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33 ConCordis tiende desde el misterio”. Después de una breve referencia del significa- do de la sucesión apos- tólica, marcó con sus palabras la importancia de “el gobierno invisible de la Iglesia, y la misión celestial que los doce continúan ejerciendo por los obispos. Cristo humillado y glorificado decidió hacerse operan- te por medio de nuestra pequeñez. Y esto sólo puede ser comprendido por la fe, es un misterio de fe”. Continuó su homilía hacien- do pública la pregunta: “¿Qué es lo que fundamentalmente se pide al Obispo?” Y para dar respuesta, hizo alusión a las palabras de San Pablo a Timoteo: “conservar lo que se le ha confiado, el depósito de la fe. Por eso ser siervo de la Iglesia, y especialmente de sus siervos más débiles, es un rasgo característico de la carga episcopal”, citando a San Agustín sobre la importancia del servicio a los más débiles de la Iglesia y refriéndose al que iba a ser ordena- do con las siguientes palabras: “Querido Alberto, por tu formación agustiniana habrás meditado estas cosas, quizá muchas veces; he querido recordártelas en este momento en que pueden adquirir para ti un significado nuevo. Que ellas te sirvan de inspiración y de auspicio en tu ministerio episcopal”. Se continuó la celebración con el rito de la Ordenación. Comenzó con la profesión de fe y las promesas episcopa- les y todo el público de rodillas cantó las letanías de los santos pidiendo “rueguen por nosotros”. Seguidamente los obispos impusieron el Evangelio y sus manos sobre la cabeza del consagrado. Seguido de la oración consagratoria, se entregó al nuevo obispo los símbolos de su episcopado: el evange- lio, el anillo, el báculo y la mitra. Finalizando el rito con el abrazo de paz por parte de todos los arzobispos y obispos presentes. Fue, sin duda, el momento de acción de gracias pos- terior a la comunión, el más emotivo de la celebración. En él, monseñor Alberto Bochatey, se dirigió a toda la El 10 de marzo de 2013 la ciudad de La Plata amanecía envuelta en un sol espléndido. Eran las 10.30 h. de la mañana cuando su magnífica catedral neogótica aparecía abrazada por una oleada blanca forma- da por 40 obispos y arzobis- pos, 40 religiosos agustinos entre los que se encontraban el Superior General de la Or- den de San Agustín, P. Robert Prevost, el Superior Provincial de la Provincia de España, P. Agustín Alcalde y el vicario de la Provincia en Argentina P. Nicanor Juárez, junto con, aproximadamente, 100 sacerdotes entre religiosos y diocesanos. La celebración fue presidida por el arzobispo de la Plata, monseñor Héctor Alguer y, en dicha ceremonia, fue ordenado obispo auxiliar de la Plata el sacerdote Agustino P. Alberto Bochatey Chanetón, ya nombrado con anterioridad obispo titular de Monte de Mauritania y Auxiliar de La Plata, el 4 de diciembre de 2012, por el papa Benedicto XVI. A la ceremonia asistieron un gran número de fieles entre los que se encontraban familiares, amigos y compañeros de monseñor Alberto, a los que se unieron un numeroso grupo de personas que llenaron los asientos y el espacio de la majestuosa catedral. El Nuncio Apostólico en Argentina, Mons. Emil Paul Tscherrig, dio comienzo a la celebración ponderando las cualidades sacerdotales e intelectuales de monseñor Alberto Bochatey, destacando el abandono de “una exi- tosa carrera académica, y de formación de seminaristas de su Orden, para asumir la carga episcopal”, calificando la ordenación de monseñor Alberto Bochatey como “una bendición para la Iglesia en la Argentina y en el mundo”. La celebración duro dos horas y media y fue acompa- ñada por los cantos del coro del Seminario de la Plata. Rosario Bochatey, hermana del nuevo obispo, realizó la lectura de la palabra del apóstol San Pablo a Timoteo y el Evangelio fue proclamado por uno de los diáconos permanentes platenses. En la homilía, monseñor Héctor Aguer nos expresó la importancia en comprender que “a la Iglesia sólo se la en- Mons. Alberto Bochatey. Catedral de la Plata (Argentina). CRÓNICA DE LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DE MONS. ALBERTO G. BOCHATEY CHANETÓN, (O.S.A.)

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ConCordis

tiende desde el misterio”. Después de una breve referencia del significa-do de la sucesión apos-tólica, marcó con sus palabras la importancia de “el gobierno invisible de la Iglesia, y la misión celestial que los doce continúan ejerciendo por los obispos. Cristo humillado y glorificado decidió hacerse operan-te por medio de nuestra pequeñez. Y esto sólo puede ser comprendido por la fe, es un misterio de fe”. Continuó su homilía hacien-do pública la pregunta: “¿Qué es lo que fundamentalmente se pide al Obispo?” Y para dar respuesta, hizo alusión a las palabras de San Pablo a Timoteo: “conservar lo que se le ha confiado, el depósito de la fe. Por eso ser siervo de la Iglesia, y especialmente de sus siervos más débiles, es un rasgo característico de la carga episcopal”, citando a San Agustín sobre la importancia del servicio a los más débiles de la Iglesia y refriéndose al que iba a ser ordena-do con las siguientes palabras: “Querido Alberto, por tu formación agustiniana habrás meditado estas cosas, quizá muchas veces; he querido recordártelas en este momento en que pueden adquirir para ti un significado nuevo. Que ellas te sirvan de inspiración y de auspicio en tu ministerio episcopal”.

Se continuó la celebración con el rito de la Ordenación. Comenzó con la profesión de fe y las promesas episcopa-les y todo el público de rodillas cantó las letanías de los santos pidiendo “rueguen por nosotros”. Seguidamente los obispos impusieron el Evangelio y sus manos sobre la cabeza del consagrado.

