Cuéntanos... la historia de tu nombre

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IMER / UCSJ Cuéntanos... La historia de tu nombre

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En busca del cuento perdido (IMER-UCSJ), colaboraciones del público sobre el origen de su nombre.

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Cuéntanos...

La historia de tu nombre

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En busca del cuento perdido

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Un nombre preculiar, el mío

Dicen que cuando nací mi primer nombre, Jonathan, no era nada común. En cambio, Eduardo siempre lo fue. Cuando niño pregunté una vez a mi mamá “¿por qué me nombraron así?” Y su respuesta fue que hace años pasó por TV una serie norteamericana donde un ángel, llamado Jonathan Smith, bajaba del cielo a ayudar a los seres humanos. “¿Y el Eduardo?”, seguí, “Tu abuelito se llamaba Eulalio y tú papá quería que te pusiéramos así, pero mejor lo cambiamos por Eduardo, para que no te fueran a bromear por eso. ¿Estuvo mejor, no?” Asentí.

Pero pronto entendí que no serviría de mucho, por un par de razones. Primeramente, no tardaron en aparecer en la escuela las burlas por mi nombre “telenovelesco”. Me fue común escuchar cosas como “¡JonathanEduardo, no me dejes!” Así, juntando los nombres y con tono de actriz despechada de tele-novela). Pero posteriormente estas bromas dieron paso a otras, más constantes y duraderas (aún ahora escucho alguna de vez en cuando). ¿El motivo? Mis apellidos: Alburo Cocco. }A veces me pregunto si mis padres no previeron que, con esos apellidos, el nombre era lo de menos. Si así fuera, me hubieran registrado como García Martínez, o algo similar.

Jonathan Alburo

Como la mayoría de las personas, tengo un nombre propio que me asignaron mis padres aun antes de nacer. No lo menciono ahora, no porque me desagrade, sino porque he pensado que el nombre propio debería escribirse a lo largo de la vida como si fuera un acrónimo, a medida que uno se va integrando. En este sentido, siempre estaría incompleto y cada determinado tiempo, dependiendo de las experiencias, podríamos sumarle alguna letra, una sigla: me gustaría escribir mi nombre con la “f” de fortaleza, con la “s” de serenidad... con una que otra vocal intermedia, como la “e” de entusiasmo, o la “a” de alegría... Y pensándolo bien, sería necesario ir quitándole varias letras tam-bién... Bueno, en esa suerte de matemática onomástica, sólo el día de nuestra muerte podríamos decir “éste es mi nombre...”, como una despedida.

Beatriz Sandoval

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Desde que tuvo uso de razón se preguntó con insisten-cia porqué le habían puesto por nombre “Vicente”, que por otra parte casi nadie lo llamaba así, pues de niño no le faltaron sobrenombres y, ya de mayor edad, sus amigos le decían Vic, Vicen, Vincent o, en el peor de los casos, Chente. Tal vez, se decía a sí mismo, algún pa-riente, padrino o amigo de mis padres fuera el motivo, pero su memoria no registraba a ningún adulto cerca-no a su familia que llevará ese nombre.

Así pasó su niñez y pubertad con aquella inquietud, pero fue hasta su ingreso la preparatoria cuando su maestra de Etimologías Griegas y Latinas le despejó la incógnita al proporcionarle el significado del nom-bre que llevaba a cuestas. Vicente; de origen Latino “El victorioso” “El vencedor”; explicación que lo dejó más confundido de lo que estaba, porque su experiencia personal no guardaba ninguna relación con lo escucha-do, sino todo lo contrario, ya que una vez más confir-maba el concepto irónico que tenía de la vida.

Vicente Irigoyen Veloz

Vincitore

Ya había cumplido los quince años y aún no sabía el significado de mi nombre, “Claudia”, mismo que por gustarme tanto había llevado con cierta vanidad. Presa de ésa curiosidad que toda adolescente tiene, resolví averiguar de donde provenía. Las primeras explicacio-nes fueron de mi total agrado, conforme con-tinuaba la lectura la sonrisa en mis labios se fue desdibujando y creo que hasta una pierna comenzó a dolerme.Un poco enojada, pregunté a mi madre a quién se le había ocurrido ponerme Claudia, ella al notar mi disgusto comentó —Yo te puse Angélica, por que eres mi angelito, el otro nombre fue idea de tu padre. Ha de ser el de alguna novia que tuvo.No conforme con esta respuesta interrogué a mi padre. Él un tanto divertido me afirmó que efectivamente a todas sus hijas les había puesto el nombre de sus novias (que cinismo pensé).—Ahora veras, dijo. Sacó un paquete de foto-grafías tipo postal y empezó a mostrármelas. Para mi sorpresa ante mis ojos comenzaron a desfilar imágenes de artistas del cine Italiano y Hollywoodense y ahí estaba la que me co-rrespondía.Desde que mi padre me enseñó la foto de la Cardinale, el significado de Claudia, no tiene importancia.

