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Los Cuadernos Inéditos CRONICAS IMPROBABLES Ramón Pernas D e varia una. Valga como introito la cita que refie- re el extraordinario suceso acaecido a su eminencia el cardenal primado de Francia, cuando en uno de sus paseos vespera- les por los jardines de París, siendo el albor del siglo diecinueve la data de esta historia, detúvo- se ente a una jaula que encerraba un primate mandril procedente de las Aicas. Contemplólo con deleite su Eminencia, ob- servó las piruetas y ademanes, la composición de figuras, los modos y actitudes, las reacciones del sabio animal, y tras largo tiempo de demora en su paseo, se dirigió ceremonioso al simio pronunciando la siguiente sentencia: «si hablas te bautizo aquí mismo...» Hablar lo que se dice hablar nunca lo hizo, pero el lorito real del rmacéutico de Brihuega, recitaba de corrido las rmulas magistrales más demandadas en la botica de don Fernando de Roces. De gran utilidad e Teodosio, que así se llamaba el ave, para recordar al rmacéutico ya senil la composición de los preparados. El loco murió de viejo muchos años después del óbito de su amo, y aseguran que e quien enseñó los compuestos al mancebo Miguel Jardiel, ama- do torero años más tarde conocido con el nom- bre artístico de Pichón II, muerto de mala muer- te contra un burladero en el coso de Almodóvar de Cuenca por las rias de San Lorenzo. Aunque animal sabio que vieran ojos huma- nos, nada hay comparable al gran oso Basilio, así nombrado en honra del Patriarca de Oriente. El plantígrado llegó a la península con una campa- ña de zíngaros itinerantes, viejos nobles húnga- ros que almorzaban en vajillas de plata y acam- paban en pabellones vasicolores de otomana c- tura. Hay quien dice que las almbras que utiliza- ban de nudo largo y cenes enriquecidas por el hilo de oro, procedían del saqueo bolchevique al palacio del zar Nicolás de todas las Rusias. Pues bien, el oso Basilio sabía hacer el pan y hornearlo, tocaba como un músico de banda las sardas de Monti y la gran Marcha Real del Impe- rio Austro-Húngaro, ejecutaba al oboe y dicen testigos de señalada nombradía y señores princi- pales que en el cortejo nerario de doña María Eibaicín, notable dama de San Sebastián, e al- quilado para interpretar la Marcha nebre de Chopin al got. Más de doce años anduvo por tierras españo- las y en 1931 e vendido en Sevilla a otra tropa de artistas itinerantes yugoeslavos, cuyos des- cendientes todavía hacen títeres y circo en el sur español siendo aún hoy conocidos como los ba- 92 silios en recuerdo de aquel gran oso sabio, que e muerto en Albacete en 1938 por un brigadis- ta checo que, ebrio de Jumilla, disparó en una madrugada su sil contra el viejo Basilio, ya ciego y completamente calvo. Nunca volvió a los Cárpatos que lo vieron nacer y donde se siguen contando en las noches de invierno y al amor de la lumbre, antiguas historias de cuando el buen Padre Dios creó al oso pardo y le dio el bosque como casa y la inteligencia casi humana para de- nderse de otras bestias y alimañas. De varia y mágica una va hoy la crónica que tras noticias de un primitivo animal, el mouriga- to, que desde hace más de mil primaveras, que gustaba decir el maestro don Alvarito a quien Dios Nuestro Señor en gloria haya, habita la onda galiciana. El mourigato que sólo es visible los amanece- res del miércoles de ceniza cuando muere el Antruejo, es animal cuadrúpedo y birrábico, pues dos colas tiene, la una bermeja y la otra ne- gra y oscura como la noche. Animal del tamaño de una nutria adolescente, vive principalmente en los molinos de agua, construcciones ribereñas a donde los campesi- nos acuden con el trigo aún joven y lo transr- ·man en harinas y salvados. Tiene un don peculiar este pequeño bicho de la una nocturna que habita los hogares y los otoños cuando las castañas se tuestan en la lum- bre y se guardan las hogazas en la artesa. El mourigato cambia de sitio tijeras y hoces y, en ocasiones, éstas parecen esmarse como por ar- te de encantamiento. Nada ve al mourigato ni saben demasiado de su vida y costumbres. Para cazarlo no hay mejor remedio que preparar un tazón de vino caliente con pan migado al que se le añadirá un poco de canela en rama. Las no- ches de luna llena, se deja el tazón sobre la pie- dra de la cocina o en la cantarera donde se colo- ca la vasija de la leche para hacer el requesón. Hacia el alba aparecerá el mourigato y vorazmente beberá el contenido de la taza, de tal suerte que quedará prondamente dormido. Siendo cil atraparlo si arteramente se disponen los elemen- tos necesarios de la guisa señalada. En el año 1943 un grupo de la guardia civil del destacamento de Monrte, encontró, mientras buscaba un depósito de explosivos de la partida guerrillera de «El Mañoso», gran cantidad de ti- jeras, dedales, agas y hasta sartenes percta- mente camuflados en una oquedad del monte por la parte de Lourán. Aquella noche el brigada López Jácome, al ente de un sargento, un cabo y cinco números del benemérito cuerpo, abatieron a una pareja de mourigatos machos que se dirigían al oculto regio. Nunca más hubo noticias de mourigatos en el Valle del Lemas. Y cuando todo apuntaba a su extinción, hubo nueva reciente de una camada de estos animales a las mismas puertas de la ciudad de Orense.

