De "El otro Cristo español" | John A. Mackay

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‘Entre 1919 y 1923 el joven revolucionario llevó a cabo, como Presidente de la Federación de Estudiantes Peruanos, una notable labor educativa y social entre las clases obreras de Lima y sus alrededores. No sólo se les impartieron los rudimentos de la educación, sino se les dio además instrucción en la higiene y el civismo bajo la dirección de una banda voluntaria de jóvenes y entusiastas estudiantes. Con ello comenzó a efectuarse una transformación en la manera de vivir y pensar de una sección del proletariado. Los indios de los valles y de las altas punas de los Andes vieron un rayo de luz en su porvenir. Pero un gobierno tiránico y sin entrañas, temeroso de las consecuencias si este nuevo movimiento social se propagaba, adoptó rigurosas medidas contra los que lo dirigían. Unos cuantos meses después de haber Haya de la Torre y sus amigos impedido la consagración del Perú a una efigie del Sagrado Corazón, fueron él y sus amigos expulsados del país. Esto sucedía en octubre de 1923. En octubre de 1931, Haya figuraba como candidato a la presidencia de su país.Ocho años de destierro habían sido la mejor clase de preparación que el futuro candidato presidencial podía haber tenido. Su primera gran experiencia fue en Rusia, donde entró como comunista en 1924, a invitación especial de Trotsky. Se le mostró todo, desde el Neva hasta el Volga, y entre ello muchas cosas que el visitante ingenuo nunca alcanza percibir. “Lo que vi entonces —decía más tarde— me curó para siempre de mi comunismo”. Comprendió con claridad que la América Latina demandaba algo diferente. Muy especialmente se rebeló contra el esfuerzo soviético por desarraigar el sentimiento religioso.Su salud se quebrantó después de la visita a Rusia, y se hizo necesario que pasara varios de meses de reposo en un sanatorio de los Alpes suizos antes que recuperara su buena condición. Logrado esto, marchó a Londres, el período que pasó en Inglaterra, donde estudió en la Escuela de Economía de Londres, y en el Colegio Ruskin, de Oxford, y se puso en contacto estrecho con miembros del Partido Laborista británico, hizo toda una época tanto en la formación de su carácter como en el esclarecimiento de sus ideas sociales. Al mismo tiempo, la organización e ideales del Kuo-ming-tang chino produjeron una impresión extraordinariamente profunda en sus conceptos políticos. Entre el modelo chino y el moscovita se decidió por el primero.Una visita muy provechosa a los Estados Unidos, México y los países centroamericanos en 1928 terminó con la deportación de Haya de la Torre a Alemania por los funcionarios norteamericanos del Canal de Panamá, cuando regresaba a México por la costa del Pacífico. Los primeros meses de su estada en Alemania fueron de terrible sufrimiento: pero su voluntad de hierro permaneció inquebrantada. Mantuvo infatigable correspondencia con grupos de exiliados peruanos en diversas partes de Europa y América Latina, a quienes había organizado ya en un nuevo partido llamado el Apra, o Alianza Popular Revolucionaria Americana. Haya se sostenía enseñando y escribiendo artículos para la prensa latinoamericana, absorbido entre tanto en el estudio de la Economía y de los problemas de América Latina.En diciembre de 1929, en el curso de un recorrido de Europa, hice una visita de sorpresa a mi viejo amigo y colega del Colegio Angloperuano de Lima, donde había trabajado como profesor. Lo hallé en el suburbio berlinés de Charlotenburgo. Era ya de noche cuando llamé a la puerta de su morada. Se abrió la puerta, y apareció Haya, envuelto en su bata de dormir, como si fuera todavía de mañana. Fiel a su antigua costumbre, había empezado el día con una hora de ejercicios gimnásticos, para mantenerse en buena condición, y después se había sentado a su mesa de trabajo por el resto del día, sin haber echado siquiera un vistazo al mundo exterior.Habían pasado más de seis años desde que Haya fuera expulsado del Perú. Descubrí que había madurado mucho, y que posición espiritual era a

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Para completar este cuadro queda por decir, sin embargo, que no todos los radicales sociales de la nueva generación de Sudamérica son comunistas, y mucho menos hostiles al cristianismo. Tengo presente a uno en particular, el más grande de todos ellos, que después de pasar por todo el ciclo del pensamiento y la acción revolucionarios, inclusive el comunismo, se ha venido a convencer de que el experimento social de Rusia jamás puede ni debe tener porvenir en Sudamérica. Me refiero a Haya de la Torre, que ha sido la figura más representativa y revolucionaria en los círculos obreros y universitarios de la América del Sur en los últimos años. Es sin duda la más brillante figura de la nueva generación, destinado al parecer a desempeñar un papel importante en la vida futura del Perú y del continente entero.

Un exploradorJohn Mackay

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Vástago de una de las familias más antiguas y nobles del norte del Perú, Haya de la Torre vino a interesarse en el problema social durante los primeros días de su vida de estudiante de Lima. Debido a su radicalismo, su familia lo privó de su pensión, y el joven quedó abandonado por completo a sus propios recursos. Difícil le fue hallar empleo, y durante algún tiempo vivió al borde de la inanición. Una terrible experiencia de hambre le hizo conocer personalmente los sufrimientos de una gran parte de sus compatriotas, y en ese mismo punto y momento resolvió dedicar su vida a la causa del proletariado. Su recién adquirida conciencia de vocación lo llevó a prepararse. Física y moralmente para la tarea a que iba a consagrar su vida. Dos cosas eran necesarias: primera, desarrollar su cuerpo para capacitarlo a soportar las fatigas que se le presentaban, y, segunda, ofrecer un modelo de vida recta a los estudiantes y obreros que le seguían.En un principio, Haya de la Torre compartió el punto de vista de los jóvenes radicales sobre la religión. Uno de sus dichos, pronunciado en los primeros días de su vida estudiantil en Lima, es éste. “Cada vez que trato de pronunciar las palabra ‘Dios’ se me hace náuseas en la boca”. Posteriormente descubrió que en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento y

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en las enseñanzas de Jesús había más incandescentes denuncias de la opresión y el mal que las que él o sus compañeros pudieran haber hecho. Lo iluminó entonces la idea de que no sólo podría sino debería hacer una unión entre la religión y la ética, y que esta unión existía ya en la religión proclamada por la Biblia. Con lo cual el Libro comenzó a tener para él un nuevo significado.Entre 1919 y 1923 el joven revolucionario llevó a cabo, como Presidente de la Federación de Estudiantes Peruanos, una notable labor educativa y social entre las clases obreras de Lima y sus alrededores. No sólo se les impartieron los rudimentos de la educación, sino se les dio además instrucción en la higiene y el civismo bajo la dirección de una banda voluntaria de jóvenes y entusiastas estudiantes. Con ello comenzó a efectuarse una transformación en la manera de vivir y pensar de una sección del proletariado. Los indios de los valles y de las altas punas de los Andes vieron un rayo de luz en su porvenir. Pero un gobierno tiránico y sin entrañas, temeroso de las consecuencias si este nuevo movimiento social se propagaba, adoptó rigurosas medidas contra los que lo dirigían. Unos cuantos meses después de haber Haya de la Torre y sus amigos impedido la consagración del Perú a una

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efigie del Sagrado Corazón, fueron él y sus amigos expulsados del país. Esto sucedía en octubre de 1923. En octubre de 1931, Haya figuraba como candidato a la presidencia de su país.Ocho años de destierro habían sido la mejor clase de preparación que el futuro candidato presidencial podía haber tenido. Su primera gran experiencia fue en Rusia, donde entró como comunista en 1924, a invitación especial de Trotsky. Se le mostró todo, desde el Neva hasta el Volga, y entre ello muchas cosas que el visitante ingenuo nunca alcanza percibir. “Lo que vi entonces —decía más tarde— me curó para siempre de mi comunismo”. Comprendió con claridad que la América Latina demandaba algo diferente. Muy especialmente se rebeló contra el esfuerzo soviético por desarraigar el sentimiento religioso.Su salud se quebrantó después de la visita a Rusia, y se hizo necesario que pasara varios de meses de reposo en un sanatorio de los Alpes suizos antes que recuperara su buena condición. Logrado esto, marchó a Londres, el período que pasó en Inglaterra, donde estudió en la Escuela de Economía de Londres, y en el Colegio Ruskin, de Oxford, y se puso en contacto estrecho con miembros del Partido Laborista británico, hizo toda una época tanto en la formación

