Cuentos

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1 CUENTO 1: EL NIÑO QUE APRENDIÓ A SER BUENO AUTORES: Carlota Guillermo Sanz Karla Torrico Torres Pablo Torrico Torres Mª Isabel Zurita Hace mucho tiempo, había nacido un niño muy travieso. Siempre desobedecía a su madre y se portaba muy mal. No sabía lo que era ser bueno. Un día estaba jugando con un avión de juguete, se alejó bastante de su casa… ¡y se perdió! El niño lloraba mucho porque quería volver con su madre. Su madre lo buscó y lo buscó. El niño también buscó a su madre, pero no pudieron encontrarse. El

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CUENTO 1:

EL NIÑO QUE

APRENDIÓ A SER BUENO

AUTORES:

Carlota Guillermo Sanz Karla Torrico Torres Pablo Torrico Torres Mª Isabel Zurita

Hace mucho tiempo, había nacido

un niño muy travieso. Siempre

desobedecía a su madre y se portaba

muy mal. No sabía lo que era ser

bueno. Un día estaba jugando con

un avión de juguete, se alejó

bastante de su casa… ¡y se perdió! El

niño lloraba mucho porque quería

volver con su madre.

Su madre lo buscó y lo buscó. El

niño también buscó a su madre,

pero no pudieron encontrarse. El

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niño no paró de llorar, ni la madre

tampoco.

El niño se alejó más y más de su

casa.

Hasta que

apareció

un duende

llamado

Sonrisitas

y le dijo:

- ¡No llores

más! No

pasa nada. Yo voy a ser tu amigo.

¿Cómo te llamas?

- Me llamo Santi –contestó el niño- y

estoy muy triste porque no

encuentro a mi madre.

- Yo te voy a ayudar con un poco de

magia, -dijo el duende. Déjame un

momento para que pueda buscar

mis polvos mágicos.

- Aquí tienes, Santi. Con

estos polvos mágicos

podrás volver y

encontrar a tu madre.

Échatelos por los

brazos y estíralos para poder volar.

No tengas miedo porque yo iré

contigo.

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Entonces Santi y el duende Sonrisitas

empezaron a volar y a buscar a su

madre.

Volaron y volaron durante bastante

tiempo, hasta que al final

encontraron a su madre.

Desde ese momento, Santi aprendió

a que su madre era

lo más importante

de su vida, por lo

que decidió ser

bueno, portarse muy

bien y no separarse

nunca jamás de ella.

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Dos amigos jugando, llegan a un

laboratorio secreto donde

encuentran una máquina que, por

accidente, encoge a uno de ellos,

reduciéndolo al tamaño de una

canica.

Después de tratar de arreglarlo y

no encontrar a nadie, la niña recoge

a su amigo y lo guarda dentro de su

propia mochila para llevarlo a casa.

El viaje en la mochila, que estaba

muy desordenada, es aterrador, y el

niño lo pasa fatal y no deja de llorar

moviéndose por todas partes.

Por fin, llegaron a la casa de la niña.

Ella corrió a su cuarto y el niño

diminuto pudo salir de la mochila.

Estaba sudando y tenía algunos

moratones por su cuerpo.

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La niña preocupada, pensó y pensó

la manera de poder arreglarlo, y

como no podía… se puso a llorar.

Después de un buen rato, paró de

llorar y pensó la manera de volver al

laboratorio para pedirle al científico

si podía

ayudarles.

Entonces, se

fueron al

laboratorio y al

llegar gritaron al

científico, pero éste les dijo que

tendrían que encontrar miel de una

colmena, lágrimas de sapo y pelos

de león para

poder ayudarles.

De muy malhumor, les gritó:

- ¡Hasta que no me traigáis eso, fuera

de aquí!

El niño le dio a un botón de una de

las máquinas del laboratorio y la

niña también menguó.

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- ¡La que habéis liado!, exclamó el

científico, llamado Luisma.

La niña se asustó y Luisma los cogió,

y de una patada los echó fuera de

allí.

Los niños se dirigieron al bosque

más cercano para buscar los que les

había pedido el científico.

La niña buscó

la miel y el

niño le

arrancó tres

pelos a un

león de

peluche que encontró en el camino.

Echaron la miel en un tarro y se

fueron, de nuevo, en busca del

científico. Ya solo les faltaban las

lágrimas de sapo.

