Critica Literaria Actual

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Crítica literaria chilena actual. Breve historia de debates y polémicas: de la querella del criollismo hasta el presente. Crítica literaria chilena actual: Un breve balance de las últimas décadas Vicente Bernaschina Schürmann Paulina Soto Riveros © 2011 Todos los derechos reservados. Esta investigación contó con el apoyo del Fomento del Libro, Modalidad Investigación y de la Beca de Creación Literaria, Género Ensayo del Fondo de Fomento del Libro y la Lectura 2009.

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Resumen de lecturas.

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Crítica literaria chilena actual.

Breve historia de debates y polémicas: de la querella del criollismo hasta el

presente.

Crítica literaria chilena actual:

Un breve balance de las últimas décadas

Vicente Bernaschina Schürmann – Paulina Soto Riveros

© 2011 Todos los derechos reservados.

Esta investigación contó con el apoyo del Fomento del Libro, Modalidad

Investigación y de la Beca de Creación Literaria, Género Ensayo del Fondo de Fomento del Libro y la Lectura 2009.

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Índice

Crítica literaria chilena actual: .................................................................................................................... 1

1. ¿Sólo Libros? .............................................................................................................................................. 3

2. Como en Chile no hay crítica literaria… .............................................................................................. 13

3. El diálogo sobreentendido ..................................................................................................................... 22

4. Cuestión de Valores ................................................................................................................................ 36

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1. ¿Sólo Libros?

Más allá de los aciertos o penas individuales en el área, es posible desentrañar un elemento

común en la crítica literaria chilena que actualmente se deja ver en los periódicos de mayor difusión.

Nos referimos a un discurso cuya naturaleza parece ser distinta a aquella comprendida

tradicionalmente por la noción de crítica literaria. Sin ser melindrosos con cuestiones de definiciones

ni etimologías, estos artículos sobre literatura parecen desligarse parcialmente del adjetivo de

“crítica” que acompaña su práctica literaria y que implica un posicionamiento activo, propositivo y

dialógico sobre la obra artística.

La precisión, es más, no distingue entre el campo de acción de una crítica pública y otra

académica. En efecto, el veredicto anterior puede aplicarse tanto a la primera como a la segunda. Sea

donde sea, basta pasearse unos momentos entre las páginas de periódicos y revistas, sea en sus

formatos impresos o electrónicos, para notar que en ninguna de las dos áreas –ni en el insalvable

espacio que media entre ellas– se ejerce la crítica literaria.1

Si al interior de universidades, institutos y fundaciones culturales, sin embargo, sí se

comparten y discuten muchísimas ideas sobre lo que está sucediendo actualmente con la literatura y

la sociedad, desgraciadamente, frente al público en general, hoy en día, el mundo académico

permanece cerrado. Profesores, estudiantes, escritores, eruditos y no tan eruditos siguen atentamente

las transformaciones principales en el campo de la producción y de los estudios literarios;

vehementemente apoyan, defienden o critican las virtudes y carencias de las grandes teorías y su

pertinencia en nuestro mundo cultural; identifican, organizan y dirimen el origen y el destino de los

discursos culturales del país, Latinoamérica y su lugar en el concierto global de naciones y políticas.

Pero sus lecciones y seminarios son para los alumnos, las actividades de extensión gratuitas son

1 Tal vez una excepción sea el diminuto espacio semanal que desde hace unos años otorga el diario Las Últimas Noticias a este asunto, publicando columnas de Roberto Bolaño, Alejandro Zambra, Patricia Espinosa, Antonio Gil y Leonardo Sanhueza, entre otros.

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pocas y cuentan con muy mala difusión. Además, si los académicos escriben, cosa que se hace

dificultosa en vista de algunos problemas de motivación, la carga de clases, las exigencias

profesionales de las ciencias, o cualquier otra razón, estos escritos terminan en revistas especializadas

que rara vez abandonan el estilo científico que se espera de ellas y que sólo se consiguen en

bibliotecas universitarias. Estas ideas académicas, entonces, atrapadas entre mala difusión, espacios

cerrados o de acceso limitado y jergas científicas, difícilmente se dejan escuchar o leer.

Situación que también podría explicarse desde los muros con los que la universidad tuvo que

defenderse durante la dictadura hace ya más de treinta años y que siguen en pie o que se han vuelto,

incluso, más impermeables. La construcción de tales muros significó la pérdida de las vías de

contacto más directas con la sociedad chilena –no por elección de la universidad, se entiende– y, en

consecuencia, experimentó un aislamiento aún mayor. Después de la intervención hecha por la

dictadura, la instalación de títeres en puestos administrativos, el reemplazo inamovible de profesores

por otros de mayor avenencia con las nuevas políticas educacionales, y la separación permanente de

la educación superior con la secundaria y la primaria, la situación de las universidades del consejo de

rectores –y aquí nos gustaría poder decir públicas– es hoy tan precaria en términos económicos que

es comprensible, aunque no justificable, que estén más preocupadas en la sobrevivencia de la

institución misma y en la insustentabilidad de sus áreas humanistas que en los modos de reconstituir

aquellos lazos comunicativos con la vida cotidiana. No obstante, si miramos con cuidado las actuales

presiones mercantiles en la educación, puede ser que ambas cosas estén íntimamente relacionadas.

La dictadura se acabó oficialmente entre los años 1989-1990 con el triunfo del “No” en el plebicito y

luego con el ascenso a la presidencia de Patricio Aylwin y si bien las huellas políticas y sociales de la

represión, la censura, las desapariciones, los asesinatos, la tortura, el exilio, la imposición veloz del

neoliberalismo, entre otros crímenes, son tan profundas que siguen hasta hoy, ya van más de treinta

años desde que estamos en una “transición” a la democracia. Y en esa transición, a pesar de miles de

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propuestas y esfuerzos desde distintos sectores de la sociedad por cambiar las desigualdades que

causó y sigue causando el modelo cultural impuesto, en el fondo la cosa sigue igual.

No se percibe una acción efectiva que busque reconstituir o reforzar los lazos de la cultura,

el arte, las letras, con la sociedad desde la que surgen y hacia la que están, en última instancia,

dirigidos. Al menos esta última función fue la que determinaron alguna vez los escritores reunidos

en el Encuentro Latinoamericano de Escritores celebrado en Viña del Mar en 1969. A la hora de preparar

sus conclusiones, no dejaron de insistir que, ante el difícil desafío que plantea la sociedad moderna al

creador y al intelectual, en primera instancia “el escritor se define políticamente en la medida en que

tiene existencia social”. De tal forma, hoy, bien podríamos reformular esta consigna y retrotraerla a

una etapa previa: “El escritor se define como tal en la medida en que su escritura adquiere existencia

social”.2 Es decir, ya no enfatizar esa socialidad con el adjetivo de “político”, porque es, en el fondo,

una redundancia que se presta, además, al espanto de tanto aristócrata purista que sigue insistiendo

que mezclar arte y sociedad es un barbarismo o una falacia. Entonces digámoslo simplemente. La

escritura con la que se determina la actividad de un escritor no existe más allá de los caprichos

individuales de un individuo celoso, si es que ésta no ingresa a un circuito de lectores más amplio

que su otro yo, sus amigos, su familia.

Y a pesar de que parece una obviedad, nunca está demás dejar a un lado ciertos idealismos o

ciertas fantasías y constatar, como punto de partida, que no hay tal cosa como un escritor, cualquier

tipo de escritor, cuya escritura no apunte al público y que no busque algún tipo de efecto en él. De

ahí a que esto suceda mientras vive, eso es harina de otro costal. Pero lo que no es harina de otro

costal y que es necesario tener en mente es la pregunta por los alcances del campo de socialización al

2 Para ver los detalles del “Encuentro Latinoamericano de Escritores” consúltese Revista Cormorán 2, octubre de 1969. Para la declaración final, véanse específicamente las páginas 13 y 14; y el libro de René Jara Cuadra, El compromiso del escritor. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1971. El encuentro también fue seguido y comentado por la Revista Ercilla en sus números correspondientes a las primeras semanas de agosto hasta las últimas de septiembre de 1969.

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que tales escritos están destinados. ¿Qué lectores? ¿Qué temas y motivos? ¿Qué representación de la

realidad, del ser humano, de nuestra lengua, de nuestras creencias nos propone? ¿Qué actitud

debemos tomar al respecto? ¿Por qué sería importante que lo leamos, que lo debatamos, que, en

última instancia, lo escuchemos y dialoguemos con él? No obstante, el discurso académico está hoy

tan cerrado sobre sí mismo, sobre sus exigencias científicas, sobre seguir el ritmo de otras ciencias y

saberes, que he aquí las razones por las que podemos decir hoy que la crítica literaria apenas se ejerce

desde la academia.

Por el lado de la crítica pública y su ejecución periodística, nos parece altamente significativo

lo que se puede observar, por ejemplo, en la “Revista de Libros” de El Mercurio publicada el

domingo 15 de febrero de 2009. Haciendo honor a su nombre, los artículos publicados más que

opinar e intentar producir opiniones a partir de su lectura, se dedican a la magra tarea del dato, la

descripción y la oferta de libros en tanto productos de consumo cultural con un público claramente

definido. Bajo este prisma, no puede faltar junto a tales artículos el respectivo Ranking de los libros

más vendidos en las renombradas librerías de la capital:

Ranking de Libros Los libros más vendidos en Chile. Desde el 05 hasta el 11 de febrero (2009).

Ficción Semanas No Ficción Semanas

1 Luna Nueva Stephanie Meyer / Alfaguara

15 = 1 Gomorra Roberto Saviano / Debate

5 =

2 Crepúsculo Stephanie Meyer / Alfaguara

28 = 2 ¿Por qué no te callas? S. Melnick y J. Hales / Aguilar

4 =

3 Eclipse Stephanie Meyer / Alfaguara

18 = 3 Educar las emociones. Educar… Amanda Céspedes Calderón / Ediciones B

13

4 Amanecer Stephanie Meyer / Alfaguara

17 = 4 Mi vida como prisionero Claudio Narea / Norma

3

5 El ejercito perdido Valerio Massimo Manfredi / Grijalbo

2 5 Siútico. Arribismo, abajismo… Óscar Contardo / Vergara

25

6 La mujer de los mil secretos Bárbara Wood / Grijalbo

6 6 El secreto Rhonda Byrne / Urano

67

7 El niño con el pijama a rayas John Boyne / Salamandra

37 7 Legionarios de Cristo en Chile Andrea Insunza y Javier Ortega / Copa Rota

1 -

8 Los hombres que no amaban a las… Stieg Larsson / Destino

1 - 8 Horóscopo Chino 2009 Ludovico Squirru / Atlántida

11

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9 Mil soles espléndidos Khaled Hosseini / Salamandra

4 9 ¿Qué sé yo? Eliana Araneda y Andrea Palet / Ediciones B

2 =

10 Cometas en el cielo Khaled Hosseini / Salamandra

26 10 Anecdotario del fútbol chileno J.C. Guarello y Luis Urrutia / Ediciones B

2 =

Librerías consultadas: Andrés Bello, Antártica Libros, Feria Chilena del Libro, Libros Nova Terrae, Takk, Librerías UC, Quimera, Qué Leo.

Grínor Rojo, hace más o menos dos años, en “La educación chilena: sobre estadísticas de

lectura, escritura y algunas cosas más,” tomó este mismo ranking (pero el correspondiente a la

semana del 19 al 26 de diciembre de 2007) como punto de partida para su discusión sobre las

pésimas condiciones en las que se encuentra la educación pública en nuestro país.3 “La educación

chilena es mala y abundan los datos que prueban este juicio”, acusa Rojo y enumera los porcentajes

sobre alfabetización y lectura que en los últimos seis o siete años no han dejado de atormentar a una

gran parte de la opinión pública: 4% de analfabetismo, 24% de adultos sobre cincuenta años con

analfabetismo funcional, el hecho de que sólo un 21% de la población chilena lea libros de forma

habitual (7.9 libros al año), un 34% que lee libros ocasionalmente (3.4 al año) y un 45% que no lee

nunca. Ante cifras así de alarmantes, Rojo remata declarando: “respecto de lo que leen los chilenos,

me limito a reproducir, en lo que sigue y sin comentarios, la lista de los libros más vendidos entre el

19 y el 26 de diciembre de 2007, según el diario El Mercurio”.4

Como se aprecia en su tono, para Rojo los títulos de los libros del ranking son

suficientemente elocuentes y, por lo tanto, no necesita más justificación para afirmar la pobreza

editorial de nuestro medio que mostrarlos: en los tres primeros lugares de ficción estaban La suma de

los días de Isabel Allende, La razón de los amantes de Pablo Simonetti y Maridos de Ángeles Mastreta; en

los tres primeros de no ficción, Con el coco en el diván de Pilar Sordo y Coco Legrand, Niños con

patatleta, adolescentes… de Amanda Céspedes Calderón y Horóscopo chino de Ludovico Squirra.

