profusamente acerca de las riquezas entrerrianas, los Quesada, entrerrianos por adopción, tomaron muy en serio su rol de partícipes de acontecimientos notables o historiadores de los mismos, fundando sus apreciaciones en los ricos archivos familiares, que no fueron adquiridos por el gobierno argentino y se donaron a la universidad de Berlín junto con la biblioteca, siendo muchos de sus documentos previamente expurgados y destruídos por Ernesto Quesada basándose en una promesa hecha a su padre antes de su muerte. Este doble expurgo y la posterior partida de valiosos documentos de uno de los notables del Paraná nos ha dejado sin dudas con una visión incompleta de los sucesos y las figuras que tan calurosamente reivindicaran los historiadores en su momento: “….Quesada también expresó su voluntad de que su archivo y su biblioteca fueran adquiridos por una institución. Sumada ésta a la de su hijo Ernesto, formó un invalorable conjunto de 82.000 volúmenes. El

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archivo y la biblioteca fueron donados en 1927 por Ernesto Quesada y su segunda esposa Leonore Niessen-Deiters, al Ministerio Prusiano de Artes, Ciencias y Educación. Junto con la colección bibliográfica mejicana proveniente de la Universidad de Marberg, constituyeron el núcleo fundacional de la Biblioteca del Instituto Ibero Americano de Berlín, un repositorio bibliográfico de singular valor. Las partes más antiguas del fondo pudieron ser completadas por Ernesto Quesada hasta su muerte, ocurrida el 7 de febrero de 1934….Las secciones del Fondo Quesada que hacia fines de la Segunda Guerra Mundial fueron depositadas en la hacienda de Hohenlanden, cerca de Argemunde...fueron presa de la destrucción pero el grueso de la colección no fue afectado por los bombardeos a Berlín.” (Vidarrueta, 1991, pág. 496)

Otro prestigioso grupo de intelectuales, formados en el colegio del Uruguay, seguiría sus pasos, no enteramente dedicados a la historia pero deseosos de contribuir con ella. Martiniano Leguizamón- Antonio Sagarna- Luis F. Aráoz, Julio Victorica. El campo de estudio tornó de las lides militares al mundo apasionante de la educación sin alejarse del todo de la política.

Pero el Homenaje a Urquiza consistente en la inauguración oficial del monumento mucho antes erigido, tuvo variadas aristas de neto tono político, que el Gobierno de Entre Ríos dejó bien aclarados en una importante publicación de carácter de DOCUMENTO OFICIAL que ponía en blanco sobre negro las alternativas seguidas por el gobierno entrerriano y su punto de vista sobre la actuación del la Comisión Nacional. La publicación se inicia con una carta que el Gobernador, Dr. Celestino Marcó dirige al presidente de dicha Comisión, Doctor E. Quesada el 4 de agosto de 1921: “…he recibido los dos voluminosos tomos publicados por la comisión nacional de Homenaje al General Urquiza que Vd. presidió. Forman una compilación de las adhesiones, discursos y juicios expresados por los actos en que el pueblo del país exteriorizó su tributo a la memoria de aquel, y no puedo ni debo dejar de significarle la profunda sorpresa con que he constatado la falta en ella, de las importantes iniciativas y decisiones del Gobierno de esta provincia, producidas con motivo del homenaje, pues semejante falta la considero tan ingrata como deliberada, ante el mérito y la notoriedad de los