Seguido de la oración consagratoria, se entregó al nuevo obispo los símbolos de su episcopado: el evange-lio, el anillo, el báculo y la mitra. Finalizando el rito con el abrazo de paz por parte de todos los arzobispos y obispos presentes.

Fue, sin duda, el momento de acción de gracias pos-terior a la comunión, el más emotivo de la celebración. En él, monseñor Alberto Bochatey, se dirigió a toda la

El 10 de marzo de 2013 la ciudad de La Plata amanecía envuelta en un sol espléndido. Eran las 10.30 h. de la mañana cuando su magnífica catedral neogótica aparecía abrazada por una oleada blanca forma-da por 40 obispos y arzobis-pos, 40 religiosos agustinos entre los que se encontraban el Superior General de la Or-den de San Agustín, P. Robert Prevost, el Superior Provincial de la Provincia de España, P. Agustín Alcalde y el vicario

de la Provincia en Argentina P. Nicanor Juárez, junto con, aproximadamente, 100 sacerdotes entre religiosos y diocesanos.

La celebración fue presidida por el arzobispo de la Plata, monseñor Héctor Alguer y, en dicha ceremonia, fue ordenado obispo auxiliar de la Plata el sacerdote Agustino P. Alberto Bochatey Chanetón, ya nombrado con anterioridad obispo titular de Monte de Mauritania y Auxiliar de La Plata, el 4 de diciembre de 2012, por el papa Benedicto XVI. A la ceremonia asistieron un gran número de fieles entre los que se encontraban familiares, amigos y compañeros de monseñor Alberto, a los que se unieron un numeroso grupo de personas que llenaron los asientos y el espacio de la majestuosa catedral.

El Nuncio Apostólico en Argentina, Mons. Emil Paul Tscherrig, dio comienzo a la celebración ponderando las cualidades sacerdotales e intelectuales de monseñor Alberto Bochatey, destacando el abandono de “una exi-tosa carrera académica, y de formación de seminaristas de su Orden, para asumir la carga episcopal”, calificando la ordenación de monseñor Alberto Bochatey como “una bendición para la Iglesia en la Argentina y en el mundo”.

La celebración duro dos horas y media y fue acompa-ñada por los cantos del coro del Seminario de la Plata. Rosario Bochatey, hermana del nuevo obispo, realizó la lectura de la palabra del apóstol San Pablo a Timoteo y el Evangelio fue proclamado por uno de los diáconos permanentes platenses.

En la homilía, monseñor Héctor Aguer nos expresó la importancia en comprender que “a la Iglesia sólo se la en-

Mons. Alberto Bochatey.

Catedral de la Plata (Argentina).

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BOCHATEY CHANETÓN, (O.S.A.)

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asamblea con unas palabras de agradecimiento: “…en primer lugar a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, por este llamado que me hace al orden del episcopado”. Mencionó a Abraham y al abandono de todo ante su misión, “…saliendo de la tierra de lo seguro y conocido, para entrar en la tierra del ministerio de obispo, de la nueva misión de apóstol y maestro… regresando a mi querida Argentina, en esta, ya querida, Arquidiócesis de La Plata”. Agradeció el cálido y fraternal recibimiento de monseñor Héctor Agüero; al aliento y compañía de la palabra paterna y profesional del Señor Nuncio Apostó-lico en Argentina, Mons. Emil Paul Tscherrig; y un largo agradecimiento a los arzobispos y obispos presentes. Se-guidamente, agradeció su presencia al Padre General de la Orden de San Agustín, P. Robert Prevost, al P. Provincial, P. Agustín Alcalde Arriba y al P. Vicario de Argentina y Uru-guay, P. Nicanor Juárez Saldaña. A los hermanos agustinos del Vicariato San Alonso de Orozco y a los compañeros de curso venidos de España. Fue éste un momento espe-cialmente emotivo, ya que, superado por la emoción, su voz se quebró y todos acompañamos los segundos de silencio con un fuerte aplauso para ayudarle a continuar.

Siguieron unas palabras en italiano mencionando a los representantes de algunas comunidades religiosas de Italia que se habían acercado para acompañarle. Fueron también especialmente entrañables las palabras de agra-decimiento para sus padres “… que desde el cielo se unen a esta celebración”, a toda su familia, a los laicos y a todo el clero de la Plata.

Continuaron sus palabras con una breve reflexión a su nueva condición de obispo, en las que se vislumbraban las mismas palabras de San Agustín: “Desde que me llamaron a ser obispo, …si por un lado me aterroriza lo que soy para ustedes, por otro me consuela lo que soy con ustedes. Soy obispo para ustedes, soy cristiano con ustedes. La condición

de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la condición de obispo comporta un peligro, la de cristiano una salvación”. “… Si el cumplimiento de los deberes pro-pios de nuestro ministerio episcopal significa un trabajo y un esfuerzo, el don de ser cristianos, que comparto con ustedes, representa nuestro descanso. Por lo tanto, si encuentro más gusto en el hecho de haber sido comprado con ustedes para la salvación que en el de haber sido puesto como jefe espiritual para ustedes, entonces seré más plenamente vuestro servidor...”.

Terminó con un “Muchas gracias a todos” que arrancó un fuerte y largo aplauso de todos los que allí estábamos presentes y habíamos acompañado la ordenación a mon-señor Alberto Bochatey. Y concluyó recorriendo el templo y bendiciendo al pueblo de fieles que había participado en la ceremonia.

Gracias a ti, Alberto, por hacernos partícipes de tu ordenación episcopal y de las emociones vividas en este momento. Pudiste comprobar que tienes amigos en to-das las partes del mundo para abrazar desde Argentina esta Iglesia que formamos todos. Y nosotros podemos decir orgullosos que “tenemos un amigo obispo”, pero no tanto por la importancia que ahora tienes, como por la esperanza que implica en todos nosotros saber que desarrollarás una importante misión para el servicio de la iglesia y, especialmente, para los más pobres. No olvides nunca las palabras de Nuestro Padre a las que tú has he-cho referencia: “Soy obispo para ustedes, soy cristiano con ustedes. La condición de obispo connota una obligación; la de cristiano un don”.

