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Ciudades, Territorio y Ecosistemas en el Perú ( V E R S I Ó N P R E L I M I N A R ) CIUDADES, TERRITORIO Y ECOSISTEMAS EN EL PERÚ José Canziani Amico INTRODUCCIÓN Este documento se propone establecer un marco conceptual de discusión acerca de la problemática que involucra las complejas interrelaciones que se desarrollan entre las ciudades peruanas, los territorios en los cuales están asentadas y los ecosistemas que caracterizan sus respectivas regiones. Para esto, tomamos como punto de partida los postulados de la Facultad y el Departamento de Arquitectura y Urbanismo PUCP que se propusieron, entre otros rasgos distintivos, poner especial énfasis en lograr una aproximación a la notable diversidad territorial y cultural de nuestro país, asumiendo el compromiso por la sostenibilidad, así como el de revalorar nuestro extraordinario acervo arquitectónico y urbanístico. Bajo estas premisas, se creó el Centro de Investigación de la Arquitectura y la Ciudad (CIAC) con el propósito principal de promover y desarrollar el conocimiento frente a los desafíos que nos plantea el desarrollo territorial, el urbanismo y la arquitectura en el Perú, con miras a establecer propuestas que se distingan por contribuir en lograr formas de desarrollo urbano y arquitectura de calidad, así como un desarrollo territorial integral y sostenible. Entre los objetivos específicos del CIAC, que se desprenden de este marco general, se definió la necesidad de establecer un conjunto de programas de investigación que se propusieran el conocimiento de las formas de desarrollo territorial, de las ciudades y la producción arquitectónica en los diferentes espacios peruanos. Estas investigaciones permitirán, entre otros resultados, generar foros de discusión y contar con una base documental acerca de los diferentes tipos de ciudades en los diversos territorios de nuestro país, que sirviera de soporte para la investigación e intervenciones proyectuales que se propongan los estudiantes y docentes de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la PUCP. En este sentido, el presente documento acerca de las ciudades, el territorio y los ecosistemas en el Perú, se propone establecer un marco conceptual de discusión y referencia, así como definir ciertos parámetros comunes sobre los tópicos y temáticas que deberán ser tratados en los estudios e investigaciones que se desarrollen acerca de las diferentes ciudades del Perú, en los espacios territoriales representativos de la diversidad ecológica de nuestro país. 1

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Ciudades, Territorio y Ecosistemas en el Perú

( V E R S I Ó N P R E L I M I N A R )

CIUDADES, TERRITORIO Y ECOSISTEMAS EN EL PERÚ

José Canziani Amico INTRODUCCIÓN Este documento se propone establecer un marco conceptual de discusión acerca de la problemática que involucra las complejas interrelaciones que se desarrollan entre las ciudades peruanas, los territorios en los cuales están asentadas y los ecosistemas que caracterizan sus respectivas regiones. Para esto, tomamos como punto de partida los postulados de la Facultad y el Departamento de Arquitectura y Urbanismo PUCP que se propusieron, entre otros rasgos distintivos, poner especial énfasis en lograr una aproximación a la notable diversidad territorial y cultural de nuestro país, asumiendo el compromiso por la sostenibilidad, así como el de revalorar nuestro extraordinario acervo arquitectónico y urbanístico. Bajo estas premisas, se creó el Centro de Investigación de la Arquitectura y la Ciudad (CIAC) con el propósito principal de promover y desarrollar el conocimiento frente a los desafíos que nos plantea el desarrollo territorial, el urbanismo y la arquitectura en el Perú, con miras a establecer propuestas que se distingan por contribuir en lograr formas de desarrollo urbano y arquitectura de calidad, así como un desarrollo territorial integral y sostenible. Entre los objetivos específicos del CIAC, que se desprenden de este marco general, se definió la necesidad de establecer un conjunto de programas de investigación que se propusieran el conocimiento de las formas de desarrollo territorial, de las ciudades y la producción arquitectónica en los diferentes espacios peruanos. Estas investigaciones permitirán, entre otros resultados, generar foros de discusión y contar con una base documental acerca de los diferentes tipos de ciudades en los diversos territorios de nuestro país, que sirviera de soporte para la investigación e intervenciones proyectuales que se propongan los estudiantes y docentes de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la PUCP. En este sentido, el presente documento acerca de las ciudades, el territorio y los ecosistemas en el Perú, se propone establecer un marco conceptual de discusión y referencia, así como definir ciertos parámetros comunes sobre los tópicos y temáticas que deberán ser tratados en los estudios e investigaciones que se desarrollen acerca de las diferentes ciudades del Perú, en los espacios territoriales representativos de la diversidad ecológica de nuestro país.

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Ciudades, Territorio y Ecosistemas en el Perú

PARTE 1 Ciudades, Territorio y Ecosistemas en el Perú El Perú es un país extraordinariamente diverso ya que posee 84 zonas de vida de las 108 definidas para el planeta Tierra (Holdridge 1947, 1967), lo cual lo hace un país extremadamente rico en recursos, en paisajes, en distintas expresiones culturales y en cuanto a sus promisorias posibilidades, Sin embargo, ayer y especialmente hoy, la diversidad también constituye un gran reto, desde la necesidad de asumir la heterogeneidad y la particularidad; el emprender el urgente desarrollo de las capacidades regionales y locales; a la impostergable exigencia de la integración y la inclusión. La diversidad que caracteriza al Perú, parte de la extraordinaria diversidad geográfica y climática de sus múltiples espacios territoriales, de la notable variedad de ecosistemas que presentan sus diferentes regiones. Estos territorios con excepcionales paisajes naturales han sido el escenario de ancestrales procesos civilizatorios, donde las sucesivas sociedades que los ocuparon han plasmado trascendentes modificaciones territoriales para hacerlos productivos y habitables, generando extraordinarios paisajes culturales. Esta fértil raigambre cultural, se expresa en la generación de un rico y variado patrimonio urbanístico y arquitectónico prehispánico, enriquecido por los procesos de mestizaje acontecidos en época colonial y republicana, dando lugar a tipologías urbanas y arquitectónicas de inusitada riqueza en la expresión de acentuadas identidades regionales y locales. Sin embargo, desde mediados del siglo pasado si no antes, profundos y dramáticos cambios se han venido produciendo en la organización territorial de nuestro país, en la expansión y radical transformación de las ciudades, y en la brusca sustitución de los modelos arquitectónicos y en las técnicas constructivas tradicionales. Estos procesos, que se explican como consecuencia de los cambios económicos, sociales y culturales que se han acelerado en las últimas décadas, han derivado en la desestructuración del mundo rural, en procesos de migración masiva del campo a la ciudad, en la explosión urbana y en lo que se ha denominado el “desborde popular”.1 Así mismo, se observa una creciente alienación y prescindencia de estos desarrollos urbanos con relación a sus específicas condiciones territoriales y las interrelaciones con los correspondientes ecosistemas. Estos fenómenos cuya causalidad no puede ser asignada a procesos de “modernización” o de “industrialización” en las esferas productivas, han comportado severos procesos de desestructuración social, política e institucional en distintos niveles, desde el ámbito local al nacional, pasando por los espacios regionales, y que se expresan en la crisis y creciente pérdida de identidad cultural de sus poblaciones, lo que conduce también a una cada vez más preocupante alienación con relación a nuestro acervo cultural e histórico, la valoración del patrimonio arquitectónico y urbanístico, e inclusive del propio paisaje territorial. Por otra parte, se ha impuesto desde las elites al poder un discurso uniformador y simplista, que ha pretendido imponer desde una perniciosa centralidad, soluciones o modelos que no responden y niegan la singularidad y diversidad de nuestro territorio, 1 José Matos Mar. “Desborde popular y crisis del estado: el nuevo rostro del Perú en la década de 1980”, IEP, Lima 1984.

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al no reconocer sus distintas identidades sociales y culturales, como también al ignorar las condiciones específicas de existencia, estrechamente relacionadas con los respectivos ecosistemas regionales o locales. Frente a esta situación crítica, los estudios y análisis tradicionales acerca de la ciudad y la problemática del desarrollo urbano, como también aquellos dedicados a los ecosistemas y al desarrollo territorial, han estado mayormente caracterizados por desarrollar enfoques excluyentes destinados a dilucidar la singularidad de estos aspectos y fenómenos, sin mayor incidencia en establecer las evidentes interrelaciones que existen entre estas esferas y sus respectivas temáticas. Esta situación encuentra en parte su explicación en la complejidad de los desarrollos urbanos, como también en las disciplinas que abordan el estudio de los ecosistemas o del desarrollo territorial, las cuales exigen una notable especialización en sus respectivos campos. Sin embargo, desde el punto de vista del urbanismo y la arquitectura de la ciudad, esta especialización puede conducir al equivocado supuesto de que la solución a los álgidos problemas que enfrenta la ciudad, y el desarrollo urbano en general, se puede encontrar en el seno de ella misma, es decir en respuestas que se limitan, en el mejor de los casos, a establecer planes directores, programas de ordenamiento o recuperación urbana, obras públicas y viales, así como en la mejora en la prestación de determinados servicios. La realidad señala que aun cuando este tipo de acciones y soluciones técnicas son llevadas a feliz término, estas se revelan pronto como insuficientes y son rápidamente superadas por la vorágine urbana, por fuerzas que parecen incontrolables y que, en última instancia, nos remiten a problemáticas bastante más amplias, las que a su vez nos reconducen a las relaciones y articulaciones que estas entidades urbanas desarrollan con los ecosistemas y territorios donde se encuentran emplazadas. Cuando estos escasos intentos de planificación territorial y ordenamiento urbano son desbordados, entran en crisis o colapsan, advertimos la exigencia de un marco mayor de análisis y la necesidad de una visión integral, que incorpore necesariamente las interrelaciones con los ecosistemas donde estas entidades urbanas están establecidas, y con relación a los espacios territoriales de su entorno, entendidos no tanto como espacios físicos sino mas bien como espacios con una definida identidad social, económica y cultural. Sin embargo, en contadas ocasiones estas inquietudes se incorporan a propuestas de análisis y de indagación teórica de cierto aliento y profundidad. Mientras tanto, los problemas no sólo persisten sino que se agravan, las situaciones críticas del desarrollo urbano y territorial se agudizan, incidiendo en el progresivo deterioro de las condiciones de vida y desarrollo humano que afectan a un número creciente de sus habitantes. Por estas razones, en este documento proponemos la necesidad de alcanzar una visión más amplia e integral de la realidad urbana, que la conecte necesariamente con la dinámica de los procesos territoriales y con los ecosistemas que constituyen el ambiente en que esta está inmersa; al igual que con los procesos culturales que en ellos se desarrollan. Partimos del axioma histórico que la sostenibilidad de los desarrollos urbanos se fundamentan en la medida en que estos se constituyan en el centro neurálgico y lugar propulsor del desarrollo territorial; al igual que es insostenible suponer o proponerse alguna forma de desarrollo urbano que se encuentre desligada de su hinterland territorial. Por lo tanto, nos proponemos poner en discusión esta compleja problemática con una visión integral y, por lo mismo, necesariamente interdisciplinaria, de modo que nos permita examinar esta temática desde una

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perspectiva holística, es decir, como un todo distinto de la suma de las partes que la componen. La problemática contemporánea de las ciudades, la arquitectura y el territorio. Las dimensiones de esta problemática se pueden constatar en toda su contundencia, en los múltiples casos de las ciudades peruanas como latinoamericanas, cuyo descomunal crecimiento y masiva urbanización, no han sido fruto de un desarrollo económico consistente e integral, sino más bien la expresión dramática del progresivo deterioro y empobrecimiento de los territorios rurales, que ha derivado en migración forzada y masiva hacia las ciudades. Un tema central de este documento es el que nos convoca a la búsqueda de la sostenibilidad de las ciudades y de los desarrollos urbanos, así como la necesidad de reducir la incidencia de la pobreza y mejorar la calidad de vida, un tema crítico que afecta a las grandes mayorías de la población urbana y, en mayor medida, a la población del ámbito rural.2 Ciertamente se trata de temas complejos y que exceden ampliamente los que se centran en la problemática urbana, pero no por esto se justifica el dejarlos de lado. Por el contrario, el tratamiento de estos temas exige establecer formas adecuadas en el manejo de los recursos naturales, el medio ambiente, la valoración y conservación de los ecosistemas; y por el otro, examinar como los espacios urbanos promueven y resuelven el desarrollo económico, la participación, la ciudadanía, la inclusión y el desarrollo humano. Hoy en día las ciudades absorben y consumen ingentes cantidades de recursos que provienen del territorio, desde recursos básicos y elementales como el agua, recursos biológicos y minerales, recursos energéticos, que resuelven el sustento de la vida y las distintas actividades de sus habitantes, así como el soporte de las diversas actividades productivas y servicios que en ella tienen lugar. El inadecuado manejo de estas demandas y requerimientos está conduciendo a una excesiva presión sobre los recursos y el medio ambiente natural, impidiendo su reproducción, alterando significativamente los ecosistemas y rompiendo sus complejos equilibrios, pudiendo derivar en procesos de desertificación, deforestación, agotamiento del acuífero y de las fuentes de agua, así como en severos impactos al paisaje territorial (areneras, canteras, minas a tajo abierto, relaves, urbanización descontrolada, etc.), que no sólo degradan los ecosistemas sino también conducen al desencadenamiento de catástrofes ambientales. Al tratamiento de estos temas hay que incorporarles necesariamente una dimensión mundial, actualmente marcada por la seria advertencia del creciente fenómeno del calentamiento global, generado por un proceso acumulativo de excesivas emisiones -principalmente de dióxido de carbono y otros gases responsables del efecto invernadero- y la reducción de la capa de ozono. Este fenómeno está generando en

2 Según la última Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO 2006), el 44.5% de la población total del Perú es pobre; mientras que en el ámbito rural la población pobre representa el 69.3 %. Para establecer un dato comparativo sobre la incidencia de la pobreza en el ámbito urbano, podemos referir que la citada encuesta reporta que en la ciudad de Lima el 24.2% de su población es pobre. Este último dato es bastante elocuente acerca de la atracción migratoria de Lima, además del rol que desempeña en ésta la mayor concentración de servicios. Otro dato dramático es que si bien el notable crecimiento económico de los años recientes habría permitido reducir en un 6% la pobreza urbana, esta permanecería sustancialmente inalterable en el ámbito rural (Informe Técnico Medición de la pobreza 2004, 2005 y 2006, INEI 2007).

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nuestro país una alarmante retracción de la línea de glaciares de alta montaña, agudizando la crítica demanda de agua, al reducirse las reservas que los nevados y glaciares contienen.3 Aparentemente, el fenómeno de calentamiento global haría también más frecuentes e intensas las situaciones de alteración climática, especialmente del fenómeno de El Niño, con sus conocidas secuelas críticas especialmente en las regiones del norte del Perú. De igual manera, podrían hacerse más críticos y severos los períodos de sequía, lo cual afectaría la agricultura altoandina -mayormente bajo el régimen de secano- así también en ciertas zonas podría incrementarse la intensidad de las precipitaciones, con los efectos negativos que estos fenómenos pueden comportar. Las ciudades constituyen un elemento crítico en cuanto se refiere a la contaminación y degradación ambiental. La gran concentración poblacional, como de las diversas actividades y procesos productivos que en ellas tienen lugar, generan aguas servidas, deshechos sólidos y líquidos, así como humos tóxicos. La inadecuada disposición y escaso tratamiento de la basura o su simple dispersión en el medio ambiente, el verter directamente desagues o aguas contaminadas a ríos, lagos o al mar, la emisión de humos industriales o los producidos por el tráfico automotriz, afectan y degradan de manera creciente no sólo el medio ambiente de las propias ciudades, sino también de un entorno cada vez más amplio alrededor de estas. Como muestra de esta crítica realidad, basta presentar un cuadro con datos oficiales, ya que provienen de la propia Municipalidad de Lima Metropolitana, donde se revela la contundencia del desastroso manejo de los residuos sólidos, ya que bajo el rótulo “no controlados...” nos está dando a entender la simple dispersión contaminante de estos en el propio medio ambiente urbano y en su entorno. Situación agravada además por la comprobación de que mientras estos crecen constantemente en volumen, la capacidad de manejarlos es rebasada de forma creciente, manteniéndose una brecha que indica que menos de la mitad de los residuos sólidos producidos en la capital tiene un mínimo manejo en los denominados, eufemísticamente, “rellenos sanitarios” el resto, cuando es recolectado, termina en botaderos informales.4 Cuadro 1. Residuos Sólidos Lima Metropolitana 1996 – 2001

Residuos Sólidos

(Toneladas./Año)

1996 % 1997 % 1998 % 1999 % 2000 % 2001 %

Total 1’223,425 1’257,679 1’398,904 1’404,685 1’411,612 1’495,521Relleno Sanitario 459,035 37.5 618,552 49 706.777 50.5 724,494 51.5 581,410 41 593,054 39.5No controlados 764,390 62.5 639,127 51 692,127 49.5 680,191 48.5 830,202 59 902,467 60.5

Fuente: Municipalidad Metropolitana de Lima Otro caso clamoroso es el del manejo del recurso agua en la ciudad de Lima. Donde el servicio de agua potable se surte mayormente de las aguas superficiales altamente contaminadas del cauce del río Rímac.5 Esto deriva tanto en un alto costo en su tratamiento, como en una mayor concentración de cloro en el agua potable. Aunque parezca increíble, el 45% de la producción de agua tratada no es facturada, de lo que se deduce que un enorme volumen de agua potable se pierde por fugas en el sistema 3 Este fenómeno es aún más preocupante considerando que en el caso peruano el grueso de la población se concentra en zonas áridas de la costa y del piedemonte occidental de los Andes, cuyas limitadas fuentes de agua tienen sus nacientes en los glaciares de altura. 4 Según CONAM, en Lima Metropolitana solamente el 43% de los residuos sólidos se dispone en rellenos sanitarios. (Fuente: CONAM; OPS. Informe Analítico de Perú. Evaluación Regional de los Servicios de Manejo de Residuos Sólidos Municipales. 2002). 5 La cuenca alta del Rímac está afectada por relaves mineros, mientras la media y baja por el vertido de desagues domésticos e industriales, el arrojo de basura y drenajes agrícolas (CONAM, Geo Perú 2000).

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de distribución. Por otra parte, el 86% de las aguas servidas producidas por la ciudad son vertidas sin tratamiento alguno a acequias, al propio río y mayormente directamente al mar (CONAM, Geo Perú 2000). Estos casos, que dan idea de la magnitud devastadora de la contaminación ambiental producida por Lima Metropolitana, no son ajenos a las demás ciudades peruanas que los reproducen en mayor o menor escala en relación a su contexto local y regional. Esta situación, que se hace cada día más apremiante, compromete severamente a las entidades urbanas con la sostenibilidad de los ecosistemas y del medio ambiente de sus entornos. Pero también, aunque muchos no lo perciban, deriva de forma creciente en la propia “insostenibilidad” de los aglomerados urbanos. En esta problemática incide también la descontrolada expansión urbana a expensas de suelos agrícolas, mas aun cuando estos en nuestro país son extremadamente escasos y fruto de seculares modificaciones sociales del territorio, especialmente en el caso de los valles agrícolas de la desértica costa peruana. Los procesos compulsivos de expansión urbana han conducido a la ocupación de suelos inapropiados, ya sea por tratarse de zonas bajas sujetas a inundación en caso de lluvias (como aconteció en Piura durante los eventos de El Niño); de quebradas que pueden volverse activas y convertirse en cauce de huaycos; de márgenes de ríos expuestas a desbordes de avenidas (como aconteció en Nazca e Ica);6 de acantilados, laderas escarpadas y suelos inestables, propensos a derrumbes o a destrucción en caso de sismos; de zonas del litoral expuestas a maretazos y a la erosión marina. Es decir, una serie de situaciones cada vez más frecuentes en nuestro medio y que van generando condiciones propicias para que tarde o temprano se produzca lo que eufemísticamente denominamos “desastres naturales”. Las situaciones arriba reseñadas, ilustran bastante bien la existencia de formas de desarrollo urbano que ignoran la lógica, características y dinámica de los ecosistemas donde estos se encuentran, alterando su comportamiento natural o desafiándolos irresponsablemente sin medir las consecuencias en pérdidas humanas y materiales. Nuestra realidad nacional ha estado marcada desde tiempos coloniales por un marcado centralismo, acompañado del contrapunto de las pugnas y eventuales conflictos con el caudillismo local y regional. Estas condiciones históricas han permeado visiones homogeneizantes derivadas de una visión excluyente de la diversidad, del temor o desprecio “al otro” por parte de las clases dominantes y la construcción de un ideario oficial divorciado del país real. Esta herencia y sus taras se advierten y persisten cuando ciertos modelos de urbanismo, e inclusive de arquitectura, concebidos en Lima se pretenden imponer fuera de la capital; o, por otra

6 Las ciudades de Nazca e Ica sufrieron inundaciones y destrucción por el desborde de sus ríos, Nazca en 1962 e Ica en 1998. En ambos casos las catástrofes fueron “prefabricadas” dado que para ganar áreas de expansión urbana los ríos fueron canalizados invadiendo su lecho, reduciendo así drásticamente sus cauces precisamente en el tramo en que el río atraviesa estas ciudades. En el caso de Ica, la sección canalizada del cauce admite un caudal de tan solo 200 m3/s mientras que el caudal del evento de 1998 fue estimado en 600 m3/s, es decir 3 veces mayor que el cauce canalizado. El puente que atraviesa el río hace que en este lugar de la canalización la sección del cauce se restrinja a 21 m. de ancho y a solo 3 m. de alto, transformándolo en un auténtico dique, mas cuando el río en crecida arrastra palizadas y los elementos depositados en él. A este problema hay que añadir la utilización de los cauces de los ríos -secos la mayor parte del año- como botaderos informales de basura, y el hecho de que buena parte de la ciudad de Ica se haya desarrollado en zonas más bajas que el cauce del río.

