Cuadernos Salmantinos de Filosofía. 1990, Volumen 17. Páginas 255-276-1

download Cuadernos Salmantinos de Filosofía. 1990, Volumen 17. Páginas 255-276-1

of 22

Transcript of Cuadernos Salmantinos de Filosofía. 1990, Volumen 17. Páginas 255-276-1

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    1/22

    LAS

    CARTAS

    PERS S

    DE

    MO NTESQU IEU ETICA

    Y

    RELIGION

    Cuando en 1721 empieza Montesquieua escribirsus Cartas persas

    1

    los

    Caraceres de Jean de Ia Bruyre seguan conociendo el aprecio de loslecto-

    res y Ia obra maestra de Alain-Ren Lesage Gi/ las

    de

    Santillane comenza-

    ba a ser las

    delicias

    del

    pblico

    francs.

    Montesquieu

    al igualque

    esos

    dos

    auto-

    res quiso pinta r las costumbres de su tiempo y

    Io

    hizo de una manera muy

    original.

    Usbek y

    Rica

    han

    abandonado

    su

    Persia natal para escapar

    de sus

    ene-

    migosy se han refugiado en Francia.Aqu observando un mundo nuevotan in-

    teresante para ellos con tinan recibiendo noticias

    de su

    pas

    y de sus

    harenes.

    Esto constituye

    un

    pretexto natural para

    una

    novela oriental

    con sus

    pinceladas

    ticas

    que

    deba

    de

    hacer

    las

    delicias

    de sus

    lectores.

    Lo primero

    que

    sienten estas

    dos

    personas

    al

    llegar

    a

    Pars

    es

    extraeza

    y

    admiracin y luego se ren o se irritan ante Io que constituye el objeto de los

    respetos de

    Ia

    sociedad francesa. Usbek y Rica describen implacablementelos

    ridculos y las inconsecuencias de los franceses con Ia libertad que les permite

    1 LasCartas

    persas

    Let trespersanes conocen envidade suautor nadamenos quecin-

    cuenta ediciones.Tansloen

    1721

    ao de su

    aparicin

    se

    publican

    doceveces

    siempre

    con

    indi-

    caciones ficticias: Cologne chez Pierre M arteau; Am sterdam chezPierre Brunei etc. El

    libro

    realiza-

    r por su difusin inmediata

    Ia

    profeca del P.Desmolets: Cela se vendr comme du pain. El ao

    1897

    M.

    Berkhausen publica

    una

    edicin

    monumental que

    aparece

    en

    Ia Imprimerienationale.

    La

    podemosconsiderar definitiva. Es

    Ia

    que sigue G. Gusdorf para su edicin en Ia coleccin Le livre de

    Pochen.l665 que

    contiene

    un

    prefacio comentarios

    y

    notas.Aunque

    conocemos

    Ia trad. castella-

    na

    realizada

    por

    JosMarchena

    en Iaedic. de Ia

    coleccin

    Clsicos del

    pensamiento edit.Tecnos

    Madrid

    1986 con estudio preliminarde Josep M .Colomer

    hemos

    seguido

    para

    nuestro trabajo

    Ia

    edic.

    de Le liwe de poche.

    Nuestra traduccin

    es

    directa

    deI

    franccs.

    Queremos

    sealr tambin Ia

    edic.de las

    Lettres persanes

    juntoconLe templede Gnide en Ia coleccin Lesmeilleurs auteurs

    classiques

    de E. Flarion Edit. Paris s.d. con un curioso Indexanalytique philosop hique historique

    et

    littraire pp.331-363.Le

    temple

    de

    Gnide

    sepublicaen 1725 ycontribuyea aumentar Ia fama

    de Montesquieu que es elegido Director de IaAcademiade

    Burdeos.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    2/22

    256

    JOSEOR OZ RETA

    su religin,suscostumbresy losmodelos de Ia sociedad persa. YMontesquieu

    se va a

    aprovechar gustoso

    de

    todo

    esto.

    No

    dudamos

    de que

    debi e

    ser muy

    divertidopara

    lo s

    lectores franceses verse descritos

    de una

    manera

    ta n

    nueva,

    a l

    travs de

    Ia

    correspondencia epistolar de estosdos orientales que, probable-

    mente carecen deopiniones preconcebidas y enjuician la scostumbres france-

    sas

    desde

    el

    punto

    de

    vista

    de las

    costumbres persas.

    En Ia medida

    en que

    esta crtica

    de las

    costumbres

    sea el

    resultado

    de un

    anlisis realizado por observadores muydiferentesde lasideas francesas, pode-

    mosaugurara llibro

    Ia

    suerte de seroriginal.Por esonadams a propsito qu e

    introducir

    para

    ese

    oficio

    de

    crticos observadores

    a

    unos hombres situados

    en

    el

    otro extremo de Ia tierra. Pero Montesquieu,a lescribir su libro

    2

    no tena

    ms que

    mirar

    en

    tomo

    suyoydejarse llevar de supropio ingenio. Provincia-

    no recientemente llegadoaPars, dotado de unagudo y profundo sentido de

    observacin, sehaba

    visto

    muysorprendido por elnuevo ambienteque sepre-

    sentaba a susojos.

    Montesquieuva a

    prestar

    sus

    impresiones personales

    a los dos

    personajes

    de

    sulibroque representan el uno muyalegre yllenode ingenio,y elotro serio

    y

    atrado

    por los

    problemas filosficos sociales

    y

    econmicos

    los dos

    aspec-

    tos del

    carcter

    de

    nuestro autor:gascn

    y

    malicioso,

    que no

    quiere dejarpasar

    Ia ocasin para burlarsede losparisinos. Sus dos persas tuvieron,sinduda,los

    mismos sentimientos deextraeza y de admiracin, quehaba experimentado

    nuestro provinciano

    a l

    llega r

    a

    Pars,

    y no

    tuvieron

    el

    menor reparo

    en

    hacerlos

    pblicos, inclusivesinatenuar

    Ia

    vivezade susdescripciones.Con facilidadexcu-

    samos

    e

    incluso apreciamos gustosos

    el

    modo

    de

    expresar

    su

    extraeza

    un ex-

    tranjero.

    Lo que ms

    llama

    Ia atencin de aquellos dos persas son las mujeres euro-

    peas, y en especial la sfrancesas, con suscostumbres ta n diferentesde las de

    la smujeres de susharenes .Pero eso es muynatural, ya queellos vienen de

    un pas donde la s

    mujeres

    viven en un aislamiento casi completo: elnico

    2 Como

    dir

    el

    mlsmoMontesquieu

    en Que/ques re//exions sur /esLetres

    perscmes 1754),

    escogi

    para

    su

    novela

    Ia

    forma particular

    de una

    novela epistolar,

    para poder

    entremezclar razo-

    namientos ,

    Ioque no es

    posible

    en una

    novela seguida.

    La

    inclusin

    de lospersasen sunovela Ie

    daba,

    adems,una

    libertad

    ms

    grande para exponder

    sus

    criticas;

    deotra forma no Ie

    habra sido

    posible. Para ello,

    por

    otra

    parte,

    emplea

    eI

    anonimato

    o el

    pseudnimo.

    3 En

    Iacarta

    20,

    Usbek

    se

    dirige

    a sumujery

    Ierecuerda

    las

    leyes

    del

    serrallo

    que no

    permiten

    recevoir

    dans

    votre chambre

    un

    eunuque blanc tandis

    que

    vous

    en

    avez

    des

    noirs

    destins

    vous

    servir p. 43.

    Adems

    del

    num.

    de Ia

    carta indicamos

    Ia

    pgina, Io

    qu e

    facilita

    Ia

    confrontacin

    de Ia

    cita .Empleamos Iaedicin

    de

    Georges Gusdorf.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    3/22

    LAS CARTAS PERSAS DE M ON TESQUIEU. ETICA Y RELIGION 257

    hombre

    que

    puede contemplar

    con

    plena libertad

    a las

    mujeres

    es suesposo.

    Los

    cuatro velos

    que llevan

    siempre

    las

    defienden

    de

    toda mirada indiscreta,

    y

    los muros de los serrallos son verdaderas fortalezas que salvaguardan su

    virtud

    4

    .

    De ah Ia extraeza y Ia indignacin de Usbek y de Rica a Ia vista de las m ujeres

    francesas:

    En este pas las mujeres han perdido toda vergenza, y se presentan

    ante

    los

    hombres

    con el

    rostro descubierto, como

    si

    quisieran conse-

    guir su derrota. Los persiguen con sus ojos; los ven en las mezquitas,

    en los

    paseos

    y en sus

    propias

    casas.

    Desconocen Ia manera

    de

    servir-

    se de

    eunucos.

    En vez de

    Ia

    noble simplicidad

    y el

    pudor amable

    que

    reina entre vosotras, se advierte en ellas una ausencia brutal de pudor,

    a Io que nos es

    imposible

    acostumbrarnos

    5

    .

    Poco

    a poco Ia comparacin entre Oriente y Occidente se va precisando y

    resulta

    ms

    profunda.

    La

    libertad,

    se

    preguntan

    los dos

    viajeros,

    es tan funesta

    para

    las

    mujeres

    de

    Pars?

    L a

    clausura

    es tan

    beneficiosa para

    las

    mujeres per-

    sas?

    Usbek se

    maravilla

    del fond de vertu, que descubre en las francesas, pese

    a su aparente y evidente coquetera. Las noticias que recibe de su serrallo per-

    turban su

    corazn

    y

    tambin

    su

    espritu.

    Las

    rejas

    y los

    cerrojos sirven para

    algo, o son ms bien restos de una especie de barbarie? La

    civilizacin

    francesa,

    con su burlona ligereza, con su desprecio de todas las barreras que, segn su

    mentalidad,

    no se

    apoyan

    en Ia

    razn,

    no es

    superior

    a su

    manera

    de

    concebir

    las

    costumbres?

