Cuatro siglos de la primera salida del Quijote · Mark van Doren: La profesión de Don Quijote ......

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Enero 2005 Número 409 ISSN 0185-3716 Cuatro siglos de la primera salida del Quijote Mark van Doren: La profesión de Don Quijote Antonio Rodríguez: Muerte, transfiguración y resurrección de Don Quijote Fernando del Paso: El viaje como aventura de la imaginación Javier Ordóñez: El Quijote, los viajes y el mar Jaime Moll: El éxito inicial del Quijote Blanca L. de Mariscal y Judith Farré: El Quijote, de la imprenta a la mascarada Beatriz Mariscal Hay: Cervantes, genial productor de libros R. H. Moreno-Durán: El Quijote regiomontano Ricardo Elizondo Elizondo: La Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Enero 2005 Número 409

ISSN

018

5-37

16

Cuatro siglos de laprimera salida del Quijote

■ Mark van Doren: La profesión de Don Quijote■ Antonio Rodríguez: Muerte, transfiguración y

resurrección de Don Quijote■ Fernando del Paso:

El viaje como aventura de la imaginación■ Javier Ordóñez: El Quijote, los viajes y el mar

■ Jaime Moll: El éxito inicial del Quijote■ Blanca L. de Mariscal y Judith Farré:

El Quijote, de la imprenta a la mascarada■ Beatriz Mariscal Hay:

Cervantes, genial productor de libros

■ R. H. Moreno-Durán: El Quijote regiomontano■ Ricardo Elizondo Elizondo: La Biblioteca

Cervantina del Tecnológico de Monterrey

Mark van Doren fue profesor de la Universidad de Co-lumbia, poeta y crítico literario ■ Antonio Rodríguez esautor de El Quijote, mensaje oportuno ■ Fernando del Pa-so es novelista, ensayista y pintor ■ Jaime Moll es cate-drático de la Universidad Complutense ■ Blanca L. deMariscal y Judith Farré son académicas del itesm ■ Bea-triz Mariscal Hay es académica de El Colegio de México■ R. H. Moreno-Durán es novelista y crítico literario ■

Ricardo Elizondo Elizondo es escritor y director de la Bi-blioteca Cervantina del itesm ■ Javier Ordóñez es filó-sofo de la ciencia y catedrático de la Universidad Autóno-ma de Madrid ■ Armando Alanís es poeta ■ Claudio R.Delgado es periodista y crítico literario ■ Juan JoséArreola es Juan José Arreola

Cuatro siglos del Quijote Sumario

La profesión de Don Quijote 2Mark van Doren

Muerte, transfiguración y resurrección de Don Quijote 6

Antonio RodríguezEl viaje como aventura de la imaginación 8

Fernando del PasoEl éxito inicial del Quijote 10

Jaime MollEl Quijote, de la imprenta a la mascarada 13

Blanca L. de Mariscal y Judith FarréCervantes, genial productor de libros 18

Beatriz Mariscal HayEl Quijote regiomontano 21

R. H. Moreno-DuránLa Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey 24

Ricardo Elizondo ElizondoEl Quijote, los viajes y el mar 27

Javier OrdóñezCuatrocientos años después 28

Armando AlanísEl incienso del Quijote 31

Claudio R. DelgadoTeoría de Dulcinea 32

Juan José Arreola

En un mes de 1605, del que nadie logra acordarse, salió de lasprensas madrileñas la primera tirada de una obra que transfor-maría la literatura universal y de alguna manera redimiría a suautor. Con este número inaugural de 2005 La Gaceta se suma alos festejos por la aparición de El ingenioso hidalgo don Quijote deLa Mancha, ese basamento sobre el que buena parte de las le-tras hispanas se ha construido. Aunque no le duró mucho la sa-tisfacción por el éxito editorial a Miguel de Cervantes, que vi-vió poco más de una década luego de publicada la primera par-te de su libro principal, la trascendencia del Quijote significóuna especie de ajuste de cuentas con el destino que le tocó ensuerte al autor complutense, pues las dolorosas peripecias de suvida —baldamiento de la mano izquierda, cautiverio y esclavi-tud en Argel, cárcel andaluza, previo fracaso literario— fueronla simiente del texto que lo llevaría a ocupar un lugar de privi-legio en las letras mundiales.

Un tema infinito como el Quijote exige que quien se acerquea él abandone mil y una vías de acceso en beneficio de la sendaelegida. La ruta que hemos seguido en nuestro paseo en tornoa la obra cervantina responde a la naturaleza del fce como em-presa editorial. De ahí que por una parte hayamos hurgado ennuestro fondo en busca de materiales referentes a Don Quijo-te y por otra hayamos aprovechado la reciente publicación deuna obra que festeja la regiomontana Biblioteca Cervantina,procurando que cuando fuera posible los textos dieran cuentadel proceso editorial que dio a luz la novela de Cervantes. Ellector encontrará de entrada un fragmento de La profesión deDon Quijote, bello librito de Mark van Doren en el que se revi-san, con elegancia, algunos de los rasgos característicos del In-genioso Hidalgo; la riqueza verbal de los personajes centraleses elogiada y puesta en el centro de atención del lector. Un se-gundo fragmento de una obra publicada hace tiempo por elFondo es el texto de Antonio Rodríguez, que es una elegía porla renuncia, en el lecho de muerte, a su condición de caballerodemente. Y rematamos con un trozo del libro ensayístico másreciente de uno de los mayores novelistas con que contamos enel país: Viaje alrededor del Quijote, de Fernando del Paso.

El festejo por la aparición del Quijote tiene como base unlanzamiento editorial. Como los libros son eso que fabrican losimpresores, comercian los libreros, adquieren los lectores,ofrecemos el rápido recuento de Jaime Moll de las primerasediciones, las legales y las ilícitas, de la obra que pusiera a cir-cular Francisco de Robles. Nuestro acercamiento material allibro de Cervantes continúa con parte del texto introductorioque Blanca L. de Mariscal y Judith Farré prepararon para Cua-trocientos años del Ingenioso Hidalgo, que nuestra casa y el itesmpusieron en circulación el año pasado; este texto es un acerca-miento al modo en los lectores han ido apropiándose del obje-to y el texto del Quijote. De Beatriz Mariscal Hay hemos toma-do su aportación a ese recuento de Quijotes regiomontanos, enla que se rastrean algunas alusiones de Cervantes a la produc-ción de libros. El escritor colombiano R. H. Moreno-Duránreseña la obra anterior y aprovecha para repasar algunos aspec-tos sobresalientes de la primera edición del El ingenioso hidal-go…, lo que de manera natural conduce a la somera descrip-ción de la Biblioteca Cervantina en boca de su director, el no-table narrador Ricardo Elizondo Elizondo.

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Cierran esta entrega un irónico artículo de Javier Ordóñezsobre la rememoración y la hermenéutica quijotescas, con én-fasis en el sólido aunque ambiguo nexo que existe, en la obrade Cervantes, entre literatura y realidad. Claudio Delgado, porsu parte, repasa con contenida insolencia las voces que discre-pan de la calidad del Quijote, para disipar un poco el estancadoaroma a incienso que suele rodear a los clásicos.

Y dos relatos minúsculos, de Armando Alanís y Juan JoséArreola, muestran que el Quijote es también materia prima pa-ra nueva literatura. Finalmente, agradecemos a Silvia Garza,directora de la Cátedra Alfonso Reyes, del itesm, por su ayudaen la gestación de este número, en el que usamos como ilustra-ción portadas de algunos ejemplares custodiados por esa insti-tución y contenidos en Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo.

laGaceta 1

La profesión de Don QuijoteMark van Doren

2 laGaceta

Directora del FCE

Consuelo Sáizar

Director de La GacetaTomás Granados Salinas

Consejo editorialConsuelo Sáizar, Ricardo Nudelman,Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, Ma-ría del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jime-na Gallardo, Laura González Durán,Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza,Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, PabloMartínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pie-tra Escalante, Miriam Martínez Garza,Fausto Hernández Trillo, Karla LópezG., Alejandro Valles Santo Tomás, Héc-tor Chávez, Delia Peña, Antonio Her-nández Estrella, Juan Camilo Sierra(Colombia), Marcelo Díaz (España),Leandro de Sagastizábal (Argentina),Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú),Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat(Venezuela), Ignacio de Echevarria(Estados Unidos), César Ángel AguilarAsiain (Guatemala)

ImpresiónImpresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cv

Diseño y formaciónMarina Garone y Cristóbal Henestrosa

IlustracionesTomadas de Cuatrocientos años del Inge-nioso Hidalgo, México, fce-itesm, 2004

La Gaceta del Fondo de Cultura Económicaes una publicación mensual editada porel Fondo de Cultura Económica, condomicilio en Carretera Picacho-Ajusco227, Colonia Bosques del Pedregal, De-legación Tlalpan, Distrito Federal, Mé-xico. Editor responsable: Tomás GranadosSalinas. Certificado de Licitud de Títu-lo 8635 y de Licitud de Contenido 6080,expedidos por la Comisión Calificadorade Publicaciones y Revistas Ilustradas el15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondode Cultura Económica es un nombre re-gistrado en el Instituto Nacional delDerecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviem-bre de 2001. Registro Postal, PublicaciónPeriódica: pp09-0206. Distribuida por elpropio Fondo de Cultura Económica.

Correo electró[email protected]

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Hemos tomado este fragmento delvolumen que el FCE publicó en 1962,con el número 31 en la colecciónPopular. Al hincar el diente en lamateria de que está hecha la locura deAlonso Quijano, van Doren exalta lacalidad retórica de los dosprotagonistas de la obra mayor deCervantes: si Don Quijote es unportento de sabiduría y bellas formasde expresión, Sancho no le va a la zagaen poder oral. En eso también sedistingue de sus predecesores estadupla de caballero andante y escudero

Todo el Quijote es una serie de aventuraso una serie de coloquios. Más propia-mente, como muchos de los coloquiosson sobre las aventuras, lo mismo antesque después de haber sucedido, las dosseries se entretejen. Es decir, que el librono es ni todo acción, ni todo conversa-ción. No es una conseja, y no es un diá-logo filosófico. Los acontecimientos sonde gran interés para el intelecto, y lasdiscusiones, a su vez, hacen que la intri-ga se desarrolle. Por eso es peligrosoacentuar lo uno a expensas de lo otro;aunque más se perdería no prestandoatención a los discursos, que si se pasarapor alto lo abiertamente expuesto, lo vi-sible, los hechos. Los hechos, en reali-dad, corren menos riesgo de ser pasadospor alto que los comentarios que origi-nan, y a veces parece que es lo único querecuerda el lector: el Quijote, según laopinión general, no es más que la histo-ria de un simpático viejo loco que empe-zó confundiendo unos molinos y conti-nuó sufriendo otras innumerables equi-vocaciones del mismo tipo. Pero esto noes lo que uno encuentra, si se lee el librocon amoroso y continuo cuidado. Puesentonces resulta que el protagonista escasi tan hablador como hombre de ac-ción. Y quizás el último recuerdo queuno tendría es el de una voz magnífica,no sólo en sí misma, sino por el espírituque la inspira, voz que uno no puede oírotra vez en ningún libro. La elocuenciade Don Quijote es única en su clase.Ningún otro héroe ha hablado nunca

tan bien, ni con tanta riqueza de expre-sión. Y esto parecerá raro, porque élquería ser, o parecía ser, un caballero dearmas. Los caballeros de las novelas ha-blaban en ocasiones de una manera be-lla, pero la mayor parte del tiempo ibana caballo y peleaban. Si Palmerín de In-glaterra, a quien el barbero y el cura cla-sificaban en segundo lugar después deAmadís de Gaula, es una excepción so-bresaliente de esa regla, debemos decirtambién que es excepcionalmente abu-rrido. Don Quijote, que habla diez vecesmás, será lo que se quiera, pero nuncaaburre. Se ocupa más de hablar de los ca-balleros que de ser uno de ellos; más quehacer el papel de caballero, lo contem-pla; pero en esto precisamente estriba suencanto.

“Muchas gracias —hace notar elDuque— no se pueden decir con pocaspalabras.” Se refiere a Sancho y no esun elogio intencionado, aunque debie-ra serlo; pero todo buen lector lo acep-ta como si fuera dirigido al señor deSancho, cuyos tonos resonantes armo-nizan de manera tan perfecta con sussonoros pensamientos, que hacen detodo el libro una obra musical que sedistingue por la profundidad y variedadde su sonido. El estilo de Don Quijotees quizás el más delicioso de cualquierliteratura. Este hombre puede decirlotodo, breve o largamente; como el ge-nio, conoce su camino a través del labe-rinto de la inteligencia y el lenguaje; ytiene un sin fin de conocimientos a sudisposición. La erudición nunca estáfuera de su alcance. Erudición que al-gunos de sus interlocutores consideranexcesiva, pero que todos ellos recono-cen como natural en un espíritu a la vezamplio y sutil, y, al mismo tiempo, lle-no hasta los bordes y presto a derra-marse. El objeto más insignificante lepuede traer a la memoria vastos temaspara su desarrollo: una bellota le lleva ala edad de oro; un río, a los siete mares.Y a menudo es prudente. Los que leven venir y lo creen simplemente lococaminan a su lado para cruzar palabrascon él y divertirse con sus pobres locu-ras. Pero la mayoría de las cosas que di-

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ce no les parecen locuras o necedades, yse quedan perplejos. Hay tal sentidocomún en sus ideas que casi les incita ala protesta. Un hombre así no tiene de-recho a ser tan interesante ni a tenertanta razón. Desde luego, está equivo-cado respecto a la caballería; claramen-te se ve que está loco cuando se trata es-te asunto; sin embargo, en cualquierotro tema, tiene conocimientos de ca-ballero, de hombre culto. Es agudo yhumano. Y evidentemente se sabe suAristóteles. Nunca se le ocurre pensar aesos hombres que, si tiene razón entantas otras cosas, también podría te-nerla en cuanto a la caballería. Quizátampoco se nos ocurre esto a nosotros,que lo hemos estado escuchando nochey día desde que empezó el libro. Pero larazón, en nuestro caso, es algo diferen-te. Su sabiduría, desde hace muchotiempo, ha dejado de parecer incon-gruente con el resto de su ser, cualquie-ra que este resto sea. Nos hemos enca-riñado tan hondamente con su índole,que nos hemos olvidado de juzgarle;hemos perdido en gran parte interéspor su locura. ¡Ojalá que todos loshombres pudieran hablar como él! Esel rey de su mundo, y quizás el rey decualquier mundo imaginable. Cuandole vemos vestirse para cenar, bien en ca-sa de los Duques o en la más humildeventa, sabemos que bajará a dominar lamesa donde otros le esperan tolerantes.Determinando los temas que habrán dediscutirse, no sólo dirigirá, sino que da-rá a la discusión sentido y ornamento.

El tema que más le gusta es el de susqueridos libros de caballerías: ¿eran ver-dad?, ¿son verdad? Y si parecen tan rea-les que nos encanta leerlos, ¿qué signifi-ca este encanto? ¿Es entretenimiento oeducación, es un creer o un hacer creer?Él proseguirá este tema con cualquiera:con el barbero y el cura, con Don Vival-do, con el canónigo de Toledo, con DonDiego y su hijo, o con el canónigo delDuque que está tan seguro de que sóloél se halla en lo cierto. Con el canónigode Toledo la discusión se ramifica hastaincorporar temas tributarios, tales comoel distingo entre poesía e historia y la di-ferencia entre lectores cultos e incultos,pues ambos claman por sus fueros y losmás grandes escritores no tienen con-descendencia con ninguno de ellos. ConDon Lorenzo, el hijo de Don Diego, laconversación versa sobre poesía, arteque el joven ha ejercido hasta ahora con

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poco éxito. Don Quijote, a quien el jo-ven considera loco en los otros temas, leanima a que se crea buen poeta. Y comoel extraño viejo parece conocer muchode ese arte, ¿quién va a saber si halaga ono al autor, de los poemas que le ponedelante? […]

Y con Sancho sostiene también tantola mayoría como los mejores de los colo-

quios. Quizá no esperaba esto Don Qui-jote cuando eligió a su rechoncho vecinopara que fuera su escudero. Podía pensarlo que quisiera del caballo que llamó sucorcel, y lo que la moza aldeana a quienllamaría Dulcinea, así como juzgó bri-llante y nueva la vieja armadura que lle-vaba. Ninguno de ellos levantaría la vozpara refutarle. Pero este escudero sí queiba a hablar. Y, ¿qué es lo que dice? Cier-tamente, Sancho no se parecía, ni podíaparecerse a uno de esos jóvenes rubiosacompañantes de Amadís y de los caba-lleros de su género, que iban soñandosueños apropiados acerca del día en queellos mismos se arrodillaran ante un reyy fueran recibidos dentro de la ordenque reverenciaban; soñando también, ensus delicados corazones, con esbeltasprincesas cuyos nombres llevarían portodo el mundo, llenos de ambición, enlabios amorosos. Sancho no era así, co-mo no lo era tampoco la aldeana conquien se había casado. Sería un fracasoindudable cuando se tratara de palabras;la cuestión estaba en mantenerlo calladoy, de no ser así, habría que educarlo enlos rudimentos de su papel. Pues tendríaque darse cuenta de que representaba unpapel en el mismo sentido, aunque nocon el mismo éxito que su señor. Lo úni-co importante era saber si se le podríainducir a que se lo aprendiera. ¿Lo to-maría en serio, como hacen los buenosactores? El ventero que armó caballeroa Don Quijote no estaba allí para aza-rarlo. Don Quijote no era rey, pero al-guien podía decir que lo fuera y no serdesmentido. Sancho era capaz de des-concertar a su señor a cada momento;quizá seguiría siendo el mismo de siem-pre. Y esto es exactamente lo que hizo

La elocuencia de Don Quijote esúnica en su clase. Ningún otrohéroe ha hablado nunca tan bien, ni con tanta riqueza de expresión. Y esto parecerá raro, porque él quería ser, o parecía ser, uncaballero de armas

Sancho, como todos sabemos. Y por eso,como también sabemos, es por lo que suseñor lo quiere finalmente. Pero antesde llegar a este final hubo momentos depánico. Sancho fue siempre una preocu-pación y una carga. Había que enseñarley recordarle las cosas continuamente. Ymuchas de las conversaciones entre am-bos tienen ese propósito. No siemprenos damos cuenta de que Don Quijotetrata, más que de sostener la ilusión en-tre caballero y escudero, de definir el pa-pel que Sancho desempeña. Don Quijo-te nunca piensa que Sancho ignoraquién es su señor. Sabe que Sancho loconoce, tan bien como conoce al rucioque cabalga. No existe entre los dos fal-sa presunción y no hay mutuo desencan-to, o si lo hay, los dos se divierten a sa-biendas. Y la diversión prueba claramen-te que ni Sancho es tonto, ni DonQuijote loco. […]

Y buena muestra de su calidad es quecada uno de ellos escucha y aprende delotro. Don Quijote, por ejemplo, apren-de a respetar los refranes. Empezó des-preciando la afición que tenía Sancho adarse al vicio común de que otros dije-ran por él lo que él mismo debiera decir.Se ha definido el refrán como la sabidu-ría de muchos y el ingenio de uno; peroeste uno hace tiempo que está muerto ysomos sus esclavos si no podemos hacermás que tomar lo que nos arroja desde elpasado. Don Quijote está demasiado or-gulloso de su propia retórica para cam-biarla por la de un ingenio popular cuyolinaje desconoce. Pero poco a poco se vadando cuenta de que el saber de Sanchoen el campo de los refranes es inmenso.Este pobre hombre sabe millones de di-chos, le rezuman, saltan de él como gui-santes de la vaina, sazonan su habla has-ta volverla en verdad demasiado picante:la madera de su tema se pierde entre lamultitud de árboles ondulantes. Sanchoes un verdadero hijo de España, país no-toriamente rico en decires populares;pero el darse a los refranes ha llegado aser en él, dice su amo, aún peor que unvicio. Es un morbo, una enfermedad delespíritu. Y sin embargo Don Quijotesiente también la fascinación, y se conta-gia por último. Empieza a hacerle lacompetencia a Sancho con docenas demáximas de su propia cosecha. Nuncallegará a la altura de Sancho, aunque tie-ne al “virtuoso” a su lado; ha leído de-masiados libros y se ha perdido en de-masiadas abstracciones. A pesar de todo,

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hace lo que puede, y Sancho está muysatisfecho.

Muy pronto el criado muestra quealgo por lo menos del estilo de su señorse le ha pegado. Se alejan a caballo deaquellos cómicos ambulantes a quienesDon Quijote ha ensalzado como espejosde la vida: “¿no has visto tú representaralguna comedia adonde se introducenreyes, emperadores y pontífices, caba-lleros, damas y otros diversos persona-jes? Uno hace el rufián, otro el embus-tero, éste el mercader, aquél el soldado,otra el simple discreto, otro el enamora-do simple; y acabada la comedia y des-nudándose de los vestidos della, quedantodos los recitantes iguales… Pues lomesmo acontece en la comedia y tratodeste mundo, donde unos hacen los em-peradores, otros los pontífices, y, final-mente, todas cuantas figuras se puedenintroducir en una comedia; pero en lle-gando al fin, que es cuando se acaba lavida, a todos les quita la muerte las ro-pas que los diferenciaban, y quedaniguales en la sepultura.” “Brava compa-ración —dice Sancho— aunque no tannueva, que yo no la haya oído muchas ydiversas veces, como aquella del juegodel ajedrez, que mientras dura el juego,cada pieza tiene su particular oficio; yen acabándose el juego, todas se mez-clan, juntan y barajan, y dan con ellas enuna bolsa, que es como dar con la vidaen la sepultura.” A lo cual Don Quijote,dejando noblemente de lado el notorioataque a su gustada comparación, le re-

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gala un bello elogio. “Cada día, Sancho,te vas haciendo menos simple y más dis-creto.” “Sí, que algo se me ha de pegarde la discreción de vuesa merced —diceSancho, a quien no se puede ganar encortesía—; que las tierras que de suyoson estériles y secas, estercolándolas ycultivándolas vienen a dar buenos fru-tos: quiero decir que la conversación devuesa merced ha sido el estiércol quesobre la estéril tierra de mi seco ingenioha caído; la cultivación, el tiempo que lesirvo y comunico; y con esto espero dedar frutos de mí que sean de bendición,tales que no desdigan ni deslicen de lossenderos de la buena crianza que vues-tra merced ha hecho en el agostado en-tendimiento mío.”

El elogio no deja de tener su malicia,pero así pasa con todo cumplido que sehace entre iguales. El caballero y el es-cudero están muy en camino de unaigualdad más cálida y viva que la de losactores sin disfraces o la de las piezas deajedrez metidas todas en una bolsa, yaun la de amos y criados que comen a lamisma mesa. Son finalmente como unamisma carne. Y si Don Quijote, acep-tando esto, dice que él es la cabeza ySancho el cuerpo, es porque es la únicaforma de guardar el decoro. Nunca ne-gará lo que Sancho le dice al clérigo delos Duques: “Yo me he arrimado a buenseñor, y ha muchos meses que ando ensu compañía, y he de ser otro como él,Dios queriendo; y viva él y viva yo que nia él le faltarán imperios que mandar, ni a

mí ínsulas que gobernar.” Quizá no legustara tanto el principio de un discursoparecido que le dice a la Duquesa, peroaplaudiría la conclusión: “si yo fuera dis-creto, días ha que había de haber dejadoa mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y éstami malandanza; no puedo más, seguirletengo: somos de un mismo lugar; he co-mido su pan; quiérole bien; es agradeci-do; dióme sus pollinos, y, sobre todo, yosoy fiel; y así, es imposible que nos pue-da apartar otro suceso que el de la pala yazadón.” […]

El momento llega, dicho con otraspalabras, en que Don Quijote decide de-jar de representar por completo. El pa-pel de caballero andante nunca ha gusta-do; y el cielo mismo parece indicar queel de pastor no es tan buen papel comouno se figura. No queda otro remediomás que volver a casa, donde según al-gunos debía haberse quedado desde unprincipio. Don Quijote apenas si está deacuerdo con esto, como tampoco lo es-tamos nosotros, que nunca lo habríamosconocido si se hubiera dejado influir porsu sobrina; pero regresa, y la historia seacaba pronto. Vuelve porque ha empe-ñado su palabra. Carrasco le ha alcanza-do otra vez y se las arregla, al batirse acaballo, para que Don Quijote sea derri-bado. Esto es lo que sucede y entoncesdon Quijote se ve obligado a recordarlas condiciones del pacto: de ser venci-do, tenía que volver a su aldea y vivir allíapaciblemente durante todo un año. Lorecuerda y consiente. No se le ocurrehacer otra cosa, ni Carrasco duda de quecumpla su palabra. Un loco podría olvi-darse de haber dado esa palabra; un ma-niaco se retractaría con toda seguridad,en ese momento. Pero Don Quijotevuelve los pasos de Rocinante hacia laaldea, tristemente, desde luego, perocon resolución. Su último acto de caba-llero andante es posiblemente el másverdadero: es fiel a sus votos.