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respectivos documentos públicos omitidos. Decretos, mensajes, leyes, etc. Contrasta y maravilla penosamente ese hecho con la inclusión de artículos que no tuvieron más propósito que el de atacar a mi Gobierno y que por su misma forma apasionada y agresiva, y por su injusticia, constituyen muy malo y pobre homenaje a la memoria del grande hombre. Porque aún descontando de la documentación oficial pertinente, la que en cualquier sentido pudiera molestar a algún miembro de la Comisión, quedan varios actos cuya publicación no debió omitirse, tales: el decreto del 1° de junio de 1920, por el que se planeaba ya el homenaje de la provincia y se fijaba el día 18 de octubre para la celebración popular del mismo, el mensaje del 11 de agosto de 1920, dirigido por el Poder Ejecutivo a la Legislatura, el texto de la ley N° 2549, cuyo proyecto se acompañó con dicho mensaje y por el que, como tributo especial de la provincia, se destinaban $ 80.000 para ser distribuídos entre los hospitales y Asilos, $ 50.000 para el edificio de la Escuela Justo José de Urquiza, de Concepción del Uruguay, $ 50.000 para la ampliación de la Colonia de Menores Centenario, $ 25.000 para la contratación de un seguro de renta vitalicia a favor de los sobrevivientes de Caseros, y $ 20.000 para los gastos que causaran los festejos populares, el decreto del 20 de Noviembre de 1920, por el que se ordenó la distribución de aquella cantidad, ($ 80.000), entre las instituciones de beneficencia de la Provincia, el decreto del 29 de mayo de 1921, por el cual se fijó la renta vitalicia que, en cumplimiento del art. 4° de la citada ley, (2549), pasa al estado a los sobrevivientes pobres de Caseros, y otros de menor importancia, de todos los cuales le acompaño copia, para que, releyéndolos, advierta toda la injusticia cometida por los miembros solidarios de la comisión. Desearía persuadirme que se ha incurrido en una ligereza, en una inadvertencia sin intención, pero me da e impone la certeza contraria, la circunstancia de que la publicación de referencia revela la prolijidad y cuidado hasta en sus menores detalles, siendo inconcebible el olvido de actos importantes cuando tanto sobreabundan en ella las pequeñeces e insignificancias de los festejos celebrados hasta en las aldeas. Cualesquiera sean los móviles determinantes de ese comportamiento, resulta y es incorrecto y me da derecho a protestarlo, máxime cuando la Comisión contó en todo momento con la buena voluntad y la mejor disposición de mi Gobierno. Bajo otra faz también es grave y muy lamentable el caso, pues la obra aquella de la Comisión, sorprenderá la buena fe de muchas personas que ignoran los actos de la

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autoridad política representativa de la provincia, y será siempre una fuente de información mezquina a la que es preciso oponerle, en resguardo de la verdad histórica que en el futuro ha de mencionarse, la prueba autenticada de los hechos producidos en nombre y bajo los auspicios del pueblo de Entre Ríos…su impresión en folleto….. adelantaré a los diarios…” (Provincia de Entre Ríos, 1921, págs. 3-4)

3.3 Reflexiones

Tanto en este campo como en el educativo, aparecerían ideas superadoras, como las de Juan Agustín García solicitando oficialmente que la educación fuera más técnica y no solamente humanista, en consonancia con el Ministro Magnasco, impulsor de éstas escuelas. Pero el tema, en Argentina, tenía aristas varias para este punto y la historia las atravesaba de lleno: “…en un caso como el argentino en el que esos proyectos se realizaban desde elites políticas que controlaban, (o aspiraban a controlar), los instrumentos estatales, ello implicaba, ante todo, la voluntad de imponer ciertas creencias comunes, ciertos relatos sobre los orígenes, ciertos símbolos identitarios y ciertos mitos movilizadores a los habitantes de un territorio independiente. Esas operaciones que buscaban construir a los ciudadanos e integrar a las masas al Estado, haciéndolas copartícipes de las creencias impuestas desde el mismo, podían ser hechas desde instrumentos muy diferentes, como la enseñanza de la historia y la geografía, la ritualidad patriótica, en la escuela o en la milicia, la pedagogía de las estatuas y de los símbolos patrios, la movilización política…” (Devoto, 2006, págs. XII-XIII)

Ernesto Quesada dejaría importantes ejemplos a tener en cuenta: “…se detenía en el costado político de la historia y del rol de sus cultores en la formación ciudadana, en sus futuros impactos dirigenciales y en la construcción de la conciencia nacional, verdadero leimotiv de las políticas estatales de ese tiempo, generada desde la escuela primaria y continuada en la secundaria, la que entroncaba palmariamente con la cosmovisión universitaria, una de las principales metas de la Alemania por él estudiada, donde se ejemplificaba con el ejemplo el sentido histórico de la vida humana, el significado vital del pasado recordado en el presente, sirviendo el teatro, la literatura de adecuado marco y