    En

    este sentido, Ia ltima carta puede considerarse como el golpe de gracia

    que

    Roxana

    inflige

    a las

    dudas

    que

    atormentan

    a

    Usbek.

    He qu las

    palabras

    de

    Roxana:

    Oui,

    je t ai trom p; j ai sduit te s eunuques; je me suis joue de ta ja-

    lousie;

    j ai su de ton affreux srail faire un lieu de dlices et de plaisirs. Y termi-

    na: He

    reformado

    tus

    leyes segn

    las

    leyes

    de Ia

    naturaleza,

    y mi

    espritu

    ha

    conservado siempre su independencia .

    Rica, por su parte, acabar por pensar que slo se puede conocer a las mu-

    jeres cuando se ha tratado con frecuencia a las m ujeres de Europa:

    4 En a

    m isma carta alude Usbek

    a esa

    costumbre:

    couverte de vos

    hab its vous ayez laiss cette

    faible barrire entre lu et vous, p. 44.

    5

    Carta

    26 de

    Usbek

    a

    Roxana,

    pp.

    54-55.

    6

    Carta 161,

    de

    Roxana

    a

    U sbek,

    pp.304-305.

    17

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    4/22

    258

    JOSE

    OROZ

    RETA

    Y opuedo af i rmar que solam ente conozco a las m ujeres desde que estoy

    aqu.

    En un mes he

    aprendido

    de

    ellas

    ms que si

    hubiera

    vivido

    treinta

    aos en un serrallo. En nuestro pas, todos los caracteres son uniformes,

    porque estn forzados:

    no

    vemos

    a las

    personas

    ta l

    como son, sino

    como

    se les

    o bliga

    a que

    sean...

    E l

    disim ulo, arte

    que

    nosotros practica-

    mos tanto y que nos es tan necesario, es aqu desconocido en absoluto:

    todo se dice,

    todo

    se ve,

    todo

    se oye. El corazn se descubre como Ia

    cara: en Ia

    virtud,

    incluso en los vicios, se descubre siem pre quelque

    chose

    d e

    n a f .

    La indignacininicial parece transformarse

    en

    evidente adm iracin.

    A l

    con-

    tacto con Ia sociedad europea, el persa comienza a entrar en un orden de ideas

    que se

    Ie antoja mucho

    m s

    sensato

    que el

    orden

    en que l se

    encontraba

    antes.

    A

    propsito

    de las mujeres, Io que

    llama

    m s

    Ia atencin

    de

    Rica

    es su

    influencia polticaydiplom ticaque no cesa de crecer en mediode quizsde-

    bido a Ia transformacin universalcreada

    por elcrack

    econmico

    de

    Law

    8

    .

    La

    mujer

    es

    realmente Ia reina

    de ese

    sigloXV III

    que

    aparece

    tan

    frivolo, com o

    si

    quisiera rendir homenaje albeau sexe.Losreyes losministros nopasande

    ser

    autoridades aparentes.

    Las

    verdaderas

    fuerzas

    motrices

    del

    organism o

    polti-

    co ysocial son lasm ujeres:

    l

    que est en Ia corte, en Pars o en provincias, y ve

    Io

    que hacen lo s

    ministros,

    lo s

    magistrados

    o los

    prelados,

    si no

    conoce

    a las

    mujeres

    que los

    gobiernan,

    es

    como

    el

    hombre

    que ve los

    movimientos

    de una

    mquina

    pero

    ignora

    sus

    resortes...

    En

    Persia

    nos

    quejamos

    de que el

    reino es gobernado por dos o tres mujeres. Pero en Francia esm ucho

    peor, pues son las mujeres las que gobieman en general, y no slo en

    sus

    lneas

    m s

    importantes, sino

    que se

    reparten toda Ia autoridad,

    en

    sus ms menudos detalles

    9

    .

    7 Carta 63, deRicaaUsbek, pp . 121-22.

    8 Cf. G.

    Bondonove,

    Les

    Rois

    qui

    o t

    fait

    Ia

    France:

    Louis

    X V

    Ie

    Bien-Aim Paris 1982,

    pp. 55-60. Es un captuloque

    lleva

    po r

    ttulo

    Law et son systme. Vase una obra esencialde R.

    Trintzuis, John Law et Ia naissance du dirigisme Paris 1950. Com o escribe Bo ndono ve,

    toutefois I av rit oblige

    dire que

    tout

    ne fut pas

    nfaste dans IeSystme

    de

    L a w .

    Il avait indnia-

    blement

    provoquunbrusqueessorducomm erce

    intrieur

    etextrieur;par lmm e procurdutra-

    vail nombre d 'ouvriers,p. 60. Mo ntesquieu hace alusiny critica el sistema de Law, cf . cartas

    138, 142 y146, pp.

    263-64

    276-80 y290-92 respectivamente.

    9 Carta 107, de

    Rica

    a

    Ibben,

    pp.204-205.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    5/22

    L A S

    C A R T A S

    P ER S A S

    D E

    M O N T E S Q U I E U . ETICA

    Y

    R E L I G I O N

    259

    Pero

    no es Ia

    m u j e r

    Ia nicaque d o m i n aIa sociedad. E ldinero,a suvez, tiene

    u na

    importancia

    no

    m e n o r .

    L a

    inconstancia

    de

    Ia

    fortuna

    hace

    qu e

    cada

    diez

    aos

    se

    produzca

    u na

    revolucin

    qu e

    precipita

    en Ia

    miseria

    a los

    ricos, m ientra s

    que el

    pobre

    se ve

    elevado

    en

    raudo vuelo

    al

    cu lm e n

    de la s

    riquezas

    10

    .

    El que ha

    perdido sus bienes puede estar seguro de que ha perdido tambin Ia considera-

    cin de su sam igos. E stos, a nte elc a m b io ,severn ocupa dos en conquistarIagra-

    cia del

    nu evo rico,

    q u e

    a nter iorm ente haban despreciado

    c o m m ede Iaboue

    11

    .

    L a bancar rota econmica de

    L a w

    ha creado

    estos

    cam bios de si tua cin. Por

    eso, elcuerpo de lacayos es ms respetado en Francia que en cualquier otra

    pa rte: es un sem illero de gra ndes

    seores

    que llena el hueco de los dems esta-

    dos. Los qu e

    Io

    f o r m a n o cupan el puesto de los m agna tes desgraciados, de los

    m agis tr ado s a r r u i n ado s , de los nobles desaparecidos en el

    furor

    de a gue r r a . Y

    cuando no pueden susti tuirse por s mismos, ensalzan a las

    familias

    nobles por

    medio de sus hijos, que son como "uneespce de fumier" qu e fertiliza la st ierra s

    ridasy

    m o n ta o s a s

    12

    .

    Este hecho no es nuevo en Francia . Ya

    Jean

    de a Bruyre ha ba denu ncia-

    do, en tonos m s graves que los de M ontesquieu, las daosa s consecuencias del

    dinero

    y el

    influjo

    de a r i q ue zas . En co n t r amo s en los aracteres el reconoci-

    mi e n t o

    y

    Ia p r o clamaci n

    de los

    verdaderos mritos, desconocidos

    y

    humil la -

    dos, contra

    a

    tontera

    y a

    r u i n d a d

    de los

    nuevos ricos

    .

    L a

    llegada

    de los

    ho mbr e s

    de

    dinero

    significa

    Ia

    se r v i dumbr e

    de l

    espri tu,

    el porvenir de

    Ia

    inte l igencia com prom etida, y Ia agravacin irritante de las

    desigualdades sociales. M ontesqu ieu es m uy claro en todo esto

    pero

    se limita

    a descr ibi r , con una r i sa bur lona, Ia tontera de una sociedad dominada por

    unas preocupaciones

    ta n

    v a n a s .

    Y si

    abre

    Ia

    puer ta

    de los

    salones

    a

    nuestros

    turistas persas, es para qu e pue dan dirigir m e j o r lo s dardos de su sutil irona

    contra ciertas representaciones de dicha sociedad.

    L a stira hace qu e n ue st r o au t o r ofrezca a lgun o s r e tr a t o s , aun q ue , co m o ha

    observado Brou,

    en las

    artas Persas t e n e m o s

    u n

    Lesage menos pintoresco

    y

    10

    C f r . C a r ta

    98 de U s be ka

    Ibben,

    pp. 186-87.

    11 bidem .,p . 187.

    12 bidem., p. 187.

    13 Por supuesto que L a Bruyre y L a R ochefou cau ld son dos de los m xim os representantes

    de Ios m oral istas f ra nceses;

    pero

    M ontesqu ieu puede considerarse tam bin

    como

    uno m s, en vir-

    tu d de suautora depensamientos m ximas yreflexionessobre Ia m o ra l y

    I a

    tica de sutiempo.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    6/22

    260

    JOSEOROZ RETA

    un La Bruyre menos

    artista

    14

    .

    Nuestro autor es un pintor superficial, al que

    falta

    penetracin psicolgica: el valor de sus retratos radica especialmente en a

    finalidad

    que se

    propone.

    En todo

    caso,

    podemos descubrir en Ia descripcin d e

    susretratos una frivolidad encantadora y delicada, y con facilidad podemos per-

    donarle su

    falta

    de investigacin interior, si pensamos que careca de capacidad

    para ello. Por otra parte, algunos de sus retratos no tienen nada que

    envidiar

    a

    los

    C aracteres de La

    Bruyre,

    en

    cuanto

    a su

    valor docum ental.

    PeroM ontesquieu no se detiene a considerar el peligro de ese vaco interior.

    No descubrimos n inguna seal que nos perm ita entrever sus sentimientos. Sola-

    mente

    comprendemos

    que

    Montesquieu

    se

    divierte

    con su

    juego superficial.

