Cuadernillo celta 6

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1 CUADERNILLO DE TEMAS CELTAS REDACCIÓN Claudia Moliné Fabiana Martínez Edgardo Murray (ob. AD 2014) Juan José Delaney María Mercedes Schaefer Raúl Lavalle Editor responsable: Raúl Lavalle Dirección de correspondencia: Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina tel. 4811-6998 [email protected] nº 6 2015 Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta publicación.

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CUADERNILLO DE TEMAS CELTAS

REDACCIÓN

Claudia Moliné

Fabiana Martínez

Edgardo Murray (ob. AD 2014)

Juan José Delaney

María Mercedes Schaefer Raúl Lavalle

Editor responsable: Raúl Lavalle

Dirección de correspondencia: Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina

tel. 4811-6998

[email protected]

nº 6 – 2015

Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta

publicación.

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ÍNDICE

Presentación p. 3

Carlos María Romero Sosa. Luis Alberto Murray p. 4

Helen Eastman. Viento de amor (soneto) p. 9

Fernando Moliné. Cuando se rompen todos los esquemas p. 10

El epitafio de Yeats (una traducción al español de Alcides

López Vega) p. 11

Peter Flanagan. The flag that floats above us (traducción al español

María Mercedes Schaefer y Nehuén Hughes Rojas) p. 12

Luciano Maia. Santiago de Compostela p. 16

Minucias celtas p. 18

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PRESENTACIÓN

Es justo que agradezca aquí a Edgardo Murray, por muchos años

Secretario de Redacción de The Southern Cross, el periódico más que

centenario de la comunidad irlandesa en Argentina. También, a Juan

José Delaney, escritor y amante y docente de la literatura. Con el aliento

de estos dos conspicuos irlandeses me animo –no pierdo conciencia de

mi osadía– a presentar este Cuadernillo. En él escribirán cuentos,

ensayos, evocaciones, vivencias, estudios y notas los amantes del mundo

celta. No puedo distinguir con precisión el concepto de celta (creo que

los amadores estamos algo dispensados de la racionalidad); baste con

decir que incluyo en él a lo escocés, a lo irlandés, a los antiguos galos, a

los rasgos y escritores celtas que haya en Inglaterra, en España, en

América, en Oceanía o en otro lado donde hayan ido los vástagos de esa

estirpe indoeuropea.

Cada colaborador usará sus propias normas en cuanto al modo de

citar y de dar forma a su aporte. Lo que hoy tiene de malo y de

incompleto, quizás mañana podrá mejorarse. Patricio, Beda, Columbano,

el Padre Fahy y otros sé que no dejarán de iluminar esta pequeña senda.

Te pido que la recibas con benevolencia, querido lector.

R.L.

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LUIS ALBERTO MURRAY1

CARLOS MARÍA ROMERO SOSA

Murió en miércoles, día de la semana que le producía disgusto al

poeta Jorge Mario De Lellis. Un esdrújulo miércoles 31 de julio de 2002,

para acentuar sobre las festividades de canonización en México del indio

Juan Diego; y ello, aunque la política, la economía y la seguridad locales

no estuvieran para ortografías y casi nadie reparara en las noticias de la

sección culto de los diarios. Ignoro si Luis Alberto Murray alcanzó a

conocer esa elevación a los altares. Sé que la hubiera celebrado debido a

su devoción mariana, su sentido americanista, su cariño por la tierra

azteca y su simpatía espiritual, esa sonrisa de la caridad, hacia los

humildes y postergados de todas las épocas.

Luis Alberto Murray

1 El presente artículo apareció en julio de 2003 Claves, de Salta. Lo reproducimos aquí

con algunas pequeñas modificaciones. Agradecemos al autor su autorización.

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Nació porteño en 1923, bajo la presidencia de Marcelo T. de

Alvear. Cuando Carlos M. Noel ejercía como intendente municipal de la

Capital Federal, que Murray prefería nombrar con fórmula arcaica

Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de los Buenos Aires.

De los tiempos de la infancia rescataría luego la honestidad

pública en grado de delicadeza, el refinamiento de algunos y la

cordialidad de casi todos. Pero también la falta de una legislación social

adecuada, pese al trabajo parlamentario de los socialistas y a la visión de

algún conservador progresista del tipo de Joaquín V. González, rara avis

del régimen.

Descendiente de inmigrantes irlandeses, con apellidos como

Murray, Carmody, Fox y Brennan, fue testigo –y más tarde cronista– en

Crítica, Democracia, El Pueblo, Azul y Blanco, Mayoría y Clarín de

buena parte de los avatares que sacudieron a la República durante el

siglo XX.