En casa y en cama, pues está muycansado, no muestra disposición algunapara hablar más de caballeros ni de pas-tores. Advierte a su sobrina que se estámuriendo, y pide que le traiga al barbe-ro, al cura y a Carrasco para que oigancómo se retracta de todo. Ellos veníanya de cualquier modo, pues están muypreocupados por su amigo. Pero sus te-mores llegan hasta la consternacióncuando oyen lo que tiene que decir.Nunca ha parecido tan loco como ahora.“Dadme albricias, buenos señores, de

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que ya yo no soy Don Quijote de LaMancha, sino Alonso Quijano, a quienmis costumbres me dieron renombre deBueno. Ya soy enemigo de Amadís deGaula y de toda la infinita caterva de sulinaje; ya me son odiosas todas las histo-rias profanas de la andante caballería; yaconozco mi necedad y el peligro en queme pusieron haberlas leído; ya, por mi-sericordia de Dios, escarmentando encabeza propia, las abomina.” Esto les pa-rece a los tres hombres, que están de pieal lado de la cama, un nuevo y tan gravedelirio, que su instinto les aconseja se-guirle la corriente, así como a los borra-chos se les da más bebida para que secalmen. Carrasco dice que ha oído ru-mores acerca de que Dulcinea está porfin desencantada. A esto, el antiguo ena-morado da una respuesta, tan suave co-mo decisiva, tan dulce como amarga:“Yo, señores, siento que me voy murien-do a toda priesa: déjense burlas aparte, ytráiganme un confesor que me confiesey un escribano que haga mi testamento;que en tales trances como éste no se hade burlar el hombre con el alma.” Es co-mo la respuesta que le da a Sancho,cuando éste entra corriendo unos minu-tos más tarde y acusa a su señor de extre-ma locura: querer morirse cuando toda-vía está vivo. Sancho, llorando a travésde sus valientes palabras, hace todo loque la elocuencia puede para enaltecer lavida pastoril que habían pensado vivir, ydescarta con explicaciones el recientedesastre en el campo, causante de lavuelta a casa de su señor. Es culpa suya,confiesa Sancho, por no haber apretadobien la cincha a Rocinante, y en toda ca-so es una de las muchas desventuras queun verdadero caballero andante debe te-ner previstas. “Señores —interrumpe lavoz de Don Quijote—, vámonos poco apoco, pues ya en los nidos de antaño nohay pájaros hogaño.” Es un refrán muyapropiado para el amigo a quien va diri-gido: el último que uno de los dos pro-nunciará. Y el caballero que lo dice no sequeda esperando contestación. Se saledel libro y fuera del mundo se va.

¿Qué había sido en el libro y qué esahora en el mundo? En el mundo es tan-tas cosas como teorías haya sobre él; ytambién en el libro, pues por mucho cui-dado que se tenga al leerlo, parece comosi él fuera varios hombres, y si es uno so-lo, le sobran ideas y motivos para serlo.Su realidad lo obliga a ser, desde luego,un solo hombre; no hay otro como él en

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el mundo, pero esa misma realidad haceque sea imposible conocer su pensa-miento. ¿Había tratado sólo de divertir-se este viejo aburrido y sin nada que ha-cer? En ese caso se divirtió, escogiendotarde, como Aquiles en su juventud, unavida de gloria por encima de la tranqui-lidad y la paz. Incluso tuvo su gloria; suvida, tal como fue, alcanzó a tener un fi-

nal emocionante. Todo esto suponiendoque se propusiera representar un papelque al final ya no le divertía; así pudo de-cir en sus últimos momentos: “burlasaparte”. Por otro lado, ¿no fue todo másque una pura diversión? ¿Creyó verda-deramente en la utilidad de actuar comocaballero andante? ¿Más que en la utili-dad, en el deber de hacerlo en tiempostan depravados? ¿Se le ocurrió por finque a nadie le importaba lo bien que hi-ciera su papel, pero ni aun que lo hicie-se? Pareció no tener público, o si reuníauno, este público lo era todo menoscomprensivo; le atendía con desdén, di-ciendo una cosa por otra, y en vez deapoyarlo, se burlaba de él; y Don Quijo-te se agotaba en el engaño, al aparentarque no se daba cuenta de todo esto. Elmundo se negaba a divertirse, y queríaseguir siendo como era; Don Quijote sequedaba dentro de sí mismo, solo y ab-surdo como un cómico ambulante aquien nadie paga por sus salidas. O peoraún: ¿y si él era víctima de su papel? ¿Sise le había metido en la sangre dañándo-le el cerebro? Seguramente, no hasta elextremo de creerse distinto del que era,pero sí —y esto sería tan malo como lootro— hasta el punto de pensar que elcielo se podía erigir sobre la tierra, quelas ideas podían tomar formas físicas encarne y hueso, dejando de ser, por lotanto, ideales. Para un hombre de su fe,esto era una blasfemia; por eso quizá re-chaza finalmente las novelas “profanas”y se dedica a los negocios de su alma. Elalma no se pone armadura, no monta ca-ballos ni derriba por tierra a personasinocentes. El alma contempla la perfec-ción en el silencio de la eternidad. Nohace, es.

Don Quijote está demasiadoorgulloso de su propia retórica paracambiarla por la de un ingeniopopular cuyo linaje desconoce. Peropoco a poco se va dando cuenta deque el saber de Sancho en el campode los refranes es inmenso

Cuando Cervantes terminó su libro,estaba dispuesto, sin duda alguna, a quepensáramos de sus héroes alguna de es-tas cosas, o todas juntas. Pero, ¿qué pen-saremos de su autor? ¿Qué suponemosque quería hacer? Lo más probable esque su plan se desarrollara a medida queescribía; pero no podemos probar queasí fuera, y es muy posible que su ideafuera sencilla y completa desde el princi-pio. Pero, ¿cuál era su idea? Si decimosque la de absorber todas las ironías queencontramos en Don Quijote, tal afir-mación parece absurda en sí misma ysuena demasiado solemne. Cervantesnunca parece hablar en serio. Es diverti-do, es ligero, es extraño como la vidamisma; pero nunca escribe con la caralarga que ponen sus críticos. Su héroe esel hombre más solitario de la literatura,y el más escarnecido; pero Cervantes noparece dispuesto a salvarlo. Deja que to-da crítica se dispare contra él, que todoepíteto se amontone sobre su cabeza, sinponerse sentimentalmente a defenderlo.Nosotros nos ponemos sentimentalescon el Caballero de la Triste Figura, pe-ro es que no estamos hechos de acero,del acero de la comedia, como Cervan-tes. La materia del libro ha debido ser lamateria de su propio corazón: un cora-zón que él no exhibía. Llegaremos a laconclusión, y la mayoría así lo hace, deque Don Quijote es el caballero andantemás perfecto que ha existido; en reali-dad, es el único que podemos concebir,pero Cervantes no nos pide que llegue-mos a esta conclusión. Se podría insistiren que Cervantes, en vez de destruir laliteratura caballeresca, la salvó creandola única manera de tratar ese tema demodo que se pueda leer para siempre; yque ésta lo consiguió, dejando que la sá-tira madurase en comedia y lo ridículose disolviera en amor; pero todavía ve-mos a través de los siglos su sonrisa ypodemos preguntarnos hasta qué puntosiente compasión hacia nosotros porqueno podemos dejar su libro en paz. Se po-dría decir que no hay hombre en la lite-ratura o en la vida que honremos y vene-remos más de lo que honramos y vene-ramos al digno amigo de Sancho Panza.Cervantes, sin embargo, no le concedetal honor ni, al menos en presencianuestra, tal veneración. Se limita a darlevida. Quizás esa vida que le infunde sealo que debemos honrar, viéndola consencillez. Y mirándonos entonces uno aotro, debemos sonreír complacidos.

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Muerte, transfiguración y resurrección de Don QuijoteAntonio Rodríguez

El Fondo ha buscado ser siempre un espacio para la reflexión literaria.Hemos tomado este fragmento delQuijote, mensaje oportuno, queapareció en 1985 dentro de lacolección Biblioteca Joven. Aquíescucharemos el lamento por lamuerte, no de Alonso Quijano sino de Don Quijote, que al renegar de su locura lo hace de su condiciónmás valiosa, la que lo hizo trascender su naturaleza humana

Levántese y vámonos

Aparentemente, el libro de Cervantestermina con la más desalentadora nega-ción del heroísmo que un amante de lahumanidad pueda concebir. El idealistaque se armó caballero para ir “por todaslas cuatro partes del mundo buscandolas aventuras, en pro de los menestero-sos” y que de sí mismo tantas veces ha-bía dicho: “Yo soy aquel para quien estánguardados los peligros, las grandes haza-ñas, los valerosos hechos…”, al verse enel umbral de la muerte reniega de la an-dante caballería y considera necedad elpeligro a que se expuso por haber leído“tan odiosas historias”.

Después de haber aceptado volunta-riamente, la “locura” de luchar contralos monstruos y los endriagos que se es-condían detrás de los molinos de viento,el que llamaba bobas a la sobrina y alama, por sus trivialidades, renuncia a susvisiones de iluminado para convertirseen un vecino a secas del pobre cura de al-dea y del barbero, que tanto hicieronpor disuadirlo de sus nobles empeños:“ya no soy Don Quijote de La Mancha—dice en el momento de su conversióna la vulgaridad— sino Alonso Quijano…el Bueno…”, “ya me son odiosas todaslas historias de la andante caballería…”,“yo fui loco —dice Don Quijote ante elllanto de Sancho y el nuestro—, yo fuiloco y ya soy cuerdo”.

Difícilmente se haya escrito en toda

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la historia de la literatura una páginamás amarga y desgarradora que aquellaen la cual Don Quijote pide perdón a suautor por los “dislates” que él, con sus“locas” aventuras, le obligó a escribir:“pidan [a Cervantes]… cuán encarecida-mente ser pueda, perdone la ocasión quesin yo pensarlo le di de haber escritotantos y tan grandes disparates como enella se escriben; porque parto desta vidacon escrúpulo de haberle dado motivopara escribirlos…” No sólo se arrepien-te Alonso Quijano de haber sido Quijo-te: le duele, además, el haber dado moti-vo a que se escribiera el maravilloso li-bro de sus andanzas.

A estas tristísimas palabras de arre-pentimiento, que señalan la muerte espi-ritual del idealista, llama Turgueniev (!)“palabras admirables”. Más aún, Miguelde Unamuno ve en el tránsito del héroe“una muerte ejemplar” porque “merceda ella —según cree— es Don Quijote in-mortal”. Nada nos parece más incon-gruente y negador del quijotismo queconsiderar “inmortal” a Don Quijote poresa su muerte que lo confunde, en la vul-garidad, con los demás mortales de quie-nes él, en la vida, tanto se distinguió.

Don Quijote no alcanza la inmortali-dad por haber “muerto en su lecho… so-segadamente… entre compasiones y lá-grimas de los que allí se hallaron…”, sinopor su vida, ésa sí ejemplar, de caballeroandante que luchó con el valor de susbrazos y el filo de su espada para estable-cer el bien en la tierra. Por la cordura desu agonía es Don Quijote un hombrecomo otro cualquiera; por la locura de suexistencia fue distinto a todos. Don Qui-jote es inmortal por haber sabido ver enla cueva de Montesinos y gracias a su ex-traordinario poder de visionario lo quesólo hombres como él saben ver en “es-curas simas”, y lo es, también, por habersustituido la sensatez de una vida reposa-da por la locura de una existencia sindescanso.

Se equivoca por ello rotundamente elautor de Del sentimiento trágico de la vida

cuando dice que “en la muerte de DonQuijote se reveló el misterio de su vidaquijotesca”, ya que esa muerte, banal, nisiquiera sirve, por el contraste, paraacentuar el relieve de una vida, ya de sítan bien marcado. Se equivoca tambiénel comentador del Quijote cuando diceque la muerte del héroe “fue aún másheroica que su vida”, ya que no hubo enella ni “encumbrado sacrificio”, ni “re-nuncia a la gloria”, sino pérdida de lamaravillosa alucinación que permitió alempozado de la cueva de Montesinosver claramente en la oscuridad lo queotros ni en la más diamantina luz pue-den advertir. Y en grave pecado de con-tradicción incurre el ilustre salmantinoque quería “rescatar el sepulcro de DonQuijote del poder de los bachilleres, cu-ras, barberos, duques y canónigos que lotienen ocupado” cuando pregunta, al fi-nal de su libro: “¿qué si no sueño y vani-dad es todo heroísmo humano, todo es-fuerzo en pro del bien del prójimo, todaayuda a los menesterosos y toda guerra alos opresores?”

“Los sueños —dice con mayor visiónquijotesca León Felipe, el austero poetacastellano que quería cabalgar con DonQuijote en su montura— son la semillade la realidad.” No hay nada, pues, deejemplar, ni de admirable, en las tristísi-mas palabras de Don Quijote ante lamuerte. Su arrepentimiento y abjura-ción son el remate de la deplorable tra-yectoria hacia el abismo que se iniciacon la derrota infligida al noble caballe-ro por el de la Blanca Luna.

Don Quijote había dicho un día: “des-pués que soy caballero andante soy va-liente, comedido, liberal, bien criado,cortés, atrevido, blando, paciente, sufri-dor de trabajos, de prisiones, de encan-tos…”; de igual modo después que dejóde ser campeón del ideal y quiso conver-tirse en el pastor Quijotiz, el antes vale-roso luchador se volvió lo que su sobri-na quería que fuese: un simple hidalgo(arruinado), obediente de los curas dealdea, bueno, apacible, sin curiosidad,

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ayuno de ambiciones e insensible a losentuertos del mundo; es decir, ¡un anti-quijote!

Esta reversión del héroe prometeico aaldeano cuerdo y sin ideales es la másdolorosa y triste de cuantas vicisitudessufrió el caballero. Es su auténtica de-rrota. Pero, con ser desgarradora (¿ha-brá nada más decepcionante y pesimistaque ver a Don Quijote renegar de susideas y arrepentirse de aquellas que noslo hicieron venerable?) no lo es tantocomo para que de ella se alegren los de-fensores de la edad de hierro que el ca-ballero andante quería derrotar.

También Cristo, precursor del profe-ta de La Mancha (Ortega y Gasset llamaal libro de Cervantes “la parodia tristede un Cristo más divino y sereno”), tuvoun minuto de desánimo ante la muerte:—Eloi, eloi lama sabachtani? Dios mío,Dios, ¿por qué me abandonas? —dijocon amargura en la cruz. ¿Cómo no ha-bría de tenerlo el humanísimo Don Qui-jote? Profundas huellas había dejado ensu espíritu la contemplación real y sinencantamientos (libre ya de artificiosasdivinizaciones) de la campesina soez enquien él había puesto los atributos quesu imaginación para ella tejiera. Horri-ble le había sido contemplar a la diosapor él imaginada tal como en realidadera: “carirredonda y chata” y con un olora ajos crudos que le “encalabrinó y ato-sigó el alma”.

No debemos sin embargo olvidar —yen ello reside la grandeza dialéctica deCervantes— que Don Quijote es sólo laparte de un todo. A su lado está Sancho,la otra parte. Y ésta permanece incólu-me. ¡Y si fuera sólo incólume! Habiendotomado de su amo la locura que aquélhabía perdido, Sancho se eleva hacia lascimas desde las cuales, por la ceguera dela agonía, se despeña Don Quijote.

En cierta ocasión el caballero andan-te había dicho a Sancho: “Duerme túque naciste para dormir.” Ahora es el es-cudero quien dice a su antiguo conduc-tor: “Mire, no sea perezoso, sino leván-tese desa cama y vámonos…, quizá trasde alguna mata hallaremos a la señoraDulcinea desencantada.” El Quijote notermina, pues, con el repudio del ideal.El grandioso libro termina, en un clímaxde sinfonía beethoveniana, con un toquede alborada: “¡Levántese y vámonos!”

Además, lo que muere de Don Quijo-te es la parte mortal de su persona, el

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Alonso Quijano que a la hora de la ago-nía vino a recobrar lo que en la “locura”del ingenioso hidalgo de él había desa-parecido. Don Quijote, como encarna-ción de las más hondas aspiraciones delhombre, es inmortal. Lo vemos por elloa nuestro lado desde el fondo de los si-glos hasta hoy. El que muere es Alonso

Difícilmente se haya escrito en todala historia de la literatura una páginamás amarga y desgarradora queaquella en la cual Don Quijote pideperdón a su autor por los “dislates”que él, con sus “locas” aventuras, le obligó a escribir

Quijano, un hidalgo arruinado y hom-bre sin más importancia que la de haberservido de cuna a un personaje que de élnació y de él separó su propia trascen-dente existencia.

Don Quijote, el auténtico, el que li-berta a los galeotes y da categoría deprincesas a las Maritornes, no muere: setransfigura y prolonga en Sancho, quede él nace y por él se engrandece, paradar eternidad a sus “locuras”.

También en esta conclusión, altamentesimbólica, nos da Cervantes una imagenadmirable de la vida. El idealista puedecaer en el camino, agotado por tanto sa-crificio, deshecho por tanto golpe, de-cepcionado por tanta ingratitud, horro-rizado, en suma, por la realidad que élhabía querido ver de otro modo. Perodonde el idealista cae, el pueblo que

Sancho simboliza se yergue y le grita:“¡Levántese y vámonos!”

La historia de las ideas conoce mu-chas claudicaciones, repudios y arrepen-timientos. Hay idealistas que se sumenen el polvo de su debilidad. Desapareceentonces el idealista, pero no se extingueel ideal. Su semilla, imperecedera, va agerminar en el terreno fecundo sobre elcual cayó, y va a reproducirse en nuevosfrutos. Los idealistas son los ojos que,rompiendo la niebla del tiempo, vislum-bran los reinos gloriosos donde los quetienen hambre serán saciados y los im-perios en los cuales los humildes San-chos serán gobernadores o reyes.

Los Quijotes logran ver hermosas vi-siones donde los Sanchos sólo puedenver sapos y culebras, y es gracias a estasvisiones deslumbrantes que es posiblemarchar hacia las “quimeras” que pare-cen “embelecos o cosas soñadas”. Noobstante, los Quijotes sólo con el apoyoactivo de los Sanchos podrán ver sussueños convertidos en realidad.

La idea es la semilla. El pueblo, la tie-rra. Puede la semilla, al caer, aspirar alreposo. Una vez en posesión de ella, latierra no le permite descansar. La trans-forma en árbol, flor y fruto. Al apoderar-se de la idea abstracta, en circunstanciashistóricas adecuadas, el pueblo la trans-forma en instrumento material de ac-ción: en arma con la cual se lanza, impe-tuosamente, a la lucha contra los gigan-tes, los monstruos y los encantadores.

En el momento en que dice: “ya no soyDon Quijote… Yo fui loco y ya soycuerdo”, el Caballero de la Triste Figuradeja de interesarnos. Lo que de él preci-samente nos interesa es la “locura”. DeAlonsos más o menos tontos (Don Qui-jote adquiere ese estado cuando se vuel-ve cuerdo) está el mundo lleno.

Mas en ese crítico momento es cuan-do el libro alcanza plenitud y conquistaCervantes la cima de la creación artísti-ca, porque al matar humanamente a suhéroe lo hace revivir, dialécticamente,en el terreno donde el hidalgo habíasembrado antes sus inquietudes, del mis-mo modo que los aztecas hacían revivira sus guerreros sacrificados en la eterni-dad del sol. Y hacia tal cima caminósiempre Cervantes a lo largo de su libro.

Desde que lanza a Don Quijote hacialos campos de Montiel, no pierde Cer-vantes cuanta oportunidad se le presen-ta para someter a su héroe a las más des-

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piadadas derrotas —y ninguna peor quela de abjuración ante la muerte física—,porque a tales derrotas tenía que condu-cir la descabellada actuación del caballe-

El viaje como aveFernando del Paso

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ro. Pero el Cervantes que hace fracasaren Don Quijote a los impreparados parala acción da eternidad a sus nobles idea-les en el propósito, manifestado por

ntura de la imagin

Sancho, de continuar unas aventurasque sólo terminarán cuando lo de la ín-sula Barataria se convierta en auténticarealidad y no en nueva burla.

ación

Hemos tomado este fragmento deViaje alrededor del Quijote, queapareció el año pasado en nuestraSección de Obras de Lengua yEstudios Literarios. En estas líneas elautor de Palinuro de México ve en elviaje uno de los núcleos de la magnanovela cervantina y explica por qué supropia obra lleva en el título la añeja yemocionante noción del periplo

Y llegamos a Cervantes y a su Don Qui-jote. Ramiro de Maeztu, en su ensayodedicado al Quijote, compara la novelade Cervantes con la epopeya portuguesaOs Lusiadas, única obra, afirma, capaz deparangonarse con ella. En la obra de Ca-moens, afirma Maeztu, “se encuentra laexpresión conjunta del genio hispánicoen su momento de esplendor. Allí estánsu expansión mundial y su religiosidadcaracterística: la divinización de la virtudhumana.” Por esta razón, continúa elcrítico español, “habría que habituarse aconsiderar Os Lusiadas y el Quijote comolas dos partes de un solo libro escrito pordos hombres, a pesar de su disparidadaparente… donde acaban Os Lusiadascomienza Don Quijote”.1 En mi opi-nión, estas dos obras maestras se pare-cen en algo más. Ambas son libros deviajes. Viaja Don Quijote por la geogra-fía de España: La Mancha, Aragón, Ca-taluña, viaja por la historia de su país yde Europa, y viaja también, se extravía,en los laberintos de la locura y, como lohan querido algunos críticos, viaja tam-bién, de regreso, a la cordura.

Y Os Lusiadas, inspirada en la verda-dera expedición a Calicut del navegante

1 Ramiro de Maeztu, Don Quijote, DonJuan y La Celestina. Ensayos de simpatía, Cal-pe, Madrid, 1926, Colección Contemporá-nea, pp. 71 y 72.

portugués Vasco de Gama, es un viajepor mundos fantásticos. Lida de Malkielhace un recuento de algunos de estosportentos. Entre ellos, de la visita a laciudad sumergida, y de la ascensión deVasco de Gama, guiado por la ninfa Te-tis, a la cumbre de un monte, cubierta derubíes y esmeraldas, desde la cual con-templa “el universo tolemaico”2 en mi-niatura. Al mismo tiempo, estas dosobras llevan en sí el germen de su fraca-so. Don Quijote viaja también por unpasado —el de las mejores tradicionescaballerescas—, que nunca habría devolver, y no sólo es vencido y humilladopor el Caballero de la Blanca Luna, sinoque sufre una derrota infinitamente másdolorosa y absurda, que es la que él mis-mo se inflige, al renunciar a seguir sien-do Don Quijote, para volver a ser Alon-so Quijano, en un acto que oscila entreel asesinato artero de un personaje lite-rario, o el suicidio del mismo. Y, los via-jes de Vasco de Gama y de otros ilustresnavegantes portugueses y españoles, alreducir las dimensiones del mundo, co-

mo decíamos, dieron muerte a algunasde las leyendas más bellas, y sobre todomás significativas, que la imaginaciónoccidental había dado a luz. Desde lue-go —y esto sería un tema que valdría lapena tratar aparte—, no hubo nada máspérdidas para occidente. Por ejemplo,en lo que a Portugal concierne, los peri-plos y travesías de sus exploradores se

2 María Rosa Lida de Malkiel, “La visiónde trasmundo en las literaturas hispánicas”,en Howard Rollin Patch, El otro mundo en laliteratura medieval, fce, México, 1956, p. 431.