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de su carácter como en el esclarecimiento de sus ideas sociales. Al mismo tiempo, la organización e ideales del Kuo-ming-tang chino produjeron una impresión extraordinariamente profunda en sus conceptos políticos. Entre el modelo chino y el moscovita se decidió por el primero.Una visita muy provechosa a los Estados Unidos, México y los países centroamericanos en 1928 terminó con la deportación de Haya de la Torre a Alemania por los funcionarios norteamericanos del Canal de Panamá, cuando regresaba a México por la costa del Pacífico. Los primeros meses de su estada en Alemania fueron de terrible sufrimiento: pero su voluntad de hierro permaneció inquebrantada. Mantuvo infatigable correspondencia con grupos de exiliados peruanos en diversas partes de Europa y América Latina, a quienes había organizado ya en un nuevo partido llamado el Apra, o Alianza Popular Revolucionaria Americana. Haya se sostenía enseñando y escribiendo artículos para la prensa latinoamericana, absorbido entre tanto en el estudio de la Economía y de los problemas de América Latina.En diciembre de 1929, en el curso de un recorrido de Europa, hice una visita de sorpresa a mi viejo amigo y colega del Colegio Angloperuano de Lima,

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donde había trabajado como profesor. Lo hallé en el suburbio berlinés de Charlotenburgo. Era ya de noche cuando llamé a la puerta de su morada. Se abrió la puerta, y apareció Haya, envuelto en su bata de dormir, como si fuera todavía de mañana. Fiel a su antigua costumbre, había empezado el día con una hora de ejercicios gimnásticos, para mantenerse en buena condición, y después se había sentado a su mesa de trabajo por el resto del día, sin haber echado siquiera un vistazo al mundo exterior.Habían pasado más de seis años desde que Haya fuera expulsado del Perú. Descubrí que había madurado mucho, y que posición espiritual era a la vez más tranquila y más clara. Unas cuantas semanas antes habían estado a verle un grupo de oficiales peruanos que se hallaban en Europa, para proponerle que encabezara una revolución en su país nativo. Pero él se negó a tener algo que ver con la vieja clase de revolución en que ellos estaban pensando. Una de las primeras cosas que hizo esa noche fue sacar de un estandarte de libros un pequeño ejemplar de la Biblia. “Mire usted cómo la tengo marcada —me dijo, abriéndola—: “este nuevo libro sobre la América Latina que ahora estoy escribiendo, estará lleno de citas de la Biblia”. A la noche siguiente, mientras

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discurríamos por la avenida Unter den Linden, me refirió una experiencia que había tenido durante su última visita a México. Sucedió que el Ministro Soviético y él se encontraron en un banquete a que habían sido invitados. El primero pronunció un discurso de sobremesa en que hizo la siguiente declaración: “Considero que la organización social que tenemos en Rusia es la solución ideal del problema latinoamericano. Veo, sin embargo, que hay una gran dificultad que estorba su introducción: el misticismo innato del pueblo. Si se pudiera desarraigar éste, la implantación del sovietismo sería coda bien sencilla.” Cuando le llegó al revolucionario peruano su turno de hablar, se volvió al representante de la Rusia revolucionaria y le dijo: “¿Cómo os atrevéis, siendo extranjero, a sugerir que eliminemos de este continente ese sentimiento místico que en nuestro más grande capital para el futuro? Entended, señor, que hay hombres que ser proponen integrar ese sentimiento en la inminente revolución social de América Latina”.Haya de la Torre está interesado en la conservación y cultivo de los verdaderos valores religiosos. Siendo tan revolucionario y teniendo un punto de vista tan social como Mariátegui, reconoce en cambio lo que

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no pudo reconocer el otro: que el problema humano es antes espiritual que económico. Al mismo tiempo, Haya de la Torre y el partido que ha creado, fruto principal hasta ahora de la generación vigorosamente social y latinoamericanista que surgió en Córdoba en 1918, representan las fuerzas revolucionarias más constructivas de la América Latina en la actualidad.Rechazando a la vez el comunismo y el fascismo, el Apra se propone atacar los problemas concretos de los países latinoamericanos, enfocando particular atención en la cuestión del llamado imperialismo económico. La importancia de este movimiento yace en el hecho de que el nuevo partido fue a las urnas electorales en 1931, y su jefe, aunque recién llegado del destierro unos meses antes, y después de anunciar un programa sumamente radical, estuvo a punto de resultar elegido Presidente de la nación. En un futuro no remoto este partido llegará al poder1. Puede tenerse por seguro que la tendencia que representa será seguida en otras partes del continente donde se hizo sentir la generación de Córdoba con su concepto continental. Aparecen ya evidencias de que

1 Esto sucedió en 1945. Pero para lograrlo, el Apra hubo de condescender a formar una coalición con fuerzas conservadoras y a compartir el poder con ellas. Fue luego traicionado y vuelto a perseguir por sus nuevos socios. (N. del Trad.)

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está a punto de abrirse una nueva era en la política sudamericana. Se adueña en un nuevo Ayacucho que traerá como consecuencia la independencia económica y espiritual del continente, así como la última batalla de la Guerra Revolucionaria produjo la independencia política hace más de un siglo. Se tiene plena conciencia, sin embargo, de que la culpa de la presente situación política, económica y espiritual la tiene más el propio pueblo que cualquiera fuerza externa. Razón por la cual el problema espiritual tendrá un lugar al lado del económico y el político en la mente de los caudillos futuros del continente. Al mismo tiempo, en la gran lucha que se aproxima, se buscará la simpatía comprensiva de los directores cristianos, especialmente de los Estados Unidos y la Gran Bretaña. Si se concede dicha simpatía de buen grado no habrá peligro de que Sudamérica siga el ejemplo de Rusia en su actitud espiritual. De otro modo, se alzará sobre el futuro un gran signo rojo de interrogación.Por lo que toca a la religión, en cuanto ésta representa una fuerza purificadora y creadora, será tratada con simpatía, pero se combatirán el clericalismo y la religión parásita, como ha sucedió en la España republicana. El próximo gobierno del Perú decretará

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sin duda la separación de la Iglesia y el Estado. Y no sería de sorprenderse si se intentara romper la conexión entre la Iglesia peruana y Roma2. Haya de la Torre ha expresado la opinión de que una Iglesia Católica libre e independiente en el Perú sufriría inevitablemente una reforma espiritual y podría así contribuir decisivamente a la vida nacional. No hay ni la menor duda de que la aparición de una serie de Iglesias nacionales en Sudamérica, emancipadas de la influencia de Roma y de la orden jesuita, marcaría la alborada de un nuevo día en la historia espiritual del continente.

MACKAY, Juan A. El otro Cristo español. Un estudio de la historia espiritual de España e Hispanoamérica, Edición especial de celebración de las Bodas de Diamante del Colegio San Andrés (antes Anglo Peruano), Lima, noviembre de 1991, versión de Gonzalo Báez-Camargo, pp. 238-243.2 Ni una ni otra cosa han sucedido hasta el momento de redactar esta traducción, 1951. (N. del Trad.)

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Señor Director William Mackay, Dr. Neil MacKay, Señoras y Señores:Es usual decir que se agradece mucho una invitación, y es usual que se diga que se agradece y no se agradece. Es inusual que no se diga nada y que se sienta. Ven ustedes por lo dicho lo que acabo de decir.Es realmente un privilegio el de recordar los amigos y recordar sobre todo a los amigos eminentes y a los amigos eminentes que además de ser eminentes tienen corazón, que es una manera de tener raíces más que eminencias. Y es también un privilegio el poder recordar aspectos de la educación que en buena cuenta pueden constituir un prólogo para lo que va a decir el Dr. Neil MacKay —Él va a hablar de “La Crisis de la Educación”. Y simplemente me voy a referir a

john mackay y la educación peruanaluis alberto sánchez

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una crisis de la educación peruana que tiene relación con el Dr. Mackay. Conocí al Dr. John A. Mackay el día que sustentaba su tesis sobre Unamuno en la Facultad de Letras. Me parece que fue el año 18. No ha cambiado en los años, ni siquiera encorvándose. Hay gente que no se encorva ni por dentro ni por fuera, Mackay es de ésos. Su tesis sobre Unamuno revelaba la inmensa inquietud que había suscitado en Mackay la presencia del espíritu español, y más que eso, la presencia de un tipo de cristianismo beligerante y polémico, agonista como decía Unamuno, que causaba mucho con las perplejidades, vacilaciones y certidumbres consiguientes que acompañaron siempre el pensamiento cristiano de John Mackay. Y perdone que le digo John Mackay, pero nosotros le decíamos “don John” que es una manera graciosa de mezclar las dos cosas, las dos lenguas, los dos espíritus, las dos tendencias y una sola personalidad.Desde entonces Mackay se incorporó al espíritu universitario. Empezó en San Marcos al mismo tiempo que fundaba el Colegio Anglo Peruano. Yo fui su compañero ocasional, y lo vi de inmediato con esa inquietud que tienen los jóvenes por descubrir a quienes se les parecen en edad aunque los aventajen en experiencia. Descubrí en él un espíritu amante, de