    Su

    mirada intencionada se detiene un m omen to para c ontemplar un cu adro agrada-

    ble,

    y un

    m om ento despus abandona aquella contemplacin para detenerse

    en

    otro

    cuadro.

    Por

    ejemplo,

    Ia

    curiosidad

    de

    Usbek

    se

    dirige hacia

    un

    jeune

    homm e qui a des

    cheveux,

    peu d esprit et

    tant

    d impertinence

    15

    . Su

    papel

    en Ia

    sociedad consiste

    en

    faire enrager

    u n

    mari

    ou

    d sesprer

    un

    pre. J aime

    alar-

    mer une femme qui

    croit

    me

    tenir,

    et

    a mettre

    deux doigts

    de ma perte. Y

    Usbek no puede por menos de responder a ese c inismo: Si usted estuviera en

    Pars, tendra

    ms

    cuidado

    en

    mirar

    a

    nuestras

    mujeres

    q ue en

    com placerlas

    16

    .

    Pero Ia sociedad francesa, al parecer, se complace en los que son capaces

    de ofrecerle motivo de distraccin y de entretenimiento. Las cualidades mo ra-

    les, a honradez y Ia seriedad no valen nada si no se

    posee

    una buena dosis de

    ingenio y de dinero para divertir a los dems. Qu importa, en efecto, que un

    hombre

    carezca

    de buenos modales, buena presencia, un porte distinguido o

    una educacin perfecta, si su cocinero es excelente y su mesa

    ofrece

    los ms

    exquisitos

    m anjares de Pars? Todo eso

    Ie

    facilita una ntima familiaridad con los

    duques y los

    ministros

    y, al

    mismo tiempo,

    dificulta

    a los

    hombres vulgares

    el

    acceso

    a sucasa

    Todo el m und o trata de hacerse va ler. Algunas personas creen firmemente

    que el

    medio

    ms

    seguro para conseguir

    sus

    aspiraciones

    es

    convertirse

    en el

    centro y objeto de todas la s conversaciones:

    Yo

    veo por

    todas partes hombres

    que no

    cesan

    de

    hablar

    de s

    mis-

    mos... Hace unos das, un hombre, que pareca m uy disgustado, comen-

    14 Cf r. J.-P. Schneider, L es jeux de sens dans les Lettres persanes. Temps de roman et

    temps d histoire

    (Histoire

    sur e XVIlF sicle:

    Fac des

    Lettrres

    modernes) Strasbourg 1980;

    F.

    Brou, Le dix-huitime sicle littraire, Paris 1950. Puede verse tambin Ia obra de P. Barrire,

    Montesquieu,

    Bordeaux 1946;

    R. Shackleton,

    Montesquieu,

    Oxford

    1962; M.-L.

    Dufrenoy,

    L orient

    romanesque

    en

    France, Montral

    1946.

    15

    Carta

    48, de

    Usbek

    a

    Rhedi,

    p. 94.

    16 Ibidem, p. 95.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    7/22

    LA S

    CARTAS PERSASD EMO NTESQ UIEU. ETICAYR E U G I O N 26 1

    z a quejarse del aburrimiento de aquellas conversaciones. "Qu ,

    siempre

    hemos

    de

    tener

    que

    escuchar

    a

    necios

    que

    slo tratan

    de s

    mismos

    y se

    convierten

    en el

    centro

    de

    todas

    las

    conversaciones?".

    Tiene usted toda

    Ia

    razn, intervino bruscamente nuestro parlanchn.

    Todos deberan hacer como

    yo,

    quenunca mealabo. Yo soyrico,soy

    debuena familia, soy

    gastador

    yadems, segn misamigos, poseover-

    dadero ingenio. Pero yonunca hablo de todo esto. Y sitengo alguna

    cualidad, Ia que msaprecio es Ia modestia

    17

    .

    En

    el

    mismo plano

    de

    este

    impertinent

    hemos

    de

    colocar

    a

    aquel otro

    sa-

    belotodo, imperturbable,que conoce Persia mejorque losmismospersas

    18

    , o

    esos otros reporteros estpidos que, aunque muyintiles para el estado, sin

    embargo,

    se

    creen dignos

    de

    toda consideracin porque planean proyectos

    magnficos

    y se

    ocupan

    de

    grandes empresas.

    El

    fundamento

    de sus

    conversa-

    ciones es unasimple curiosidad

    frivola

    y

    ridicula.

    No hay gabinete tan secreto

    que no presuman de conocerlo. N o pueden reconocer que ignoran ninguna

    cosa. Saben cuntas mujerestiene nuestro magnfico sultn,ycuntos nios Ie

    nacen cada ao. S ingastar nada en espas, estn altanto de lasmedidasque

    toma para humillar alemperador de losturcoso al de los mongoles

    19

    .

    He

    aqu,

    al

    travs

    de

    unos pocos ejemplos,algunas

    de las

    m anifestaciones

    del

    mundo

    delsigloXV II I,preocupado slo por susdiversiones,susdistracciones,y

    atento

    aocultarelaburrimiento

    bajo

    unamscara sonriente, porqueen elfondo

    Lamayor dificultad

    se

    refiere a lasmujeres

    hermosas

    no es divertir-

    se ,

    sino aparentar

    que se

    divierten.

    U no

    puede

    aburrir

    cuanto quiera

    a

    esasmujeres, que se

    Io

    perdonarn,acondicin de que den Ia sensacin

    de que se handivertido. Hace unos das, unas damas m e invitaron a una

    cena que

    ofrecan

    en unacasa decampo. D ecamino repetan sincesar:

    N osvamos a

    divertir

    de

    Io

    lindo .Pero nosotros nosencontrbamos a

    desgana,

    y en

    consecuencia bastante serios. "Hay

    que

    reconocer,

    dijo

    una de lasdamas, que nosdivertimosaplacer: hoy no hay enPars una

    reunin

    tanalegre como

    Ia

    nuestra". Como yo meestaba durmiendode

    17

    Carta

    50, de

    Rica

    a

    * ,

    p. 98.

    18 Carta 72, de Ricaa Usbek,p. 145. M ontesquieualudea dosautoresquehaban escritore-

    laciones

    de sus viajes:

    Tavernier, Les six uoyages en Turquie en Perse et ux Indes (1676),

    y

    Chardin, Voyage deParis spahan (1686)

    19

    Carta 130,

    deRicaa *, p.

    245.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    8/22

    262

    JOSE

    OR OZ

    RETA

    puro aburrimiento,

    una de

    ellas

    me dio un

    tirn

    y me

    dijo: "

    Y

    qu,

    no

    estamos

    de

    buen humor?". "A h,

    s ,

    Ie

    respond bostezando: creo

    que voy

    a reventar de tanto

    rer

    .

    En Pars

    hay

    muchos medios para vencer

    el

    aburrimiento: Ia comedia, a

    pera, los cafs donde se rene Ia sociedad parisina en busca de distracciones.

    Los

    cafs

    se han

    convertido

    en el

    teatro

    de

    disputas literarias,

    que a

    veces

    no

    tienen

    ningn valor.

    He

    aqu

    un

    ejemplo

    de esos

    ingenios enardecidos

    en

    torno

    a una

    disputa

    de

    Io

    ms

    importante

    que se

    pueda imaginar.

    Se

    trataba

    de

    Ia reputacin de un viejo

    poeta

    griego del que, desde hace milaos, se ignora

    Ia

    patria

    y el ao de su

    muerte.

    Los

    respectivos partidarios confesaban

    que se

    trataba de unpoeta excelente: slo disentan acerca del mayor o menor mrito

    que se deba atribuira susobras

    En cuanto al juego,

    deja

    de ser una diversin o distraccin y pasatiempo,

    para convertirse

    en un

    verdadero

    oficio:

    La profesindejugadores un oficio, y ese solo ttulosuple cuna, dinero

    y

    hombra

    de bien...Las

    mujeres, sobre todo,

    son muy

    aficionadas

    al

    juego; es cierto que, en su juventud, no se entregan al juego sino para

    favorecer otra pasin ms amable. Pero a medida que van envejeciendo,

    su pasin

    por el

    juego parece rejuvenecer,

    y

    esta pasin llena todo

    el

    vacode las otras pa s i o n es .

    La moda es el verdadero tirano y dspota de los franceses. Sienten un

    miedo terrible a con trariar los ltimos preceptos de Ia moda, y esto provoca en

    el

    vestido

    y en el

    cuidado

    del

    cabello cambios insospechados

    en un

    tiempo

    in-

    creblemente breve:

    Una mujer que sale de Pars para pasar seis meses en elcampo, vuelve

    tan a

    Ia

    an tigua como sihubieravivido all treintaaos.Y loshijos no re-

    conocen

    el

    retrato

    de su

    madre. Hasta

    tal

    punto

    les

    parece extrao

    el

    vestido

    con que

    aparece pintada

    A

    veces

    los

    peinados suben poco

    a

    poco, y Ia moda los hace bajar de repente. Hubo un tiempo en que su

    20 Carta110,de

    Rica

    a

    * ,

    p.

    208.

    21 Carta 36, de Usbeka

    Rhedi ,

    p. 72. Se

    trata

    de Ia

    discusin

    de Ios

    antiguos

    y de los

    moder-

    nos,

    qu e

    surge

    en el

    siglo

    XVI I y que

    vuelve

    a

    reavivarse

    en elXV HI,

    gracias

    a

    Houdar

    de Ia

    Motte,

    J.-B. Rousseau y Mme . Dacier. A lude nuestro a utor a un caf famoso, Le Procope, frecuen tado

    tambin,entre otros,porVoltaire.

    22

    Carta

    56, de

    U sbek

    a

    Ibben,

    p.