El libro de Cervantes es asimismo,quizás, un viaje que tiene comopunto de partida la ilusión y comopunto de llegada la desolación

tradujeron en la incorporación a lasconstrucciones portuguesas no sólo deinstrumentos de navegación como brú-julas y astrolabios, o de conchas y cara-coles marinos, sino también de motivosarquitectónicos trasplantados de la Indiay la China, elementos todos que, en suconjunto, florecieron en la gloria del ba-rroco manuelino. […]

Mal podríamos hablar del Quijote co-mo un viaje de la imaginación, sin dedi-carle unas palabras a otras dos obras deCervantes. Una de ellas, a pesar de os-tentar la palabra viaje en su título, nadatiene que ver, en realidad, con moviliza-ción alguna, como no sea por el mundode la mofa. Se trata, desde luego, de Via-je del Parnaso, obra en verso que, comosabemos, compuso Cervantes para bur-larse de un gran número de escritores,escritorzuelos, poetas y poetastros de suépoca y de su España, y al mismo tiempopara expresar su admiración por unoscuantos. La otra obra es Los trabajos dePersiles y Sigismunda, libro por demássingular, el último que salió de la plumadel genial alcalaíno. Basten por ahorados o tres referencias. Una, la de Casal-duero, quien afirma que el viaje del Per-siles nos conduce “de la creación delhombre hasta la Roma Santa”.3 Otra, lade Basanta,4 quien nos recuerda que enel Persiles Cervantes emplea como esque-leto de la obra la idea de la novela bizan-tina de un largo viaje en el que se con-funden espacios reales y fantásticos. Pe-ro… ¿se confunden? Lida de Malkiel nosindica que “un extraño rasgo del Persileses, precisamente, cierta ansia morbosa de

3 Joaquín Casalduero, “El desarrollo de laobra de Cervantes”, en George Haley,comp., El Quijote de Cervantes, Taurus, Ma-drid, 1989 (1ª reimp.), p. 43.

4 Ángel Basanta, Cervantes y la creación dela novela moderna, Anaya, Madrid, p. 73.

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acumular visiones mágicas y milagros, yfatigarse luego por exhibir sus resortesracionales y ortodoxos”.5 […]

El libro de Cervantes es asimismo,quizás, un viaje que tiene como punto departida la ilusión y como punto de llega-da la desolación, si estamos de acuerdocon Harry Levin quien afirma que, des-pués de Montesinos, cada capítulo es unaestación en el peregrinaje del desencanto.De cualquier manera, y en cierta medida,toda obra de ficción: novela, cuento oteatro, implica un desplazamiento por eltiempo y por el espacio, tanto del autorcomo de sus lectores. El viaje de cada lec-tor será distinto según su capacidad devuelo, su deseo de volar, y su concentra-ción. Y el autor, será su único y exclusivoguía. Es decir, habrá tantos autores dife-rentes como lectores que los sigan.

En el caso de Don Quijote hay variosviajes reales concretos, y otros que loson etéreos, intangibles. El viaje real, ensí, es un magnífico pretexto, un instru-mento precioso como hilo conductor depaisajes y personajes. “Desde el remotoejemplo de la Odisea —nos dice Torren-te Ballester—, la narración de aventurasresulta de la combinación de dos ele-mentos estructurantes: un caminante, yel azar, de tal suerte organizados que,siendo uno el caminante, sean muchoslos azares […] el enlace entre una aven-tura y otra, viene dado por el ‘camino’.”6

Otro gran hallazgo de Cervantes —quien, como nos recuerda Azorín, habíatenido siempre la obsesión de los cami-nos, él, peregrino toda su vida— fue elhacer viajar a Don Quijote por el cam-po, por despoblado, por “las afueras dela sociedad”, lo que constituyó, como di-ce Américo Castro, “el gran giro litera-rio”7 y, como otros muchos han dicho,lo que hizo posible varias de las aventu-ras de Don Quijote, que hubieran sidoirrealizables, o tenido un desenlace, undesentuerto muy diferente y en generalnefasto, de suceder en una población.

Por ejemplo, si el caballero hubieraliberado a los galeotes en una ciudad,habría sido enviado en un santiamén a lacárcel. Esto es, precisamente, lo que le

5 Lida de Malkiel, op. cit., p. 419.6 Gonzalo Torrente Ballester, El Quijote

como juego y otros trabajos críticos, Destino,Madrid, 1984, Destinolibro 208, p. 15.

7 Américo Castro, Hacia Cervantes, Tau-rus, Madrid, 1967 (3ª ed. considerablementerenovada), p. 349, nota 1.

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sucede al Don Quijote de Avellaneda enuno de los primeros capítulos del librocuando, en Zaragoza, intenta liberar aun hombre que azotan por ladrón y queexhiben por las calles: Avellaneda noaprendió la lección de Cervantes. Y elpropio Cervantes comete un desacato alllevar a su personaje, hacia el final de la

obra, a Barcelona: es en la ciudad dondela burla del personaje se hace más cruen-ta que nunca, por varios motivos.

En su mayoría, las desventuras del ca-ballero tuvieron pocos testigos. Son ex-cepciones las urdidas por los Duques, pe-ro el auditorio, integrado a la burla, esta-ba aleccionado: tenía que convencer aDon Quijote de su calidad caballeresca.Pero en Barcelona, el caballero es, en másde una ocasión, escarnio de una multitudsin rostros: Don Quijote es expuesto a lairrisión del mundo: su locura y su ridicu-lez quedan a la intemperie primero,cuando los muchachos les alzan las colasa Rocinante y al rucio de Sancho, paraencajarles en el ojo del culo, como diríaQuevedo, sendos manojos de aliagas,plantas espinosas que alborotaron a lospobres animales, de modo que, como serecordará, con sus corcovos dieron consus dueños en tierra. La segunda vez escuando los caballeros amigos de Don An-tonio le cosieron en las espaldas un per-gamino donde decía “Éste es Don Quijo-te de La Mancha”, rótulo que provoca lasagrias imprecaciones de un castellano queno lo baja de loco y mentecato. Se recor-dará que en el libro de Avellaneda, en lasjustas de la ciudad de Zaragoza, ÁlvaroTarfe, quien desfila junto a Don Quijote,lleva en su escudo una leyenda que se re-fiere al caballero como “príncipe de losorates”. No veo una gran diferencia entrelos dos episodios. Cervantes no aprendióla lección de Avellaneda. Por otra parte,ni Cervantes ni Don Quijote pensaronque en aquella multitud, aparte de losanalfabetas que ni de oídas conocían aQuijote alguno, habría sin duda lectoresno sólo del Quijote auténtico, sino tam-bién del Quijote apócrifo. ¿Para qué

Sólo quiero acercarme al Quijote,como lo haría un meteoro, viajaralrededor de él, varias veces, yregresar después, alejarme yolvidarme de él […] Apenas si esnecesario advertir que se trata delviaje de un solitario. De missoledades vengo, a mis soledades voy

arriesgarse entonces a ser confundidocon el Quijote de Avellaneda a su paso porlas calles de Barcelona? […]

No parece tener intención alguna deoriginalidad el haber dado por título a es-te libro Viaje alrededor del Quijote, no sólopor lo manida que está la idea del viaje,sino porque además hay varias obras cu-yos títulos incluyen la palabra alrededor,como Viaje a la Luna y alrededor de la Lu-na de Julio Verne, Viaje alrededor de micuarto de Xavier de Maistre y Viaje alrede-dor de mi cráneo de Frigyes Karinthy. Porotra parte, en la Memoria del X ColoquioCervantino Internacional celebrado en1998 en la ciudad mexicana de Guanajua-to, me encontré una ponencia de ÁngelGonzález titulada Viaje por los alrededoresde Don Quijote de La Mancha. Esta coinci-dencia, por demás previsible, no me hizocambiar el nombre de mi libro, ya quedos años antes, en 1996, yo había comen-zado a dictar en El Colegio Nacional —de México— una serie de conferenciasenglobadas, todas, bajo ese mismo título,Viaje alrededor de “El Quijote”.

Tengo la convicción de que se trata, almenos, de un título honesto y, creo, exac-to, y no sólo por su falta de pretensiones.Para mí, la aventura de escribir sobre elQuijote es un viaje en la medida en que esun acercamiento a esta obra maravillosa.Como acercamiento, me permitirá, meha permitido ya, verla mejor, descubrirbellezas, honduras y enigmas insospecha-dos para mí hasta ahora, y por lo mismome ha permitido también aprender aamarla mejor. Acudo de nuevo a la com-paración de el Quijote como un sol cuyainmensa luminosidad no ciega, sino queguía, enseña, divierte, y alumbra el alma yel entendimiento. Alrededor de este as-tro, decía, giran numerosos planetas, al-gunos muy grandes y muy bellos, otros,de dimensiones y alcances modestos. Nopretendo instalarme en este majestuososistema planetario, quizás el más nutridoy abigarrado de la galaxia de Gutenberg.Sólo quiero acercarme al Quijote, como loharía un meteoro, viajar alrededor de él,varias veces, y regresar después, alejarmey olvidarme de él sin necesidad de leer lasinstrucciones de Fernando Savater: elalejamiento y el olvido serán inevitablesporque algún día otras voces y otros ám-bitos reclamarán mi atención y mi amor,mi entrega. Apenas si es necesario adver-tir que se trata del viaje de un solitario.De mis soledades vengo, a mis soledadesvoy.

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El éxito inicial del QuijoteJaime Moll

és cto

También los clásicos comenzaron desde pequeños. Los festejos por el cuarto centenario de la aparición de la primera parte del Quijote no deben hacernos olvidar su pausado y azaroso arranque. Este artículo revisa los primeros pasos editoriales, no siempre dados por impresores legítimos, de una obra que habría de convertirse en pieza suculenta de los comerciantes de libros

¿Fue una obra de éxito el Quijote? La respuesta a esta pregun-ta, la primera respuesta que daríamos, sin previo análisis, esafirmativa: respuesta global a cuatro siglos de reediciones. Sipretendemos limitarla a un periodo más reducido y próximo alinicio de tan largo andar, habrá que matizar la rotunda afirma-ción y tener en cuenta que del Quijote se publicaron dos partes,separadas sus primeras ediciones por un decenio. En la segun-da parte, Cervantes pone en boca del bachiller Sansón Carras-co, refiriéndose a la primera: “Es tan verdad, señor, dixo San-són, que tengo para mi que el día de oy están impresos más dedoze mil libros de la tal historia, sino dígalo Portugal, Barcelo-na y Valencia, donde se han impreso, y aún ay fama, que se es-tá imprimiendo en Amberes…”1

¿Son datos fiables o generalizaciones derivadas de lo quehabitualmente sucedía? Doce mil libros, si consideramos latirada más habitual, que era una jornada o sea mil quinientosejemplares, representan ocho ediciones. Por otra parte, cono-cemos ediciones anteriores a 1615 de Lisboa y Valencia, perono de Barcelona, y la edición flamenca no fue de Amberes si-no de Bruselas. Más que un testimonio totalmente fiel de unarealidad, hemos de considerar estas afirmaciones como refle-jo de un ambiente, de lo que sucedía con las obras de granéxito. Ello podía beneficiar al buen nombre del autor, al am-pliar la difusión de su obra en ediciones hechas en otros rei-nos, pero no su economía ni la del edi-tor, que había comprado el privilegiopara los reinos de Castilla y veía cómoeditores de otros reinos, hispánicos ono, se beneficiaban de las reediciones,sin el coste inicial, por reducido quefuese, de lo que él había pagado al au-tor. Su edición tenía incluso que com-petir en su propio mercado natural conestas ediciones foráneas. Es precisa-mente en 1616 cuando dieciséis libreros y un impresor sequejan ante el Consejo de Castilla por la competencia que leshacen las ediciones contrahechas y la entrada en los reinos deCastilla de libros impresos en otros reinos de los que existeedición castellana.2

¿Fue una obra de La primera respuesin previo análisis,respuesta global areediciones. Si prelimitarla a un periy próximo al inicioandar, habrá que m

1 Capítulo iii.2 Jaime Moll, Aspectos de la librería madrileña en el siglo de oro, Ma-

drid, Comunidad de Madrid, 1985, p. 27.

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Francisco de Robles continúa la relación editorial con Cer-vantes que su padre, Blas de Robles, había iniciado en 1585 aleditarle La Galatea, y decide publicar la primera parte del Qui-jote. La corte real está en Valladolid, donde es solicitado el co-rrespondiente privilegio para los reinos de Castilla, firmadopor el rey el 26 de septiembre de 1604. Impreso en Madrid eltexto de la obra, el corrector general, Francisco Murcia de laLlana da, el 1 de diciembre, la certificación de que lo impresocoincide con el original manuscrito al que el Consejo de Cas-tilla había dado licencia y que un escribano del mismo habíarubricado hoja a hoja. De nuevo en Valladolid el expediente,Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del rey, al servi-cio del Consejo de Castilla, certifica que sus miembros han ta-sado el libro sin encuadernar a tres maravedíes y medio cadapliego, firmándolo el 20 de diciembre de 1604. Llegada la cer-tificación a Madrid, se imprimen la portada y los preliminares,para iniciar la distribución y venta del libro a principios de1605, fecha de la portada.

La primera parte del Quijote obtuvo en 1605 un gran éxitoen Madrid que se extendió a otros reinos. La primera ediciónse agotó rápidamente y Francisco de Robles encargó su reedi-ción a la imprenta de la viuda de Pedro Madrigal, María Ro-dríguez de Ribalde, que regentaba Juan de la Cuesta. Ante elacoso del editor, Juan de la Cuesta tuvo que encargar a la Im-prenta Real la impresión de cinco cuadernos para poder acele-rar su terminación.3

Francisco de Robles, al ver el rápido éxito de este libro, ha-bía previsoramente completado el privilegio para los reinos deCastilla solicitando el correspondiente al reino de Portugal,que firmó el rey el 9 de febrero de 1605. Sin embargo, dos edi-ciones se publicaron en Portugal poco después de su conce-sión. Es de suponer que sus editores desconocían la existenciade un privilegio concedido a Cervantes, ya que es difícil creerque, no una sino dos personas, hubiesen hecho caso omiso del

mismo. El interés en editar la obra, anteel éxito que obtenía y las previsibles ga-nancias, podría haber dado lugar al in-tento de lograr un acuerdo con Francis-co de Robles, cesionario del privilegio, oa la solución, no por ilegal menos habi-tual, de la edición contrahecha. Ante lafalta de efectividad de su previsión,Francisco de Robles inició una serie deactuaciones. El 11 de abril de 1605, en

Valladolid, ante el escribano Tomás de Baeza, Cervantes, quedijo tener privilegios para los reinos de Portugal, Aragón, Va-lencia y Cataluña, dados por su majestad y por sus virreyes, diopoder a Francisco de Robles para hacer “todos los autos e dili-gençias y pedimientos, que sean necesarios y que quisiere ha-

xito el Quijote?ta que daríamos,es afirmativa:uatro siglos deendemosdo más reducidode tan largoatizarla

3 Son los cuadernos Mm a Qq, como ha señalado R. M. Flores,The Compositors of the First and Second Madrid Editions of “Don Quijo-te”, Londres, 1975, parte i, pp. 41-68.

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zer, para ynpedir que no se ynprima nibenda el dicho libro sin su orden y con-sentymyento, y si él quisiere hacerle yn-primir e bender e hazer qualequier con-çiertos e cosas que quisiere e por bientuviere, lo qual balga e sea tan firme,bastante e valedero como si él mismo lohiziera siendo presente… por raçón queal dicho Francisco de Robles le pertene-cen los dichos prebilegios y son suyospor conçierto que con él tien hecho y sulabor le tiene pagado”.4 Completandoeste poder, Cervantes, que tenía noticiade “que algunas personas en el dichoreyno de Portugal an ympreso o quierenymprimir el dicho libro sin tener, comono tienen, para ello poder ni liçenciamía, contrabiniendo el dicho previle-gio”, otorgó el día siguiente nuevos po-deres a su editor, Francisco de Robles, allicenciado Diego de Alfaya, capellán desu majestad, y a Francisco de Mar, losdos últimos residentes en Lisboa, paraque “se puedan querellar y acusar crimi-nalmente o en la mejor bía y forma que de derecho lugar aya,de la persona o personas que sin el dicho mi poder an ympre-so o ymprimieren el dicho libro en qualesquier partes destosreynos de Castilla y en el de la Corona de Portugal”.5 Ignora-mos la eficacia de las gestiones emprendidas.

La primera edición lisboeta fue impresa por Jorge Rodrí-guez, con aprobación de 26 de febrero y licencia del 1 de mar-zo de 1605, de la que existen dos estados. Con aprobación del27 de marzo y licencia del 29 del mismo mes de 1605, PedroCrasbeeck imprimió la segunda edición.

En la portada de la reedición de Madrid, de 1605, se dice:“Con privilegio de Castilla, Aragón y Portugal.” En los prelimi-nares, además de publicar el privilegio para los reinos de Casti-lla, que ya figuraba en la primera edición, se imprime el ya cita-do privilegio para el reino de Portugal, sin que se inserte el pri-vilegio para los reinos de Aragón. No hay constancia de unprivilegio para todos los reinos de la Corona de Aragón en loscorrespondientes registros de su Consejo.6 En el poder antes ci-tado de 11 de abril, se mencionan privilegios para los reinos deAragón, Valencia y Cataluña concedidos por los virreyes ennombre del rey. No hay constancia documental de un privilegiopara el principado de Cataluña7 y desconocemos si se concediópara el reino de Aragón. En cambio, sabemos que el 9 de febre-ro de 1605 el virrey de Valencia concedió a Cervantes, a peticiónde su procurador Melchior Valenciano de Mendiolasa, privilegio

4 Narciso Alonso Cortés, Casos cervantinos que tocan a Valladolid,Madrid, 1916, pp. 155-156.

5 Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervan-tes Saavedra, tomo v, Madrid, 1953, pp. 624-627, con facsímil. Dadoa conocer anteriormente por Cristóbal Pérez Pastor, Documentos cer-vantinos hasta ahora inéditos, Madrid, 1897, pp. 141-144.

6 José Ma. Madurell Marimón, “Licencias reales para la impresióny venta de libros (1519-1705)”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Mu-seos, lxxii (1964-1965), pp. 111-248.

7 No figura en el trabajo de Madurell citado en la nota anterior.

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real por diez años para el reino de Valen-cia.8 A pesar de ello, sin duda descono-ciéndolo,9 el mercader de libros JusepeFerrer hace imprimir a Pedro PatricioMey una edición, con aprobación del 18de julio de 1605. Con los mismos datosconocemos dos ediciones, aunque hay in-dicios para suponer que una de ellas esreedición de 1616, al publicarse la segun-da parte. Jusepe Ferrer podía haber llega-do a un acuerdo con Francisco de Robles,pero en este caso figuraría el privilegiopara el reino de Valencia y su cesión, porlo que nos encontramos, desde un puntode vista legal, con una edición pirata.Confirma la realización al margen deFrancisco de Robles el poder que dio aFrancisco de Mondragón, secretario delmarqués de Villamisar, virrey de Valen-cia, “para que en mi nombre y del dichoMiguel de Cerbantes, de quien soy tal ce-sonario, pueda en la dicha ciudad de Be-lencia y en otras partes de aquel reynoponer ynpedimento e contradiçión con-

tra qualesquier personas que ynprimieren o vendieren el dicholibro”.10 De nuevo ignoramos los resultados obtenidos por elprocurador de Francisco de Robles.

A estas cinco ediciones de 1605, hemos de añadir la que sepublicó en 1607 en Bruselas, por Roger Velpius. Excepto laedición lisboeta de Jorge Rodríguez, que es en cuarto como lasmadrileñas, las demás ediciones señaladas son en octavo. Se haintentado abaratar su coste, reduciendo el formato y el cuerpode la letra para disminuir el número de pliegos.

¿Cuál es la situación en Madrid? ¿Se vendió bien la segundaedición de la primera parte, como se había vendido la primera,agotada en pocos meses? Aunque probablemente su venta nosería tan rápida, el 17 de noviembre de 1607, en el inventariode bienes y capital que el librero Francisco Robles aportaba asu matrimonio con Crispina Juberto,11 no figura ningún ejem-plar del Quijote, tanto entre los libros encuadernados —hubie-se podido tener algún ejemplar de segunda mano— como enlos en papel. La segunda edición se había agotado, por lo quesu editor lanza una nueva edición en 1608, con la fe de erratasde 25 de junio.

De Milán es una edición de 1610, por el heredero de PedroMártir Locarni y Juan Bautista Bidello, y en 1611, Roger Vel-pius y Huberto Antonio publican en Bruselas la segunda edi-ción hecha en dicha ciudad.

8 Francisco Martínez y Martínez, Melchor Valenciano de Mendiola-za, jurado de Valencia y procurador de Miguel de Cervantes Saavedra, Bar-tolomé y Lupercio Leonardo de Argensola y general de la Duquesa de Villa-Hermosa. Notas biográficas, Valencia, 1917, p. 99.

9 En estos casos, de privilegios concedidos y no impresos en los pre-liminares de los correspondientes libros, se nos plantea un problema:¿Cómo podían conocer los editores su existencia? En algún caso, elpropietario del privilegio lo da a conocer oficialmente a los libreros eimpresores que editaban libros, mediante lo que se llamaba una intima.

10 Narciso Alonso Cortés, op. cit., pp. 154-159.11 ahp, 2442, fol. 787r-800v.

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De 1615 es la primera edición de la segunda parte, única-mente con privilegio real para los reinos de Castilla. Extrañaque Francisco de Robles no solicitase otros privilegios. Dosaños antes, para las Novelas ejemplares, había solicitado, ademásdel correspondiente a los reinos de Castilla, privilegio para losreinos de la Corona de Aragón. Las relaciones con Cervantesno debían ser ya muy cordiales, pues en este mismo año cambiael escritor de editor, publicando sus Comedias el también merca-der de libros Juan de Villarroel. Del 30 de marzo es el privile-gio para la segunda parte del Quijote, que no salió a la venta si-no hasta después del 21 de octubre, fecha de la tasa. El 25 de ju-lio obtuvo Cervantes el privilegio para las Comedias. Impresaspor la viuda de Alonso Martín, la tasa es del 22 de septiembre,anticipándose su venta a la de la segunda parte del Quijote.

La aparición de la segunda parte parece un momento pro-picio para la reedición de la primera. La realidad fue otra, loque exige, para conocer la causa de este hecho, un detalladoanálisis, realizado por centros editoriales en los que se habíaeditado la primera parte. Francisco de Robles aún tenía ejem-plares de su reedición de 1608, que podían venderse con la se-gunda parte de 1615. Ocho años después, en 1623, todavía nose había agotado la reedición de 1608. En la partición de losbienes entre sus herederos, realizada en dicho año, encontra-mos entre los libros en cuarto, encuadernados, que se hallabanen la tienda, tres ejemplares de las partes i y ii, a diez reales losdos volúmenes, y un ejemplar de la primera parte, a cinco rea-les. Entre los libros en papel, en este caso el fondo editorial queconservaba, figuran 145 ejemplares de la primera parte, a 4reales, y 366 de la segunda parte, también a 4 reales.12 El éxi-to de la primera edición de la primera parte, que había obliga-

12 ahp, 5000, fol. 1387v y 1375r. El inventario ha sido publicadopor Jean Michel Laspéras, “El fondo de librería de Francisco de Ro-bles, editor de Cervantes”, en Cuadernos Bibliográficos, xxxviii (1979),pp. 107-138.

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do a reeditar la obra el mismo año, ya se había reducido, pueshasta 1608 no hubo necesidad de nueva reedición, de la quequince años después todavía quedaban 145 ejemplares. La se-gunda parte tuvo un éxito considerablemente menor, puesocho años después quedaban 366 ejemplares. Hasta 1637 no sereeditó el Quijote en Madrid.

¿Qué pasó en las otras ciudades? En Bruselas, Huberto An-tonio edita en 1616 la segunda parte. Debía tener ejemplaresde la edición de 1611 de la primera, pues no es sino hasta el añosiguiente cuando la reedita. Hasta 1662 no se volverán a editaren Bruselas las dos partes, por Juan Mommaret, primera edi-ción castellana con láminas.