Sentía en carne viva a la Argentina, “esta patria difícil, nuestra

hija”, según la definió con intransferible dolor de parto de un

endecasílabo. Se llamó a silencio al advertir que se deshacía el

entramado social, se privatizaba en beneficio del peor oferente el destino

de “región de la aurora” augurado por Rubén Darío a principios de la

pasada centuria, se esquivaban con tilinguería “desreguladora” los

códigos de grandeza heredados de los próceres. Entonces espació la

concurrencia a los lugares que solía frecuentar y, si no dejó de escribir,

publicó muy poco desde su jubilación.

Resistía en soledad De pie, entre los relámpagos; la gratitud al

Creador le impedía descender a la condición de superviviente. Además

tenía frente y perfil de hombre-vida. Era entusiasta, bondadoso, amable,

dispuesto a hacer favores, dialogante lúcido sin pose de ingenioso, y

dado a un humorismo carente de causticidad o sarcasmo, aunque negro

en sus relatos reunidos en Invenciones.

Transparente, ignoraba la sinuosidad. Por eso pienso que lo

conocí bien, peso a no haberlo tratado mucho. Entrada la década de 1950

compartió con mi padre la docencia periodística en la Escuela Argentina

de Periodismo bajo la dirección de Carlos Abregú Virreira. Más de

treinta años después participamos juntos en charlas literarias y en

reuniones políticas. Para no incomodarlo, y hasta por temor reverencial,

nunca le confesé que no yo no soy rosista.

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Algo de adánico, de rebautizador de la naturaleza había en el

hombre con ilusión –o nostalgia– por un paraíso sin manzano. Al leerlo

uno piensa que, además de consuelo, su ortodoxia religiosa le dio

felicidad. Precisamente el ejercicio de una fe de carbonero con buena

digestión de la escolástica lo libró del mal del siglo: la angustia

existencial. De igual forma confiar en la comunión de los santos le hacía

más llevadero el acecho de la incomunicación.

Oponía al mundo, enemigo del alma, el milagro cotidiano de la

realidad. De ella extraía frutos que lo nutrían en cuerpo y alma, sabedor

con Chesterton de que hay una sola cosa imprescindible: todo. Fumador

empedernido, trasnochador en redacciones, peñas, mesas conspirativas,

confidente de la ginebra, del vino tinto y del whisky clandestino para

brindar por el Ejército Republicano Irlandés, lo recuerdo bien lejano de

la ataraxia que perseguían los filósofos escépticos y los moralistas

estoicos. “Luz, la lunar; calor, el de los cuerpos”, propuso sin sentenciar.

Murray no eludía la polémica. La provocaba con las apologías a

veces excesivas en que incurría. Así me comentó con tono exculpatorio

hacia Rodrigo Borgia que, en tanto pontífice Alejandro VI, no atentó

contra el dogma, como si la salvación viniera de la teología y no de las

obras. La sostenía con anatemas –con sus inquisitoriales anatemas, como

rotular de herético invasor a los británicos– que tanta fuerza dan a sus

páginas y son dignos de figurar en nuestra mejor antología panfletaria,

encabezada cronológicamente por el padre Castañeda, el de la santa

furia. Y resumía tales polémicas con las recias imágenes poéticas suyas

de inequívoco revisionismo. “¡Sociedad Popular Restauradora! /

Asociación ilícita / de Arcángeles patriotas.”

Preconciliar y postconciliar a la vez. Capaz de suscribir durante

el Proceso arriesgadas solicitadas por los desaparecidos y de simpatizar

con Primo de Rivera y la Falange; Murray, revolucionario y

tradicionalista; Murray, sibarita del pensamiento y obrero de la cultura;

se anticipó al axioma de Vargas Llosa: la literatura es insurgencia.

El catolicismo daba vuelo de altura a sus desvelos nacionales.

Compartía con su amigo el padre Castellani aquello de que “Amar la

patria es el amor primero, / y es el postrer amor después de Dios.” Y

como toda teoría es seca, antes y después de afirmarlo Goethe,

practicaba la piedad cristiana, el amor al prójimo y un patriotismo de

buena ley, por demás ingrato en un medio colonizado. Lo entusiasmaba

el ideal de una Argentina comunitaria sin subalternos proyectos

sectoriales, vinculada por desafíos que valieran la pena, no por el

interesado contractualismo liberal ni las complicidades siempre

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funcionales al statu quo. Soñaba con una Argentina donde el mapa de la

solidaridad a escala del sacrificio hiciera ganar trascendencia a la oferta

generosa, aunque módica, de la criolla gauchada desde que el término

devino valioso. Sentía la patria no como un azar de nacimiento, ni

siquiera solo como el ámbito de la realización personal, sino como la

posibilidad cierta de redención individual y colectiva, mediante el

ejercicio de las virtudes cardinales, cívicas y, de ser posible, teologales.