    109-110.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    9/22

    L A S C A R T A S

    PERSAS

    DE

    M ON TESQU IEU. ETICA

    Y REUGION 26 3

    excesiva elevacin colocaba

    el

    rostrro

    de Ia

    mujer

    en

    medio

    de su

    perso-

    na; otro eran los pies los qu e ocup aban

    este

    lugar y los talones eran

    como

    el

    pedestal

    que las

    m antena

    en el

    aire

    23

    .

    L a importancia de estos detalles frivolos entre os franceses es casi impensa-

    ble hasta tal punto que confiesan de buen grado que losotros pueblos son ms

    cuerdos

    con tal que se

    admi ta

    que

    ellos vistenm ejor.

    No les

    importa someterse

    a las leyes de otra nacin rival a condicin de que los peluqueros franceses de-

    cidan las leyes acerca de las pelucas extranjeras. Nada lesparece tan envidiable

    com o ver que el gusto de sus cocineros reina de norte a su r y que las norm as

    de sus

    m odistas

    so n

    observadas

    en

    todas partes

    de

    Europa

    2 4

    .

    L a pintu ra satrica de las costum bres francesas de su tiem po que nos ofrece

    Montesquieu altravsde susC artaspersas, es muyaguda. Todo se nos presen-

    ta de una manera tan fina e ingeniosa que no podemos por menos de

    rer.

    In-

    dudablemente

    nos divertimosconesas situaciones

    ridiculas

    con

    esos

    personajes

    frivolos

    ante

    esas

    costumbres

    tan

    ligeras pero

    nos

    deja

    en el

    interior

    una im-

    presin desoladora. Q uizs podram os reproc har

    a

    M ontesquieu haber daado

    Ia reputacin de los franceses.A l poner de relieve los rasgos caractersticos del

    am biente parisino nos da pie para extender nu estra im presin a todo el pueblo

    francs

    aunque esto sera sindu da bastante peligrosoypocolgico.

    La lectura

    de las

    Carias persas,

    por

    otra parte, podra

    dar

    Ia impresin

    de

    que se trataba de descripciones aisladas de retratos indepe ndien tes com o si

    faltara u n pensamiento fundamental qu e daba vida a lasdivertidas situaciones

    de Ia obra.Pero podemos afirmar al mismo t iempo que si M ontesquieu haba

    comenzado por estudiar

    Ia

    Francia de su tiem po sobre todo para divertirsey

    para

    criticarla

    encontr

    en

    aquella

    especie

    de

    divertimento

    literario

    Ia

    mayor

    parte de sus ideas filosficas que debera exponer ms tarde. En

    este

    sentido si

    las

    Cartas persas son un

    suplemento

    m uy

    ingenioso

    de los Caracteres de La

    Bruyre

    las podemos considerar en cierto sentido como u na introduccinal

    Espritu de

    las

    leyes .

    23

    Carta

    99, de

    Rica

    a

    R hed i

    pp. 188-89.

    24 Carta 100 deRicaa Rhed i p. 190.

    25

    Como

    ha

    notado

    Colomer,

    tal

    vez sin el

    impulso juvenil crtico

    y

    desmit i f icador m anifesta-

    do en las

    Cartaspersas,

    M ontesquieu no habra llegadoa elaborar, en sum ad urez una

    obra

    clsica

    serenaysistemticamente

    concebida

    como

    DeI

    espritu

    de las

    eyes p. IX, delestudio

    prel iminar

    a

    Ia

    edicin espaola,a que nos hemos referido en Ia

    nota

    1. Elm is m o

    autor

    aadeque

    lasCaros

    persas

    son un

    ejercicio preliminar

    y un

    preludio

    de

    DeI espritu de asleyes,

    que se

    publicar veinti-

    sieteaosms

    tarde

    p. X. M.

    Testud

    nos

    ofrece

    un

    artculo interesante

    enRevued Histoire

    litt-

    raire

    1967

    acerca de Ia

    significacin filosfica

    de

    Ia obra

    y su

    inters literario.

    Vase

    tambin

    H.

    Berckhausen, M o n t e s q u i e u ses ides et ses oeuvres d aprs lespapiers de La Brede,Paris 1907.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    10/22

    264

    JOSE

    OROZ

    RETA

    Desde este punto de vista Ia obra tiene un alcance mucho ms profundo

    de

    Io

    que

    pudiera parecer

    a

    Ia

    simple lectura.

    En

    efecto podemos descubrir

    Ia idea

    profunda que se va

    haciendo cada

    vez ms

    clara

    en el

    autor: Ia con-

    cepcin del espritu de libertad. Y es precisamente en nombre de esta

    liber-

    tad como Montesquieu va a atacar a Ia sociedad contempornea va a tratar

    a

    Luis

    X dedspota y

    autcrata

    y va a

    presentar

    a Ia

    Iglesiacomo enemi-

    ga de

    Ia razn humana.

    taques

    contra

    el

    despotismo

    Montesquieu aborreca el despotismo con toda su alma. Si pensamos en su

    facilidad

    para

    profundizar en lascosas

    hasta

    en sus

    mnimos detalles

    y

    remon-

    tarse hasta

    las

    causas remotas

    de los

    fenmenos

    nos

    parece natural

    que no se

    haya

    limitado para poner en evidencia los peligros del despotismo a ofrecer-

    nos un

    retrato

    de Luis XIV unpoco

    cargado.

    Por eso

    estudia como

    filsofo la s

    graves consecuenciasque llevaconsigo Iapermanencia del

    gobiemo

    aunque

    no

    abandona nunca

    a l

    exponer

    su s

    ideas

    el

    tono burln

    qu e

    Iecaracteriza.

    Los

    pases

    de

    Oriente

    se han

    visto siempre agobiados

    por el

    despotismo.

    Y

    Usbek

    observa

    a

    este respecto:

    Nada acerca ms a nuestros prncipes a Ia condicin de sus subditos

    como

    este

    inmenso poder

    que ejercen

    sobre ellos; nada

    los

    somete

    ms

    a losreveses y a loscaprichos de Iafortuna...Unpersa que porimpru-

    dencia

    o por

    mala suerte

    se ha

    ganado

    Ia

    desgracia

    del

    prncipe

    est

    seguro

    de

    morir:

    Ia

    menor

    falta

    o el

    menor capricho

    Io

    pone

    en ese

    tran-

    ce. Si

    hubiera atentado contra Iavida

    de su

    soberano

    o si

    hubiera queri-

    do entregar sus plazas fuertesal enemigo se vera igualmente condena-

    do a

    muerte:

    no

    corre pues mayor

    riesgo en este

    caso

    que en el

    primero.

    Por

    eso

    a

    Ia

    ms

    ligera desgracia

    al ver

    Iamuerte segura

    y no

    viendo nada peor se decide lgicamente a turbar el estado y a conspirar

    contra

    el

    soberano:

    es el

    nico recurso

    que Ie queda

    26

    .

    Naturalmente

    es cierto que enOrientepuededarseel

    caso

    de unapersona

    que al

    caer

    en

    desgracia

    del

    prncipe

    sea

    condenada

    a

    muerte pero

    en

    Europa

    este

    caso

    es raro: perder el

    favor

    del prncipe implica graves consecuencias

    para

    un

    cortesano pero

    por

    Iogeneral

    no lleva

    consigo

    Ia

    amenaza

    de

    muerte.

    26

    Carta 102

    de

    Usbck

    a Ibbcn pp.

    193-94.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    11/22

    LAS

    CARTAS PERSASDEMONTESQUIEU.ETICAYRELJGION 26 5

    La

    severidad de las

    penas

    infligidaspor ungobierno

    dspota

    noconsigue

    Ia

    dis-

    minucin

    de Ia criminalidad. Por el

    con trario,

    la

    misma desesperacin

    de Ia im-

    punidad

    confirma el

    desorden

    y

    Io

    aumenta. . .

    y el

    menor accidente produce

    unag ran revolucin,las ms de lasvecestanpocoprevistapor los que Ia hacen

    como por los que Ia sufren

    27

    . Esta observacin de Montesquieu nos parece

    muy relativa.En efecto, si en los pases ms

    civilizados Ia

    moderacin de las

    penas

    es Ia mejor

    garanta

    del

    orden,

    Ia

    severidad

    es un freno

    necesario para

    los

    pueblos m enos civilizados.

    N o siempre se puede ser sincero impunemente en Ia corte de un dspota.

    Esto explicaIa hipocresade loscortesanos, quetratande adularal reypara ob-

    tener

    su s

    favores,

    y se

    esfuerzan

    para convencerle

    de que

    todo

    Io

    que

    hace

    es

    justo, legtimoy perfecto. Elresultado es bien claro: cualquier acto, hasta los

    menos justos, podr parecer permitido al rey, desde el momento en que Io

    aprueban sus subditos.Poco apoco su despotismo resulta cada vez ms inso-

    portable

    para elpueblo. Adem s,los

    favores

    concedidos a loscortesanos vidos

    yaduladores se hacen cadavez msonerosospara elpueblo. M ontesquieu,en

    Ia

    carta 124, nos

    ofrece

    una pragm tica jocosa aeste respecto

    28

    .

    He aqu lospasajes m sm aliciosos:

    La inca nsab le insistenc iade algunosde m issubditosque m e piden pen-

    siones hatenidoencontinuo ejerciciomirealm unificencia. A l f i n he ce-

    dido

    a Ia

    multitud

    de

    peticiones

    que me han

    presentado

    y que

    hasta

    ahora han constituido Ia mayor preocupacin del trono... Tambin he

    recibido muchas solicitudesdepersonasdelbello

    sexo

    que me han pedi-

    do

    atendiese

    a Io

    m ucho que, como

    es

    bien notorio, deben gastar para

    su

    mantenimiento.. . .