En Valencia, el librero Roque Sonzonio publica en 1616,impresa por Pedro Patricio Mey, la segunda parte. Parece queno se reedita la primera; sin embargo, es muy posible que unade las dos ediciones de 1605, la que presenta en la portada ungrabado de caballero igual al que figura en la segunda parte, nosea de 1605, como expresa la portada, sino una reedición hechaen 1616, para vender las dos partes conjuntamente.

En Lisboa, Jorge Rodríguez publica en 1617 la segundaparte, en cuarto. Es probable que le quedasen ejemplares de suedición de 1605 de la primera parte, a los que cambió el primermedio pliego, para igualar el grabado de la portada —dos ca-balleros luchando— de las dos partes, aunque conservó la fe-cha de 1605. En Milán no se publicó la segunda parte.

Las dos partes del Quijote, por lo menos de una manera ex-plícita, si se acepta la hipótesis sobre la edición valenciana, nose editan al mismo tiempo sino hasta 1617, en Barcelona. Loslibreros Miguel Gracián, Juan Simón y Rafael Vives son loscoeditores. La primera parte fue impresa por Bautista Sorita yla segunda por Sebastián Matevad, en emisiones distintas, unapara cada editor.13 La elección de dos impresores nos indica elinterés en la rapidez de su impresión. Los mismos libreros pu-blicaron, también en 1617, una edición del Persiles, impresapor Bautista Sorita. El Quijote era desde 1615 una obra en dospartes. En Barcelona no se había editado la primera, por lo quesu edición debía abarcar las dos al mismo tiempo. En los otroscentros editoriales —queda el problema de Valencia—, debidoa la existencia de ejemplares de ediciones anteriores de la pri-mera parte, la segunda se editó aisladamente.

Como ya hemos señalado, en Madrid no se vuelve a editarel Quijote sino hasta 1637 y en Bruselas hasta 1662. Para en-contrar una nueva edición barcelonesa hemos de llegar a 1704.De Lisboa y Valencia no hay más ediciones en el siglo xvii quelas consignadas anteriormente. Las reediciones en castellano sesuceden espaciadamente hasta que, avanzado el siglo xviii, elQuijote pasa a ser una obra de surtido, reeditada muy frecuen-temente.

Ese artículo fue publicado en De la imprenta al lector. Estudios so-bre el libro español de los siglos XVI al XVIII, Madrid, Arco/Libros,1994, en la colección Instrumenta Bibliológica. Agradecemos alos editores las facilidades para su reproducción en La Gaceta.

13 ¿Intervino como coeditor el impresor de la segunda parte, Se-bastián Matevad? En el ejemplar de la segunda parte, bn, Cerv. Sedó,8666, no figura el nombre de ninguno de los tres libreros y el del im-presor se presenta debajo de un filete, como se encuentra el editor enlas otras emisiones. Es preciso localizar, si existe, un ejemplar parale-lo de la primera parte.

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El Quijote, de la imprenta a la mascaradaBlanca L. de Mariscal y Judith Farré

Exitoso desde el punto de vistacomercial, el Quijote conquistó laimaginación popular: sus personajespronto fueron arquetipos apreciadospor la sociedad, con vida propia. Laobra de Cervantes puede verse porello como ejemplo del proceso deapropiación por parte de los lectores,lo que se analiza en este artículo

El trabajo en la Biblioteca Cervantinacon el corpus de ediciones del Quijote dela Colección Carlos Prieto nos permitiósacar algunas conclusiones inmediatas.Lo primero que se hizo evidente fue lavertiginosa rapidez con la que las edicio-nes iban apareciendo en muy diversosespacios geográficos. Manuel Henrichnos confirma que, en un contexto másamplio, podemos identificar la existenciade al menos 28 ediciones en el siglo xviiy 33 en el siglo xviii, que van saliendoprogresivamente de las prensas, lo mis-mo en Madrid que en Lisboa, en Valen-cia que en Barcelona o los Países Bajos:Bruselas, Amberes y La Haya.1 Ademásde la variedad de lugares de edición y delnúmero de las impresiones, podemosobservar que en estos dos primeros si-glos existen, junto a las publicadas encastellano, traducciones al holandés, alinglés, al francés y al italiano. Resultaevidente que si las ediciones se multipli-caban, cada una de ellas con característi-cas propias que las distinguen de las de-más, es porque estaban destinadas a di-ferentes públicos, cuyas prácticas delectura eran también diversas. Todo elloconfirma la acogida que tuvo el libro en-tre sus múltiples lectores, por lo que su

1 Cf. Manuel Henrich, Iconografía de lasediciones del Quijote, Barcelona, Henrich,1905. El autor considera que debe haberexistido un número considerable de edicio-nes de las que no hemos tenido noticia yaque debido al uso que se les daba no llegarona conservarse hasta nuestros días. En la Co-lección Carlos Prieto del Tecnológico deMonterrey se conservan 38 de las 61 edicio-nes consignadas por Henrich para los siglosxvii y xviii.

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aspecto material responde a las distintasnecesidades de éstos. En este punto nopodemos menos que recordar el postu-lado expuesto por Roger Chartier, quenos obliga a reflexionar sobre el comple-jo proceso de elaboración de un libro ylos diversos actores involucrados en elacto de la emisión: “Los autores no es-criben libros, escriben textos que luegose convierten en objetos impresos. Ladiferencia, que es justamente el espacioen el cual se construye el sentido, fue amenudo olvidada, no sólo por la historialiteraria clásica que piensa la obra en símisma, como un texto abstracto cuyasformas tipográficas no importan, sinotambién por la Rezeptionsästhetik quepostula […] una relación pura e inme-diata con los “signos” emitidos por eltexto (que juegan con las convencionesliterarias aceptadas) y el “horizonte deexpectativas” del público al que están di-rigidos. En dicha perspectiva el “efectoproducido” no depende de las formasmateriales que son soporte del texto. Sinembargo ellas también contribuyen ple-namente a dar forma a las anticipacionesdel lector con respecto al texto y a atraerpúblicos nuevos o usos inéditos.”2

El fenómeno cervantino aglutina unaserie de factores que resulta interesanteprecisar. Por una parte, encontramos elgran éxito editorial de la obra de Cer-vantes, que lleva a los editores a publicartextos que significan una venta segura;por otra, podemos observar que lasprácticas de la lectura se encuentran enun proceso de cambio, y que estas nue-vas formas de relacionarse con los librosestán exigiendo, a su vez, nuevas presen-taciones que se adapten a las necesidadesde los múltiples lectores. La evoluciónque se da en las prácticas de la escrituray la lectura entre los siglos xvi y xviii hasido ampliamente tratada por Michel deCerteau y por Chartier;3 ambos autores

2 Roger Chartier, El mundo como represen-tación. Historia cultural, entre práctica y repre-sentación, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 111.

3 Cf. Michel de Certeau, La invención de locotidiano, t. 1, México, Universidad Iberoa-mericana, 1996, y Roger Chartier, “Las

destacan la forma en que los receptoresde este periodo entraban en contactocon el texto, ya que se trata de una etapade transición en la que “se generalizauna aptitud a la lectura que no exige yala oralización del texto leído para asegu-rar su comprensión; la lectura en voz al-ta ya no es una necesidad para el lector,sino una práctica de sociabilidad, en cir-cunstancias y finalidades múltiples.”4

Entre los siglos xvi y xviii la capaci-dad para la lectura en solitario, silencio-sa, se fue ampliando cada vez más. Char-tier identifica este nuevo universo delectores a partir del análisis de dos fuen-tes: una de ellas es el porcentaje de per-sonas capaces de firmar en diversos cor-pus de documentos oficiales; la otra es elincremento del número de quienes po-seen libros en sus casas. El primer indi-cador, para el caso de Castilla la Nueva,lo toma del tribunal de la Inquisición deToledo en donde identifica que, entre1515 y 1700, son capaces de firmar 54por ciento de los involucrados en los di-ferentes casos, mientras que entre 1751y 1817 son capaces de firmar 76 porciento de los comparecientes —estas ci-fras contemplan tanto a los testigos co-mo a los acusados—.5 El autor infiere susegundo indicador de los inventariosque se levantaban a raíz de una muerte y,aunque es consciente de que se trata de

prácticas de lo escrito”, en Historia de la vidaprivada. Del renacimiento a la ilustración, t. 3,Madrid, Taurus, 1989, y El mundo como repre-sentación, op. cit.

4 Roger Chartier, “Ocio y sociabilidad: lalectura en voz alta en la Europa moderna”,en El mundo como representación, op. cit., p.122.

5 En el mismo artículo Chartier nos pro-porciona los porcentajes de lectores para di-versas partes de Europa, y haciendo una ge-neralización podríamos decir que a media-dos del siglo xvi los firmantes estudiados seencuentran alrededor de 30 por ciento,mientras que para mediados del xvii la cifraaumenta considerablemente, con un prome-dio aproximado de 70 por ciento, del cual al-rededor de 27 por ciento serían mujeres. Cf.Chartier, “Las prácticas de lo escrito”, op.cit., pp. 113-117.

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documentos imperfectos, considera quepodemos extraer de ellos datos globales,que al menos, permiten esbozar el uni-verso de los lectores. Este público lector,cada vez más extendido, empieza a des-plegar nuevas formas de apropiación,tanto del libro como del texto. De estasnuevas prácticas, la que llegaría a tenermayor trascendencia en la formación delindividuo de la sociedad moderna es lapráctica de la lectura en solitario, la lec-tura en voz baja que implica además unproceso personal de reflexión frente altexto leído: “Esta ‘privatización’ de lapráctica de la lectura es indiscutible-mente una de las principales evolucionesculturales de la modernidad. Por tanto,es preciso que identifiquemos las condi-ciones en que se hace posible. La prime-ra es la que se refiere a la difusión de unacompetencia nueva, la que permite queel individuo lea sin tener que expresarseoralmente.”6

En el caso particular de los dos pri-meros siglos de ediciones cervantinas, lamultiplicación de las ediciones y las di-versas presentaciones de las mismas in-dican claramente esta ampliación delpúblico lector y esta nueva forma de re-lacionarse con el libro de la que hablaChartier. El mismo texto de Cervantesya explicita esta transición entre la lectu-ra pública, en voz alta, y la lectura priva-da, que se hace en reclusión y en los es-pacios reservados para la intimidad. Porun lado, aparece un protagonista que sepasa leyendo “las noches de claro en cla-ro y los días de turbio en turbio” y unprólogo destinado a “el desocupado lec-tor” (véase “Los discretos prólogos delQuijote”, de Aurora Egido, en Cuatro-cientos años del Ingenioso Hidalgo). Comocontrapartida, también se hace alusión ala lectura socializada, cuando, por ejem-plo, los personajes de la venta expresanel contento que les produce escucharleer durante la época de la siega, para loque se congregan alrededor del lector“más de treinta” (i, 32 y 33), e incluso sereproduce el acto mismo de la lectura,por medio de la que el cura hace de lanovela del Curioso impertinente.

Pero no son sólo estas referencias in-tratextuales a la lectura en las que quere-mos centrar la atención, puesto que, sinos atenemos a la estructura misma deltexto, El ingenioso hidalgo posee el esque-

6 Roger Chartier, “Las prácticas de lo es-crito”, op. cit., p. 126.

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ma de lectura que era común en el sigloxvii. Se trata de una estructura que elQuijote comparte con las novelas deaventuras, la pastoril y, por supuesto, lade caballería, en la que una serie de epi-sodios, relativamente aislables, tiene co-mo eje estructurador a un personaje quesuele ser el protagonista de la obra:“Muchas obras antiguas, desde las másfundamentales, como el Quijote, estánorganizadas en capítulos cortos, perfec-tamente adaptados a las necesidades delperformance oral que supone, por un la-do, una duración limitada para no cansaral auditorio y, por otro, la imposibilidadpara que los oyentes memoricen una in-triga demasiado compleja. Los capítulosbreves, que son unidades textuales, pue-den así ser pensados como unidades delectura cerradas en sí mismas y autóno-mas.”7

En otras palabras, podría decirse queel Quijote responde a la costumbre gene-ralizada de la lectura en voz alta comoun acto de socialización, en pequeñosgrupos, ya sea en la venta alrededor delhogar, ya sea por las noches en la casa fa-miliar, ya en la plaza o hasta en las taber-nas. Sin embargo, a lo largo de estos dosprimeros siglos que siguen a su primeraedición, podemos ver cómo las prácticasde la lectura van evolucionando y, ya ha-

cia mediados del siglo xviii, asistimos aldefinitivo triunfo de las ediciones de pe-queño formato, introducidas en Españapor Juan de Jolis y, posteriormente, po-pularizadas por Manuel Martín. Se tratade las ediciones llamadas de faltriquera,formadas por cuatro pequeños tomos enoctavo, de no más de 15 × 10 centíme-tros “para la mayor comodidad”, comoindica el editor en la portada, y ademásilustrados con tacos de madera. EstosQuijotes en volúmenes pequeños poníanal alcance de un amplio público un tipode libro llamado de consumo o surtido, quesolía utilizar materiales muy burdos. En

7 Roger Chartier, Pluma de ganso, libro deletras, ojo viajero, México, Universidad Ibe-roamericana, 1997, p. 30.

Resulta evidente que si las edicionesdel Quijote se multiplicaban, cadauna de ellas con característicaspropias que las distinguen de lasdemás, es porque estaban destinadasa diferentes públicos, cuyas prácticasde lectura eran también diversas

los volúmenes que alberga la ColecciónCarlos Prieto podemos ver cómo, a par-tir de la segunda mitad del siglo xviii,este tipo de ediciones se multiplican: de21 ediciones con las que cuenta la colec-ción en el periodo mencionado, 17 hansido elaboradas en formatos de menosde 17 centímetros y 15 de ellas son me-nores de 15 centímetros.

A este respecto es digno de hacer no-tar el texto con el que se presenta la edi-ción de Juan de Jolis, que hoy en día po-dríamos calificar como una edición debolsillo. En ella, el impresor se dirige allector con las siguientes palabras: “Hedeterminado (instado de muchos sujetosapassionados à ella) dividirla en quatrotomitos en octavo para la mejor comodi-dad de los Lectores; pues con estos selogra el poderse traer consigo en el Pas-seo, ò en el Campo, en donde puede en-tretenerse el curioso en leer algunos ca-pítulos; […] Espero agradecerás estecorto obsequio, de quien desea servirtecon toda voluntad. vale.” En esa “mejorcomodidad” para “traer consigo”, en lafaltriquera, tanto en la falda de las muje-res como en las calzas de los varones, pa-ra llevar “en el paseo o en el campo”,descubrimos un nuevo síntoma de quelas prácticas de la lectura se encuentransólidamente instaladas en un irreversibleproceso de cambio. El texto de Juan deJolis sería un testigo más de esta evolu-ción en las prácticas de la lectura,8 yaque el editor está haciendo referencia nosólo a sus posibles lectores, sino tambiéna un grupo de “apasionados” del Quijoteque lo “instan” a elaborar una presenta-ción del texto más manejable.

Resulta un hecho indiscutible que elnúmero, no sólo de lectores potenciales,sino también de posibles compradoresdel Ingenioso hidalgo se ha multiplicado,ya que de otra manera no podría enten-derse la proliferación de ediciones contan diversas presentaciones. En estepunto resulta interesante remarcar que

8 “En los siglos xvi y xvii, en Europa oc-cidental, la lectura se convierte, para las eli-tes letradas, en el acto por excelencia delocio íntimo, secreto, privado. Existen abun-dantes testigos que describen ese placer deretirarse del mundo, de apartarse de losasuntos de la ciudad, abrigándose en el silen-cio de la soledad.” Roger Chartier, “Ocio ysociabilidad, la lectura en voz alta en la Eu-ropa moderna”, en El mundo como representa-ción, op. cit., p. 121.

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son precisamente los catalanes quienesdescubren el éxito editorial que puedentener las ediciones económicas y de fácilmanejo, en una época en la que las prác-ticas de la lectura están cambiando y enla que se tiende cada vez más a la lectu-ra personal e íntima. Por su parte a Mar-tín, el editor madrileño que popularizaeste tipo de ediciones, le interesaba lo-grar una producción con un bajo preciode venta, aunque con ello se sacrificarala calidad de la impresión. RodríguezCepeda puntualiza que Martín distribuíasus libros en el centro del país “juntocon otras publicaciones populares, plie-gos sueltos, comedias, hojas volantes,etc., en su establecimiento propio yaprovechándose de distribuidores y ven-dedores ambulantes”.9 Además, los inte-reses comerciales de Martín no se limi-taban tan sólo a la zona centro peninsu-lar: “Sabemos que Manuel Martín buscógrandes horizontes económicos a susQuijotes, hasta intentar su venta fuera dela península, enfrentándose siempre alos privilegios de exportación a Indiasque mantenían grupos como el de la fa-mosa Real Compañía de Impresores yLibreros.”10

A mediados del siglo xviii el procesode popularización de estas edicioneseconómicas y fáciles de portar coincidecon la aparición de cuidadas edicionesde lujo. El líder indiscutible de esta ver-tiente en España es, sin lugar a dudas, laAcademia, que lanza una majestuosaedición de la que continuará emitiendovarias reediciones. Durante el reinadode Carlos III, la Academia Española sedio a la tarea de sacar a la luz una edicióncomo nunca se había visto en España.Este tipo de ediciones de lujo ya habíansido elaboradas con anterioridad en In-glaterra, ejemplo claro de ello es la degran formato de Tonson (1738). Para lade la Academia, Joaquín Ibarra comenzóa preparar, en 1787, cuatro volúmenesen folio menor. Mandó hacer tipos espe-ciales que todavía llevan su nombre y pa-pel especial, fabricado en Cataluña, en lafábrica de Joseph Llorens. En su com-posición incluyó estudios sobre la Vidadel autor, el Análisis del Quijote, un Plancronológico de la novela y un mapa con el

9 Enrique Rodríguez Cepeda, “Los Qui-jotes del siglo xviii. 1. La imprenta de Ma-nuel Martín”, Bulletin of the Cervantes Societyof America, 8.1, 1988, p. 66.

10 Ibid.

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itinerario del protagonista. Contratótambién un impresionante equipo de di-bujantes y grabadores. Además, Ibarra sepropuso hacer una edición crítica deltexto, comparando las ediciones másconfiables con las de 1605 y 1608, y con-signando las variantes al final de cadavolumen.

Estas ediciones de lujo tenían una fi-nalidad muy distinta, ya que, más que ala lectura íntima, estaban destinadas a lasgrandes bibliotecas, tanto públicas comoprivadas; más que para leer, son librospara ser admirados, tanto por la calidadde sus grabados como por las caracterís-ticas de su material. Son las que se en-cuentran en mejor estado en las colec-ciones privadas y las que en mayor nú-mero han llegado hasta nuestros días,debido, naturalmente, al uso restringidoy cuidadoso que se les dio. Este tipo deediciones son las que tradicionalmentehan sido más apreciadas por los colec-cionistas por el valor artístico añadido altexto. Este aspecto nos permite pensaren otra de las formas de apropiación deltexto cervantino, las colecciones de Qui-

Podría decirse que el Quijoteresponde a la costumbregeneralizada de la lectura en voz altacomo un acto de socialización, en pequeños grupos. Sin embargo, a lo largo de los dos siglos que siguena su primera edición, podemos vercómo las prácticas de la lectura van evolucionando hacia lasediciones de pequeño formato

jotes, cuyos orígenes no se encuentranmuy distantes de los de la conformaciónde las bibliotecas en el periodo barroco,ya que como apunta Francisco MendozaDíaz-Maroto en su libro titulado La pa-sión por los libros, un acercamiento a la bi-bliofilia: “Con el barroco, las bibliotecasse convirtieron en signo extremo de ri-queza y ‘se instalan en suntuosos salonescon cuadros representando a los autoresde los libros o alegorías de los mismos, aveces entre objetos raros o pintorescosque constituyen un «museo», a imita-ción a veces de las cámaras de las mara-villas o gabinetes de curiosidad de lospotentados europeos’”.11

Mayáns y Siscar (1699-1781), el au-tor de la Vida de Cervantes, que fue re-producida en tantas ediciones del Quijo-te, poseyó una de las bibliotecas privadasespañolas más importantes del sigloxviii, en una época en la que “aumentael interés por la cultura y por los libros,así como por la perfección tipográficaque alcanza altas cotas en las últimas dé-cadas del siglo”.12 A partir del siglo xix,y sobretodo en el siglo xx, se empiezan aperfilar colecciones formales de Quijotes,como la de Juan Sedó que alberga la Di-putación Provincial de Barcelona en laBiblioteca Central o la Colección CarlosPrieto de la Biblioteca Cervantina, a laque dedicamos Cuatrocientos años del In-genioso Hidalgo.

No cabe la menor duda de que si lasediciones se iban multiplicando año conaño, en tan variadas presentaciones, eraporque existía una profunda necesidadpor parte de los usuarios de poseer eltexto, de tener entre sus manos las diver-sas presentaciones que iban saliendo delos talleres de los impresores. Pareceevidente también que los editores se ha-bían percatado del potencial de venta delos grabados que acompañaban al texto yde ahí la multiplicidad pintores y graba-dores que en las diversas ediciones que-dan consignados bajo los rubros de inve-nit, exculpit y fecit. Incluso nos encontra-mos con alguna edición que vende, porseparado, los grabados, a su lista de sus-criptores, como es el caso de la gran edi-ción de la Academia (1780).

La proliferación en cuanto a número

11 Manuel Sánchez Mariana apud Fran-cisco Mendoza Díaz-Maroto, La pasión porlos libros. Un acercamiento a la bibliofilia, Ma-drid, Espasa, 2002, p. 336.

12 Mendoza Díaz-Maroto, op. cit., p. 337.

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de ediciones, así como las distintas varia-ciones de formato en el texto, demues-tran que el Quijote goza desde los iniciosde su publicación de una aceptación ge-neralizada por parte del público. La lec-tura del texto, como sostiene AgustínRedondo en su búsqueda de los afectos,13 seinscribe desde sus inicios en la órbita delo festivo. Esta dimensión lúdica motivaque sus protagonistas y determinados pa-sajes del libro se conviertan muy prontoen argumentos festivos de mascaradas yotras fiestas burlescas, tanto en Españacomo en América.

Las disposiciones legales de 1531 y1534 prohibieron imprimir en América“libros de romance de historias vanas ode profanidad”, aunque ello no impidióla difusión del Quijote y otras obras deCervantes, que figuran en las listas deenvío de libros hacia América. El augede prohibiciones que pretendía regularel trasvase de este tipo de libros de fic-ción “como son de Amadís e otros de es-ta calidad, porque este es mal ejerciciopara los Indios, e cosa en que no es bienque se ocupen ni lean”, demuestra que,efectivamente, no se cumplían, por loque su circulación era fluida. Prueba deello es que “Numerosos libros pudieronpasar a América sin trabas ni impedi-mentos inquisitoriales, incluso muchasobras que a posteriori fueron mandadas arecoger o expurgar en los índices inqui-sitoriales españoles de 1583-1584, 1612(con los correspondientes apéndices de1614 y 1628), 1632 ó 1640. El tiempoque iba de la delación de la obra y el“proceso” a que era sometida por el tri-bunal, con las calificaciones de los con-sultores, y la decisión de mandarla reco-ger podía ser de varios años desde su pu-blicación. Esto permitió que bastantesobras atravesaran el Atlántico como par-te de los envíos habituales de libreros ymercaderes sin trabas de ningún tipo.”14

Diversos estudios han revelado que laColonia recibía libros consagrados en laPenínsula por la moda o que en ella ca-recían de salida, así como las novedades

13 Agustín Redondo, “En busca del Qui-jote. El problema de los afectos”, en Cuatro-cientos años del Ingenioso Hidalgo.

14 Pedro J. Rueda, “La vigilancia inquisi-torial del libro con destino a América en el si-glo xvii”, en Grafías del imaginario. Representa-ciones culturales en España y América (siglos XVI-XVIII), Carlos Alberto González y EnriquetaVila, comps., México, fce, 2003, p. 140.