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algo que entonces se instaba siendo un poco distante del espíritu peruano, o del espíritu, más que del espíritu de la externidad peruana, algo que a veces se suma entre nosotros pero que felizmente se recupera después.Lo vi un amante decidido de la libertad. Vivía el Perú en esos momentos en la iniciación de un gobierno vigoroso, excesivamente autocrático, pero que ha sido teñido de colores más oscuros de los que tuvo, que no fueron claros desde luego, y se vivía en riesgo y en amenaza. Mackay sin tomar parte en política optó por estar con los amenazados. Los amenazados entonces no eran precisamente los pobres. Casi siempre los ricos han amenazado, es un signo de los verbos recíprocos, ser y recibir, y así fue entonces. La intelectualidad estaba representada por un puñado de gentes, casi todos vinculados con San Marcos. Hasta entonces no ser sanmarquino y ser intelectual era casi una antimonia, salvo que se fuera bohemio y entonces la sociedad lo despreciaba. Había que pasar por esas aulas que consagraban con el óleo de su sabiduría aunque fuera con mayúsculas o minúsculas, pero de todos modos daban patente de viaje, de corso no importa, pero daban patente para moverse. Una de las partes de la élite intelectual estaba reunida en

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el Mercurio Peruano que dirigía, a veces in absentia, Víctor Andrés Belaúnde. Yo tenía entonces 18 años y fui uno de los precoces miembros de eso que se llamaba la protervia, de puro ser bueno lo llamaban protervia, las paradojas se suelen hacer —los buenos quieren parecer malos y los malos quieren parecer buenos. Y como era una reunión de almas del Señor, algunas no tan del Señor sino de los señores, pero de todos modos lo mismo da en este caso, la Protervia. Mercurio Peruano no fue una trinchera de la defensa de la libertad pero tampoco sirvió a nadie. Mackay concurría los martes sistemáticamente a las reuniones de la protervia. Se discutía sobre el heroísmo, sobre la educación, sobre la belleza, a veces algunos chistes, otras veces algunas visitas y siempre un suculento chocolate al final, que si bien evocaba la colonia, de todos modos regocijaba los estómagos republicanos.En esos días, entre el 18 y el 20, sufríamos una crisis que no está tan aguda a través de la distancia como la de hoy, pero era una crisis muy violenta. Acababa de terminar la primera guerra mundial, acababa de dictarse para los latinoamericanos un documento que inquietaba ya las mentes abiertas de los que curioseaban las ideas ajenas, se había dictado la Constitución de Querétaro, aquella que dice que

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la tierra y las materias primas son del país que las poseen, aquella en la cual se fundaba la expropiación del petróleo en Méjico hecho después el 38, aquella que estableció la escuela única, aquella que prohibió los uniformes, aquella que, en buena cuenta, dijo que el salario tiene que ser un salario vital. Una constitución que algunos llaman socialista pero que fue sencillamente revolucionaria sin comillas de ninguna especie y sin contrarrevolución posible. Los contrarrevolucionarios, si fueron un millón, estaban bajo tierra de manera que todo estaba en paz. Y tuvimos además que enfrentarnos a otro hecho que conmovió al mundo, la revolución bolchevique. En octubre se había sacudido las bases del más viejo imperio de Europa. Había empezado el primer movimiento menchevique con Kerenski en el mes de junio y en octubre la revolución bolchevique con Lenin. De suerte que en los años 18 a 20 las discusiones en el Perú sobre todo entre los jóvenes universitarios, todas ellas tendían a rehacer el Perú, a remover los escombros, a primero crear los escombros para poder removerlos a efecto de crear un nuevo espíritu. Es por eso que el año 18, año en que Mackay estaba trabajando poniendo los cimientos del Colegio Anglo Peruano, es entonces cuando estalla la Reforma

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Universitaria y empieza un movimiento, también se empieza a discutir la nueva ley de educación —la ley que se aprobará solamente el año 20, y que entra en funciones en lo que respecta a la Universidad de San Marcos sólo el año 22 y después del receso político del 21 y la reapertura del año 22, o sea que le toca a Mackay, por un mandato del destino, por un fatum, le toca asistir, a él, espíritu pacífico pero siendo un agónico combativo y unamunístico, le toca asistir al país a donde va fundar un colegio que rime las necesidades contemporáneas con las tradiciones del lugar, le toca afrontar una verdadera crisis. Esa crisis que a través de la distancia parece una crisis infantil, todas las crisis son infantiles hasta que lleguen a ser adultas, entonces ya dejan de ser crisis y se vuelven estables, pues esa crisis fue en la que Mackay tuvo una gran participación. ¿Qué se discutía entonces en la educación peruana? Se discutía lo que se ha discutido siempre. No había discursos televisados, ni había monopolio de la palabra para nadie, pero sin medios de comunicación tan difundidos había mejor número de participantes aunque hubiera menor número de medios para participar. Así suelen ser las paradojas, suele ocurrir que cuando hay muchos automóviles hay menos pasajeros y al revés, que

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cuando hay muchos pasajeros hay menos automóviles. Esto es lo que se llama la contradicción del mundo contemporáneo. Entonces pasaba exactamente lo mismo. Había la necesidad de sacar la educación de las manos singulares que la poseían. En esa época se exigía como requisito mínimo para cualquier cosa, simplemente saber leer o escribir, y eso era un requisito nominal porque hasta ahora no saben leer ni escribir, y algunos de los que aprendieron se han olvidado, son accidentes del trabajo. El hecho es que tener educación secundaria era prácticamente ser como un post-grado de hoy. Se era empleado de cualquier cosa con tercer año de primaria, el que terminaba el 5º de Primaria era prácticamente un aprendiz de genio, el que terminaba secundaria era un privilegiado de la fortuna, y el que llegaba a la Universidad había tocado las puertas del paraíso. Establecida así esta jerarquía social, había que ampliarla, porque ya con la revolución rusa, con la revolución mejicana, con las conmociones sindicales y lo que Ortega ha llamado “la rebelión de las masas” que se hace patente sobre todo después del 18 y en forma a menudo cruenta como el famoso paro del 1º de mayo de Buenos Aires en 1918, y como en el paro de mayo de 1919 en que según la prensa de entonces en Lima hubo 400 muertos sólo

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en tres días de estado de emergencia —entonces no se llamaba “emergencia” sino llana y sencillamente con un lenguaje más directo “estado de sitio”, pues bien, porque la ciudad estaba sitiada, el ciudadano sobre todo estaba más que sitiado, pues después de todo esto, era inevitable que la tendencia educativa fuera ampliar sus bases. La rebelión de las masas se hacía patente en una petición, en una exigencia de las masas para poderse enterar de qué es lo que ocurría y esto da lugar a la reforma que empieza por la Universidad como era lógico entonces, empezaba de arriba puesto que todo era cúspide, los que sabían estaban en la cúspide, los demás no estaban en ningún lado, era realmente el último escalón sin escalones intermedios, se llegaba de un salto de otro modo o se trepaba por una soga porque no había tampoco otro medio, pues había que empezar esta reforma no por las bases de la primaria como empezó en la Argentina allá por el 1860 con Sarmiento, sino tuvo que empezar por arriba y lo empezó la Argentina así en 1918 en Córdoba y nosotros en 1919.Es decir, cuando Mackay está en su segundo año del Colegio Anglo Peruano, y cuando está rondando ya la Universidad como Profesor de Metafísica, la Universidad estalla en el movimiento de la Reforma