    Por eso, deseando tratar con benign idad a los su-

    plicantes, y acceder a todas su s peticiones, he ordenado Io siguiente:

    Todo labradorque tenga cincohijos, disminuir cadada Iaq uinta parte

    de Ia racindel pan cotidiano.. . M andoque toda persona que se ejercita

    en

    oficios

    vilesy

    m ecnicos,

    que

    n ont jamis t

    au

    ever de notre ma-

    j st no compren en Io sucesivo vestidosni para s, ni para su s muje-

    res, ni para sus hijos, a no ser de cuatro en cuatro aos. Les prohibo

    adems con todo rigorlas pequeas diversionesde que solan

    disfrutar

    con sus

    familias

    en las

    principales

    fiestas

    del

    ao

    29

    .

    27

    Carta

    80 de

    U sbek

    aRhedi,p.

    158.

    28 La

    Carta

    124 es Ia

    sexta

    del

    suplemento

    de

    1754,

    que ya

    haba aparecido

    en Ia

    edicin

    de

    1721, con algunasvariantes.

    29

    Carta

    124 de

    Usbek

    a

    Rhedi,

    pp .

    235-36.

    18

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    12/22

    266

    JOSE

    OROZ RETA

    Bajo

    una

    forma

    chistosa ynaturalmente exagerada Montesquieuhaquerido

    denunciar una

    injusticia

    cuyos efectos

    no son

    sensiblemente

    diferentes

    de los

    que

    expone

    Ia

    citada pragmtica.

    Se nos

    antoja

    que los

    argumentos presenta-

    dos pornuestro autorson amenudomuyjustos. Pero almismo tiempo hemos

    de reconocer que incurre en el defecto de generalizar todo cuanto presenta

    como ejemplo y avecestendramosque

    oponernos

    aciertas afirmaciones que

    sondemasiado categricas.

    Cuando

    nos

    habla

    de

    Pedro

    I el

    za r

    de

    Rusia

    que

    como verdadero

    dspota

    est Iematre absolu

    de Ia vie et des

    biens

    de ses sujets qu i

    sont tous esclaves

    tieneque

    reconocer tambin

    que se

    esfuerza

    en

    florecer

    las

    artes

    y no

    descuida

    nada

    para llevarhasta Europay Asia a gloria de su nacin olvidadahasta ahora

    yconocida casi nicamente

    de s

    misma

    .

    E fectivamente tenemos

    que

    recono-

    cer quePedroI h a

    sacado

    a su pasde las tinieblasde su tradicin orientaly cuasi

    brbara

    para descubrirlelo s horizontesde

    Ia civilizacin

    europea ypara elevara

    su

    puebloa ungradodepotencia comparable a

    Ia

    de

    otros

    pueblosdeEuropa.

    Alatacar

    el

    despotismo

    de Luis

    XIV

    Montesquieu

    halaga

    a l

    regente

    cuya

    conducta

    era muy diferentede Ia delrey sobre todoen sus ltimos aos. Nuestro

    autor

    parece

    no

    percibir

    la s

    consecuencias desastrosas

    del

    gobierno

    del

    regente.

    Reprocha alrey con unaire sentencioso Ia

    m agnificencia

    con quegusta rodear-

    se sus errores sus ansiasde dom inio su orgullo.He aquuntextoa lrespecto:

    Se Ie ha visto emprender o mantener grandes guerras sin tener otros

    fondos que losttulosde honorque

    venda;

    y por un prodigiode orgullo

    humano sus

    tropas

    seencontraban pagadas susplazas

    fuertes

    consoli-

    dadas

    y sus

    navios pertrechados. Adems este

    rey es un

    gran mgico:

    ejerce sudominio sobre el espritu mismode sus vasallos y leshace pen-

    sar como l quiere. Si en las arcas reales no hay ms que un milln de

    escudos

    y l

    necesita

    dos

    millones

    no

    tiene

    ms que

    convencerles

    de

    que un

    escudo

    vale

    dos

    y

    ellos

    se

    Io creen

    32

    .

    30 CartadeNargumaUsbek pp. 99 y 101.

    31 A

    Ia muerte

    de

    LuisX A/

    y

    ante Ia corta edad

    de Luis X V

    contaba

    a

    Ia sazn cinco aos

    y

    medio

    el

    duque

    de Orlens

    pese

    al

    testamento

    de su to

    logra

    ser reconocido como regente.

    Aquel

    da 2 de

    sept

    de 1715 comenzaba Ia evolucindelsistemadegobiernoque con tantas difi-

    cultades haban elaborado lo sreyes Borbones yhaba impuesto

    Luis

    XiV L as maniobras demaggi-

    cas delregenteabran lasprimerasbrechasen elviejo edificiode

    Ia

    monarqua absoluta con

    Ia

    que

    por sucarcter yformacin nopoda estardeacuerdoelbarndeMontesquieu.

    32 Carta 24 deRicaa Ibben p. 59. Lalt ima frasees unaalusina lasfrecuentes variaciones

    durantelos 25 ltimos aosdeLuis XIV delvalorde lasmonedas y de losttulosde propiedad.En

    este

    cambio tuvo

    una

    gran

    influencia el

    sistema impuesto

    por

    John Law.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    13/22

    LASCARTAS PERSAS DEM ONTESQUIEU.ET CA YREUGI ON 267

    Al

    igualque Ricaen esta

    carta

    24, Usbek

    se

    expresa deestam anera en otra

    de sus

    cartas:

    Se

    dice que el reyposee en grado sumo, el talento de hacerse obede-

    cer por sus sbditos... A menudo se ha odo decir que, de entre

    todos

    los gobiernos del mundo, el que ms Ie gusta es el de los turcos o el de

    nuestro aug usto sul tn: en tan alta estima tiene

    Ia

    polticaoriental

    33

    .

    En

    nuestra opinin,

    estas

    palabras

    de

    Montesquieu, lejos

    de ser una

    crtica,

    son ms

    bien

    un

    elogio.

    En

    efecto,

    este

    talent

    de se

    faire obir,

    que

    puede

    sonar como un

    reproche, habra

    que

    tomarlo como

    una

    alabanza

    y un

    elogio,

    tratndose

    de un

    rey.

    Si los

    franceses

    de

    entonces obedecan

    tan a

    gusto,

    es

    que reconocan en su rey un hombre de valor, pues no son muydciles ni obe-

    dientes,

    en

    general .

    Y

    M ontesquieu aade:

    Se complace en recompensar a los que Ie sirven.

    Pero

    con tanta libe-

    ralidad premia

    a

    oficiosidad,

    o ms bien

    Ia

    ociosidad, de sus palacie-

    gos como las campaas

    penosas

    de sus capitanes... Y sin

    pensar

    si Ia

    persona que

    recibe

    su s

    regalos

    es

    digna

    de

    mrito, cree

    que su

    elec-

    cin

    y

    preferencias

    Io

    harn digno

    de esas

    gracias. . .

    Es

    magnfico,

    sobre todo

    en sus

    palacios: tiene

    ms

    estatuas

    en los

    jardines

    de su

    palacio

    que

    ciudadanos

    en una

    gran ciudad

    .

    Cuando Montesquieu nos habla de Ia magnificencia real , no

    hace

    otra

    cosa

    que recordarnos que Lu is XIV ha sido el

    protector

    de las

    artes

    y de las letras.N o

    olvidemos que,

    en

    este

    aspecto

    como

    enotros

    muchos, Luis\lV

    ha

    contribuido

    al

    extraordinario esplendor

    delgrand

    sicle

    francs

    35

    .

    33

    Carta

    37, de

    U sbek

    a Ibben, pp.

    73-74.

    34 Ibid., pp.74-75.

    35 Pese a lascrticasqu e M ontesquieu hace contrae ldespotismo de LuisXIV,hay que recono-

    cer a gran personalidad del Rey SoI. Elbarn, como moral istay como filsofo poltico, apuesta

    siempre por regm enes antiau toritarios, apuesta por amultiplicidad, po r a pluralidad socialy polti-

    ca frente a a hegemoneidad desptica,afirma M. del Carmen Iglesia,

    E l

    Pensamientode Montes-

    quieu. Poltica y ciencia natural,

    Madrid

    1984, p. 393. Indicamos

    aqu

    a lgunas de lasobras que

    ayudarn

    a

    comprender

    Ia

    postura

    de

    Montesquieu

    y el

    valor

    de Luis

    XIV:

    L.

    Althusser,Montes-

    quieu:

    a

    poltica

    y Ia

    historia,

    Barcelona 1974, trad, de Ia obra aparecida en Paris 1959; J. Eh-

    rard,

    politique

    de

    Montesquieu,

    Pars 1965; G . C. Vla chos, La

    politique

    de

    M ontesquieu: notion

    et mthode

    Pars 1974; F.

    Bluche,

    La

    oie quotidienne au

    temps

    de

    Louis XIV, Paris 1984; G.

    Peignot, Documents

    authentiques

    et dtails cu rieux sur es dpenses de Lo uis XIV, Pa ris 1933;

    L.

    Hautecoeur , LouisXlV, roi-soleil, Pars 1957; L. Legendre, Essai su r l histoire du rgne de

    Louis Ie Grand, Paris 1967; J. Saint-Germain, Les finances sous Louis XIV, Paris 1950; Voltaire,

    Le

    sicle

    de

    Louis XIV,

    Paris 1966.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    14/22

    268

    JOSEOROZ

    R

    Si

    Montesquieu

    ha

    conseguido rebajar

    a un nivelde

    simple hum anidad

    una fi-

    gura que se distinguia por su majestad casi inaccesible no aporta ejemplos

    vli-

    dos paraafirma r el despotismo de Luis XIV talcomoIoentiende nuestroautor.