Muchas gracias monseñor.

P. Daniel Ángel Abad Rossi, OSA

Mons. Alberto junto al P. Isidoro accediendo a la Catedral.

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ConCordis

La celebración que hoy nos congrega, queridos hermanos, manifiesta de un modo profundo y elocuente el misterio de la Iglesia y el cuidado providencial que el Señor ejerce sobre ella a través de los tiempos. Ustedes serán testigos de la acción sacramental por la que se transmiten los po-deres apostólicos para cumplir el servicio de apacentar y pastorear el rebaño de Cristo, es decir, para alimentarlo, guiarlo y protegerlo. En el momento culminante de ese rito, los obispos presentes pronunciaremos una epíclesis, una invocación dirigida a Dios Padre pidiéndole que infunda la fuerza que de él procede en el que ha sido elegido, el Espíritu que descendió y reposó sobre Jesús para el ejercicio de su misión mesiánica y que el mismo Jesús comunicó a los santos apóstoles. Por este gesto eficaz, nuestro hermano Alberto será in-tegrado en la sucesión apostólica. El concilio Vaticano II resume la tradición eclesial cuando enseña que los Doce, instituidos por Jesús para implantar la Iglesia en todo el mundo, dejaron a modo de testamento a sus colaboradores inmediatos el encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos, es decir, se cuidaron de establecer sucesores (Lumen Gentium, 20). Si el retorno glorioso de Cristo se hubiera producido en vida de los apóstoles, no se hubiera planteado la necesidad de la sucesión; de hecho desde el siglo II los obispos, como cabezas visibles de una comunidad y presidiendo un colegio de presbíteros,

son reconocidos como sucesores de los apóstoles. El episcopado de cada obispo es legítimo porque está en continuidad, a través de sus predecesores con el aposto-lado que puede llamarse tal en sentido estricto, el de los Doce apóstoles. Existe, pues, una ca-dena ininterrumpida de envíos y consagraciones que religa a los obispos de hoy con los apóstoles y a través de ellos con Jesús. Esta vinculación podríamos decir ho-rizontal, histórica i, expresa en la continuidad del tiempo el hecho misterioso, pero real y actualísimo del gobierno invisible de Cristo sobre la Iglesia y de la misión celes-tial que los mismos apóstoles, los Doce, continúan ejerciendo por medio de los obispos; éstos tienen el encargo de cuidar la Iglesia, de conservarla tal como aquellos la establecieron y de extenderla y edificarla incesantemente sobre sus fundamentos.

El Vaticano II declaró que en la consagración episcopal se confie-re la plenitud del sacramento del

orden, llamada en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres sumo sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado (Lumen Gentium, 21). Alberto recibirá ahora ese sello invisible, un enrique-cimiento espiritual que será en él una realidad nueva que lo habilitará para hacer presentes las acciones mesiánicas de Jesús -enseñar y santificar a los hombres, conducir pastoralmente a los fieles- una realidad que se verifica, por su incorporación al orden de los obispos,

Mons. Hector Aguer.

Homilía de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en la misa de ordenación episcopal de monseñor

Alberto Bochatey(Iglesia catedral, 9 de marzo de 2013)

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al cuerpo de sucesores de los apóstoles. Este ministerio apostólico se transmite por medio de un sacramento, es decir, a través de mediaciones sensibles, materiales, según la lógica de la encarnación. Es un sacramento en el sacramento de la Iglesia. Cristo, el Verbo encarnado, despliega su acción en la Iglesia; él y su Espíritu obran valiéndose de decisiones humanas y de disposiciones jurídicas, asumiendo las condiciones personales de los sujetos elegidos, contando incluso con sus limitaciones. Cristo, humillado y glorificado, ha decidido hacerse pre-sente y operante por medio de nuestra pequeñez; esta disposición sapientísima y desconcertante sólo puede ser comprendida en la fe. Lo que vamos a realizar ahora, queridos hermanos, es un hecho de fe, un misterio de fe. Se pueden hacer muchas consideraciones sociológicas, culturales, de análisis político, sobre la Iglesia, su organi-zación, sus estructuras institucionales y el personal ecle-siástico -lo comprobamos abundantemente en estos días en que Roma es el centro de un extraordinario interés mundial- pero sin la iluminación de la fe no se percibirá lo esencial. La exigencia de una continua purificación y renovación de la Iglesia, de cada uno de sus miembros en ella, es una consecuencia de su sacramentalidad, para que la mayor transparencia de los elementos visibles permita una luminosa manifestación de lo invisible, por eso todos estamos llamados a la santidad.

Siguiendo con atención los gestos y palabras que componen el rito de la ordenación se pueden apreciar debidamente qué significa el ministerio episcopal y qué cargas conlleva; el interrogatorio al que se somete al elegido delante del pueblo, la plegaria de consagración,

la unción con el crisma, la entrega del Evangelio y de las demás insignias lo expresan con elocuencia. ¿Qué es lo que fundamentalmente se le pide al obispo? Podemos verlo sintetizado en una frase que escuchamos en la primera lectura; es la exhortación que san Pablo como testamento suyo dirige a Timoteo; conserva lo que se te ha confiado (2 Tim. 1, 14). Más literalmente se puede traducir: conserva el precioso depósito. Esta palabra depósito aparece varias veces en las Cartas pastorales y equivale al mandato del Señor, a la confesión de la fe de la cual fue modelo el mismo Jesús ante Pilatos, el misterio de la piedad, la enseñanza o doctrina, que —como se dice en esos textos— es bella, sana, confor-me al verdadero culto de Dios. Todos estos términos designan el misterio cristiano, la verdad y la gracia del Evangelio fuente de libertad y liberación. Precisamente, al nuevo obispo se le entrega el Evangelio y el Evangelio antes lo ha cubierto, planeando sobre su cabeza, en el momento solemne en que se pronuncia la oración consecratoria. El bello, noble, precioso depósito es el tesoro de la fe cristiana, el conjunto de bienes que el depositario custodia y que no le pertenecen en propie-dad; le son confiados y no puede disponer de ellos a su gusto; la justicia, el honor, la fidelidad le imponen el deber de conservarlos y transmitirlos cuidadosamente, como realidad sagrada y divina.