Coherente sin traspasar la frontera con el fanatismo, sostuvo su

ideario mediante el filo de su prosa combatiente. Lo embelleció con sus

versos, que al bordear lo político esquivando prosaísmos enriquecen el

arte con revitalizadores puntos de apoyo. Y en fin lo razonó con la

contundencia de un pensamiento más que provisorio a lo Popper; en el

fondo abierto, no sectario y en una expansión como la del universo.

Lejos de hacer “la suya”, cosa que quizá le hubiera resultado

posible y redituable al periodista reputado y al escritor de resonancia

pública que fue y que no por casualidad llegó a editar Hachette, se

involucró con el destino de su pueblo sin proponerse como dirigente ni

reclamar puestos o acomodos de ninguna especie. Naturalmente obtuvo

el silencio y la desaprobación por parte del mandarinato cultural.

Murray, que regresaba a la Argentina de sus giras periodísticas,

“tembloroso, afiebrado, con miedo de no hallarla”, no integró por

supuesto el conjunto de los voluntarios para apagar la luz al irse y vaciar

el país. En lugar de ello estrechó filas con los sembradores de esperanza,

sin hacer distinciones hacia derecha o izquierda. Ya en otro verso de su

poemario Penúltima palabra (1989) se ufanó de pertenecer a la raza de

los amantes últimos de la tierra, es decir de no rendirse a la condición de

triste, solitario y final.

Fue un gran poeta, entre los mayores de la neorromántica

Generación del 40, por la fuerza y riqueza de sus metáforas, la

originalidad temática, la belleza y justeza del lenguaje, el dominio de los

metros, el bien empleado albedrío en el verso libre y las resonancias del

mensaje a recoger desde cualquier arraigo de la Argentina interior:

“Toda la noche vino / hacia mí, insoportable, / la gracia inmerecida / del

jazmín tucumano.”

Hizo poesía con cosas de fundamento. Así el amor, en Una mujer

y un hombre (1959), y siempre con las camaraderías espirituales y el

magisterio de los grandes creadores, lo que marca un sentido de

continuidad de la literatura.

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Otro tema predilecto fue Hispanoamérica, subdesarrollada,

“violada por intermediarios.” Propiamente aquella América clavada en

mi costado, el título con reminiscencias de César Vallejo de uno de sus

poemarios. Cuando en 1968 lo publicó, todavía las utopías podían

entenderse como proyectos, había muertos que como el Che Guevara o

Camilo Torres renacían multiplicados en los pechos de la juventud

rebelde y hasta se entreveía, entre el bosque de garrotes de las policías

bravas de las dictaduras promovidas desde el Norte, el epílogo ominoso

del imperialismo.

Buen conocedor del pasado, podrá decirse que no fue historiador

porque no alardeó de objetividad. Pero argumentaba con datos

fidedignos, rotundos, y rastreaba verdades, más que ocultas, ocultadas.

Lo prueban obras como Pro y contra de Alberdi y Pro y contra de

Sarmiento. Entre sus ensayos históricos hay uno en particular curioso,

dado que se aparta de la línea San Martín-Rosas-Perón de su pública

adscripción: Vida, obra y doctrina del doctor Roberto Noble. Una

demostración de amplitud intelectual y capacidad de valoración de las

actividades constructivas ajenas.

Luis Alberto Murray murió en miércoles, día de la semana que

sin duda no le disgustaba como a Jorge Mario De Lellis, seguro de que

cada jornada de la vida, incluso la postrera, viene a ofrecer sus dones.

CARLOS MARÍA ROMERO SOSA

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VIENTO DE AMOR

Viento de amor en noche sosegada Abrió en mi vientre el sueño de una rosa, Recupera mi sangre en cada cosa Su palabra de vida retornada.

Cavó el amor su sueño en mi morada Y en mi cuerpo despierto ya se esboza La redondez callada de la rosa Que ha de crecer en carne transformada.

Por un rosa tuya en mi cintura A tu tierra de amor estoy ceñida, A tu larga tristeza estoy abierta.

Porque tu amor en mi soñó una vida Y en mí depositó semilla cierta Tomó color de luz mi tierra oscura.