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parte, son asimilados o imitados grotescamente en cuanto elementos distintivos de supuesto prestigio o sinónimos de una mal entendida modernidad. Estas concepciones falsamente unitarias y uniformadoras se contraponen a la urgente necesidad de asumir de forma integral y con todos sus compromisos la diversidad y la heterogeneidad de nuestro país y sus respectivas regiones. Esta necesidad se basa en la exigencia fundamental de abordar debidamente la singularidad, la particularidad y la especificidad de los procesos y fenómenos urbanos y territoriales en sus respectivos contextos. La extraordinaria diversidad ecológica, la biodiversidad, la vasta gama de ecosistemas que caracterizan al territorio peruano, y que a su vez son expresión de la diversidad geográfica y climática, constituyen el punto de partida de la construcción de definidas identidades territoriales regionales, con sus propios usos y costumbres, formas de articulación y relación sociales, procesos productivos y actividades económicas, idiosincrasia e identidad cultural. Estas herencias y acervo cultural regional, se han expresado de forma notable en distintas formas y patrones de asentamiento, en las tipologías arquitectónicas y en las propias tradiciones constructivas que caracterizan a sus edificaciones. A este propósito, es preocupante constatar como en las últimas décadas se ha producido, a través de la instalación de los edificios del estado o de entidades públicas,7 o mediante programas de apoyo a la edificación de viviendas –como el Banco de Materiales- la imposición de formas arquitectónicas y materiales ajenos a las tipologías locales. Estos modelos subliminales, que idealizan y simbolizan el paradigma de “lo moderno”, inducen a que las remodelaciones y construcciones recientes en los más dispares puntos y lugares de nuestro vasto territorio, adopten o busquen amoldarse a los cánones y modelos supuestamente representativos del prestigio social y de la modernidad que provienen básicamente de la capital. Este es un tema complejo y controversial, por sus componentes subjetivos y los juicios de valor que entraña, como también porqué trae a colación el tema mayor de nuestra identidad, la alienación cultural y la aculturación. A menos de que esta forma de hacer ciudad y la arquitectura que le corresponde, a nuestro juicio, caótica, abigarrada y desaforada (o simplemente chicha), sea la tan ansiada identidad que nos corresponde como nación. En todo caso, es un hecho patente la creciente tendencia al abandono (por obsoletos?) de los parámetros y cánones regionales, locales o “provinciales”, especialmente de los que son propios de la arquitectura vernacular, para asumir o tomar en préstamo las del “otro” que suponemos de mayor prestigio, representación y rango social, reproduciendo así, en la dimensión y escala locales, los mecanismos de transmutación, aculturación y mimesis que se imponen en la capital con relación a lo que proviene del extranjero, en la febril competencia por alcanzar modelos y formas arquitectónicas que expresen éxito y poder.

7 Este el caso de las obras de infraestructura y de una serie de edificaciones financiadas por FONCODES; así también es clamoroso el caso de los colegios construidos por el INFES durante el gobierno de Fujimori, cuyos reiterados y monocordes volúmenes hexagonales, pintados de un emblemático color naranja, eran implantados en las más alejadas localidades sin ningún miramiento acerca del paisaje en el que se insertaban, sino más bien todo lo contrario, ya que lo que primaba era el ánimo propagandístico de destacar la inversión educativa del régimen.

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Esta problemática se liga directamente con el reemplazo de materiales y técnicas constructivas. De esta manera los materiales tradicionales, como la piedra y el barro (el adobe y la tapia), la madera, la caña y los sistemas de quincha, son crecientemente reemplazados por otros, definidos sintomáticamente como “nobles”, entendiendo por estos al ladrillo, al cemento y al concreto armado. Esta sustitución, que se asume parte de la confluencia de diferentes factores, que van desde su supuesta durabilidad y resistencia, hasta los que tienen que ver con el prestigio social, la aculturación y la representación de la “modernidad”, no toma en cuenta su comportamiento con relación a las condiciones geográficas y climáticas del lugar, y mucho menos su correspondencia con las tipologías y patrones arquitectónicos locales, así como su adecuada integración contextual con relación a los correspondientes tejidos y paisajes urbanos. Es decir vienen en una suerte de paquete, tanto la técnica constructiva como los modelos y conceptos estándar de lo que se asume constituyen los prototipos ideales, especialmente en cuanto se refiere a las viviendas que parecen reproducir reiteradamente un modelo de “chalet” moderno, totalmente ajeno a la idiosincrasia local, a la refrescante integración tradicional de espacios abiertos y techados, que son reemplazados mayormente por espacios cerrados, agobiantes, mal ventilados e iluminados. Sin embargo, el empleo de los materiales tradicionales y sus técnicas constructivas persisten, especialmente en las zonas rurales, donde sintomáticamente es mayor la incidencia de la pobreza en nuestro país. Aparentemente, esta población no tiene otra alternativa más que echar mano a lo tradicional, en cuanto se refiere al fácil acceso a materiales que se encuentran abundantemente en el medio y con los cuales se puede construir de manera simple y empleando la propia mano de obra familiar o comunal. De allí también se origina una deducción perniciosa, que asocia injustamente a los materiales y técnicas constructivas tradicionales en cuanto sinónimo de pobreza. Esto trae como consecuencia el que los materiales “pobres” tiendan a ser camuflados para que pasen por “modernos”, asumiendo para esto patrones y formas arquitectónicas que no les corresponden, dando lugar a fallas estructurales y al colapso de estas edificaciones en caso de movimientos sísmicos. En una suerte de círculo perverso, se asume entonces que estas edificaciones mal construidas con materiales y técnicas tradicionales son inseguras por el sólo uso de estos materiales y, por lo tanto, responsables de las eventuales pérdidas producidas en caso de sismos. Las ciudades, los tejidos urbanos y las perspectivas de integración social, desarrollo económico, social y cultural. Los espacios urbanos promueven y facilitan la generación de múltiples y variadas redes de contactos y relaciones, permiten el accionar de diferentes gentes, instituciones y agentes, generando una variedad de situaciones e iniciativas que redundan en beneficio de la productividad, competitividad, en el desarrollo de potencialidades y capacidades, en el acceso directo a los beneficios del mercado, etc. El tejido y las redes urbanas permiten recuperar, construir, renovar o reinventar identidades culturales. En esto juega un importante papel las facilidades que brinden los espacios urbanos para establecer y fomentar estas conexiones e interrelaciones, donde la concentración de los servicios de comunicación de diverso género, el amplio acceso a la información, entre otros, se constituyen en un soporte fundamental de este tipo de procesos. Para que estas múltiples relaciones tengan lugar y sean fluidas, y para que las ciudades funcionen como tales se debe disponer de adecuados sistemas de comunicación y transporte.

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Los espacios públicos desempeñan un rol trascendente en este aspecto y, en cuanto tales, deben ser desarrollados o recuperados. Los espacios públicos urbanos deben ser promovidos y gestionados en su calidad de lugares de encuentro y centro de actividades sociales y culturales de diferente naturaleza, para disfrute y participación de los ciudadanos. Por lo tanto, no se trata sólo de espacios físicos sino de espacios vitales, impensables sin la identidad y la participación social de sus habitantes, como de las autoridades e instituciones que gestionan la ciudad y que tiene como responsabilidad conducir el desarrollo de políticas culturales de largo aliento y proyección. Algunos ejemplos exitosos, como el conducido por la alcaldía de la ciudad de Bogotá, revelan prometedores avances e iniciativas creativas, que ilustran bien las posibilidades de construir y consolidar un amplio concepto de ciudadanía. Las ciudades constituyen centros de irradiación territorial de iniciativas y desarrollos de distinta naturaleza y envergadura. Entre estos se pude pensar en las asociaciones de emigrantes que se reencuentran, se organizan y emprenden obras o proyectos que involucran a sus comunidades o lugares de origen; los diversos proyectos de desarrollo territorial que resuelven desde las entidades urbanas la investigación, financiación, gestión y capacidad técnica para la implementación de actividades destinadas a la mejora del medio rural, concatenando y articulando el territorio con el soporte de servicios o actividades de transformación que se brindan en las ciudades; así como las cadenas productivas territoriales promovidas por algunas entidades estatales, como FONCODES, y determinados proyectos de ONGs, que aprovechan y refuerzan la presencia de redes urbanas, como es el caso del proyecto Corredor entre las ciudades de Cusco y Puno.

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PARTE 2 Ciudades y Territorio en la Historia del Perú No pretendemos en esta sección desarrollar una reseña histórica de las ciudades en los territorios regionales del Perú, sino más bien proponer la importancia de tener una lectura regional de la evolución de las formas de asentamiento, las interrelaciones con los ecosistemas que los caracterizan, y las formas de manejo del territorio que se han sucedido históricamente en esos espacios, con especial énfasis en las modificaciones territoriales que han derivado en la generación de zonas de producción. Estas intervenciones territoriales, que principalmente se remontan a la época prehispánica, desarrollaron paisajes culturales notables, cuya valoración deberíamos recuperar en cuanto patrimonio tecnológico, económico y cultural, ya que de ellas se desprenden enseñanzas de gran relevancia en cuanto se refiere al conocimiento y apropiación de las condiciones específicas y singulares de cada espacio territorial, así como de las formas como se operó su modificación, con miras a ampliar su capacidad productiva en el marco de un manejo armónico del medio ambiente. Estas transformaciones territoriales generaron y constituyeron en la mayoría de los casos el hábitat social, estableciéndose a lo largo de distintas épocas una indisoluble identidad de las formaciones sociales con los paisajes culturales de los cuales fueron artífices.8 En este contexto, los asentamientos urbanos y rurales de la época fueron parte integrante de estas formas de desarrollo territorial. De esta realidad y circunstancias resultaría esa tan ponderada y admirada integración entre los asentamientos y sus edificaciones con relación al paisaje de su entorno, mas si partimos del punto de vista contemporáneo y de la constatación de los dramáticos desencuentros que resultan de la imposición de intervenciones que prescinden en lo absoluto de preocupaciones de esta naturaleza. Nos interesa también examinar someramente en esta sección la manera en que la forma de asentamiento, y en especial los asentamientos urbanos, establecieron sus relaciones con el territorio y de que forma incidieron en su desarrollo, en cuando agentes condicionantes y propulsores de determinadas formas y niveles de desarrollo. Este aspecto amerita ser estudiado en su evolución histórica, especialmente en los drásticos cambios que se producen con la imposición del régimen colonial y que se proyectan al posterior período republicano, para finalmente acentuarse en los acelerados cambios producidos en las últimas décadas del siglo pasado. Al respecto, es de gran interés examinar el manejo de los recursos naturales en los ámbitos regionales en determinados contextos históricos, especialmente cuales y que tipo de estos son explotados; así como los aspectos técnicos comprometidos en su producción y en los procesos de transformación. Estos procesos productivos y la

8 Con la finalidad de no idealizar estas realizaciones prehispánicas, es preciso evaluar cuanto de las que han trascendido hasta nosotros representan logros de procesos de experimentación, que bien pudieron remontar en el tiempo los efectos de aquellas que resultaran fallidas o tuvieran consecuencias negativas. Así mismo, es preciso considerar que si bien existió una innegable presión sobre los recursos naturales, su incidencia pudo ser bastante menor en un contexto donde las escalas poblacionales eran obviamente otras. Sin embargo, algunos investigadores han advertido sobre las posibles secuelas que pudieron tener ciertas intervenciones. Uno de estos casos es el posible inicio de procesos de salinización en la parte baja de ciertos valles, como consecuencia del progresivo desarrollo de los sistemas de irrigación. El otro caso en discusión, se refiere a la posible deforestación de vastas zonas de puna, dada la práctica ancestral de la quema de los pastizales de altura para renovar su fertilidad.

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infraestructura necesaria para su desarrollo generalmente se expresan físicamente en modificaciones territoriales (canales, diques, forma de las parcelas de cultivo, etc.) y en los propios tejidos urbanos, constituyéndose en preexistencias que condicionarán los desarrollos posteriores. A este propósito, es de especial interés establecer la incidencia de la explotación de los recursos naturales con relación a los ecosistemas donde estas actividades se desarrollan; así como la articulación de estas actividades del espacio territorial con aquellas que están concatenadas a estas, desde los procesos productivos de transformación a los servicios, y que tienen lugar en los conglomerados urbanos. A este propósito, debemos apreciar reconstructivamente la forma en que las preexistencias constituidas por el territorio modificado, los patrones de asentamiento y el espacio edificado han incidido en la conformación del territorio y los patrones de asentamiento tal como se configuran en la actualidad. La aproximación histórica que nos ilustre acerca de las continuidades y cambios producidos en un territorio específico en determinadas circunstancias y contextos, es de gran importancia para poder entender las formas de desarrollo presentes y examinar las posibilidades y consecuencias previsibles de intervención futuras. La época prehispánica Los procesos de neolitización que se desplegaron en diferentes regiones del Perú, a partir de la sedentarización y creciente domesticación de sus recursos y de las propias condiciones territoriales presentes, dieron lugar desde épocas muy tempranas al surgimiento de diferentes expresiones que tienen su manifestación más relevante con la aparición de una notable arquitectura pública, inclusive de carácter monumental, desde el Precerámico tardío (ca. 2500 a.C.). Estas expresiones arquitectónicas que demuestran el desarrollo de diferentes tradiciones formales, dan cuenta de un estadio de incipiente urbanismo. Este es un fenómeno inédito en otros procesos civilizatorios y, en cuanto tal, ha puesto en discusión los paradigmas que tradicionalmente asociaban la aparición de la arquitectura pública y el urbanismo con los alcances de la civilización plena. La riqueza y variedad de la arquitectura pública documentada en diferentes regiones del país, permite establecer como estas manifestaciones constituyeron, desde sus inicios más tempranos, la expresión formal de las distintas respuestas regionales que las respectivas formaciones sociales establecieron, en la interrelación con los territorios donde estaban asentadas y sus ecosistemas específicos. La diversidad formal de estos incipientes centros urbanos y su arquitectura, permiten deducir la conformación de distintos modos de vida con una identidad bastante definida de región a región. Es de destacar que desde sus inicios este proceso no fue homogéneo ni regular, sino mas bien sujeto a desarrollos desiguales, donde determinados contextos históricos y circunstancias regionales adecuadas favorecieron la eclosión y florecimiento de este tipo de desarrollos; mientras en otros contextos regionales estos procesos tuvieron un ritmo más pausado, o simplemente los cambios no se dieron, al persistir modos de vida menos propensos a la innovación o donde esta no encontró las bases adecuadas para su afirmación, tal como aparentemente aconteció en la costa y sierra del sur del Perú, con territorios caracterizadas por su mayor aridez y restricciones para el desarrollo agrícola.

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En algunas de estas regiones, especialmente en la sierra sur y sur central, la superación de ciertas limitantes se alcanzará en determinadas coyunturas, mediante el acceso a nuevos niveles de desarrollo de las fuerzas productivas, la disponibilidad de nuevas tecnologías, o la innovación en cuanto a las formas de organización sociopolítica, el desarrollo de estrategias de integración interregional o macroregional. Aspectos que en su conjunto permitirán el desarrollo de ciertas regiones antes relativamente “marginales” a este tipo de procesos, e inclusive su conversión en centros propulsores de nuevas formas de desarrollo que interesaron ampliamente el área de los Andes Centrales, como fue el caso de Wari desde la región de Ayacucho, o de los territorios que hoy conforman cinco países de la región andina, como fue el caso de la expansión Inka desde la región del Cusco. Desde sus tempranos inicios, con las primera manifestaciones de la arquitectura pública del Precerámico (ca. 2500 a.C.) hasta el apogeo final de las formaciones teocráticas (ca. 500 d.C.), la riqueza de las expresiones formales de la arquitectura prehispánica revelan procesos de búsqueda orientados a la configuración de espacios adecuados para la congregación poblacional, así como para el desarrollo de actividades especializadas de diversa índole, desde aquellas de naturaleza ceremonial a aquellas de carácter productivo o de servicios. Se generaron así lenguajes formales que sustentaron diferencias jerárquicas y el empoderamiento de ciertos estamentos de las nacientes clases urbanas, que transmitieron mediante la arquitectura su ubicua presencia territorial y el indiscutible poder de sus líderes. Para este propósito, se desarrolló una amplia gama de recursos formales, que van desde la configuración de amplios espacios, a modo de gigantescas plazas, dispuestas a lo largo de extensos ordenamientos axiales, coronados por colosales volúmenes tronco piramidales, hasta el tratamiento de los paramentos de la arquitectura monumental, con la imposición de contrastes cromáticos mediante la aplicación del color y la pintura mural, o el despliegue de la ornamentación con motivos en relieve y la integración espectacular de formas escultóricas que construían un complejo lenguaje iconográfico. Estos incipientes centros urbanos, en su calidad de centros ceremoniales, constituyeron el centro de congregación de los especialistas y, al mismo tiempo, el núcleo propulsor del desarrollo territorial, mediante el impulso de las obras públicas que condujeron a trascendentes transformaciones territoriales, generando así el desarrollo de medios de producción de escala territorial, como lo fueron los sistemas de irrigación artificial y la conformación de los extensos valles agrícolas. Este nuevo tipo de asentamientos, constituyeron además los centros de articulación de distintos recursos e insumos, los lugares donde se institucionalizaron los sistemas de calendario, el pronóstico climático vital para la producción agrícola, la administración de los abastecimientos y, no último, en cuando sedes de nuevas formas de poder, donde se constituyeron las entidades políticas que garantizaban la cohesión social y la identidad cultural de la población en determinadas extensiones territoriales. A partir del inicio del Horizonte Medio (ca. 600 d.C.) y la crisis de los antiguos centros urbano teocráticos, se imponen -con el estado expansivo de Wari y en adelante- nuevos modelos de desarrollo urbano y ciudades, donde el énfasis en las monumentales edificaciones ceremoniales decrece o desaparece, para dar paso a una arquitectura de mayor peso civil, que se manifiesta arquitectónicamente en la preeminencia de complejos palaciegos y político administrativos. Desde esta época es notable el desarrollo de ciudades planificadas, que expresarían tanto las complejas formas de organización socio política de estos estados expansivos, como también la necesidad de crear asentamientos funcionales a sus

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designios en regiones bastante alejadas y sin antecedentes urbanos vigentes, mediante la implantación de modelos que respondieran adecuadamente a los cánones y requerimientos instituidos por el estado. En el caso de las regiones alto andinas, es interesante reconocer la recurrente discontinuidad de los desarrollos urbanos, los cuales parecen encontrar su sustento exclusivo en la presencia de entidades estatales. Efectivamente, cuando estas entidades entran en crisis o colapsan (caso de Wari e Inka) las ciudades languidecen o son abandonadas convirtiéndose en ruinas, recuperando su primacía las formas de organización étnico tribal y los modos de vida rurales propios de economías agropecuarias autosuficientes, que se expresan en patrones de asentamiento caracterizados por la exclusiva presencia de aldeas y poblados rurales sin vestigio alguno de traza urbana. Esta constatación es de importancia ya que señala que durante largas épocas, las restricciones a la producción agrícola o la baja productividad de ésta en la mayoría de los espacios territoriales altoandinos, no habría posibilitado sustentar en estos el desarrollo de entidades urbanas y menos de ciudades, como tampoco de su correlato social, es decir de las clases urbanas asociadas a la especialización productiva y de servicios. Esta lógica se interrumpe en determinadas circunstancias excepcionales, cuando irrumpen en estas regiones estados expansivos que implantan en ellas ciudades o entidades urbanas funcionales al control poblacional y territorial, las que se insertan a modo de enclaves provinciales en estos territorios caracterizados por patrones de asentamiento dominantemente rurales. La implantación de estas ciudades y otros establecimientos administrativos como cabeceras de región, revelan definidas estrategias en la elección de su emplazamiento. Se aprecia así el dominio de las condiciones territoriales y el manejo adecuado de los ecosistemas que caracterizan los diferentes ámbitos regionales y sus distintos pisos ecológicos. Muchas ciudades son así emplazadas en fértiles valles interandinos de la zona quechua con reconocida productividad agrícola, otras como Huánuco Pampa o Pumpu son instaladas en zonas de puna, en posiciones centrales que permiten un fácil acceso a las cabeceras de diferentes valles; además de aprovechar un entorno propicio para la ganadería de camélidos, así como las condiciones climáticas para el desarrollo de procesos de transformación y conservación de productos alimenticios (deshidratación y almacenamiento de tubérculos, granos y carnes). Mientras tanto, las ciudades prehispánicas costeñas presentan mayormente desarrollos caracterizados por una notable continuidad. Esta permanencia se corresponde con la presencia de entidades políticas de mayor aliento temporal, sustentadas por economías excedentarias que tuvieron como base la agricultura de irrigación en los amplios valles costeños, especialmente en la costa norte y central del Perú. Estas ciudades costeñas, donde sobresalen Túcume, Pacatnamú, Chanchán, Maranga, Pachacamac, entre otras, muestran entre sí una diversidad de planteamientos y desarrollos formales que expresan la diferente naturaleza de los respectivos contextos regionales y la raigambre de sus propias tradiciones culturales. Sin embargo, todas comparten en mayor o menor grado el constituir la sede de poderosas organizaciones políticas y el lugar donde se concentran los especialistas urbanos que desarrollan distintas artes y actividades productivas así como un amplio espectro de servicios administrativos.