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que pedía cosas que a Mackay le caían muy bien porque rimaban con su espíritu cristiano. ¿Qué querían? Querían que en la Universidad se estudiase, cosa que hoy día resulta extraordinaria. Querían que las materias que se estudiasen tuviesen relación con el mundo actual, cosa que hoy día es exageradamente caricaturesco. Querían que se estudiaran los temas nacionales con lo cual no habría integración y otras cosas. Pero éstas eran las tendencias fundamentales y luego se pretendía que tuvieran acceso a la educación todas las gentes. No había aún enseñanza gratuita sino sólo en la letra de la Constitución del 20 para la primaria y en los establecimientos del Estado, pero todo lo demás naturalmente era pagado, todo absolutamente inclusive en los colegios nacionales. Pues bien, este primer choque en que las masas piden enterarse de qué se trata y piden tener acceso a la educación dio motivo para que, con el primer Gobierno de Leguía, se acelerase una comisión de Educación en la cual estaban representados los más grandes valores circulantes de nuestra cultura de entonces. Recuerdo a tres, no sé si eran cinco, pero sí recuerdo a tres, cuyos solos nombres bastaban para indicar cuál era la importancia que se daba a una comisión que iba a reformar la educación. Estaba don

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Manuel Vicente Villarán que el 22 sería ya Rector de San Marcos, estaba don Alejandro Deustua que era el viejo del espíritu filosófico por excelencia, sería Rector el año 28, y estaba don Federico Villarreal, que nunca llegó a Rector sino felizmente a dar nombre a una Universidad contemporánea. Pero estos tres nombres: Villarán, Deustua y Villarreal representaban lo más excelso, lo más característico de la Cultura Peruana y como es natural un país que se respeta escoge para reformar su educación a hombres que sean respetables, cuando no, lo que hagan los hombres que no son respetables generalmente deja de ser respetado.Pues bien, discutieron los autores de este proyecto de ley, discutieron entre otros con Mackay a quien llamaron en consulta varias veces. Le llamaron no creo porque creyeran que sabía mucho, sino porque era extranjero, y esto ya es un mérito que indica que el espíritu nacional estaba más poroso que otras veces. Y se trató de plantear lo que pudiéramos llamar, casi digo los andamios, pero no está de moda, las estructuras diremos mejor, las estructuras de la nueva educación. Pero había surgido un problema nuevo y es que por primera vez los estudiantes querían ser oídos, no gritaban, no, dejarse oír es cosa

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distinta porque cuando uno grita no lo oyen, sencillamente se queda uno sordo, en cambio cuando uno habla, se escucha, el grito no se escucha, el grito se oye, la palabra se escucha, son cosas diferentes, por algo existe el verbo oír y el verbo escuchar, el castellano en esto es muy sabio, muy sagaz, muy rico. Los muchachos, los estudiantes querían ser oídos, no los de las escuelas, de la universidad, y recuerdo mucho algunas discusiones en el seno del Mercurio Peruano en que Mackay apoyaba esta posición. Y quiero recordar que entre uno de los amigos más íntimos de Mackay, era un joven, no de muy alta estatura, de cejas muy negras y bigotes tan negros como las cejas, inquieto, deportivo, miembro de la Y. M. C. A., que discutía siempre sobre temas teóricos y le gustaba citar, citar quizá con exceso, a maestros ingleses y norteamericanos, enamorado de Emerson y Thoreau, que había sido ingeniero y que era ingeniero pero que se iniciaba en las letras como alumno de Letras. Se llamaba Edwin Elmore Letts, murió de un balazo en una contienda ideológica por mano del poeta Chocano el año 25. Todo esto para indicar un poco la anécdota del problema. La ley del 20 salió. Por primera vez estableció la ley del 20, entre otras cosas, los exámenes de admisión en las

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Universidades. Hasta ahí los que salíamos de la Secundaria entrábamos, a veces nos jalaban, la admisión era después, si lo jalaban a uno cuando entraba pero se quedaba en el dintel, si lo pasaban, pasaba la puerta. Había menos presión sobre la Universidad y era posible hacer eso. En el año 20 se estableció por primera vez la representación de estudiantes en los Consejos universitarios y se habló, en las Actas consta, de la posibilidad de representación de los padres de familia en los Consejos de los Colegios, o sea de lo que se trataba era de ampliar las bases de la escuela, de ponerlas más en contacto con la sociedad. No se llamaba entonces a la sociedad “sociedad” porque esos eran términos de la sociología positivista que hablaba del “agregado social”. La sociedad era la élite, la gente rica, los demás no éramos sociedad, éramos sencillamente una clientela de la sociedad, lo cual no estaba muy mal porque ser cliente siempre es bueno porque a veces no se paga la cuenta que presenta el profesional. En esta ley del 20 además se puso mucho énfasis en que las facultades de ciencias y de letras deberían ser, como lo había dicho ya una ley del año 1902, una antesala obligatoria de las Universidades, o sea que de lo que se trataba era que el profesional no fuera ya simplemente un

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profesional, como se está queriendo ahora nuevamente, cuando se llamó a la educación universitaria profesional, cometiendo un error tremendo, sino que se pretendía que el hombre debiera tener siempre una cultura general, una base de cultura humanística y luego su profesión, como ocurre en todos los países civilizados a los cuales naturalmente nosotros pertenecemos. Pues bien, la ley del 20 que comenzaba a aplicarse desde entonces fue sincronizada con un movimiento en el cual participaron varios profesores del Colegio Anglo Peruano. En el Colegio Anglo Peruano, Mackay, tuvo un fino sentido de lo que pasaba en el Perú de acuerdo con lo que ocurría en el mundo. Se dio cuenta de que la fuerza transformadora estaba en una juventud, pero una juventud que amaba la cultura por la cultura mismo y la vida por la propia cultura, y en vez de llamar a su colegio a lo que pudiéramos llamar los profesionales de la educación que siempre saben mucho de sistemática pero no siempre mucho de la materia que se trata de aplicarse con el sistema, llamó a jóvenes inquietos, capaces de remover el ambiente, de ponerse en contacto con los alumnos, de discutir con ellos de tú a tú y de, en buena cuenta, aprender con ellos que es lo que hace todo buen profesor que

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se estima y que estima su profesión. Aprende todos los días y por consiguiente es alumno de sí mismo y de los propios alumnos. En ese plantel de profesores, todos ellos jóvenes, estaban Haya de la Torre, Raúl Porras Barrenechea, Jorge Guillermo Leguía, y si mal no recuerdo todavía no Jorge Basadre estaba demasiado joven sino un poco después, Vega y Luque, una serie de jóvenes que eran estudiantes y al mismo tiempo profesores que no se habían graduado pero eran ya universitarios. En buena cuenta Mackay hizo participar en el Colegio a todos los que eran la vanguardia, sin comillas esto de la vanguardia, auténticamente la vanguardia de la renovación del pensamiento en el Perú. Gran parte de estos jóvenes que habían tomado parte en la Reforma Universitaria un buen día casi abandona el Colegio en el año 20 para irse al Congreso de Estudiantes del Cuzco. El Congreso de Estudiantes del Cuzco que no se ha valorado todavía bien en los Registros Culturales del Perú, mucho menos en lo de la Educación que creo que también pertenecen a la Cultura, y es que en ese Congreso. que fue el primer Congreso Nacional del Cuzco, por primera vez se planteó lo que se llamaba la Universidad Popular —y en esto no estoy haciendo llevar agua a ningún molino porque hay molinos que

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ya no necesitan agua porque la tienen y a veces se inundan, de manera que es mejor dejar el asunto de las aguas en paz a su verdadero nivel, sino que, la Universidad Popular era una respuesta que se quería dar desde el punto de vista de la inquietud de las masas, de las grandes masas, del hambre de saber, el hambre de nivelar por dar, sino por muy arriba, siquiera por la mitad, no por debajo, una respuesta que se quería dar a la demanda de cultura del pueblo, y además era una sincronización con lo que estaba ocurriendo en otras partes. En un libro que no quiero mencionar, porque también parecería lo del agua y el molino, hay una carta del fundador de las Universidades Populares del Perú, una carta de Lunacharsky que era entonces el Comisario de Instrucción del primer Soviet de Lenin, dirigida a las Universidades Populares porque en ese momento la Revolución Rusa en el afán de iniciar la campaña contra el inveterado analfabetismo del Mujik ruso, había abierto las compuertas de la enseñanza y creado centros populares en los cuales unos eran maestros de los otros, el que más sabía era maestro del otro y no se pedían títulos sino se pedían saber y ganas de enseñar. La Universidad Popular sale de la Universidad, que es una reforma fundamental y que está siendo adoptada