HELEN EASTMAN1

1 La autora es profesora de inglés y tiene ascendencia irlandesa. Le agradecemos este

soneto, que nos recuerda la fecundidad perenne del amor.

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CUANDO SE ROMPEN TODOS LOS ESQUEMAS

Son la forma y la luz para la vista como dones y quitas en pintura; a través de su curso se combinan, se hacen signos del tiempo y del espacio.

Cuando la libertad, rompiendo planos, a lo que fue gratísima estructura transforma en otro cuerpo, inopinado, nace la vida nueva de las cosas.

Porque existen momentos en las manos en que se rompen todos los esquemas y saltan a la luz las lentejuelas

de impresiones y fiestas admirables, o superficies limpias centelleantes y líneas que son nervios de la forma.

FERNANDO MOLINÉ1

1 El autor falleció en 2013, después de pasar largamente noventa años; es padre de

Claudia Moliné, amiga querida de nuestra familia e integrante de esta Redacción.

Fernando estaba casado con María Elena Montgomery, dama de familias escocesa e inglesa. ¿Por qué incluyo este soneto con rimas asonantes, si él no procedía –que yo

sepa– de estirpe celta. En rara relación, se la adjudico, pues creo le viene por el lado de

su mujer y, no menos, por el de su arte. Además, como fue gran profesor y pintor, aquí

expresa asombro ante la posesión que vive el artista. Por esto también se vuelve más

escocés, porque arte es “invención”: y los escoceses inventaron todo. [R.L.]

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EL EPITAFIO DE YEATS

Tanto a la vida como a la muerte mírala con desapego, jinete, ¡y continúa con tu camino!1

1 En un libro sobre Irlanda encontré este epitafio de Yeats. Leo en la Red que está en

Sligo, Irlanda, y que formaba parte de uno de sus poemas. Agradezco al profesor

Alcides López Vega su traducción al español. [R.L.]

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THE FLAG THAT FLOATS ABOVE US

The slave may bend in abject fear, And he may hug the chains that bind him, And the coward may run his base career, No flag of freedom find him. But while above us floats the flag, Of green and orange blended, No tyrant, nor no knave, its folds shall drag While our stout arms defend it.

We ask for not but what’s our own Of friend nor foreign foeman. We are one in love and blood and bone We yield nor we bend to no man. We fight the fight our fathers fought Beneath that same od standard, And they nobly died, ad brave men ought, While leading freedom’s vanguard.

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Gaze on that standard as it flies, By true man’s hand supported, A prouder yet neath heaven’s skies, A fairer never floated. It waved o’er O’Brien and O’Neill O’er Sarsfield, Tone, and Emmet. It oft has braved the foeman’s steel And foemen’s blood begem it.

No hireling, servile slaves are we To bend with mock submission To the alien’s grinding, tyrant, And despot’s fierce ambition. But for our own, our suffering land, Ten thousand hearts are ready, For to strike a blow against alien wrong, Calm, patient, firm, and steady.

And we’ll shout it out to foe or friend, To these who hate or love us, While life remains we will defend The flag that floats above us.

PETER FLANAGAN1

1 Flanagan, autor del s. XX., “is a farm labourer, a great gardener, a violinist, a master

of the flute and tin whistle”, dice la intrd. de : Henry Glassie. Texts from the North.

Philadelphia, The University of Pennsylvania Press, 1982. Si bien los poetas de esta antología son de Irlanda del Norte, como ilustración, en p. anterior, puse la bandera del

Éire. Lo hice con intención de expresar el anhelo de la mayoría de los irlandeses: tener

una Irlanda unida. Si me equivoqué en mi elección e interpretación, pido humildemente

disculpas. Agradezco a los profesores María Mercedes Schaefer y Nehuén Hughes

Rojas su labor de traducción y comentario. [R.L.]

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La bandera que flamea sobre nosotros

El esclavo podrá doblegarse en despreciable temor, y podrá abrazar las cadenas que lo atan, y el cobarde podrá correr su deshonrosa huida, pues ninguna bandera de libertad lo encontrará. Pero mientras sobre nosotros flamee la bandera, confundidos el verde y el naranja, no habrá tirano ni villano que tire de sus pliegues, mientras nuestras fuertes armas la defiendan.