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Los Cuadernos Inéditos

CRONICAS

IMPROBABLES

Ramón Pernas

De varia fauna.

Valga como introito la cita que refie­re el extraordinario suceso acaecido a su eminencia el cardenal primado de

Francia, cuando en uno de sus paseos vespera­les por los jardines de París, siendo el albor del siglo diecinueve la data de esta historia, detúvo­se frente a una jaula que encerraba un primate mandril procedente de las Africas.

Contemplólo con deleite su Eminencia, ob­servó las piruetas y ademanes, la composición de figuras, los modos y actitudes, las reacciones del sabio animal, y tras largo tiempo de demora en su paseo, se dirigió ceremonioso al simio pronunciando la siguiente sentencia: «si hablas te bautizo aquí mismo ... »

Hablar lo que se dice hablar nunca lo hizo, pero el lorito real del farmacéutico de Brihuega, recitaba de corrido las fórmulas magistrales más demandadas en la botica de don Fernando de Roces. De gran utilidad fue Teodosio, que así se llamaba el ave, para recordar al farmacéutico ya senil la composición de los preparados. El loco murió de viejo muchos años después del óbito de su amo, y aseguran que fue quien enseñó los compuestos al mancebo Miguel Jardiel, afama­do torero años más tarde conocido con el nom­bre artístico de Pichón II, muerto de mala muer­te contra un burladero en el coso de Almodóvar de Cuenca por las ferias de San Lorenzo.

Aunque animal sabio que vieran ojos huma­nos, nada hay comparable al gran oso Basilio, así nombrado en honra del Patriarca de Oriente. El plantígrado llegó a la península con una campa­ña de zíngaros itinerantes, viejos nobles húnga­ros que almorzaban en vajillas de plata y acam­paban en pabellones vasicolores de otomana fac­tura. Hay quien dice que las alfombras que utiliza­ban de nudo largo y cenefas enriquecidas por el hilo de oro, procedían del saqueo bolchevique al palacio del zar Nicolás de todas las Rusias.

Pues bien, el oso Basilio sabía hacer el pan y hornearlo, tocaba como un músico de banda las sardas de Monti y la gran Marcha Real del Impe­rio Austro-Húngaro, ejecutaba al oboe y dicen testigos de señalada nombradía y señores princi­pales que en el cortejo funerario de doña María Eibaicín, notable dama de San Sebastián, fue al­quilado para interpretar la Marcha fúnebre de Chopin al fagot.

Más de doce años anduvo por tierras españo­las y en 1931 fue vendido en Sevilla a otra tropa de artistas itinerantes yugoeslavos, cuyos des­cendientes todavía hacen títeres y circo en el sur español siendo aún hoy conocidos como los ba-

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silios en recuerdo de aquel gran oso sabio, que fue muerto en Albacete en 1938 por un brigadis­ta checo que, ebrio de Jumilla, disparó en una madrugada su fusil contra el viejo Basilio, ya ciego y completamente calvo. Nunca volvió a los Cárpatos que lo vieron nacer y donde se siguen contando en las noches de invierno y al amor de la lumbre, antiguas historias de cuando el buen Padre Dios creó al oso pardo y le dio el bosque como casa y la inteligencia casi humana para de­fenderse de otras bestias y alimañas.

De varia y mágica fauna va hoy la crónica que tras noticias de un primitivo animal, el mouriga­to, que desde hace más de mil primaveras, que gustaba decir el maestro don Alvarito a quien Dios Nuestro Señor en gloria haya, habita la fronda galiciana.

El mourigato que sólo es visible los amanece­res del miércoles de ceniza cuando muere el Antruejo, es animal cuadrúpedo y birrábico, pues dos colas tiene, la una bermeja y la otra ne­gra y oscura como la noche.

Animal del tamaño de una nutria adolescente, vive principalmente en los molinos de agua, construcciones ribereñas a donde los campesi­nos acuden con el trigo aún joven y lo transfor­·man en harinas y salvados.