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complemento a la historia. Esta labor de conjunto, de características Nacional- Dinástica y Social marcó un eje diferenciador de grandes proyecciones que logró, con la fundación de EL ATENEO NACIONAl, obtener varios de sus objetivos: `...Lo fundamental, empero, para el raciocinio, no es el punto de partida, sino la trayectoria en la parábola infinita (…) Dejamos constancia, entonces, que en la ciudad de Buenos Aires, a 25 de octubre de 1913 un reducido grupo de hombres deposita la semilla de una institución esencialmente espiritual, al calor de una cultura que nos llega desde todos los ámbitos del globo ….Más, lo que habrá de notarse, lo repito, en los anales argentinos, no será la noticia de la primera formación, sino el resultado del esfuerzo. Si este resultado beneficiara a una generación siquiera, el Ateneo Nacional de la República Argentina deberá ser considerado como cualquiera de los otros instrumentos conocidos y fuertes con que se ha elaborado y sigue elaborando nuestro bienestar…´” (Lopez C. G., 2009, pág. 145, tomado de Peña D., 1913, pág. 135).

Numerosos intelectuales argentinos participaron de esta fundación y apoyaron con entusiasmo a su ejecutor, el brillante ex estudiante de las aulas uruguayenses David Peña, entre ellos, Quesada, Zubiaur, Sagarna, Aráoz, Victorica, M. Leguizamón, el veterano Vicente G. Quesada, ya toda una institución republicana, los continuadores de la impronta larroquiana nacida en el Histórico Colegio del Uruguay, y los impulsores de la Nueva Educación que hundía sus raíces en la historia a la que todos ellos interpretaron con responsabilidad ciudadana: “…medio millón de niños y jóvenes, concurren a las escuelas, colegios y universidades argentinas (…) Nada aventaja a esto en toda la América Latina donde solo por excepción la escuela pública hace competencia a la escuela sectaria o privada, y a la universidad y su dependencia, el colegio secundario. Sobre tales bases habrá que levantar el espléndido edificio que reclaman, a unísono, nuestra historia, nuestras instituciones democráticas y nuestro deseo de redimir de la ignorancia a América Latina por medio de la escuela y de la ciencia argentina…” (Zubiaur, 1907, págs. XX-XXI)

Los momentos de gloria habían cedido su lugar a la responsabilidad ciudadana, al compromiso con los hechos y figuras del pasado desde otros escenarios más propicios y menos encendidos por las pasiones,

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que, aunque aquietadas por el paso del tiempo, seguían latentes en los corazones. La pedagogía de las estatuas, integrada a los lugares de la memoria había dado sus generosos frutos y contribuyó en gran medida a plasmar el ser nacional. Los viejos luchadores, como Martín Ruiz Moreno no alcanzaron, en su mayoría, a ver consolidada esa prolongada vigilia aguardando la justicia histórica para sus defendidos, apenas unos meses después de su muerte la provincia de Entre Ríos inauguró, por fin, la estatua de Urquiza en Paraná. Pero la línea de fecunda continuidad estaba bien trazada y firmemente unida al surco, otros jóvenes, discípulos respetuosos de aquellos que fueran sus maestros seguirán la huella iniciada y renovarán con notable probidad y energía, los enfoques historiográficos regionales tan necesarios para la comprensión cabal y profunda de la historiografía argentina y americana: “…Sigo con la atención y simpatía que merece la producción de carácter histórico que vienen realizando algunos escritores regionales de neustro país, en el aislamiento de la vida provinciana, desprovistos casi de elementos de trabajo y por de contado sin ayuda ni estímulos. Con el afán entusiasta de investigar y documentar la acción de los hombres representativos del pasado, dentro de la jurisdicción geográfica de su respectiva región, han expurgado los apolillados legajos de los archivos sacando a luz muchos documentos y referencias interesantes, salvándolos así de la irreparable destrucción del tiempo. Esos papelistas como suele motejarlos despectivamente la inepsia de las burlas aldeanas, están haciendo, según se advierte, una obra útil y realmente patriótica, que los hace dignos de pública alabanza…” (Ruiz Moreno I. J. 1978, pág. 166-67 tomado de Leguizamón, 1919, Discurso)