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Estas ciudades prehispánicas tardías desempeñaron un importante rol en la organización del intercambio y la redistribución económica, cuyo manejo estaba concentrado en las clases urbanas, lo que proporcionó a estas un importante soporte en el ejercicio del poder político, en el marco de las relaciones de reciprocidad asimétrica, que caracterizaban las estructuras rígidamente jerarquizadas de estas formaciones sociales. Muestra de ello es la extraordinaria capacidad de acumulación, que se puede inferir de la notable cantidad de depósitos y almacenes, que caracterizan los complejos político administrativos y palaciegos de ciudades como Chanchán. En diversos casos, el desarrollo urbano de estas ciudades está estrechamente ligado al desarrollo paralelo de grandes obras públicas que configuraron trascendentes modificaciones territoriales. Entre estas sobresalen las emprendidas con la construcción de grandes sistemas de canalización hidráulica, como el canal de La Cumbre que derivó las aguas del Chicama al valle de Moche, de los canales Taymi y Racarrumi asociados al sistema hidráulico intervalles de Lambayeque, o del canal de Surco en el valle del Rímac. Este tipo de obras públicas, al igual que los sistemas de caminos, nos revelan una relación fluida y dinámica que enlaza los desarrollos urbanos y el desarrollo territorial de los valles y su entorno. Los estudios arqueológicos desarrollados en las últimas décadas, centrados en estas ciudades y su entorno territorial, han comenzado a develar las características sistémicas de diversas actividades urbanas, especialmente de aquellas de tipo productivo o relacionadas con el intercambio, que revelan su concatenación y articulación con otras actividades que se despliegan en el espacio territorial. De esta manera, por ejemplo, se ha podido analizar evidencias de actividades mineras conectadas con sitios asociados al desarrollo de procesos metalúrgicos para la refinación y fundición de metales como el cobre y lograr aleaciones de bronce arsenical. Estos procesos comprometían el abastecimiento desde los bosques aledaños de carbón como combustible para la fundición, así como la movilización de estos insumos mediante caravanas de llamas. Estas caravanas transportaban, a su vez, los lingotes de metal obtenidos a los talleres de los orfebres que residían en los centros urbanos, donde se les empleaba como materia prima para una serie de procesos productivos, destinados a la elaboración de distintos artefactos y adornos suntuarios. Similares cadenas productivas con definidas articulaciones territoriales, se pueden establecer para las manufacturas de cerámica, textiles, de brebajes como la chicha, o la confección de abalorios elaborados con conchas provenientes de mares tropicales, etc. Las ciudades estaban conectadas, mediante sistemas de caminos, con otros centros poblados de menor jerarquía establecidos en las distintas zonas ecológicas del territorio de sus respectivos valles, lo que permitía maximizar el manejo de la diversidad de recursos presentes en estos ecosistemas. Otros caminos, especialmente en la costa norte, sirvieron a su vez para interconectar los valles agrícolas, separados entre sí por decenas de kilómetros de extensiones absolutamente desérticas, comunicando de esta manera ciudades y regiones relativamente lejanas.9 En el 9 Estas distancias entre valles pueden variar de 20 a 30 km. cuando estos son próximos, y de 80 a 100 km. cuando estos están separados por mayores extensiones desérticas. Si consideramos que un buen viandante desarrolla una velocidad de unos 5 km/h. y que esta se puede reducir a unos 3 km/h. si transporta un bulto o conduce una caravana de llamas, estas travesías por los llanos del desierto comprometían de uno a dos días en los tramos cortos y de 3 a 5 días en los tramos mayores. Evidentemente la duración de estos viajes hacia la serranía, o entre las punas y los valles interandinos, demandaban tiempos bastante mayores considerando los ascensos y lo accidentado del desarrollo de las

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desarrollo de los sistemas de transportes y comunicación, también desempeñó un rol importante el medio marítimo y la navegación. Esta se realizaba en alta mar mediante balsas dotadas de velámenes de cierta envergadura, lo que permitió el tráfico a notables distancias y la articulación de regiones alejadas.10 Diversas fuentes etnohistóricas destacan el importante tráfico de los mercaderes que se desplazaban por el territorio mediante el manejo de caravanas de llamas, o mediante la navegación con balsas. Este tráfico marítimo, además de las evidentes ventajas en el abastecimiento de productos de la pesca, puede haber tenido un peso relativo en el emplazamiento de determinadas ciudades en la inmediata proximidad del litoral, como es el caso de Pacatnamú, Chanchán, o de la Centinela de Tambo de Mora en Chincha. Desde estas ciudades se impulsó también el desarrollo de la tradicional interrelación transversal, que en distintas regiones conectaba y permitía el intercambio de recursos provenientes del mar y de la agricultura de la parte baja de los valles costeños, con aquellos propios de las zonas de yunga de las partes medias y altas de los mismos; así como con aquellos de las zona de quechua y puna altoandinas; y, a su vez, con aquellos provenientes de la ceja de selva y la amazonía. Evidencias de estos intercambios a larga distancia son proporcionados por la arqueología con el hallazgo de recursos exóticos en centros urbanos prehispánicos de la costa, así como de su incorporación como insumos en determinadas manufacturas, tal es el caso del empleo de caolín de la serranía de Cajamarca en la cerámica Moche, o de plumas de aves amazónicas integrados a textiles y otros ornamentos de las culturas de la costa norte a la costa sur. Existen también testimonios históricos del acceso a plantaciones de coca en zonas de chaupi yunga establecidas en la cabecera de ciertos valles costeños; así como del consumo de pescado seco y salado o de las algas de cochayuyo provenientes de la costa sur, en las poblaciones altoandinas del sur del país, prácticas tradicionales que se mantienen vigentes hasta nuestros días. Finalmente, es de especial importancia el estudio de la singular y armónica integración de los asentamientos y edificaciones prehispánicas con relación a sus diversos contextos territoriales. Estas logradas formas de integración con el paisaje, resultan de la intervención conjunta de distintas variables. Entre estas podemos mencionar aquellas que derivan de la selección del lugar de emplazamiento donde intervienen múltiples factores, que van desde la ubicación estratégica con relación a la economía del manejo de los recursos, a factores ambientales, a otros que tienen que ver con las percepción cultural del paisaje por parte de sus poblaciones; así como por la selección de los materiales constructivos, el despliegue formal de las edificaciones y su adecuada integración a la morfología del paisaje. Pero también es de especial relevancia comprender que esta ponderada integración es, antes que nada, el resultado y la expresión tangible de la arraigada identidad social y el ancestral sentido de pertenencia por parte de estas sociedades respecto a sus respectivos paisajes territoriales, sean estos naturales o culturales. En el destacado caso de las ciudades y asentamientos Inka, especialmente de aquellos que constituían establecimientos de la nobleza inka en los alrededores del

rutas por estas zonas. 10 La propia madera de palo balsa (Ochroma pyramidale) empleada en la construcción de estas embarcaciones constituye un excelente indicador de estos intercambios a distancia, ya que los árboles de esta especie no se desarrollan en la costa peruana –salvo excepcionalmente en el extremo norte- mientras que son abundantes en la Amazonía y en las zonas de bosque húmedo tropical del litoral del golfo de Guayaquil.

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Cusco, se aprecia una extraordinaria integración paisajística. El sofisticado manejo de la topografía y su modelado mediante sistemas de andenería, la incorporación de los accidentes geográficos y en especial de los ríos como elementos organizadores de la traza urbana, la integración de afloramientos rocosos a las propias edificaciones o su presencia destacada en espacios prominentes, entre otros aspectos, revelan un manejo magistral que propone una perspicaz simbiosis que transita sin solución de continuidad del medio natural a la arquitectura, por medio del sutil contrapunto entre el paisaje modelado y el espacio edificado. Paradigmas de este tipo de realizaciones por parte de los arquitectos inka son Pisac, Chinchero, Machupicchu, Ollantaytambo, entre otros. En todo caso, es de notar que se ha explorado poco el análisis de estos célebres asentamientos desde el punto de vista del lenguaje arquitectónico. Por ejemplo, la distinta concepción que plantea la configuración de las enormes plazas de las ciudades inka, donde se impone una horizontalidad espacial cuya delimitación trasciende los edificios de su perímetro, para incorporar a las visuales del paisaje urbano los cerros tutelares y los nevados que conforman su entorno territorial más significativo. Este aspecto, como otros, representa una muestra de los tantos promisorios temas de estudio que pueden ser abordados aplicando las herramientas propias del análisis arquitectónico. La época colonial La captura de Atahualpa en la plaza de la ciudad Inka de Cajamarca un día de noviembre de 1532 y el desplome de un muro lítico de su perímetro, ante la presión de la masa indígena despavorida frente a la masacre, marca históricamente no sólo el fin del desarrollo autónomo de las sociedades del nuevo mundo, ante el implacable avance de la conquista europea, sino que también señala simbólicamente la interrupción de un largo proceso que produjo diversas formas de desarrollo urbano; así también marca el inicio de la implantación de un modelo de asentamiento colonial, en el que se manifiesta la desintegración de las formaciones sociales indígenas y la desestructuración de las exitosas formas de manejo y desarrollo territorial establecidos en los diversos espacios regionales del Perú. Las ciudades implantadas por los Inka a lo largo de los Andes, al igual que las ciudades correspondientes a las formaciones costeñas, son despobladas rápidamente tanto por el desmantelamiento de las organizaciones políticas indígenas que constituían sus clases urbanas, como por los violentos saqueos y exacciones a los cuales fueron sometidas las poblaciones que habitaban en ellas. Muchas ciudades son así abandonadas al poco tiempo y pasan paulatinamente a convertirse en ruinas, como es el caso de Pachacamac, Túcume, Pumpu, por citar algunas de las más importantes. Otras como Cajamarca, Vilcashuamán y la propia capital inka del Cusco, son ocupadas oportunistamente por los conquistadores, aprovechando así su planta edificada; la concentración de población y recursos presentes en ellas y en su entorno; como también sacando partido de su valor simbólico, en cuanto aspecto funcional a la instauración del nuevo poder colonial. En el caso emblemático del Cusco se da inicio a un especial proceso de mestizaje, que comporta cambios radicales y traumáticos en las características originales de la ciudad. La grandiosa plaza inka será fragmentada con su recorte y la instalación en ella de solares para los nuevos vecinos españoles. Las kallankas del perímetro de la plaza serán desmontadas, al igual que los edificios ceremoniales y los palacios de la nobleza inka, para ser reconvertidos en iglesias o solares de españoles. Inclusive el monumental complejo de Saqsaywaman fue parcialmente desmontado para utilizar

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sus bloques en la construcción de las edificaciones coloniales. Sin embargo, la excepcional calidad y el ponderado valor de la planta edificada de la ciudad inka favoreció la conservación de buena parte de su traza urbana y de los paramentos líticos que definen hasta hoy sus destacadas cualidades. Otro fue el destino de importantes ciudades inka, como Cajamarca, Vilcahuamán o Tomebamba (hoy Cuenca, Ecuador) que, como reportan los cronistas tempranos de la conquista, sufrieron al poco tiempo de la conquista la demolición de la mayoría de sus principales edificios y la degradación de sus espacios públicos, alterando radicalmente su antiguo ordenamiento, lo que impide identificar claramente la posible forma de su traza original. Estos profundos cambios en la estructura física de las antiguas ciudades inka, no son más que la expresión de los radicales cambios que se producen en la naturaleza económica, social y cultural de las mismas, derivados de la formación colonial que se impone y de las nuevas formas de poder que se instalan en ellas. Las grandes dificultades que testimonian los cronistas acerca de la implantación de las ciudades coloniales, reflejan no sólo el enfrentamiento de los conquistadores a un mundo distinto, con sociedades indígenas diferentes en sus dimensiones sociales, económicas y culturales, sino también constituyen la expresión de la falta de comprensión de los complejos ecosistemas que caracterizan estos territorios y de las formas de manejo social de los mismos. Este hecho histórico está registrado en los diversos testimonios de la fallida fundación de ciudades o de su mudanza itinerante en determinados territorios, hasta encontrar finalmente un emplazamiento mínimamente adecuado para la sostenibilidad de sus habitantes. Existen al respecto dos casos emblemáticos: el de la fallida ocupación colonial de la ciudad inka de Huánuco Pampa y el de la fundación de la ciudad itinerante de San Miguel de Piura. En cuanto al primer caso, los españoles fundaron La Muy Noble y Real Ciudad de los Caballeros de León de Huánuco en 1539, ocupando para ello la extensa plaza de la ciudad Inka. Esta fundación no tuvo éxito y al poco tiempo (1541) la mudaron con todos sus títulos a las tierras más templadas del valle del Huallaga, donde hoy día se ubica, unos 60 km. al este de su “fundación” original. El emplazamiento de Huánuco Pampa, en un ambiente de puna y sobre los 3,800 msnm. respondía a una serie de condicionantes estratégicas, entre las que aparentemente pesó las características climáticas que presenta la zona de puna, donde priman el aire seco y las bajas temperaturas, lo que la hace una zona ideal para la conservación y el almacenamiento de productos alimenticios. Este aspecto se sustentaría en la presencia en los alrededores de la ciudad de cientos de qollqas o depósitos, dispuestos en ordenadas hileras y con una capacidad de almacenamiento cercana a 40,000 m3. Por otra parte, estas condiciones de puna, con sus frecuentes heladas nocturnas, alternadas con días secos y soleados, favorecían los procesos de trasformación que se desarrollaban en la ciudad, destinados a la conservación de productos alimenticios como los tubérculos, mediante su deshidratación, transformándolos en papa seca o chuño, o de las carnes en charqui. Para los nuevos arribados la instalación en este piso ecológico significaba evidentemente padecer el malestar y a las secuelas del mal de altura, pero también enfrentarse a un medio para ellos hostil y desamparado, donde además no fructificaban ni se reproducían las plantas y animales introducidos desde el viejo mundo y que constituían la base de su dieta acostumbrada. En cuanto a la fundación de la ciudad colonial de San Miguel de Piura, las múltiples mudanzas de su localización, constituyen un caso paradigmático de la fragilidad de la implantación de un modelo de asentamiento colonial que logra dificultosamente establecer su sostenibilidad territorial.

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La primera fundación de la ciudad de San Miguel de Piura se produce en 1532, al inicio de la conquista, en la margen derecha del “valle de Poechos” en el sitio de Tangarará, antiguo pueblo Tallán a orillas del río Chira. Dos años más tarde (1534) la población se traslada al lugar hoy conocido como Monte de los Padres en la margen derecha del Alto Piura. En 1578 los pobladores abandonan “Piura la Vieja” y la mayoría se trasladó al puerto de Paita, ya fundado como San Francisco de Buena Esperanza. Sin embargo, al poco tiempo sus habitantes solicitan un nuevo traslado de la ciudad, al faltarle a Paita agua, leña y zonas de sembrío, además de estar expuesta a los frecuentes ataques de los piratas. Años después las autoridades del virreinato autorizan finalmente el traslado. La localización (fundación) definitiva se realiza en 1588 (56 años después) en la localidad de El Chilcal, en proximidades de la represa indígena de Tacalá, en el valle de Catacaos (Piura), tomando el nombre de San Miguel del Villar. El acta de fundación precisa que la ciudad se establece a 2 leguas de distancia del pueblo de indios (reducción de Catacaos) a fin de “que no reciban molestias ni vejaciones”. Además de las razones geográficas, climáticas o de la ausencia de determinados recursos, normalmente esgrimidas para explicar estos traslados, sería de tomar en cuenta en esta última y definitiva mudanza, además de la disponibilidad de tierras agrícolas en su entorno, la presencia de una importante concentración de mano de obra indígena en la muy próxima reducción de Catacaos. A propósito de la localización de la ciudad de Piura en Monte de los Padres y de las penurias de su pobladores, el cronista Cieza de León es muy expresivo al referir que: “Al principio estuuo poblada en el assiento que llaman Tangarara: de donde se passó por ser sitio enfermo: adonde los Españoles biuían con algunas enfermedades: Adonde agora está fundada es entre dos valles llanos muy frescos y llenos de arboledas junto a la población más cerca de un valle que del otro: en un assiento áspero y seco, y que no pueden aunque lo han procurado lleuar el agua a él con Acequias: como se haze en otras partes muchas de los llanos. Es algo enferma, y lo que dizen los que en ella han biuido: especialmente de los ojos: lo cual creo causan los vientos y grandes poluos del verano y las muchas humidades del inuierno.” Es decir, la referencia alude a los efectos malsanos del clima en estos emplazamientos, como también a la dificultad de dotarlos de recursos elementales como el agua, por un deficiente manejo de las técnicas de canalización, así como por el desconocimiento de la naturaleza del territorio. La fundación de estas ciudades coloniales viene acompañada de una grave desestructuración del ordenamiento territorial, especialmente en lo que se refiere a los valles costeños. Son múltiples las referencias de cronistas como Cieza de León que recorren estos valles y hacen énfasis en el abandono de los sistemas de irrigación y de la drástica reducción de las tierras cultivadas en ellos, en la ruina de los caminos y de otras obras de infraestructura, además de denunciar su grave despoblamiento. Se percibe de estos testimonios la clara sensación de que este proceso de degradación territorial fue tanto más intenso cuanto más próximos se encontraban estos territorios con relación a las nuevas entidades urbanas. Aparentemente los campos de cultivo y los canales de riego que se conservaron en los valles fueron mantenidos por las comunidades y la población indígena que persistió en ellos. De esto se desprende la percepción de que las ciudades coloniales se implantaron a manera de enclaves coloniales, en cuanto “ciudad de españoles” en territorios que permanecieron sustancialmente indígenas en cuanto a sus formas de manejo. Al respecto, es significativo constatar lo contadas que resultan las obras de infraestructura emprendidas durante la colonia que tuvieran alguna implicancia territorial.

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Este fenómeno poco estudiado de las permanencias indígenas en el manejo del territorio, puede haber estado correlacionado con la presencia de una naciente y emprendedora “burguesía” indígena, de agricultores medianos, arrieros y mercaderes, que se revelan hábiles empresarios y prestos en asumir los recursos foráneos y las nuevas técnicas y modalidades productivas, son notables ejemplos de estas asimilaciones la siembra de parras y la producción y comercialización de vino, o la adquisición de naves a la usanza europea para el comercio a distancia, entre otros casos documentados por los etnohistoriadores (Murra 2002; Rostworowski 1981, 2004). Este proceso se quebraría con el establecimiento de la política de reducciones, que se implementa en la segunda mitad del siglo XVI durante el gobierno del virrey Toledo. Esta política alteró drásticamente los tradicionales patrones indígenas de dispersión territorial de la población, al proponerse su concentración con fines de control tributario y de la mano de obra indígena. Esta política de reducciones trajo como consecuencia la desestructuración de las complejas formas de articulación espacial, ante el forzado abandono de los antiguos patrones de asentamiento que respondían a los sistemas de manejo de las diferentes zonas de producción generadas en el territorio, así como de las distintas zonas ecológicas presentes en estos espacios regionales. Muchas aldeas y poblados indígenas luego de su abandono forzado se convirtieron en ruinas, de la misma forma que amplias extensiones de nuestro territorio perdieron su condición de zonas de producción y se transformaron en despoblados. Además de los tributos en onerosas prestaciones de fuerza de trabajo, a través de la degeneración del antiguo sistema de la mita, estas reducciones estaban obligadas a la provisión de recursos y productos propios de sus respectivos ecosistemas. Es de destacar que frecuentemente parcialidades indígenas distintas fueron concentradas en una única reducción, donde conformaron nuevas entidades comunitarias. Muchas de estas reducciones, en cuya traza se imponía generalmente la disposición colonial en damero, derivaron en los denominados “pueblos de indios”. Algunos de estos poblados por determinadas circunstancias derivaron en centros poblados de cierta importancia, que luego con el advenimiento de la república evolucionaron a la condición de ciudades prósperas como Chiclayo, Huancayo, Juliaca. Durante el siglo XVI, una vez agotado el saqueo de los tesoros presentes en las ciudades y templos prehispánicos, el conocido afán colonial por el oro y la plata dio paso a la explotación de distintos yacimientos mineros, especialmente en la sierra sur y central. El célebre caso del Cerro Rico de Potosí en el Alto Perú (Bolivia), no solo dio lugar a una compulsiva concentración urbana, entre las más grandes de su época en el mundo, sino que también generó una extensa articulación territorial en el área andina. La ciudad de Potosí constituía el centro hacia donde confluía la mano de obra reclutada por la mita minera; los diversos abastecimientos de alimentos, insumos y mercaderías, que eran transportados mediante el arrieraje por largas rutas desde distintos puntos del área andina; y desde donde se trasladaba a su vez la plata producida hacia las costas de la vertiente del Pacífico o hacia el río de La Plata y el Atlántico, desde cuyos puertos se procedía a su embarque para emprender la ruta de los galeones hacia España. Estos circuitos y la explotación de los propios recursos mineros locales, dieron lugar al desarrollo y relativa prosperidad de las ciudades del sur peruano como Puno, Arequipa y Ayacucho, al estar estas ubicadas estratégicamente en los puntos intermedios de estas rutas. Más al norte, en la sierra de Huancavelica, con el descubrimiento en la mina Santa Bárbara de yacimientos de azogue o mercurio, un mineral empleado en aquella época para la amalgamación y refinación de los minerales ricos en plata, se dio el desarrollo de dos importantes centros urbanos con Castrovirreyna y Huancavelica: Esta explotación