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en todas partes, sale en el Perú, sale del Congreso del Cuzco y por cierto la ponencia respectiva fue planteada por Basadre de acuerdo con los promotores del certamen. El que lea las Actas podrá tener alguna sorpresa comparando nombres de ayer y nombres de hoy, pero es natural que la gente cambie, a veces para mal, a veces para bien, en general es para cambiar, el cambio es siempre saludable aunque el cambio por el cambio dicen que no es tan bueno porque resultan cambistas. De todos modos este Congreso del Cuzco fue realmente una obra en parte del Colegio Anglo Peruano, no es que Mackay lo inspirase, no es que fuese un promotor, no lo vayan a juzgar hoy, in absentia todavía, que ahora se puede juzgar en ausencia y hasta sentenciar en ausencia, como promotor de un movimiento tal o cual en el Perú, no, es que los que habían sido y los que eran profesores juveniles estrenados en el Colegio Anglo Peruano habían captado de Mackay ese calor humano, esa necesidad de distribuirse prácticamente como pan caliente para todos, casi cito un verso de Vallejo, de entregarse a los que estaban ávidos de saber, ávidos de mejorar, ávidos de perfeccionamiento. Mackay fue un promotor aparentemente pasivo y su colegio sufrió en esos tiempos serias embestidas. Yo

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recuerdo ese viejo colegio que estaba en un Callejón Largo, junto al antiguo Hospicio de los Huérfanos en la Plaza la Recoleta, bajo unos portales que hoy día son claudicantes y que a lo mejor desaparecen cualquier día, en una de cuyas paredes está enclavada la placa de José García Calderón muerto en la defensa de Verdón del año 16. Yo recuerdo que pasar por el Callejón Largo en ciertos días del año 22 y sobre todo del 23, era pasar por un desfile de lo que entonces no se llamaba con ningún nombre técnico sino tenía un nombre un poco de soplo de la voz, en que rodeaban el colegio para examinar quienes entraban y salían y detener algún profesor. Varios profesores fueron detenidos, uno de ellos, profesor de la promoción del 23 que están presentes. Los miembros de la promoción del 23. Fue expelido violentamente en octubre del 23 y no pudo asistir a la primera promoción, no nombro a nadie pero simplemente doy una fecha. Pues bien, todo este movimiento que era la presentación de una crisis peruana tiene de repente como eje o por lo menos como uno de sus pilares al seráfico Mackay. Mackay con su aire angelical, con su hablar suave, con su mirar penetrante, con su lentitud para responder, no porque le faltaran palabras sino porque no quería que le sobraran que es cosa diferente, bastante

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distinta. Con esa actitud había inspirado un respeto moral enorme y se respetaba a Mackay, entre otras cosas, porque sabía, entre otras cosas pequeñas porque era digno, entre algunas más pequeñas todavía porque era honesto. Y todo esto hacía que se volviese un polvorín a veces el Colegio Anglo Peruano. Hay profesores que están aquí presentes que entraron solo el año 23 precisamente a consecuencia de la crisis que se planteó en todo el colegio y en todo el Perú. Coincidió además este espíritu liberal que promovía el Colegio Anglo Peruano en que cabían todas las tendencias, en que Mackay, perteneciente a una confesión, a una iglesia determinada, no hacía cuestión de la iglesia a que pertenecían sus alumnos ni le interesaba de dónde venían social o religiosamente, lo que quería es que quisieran saber y que creyeran en Dios porque eso es bueno y el que no cree en Dios acaba creyendo en que no hay Dios, y creer en que no hay Dios es lo mismo que creer en Dios solamente que es una contradicción con uno mismo, lo que se llama creer a contramano y era mejor creer a sigamano que es una manera más directa de todas las cosas. Mackay no exigía realmente nada de estas cosas, no exigía ninguna condición. Lo que quería es que fueran gente activa, digna y limpia

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y que tomasen parte dinámica, constante, en la educación. Por eso es que de su plantel iban saliendo gentes como parvadas de palomas mensajeras de palabras raras: cultura, saber, dignidad, honestidad, libertad y fue así una verdadera parvada precursora que fue saturando y conmoviendo el ambiente y que muchos de los cuales se convirtieron en líderes a corto plazo. En los movimientos que vienen en el año 30 y el año 32 en el Perú, que plantean una crisis de otro tipo, una crisis institucional y política, hay muchos ex alumnos de las primeras promociones del Colegio Anglo Peruano en los primeros puestos de combate y de dirección de entonces.Pero hemos venido a escuchar algo sobre la crisis de la educación actual y simplemente le estoy poniendo, como diría el futbolista, la bola en los pies a Neil MacKay para que patee al gol. De todos modos siempre cabe un regateo a la criolla. Quiero terminar con unas palabras más sobre Mackay. Mackay se fue del Perú realmente desgarrado, había hecho su segunda patria del Perú. Se había acostumbrado, no al Perú sino a tratar a los peruanos como amigos, hijos y hermanos suyos. En San Marcos era uno de los profesores más queridos. A sus clases no se faltaba ni tampoco pasaba lista, no era necesario. Era el

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profesor por excelencia a quien se consulta después de clase, eso que tantos profesores quisiéramos que terminada la clase haya gente que todavía no quieran separarse de uno para preguntar algunas cosas útiles o convenientes —cuando generalmente lo que ocurre es que sonada la campana todo el mundo se va por su lado “porque ya acabó el pesado ese”, dicen, “que ocupó la tribuna”. No ocurría esto con John Mackay y cuando se fue a la Argentina y siempre volvía acá invitaba a discutir, generalmente en desayuno con muy buena precaución porque en esa hora la mente está fresca y los sueños también un poco olvidados pues. Después, como una especie de mensaje a todos sus alumnos de la América Latina, no solamente del Perú, sino de Chile y de Argentina, escribe un libro maravilloso, un libro que ha sido traducido muchísimo después al castellano y me parece que fue Alberto Rembao, un gran amigo mío y al mismo tiempo ayudante de Mackay y de Rycroft en Nueva York el que lo tradujo, es “El otro Cristo Hispánico”. En este libro Mackay vuelca sus experiencias en Latinoamérica y vuelca su experiencia no sólo desde el punto de vista religioso que en realidad aparece sólo al final, sino del punto de vista social y del punto de vista educativo. Él había visto, había descubierto,

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primero a través de Unamuno, que había una visión del Cristo que él tenía dentro del corazón, distinta. Era la visión de un español combativo, agonista, polémico y terrible como era don Miguel, pero vio después que esta versión hispánica del autor del Cristo de Velásquez era distinta en América Latina y se encontró con un continente en el cual la religión empezaba a estar ausente, en donde se hablaba de Cristo pero de labios para afuera con el corazón vacío, o mudo, o quieto, sin calentar las palabras que después brotaban por la boca, y escribió por eso, sobre el Cristo Hispánico en su aspecto ardiente y por el Cristo vario, plural, eso sí plural y pluralista de los latinoamericanos, a través de un examen que hace en los últimos capítulos sobre el Cristo que presenta Navarro Monzó, sobre el Cristo que presenta Ricardo Rojas, sobre el Cristo ocasional que presenta José Gálvez, alguna de Belaúnde, en suma sobre las diferentes fisonomías, facturas y presentaciones del Cristo en la América Latina. Después nos dedicó a nosotros otro libro, muy importante, que se llama “That Other America”, aquella otra América, que es la América invisible, la América que no aparece en los textos, la América que no aparece en los reportajes periodísticos, esa América que todos sentimos pero

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que nadie ve y que nadie quiere describir porque compromete y nos compromete a nosotros mismos con lo más íntimo de nuestro ser al describirla. Y escribió un libro de exégesis moral que se llama “Mas yo os digo” y muchas cosas más y dirigió, en donde lo encontré una de las últimas veces, dirigió el Seminario Teológico de Princeton, en donde tenía su casa al lado de la de Einstein en donde iban las gentes a consultar a este hombre que era realmente una fuente de sabiduría y de serenidad a quien se iba a ver y a oír para serenarse. Muchas veces, lo confieso, he conversado con Mackay y lo he buscado en momentos de crisis, quizá porque no había farmacopea tan fácil como ahora hay tantas píldoras para tranquilizarse, le iba a buscar a Mackay como un bálsamo verdadero de palabra y pensamiento. Y así le hubiéramos querido tener hoy y nos hubiera tranquilizado, y a lo mejor tranquiliza también al Dr. Neil MacKay porque no habría crisis si está Mackay aquí, sino sencillamente soluciones y serenidad.Muchas gracias.