El estilo adoptado correspondió exactamente al momento vivido: “…Se afirma que sólo fue un polemista y que sólo vivió con la pasión y para la pasión. Hay en esto algo de verdad, pero requiere aclaración para que no quede en el ánimo de los lectores la impresión de que solo fue un apasionado fanático, que solamente luchó por una tendencia partidista, intransigente y malsana. Fue polemista por necesidad, como fueron todos sus contemporáneos. Es ridículo pretender que los luchadores de su tiempo, hayan podido abordar el estudio de la Historia con un espíritu filosófico o científico…” (Ruiz Moreno I. J. 1978, pág. 179 tomado de Martínez. Juan A., 1919).

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Esta etapa lo tuvo, junto a Benigno T. Martínez, como artífice de la producción histpriográfica regional enraizada en las figuras de sus caudillos y los logros de sus gestiones, entremezcladas con la ardua lucha hacia la organización nacional y el encauzamiento definitivo del país grande, integrado por todas las provincias y reconociéndose en ellas sin perder nunca de vista los objetivos que debe acompañar estas acciones: “…en el marco de todos los procesos generales que se pueden detectar, tanto políticos como culturales, económicos y sociales, en la región histórica en que está comprendida, puede ubicarse a Entre Ríos y a los entrerrianos integrados, como lo fueron, con todos o parte de los demás núcleos y comunidades de la región, sean hoy nacionales o pertenezcan a otro país soberano. La historia de la nación y la historia de la región nunca se desarrollaron por caminos separados, pero no siempre fueron absolutamente coincidentes ni tampoco totalmente divergentes…” (Poenitz, 1992, pág. 247)

Por ello entendemos la importancia de nuestra elección y la necesidad de abordar las temáticas regionales: “…estos encuentros organizados anualmente por le PIHSER (Programa Interuniversitario de Historia Social Enfoque Comparado) han comenzado a demostrar cuán fecunda puede resultar la elección por la historia regional y por el enfoque comparado en diferentes campos de la disciplina. Esta elección no está exenta de riesgos y entre ellos aquellos planteados a la historia regional por temas políticos y culturales en los cuales no resulta tan claro, como en la economía, introducir el espacio regional como hipótesis de trabajo, ni tampoco conciliar los estudios locales o localizados, que indefectiblemente se imponenal plantear ciertos problemas de historia política, social o cultural. Creemos no obstante quea pesar de estas dificultades la historia regional brinda la posibilidad de reflexionar acerce de la inteligibilidad de las problemáticas estudiadas a partir de la localización del entramado social y su inscripción en un espacio más amplio, el cual puede devenir en regional entendiendo éste como un sistema abierto , siempre y cuando la preocupación por la configuración del espacio regional como hipótesis explicativa o comprensiva se encuentre presente en el historiador y forme parte así, del problema. La historia regional permite analizar los procesoso históricos soslayando la tentación de homogeneizarlos a partir de explicaciones y descripciones macro históricas y sus ejemplos locales y, fundamentalmente, testimonia

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los esfuerzos realizados en la elaboración de una escala espacio temporal revelando asimismo su imperiosa necesidad en la investigación…” (Mata & López, 2011, págs. 9-10).