    Por otra parte es muy natural que a un ho m bre que ha visto a Francia pasar del

    gobiemo del rey al del regente Ia severidad de LuisXT/pudiera p recerde un

    despotismo

    insoportable

    comparado

    con el la isser-allerde

    Felipe

    de

    Orlens.

    Ataques contra /a religin

    Se ha

    definido

    a

    Montesquieu como

    un

    espritu pro fundamente irreligioso.

    En efecto cuando el barn nos habla de religin p receignorarque en Io

    ms

    profundo

    de su

    significacin

    se

    trata

    de las

    relaciones entre Dios

    y el

    hom-

    bre

    es

    decir

    las

    leyes

    que

    Dios

    ha

    establecido sobre

    Ia

    conducta

    de Ia

    humani-

    dad. Montesquieu no ve en

    Ia

    religinms que una leymoral natural quedebe

    ser sentida por los hombres y que losempuja a respetar a sus padres am ar a l

    prjimoy a obrar siempre con rectitud. Todo Ioque cae

    fuera

    deesto c recede

    importancia. La justicia debe constituir el nico culto de

    Ia

    hum anidad.

    A

    este respecto tenemos unas reflexiones muy acertadas acerca de

    I a

    divini-

    dad

    en el

    sentido

    que

    experimenta Montesquieu:

    Si hay un Dios escribe Usbek a Rhedi es preciso que sea necesaria-

    mente justo porque

    si no

    Io fuera sera

    el ms

    perverso

    y ms

    imperfec-

    to de todos losseres... Poreso aun cuando no hubiera Dios nosotros

    deberamos siempre amar Ia justicia esto es deberamos esforzamos

    para asemejarnos a este ser del que nos formam os tan sublime idea y

    que de existir sera necesariamente justo. Aunque nos viramos libres

    delyugo

    de Ia

    religin

    no

    Iodeberamos estar

    del de

    Iaequidad

    36

    .

    Diosno

    tiene ningu na importancia.

    Que

    exista

    o que no

    exista

    eso no

    tiene

    inters prctico para el hombre. Cuando Montesquieu nos seala los medios

    ms seguros para agradar a Dios

    supone

    que Dios existe realmente y que

    est lleno de amor pero no Io afirma directamente. Podemos deducir de las

    Cartas

    persas

    esta idea: E n cu alquier religin en que

    viva

    el hom bre desde que

    admitimos

    que

    existeuna

    hay que

    suponer tambin

    que

    Dios

    ama a los

    hom-

    bres puesto

    que l ha

    establecido

    una

    religin para hacer

    felices a los

    hom bres.

    Si

    Dios ama a los hom bres estamos seguros deque cuando nosotros amamos

    36 Carta 83 deUsbeka

    Rhedi

    pp. 161-62.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    15/22

    LA S CARTAS PERSAS DEMO N TES Q U I EU .

    ETICA

    Y RELIGION 26 9

    a nuestros prjimos, tambin

    Ie

    amamos a l, es decir, cuando ejercemos hacia

    ellos

    todos

    los

    deberes

    de

    Ia

    caridad

    y de

    Ia

    benevolencia,

    sin

    violar nunca

    las

    leyesa que estamos sujetos.

    Se puede af i rmar que el fin de agradar a Dios es solamente secundario

    en Ia mentalidad de Montesquieu. Lo presenta nicamente

    para

    convencer a

    los hombres a que se amen mutuamente, y a conquistar luego una felicidad

    puramente humana. Esto

    no

    quiere decir

    que los

    preceptos morales

    de

    Mon-

    tesquieu

    no sean

    buenos. Quiere notar

    tan

    slo

    que limita

    demasiado

    los de-

    beres de los creyentes al considerar como nica finalidad de Ia conducta hu-

    mana

    Ia

    armona social

    y

    poltica

    de los

    pueblos.

    E n esta

    concepcin,

    Ia

    religin

    se convierte en une institution comme les autres... une partie de

    Ia

    police.

    Si el

    barn

    de

    Montesquieu ataca

    Ia

    religin,

    a Ia

    religin

    en

    general,

    sus

    ms

    violentas crticas

    y

    ataques

    van

    dirigidos contra

    el

    cristianismo. Dado

    que

    nuestro autor no se muestra seguro de

    Ia

    existencia de Dios, es lgico que vea

    en

    Ia

    religin solamente unmedio para conquistar una felicidad ybienestar ex

    clusivamente

    terrestres. As no es extrao que Montesquieu considere los debe-

    res religiosos como imposiciones arbitrarias, que hacen de

    Ia

    vida humana

    reli

    giosa

    un

    ejercicio penible. Esto

    nos

    ofrece

    Ia

    explicacin

    de las

    crticas

    e

    Q*7

    irreverencias

    que las Cartas

    persas contienen contra nuestra religin.

    E n este sentido se atreve a tratar al Papa como vieilleidole que l on

    encense

    par habitude

    38

    , y no duda en

    calificarlo

    de

    magicien

    que

    unas veces

    hace

    crer que tres son uno; otras, que el pan que comemos no es pan, ni elvino

    que bebemos es vino, y otras mil

    cosas

    por el estilo

    39

    . Se dice a s mismo suce-

    sor de uno de los primeros cristianos, ya que

    posee

    tesoros

    inmensos y tiene

    bajo su

    dominio

    un

    dilatado

    reino

    40

    .

    Cuando Montesquieu dice

    que es

    preciso

    que los persas

    hablen

    su

    propio

    idioma, se

    deja sentir

    su

    odio hacia

    el

    cristianismo

    o, ms

    explcitamente,

    al ca-

    tolicismo.

    La crtica que hace de los

    obispos

    llega a

    Ia

    ms absurda irreverencia,

    por ms que Iahistoria de Francia que toc

    vivir

    a Montesquieu pudiera ofrecer

    algn

    fundamento

    a

    esta despiadada crtica:

    37 Elimpactode lasCarias persas en lasideas religiosasde sutiempo hizoque elclerose mo

    vilizara para silenciar Iaexistencia dedichas cartas. Fueron prohibidas por Iajerarqua eclesisticay

    el obispo de Montpellier lanz una rplica condenatoria: L es

    Lettres persanes convaincues

    d impit

    (1751).

    38 Carta 29, de Ricaa toben, p. 60.

    39

    Carta

    24, de

    Rica

    a foben, p. 50.

    40

    Carta

    29, de

    Rica

    a toben, p. 60.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    16/22

    2

    y0

    JOSEO R O ZRETA

    Los obispos son des gens de

    loi

    que estn sometidos al Papa, ytienen

    bajo

    su

    autoridad

    do s

    funciones

    muy

    diferentes. Cuando

    estn

    reunidos,

    establecen,

    como

    l,

    artculos

    de fe;

    pero cuando

    no Io

    estn, casi

    no

    tie-

    nen otra funcin sino dispensar del cumplimiento de Ia ley. Porque has

    de

    saber

    que Ia

    religin cristiana est cargada

    de una infinidadde

    prcti-

    cas muy difciles de

    cumplir.

    Y, como se ha comprobado que es ms dif-

    cil cumplir sus deberes que tener obispos que dispensen de esa obliga-

    cin, se ha optado por esto ltimo, atendiendoa Ia utilidad pblica.A s,

    si no se

    q uiere hacer

    el

    ramadn

    o si no se

    desea someterse

    a las forma-

    lidades del

    matrimonio,

    o si se

    pretende quebrantar

    lo s

    votos,

    o si se in-

    tenta contraer matrimonio en contra de las leyes, y a veces si sequiere

    violar un ju ramen to ,se acude alobispo o al Papa, que al momento otor-

    gan

    una dispensa

    41

    .

    L as ceremonias religiosasIe parecen

    intiles

    e irracionales, como se expresa

    en otro lugar:

    Las ceremonias no son buenas en s mismasy tan solo Io son con res-

    pecto a Ia existencia de Dios y en

    a

    suposicin de que Dios la s haya or-

    denado.Pero

    eso es

    materia para

    una

    gran discusin

    y co n

    mu cha

    facili-

    dad nos podemos equivo car, porque entre dos mil religiones distintas es

    preciso escoger las ceremonias de una sola religin

    42

    .

    Y unpoco ms adelante, en Ia misma carta, se expresa asUsbek:

    Creo

    que elmodo ms seguro de agradaros es vivir como buen ciudada-

    no en

    Ia

    sociedad en que habis querido que naciera, y como buen

    padre

    en

    a

    familia que me

    habis dado

    43

    .

    Montesquieu reduce su religin a Ia simple observancia de las leyes de

    Ia

    so -

    ciedad, ydes precia las ceremonias, que son a expresin externa de unas creen-

    cias, como

    Ia

    misma profesin

    de una religin.

    Para

    l,

    como

    se

    deduce

    de

    esta

    carta

    46 de

    Usbek

    a

    Rhedi,

    todaslas

    religiones tienen

    el

    mismo fundamento

    de

    credibilidad y de ah Ia posibilidad para el hombre de escoger Ia que ms Ie

    guste

    o

    quedarse

    sinninguna.

    41

    Ibidem

    pp.

    60 61.

    42

    Carta

    46, de

    Usbek

    aRhedi, p. 86.

    43 Ibidem p. 88.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    17/22

    L A S

    C A R T A S P E R S A S D E

    M ON TESQU IEU. ETICA

    Y RELIGION 271

    Segn nuestro autor I a historia

    de

    Ia Iglesia

    no

    puede tener sobre

    sus

    lecto-

    res una

    influencia

    m uy

    buena bien

    al

    contrario.