El mandato apostólico que se ha leído —el nombra-miento de Mons. Bochatey firmado por Benedicto XVI el 4 de diciembre pasado— contiene hacia el final una breve cita de San Agustín, tomada de un sermón suyo que es un elogio de la caridad, a la que llama dulce y saludable vínculo de las almas, sin la cual el rico es po-bre y con la cual el pobre es rico. En ese mismo texto agustiniano se dice que la caridad nos hace sufridos en las adversidades, moderados en las prosperidades, fuertes ante la violencia de las pasiones, gozosos en el ejercicio de las buenas obras, seguros, generosos, pacientes; quien tiene el corazón rebosante de amor a Dios y al prójimo comprende sin error la múltiple abun-dancia de las divinas Escrituras y su elocuente doctrina. Esto vale para la caridad de todo cristiano, pero singu-larmente para la caridad pastoral del obispo. Agustín, que es el gran —doctor de la caridad— predicó y escribió abundantemente sobre el tema y concibió su laborioso ministerio, en el que no faltaron luchas y azares, como un ejercicio propio de la caridad. En una de sus obras reconoce como una confesión personal que hace falta mucha caridad para sufrir las turbulentas angustias de los pleitos ajenos que él debía discernir y resolver, pero recuerda que es siervo de la Iglesia y siervo sobre todo de sus miembros más débiles, y concluye: con todo, yo

Momento de la Ordenación de Mons. Alberto.

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amor —continúa diciendo— supera toda molestia por grande que sea, por ejemplo, las que implica luchar por la verdad y contra el pecado; en aquel que apacienta las ovejas de Cristo debe crecer de tal modo el fervor espiritual hacia él, tanto que supere incluso el temor natural de la muerte.

Querido Alberto: por tu formación agustiniana habrás meditado estas cosas, quizá muchas veces; he querido recordártelas en este momento decisivo en que pueden adquirir para ti un significado nuevo y un carácter de interpelación y de íntima y dulce exigencia. Que ellas te sirvan de inspiración y de auspicio en tu ministerio episcopal. Bienvenido a esta Iglesia Platense, a la que deberás amar con intensa y efectiva caridad compartiendo mi carga pastoral. Tu nombre se suma al de una lista considerable de obispos auxiliares que trabajaron con desvelo en esta mies: entre ellos descuellan algunos nombres eximios, como los de los futuros cardenales Copello, Prima-testa y Pironio. Te recibimos con alegría, seguros de que la arquidiócesis se verá enriquecida con tus dotes de inteligencia y de corazón. Te encomendamos a la protección maternal de la Inmaculada y a la interce-sión de san Ponciano.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, Argentina

acepto ese trabajo, y no sin el consuelo del Señor, por la esperanza de la vida eterna y para dar fruto con mi paciencia (De opere monachorum, 29, 37). Siervo de la Iglesia y especialmente de sus miembros más débiles; rasgo esencial, exquisito, de la espiritualidad episcopal.

El Evangelio que se ha proclamado hace unos minu-tos nos conmueve de un modo particular en estos días en que la cátedra de Pedro está vacante; nos sugiere también la adhesión de fe y un sentimiento de gratitud por lo que significa el ministerio petrino para la unidad y la identidad de la Iglesia. Pero conviene recordar al mismo tiempo que el de Pedro es fuente y paradigma de todo ministerio eclesial. Así parece haberlo entendido el obispo de Hipona en su comentario al cuarto Evangelio. En efecto en el penúltimo de sus In Ioannis Evangelium tractatus estampó esa frase tantas veces citada, que resume el sentido y la inspiración el ministerio: sea oficio de amor apacentar el rebaño del Señor; como él mismo explica, por el amor de obedecer, de ayudar y de agradar a Dios. Si la triple pregunta que Jesús dirigió a Pedro se nos dirige a nosotros responderemos con temor y temblor que lo amamos, pero entonces, si es así, escuchemos su voz tal como Agustín la interpreta: si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo, sino a mis ovejas: apaciéntalas como mías, no como si fueran tuyas; busca en ellas mi gloria, no la tuya; mi dominio, no el tuyo; mis intereses, no los tuyos. La fuerza del

Grupo de religiosos agustinos que asistieron a la Ordenación Espiscopal.

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(O.S.A.)10 de marzo…fiesta agustiniana

El domingo Bonaerense amaneció un tanto ventoso, -así lo bautizaron Guillermo y Nica-, como que el vien-to del Espíritu que el día anterior se “comprometió” a dar fuerzas a nuestro hermano, ahora también obispo, Alberto, (qué extraño se me hace el tratamiento de monseñor, amigo), aún siguiese presente…en un día en el que, por deseo de Alberto, lo íbamos a dedicar todo entero, a festejar su consagración en un ambiente exclusivamente agustiniano…

Así fue; a la hora prevista, salimos desde nuestros lugares de origen, casa de Formación Santa Mónica y colegio San Agustín, en dirección al santuario de Ntra. Sra. de Luján. Alberto, como buen argentino, quería agradecer a “su” Virgen el nuevo servicio episcopal, a la vez que pedirle a la pequeña imagen de María, le asistiera en la nueva tarea que la Iglesia le pedía, en este caso, en la Archidiócesis de La Plata. Fueron cerca de 70 kilómetros en la camioneta, expertamente ma-nejada por Javier que había sustituido a Pablo (gracias, hermanos por vuestro servicio impagable). La verdad es que se nos hizo corto, entre otras cosas porque, al ser

domingo, y las 9 de la mañana, las salidas de Buenos Aires estaban bastante más ligeras de tráfico que los días laborables que, como en toda gran ciudad, son un ejercicio permanente de entrenamiento de una virtud muy propia de los conductores: la paciencia. Dios mío, ¡qué tráfico más tremendo tiene la capital Argentina!

