DE CUANDO HACE 81 AÑOS ARRIBO LA ESCUADRA ESPAÑOLA

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En el antiguo desembarcadero de «los platillos», las embarcaciones con los marinos que, francos de servicio, venían a tierra. Con ellas las de los del servicio portuario y pesca de bajura - -13 Santa Cruz de ayer y de hoy De cuando, hace 81 años, arribó la Escuadra española H ACE unos días, en el Muelle Sur lucieron sus estampas grises y estilizadas los buques que integran el Grupo Aerona- val de la Marina de Guerra es- pañola. Con el «Dédalo» —insig- nia del contralmirante Benítez Carrasco— las corbetas «Infan- ta Cristina» y «Cazadora» atra- caron donde, días antes, lo hi- cieron los destructores «Mar- qués de la Ensenada» y «Gravi- na» y las fragatas «Baleares» y «Cataluña». Santa Cruz de Tenerife, puerto tan ligado a la Armada, hace ahora 81 años que recibió en sus aguas la primera visita de una gran fuerza naval de nuestra Armada. En los anales del puerto, nombres y más nombres —«Numancia», «Beren- guela», «Tornado», «Isla de Cu- ba», «Infanta Isabel», etc.— que ya son historia y siempre se evocan empenachados de hu- mo y envueltos en lonas blan- cas y repletas de brisa marine- En enero de 1905, don Eduardo Cobián y Roffigman fue nombrado ministro de Ma- rina en sustitución de don Mar- celo Azcárraga y Palmero y, para febrero, se programó visi- tase CanaricS una agrupación naval compuesta por lo mejor que entonces estaba a flote y, para más adelante, un nuevo programa de construcciones para la Marina; éste, que susti- tuiría al de Sánchez de Toca, comprendía la construcción de ocho acorazados de 14.000 to- neladas y una serie de torpede- ros y submarinos. El 5 de febrero de 1905, el puerto ofrecía —al amanecer— su diario regalo de barcos a Santa Cruz. Fondeado frente al antiguo castillo de San Pedro, el cañonero «Doña María de Molina» que, al mando del te- niente de navio Manuel Calde- rón, el día anterior había llega- do procedente de Cabo Juby. En el corto Muelle Sur opera- ban los vapores ingleses «Naranja» y «Congo»; este últi- mo, de la Eider Dempster ingle- sa, había sido fletado para, co- mo correíllo, reforzar las líneas interinsulares y, al mando del capitán Morris, había llegado procedente del Puerto de Taza- corte y escalas con pasajeros y carga. Rumbo al Sur se alejaba otro «paquete» de la citada Elders Dempster, el «Teneriffe», que, el día anterior había llegado de Liverpool y, tras descargar y hacer consumo, zarpaba rum- bo a Dakar y su amplio itinera- rio por los puertos occidentales de África. De vuelta encontra- da se cruzó con los «Golden Ea- gle» —luego el tan recordado «Águila de Oro»-, «Machrie» y «Tenerife», todos fruteros del cabotaje, mientras que otros dos, los «Ajaxx» y «Gavilán», doblaban Punta Anaga proce- dentes de Garachico y Puerto de la Cruz. Poco a poco, la negra huma- reda que se alzaba en la raya lejana del horizonte se cambió por las estampas marineras de los buques de guerra españoles que, en línea de fila, cayeron luego a estribor y quedaron na- vegando en franca demanda de la zona asignada para fondear. Con férreo estrépito de cadenas primero lo hizo el acorazado «Pelayo» —en el cual izaba su insignia el almirante Lazaya y venía al mando del capitán de navio Enrique Barrena Ruiz— y, tras él, el crucero «Carlos V», mandado por el capitán de na- vio Antonio Llopis. Posterior- mente fondearon los cruceros «Cardenal Cisneros», «Princesa de Asturias» —capitán de navio Bouyón—, «Río de la Plata», capitán de p fragata Menacho, y «Extremadura», al mando del también capitán de fragata Es- trada. Aproados al tiempo reinante, los buques zallaron los tango- nes y, pronto, a ellos se ama- rraron los botes y falúas de va- por que se habían arriado al tiempo que se daban los toldos. Intercambio de visitas —botes a boga arrancada y falúas con le- ves penachos de humo y va- por— y, con la llegada del vapor «Wennington Hall» con carga de carbón para las gabarras y almacenes de Hamilton y Com- pañía, terminó aquel día histó- rico para Santa Cruz. Al día siguiente, procedente de Cádiz arribó el vapor correo «Hespérides» que, al mando del capitán Maestre, venía con pa- sajeros y carga. Atracó en el Muelle Sur —en el antiguo