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minera generó, a su vez, una dinámica regional bastante importante, con relación a la sierra central y sur, así como con las ciudades y poblados de la costa sur y central del Perú. Al respecto debe recordarse, que el azogue era transportado mediante caravanas de llamas desde Huancavelica a Chincha, para ser embarcado y trasladarse en barcos hasta Arica y de allí nuevamente con llamas hasta Potosí. Por otra parte, desde los valles de Ica se trasladaban alimentos, así como vinos y aguardientes para el consumo en las ciudades y centros mineros. Algo más tarde, entre los siglos XVII y XVIII, nació como ciudad Cerro de Pasco con el desarrollo de la minería de la plata en las propias inmediaciones de la ciudad. Gracias también a la minería de plata de Hualgayoc, prosperó en la sierra norte la ciudad de Cajamarca. Estos centros poblados fueron obviamente muy estimados por la corona española, la que prontamente les eleva a la categoría de ciudades y les otorga títulos ostentosos (como el de Villa Rica de Oropesa concedido a Huancavelica). Muchos de los procesos productivos que se desarrollaban en las ciudades coloniales y en los centros mineros consumían ingentes cantidades de combustible, incidiendo en la presión sobre los recursos de los bosques de su entorno e iniciando en ellos un progresivo proceso de deforestación. Este es el caso por ejemplo de la minería y en especial la del azogue, cuya refinación se realizaba en hornos alimentados por la combustión de leña e inclusive de paja de los pastos de altura. Algo similar acontecía en Piura, donde la crianza del ganado se hacía a costas de los bosques de los despoblados, cuya leña además alimentaba los calderos para la producción de jabones, obtenidos a partir del sebo, en las denominadas “tinas” donde se beneficiaba el ganado. En los alrededores de estas ciudades o en los pueblos de indios se desarrolló una cierta industria manufacturera, especialmente dedicada a la producción de hilos y textiles, que eran destinados tanto a proporcionar vestimenta y abrigo a las masas indígenas que trabajaban en las minas, como también a proveer a las minas de alforjas, costales, cuerdas, y aperos asociadas al manejo y transporte del mineral. Estas instalaciones productivas denominadas obrajes se caracterizaban por utilizar mano de obra indígena, muchas veces en condición de trabajo forzado, así como por su escaso nivel técnico, ya que los telares empleados eran los tradicionales de mano. Este escaso nivel de desarrollo de las manufacturas se debía en gran parte a las condiciones monopólicas que regulaban el mercado y que favorecían la masiva importación de artículos provenientes de la metrópoli o de otros mercados controlados por la corona española. Sin embargo, posteriormente con el progresivo crecimiento de la población que residía en ellas, se dio en las ciudades coloniales el desarrollo de una serie de manufacturas que dieron vida a un conjunto de corporaciones organizadas por oficios (plateros, zapateros, sombrereros, ebanistas, panaderos, etc.), que dieron paso a ciertas formas de integración social entre los maestros españoles o criollos y trabajadores indígenas o negros. En todo caso, es de recordar que no obstante esta convivencia ciudadana, la sociedad colonial estuvo fuertemente segmentada y segregada en sus diferentes estamentos, desde los españoles peninsulares a los criollos, los indígenas, los negros esclavos y libertos, así como una definida gama de las variantes generadas por las mixturas raciales propias del proceso de mestizaje. Expresiones urbanas de estas formas de segregación fueron en la ciudad de Lima, los arrabales de San Lázaro en la otra margen del Rímac y el posterior barrio indígena de Santiago del Cercado, cuya planificación y desarrollo al Este de la ciudad en la segunda mitad del siglo XVI, lo convierte en una suerte de reducción indígena anexa a la ciudad.11 11 Alexandre Coello. “Espacios de Exclusión. Espacios de Poder: El Cercado de Lima Colonial

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La creciente concentración de poder y riqueza en las ciudades y el importante rol de la iglesia en la conformación del poder colonial, fueron un terreno propicio para el desarrollo de la arquitectura residencial de las clases altas y especialmente de la construcción de soberbias edificaciones religiosas constituidas por claustros e iglesias. En este tipo de obras participaban arquitectos y artistas europeos, al igual que alarifes mestizos, indígenas y negros libertos. Además de este tipo de edificaciones, se desarrollaron en las ciudades más importantes espacios públicos, como alamedas y plazuelas, así como también algunas obras para la provisión de agua y de alcantarillado, o amurallamientos de defensa, notables en el caso de Lima y de Trujillo. A este propósito, es de destacar que en las principales ciudades del virreinato, como Lima, Trujillo, Cusco, Arequipa, Cajamarca, Huamanga y Puno, la arquitectura residencial y la pública, especialmente la religiosa, explora y desarrolla lenguajes propios, logrando configurar tradiciones y estilos regionales bien definidos. En este proceso intervinieron factores culturales, como también los materiales constructivos disponibles en cada localidad, la naturaleza de la geografía y del clima, así como también la incidencia de los sismos, cuyos desastrosos y repetidos embates condujeron a la experimentación y al establecimiento de singulares tipologías y sistemas constructivos adecuados a su resistencia. Las técnicas constructivas se ajustaron a la preferencia por los materiales locales, como es el destacado uso del sillar en Arequipa o de la piedra en el Cusco, pero también a resolver la especial integración de técnicas europeas con las indígenas, como es el caso de las construcciones de adobe y quincha, a las que se adornaba profusamente con cornisamientos y ornamentación de yeso. Especialmente el empleo de la quincha, con su característica flexibilidad no solo dio una respuesta adecuada al riesgo sísmico, sino que también permitió una notable economía constructiva, al favorecer el empleo de elementos abundantes en el entorno de las ciudades costeñas, como es el caso de la caña y el carrizo abundantes en los valles, tanto en las márgenes de los ríos como de las acequias. La casi total ausencia de lluvias en gran parte de la costa peruana, favoreció también el desarrollo de techos planos cubiertos con simples tortas de barro, que además de su capacidad absorbente ante eventuales lloviznas, proporcionaban un excelente aislamiento térmico ante la intensa insolación propia de las latitudes tropicales. A nivel territorial las ciudades eran relativamente escasas y separadas entre sí por largas distancias a través de geografías y climas extremos, mas si consideramos que el transporte más rápido era a caballo o en lentas embarcaciones de vela.12 En este contexto las principales ciudades, donde se concentraba el poder político y eclesiástico, vivían en un relativo aislamiento con una esfera de acción mayormente limitada a la cuenca o a los valles de la comarca donde se encontraban emplazadas. Para resolver en parte esta escasa articulación entre las ciudades y permitir el ejercicio del dominio colonial en los espacios regionales distantes de las ciudades principales, se desarrollaron con distinta suerte una serie de ciudades “intermedias” o “villas”. Este es el caso en la costa sur de Chincha, Pisco, Ica y Moquegua, ciudades o villas de fundación colonial,

(1568-1606). PUCP e IEP, Lima 2006. 12 Para tener idea de las condiciones del transporte y de la relativa inutilidad de la rueda en estos territorios en el contexto histórico de la época, basta citar el viaje que Humboldt realizó a inicios del siglo XIX, en 1802, a través de los valles y arenales desérticos de Trujillo a Lima. Este lo condujo en una litera uncida (y mecida) sobre dos mulas demorando en el trayecto 16 días, con un promedio de 35 km. de recorrido diario. (Nuñez y Petersen 2002: 23-26, 77-81).

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mientras otras villas, como Nazca, surgen de pequeños poblados o tambos establecidos a lo largo de las extensiones más áridas de la desértica costa sur. Algo similar sucede en la costa norte, entre Lima y Trujillo, con centros poblados y villas como Huaura, y Santa, asentadas en los principales valles de la costa norcentral. Al igual que las ciudades de Saña y Lambayeque, asentadas en los ricos valles de esta región y en un punto intermedio entre Trujillo y Piura. La inundación y destrucción de Saña, arrasada por la crecida del río durante un evento de El Ñiño en 1720, favoreció el desarrollo posterior de Lambayeque y especialmente de Chiclayo, hasta entonces un modesto pueblo de indios. La destrucción de la ciudad de Saña, ya antes afectada por la incursión de piratas en 1686, favoreció también el crecimiento de Trujillo que habría alcanzado en 1760 una población de unos 9,200 habitantes.13 Algunas ciudades son fundadas en zonas consideradas de “frontera”, término que inclusive algunas incorporan en su denominación y títulos. Estas se emplazan en zonas de ceja de selva o próximas a ellas en la vertiente oriental de los Andes, que ofrecían entradas hacia los inexplorados y hostiles territorios de la Amazonía. Este fue el caso de Tarma, Chachapoyas, Moyobamba, Jaén de Bracamoros. Estas ciudades no estuvieron libres de serios problemas para establecer niveles mínimos de sostenibilidad. Tal es el caso de Jaén de Bracamoros -que no obstante su mítico nombre, que parece remitirnos al legendario El Dorado- cambió su ubicación en 3 oportunidades distintas, desde el emplazamiento de su fundación original a mediados del siglo XVI, en proximidad de la confluencia del río Chinchipe con el Marañón, a su traslado en 1606 a Tomependa a orillas del Chinchipe, para de allí trasladarse 71 km. hacia el oeste al lugar donde se instaló definitivamente en 1805. Si el traslado de la ciudad hasta el río Amojú no estuvo libre de complicaciones, fueron mayores los problemas generados por el hecho de que la aprobación de la nueva ubicación dependía en lo civil de la Audiencia Real de Quito, mientras que en lo eclesiástico lo era de la Diócesis de Trujillo, la que se opuso tenazmente al traslado de la iglesia a esta nueva localidad. En el ámbito rural, progresivamente se fueron desarrollando plantaciones y haciendas dedicadas a cultivos de especial interés durante la época colonial, como el trigo, la caña de azúcar, la vid, productos de panllevar o a la ganadería. En muchas zonas alejadas de las ciudades y villas, las haciendas con sus casonas y sus instalaciones, que incluían generalmente una iglesia o capilla, además de rancherías o galpones donde se alojaban los indios yanacones o los esclavos negros, constituían el principal referente en cuanto al patrón de asentamiento presente en estos territorios, donde su preeminencia coexistía con caseríos dispersos y pequeñas poblaciones rurales. La ubicua presencia de las haciendas y su relativa importancia social y económica en el mundo rural, ha quedado bien retratada en las crónicas de los exploradores y viajeros que recorrieron los más recónditos lugares del Perú a lo largo del siglo XIX. La época republicana El hecho de que en el Perú se sellara la independencia americana, no solo significó el tardío ocaso de la época colonial en el continente, sino que también revela cuan enraizados lazos y privilegios mantuvo hasta el final la aristocracia peruana, especialmente la limeña, con el debilitado poder colonial. La flaqueza y lenidad de esta

13 Estas exiguas cifras dan buena cuenta de las reducidas dimensiones poblacionales de las ciudades coloniales de esta época, más aún cuando se reporta que en 1604 la ciudad de Trujillo alcanzaba poco más del tercio de esta población. (Wikipedia).

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aristocracia criolla en su contribución al movimiento independentista, marcará lo que se ha venido a denominar como el síndrome colonial y que ha condicionado la existencia irresuelta de los grandes problemas nacionales, como la propia constitución como nación, la persistente debilidad del estado, la desestructuración y escasa integración social, la pobreza y la marginación de la mayoría de la población.14 En esta sección reseñamos brevemente algunos de los aspectos más destacados que incidieron en la evolución de las ciudades y en el ordenamiento territorial durante esta época. La primera mitad del siglo XIX estuvo marcada por la profunda crisis económica y política que siguió a la independencia. Además de las destrucciones generadas en el país durante las luchas de la independencia, la minería se encontraba colapsada, el comercio afectado por la huida de los comerciantes peninsulares y por la pérdida de su flota mercante, mientras que las haciendas agrícolas no se recuperaban de los saqueos y de la escasez de su población laboral. Por otra parte, el territorio del Perú sufrió un proceso de fragmentación y desarticulación donde muchas de sus provincias vivían en el más absoluto aislamiento, y la comunicación entre estas y con la capital de la república era penosa y demandaba una enorme cantidad de tiempo. Señalándose que era mucho más rápido viajar de Lima a Guayaquil o a Valparaíso, que hacerlo a Huamanga o al Cusco.15 Esta situación catastrófica agravada por la fragmentación política y la ausencia de una clase dirigente con una visión de país, condujo paradójicamente a un mayor enfeudamiento económico, especialmente en las zonas rurales, y a un remedo de las viejas taras coloniales; mientras que a nivel político proliferó el caudillismo y las recurrentes asonadas y guerras civiles entre las distintas facciones que pretendían una simple cuota de poder o la solución de sus intereses particulares. Esta crítica situación nacional trajo graves consecuencias en la economía urbana de las ciudades del Perú y afectó su desarrollo. La disminución de la población de Lima durante estas décadas puede ser una clara manifestación de esta situación y de cómo resintió a sus habitantes. Al respecto, la población de la capital había registrado un progresivo crecimiento durante la época colonial, desde 1614 cuando ya contaba con 26,400 habitantes, para pasar a tener más del doble a fines del siglo XVIII al registrar 56,600 h. en 1791. En 1812 presenta un ligero crecimiento a 63,900 h. que se mantiene prácticamente estancado con los 64,000 h. con que cuenta en 1820, en pleno proceso independentista. Sin embargo, es notable el decaimiento poblacional que le sigue, cuando en 1827 registra 60,000 h. y en 1839, cuando su población se reduce a 55,100 h. es decir una población menor que la que tenía medio siglo atrás, y que representa una disminución de cerca del 15% de su población en poco menos de veinte años. Esta situación comienza a modificarse con el descubrimiento de las cualidades fertilizantes del guano de las islas y el inicio de la explotación acelerada de sus yacimientos a partir de 1840 y especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX. Esta bonanza económica concentró sus beneficios en las clases dominantes y en las casas comerciales que controlaban su exportación, como también la importación de los diversos artículos, mayormente suntuarios, provenientes de Europa. Esta nueva situación se refleja, tanto en el relativo crecimiento de la población de Lima, que en 1850 alcanza 80,000 h. y en 1861 los 100,000 h. que mantendrá con ligeras

14 Julio Cotler (2006) “Clases, Estado y Nación en el Perú”, IEP, Lima. 15 Dávalos y Lisson (1919: IV, 253-254) citado por Cotler (2006: 114).

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variaciones hasta 1900 y el inicio del siglo XX cuando contaba con 103,900 h. En algunas de las ciudades más importantes se desarrollaron inversiones en obras públicas, especialmente en Lima donde en ciertos sectores de la ciudad se instala el alumbrado público, cañerías de agua, se construye la cárcel o “panóptico”, etc. Esta relativa bonanza económica ligada al incremento de las exportaciones, asistió también a la revitalización e industrialización de las haciendas costeñas ante el alza del precio del azúcar, como también frente a la creciente demanda de algodón por parte de la industria textil inglesa, frente a la debacle generada en su producción en los Estados Unidos al desencadenarse la guerra civil. Mientras tanto, las arcas fiscales del estado peruano crecieron conforme aumentaban las exportaciones, fundamentalmente del guano de las islas, y su consistente participación en el presupuesto de la república (ver datos). Esta disponibilidad de fondos públicos se canalizó fundamentalmente a la construcción de líneas férreas, para lo cual se contó también con la participación de capitales privados. El desarrollo de los ferrocarriles fue enarbolado por los sectores dominantes de los gobiernos de entonces como parte fundamental de un supuesto proyecto de modernización e integración nacional. Así en pocas décadas se inició y culminó la construcción de una serie de líneas de ferrocarriles en la mayor parte del país. Este notable desarrollo declinó como consecuencia de la guerra con Chile y de su grave impacto destructivo en las dos últimas décadas del siglo XIX. El desarrollo ferrocarrilero se recuperó a inicios del siglo XX y se mantuvo hasta los años 30, cuando empezó su progresivo abandono ante la imposición de las carreteras y el transporte automotor. Se construyeron durante esta época las dos principales líneas de penetración del país, constituidas por el Ferrocarril Central que conectó el puerto del Callao y Lima con La Oroya y de allí, mediante dos ramales, con Huancayo y Cerro de Pasco; mientras que el Ferrocarril del Sur conectó el puerto de Mollendo con Arequipa y desde allí con Juliaca y Puno, para llegar finalmente hasta el Cusco. Otras dos vías de penetración proyectadas se realizaron parcialmente y quedaron truncas. Una de estas la debió constituir el ferrocarril que conectaría el puerto de Chimbote con el Callejón de Huaylas, sin embargo llegó solamente hasta Huallanca, próxima al Cañón del Pato y a 170 km. de la costa, contando con un ramal hacia La Galgada donde existía una mina de carbón. La segunda vía estaba proyectada desde el puerto de Pacasmayo para llegar a Cajamarca, pero solo lo hizo hasta Chilete a 105 km. en el interior del valle de Jequetepeque. Finalmente, la mayoría de estas líneas de ferrocarriles terminaron siendo funcionales al proceso de concentración de las grandes compañías mineras, entre las que destaca el clamoroso caso de la Cerro de Pasco Corporation en la sierra central. Mientras que en la costa norte lo fue al de la concentración de la propiedad de la tierra en las manos de los denominados “barones del azúcar” entre los que destaca el caso de Casa Grande de la empresa Gildemeister, que se hizo de la mayor parte de las tierras del extenso valle de Chicama. Casi todas las grandes plantaciones contaban con ingenios para la refinación del azúcar y redes ferroviarias propias que las comunicaban con los puertos vecinos. La inversión privada en los ferrocarriles hizo que estos tuvieran distintos tipos de trocha y, por lo tanto, que muchas veces las conexiones entre estas fueran incompatibles. De esta manera, se frustraron las promisorias posibilidades de integración y de desarrollo territorial que los proyectos ferrocarrileros pudieron haber favorecido, de

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haber existido una estrategia nacional al respecto. Estos proyectos ferrocarrileros, terminaron articulando escasamente los puertos con las minas y las plantaciones agrícolas de los valles costeños, favoreciendo finalmente la progresiva implantación neocolonial de enclaves y el desarrollo de los denominados company town. La producción local de alimentos y de manufacturas artesanales o industriales, para el mercado nacional y la exportación, se vieron mas bien afectados por la masiva importación de productos extranjeros. Agravando aún más esta situación, los enclaves azucareros y mineros actuaron como competidores de la actividad comercial concentrada en la ciudades intermedias y en las capitales regionales, al constituir sus propias casas comerciales y establecer sus propios centros de abastos en sus instalaciones, los que en gran parte monopolizaban las demandas de consumo de sus trabajadores. Aparentemente algunas ciudades como Trujillo habrían resentido de esta situación que habría afectado su desarrollo urbano como segunda ciudad del país. Si bien esto sucedía con una importante ciudad con resabios aristocráticos, no disponemos de información acerca de la evolución de una ciudad emergente como Chiclayo durante este período. La proletarización del campesinado en las haciendas azucareras, la concentración de las tierras y la cuasi desaparición de la pequeña propiedad, así como la mecanización y la imposición del monocultivo trajeron cambios radicales en la estructura social, económica y cultural de las comunidades rurales norteñas y en el modo de vida de las ciudades y poblados. El paisaje de los valles mutó con las vastas extensiones uniformemente sembradas de caña de azúcar o algodón, desapareció definitivamente el habla de la lengua muchic, declinaron muchas de las fiestas patronales, las múltiples expresiones artesanales, etc.16 Por otra parte, el olvido en la asignación de inversiones y la relegación del desarrollo en las regiones altoandinas fue funcional a este modelo económico, en la medida en que aseguraba a las empresas mineras y a las haciendas mano de obra e insumos baratos para sus operaciones. En estas condiciones las haciendas costeñas podían también disponer fácilmente de braceros “golondrinos”, que migraban transitoriamente durante las temporadas de la zafra de la caña o la apaña del algodón. A nivel territorial, las grandes plantaciones agrarias condicionaron el manejo del agua que prácticamente monopolizaban, ya que las leyes de aguas de entones asignaban la disponibilidad del recurso de acuerdo a la extensión de las tierras. A su vez, la demanda de agua de regadío debió incrementarse, dados los requerimientos propios del cultivo de la caña de azúcar. Posiblemente durante esta época debieron de empezarse a agudizar los problemas de salinización de la parte baja de determinados valles. La extensión del monocultivo afectó la diversidad de cultivos propia de las pequeñas propiedades y especialmente de los productos de pan llevar, lo que condujo a la creciente dependencia alimenticia de la población y al incremento de las importaciones al respecto. Tanto la presión por la ampliación de las zonas de cultivo, como la propia demanda de combustible para las máquinas a vapor que utilizaban carbón, desde los barcos a vapor, las locomotoras y los calderos de las instalaciones industriales, debieron incidir en una drástica reducción de las áreas de bosque presentes en las zonas marginales de los valles. El desarrollo de los centros mineros, incrementado por la creciente importancia de los metales y en especial de la explotación del cobre, trajo consigo no solo la industrialización de sus procesos de extracción y refinamiento, sino también un rápido 16 Ver al respecto Mariátegui, Bruning, Burga.