3 Grínor Rojo, “La educación chilena: sobre estadísticas de lectura, escritura y algunas cosas más.” Las armas de las letras: Ensayos neoarielistas. Santiago: Lom, 2008. 27-36. 4 Ibid., 27. Los porcentajes provienen de la encuesta Adimark GfK de 2005.

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Sin preguntarse mucho sobre si este ranking de ventas puede tomarse como un verdadero

índice de lo que leen los chilenos –en el fondo son las ventas de algunas librerías de la capital y no se

entregan datos sobre el número individual de los libros vendidos en el universo total de las ventas,

etc.– Rojo cambia de tema y se adentra en lo que realmente le interesa: no sólo en el ranking, sino

que en el mundo editorial chileno brillan por su ausencia buenas publicaciones críticas del canon

nacional, latinoamericano o internacional. No hay casi fomento público para iniciativas de esta

índole y lo poco que hay, se debe a esfuerzos personales, a desinteresados sacrificios de algunos

profesores o letrados por mantener cierta calidad en la recuperación de nuestra literatura. Pero claro,

advierte Rojo, me replicarán “que estos son otros tiempos, que la cultura de la letra y del libro ha

cedido contemporáneamente su lugar a la cultura de la imagen y los aparatos electrónicos”.5 Sin

embargo, insiste en los peligros de dejar de lado la importancia de las habilidades lógicas y cognitivas

inherentes a la lectura formal: si los índices de lectura son bajos, los de escritura, peores y los

resultados de los estudiantes chilenos en las pruebas de diagnóstico nacionales e internacionales son

paupérrimos. Así, su propuesta deja de lado por unos momentos los libros y las editoriales, para

adentrarse en los problemas jurídicos y administrativos de la educación chilena. Actualmente, los

estudiantes están abandonados a su propia suerte en un mercado educacional, cuyo presupuesto

básico es la “libertad de enseñanza”; no la libertad de educarse, sino la libertad de enseñar, es decir,

la posibilidad de que cualquiera con una formación mínima y no especializada pueda abrir un colegio

y educar privadamente o con subvenciones del Estado. Para Rojo, entonces, la única salida de este

embrollo es tomar partido por el fomento de iniciativas que den al Estado un papel más central en la

educación, al menos en la pública (y fuera con el híbrido del particular-subvencionado), para que

5 Ibíd., 29.

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desde él se pueda regular con mayor criterio una enseñanza cuyo fin no sea el lucro ni la tecnocracia,

sino la educación.6

Adhiérase o no a las ideas de Rojo, es notorio el fenómeno que ilumina su comportamiento

respecto de este “índice de lectura”: del pudoroso ranking no se habla. Los escritores de la misma

revista tampoco se refieren a los libros listados en él. Pareciera ser que para ambos la lista habla por

sí sola y que, por lo tanto, cualquier agregado sería redundante. Sin embargo, es justamente la falta

de esa información la que se vuelve crucial para que nuestra capacidad inferencial se ponga a trabajar

sobre los textos, planteándonos la simple pregunta: ¿qué es eso que la lista nos dice y de lo que los

escritores no hablan?

Sabemos que para Grínor Rojo, a partir de la ironía con la que desarrolla esa primera parte

de su ensayo, la lista encarna lo mal que se lee en Chile y al mismo tiempo, por ausencia, lo que no se

lee, ya sea por falta de difusión o simplemente porque no existe en el mundo editorial. De los

columnistas de la “Revista de Libros”, en cambio, no sabemos si esto se debe a la necesidad de

negarle el estatuto literario a este tipo de textos al concebirlos por omisión como de menor calidad

que aquellos que reseñan, o al hecho de que ya son los libros más vendidos y por lo tanto, no

requieren de mayor difusión. Al fin y al cabo la industria cultural debe seguir adelante y hay que

ensanchar la oferta.

Frente a estas dos opciones, lo que sí sabemos es que el artículo presentado por Patricio Jara

en la misma edición de la “Revista de Libros” nos comenta cómo la producción literaria india ha

aumentado gracias al esfuerzo mercantil de ciertas editoriales que, aventurándose a incorporar

escritores algo fuera del mapa occidental, lograron abrir un nicho para esa escritura. En una primera

mirada, esto podría entenderse como un guiño a las propias condiciones de la literatura en nuestro

medio, sin embargo, considerando el motivo que moviliza al artículo –“más allá de lo exótico,” se

6 Ibid., 35.

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titula– vemos que esta primera mirada es más una sobreinterpretación. Contra toda acusación de

simple orientalismo, Jara nos demuestra que la literatura india vale la pena no sólo porque es exótica

y diferente, sino porque desde hace tiempo está en contacto directo y ha incorporado exitosamente

los motivos y estrategias claves de la literatura contemporánea de moda: la inglesa y norteamericana.

De tal forma, el artículo concluye con los datos indispensables para el lector interesado: autores,

títulos, libros, editoriales responsables de las traducciones al castellano y precios.

En absoluta concordancia, las reseñas siguientes continúan el camino trazado por este

primer artículo: una entrevista a Richard Russo, en la que los puntos de mayor discusión son Bush y

la nueva elección de Obama, en vez de ahondar quizás en su literatura o las relaciones de su

literatura con, precisamente, esos sucesos políticos; al fin y al cabo, según el autor del artículo,

Antonio Díaz Oliva, Russo es “considerado uno de los insignes retratistas de la Deep America”,

pero nada se nos muestra precisamente de esa dimensión o por qué puede eso interesarnos a

nosotros. Después vienen varias descripciones breves –en 200 palabras– de más libros y sus precios

hasta que llegamos a las columnas personalizadas. No obstante, ni la columna de Roberto Merino, ni

la página abierta de Camilo Marks –los críticos de planta, podríamos llamarlos– se diferencian del

patrón elogiosamente descriptivo. La primera discurre sobre El rincón estrecho de Somerset Maugham

y su carácter total, lo que para Merino significa una obra en la que finalmente uno puede olvidarse

que está ante un texto literario, que “la literatura no es nada ante los destinos humanos” y que, por lo

tanto, va en contra de todo aquello que la crítica sociológica y política rescata de las novelas

contemporáneas. La segunda, lo hace sobre La virgen en el jardín, “la novela artísticamente más

lograda” de A.S. Byatt y en la que el lector podrá encontrarse con una obra “sobrecargada de

ingenio” y llena de “referencias a las más recónditas áreas del saber y, sobre todo, citas a la

inagotable tradición lírica de su patria [Inglaterra].”

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Ahora bien, éste no resulta un fenómeno exclusivo de la “Revista de libros” de El Mercurio.

El mismo domingo 15 de febrero, en La Nación aparece un solitario artículo de Marco Antonio de la

Parra titulado “Libros desde el frío.” En esta columna, el escritor –identificado en nota al pie como

el director de la carrera de literatura de la Universidad Finis Terrae– se explaya sobre una serie de

títulos que han sido su compañía y tentación en el invierno madrileño. A pesar de la crisis económica

mundial y el impacto que ha tenido en la industria editorial española, según él, aún es posible

regocijarse con tan buena oferta. Así, decide compartir títulos con los lectores en miras a las

vacaciones de verano que todavía se viven en Chile. Enumera, entonces, títulos clásicos aún no

descubiertos, cómics, bestsellers, libros de economía sobre la crisis actual, cosas que le han regalado,

todo para concluir con una fascinante invitación a la lectura y el debate. “Joyas, declara. La pregunta

es saber o no saber. Mientras se mueva el verano, saber para la sobremesa o el caer de la tarde. El otoño

nos encontrará lectores desesperados por saber más, mucho más”.7

Enfrentados al ranking y a las diversas recomendaciones de libros hechas por los distintos

escritores, nos parece que no viene al caso continuar con la común afirmación de que la cultura

promovida por los libros en el ranking es chatarra, indigna o una perpetuación de la industria

cultural que nos atonta cada día más, mientras que las recomendaciones de los columinstas de libros

pertenece a un estatuto intelectual más alto. Una división tal es absolutamente infructuosa, porque

enjuicia una vez más el asunto desde una típica disyunción entre el elitismo de un lado y la cultura de

masas del otro.

El punto es que ambos formatos, como si fueran parte de un catálogo, entregan la

información en una manera que es decidora en sí misma. Tanto el ranking como las columnas en

este caso comparten la ausencia de un factor vital: ninguno de los dos abre sus apreciaciones al

diálogo y a la reflexión. ¿No sería mejor, nos preguntamos, incorporar al lector a participar del juicio

7 Marco Antonio de la Parra, “Libros desde el frío.” La Nación Domingo, domingo 15 de febrero de 2009. (Subrayados nuestros).

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crítico, invitándolo a decidir sobre los contenidos expresados? ¿No sería más efectivo, en la

promoción de la lectura y del pensamiento sobre esta, llevarlo, ya sea bajo una apelación directa o

mediante guiños sugerentes, a preguntarse al menos por qué y para qué es importante leer tales

títulos en el mundo de hoy? Pero quizás el hecho de que un libro incorpore “referencias a las más

recónditas áreas del saber y, sobre todo, citas a la inagotable tradición lírica de su patria [Inglaterra]”,

sumado al sabroso y suculento prospecto de una sobremesa –debidamente regada, nos imaginamos–

en una bella y reposada tarde de verano, sea incentivo más que suficiente.

En este sentido, lo que sí viene al caso es preguntarnos por la función que cumple la crítica

literaria en Chile; o su reemplazo por la reseña y el catálogo. ¿Qué es lo que estas columnas

promueven? ¿Obtención constante de libros nuevos? ¿Mantenerse al tanto de las novedades

editoriales sin más? ¿La lectura y la reflexión? ¿Una postura frente a la literatura y sus propuestas

frente a nuestra sociedad? ¿Hacernos pensar, de un modo u otro, cuál es el rol que cumple hoy en

nuestra vida la literatura?...

Ante tantas preguntas que nos despiertan los silencios de las páginas dedicadas a la literatura

y la cultura en Chile en los periódicos de mayor difusión, podemos empezar a esbozar propuestas

que, esperamos, nos empujen a buscar otras opciones en el panorama literario y crítico nacional. La

primera, por supuesto, es que no esperemos encontrar crítica dónde no se la ofrece. Parece quedar

claro que en la “Revista de libros” encontraremos antes que todo oferta de libros, y que en las

páginas de cultura encontraremos aquello que hoy por hoy se entiende a grandes rasgos como

cultura: cartelera de espectáculos, junto a un par de reseñas, algunas quizás buenas, sobre talentos

emergentes, algún libro, algo en que invertir el tiempo libre y pensar que a la vez nos informamos de

manera entretenida.

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2. Como en Chile no hay crítica literaria…

El 22 de agosto de 1948, en el periódico El Imparcial, Hernán Díaz Arrieta, más conocido por

su seudónimo Alone, publicó una de sus “crónicas literarias” bajo el polémico título “Como en Chile

no hay crítica literaria…” Mediante ésta, de manera irónica e incisiva, descargaba sus iras en contra

de la frase –y de aquellos que, según él, la repiten sin cesar cada vez que pueden–, signándola ya para

entonces como un tópico de acolorado debate en el mundo literario. Esta contienda, según el crítico,

era ya un lugar común, que sin embargo, sería incorrecto no examinar con el debido rigor con el que

cualquier crítico examina los tópicos expuestos por las diversas producciones literarias que caen en

sus manos. Así, y sólo así, se estaría haciendo real justicia al género literario más fecundo en Chile

desde la fundación misma de la institución literaria, después de la Historia (con mayúscula) y la

poesía por supuesto.