do- cumento gráfico lanza al aire sus tres palos y contraseña de OPOSICIONES MAGISTERIO, ADMINISTRACIÓN CIVIL DEL ESTA- DO, SEGURIDAD SOCIAL, CORREOS, BANCA, CAJA DE AHORROS, FORMACIÓN PROFESIONAL, ADMI- NISTRACIÓN DE JUSTICIA REPASO ASIGNATURAS: E.G.B., B.U.P., C.O.U., FP1 y FP2, CONTABILIDAD GENERAL, CALCULO MERCAN- TIL, LATÍN, GRIEGO, DERECHO, ECONOMÍA, ESTA- DÍSTICA. HORARIOS ESPECIALES DE 9 A 22 COLEGIO-ACADEMIA CARRASCO Jesús y María, 35 TELEFONO 270778 la Compañía de Navegación e Industria— para realizar opera- ciones y hacer consumo y, por la noche, ser despachado para Las Palmas —de donde regresa- ría a Santa Cruz- por la firma Brage, Marco y Cía. Tras el «Hespérides», nume- rosos vapores fondearon en la dársena —«Oswestry Grange», uno de los «blancas» o «cristos» de la Houlder; «Avon», «Thekla Bohlen», un «paquete alemán»; «Santa Cruz», uno de los «tori- ses» noruegos, etc.— y, si bien no se aprecian sus estampas marineras en la imagen, tam- poco se captaron entonces las de los buques de guerra, pero el momento de la llegada de las embarcaciones con los francos de servicio al antiguo desem- barcadero de «los platillos», el mismo que a partir de 1913 más se conoció por el de «la marquesina». Durante los días que los bu- ques estuvieron en puerto —el día 15 aparejaron rumbo a Las Palmas— fueron varios los ac- tos celebrados en su honor. Compartieron fondeo con tra- satlánticos notables —«Sopho- cles», uno de los «verdinos» de la Aberdeen Line; el italiano «Centro América»; «Gothic», un «mamaria de cuatro palos»; el alemán «Santos», el «Duca di Caliera», también italiano, etc.— pero, el día 9, arribó el «León XIII», de la Trasatlántica Española. Venía de Genova y escalas con la cámara comple- ta y, una vez hizo las operacio- nes de carboneo y la aguada, por la firma Viuda e Hijos de La Roche, siguió a Buenos Aires al mando del célebre capitán Des- champs, el hombre que, con el «Montserrat», en dos ocasiones —una desde Santa Cruz de Te- nerife— burló el bloqueo que la Marina USA había impuesto durante la guerra del 98 en aguas de Cuba. Cuando los buques españoles comenzaron a zarpar, ya el puerto de esta capital bien lu- cía su estampa habitual, con toda la mar pintada de barcos. En fondeo, el «Medie» —otro de los grandes «mamarias de cua- tro palos»— hacía carbón y la aguada antes de seguir el viaje que, iniciado en Melbourne, terminaría en Londres. Tras él había llegado desde Sydney un «verdino», el «Nineveh» en esta ocasión, y de Dunkerque para Buenos Aires, el «Amiral Ri- gault de Genouille», uno de los «franceses blancos» —o de «las estrellas», si se prefiere— de la centenaria Chargeurs Reunis. Con ellos, el Teide», de la For- wood inglesa, el «Tamesi» de la Maurel et Prom, naviera de Marsella cuyos vapores —que aún nos visitan— eran conoci- dos por «franceses de los mani- ses» dada que tal era, en eleva- do porcentaje, la carga que abarrotaba sus bodegas para, luego, obtener aceite vegetal. Con los vapores del cabotaje —«Golden Eagle», «Gavilán» y «Tenerife»— el «paquete» inglés «Baúl ama» procedente de Da- kar y su compañero de contra- seña «Congo» que, repetimos, hacía de correíllo pese a su bandera y tripulación inglesa; en esta ocasión, siempre al mando del capitán Morris, pro- cedía de Hermigua y escalas. Ya en linea de fila, los bu- ques del almirante Lazaya pu- sieron proa a Las Palmas y, de vuelta encontrada, se cruzaron con el viejo «León y Castillo» que, al mando del capitán Ghi- rino, venía de Arrecife, Puerto de Cabras y el citado puerto de la capital grancanaria. Y allá fueron los buques que, durante unos días, hicieron historia —buena historia— en aguas de Santa Cruz Tenerife. De ellos, el «Pelayo» había si- do contratado cuando era mi- nistro ae Marina el almirante don Juan Bautista Antequera que, tinerfeño, bien supo dotar a la Armada española de un bu- que que entonces, por la déca- da de los 80, era tan necesario. Estuvo a flote hasta 1925, año en que se vendió para desgua- zar en Holanda. El «Carlos tuvo la misma triste suerte en 1931 —se le corrió soplete en la ría bilbaína— y, por lo que res- pecta al «Cardenal Cisneros», el mismo año de'1905, concreta- mente el 28 de octubre, tocó los bajos de Meixidos, en la