Fuente:http://www.estudiantesdelanglo.com/index.php?option=com_content&view=article&id=23:las73&catid=3:historia&Itemid=4

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Señor Director William Mackay, Dr. Neil MacKay, Señoras y Señores:Señor Director, Dr. Sánchez, Señoras y Señores:Francamente yo no sé cómo puedo dirigirles la palabra. La palabra vacilante mía, después de escuchar el discurso magnífico del Dr. Sánchez, tan lleno, no solamente de cosas interesantes acerca de la época aquella de la que hablaba, sino lleno también de gracia y de sabiduría. Me hace recordar una anécdota de la historia de la Colombia del siglo XIX. No me acuerdo ahora en qué parte se presentó un seminarista a un examen ante un jurado presidido por un señor Obispo. Este joven seminarista había estudiado la filosofía, la escolástica y había caído en la manía de decir “distingo” a cada momento, en cada

la crisis de la educación peruananeil r. mackay

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conversación. Los señores miembros del jurado, menos el señor Obispo, comenzaron a interrogarle y hacerle preguntas sobre distintas materias, y en cada contestación les dijo: “distingo”. Luego comenzó a distinguir. Pero después de algunos minutos el señor Obispo, que no tenía grandes conocimientos de la filosofía, se impacientó y dijo: “Cállese, cállese, señor. Vamos a la teología”. Y preguntó: “¿Se puede bautizar con caldo o no?” “Distingo”, dijo el otro, “con caldo que toma vuestra reverencia, no; con el caldo que nos dan en el seminario, sí”. Bueno: ustedes han probado el riquísimo caldo del discurso del eminente Dr. Sánchez y ahora tienen que contentarse con el caldo aguado que yo les ofrezco.Es un enorme privilegio para mí, motivo de honda satisfacción y de emoción también, el encontrarme de nuevo ante ustedes en este muy conocido Salón de Actos. Además es una cosa muy inesperada. Hace diez días yo estuve tranquilamente durmiendo a pierna suelta a la una de la madrugada cuando sonó el teléfono. A esas horas de la mañana se asusta cualquiera al escuchar el teléfono. Mi señora se acercó al instrumento y luego vino asustada diciendo: “Te están llamando desde Lima en el Perú”. “Desde Lima, dije para mí, pero ¡qué cosa!, ¡no puede ser! Pero sí,

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llamaban haciéndome la invitación a venir aquí para esta fecha. Felizmente, no tenía inconveniente en hacer el viaje. Para mí y para mi esposa era una magnífica oportunidad de volver a esta ciudad y a este colegio para reconocer a nuestros amigos que trabajan aquí y a nuestros queridos ex alumnos del plantel. Y para mí es un honor muy grande y un privilegio tomar parte en el mismo programa que cuenta con la participación del conocidísimo Dr. Luis Alberto Sánchez, cuyo nombre tiene mucha resonancia no solamente en la América Latina, sino en todas partes del mundo.Ahora bien, a mí se me ha pedido que les hable de la educación y les voy a decir unas cuantas palabras sobre este tema, “La Educación en Crisis”. La educación es un tema de vastos alcances, que nos ofrece muy diversos aspectos para nuestra contemplación. A pesar de ello la mayoría de las personas la enfocan desde cierto punto de vista, digamos del de la organización de la educación nacional, o de la estructuración del programa escolar, o de la metodología de algunas de las materias de la educación. Pero, yo preferiría dedicar el breve tiempo que nos queda en esta reunión a reflexionar, de un modo necesariamente desconectado y superficial, sobre la educación en sus aspectos más amplios y generales, examinando, hasta

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donde sea posible, los propósitos que le animan y asimismo la manera en que estos propósitos se perfilan y se cumplen en la actualidad.Quisiera hacer dos observaciones preliminares antes de entrar en el tema principal. Primera, que la educación organizada es por su naturaleza una actividad humana que mira siempre y conscientemente hacia el futuro, siendo su propósito el de echar los cimientos para ese futuro, tanto para el individuo que es el recipiente de la educación como para la comunidad que la provee. Al individuo, la educación, esta actividad humana que mira hacia el futuro, le proporciona los conocimientos y las habilidades que son el legado de la acumulada labor de los siglos, como también el mejoramiento de las congénitas facultades que se ha logrado mediante el progreso en el ambiente social, facilitándole así el adaptamiento al medio en que le tocará vivir y actuar, y ayudándole a alcanzar las metas a que se dirige en el curso de su vida. Eso en cuanto al individuo. Para la sociedad de la que forma parte, esta capacitación del individuo representa una inversión para el futuro. Anteriormente dicha inversión se concebía y se expresaba en términos más o menos espirituales

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o sociales, pero actualmente se va generalizando la tendencia de calcular el valor de la inversión educativa en términos cuantitativos y económicos como cualquier otra inversión financiera, y el costo para la comunidad de la capacitación del individuo rendirá sus réditos cuando él comienza a utilizar esta capacitación para mantener y adelantar el progreso de la comunidad. Pero, y esto es lo que quisiera subrayar, los que planifican la actividad educativa y la inversión de caudales intelectuales y financieros para el futuro, son adultos, gente madura, que se han formado en un proceso más o menos parecido y que son, por lo tanto, los productos de la época y de las condiciones en que se han modelado, y que se empeñan en proyectar sus valores y sus ideales hacia el futuro. Dichos valores e ideas pueden derivar en parte de la tradición que los planificadores han recibido como parte de su educación, o pueden ser en parte los frutos de una reacción o de una rebelión contra la tradición heredada. Pero en todo caso constituyen las fuerzas y las influencias fundamentales en la evolución y la formación de la filosofía, de la doctrina y del sistema para la estructuración de esa actividad que mira hacia el futuro y que llamamos la educación.

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Con mucha razón, el gran pensador español del Siglo XVI, contemporáneo de Erasmo y de Lutero, Juan Luis Vives, dio el título de Tratandis Disciplinis a su obra máxima en la que expone sus ideas sobre la educación, y él insiste que la educación es la transmisión de la tradición de una sociedad a otra. Ahora bien, la segunda observación que quisiera hacer, sigue de la primera, y es que los valores y las ideas, y los conocimientos que una generación transmite a otra mediante la educación organizada, se han de determinar y orientar por ciertas actitudes básicas, algunas atávicas y otras engendradas y creadas dentro del clima de opinión de la época, actitudes que constituyen la esencia de la cultura de la comunidad educadora. De estas actitudes, de sus orígenes y de su desarrollo histórico, como también de los cambios que se han producido en ellos y de la consecuente desintegración de la cultura occidental, me ocupé en la charla que en este mismo recinto di hace 6 años, fecha en que se celebraron las bodas de oro de este Colegio.No quiero volver sobre mis pasos; pero, si quisiera recordar que en esa oportunidad sostuve que una manera de realizar la muy difícil tarea de evaluar la cultura de una época determinada, por ejemplo

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si se quiere medir el flujo y el reflujo de la cultura occidental en el transcurso de su historia milenaria. Una manera, como dije, de evaluarla sería el de preguntar qué se opinaba en esa época, o qué se opina en nuestra época, y entre la gran mayoría de la gente sobre la naturaleza y el destino del hombre. O por decirlo de otra manera: ¿cuál es el pensamiento dominante de la época con respecto a la cosmología, o sea a la interpretación del cosmos, del universo en que vivimos? Se puede objetar que esto es filosofía o algo parecido a ella, y para ahorrar tiempo, como asimismo contestar con mayor claridad, me valgo de algunas palabras de Ortega y Gasset, el gran filósofo español, que al hablar de semejantes conceptos, dijo: “esto es filosofía, y esa filosofía o, la interpretación de nuestra vida será aguda o roma, elemental o sabihonda, espontánea o patente, pero lo que no puede negarse es que el hombre, quiera o no, la ejercita. No puede vivir sin interpretar su situación, sin filosofar. De aquí que el mayor resumen de una época sea su filosofía”. (Hasta aquí Ortega). Afianzándome en estas palabras, vuelvo a decir que la interpretación del universo generalmente aceptada en una época es un buen índice del rumbo que sigue la cultura de ésa época. Lo que no quiere decir, desde luego,