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más recientes.15 Un testimonio de ello esque llegaban a los lugares más remotos,como el Nuevo Reino de León en Méxi-co. Rodríguez Morín calcula, teniendo encuenta que falta parte de los registros deida de varias naves en 1605, que ese mis-mo año de publicación de la primera par-te pasaron a América, como mínimo,

unos mil quinientos ejemplares del Quijo-te.16 Varios impresores y libreros españo-les del siglo xvii reconocieron las posibi-lidades del mercado americano, por loque la circulación del libro, a pesar de lasprohibiciones y de la ausencia de prensasvirreinales, permitió que su lectura en laNueva España fuera uno de los rasgosconfiguradores de la comunidad, al per-mitir que ésta se apropiara de los mode-los vigentes en la cultura libresca. Se tra-ta de una forma de apropiación que tras-ciende el mismo acto de lectura, inclusode la lectura pública, y que se funda en losvalores de recepción añadidos al texto,mediante los que éste alcanza todos losniveles de la estructura social. Los efectosde la lectura, que en don Alonso Quijanoproducen su locura, nos remiten a la risaen uno de los primeros estadios de recep-ción de la obra cervantina: “Tras el ata-que de Don Quijote contra los cueros devino, y ante el espectáculo del caballeroanunciando el regocijo de Sancho, la risasurge de nuevo: ‘¿Quién no había de reírcon los disparates de los dos, amo y mo-zo? Todos reían sino el ventero, que sedaba a Satanás0’” (i, 35).17 La risa como

15 Irving A. Leonard afirma que “era tanprovechoso el negocio de libros que, comoen el caso del Quijote, muchas veces se saca-ban de las prensas para llevarlos precipitada-mente a Sevilla a fin de que no perdiesen lasalida de las flotas anuales”, Los libros del con-quistador, México, fce, 1953, p. 236.

16 Cf. Francisco A. de Icaza, El Quijotedurante tres siglos, Madrid, Imprenta de Fon-tanet, 1918, p. 112.

17 James Iffland, De fiestas y aguafiestas.Risa, locura e ideología en Cervantes y Avellane-da, Vuervert, Universidad de Navarra-Ibe-roamericana, 1999, p. 50.

Si las ediciones del Quijote se ibanmultiplicando en tan variadaspresentaciones, era porque existíauna profunda necesidad por parte delos usuarios de poseer el texto, detener entre sus manos las diversaspresentaciones que iban saliendo delos talleres de los impresores

fenómeno social por antonomasia, se-gún ya lo definiera Bergson, nos sitúafrente a la presencia de Don Quijote ySancho en varias fiestas populares quetuvieron lugar en España a partir delmismo año de 1605: como informa Pin-heiro da Veiga en sus Memorias de Valla-dolid (1605), Don Quijote aparecía comopersonaje en una fiesta de toros y cañascon motivo del nacimiento del príncipeFelipe Próspero; en las fiestas de beatifi-cación de Santa Teresa de Jesús en Zara-goza (1614), Don Quijote formaba par-te de la mascarada que organizaron losestudiantes, así como también en lasfiestas que al mismo asunto se solemni-zaron en Córdoba (1615); también for-mó parte de los festejos conmemorativospor la solemne publicación que el Cole-gio Mayor de Santa María de Jesús hizoen Sevilla del estatuto de la concepciónsin mancha de la Virgen María, en ene-ro de 1617; en la defensa del mismo mis-terio, las universidades de Baeza, Sala-manca y Utrera también involucraron alos personajes cervantinos (1618).18 Másallá de la península, un personaje vestidocomo Don Quijote también participó enel desfile con que se recibió en Heidel-berg a Federico V, elector del Palatina-do, y a su esposa Isabel de Estuardo, hi-ja de Jacobo I de Inglaterra (1613).19

James Iffland, de acuerdo con LópezEstrada,20 relaciona estas primeras mues-tras de recepción del Quijote y su inme-diata incorporación a la cultura festiva alhecho de que “ya estaban ahí presentes deantemano”.21 Por ello, tampoco resultaextraña la temprana apropiación de di-chas figuras por parte de las comunidadesvirreinales. Son dos las muestras de lasque tenemos noticia: los festejos que donPedro de Salamanca organizó en el cam-po minero de Pausa para conmemorar elnombramiento del marqués de Montes-claros como nuevo virrey de Perú (1607)constaban de una mascarada en la quedon Luis de Gálvez representaba el papelde Don Quijote, y, en la Nueva España,

18 Extraemos los datos de Francisco Ro-dríguez Marín, El Quijote y don Quijote enAmérica, Madrid, Librería de los Sucesoresde Hernando, 1911, pp. 50-68.

19 Leonard, op. cit., p. 244.20 Francisco López Estrada, “Fiestas y li-

teratura en los siglos de oro: la edad mediacomo asunto festivo”, Bulletin Hispanique(84, 1982), pp. 291-327.

21 Iffland, op. cit., p. 55.

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hizo una máscara que el gremio de la pla-tería de México compuesta por Juan Ro-dríguez Abril, en honor de la beatifica-ción de san Isidro (1621).

En este sentido, es interesante ver queel trasvase de fondo que permite la inme-diata incorporación de los personajes lite-rarios en el espacio festivo virreinal, seconfirma en el momento previo de lectu-ra, cuando al examinar las listas de los li-bros embarcados hacia América “los libre-ros y lectores del Quijote solían enmendarla plana a Cervantes, al par que el título asu obra llamándola Don Quijote y SanchoPanza”.22 De este modo, puede confir-marse que dichos tipos ya existían de an-temano en la cultura festiva popular y re-sultan plenamente identificables, según la“relación agonal entre una figura asociadacon los desenfrenados excesos de Carna-val y otra representante del ascetismo,siendo el arquetipo, tal vez, la lucha entredon Carnal y doña Cuaresma”.23

Tras apuntar los factores que enmar-can la apropiación festiva del Quijote yde sus protagonistas, nos centraremos enel ritual festivo de la mascarada que tuvolugar en la ciudad de México para con-memorar la beatificación de san Isidro.Para empezar, debemos notar una curio-sidad a propósito de la circunstancia quemotiva la primera aparición pública delos personajes cervantinos en la NuevaEspaña, ya que, recordemos, fue precisa-mente Lope de Vega, uno de los enemi-gos declarados de Cervantes, quien enMadrid organizó todo el boato festivo al-rededor de la beatificación (1620) y pos-terior canonización (1622) de san Isidro.

La mascarada estaba encabezada porla Fama, a quien seguía un “bizarro la-brador” y “Delante de sí, por grandeza yornato, todos los caballeros andantes au-tores de los libros de caballerías, DonBelianis de Grecia, Palmerín de Oliva, elcaballero del Febo, etc., yendo el último,como más moderno, Don Quijote de LaMancha, todos de justillo colorado, conlanzas, rodelas y cascos, en caballos fa-mosos; y en dos camellos Mélia la En-cantadora y Urganda la Desconocida, yen dos avestruces los Enanos Encanta-dos, Ardian y Bucendo, y últimamente aSancho Panza, y doña Dulcinea del To-boso, que a rostros descubiertos, lo re-presentaban dos hombres graciosos, delos más fieros rostros y ridículos trajes

22 Rodríguez Marín, op. cit., pp. 34-35.23 Iffland, op. cit., p. 76.

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que se han visto: llevaba por todos cua-renta hombres.”24

Destaca, en primer lugar, la presenciade todo el plantel de caballeros andantesque han inspirado las más famosas novelasde caballerías precedidos por la alegóricafigura de la Fama, “en un caballo blancocon vestidura de tela rosada y tocado vis-toso, de donde pendía un velo de plata,cuya caída paraba sobre las ancas del caba-llo, con muy volantes alas de varias plu-mas y sonora trompa en los labios”. Elefecto risible de la descripción del cortejoreside en la inversión simbólica de lo quedebería ser un desfile de figuras honora-bles. Según lo establecido por Ripa en suIconología, la Fama es una “Mujer vestidacon sutil y sucinto velo, puesto de través yrecogido a media pierna, que aparece co-rriendo con ligereza. Tiene dos grandesalas, yendo toda emplumada, poniéndosepor todos los lados tantos ojos como plu-mas tiene, y junto a ellos otras tantas bo-cas y otras muchas orejas. Sostendrá conla diestra una trompa.”.25

La particular semiótica carnavalescaconvierte la sutileza visual del sucinto ve-lo en un ostentoso y vistoso tocado. Coin-ciden ambas en la proliferación de plu-mas, aunque es curioso notar como lamedia pierna que Ripa utiliza como me-dida del vestido, pasa a ser en la Relaciónlas ancas del caballo. Cambian los elemen-tos referenciales, al igual que la disposi-ción de la trompa, que en la mascaradase desplaza de la mano a la boca.

El desfile se completa con la nóminade caballeros inmortalizados en sus res-pectivas novelas. Lo risible es que en úl-timo lugar, “como más moderno”, apa-rezca Don Quijote, un personaje cuyoprincipal efecto cómico reside en el ana-cronismo que representa al intentar re-girse por los modelos feudales, ya supera-dos en el xvii —aunque se entiende, ensentido estricto, que la modernidad de laque es depositario en la mascarada resideen la novedad de la publicación de la no-vela—. Como colofón, cierra este primer

24 Verdadera relación de una máscara, que losartífices del gremio de la platería de México y de-votos del glorioso San Isidro el labrador de Ma-drid, hicieron en honra de su gloriosa beatificación.Compuesta por Juan Rodríguez Abril, platero,México, por Pedro Gutiérrez, en la calle deTacaba, 1621. Citamos por la edición de Ro-dríguez Marín, op. cit., Apéndices, pp. 30-39.

25 Cesare Ripa, Iconología, Madrid, Akal,1996, vol. i, pp. 395-396.

cuadro un último segmento, explícita in-versión del anterior y compuesto por lasdamas, los enanos, Sancho Panza y Dul-cinea. De Melia la Encantadora y Urgan-da la Desconocida tan sólo sabemos quese presentan en sendos camellos, así co-mo de los enanos Ardian y Bucendo, queaparecen montados en avestruces. Es enSancho Panza y en Dulcinea donde recaeel énfasis cómico de todo este tramo ini-cial, ya que ambos, sin distinciones, esta-ban representados por dos hombres gra-ciosos, con rostros fieros y trajes ridículos. Laexplícita alusión a su carácter gracioso,nos remite, sin duda, no sólo a su estam-pa sino también a los ademanes que exhi-birían en el desfile, completada por la ri-diculez de sus trajes. El hecho de que seequiparen actorialmente Sancho Panza yDulcinea explota una de las máximas in-versiones del registro carnavalesco, el tra-vestismo y nos recuerda lo risible del pa-saje cervantino en el que “el cura se ves-tirá en ‘hábito de doncella errante’ y elbarbero, como su escudero” (i, 27).26

Así, pues, el séquito que sigue a la Fa-ma propicia un desfile ridículo en el queDon Quijote es su exponente más nove-doso y Dulcinea, su correlato femenino,aparece como digna acompañante delcaballero. La ascensión de lo bajo a lo al-to es el lema que preside el festejo por labeatificación de un santo labrador comopatrón oficial de la corte madrileña, co-mo la coronación carnavalesca del pri-mer capítulo de la novela en el queAlonso Quijano se autoproclama don ycaballero andante, y decide inventar unnombre que suene como de “princesa ygran señora” para una joven labradora.27

No cabe duda de que la incorpora-ción de los personajes cervantinos al ri-tual festivo de la mascarada configura,junto a la lectura en la intimidad y la lec-tura socializada, otra forma que tras-ciende su connotación literaria inicial.28

Se determina así la apropiación del tex-to y de sus personajes por parte de losestratos populares, al mismo tiempo quedeclara la recepción lúdica del texto des-de sus inicios.

26 Cf. Iffland, op. cit., p. 92.27 Ibid., pp. 62-63.28 Como afirma López Estrada, “Los tes-

timonios que ponen de manifiesto que la lec-tura del Quijote o su recuerdo suscita en susprimeros lectores indican que éste era risue-ño, y que el libro había sido acogido con unregocijo paralelo al que ponen de manifiestolas Relaciones de fiestas”, art. cit., 319.

laGaceta 17

Cervantes, genial productor de librosBeatriz Mariscal Hay

Los libros son uno de los ingredientesfundamentales del Quijote: causaeficaz de su locura, son guía yreferencia permanente de las andanzasdel manchego. Y es que Cervantes era un amante del papel impreso, una víctima de sus veleidades, lomismo en el éxito que en el fracaso.Acompañemos a la autora de esteensayo en la exploración del tema dela lectura en la obra de Cervantes

Miguel de Cervantes no pudo predecirel éxito editorial de El ingenioso hidalgodon Quijote de La Mancha, el libro que, entanto “hijo de su entendimiento, debieraser el más hermoso, el más gallardo ymás discreto”, pero que, “al haber sidoengendrado por su mal cultivado inge-nio”, sólo podría ser “seco, avellanado,antojadizo y lleno de pensamientos va-rios y nunca imaginados de otro alguno”(Quijote, i).1 Estas palabras del prólogo asu genial obra, que cumplían con laacostumbrada declaración de modestia ysolicitud de la benevolencia del lector,tienen el sello de ironía de su autor, alreclamar para el libro “seco y avellana-do”, lo mismo ingenio —variedad— queoriginalidad, dos cualidades literariascon las que pretendía alcanzar fama y re-tribución económica.

El ingenioso hidalgo don Quijote de LaMancha, como bien sabemos, sería im-preso, reimpreso, traducido, imitado yplagiado, además de dar a su autor fama yrecursos económicos; pero no los que élesperaba, a juzgar por lo que nos dice enla segunda parte del Quijote, al igual queen casi todas sus obras escritas después de1605. La culpa de esa injusta retribucióna su obra era resultado no de la falta deapreciación de sus lectores, sino de carac-terísticas propias de esa recién consolida-da manera de hacer llegar al lector suscreaciones literarias: el libro impreso.

1 Todas las citas de esta obra están toma-das de la edición de Luis Andrés Murillo deEl ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha,2 vols., Madrid, Castalia, 1978. Señalo entreparéntesis el número de tomo y de capítulo.

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A pesar de no haber escrito tratados omanuales sobre literatura, Cervantes,según ha sido demostrado ampliamen-te,2 dejó en sus obras constancia de susideas sobre la literatura que le tocaba enherencia, lo mismo que sobre el queha-cer literario de su momento, una activi-dad profesional influida irremediable-mente por la imprenta. En sus observa-ciones sobre la transformación de lasociedad que había propiciado la inven-ción de la imprenta, Marshall McLuhanincluyó precisamente al Quijote como unejemplo de la “confrontación” de su au-tor con el “hombre tipográfico”.3 La re-producción masiva de textos de todo ti-po que trajo consigo la revolución gu-temberguiana hacía posible una lecturadesmedida de libros como la que llevó alhidalgo manchego a perder la razón. Sinembargo, como lo señala James Iffland,a pesar de que la pérdida de la razón deDon Quijote está relacionada con la po-sibilidad que tiene el pobre hidalgo deleer en forma excesiva gracias al abarata-miento del libro que permitió la im-

prenta, el Quijote no es solamente la his-toria de un loco lector de libros; es unaobra que nos ofrece numerosas reflexio-nes sobre otros aspectos de lo que trajoconsigo la “Galaxia Gutenberg”.4

No es mi interés hacer aquí un catá-logo de las numerosas instancias en que

2 Baste como referencia el trabajo de Ed-ward C. Riley, Teoría de la novela en Cervan-tes, Madrid, Taurus, 1966.

3 Marshall McLuhan, The Gutenberg Ga-laxy: The Making of Typographical Man, To-ronto, Toronto University Press, 1962, p.213.

4 “Don Quijote dentro de la ‘Galaxia Gu-tenberg’” (Reflexiones sobre Cervantes y lacultura tipográfica), Journal of Hispanic Philo-logy, 14 (1989: 23-41).

Cuando Cervantes comprobó que su obra había llegado y llegaría ainnumerables lectores, concentró en los libreros sus sentimientos de injusticia por la retribución querecibió por su labor creativa

el libro y la lectura son tema y motivo dereflexión en el Quijote, un asunto al quese han dedicado importantes estudioscomo el ya mencionado de Iffland, sinocomentar brevemente sobre esa peculiarmanera de Cervantes de novelar la reali-dad por medio de observaciones sobresu muy personal experiencia como pro-ductor de libros y sobre los efectos de laimprenta en el quehacer literario.

En primer lugar hago referencia altratamiento que da Cervantes a los efec-tos de la imprenta sobre la literatura tra-dicional que aún en su tiempo se trans-mitía bien en forma impresa, bien porvía oral, ya que además de utilizar exten-sivamente romances en su obra, algunosprovenientes de fuentes impresas y otrosa todas luces de tradición oral, en el Qui-jote noveliza los efectos de la imprentaen el proceso de re-creación de la litera-tura de tradición oral.5 Tomo comoejemplo el episodio de la cueva de Mon-tesinos (ii, 22-24), estudiado por la críti-ca desde las ópticas más diversas.6 DonQuijote llega a cueva de Montesinos enla cúspide de su carrera como caballeroandante: ha pasado de ser el Caballerode la Triste Figura, héroe de hazañas amenudo fallidas, a ser nada menos queel Caballero de los Leones. Al igual que elCid Campeador, héroe por antonoma-sia, su valor ha sido probado frente a lasfieras que otros de mayor alcurnia peromenor valentía mantienen enjauladas, yademás ha vencido en combate singularal Caballero de los Espejos. Convertidoen héroe de hazañas verdaderas y no demeras criaturas de su imaginación, antesde adentrarse en la cueva se detiene en eloasis adonde se celebra la lujosa boda de

5 En el Quijote i, capítulos 25 y 26, Cer-vantes juega, por ejemplo, con la variaciónpropia de la tradición oral cuando Sancho al-tera de manera natural los dichos popularesy el contenido de la carta de Don Quijote aDulcinea.

6 Véanse además del artículo de BernatVistarini supra nota 4; Aurora Egido, Cer-vantes y las puertas del sueño, Barcelona, ppu,1994; Ramón Menéndez Pidal, “Cervantes yGóngora”, en España y su historia, ii, Madrid,1957.

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unos labradores, la cual da lugar a unahazaña más del caballero andante, quedefiende con su lanza y con su verbo lacausa de Basilio, pobre pero agraciadopastor enamorado de la bella Quiteria, aquien sus padres pretenden casar con elrico Camacho. Gracias a su interven-ción, los enamorados pueden casarse yEl Caballero de los Leones recibe el re-conocimiento de todos los presentes quelo declaran nada menos que “Cid en lasarmas y Cicerón en la elocuencia” (ii,20-21).

Para enfrentarse con sus modelos,Don Quijote ha cumplido con una ver-dadera trayectoria heroica. Se ha idotransformando y adaptando a las necesi-dades de su circunstancia de la mismamanera como se habían ido transfor-mando y adaptando, de acuerdo con elproceso propio de la transmisión oral,los temas romancísticos que habían dadovida a los héroes con los que se topa enla cueva de Montesinos. En este episo-dio, Cervantes hace burla de los perso-najes y hazañas admirados por DonQuijote, volviendo ridículo el envío delcorazón del caballero moribundo a suamada, algo que también había hechoGóngora en su romance paródico “Diezaños vivió Belerma”,7 y nos muestra có-mo los héroes que habían inspirado alCaballero de los Leones, Durandarte yMontesinos, y sus hazañas que antañohabían podido correr libremente de bo-ca en boca, adquiriendo actualidad en eltrayecto, se encontraban ya tan amoja-mados por la imprenta como el corazóncon el que tristemente deambula Beler-ma por su cueva.

Al quitarle la imprenta lo efímero altexto literario que se transmitía por víaoral, eliminaba su capacidad de irseadaptando de forma paulatina peroirreversible a la siempre dinámica reali-dad social. De ahí que a pesar de la vi-gencia que podía tener la literatura detradición oral para Cervantes, en suobra hay conciencia de que cuando untexto está destinado a la imprenta, a sureceptor ya no le corresponde enmen-darlo o añadirle lo que quisiere, si “bientrobar sopiere”, como había propuestoel Arcipreste de Hita al final de su obra.En este episodio de la vida de nuestrohéroe Cervantes se apropia y aprovecha

7 Luis de Góngora, Romances, edición crí-tica de Antonio Carreira, Barcelona, Qua-derns Crema, 1998, i, pp. 257-267.

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bien conocidos textos tradicionales, ynos hace partícipes de los efectos quepuede tener la imprenta sobre ellos an-tes de proceder a explicarnos cómofunciona una imprenta, la de Barcelo-na, en la que se presenta Don Quijote.Deja muy claro cómo veía esa conver-sión de la literatura en mercancía, có-mo su producción y distribución elimi-naba al receptor como recreador y loconvertía en mero consumidor, dejandoal autor sólo una fracción del beneficioque producía.

En su obra postrera, Los trabajos dePersiles y Sigismunda, aparece un episo-dio de fuerte carga biográfica que nospone en evidencia esa visión de Cervan-tes frente a lo que él veía como desven-taja de su calidad de autor frente a quie-nes comercializaban sus libros. El prota-

gonista es un “gallardo peregrino espa-ñol” cargado de escribanías sobre unbrazo y un cartapacio en la mano (Persi-les iv, 1-2).8 El peregrino está vestidocomo tal, y cumple además con la obli-gación de pedir limosna. Pero hasta ahísu calidad de peregrino: ni va a Romapor razones piadosas, ni lo que pide espropiamente limosna, sino “algún dichoagudo o sentencia que lo parezca”, parapreparar una Flor de aforismos peregrinos,un tipo de libro que gozaba de grandeséxitos editoriales en tiempos de Cervan-tes. La novedad que reclama el peregri-no para el suyo es que solicita su mate-

8 Todas las citas del Persiles provienen dela edición de Juan Bautista Avalle Arce, Mi-guel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Si-gismunda, Madrid, Castalia, 1992.

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rial a fuer de limosna. Es un hombreque, al igual que Cervantes, ha dedicadoalgunos años de su vida al ejercicio de laguerra y otros, los más maduros, al delas letras. En ambos campos ha logradodestacar: “En […] la guerra he alcanza-do algún buen nombre, y por […] las le-tras, he sido algún tanto estimado”. Suslibros, agrega, “de los ignorantes non[son] condenados por malos, ninguno delos discretos han dejado de ser tenidospor buenos”.

Un hombre, en suma, tan “curioso”como el propio Cervantes, que se auto-rretrata en el prólogo de las Novelasejemplares como soldado que había parti-cipado en la batalla naval de Lepanto ycomo autor de La Galatea, Don Quijote deLa Mancha y el Viage del Parnaso, y queal llegar a esta etapa final de su vida seconsidera a sí mismo como un aguerridoMarte que tiene la otra mitad del almadominada por Mercurio, ideal del hom-bre maduro y por tanto símbolo de lacordura y de la prudencia. Dios que enel Viage del Parnaso, en su calidad de“mensajero de los fingidos dioses” se en-carga de seleccionar a los poetas, arro-jando al mar a los “poetas de gramalla”,y por Apolo, protector de la poesía y delos buenos poetas, quien, en tanto profe-ta conocedor nada menos que de la vo-luntad de Zeus, su padre, le ha dado aCervantes “aquel instinto sobrehumano/ que de raro inventor tu pecho encie-rra”.9

Pero a pesar de esos logros, que lohabían hecho mostrarse con “alegresojos” en el mencionado retrato de lasNovelas ejemplares,10 se acerca al final desu vida padeciendo “necesidad”, la cual,si bien sirve para avivar su ingenio “consu no se qué de fantástico e inventivo”,no le permite olvidar el mezquino pagoque ha recibido tanto por una actividadcomo por otra. Es por ello que antes deponer punto final a su Persiles, obra de laque tanto esperaba, Cervantes crea estepersonaje “oportunista”, que pretendemedrar con el esfuerzo de los demás, y

9 Las citas provienen de la edición deElías L. Rivers, Miguel de Cervantes, Viagedel Parnaso y otras poesías, Madrid, EspasaCalpe, 1991.

10 Cf. Germán Orduna, “Cervantes au-tor, el de los alegres ojos”, en Cervantes en lavíspera de su centenario, Kassel, Reichenber-ger, 1994, pp. 61-69.

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hace una última reflexión sobre la injus-ta remuneración que recibieron sus es-fuerzos como soldado y como productorde libros.