Preliminarmente, Alone declara que “la verdad es que, con raras excepciones, todos los

escritores chilenos, poetas, novelistas, cuentistas, autores de crónicas o simples artículos, son o

aspiran ser críticos y sentar cátedra”.8 De tal forma, para interrogar el tópico de la naturaleza y

calidad de la crítica literaria en Chile, Díaz Arrieta se vuelca primero a una larga lista de escritores

que además de su labor creadora han dedicado algo de su prosa a la crítica. Por ejemplo, a pesar de

que Manuel Rojas diga que el escritor en Chile no tiene tiempo de cumplir la doble función de

creador y juez, Alone lo señala como uno de aquellos del primer grupo que lamentablemente escribe

menos crítica de lo que debería, a la vez que resulta uno de los más lúcidos en el área. De Gabriela

Mistral destaca, por su parte, la fantástica crítica literaria que ejerce a través de sus cartas y recados,

que muchas veces terminan por hacer de prólogos a los libros de amigos y colegas. Así, lo mismo

sucede con algunas páginas y libros de Eduardo Barrios, Mariano Latorre y Augusto D‟Halmar.

8 Hernán Díaz Arrieta (Alone), “Como en Chile no hay crítica Literaria.” El vicio impune: 50 años de crónica literaria. Ed. Alfonso Calderón. Santiago: RIL, 1997. 170.

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Pero hay muchos más. A continuación, como si la enumeración anterior no fuera suficiente,

Alone recurre a una segunda lista de escritores –Fernando Santiván, Rafael Maluenda, Raúl Silva

Castro, entre otros– que se dedican casi con exclusividad a la crítica en periódicos y revistas como El

Mercurio, La Nación, Zig-Zag, Atenea, Babel y Occidente, para rematar con su declaración favorita:

“Fundada por Omer Emeth (Emilio Vaïsse), ha prendido en Chile, de modo más estable que en

ninguna otra república americana, la crítica literaria al modo francés, firmada, regular, responsable y

continua”.9 A esta lista podríamos agregar nosotros hoy nombres tan destacados como Carlos Silva

Vildósola, Domingo Melfi, Manuel Vega y Ricardo Latcham, sólo para ampliarla con algunos de los

más conocidos de sus antecesores y contemporáneos.

¿Por qué –se pregunta entonces Alone–, a pesar de que existe esta tradición tan establecida,

se sigue insistiendo que en Chile no hay crítica literaria? ¿Por qué tal frase hecha persiste en boca de

todos como un credo y una necesidad?

Según el crítico son dos las pulsiones que provocan estos discutibles cuestionamientos.

Primero y no sin marcada ironía, el crítico parafrasea la sentencia cartesiana sobre la naturaleza del

cogito y la existencia, aunque tiñéndola de las pedestres preocupaciones de la vanidad social: para los

escritores, aparentemente, su conflicto existencial no se da en el ejercicio de pensar o de escribir –

pienso, luego existo; o escribo, luego existo–, sino en el de estar en la mirada y comentarios de los

demás. Así, precisamente, la responsabilidad última de esta visibilidad recae en los críticos y el lugar

que estos ocupan en los medios de comunicación.

En consecuencia –y esta es la segunda causa de ansiedad que detona el escarnio frente a la

crítica chilena–, a partir de este poder difusor, Alone acusa que tal tópico emerge del resentimiento

que provoca en algunos escritores la sensación de que, por capricho del crítico, se les niega la

existencia. En Chile habría una proliferación de escritores que, por verse desplazados de las páginas

9 Ibíd., 169.

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periodísticas que otorgan aquella ansiada visibilidad, reviven cada vez que pueden el lugar común de

que en Chile no hay crítica literaria. Pero ojo, advierte Alone, “no es que lo crean; saben bien que

hay críticos, que hay muchos críticos, que hay demasiados; es que ellos querrían que no los hubiera,

desearían, negándolos, exterminarlos y se tapan los ojos, se cierran los oídos”.10 En otras palabras, la

frase es básicamente resultado de la frustración de todo aquel que no consiguió surgir como crítico y

tuvo que conformarse con el cultivo de las letras en espacios de menor circulación. Dado el

egocentrismo fundamental del escritor, su frágil autoestima y lo adversa que resulta siempre la

opinión ajena –tal como son delatadas por Alone–, la reiteración del tópico es una manera de

salvaguardar el amor propio y perseverar la mediocre práctica literaria que los caracteriza.

Presentada y desarticulada de este modo, la constante queja por la ausencia de crítica literaria

en el país queda signada para siempre como un infantil berrinche. Y de cierto modo podemos

concordar con ello cada vez que recordamos que, a partir de la década del cincuenta, pareciera

imposible justificar tal tópico frente a la proliferación de debates y discusiones sobre las diversas

propuestas artísticas y literarias y la función que cumplen al interior de la sociedad. Desde la

denominada “querella del criollismo” –con la que para nosotros se cierran las preocupaciones

literarias decimonónicas–, pasando por varios de los encuentros de escritores chilenos y

latinoamericanos celebrados a partir de la década del cincuenta hasta inicios de los setentas, el

fortalecimiento de editoriales y el nacimiento de múltiples revistas culturales y literarias como Orfeo

(1963-1968), Árbol de Letras (1967-1969), Cormorán (1969-1970), La Quinta Rueda (1972-1973) y PEC

(1967-1973), en la capital, APSI (1976-1995), CAL (1979), La Bicicleta (1978-1990) o Cauce (1983-

1989), durante la dictadura, La Araucaria de Chile (1978-1989) en el exilio, Revista de Crítica Cultural

(1990-2007) durante la transición, entre muchas otras, se aprecia lo absurdo que es reclamar la

inexistencia de un discurso crítico, creativo y público. Lo mismo sucede cuando nos dedicamos a

10 Ibíd., 171.

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nombrar a algunos de los escritores que participarán de aquellos eventos y quienes se dedicarán

principalmente a la crítica: Luis Sánchez Latorre (Filebo), Antonio Avaria, José Miguel Ibañez

Langlois (Ignacio Valente), Martín Cerda, Alfonso Calderón, Pedro Lastra, José Promis, Nelly

Richard, María Eugenia Brito, Adriana Valdés, Soledad Bianchi y muchísimos otros que no

mencionamos para no pecar de prolijos.

No obstante, considerando las profundas consecuencias históricas, culturales, sociales y

políticas que se siguen del golpe militar y los diecisiete años de represión y dictadura que este

significó, no parece raro que se desempolve el tópico y se lo reviva; ahora sí, bajo condiciones

claramente diferentes.

Desde los últimos años de la década de los ochenta comienzan a aparecer, en suplementos

como “Literatura y Libros” del diario La Época o en otras revistas de corte más especializado, una

serie de artículos que reclaman, desde diversas perspectivas, la pobreza que aqueja a la crítica

literaria, tanto pública como académica. Así, Carmen Foxley, pensando un poco más en esta última,

abre el debate al acusar la falta de apertura histórica y teórica de los estudios literarios hacia

vertientes que le reconozcan a la literatura su estatuto múltiple y heterogéneo.11

Sus declaraciones despertaron paulatinamente el interés de otros críticos y las respuestas, si

bien no fueron inmediatas, tampoco se hicieron esperar demasiado. En el mismo suplemento se

publicaron una seguidilla de comentarios, a favor y en contra, de los cuales quisiéramos destacar

brevemente los fundamentos que, de acuerdo con Naín Nómez, debieran animar la práctica crítica

que se perfila con miras a la transición a la democracia. En contra del conservadurismo de las figuras

hegemónicas del periodismo literario –Alone e Ignacio Valente, en concreto– el nuevo objetivo de la

crítica será la recanonización de nuestra historia literaria; cosa que sólo puede lograrse si concebimos

a la crítica como una escritura, no en defensa de ideales universales e imperecederos, sino “en torno

11 Carmen Foxley, “Las opciones de la crítica.” Literatura y Libros. La Época. 7 de Agosto de 1988. 3.

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a una práctica social, la literatura, con ciertas características de producción, desarrollo y recepción y

en el cual el sujeto de ambos polos [producción y recepción] sigue siendo el elemento central”.12

Unos años antes, también desde el ámbito académico, se publicaba en el extranjero el libro

Márgenes e Instituciones de Nelly Richard.13 Éste, más enfocado en los elementos que caracterizan al

grupo de artistas emergentes que había tenido que enfrentar la situación dictatorial, no toca de forma

explícita a la crítica literaria como se la entiende tradicionalmente. Sin embargo, vincula su labor a la

de las producciones artísticas, señalando cómo éstas no son un mero reflejo de la situación cultural

del país, sino agentes de transformación que requieren una participación activa de la crítica para

conseguir sus objetivos. Estas ideas, por supuesto, generaron a su vez respuestas y discusiones, de

las que habría que destacar la presentación del mismo libro en el Seminario “Arte en Chile desde

1973: escena de avanzada y sociedad”, celebrado entre el 22 y 23 de agosto de 1986 en la Biblioteca

Nacional.14 En tal seminario, las presentaciones de destacados sociólogos, historiadores, críticos y

filósofos del arte del país, abordan cuestiones que van desde problemas metodológicos que afectan

las indagaciones de Nelly Richard hasta problemas de la historia del arte chileno y el momento

específico que vive para entonces.

Como se puede apreciar, ambas irrupciones portan claras marcas del esfuerzo por darle

cierto carácter público a estos temas que hasta ese momento solo se discutían –y tampoco con

demasiada frecuencia– dentro de los círculos cerrados de la academia o en el exilio. Así, en 1991 se

funda la Revista de Crítica Cultural, dirigida por Nelly Richard, la que, si bien presenta un carácter

12 Naín Nómez, “Carta sobre la crítica.” Literatura y Libros. La Época. 3 de diciembre de 1989. 6. Esta declaración, viene de una serie de artículos publicados en el mismo suplemento que se inician precisamente con uno de Nómez, titulado “Disparen sobre el crítico” (Literatura y Libros. La Época. 22 de octubre de 1989. 6-7.) y que tiene como respuestas uno de Manuel Espinoza Orellana, “Críticos sobre la palestra” (Literatura y Libros. La Época. 5 de noviembre de 1989. 6.) que de cierto modo apoya sus argumentos y la réplica contraria de Miguel Vicuña Navarro, “Contra la crítica ingenua” (Literatura y Libros. La Época. 26 de noviembre de 1989. 4-5.). 13 Nelly Richard, Márgenes e Instituciones: Arte en Chile desde 1973 / Margins and Institutions: Art in Chile since 1973. Melbourne: Art & Text, 1986. 14 Nelly Richard (ed.), Arte en Chile desde 1973: escena de avanzada y sociedad. Santiago: FLACSO, 1987.