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que no hay otros factores: genéticos, históricos, geográficos, lingüísticos, etc., que pueden crear una gran diversidad de subculturas y de climas de pensamiento dentro del territorio donde reina la interpretación cosmológica.En efecto, la historia nos enseña que esa diversidad existe dentro de la opinión general. De la diversidad mana el dinamismo de la cultura. Ahora bien, es innegable que en el mundo occidental (y cuando digo occidental no lo hago con referencia alguna a las ideologías o sistemas políticos de la actualidad, sino con referencia a la antigua y todavía corriente distinción que se hace entre el occidente y el oriente, o sea, si se quiere, entre la cristiandad tal como se concebía en tiempos anteriores y el resto del mundo. Esa cristiandad, ese mundo occidental, abarca toda Europa, parte del mundo Mediterráneo y, por extensión, las Américas), es innegable, repito, que el concepto cosmológico reinante en ese mundo durante luengas centurias tenía su matriz en la religión cristiana, si bien es cierto que en la formación y la evolución de la cultura occidental se nota la existencia y la persistencia de otros elementos de suma importancia, tales como por ejemplo, la herencia helénica y la organización romana. Pero el tribunal

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de última instancia, por decirlo así, en cuanto a la interpretación del cosmos, del universo y del destino del hombre, se hallaba en las Sagradas Escrituras, especialmente en el Evangelio que fue universalmente aceptado como una revelación divina, o sea, como la manifestación de un poder trascendente en la creación del universo y la redención de la humanidad.Un pensamiento dominante de esta índole, no solamente llega a ser una cosa conocida y orientadora en la cultura, sino que la dota de los símbolos para dar expresión a las actitudes íntimas creadas por el pensamiento, y asimismo para facilitar la comunicación entre individuos y sectores sociales. La arquitectura, el arte, la música, la literatura, sirven para exteriorizar y traducir la interpretación o la filosofía de la vida que todos, o por lo menos la mayoría, aceptan, claro está, con distintos grados de entendimiento intelectual. Y aún más, el pensamiento dominante, la cosmología reinante, impone normas de conducta que son matrices de códigos de derecho y de instituciones políticas y sociales, y de moralidad consuetudinaria. Cuando el pensamiento dominante se afloja y deja de ser la fuerza coercitiva y directriz, la cultura comienza a desintegrarse, paulatinamente al principio y luego con mayor rapidez. Los antiguos

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valores se marchitan y los símbolos pierden su significación universal. Cada uno interpreta la vida y el universo a su modo, o de conformidad con las tendencias de un grupo o secta, y si bien es cierto que la intuición estética y la imaginación creadora nunca dejan de obtener sus victorias sobre las fuerzas de las tinieblas, las artes y la literatura tienden a ser cada vez más esotéricas o estériles.Para la gran mayoría de la población, tales problemas y preocupaciones han perdido toda importancia, en la actualidad la interpretación de la vida se reduce, como en otros tiempos antiquísimos, a “come, bebe y huélgate, porque mañana morirás”. En la conferencia anterior, es decir la de hace seis años, sostuve, y lo sostengo hoy, que nuestra cultura occidental ha entrado en esta etapa de desintegración y decadencia a pesar del asombroso progreso tecnológico que colma los anales de las últimas décadas, y que está en peligro de desplomarse totalmente. Por eso vengo a decirles esta noche que la educación, esa educación que se ha desarrollado lenta, pero poderosamente, en el mundo occidental a través de los siglos, está en crisis, tanto en el sentido etimológico del vocablo que quiere decir que está en tela de juicio, como en la aceptación más llana que quiere decir que está

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en peligro. Hemos visto ya que la educación es la proyección hacia el futuro (y la elaboración de los medios para realizar esa proyección) de los valores, conocimientos y habilidades acumulados y atesorados por la generación actual; y entre las habilidades debemos siempre incluir la de poder escudriñar y asesorar el valor de la herencia transmitida.Por eso la educación viene a ser un correlativo de la cultura, o mejor dicho una función, en el sentido matemático de la palabra. Es una cantidad cuyo valor depende del valor de otra variable; o, adaptando para nuestro propósito la famosa frase de Platón en el Timeo cuando habla del tiempo y la eternidad, podemos decir que la educación es la imagen movediza de la cultura. Y cuando la cultura se desintegra, ¿qué del otro término del binomio? y ¿qué de la imagen cuando la cultura desaparece? Ahora bien, me detengo para considerar muy brevemente una pregunta que seguramente se ha formulado en el pensamiento de los que me escuchan, y que merece toda nuestra atención. “Puede ser cierto, todo aquello que usted dice de la obra de la cosmología y de la filosofía cristiana en épocas pretéritas, pero ¿no es igualmente cierto que en tiempos modernos tenemos otra interpretación del universo, otra cosmología, la

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científica, que da cohesión y dirección a la cultura y que nos ha brindado una cantidad incalculable de descubrimientos y tesoros para transmitir a las generaciones venideras?”El intentar contestar la pregunta con la seriedad y amplitud que ella misma exige y que este distinguido auditorio merece, resultaría imposible en los minutos que me quedan del tiempo señalado para esta actuación y les ruego que me disculpen si me limito a una brevísima exposición de tres o cuatro conceptos.En primer lugar en cuanto a la antigua cosmología, la cristiana, en esa cosmología lo transcendente, lo divino, lo sobrenatural, es el elemento más importante, muy por encima de lo temporal y lo creado. Y en ese elemento de lo transcendente se distinguen otros dos aspectos. Primero el de lo eterno o la eternidad, que es cualitativamente distinto del tiempo: no es una mera prolongación del tiempo. El otro aspecto es el de lo santo, la exclusión total de todo lo malo. El profeta Isaías da expresión notable a estos conceptos cuando dice: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo”. Es la visión de Dios el Todopoderoso, el creador de los cielos y de la tierra.

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En segundo lugar es de notar que para la cosmología cristiana, lo temporal y lo creado, no carecen de realidad: aunque ocupan lugar secundario no carecen de realidad. La naturaleza inorgánica y orgánica que constituyen el universo no es una ilusión como lo suponen ciertas religiones orientales. Tampoco carece de orden y racionalidad; al contrario, revela la sabiduría infinita del Creador. Pero no se trata tampoco de un mecanismo que ese Creador ha dejado a funcionar por sí solo; el poder divino se ejerce continuamente en el controlar de los sucesos que constituyen la vida del universo y así se distingue de los conceptos griegos del absoluto y del infinito.En tercer lugar, el hombre se sitúa en el espacio y en el tiempo, pues es parte de lo creado, de la creación, pero no totalmente encarcelado: tiene la potencialidad de escapar y de entrar en la otra vida, la eterna que es cualitativamente distinta. Lo que anula esa posibilidad y esa potencialidad, y que le hace al hombre incapaz de traspasar los límites del tiempo y del espacio es el pecado, lo que se llama el pecado, que no consiste solamente como muchos piensan, en la inmoralidad o en la amoralidad, sino en desconocer la existencia y la autoridad de Dios, y en el deseo de elevarse a sí mismo al trono del universo. Sin embargo, al hombre

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rebelde, según esta cosmología, Dios le ha abierto la puerta hacia el mundo invisible en la persona y en la obra de nuestro Señor Jesucristo, y además en la misma Persona y por medio del poder divino, le ofrece la oportunidad de una renovación espiritual aquí en la tierra, tanto del individuo como de la sociedad. Estos son, pues, en términos muy breves e imperfectos, los elementos principales de esta interpretación cristiana de la vida y del universo.Por otra parte, la interpretación científica, en cuanto es cosmología, elimina lo transcendental, dejando al hombre prisionero en el tiempo y en el espacio y sin más recursos que su capacidad intelectual y la naturaleza que le rodea. Que esos recursos no sean nada desdefiables se ha comprobado ampliamente en la historia del mundo, sobre todo en los últimos siglos de la historia del occidente.Verdad que el hombre logra sus triunfos científicos y tecnológicos, sin embargo los telescopios que el mismo fabrica revelan cuan insignificantes son su vida y sus hazañas en este universo tan enorme en que se halla. Con razón decía Pascal (tengo que citar las palabras de memoria porque no tengo el libro a la mano), decía Pascal: “Cuando pienso en el hombre perdido en un rincón del universo sin saber de dónde