Como vehículo de sus reflexiones uti-liza sentencias y aforismos, esa modali-dad discursiva de la que había echadomano con tanto éxito en el Quijote paradesarrollar la personalidad de Sancho,en este caso aprovechados más bien porsu carácter doctrinal que como parteesencial de la caracterización de sus per-sonajes. Lo que pide el peregrino espa-ñol son “sentencias sacadas de la ver-dad”, o cuando menos que lo parezcan, alo que las mujeres reunidas en el mesónresponden con sentencias que preconi-zan la honestidad como valor supremode la mujer, un tema que se trata a lo lar-go del relato con la característica dosisde ironía cervantina, mientras que lassentencias que proporcionan los hom-bres tienen que ver con el valor en lasacciones militares.

Es importante señalar que el peregri-no que quiere hacer una obra que recojalas sentencias que le proporcionan otrostiene, de hecho, poco de “oportunista”,ya que se trata de material cuya autoríano era cosa a disputarse. Tanto las sen-tencias de origen culto como las queprovenían de la tradición, de la boca delpueblo, podían ser “apropiadas” porcualquiera; y así tenemos que el propiomarqués de Santillana reconoce que sus“Proverbios” fueron tomados lo mismode Platón que de Aristóteles, Sócrates,Virgilio, Ovidio y Terencio, a la vez queseñala que ellos mismos “de otros lo to-maron, e los otros de otros, e los otros aaquellos que por luenga vida e sotil in-quisición alcançaron las experiencias ecabsas de las cosas”.11

No se trata por lo tanto de medrar acosta de otros, con “trabajo ajeno”; loúnico que no debe hacerse con el sabertradicional es utilizarlo sin ton ni son,como lo hace Sancho a menudo provo-cando la irritación de Don Quijote. Losque sí obtenían provecho propio portrabajo ajeno, nos recuerda Cervantes,eran los libreros que se apropiaban de laobra de sus creadores. De ellos se quejaaclarando que si bien la imprenta habíamultiplicado las posibilidades de lectura

11 Obras de don Ignacio López de Mendoza,marqués de Santillana, edición de J. Amadorde los Ríos, 1852.

de las obras de entretenimiento comolas que habían nacido de su ingenio,12

había traído consigo a los intermediariosque obtenían los beneficios de la distri-bución y venta de los libros, dejando alautor sin control alguno.

Mucho se ha escrito sobre la estre-chez con la que parece haber vivido Cer-vantes toda su vida, a pesar de que susrecursos, en la época en que está nove-lando estas reflexiones, no deben habersido tan limitados como se podría dedu-cir de sus quejas. Lo que es indudable esque no le parecían suficientes, algo quesubraya con la selección que hace en elmencionado capítulo del Persiles de lasentencia que le proporciona al peregri-no español un personaje que no está enel mesón adonde se encuentran reuni-dos, Diego Ratos, el “corcovado zapate-ro de viejo en Tordesillas”: “No desees,y serás el más rico hombre del mundo”,que el recopilador de sentencias calificacomo la más atinada.

Cuando ya Cervantes ha comproba-do que su obra había llegado y llegaría ainnumerables lectores, vuelve su miradasobre lo que significaba que la literaturase integrara en el nuevo orden económi-co y concentra en los libreros sus senti-mientos de injusticia por la retribuciónque recibió por su labor creativa, si bienla mediatización entre autor y lector quehabía provocado el advenimiento de laimprenta incluía no sólo a libreros, sinoa censores e impresores que podían des-virtuar, o inclusive impedir, la impresióny distribución de una obra, por no ha-blar de los consabidos patronos a quie-nes había de acogerse un autor dedicán-doles las obras a fin de poder acceder alpúblico al que estaban destinadas.

La imprenta había de multiplicar ex-traordinariamente los lectores de la obrade Cervantes; nuevos y viejos lectores desus libros reconocerían el genio de quiense atrevía a decir inequívocamente: “Yosoy aquel que en la invención excede / amuchos.” Pero también los alejaba de suautor, permitía plagios y encumbraba aescritores que merecían ser destruidospor los dioses del Parnaso. A él, genialproductor de libros, lo dejaba, al final desu vida, con fama, pero injustamente su-mido en la necesidad.

12 En la “Adjunta” al Parnaso, aclara queimprime sus comedias para que se entiendanmejor.

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El Quijote regiomontanoR. H. Moreno-Durán

Porque el libro es un excelente albergue de otros libros, el FCE y el ITESM publicaron una obra para, por un lado, festejar los cuatro siglos de la aparición del Quijote y, por el otro, dar a conocer el deslumbrante acervo de la Biblioteca Cervantina. Además de reseñar aquí ese volumen, el novelista colombiano nos ofrece una personalísima radiografía de las obsesiones bibliográficas que puede despertar el Caballero de la Triste Figura

Cuando el cura y el barbero se dedicaron a expurgar entre lostítulos de la biblioteca de Don Quijote con el fin de determi-nar qué obras habían sido las causantes de la locura del hidal-go, jamás imaginaron que su “donoso escrutinio” habría de darorigen a una versátil catalogación bibliográfica, que se extien-de desde los albores del siglo xvii hasta nuestros días. ¿Cuán-tas ediciones del libro que narra ese escrutinio se han hecho,desde la primera edición de 1605? ¿En cuántas lenguas extran-jeras han circulado durante cuatro siglos las aventuras del Ca-ballero de La Mancha? Ese inicial sondeo —que en realidadfue un abierto caso de censura—, llevado a cabo por aparentesrazones terapéuticas por el cura y el barbero, y que pertenecea los dominios de la ficción, se ha perpetuado también en otrosámbitos, como lo demuestra —para señalar sólo un ejemplo—Jorge Luis Borges en su cuento “El Congreso”, que forma par-te de El libro de arena. En dicho texto, Alejandro Glencoe, unpotentado culto, sensitivo, amante del Quijote, calcula que entodas las lenguas y épocas se han hecho aproximadamente tresmil ediciones de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Laenorme riqueza de Glencoe le ha permitido reunir una consi-derable cantidad de esas ediciones pero, ante la sorpresa de susinvitados al congreso que patrocina, emula al cura y al barberoy echa a la hoguera su valiosa colección. ¿Por qué lo hace?¿Cree acaso que la imposibilidad de adquirir las edicionescompletas del Quijote convierten el suyo en un esfuerzo absur-do, por lo cual renuncia a sus intenciones iniciales y suscribecon fuego el ejemplo de los primeros censores? No muy lejosde este precedente —afortunadamente ficticio— se encuentranlas incidencias que Umberto Eco registra en El nombre de larosa cuando el bibliotecario Jorge de Burgos —eminente sosíasde Jorge Luis Borges— incendia la prodigiosa biblioteca de laabadía a la que ha consagrado su vida.

Felizmente, son más los devotos coleccionistas que prefie-ren guardar y legar a la posteridad sus bibliotecas, así estén in-completas, antes que condenarlas al fuego en un gesto tan pre-potente como fatuo. Y uno de esos coleccionistas —ya en el te-rreno de la vida real— fue el empresario mexicano CarlosPrieto, quien en 1953 donó su colección de ediciones del Qui-jote al Instituto Tecnológico de Monterrey, en Nuevo León, yque fue el origen de la célebre y bien surtida Biblioteca Cer-vantina. Inicialmente, hubo un primer catálogo —el Catálogoabreviado, publicado en 1965— que daba noticia sobre 500ejemplares en torno a la obra de Cervantes y que por diversas

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razones no alcanzó a brindar una mayor difusión sobre el teso-ro de los fondos de la colección. Hoy, a propósito de los cua-trocientos años de la publicación del Quijote, una edición con-junta del Instituto Tecnológico de Monterrey y el Fondo deCultura Económica ofrece un minucioso registro del acervobibliográfico cervantino, tal vez único en el ámbito de nuestralengua. Los fondos llegan a una audiencia mucho más ampliaque la de cuarenta años atrás y reproducen no sólo los ejempla-res más exóticos o desconocidos de las ediciones del Quijote si-no, también, el casi desaparecido Catálogo abreviado de 1965.Gracias a la labor paciente de Blanca López de Mariscal, el ca-tálogo creció y adquirió forma ejemplar en el volumen titula-do Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. Colección de Quijotesde la Biblioteca Cervantina y cuatro estudios. Los cuatro estudiosestán escritos por Aurora Egido (“Los discretos prólogos delQuijote”), Agustín Redondo (“En busca del Quijote. El proble-ma de los afectos”), Guillermo Serés (“La defensa cervantinade la lectura”) y Beatriz Mariscal Hay (“Cervantes, genial pro-ductor de libros”). La introducción (“El Quijote, un acerca-miento a las formas de apropiación”) está suscrita por Blanca

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odli to

López de Mariscal y Judith Farré. También hay textos prelimi-nares de Rafael Rangel Sostmann y Ricardo Elizondo Elizon-do. Por último, se reproduce el citado Catálogo abreviado de1965, por Andrés Estrada Jasso.

Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo es algo más que unbello catálogo. Es, sobre todo, una valoración crítica sobre laevolución bibliográfica del Quijote, con valiosa información so-bre aspectos que los cervantistas suelen dejar de lado y que a lapostre son tan importantes como el más juicioso de los análi-sis. El creciente proceso editorial arroja luz sobre la recepciónque la novela de Cervantes tiene no sóloen el mundo hispánico sino, también, enlos dominios de las más exóticas lenguasy culturas. La proliferación de edicionescorre pareja con la diversidad de traduc-ciones, por lo que la popularización dellibro es paralela a la universalidad de sucontenido. No debe por ello sorprenderel hecho de que si en el siglo xvii se identifican 28 ediciones delQuijote, salidas de las prensas de Madrid, Lisboa, Valencia, Bar-celona, Bruselas, Amberes y La Haya, en el siglo xviii la cifraaumente y el mapa lingüístico se ensanche con ediciones fran-cesas, italianas, alemanas, rusas y, sobre todo, inglesas, entre lasmás conocidas.

Pero más allá de la creciente contabilidad y de la someradescripción de la evolución editorial (forma del libro, tamañoe ilustraciones del volumen, tipografía y material empleados),caben inteligentes reflexiones sobre la relación entre libro yhábitos de lectura. Por ejemplo, entre los siglos xvi y xviii lalectura hace un tránsito fundamental: se convierte en una laborsolitaria, individual, en detrimento de la lectura oral y colecti-va, que privaba en una época en la que la lectura era predomi-nio de unos cuantos. Poco a poco el lector se individualiza ycon este cambio de hábitos el libro se acomoda a sus necesida-des y caprichos: disminuye de tamaño para poder ser llevadoen la faltriquera y ser leído en paseos o donde el ocio sorpren-da a su propietario. La “privatización” de la práctica de la lec-tura es indiscutiblemente una de las principales evolucionesculturales de la modernidad, tal como lo muestra Roger Char-tier, citado por López de Mariscal y Farré. Leer en voz baja seconvierte en un privilegio de la individualidad y signo inequí-voco de cultura propia. Y el Quijote es el termómetro de esatransición. Si en 1605 comienza a ser leído en voz alta, ante au-ditorios amplios, en ventas y tabernas, cien años después se hamudado en costumbre privada, y su lectura facilita el procesoparticular de reflexión: ni más ni menos que la privatización delpensamiento ante el texto ajeno. Ya Cervantes hacía referencia,en su prólogo, al “desocupado lector”, al tipo de lectura indi-vidual, proceso que hacia el siglo xviii crece, desplazando allector social y colectivo, que animaba las veladas de un públicoágrafo o ávido de sensaciones comunes.

Los nuevos lectores inspiran en los editores volúmenes enformato pequeño, introducidos en España por Juan de Jolís ypopularizados posteriormente por Juan Martín, según recuer-dan los editores mexicanos de los Cuatrocientos años del Ingenio-so Hidalgo: “Se trata de las ediciones llamadas de faltriquera,formados por cuatro pequeños tomos en octavo, de no más de15 × 10 centímetros ‘para mayor comodidad’, como indica eleditor en la portada, y además ilustrados con tacos de madera.”Ejemplares de esta evolución editorial aparecen en la colección

Son más los devotque prefieren guarposteridad sus bibincompletas, antesal fuego en un gescomo fatuo

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que Carlos Prieto donó al Tecnológico de Monterrey. Pero elproceso abre nuevos caminos de mercadeo: al tamaño cómododel libro se agrega el “descubrimiento catalán” de las edicioneseconómicas y de fácil manejo, lo que constituye un éxito edito-rial. Obviamente, el bajo precio para una mayor demanda con-lleva el “sacrificio” de la calidad del papel y la impresión. Noobstante esta democratización editorial, se impone en círculosprivilegiados una nueva tendencia: cuidadosas ediciones de lu-jo que para orgullo de sus poseedores, refinados lectores priva-dos, dan lustre a sus exigentes bibliotecas. Un ejemplo de este

exclusivo concepto es la edición que lan-za la Academia Española: cuatro volú-menes en folio menor, en papel especialy tipos muy bien cuidados. Además, estaedición de 1787 incluía estudios sobre laVida del autor, así como un Análisis delQuijote, un Plan cronológico de la novela yun mapa con el itinerario del protago-

nista, amén de “un impresionante equipo de dibujantes y gra-badores”. El editor fue Joaquín Ibarra, quien hizo además unaedición crítica del texto, “comparando las ediciones más con-fiables con las de 1605 y 1608, y consignando las variantes al fi-nal de cada volumen”. La colección de estos libros, que másque para ser leídos se adquirían para ser admirados, hizo carre-ra durante el barroco, con lo que las bibliotecas privadas lujo-sas pasaron a engrosar el estatus social de sus propietarios.

En cualquier caso, y más allá de la historia editorial del Qui-jote y de los ejemplares que nos han legado los coleccionistas,se imponen algunas consideraciones sobre la génesis misma delmáximo libro de nuestra lengua. Para comenzar, existe un ma-lentendido en lo que a la fecha de edición se refiere, pues aun-que el libro se divulgó en 1605 su edición tuvo lugar en el se-gundo semestre de 1604. Llama la atención una carta de Lopede Vega, fechada el 4 de agosto de 1604, y donde se lee: “Delos poetas que hay en ciernes para el año que viene”, o “ningu-no hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a DonQuijote”. ¿Cómo supo Lope de Vega de la existencia de un li-bro cuya circulación y fama tuvo lugar sólo seis meses más tar-de? Es lógico suponer que hacia agosto de 1604 el original delQuijote no sólo existía sino que ya había sido leído y alabadopor esos “necios” a quienes peyorativamente se refiere Lope. Afinales del verano de 1604 el original fue pasado en limpio porun amanuense profesional, de acuerdo con las exigencias de loseditores (“claridad de escritura y regularidad de las páginas”,según anota Francisco Rico en la “Historia del texto”, apareci-da en la edición de Crítica y el Instituto Cervantes, de 1998).Una vez revisado por el autor y con las correcciones y adendashechas, el manuscrito del amanuense pasó al Consejo de Cas-tilla donde unos censores lo leyeron, tras lo cual dieron la li-cencia indispensable para su publicación. El escribano JuanGallo de Andrada rubricó el texto página por página y el secre-tario Juan de Amézqueta despachó el privilegio el 26 de sep-tiembre de 1604. Y desde ese día hasta el 1 de diciembre, elQuijote es armado en la imprenta en un tiempo récord para untotal de 664 páginas, en 83 pliegos en cuarto. El librero Fran-cisco de Robles hizo un tiraje de entre 1 500 y 1 750 ejempla-res y el 1 de diciembre Francisco Murcia de la Llana firmó lacertificación “Testimonio de las erratas”. En definitiva, conje-tura Rico, “el Quijote debió de leerse en Valladolid para la no-chebuena de 1604, mientras los madrileños posiblemente no le

s coleccionistasar y legar a laotecas, así esténque condenarlas tan prepotente

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si i pdlala

hincaron el diente sino hasta Reyes de1605”. ¿Por qué se leyó primero en Va-lladolid? Porque Cervantes se encontra-ba por esas fechas en la ciudad del Pi-suerga, a donde Felipe III había vuelto atrasladar la corte entre los años 1600 y1606.

La carrera editorial del Quijote seprecipita. El 26 de febrero de 1605 Jor-ge Rodríguez obtuvo privilegio del San-to Oficio para la edición de Lisboa, a laque siguió otra, en la misma ciudad, el27 de marzo, a cargo de Pedro Cras-beeck. También en marzo Francisco deRobles pone en circulación la segundaedición española, en la que según pare-ce Cervantes corrigió algunos de loscentenares de erratas que aparecen en laeditio princeps e intercaló los dos frag-mentos que intentan “arreglar” anécdo-tas como la del robo del asno de Sancho.Una nueva edición se publica en Valen-cia en julio de 1605, a cargo de Francis-co Mey, que reproduce la segunda española con todos sus de-fectos. No obstante, en 1607 se le hace justicia al Quijote. Conacertado criterio se ha señalado que fuera de Madrid la gemade los Quijotes tempranos es sin duda el salido de las prensas deRoger Velpius “en Brusselas […] en l’Aguila de oro, cerca dePalacio, Año 1607. La pulcritud de la tipografía y del papel,largamente por encima de los usos españoles, va unida a un es-mero verdaderamente excepcional, sin paralelo hasta 1738, enla preparación del texto. El corrector lo leyó con cien ojos…”Muy significativamente, estas dos ediciones tan alabadas for-man parte de la donación que Carlos Prieto hizo al Tecnológi-co de Monterrey, lo cual da idea acerca del fino criterio del co-leccionista. De la edición de 1738, salida en Londres de la im-prenta de J. y R. Tonson, leemos en el libro publicado por elTecnológico y el Fondo de Cultura Económica que, sin lugara dudas, ésa es “la edición más valiosa y cuidada de todas lashasta ahora vistas. Durante los cuatro años previos a su publi-cación, Lord John Charteret encargó los 68 grabados, casi to-dos a Vanderbank; en 1736 solicitó aGregorio Mayans escribir la Vida de Cer-vantes (que pronto entraría también enlas ediciones madrileñas), mientras quela preparación del texto se encargó a Pe-dro Pineda, que se basó en la de Mom-marte de 1662. Dicha edición la cotejócon las tres ediciones bruselenses del In-genioso hidalgo (1607, 1611 y 1617) y conel más antiguo Ingenioso caballero(1616)”. Baste señalar que dicha ediciónfue considerada a partir de entonces “unalarde de impresión y, además, un mo-numento erudito”.

En cuanto a la segunda parte del Quijote, el privilegio estáfechado el 30 de marzo de 1615 y la obra se termina de impri-mir el 21 de octubre, con una extensión de 568 páginas y 71pliegos. Un año más tarde muere Miguel de Cervantes. En loque respecta a la circulación del Quijote en América la historia

El creciente proceluz sobre la recepcde Cervantes tienemundo hispánico sen los dominios delenguas y culturas.de ediciones correla diversidad de trapor lo que la populibro es paralela a de su contenido

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no es menos apasionante. Pese a la prohibición de imprimir enlas Indias “libros de romance de historias vanas o de profani-dad”, muchos ejemplares llegaron en las naos españolas a losrincones más apartados del Nuevo Mundo. Francisco Rodrí-guez Marín, en El Quijote en América, calcula que en 1605, el“mismo año de la publicación de la primera parte pasaron aAmérica, como mínimo, unos mil quinientos ejemplares delQuijote”. De la circulación y destino de esas tempranas edicio-nes poco o nada se sabe. En cambio, sí es posible determinaren qué lugar de América se editó por primera vez el Quijote.Fue en México, en 1833, con notas de Juan Antonio Pellicer yun análisis de la obra por Vicente de los Ríos. Lo más curioso—y significativo— es constatar que México fue la capital delQuijote en América durante todo el siglo xix y comienzos del xxy así lo muestra el Catálogo abreviado, de la Colección Cervan-tina de Carlos Prieto. Después de la mencionada edición de1833, México registra otras ediciones: la de 1842, en la im-prenta de Ignacio Cumplido; la de 1852-1853, de Simón Blan-

quel; la de 1868, por La Opinión Nacio-nal; la de 1900, por los Talleres de Tipo-grafía y Grabados de El Mundo, y la de1909 por Publicaciones Herrerías. Sóloen 1936 se rompe la hegemonía mexica-na del Quijote, con la edición argentinade Tor, en su colección Obras Famosas.

Visto lo anterior, para nada sorpren-de que el culto de México por el Quijotesea ratificado y consagrado por el ex-traordinario legado que Carlos Prieto lehizo, no sólo a su país, sino también alcontinente americano. Y no debemos

olvidar que en 1590 el propio Miguel de Cervantes pidió al reyun puesto administrativo en las Indias, desolado por la miseriaque lo rodeaba en la península. De no haberle sido negada di-cha petición, ¿puede imaginarse alguien cómo habrían sido lasaventuras del Ingenioso Hidalgo por las llanuras y cumbres denuestro continente?

o editorial arrojaón que la novelano sólo en elno, también, las más exóticasLa proliferaciónareja con ucciones, rización del universalidad

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La Biblioteca Cervantina del Tecnológico de MonterreyRicardo Elizondo Elizondo

rE

Un libro es mucho más que sus palabras: es un objeto impreso con ciertos tipos, sobre un papel singular, encuadernado con modestia o suntuosidad. En los cuatrocientos años que hoy festejamos la misma obra deCervantes ha adquirido diversos cuerpos, como puede ver quien recorra la colección de ejemplares que describe aquí el director de la regiomontana BibliotecaCervantina, legítimo orgullo de la institución que la recibió como donación

Los orígenes de la Colección Cervantes

En 1954, a poco más de diez años de haber sido fundando, elInstituto Tecnológico de Monterrey puso en operación un edi-ficio complejo, con diversos destinos: el actual edificio de laRectoría del Sistema. Al inmueble, de clásico perfil, aunqueaustero, le fue diseñado un suntuoso mural para que luciera ensu frente. Con el paso de los años y por muchas razones, edifi-cio y mural devinieron en una suerte de corazón y cerebro a untiempo. El proyecto primigenio para ese edificio contemplabaque el segundo nivel, al frente, fuera ocupado por la Sala Ma-yor; que el cuarto piso, y algunas áreas de la sección del fondo,fueran centros administrativos y académicos; y, lo mas impor-tante, que el sótano, el primer nivel y parte del tercero funcio-naran como biblioteca, su cometido principal. El edificio fueinaugurado por el entonces presidente de México, Adolfo RuizCortínez. A los pocos meses, don Carlos Prieto, destacado em-presario mexicano cuya principal inversión industrial por en-tonces constituía el grupo Fundidora Monterrey, donó al Tec-nológico su colección de libros cervantinos.

La donación de don Carlos Prieto hi-zo que a su alrededor se aglutinara loque desde hacía algunos años se veníaacumulando: el ya para entonces volu-minoso acervo de las Colecciones Espe-ciales, que no eran sino opulentos y eru-ditos legados de varios de los bibliófilosmás destacados de México, como PedroRobredo, Salvador Ugarte, y G. R. G.Conway, y que funcionaba independien-temente a la Biblioteca General o Central. Así, con la donacióndel señor Prieto, más la estupenda colección sobre Historia yCultura Mexicana perteneciente al resto de las cesiones, se in-tegró una biblioteca con administración especializada, la Bi-blioteca Miguel de Cervantes Saavedra, localizada desde aquelmomento en el tercer nivel del edificio del mural, y diferente ala administración del resto de las bibliotecas institucionales porel especial cuidado que demandaba su acervo.

Por respeto, y por tradición bibliotecaria, al regalo de don

Al donar su colecciPrieto dijo que unaque lo movieron a valiosos libros al IT

preocupación por qde la ciencia y la téenmarcada siemprecampo general de l

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Carlos Prieto se le dio trato particular, fue colocado en sitio pre-ferente y, aunque catalogado y clasificado conforme a las normascomunes, materialmente fue distinguido. Así continúa hasta elmomento. Esto que ahora presentamos es un resumen del con-tenido de la donación Prieto, descripción breve si la compara-mos con el catálogo íntegro de la colección Cervantes, que ocu-pa poco menos de centena y media de páginas. Cabe aclarar, sinembargo, que la suma de los libros cervantistas es pequeña, yaque juntos todos no llegan a dos mil, pocos si los confrontamoscon los ciento sesenta mil que conforman el resto de la Bibliote-ca Cervantina, que incluye todas las donaciones; sin embargo, lametáfora que los une, el sentido que les dio haber sido regaladosespecíficamente para recordar que la materialidad, por impor-tante y suficiente que sea, o parezca, no es bastante para el hom-bre, ha colocado a la colección de libros de Cervantes en un si-tio destacado dentro de los aprecios institucionales.