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especializado, busca potenciar igualmente la difusión de los estudios culturales y los estudios de

género en el país, incorporando voces internacionales de gran importancia. También, por el lado

específico de la crítica, en mayo de 1991, la SECh (Sociedad de Escritores de Chile) en su cede de

Santiago organizó unas “Jornadas sobre crítica en Chile,” en las que participaron escritores como

Luis Sánchez Latorre, Mariano Aguirre, Hernán Poblete Varas, Carlos Iturra, Camilo Marks, entre

otros. Cuatro meses después, Andrea Ledermann publica en la revista Reseña una encuesta realizada a

los participantes de dicho encuentro con la que se busca sacar conclusiones concisas respecto del

estado actual de la crítica.15 En 1993, la misma SECh, a través de su revista Simpson Siete puso en

circulación un dossier dedicado al “Estado de la crítica literaria en Chile: Una visión desde múltiples

ángulos” y en 1994, la revista Piel de Leopardo: Literatura, crítica y arte hizo lo suyo con otro dossier

sobre la crítica.16 Tal seguidilla de publicaciones desemboca en la celebración de un encuentro de

críticos en la Universidad de Concepción en 1995, con el apoyo del Fondo Nacional de Fomento del

Libro y la Lectura, del cual se publicaron gran parte de las ponencias en el libro La crítica literaria

chilena, editado por María Nieves Alonso, Mario Rodríguez y Gilberto Triviños.17

Revisando las múltiples opiniones que despierta el tema y que se fueron acumulando a lo

largo de la reevaluación que se produce en la primera mitad de los noventa, quisiéramos ofrecer

algunas esquemáticas y generalizadas conclusiones para proyectar ciertos contrastes con nuestra

actual situación:

1) De acuerdo con los escritores y críticos, en Chile se enfrenta una crisis en la crítica literaria,

en la medida que durante la dictadura esta fue homogénea y complaciente con una noción de

cultura conservadora y desligada de la realidad social del país. Para algunos, ni siquiera es

15 Andrea Ledermann, “La crítica literaria en Chile, hoy.” Reseña 4.11 (1991): 38-43. 16 Simpson Siete Vol. 4 (Segundo semestre 1993): 81-118; y Piel de Leopardo: Literatura, crítica, arte. Nº 4 (abril de 1994): 27-32. 17 María Nieves Alonso, Mario Rodríguez y Gilberto Triviños (ed.), La crítica literaria chilena. Concepción: Editora Aníbal Pinto, 1995.

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posible hablar de crisis de la crítica, porque la crítica simplemente no existe: sólo es una

reproducción de comentarios y ofertas de libros, al servicio, no del consumidor, sino de la

industria editorial y su propia agenda.

2) Dada la situación, hay una doble mirada al pasado. Por un lado se da una recuperación

nostálgica y elegíaca de ciertas figuras de la crítica nacional y de la diversidad de su práctica,

por el otro, se manifiesta un claro escepticismo. Si bien durante los sesenta hubo una

práctica crítica más heterogénea, tampoco alcanzó a fundar una literatura crítica duradera.

Sus intentos permanecieron aislados y no fueron capaces de transformar efectivamente las

nociones conservadoras de la cultura hegemónica. Como lo dice Soledad Bianchi en La

memoria modelo para armar: es fácil culpar exclusivamente a los aparatos represores de la

dictadura por la discontinuidad entre las prácticas culturales de los sesenta y la pobreza del

presente, debido al cierre y censura de muchas revistas e instituciones culturales. Sin

embargo, esto no toma en consideración que efectivamente hubo muchas prácticas

culturales tanto de resistencia como conformes al régimen durante la dictadura y que, a pesar

de eso, éstas no provocaron reacciones fuertes ni inmediatas en la opinión pública.18

3) De tales comentarios se desprende el hecho de que si bien existe un público lector, este es

reducido y minoritario. La práctica de la crítica, entonces, a pesar de sus esfuerzos por salir

de una difusión cerrada, pervive en un círculo de escritores y especialistas que no logran

alcanzar a la sociedad de un modo más masivo. Lo mismo sucede en las relaciones entre la

crítica académica y la periodística. Ambas se desarrollan con contactos breves y esporádicos,

los que la mayoría de las veces son de carácter negativo: entre todos se acusan

constantemente de falta de rigor, sesgo ideológico, hermetismo, populismo o elitismo, entre

otras cosas.

18 Soledad Bianchi, La memoria, modelo para armar: Grupos literarios de la década de los sesenta: Entrevistas. Santiago: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1995.

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4) Por último, hay una creciente conciencia de que la función de la crítica literaria no es una

tarea de simple recomendación de lecturas o de difusión de opiniones respecto del circuito

cultural hegemónico de occidente. Se entiende que sus objetivos se enlazan a la práctica

literaria y artística en la medida en que esta propone un modo de comprender e interpretar la

sociedad que debe ser debatido constantemente en relación con lo que pasa en ella. De ahí la

importancia de lo que indicaba Naín Nómez: la recanonización de nuestra historia literaria; y

esto es algo que no puede dejarse de practicar en cada momento.

Dado este balance, pareciera ser que el siglo XX se cerró con un diagnóstico más bien

negativo respecto de la crítica literaria. Sin embargo, no por ello carente de propuestas para el futuro.

Apenas dos años después del encuentro celebrado en la Universidad de Concepción, en

mayo de 1997, Beatriz Sarlo fue invitada por el programa de la Fundación Rockefeller (ARCIS-La

Morada–Revista de Crítica Cultural) a presentar una conferencia en la Universidad de Chile. Dicha

conferencia, titulada “Los estudios literarios en la encrucijada valorativa” resulta decidora frente al

panorama descrito, ya que busca volver la atención sobre la importancia específica que tienen los

estudios literarios frente a las transformaciones sociales que se viven en el presente.19

Haciendo un recuento histórico general, Beatriz Sarlo indica que la literatura y la crítica, en

América Latina, fueron históricamente significativas. Entre ambas influyeron con determinación en

la constitución de una esfera pública moderna, promovieron propuestas de identidad nacional y

fueron los medios de transmisión fundamentales, juntos con la historia y la lengua nacional, para un

proyecto de educación republicano. Por supuesto que tal horizonte se fue disolviendo a lo largo del

siglo XX y terminó sepultado por la industria cultural que lo reemplazó bajo las dictaduras militares

que en un momento llegaron a dominar casi toda América Latina. El convenio social de la crítica y la

literatura se perdió al trocarse por uno vinculado a la promoción de la cultura como un producto de

19 Beatriz Sarlo, “Los estudios literarios en la encrucijada valorativa.” Revista de Crítica Cultural 15 (1997): 32-38.

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consumo más dentro de los lujos simbólicos que marcan una diferencia entre la gente “educada” y el

resto. Sin embargo, luego de las luchas sociales hacia la transición democrática y el enfrentamiento

de lo que se denominó, cómodamente para los sectores más conservadores, la caída de los grandes

relatos o el naufragio de las totalizaciones modernas, se empiezan a revivir una serie de preguntas

que son fundamentales para encarar proyectos sociales a futuro y que conciernen directamente a la

literatura y su crítica. Entre ellas, la principal, dice Sarlo, tiene relación con la encrucijada valórica

que implica la práctica literaria y que es la que caracteriza la significación social de este discurso. Hay

algo en los textos, dice Sarlo, que se queda en ellos y que debe ser reactivado cada vez que el texto se

pone a funcionar en una determinada situación social. En este sentido, “la crítica literaria plantea a

los textos no sólo preguntas sino demandas, en un sentido fuerte: cosas que un texto debería producir,

cosas que los lectores quieren producir con un texto”.20

En este sentido, lo que está en juego no es la continuidad de una actividad especializada que

opera con textos literarios y cuyas pretensiones son el buen gusto, la objetividad o la difusión de la

cultura –que podríamos decir son los ideales que animan la noción de literatura que subyace a las

burlas de Alone–, sino los derechos de los diversos sectores de la sociedad –donde figuran los

sectores populares y las minorías de todo tipo– sobre el conjunto de la herencia cultural. Así, la tarea

de la crítica literaria se revela un persistente debate sobre las redes comunicativas que componen a la

sociedad en cada momento, las imágenes con la que se las representan estéticamente y las

conexiones que estas generan con los textos del pasado en la rearticulación constante de un nuevo

paisaje simbólico.

20 Ibíd., 37.

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3. El diálogo sobreentendido

En 1984, ante un panorama en el que las relaciones entre cultura y política se observan

radicalmente cuestionadas por los conflictos sociopolíticos internacionales –últimas tensiones de la

Guerra Fría, segundo período de Margaret Thatcher en Inglaterra, diversas dictaduras militares

cubriendo América Latina– Terry Eagleton declaraba sin tapujos en La Función de la Crítica que el rol

del crítico contemporáneo debía ser uno tradicional.21 De acuerdo con Eagleton, quien se arriesga a

generalizar un poco en lo que al proceso histórico se refiere, la crítica moderna se inició entre los

siglos dieciséis y diecisiete en disputas desde y contra el Estado absolutista; luego, durante el

dieciocho, su preocupación central fue la ilustración y la política cultural; y, durante el diecinueve,

debido a la extremada ideologización de esta práctica por parte de la burguesía, además de la retirada

que emprendieron los románticos de la esfera pública, su responsabilidad recayó principalmente en

la moralidad y el puritanismo. En la actualidad, de manera lamentable, parece ser que su rol no es

más que una cuestión de “literatura”: un puñado de individuos reseñando sus libros entre sí. De tal

forma, “la misma crítica ha sido incorporada a la industria cultural, como un tipo de relaciones

públicas no asalariadas, las que son parte de los requisitos de cualquier empresa corporativa de

grandes dimensiones”.22

En palabras más llanas, el diagnóstico de Eagleton es que para fines del siglo veinte se han

abandonado las facetas ilustradoras, políticas y sociales de la crítica, incluso sus aspectos más

dogmáticos y doctrinarios, y el único modo de recuperarlas es reconociendo la manera en la que fue

practicada en el pasado: si “la crítica moderna nació de una lucha en contra del Estado absolutista,

advierte Eagleton, a menos que su futuro se defina ahora como una lucha en contra del Estado

burgués, puede ser que no tenga ningún futuro”.23

21 Terry Eagleton, The Function of Criticism. London: Verso, 1984. 123. 22 Ibíd., 107. 23 Ibid., 124.

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Unas páginas más atrás comentábamos algunas críticas que hacía Grínor Rojo sobre los

problemas que vinculan a la crítica literaria con la educación y la lectura. Si juntamos tales

comentarios con los de Eagleton y Sarlo, pareciera ser que aquel rol tradicional de la crítica literaria

no sólo implica la recuperación de su lugar dentro de la esfera pública, sino también dentro de los

proyectos educativos de la sociedad. A través de ellos, su responsabilidad es hacerse cargo de

reproducir la característica principal del sujeto moderno: la auto-reflexión y el juicio.24

Grínor Rojo, en “Crítica de la crítica” –un ensayo del año 2002–, luego de señalar

brevemente los puntos principales de una historia de la crítica moderna, concluye con la siguiente

proposición: si todos nosotros somos, según el estado de cosas actual, partícipes de la modernidad, o

al menos aspiramos a ello, todos estamos dotados de capacidad crítica. En este sentido, la crítica

tiene que dejar de concebirse desde pretensiones elitistas y volver a ser aquello que alguna vez fue:

percepción del conflicto, análisis y juicio (la krisis y la krino griegas). Así, el crítico no se revela como

un sabio imponente, sino sólo uno más que se comunica con nosotros, debatiendo sobre el gusto y

la sabiduría de ciertos textos o manifestaciones culturales, pero haciéndolo en la forma de un

diálogo: “esto es, escuchando también lo que nosotros, que no hemos renunciado a la crítica, le

queremos y podemos decir”.25

Tal llamado al diálogo, desde las mismas pretensiones ilustradas de la crítica, nos parece no

sólo deseable sino vital, aunque no exento de complicaciones. Hoy en día, la típica apertura al

diálogo como un elemento principal de la tolerancia y la aceptación que debemos tener ante nuestros

próximos, parece suspender cualquier intento de pensar efectivamente qué significa sostener un

diálogo y qué es lo que esperamos al momento de entrar en él. Porque en el fondo no es sólo

24 Para un resumen de las características centrales de la modernidad en términos históricos y estéticos, recomendamos los ya clásicos ensayos de Marshall Berman “Brindis por la modernidad” y Jürgen Habermas “La Modernidad: un proyecto incompleto.” Ambos compilados en el libro de Nicolás Casullo (ed.), El debate Modernidad Pos-modernidad. Buenos Aires: Editorial Punto Sur, 1989. 25 Grínor Rojo, “Crítica de la crítica.” Las armas de las letras: Ensayos neoarielistas, 65.

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cuestión de intercambiar turnos a la hora de hablar –aunque hoy este gesto de civilidad también

brilla por su ausencia–, asintiendo educadamente una vez que el otro termina y me deja seguir con

mi monólogo.