Llegamos al santuario los 24 agustinos convocados, y, una vez aparcados los vehículos, siguiendo a un “gene-roso” chaval que nos indicaba un aparcamiento seguro, salimos a una gran plaza, rectangular, con soportales a derecha e izquierda (saturados de puestecitos de recuerdos de la Virgen). De frente, una majestuosa basí-lica, la Basílica de Nuestra Señora de Luján. Imponente monumento de fe, característico del siglo XIII y uno de los más importantes casos del estilo neogótico de Argen-tina, junto con la catedral de La Plata, por ejemplo. Este hermoso templo acoge la imagen de la más popular y querida Señora para los argentinos: la Virgen de Luján.

El gentío que se veía por todas partes hacía evidente que el lugar era expresión de fe en María y, cada uno a su manera, arrodillados o de pie, pedía o daba gra-cias a la Virgen materializada en una pequeña imagen de terracota de apenas 38 centímetros. La imagen es una representación de la Inmaculada Concepción, vestida con una hermosa túnica blanca y un manto azul celeste (colores de la bandera argentina); su cara es morena, de rostro ovalado, ojos azules y sus manos están en oración junto al pecho.

Siempre me ha llama-do la atención el escaso tamaño de las distintas Vírgenes repartidas por todos los lugares del mundo… Esas pequeñas imágenes se hacen pre-

Mons. Alberto y el P. Provincial en el Santuario de Luján.

Santuario de la Virgen de Luján.

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sencia y vida, con tamaño gigantesco, en el corazón de muchos cristianos. En este caso de Ntra. Sra. de Luján, hasta llegar a ser patrona de Argentina.

Ante la imposibilidad de subir al camerino de la Vir-gen al encontrarse la zona en obras, optamos por acudir a una capilla lateral, en donde había una réplica, para hacer junto a Monseñor Alberto y Monseñor Mariano, una oración sencilla pero cargada de recogimiento y emoción, pidiendo a la Madre del cielo. La imagen de Ntra. Sra. de Luján está en la misma capilla en la que está enterrado el Cardenal Eduardo Pironio, hombre muy querido también por los argentinos, y en proceso de beatificación. Creo, sinceramente, que el nuevo obispo había elegido el lugar más idóneo para rezar: la Madre, modelo de servicio, y un ejemplo de lo que

debe ser un obispo entregado a los demás…fueron testigos de nuestra sencilla pero sincera oración.

Después de hacernos con los recuerdos corres-pondientes en la tienda oficial de la basílica, siguiendo el consejo del P. Alberto, volvimos a nuestros coches porque la hora de la comida estaba llegando. Gracias a la pericia de nuestros “choferes” y su destreza en manejar del auto – que se note que hemos aprendido lenguaje argentino-llegamos a Pilar, donde nuestros hermanos de Buenos Aires tienen una excelente finca de recreo, con todo lo necesario para pasar un hermoso día; con qué orgullo hablan de este lugar los papás tanto del colegio San Agustín como de S. Martín de Tours… La verdad es que a nosotros, pro-bablemente por la hora que era, no nos llamó tanto la atención el “pasto” ni la “pileta” sino más bien el olorcillo increíble que llegaba de una zona en donde

un experto cocinero nos estaba preparando el plato más típico o al menos el más popular, de Argentina: el asado. Los dos “miguelángeles” hacían de perfectos anfitriones del grupo, y de ayudantes eficaces en los preparativos del menaje correspondiente para que todo estuviese en su punto. Todos sentados en la larga mesa y después de recibir la bendición del hermano obispo homenajeado, comenzamos a dar cuenta de todos los platos que iban saliendo del horno... Uno que en esos momentos se vuelve especialmente materialista, no podía por menos de recordar aquello del Salmo… “Ved qué dulzura, que delicia, convivir los hermanos unidos…” El ambiente fra-ternal que se respiraba en torno a esa mesa era digno de poderse enmarcar…

Con las copitas y los brindis correspondientes, pusimos fin a la fraternal comida porque, ade-más, había que volver a Buenos Aires y prepararse un poco; la Iglesia de San Agustín y la pri-mera misa solemne de Alberto como obispo, nos esperaba….

La vuelta por la autovía ya no era como por la mañana, la ruta de entrada a la ciudad ya había recobrado el color del atasco…y nunca mejor dicho lo del color porque hacia Buenos Aires se dirigían una interminable fila de colectivos transportando a las barras bravas del River Plate al Monumental. En la misma autovía fuimos testigos de cómo se las gastan estos aficionados, con per-

Mons. Alberto junto a los agustinos de su curso en el Santuario de Luján.

Religiosos Agustinos que visitaron junto con Mons. Alberto el Santuario de la Virgen de Luján.

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dón para los aficionados, porque con sus gestos y sus actitudes violentas, muy violentas, consiguieron cortar la ruta hasta que llegó la policía y a base de disparos de pelotas de goma fueron capaces de abrir el tráfico. Nos habían explicado, Miguel Ángel Herrero, principalmente, como eran estos individuos y mira tú por dónde, tuvimos la oportunidad de verlos en escena…Fue una curiosa experiencia pero muy desagradable…

Con tiempo suficiente para descansar y acicalarnos un poco, llegamos al Colegio San Agustín. El movimiento que había en la zona de la iglesia, a pesar de que aún faltaba mucho tiempo, presagiaba que algo importante iba a ocurrir en la parroquia; por cierto, con lo hermosa que es, qué pena lo tapada que está por los edificios...