No pedimos nada más que lo que es nuestro ni de un amigo, ni de un enemigo extranjero, somos uno en el amor, en la sangre y en los huesos no cederemos ni nos doblegaremos ante ningún hombre. Peleamos la pelea que nuestros padres pelearon bajo el mismo raro ideal, y ellos perecieron noblemente, como es propio de hombres dirigiendo la primera ofensiva de la libertad. [valientes,

Observen el estandarte mientras se yergue en el aire sostenido por la mano del hombre virtuoso más orgulloso todavía bajo los altos cielos, algo más justo jamás flameó. Se elevó sobre O’Brien y O’Neill sobre Sarsfield, Tone y Emmet. A menudo ha desafiado el acero enemigo y la sangre del enemigo lo cubrió de joyas.

No somos mercenarios ni esclavos serviles para doblegarnos con humillante sumisión ante la destrucción ajena, tirana es ella, y ante la violenta ambición del déspota. Pero por nosotros mismos, por nuestra tierra agonizante, diez mil corazones están listos para dar, contra el mal enemigo, un golpe calmo, paciente, firme y constante.

Y se lo gritaremos a amigos o a enemigos a aquellos que nos odian o nos aman, mientras la vida siga, defenderemos la bandera que flamea sobre nosotros.

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Henry Glassie es un reconocido folklorista y profesor

norteamericano que dedicó parte de su labor a la investigación y a la

recolección de la historia y las tradiciones populares irlandesas. Sus fuertes

vínculos con la tierra de Irlanda se deben no sólo a su origen irlandés, sino a

su entrañable amistad con Hugh Nolan, el gran narrador de historias del

Condado de Fermanagh, y con otros hombres y mujeres nativos que

mantenían vivo el folklore popular, recordando y transmitiendo las historias

y canciones de estas tierras. En 1982, Henry Glassie edita un conjunto de

textos que refieren la vida, las costumbres y la historia de Fermanagh, esta

región de Irlanda del norte cercana a la línea fronteriza en que comienza el

sur. Glassie poseee una visión curiosa y atractiva de la historia, al creer que

el espacio más que el tiempo posee un carácter central. Y también es

atractivo su modo de narrar la historia, pues esta –bajo la dirección de

Glassie– se revela y despliega a partir de las voces individuales que hicieron

de ella una música. Son los músicos y los poetas los depositarios de la

historia, que llevan la memoria con la poesía y la música y que cuentan el

pasado, recogido desde los testimonios de la gente del lugar.

Entre las temáticas de las poesías, cantos y relatos del folklore

irlandés, la crónica de la guerra ha sido recurrente. Presentamos aquí la

traducción de uno de los poemas recopilados por Henry Glassie e incluidos

en su obra Irish folk history; Texts from the North (Philadelphia, Univ. of

Pennsylvania, 1982). Este poema constituye una expresión fuerte,

apasionada y violenta del nacionalismo irlandés, es un himno a la libertad,

que jura el amor eterno a la patria y la implacable guerra al enemigo que ose

tirar de los pliegues de su bandera.

Traducción y nota: MARÍA MERCEDES SCHAEFER NEHUÉN HUGHES ROJAS

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SANTIAGO DE COMPOSTELA

A lúa en Santiago chora ós mortos e o Apóstolo, grave en seu reducto apunta as trillas dos camiños tortos e, taciturno, véstese de loito. Óese un son de gaita noutros portos e nese enigmático minuto afloran insospeitos desconfortos e séguese un silencio irresoluto. Ah, Galicia dos lonxes e soidades dos barcos de un antano doloroso en mar de tormentosas vaguidades… Pero o seu idioma sonoroso transpon a lonxanía das idades de Rosalía en ritmo harmonioso. LUCIANO MAIA

1

La luna en Santiago llora a los muertos y el Apóstol, grave en su reducto señala las trillas de los caminos torcidos y, taciturno, se viste de luto. Se oye un son de gaita en otros puertos y en ese enigmático minuto afloran insospechados desalientos y se sigue un silencio irresoluto. ¡Ah, Galicia de lejanías y soledades de los barcos de un antaño doloroso en mar de tormentosas vaguedades… Pero su idioma tan sonoro traspone la lejanía de las edades de Rosalía en ritmo armonioso.

1 El autor, prestigiosísimo literato y académico brasileño, es oriundo de Fortaleza. Sería larguísimo enumerar sus obras y notables distinciones. Simplemente le agradezco aquí

que me haya permitido reproducir este soneto de su poemario Aldea lonxana

(Betanzos, Eira Vella, 2015, p. 26). Si lees un momento la hoja siguiente, me permito

darte mi humilde impresión sobre estos sentidos versos. Y más abajo todavía, en la

sección Minucias, encontrarás una foto de él. [R.L.]