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proceso de concentración de la propiedad, siendo el caso mas notorio el de la Cerro de Pasco Corporation en la sierra central. Además de la concentración de la propiedad, mediante la compra de las minas en manos de nacionales, lograda a través de la presión económica, política y el uso de prácticas monopólicas, la empresa instala en La Oroya un gran centro metalúrgico en la segunda década del siglo XX, iniciándose uno de los más nefastos capítulos de nuestra historia en cuanto a contaminación ambiental se refiere, llevando a que los pasivos generados sean considerados a nivel internacional como unos de los 10 casos de lugares más contaminados del mundo (Bebbington et al 2007: 6). En efecto, como consecuencia de los relaves el río Mantaro se volvió estéril por los altos índices de contaminación de sus aguas; paralelamente los humos altamente tóxicos de la fundición arruinaron los cultivos y las zonas de pastoreo de las comunidades colindantes. Los efectos de la contaminación han afectado así, por más de ocho décadas, un amplio ámbito regional, representando hasta nuestros días un complejo problema en gran parte irresuelto. que afecta gravemente no solamente la salud de los pobladores de La Oroya, sino también las posibilidades de desarrollo regional.17 Al, respecto, resulta paradójico que ante las exigencias gobernativas y de ONG ambientalistas, para que la minera Doerun cumpla con el PAMA (Programa de Acondicionamiento Medio Ambiental) esta lo retrase constantemente, contando para esto con la movilización y respaldo de buena parte de la población de la Oroya, que teme la pérdida de los puestos de trabajo y el movimiento económico que las operaciones de la minera generan en la ciudad.18 En el caso paradigmático de Cerro de Pasco, a mediados de los años 50 se inicia la explotación a tajo abierto de los yacimientos mineros próximos a la ciudad. Como resultado de estas progresivas excavaciones, no sólo se ha generado un gigantesco cráter, que de manera increíble ha engullido, destruyéndolo, el propio centro de la antigua ciudad, sino que esta enorme depresión se ha convertido en el propio centro de la “no-ciudad”. Esta situación aberrante, llevó en los años 60 a la propuesta de la construcción de una nueva ciudad en San Juan Pampa que quedó inconcluso. El gobierno militar a inicios de los años 70 asume como responsabilidad del estado el traslado de la ciudad por ser de “necesidad e interés social la remodelación de la ciudad de Cerro de Pasco”. Aparentemente, esta grave situación persiste hasta nuestros días. Por otra parte, el hecho de que la ciudad se encuentre emplazada sobre los 4,338 msnm. más allá de los anecdóticos records Guinness, constituye un serio tema de salubridad pública, debido al reconocimiento de las enfermedades producidas por el mal de altura en sus habitantes.19 Otros casos de enclaves mineros que comprometen los ecosistemas territoriales y se asocian a determinados desarrollos urbanos en sus respectivas regiones, se dan en la costa y sierra sur, con el desarrollo entre los años 50 y 60 de las operaciones mineras de la Southern Perú Cooper Corporation en Toquepala, sierra de Tacna, y de

17 Por ejemplo, no es posible ampliar el exitoso cultivo de alcachofa en el valle del Mantaro y la agroexportación de este y otros productos vegetales mediante el riego, utilizando para esto las aguas del río Mantaro dado sus altos índices de contaminación. 18 Todo lo contrario ha sucedido en la ciudad de Ilo, donde la población organizada y sus autoridades municipales, lograron después de décadas de conflicto imponer un programa de recuperación ambiental, como también montos de reparación a los daños ambientales generados por los relaves y los humos tóxicos de la refinería de la Southern, y que afectan especialmente a los agricultores del valle del Osmore y a los pescadores del litoral. 19 Recientemente el Congreso de la República (mayo 2008) ha aprobado el controvertido desplazamiento de la ciudad de Cerro de Pasco a una nueva localidad.

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Quellaveco y Cuajone en la sierra de Moquegua, y con la instalación de la refinería de cobre en Ilo. Durante este mismo período se da inicio a la operación de la mina de Marcona en proximidad de la costa de Nazca y de la operación de la refinería asociada al puerto de San Juan de Marcona, dando origen al rápido desarrollo del centro urbano de San Juan de Marcona, fuertemente marcado por su innegable carácter de campamento minero. Los casos recientes de inversiones mineras son aún materia de mayores estudios. La privatización de Marcona en 1993, no obstante la aparente rentabilidad de su explotación, ha derivado a convertirse en un factor crítico para el desarrollo de una región ya empobrecida como es la de Nazca, como consecuencia del manejo de la empresa china Shougang, que no se plantea ningún compromiso de desarrollo social y ambiental con la población local, lo que ha derivado en la crisis de la ciudad de Marcona y que se expresa dramáticamente en la acelerada disminución y empobrecimiento de su población. En cuanto a la operación de la minera Tintaya en Yauri, provincia de Espinar (Cusco), esta produce cobre que después de ser tratado en una planta de concentrados es trasladado vía carretera para su embarque en el puerto de Matarani. Su presencia ha sido determinante para el desarrollo carretero y de otras obras de infraestructura en la región. Luego de su privatización en 1994 la empresa expandió sus instalaciones con mayores compromisos medioambientales, redujo personal y transfirió al estado el mantenimiento y operación de las instalaciones de servicios a la población que operaba anteriormente. En previsión de los posibles conflictos que estas condiciones generaran con relación a las comunidades aledañas de la región -que es una de las más pobres del Cusco- la empresa minera implementó de manera exitosa mesas de diálogo y una serie de proyectos de desarrollo en beneficio de las comunidades rurales asentadas en su área de influencia. Sin embargo, el estallido del conflicto vino más bien por parte de los sectores urbanos que exigen participación de los beneficios de la presencia minera, quedando pendiente la solución de las demandas planteadas por la municipalidad provincial de Espinar. Es también emblemático de los complejos conflictos entre minería y agro, y respecto a su impacto en el desarrollo territorial, el frustrado caso de la minera Manhattan en Tambo Grande (Piura), donde los agricultores de la zona rechazaron la proyectada operación de una mina aurífera a tajo abierto, sancionando su posición en pro de la continuidad del manejo agrícola mediante un contundente referéndum que apostó por la conservación y sostenibilidad ambiental.20 La operación de Antamina en la serranía de Ancash (provincia de Huari), que desarrolla un adecuado manejo ambiental y un programa líder en responsabilidad social, innegablemente ha tenido un fuerte impacto en el territorio de la región, no solamente por la incidencia del canon minero. Este es el caso del traslado de los minerales vía un mineroducto de más de 300 km. que atraviesa la región hasta el nuevo puerto construido en Punta Lobitos (Huarmey) para su embarque; así como las inversiones y diversos programas de desarrollo en su amplia zona de influencia, que interesan ciudades como Huaraz (urbanización El Pinar para personal de la mina), Huarmey (puerto); así como los poblados en el entorno de la mina, como San Marcos, Huántar, Huari y Chavín de Huántar en el Callejón de Conchucos. 20 El referéndum realizado en junio del 2002, dio como resultado 93.85% en contra de la mina en Tambo Grande y 1.98% a favor, siendo los demás votos en blanco o viciados

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Por otra parte, el desarrollo del proyecto minero de Yanacocha, si bien ha revitalizado la actividad económica de la ciudad de Cajamarca, también ha enervado los conflictos con las comunidades de su entorno, tanto por serios incidentes de contaminación ambiental, como también por la desatinada y provocadora exploración del Cerro Quilish, considerado no solamente un cerro tutelar en el imaginario cultural cajamarquino, sino también una de las escasas fuentes del agua que abastecen la cuenca de Cajamarca. El Proyecto Río Blanco de la Minera Majaz (Monterrico Metals) en la sierra de Piura (Ayabaca y Huancabamba), estuvo desde sus inicios marcado por violentos conflictos con las comunidades de la región, que ven en la operación minera una seria amenaza para los frágiles ecosistemas que caracterizan la zona y especialmente con relación al manejo del recurso agua. Para la resolución de estos conflictos y establecer acuerdos concordados, se han establecido mesas de concertación en las cuales participan, además de la empresa, las comunidades locales y las instituciones regionales interesadas en el desarrollo del proyecto (Bebbington et al. 2007).21 Por último, Las Bambas constituye un promisorio proyecto minero ubicado en el sureste del departamento de Apurímac que se encuentra en fase de exploración y que tendrá evidentes impactos en algunas de las provincias más pobres de la región, con nexos con la ciudad del Cusco y con influencia en los puertos de San Juan de Marcona y Matarani, desde los cuales se exportarían los minerales. En resumen, el desarrollo e impacto de los proyectos mineros en el ámbito nacional, y especialmente en el regional y local, es un tema controversial que requiere de la mayor información y de especiales mecanismos de concertación, que garanticen la sostenibilidad del desarrollo territorial, en el marco de una creciente corriente que demanda mayor responsabilidad ambiental y social por parte de las empresas mineras. Retomando el tema del manejo de nuestros recursos naturales, otro caso clamoroso de penetración neocolonial y de la implantación de un enclave, que inclusive enajenó una importante extensión de nuestro territorio al control y a la jurisdicción estatal, fue el de la International Petroleoum Company, con base en la ciudad de Talara en Piura y que estuvo asociado a la instalación de una serie de campamentos petroleros a lo largo de las costas de Piura y Tumbes, que hoy en día han evolucionado a la condición de importantes centros urbanos, como es el caso de la propia Talara, así como de Zorritos, Los Órganos, El Alto, Lobitos y La Brea (Negritos). Uno de los primeros pozos petroleros se perforaría en Talara en 1862 y el interés de los capitales extranjeros en la explotación del recurso dio lugar a una serie de denuncios por varias compañías, hasta que estos desde 1913 se concentran bajo el control monopólico de la International Petroleum Company (IPC). La instalación de esta compañía y sus actividades extractivas fomentaron el desarrollo de varias caletas de pescadores que le proporcionaban abastecimientos en productos del mar. Pero la instalación de esta compañía también trajo la generación de un enclave territorial ajeno a la legislación nacional y que abusivamente se otorgaba una serie de derechos exclusivos. Esta situación de enajenación dio lugar a situaciones asombrosas, como que Talara, que constituía su centro de operaciones, tuviera sus propias normas legales y que 21 La reciente compra por parte del grupo chino Zijin Mining del 50.2% de las acciones de Monterrico Metals, propietaria del proyecto Río Blanco, no augura una fácil solución de estos conflictos, mas si nos atenemos a los negativos antecedentes de la compañía china que opera la mina de Marcona.

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estuviera exceptuada de los controles del estado peruano. Esta aberrante situación de enclave de amplias zonas de nuestro territorio y del control indiscriminado sobre sus recursos petroleros perduró hasta la expropiación de la IPC en 1968. Un caso emblemático del apogeo pesquero que se vivió a partir de la década del 60 del siglo pasado, es el desarrollo de la ciudad de Chimbote. Antes de 1870 una pequeña caleta habitada por algunos centenares de pescadores, Chimbote es elegido en 1871 para la construcción de un puerto desde donde se iniciaría una línea de ferrocarril originalmente proyectada hasta el Callejón de Huaylas y que solamente llegaría hasta Huallanca (en 1912), para después tenderse un ramal hacia la quebrada de Chuquicara y llegar a las minas de carbón de La Galgada (en 1921). En los años 50 se constituye la Corporación Peruana del Santa, construyéndose la hidroeléctrica del Cañón del Pato y simultáneamente la planta siderúrgica establecida al noroeste de la ciudad. Durante esta época ya existían algunas plantas procesadoras de pescado en la bahía al sur de la ciudad. Pero es a partir de los años 60 que se desencadena la fiebre de la harina de pescado. Decenas de plantas pesqueras y procesadoras de aceites y harinas de pescado se instalaron compulsivamente en la periferia de la ciudad, a lo largo de la línea de playa mientras que cientos de bolicheras (embarcaciones para la pesca de anchoveta o sardina) se arremolinaban en la amplia bahía del Ferrol. Este febril impulso industrial y la gran demanda de mano de obra que generó la pesca, trajo como consecuencia una fuerte migración y una intensa actividad comercial, lo que a su vez desencadenó un crecimiento vertiginoso y desordenado de la ciudad en pocas décadas. Desordenado y predatorio fue también el aprovechamiento del recurso natural, cuando la descontrolada sobrepesca llevó a una sustancial merma de la captura de anchoveta, mientras miles de aves guaneras morían de inanición por falta de alimento. En el año 70 la crisis se agravó por la presencia de un fenómeno moderado de El Niño en las costas peruanas, a lo que se agregó el fuerte terremoto del año 70 que afectó a Huaraz y a las poblaciones del Callejón de Huaylas, pero que también castigó fuertemente a Chimbote. A la crisis económica de Chimbote, que hasta el día de hoy afecta sus posibilidades de desarrollo, hay que añadir el grave daño ecológico generado en todo su entorno. La bahía del Ferrol constituye un accidente geográfico y paisajístico poco frecuente en la costa peruana.22 La presencia de un promontorio al sur formando una amplia península y una larga isla enfrentada a la ensenada de la bahía al norte, generan un amplio brazo de mar abrigado del oleaje. Pues bien, este singular paisaje y las aguas de la bahía hoy en día presentan tal grado de contaminación, que su coloración lechosa es claramente visible a kilómetros de distancia, ya sea desde un vuelo aéreo comercial u observando una fotografía satelital. Este fenómeno se explica por el simple hecho de que la mayoría, sino todas, las fábricas instaladas en la orilla desaguan directamente a la playa y al mar los líquidos saturados de sanguazas, grasas y otras materias orgánicas, descartados por sus procesos productivos. De esta manera, persiste irresuelta hasta hoy la cruel paradoja de retribuir la riqueza obtenida generosamente del mar, envenenando sus aguas y exterminando toda posibilidad de vida en ellas. En el caso de Chimbote, debe añadirse a la grave contaminación marina, la de sus humedales afectados por el vertido de aguas negras, además de la alta contaminación 22 Humboldt hace una magnífica descripción del puerto de Chimbote y destaca que se trataría del “...puerto más bello que existe desde Cabo de Hornos a Guayaquil...” (Núñez y Petersen 222: 80-81).

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del aire con el humo irrespirable de las plantas harineras, a los que se agregan los humos producidos por la siderúrgica. Si a toda esta grave contaminación ambiental, añadimos la pésima disposición de los residuos sólidos, podemos constatar en todo su dramatismo a los niveles en que ha sido degradado de forma irresponsable un lugar favorecido por un paisaje natural excepcional. Similares expansiones urbanas impulsados por el auge pesquero se dan a partir de este período, aunque en menor medida, en Paita, Supe, Huacho, Chancay, Tambo de Mora, Pisco, San Juan de Marcona, Atico, Ilo, entre otros. Similares son también en ellas los problemas de contaminación ambiental y en especial de los ecosistemas marinos, generadas por las plantas instaladas en estos puertos. Entre estos, destaca el lamentable caso de Pisco, que inclusive ha generado severos problemas de contaminación de las aguas de mar en la bahía de Paracas, comprendida en la Reserva Nacional de Paracas. En el caso del oriente peruano, muchas de las ciudades allí implantadas surgieron de las misiones religiosas, cuyas exploraciones abrieron el conocimiento sobre la región amazónica, estableciendo contactos con las comunidades nativas, e instalando pequeños asentamientos a lo largo de los ríos principales, convirtiéndose muchos de ellos en focos de colonización de la región. Este es el caso de Iquitos, la principal ciudad de nuestra amazonía, cuya fundación se remonta a mediados del siglo XVIII por una misión jesuita y que tendrá un notable desarrollo en las primeras décadas del siglo XX durante la época del caucho. La ciudad de Iquitos presenta la singularidad de tener un marcado aislamiento geográfico con relación al resto del país, dado que su comunicación se realiza exclusivamente mediante la navegación fluvial o por vía aérea. Se conecta por medio de navegación a lo largo del río Ucayali con la ciudad de Pucallpa, y desde esta con Lima a través de la carretera central. Mientras que remontando parte del Marañón y el Huallaga se comunica con Yurimaguas y desde esta, vía carretera, con otras ciudades del nororiente como Tarapoto, Moyobamba y Rioja. Descendiendo por el río Amazonas, se comunica con Leticia (Colombia) y otras ciudades brasileras emplazadas en su ribera, como Manaos, para llegar hasta Belém en su desembocadura en el Atlántico. El emplazamiento estratégico de Iquitos, próximo a la confluencia de los mayores sistemas de ríos que conforman el Amazonas, como son el Marañón, el Ucayali y el Napo, la convierte en un auténtico nodo comercial y de servicios, donde confluyen las actividades y los movimientos de gente, recursos y mercancías que se articulan a través de estos sistemas fluviales. Al igual que Belém y Manaus, la ciudad de Iquitos tuvo su época de auge durante la denominada “fiebre del caucho”, que se desató en la Amazonía a fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, y que estuvo motivada por la extracción del látex de los árboles silvestres del género (Hevea, especialmente Hevea brasiliensis). La extracción del caucho y las duras condiciones de explotación de la que estuvo acompañada, no solo generó grandes fortunas y la presencia de aventureros en la región amazónica, sino también tuvo como consecuencia una serie de fuertes impactos sociales y culturales en las comunidades nativas que sufrieron la arremetida de esta colonización forzada.23 El apogeo del caucho sufrió luego una brusca caída,

23 Decenas de miles de nativos habrían sido exterminados al ser reducidos a realizar trabajos forzados. Comunidades enteras fueron trasladadas fuera de sus áreas de origen, esclavizándose a sus poblaciones. Además, la introducción de una serie de enfermedades ante las cuales los nativos no tenían ninguna inmunidad, desató letales epidemias.

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tanto por la competencia que significó el manejo de su cultivo en Asia -donde los ingleses establecieron grandes plantaciones luego de contrabandearon sus semillas- abaratando así su precio, como también por su progresiva sustitución por medio del caucho sintético obtenido de derivados del petróleo. Durante esta breve época de “esplendor” grandes fortunas se dilapidaron en importar, desde la lejana Europa al corazón de la Amazonía, toda una serie de artículos de lujo inimaginables en ese contexto. De igual manera, se construyeron fastuosas mansiones a la moda de la época y en algunos casos éstas inclusive fueron también importadas, siendo construidas sobre la base de componentes prefabricados, como es el caso de la célebre “casa de hierro” que, entre otras edificaciones de este tiempo, ha sido declarada como patrimonio de la nación. Pero este esplendor fue efímero, y terminó tan pronto como había empezado la depredación del caucho como recurso natural. No hubo al respecto ninguna estrategia nacional de desarrollo alternativo de la región y la crisis que siguió al ocaso de la época del caucho fue por esta razón de gran impacto en la depresión de su economía y perspectivas de desarrollo. Por el contrario, la inoperancia del estado y la extrema debilidad de su presencia en estas regiones alejadas, fomentó las aspiraciones expansionistas, con miras a la anexión de territorios peruanos, por parte de los estados fronterizos que apoyaban la progresiva penetración de sus propios emprendedores. De esta manera, durante las primeras décadas del siglo XX, el Perú cedió cerca de 170,000 km2 al Brasil, más de 90,000 km2 a Bolivia, 114,000 km2 a Colombia, que de esta manera aseguraba su acceso al Amazonas con la cesión del llamado “trapecio amazónico”. En la región amazónica, no obstante las traumáticas consecuencias de la fiebre del caucho, la explotación de otros recursos corre hoy en día una suerte bastante similar. Este es especialmente el caso de los recursos forestales, sometidos por décadas a prácticas predatorias, lo que ha llevado a la sustancial disminución de los árboles de las especies más preciadas (caoba, cedro). Por otra parte, la inadecuada colonización agrícola y las prácticas de tala y quema que acompañan a esta agricultura migratoria, han conducido a un peligroso y acelerado avance de la deforestación en amplias regiones.24 El flagelo del narcotráfico, agrega a la intensificación de la deforestación otros daños severos a los ecosistemas de las regiones donde opera, al verter productos químicos altamente contaminantes en las aguas y suelos, como consecuencia de los procesos empleados para obtener el alcaloide. Por otra parte, la acción corruptora del narcotráfico ha sentado sus reales en ciertas regiones y centros urbanos de la vertiente oriental de los Andes, donde se han generado situaciones de enajenación territorial y de abandono de infraestructura vial, como es el caso de gran parte de la carretera “Marginal de la selva” que en ciertos momentos fue inclusive utilizada como pista de aterrizaje por las avionetas de los narcos.

24 El Perú ocupa el 8º lugar entre los países con mayor superficie boscosa. La Amazonía peruana cuenta con una superficie de bosques naturales de más de 75 millones de ha. sin embargo a esta superficie debemos descontar un área deforestada, que a la fecha alcanza unas 10 millones de ha (cerca del 15%). El caso más dramático es el del departamento de San Martín que ha perdido cerca del 50% de sus bosques originarios, y donde la deforestación se ha intensificado, favorecida por las facilidades del acceso carretero, así como por la siembra de cocales asociados al narcotráfico en el Alto Huallaga.