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Notas

1 Biblioteca del Instituto de Historia, se recuerda que tanto los libros consultados como las publicaciones periódicas, pertenecen al acervo del Instituto de Historia, Martín Ruiz Moreno, (1905), “Dos Palabras”, La Revolución Contra la Tiranía y la Organización Nacional, Tomo Primero, Gran Establecimiento LA CAPITAL, este prefacio reivindicador fue escrito en 1903 cuando arreciaban las críticas por el emplazamiento a la estatua de Sarmiento, hecho considerado lesivo para los entrerrianos que opinaban que Urquiza merecía ser el primero en esta serie de homenajes dedicados a la memoria de los hombres ilustres. 2 El decreto a que se alude fue firmado por el gobernador Crespo otorgando la suma de 1.200$ con destino a la publicación, de la que el Estado quedaba con mil ejemplares. 3 En éste y otros libros, así como en su prestigiosa revista LA EDUCACION, codirigida con dos reconocidos profesores normales, Vergara y Sársfield Escobar, Zubiaur daba cátedra de originalidad, pragmatismo y visión de futuro, destacándose las excelentes relaciones que durante toda su vida mantuvo con los historiadores que nos ocupan, a quienes consultaba con frecuencia, cuyas obras estimulaba, leía y comentaba, y con cuyos proyectos escolares se sentía plenamente consustanciado. En nuestros trabajos referidos a la ESCUELA NORMAL DE MAESTRAS de Concepción del Uruguay y las docentes norteamericanas Isabel y Raquel King hemos trabajado in extenso su intervención, (“Estampas Normalistas”, Cuadernos del Instituto, Año III, Nº 3, Instituto de Historia, F.H.A. y C.S. Concepción del Uruguay, 2005, e “Historia de la Educación Argentina y de la Actualidad Educativa- Aportes Regionales”, EDULAC, (Estudios de la Educación Latinoamericana y Caribeña) Año I, Nº 1, Concepción del Uruguay, 2007, Volumen Nº II 4 Ricardo Rojas Este INFORME, conjuntamente con el de Ernesto Quesada, serán verdaderos pilares no solo en lo educativo sino también el cuanto a la influencia que ejercieran sobre las obras históricas del momento y la organización de los lugares de la memoria en todo el país. Reflejan, asimismo, las posiciones encontradas respecto del normalismo y su rol diferenciador, y la aparición de la constante disputa entre magisterio y universidad a la que no fueron ajenos los historiadores, muchas veces encerrados en un círculo vicioso por sus actividades docentes en distintas casas de estudio. 5 La obra pone de manifiesto la jerarquía educativa argentina, adonde fueron enviadas en MISIONES PEDAGOGICAS o de EDUCACION, varias maestras ecuatorianas. 6 Para profundizar se sugiere: José B. Zubiaur, 1907 y 1913, y Raquel García Bouzas, 2007, Justicia y Derecho- Orígenes Intelectuales del Progresismo Uruguayo o Adela Pellegrino, 1997, Introducción al estudio de la inmigración y de los movimientos de población en América Latina y el Caribe en los siglos XIX y XX 7 Testimonios de ex alumnos distinguidos como Manuel Tezanos Pinto, o Leopoldo Monzón. 8 Aclaramos que donde dice URUGUAY, se refiere a la ciudad de Concepción del Uruguay, capital provincial con intervalos, hasta la Gobernación Racedo, 1883. 9 Los Directores de Nosotros fueron alumnos de Quesada quien alentó sus inquietudes literarias y fue asiduo colaborador de la revista desde sus inicios. Ver además: nuestro trabajo, en Historia de la Educación Argentina y de la Actualidad Educativa-Aportes

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Regionales II (2009), El Informe Quesada acerca de la enseñanza de la historia en las Universidades alemanas: un enfoque renovador para el ámbito profesoral del S XX, una versión preliminar en V Jornadas Nacionales espacio memoria e Identidad, Rosario, FH yA, UNR, octubre 2008. 10 Discurso pronunciado en Paraná, el 11 de Noviembre de 1920, con motivo de inaugurarse el monumento al General Urquiza, presidiendo la Comisión Nacional de Homenaje y en representación de la Universidad de Buenos Aires

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4 Fuentes y Bibliografía

4.1 Fuentes

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Borradores de programas escolares del magisterio e

instrucciones para los actos celebratorios de la argentinidad.

ARCHIVO Municipal de Concepción del Uruguay, diarios, periódicos y

publicaciones, años varios.

ARCHIVO y BIBLIOTECA de los Autores.

BIBLIOTECA y HEMEROTECA Pedagógico Normalista Gustavo F.J.

Cirigliano- Instituto de Historia FHAyCS. Subsede

Concepción del Uruguay, UADER. (BPNGFJC)

BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES, Domingo

Faustino Sarmiento, Biblioteca Americana

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