costa gallega, y se hundió. El «Princesa de Asturias», gemelo del «Cardenal Cisneros» y el «Cataluña», fue dado de ba- ja en 1929 y, con el últimamen- te citado, vendido para desgua- zar en Bilbao. Los «Río de la Plata» y «Ex- tremadura» se dieron de baja allá por los primeros años 30 y, el «Doña María de Molina» —que no figuraba en la fuerza naval del almirante Lazaya, pues estaba de apostadero en Santa Cruz— ya lo había sido unos años antes. En «los platillos», las faenas de carga y descarga con los pescantes —que así se denomi- naban las pequeñas grúas— y, por la proa del «Hespérides», la Titán en su labor de dar mayor línea de atraque al Muelle Sur. Dos goletas por la popa del vapor correo y, más afuera, in- completa la visión de la mar con las estampas empenacha- das y los gualdrapazos de las velas. En primer término, a la som- bra breve de la farola felizmen- te rescatada, las embarcacio- nes de los buques de guerra y, con ellos, las de la pesca de ba- jura y las que, pintadas de ne- gro, estaban al servicio de las empresas carboneras con gaba- rras fondeadas frente a las playas y al redoso del corto muelle que las abrigaba de los tiempos del Sur. Un buen y antiguo amigo me ha traído la vieja tarjeta postal que, aquí reproducida, bien nos dice de unos buques —los del al- mirante Lazaya— que hace 81 años llegaron moliendo espu- mas y rompiendo mares al rit- mo de sus alternativas. Fueron, como los que nos visitaron hace unos días —nos visitarán siem- pre— la sal íntima de la vida marinera de Santa Cruz.— Juan A. Padrón Albornoz «Hautacuperche, pastor y caudillo gomero» Indiscutible artífice de la libertad de su pueblo E L pastoreo lleva apareja- do en su quehacer la trashumancia, porque pastar supone el cam- bio de dehesas del ganado, y por consiguiente, atravesar campos, valles, montes y mon- tañas a la búsqueda del silves- tre alimento de esos protago- nistas herbívoros, labor ésta que da un conocimiento ex- haustivo de no sólo los parajes más recónditos, sino de la pro- pia geografía y orografía del lu- gar del pastoreo, difícil y abne- gado quehacer, desafiador a veces del frío, la lluvia y el ca- lor, otras, de los peligros y acechanzas de la orografía del terreno, y las más, del esfuerzo crudo y duro que el pastoreo supone... Hautacuperche, pastorcillo gomero y trashumante, corno tantos otros, fue conocedor de toda la geografía de su tierra al frente de su «pacífico ejército y legión —es de suponer— ovina, que por los campos gomeros, por las degolladas y fondos de los barrancos, por el mismo borde de los roques y los preci- picios, dentro del mismo monte y los bosques, llevaba a su ga- nado a degustar la silvestre y perfumada flora, riquísima y golosa para esos herbívoros personajes de mirada triste: la oveja... No poseía este joven mance- bo árbol genealógico, entronca- do en estirpes --de noblezas, ni apellidos aristocráticos, aun- que más tarde, por su arrojo y valentía, su apellido aborigen tomara caracteres y personali- dad aristócrata dentro de los histórico-heroico. No estaba integrado tampo- co dentro de la sociedad —esa comunidad de humanos (?)— de la que muchos presumen, pero a la que muy pocos prestigian. Hautacuperche, «el dichoso» como históricamente se le co- noce, era un sencillo pastor, que por sencillo pasaba desa- percibido —como le ocurre a los genios—, pero que encerraba y poseía unas cualidades ex- traordinarias y nobles a la vez: la obediencia y la honradez, y el amor a su tierra y a los suyos. Su morada era ordinaria- mente la inhóspita caverna an- cestral —que no los palacios— o el follaje y ramaje de los mon- tes y bosques; desconocedor de las regias y aristocráticas man- siones —morada de la noble- za—; de sus techumbres de ri- cos artesonados y de las desco- munales arañas que ilumina- ban y pendían de esos arteso- nados, no. Hautacuperche sólo conoció el artesonado bordado y tacho- nado de estrellas y el titilar de éstas en su trashumancia y descanso nocturno; no conoció tampoco amistades aristócra- tas de influencia en los círculos de la nobleza de aquel enton- as, no. Sus amistades fueron su re- baño, sus compañeros, sus pai- sanos, el amor a su tierra y a los suyos, y de manera extraor- dinaria a ese rebaño