Al donar su colección, don Carlos Prieto dijo —palabras más,palabras menos— que una de las razones que lo movieron a re-galar sus valiosos libros al Tecnológico de Monterrey era supreocupación por que la enseñanza de la ciencia y la técnicaquedara enmarcada siempre dentro del campo general de las hu-manidades. En otros términos, que el idealismo y la bondad hu-manística de Alonso Quijano, el Quijote, siguiera acompañando—¿guiando?— al realismo y la practicidad de Sancho Panza.

La Colección Cervantes está compuesta de las siguientessecciones: i] Obras de Cervantes; ii.a] Fuentes, adaptaciones ycontinuaciones de obras cervantinas, b] Algunos textos inspira-dos en la obra de Cervantes y c] Volúmenes pseudocervantinos;iii] Ensayos e investigaciones acerca de Miguel de Cervantes osu obra. A su vez, cada una de estas tres secciones se integra porotras divisiones y clasificaciones. Veámoslas.

Entre las obras de Cervantes estáncomprendidas: primeramente la novelaEl ingenioso hidalgo don Quijote de LaMancha, con casi todas las ediciones he-chas en castellano, tanto peninsular co-mo americano, además de muchas de sustraducciones; las llamadas obras meno-res de Cervantes, compuestas por edi-ciones de Poesías y Viaje del Parnaso, Tea-tro, La Galatea, Novelas ejemplares y Los

trabajos de Persiles y Sigismunda; también hay antologías y obrascompletas.

Como Fuentes, en la segunda sección, están variados librosde caballería, las imitaciones y algunos estudios específicos. EnAdaptaciones aparecen Quijotes para los niños, para la juven-tud, para todos, aventuras del Quijote, primeras aventuras delQuijote, resumen sobre Sancho Panza, episodios de la vida delQuijote, el Quijote como lectura clásica, Sancho Panza gober-nador y romancero del Quijote, todo esto escrito por uno u otro

ón, don Carlos de las razonesegalar susSM era suue la enseñanzacnica quedara dentro delas humanidades

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autor, y una y otra vez editados por este y aquel patrocinador.Además, hay otras tantas adaptaciones de la novela pero idea-das en alemán, checo, francés, inglés e, incluso, una muy rara,publicada en Madrid y burlesca hasta la médula, en latín maca-rrónico. Como Continuaciones de la obra de Cervantes están,por supuesto, varias versiones del famoso plagio de Fernándezde Avellaneda, con traducciones y estudios especiales, perotambién agregados —aunque a veces sean meros pegotes— co-mo la Continuación de la vida de Sancho Panza, Aumentos de lahistoria del ingenioso hidalgo Don Quijote, Adiciones a la historia deDon Quijote, la Nueva salida del valeroso caballero Don Quijote,Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, La última salida de DonQuijote o La resurrección de Don Quijote.

Entre las obras inspiradas en temas de Cervantes se conser-van varias comedias líricas, cuentos, baladas y hazañas detecti-vescas del Quijote, más algunos otros trabajos inspirados igual-mente en Cervantes, como El profesor Vidriera, Don Quijote confaldas, Dulcinea —una tragicomedia— y Don Quijote —drama—,además de otras tantas obras de inspiración cervantina tam-bién, pero concebidas en otras lenguas.

Como obras pseudocervantinas están El buscapié, El cachete-ro del buscapié, La tía fingida, algunas supuestas obras inéditaspara teatro de Cervantes, la Comedia —comedia en el sentidode obra de teatro— de la soberana virgen de Guadalupe y el tes-tamento de doña Isabel de Saavedra.

En la sección sobre Ensayos e investigaciones acerca de Mi-guel de Cervantes o su obra hay primeramente una amplia bi-bliografía con catálogos del contenido de afamadas coleccionesmundiales especializadas en la obra cervantina, luego librosque rastrean las huellas de Don Quijote o Cervantes, que de-marcan los caminos y rutas que siguió, que mencionan los pue-blos y aldeas que visitó, que dan cuenta de la iconografía de lasediciones del Ingenioso Hidalgo e, incluso, que marcan el va-lor comercial de las obras de Cervantes —aunque sus evalua-ciones se desvaloricen irremediablemente—. Están luego loslibros sobre los retratos de Miguel de Cervantes y las historiasgráficas de Cervantes y del Quijote, después obras sobre “elhombre y su época”, en referencia al propio Cervantes. Entrelas obras inspiradas en la vida de Cervantes hay novelas histó-ricas que toman al escritor como personaje principal, tambiénLe chien de Cervantés, romanceros y dramatizaciones de la vidadel Manco de Lepanto. Como trabajos y ensayos sobre la obracervantina propiamente, aparecen entre los cerca de doscien-tos títulos varios índices y concordancias, tratados sobre la len-gua usada por Cervantes, las influencias árabes en la novela, elvocabulario de Cervantes, su gramática y algunos diccionariosbasados en su obra. También están los ensayos sobre interpre-tación y crítica, con textos que analizan exhaustivamente laobra de Cervantes, además de un nutrido contingente de obrascon homenajes, reseñas, compilaciones de trabajos, sesionessolemnes, conferencias, álbumes, reportes de jornadas cervan-tinas, crónicas de encuentros cervantinos, ensayos premiados,discursos, certámenes poéticos y actas de asambleas cervantis-tas alrededor del mundo.

Los volúmenes del Quijote

Esto es, descrita rápidamente, la Colección Cervantina delTecnológico de Monterrey; cada volumen por separado, y to-dos en conjunto, como paquete, son obras valiosas y raras. De

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entre todos los libros, los más numerosos sin duda alguna sonlos volúmenes con la novela del Quijote, la parte más vasta dela colección. La primera edición que guarda la Biblioteca es de1607, mientras las más recientes llegan prácticamente hasta lasúltimas décadas del siglo xx. La primera parte del Ingenioso hi-dalgo apareció en 1605, por lo que el Tecnológico cuenta conun ejemplar impreso sólo dos años después de aquella primeraedición; desde entonces, y siglo tras siglo, las ediciones delQuijote han continuado saliendo al mercado, bellas algunas,útiles todas. Enumerar con detalle todos los libros con la no-vela del Quijote que posee la biblioteca, además de prolijo, se-ría aburrido; baste decir que los hay impresos en Bruselas, Mi-lán, Madrid, Amberes, Barcelona, Lyon, Londres, La Haya,Amsterdam, Tarragona, Salisbury, Leipzig, Berlín, París, Bur-deos, México, Zaragoza, Nueva York, Sevilla, Argamasilla deAlba, Valencia, Cádiz, Palencia, La Plata, San Feliu de Guixols,Buenos Aires, Quedlinburg, Stuttgart, Praga, Francfort, Lieja,Budapest, Boston, Venecia, Felanitx, Lisboa, San Petersburgo,Tel Aviv y Tokio. Algunas de estas ciudades, como Nueva York,París, Madrid, Londres, Amsterdam, Barcelona y México, hanvisto a través de casi cuatro siglos varias, por no decir muchas,ediciones del Quijote.

Las traducciones y las ilustraciones

Como ya dijimos, el principio de la colección de Quijotes lomarca un ejemplar de 1607; luego, y bastante colmados, hayinfinidad de ediciones para representar con desahogo los si-glos xvii, xviii, xix y xx. Los ejemplares que más abundan sonen lengua castellana, pero también los hay en alemán, catalán,

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checo, francés, hebreo, holandés, húngaro, inglés, italiano, ja-ponés, mallorquín, portugués y ruso. Muchas ediciones tienenestudios introductorios, críticos o meros comentarios. Loshay sin una sola imagen, o hechos totalmente a base de imá-genes. Respecto de los grabados e ilustraciones hechos espe-cialmente para la novela, cada siglo de los mencionados pue-de ser estudiado con su estilo, sus características e incluso sustécnicas de impresión; al fin y al cabo, es fama que la novelade Cervantes es una de las piezas literarias más ilustradas en lahistoria de la humanidad. Entre los Quijotes los hay con lámi-nas a todo color y realizados en todas las técnicas para impre-sión imaginables; también hay grabados en varias tintas o enuna sola, estampas de trazos fuertes o delicadas viñetas. Prác-ticamente cualquier paso del Quijote ha sido representado,hay ilustraciones que van desde antes de que Alonso Quijanose convierta en Quijote y llegan hasta sumuerte, cuando, para aburrición de to-dos, vuelve a ser Quijano.

Los tipos de papel

La novela, además, ha sido impresa entodo tipo de papel, y también en esto,como con las ilustraciones, uno de losvalores agregados de la Colección Cer-vantina del Tecnológico bien pudieraser el muestrario que conlleva tanto depapeles y su hechura, como de la im-prenta y su manejo a través de al menoscuatro siglos. Cada una de las centurias,desde el xvii hasta el xx, ha tenido suslujos en papel y sus papeles sin lujo.También cada uno de los países dondeha sido editada la obra tiene o tuvo susparticulares fábricas de papel y de tinta,sus grabadores, diseñadores gráficos yartistas, sus encuadernadores, manufac-tureros de guardas, tipógrafos. Puesbien, de todo ello la Colección es un tes-timonio. Hay Quijotes impresos sobrepapel de algodón, de lino, de seda, enpapel reciclado, en papel de trapos, decáñamo, de esparto, de paja de arroz, demaderas de todas clases, en papel blan-co, ahuesado, pergamino por el color ypergamino por el propio material, papelcostero o quebrado, papel cuché, deañafea, de barba, de tina o de mano, deculebrilla, papel de China y papel japo-nés, papeles de marca menor, marquillay marca mayor, papel de pluma y papel verjurado, además ma-teriales exóticos como corcho, tela o algunos papeles de extre-mada rareza.

Los tamaños

En cuanto a tamaños, las ediciones del Quijote también con-forman un surtido repertorio; los hay en folio atlántico, degrandes dimensiones, donde cada pliego de imprenta es unahoja; en folio, que es la mitad de un pliego de papel sellado; en

El Quijote es un recaballeros entre caregalo que lleva laentrega y halaga a El horizonte internovela extrae la paagradable a las bueal idealismo, a la luvalores eternos de

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folio imperial, cuando excede este tamaño pero no llega alatlántico; en folio mayor, cuando es superior a la marca ordi-naria, y en folio menor, cuando es inferior; en cuarto de folio,llamado simplemente en cuarto, porque es la cuarta parte deun papel sellado, y en sus derivados —cuarto mayor, por ser lacuarta parte de un pliego de papel de marca superior a las usa-das en España, y en cuarto menor, por ser inferior a la marcaordinaria—; también hay en cuarto prolongado, que equivalea cuarto mayor; luego los hay en octavo, que son la octava par-te de un pliego de papel sellado, habiendo en octavo mayor yoctavo menor; a los octavos también se les llama en octavilla;siguen en dieciseisavo, que son los pequeños, pero los hay aúnmás pequeños que el dieciseisavo, verdaderos prodigios de im-presión, como el más pequeño del mundo, de una pulgada pordos, y que aún así es legible a simple vista, lleva grabados y tie-

ne las dos partes en sendos diminutosvolúmenes.

Las encuadernaciones

Una obra tan prestigiada como el Quijo-te no podía dejar de tener empastadosmemorables, algunos de los cuales cons-tituyen verdaderas joyas de marroquine-ría, con broches, lazos, botonaduras,guardaesquinas de metal, grabado pro-fundo o ligero, y trabajado al fuego o re-pujado. En encuadernaciones las hay a laholandesa, a la inglesa, en rústica, enmedia pasta, en pasta o en pasta italiana,pudiendo ser los materiales papel de tra-po y madera, cartón, cartones cubiertosde cueros de distintas clases, o bien pie-les bruñidas, grabadas, jaspeadas, pinta-das. Hay encuadernaciones a la españo-la, en piel, y a la italiana, con cartonescubiertos de pergamino muy fino o avi-telado, de ternera, también encuaderna-dos a la holandesa, en media pasta, rús-ticos de todos tipos y en materiales sin-téticos el siglo xx.

Colofón

Desde hace al menos siglo y medio, elQuijote es un regalo para caballeros entrecaballeros, un regalo que lleva la firmade quien lo entrega y halaga a quien lorecibe. También, pero desde un tiempomás largo, ha sido un regalo para estu-

diantes y para jóvenes en formación. En ambos casos, el hori-zonte interpretativo de la novela extrae la parte del Quijoteagradable a las buenas intenciones, al idealismo, a la lucha porlos valores eternos del hombre. Sin embargo, todas las posibleslecturas del Quijote son didácticas, tiestos de experiencia ador-nados por la belleza de un idioma que en esta obra alcanza al-tísima perfección. El Sistema Tecnológico de Monterrey estámuy orgulloso de poseer, custodiar y poner al alcance de la so-ciedad en general, y de sus estudiantes en particular, una colec-ción de libros tan querida a la humanidad.

alo paraalleros, unrma de quien louien lo recibe.

retativo de late del Quijoteas intenciones,

cha por loshombre

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El Quijote, los viajes y el marJavier Ordóñez

de

El denso y fabuloso tejido de que está hecho el Quijotetiene como hilos principales la propia biografía de Miguel de Cervantes, la tradición caballeresca, la coyuntura política y social a finales del siglo XVI y principios del XVII. En este animoso ensayo se revisan algunas de estas hebras, acaso para explicar el continuo interés de los lectores, lo mismo gente de a pieque académicos, por la cumbre literaria de Cervantes

Al menos cada cien años, no se sabe por qué, nos acordamos deél. Nadie sabe si de Don Quijote, de Don Alonso Quijano o deMiguel de Cervantes a secas, privado del don a pesar de la go-lilla asfixiante del retrato de Juan de Jáuregui. Tampoco sabe-mos si alguno de estos avatares coincide con Cide Hamete:confundimos y mezclamos sus imágenes. Lo cierto es que cadacien años estos nombres se nos imponen, brincan las defensasdel olvido y se instalan entre nosotros para torturar nuestrasconfortables conciencias estéticas, amuralladas contra cual-quier locura. Cada cien años. ¿Quién le niega al calendario elvalor de pregonero de nuestra contingencia? Recuerda queeres mortal, que no eres Cervantes, que ni siquiera él lo es por-que sólo inventó la locura de Don Alonso Quijano, quien a suvez tuvo la debilidad de inventar a Don Quijote. Finalmente,él nos inventó a todos nosotros para que escribiéramos sobresus trabajos y sus días cada cien años.

El resto de tiempo se lo dejamos a los piratas de Argel, a losanglosajones y a los filólogos, los tres temores más reconoci-bles en el contexto cervantino. Confiamos en que alguien localle, lo fosilice, lo convierta en folclore, en premio literarioo en lectura obligatoria de algún curso sobre esa edad que lla-mamos de oro, por no llamarla del oro. Ni siquiera en estasefemérides somos dados a preguntarnos por los motivos denuestro abandono, de la lejanía que la cultura española se haimpuesto con un texto como el del Qui-jote. Nos hiere el implacable retrato quese oculta bajo el manto del humor, la in-finitud cegadora de sus arquetipos y desu patetismo, el necesario cumplimientode sus profecías, el desierto que se abrea nuestros pies cuando casi todo está di-cho. Nos produce rechazo reconocernosen él, averiguar que no hay nada en élque nos guste, que realmente no puedegustarnos nada porque no fue escrito para gustar, ni para acu-nar la modorra hispánica de los filósofos de levita de ningunaépoca. Cómo nos va a gustar si leemos la advertencia final delprudentísimo Cide Hamete a su pluma: “Aquí quedarás colga-da de esta espetera y de este hilo de alambre, no sé si bien cor-tada o mal tajada peñola mía, a donde vivirás luengos siglos sipresuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan pa-ra profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir,y decirles en el mejor modo que pudieres: tate, tate folloncicos

Nos consuela creeera un trabajador su moralidad a cuen la tarea de escrclausuraría definitposible historia demedievales para ingrandeza de la mo

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/ De ningunos sea tocada; / porque esta impresa, buen rey, /para mí estaba guardada.’ Para mi sola nació Don Quijote, y yopara él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para enuno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco quese atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruzgrosera y mal delineada las hazañas de mi valeroso caballero,porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriadoingenio.” No recordamos esta advertencia cuando aquí esta-mos reunidos. Pensamos: tal vez fuera para Avellaneda. ¿Nosomos acaso sus epígonos y por lo tanto menos que los Avella-neditas? Pues bien, no tiene por qué.

En realidad, tenemos que ser hermeneutas porque no pode-mos ser autores y sólo queda el camino de la interpretaciónporque ya nos gustaría ser capaces de transgredir el consejo delprudente Cide Hamete y escribir una tercera, una cuarta e in-cluso una quinta parte. Ahora bien, en ese viaje de innumera-bles interpretaciones, paradójicamente, hay una isla que habi-tualmente se deja incólume al expolio. En toda la locura quijo-tesca y sus correspondientes locuras hermenéuticas hay algo asícomo “un hecho indiscutible”: el texto en su totalidad es unacrítica a los libros de caballerías. Una afirmación global acercade la intención del texto que sirve de cimiento para la construc-ción de cualquier edificio interpretativo.

Hablábamos de olvido y de hermenéutica. Parte del aban-dono proviene precisamente de aceptar esa afirmación: el Qui-jote es el punto final del género de los libros de caballería. Y asídecimos: fue la clausura de una época de gusto medieval y Cer-vantes, brincándose el renacimiento, saltó del barroco a la mo-dernidad escribiendo sobre el ridículo y los desastres que pue-den producir los ensueños que nos confunden y nos llevan avacilar sobre qué es literatura y qué es realidad. Como si laobra fuera el simple trazado de la línea que separa la realidadde lo real maravilloso, al personaje de los autores, al folletín ca-balleresco de la novela, a la locura de la cordura, al espíritu

burgués del código de caballería, a la fi-losofía materialista del idealismo, alhombre del autor, a las virtudes de losvicios, a los sueños de las evidencias, alhumor del horror, a la frontera del yo desu disolución, al narrador de sus heteró-nimos… Literatura y realidad. Esas dospalabras funden los grilletes de galeoteque impidieron tomar al Cervantes des-dentado como fuente de inspiración

posterior. Son metales que amalgamaron la golilla que asfixiaal don Miguel de nuestras representaciones, copias sin duda dela copia del retrato que mencionábamos al principio.

Al final, nos consuela creerlo un trabajador disciplinado,con su moralidad a cuestas, empeñado en la tarea de escribir elrelato que clausuraría definitivamente toda posible historia deideales medievales para inaugurar la grandeza de la moderni-dad sin más. En general la crítica y los numerosos analistas dela obra coinciden en que la ironía cervantina desplegada en la

r que Cervantesisciplinado, constas, empeñadoibir el relato queivamente toda idealesaugurar ladernidad sin más

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Cuatrocientos años después

Armando Alanís

En mis continuos viajes por asuntos de negocios pasabatodas las mañanas por aquel pueblo. En medio de la so-leada plaza se erguían, en bronce, las estatuas ecuestresde Don Quijote y su obeso escudero. Detenía mi cochebajo la sombra protectora de una palmera y miraba porun momento aquel magnífico conjunto escultórico. Lue-go, seguía mi viaje.

Una mañana advertí que los ojos del hidalgo se mo-vían dentro de las órbitas. Sus manos aferraban con fuer-za la lanza. El cuello de Rocinante brillaba, sudoroso. Losojos de Sancho también mostraban la mayor inquietud.Los del borrico permanecían cerrados, pero su enormebarriga crecía y decrecía al ritmo de la respiración.

No me sorprendí demasiado por aquello: las estatuasestaban tan bien hechas que parecían vivas.

Al día siguiente Don Quijote y Sancho, así como suscabalgaduras, habían desaparecido. Sólo quedaba, enmedio de la plaza, la plataforma de cemento. Bajé del co-che y me dirigí hacia un viejo que, con su carrito de pa-letas, esperaba, aburrido, a que salieran los niños del co-legio de enfrente.

—¿Don Quijote? ¿Sancho? ¿Sabe usted a dónde hanido?

—A dónde va a ser, señor —contestó el viejo, repri-miendo un bostezo—. Salieron muy temprano hacia lamontaña, a enfrentar a los gigantes que desde hace tiem-po amenazan la tranquilidad de nuestro pueblo.

sátira y la demolición de los libros de caballería medievales esa la vez el cierre de un género y la apertura al mundo y el hom-bre contemporáneos. Probablemente esta versión sea muy ade-cuada, pero en sí misma es poco moderna porque olvida el dra-ma personal que hay en el despliegue de dicha ironía. Olvidalos elementos de fracaso, de perplejidad ante un nuevo mundo,de miedo, de rechazo, de tecnofobia, de regresión, de miradahacia atrás que alimenta esa ironía.

Es verdad que las advertencias de Cervantes sobre las des-gracias que podía acarrear el sin fundamento de la caballeríamedieval y mágica podría compararse con las admoniciones delos sabios que insistían en el carácter natural de los cometaspara que el buen pueblo tuviera curiosidad y no temor cuandoviera nacer una estrella. Este nuevo “talante”, al que podemos ysolemos llamar modernidad, que es punto de partida común enel viaje por el océano Quijote, podría llegar a ser especialmenteinteresante si se completara con el punto de vista del que tomaen consideración los fracasos y las inconsecuencias que alum-braron tal parto.

Podemos comenzar con su propio nombre: un caballero dearmadura que elige el nombre de una pieza que no porta ya quecarece de quijotes, que, como ustedes saben, son las piezasque cubren y defienden los muslos de los caballeros. No se tra-ta de una ausencia casual. Cervantes transforma a Don AlonsoQuijano en Don Quijote sin quijotes situándolo así en el de-

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samparo y en el ridículo, no como mero recurso literario parasubrayar lo bizarro del personaje, sino como un acto de priva-ción de la defensa en cualquier contienda. Don Quijote nuncapodrá pelear con ningún adversario que suponga un peligroreal. Resulta sorprendente que la locura de Don Quijote lepermita discriminar con tanta finura los adversarios que lo vana tomar por loco de aquellos que lo verían como un puro ene-migo. ¿Locura de Quijano o autobiografía de Cervantes? ¿Des-precio al presente o temor al futuro? ¿Ridículo o toma de po-sición frente a la batalla? Ficción y realidad parecen en la au-sencia de quijotes una y la misma cosa.

Seguimos con la propia biografía del autor. Soldado de for-tuna en los Tercios de Italia y, probablemente, ferviente admi-rador de la vida aventurera que Julio Albi de la Cuesta describede la forma siguiente: “Era un universo desgarrado, alucinado,a medida de los tremendos Tercios: galeotes, popes arraeces ocomandantes de naves otomanas, frailes redentores de cauti-vos, prostitutas hacinadas en ‘casas de carne’, leventes o solda-dos de galera, guzmanes, matachines, curas pecadores, uncidosa los bancos de los buques pontificios, rojos caballeros de Mal-ta, ‘hombres desalmados’ como el inevitable Contreras, direc-tores de redes de agentes, como Triplada, pícaros como Miguelde Castro, grandes señores como Osuna o Toledo, conspirado-res como Quevedo, mentirosos como el Duque Estrada, ilumi-nados como Pasamonte, se codeaban con Don Quijote, queservía en una compañía disfrazado de Miguel de Cervantes.”Arcabucero de primera línea en batallas por mar y por tierra, y,por lo tanto, conocedor del horror de la muerte y el sufrimien-to en la batalla. Vagabundo, recaudador de impuestos en la An-dalucía rural y, en consecuencia, conocedor de la miseria de lamonarquía hispánica. Pedigüeño en busca de patrocinio, queúnicamente lo obtuvo en los últimos años de su vida con elconde de Lemos. Deudor permanente y prisionero siempre acausa del dinero. En Argel, porque valoraron demasiado elprecio de su rescate; en Andalucía, por la quiebra de su gestión.En su trastienda, las glorias de las monarquías de Felipe II y deFelipe III. Abundancias que nunca experimentó, sueños ameri-canos que siempre le estuvieron vedados pese a sus reiteradassolicitudes; nunca obtuvo el permiso para viajar a América. Perono se trata de elaborar un catálogo de frustraciones, sino ponerde manifiesto algunas de las que aparecen en la obra.

Don Alonso Quijano eligió el papel de vagabundo más queel de caballero. Sus salidas, eufemismo para denominar los suce-sivos viajes que emprendió, fueron puras excusas para calmar suzozobra, el desasosiego de una biografía que latía con el mismopulso que la de su autor. No se trataba de ningún viaje épico,sino de una ausencia de esperanza en el nuevo mundo de acáque veía emerger ante sus ojos y no acertaba a interpretar. Conesto llegamos al primer punto álgido de nuestro comentario.