Claudia González

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IsabelIsabel es el nombre que me puso mi padre el día en que nací. Así se llamaba su abuela, a quien él adoraba. Mi padre recuerda que era ella quien se ocupaba de él, pues su madre pasaba todo el día lavando. Tam-bién recuerda a su abuela co- cinando frijoles, esos que tenía permitido comer sólo hasta que después de hervir y hervir desapareciera la espuma, y era entonces cuando le ser-vía un plato pequeño. Fue ella quien le enseñó a matar y desplumar gallinas. La mis- ma que, cuando mi padre ado-lescente se fue de la casa, alguien llevó a morir a un hos-pital psiquiátrico. Mi abuela lo único que decía al referirse a ella era: “Ay, pobrecita mi mamá, cuánto sufrió”, y cantaba un tango que dice: “Y nadie sabe su gran dolor, Isabelita busca un amor”.

Isabel Rodríguez.

Recuerdo que papá decía sobre nuestro joven vecino con un tono de ad-miración: es inteligente y buen muchacho, además ¡estudia literatura y filosofía en la UNAM! En 1978, no recuerdo bien cual era la situación polí-tica o económica, tampoco si nosotros teníamos carencias o no, lo cierto es que este muchacho nos regalaba desayunos del DIF a mis hermanos y a mí: una bolsita con leche, miel, pan blanco, y un mazapán o una palan-queta. Por las tardes él se instalaba en la escalera del patio, con sus libros, y recargado en la pared leía en voz alta. ¡Me comía la ansiedad por sentar-me ahí!, pero tenía prohibido subir al segundo piso, así que sólo abría la ventana para escucharlo; después me di cuenta que él lo sabía: yo era una “orejona” de ocho años a la que le gustaban las historias. Quizá por eso en cierta ocasión, leyó un cuento de una tal margarita, que era desobediente y quería alcanzar una estrella, me encantó tantísimo, que mi ilusión más grande era poder cambiarme el nombre. Fue la ultima vez que lo vi: dos días después papá llorando me dijo que había muerto, lo mataron. Sentí una profunda tristeza, su voz aún la tengo presente citando el poema de Rubén Darío. Al verano siguiente nos cambiamos de casa y de escuela, en

mi grupo nuevo nos presentamos, ¡eran tres Marthas y cinco Gabrielas! así que cuando llegó mi turno dije: mi nombre es Maga, casi de inmediato la maestra exclamó, ¡que raro, en mi lista no tengo una sola Margarita!, me reí, y vino la explicación, es que así nos dicen de cariño a las Martha Gabriela, ¿no lo sa-bía maestra? Así todo le será más fácil, porque nunca me confundirá con las demás. Sin embargo en su clase siempre me llamó Martita, pero mis mejores amigos, hasta la fecha me llaman Maga, considero que soy una margarita de corazón.

Maga Ballesteros.

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El gol del PresidenteRudolf Glockner miraba su reloj, el final estaba cerca. A pesar de la controversia causada por su designación, estaba a punto de llevar a feliz término el partido, al menos para los brasile-ños, que ganaban 3 a 1, y millones de mexicanos que asumie-ron a Brasil como su equipo. Emílio Garrastazu Médici, presi-dente de Brasil, horas antes pronosticó la victoria de su equipo por 4 a 1 sobre los italianos... Años después, sentado sobre una pelota, yo escucharía al negro Pifas, mi padre, y a sus amigos charlar sobre ese histórico partido, mientras descansaban des-pués de los primeros 45 minutos de su juego contra Cruz Azul, todos lucían radiantes al recordarlo. El negro Pifas me levan-tó en sus brazos y relató una vez más la anécdota: este varón estaba aún en el cielo cuando Pelé se alzó así para prender de cabeza aquel balón, pero su nombre en realidad se definió 4 minutos antes del final del partido cuando Pelé, de frente al marco, vio de reojo la llegada de Torres por su derecha y le ce-dió el balón para que éste soltara un trallazo desde fuera del

área y decretara así el 4 - 1 final, haciendo válido el pronóstico del presidente brasileño.

Brasil ganaba así su tercer copa mundial de futbol en México ‘70 y el llamado gol del presidente se ce-lebró en casi toda América, en especial por el Pifas y Torres, nombres de pila: Epifanio y Carlos Alberto, respectivamente.

Carlos Alberto HernándezCiudad Juárez , agosto de 2011

La Historia de mi nombreSiempre creí que el origen de nombre era Hebreo, por el Rey David, segundo rey de Israel, pero estaba equivocado, pues un sueño me reveló otra versión.Decidido a conocer el verdadero origen, una noche me concentré y pedí conocer la historia del verdadero rey David y lo logré. Mientras dormía me vi transportado a otra época, veía las imágenes con claridad. Se trataba de un pueblo Celta en el norte de Europa donde vivía la población atemorizada por los rino-cerontes, animales increíblemente corpulentos, miopes y agresivos. Toda la población vivía encerrada y no podían salir para cazar ni recolectar nada pues los rinocerontes los atacaban y arrasaban con todo. Fue entonces cuando un joven intrépido equipado sólo con armadura y espada se enfrentó al líder de la manada y lo logró dominar tras una feroz batalla. A partir de ahí David se volvió el héroe local y más tarde fue proclamado Rey de los Celtas.

David Esparza

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