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La intensa deforestación generada por el sembrío de cocales en la selva alta o ceja de selva, viene acompañada paradójicamente por las campañas de erradicación desarrolladas por el estado, que contribuyen a desplazar los cocales a nuevas áreas, mientras que las que son erradicadas quedan privadas de toda cobertura vegetal. Las consecuencias de este proceso de grave alteración ambiental, que trae consigo la deforestación y la erosión de los suelos, puede verificarse en toda su magnitud con el registro cada vez más frecuente de inundaciones, desbordes de ríos, deslizamientos de tierras, destrucción de puentes y tramos carreteros, en aquellas cuencas donde los suelos, despojados de su cobertura vegetal original, son incapaces de absorber y retener las precipitaciones pluviales, especialmente cuando estas revisten una mayor intensidad. Lo promisorio de la explotación petrolera y gasífera en la región amazónica, y su importante rol en el desarrollo energético de nuestro país, no deben hacernos olvidar los compromisos ambientales frente a los procesos y riesgos de contaminación que estos entrañan, mas aún tratándose de ecosistemas frágiles que pueden ver comprometido severamente su delicado equilibrio ecológico, como también afectar la calidad de vida de sus habitantes. Algunas advertencias al respecto vienen de los serios procesos de contaminación en el río Corrientes por la explotación petrolera y las alarmantes roturas en el gasoducto de Camisea. Existen valiosas y crecientes iniciativas orientadas hacia un manejo sostenible de la Amazonía. Una de las más importantes se propone lograr la sostenibilidad del manejo forestal e incorporar un mayor valor agregado a los productos madereros. Estas iniciativas pueden a su vez beneficiarnos del canje de la deuda por emisiones de carbono, o “bonos de carbono” que ya comprometen a muchos países del hemisferio norte.25 Existen también programas exitosos para desarrollar la siembra de cultivos alternativos al de la coca, como la palma aceitera, castañas, café, cacao y otros productos “orgánicos”, además de las posibilidades de utilizar cultivos de caña para la producción de biocombustibles como el etanol, los que dan muestra de las posibilidades de desarrollo sostenible en la región, respetando su condición fundamental de constituir una impresionante reserva de vida natural y de reservas genéticas. A partir de los años 30, con la introducción y difusión del transporte automotor, se dio un impulso notable a la construcción de carreteras entre las que destaca la carretera Panamericana, construida a todo lo largo del litoral peruano. Este sistema de carreteras asfaltadas de más de 1,400 km. privilegió la articulación longitudinal a lo largo de la costa, favoreciendo el desarrollo de las ciudades y regiones de la misma, en desmedro de las de la serranía, dado que en estas la inversión vial fue muy limitada y escasas las vías troncales de penetración. Al respecto, basta considerar que, a excepción de la Carretera Central, las demás principales vías de penetración a la sierra permanecieron sin ser asfaltadas hasta hace solo unos décadas. Esta situación traduce la visión centralista y “costeño-céntrica” del desarrollo territorial del país, sin

25 Mediante el Protocolo de Kyoto algunos de los principales países industrializados, menos Estados Unidos y Australia, se han comprometido a establecer metas en la reducción de sus emisiones de gases que generan el efecto invernadero. Este acuerdo les permite financiar proyectos destinados a la captura de estos gases y la acreditación de los resultados obtenidos son considerados, mediante los “bonos de carbono”, como parte de sus respectivas cuotas de disminución de gases a las que se han obligado en el acuerdo, aunque estas puedan haberse logrado fuera de su territorio.

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percibir la importancia estratégica de establecer o favorecer la articulación transversal, tanto desde el punto de vista de la complementariedad económica entre los diversos recursos y capacidades productivas de los respectivos ecosistemas, como también de la fundamental integración social de amplios sectores de la población tradicionalmente excluidos del desarrollo económico y del acceso a los más elementales servicios públicos.

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PARTE 3 Ecosistemas, Territorio y Ciudades en el Perú de Hoy En esta sección, trataremos los aspectos más destacados que caracterizan la problemática contemporánea y que comprometen el tema central de este documento, referido a las ciudades, territorios y ecosistemas, en los distintos espacios regionales del Perú actual. Entre los temas principales de esta sección se encuentran:

- el desequilibrado desarrollo de las ciudades y las dinámicas de migración del campo a la ciudad, como también las compulsivas formas de desarrollo urbano a que estos procesos han dado lugar;

- el desarrollo de formaciones urbanas deformes que no corresponden a un desarrollo territorial integral;

- el dominante centralismo y las tendencias descentralizadoras, asociadas a la regionalización y las propuestas de integración regional;

- Las tendencias predominantes de lo urbano sobre lo rural, los paradigmas tradicionales y su revisión crítica a la luz de la realidad actual;

- El desarrollo de las principales ciudades, las ciudades intermedias y las redes de ciudades;

- Los tipos de ciudades peruanas, sus características tipológicas y constructivas;

- La incidencia de la pobreza en el Perú, en especial en las ciudades, y sus repercusiones en la sostenibilidad tanto del desarrollo urbano como territorial;

- El desarrollo (o ausencia) de “políticas urbanas” en el Perú; - Proyectos de inversión y desarrollo territorial; - Establecer en términos generales el estado de la cuestión de las

complejas interrelaciones entre ciudades, territorio y ecosistemas, así como los retos de esta problemática planteados a futuro.

La explosión urbana: la migración y el desborde popular Tal como señalamos en la primera parte de este documento, los radicales cambios económicos, sociales y culturales que se han producido en nuestro país durante las últimas décadas del siglo pasado han afectado severamente el medio rural, acentuando su degradación e incrementando su empobrecimiento. La paralela atracción de las principales ciudades, y especialmente de la capital, con las expectativas de trabajo, mejora de la calidad de vida y provisión de servicios, han derivado en un acelerado proceso de migración. Como han señalado estudiosos de esta problemática, la emigración se caracteriza por drenar al medio rural mayormente de su población joven y de mayores capacidades y recursos, lo que conduce a un empobrecimiento aún más agudo del ámbito rural, que limita y condiciona severamente sus posibilidades de desarrollo futuro. Estos procesos de emigración conllevan, por lo general, el abandono de los campos de cultivo y de las obras de infraestructura que mantenían latentes ciertos niveles productivos y de sostenibilidad territorial. Por estas razones, estos territorios en situación de creciente abandono frecuentemente son afectados por procesos de

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degradación ambiental, ya sea desecándose o sufriendo fenómenos de erosión, más cuando la empobrecida población remanente incrementa las prácticas de depredación de los recursos naturales, sobre explotándolos o deforestando su cobertura vegetal. Estos procesos de degradación tienen consecuencias negativas no sólo en las localidades rurales afectadas, sino que también interesan las partes altas de las cuencas de los valles, que progresivamente ven reducida su capacidad de captación y retención hídrica; y donde se incrementa la formación de cárcavas y el desencadenamiento de huaycos y deslizamientos, que afectan tanto la capacidad productiva de estos territorios como también generan cuantiosos daños a diversas obras de infraestructura de importancia regional y nacional. En resumen, metafóricamente, estamos frente a una doble erosión del medio rural, tanto desde el punto de vista social y poblacional, como desde la perspectiva territorial y ecológica.26 Las poblaciones desplazadas a las ciudades, en situación de pobreza y bajo la presión de la supervivencia, sometidas a condiciones de desarraigo y en un medio distinto y hostil, se encuentran tanto marginadas en los contextos urbanos, como ajenas a las nuevas condiciones territoriales, y condicionadas a apostar por las soluciones que se les presentan como única vía de salida para resolver las condiciones básicas para su supervivencia: obtener algún tipo de ingreso y lograr un lugar donde vivir. En este contexto, el problema de la vivienda de estos sectores de la población, ha sido resuelto ocupando masivamente los suelos que se les ofrecieran, sin el menor reparo sobre su condición ambiental y las posibles repercusiones de su urbanización en los contextos urbanos y territoriales correspondientes. Llama aquí la atención la cuasi total ausencia de políticas urbanas consistentes al respecto. Las clases políticas miran permanentemente hacia el costado y parecen conducirse bajo el perpetuo lema de “dejar hacer, dejar pasar” mientras la expansión urbana se desborda sin dirección y control. Estas condiciones de marginalidad urbana impuestas en las ciudades a buena parte de las poblaciones asociadas a los procesos migratorios, han generado un justificado sentimiento de segregación, exclusión y discriminación, que hacen difícil la asimilación del sentido de pertenencia y de ciudadanía. Ver a este propósito el “desborde popular” y las tesis sociológicas sobre la marginación, el “achoramiento” y la “cholificación” (ver al respecto J. Cotler; S. López; N. Manrique; J. Matos Mar; A. Quijano; etc.). Por otra parte, ciudades en acelerado crecimiento como Lima se desagregan y desintegran en múltiples “ciudades”, cuyos pobladores desconocen al resto y no perciben a la entidad urbana a la que pertenecen como una integridad.27 En el marco de este complejo panorama algunos distritos de la capital, como también de otras ciudades del país, dan muestra de una renovada pujanza, innovación e iniciativa por parte de sectores emergentes de la población urbana, que se convierten así en protagonistas del impulso de novedosas economías urbanas. Este es el caso de los conglomerados de pequeñas y micro empresas de San Juan de Lurigancho, de las

26 Sería interesante explorar a este propósito iniciativas que se viene articulando en la propia región andina (Colombia, Ecuador) con mecanismos de compensación por “servicios ambientales” a las comunidades rurales que conservan el medio ambiente, los bosques o la cobertura vegetal, así como el manejo de las cuencas, lo que permite asegurar la dotación de agua y de otros recursos básicos para las poblaciones urbanas que se encuentran en su zona de influencia. 27 Este fenómeno ha sido advertido para el caso de Lima, cuyo centro histórico ha dejado de ser el “centro”, mientras las grandes aglomeraciones poblacionales de ciertos distritos y especialmente los “conos” han adquirido ciertos niveles de autonomía, con sus propios centros gravitacionales constituidos cada vez más por complejos y aglomerados comerciales, que reemplazan a los espacios públicos inexistentes o no aparentes.

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dedicadas a la fabricación de muebles en Villa el Salvador, o a las confecciones textiles en el sector de Gamarra (La Victoria), en la ciudad de Lima, o de los fabricantes de calzado de El Porvenir en la ciudad de Trujillo, etc. Una cuestión por indagar es conocer cual es la incidencia, en términos actuales, del fenómeno de migración hacia la capital, como hacia las ciudades principales e intermedias. Al respecto, algunos estudiosos de esta problemática han sugerido que ya concluyó el ciclo de las grandes migraciones, y que habría que prestar más atención al crecimiento vegetativo de la población de las ciudades e, inclusive, a una posible migración de retorno a las provincias e inclusive al campo. ¿Es esto cierto y en que medida?. Por otra parte, cuales son las perspectivas de la evolución de la población rural, su composición y la incidencia en ella de las condiciones de pobreza. Al respecto, algunos especialistas han llamado la atención sobre las altas tasas de pobreza (cercanas al 70%) y pobreza extrema (45%) que se verifican en la población del medio rural peruano (Trivelli 2000). Un urbanismo deforme Como ya se ha sostenido, el descomunal crecimiento y masiva urbanización de las ciudades peruanas, especialmente de Lima, no han sido fruto de un desarrollo económico consistente e integral, sino más bien la expresión dramática del progresivo deterioro y empobrecimiento de los territorios rurales, e inclusive de otros ámbitos urbanos regionales.28 En cuanto a las economías urbanas, estás se han caracterizado por un débil proceso de industrialización, cuya incidencia en la ocupación laboral ha sido relativamente menor. Mientras tanto, las actividades terciarias (comercio y servicios) han sido las dominantes y se han visto hipertrofiadas. Otro tema complejo que se desprende del anterior es el de la “informalidad”, que compromete una gran parte del PBI peruano (cerca del 40% y el 70% de la PEA según Villarán (2000) y la actividad de las pequeñas y micro empresas que se encuentran escasamente articuladas a la actividad de las medianas y grandes empresas Para de alguna manera “medir” el grado de disfuncionalidad de este tipo de desarrollo urbano –siempre y cuando esto sea posible- podría compararse los índices de productividad (PBI) de los principales conglomerados urbanos peruanos con aquellos de otras ciudades latinoamericanas o mundiales (lo que podría proporcionar una suerte de indicador del nivel de competitividad). De ser también posible, sería muy interesante, medir cual es la participación o incidencia de estas entidades urbanas en el desarrollo territorial regional o nacional. Planteado de otra manera: la cuestión que se propone es valorar en que medida las aglomeraciones poblacionales de estas ciudades compensan esta alta concentración y su enorme peso gravitacional, con sus correspondientes supuestos niveles de productividad y grado de competitividad? De ser lo contrario, quedaría en evidencia (por un medio menos subjetivo de los que nos sirven normalmente de argumento) lo que consideramos un modelo de desarrollo urbano deforme y distorsionado.

28 Es conocido que Lima atrae emigrantes también de otras ciudades del país, pero no sólo se trata de personas sino también inclusive de instituciones y empresas que se trasladan a la capital y al hacerlo movilizan a gran parte de su séquito de empleados y a las familias de estos. Al respecto, el caso más citado es el de la ciudad de Arequipa, la que a lo largo de la década de los ’90 asistió a la mudanza de distintas e importantes empresas de larga tradición regional a Lima, lo que ha resentido sus perspectivas de desarrollo económico.

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Por otra parte, esta deformidad se refiere también a los escasos niveles de desarrollo presentes en gran parte de los territorios de nuestro país, especialmente los que se encuentran en las regiones alto andinas y amazónicas; frente a una masa poblacional urbana desproporcionada -no sólo en términos cuantitativos sino también en cuanto a su extrema concentración- con relación al nivel de desarrollo de las capacidades productivas de esos mismos territorios. Tema que debe de ser apreciado desde la perspectiva de las consideraciones estratégicas para el desarrollo nacional, como son reducir los niveles de desigualdad social y alcanzar niveles aceptables de desarrollo humano, lograr el autoabastecimiento y la seguridad alimentaria, así como asegurar una balanza comercial equilibrada. La creciente urbanización de la población del Perú, es un tema complejo ya que involucra la relación clásica entre ciudad y campo, entre lo urbano y lo rural. Este es un tema central y estratégico para el desarrollo nacional, y en especial para examinar las formas que asumirá el desarrollo territorial, así como también para establecer los términos que posibiliten la formulación de estrategias que se propongan un desarrollo territorial integral y sostenible. Esta problemática se concatena con el crecimiento poblacional y la explosiva expansión territorial de Lima,29 pero también de otras ciudades y capitales departamentales. Estos desarrollos urbanos se caracterizan por formas de ocupación del suelo que no sólo han derivado en la liquidación de la mayor parte del área agrícola de los valles -con las consecuencias que esto trae para los ecosistemas y la sostenibilidad territorial- sino que también este tipo de urbanización se caracteriza por patrones de alta dispersión y de baja densidad de ocupación del suelo, lo que obliga a una constante, desmedida, onerosa e ineficiente extensión de los servicios urbanos básicos (electricidad, agua, desagüe); además de los demás servicios elementales de transporte, salud, educación, seguridad ciudadana, etc. Este rasgo, propio del desarrollo urbano de nuestras principales ciudades, bajo la engañosa apariencia de un “bajo costo” de inversión, entraña por el contrario la paradoja de una ecuación con un altísimo costo en inversiones urbanas, en tremendas pérdidas de horas hombre en el transporte hacia los centros de labores, en mayores índice de consumo de energía, contaminación ambiental y manejo irracional de los recursos. Pero pocas veces se considera que este “modelo” de desarrollo urbano “espontáneo” y carente de los mínimos niveles de planificación, compromete de forma irracional las posibilidades futuras de desarrollo territorial cuando, por el contrario, está convirtiéndose en un lastre que afecta de manera irreversible la propia naturaleza del territorio y de los ecosistemas asociados. Lo que en última instancia compromete y dificulta cada vez más las posibilidades de lograr formas de desarrollo territorial armónicas e integrales. Centralismo, descentralismo, regionalización e integración regional. Uno de los principales problemas contemporáneos a los que se enfrenta el desarrollo nacional, está planteado por el exacerbado centralismo de Lima y su desmesurado

29 Desde 1900, cuando Lima contaba con sólo 104,000 h., la ciudad ha multiplicado su población en 62 veces en poco más de un siglo, alcanzando 6’446,000 h. en el 2005. Pero la tendencia a la aceleración de este incremento se acentúa en las últimas décadas, cuando se registra que su población se ha prácticamente duplicado en poco más de 20 años, desde 1981 cuando Lima contaba con 3’573,000 h.

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peso gravitacional, tanto económico, como político y poblacional, en el contexto del territorio nacional.30 Al respecto, existe una creciente demanda social y apuesta política por la descentralización y por la regionalización del país, si bien esta por el momento se ha visto reducida al antiguo ámbito de los departamentos. Los nuevos poderes e instituciones regionales, aun cuando están limitados al ámbito de la vieja división política departamental, presentan una interesante perspectiva de renovación, generando además un creciente contrapeso a la concentración política en la capital. Por otra parte, la creciente dotación de recursos del erario nacional, así como la asignación de los cánones regionales, especialmente de aquellos provenientes de la actividad minera, proveen a las entidades regionales de un mayor presupuesto para obras de inversión pública. Sin embargo, uno de los problemas cruciales al respecto es la insuficiente capacidad de gasto de algunas de estas regiones, la ausencia en ellas de programas de desarrollo estratégico y, en algunos casos, la desafortunada inversión en obras superfluas y contrapuestas a las más urgentes necesidades de la población local. En este contexto, el creciente dinamismo de algunas regiones de la costa sur (Ica) y Norte (La Libertad, Lambayeque, Piura), y especialmente en el entorno de las ciudades de Ica y Trujillo, mayormente por el notable desarrollo de las agro exportaciones, brinda una nueva e interesante base de sostenibilidad económica a estos procesos de descentralización. Sin embargo, la participación y desarrollo de estas ciudades no está necesariamente del todo bien articulado con estas nuevas perspectivas de desarrollo territorial. Este es aparentemente el caso de Trujillo, cuya expansión urbana y crecimiento inmobiliario no es congruente con el estado de abandono y ausencia de perspectivas para su notable centro histórico. Aún más paradójico es el caso de Ica, cuyo desarrollo urbano -entre aletargado y provinciano- no se condice con el notable desarrollo de las agro exportaciones en su región, quizás porqué Ica, a diferencia de Trujillo, no cuenta con otras actividades económicas de importancia y debido a que la mayoría de las empresas agro exportadoras y sus directivos no son mayormente de la región, por lo que su residencia se reduce a los fundos establecidos en el entorno rural; además que aquí también pesa el hecho de que Ica se encuentra relativamente cerca de Lima (300 km.).31 La regionalización reducida a los ámbitos departamentales ha fomentado la persistencia y el afloramiento de las viejas taras propias de la política nacional y del provincialismo. Esta situación se ha puesto de manifiesto con el desencadenamiento de una serie de conflictos entre departamentos, ya sea por el control de determinados recursos en áreas colindantes, o por la definición de límites territoriales asociados al manejo de estos, o a las expectativas generadas por el desarrollo de determinados proyectos de inversión. Este ha sido por ejemplo el caso de los conflictos entre Arequipa y Moquegua, por el control y regulación del uso de las aguas de la represa de Pasto Grande; del litigio entre Lima e Ica o, más específicamente, entre las

30 En Lima se concentra aproximadamente el 25% de la población nacional, entre el 40 y 50% del PBI, cerca del 60% de las industrias (ver Instituto Cuanto), el 53% de los ingresos familiares y el 52% de los gastos familiares nacionales; el 70% de las agencias bancarias y más del 80% de los créditos y depósitos bancarios (Apoyo). 31 El reciente sismo del 15 de agosto del 2007 en la región de Ica, con graves daños en las zonas rurales, como en las ciudades de Pisco, Chincha e Ica, ha puesto en relieve la cruda realidad de pobreza de gran parte de sus poblaciones, las que sintomáticamente han resultado las más afectadas por el sismo. Esta situación revela claramente que el modelo de desarrollo económico no está resolviendo adecuadamente la inequidad y un adecuado desarrollo humano en las propias zonas donde se supone que resulta “exitoso”.

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provincias de Cañete y Chincha, por la pertenencia territorial de la pampa Melchorita a raíz del emplazamiento de la planta de licuefacción del gas proveniente de Camisea para su posterior embarque; entre Moquegua y Tacna por la pertenencia del poblado de Huaytire y especialmente el control de la laguna de Suches, cuya dotación de agua es vista como instrumento de negociación con las empresas mineras de la zona; de las autoridades municipales de Chimbote y de otras provincias del departamento de Ancash por el manejo económico y político del proyecto de irrigación Chinecas; etc. La virulencia e inusitada violencia desatada a raíz de estos conflictos, los costos en víctimas de enfrentamientos armados, los múltiples bloqueos de carreteras, la destrucción de bienes públicos y privados, la movilización de campañas de opinión y la instrumentación de estos conflictos por distintos grupos de poder, paradójicamente, parecen replicar en pequeño los conflictos entre naciones o repúblicas distintas. Como bien dice Julio Cotler, a propósito de estos y otros casos: “cuando desaparece el Estado aparece la tribu”. A propósito del proceso de regionalización e integración, algunos estudiosos del tema han sostenido que ésta solamente será factible y sostenible, en la medida en que se constituyan espacios regionales que aseguren una articulación más amplia y que, en lo posible, privilegien la transversalidad territorial. Al respecto, en el legado histórico de muchas de nuestras regiones destaca el manejo transversal de sus territorios, lo que antiguamente favoreció el aprovechamiento de los múltiples ecosistemas, asociados a los distintos espacios geográficos y diferentes pisos altitudinales, estrategias que se vieron favorecidas por la amplia diversidad de recursos y posibilidades de integración productiva. Lo urbano y lo rural: viejos y nuevos paradigmas En un marco más general, que trasciende los procesos de urbanización de las principales ciudades, los conceptos que tradicionalmente han servido para definir lo urbano y lo rural se enfrentan a nuevos paradigmas. Al respecto, los últimos censos nacionales (1961, 1981, 1993, 2005), establecen una clara, acelerada e innegable tendencia a la predominancia de lo urbano sobre lo rural, tanto en términos reales como estadísticos. Sin embargo, cuando nos aproximamos a conocer que se entiende en estos censos por “urbano”,32 se percibe que la referencia es exclusivamente numérica y estadística y, por lo tanto, no es comprensiva del tipo de actividad y modo de vida de los habitantes de los centros poblados censados. De forma tal que se puede constatar, especialmente en las regiones costeras del Perú, que muchos centros poblados emplazados en el medio rural y donde la mayoría de sus habitantes desarrollan actividades productivas asociadas a este ámbito rural, son por el contrario catalogados como “urbanos”, por la simple cantidad y aglomeración de sus viviendas y la presencia de una que otra edificación pública. Al respecto, se puede constatar que en las últimas décadas las obvias ventajas que ofrece la aglomeración de las poblaciones, para acceder así a los servicios básicos y elementales del desarrollo humano, han conducido al progresivo abandono de los antiguos patrones caracterizados por una mayor o menor dispersión rural. Sin

32 Según el Glosario Censal del INEI, un Centro Poblado Urbano “Es aquel que tiene como mínimo 100 viviendas agrupadas contiguamente, (en promedio 500 habitantes). Por excepción se incluyen a todos los centros poblados, capitales de distrito, aún cuando no tengan la condición indicada” (INEI 2007).