suyo, al que quería con locura, prodi- gándole sus mejores desvelos, y a su «perro pastor», acaso su más fiel amigo y confidente, en su quehacer pastoril. Conocedor indiscutible de las mejores zonas de pastos y de menos peligro para su reba- ño; auténtico profesional en el uso del astia, que ayudábale a la dura tarea del pastoreo, y gracias a la cual, acudía veloz ¡n ayuda y socorro de cual- quier cabeza de su rebaño; asi- duo consumidor —por exigen- cia de su oficio— de los frutos silvestres de los campos gome- ros donde pastaba su rebaño, que otras, del lactoso y abun- dante líquido de sus ubres y de- rivados, o de la carne de algún ave, a la que cazaba por habili- dad y destreza, o por sorpresa; profesional asimismo del len- uaje musical del silbo, con el que contactaba con sus compa- ñeros o convecinos, cuando la necesidad y el peligro lo exi- gían. Joven curtido por el sol y el aire, por la sequedad abruma- dora del clima —unas veces- que otras, por el frío de las cumbres y los montes, desa- fiando a los elementos y el peli- gro, a los que no temía. Elegido como «el dichoso» y Caudillo libertador del pueblo gomero en esa asamblea de la Baja del Secreto, para llevar a cabo una misión trascendental dentro del atenazado vivir de su pueblo, a tenor del despotis- mo opresor del conde, porque en ese pastorcillo se conjuga- ban extraordinarias virtudes: humanidad, civismo, valor, arrojo etc. Las necesarias y precisas para quebrar el gáni- go: asesinar al conde, porque en ello estaba enjuego la liber- tad y el vivir del pueblo gome- ro... Para los que conozcan la re- belde orografía gomera, la abismal profundidad de sus ba- rrancos, y las verticales «ban- das» de éstos, lo inaccesible de muchos parajes y Uigares: va- lles, degolladas, etc.; los ances- trales caminos y vericuetos que aún perviven; los que conozcan la demarcación que abarca la Degollada de Peraza hasta Ve- gaipala —escenario la prime- ra— de la acción heroica, cívica y guerrera de este personaje en la Cueva de Guahedun, en que el camino discurre por el mis- mo borde de los precipicios abismales y profundidades; pa- ra los que presentes en esa cue- va de abismal entorno y paraje, que a pesar de los siglos sigue conservando el sabor ancestral y heroico: la Degollada de Pe- raza, forzosamente tendrán que supervalorar la difícil, tre- menda y heroica misión de Huatacuperche, que ni la oscu- ridad de la noche, ni el sobre- cogedor silbido de la fría y he lada brisa nocturna —cual sar- cástica carcajada brujera— co- mo aquellas de la Laguna Grande donde las brujas (?) acudían a bailar; ni la peligro- sidad del abismo en esa noctur- nidad; ni el miedo a la muerte, diezmaron su ánimo para lle- var a cabo la misión que se le encomendara, y de la que él era el único responsable, por- que es sobrecogedor situarse en la Degollada de Peraza en la oscuridad de la noche, y reme- morar «in situ» los hechos que a tenor de la historia allí sucedie- ron, intentando vivirlos, por- que el nerviosismo y el miedo se apoderará de nosotros en esa soledad nocturna, tremen- damente deprimente para el que no está acostumbrado. Sin embargo, Hautacuperche, co- nocedor, palmo a palmo, de to- da la geografía y orografía go- mera, jamás fue presa del mie- do. Por ello estimo es de justicia, asomar a las columnas de EL DÍA a Hautacuperche y a su quehacer heroico —irrepetible ya- de este aborigen pastor go- mero que desde la altura de la Degollada de Peraza levantó heroicamente el estandarte de la libertad de su pueblo, y como tal caudillo merece toda la gra- titud y reconocimiento de los suyos, porque gratitud supone agradecimiento a un bienhe- chor, mientras el olvido, supo- ne descuido, y lo que se descui- da termina por perderse, y esa tierra no puede perder ni olvi- dar a un personaje que es pro- tagonista de su propia historia y que parece haber caído en el descuido, porque si ocurriera en el olvido sería imperdona- ble... Mario Hernández Siverio MERCATENERIFE se traspasan 2 módulos polivalentes de Mercate- nerife. Informes: teléfono 220806, señor Cabrera. SE VENDE ¡OPORTUNIDAD PARA PROFESIONAL! 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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1986/03/02