¿Pero qué es un diálogo?, se nos podría reparar, ¿qué es un diálogo sino el intercambio de

voces distintas en una situación determinada? Y ¿cómo que hoy no existen diálogos, cuando vivimos

en una compleja sociedad tecnológica y globalizada en la que en cada segundo se cruzan e

intercambian voces diversas sin que haya específicamente una central y hegemónica?

Ese es precisamente el peligro y el tópico que debemos tomar con pinzas y sopesar

cuidadosamente a la hora de hablar de la literatura, su crítica y los proyectos educativos en la

sociedad. A pesar de lo que el “sentido común” nos diga, el hecho que un fenómeno adquiera una

forma determinada no significa exactamente que el proceso que subyace a esa forma sea ese que

creemos.

En el contexto de ésta, nuestra cuarta etapa de la globalización, en la que los intercambios

entre diversos lugares del planeta que antiguamente ni siquiera sabían de su existencia se han

acelerado al punto que podemos enterarnos de lo que sucede en cualquier parte en tiempo real

gracias a internet, televisión satelital y telefonía móvil, se insiste que las comunicaciones no se dan de

otra manera que bajo una forma dialógica. Los mensajes que se socializan, mezclan no sólo voces

diversas, sino medios de comunicación distintos: textos escritos y voces que se superponen a

imágenes, formas, colores y sonidos. En este sentido, experimentaríamos hoy una nueva sociedad de

la información que conlleva a su vez una nueva forma de leer y comprender el mundo: una lectura

seleccionadora, hecha de clics y zappings, visual y tabular26, cuyas consecuencias suponen la

modificación de una parte importante de nuestros hábitos cognitivos y cambios radicales en la

26 Christian Vandendorpe, Del papiro al hipertexto. Ensayo sobre las mutaciones del texto y la lectura. Tr. Víctor Goldstein. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2002. 193.

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conformación de nuestra cultura, tan profundos como los que significaron el paso de la sociedad

oral a la escrita.27

Al parecer, ante estas suposiciones y diagnósticos tecnocráticos, resulta ridículo negar el

estatuto dialógico y participativo de las comunicaciones hoy; no obstante, es preciso advertir que

estas efusiones que prometen el surgimiento de un mundo nuevo e insospechado, no dejan de

beneficiar en sus dilucidaciones más el carácter estructural de los fenómenos estudiados que la

manera efectiva en que se dan estos procesos dentro de una sociedad determinada. Porque si los

beneficios y posibilidades que nos otorgan estas estructuras dinámicas en nuestro aprendizaje y en

nuestros modos de hacernos cargo de nuestra realidad son aquellos que observamos a partir de los

frutos que nos brindan, por ejemplo, la televisión “interactiva”, los reality shows o cuántas miles de

distintas páginas virtuales e “hipertextuales” en internet, nos parece, en el fondo, que estamos

apuntando hacia la formación de un mundo y de sujetos bastante poco críticos y comprometidos

con los problemas sociales, políticos y culturales del mundo de hoy.28

En lo que al mundo literario respecta, en este camino hacia la necesaria tecnificación del

mundo al que nos lleva la globalización, durante los últimos treinta años del siglo XX, surgieron

elaborados aparatos teóricos, sumamente complejos, para defender la necesidad invaluable de la

literatura ante la amenaza de los computadores o los medios audiovisuales. Aprovechando

27 Jean-Pierre Balpe, “Hipertextualizaciones.” Comunicación y Medios. 14 (2003): 139. 28 Para apreciar una de estas perspectivas laudatorias sobre las tecnologías, las comunicaciones y la globalización, es cosa de revisar el pequeño libro de Néstor García Canclini, Lectores, espectadores e internautas. Barcelona: Gedisa, 2007. Estas celebraciones demandan atención, porque tienden a vincularse rápidamente con los debates sobre “modernidad”, “postmodernidad”, “globalización” e “hibridez” y que son posibles de retrotraer hasta fines de los ochenta y principios de los noventa. Actualmente existen varias antologías que buscan rearticular y reacomodar este tipo de argumentos. Al respecto, cobran relevancia por lo menos tres, en la medida en que los actores y sus ideas principales se repiten: Herman Herlinghaus y Mabel Moraña (editores), Fronteras de la modernidad en América Latina, Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, University of Pittsburgh, 2003; Daniel Mato (compilador), Cultura, política y sociedad: perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires: CLACSO, 2005; y Alfonso de Toro (editor), Cartografías y estrategias de la “postmodernidad” y la “postcolonialidad” en Latinoamerica: “hibridez” y “globalización.” Madrid: Iberoamericana; Frankfurt am Main; Vervuert, 2006. También recomiendo los reparos y apreciaciones al respecto hechas por Grínor Rojo en Globalización e identidades nacionales y postnacionales… ¿de qué estamos hablando?, Santiago: LOM, 2006. Sobre todo los capítulos: “La globalización” y “La ciencia y la técnica.”

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argumentos como los de Mijail Bajtín en la comprensión de que la novela moderna –el utiliza como

modelo a Dostoievski– se constituye a partir del dialogismo, se llegó al acuerdo de que, a pesar de

que quizás los medios de comunicación audio-visuales y la cibernética parecen no tener igual en lo

que a forma dialógica refiere, la literatura lo es tanto o más. La idea de dialogismo de Bajtín declara

que la inigualable complejidad de mundos que presenta la novela moderna se debe a que ella misma

está compuesta de diferentes puntos de vista, diferentes voces, diferentes registros lingüísticos y

variedades lingüísticas individuales que hablan unos con otros y a su vez con otras voces fuera del

texto (discursos de la cultura y la sociedad).29 En este sentido, la estructura literaria es un elemento

vital a la hora de pensar en los medios más eficaces para aprender a vivir en una sociedad

heterogénea y múltiple como la nuestra. Sin embargo, debemos declarar que con eso no basta.

Como lo advertía Sarlo en su conferencia de 1997, ante la encrucijada valorativa que nos plantea la

literatura, ya no podemos seguir canonizando a Bajtín como único santo patrono.

No basta con la mera potencialidad del asunto. No basta con la reafirmación de lo invaluable

e indispensable que es la lectura literaria sin una crítica literaria activa que junto a ésta nos recuerde el

esfuerzo constante que se requiere para echar a andar una reflexión crítica y dialógica frente a los

problemas sociales que dichos textos actualizan, sin homogeneizarlos o reducirlos a una afirmación

constante del statu quo –esto no quiere decir tampoco que no haya una gran parte de las

producciones literarias que no sean otra cosa que una afirmación de dicho estado. De tal modo, nos

parece ineludible el llamado al diálogo y a la función tradicional que hacen Eagleton, Sarlo y Rojo,

pero haciendo siempre la observación de que el diálogo en sí no es una naturaleza dada, sino un

producto de un trabajo práctico material que se funda en la evaluación de conflictos y en la

propuesta de soluciones. Y enfatizamos esto así, sobre todo, ante la tendencia actual que, basándose

29 Mijail Bajtín, Problemas de la poética de Dostoievski. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2003.

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en esta idea del diálogo, se conforma con justificarse en él, ya que, se dice, es una característica que

constituye de suyo a toda la literatura.

Sin querer simplificar demasiado la discusión, hay un ejemplo que nos parece bastante claro

sobre la facilidad con que damos por hecho esta positiva potencialidad educativa de la cultura y la

lectura que nos puede encaminar un poco más hacia el lado de las relaciones entre crítica literaria,

lectura y educación. Comúnmente, se dice que uno de los mejores índices de aprendizaje es aprender

a formular preguntas. Más difícil que una respuesta acertada es una pregunta que demuestre

capacidad de análisis y evaluación, que pueda identificar problemas de distinta índole y que, además,

se articule sucintamente. Junto con esto se entiende que una pregunta es estructuralmente dialógica,

porque implica siempre una respuesta. Da igual que la respuesta esté contenida en la pregunta, que

sea una pregunta cargada o dirigida; su forma deja abierto un espacio incompleto que reclama ser

llenado por aquel o aquella a quien la pregunta se refiere, fomentando el diálogo en el camino al

conocimiento. Sin embargo, como todos sabemos, hay preguntas y preguntas; y es mentira eso de

que no existen algunas que puedan considerarse malas.30 El conformismo que se desprende de este

dicho –que todas son positivas y dialógicas– es el que celebra sin más su inigualable estructura y su

potencialidad, sin caer en cuenta que muchas de las preguntas con las que lidiamos hoy en día no

piden más que un “sí” o un “no” como respuesta –donde el “no” es siempre más difícil, porque

requiere justificación y argumentos posteriores y nadie tiene mucho tiempo para ello.

30 Paulo Freire lo aclara del siguiente modo: “Dialogar no es preguntar al azar, un preguntar por preguntar, un responder por responder, un contentarse con tocar la periferia, apenas, el objeto de nuestra curiosidad, o un quehacer sin programa. / La relación dialógica es el sello del acto cognoscitivo, en el cual el objeto cognoscible, mediatizando sujetos cognoscentes, se entrega a su desvelameinto crítico”. Paulo Freire, “Algunas notas sobre concientización.” La importancia de leer y el proceso de liberación. Traducción de Stela Mastrangelo. Madrid: Siglo XXI, 1984. 82.

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Si se quiere, a modo de ejemplo, es posible pasearse brevemente por “El blog de Opinión”

del diario La Tercera en su formato electrónico.31 En él, de la larga lista de preguntas que se plantean

diariamente sobre problemas de contingencia nacional o internacional, se aprecia que la mayoría de

las preguntas se construyen a partir de las fórmulas “¿Qué le parece…? ¿Qué opina…? ¿Cree qué…?

Aparentemente estas preguntas invitan al lector a participar del debate dando su punto de vista, sin

embargo, el punto de arranque del debate no está precedido por un análisis de la situación, sino

desde ya por una dividida toma de posición. Que me pregunten qué me parece algo no me deja más

opción que comenzar pensando o diciendo que me parece bien o que me parece mal. Por ejemplo, la

pregunta planteada el día 18 de febrero de 2011, dice así: “¿Qué le parece que Evo Morales haya

fijado un plazo para que Chile haga una propuesta sobre el tema marítimo?” Frente a una pregunta

que apele directamente a la sensibilidad nacionalista de nuestro país, no es novedad que a muy pocos

les parecerá bien. De hecho, de las pocas respuestas que convocó el tema del día, todas concordaron

en enjuiciar de manera negativa la “falta de respeto” del presidente Evo Morales o el hecho que un

país extranjero se proponga intervenir en problemas que competen a la soberanía nacional;32 sólo

una persona se atrevió a enunciar algo parecido a una fórmula distinta como me “parece complejo,

ya que el problema tiene una larga historia” o “me parece una pregunta sesgada, porque no se hace

cargo de todas las posibles aristas del problema”, etc., y nadie, por supuesto, se arriesgó a reformular

la pregunta en otra dirección: ¿Cómo podemos lograr cooperación internacional y la confluencia del

derecho internacional con una justicia histórica en un tema cómo el conflicto marítimo y limítrofe

que sostenemos con Perú y Bolivia?

Pero tal vez sea más fácil pedirle peras al olmo o encontrarle puertas al campo.

31 “El blog de Opinión.” La Tercera. En: http://blog.latercera.com/blog/blogdeopinion/ (18 de febrero 2011). 32 “El blog de Opinión: ¿Qué le parece que Evo Morales haya fijado un plazo para que Chile haga una propuesta sobre el tema marítimo?” La Tercera. En: http://blog.latercera.com/blog/blogdeopinion/entry/qu%C3%A9_le_parece_que_evo (18 de febrero 2011).

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En definitiva, lo que ilustra el ejemplo es cómo la capacidad crítica de la pregunta, sus

aspectos de evaluación y juicio, quedan rápidamente relegados a un segundo plano. Con el tipo de

preguntas planteadas más arriba, ¿estamos fomentando algún análisis o reflexión juiciosa de los

problemas contingentes o simplemente reafirmando posiciones ideológicas e irracionales

nacionalismos? Pero nadie cuestiona estos detalles, porque de fondo, el diario simula abrirse a la

opinión a través de una pregunta y pareciera haber un consenso que insiste en que si la posibilidad

intrínseca del diálogo y del juicio está, para qué esforzarse de más haciéndola aparecer.