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otra de las obras de Maia

Debo aclarar que no soy experto en portugués ni en gallego pero, con

mi intuición y alguna ayuda del diccionario, ofrecí mi modesta versión al

español. Mas lo que importa es, me parece, reflexionar sobre la importancia de

algunas cosas. Primero, que un destacadísimo poeta brasileño hace un viaje de vuelta (no fue el primero ni será el último) a Galicia, a las vecindades de su

habla portuguesa materna, y asume el desafío y el placer de escribir en la

lengua de la excelsa Rosalía de Castro. Y lo ha hecho maravillosamente bien, puesto que en la forma perfecta del soneto nos recuerda esas gestas de hombres

que cruzaron nuestro océano y trajeron sus costumbres, su trabajo, su alegría,

su bella lengua latina… Y voy un momento al ámbito de nuestro Cuadernillo sus raíces celtas. Quizás ellas están más mezcladas con lo latino (los romanos

estuvieron poco y mal en Escocia y no se sabe a ciencia cierta si estuvieron en

Irlanda). No puedo discernir lo celta dentro de lo gallego, pero esa gaita que

Luciano menciona quizás sea un símbolo de esa inhabitación de celtas en nuestra Hispania común. Y también puedo pensar –why not?– en los celtas que

vinieron a Argentina y enriquecieron la base de nuestra nacionalidad. [R.L.]

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MINUCIAS CELTAS

Dos irlandeses “policiales”

El escritor Juan José Delaney es también profesor. Uno de los

temas, entre otros, que conoce: autores policiales irlandeses (una forma

de rendir tributo a sus abuelos). Muy poco sé del asunto pero me permito

poner mi granito de arena. En efecto hace poco escribí algo1 sobre El

increíble robo del escondite secreto, de Juan Pedro Mc Loughlin, quien

ostenta prosapia hibérnica y cultiva el género policial.

No repito lo que dije entonces, pero sí subrayo el Mc Loughlin.

No solo eso: leo en los datos editoriales que las ilustraciones de El

increíble robo pertenecen a Guillermo Geraghty. Creo que no hace falta

ser catedrático para jugar unos boletitos. Sin duda Mc Loughlin y

Geraghty son dos irlandeses “policiales”, porque cada uno a su modo se

unió a la pléyade de seguidores de Poe. La Red me informa que el

segundo es conocido ilustrador y se especializa en embellecer libros

infantiles y juveniles.

Si en los niños (yo soy un niño viejo) la fantasía es muy

importante, sin duda su ascendencia celta potencia su fecunda

imaginación. Pero quiero terminar –hablando de imaginación– con una

desatinada referencia. Al ver Geraghty, inmediatamente me viene a la

cabeza Oliver St John Gogarty (1878-1957), famoso médico, escritor,

sportman y político dublinés. Un célebre pub del Temple Bar, en Dublín,

lleva su nombre.

1 Cf.: http://litterulae.blogspot.com.ar/p/cuatro-alpostanos.html.

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Mi mujer me critica –y tiene razón– por muchos motivos. Uno,

mis peregrinas asociaciones. Prometo que la que sigue será la última:

Geraghty me hace acordar también –por algo soy gordo– de esa canción

tradicional llamada Miss Fogarty’s Christmas cake. Hay una muy linda

versión del conjunto The Irish Rovers. En fin, basta de mis tonterías y

lee, querido amigo, el libro de Mc Loughlin, bellamente ilustrado por

Guillermo Geraghty. Si has estado en Irlanda, ojalá estas necias palabras

sirvan para que recuerdes tu viaje.

Radulfus

Obelix en Buenos Aires

Obelix, además del personaje de Asterix, es una casa de comidas

de la Ciudad de Buenos Aires. Está en Suipacha 713 y sus vidrieras

exhiben un dibujo del obeso personaje. Hace pocos días entré y, según

mi extraña costumbre, pregunté al muchacho que me atendía si me podía

dar un papel de propaganda. Justifiqué mi pedido diciendo que enseñaba

latín y quería emplearlo en clase, como modo de mostrar la presencia de

lo romano y la céltica.

Fabio –así se llamaba el joven– se mostró interesado en el tema,

pues me dijo que le faltaba poco para recibirse de abogado y le había

interesado el derecho romano. Como no estaba lejos del admordium,

pedí una ensaladita que ofrecían. Siempre tengo que decir tonterías y esa

vez no fue la excepción: “Esta evidentemente es su ensalada preferida,

porque tiene también algo de habas.”