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En el antiguo desembarcadero de «los platillos», las embarcaciones con los marinos que, francos de servicio, venían a tierra. Con ellaslas de los del servicio portuario y pesca de bajura

- -13Santa Cruz de ayer y de hoy

De cuando, hace 81 años, arribó laEscuadra española

H ACE unos días, en elMuelle Sur lucieronsus estampas grises yestilizadas los buques

que integran el Grupo Aerona-val de la Marina de Guerra es-pañola. Con el «Dédalo» —insig-nia del contralmirante BenítezCarrasco— las corbetas «Infan-ta Cristina» y «Cazadora» atra-caron donde, días antes, lo hi-cieron los destructores «Mar-qués de la Ensenada» y «Gravi-na» y las fragatas «Baleares» y«Cataluña».

Santa Cruz de Tenerife,puerto tan ligado a la Armada,hace ahora 81 años que recibióen sus aguas la primera visitade una gran fuerza naval denuestra Armada. En los analesdel puerto, nombres y másnombres —«Numancia», «Beren-guela», «Tornado», «Isla de Cu-ba», «Infanta Isabel», etc.— queya son historia y siempre seevocan empenachados de hu-mo y envueltos en lonas blan-cas y repletas de brisa marine-

En enero de 1905, donEduardo Cobián y Roffigmanfue nombrado ministro de Ma-rina en sustitución de don Mar-celo Azcárraga y Palmero y,para febrero, se programó visi-tase CanaricS una agrupaciónnaval compuesta por lo mejorque entonces estaba a flote y,para más adelante, un nuevoprograma de construccionespara la Marina; éste, que susti-tuiría al de Sánchez de Toca,comprendía la construcción deocho acorazados de 14.000 to-neladas y una serie de torpede-ros y submarinos.

El 5 de febrero de 1905, elpuerto ofrecía —al amanecer—su diario regalo de barcos aSanta Cruz. Fondeado frente alantiguo castillo de San Pedro,el cañonero «Doña María deMolina» que, al mando del te-niente de navio Manuel Calde-rón, el día anterior había llega-do procedente de Cabo Juby.En el corto Muelle Sur opera-ban los vapores ingleses«Naranja» y «Congo»; este últi-mo, de la Eider Dempster ingle-sa, había sido fletado para, co-mo correíllo, reforzar las líneasinterinsulares y, al mando delcapitán Morris, había llegadoprocedente del Puerto de Taza-corte y escalas con pasajeros ycarga.

Rumbo al Sur se alejaba otro«paquete» de la citada EldersDempster, el «Teneriffe», que,el día anterior había llegado deLiverpool y, tras descargar yhacer consumo, zarpaba rum-bo a Dakar y su amplio itinera-rio por los puertos occidentalesde África. De vuelta encontra-da se cruzó con los «Golden Ea-gle» —luego el tan recordado«Águila de Oro»-, «Machrie» y«Tenerife», todos fruteros delcabotaje, mientras que otrosdos, los «Ajaxx» y «Gavilán»,doblaban Punta Anaga proce-dentes de Garachico y Puertode la Cruz.

Poco a poco, la negra huma-reda que se alzaba en la rayalejana del horizonte se cambiópor las estampas marineras delos buques de guerra españolesque, en línea de fila, cayeronluego a estribor y quedaron na-vegando en franca demanda dela zona asignada para fondear.Con férreo estrépito de cadenasprimero lo hizo el acorazado«Pelayo» —en el cual izaba suinsignia el almirante Lazaya yvenía al mando del capitán denavio Enrique Barrena Ruiz—y, tras él, el crucero «Carlos V»,mandado por el capitán de na-vio Antonio Llopis. Posterior-mente fondearon los cruceros«Cardenal Cisneros», «Princesade Asturias» —capitán de navioBouyón—, «Río de la Plata»,capitán de p fragata Menacho,y «Extremadura», al mando deltambién capitán de fragata Es-trada.

Aproados al tiempo reinante,los buques zallaron los tango-nes y, pronto, a ellos se ama-rraron los botes y falúas de va-por que se habían arriado altiempo que se daban los toldos.Intercambio de visitas —botes aboga arrancada y falúas con le-ves penachos de humo y va-por— y, con la llegada del vapor«Wennington Hall» con cargade carbón para las gabarras yalmacenes de Hamilton y Com-pañía, terminó aquel día histó-rico para Santa Cruz.