Dentro de esta línea y pensando en el rol educativo de la literatura y de la crítica que

mencionábamos, es interesante detenerse por unos momentos en la manera en cómo se pretende

enseñar la literatura en nuestro país. Tal y como lo exponen los planes y programas de Lengua

Castellana y Comunicación para la Educación Media, se entiende que un texto literario, dados los

múltiples sentidos que porta, posee de suyo una estructura dialógica y apelativa –una constante

convocatoria del texto al lector para completar sus indeterminaciones y vacíos de sentido– en la que

el lector no puede hacer otra cosa más que involucrarse activamente.33 Así, por ejemplo, el programa

sugerido por el Ministerio de Educación para el primer año de Enseñanza Media, y que es el

fundamento para toda la enseñanza literaria que vendrá después, dice lo siguiente:

El lector, por lo tanto, es convocado por la obra para percibir los signos y las variadas relaciones que entre ellos se establecen y para que, desde su personal sensibilidad, experiencia y competencia lectora, los interprete y de esta manera participe en la tarea de postular sentidos a la realidad que las obras literarias proponen. […] La lectura literaria es así una actividad dialógica, de intercambio entre el texto y el lector, que exige de éste una activa participación para interpretar el texto. Ello exige poner en operación su sensibilidad, su capacidad comprensiva lingüística, sus conocimientos, experiencias, sentimientos y emociones, su bagaje cultural.34

33 Wolfgang Iser, Die Appellstruktur der Texte: Unbestimmtheit als Wirkungbedingung literarischer Prosa. Konstanz: Univ. Verlag, 1970. 34 Es posible consultar tanto el marco curricular como el programa de estudios sugerido para “Lengua Castellana y Comunicación” para primero medio por el ministerio de educación en el siguiente enlace: http://www.curriculum-mineduc.cl/ficha/1-medio-lengua-castellana-y-comunicacion/ (27 de abril de 2010). Para esta cita, consúltese la Unidad 1, Subunidad 3, “La lectura literaria como diálogo del lector y con el texto,” página 38.

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La descripción es clara y de ella se desprende una de las razones de por qué la promoción de

la lectura literaria es invaluable: dada esta especial estructura de las creaciones verbales, al lector no le

queda otra opción que interactuar activamente con ellas desde su propia cultura, lo que fomenta la

actualización de sus conocimientos y habilidades en relación con sus circunstancias vitales (lo que es

evidentemente fundamental y algo que debemos promover cada vez que sea posible dentro del

mundo tecnocrático y mercantil en el que vivimos). Sin embargo, una vez se establece esta dinámica

dialógica como condición natural de la obra literaria en sí, rápidamente se reemplaza el énfasis que

debería destacar el esfuerzo que requiere la práctica lectora e interpretativa, por uno que prefiere

exaltar exclusivamente los pretendidos beneficios que se adquieren, aparentemente sin más, sólo por

el hecho de incorporar, con mayor o menos éxito, la información expresada por los signos en la

página.

Ya es historia conocida que desde el idealismo y el romanticismo, si no antes, la literatura en

tanto “bello arte” adquirió un estatuto liberador y crítico. Ya sea como fruto de una práctica que

permite al hombre contemplar el libre juego de su capacidad de conocimiento o la manifestación

antropológica de un instinto lúdico mediante el que es posible armonizar forma y materia, la

literatura se tipifica como una representación estética que no sólo educa y entretiene, sino que

posibilita el acceso del hombre a una verdad trascendental. Le otorga, de manera condensada, un

teatro de lenguaje en el que se pueden percibir múltiples subjetividades y visiones de mundo a las

que es necesario atribuir un sentido.35 De modo que hoy, los individuos que insisten en que los

objetivos de la educación son el lograr un fomento eficiente en la producción del país a través de la

más baja inversión de recursos y tiempo, se sienten a gusto celebrando estas bondades, y sin pensar

siquiera en revisar las condiciones históricas que hicieron que la literatura pasara de ser una

35 Aquí se condensan ideas de la Crítica del juicio de Kant y de las Cartas sobre la educación estética del hombre de Friedrich Schiller. Para su incorporación del mundo americano, es cosa de leer Ariel de José Enrique Rodó.

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manifestación más de la historia o de la crítica a esta forma portadora de una trascendencia.36 En lo

que respecta a la educación, están dispuestos a aceptar la idea que la literatura es un medio

inigualable para acelerar el aprendizaje de habilidades y conocimientos verbales; pero eso y basta.

Detrás de esta aceptación, por supuesto, se hallan consecuencias que para nosotros son

gravísimas, pero que ya nadie cuestiona, porque obligarían a reformar radicalmente cómo se entiende

la lectura, cómo habría que enseñarla y el tipo de sociedad y ciudadanos que promueve. Por mucho

que los planes y programas insistan en la importantísima dimensión valórica que subyace a todo el

proceso de aprendizaje, al igual que en el desarrollo de un juicio crítico que permita al estudiante

llegar incluso a observar e interpretar las relaciones entre las obras que lee y sus contextos de

producción para postular sentidos posibles,37 la obsesión por cumplir con los requisitos que

demandan las evaluaciones que dicen garantizar la calidad, termina por encausar todo el aprendizaje

hacia la satisfacción de esos estándares. En vez de promover la lectura como una práctica social y

asegurarse que sea evaluada a partir de esa función, todo se queda en el cultivo privado de ciertas

habilidades que surgen del libro o el computador y se instalan en la mente del individuo. Si la lectura

literaria es en verdad tan potente en sus cualidades ilustrativas, se insinúa con el silencio, el resto –la

capacidad crítica y el goce estético– vendrá después. La oferta de libros, la reseña y el catálogo, como

reemplazo de la crítica literaria, no dejan de hacer exactamente lo mismo.

Es fundamental notar aquí que las bases teóricas que subyacen a estas ideas provienen de la

crítica literaria que se logró desarrollar en el país dentro de las represiones y censuras de la dictadura

militar sobre las ciencias sociales y las humanidades.38 Como lo indican primero Bernardo

36 Véase al respecto las ideas de Terry Eagleton tanto en el ya citado The Function of Criticism, como en su The Ideology of the Aesthetic. Oxford: Blackwell Publishing, 1990. 37 Véanse los aprendizajes y contenidos mínimos del área de Literatura en el programa de Lengua Castellana y Comunicación del cuarto año de enseñanza media, disponible en el siguiente enlace: http://www.curriculum-mineduc.cl/docs/fichas/4m01_lengua_castellana.pdf (26 de abril de 2010) 38 Con represión no me refiero únicamente a la desaparición o exilio de importantes académicos, profesores e intelectuales o a la quema de libros “subversivos,” sino también al cierre de carreras completas como

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Subercaseaux y luego Iván Carrasco, durante los diecisiete años de autoritarismo, la crítica literaria

académica tuvo que especializarse al máximo para sobrevivir.39 Siguiendo las vertientes del

estructuralismo y la fenomenología más puristas, a partir de textos como “Análisis estructural del

relato” de Roland Barthes, La estructura de la obra literaria de Félix Martínez Bonati, La producción del

texto de Michel Riffaterre o El acto de lectura de Wolfgang Iser, la obra literaria pasó a concebirse

como un objeto aislado de los problemas sociales o políticos y a estudiarse en un mundo de

abstracción en el que se analizaba el lenguaje y sus diversas funciones cognitivas o expresivas. En

tanto rama de la universidad que se encargaba de un “bello arte” verbal, al estudio de la literatura se

le permitió seguir existiendo, pero sus enfoques debían evitar cualquier conexión con la biografía, las

instancias sociales y políticas de producción y las transformaciones que posiblemente exigía a la

realidad. En tanto manifestación sublime de las más altas civilizaciones, la literatura tenía mucho más

que ver con un uso artístico del lenguaje y por lo tanto, el estudio de su forma y contenido debía

buscar el mundo espiritual y desinteresado de la cultura, antes que cualquier otro interés material o

egoísta de la contingencia.40

Esta concepción se incorporó lentamente al diseño de planes y programas de educación, e

incluso permeó gran parte de la producción crítica de la academia. Lo grave es que, una vez fuera del

período dictatorial, esta concepción no experimentó mayores cambios, salvo por algunas

actualizaciones a la luz de estudios postestructurales. Estos nuevos enfoques, respondiendo muy

sociología o a la separación definitiva de la Universidad de Chile del ámbito educacional con el cierre del Instituto Pedagógico y la reestructuración que derivó en lo que hoy conocemos como la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Al respecto es posible consultar el libro de Alan Meller y Patricio Meller, Los dilemas de la educación superior: El caso de la Universidad de Chile. Santiago de Chile: Taurus, 2007; tanto como el de José Joaquín Brunner, Educación superior en Chile: Instituciones, mercados y políticas gubernamentales (1967-2007). Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2009. 39 Bernardo Subercaseaux, Transformaciones de la crítica literaria en Chile: 1960 – 1982. Santiago de Chile: CENECA, 1982; e Iván Carrasco, “La crítica literaria chilena en tiempos de crisis.” En: María Nieves Alonso, Mario Rodríguez y Gilberto Triviños (ed.). La crítica literaria chilena, 35-42. 40 Para más detalles véase el apartado cuarto “Purgando La Moneda” del tercer capítulo, así como el cuarto capítulo de este libro.

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bien al contexto neoliberal postmoderno, a la atomización de la sociedad y el énfasis de la libertad

individual frente a cualquier interferencia de la sociedad o el Estado, exacerbaron la dimensión

utilitarista o asocial de la literatura. A partir de la premisa de la “caída de los grandes relatos” y, por

lo tanto, de la desconfianza en cualquier postura explícitamente política, se comenzó a pensar la

literatura como un discurso desestabilizador de las ideas fijas y monolíticas del pasado, que nos abría

críticamente al nuevo mundo global. Por ejemplo, como lo sugiere Paul de Man en Resistencia a la

teoría, cualquier intento por estabilizar una interpretación literaria frente a una situación social o

cultural determinada, es un intento por restar fuerza a las iniciativas que desde la subversión de las

estructuras del lenguaje se arriesgue a resignificar sentidos culturales ya institucionalizados.41 De

modo que el pensamiento crítico no deja de suceder en un espacio abstracto y ahistórico, en donde

las transformaciones mutuas que experimentan lenguaje y realidad no pueden entrar nunca en una

situación histórica, ya que eso sería caer inmediatamente en la institucionalización. En consecuencia,

estas nuevas teorías se incorporaron como justificaciones actualizadas de lo que ya se había

desarrollado a lo largo de los años ‟70 y ‟80, y antes que criticar definitivamente este modelo

abstracto y la premisa individualista con la que se concibe el proceso de lectura –se lee solo, en

silencio, meditando–, en los últimos años se celebran las cualidades cognitivas inigualables de su

estructura dialógica y se elide cualquier sentido comunitario que pueda tener.

Precisamente, en Sentido y práctica de la crítica literaria socio-histórica, libro publicado hace ya más

de veinticinco años, Hernán Vidal iniciaba su exposición advirtiendo la facilidad con que la academia

literaria de los años ochenta aceptó con los brazos abiertos las propuestas de la teoría de la recepción

de corte más fenomenológico. Sin hacer mucho ruido en los contextos dictatoriales, permitió abrir

nuevos espacios de indagación teórica y justificar la escritura de nuevos libros, repitiendo una y otra

vez lo revolucionario que era para su momento la inclusión de las nociones de lector y audiencia a la

41 Paul De Man, Resistance to Theory. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1986. 17.

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hora de pensar un texto literario. Un mundo inexplorado que venía a descentrar los criterios de

autoridad sobre los sentidos que dichos textos proponían y que obligaba a mirar todo con una nueva

mirada histórica y social. Extrañamente, critica Vidal, este suceso fue considerado revolucionario, sin

repararse en las implicaciones sociales. El grueso de la discusión se detuvo simplemente al

determinar que la lectura de “un texto significa que la conciencia lectora solitaria medita para captar

la experiencia de atravesar un texto, organizando ese desplazamiento en categorías discursivas que le

otorguen significaciones entendidas como interpretación.”42 Bajo esta perspectiva, lo que primó fue

una teoría sobre las competencias y el modo en cómo se produce el acto subjetivo e individual de la

interpretación, olvidando que dicho acto subjetivo está inevitablemente condicionado de manera

compleja por diversas convenciones y estrategias que la colectividad social ha acumulado y ha hecho

prevalecer en el tiempo. Para Vidal, esto último es justamente aquello que introduce un problema

central para un lector competente en relación con los procesos culturales. Más importante que la

especificidad del proceso de lectura individual, ¿cómo se lee?, ¿cómo funciona en teoría el acto

cognitivo de la lectura?, Vidal reclama otro paso que implica hacerse cargo de las siguientes

preguntas: ¿para qué leer? y ¿cómo vamos a hacerlo?; o sea, ¿qué aspectos de lo que leamos vamos a

destacar y enjuiciar para desarrollar un juicio crítico no sólo con lo leído, sino con nuestra sociedad?