Tiene un don peculiar este pequeño bicho de la fauna nocturna que habita los hogares y los otoños cuando las castañas se tuestan en la lum­bre y se guardan las hogazas en la artesa. El mourigato cambia de sitio tijeras y hoces y, en ocasiones, éstas parecen esfumarse como por ar­te de encantamiento. Nada ve al mourigato ni saben demasiado de su vida y costumbres. Para cazarlo no hay mejor remedio que preparar un tazón de vino caliente con pan migado al que se le añadirá un poco de canela en rama. Las no­ches de luna llena, se deja el tazón sobre la pie­dra de la cocina o en la cantarera donde se colo­ca la vasija de la leche para hacer el requesón. Hacia el alba aparecerá el mourigato y vorazmente beberá el contenido de la taza, de tal suerte que quedará profundamente dormido. Siendo fácil atraparlo si arteramente se disponen los elemen­tos necesarios de la guisa señalada.

En el año 1943 un grupo de la guardia civil del destacamento de Monforte, encontró, mientras buscaba un depósito de explosivos de la partida guerrillera de «El Mañoso», gran cantidad de ti­jeras, dedales, agujas y hasta sartenes perfecta­mente camuflados en una oquedad del monte por la parte de Lourán.

Aquella noche el brigada López Jácome, al frente de un sargento, un cabo y cinco números del benemérito cuerpo, abatieron a una pareja de mourigatos machos que se dirigían al oculto refugio.

Nunca más hubo noticias de mourigatos en el Valle del Lemas.

Y cuando todo apuntaba a su extinción, hubo nueva reciente de una camada de estos animales a las mismas puertas de la ciudad de Orense.

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Dicen añejas crónicas que treinta años de des­gracias asolarán al hombre de las Galicias, Astu­rias y hasta de León, si de sus bosques desapare­ce por siempre el mourigato.

Animales listos, creados por el Hacedor para entretener al hombre y prestarle compañía, hubo muchos, pero acaso ninguna como Dama, un elefante hembra desembarcado en Vigo en el año nueve, y que procedente de Hamburgo ve­nía destinado para recreo y exhibición en el Par­que Botánico de don Raúl de Montenegro, hacendado filántropo que, tras treinta años de emigración en Detroit, fundó cerca de Betanzos el «Parque Botánico y Recreativo de las especies y las maravillas del orbe».

Más de cien años tenía Dama cuando llegó a Galicia a bordo del Nueva Dorotea. Desde su país natal, la India, había recorrido medio mun­do, yendo a parar con sus cien quintales al coli­seo viajero o circo del afamado adiestrador ale­mán señor Hegembeck, que llegó a poseer en Hamburgo el mayor parque de fieras del que se tenga noticias.

Dama entendía la voz humana expresada en todas las lenguas conocidas, era dócil y obedien­te, sabía contar números y cosas, realizaba su­mas y restas, reconocía y distinguía hombres y caras ocultas entre multitudes, capaz fue de ju­gar hasta seis meses con ayuda de su trompa psi­quidérmica, estaba dotada para apilar árboles y bultos, estibaba correctamente todo tipo de mercancías y tenía un muy especial don que la hizo famosa: el tacto de su cuerpo con el de una vaca seca, provocaba de nuevo fertilidad en la bestia, lo que hizo correr la voz de Tuy a Riba­deo originando auténticas peregrinaciones de crédulos campesinos que hacían el camino con sus vacas en busca del milagro.

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Murió aún hay poco, era la atracción de feria más requerida en la nación de Portugal. Sucedió en Setúbal, trabajando en la feria de San Anto­nio. Era la estrella del Pabellón Anjou de Atra-9oes de Feira do Doctor M. Martins.

Más de cien casos de animales diestros tene­mos catalogados. Harían falta otros tantos artículos de esta crónica para enumerarlos y dar cuenta y razón de sus especiales dotes. Pero no queremos dejar incompleta esta improbable, muy improbable, historia sin referirnos al sirio, animal doméstico y casi humano, habitante del páramo castellano y en especial de la zona pa­lentina.

Es el sirio el animal más culto del que se tiene noticia. Sabe leer y aprende de memoria textos del siglo de oro de las letras españolas.

Tuve la suerte de ver uno de estos raros y muy escasos animales hace ya algunos años en Rodrigatos de Obispelia una noche en verano y estando yo en compañía del cura don Serafín de Entrambasaguas, párroco de Santa Magdalena.

Aparecióse el sirio cuando la tarde cae pere­zosa entre dos luces y el cielo comienza a pre­ñarse de estrellas.

Era un espléndido ejemplar macho de unos ocho años y unos treinta kilos de peso, semejaba mismamente un lechón segoviano, al vernos se acercó y con una voz gutural recitó casi susu­rrante fragmentos más bien largos de la galatea cervantina. Tras más de un cuarto de hora de declamación marchóse por donde había venido.

Comoquiera que en mi rostro quedara refleja­da la sorpresa, calmóme don Serafín sacándome de mi asombro al decirme escuetamen- l!!fll,,., te: «Yo vi a uno que se tenía aprendido ., el Kempis ... »

Hizo mucho calor aquel verano.