Al día siguiente, procedentede Cádiz arribó el vapor correo«Hespérides» que, al mando delcapitán Maestre, venía con pa-sajeros y carga. Atracó en elMuelle Sur —en el antiguo do-cumento gráfico lanza al airesus tres palos y contraseña de

OPOSICIONESMAGISTERIO, ADMINISTRACIÓN CIVIL DEL ESTA-DO, SEGURIDAD SOCIAL, CORREOS, BANCA, CAJADE AHORROS, FORMACIÓN PROFESIONAL, ADMI-

NISTRACIÓN DE JUSTICIAREPASO ASIGNATURAS: E.G.B., B.U.P., C.O.U., FP1 yFP2, CONTABILIDAD GENERAL, CALCULO MERCAN-TIL, LATÍN, GRIEGO, DERECHO, ECONOMÍA, ESTA-

DÍSTICA.HORARIOS ESPECIALES DE 9 A 22

COLEGIO-ACADEMIA CARRASCOJesús y María, 35 TELEFONO 270778

la Compañía de Navegación eIndustria— para realizar opera-ciones y hacer consumo y, porla noche, ser despachado paraLas Palmas —de donde regresa-ría a Santa Cruz- por la firmaBrage, Marco y Cía.

Tras el «Hespérides», nume-rosos vapores fondearon en ladársena —«Oswestry Grange»,uno de los «blancas» o «cristos»de la Houlder; «Avon», «TheklaBohlen», un «paquete alemán»;«Santa Cruz», uno de los «tori-ses» noruegos, etc.— y, si bienno se aprecian sus estampasmarineras en la imagen, tam-poco se captaron entonces lasde los buques de guerra, pero síel momento de la llegada de lasembarcaciones con los francosde servicio al antiguo desem-barcadero de «los platillos», elmismo que a partir de 1913más se conoció por el de «lamarquesina».

Durante los días que los bu-ques estuvieron en puerto —eldía 15 aparejaron rumbo a LasPalmas— fueron varios los ac-tos celebrados en su honor.Compartieron fondeo con tra-satlánticos notables —«Sopho-cles», uno de los «verdinos» dela Aberdeen Line; el italiano«Centro América»; «Gothic», un«mamaria de cuatro palos»; elalemán «Santos», el «Duca diCaliera», también italiano,etc.— pero, el día 9, arribó el«León XIII», de la TrasatlánticaEspañola. Venía de Genova yescalas con la cámara comple-ta y, una vez hizo las operacio-nes de carboneo y la aguada,por la firma Viuda e Hijos de LaRoche, siguió a Buenos Aires almando del célebre capitán Des-champs, el hombre que, con el«Montserrat», en dos ocasiones—una desde Santa Cruz de Te-nerife— burló el bloqueo que laMarina USA había impuestodurante la guerra del 98 enaguas de Cuba.

Cuando los buques españolescomenzaron a zarpar, ya elpuerto de esta capital bien lu-cía su estampa habitual, contoda la mar pintada de barcos.En fondeo, el «Medie» —otro delos grandes «mamarias de cua-tro palos»— hacía carbón y laaguada antes de seguir el viajeque, iniciado en Melbourne,terminaría en Londres. Tras élhabía llegado desde Sydney un«verdino», el «Nineveh» en estaocasión, y de Dunkerque paraBuenos Aires, el «Amiral Ri-gault de Genouille», uno de los«franceses blancos» —o de «lasestrellas», si se prefiere— de lacentenaria Chargeurs Reunis.Con ellos, el Teide», de la For-wood inglesa, el «Tamesi» de laMaurel et Prom, naviera deMarsella cuyos vapores —queaún nos visitan— eran conoci-dos por «franceses de los mani-ses» dada que tal era, en eleva-do porcentaje, la carga queabarrotaba sus bodegas para,luego, obtener aceite vegetal.

Con los vapores del cabotaje—«Golden Eagle», «Gavilán» y«Tenerife»— el «paquete» inglés«Baúl ama» procedente de Da-kar y su compañero de contra-seña «Congo» que, repetimos,

hacía de correíllo pese a subandera y tripulación inglesa;en esta ocasión, siempre almando del capitán Morris, pro-cedía de Hermigua y escalas.

Ya en linea de fila, los bu-ques del almirante Lazaya pu-sieron proa a Las Palmas y, devuelta encontrada, se cruzaroncon el viejo «León y Castillo»que, al mando del capitán Ghi-rino, venía de Arrecife, Puertode Cabras y el citado puerto dela capital grancanaria. Y alláfueron los buques que, duranteunos días, hicieron historia—buena historia— en aguas deSanta Cruz dé Tenerife.