En la primera salida, Don Alonso Quijano apenas está trans-formado en su personaje. La continencia del autor provoca enel lector la sensación de que está asistiendo a una prueba. Elpersonaje literario no es todavía totalmente independiente apesar de haberse autoarmado caballero, un acto tan modernocomo el autoimperio de Napoleón. La segunda salida tiene lu-gar después de la depuración de la biblioteca de Don Quijote.La decisión del viaje es más fuerte y determinada, y la primeraaventura en términos del propio texto nos da informaciónacerca de la percepción que Don Alonso Quijano, ya casi DonQuijote, tiene de su mundo. Mucho se ha escrito sobre el ca-

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pítulo octavo de la primera parte. Mucho sobre el desvarío delcaballero sin quijotes al ver los molinos de viento. “Desafora-dos gigantes”, los llama. Deseos de batalla y, como buen solda-do, deseos de botín. La polémica entre Sancho y su caballerosobre si son gigantes o molinos se ha convertido en el paradig-ma sobre la discusión en torno a la ficción, a esas dos palabrasque antes mencionábamos. Es muy posible que todas las inter-pretaciones que siguen esta pauta arrojen mucha luz sobre elresto del texto. El lector sabe con quiénva a tratar a partir de entonces, perotambién es posible que se nos escape al-go, tal vez muy pequeño, que espoleabaen la recámara del escritor cuando yaapenas podía contener a su personaje.Viejo soldado de los Tercios, ¿de qué es-cribes? ¿Ante quién sitúas a tu persona-je? Ante molinos. Ante molinos de vien-to. Ante molinos construidos por sabiosque no son del lugar. Estos artilugios que ahora consideramosperfectamente integrados en el paisaje manchego, en realidad,eran la aplicación de una tecnología completamente foráneaque había sido desarrollada con muchísimo éxito precisamenteen Holanda. La sequía que tuvo lugar durante el reinado deFelipe II (1570) había auspiciado la emergencia de ingenios deviento. El saber, como el viento, venía de fuera. Don Quijotese plantó ante los molinos, los molinos eran gigantes, verdade-ramente gigantes. Gigantes como el enemigo, como Flandes,como Holanda. Primer tropezón de la monarquía hispánicaque no pudo domeñar el país de los molinos. Primer tropezónde Don Quijote, no poder terminar con los molinos de allítraídos. Don Quijote sabía, don Miguel de Cervantes sabía queeran gigantes que no se podían eliminar por medio de un ca-ballero sin quijotes y ¿acaso le dolía?

En este primer episodio tal vez no haya tanta ingenuidadcomo se haya querido ver. No hubo tanta confusión como me-táfora. No hubo tanto riesgo inútil como desesperación. DonQuijote fue batido, como lo fue la tecnología española a partirde entonces. Ésa fue la primera frontera, la frontera norte quelimitaba la expansión del poder de la monarquía por medio deelementos tecnológicos completamente heterogéneos con eldesarrollo interior. Lo esperable, lo que ocurrió, fue que la vis-ta se desvió hacia el océano Atlántico. El ingenio caminó de-trás de la mirada. Pero el ingenioso hidalgo se quedó en tierra.

A Don Alonso Quijano le estuvo vetado el occidente. Sus iti-nerarios fueron casi circulares y sus propósitos imposibles.Compartió el temor de su tiempo, que ha llegado hasta noso-tros, de creer que del oriente viene toda la amenaza y del occi-dente toda la esperanza. Aun así, su camino necesariamente tu-vo que retornar al oriente. Personaje y autor se confunden en laencerrona existencial que supone la imposibilidad material deembarcarse hacia la única puerta hacia la esperanza y el futuro,y la lucidez de saber que la frontera norte de la modernidad eu-ropea estaba cerrada en un imperio misérrimo, despilfarrador,obtuso y obcecado en su batalla contra el continente por tierray contra el oriente por mar, sobre todo, tras el fracaso de la in-vasión de Inglaterra. Emergen de esta cárcel peninsular los ele-mentos arcaizantes del personaje alter ego del autor al final dela tercera salida, cuando Don Quijote llega a Barcelona y vuel-ve a entrar en contacto con el mar Mediterráneo en un movi-miento de retroceso o, quizá mejor, circular y perfecto.

Cervantes transforAlonso Quijano ensin quijotes, situándesamparo y en el mero recurso literalo bizarro del persocomo un acto de pdefensa en cualqui

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En el prólogo a la segunda parte todavía el autor habla de labatalla de Lepanto en una cita que se repite continuamente: “lamás alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, niesperan ver los venideros”. Habitualmente esta opinión se con-sidera fruto del orgullo por haber participado en una batalla quefue simplemente eso, una batalla. Convendría tal vez releerlacon la carga de ironía que tiene todo el prólogo. Una batallainsigne que no resolvió el poderío de ninguno de los conten-

dientes. Batalla pírrica más que victo-ria, que Cervantes consideró una ima-gen adecuada sin duda de la vanidad desu mundo. De ese mundo que le mantu-vo prisionero en una geografía clausura-da.

Cervantes participó en la batalla deLepanto a bordo de la galera Marquesa.Sirvió como arcabucero en un esquifedonde pudo comprobar la veracidad del

dicho popular que podría haber puesto en boca de Sancho: “nohay hombre cuerdo sobre la mar”. Ya en aquel entonces la mo-narquía hispánica, con toda su enorme dimensión territorial, te-nía una flota que no alcanzaba ni con mucho en tonelaje a la flo-ta holandesa. En el océano Atlántico ya se navegaba a vela, pe-ro en el Mediterráneo, por el contrario, los remos seguíansiendo una fuerza fundamental para mover las galeras duranteel combate. La capital de la monarquía estaba situada en unpunto geográfico equidistante de las costas, como un Tíbet que

a a Don Don Quijote olo así en elidículo, no comorio para subrayarnaje, sino ivación de lar contienda

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debía regir un imperio que nunca fue una talasocracia. Las tro-pas de los Tercios no eran una parte de la marinería, sino queeran acarreadas como tropas de combate. Las galeras se movíana golpe de remo y los galeotes que formaban la chusma moríansi el casco crujía bajo el empuje del enemigo o si la nave se hun-día. Las galeras buscaban el abordaje e incrustaban sus proas enel casco contrario para facilitar el asalto de los soldados. Ade-más, cada galera llevaba una flotilla de naves menores que per-mitía mantener activa la lucha a fuerza de proveer a la nave ma-yor de más combatientes que viajaban en estos esquifes. Elcombate debía ser de una enorme crueldad ya que se utilizabanarmas de fuego de escaso alcance, los arcabuces, pero muy mor-tíferas. La lucha continuaba en tanto y cuanto las naves peque-ñas dispusieran de carne de cañón. Ésa fue la gloria de la bata-lla que vivió Cervantes, a quien frieron la mano en uno de aque-llos esquifes. Gran batalla que a decir de los analistas de la épocahabía decidido el final del dominio turco y que aparentementehabía conjurado sus amenazas. No resulta fácil compartir unaopinión tan sumaria sobre este asunto. Si es cierto que el turcono siguió avanzando sobre occidente, no lo es menos que las re-públicas cristianas tampoco pudieron aumentar su influencia enel Mediterráneo oriental y Miguel de Cervantes se recuperó delas heridas físicas que recibió en Lepanto.

Poco tiempo después, en el año 1575, se embarcó en Nápo-les con destino a la península en una galera llamada Sol, nom-bre sarcástico porque a escasos kilómetros de la costa de Cata-luña fue capturada por bergantines de la media luna que teníancapacidad de operar en las costas catalanas como si la batalla deLepanto no hubiera ocurrido. La influencia del cautiverio quenuestro autor pasó en Argel ha sido muy estudiada y, probable-mente, se puedan encontrar en toda su obra literaria numero-sos rastros de sus vivencias de entonces. Si regresamos al Qui-jote nos encontramos con un caballero que ama las grandes ba-tallas pero que distingue las cruentas de las incruentas, con unpersonaje que odia las armas de fuego, con una narración don-de apenas se mencionan otras armas ofensivas que la espada yla lanza, objetos que ya en aquella época eran prácticamentepiezas de museo.

Solamente aparecen armas de fuego en la segunda parte,prácticamente al final de la obra. En elcapítulo sexagésimo el bandolero catalánRoque Guinart aparece portando armasde fuego y es un personaje por el queCervantes no oculta su simpatía. Trescapítulos más adelante Don Quijote seembarca en las galeras que tienen comofinalidad la guarda de la costa catalana yse hace a la mar. En ese contexto vuelvena aparecer armas de fuego. El hecho de que Don Quijote noporte más que espada y lanza y considere que las cuestiones dejusticia deben ser dirimidas por medio de elementos tan sim-ples, apuntan una cierta tecnofobia —visto el contexto dondese escribió la obra y comprobada la experiencia de Miguel deCervantes en la verdadera guerra— que penetra toda la actitudidealista y arcaizante del ideal Quijano, impregnándola de unaliento más melancólico que meramente crítico. Pero esto de-be entenderse no como un regreso al paraíso perdido, sino co-mo el reconocimiento de la no existencia de paraísos. Nuncahubo un tiempo pasado que fuera mejor, excepto el de la pro-pia locura.

Si Don Alonso Qupor algo, lo hizo posería el precedentelocuras de nuestrosería precisamentetuvo más remedio qhacer que otros lo

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Todos estos elementos nos permiten conjeturar, si no en-tender, el horror que los recuerdos del oriente le provocaban aCervantes y que, además, tenían repercusión sobre el compor-tamiento de sus personajes e incluso sobre su visibilidad en lanarración. La llegada de Don Quijote al Mediterráneo, que enrealidad era un regreso del propio autor, supone el adelgaza-miento de la densidad del personaje principal de la historia.Cuando Don Quijote se encuentra embarcado en las galerascatalanas se produce una persecución de naves piratas donde sedan enfrentamientos reales, disparos con armas mortíferas,víctimas, dolor, victoria y derrota. En ese momento Don Qui-jote desaparece y prácticamente no recupera ya su visibilidadhasta su muerte. Se ha enfrentado con los límites de su cárcelpeninsular. Las galeras costeñas logran una victoria que de he-cho es simplemente una contención; se contiene al oriente, selo mantiene a distancia. Pero la realidad, o eso que llamamosrealidad, invade ya la locura construida para escapar de los fra-casos del autor; hemos de recordar que Cervantes nunca reci-bió reconocimiento similar al de otros autores de su época. Al-go que no le llevó a ningún resentimiento que lastrara su po-der creador, sino a hacer de la ironía el motor de su narración.Una actitud que, por otra parte, no le privó de ser capaz de veren el espejo el drama de su propia historia.

El Quijote no es un libro contra ningún libro, no es un relatocontra los libros de caballería sino contra los caballeros que nun-ca existieron excepto en el uso de la retórica de los fanfarrones,tan bien conocidos en el universo tabernario de las cortes de en-tonces y de ahora. Nadie que se invoque como un caballero po-drá superar el ridículo en el que se sitúa Don Quijote. Pero toda-vía hay más. Ni siquiera es un libro contra los caballeros, sinocontra sí mismo, contra el propio autor y protagonista del relatoque, por una parte, se ve abandonado por sus descendientes y, porotra, usado como excusa para cualquier despropósito. Así, el librose asoma al abismo de la indiferencia y a la vez a la promiscuidadde los análisis. Lo convertimos en un esperpento de nuestro fol-clore o en un puro símbolo de nuestra historia, pero pocas veceslo dejamos hablar acerca de sí mismo. Sirve para nuestros propó-sitos con la misma ingenuidad que los libros de caballería le ser-vían a Don Alonso Quijano. Decimos que en el Quijote hay un

propósito claro, pero un caos de despro-pósitos subterráneos que lo hacen ser elprecedente de cualquier cosa, incluidoslos rigores de la modernidad.

Si Don Alonso Quijano enloqueciópor algo, lo hizo por presentir que seríael precedente de todas las locuras denuestro mundo. Como lo sería precisa-mente por ser loco, no tuvo más remedio

que escribirlo o hacer que otros lo hicieran. Como no tenía de-masiado que contar, como no podía contar directamente su de-sasosiego, le dio la palabra a otros autores para que transmitie-ran aventuras y locuras acaecidas a lo largo de sus viajes. Así, laitinerancia de Don Alonso Quijano, loco de futuro, provienede la zozobra de un empeño narrativo en el que se mezcla lovisto y experimentado por los autores con lo soñado y deseadoy temido por los protagonistas. La historia se jerarquiza en losdiferentes viajes. Uno sobre otro, encabalgado por un tercero,como estratos geológicos de una autobiografía que Cervantestuvo el buen gusto de no escribir. En eso era más moderno quenuestros contemporáneos.

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de todas lasmundo. Como lopor ser loco, noue escribirlo oicieran

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El incienso del QuijoteClaudio R. Delgado

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Los clásicos corren el riesgo de merecer la unánime, y a veces acrítica, aclamación de los lectores. Con este breve recuento de opiniones discordantes sobre la perfección del Quijote queremos, sin fatuo ánimo iconoclasta, exponer un ángulo menos luminoso de la gran obra cervantina, que también se apoya en sus yerros para ser la magnífica pieza con que se inició la literatura moderna en nuestro idioma

El arte representa una forma de conciencia, un reflejo de la vi-da real y una interpretación subjetiva de esa misma realidad.Miguel de Cervantes Saavedra era un escritor que anhelaba co-mo muchos otros alcanzar el éxito a través de la pluma y vio enla situación social que lo rodeaba una buena oportunidad paraello. Es probable que, convencido del autoritarismo que impe-raba en el momento que se vivía, decidiera elegir un personajeaparentemente loco como forma de expresar abiertamente sujuicio sobre los hechos más importantes que marcaban el coti-diano acontecer del pueblo español, tratando así de evitar lacensura, pues de otra forma corría el riesgo de permanecer elresto de su vida en la prisión o ser condenado a muerte por laInquisición, ya que no era fácil en esa época criticar o burlarsede la monarquía, la nobleza o el clero.

Con el Quijote, Cervantes logró no sólo el éxito que anhe-laba como escritor, sino que además supo aportar a su librouna imagen, según algunos estudiosos, “sobrevalorada” o, me-jor dicho, rutinariamente cubierta de incienso. El Quijote es talvez la novela más estudiada en la historia de la literatura uni-versal: de ella han hablado desde Lope de Vega hasta Scho-penhauer —quien afirmaba que “el Quijote expresa la vida detodo hombre que no se satisface, como los demás, en buscarsu propia felicidad, sino aspira a unameta objetiva, ideal, que se ha apodera-do de su pensamiento y de su volun-tad”—, sin dejar de lado lo que en sumomento opinaron Dickens, Steven-son, Goethe, Flaubert, Joyce, Kafka,Unamuno, Ortega y Gasset, Darío,Borges, Dostoievski, Nabokov, Hugo yChesterton, entre otros.

El “ideal” de Schopenhauer nada tiene que ver con lo quedurante décadas un sinnúmero de autores, estudiosos de estelibro y de su autor, nos han tratado de imponer. Me refiero a laidea de que el Quijote es necesariamente una novela en la quelo central de su argumento es el deseo de la libertad a través dela locura, de la ensoñación, del sentirse libre a costillas de lanecesidad de “soñar”. Incluso me atrevería a suponer que ese“afán libertario” está dado a costillas de los padecimientos deSancho Panza.

En torno al Quijote durante siglos hemos leído una multitudde opiniones, entre las cuales son dignas de destacarse dos o

Cervantes tenía viartista, lo que le p“patético héroe”, fuerte su arte queque demuestra enprevaleció “la libe

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tres que, por encontrarse en “contra” del libro de Cervantes oen contra del mismo Cervantes, como es el caso de Avellane-da, son fundamentales. Lo que más debió sorprender a los queconocieron de inmediato el Quijote fue el modo en que está es-crito el libro, pues, según dice Martín de Riquer en Para leer aCervantes (El Acantilado, 2004), “El Quijote no era un libro deversos, ni un poema heroico, ni una novela pastoril, ni picares-ca”, géneros que en ese momento —el tránsito del siglo xvi alxvii— estaban en boga, “sino una especie de remedo burlescode los libros de caballerías que tantos detestaban y que teníacomo tema las locuras de un demente”. Tal situación provocoincluso que Cervantes no lograra encontrar quién escribierapoesías laudatorias para su libro, según la usanza de aquel pe-riodo y que aparecían siempre en las primeras páginas. La no-ticia de dicha búsqueda llegaría hasta oídos de Lope de Vega,quien escribió en una carta de 1604 (año en el que Cervantesterminó de escribir su libro): “De poetas, no digo: buen sigloes éste. Muchos están en cierne para el año que viene pero nin-guno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe adon Quijote.” La carta de Lope fue divulgada en copias ma-nuscritas, alguna de las cuales llego hasta Cervantes, que, “do-lido e indignado”, respondió a las “ofensivas palabras” escri-biendo un prólogo a la primera edición de su Quijote, en el cualabundan las alusiones despectivas a Lope de Vega y en el queseñala su renuncia a encabezar su libro con “sonetos al princi-pio, o al menos sonetos cuyos autores sean duques, marqueses,condes, obispos, damas o poetas celebérrimos”. Esta alusión aLope hizo que éste se sintiera insultado por Cervantes y querespondiera con un soneto que en su primera parte dice: “Yono sé de los, de li ni le, / Ni sé si eres, Cervantes, con- ni cu-,/ Sólo digo que es Lope Apolo, y tú / Frisón de su carroza ypuerco en pie.”

He ahí la primera noticia crítica que tenemos sobre el Qui-jote, adversa y despectiva sin duda, y quesin embargo marca el punto de partidadel cervantismo, “surgido —según deRiquer— del ambiente intrigante y en-vidioso de tertulias y camarillas litera-rias”, que a nadie habría hecho pensaren que, pasados los siglos, el poeta gris yautor de La Galatea —que según el mis-

mo Cervantes “tiene algo de buena invención, propone algo yno concluye nada”— se convertiría en el primer novelista de lalengua española.

En 1614, con la aparición del Quijote de Alonso Fernándezde Avellaneda se marcaría otra de las línea en el estudio y valo-ración del Quijote de Cervantes. En ese texto apócrifo se narranlas nuevas aventuras de Don Quijote y Sancho, sobre todo apartir del momento en que llegan a su aldea —identificada enel libro como Argamasilla— algunos caballeros granadinos quese “encaminan a Zaragoza para participar en unas justas”. Esen esta parte donde aparece el célebre don Álvaro Tarfe, quiense aloja en casa de Don Quijote y junto con él departe hasta

ta y pulso dermitió crear a suues resultó másus prejuicios, lonces quead del genio”

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que descubre la locura de éste. Don Quijote y Sancho Panzadeciden volver a las aventuras, y después de un sinnúmero decalamidades don Álvaro Tarfe termina recluyendo a Don Qui-jote en la casa de locos de Toledo.

El Quijote de Avellaneda, a pesar de su falsedad, viene a sertan importante como el de Cervantes por la simple razón deque, según lo señala Fernando del Paso en su Viaje alrededor delQuijote (fce, 2004) “lejos de ser infiel y mentirosa” la historiaque se cuenta en él resulta “fiel y verdadera, y de ello […] tie-nen la culpa tanto Cervantes, el autor, como Don Quijote, elpersonaje”. Y sí, lo que Del Paso señala es claro, pues don Ál-varo Tarfe es transmutado al auténtico Quijote de Cervantes,exiliándose así “del oscuro país del Quijote de Avellaneda, y senaturaliza en la luminosa patria de Cervantes”.

Fernández de Avellaneda escribió su Quijote con cierta gra-cia y no sin algunos méritos dignos de ser destacados, lo que nomitiga el que haya sido creado con afán fraudulento, tambiénencaminado a desacreditar al mismo Cervantes, pues si se leeel prólogo del libro veremos que se encuentra lleno de insultosdirigidos al creador de Don Quijote. Es más, Alonso Fernán-dez resultó un ferviente admirador de Lope de Vega y su in-

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Teoría de Dulcinea

Juan José Arreola

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hu-bo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujerconcreta.

Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratula-ba eficazmente cada vez que un caballero andante em-bestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos,hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan alhéroe después de cuatrocientas páginas de patrañas, em-bustes y despropósitos.

En el umbral de la vejez, una mujer de carne y huesopuso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pre-texto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aro-ma de sudor y de lana, de joven mujer campesina reca-lentada por el sol.

El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar ala que tenía enfrente, se echó en pos, a través de páginasy páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Cami-nó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbóuna cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en elaire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte leaguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo paradictar un testamento cavernoso, desde el fondo de sualma reseca.

Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lá-grimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tum-ba del caballero demente.

Hemos tomado esta “Teoría de Dulcinea” de las Obrascompletas, antologadas y prologadas por Saúl Yurkiévich,que apareció en la colección Tierra Firme

condicional defensor ante las “malévolas” alusiones que Cer-vantes había dedicado al Fénix en el Quijote de 1605; de ahí queen el prólogo zahiera al manco de Lepanto diciendo que el su-yo está “menos cacareado y agresor de sus letores que el que asu primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra”, y aña-de: “el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamentecelebran las naciones más estranjeras y la nuestra debe tanto,por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos añoslos teatros de España con estupendas e inumerables comedias,con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad ylimpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar”,en clara referencia a Lope de Vega.

Entre los autores modernos arriba mencionados, se desta-ca la figura de Vladimir Nabokov, sobre todo por la inusual li-bertad de criterio con señaló fallas y tropiezos del Quijote, conel fin de resaltar los valores auténticos de la novela. En su Cur-so sobre el Quijote, Navokov hace una comparación entre Cer-vantes y Shakespeare, y dice: “Discrepo de afirmaciones comola de que la percepción de Cervantes era tan sensible, su inte-ligencia tan flexible, su imaginación tan activa y su humor tansutil como los de Shakespeare. No, por favor: aunque redujé-ramos a Shakespeare a sus comedias, Cervantes seguiría yen-do a la zaga en todas esas cosas. Del Rey Lear, el Quijote sólopuede ser escudero. Lo único en que Cervantes y Shakespea-re son iguales es en influencia, en difusión espiritual. Estoypensando en la larga sombra arrojada sobre la posteridad re-ceptiva por una imagen creada que pueden seguir viviendocon independencia del propio libro. Las obras de Shakespea-re, sin embargo, seguirán viviendo aparte de la sombra queproyecten.” Contundente, Nabokov no da tregua a Cervantesy a su Quijote, aunque encuentra elementos que le permiten“demostrar que los cuarenta episodios en los que don Quijotehace de caballero andante revelan ciertos elementos de estruc-tura artística admirables, un cierto equilibrio y una cierta uni-dad”.

Para Diego Clemencín, Cervantes “su fábula con una ne-gligencia y desaliño que parece inexplicable. La escribió de-jando correr la vena de su ingenio, sin seguir regla ni impo-nerse sujeción alguna”, opinión a la que el escritor ruso no seopone del todo, ya que Nabokov incluso señala que es una“novela de abundante cosecha de errores, incidentes olvidados[…] y otros errores que afean el libro” y sin embargo tambiénapunta que, a pesar de dichos dislates, de alguna forma “el ge-nio de Cervantes, la intuición del artista que era, consigue tra-bar esos miembros inconexos y servirse de ellos para dar im-pulso y unidad a su novela sobre un noble loco y su vulgar es-cudero”.

Si Cervantes Saavedra se salva ante la mira y el análisis pro-fundo e inquisidor de Nabokov, se debe principalmente “al ar-tista que llevaba dentro”, pues como pensador Cervantes“compartía alegremente” casi todos los errores y prejuicios desu tiempo: toleraba la Inquisición, aprobaba muy seriamente labrutal actitud de su país hacia los moros y otros “herejes”, yademás creía que dios hacía a todos los nobles e inspiraba a to-dos los monjes. Pero Cervantes tenía vista y pulso de artista, loque le permitió —según el mismo autor de Lolita— crear a su“patético héroe”, pues resultó más fuerte su arte que sus pre-juicios, lo que demuestra entonces que prevaleció ante las ideasprejuiciosas del español, el ingenio creador, pues logró “la li-bertad del genio”.

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