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Fabio no entendió –era de esperar– la peregrina relación de mi

chiste (si se supone que alguien tiene que reírse por él). Por ello le

expliqué que su nombre de pila tenía que ver con faba, ‘haba’. No

contento con eso, seguí improvisando una pequeña disertación: los

romanos eran muy agricultores y era natural que unas cuantas palabras

de ellos vinieran del cultivo del campo: como cultura.

Una señora muy elegante, mientras esperaba su comida para

llevar, me dijo: “Está bien que estudie, pero tenga un poco de piedad con

el muchacho. No es un tema para los jóvenes.” Como la dama era de

muy buen ver, hice caso sumisamente y pedí disculpas a ambos. Incluso

tomé la pequeña mano femenina y la besé, confiriéndole dignidad

nobiliaria: “A sus órdenes, mi duquesa.”

Y concluí con Fabio: “Bien, después de esta clase de latín, creo

que me merezco la ensalada como regalo.” No lo decía en serio, por

supuesto. De cualquier manera, el joven cultivador de habas: “Profesor,

valoro mucho su gesto, pero no puedo dejar de cobrarle, porque en

nuestro gremio cultivamos la ley del pago y, como usted muy bien sabe,

dura lex sed lex.” Sin duda me mató el punto.

R.L.

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A San Patricio (AD 2015)

Dicen que en tu santo día

beben muchos bebestibles:

cerveza y agua de vida.

Es por allí que lo dicen

pero te ruego, mi padre,

que en la dulce paz me guardes.

R.L.

Librería y papelería bien irlandesa

Yendo de casa al trabajo y del trabajo a casa, una tarde descubrí

la librería Éire, un pequeño negocio sobre la calle Virrey Liniers, en la

Ciudad de Buenos Aires. Al ver su nombre, entré y pregunté a su dueño

el porqué. Este hombre de prosapia hibérnica, con apellidos Lynch y

Griffin, me explicó muy amablemente que el amor por la bella isla llena

su vida; por ello su casa de artículos de librería es una sucursal

dublinesa. En la imagen de abajo se ve cómo tres paredes están pintadas,

cada una con su color, naranja blanco y verde; lo mismo se da en los tres

primeros rollos de papel de lámina.

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Por último, la siguiente foto muestra ciertos adornos que nos

llevan a esa suerte de patria que tenemos (me autodenomino irlandés).

R.L.

Brasileños en un rincón irlandés

El pasado mes de julio (AD 2015) visitó nuestro país el profesor

Luciano Maia, escritor, poeta y académico brasileño de Fortaleza. Lo

llevé a varios lugares (estuvo ya más de una decena de veces aquí). Una

tarde fuimos con Luciano y Ana Maria, su esposa, a la Academia

Nacional del Tango (pertenece a ella en calidad de Miembro

Correspondiente en Fortaleza), donde nos atendió con gran amabilidad y

deferencia el Académico Secretario Walter Piazza. Recorrer su valioso

museo fue una verdadera delicia; delicia espiritual, que completamos

después con otra material, un rico puchero de gallina acompañado… no

con vino carlón sino con muy buen Malbec, en Los 36 Billares.

Pero aquí debo hablar de cosas más celtas (aunque la Avenida de

Mayo, como hispánica que es, no poco tiene de celta). El día sábado

salimos por la tarde temprano a visitar Capilla del Señor, valorada

ciudad histórica de la Provincia de Buenos Aires. Los que la conocen,

saben que allí la huella de los irlandeses fue profunda, como lo muestran

de modo singular su vieja iglesia y su austero cementerio. Su más

conocido café, La Fusta, a menudo recibía la visita de Don Félix Luna.

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Pero al día siguiente, lluvioso (irlandés) domingo de julio, Ana

Maria y Luciano me acompañaron a visitar las partes más británicas de

Belgrano R. Les gustó mucho la iglesia San Patricio, las casonas, los (¿o

las?) bow windows, las calles Forest-Rómulo Naón y Melián.

Terminamos nuestra caminata en la vieja estación de tren. La visitamos

pero, a la hora del té, entre todas las confiterías que hay por allí,

preferimos el Down Town Matías de la calle Echeverría.

No mucho tiempo antes, mis amigos habían visitado Irlanda,

Inglaterra y Escocia. Por eso no les desagradó el lugar. Nos sentamos en

una mesa que daba a un vidrio decorado por la célebre arpa celta, que se

encuentra también en monedas irlandesas.

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Ya era hora, según las costumbres isleñas, de hacer una suerte de

té cena, porque andábamos por las 6.30 post meridiem. Comimos una

rica y suave tortilla de papa (¡no podía ser de otra manera!), acompañada

de panes de cebada, manteca y dulce de mora. Pero el más desubicado

fui yo, pues, a pesar de mi escasa educación alcohólica, para tomar pedí

café irlandés. Para desgracia de los parroquianos, ese día había una

suerte de promoción de dos por uno; de modo que bebí doble pócima de

agua de vida, café y crema.