En otras palabras, dejar de pensar en la promoción del libro y la lectura como un paquete

completo de soluciones a corto o mediano plazo, dejar de cegarnos ante la celebración de sus

bondades abstractas y ponerlos a funcionar dentro de las limitaciones materiales de una sociedad

determinada y sus propias relaciones y jerarquías comunicacionales. Encarar críticamente la

necesidad de disputar y debatir en cada momento el sentido y el significado de la literatura para una

comunidad. No como ideal, sino como práctica; no como capital simbólico sin más, sino como

interpretaciones complejas del mundo y sus sujetos. Si olvidamos a la lectura como práctica de la

42 Hernán Vidal, Sentido y práctica de la crítica socio-histórica: Panfleto para la proposición de una arqueología acotada. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1984. 5-6.

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vida cotidiana, parte de una sociedad y una cultura, olvidamos que tiene la capacidad de modelar no

sólo la afectividad o el intelecto de los lectores y lectoras, sino también sus decisiones y conductas.

La incuestionada centralidad de lo que se explica a sí mismo simplemente porque alguna vez

se llegó al consenso de que es bueno y deseable, fija la vista en lo importante que es el proceso de

lectura sin preguntarse cómo se realiza éste al interior de una sociedad, quitando así del medio todos

los aspectos comunitarios en los que se produce la cultura. Y lo que es más, de tal generalización se

desprende el siguiente corolario que expresado burdamente se podria puntualizar de la siguiente

forma: si toda lectura asegura de por sí un aprendizaje positivo, entonces la tarea es más fácil de lo

que pensábamos. Repartamos silabarios, alfabeticemos, regalemos libros –almas caritativas nunca

faltan en el negocio de la cultura– y sentémonos a esperar, de brazos cruzados o como mejor nos

plazca, el florecimiento de la semilla intelectual a partir de su natural entelequia.43

43 Un desarrollo histórico y social más extenso de este problema de la lectura se encuentra en el ensayo de Vicente Bernaschina Schürmann, “La lectura en la crisis de la educación: reconsideraciones para el bicentenario.” En: Vicente Bernaschina Schürmann (et. al.), Crisis y Bicentenario: Cuarto concurso de ensayo en humanidades contemporáneas. Colección pensamiento contemporáneo. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, 2010.

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4. Cuestión de Valores

Pensando entonces en algunas de las transformaciones que ha experimentado la literatura y

la crítica literaria en el país a lo largo de la segunda mitad del siglo veinte, pareciera haber un aspecto

vital en la burla de Alone sobre la frase “Como en Chile no hay crítica literaria…” que

inevitablemente pervive hasta hoy. No por nada se dice que entre broma y broma la verdad se

asoma. Claro que, hay que decirlo, en esta ocasión no lo hace por el lado de Alone.

En un principio estaríamos de acuerdo con el tópico de que en Chile, hoy, no hay crítica

literaria en los medios de comunicación de circulación más amplia; no al menos aquello que nosotros

queremos que sea la crítica literaria. Pero se nos hace indispensable discrepar con Alone en la

manera en cómo termina desestimando toda acusación de los escritores por la ausencia de crítica

como un gimoteo infantil o la vanidad de querer obtener visibilidad social para alcanzar fama y

vender más libros. Desde su horizonte y pretensiones culturales, estas afirmaciones lo obligan a

utilizar la ironía y el sarcasmo en sus “crónicas”, porque precisamente, durante los cincuenta y los

sesenta, comienza a consolidarse una transformación importantísima del paradigma cultural en el

que las “bellas letras”, su claridad y su buen gusto –elementos civilizadores de primer orden para

Alone– entran en crisis.

Lo interesante es que las mismas producciones literarias son las que provocan esta ruptura,

en la medida en que incorporan cada vez más a los diversos grupos y minorías sociales, quienes

buscan establecer sus propias versiones interpretativas de la realidad nacional. Pero por supuesto,

para que seamos capaces de entender los aspectos de estas transformaciones que se hacen visibles y

cuáles no, tenemos que ser capaces de comprender que la función de la crítica en Chile ha sido un

constante esfuerzo por desarrollar algo mucho más complejo y participativo que un mero

comentario al margen, negativo o elogioso, sobre algún texto artístico que acaba de aparecer.

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En este sentido, Alone lo aclara con precisión a pesar de su tono: la crítica literaria se hace

partícipe finalmente del proceso de constitución de una literatura nacional en la medida en que hace

visible procesos sociales, históricos y estéticos. Evidentemente, lo que él no está dispuesto a transar,

puesto que responde a su propio horizonte moral e ideológico, es que dichos procesos vayan en

desmedro de una idea homogénea de la literatura que él tiene y los valores que ésta debe propagar.

Dichos valores no deben revelarse como tales, no pueden ser indicados como interesados, puesto

que pertenecen a la norma hegemónica de las bellas letras.

Por lo mismo, no debe parecernos curioso que algunos de estos argumentos y algunas de

estas ideas se sigan reiterando con igual denuedo a principios del siglo XXI; revisadas y actualizadas

según la corrección política de nuestra actualidad, pero en lo sustancial bajo el mismo modelo.

Camilo Marks, quien ha venido a ocupar el puesto de crítico literario de planta de El Mercurio (puesto

que le pertenecería con anterioridad a Alone y luego a Ignacio Valente), escribía en 2001 a propósito

de las crónicas literarias que Alone dedicara a Marcel Proust: “la crítica literaria es uno de los

espacios culturales más significativos de una nación; es, quizá, la forma superior de la conciencia

literaria de un país; es la carta de presentación de lo que es la literatura y la cultura, en suma, de lo

que, en términos espirituales, se es como nación”.44 Es decir, nuevamente el rescate de esta tarea en

función de los ideales espirituales del hombre y de la sociedad en la que vive; ahora, eso sí, adecuada

a un nuevo ambiente pluralista y democrático que fomente debates y diversos puntos de vista. “La

monocrítica es en extremo perjudicial, declara Marks, pero más dañina es la ideología del consenso,

discutiblemente válida para los acuerdos gubernamentales, pero nefasta en el terreno cultural”.45

Miel sobre hojuelas, diríamos. Por un lado, el reconocimiento de la crítica como una tarea

igualmente importante que las creaciones mismas con las que dialoga en la formación de la cultura.

44 Camilo Marks, “Para leer a Alone.” La crítica: el género de los géneros. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2007. 78. 45 Camilo Marks, “El estado del arte.” La crítica: el género de los géneros. 93.

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Por el otro, la insistencia en el diálogo abierto que permita aflorar diversas perspectivas sobre la

literatura y la crítica misma.

No obstante, al seguir las opiniones de Marks sobre la manera en que esta crítica literaria

debe ejercerse, vuelven a aflorar las mistificaciones esteticistas y la superioridad de cierto gusto y

cierta sensibilidad que deben regir la mirada del crítico. Frente a las reiteradas acusaciones sobre el

impresionismo que guiaba la crítica literaria de Alone, Marks aclara que eso se trata de una mala

traducción del inglés, cuando el adjetivo se opuso al New Criticism anglosajón, y a una vertiente

teórica que se desvive en descentrar los valores estéticos a través de una jerga técnica. De modo que

la crítica literaria que este crítico defiende es una que debe cautelar la calidad de lo literario ante la

perniciosa invasión de vertientes postestructuralistas y ciertos nombres claves –Barthes, Foucault,

Lacan–, ya que las consecuencias de esta irreflexiva contaminación son textos que poseen tanta

“gracia como una encuesta demográfica” y cuyos resultados “sólo ahuyentan a potenciales lectores y

matan el interés de estudiantes optimistas”.46

Hasta aquí no habría ningún reparo fundamental, en la medida que es cierto que cuidar la

expresión y el estilo es un aspecto importante de la crítica, sobre todo a la hora de ampliarse hacia

sectores no especializados, buscando su participación e interés. No obstante, sí se vuelve un

problema cuando el juicio crítico se refugia exclusivamente en una justificación personal a través del,

también irreflexivo, problema del gusto. Así lo hizo Alone en sus “crónicas literarias” y en sus libros

Historia personal de la literatura chilena (Santiago de Chile: Zig-Zag, 1954) o Los cuatro grandes en la

literatura chilena durante el siglo XX (Santiago de Chile: Zig-Zag, 1962; nótese el artículo determinado

que encabeza el título), e Ignacio Valente en sus compilaciones de crítica: Introducción a la literatura

(Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1981) o Veinticinco años de crítica (Santiago de Chile: Zig-

46 Ibíd.

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Zag, 1992). Así lo hace también Camilo Marks en su reciente Canon. Cenizas y diamantes de la narrativa

chilena (Santiago de Chile: Editorial Debate, 2010).

En el prólogo a este libro, Marks parte del supuesto de que en las producciones artísticas y,

en específico, en la literatura, siempre ha existido un ordenamiento jerárquico. Sea en la época que

sea, siempre habrá cosas que son buenas, mediocres o malas. La tarea del crítico es, en este sentido,

calificar y evaluar las producciones literarias de los distintos géneros existentes “de acuerdo a sus

parámetros –o cánones–”, decir “qué tal le parecen en conformidad a ellos” y emitir finalmente “un

juicio de valor”.47 En la medida que la crítica es un ejercicio del criterio, no es posible realizarla sin

establecer fronteras, clasificar, distinguir, orientar y para ello es necesario una norma, un canon.

Dicho canon es, entonces, la selección de obras literarias que pertenecen a esas que el crítico

considera buenas, tanto como una expresión material de su criterio para tal selección. En el caso de

su libro Canon, Marks aclara:

Debo agregar […] que el canon aquí elaborado es personal. Me abstendré de proporcionar las definiciones de la palabra “personal” que, como sea, no quiere decir subjetivo, arbitrario, inmotivado o inconsistente. / He elegido destacar a los autores y autoras que hoy por hoy me parecen relevantes, que se leen porque tienen algo que decir al público actual, que, como lo repetiré muchas veces, mantienen su vigencia y poder literario […]. Naturalmente, me he guiado por mi criterio, mi gusto, mis preferencias.48

Es una perogrullada declarar que el canon establecido es personal si se basa en su criterio, en

su gusto, en sus preferencias, lo mismo que asegurar que dicha palabra no quiere decir arbitrario o

inmotivado. En la medida en que hay una escala de preferencias ordenadas a partir de una norma,

queda claro que hay una motivación que rige la selección. Lo grave está cuando el crítico renuncia a

su capacidad reflexiva y autoreflexiva y elide incluir en la discusión aquellos aspectos que determinan

tal criterio. No sólo por el hecho de que al final la discusión se retrotrae a aspectos de la

personalidad o de la biografía –como sucede en el prólogo que escribe Diamela Eltit a La crítica: el

47 Camilo Marks, Canon. Cenizas y diamantes de la narrativa chilena. Santiago de Chile: Ed. Debate, 2010. 13. 48 Ibíd., 14-15.