De ellos, el «Pelayo» había si-do contratado cuando era mi-nistro ae Marina el almirantedon Juan Bautista Antequeraque, tinerfeño, bien supo dotara la Armada española de un bu-que que entonces, por la déca-da de los 80, era tan necesario.Estuvo a flote hasta 1925, añoen que se vendió para desgua-zar en Holanda. El «Carlos V»tuvo la misma triste suerte en1931 —se le corrió soplete en laría bilbaína— y, por lo que res-pecta al «Cardenal Cisneros», elmismo año de'1905, concreta-mente el 28 de octubre, tocó losbajos de Meixidos, en la costagallega, y se hundió.

El «Princesa de Asturias»,gemelo del «Cardenal Cisneros»y el «Cataluña», fue dado de ba-ja en 1929 y, con el últimamen-te citado, vendido para desgua-zar en Bilbao.

Los «Río de la Plata» y «Ex-tremadura» se dieron de bajaallá por los primeros años 30 y,el «Doña María de Molina»—que no figuraba en la fuerzanaval del almirante Lazaya,pues estaba de apostadero enSanta Cruz— ya lo había sidounos años antes.

En «los platillos», las faenasde carga y descarga con lospescantes —que así se denomi-naban las pequeñas grúas— y,por la proa del «Hespérides», laTitán en su labor de dar mayorlínea de atraque al Muelle Sur.

Dos goletas por la popa delvapor correo y, más afuera, in-completa la visión de la marcon las estampas empenacha-das y los gualdrapazos de lasvelas.

En primer término, a la som-bra breve de la farola felizmen-te rescatada, las embarcacio-nes de los buques de guerra y,con ellos, las de la pesca de ba-jura y las que, pintadas de ne-gro, estaban al servicio de lasempresas carboneras con gaba-rras fondeadas frente a lasplayas y al redoso del cortomuelle que las abrigaba de lostiempos del Sur.

Un buen y antiguo amigo meha traído la vieja tarjeta postalque, aquí reproducida, bien nosdice de unos buques —los del al-mirante Lazaya— que hace 81años llegaron moliendo espu-mas y rompiendo mares al rit-mo de sus alternativas. Fueron,como los que nos visitaron haceunos días —nos visitarán siem-pre— la sal íntima de la vidamarinera de Santa Cruz.— JuanA. Padrón Albornoz

«Hautacuperche, pastory caudillo gomero»Indiscutible artífice de la

libertad de su pueblo

E L pastoreo lleva apareja-do en su quehacer latrashumancia, porquepastar supone el cam-

bio de dehesas del ganado, ypor consiguiente, atravesarcampos, valles, montes y mon-tañas a la búsqueda del silves-tre alimento de esos protago-nistas herbívoros, labor éstaque da un conocimiento ex-haustivo de no sólo los parajesmás recónditos, sino de la pro-pia geografía y orografía del lu-gar del pastoreo, difícil y abne-gado quehacer, desafiador aveces del frío, la lluvia y el ca-lor, otras, de los peligros yacechanzas de la orografía delterreno, y las más, del esfuerzocrudo y duro que el pastoreosupone...

Hautacuperche, pastorcillogomero y trashumante, cornotantos otros, fue conocedor detoda la geografía de su tierra alfrente de su «pacífico ejército ylegión —es de suponer— ovina,que por los campos gomeros,por las degolladas y fondos delos barrancos, por el mismoborde de los roques y los preci-picios, dentro del mismo montey los bosques, llevaba a su ga-nado a degustar la silvestre yperfumada flora, riquísima ygolosa para esos herbívorospersonajes de mirada triste: laoveja...

No poseía este joven mance-bo árbol genealógico, entronca-do en estirpes --de noblezas, niapellidos aristocráticos, aun-que más tarde, por su arrojo yvalentía, su apellido aborigentomara caracteres y personali-dad aristócrata dentro de loshistórico-heroico.

No estaba integrado tampo-co dentro de la sociedad —esacomunidad de humanos (?)— dela que muchos presumen, peroa la que muy pocos prestigian.

Hautacuperche, «el dichoso»como históricamente se le co-noce, era un sencillo pastor,que por sencillo pasaba desa-percibido —como le ocurre a losgenios—, pero que encerraba yposeía unas cualidades ex-traordinarias y nobles a la vez:la obediencia y la honradez, yel amor a su tierra y a lossuyos.

Su morada era ordinaria-mente la inhóspita caverna an-cestral —que no los palacios— oel follaje y ramaje de los mon-tes y bosques; desconocedor delas regias y aristocráticas man-siones —morada de la noble-za—; de sus techumbres de ri-cos artesonados y de las desco-munales arañas que ilumina-ban y pendían de esos arteso-nados, no.