Ya estábamos a punto de comenzar el último gran momento del día: la primera misa solemne de Mon-señor Alberto en la parroquia, en su parroquia, en ese lugar que había sido testigo de los más importantes acontecimientos de su vida; hace unos años entró en los brazos de su madre para ser bautizado y en unos momentos entraba, rodeado de familiares y agustinos, como obispo de la Iglesia. Los acordes del coro juvenil y su canción de entrada, nos marcaban la salida en pro-cesión hacia la iglesia. Como en todo acto importante, un gran número de flases iban brillando según Alberto caminaba por el pasillo central hacia el altar… En los primeros asientos, estaban sus familiares, hermanos, sobrinos, tíos…y en sus corazones la presencia, porque presentes estaban, sin duda, de los papás de Alberto que desde el cielo se sentirían orgullosos de su hijo.

La primera Eucaristía de Mons. Alberto como obispo, tenía que celebrarse en la parroquia en la que nació como cristiano, y en la que fue creciendo ayudado por los sacramentos que iluminaron los momentos más importantes de su vida, hasta llegar al último, el de su Ordenación Sacerdotal; era el marco perfecto para dar gracias a Dios por el don del servicio a su Iglesia ahora como Obispo… El evangelio del “Hijo pródigo” que correspondía a ese domingo, fue el argumento perfecto para que Mons. Alberto nos hablase de ese Dios misericordioso, padre emocionado con la vuelta del hijo “pirata”, que siempre, siempre, nos está espe-rando con los brazos abiertos, el traje nuevo, el anillo y las sandalias… En su caso, sólo por la gracia de ese Dios Padre bueno y misericordioso, él comenzaba a ser hermano Obispo para todos.

Como era lógico, la eucaristía estuvo llena de mo-mentos de enorme emotividad en los que al nuevo Obispo “se le quebró la voz”, como muy expresiva-mente describen ellos a ese momento de emoción que no te deja hablar…

Una vez terminada la eucaristía, un sencillo pero fraternal picoteo, nos esperaba en el patio del colegio. Fue un momento estupendo de encuentro amistoso y fraterno, especialmente de Alberto con su familia y amigos Bonaerenses, llegados a la magnífica iglesia de Las Heras para esta ocasión tan especial.

Poco a poco, el cansancio del día intenso pero emo-cionante y feliz, iba haciendo mella en los hermanos agustinos que habíamos acompañado y disfrutado, junto a Alberto, de este día tan agustiniano y, por lo tanto, había que ponerle fin. La “camioneta” de la casa de formación estaba preparada, con Javier de piloto, para cerrar la jornada en nuestra magnífica residencia Santa Mónica.

No quisiera termina el repaso a esta jornada sin dar gracias a Dios por la bendita sorpresa que para todos los de mi curso, supuso la noticia de que el Papa Benedicto XVI había nombrado obispo a Alberto Bochatey, compañero de aventuras vitenses; ese chi-co que junto con Francisco, nos encontramos un día de septiembre en La Vid y que hablaba con un tono “raro y cantarín” y que, además, en vez de llamarnos, “macho” o “tío”… ¡¡nos trataban de usted!!,… Alberto, compañero, amigo, con enorme respeto pero con mayor cariño, los del curso te seguiremos llamando Alberto, lo de Monseñor…

Y gracias también a Dios y a los hermanos que es-tuvieron, están y estarán en nuestra misión evangeliza-dora en Argentina… Que Dios os haya premiado y os premie la increíble, enorme y maravillosa labor que los agustinos realizan en Argentina. ¡Qué Dios os bendiga!

P. Valeriano Aldonza Campo, OSA

Fiesta y asado en “Pilar”.

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ConCordis

Sr. Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, Sr. Nuncio Apostólico en Argentina, Mons. Emil Paul Ts-cherrig, Señores Arzobispos, Señores Obispos, Señores Sacerdotes y Diáconos, Religiosos y Religiosas, Autori-dades presentes Señoras y Señores, queridos hermanos y hermanas todos:

Quiero agradecer a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, por este llamado que me hace al orden del episcopado. Cuando como Abraham pensaba que mi vida ya estaba encaminada (tal vez

Mons. Alberto Bochatey.

debería decir, acomodada) en la consagración a Dios en la vida religiosa agustiniana y en la misión de la formación y de la enseñanza de la teología moral y la bioética; a través de Su Santidad Benedicto XVI, a quien quiero expresar un especial agradecimiento y unirme en oración filial en estos días tan especiales para él y para toda la Iglesia Universal; Dios, como a Abraham, me dice: “sal de tu tierra y ve”

Salir de la tierra de lo seguro y conocido para entrar en la tierra del ministerio de obispo, de la nueva misión de apóstol y maestro (como nos recordaba Pablo); salir para “apacentar las ovejas” desde la certeza y la confirmación del amor a Cristo Resucitado, en nuevas tierras, regresando a mi querida Argentina, en esta, ya querida, Arquidiócesis de La Plata.

Agradezco profundamente al Señor Arzobispo de La Plata, Mons. Hector Aguer, por el cálido y fraterno recibimiento con el que me ha incorporado a la vida de la Arquidiócesis y del Arzobispado.

Gracias especiales al Señor Nuncio Apostólico en Argentina, Mons. Emil Paul Tscherrig que desde el pri-mer momento me ha alentado y acompañado con su palabra paterna y profesional, su bonhomía y su sonrisa, su disponibilidad y diálogo. Gracias, Excelencia.