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embargo, este fenómeno que privilegia una creciente y relativa concentración poblacional, no significa necesariamente que todas estas poblaciones se hayan “urbanizado”, estrictamente hablando desde el punto de vista de la disciplina del urbanismo. Evidentemente, como en otras partes del mundo, los procesos de concentración poblacional, como también la asimilación de los modos de vida “modernos”, la diversificación de las actividades productivas y de servicios, la creciente amplitud de las interrelaciones, facilitadas por los medios de transporte y comunicación, han generado no solamente un acortamiento de las distancias entre lo urbano y lo rural, sino también han conllevado a una creciente integración y mixtura entre lo urbano y lo rural, como también a procesos de conurbación del medio rural y viceversa, a la “ruralización” de determinados conglomerados urbanos o de ciertos sectores de estos. De modo que estos procesos y estas nuevas realidades deberían conducirnos no sólo a revisar críticamente lo que damos por sentado en base a las simples estadísticas censales -las que asumen lo disperso como equivalente de lo “rural” y una mínima concentración como sinónimo de lo “urbano”- sino fundamentalmente a revisar los conceptos clásicos que han servido para definir tradicionalmente estas categorías y su interrelación territorial, donde se reiteraba una contradicción o contraposición excluyente entre estos dos términos: la clásica dicotomía ente lo urbano y lo rural como dos esferas sustancialmente separadas y distintas. Este ejercicio no debe ser exclusivamente académico, más bien debería estar destinado a dotarnos de los instrumentos de análisis y de intervención que nos permitan revertir el simple devenir de los desarrollos urbanos no planificados y dejados a la suerte de las fuerzas incontroladas que mueven a su compulsivo y caótico desarrollo. Debería ayudarnos a establecer estrategias que nos permitan proyectar la posibilidad de reconvertir a las ciudades peruanas en centros propulsores del desarrollo territorial, y en especial del medio rural, deteniendo el círculo vicioso que las hace más bien agentes de degradación del territorio y centros de atracción de la pobreza rural, como hemos ya señalado en la parte introductoria de este documento. Por otra parte, desde las perspectivas del desarrollo rural, se abre cada vez mas paso la concepción de que las estrategias que percibían y aún perciben el desarrollo rural como sinónimo de desarrollo agrícola, y que por lo tanto concentraban sus esfuerzos en este rubro, han estado generalmente signadas por el fracaso. Por lo que se imponen crecientes consensos sobre la necesidad de establecer en adelante mas bien estrategias integrales bajo el concepto del desarrollo territorial, donde ya algunas experiencias están marcando diferentes grados de avance.33 A propósito de estas nuevas tendencias, que desde distintas perspectivas disciplinares proponen una nueva visión acerca del desarrollo territorial, en cuanto urbanistas no podemos quedar al margen de esta problemática y debemos desplegar las herramientas propias de nuestra disciplina para aportar a las intervenciones que se propongan al respecto, especialmente en el ámbito del ordenamiento territorial y del mejor desarrollo de los asentamientos asociados al ámbito rural.

33 Ruben G. Echeverría (editor): “Desarrollo rural en América Latina y el Caribe: manejo sostenible de recursos naturales, acceso a tierras y finanzas rurales”. Banco Interamericano de Desarrollo. Washington, 2003.; Alexander Schejtman y Julio Verdegué: “Desarrollo territorial rural”, en Echeverría (2003: 9-63).

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Ciudades intermedias y redes de ciudades A propósito de la problemática del desarrollo territorial, es de gran interés examinar no sólo las características actuales de las ciudades peruanas, sino también los distintos casos regionales donde se han conformado ciudades intermedias y, especialmente, redes de ciudades. Algunas de estas -como las que han sido examinadas de forma preliminar por investigaciones del CIAC en el Valle de Jequetepeque y en la región de Piura- pueden servir de punto de partida para análisis más profundos y proporcionar interesantes enfoques a futuro para la elaboración de propuestas de desarrollo territorial integral. Esta apreciación se sustenta en la notable imbricación que se advierte en ellas entre los medios urbano y rural, su notable vitalidad social y económica y el potencial que encierra la presencia de una estructura urbana menos centralizada y mucho más difusa y articulada con el medio rural en función de estrategias para el desarrollo territorial regional. Los tipos de ciudades peruanas Si bien se pueden identificar determinados rasgos que pueden ser compartidos por algunos conjuntos de ciudades peruanas, especialmente por aquellas que se encuentran en determinados ámbitos regionales, también es cierto que en el Perú se manifiestan y desarrollan diferentes tipos de ciudades que poseen su propia singularidad e identidad. Es decir, que si bien las ciudades peruanas pueden compartir uno o más rasgos, es difícil adscribirlas a un tipo definido de ciudad. Así, por ejemplo, podemos identificar ciudades que por su fundación e historia colonial podríamos presumir pertenecen al tipo “ciudad colonial”, pero bien sabemos que este conjunto es bastante heterogéneo entre sí. Podríamos también asumir el criterio de su evolución asociada a la explotación de determinados recursos, como los mineros, y proponer el tipo ”ciudad minera”, pero advertiremos que posiblemente sean más las diferencias que las similitudes entre ciudades como Cerro de Pasco, La Oroya o Huancavelica. O, de igual forma, identificar tipos presumibles por su localización geográfica, tales como “ciudad amazónica”, “ciudad alto andina” o “ciudad costeña”, sin embargo aún cuando nos esforcemos en precisar para estas un ámbito regional más definido y específico, pronto caeríamos en la cuenta de la escasa utilidad del establecimiento de esta tipología. A nuestro entender estos ejercicios taxonómicos deberían más bien orientarse a establecer las características de los rasgos que definen a las distintas ciudades con criterios de “transversalidad”, en el entendido de cada una de estas ciudades representa una realidad específica y por lo tanto su propia singularidad. Cada una de ellas presenta una específica solución a su respectivo emplazamiento territorial y una particular forma de resolver su relación con la geografía, el clima y el paisaje local; cada una encierra su propia historia, más allá de su mayor o menor antigüedad, la que se manifiesta en las características, calidades y evolución de su tejido urbano, en la persistencia y grado de conservación de su legado patrimonial de sus edificaciones, tanto públicas como habitacionales; asimismo, cada ciudad expresa de manera propia la cultura e idiosincrasia de sus habitantes, su modo de vida, el

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empleo de determinados materiales y recursos locales, el desarrollo de singulares tecnologías constructivas y el despliegue de determinadas tipologías arquitectónicas. En el análisis del tipo de ciudad, interesa de modo especial al tema central que nos convoca, establecer en un sentido amplio del término las múltiples interrelaciones existentes entre las ciudades y los ecosistemas propios de los territorios donde estas se encuentran emplazadas. Estas interrelaciones son de diversa naturaleza y están articuladas entre sí, definiendo o condicionando el carácter que asumen estas ciudades y su arquitectura, desde sus tipologías formales y constructivas hasta el tipo de materiales con los que se resuelve las edificaciones. Evidentemente inciden en las características específicas que asumen las ciudades factores distintos como la topografía, la hidrografía, el clima (temperaturas, humedad, precipitaciones pluviales, vientos, etc); la presencia o ausencia de determinados recursos naturales y tipo de materiales constructivos; factores productivos o funcionales, asociados a la economía y/o actividades de la ciudad o de determinados sectores o barrios; factores históricos y culturales de diversa índole, que inciden en las tipologías arquitectónicas, zonificación y configuración del tejido urbano, características de los espacios públicos, relación con el paisaje del entorno, etc; el tipo de relación de la ciudad con el territorio circundante y su rol en cuanto centro de interrelación y articulación regional, su dimensión jerárquica y relación con ciudades intermedias o redes de ciudades, etc.; así también los factores históricos, especialmente en el caso de las ciudades que se precian de conservar centros históricos y ambientes urbano monumentales. Si bien con fines de análisis estos factores pueden ser examinados por separado, es fundamental que sean abordados en sus múltiples interacciones y desde un punto de vista integral. Evidentemente esta perspectiva metodológica es más laboriosa y compleja, sin embargo es indiscutible que ofrece claras ventajas, al proporcionar un conocimiento más profundo de la problemática urbana en general y de las características específicas que presentan las distintas ciudades. Las ciudades, la pobreza y la sostenibilidad El complejo tema de la pobreza debe ser examinado considerando su importante y especial incidencia tanto en la problemática urbana como territorial, en el sentido más amplio, donde no hay prácticamente aspecto que no tenga una participación crítica que necesariamente debe ser ponderada. Este es el caso de temas mayores que abarcan la problemática general de las estrategias de desarrollo nacional; el fenómeno migratorio; el proceso de urbanización; la notable expansión urbana de las últimas décadas; la problemática de la vivienda; la provisión y calidad de los servicios urbanos; la tugurización y degradación de los centros históricos; el manejo del medio ambiente; etc. El Perú ha alcanzado de manera continua y a los largo de los años recientes un sostenido crecimiento económico, con un PBI que en los últimos dos años estaría creciendo hasta en un 8%, sin embargo en contrapartida no se aprecian grandes cambios en lo que se refiere a la disminución de la inequidad y desigualdad en la distribución social de la riqueza, lo que se manifiesta de manera patente en la alta incidencia de la pobreza que pesa sobre nuestro país.

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No obstante que el reciente Informe Técnico de Medición de la Pobreza 2004, 2005 y 2006 (INEI 2007) da cuenta de un ligero retroceso de la pobreza en nuestro país, que habría pasado de 48.6% en el 2004 a 44.5% de la población en el 2006, estas cifras no dejan de ser críticas. Así mismo, de acuerdo a esta última información estadística, la población en condiciones de extrema pobreza apenas disminuye representando el 16.1%. El dato más dramático es que la pobreza prácticamente no ha disminuido en el medio rural, donde se ha pasado del 69.8% en el 2004 al 69.3% en el 2006, mientras que esta habría disminuido mayormente en los centros urbanos, donde se ha pasado del 37.1% en el 2004 al 31.2% en el 2006. Así mismo, la extrema pobreza continúa concentrándose en el área rural, donde afecta al 37.1% de la población, mientras en las áreas urbanas alcanzaría el 4.9%. Otro dato relevante que proporciona el citado informe del INEI (2007) es que la pobreza mantiene su alta concentración en las regiones de la sierra (63.4%) y de la selva (56.6%) mientras que disminuye su presencia en las regiones de costa (28.7%). Estos datos son aún más críticos si se toma nota de que la pobreza extrema en la sierra afecta al 33.4% de su población y en la selva al 21.6%. Al respecto, si bien la incidencia de la pobreza en los espacios urbanos es relativamente menor en términos estadísticos (31.2%), tiene en términos absolutos un enorme peso dada la gran concentración de población en las principales ciudades. Este es el caso de Lima Metropolitana, donde si bien la pobreza habría descendido de 30.9% en el 2004 a 24,2% en el 2006 (INEI 2007), tendríamos que de sus cerca de 8 millones de habitantes que tenía la ciudad (incluyendo el Callao) de acuerdo al censo del 2005, cerca de 2 millones de sus habitantes se encuentran en condición de pobreza, lo cual equivale al hecho de que de cada 4 habitantes de la ciudad, al menos uno se encuentra en condición de pobreza. Es preciso también recordar –y es preciso subrayar- que existen regiones del Perú donde las cifras de incidencia de la pobreza alcanzan niveles de escándalo. Los datos de los departamentos que se consignan a continuación son más que elocuentes, mas si intentamos entender como es posible que en departamentos como Huancavelica 9 de cada 10 habitantes se encuentran en situación de pobreza o, a la inversa, que solo uno de cada 10 de sus habitantes supere la línea de la pobreza.

Cuadro. DEPARTAMENTOS CON MAYOR POBREZA EN EL PERÚ (INEI 2007) DEPARTAMENTO %

HUANCAVELICA 88,7 AYACUCHO 78.4 PUNO 76.3 APURÍMAC 74.8 HUÁNUCO 74.62 PASCO 71.2 LORETO 66.3 CAJAMARCA 63.8

En cuanto a la problemática de la vivienda, estos indicadores de pobreza se expresan estadísticamente en el tipo de materiales de construcción y en la calidad de servicios domésticos presentes, donde se observa que las serias deficiencias que presentan las viviendas en cuanto a la calidad constructiva y a la dotación de servicios, también se agudizan si el examen se concentra en el ámbito rural.

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En muchas de las regiones del país, los sectores empobrecidos recurren a los materiales y a las técnicas constructivas tradicionales34 y -coincidiendo con la concentración de la pobreza en las regiones rurales y especialmente en las alto andinas- en estas regiones se constata que entre el 70 al 90% de las construcciones son hechas, por ejemplo, de tapia o adobe (ver ENAHO 2005). Obviamente, como ya se ha señalado, estos materiales no es que sean inadecuados para la edificación, pero eso no niega que técnicamente su utilización sea crecientemente deficiente en cuanto al diseño y seguridad estructural de las viviendas, como también en cuanto a la salubridad y confort de sus habitantes. Los resultados de las Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO), proporcionan importante información sobre otros aspectos que son de especial interés para conocer la provisión de servicios básicos a los habitantes de las viviendas, como son el acceso a servicios de agua y desague, energía eléctrica, tipo de combustible utilizado para cocinar, uso de electrodomésticos, acceso al servicio telefónico, etc. que por lo general son deficitarios o críticos especialmente en el ámbito rural. De estas encuestas resulta que, a nivel nacional, la provisión de agua dentro o fuera del edificio de la vivienda cubre tan sólo un 60 a 65% del total de estas; mientras que en el ámbito rural esto se reduce tan sólo a un 30 a 35%, y donde más del 40% se abastece directamente de ríos, acequias o manantiales. Un déficit similar se observa en cuanto a la ausencia de desagues y a las formas de eliminación de las excretas, donde resulta que del total de viviendas tan sólo un 50% cuenta con desague, un 30% usan letrinas u otras formas de evacuación y un 20% no cuentan con ningún tipo de servicio; mientras que a nivel rural los que no cuentan con algún tipo de servicio corresponden a cerca del 50% de la viviendas. Otras carencias críticas también se advierten cuando se observa que a nivel nacional solamente un 70% de las viviendas tiene acceso al alumbrado y energía eléctrica. Sin embargo, esta deficiencia se concentra especialmente en las zonas rurales, donde sólo el 30% cuenta con este servicio y el restante 70% no cuenta con esta fuente de energía y se alumbra con lamparines de kerosén o velas (ENAHO 2003-2004). En cuanto al servicio telefónico a nivel nacional, menos del 25% de las viviendas cuentan con este servicio. Igualmente, es importante tomar nota de los datos sobre los tipos de combustibles utilizados para cocinar en las viviendas, donde es preocupante el alto índice del uso de leña y carbón para este fin, debido a la incidencia que este aspecto tiene en las prácticas de deforestación y en la consecuente presión ejercida sobre el medio ambiente natural. Esto resulta de constatar que cerca del 40% del total de las viviendas a nivel nacional utilizan este tipo de combustible; mientras en el ámbito rural más del 70% usan la leña como combustible para cocinar (ENAHO 2003-2004). Por otra parte, estos datos son alarmantes en cuanto a la salubridad, ya que está comprobado que la producción de humo de cocina al interior de los hogares origina graves problemas de salud a sus habitantes. Al respecto existen una serie de programas para el rediseño de las cocinas obteniendo una adecuada evacuación de humos y además un mejor aprovechamiento energético de los combustibles.

34 Cerca del 60% del total de las viviendas del Perú están hechas de otros materiales que no sean cemento y ladrillo, y donde más del 40% están construidas de adobe o tapia (INEI : ENAHO 1997-2001).

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En resumen, la pobreza es un dato fundamental de nuestra realidad, no solo en cuanto debemos tomar seria cuenta de ella en cuanto problemática general, sino especialmente para aportar en la medida de nuestras capacidades profesionales a su reducción por medio del estudio e intervenciones que desarrollamos a través del diseño arquitectónico, el planeamiento urbano y el ordenamiento territorial. Al respecto, debemos tener en cuenta que la sostenibilidad no es sólo un tema meramente ambiental, sino mas bien fundamentalmente económico y social, lo que nos señala que no puede haber sostenibilidad mientras existan profundas brechas de exclusión, desigualdad e inequidad social. Políticas urbanas, economía política, política cultural, ciudadanía. En el desarrollo de las ciudades peruanas llama poderosamente la atención la inexistencia de políticas urbanas o de lo que hoy se concibe bajo el nuevo concepto de planificación estratégica urbana concebida como un instrumento y una metodología de trabajo para el desarrollo urbano. Este tipo de planificación se viene desarrollando desde hace unas décadas en las principales ciudades del mundo y en sus áreas metropolitanas, donde después de un diagnóstico de sus potencialidades y un examen de los problemas críticos, los principales actores urbanos, tanto públicos como privados, concuerdan un programa orientado a desarrollar el modelo de ciudad a la que aspiran, canalizando recursos y coordinado distintos tipos de acciones y esfuerzos, dirigidos al adecuado desarrollo de las áreas metropolitanas y especialmente a la constante mejora de las condiciones de vida de sus ciudadanos. Esta concertación de propósitos y de esfuerzos, una vez institucionalizado, asegura la continuidad de las políticas urbanas y la consecución de las metas propuestas a corto, mediano y largo plazo, estableciendo un plan donde de forma integral se plantean temas como:

- el nivel de competitividad de la ciudad; - la potenciación de sus capacidades productivas, impulsando sus

habilidades y capacidades emprendedoras; - ampliar las actividades asociadas al desarrollo del conocimiento, la

creatividad y la cultura; - mejora constante de la calidad de vida y de los servicios para los

ciudadanos; - promover la integración, convivencia y participación ciudadana; - mejorar la conectividad y los sistemas de comunicación; - establecer programas de rehabilitación o renovación urbana y

conservación de los centros históricos; - racionalización del manejo del suelo, mejora de la oferta y calidad de

viviendas y de espacios para las actividades productivas, diseño y gestión de los espacios públicos;

- establecer criterios y principios para el ordenamiento y la gestión del territorio, promover el desarrollo territorial y de los demás municipios interesados por el área de influencia de la ciudad;

- promover y garantizar la sostenibilidad económica, social y ambiental; - compatibilizar la expansión urbana con la necesaria preservación de

áreas naturales, culturales, históricas o paisajísticas; etc. Muchos de estos aspectos nos pueden parecer utópicos para las principales ciudades peruanas, sin embargo es importante conocer que este tipo de planes están ya en ejecución en muchas ciudades del mundo, entre ellas algunas latinoamericanas,

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comprometiendo la gestión de sus autoridades municipales y la participación de sus ciudadanos. Evidentemente la constatación que deriva de esto, es que nuestras autoridades municipales carecen de esta esencial perspectiva política y de una visión integral de ciudad, ya que en las gestiones municipales parece primar una manifiesta incapacidad que da paso a la improvisación y al recurso fácil y populista de las “obras públicas” realizadas a discreción de la autoridad y en nombre propio, cuando evidentemente se ejecutan a costa de los fondos públicos y frecuentemente en desmedro de los intereses de la ciudad.35 La ausencia de una planificación estratégica urbana se confunde, o a veces inclusive se enmascara, con el establecimiento de planes reguladores o de desarrollo urbano, los que evidentemente carecen de esta perspectiva integral, limitándose mayormente a la proposición técnica de una serie de intervenciones fragmentadas y segregadas, que usualmente son superadas tanto por la compleja dinámica de una cambiante realidad urbana, como por la carencia de una política institucional de gobernabilidad que les de sustento; así como por la ausencia de información y compromiso con estos planes por parte de la propia población.

35 Este es, por ejemplo, el caso de las esperpénticas piletas, propias de un parque de feria, impuestas por la gestión de la Municipalidad de Lima en detrimento del conjunto monumental del Parque de la Reserva, dilapidándose en esta obra inconsulta 13 millones de dólares, lo que además ha terminado “privatizando” uno de los mayores espacios públicos de la ciudad.