    L as

    cartas

    133-137

    escritas

    por

    Rica

    a un

    personaje annim o contienen

    una

    stira

    m uydescaradade los li-

    bros de teologa de sagrada escritura de asctica de mstica de moral .Mon-

    tesquieu

    Ia emprende contra todos los autores que se han ocupado de

    esas

    ciencias

    o disciplinas eclesisticas. He aqu algunas muestras d e las m ordaces

    expresiones de nuestro autor:

    Estos autores los intrpretes

    de

    Ia Escritura

    no han

    buscado

    en

    Ia

    sagrada Escritura

    Io

    que hay que

    creer sino

    Io

    que

    ellos mismos creen.

    N o Ia

    han

    considerado como

    un

    libro

    que

    contiene

    lo s

    dogmas

    que

    deben admitir sino como una obra que puede dar autoridad a sus pro-

    pias

    ideas...

    L os

    libros

    d e

    teologa

    son

    doblemente ininteligibles:

    por las

    materias que tratan y por el modo de exponerlas.. . L a devocin inflama

    el

    corazn inclinado

    a Ia

    ternura

    y

    hace

    que se dirijan al

    cerebro espritus

    animalesque tambin Ie inflaman: de ah proceden losxtasisy losarro-

    bamientos. Este estado es el delirio de Ia devocin que a veces seper-

    fecciona o ms

    bien degenera

    en el

    quietismo.

    Y ya se

    sabe

    que un

    quiestista

    s un

    hom bre loco devoto

    y

    libertino.. .

    Y as

    puede usted

    ver

    loscasuistas que

    sacan

    a Ia luz del da los

    secretos

    de Ianoche que

    pro-

    ducen en su

    imaginacin todos

    los

    monstruos

    que

    puede producir

    el de-

    monio

    del

    amor .

    L os

    casuistas

    lo s

    renen

    y los

    cotejan hacindolos

    ob-

    jeto eterno de sus pensamientos. Felices ellos si su corazn no toma

    parte

    en

    ello hacindose tambin cmplices

    de

    tantos desrdenes

    que

    describen

    con

    tanta

    naturalidad

    y

    retratan

    con tan

    poco

    rebozo

    44

    .

    Aqu en primer

    lugar

    puede usted ver los historiadoresde Ia

    Iglesia

    y

    de los

    papas: libros

    que yo leo

    para

    m i

    edificacin pero

    que muy a me-

    nudo me

    producen

    un

    efecto

    contrario

    45

    .

    P or

    supuesto entre tantas crticas

    a I a

    Iglesia catlica

    no

    poda

    faltar en Ia

    pluma de

    M ontesquieu

    una

    denuncia

    de los

    crmenes

    d e

    Ia

    Inquisicin. He

    aqu

    una muestra:

    Y o

    he

    odo decir

    que en

    Espaa

    y en

    Portugal

    hay

    unos derviches

    que

    no

    saben nada

    de

    bromas

    y

    queman

    a un

    hombre como

    si fuera

    paja.

    S i

    44 Carta 134 de Ricaa

    ,

    pp. 255-56.

    45

    Carta 136

    de

    Rica

    a , p.

    259.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    18/22

    272 J O S E O R O Z R E T A

    uno cae en lasmanos de

    estos

    hombres dichosol si ha hecho siempre

    oracin con unas cuentas de madera en

    Ia

    mano o si ha llevado encima

    dos trozosde tela

    atados

    con dos cintas o si ha estado algunavez en

    una

    provincia

    que

    llaman

    Galicia. Sin eso el

    pobre diablo

    se va a ver

    muy

    mal. Aunque jure como un carretero que es

    ortodoxo

    ellos

    difcil-

    mente estarn de acuerdo con las buenas cualidades que profesa y Ie

    harn quemar como hereje.Ser

    intil

    que d explicaciones: no hay ex-

    plicacin quevalga y sever reducidoacenizas antesde quepiensen o

    accedan a escucharle. Aunquelosdems jueces creanque elacusado es

    inocente stos

    Io reernsiempreculpable.

    Encasode

    duda llevan

    por

    regla

    fallar

    por el rigor aparentemente porque piensan que los hombres

    sonmalos

    46

    .

    Montesquieu no

    puede soportar Ia intolerancia religiosa

    y as

    observa

    con

    satisfaccin que:

    Confiesoque las historias estn llenas de guerras de religin perosi se

    mirade

    cerca

    no ha sido

    Ia

    multiplicidad de religiones Ia que haocasiona-

    doestasguerras sino el espritu de intolerancia que animaba a Ia que se

    crea dominante.Esesteespritu deproselitismoque losjudos tomaron

    de los egipcios y que de ellos ha pasado como una enfermedad epidmi-

    ca y

    popular

    a los

    mahometanos

    y a los

    cristianos. Esas guerras

    las ha

    causado

    en

    definitiva este espritu

    de

    demencia cuyos

    progresos slo

    pueden ser considerados como un eclipse total de

    Ia

    razn humana

    47

    .

    E n Ia

    carta 35 Montesquieu trata de

    Ia

    condenacin eterna en que caern

    los

    paganos

    y no

    puede

    por

    menos

    de

    indignarse contra

    una ley tan

    severa.

    Va

    a condenar Dios a loshombres por no haber practicado una religinque

    no han

    podido -imposibilidad moral-

    conocer?

    He

    aqucmo

    se

    expresa

    Usbek

    en

    Ia

    carta a Gemchid su primo:

    Crees t que el da deljuicio loscristianos sern tratadoscomo los

    turcos

    infieles

    que

    servirn

    de

    cabalgadura

    a los

    jud os

    para

    llevarlos

    al

    46

    Carta

    29 de

    Rica

    a toben pp.

    61-62.

    EnIa

    carta encontramos alusiones claras

    a Ia

    costum-

    br e

    de llevarun

    rosario

    un

    escapulario.

    Galicia cuya

    capital Santiago

    de

    Compostela

    en

    donde

    se

    hallaba elsepulcrod elapstol Santiago junto con Roma yJerusaln era el lugar de las principales

    peregrinaciones

    a

    dondeacudan

    los

    cristianos.

    47 Carta85 deUsbeka Mirza p. 166.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    19/22

    LA S

    C A R T A S

    P E RS A S

    D EM O N T E S Q U IE U .

    ET CA

    Y

    R E U G O N

    273

    trote hasta

    los

    infiernos?

    Yo s muy

    bien

    que no

    irn

    a

    Ia mansin

    de

    los

    profetas.. . pero crees

    t

    que, porque

    no han

    tenido

    Ia

    dicha

    de en-

    con trar m ezquitas en su pas, han de ser condenados a un a religin

    que no les ha permitido conocer? .

    Y

    al

    final

    de

    Ia carta M ontesquieu alude

    a un da

    postrero

    en que no

    habr

    sobre Ia tierra

    ms que

    verdaderos creyentes.

    L e

    temps

    qui

    consume tout,

    d-

    truira les

    erreurs mmes.Todos

    los

    hom bres

    se

    sentirn reunidos

    en una

    sola

    familia, bajo un mism o estandarte. E ntonces todo, inclusolas leyes sern con-

    sumidas,

    y los

    ejemplares divinos sern

    sacados

    de

    Ia

    tierra

    y

    llevados hasta

    los

    archivoscelestes

    49

    .

    A propsito de Ia intolerancia religiosa, nuestro autor ve en ella una ocasin

    o una

    razn para arruinar

    las

    naciones,

    ya que esa

    intolerancia expulsa

    del

    pas

    a unos sujetos que son preciosos e indispensables para Ia economa nacional:

    Las

    persecuciones

    que

    nuestros

    m s

    celosos mahometanos

    han

    desata-

    do con losG uebres han obligadoa

    stos

    a trasladarse en masa a

    Ia

    India

    y

    han privadoa Persia de una nacin tan entregada a Ia labranza y que

    slo

    por su

    trabajo estaba

    en

    condiciones

    de

    vencer

    Ia

    esterilidad

    de

    nuestras tierras

    50

    .

    E sm uy

    lgico que, mirando

    las

    cosas desde

    una

    ptica puram ente naturalis-

    ta,

    M ontesquieu

    no

    comprenda Ia vida religiosa,

    no

    slo dentro

    de una

    concep-

    cin

    espiritual sino incluso dentro

    de

    unos principios

    d e

    produccin.

    A

    este res-

    pecto

    son muy

    curiosas

    las

    reflexiones

    que

    pone nuestro autor

    en

    a

    pluma

    de

    Usbek.

    H e

    aqu algunas frases:

    M e refiero

    ahora

    a los

    sacerdotes

    y a los

    derviches

    de

    ambos sexos

    que

    hacen voto

    de

    perpetua continencia,

    que

    entre

    los

    cristianos

    es

    Ia

    virtud

    por excelencia. Confieso que no los entiendo n i comprendo una virtud

    de Ia que no resulta nada.. . E lnm erode los que hacen profesin de ce-

    libato es

    prodigioso.

    E n

    tiempos

    pasados los

    padres condenaban

    a sus

    hijos

    a

    este estado desde

    Ia

    cuna;

    hoy son

    ellos mismos

    los

    que, desde

    los catorce aos, hacen

    ese

    voto, Io

    que

    viene

    a ser

    casi Io mismo. Este

    48

    Carta

    35 de

    Usbek

    a

    G e m c h id ,

    p. 70.

    49 Ibidem p. 71.

    50 Carta85 de U sbeka M irza,p. 165.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    20/22

    274

    JOSE

    OROZ

    RETA

    oficio

    de

    castidad

    ha

    acabado

    con ms

    hombres

    que las

    pestes

    y las

    gue-

    rras

    ms

    sangrientas.

    Se ve en

    cada casa religiosa

    una

    familia

    eterna

    en

    Ia que no

    nace nadie

    y que se

    mantiene

    a

    costa

    de

    todas

    las

    dems.

    Estascasas estn siempre abiertas como abismos donde vienen a parar

    lasfamiliasv enideras... En lospases catlicosno slo se ha abandonado

    el

    cultivo de las tierras sino que incluso

    Ia

    industria resulta perniciosa.