Y aquí el Gracias debería ser larguísimo pero lo hago sólo en un párrafo “aunque largo”: a los Obispos co con-sagrantes; al Sr. Arzobispo de Ciudad de Panamá, Panamá, Mons. José Domingo Ulloa, OSA y al Sr. Arzobispo de Concepción, en Chile, Mons. Fernando Chomali Garib: gracias amigos y hermanos por haber viajado hasta aquí.

A todos los hermanos arzobispos y obispos aquí presentes; al Padre General de la Orden de San Agustín, P. Robert Prevost, quien una vez más, ha estado muy cercano como superior, hermano y amigo; lo mismo que al P. Provincial, P. Agustín Alcalde de Arriba; al P. Vicario de Argentina y Uruguay, P. Nicanor Juárez Saldaña. A mis hermanos agustinos del Vicariato San Alonso de Orozco, a mis compañeros de curso venidos de España, a los agustinos de Chile y Brasil que han venido desde sus respectivos países.

Palabras de monseñor Alberto G. Bochatey OSA, obispo titular de Monte de Mauritania y Auxiliar de La Plata en

su ordenación episcopal (Iglesia catedral, 9 de marzo de 2013)

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ConCordisCRÓNICA DE LA ORDENACIÓN EPISCOPAL

Ai confratelli del Collegio Internazionale Santa Monica, dell’Istituto Patristico Augustinianum e della Comunità di San Patrizio a Roma (anche qui presente), ai frati agostiniani italiani, alle Suore Agostiniane di vita contemplativa d’Italia e in maniera tutto particolare alle carissime Suore di “Santa Maria Presentata” a Poschia-vo, in Svizzera. A gli amici di Fede e Luce, di Villa Patrizi e tutte le altre comunità .

Quiero recordar, en agradecimiento, a mis padres que desde el Cielo se unen a nuestra celebración; a toda mi querida familia, especialmente a mis hermanas y hermanos, a mi cuñado y cuñadas, a mis sobrinos y sobrinos nietos: ya saben nuestro secreto! A mis amigos de siempre: ya saben quiénes son.

Y dejé para el final a los laicos y laicas, religiosos y religiosas, seminaristas y diáconos y especialmente, al clero de la Arquidiócesis de La Plata, por aquello que los últimos serán los primeros Es que deseo terminar compartiendo con ustedes algo mío personal, palabras conocidas de San Agustín, pero que han sido mi oración

desde la nómina como obispo el 4 de diciembre pasa-do. Recíbanlas como parte de mi interioridad y como primer signo de mi entrega a ustedes en Cristo, bajo el manto de María, Sede de la Sabiduría:

“Desde que me llamaron a ser obispo, lo que es una inmensa responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ello implica. Lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto ho-norífico que en la utilidad que reporta a la salvación de ustedes. Ahora bien, si por un lado me aterroriza lo que soy para ustedes, por otro me consuela lo que soy con ustedes. Soy obispo para ustedes, soy cristiano con us-tedes. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la condición de obispo comporta un peligro, la de cristiano una salvación.

Si el cumplimiento de los deberes propios de nuestro ministerio episcopal significa un trabajo y un esfuerzo, el don de ser cristianos, que comparto con ustedes, representa nuestro descanso. Por lo tanto, si encuentro más gusto en el hecho de haber sido com-prado con ustedes para la salvación que en el de haber sido puesto como jefe espiritual para ustedes, entonces seré más plenamente vuestro servidor... Debo amar al Redentor, pues sé que dijo a Pedro: Pedro, ¿me amas? Pastorea mis ovejas. Y esto por tres veces consecutivas. Se le preguntaba sobre el amor, y se le imponía una labor; porque cuanto mayor es el amor, tanto menor es la labor.” (Cfr. San Agustín: Ser. 340,1).

Muchas gracias.

Mons. Alberto G. Bochatey, OSA, obispo titular de Monte de Mauritania y auxiliar de La Plata

Mons. Alberto con los PP. Alejandro, Nicanor, Robert Prevost, Mons. Mariano y Agustín Alcalde en la Iglesia de San Agustín de

Buenos Aires.

Grupo de agustinos que acompañó al Mons. Alberto.

Mons. Alberto acompañado de los PP. Pedro A. Gallego, Juan A Gil y Valeriano Aldonza junto a Mons. Mariano Moreno.

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ConCordis

Después de haber visitado a nuestros hermanos agustinos de la Casa de Formación, los hermanos de los colegios y parroquias de Buenos Aires; asimismo después de haber conocido un poco la ciudad de Buenos Aires y sobre todo, tras haber asistido a la ceremonia de consa-gración como Obispo de nuestro compañero y hermano Mons. Alberto Bochatey, nos dispusimos a viajar y visitar a nuestros hermanos agustinos del norte del país argentino.

El día 11, lunes, salimos en avión desde Buenos Ai-res hasta Salta. Allí en el aeropuerto nos esperaba el P. Santiago Alcalde tan emocionado como nosotros de encontrarnos en aquellas tierras donde trabajan varios agustinos, tanto en parroquias y colegios como en la zona de Cafayate. Llegamos a la casa y allí nos esperaban los padres Caramazana, Hipólito y Pancho, aparte de los hermanos Alfredo y Oscar, que residen en Molinos. Des-pués de ver la ciudad, su Catedral y el centro, comimos juntos con la comunidad, donde se añadió una hermana agustina, Mabel, que luego nos acompañaría en el viaje con destino a Molinos. El viaje hasta Molinos resultó algo largo, unas cuatro horas, con zonas de tierra subiendo la Cuesta del Obispo, cruzando tierras y paisajes llenos de vegetación, donde destacaban los famosos cardones. El viaje lo hicimos en dos camionetas y a pesar de su duración, se nos hizo ameno por la belleza del paisaje y sobre todo, al compartir los sentimientos unos y otros, incluidas las experiencias que nos comentó la hermana

agustina de su tarea en aquellas tierras. Cuando llega-mos a Molinos, cenamos juntos, tuvimos una agradable sobremesa y nos fuimos a descansar, sobre todo, tras el largo viaje desde Salta.