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género de los géneros, cuando la escritora destaca la trayectoria de Camilo Marks como abogado de

Derechos Humanos y se permite elogiar su tarea como crítico al reconocer a la literatura, en cuanto

expresión de la subjetividad, como uno de los derechos humanos primordiales49–, sino además

porque el criterio de legitimidad de dicho canon y las razones que lo sustentan se desplazan a un

criterio de simple autoridad. El crítico literario, desde la tribuna pública a la que accede para realizar

sus comentarios, inmediatamente se recubre de la autoridad que le otorga el medio desde el que

publica; sea este un periódico, una revista académica, un portal web especializado o un libro. Las

opiniones signadas como públicas desde una plataforma legitimada por la letra, sumado a la supuesta

trayectoria y experiencia del crítico en la actividad, lo transforman inmediatamente en una autoridad

del tema, cuyo criterio se afirma tautológicamente en ese hecho. Cosa que se agrava aún más, si ese

criterio se refuerza en una irreflexiva categoría del gusto y de la sensibilidad personales, sin establecer

en ningún momento de dónde surgen los valores que animan dichas categorías del juicio.

A consecuencia de esto, y la posta que se produce a lo largo de la vertiente hegemónica del

periodismo literario, es que a nosotros nos parece indispensable repetir una y otra vez que el

problema de la crítica literaria –tanto hoy como en el pasado– es que debe aceptar el carácter moral

de la literatura y de su práctica no como una naturaleza dada, no como una esencia que pervive cada

vez que algo se identifica como tal, sino como un trabajo constante en el cual, el objetivo último, es

la reivindicación de los derechos sociales de todos y todas. En última instancia, dentro del espacio

pluralista y democrático que se insiste debe tener hoy esta práctica, que se pongan en juego también

algunas preguntas fundamentales sobre su ejercicio: ¿por qué debo leer este libro y no otro? ¿Qué

49 El comentario de Eltit es el siguiente: “No se puede olvidar que Camilo Marks ha tenido una destacada trayectoria como abogado de Derechos Humanos. Y asociando (lenta, libremente) lecturas, imágenes, fragmentos y espacios, en los momentos en que concluye mi lectura de este libro, me permito pensar que, después de todo y a pesar de la cuota de fracaso que portan las artes, la literatura en su conjunto –aún como perdedora– continúa siendo uno de los derechos (humanos) primordiales. Sí, porque el imaginario del sujeto es –ya lo sabemos– indestructible y también inalienable”. Diamela Eltit, “Mediaciones y mediciones.” En: Camilo Marks, La crítica: el género de los géneros. XXI.

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aspectos de este libro lo hacen una mejor lectura hoy frente a tantos otros que circulan? ¿El criterio

es meramente estético, hedonista o se vincula a otros proyectos sociales de más amplio alcance? Sin

caer por supuesto, en las respuestas fáciles, legado de una tradición humanista que no ha revisado su

pertinencia en las condiciones de la sociedad actual: porque sí, porque la literatura es buena e índice

de la alta cultura y de las altas cumbres de la humanidad. En definitiva, para eso, es mejor no decir

nada.

Por suerte, hay otras vertientes que desde 1989 en adelante han tratado de reforzar una

perspectiva reflexiva y política de la crítica literaria. En la recuperación de los debates sobre la crítica

a fines de los ochenta y principios de los noventa, notamos un diagnóstico pesimista en torno a la

situación de la crítica literaria, pero también la conciencia de tareas a realizar. Una de ellas, quizás

una de las más importantes, es la que proponía Naín Nómez en las páginas del diario La Época: la

recanonización de la historia literaria nacional.

En 1989, a la par con la propuesta de Nómez, Hernán Vidal publicaba desde su exilio en

Estados Unidos un libro bajo el título Cultura nacional chilena, crítica literaria y derechos humanos. Su

propuesta central era precisamente que la crítica literaria democrática, enfrentada al fascismo, debía

ser asumida como una meditación sobre el sentido de las culturas nacionales. Las obras literarias no

son mera entretención, sino textos que, mediante su institucionalización, contribuyen a la formación

de una identidad nacional en la que se cruzan distintas tradiciones. De tal forma, el crítico literario

“debiera entenderse a sí mismo por sobre todo como productor de cultura” y participar críticamente

en tal producción.50

Para Vidal, la cuestión fundamental en el trabajo de la crítica es reconocer que todo aquello

que llamamos cultura es resultado de un trabajo humano por superar el “reino de la necesidad”; y

aquello que ha surgido de él a través del tiempo es lo que llamamos sociedades. La literatura, como

50 Hernán Vidal, “Prólogo.” Cultura nacional chilena, crítica literaria y derechos humanos. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1989. 6.

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parte de este proceso de construcción social, se nos presenta como una institución en la que,

mediante la representación de aquello que individuos y grupos entienden como su cultura, se

conjugan sus valores y sus deseos. Así, encarando el problema de la recanonización de la literatura

en el contexto autoritario y su legado, Hernán Vidal insta a revisar el criterio que constituye toda

jerarquía en función de las necesidades contingentes de la sociedad en su conjunto.51 El canon es “en

última instancia, expresión de un poder social y político que de hecho es, o tiene el poder de ser,

hegemonizante. Es decir que las canonizaciones literarias responden a las diversas propuestas hechas

por los diferentes actores sociales masivos organizados institucionalmente en una sociedad por la

conducción de la cultura nacional”.52

La labor del crítico literario no es, entonces, únicamente establecer un canon, sino hacerlo en

la revisión de las obras poéticas institucionalizadas por el pasado y reformularlo respecto de las

necesidades del presente en un diálogo constante con la sociedad. Es decir, comprender y hacer

explícita la dimensión valorativa que tiene dicho canon, los principios rectores de su jerarquía,

revelando su clara dimensión política.

El problema de los últimos veinte años frente a ésta y otras propuestas, es la insistencia que

se hizo sobre el supuesto fracaso que siguió a la caída del gobierno de Salvador Allende, al fracaso de

los grandes relatos que se agregó con la caída del muro de Berlín y la mundialización del capitalismo

neoliberalista a manos de la dictadura y sus continuadores. Esta insistencia se expresó en el plano

literario con una constante relativización del canon y de la capacidad valorativa de la crítica: aún hoy

muchos creen que el establecimiento de una jerarquía y de un orden es un gesto autoritario y

excluyente que siempre impondrá una visión hegemónica sobre los márgenes y sus propias

manifestaciones culturales.

51 Hernán Vidal, “Crítica literaria y derechos humanos: un fundamento posible para la recanonización literaria en épocas de crisis institucional.” Cultura nacional chilena, crítica literaria y derechos humanos. 426. 52 Ibíd., 427.

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Grínor Rojo explica muy bien este problema en sus Diez tesis sobre la crítica, mostrando

además la facilidad con que fueron adoptados los criterios deconstructivistas y postcoloniales en las

discusiones literarias nacionales y latinoamericanas. Evidentemente era necesaria una posición crítica

frente a perspectivas tradicionales y elitistas que poco o nada tienen que ver con nuestra realidad –el

ejemplo clásico es el conocido Canon occidental de Harold Bloom–, como también la recuperación de

una dimensión democrática real en la cultura: no desoír el llamado del escepticismo postmoderno a

“que reconozcamos la amplitud, la diversidad y el derecho a expresarse” de todas y todos.

“Especialmente, […] que hagamos nuestras las prerrogativas del excluido o, más concretamente, que

nos preocupemos de potenciar su discurso, que escuchemos de una vez por todas la voz de aquéllos

que, al contrario de lo que se suele creer, la tienen en efecto pero no han gozado hasta ahora de la

oportunidad de hacer de la misma un uso libre y suficiente”.53

Lamentablemente, advierte Rojo, lo que se necesitaba ad portas del nuevo milenio era una

posición crítica y no una adopción irreflexiva de propuestas teóricas heterogéneas, que redundara en

la cancelación absoluta del juicio y de una pugna abierta por debatir el canon general. Porque lo que

el descentramiento y fragmentación absolutos lograron fue, más bien, la conservación del canon

occidental, marcado como un canon ajeno e irrelevante para las culturas marginales, y la

construcción de diversos “ghettos propios, ahora no sólo físicos sino también políticos y culturales”,

sobre los cuales a dichos sujetos marginales o subalternos se los alienta a trabajar “para que se

distraigan y disfruten con el espejismo de una vida humana próspera y dichosa en el espacio feérico

de sus „zonas liberadas‟”. O sea, concluye Rojo, en vez de una recanonización efectiva de la

literatura, un reforzamiento del status quo, manteniéndolo intocado, “como fue, como es y como debe ser. Si

los subversivos abandonan la partida, mejor para todos aquellos que la siguen jugando”.54

53 Grínor Rojo, Diez tesis sobre la crítica. Santiago de Chile: Lom, 2001. 117. 54 Ibíd., 118.

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Afortunadamente, tanta insistencia en la fundamental perspectiva valórica que subyace a la

crítica literaria ha ido encontrando en Chile algunas respuestas; disímiles, encontradas y tal vez

polémicas, pero al menos con un pie firmemente instalado en este debate valórico y político. En el

año 2009, por ejemplo, se publican las actas de un coloquio sobre crítica literaria en prensa,

organizado por Patricia Espinosa y realizado el año 2006 en la Universidad Católica en Santiago. En

las intervenciones publicadas se percibe con fuerza el deseo de lograr una crítica literaria pluralista en

la que la controversia y el debate estén presentes para hacer surgir otras miradas que luego de la

dictadura habían desaparecido.

Así, quisiéramos destacar dos propuestas del conjunto que se suman a lo ya expuesto a lo

largo de este capítulo. Por una parte, ante la carencia de un debate serio en los medios culturales en

torno a la cultura y las artes, Patricia Espinosa propone recuperar la figura del intelectual tradicional,

y con ella, la crítica y la literatura:

Debemos intentar pelear el gran simulacro que se nos impone. Debemos intentar pelear contra una crítica que tiende a convertirse en un mal filme porno, donde todo nace y muere en la superficialidad de la reiteración, en el exceso de lo ya sabido, donde todo tiende a más de lo mismo. Es como si la crítica literaria encarnara su propio cadáver, en una simulación pobre de un devenir ultrarrepetido. Ni metalenguaje, ni método, ni conocimiento de grandes autores ni menores, nulo interés por la literatura chilena […]. Los vacíos formativos llevan al simulacro de crítico que tanto le sirve al mercado.55

Por la otra, Lorena Amaro hace un llamado a combatir los peligrosos rasgos

individualizadores que rigen gran parte de la opinión pública sobre los valores de la cultura:

[R]ecordemos que el ejercicio crítico emerge de la modernidad como ejercicio de ciudadanía y que muchos proyectos filosóficos recientes apuntan a señalar nuevas formas de subjetividad, que nos liberen de las estructuras totalizadoras del poder moderno, rechazando sus formas paradójicamente individualizadoras. En este sentido, sería saludable observar la crítica no como un ejercicio del superhéroe-lector ensimismado; la crítica siempre ha sido más que un ejercicio parasitario y constituye

55 Patricia Espinosa Hernández, “Residualidad y resistencia en la crítica literaria.” En: Patricia Espinosa Hernández (Ed.), La crítica literaria chilena: Actas del primer coloquio de crítica literaria en prensa. Santiago de Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile; Facultad de Filosofía, Instituto de Estética, 2009. 53.

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una búsqueda escritural con sentido. Se escribe porque se tiene algo que decir, un proyecto que compartir”.56

Esta tarea comunitaria con sentido social, queremos insistir, no es una determinación

caprichosa de nuestro presente hacia el pasado. Efectivamente, la constitución de la crítica literaria

como un debate constante y a veces soterrado por los derechos sociales tiene una historia y es esa la

historia que pretendemos abordar aquí, a través de ciertos momentos en los que las discusiones se

hicieron visibles en polémicas o eventos públicos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y cuyos

problemas perduran hasta hoy. Contar esta historia es un paso indispensable si queremos proyectar

realmente esta labor desde nuestro presente hacia el futuro.

56 Lorena Amaro Castro, “„¿Quién vigila a los vigilantes?‟ Algunas ideas sobre la crítica literaria reciente en Chile.” En: Patricia Espinosa Hernández (Ed.), La crítica literaria chilena: Actas del primer coloquio de crítica literaria en prensa. 17-18.