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viene, ni quién lo colocó allí, o cual sea su destino, me maravillo de que la gente no se enloquece de terror”. Así dice Pascal. Esto no quiere decir que la ciencia sea todo un engaño, o que sea defectuoso o una mentira: no, porque dentro de su campo de actividad y de los límites de la razón, realiza una labor magnífica. El error consiste en pensar que las llamadas verdades de la ciencia tengan un valor absoluto.Pero sin pensar más en estas grandiosidades, paremos mientes en lo que va sucediendo en la vida diaria de nuestro mundo, especialmente en los países llamados desarrollados, los países de una tecnología industrial muy avanzada, y entre ellos mi país. La falta de una verdadera cosmología deja al hombre solo con la naturaleza, frente a la naturaleza a la que intenta dominar y explotar, lo que ha hecho con mucho éxito en cuanto a la producción de bienes materiales. Pero ahora se siente un gran desasosiego, gran inquietud en los países más avanzados, y en mi país también. ¿A dónde vamos? se pregunta, ¿A dónde vamos con todo este progreso, así llamado? ¿En qué consiste el bienestar del hombre? Según la doctrina imperante en todo el mundo occidental, consiste en mayor desarrollo económico, en mayor producción de bienes de consumo: y ¿con qué finalidad? ¿Para qué

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cada familia tenga dos automóviles, o tres o cuatro en lugar de uno y eso en el momento que va faltando la gasolina? ¿Tener dos heladeras, tres lavaropas, en fin, multiplicando los bienes hasta el hartazgo, y luego qué? Esta es la pregunta que deja a muchos intranquilos en mi país y en otros países del occidente: es decir, que el mundo va progresando sin rumbo y sin meta visible y con el único afán de aumentar la industrialización y la producción económica.Algo parecido ocurre en el mundo de la educación. Las facilidades se han multiplicado y aumentado enormemente. La educación se ha democratizado y está al alcance de todos. La escolaridad obligatoria se ha extendido a los dieciséis años para que los jóvenes tengan oportunidades jamás soñadas por los padres. A nadie le estorba la falta de recursos para llegar al nivel universitario porque abundan las subvenciones, las concesiones, los privilegios. ¿Y con qué resultado? ¿Una felicidad ilimitada al poder entrar en una utopía semejante? No; mas una desilusión muy grande que cunde en todos los niveles de la educación y que señala un futuro cargado de dudas y amarguras. La cultura cristiana del occidente se ha desintegrado y la educación se reduce a la transmisión de conocimientos y habilidades técnicas.

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La juventud no hereda valores porque la generación actual no los tiene para legar o transmitir. Y no hemos de sorprendernos demasiado al saber de la desorientación y la rebelión que se manifiestan entre la juventud de nuestros días. Intuitivamente se dan cuenta de que la educación los lleva a un callejón sin salida, o a ese mundo en que predomina la ansiedad de aumentar bienes materiales y en que no hay más esperanza que la muerte a manos de la noche fría.Por eso digo, señores, que la educación está en crisis y que es necesario tomar medidas urgentes y fundamentales, para afianzarla en bases espirituales y fuertes. Y al decir esto, quisiera añadir mis pequeñas palabras de homenaje a lo que el Dr. Sánchez ha dicho acerca del Dr. Mackay, y los propósitos con que él fundó este Colegio hace 53 años. Vino aquí no solamente para colaborar en la instrucción de la juventud peruana, lo que hizo de muy buena gana y lo que el Colegio sigue haciendo hasta hoy con todo corazón, pero él vino también con el deseo de afirmar y mantener firme la interpretación del universo y de la vida del hombre que ofrece la cosmología, o sea la religión cristiana, y con el afán de proclamar el mensaje del Evangelio, el mensaje de amor y reconciliación que ofrece al hombre la esperanza de

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una renovación de espíritu, tanto en el individuo como en la sociedad. Él vino, efectivamente, a decir que el hombre no vive simplemente del pan sino de toda palabra que viene de la boca de Dios, y eso es lo que el Colegio sostiene hoy, que para la restauración y la renovación de la cultura occidental y para dar nuevo impulso y nuevas energías a la educación nuestra, hemos de tomar otro rumbo, no solamente en busca de los tesoros materiales de este mundo, sino como lo señaló nuestro Señor Jesucristo: Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas.Muchas gracias.Leader tiene el privilegio de insertar en sus páginas los brillantes discursos pronunciados por los Doctores Luis Alberto Sánchez y Neil A. R. MacKay, en la celebración de las Bodas de Oro de la Primera Promoción del Colegio Anglo Peruano, hoy San Andrés. Las versiones se deben a la gentileza y paciencia de la señorita Administradora, Miss Florence Donaldson Campbell. Gracias, Miss Florencia.

Fuente:http://www.estudiantesdelanglo.com/index.php?option=com_content&view=article&id=22:neilmackay&catid=3:historia&Itemid=4

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Acaba de morir el 9 de junio en Princeton, New Jersey, uno de los más altos acreedores del Perú y América Latina, John A. Mackay, autor de libros decisivos como The Other Spanish Christ. (El otro Cristo Americano) y That other America (Esta otra América). Fallece a los 94 años como profesor jubilado de la famosa Universidad de Princeton, en la que era colega y vecino de Alberto Einstein el padre de la teoría de la relatividad.Mackay había nacido en el norte de Escocia, después de graduarse al 17 pasó a España a estudiar en Salamanca Literatura y Filosofía Hispánica. En Salamanca conoció a Unamuno quien era entonces su Rector.

john a. mackayluis alberto sánchez

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De la Iglesia Presbiteriana, Mackay fue destacado al Perú. En 1918-19 se graduó de doctor en Letras en la Universidad de San Marcos con una hermosa tesis sobre Miguel de Unamuno. Sentía como éste la vocación por la verdad y la justicia y le latía en los pulsos “la Agonía del Cristianismo”, que inspiró a don Miguel un famoso libro pocos años después.Como doctor en Letras de San Marcos, Mackay pudo fundar y dirigir el Colegio Anglo Peruano, hoy San Andrés, uno de los centros de cultura y de educación mas sólidos, austeros y democráticos del Perú. Escogió un cuerpo de profesores renovador, joven, entusiasta, con vocación apostólica: Haya de la Torre, Raúl Porras, Jorge Guillermo Leguía, a quien recuerdo de inmediato por su cercanía física y moral conmigo.En 1923, a riesgo de perderlo todo, Mackay brindó el asilo de su hogar al profesor de su plantel, Haya de la Torre, perseguido entonces por Leguía. Una fotografía de Mackay con Haya en el escritorio de aquel, donde había como es natural, una bandera inglesa, fue el pretexto para que se denunciara gráficamente como un agente del imperialismo británico: torpezas que dan vergüenza recordar ahora.Mackay siguió profesando en el Perú hasta muy avanzada la década de los veinte y frecuentó a los

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más importantes intelectuales peruanos. José Gálvez, Honorio Delgado, Hermilio Valdizán, Carlos Monge, Julio C. Tello. Casi todos pasaron por la cátedra del Anglo Peruano.Después pasó a la Argentina y mucho más tarde, a mediados de los treinta, se radicó en los Estados Unidos en donde publicó La Nueva Democracia. Un mensuario pluralista, cristiano y democrático.The other Spanish Christ, editado a principio de los treinta, es un libro fundamental para apreciar la civilización latinoamericana. Podría considerarse como un complemento de El Cristo Invisible de Ricardo Rojas, el insigne ex Rector de la Universidad de Buenos Aires. La preocupación por el espíritu y por un Cristo ubicuo y profundo inspira a las páginas de Mackay: lo rastrea a través de escritos y declaraciones de los más conspicuos hombres de América. El libro fue traducido veinte años después por Alberto Rambaud. En That Other America, Mackay traza una silueta de una América distinta a la turística y a la histórica. Con su fino olfato espiritual pesca almas y sentimientos que esclarecen la presencia física de la colectividad americana. Es un sondeo y una perspectiva manejados con mano firme y certera.

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Hay un libro de Mackay que es, si mal no recuerdo, Yo os digo... En todos ellos, en sus artículos y en sus prédicas, John A. Mackay fue tan limpio y puro como su figura física: alto, delgado, ligeramente inclinado hacia adelante como para escuchar, la voz dulce, los ojos claros y apacibles, las manos ágiles, la tez blanca ligeramente rosada, anguloso el rostro, tácito el paso, conjunto de maestro y sembrador de ideas.Lo despedimos quienes le conocemos y respetamos con indisimulable emoción, con incurable y definitiva nostalgia.

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