Al día siguiente, nos fuimos a visitar la zona del Yurakatao, junto con los padres Alfredo, Santiago y el hermano Oscar. Fue algo maravilloso el contemplar y disfrutar el lago Brealito, una pequeña zona de agua y verdor dentro de tanto paisaje arenoso y de tierra arci-llosa. Visitamos varias capillas que nuestros hermanos atienden, así como también conocimos varios colegios y escuelitas. Allí nos acogieron con gran amabilidad y alegría, sobre todo, sus profesores y niños. Es asombroso su nivel de sencillez y de entusiasmo con el que viven esas personas en aquellos lugares. Después también de una jornada de mucha camioneta, de viajar tanto por carreteras de tierra, llenas de cuestas, con muchísimas curvas y cambios de rasante, llegamos a Molinos por la noche para allí descansar un día más.

El día 13, miércoles, salimos para Cafayate. Al llegar visitamos la Catedral, donde yacen los restos de nuestro hermano Mons. Diego, obispo durante muchos años, de la Prelatura. Allí conocimos a un sacerdote dioce-sano que trabaja con nuestro hermano obispo Mons. Mariano Moreno. Nos enseñó la casa donde viven y la propia Catedral. Visitamos la ciudad, por su centro, donde destaca el ambiente turístico al que ha llegado esa parte de la ciudad. Cominos en la ciudad y estando a punto de salir para Santa María, nos enteramos de la

PP. Santiago, Oscar, Fco. Juan, Pedro, Alfredo, Valeriano y Daniel junto a la Hna. Mabel

PP. Fco. Juan, Pedro, Faustino, Valeriano y Daniel.

ORDENACIÓN EPISCOPAL DE MONS. ALBERTO BOCHATEY (O.S.A.)

Viaje y visita al Norte de Argentina

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ConCordisCRÓNICA DE LA ORDENACIÓN EPISCOPAL

Finalmente, el viernes día 15, salimos en camioneta para Salta. Ahora nos correspondía bajar la Cuesta del Obispo, descender desde casi tres mil quinientos metros de altura. El tiempo estuvo un poco lluvioso pero llega-mos muy satisfechos a Salta, después de haber tenido el privilegio de conocer nuestras tierras de misiones en el norte de aquel país. Después de comer con la Comuni-dad regresamos en avión a Buenos Aires, donde llegamos por la noche, para cenar, en la Casa de Formación.

Creo que ha sido una experiencia inolvidable para todos nosotros. Conocer aquellas tierras, sus gentes, sus costumbres pero sobre todo, su acogida, su sencillez, su generosidad, su alegría...es algo que no se puede borrar nunca de la memoria. Desde aquí quiero agradecer, junto con mis hermanos agustinos que hemos podido hacer esta visita a aquellos lugares, la tarea que están haciendo cada día, su trabajo tan intenso y lleno de entusiasmo, su misión de llevar el evangelio y el carisma agustiniano allá donde están. Dar gracias a Dios por el trabajo que tantos agustinos han hecho en estas tierras. Agradecer, finalmen-te, la acogida y fraternidad de los hermanos agustinos que hemos visitado. Realmente ha merecido la pena sentirse feliz y amigo entre tantos agustinos que compartimos nuestra vida allá donde Dios quiere que estemos.

P. Pedro A. Gallego Martín, OSA.

noticia del “Habemus Papam”. Junto con dos sacerdotes argentinos pudimos oír la noticia “in situ” del nuevo Papa. Y lo más asombroso: es argentino y se llamará Francisco I. Enseguida sonaron las campanas de las iglesias y de la propia Catedral. Fue un entusiasmo y una alegría que nos desbordó a todos. Salimos enseguida para Santa María, donde nos esperaba la Comunidad junto con el padre Mariano, nuestro Obispo. A las 19:30 tuvimos una Eucaristía en la parroquia de Ntra. Sra. de la Candelaria de Santa María como acción de gracias por la elección del nuevo Papa. Fue presidida por Mons. Mariano Moreno, al que acompañábamos diez agusti-nos, entre ellos el P. Agustín Alcalde (que estuvo con nosotros en todo este recorrido ), el padre Juan Antonio Gil, párroco y los demás hermanos de la comunidad y nosotros como invitados. La iglesia estaba llena. Cerca de 500 personas vivieron esa alegría de sentirnos todos unidos, en familia agustiniana, dando gracias por la elección del papa Francisco I. Acabada la Misa, la gente no cesaba de felicitarnos y de compartir su alegría con nosotros, destacando, según ellos, la presencia de tantos agustinos en una celebración, detalle que no habían visto desde hacía bastante tiempo. Después de cenar con la Comunidad, nos retiramos a descansar a la Casa de Ejercicios, a las afueras del pueblo.

El jueves, día 14, empezamos la mañana visitando el colegio San Agustín, donde nos acompañó el padre Demetrio, su Representante Legal de los Agustinos. Junto con la Directora y una profesora pudimos ver sus instala-ciones y cómo poco a poco se va asentando el trabajo, la educación, la enseñanza y la dedicación agustiniana en este colegio. Después visitamos algunas iglesias y capillas para terminar conociendo, antes de comer, la bodega Santa María de La Vid. Una vez que comimos con la Comunidad regresamos a Molinos para pernoctar allí nuestro último día en aquellas tierras del norte argentino.

P. Pedro A. Gallego en el paraje de “las flechas” camino de Cafayate.

PP. Agustín, Alfredo, Juan Antonio, Daniel, Oscar, Pedro, Fco. Juan y Valeriano en la Iglesia de Lampacito.