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Perspectivas (y conflictos) del desarrollo urbano y desarrollo territorial Uno de los temas mayores que involucra la problemática territorial actual es el de la minería, ya reseñado brevemente páginas atrás como extensión de la sección sobre la época republicana. Como es conocido, la minería arrastra históricamente el lastre de enormes pasivos ambientales, pero también de grandes pasivos económicos y sociales. Es decir que la mayoría de la población percibe a la minería como una actividad que no solo contamina y degrada el medio ambiente, sino que también no favorece el desarrollo humano de las poblaciones locales y que, por el contrario, muchas veces ha significado su empobrecimiento. Por otra parte, los avances tecnológicos en la explotación de los yacimientos y el alza de los precios de los minerales a nivel global han conducido a una notable intensificación de las inversiones y la actividad minera en el mundo y especialmente en el Perú. En nuestro país la inversión minera se quintuplicó durante la década 1990 – 2000, mientras que la exploración minera creció 20 veces entre 1990 y 1997. Para tener idea de los compromisos territoriales de esta actividad, se puede citar el caso de 3 departamentos (Cajamarca, Cusco y Huancavelica) donde del 30 al 50% de sus tierras están afectadas por denuncios mineros y en otros 7 departamentos del 20 al 30%, lo que ha derivado en que en 1999 el 55% de las comunidades campesinas del Perú estaban involucradas en las zonas de influencia de la minería (Bebbington et al. 2007: 7). Se ha llamado la atención sobre el hecho de que este no es un tema de minería, sino más bien un tema trascendental que compromete grandes transformaciones territoriales en extensos espacios regionales, que no se refieren exclusivamente a los aspectos físicos, medioambientales y paisajísticos, ya que inciden en la propia composición e identidad social y cultural de estos territorios, donde se confrontan lo local con lo global, la tradición con la modernidad, lo rural con las metrópolis (Bebbington 2007). Si bien la producción minera representa tan sólo entre el 6 y el 7% del PBI, genera el 50% de las divisas dado su enorme peso en las exportaciones, representando el 55% de estas en el 2005. A su vez, concentra una gran cantidad de inversiones extranjeras, representando el 37% de estas entre el 2001 y 2003. Este peso gravitante del sector a nivel macroeconómico, ha llevado a los últimos gobiernos a brindarle todo tipo de facilidades y a aminorar las exigencias ambientales, dado que el Ministerio de Energía y Minas no sólo aprueba los proyectos mineros sino también las evaluaciones de impacto ambiental, lo que establece un claro conflicto de intereses, en tanto esta entidad se constituye a la vez como juez y parte interesada en promover desde el gobierno la inversión minera (Bebbington et al. 2007: 8). Este proceso de expansión minera, impulsado por las nuevas tecnologías mineras y la rápida escalada de los precios de los minerales a nivel internacional, las grandes expectativas generadas a partir del desarrollo minero, los impactos y pasivos ambientales a nivel local y regional, como también las limitaciones en la distribución de la riqueza generada por la minería, están agudizando el desarrollo de una serie de conflictos que van desde las comunidades y el ámbito local de influencia minera, al nivel regional y nacional. Al respecto, la Defensoría del Pueblo ha reportado que durante el año 2006, 7 de cada diez conflictos estuvieron relacionados con la minería (Bebbington et al. 2007: 8-9).

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Un tema crucial al respecto del impacto en el desarrollo territorial de la creciente inversión minera, es como vincularla y articularla con los derechos y aspiraciones de las comunidades y pueblos, con la generación de mayor empleo en las regiones, con el desarrollo integral a nivel local y regional, así como también con el crecimiento económico de las ciudades y pueblos de las regiones donde estos proyectos se ejecutan (La Revista Agraria n. 48). Además de los grandes proyectos de inversión minera y sus compromisos territoriales, en la última década y en lo que resta de la actual se ha propuesto el desarrollo de una serie de proyectos de gran envergadura, como es el caso de las llamadas vías transoceánicas o bioceánicas que interesarían extensas regiones del norte, centro y sur del Perú. El sistema vial transoceánico del sur del Perú, que resolvería el acceso desde y hacia el Brasil con la costa del Pacífico, tiene proyectado unir los estados brasileños de Acre, Rondonia y Matto Grosso con los puertos de Ilo, Matarani y Marcona, atravesando en su recorrido los departamentos de Madre de Dios, Cusco, Puno, Arequipa, Moquegua, Apurímac, Ayacucho e Ica. En todo caso, la información acerca de estos proyectos es bastante escasa, no obstante los enormes montos de inversión, la propaganda mediática y la creciente expectativa, real o imaginaria, sobre el esperado impacto en las distintas regiones que articularán.36 La irregular exoneración para que estos proyectos no fueran sometidos al SNIP (Sistema Nacional de Inversión Pública), ha generado honda preocupación, desde el hecho de que no se ha evaluado adecuadamente la justificación y retorno de la inversión; se ha advertido la ausencia de mayores estudios técnicos; y no se han considerado los posibles riesgos ambientales en zonas con ecosistemas frágiles; hasta la falta de estudios sobre el posible impacto en los desarrollos urbanos y el crecimiento de las ciudades, que directa o indirectamente serán interesadas por el proyecto vial, dado que muchas de estas presentan un desarrollo urbano caótico y donde los servicios –entre ellos los básicos de agua y energía eléctrica- son ya deficitarios para su actual población. Con relación a esta misma problemática, está prevista la ampliación y modernización de los puertos de Ilo (Moquegua), Matarani (Arequipa) y de San Juan de Marcona (Ica). La intensificación del tráfico de bienes a través del sistema vial y de los puertos, hace previsible la instalación de plantas industriales para resolver procesos productivos y de transformación en los centros urbanos asociados a estos puertos, donde además deberán incrementarse los servicios terciarios y resolverse la oferta adecuada de viviendas ante su esperado crecimiento poblacional. Todas estas nuevas demandas e impactos, consecuentes a la operación de estos grandes proyectos, deberían ser previstos para abordar las soluciones adecuadas de forma planificada. Otro proyecto de importancia para las regiones del norte del país es el de la vía transoceánica del norte, también denominado Eje Multimodal Amazonas Norte, que unirá vía carretera el puerto de Paita y la ciudad de Piura con Tarapoto y el puerto de

36 Entre las ilusiones mediáticas aparece la noticia (Perú 21 02/08/07: 14) de un proyectado “megapuerto” en el Callao, que la Región Callao pretendería construir sobre la isla San Lorenzo, que además de otras fantásticas instalaciones incluiría un aeropuerto, y que estaría conectado con la vía del ferrocarril y un corredor “bioceánico” mediante un túnel subterráneo. El hecho de que esta iniciativa sea lanzada por la misma cuestionada autoridad, responsable de la construcción de la “autopista” más corta (1.5 km.) y con el peaje más caro del Perú (s/. 1.0 / km.), suena como la precisa letra del picaresco vals Parlamanías de doña Serafina Quinteras y Jorge Pérez, que dice así: “... Las carreteras correrán solas, buques y aviones en pelotón, y las corvinas sobre las olas nadarán fritas con su limón".

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Yurimaguas sobre el Huallaga y, desde allí, vía tráfico fluvial con el Amazonas y el océano Atlántico. Una vía alternativa se daría con la carretera que desde Bagua conducirá hacia el puerto de Sarameriza sobre el río Marañón y desde este puerto vía fluvial con el Amazonas. Es de destacar que en el caso de la vía Tarapoto Yurimaguas, se haya tomado la loable iniciativa de declarar a esta como la “primera carretera ecológica del Perú” estableciéndose un pacto para la conservación y desarrollo sostenible de la Cordillera Escalera, declarándola Área de Conservación Regional mediante un acuerdo en el cual participan las instituciones de la sociedad civil, el gobierno regional de San Martín y la propia empresa constructora de la carretera. Por otra parte, la realización de un gran proyecto de irrigación, como el de Chavimochic, ha interesado positivamente diversos valles de la costa norte del Perú, como son los de Chao, Virú y Moche, y su proyectada expansión al de Chicama. Evidentemente, el impulso al desarrollo de la agroexportación que este proyecto ha generado, ha redundado en un crecimiento del empleo y en la mejora del desarrollo humano en la región, como también ha beneficiado la economía de ciudades como Trujillo. Sin embargo, algunos estudiosos de la problemática agraria han llamado la atención sobre el hecho de que el monto de inversiones realizado en este proyecto llevaría a estimar el costo por hectárea en unos $. 50,000, mientras que las tierras fueron subastadas a inversionistas privados entre $. 3,000 a 5,000, es decir se habría producido una suerte de “subvención” al sector privado de por lo menos $. 45,000. / ha. a costa de las finanzas públicas. Por otra parte, el exceso de riego favorecido por los excedentes de aguas derivados del canal de Chavimochic a los ríos y al sistema de canales de estos valles, está generando la acentuación de procesos de salinización en las partes bajas y la elevación de la napa freática, lo que no sólo está afectando las tierras agrícolas sino inclusive también la conservación del complejo arqueológico de Chanchán. Existen otros proyectos de irrigación cuyos alcances si bien aún no son claros, ya son centro de conflictos y de discordias políticas regionales, como el de Chinecas que se abastecería del caudal del río Santa y articularía un sistema de riego al sur del valle del Santa con los eriazos y valles de Lacramarca, Nepeña y Casma. El impacto de este proyecto de desarrollo podría extender los cultivos de agroexportación en esta región y beneficiar a las ciudades de la misma, como Chimbote y Casma. Paralelamente se están dando procesos de concesiones de tierras en el valle del Chira para desarrollo de cultivos extensivos de caña de azúcar destinados a la producción de etanol. Este es el caso de la venta a precios irrisorios ($. 60./ha.) a la empresa MAPLE de más de 10,000 ha. con acceso a agua en el valle del Chira. Además del debate sobre el balance energético de sembrar caña para obtener etanol con un alto consumo de agua, fertilizantes y otros combustibles, queda el problema crítico de la demanda de agua en una región que ya tiene serias restricciones en este recurso, y donde una de las fuentes base de abastecimiento, el reservorio de Poechos, presenta un proceso de colmatación que ha llevado a una drástica reducción de su capacidad de embalse, proceso acentuado por la deforestación, la ausencia de un manejo adecuado de la cuenca y la ocurrencia de los dos últimos fenómenos de El Niño (1983-1984 y 1997-1998).37

37 La colmatación de la presa Poechos en 25 años de funcionamiento representaría más del 40 % del volumen operativo de 885 MMC, señalándose que en 30 años Poechos ha perdido un volumen que se había previsto se alcanzaría en 50 años de vida útil (Rocha 1992).

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Así mismo, el proceso de concentración de tierras del grupo Gloria, con más de 30,000 ha. destinadas al cultivo de caña de azúcar en el valle de Chicama, y con centro en los complejos agroindustriales de Casa Grande (29,398 ha.) y Cartavio (11,000 ha,), parece evocar los viejos tiempos de los Gildemeister y de la Casa Grace, cuando en las primeras décadas del siglo XX se produjo un proceso monopólico de concentración similar en otro contexto histórico (Burga 1976, Klaren 1976). Adicionalmente, en enero del 2007 el grupo Gloria compró 1,000 ha. de tierras de Chavimochic con acceso al agua de este sistema de riego, y ubicadas estratégicamente en zonas colindantes a su concentración de propiedades en el valle de Chicama. Se suscitan varias interrogantes frente a este proceso de concentración de tierras y la extensión del monocultivo. ¿Cual es el costo del agua para estos proyectos? ¿Será siempre el mismo precio irrisorio que no se termina de definir en una nunca acabada “ley de aguas”? ¿Cual será el pasivo medioambiental que derivará de estas enormes extensiones de monocultivo? ¿Cual es el costo del dominio monopólico de las tierras de uno de los valles agrícolas más extensos de la costa peruana? ¿Cual será la repercusión sobre el desarrollo territorial y el porvenir de los centros urbanos del valle, como de la propia ciudad de Trujillo? ¿Pasaremos del antiguo patrón de hacienda - ranchería, al de rancherías o barriadas en áreas marginales a las explotaciones agrícolas o de los centros urbanos ya existentes? ¿Es conveniente para el desarrollo nacional, en términos estratégicos, dedicar el enorme potencial que tienen estos suelos agrícolas para cultivos de mayor rentabilidad y mayor ocupación de mano de obra, a la producción azucarera, cuyo manejo e interés se concentra y define en una sola empresa? Igualmente, merece atención por su posible impacto en el desarrollo territorial de la región de Piura, la puesta en marcha del Proyecto Bayovar para la producción de fertilizantes a partir de los extensos yacimientos de fosfatos de Bayovar, cuya operación requerirá ampliar el suministro de energía eléctrica, de la dotación de agua, de redes de carreteras, la ampliación de puertos para la exportación e importación de insumos, etc. Es evidente que la operación de esta explotación impulsará la economía regional de Piura, que se vería además beneficiada con la intensificación de la proyectada mayor integración entre la cuenca del Atlántico con la del Pacífico. La explotación del gas de Camisea, una de las reservas más importantes de América Latina y con un potencial estimado en 11 trillones de pies cúbicos, constituye otro recurso con un enorme potencial energético, que puede convertirse en una ventaja comparativa nacional para el desarrollo de una serie de procesos productivos, incluyendo las posibilidades de producir fertilizantes a partir de plantas petroquímicas, así como generar energía eléctrica con el desarrollo de plantas termo eléctricas que ya vienen operando en Lima y Chilca. En resumen, desde la desactivación del Instituto Nacional de Planificación, este conjunto de inversiones y grandes proyectos de envergadura nacional y con gran trascendencia para el país y especialmente en los ámbitos regionales como locales, no son planificados de forma integral por parte del estado como por las entidades regionales, y se trasmite la sensación de que la mayoría de estas iniciativas se resuelven al nivel de los inversionistas y operadores privados; de las iniciativas y programas coyunturales de las altas esferas gobernativas, de determinados ministerios del gobierno; como también de los gobiernos regionales en ejercicio. Es por lo tanto preocupante que el análisis del impacto y beneficios de estos grandes proyectos sea focalizado, sin concatenar las diferentes consecuencias y articulación

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de efectos que tendrán en el ámbito nacional como en el respectivo espectro regional y local, y especialmente en lo que se refiere a la temática de este documento, es decir con relación a los impactos esperados en el desarrollo de los centros urbanos, el desarrollo territorial y el manejo sostenible de los ecosistemas. Si bien los alcances y limitaciones de la planificación estatal han sido justificadamente puestos en cuestión, el sesgo neoliberal de pretender que el mercado lo resolviera todo -como se nos machacó durante la década del régimen fujimorista- no sólo ha dejado traslucir sus evidentes taras, sino también las tramas de corrupción y malversación que encierra el manejo discrecional por parte del poder político de turno de las grandes inversiones y proyectos nacionales. Luego de la transición democrática y en el marco del inicio del proceso de descentralización, el Consejo Nacional de Descentralización (CND) elaboró una propuesta para un Plan Nacional de Desarrollo Territorial 2004 – 2013 (CND 2003). Este plan hacía énfasis en el desarrollo de ejes y corredores de integración regional, proponiendo una decena de ejes, tanto transversales como longitudinales que se proponían articular transversalmente las regiones del norte, centro y sur del Perú, como también longitudinalmente, generando o vitalizando ejes a lo largo del litoral y la costa, las cuencas y principales valles interandinos, así como a lo largo de la ceja de selva. Esta estrategia de desarrollo territorial proponía acertadamente articular recursos y potencialidades de las distintas regiones, promoviendo para esto la inversión tanto privada como pública, el desarrollo de la infraestructura y los servicios necesarios para su implementación, como también preveía el desarrollo de las principales ciudades, así como de un conjunto de centros urbanos y rurales asociados a estos ejes o corredores. Se ha señalado que los aspectos críticos del Plan de Desarrollo Territorial propuesto por el CND, residían en que otorgaba prioridad al rol de las ciudades y a las inversiones como directrices del desarrollo, cuando el concepto de desarrollo territorial se refiere a un marco espacial más amplio, donde se produce la adecuada integración del desarrollo urbano y rural, además de que en este espacio territorial los objetivos deberían en lo posible ser concertados con los actores sociales y sus instituciones representativas, asegurando así su esfuerzo y participación organizada para alcanzar las metas planteadas de desarrollo local como regional (La Revista Agraria: 2003). La reciente desactivación del CND, cuyas funciones teóricamente serían asumidas por el Ministerio de la Presidencia, así como la inoperancia del Centro de Planeamiento Estratégico (CEPLAN), revelan de forma patente la escasa voluntad política de generar una mínima base institucional que dote a nuestro país de un imprescindible sistema de planificación. Por el contrario, se percibe que la clase política, percibe esta exigencia como una restricción a su discrecional manejo de los asuntos públicos y menor margen de maniobra en el ejercicio clientelista del poder político. Estado de la cuestión y retos futuros. (Esta sección será redactada a modo de resumen, luego de recibir los comentarios, aportes y sugerencias de los docentes de la unidad académica y de los consultores a los que se les alcanzará la versión preliminar de este documento).

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PARTE 4 (El esbozo de esta sección constituye una propuesta a ser concordada con el aporte de los investigadores del CIAC) Lineamientos para los Casos de Estudio: Ciudades, Territorio y Ecosistemas en el Perú En esta sección trataremos acerca de los criterios para la selección de los casos de estudio y los lineamientos básicos que se deberán de asumir en su investigación, de forma tal que todas las investigación puedan cubrir aspectos que se definan comunes a las problemáticas a explorar y que, al mismo tiempo, permitan reunir de forma sistemática datos e información fundamental para la generación de una base documental, que pueda constituir el primer paso para la conformación de un Centro de Documentación del CIAC. Criterios de selección de los casos tipo Uno de los objetivos fundamentales de la creación del CIAC fue el de asumir el estudio de los diferentes espacios del territorio peruano y de las distintas realidades urbanas presentes en estas regiones. Para cumplir este objetivo, se estableció la estrategia de elegir como casos de estudio ciudades y territorios ubicados en distintas regiones del norte, centro y sur del país, seleccionando casos correspondientes tanto a la costa, como a la sierra y la amazonía. De esta manera, se establecieron ejes transversales que recorren virtualmente las regiones del norte, centro y sur del Perú. La representatividad de ecosistemas regionales En cada uno de estos ejes transversales se encuentran distintos ecosistemas que son representativos de la extraordinaria diversidad ecológica que distingue a nuestro país. Estos ejes transversales recorren y articulan distintos espacios ecológicos, y coinciden con aquellos que ya han sido reconocidos en los cortes transversales que definen sus características específicas. tanto desde el punto de vista geográfico como ecológico (Brack y Mendiola 2000; Pulgar Vidal 1996). La representatividad del tipo de ciudad Este es otro criterio de importancia para la selección de los casos de estudio. Aun cuando es bastante complejo y de relativa utilidad práctica establecer una tipología de las ciudades peruanas, como ya lo hemos señalado, es en todo caso necesario que la ciudad seleccionada para su estudio sea elegida por su representatividad, tomando en cuenta un conjunto de factores que incluyen la dimensión poblacional; área de extensión; importancia económica; morfología; acervo histórico, cultural y patrimonial; evolución y dinámica de desarrollo urbano; el especial rol y relación con el territorio regional; la articulación espacial con otros centros urbanos; así como la representatividad de la ciudad en su especial interacción con los ecosistemas de su región.

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Aspectos y Temas a ser tratados en los casos de estudio En cuanto a los aspectos y temas principales a ser examinados en todos los casos de estudio, se proponen los siguientes:

1) Geografía y Geología; 2) Clima, Hidrografía y Ecología: 3) Antecedentes Históricos; 4) Formas de Desarrollo Territorial; 5) Formas de Desarrollo Urbano; 6) Temas de Investigación Generales y Específicos.

Parámetros generales y específicos en el tratamiento de los casos de estudio En el desarrollo de la investigación de los casos de estudios, el análisis de los aspectos y temas que constituyen los parámetros generales, comunes a todas las investigaciones, podrá adquirir mayor o menor amplitud o profundidad de acuerdo a la particular incidencia que estos tengan en el específico caso de estudio; la disponibilidad de datos e información; como también de acuerdo al criterio e intereses de los investigadores a cargo del estudio. Al respecto, es conveniente que en el desarrollo de los singulares casos de estudio se tracen determinadas líneas de investigación, que derivarían del punto 6 del ítem anterior, a propósito de los temas de investigación, como por ejemplo:

- Redes de ciudades y desarrollo territorial; - Planes de ordenamiento urbano; - Desarrollo urbano y desarrollo rural; - Arquitectura regional, tipologías y técnicas constructivas; - Morfología, tejido urbano y espacios públicos; - Condiciones de vida y vivienda; - Fenómenos naturales y vulnerabilidad (sismos, El Niño, aluviones,

etc). Estrategias de prevención, defensa y mitigación de desastres); - Impacto territorial, económico y social de las industrias extractivas; - Impacto en el desarrollo territorial y urbano de grandes proyectos

nacionales o regionales (irrigaciones, carreteras, puertos, proyectos energéticos, etc.);

- Lineamientos para un desarrollo territorial integral y sostenible. Los márgenes derivados de la singularidad de los casos y del enfoque de los investigadores Evidentemente los temas señalados arriba, como otros, podrán ser examinados con mayor profundidad tomando en cuenta su especial incidencia en los singulares casos de estudio, pudiendo inclusive constituir líneas o temas de investigación en el desarrollo de las investigaciones sobre el caso en estudio. Por otra parte, es muy importante considerar un amplio margen a la iniciativa y especial enfoque de los investigadores, para asumir el estudio de temas que sean de su especial interés o sobre los cuales cuenten con ciertos niveles de especialización, lo cual por cierto enriquece el nivel de los resultados y aportes de la investigación.

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De la conformación de una base documental a la constitución de un centro de documentación Finalmente, los investigadores del CIAC deberán realizar un esfuerzo para proceder a la sistematización progresiva de la información acopiada, de modo que permita conformar una base documental. Esta base documental deberá incluir:

o Material cartográfico; o Material aerofotográfico; o Archivos fotográficos; o Datos estadísticos; o Atlas nacionales o regionales, informes,

estudios, proyectos y otras publicaciones de interés.

Evidentemente la conformación de la base documental exige su ordenamiento clasificado por rubros generales y temáticos, compartiendo determinados formatos comunes, lo que permite resolver adecuadamente su almacenamiento físico o informático, así como facilitar su ubicación y consulta. Esta tarea es de fundamental importancia para la constitución de un centro de documentación que esté disponible no solamente para los investigadores del CIAC, sino también para los demás docentes y estudiantes de arquitectura y urbanismo de la PUCP, así como para el público en general. En este proceso, es de suma importancia publicar y divulgar los avances de los trabajos de investigación realizados en distintas ciudades y espacios regionales peruanos.

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