Mi mala estrella me persigue a menudo. En efecto los espirituales

humores me subieron a la ciudadela de la cabeza y comencé a decir mis

disparates habituales, pero sin ninguna medida. Se me ocurrió ponerme a

recitar uno o dos poemas de Oscar Wilde (los únicos que sé) y a cantar, a

pesar de la lejanía de las Fiestas, Bells over Belfast, con mi peor

entonación (la mejor dista mucho de ser buena).

Para colmo no me había percatado de la presencia de Carol

Flynn, quien dirige un coro en San Patricio, y da clases en el mismo

colegio que yo. En el estado de alegría báquica en que me encontraba, la

invité a cantar un antiguo tema de la sagrada isla. Con su gran caridad

hacia los minusválidos, me hizo sentar y en voz muy suave canturreó

Danny boy, como para dejarme contento y morigerar mi delirio. El fin de

mi tempestuosa conducta fue hábilmente aprovechado por ella: saludó

afectuosamente a mis amigos y se despidió de mí hasta las clases de los

días miércoles.

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Pero mi desaforada imaginación me llevó hasta el tango, ese

compañero de los desventurados. Y me acordé de un irlandés del dos por

cuatro, de aquel Mickey Rice Treacy, artísticamente conocido como

Carlos Viván, autor de ¡Cómo se pianta la vida!, tema casi

autobiográfico. Y le pregunté a mi amigo: “Luciano, ¿cómo se podría

decir en portugués ‘al trompo de mi vida le faltó piolín?’” Ni lerdo ni

perezoso improvisó este ingenioso dístico:

Ao pião da minha vida

ao final lhe faltou corda.

Además de símil de la vida humana, que lento o rápido camina

hacia su final, las palabras de aquel hiberno-argentino pusieron fin a mi

enajenación. Entré en un período de pacífica ensoñación, terminamos la

comida y nos subimos al Fiat Siena. Cuando los dejé de vuelta en el

Crillon, me dijo Ana Maria, en la dulce lengua lusitana: “Raúl, nos ha

gustado mucho el paseo de hoy.” Tampoco yo me olvido del afecto que

tengo por ella y por Luciano, que son para mí como hermanos.

R.L.

Un reo un cacho celta

Celedonio Flores escribió el soneto Musa rea, que tiene música

de Gabriel Clausi, según nos informa el autorizado sitio TODOTANGO

(http://www.todotango.com/musica/tema/1105/Musa-rea/). He aquí sus

versos llenos de espíritu popular:

No tengo el berretín de ser un bardo, chamuyador letrao, ni de spamento. Yo escribo humildemente lo que siento y pa' escribir mejor, ¡lo hago en lunfardo!... Yo no le canto al perfumado nardo ni al constelao azul del firmamento. Yo busco en el suburbio sentimiento... ¡Pa' cantarle a una flor... le canto al cardo!... Y porque embroco la emoción que emana del suburbio tristón, de la bacana, del tango candombero y cadencioso, surge a torrentes mi mistonga musa: ¡es que yo tengo un alma rantifusa bajo esta pinta de bacán lustroso!

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Hace unos días volví a leerlo y su mención del cardo me remitió

inmediatamente a Escocia y a lo que había copiado hace unos años, de

un sitio llamado SCOTLAND IN ARGENTINA: “El Cardo – La Flor

Nacional de Escocia. Es el emblema nacional de Escocia desde hace

más de 700 años. Según la leyenda, hace mucho tiempo, los daneses

invadieron Escocia sorpresivamente pero al no usar calzado y en la

oscuridad, uno de ellos pisó un cardo y un grito agudo de dolor alertó a

los escoceses y evitó una terrible matanza. A la planta que los salvó se la

conoció como El Cardo Guardián.”

Pero la vida nos juega bromas… No es lo único celta que hay en

Musa rea, pues el primer verso usa una voz de ese origen. Me refiero a

bardo, de la cual dice la Academia: “(Del celtolat. bardus; cf. irl. ant.

bard y galés bardd 'poeta').” Y define: “Poeta de los antiguos celtas.”

Por otra parte, tanto entre los celtas como en el tango hay mucho canto,

mucha danza, mucha poesía, mucho vino, muchas mujeres… En fin, un

empate, “mano a mano hemos quedado.”

J.F.