Hautacuperche sólo conocióel artesonado bordado y tacho-nado de estrellas y el titilar deéstas en su trashumancia ydescanso nocturno; no conociótampoco amistades aristócra-tas de influencia en los círculosde la nobleza de aquel enton-as, no.

Sus amistades fueron su re-baño, sus compañeros, sus pai-sanos, el amor a su tierra y alos suyos, y de manera extraor-dinaria a ese rebaño suyo, alque quería con locura, prodi-gándole sus mejores desvelos, ya su «perro pastor», acaso sumás fiel amigo y confidente, ensu quehacer pastoril.

Conocedor indiscutible delas mejores zonas de pastos yde menos peligro para su reba-ño; auténtico profesional en eluso del astia, que ayudábale ala dura tarea del pastoreo, ygracias a la cual, acudía veloz¡n ayuda y socorro de cual-

quier cabeza de su rebaño; asi-duo consumidor —por exigen-cia de su oficio— de los frutossilvestres de los campos gome-ros donde pastaba su rebaño,que otras, del lactoso y abun-dante líquido de sus ubres y de-rivados, o de la carne de algúnave, a la que cazaba por habili-dad y destreza, o por sorpresa;profesional asimismo del len-

uaje musical del silbo, con elque contactaba con sus compa-ñeros o convecinos, cuando la

necesidad y el peligro lo exi-gían.

Joven curtido por el sol y elaire, por la sequedad abruma-dora del clima —unas veces-que otras, por el frío de lascumbres y los montes, desa-fiando a los elementos y el peli-gro, a los que no temía.

Elegido como «el dichoso» yCaudillo libertador del pueblogomero en esa asamblea de laBaja del Secreto, para llevar acabo una misión trascendentaldentro del atenazado vivir desu pueblo, a tenor del despotis-mo opresor del conde, porqueen ese pastorcillo se conjuga-ban extraordinarias virtudes:humanidad, civismo, valor,arrojo etc. Las necesarias yprecisas para quebrar el gáni-go: asesinar al conde, porqueen ello estaba enjuego la liber-tad y el vivir del pueblo gome-ro...

Para los que conozcan la re-belde orografía gomera, laabismal profundidad de sus ba-rrancos, y las verticales «ban-das» de éstos, lo inaccesible demuchos parajes y Uigares: va-lles, degolladas, etc.; los ances-trales caminos y vericuetos queaún perviven; los que conozcanla demarcación que abarca laDegollada de Peraza hasta Ve-gaipala —escenario la prime-ra— de la acción heroica, cívicay guerrera de este personaje enla Cueva de Guahedun, en queel camino discurre por el mis-mo borde de los precipiciosabismales y profundidades; pa-ra los que presentes en esa cue-va de abismal entorno y paraje,que a pesar de los siglos sigueconservando el sabor ancestraly heroico: la Degollada de Pe-raza, forzosamente tendránque supervalorar la difícil, tre-menda y heroica misión deHuatacuperche, que ni la oscu-ridad de la noche, ni el sobre-cogedor silbido de la fría y helada brisa nocturna —cual sar-cástica carcajada brujera— co-mo aquellas de la LagunaGrande donde las brujas (?)acudían a bailar; ni la peligro-sidad del abismo en esa noctur-nidad; ni el miedo a la muerte,diezmaron su ánimo para lle-var a cabo la misión que se leencomendara, y de la que élera el único responsable, por-que es sobrecogedor situarse enla Degollada de Peraza en laoscuridad de la noche, y reme-morar «in situ» los hechos que atenor de la historia allí sucedie-ron, intentando vivirlos, por-que el nerviosismo y el miedose apoderará de nosotros enesa soledad nocturna, tremen-damente deprimente para elque no está acostumbrado. Sinembargo, Hautacuperche, co-nocedor, palmo a palmo, de to-da la geografía y orografía go-mera, jamás fue presa del mie-do.

Por ello estimo es de justicia,asomar a las columnas de ELDÍA a Hautacuperche y a suquehacer heroico —irrepetibleya- de este aborigen pastor go-mero que desde la altura de laDegollada de Peraza levantóheroicamente el estandarte dela libertad de su pueblo, y comotal caudillo merece toda la gra-titud y reconocimiento de lossuyos, porque gratitud suponeagradecimiento a un bienhe-chor, mientras el olvido, supo-ne descuido, y lo que se descui-da termina por perderse, y esatierra no puede perder ni olvi-dar a un personaje que es pro-tagonista de su propia historiay que parece haber caído en eldescuido, porque si ocurrieraen el olvido sería imperdona-ble... •

Mario Hernández Siverio

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