    Todo se reduce a aprender cinco o seis palabras de una lengua muerta.

    En el

    momento

    en que uno ha

    conseguido este peculio para

    s ya no

    tiene que

    preocuparse

    de su fortuna:

    encuentra

    en el

    claustro

    una

    vida

    tranquila

    que en elmundo I ehabra costado mu cho s sudoresy

    afanes

    51

    .

    Montesquieu

    no

    parece tener

    en

    cuenta

    las

    aspiraciones hum anas. Para

    l el

    hom bre tiene en cuanto persona concreta un deber imperioso al que no debe

    sustraerse: el deberdeprocrear Iao bligacin de poblarelmundo .Su filosofa pu-

    ramen te naturalista

    Ie

    imposibilita

    a

    comprender

    el

    misterio

    de las

    vocaciones

    religiosas

    esdecir

    Ia

    llamada

    ntima

    ysecreta queDios dirige aalgunas almases-

    cogidas. Esta concepcin

    de

    Ia

    vida

    de

    Ia

    productividad

    de

    a

    prosperidad natu ral

    es

    Io

    que

    Ie

    permiteemplearun

    tono

    tanligeroyunas

    expresiones

    tan

    pocorespe-

    tuosas hacia

    Ia

    vida religiosa.

    No

    olvidemos

    por

    otra parte

    lo s

    abusos

    que en su

    tiempo pudieron haberse derivado

    de I a

    influencia

    de los

    jesuitas

    por

    ejemplo.

    Elm ismo tono se empleado po r M ontesquieu cuando trata de losm ilagros

    que l

    atribuye

    a Ia

    imaginacin

    de

    ciertas personas impresionadas

    por los

    terreurs paniques et surnaturelles que los libros sagrados de todas lasnacio-

    nes se

    enc argan

    de

    propalar. Nunca

    se

    debe

    atribuir a

    causas sobrenaturales

    Io

    que

    puede

    ser simple

    producto

    de cent mille

    causes

    naturelles. As los

    xtasis

    de losmsticosson para Montesquieu le delire de

    Ia

    dvotion

    53

    .

    Nuestro autor

    no

    tiene reparo

    en

    atacar

    lo s

    dogmas

    de

    nuestra religin

    pero

    sus

    ataques

    son mas

    bin dbiles

    fcilmente

    explicables desde

    su

    punto

    de

    vista puramente naturalista acerca

    de las

    verdades

    de Ia fe

    catlica.

    A

    este res-

    pecto

    es muy

    curiosa

    Ia

    carta

    69 de

    Usbek

    a

    Rhedi donde M ontesquieu trata

    de exponer a su modo

    Ia

    naturalezadeDios susatributos en concreto

    Ia

    justi-

    cia y

    I a presciencia divinas. C om ment Dieu pou rrait-il prvo ir

    les

    choses

    qui d-

    pendent

    de Ia

    dtermination

    des

    causes libres?

    54

    .

    La

    carta termina

    con

    esta

    51 Carta 117 de Usbeka Rhedi pp.221-23.

    52 Vase

    a

    bibliografa indicada en Ianota 35 .

    53

    Carta 134

    de

    Rica

    a *, p.

    256.

    54 Carta69,de Usbeka Rhedi p. 141.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    21/22

    LA S

    C A R T A S P ER S A S D E

    M O N T E S Q U IE U .

    ETICA Y R E U G I O N 27 5

    confesin

    de

    Ia imposibil idad hum a na para conocer

    a

    Dios:

    est

    inmense, spi-

    rituel,

    infini.

    Que sa

    grandeur nous ramne

    notre

    faiblesse. S hum ilier tou-

    jours,

    c est l a dorer toujours

    55

    .

    L e parece equivocado

    que Ia

    religin cristiana

    no

    sirva

    de

    modo especial

    para consolar

    y

    mantener vivo

    el

    vigor

    de sus

    adeptos puesentre

    los

    cristianos

    l a religion

    est

    moins

    un

    sujet

    de

    sanctification qu un sujet

    de

    disputes

    56

    .

    Segn

    el

    ba rn de M ontesquieu,e l cristianismo no hace sino imponer

    a

    prctica de

    unas virtudes que cuestan mucho trabajo y esfuerzo, y pretende que los ecle-

    sisticos abracen una cont inencia perpetua , y as leemos en una de las car tas de

    Usbek:

    M e parece que sus doctores se contradicen palpablemente cuando afir-

    man que el

    ma t r imonio

    es

    santo

    y que

    todava

    Io es ms el

    celibato,

    que

    es su opuesto, sin tener en cuenta que, en cuanto a preceptos y dogmas

    fundamentales, Io bueno

    es

    siempre

    Io

    mejor

    57

    .

    El cristianismo se presenta adems como el enemigo de Ia libertad hum a na ,

    ya

    qu e

    prohibe

    el

    suicidio.

    Y

    Io peor

    es que en

    este punto

    el

    cristianismo

    se ve

    sostenido por las leyes que en E uropa se ma nifiestan furiosam ente contra lo s

    que se qui tan su propia vida. Por as dec irlo, les hace morir un a segunda vez; se

    ven

    a rrastrados indignamente por las calles; se les nota de infamia, y se confis-

    can sus

    bienes

    58

    .

    Y Io que es ms curioso, a M ontesquieu se Ie ha pasado colo-

    car a l suicidio entre la s causas de

    Ia

    despoblacin del mundo, como ha hecho

    con el celibato de los clrigos y derviches de ambos sexos, de que habla en Ia

    citada

    carta 117.

    Tales son a lgunos de los a t aques que M ontesquieu

    dirige

    contra

    Ia

    religin.

    Son

    ataques

    sin

    fundamento

    e

    inaceptables

    en

    Ia

    filosofa

    cristiana; pero

    no

    vamos

    a

    ocuparnos ahora

    de Ia

    exposicin

    de su

    falta

    de

    fundamento .

    P or

    otra

    pa rte, estas invectivas no son personales y exclusivas de M ontesquieu. S e redu-

    cen,

    en su

    mayor parte,

    a

    Ia repeticin

    de las ideas de unos

    filsofos los

    esprits-forts

    y los

    libertins

    de su

    t iempo

    qu e

    a t acan

    los

    dogmas catlicos,

    55 Ca r t a 69 de U s b ek a

    R hed i ,

    p. 143.

    56 En a Ca r t a 29, d ice Rica a Ibben: Existe un n m e r o infinito de doctores, I a ma yor par te

    derviches,

    que

    suscitan entre ellos

    m il

    cuestiones nuevas sobre

    Ia religin. Se les

    deja

    discutir

    dura nte

    mucho t iempo

    y Ia

    guerra contina hasta

    que

    t e rmina

    con una

    decisin.

    T e

    puedo asegurar

    que

    jams ha habido unreino donde

    haya

    tantas guerras

    civiles

    comoen elreinode

    Cristo,

    p. 61.

    57 Carta 117, de Usbek a R h e d i , p. 2 2 2 .

    58 Ca r t a 76 deU s b ek a I bben,p. 150.

    Universidad Pontificia de Salamanca

  • 7/26/2019 Cuadernos Salmantinos de Filosofa. 1990, Volumen 17. Pginas 255-276-1

    22/22

    276

    J O S E O R O Z R E T A

    por desprecio de Ia moral cristiana como ha n hecho Bayle Spinoza Locke

    entre

    otros

    59

    Todos

    esos

    filsofos representan medio siglo

    de una

    filosofa que

    con

    suavi-

    da d o de una m a nera brusca pretende apa rta rse del cristianismo. Por desgra-

    cia

    son los

    jefes

    que sern seguidos por m uch os otros a utores mediocres que

    nunca han

    depuesto

    la s

    a rmas .

    La

    Iglesia responde

    a sus

    a taques

    co n Ia

    peren-

    nidad de sus dogmas y de sus instituciones. Los filsofos ha n pasado Como

    Montesquieu

    hab an afirmado Ia cada de

    Ia

    Iglesia pero los falsos profetas ha n

    muertoy

    Ia Iglesia

    se

    mantienefuerte

    en su

    tradicin eterna dispuesta

    a

    conso-

    la r

    la s

    dolencias humanas

    a

    dirigir

    a sus

    hijos

    hacia

    el

    camino recto

    de una

    moral fundada en

    Ia

    bondad y en ela m o r deDios.

    Hemos

    de

    reconocer que

    por

    descontado

    no han

    faltado errores cometidos

    por los

    representantes

    de

    Ia

    religin

    porque

    en fin de

    cuentas

    no

    dejan

    de ser

    hombres. Pero sidirigimo suna simple mirada impa rcia l sobre Ia obra llevada a

    cabo en nombre de Ia caridad de Cristo debemos reconocer repetuosamente

    que al travs de los siglos los sacerdotes los religiosos los misioneros ha n

    contribuido ampliamentea

    Ia

    civilizaciny con

    frecuencia

    ha n tenido elvalor

    de af rontar peligros terribles para extender entre loshombres elverdadero sen-

    tido

    de

    Ia

    fraternidaduniversal.

    J O S O R O Z R ETA

    59 Desde el ao 1680 a ntes y despus de Ia revocacin del edicto de N antes se va forma ndo

    una

    generacin

    de

    intelectuales franceses

    que

    abandonan

    su

    patria

    por

    motivos religiosos.

    Son los

    llamados

    Franais sans Ia France

    que han

    aceptado pagar

    con el

    precio

    del

    destierro Ia libertad

    de

    conciencia. Pierre Bayle Henri Justel Basnage de Beauval Pierre

    Coste

    y

    Jean

    Ie Clerc entre

    otros f or man

    este

    grupo

    muy

    numeroso

    e

    importante

    en

    Ia historia religiosa

    de

    Francia.