- ¿Dónde podríamos encontrarlas?, se

preguntaba la niña.

- No lo sé, respondió el niño. Déjame

pensar… ¡Ya lo tengo! Vamos a la

fuente de la plaza.

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En una

isla muy lejana,

debajo del

mar, había un

grupo de

sirenas que

guardaban un

tesoro de

diamantes y joyas preciosas. Los

Piratas Temidos lo sabían, pero las

Sirenas se enteraron antes porque

sus amigos, los Cangrejos, se lo

dijeron. También les dijeron que los

Piratas tenían un plan para conseguir

el tesoro. Por eso, las Sirenas

pensaron en poner trampas a lo

largo del camino.

Una de las

trampas era un

cofre vacío;

alrededor había

unas cuerdas y

cuando los piratas

fueron a cogerlo, todos, menos uno,

se cayeron en la trampa. El que

consiguió escapar, se escondió

detrás de una roca. Luego vinieron

las Sirenas y los cogieron, pero no

encontraron al capitán. Los subieron

al barco, que de tanto peso, se

tambaleó mucho.

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Por fin, las sirenas encontraron el

tesoro y se fueron al agua.

Cuando abrieron el cofre en su

guarida, no estaban las joyas ni los

diamantes. Así que de nuevo, se

echaron al agua y se fueron en busca

del tesoro. Tardaron un día y, al

encontrarlo, lo cogieron y

rápidamente se lo llevaron a su

guarida.

Los Piratas se enfadaron mucho

porque las Sirenas se atrevieron con

el tesoro. De tanto enfado,

consiguieron escapar y se fueron

rumbo a la Isla de las Sirenas.

Llegaron

por fin a la

guarida de las

Sirenas, sacaron

sus espadas y

lucharon contra

ellas, que todas

unidas

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consiguieron echarlos al mar. –

Socorro, socorro… no sé nadar,

gritaba uno de ellos.

- ¡SSPLAF!

Todos, incluso el capitán perdido,

suplicaban a las Sirenas que les

salvaran. Y así lo hicieron, pero los

convirtieron en sus sirvientes.

THE END

FIN

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Había una vez un gnomo gigante

que se llamaba Grandullón.

Grandullón vivía en el bosque y, de

pronto, se encontró a un hada a la que le

dijo:

- ¡Hola hada!

El gigante

vivía en una

cueva porque

no cabía en

las casas

normales. Allí

es donde

tenía a sus

mejores amigos. Pero él no podía

salir del Bosque Mágico –que así se

llamaba el lugar donde vivía- o

como le decían por allí, el Bosque

Feliz, porque allí todo el mundo se

encontraba feliz.

Pero una noche, cuando

Grandullón estaba en su cueva

tratando de dormir, escuchó un

fuerte estruendo. ¡Era un trueno!

Grandullón salió a ver lo que estaba

pasando fuera, aunque él era

bastante torpe y nunca sabía qué

hacer. Entonces llamó a su amigo

Carlos y los dos juntos pensaron qué

hacer.

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Me llamo Estrella. Un día en el parque, mis amigos Rubén, Kiko, Juan, Máximo y yo tuvimos una sensación extraña. Cuando miramos atrás no vimos nada.

Unos instantes después, nos

dimos la vuelta y otra vez la

misma sensación, pero además vimos una sombra detrás de un árbol.

Teníamos un poco de miedo,

por eso los chicos pensaron en inventar una poción para hacernos invisibles. La solución: los alimentos caducados. Nos fuimos a casa y quedamos en media hora en el laboratorio. Todos llevamos alimentos

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pasados de fecha: salchichas, huevos y helados.

Trituramos todos los

alimentos y la mezcla nos la untamos por el cuerpo. Al segundo, todos éramos invisibles.

Al salir, vimos un extraño edificio. Debía ser el laboratorio del Hombre de Negro.

Nos asomamos por la ventana

y encontramos una serie de

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robots que se llamaban Negruts.

Como éramos invisibles,

entramos en su laboratorio y espiamos al hombre. ¡Uff! Encontramos una pistola de 500 balas y rayos x.

En el momento que se nos pasó la poción de invisibilidad,

entre los cinco detuvimos al Hombre de Negro, descubrimos su identidad y transformamos los Negruts en pociones que nos ayudarían a ser como ellos.

¡Continuará!