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CRITICA DE LIBROS CARLOS SECO SERRANO Militarismo y civilismo en la España Contemporánea (Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 1984) JOAQUIM LLEIXÁ Cien años de militarismo en España (Barcelona, Anagrama, 1986) MANUEL BALLBÉ Orden público y militarismo en la España constitucional (Madrid, Alianza Editorial, 1983) DIEGO LÓPEZ GARRIDO La Guardia Civil y los orígenes del Estado centralista (Barcelona, Crítica, 1982) GABRIEL CARDONA El Poder Militar en la España Contemporánea hasta la Guerra Civil (Madrid, Siglo XXI, 1983) La reflexión sobre la historia con- iniciativas de interpretación que, al temporánea de España pone de ma- hilo de la contraposición entre poder nifiesto la importancia que el Ejercí- civil y poder militar, enriquecen nues- to, como institución y colectivo so- tro conocimiento del pasado y ofre- cial, ha tenido a lo largo de los si- cen instrumentos válidos para afron- glos xix y xx, y con una especial in- tar tanto el presente como el futuro, tensidad en las etapas más cercanas Carlos Seco Serrano, en Militaris- al momento actual. Por ello, desde mo y civilismo en la España Contem- distintas posiciones se han suscitado por anea (Madrid, Instituto de Estu- 36/86 pp. 197-217

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CRITICA DE LIBROS

CARLOS SECO SERRANO

Militarismo y civilismo en la España Contemporánea(Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 1984)

JOAQUIM LLEIXÁ

Cien años de militarismo en España(Barcelona, Anagrama, 1986)

MANUEL BALLBÉ

Orden público y militarismo en la España constitucional(Madrid, Alianza Editorial, 1983)

DIEGO LÓPEZ GARRIDO

La Guardia Civil y los orígenes del Estado centralista(Barcelona, Crítica, 1982)

GABRIEL CARDONA

El Poder Militar en la España Contemporánea hasta la Guerra Civil(Madrid, Siglo XXI, 1983)

La reflexión sobre la historia con- iniciativas de interpretación que, altemporánea de España pone de ma- hilo de la contraposición entre podernifiesto la importancia que el Ejercí- civil y poder militar, enriquecen nues-to, como institución y colectivo so- tro conocimiento del pasado y ofre-cial, ha tenido a lo largo de los si- cen instrumentos válidos para afron-glos xix y xx, y con una especial in- tar tanto el presente como el futuro,tensidad en las etapas más cercanas Carlos Seco Serrano, en Militaris-al momento actual. Por ello, desde mo y civilismo en la España Contem-distintas posiciones se han suscitado por anea (Madrid, Instituto de Estu-

36/86 pp. 197-217

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dios Económicos, 1984), hace una in-terpretación global de nuestra con-temporaneidad desde el prisma delproblema militar. Hasta el sexenio re-volucionario, el militarismo es la in-serción de militares de alta gradua-ción en el juego de los partidos polí-ticos a causa de la esencial debilidaddel sistema representativo, que llevaa grupos políticos a utilizar la fuerzamilitar para alcanzar sus objetivos.Después del 98 el poder militar su-planta ya claramente las atribucionesdel poder civil a fin de imponer suspropios criterios como colectivo. En-tre estos dos momentos, para Seco, elperíodo 1874-1906 es una etapa deverdadero civilismo porque el Ejérci-to no decide los cambios políticos, si-no que garantiza la legalidad legítima-mente establecida.

El momento de la guerra de la In-dependencia dio lugar a un nuevoEjército que se inclinó al liberalismo,cuya instauración se conseguiría des-pués de una cadena de pronuncia-mientos: el principal problema era eldel papel a jugar por este Ejércitoque, debiendo defender la idea de lasoberanía nacional, estuviese someti-do a ésta y no la oprimiese; el dile-ma se simbolizó en la pugna entre eljefe político y el capitán general, mien-tras que la legislación de abril de 1821—la Ley Marcial— extendía la juris-dicción militar a los delitos políticos.

Suavizada la depuración militar delinicio de la Década Ominosa por losaperturismos centristas surgidos en elseno del régimen, la crisis dinástica seorientó gracias a ello hacia el libera-lismo y, potenciada por la guerra car-lista, la élite militar fue la baza de-

cisiva en la pugna entre moderados yprogresistas. Sobre ese trasfondo, enel que los militares eran la fuerza po-lítica de que carecían los civiles, sedesplegó el «régimen de los genera-les» (Espartero, Narváez, O'Donnell,Prim), en el que cada cambio políti-co fue el resultado de un pronuncia-miento civil enmascarado en un actode fuerza militar.

Los primeros años del sexenio su-primieron la posibilidad de que elEjército pudiera continuar siendo laexpresión de realidades sociales quela ficción electoral no permitía refle-jar: vinculados sus mandos a la Revo-lución del 68, era ya la garantía delorden constitucional. Pero la procla-mación de la I República le obligaríaa una toma de posiciones, como co-lectividad, frente a un estado de cosasque repugnaba a su esencia: secesio-nismo, indisciplina y violencia socialdeterminaron el golpe de Pavía.

Por la situación de las fuerzas enpresencia, la restauración de la Mo-narquía, en la persona de Alfon-so XII, era la salida histórica natu-ral, que fue precipitada por el golpede Martínez Campos, en el que laopinión mayoritaria del Ejército sesintió reflejada. Para Seco, el climacivilista fue una tónica del Ejércitode la Restauración. Cánovas, que en-tendía la Restauración como un pro-yecto de síntesis y consenso, estabadecidido a acabar con la imbricacióndel Ejército en la vida política y conel monopolio del poder por los mo-derados. Colocado el monarca a la ca-beza del Ejército, cuya cúpula habíaexperimentado una profunda renova-ción generacional, esta alianza entre

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el trono y la milicia se convertía enla base del régimen y hacía imposiblela intervención militar contra el sis-tema cuyo orden constitucional estabagarantizado por el Ejército.

En la compleja crisis, centrada sim-bólicamente en el desastre de 1898,se diseña una ruptura del civilismode la Restauración y se inicia la ma-nifestación de un militarismo crecien-te como respuesta al agotamiento delsistema de partidos (Polavieja, Wey-ler) y como reacción defensiva, tantoante la imputación de la responsabi-lidad total por la derrota militar co-mo ante los ataques de los sectoresregionalistas, que ven en las FuerzasArmadas la expresión de un Estadoen el que no se reconocen. A partirde ahora el poder militar tenderá a irsuplantando al Estado, una situaciónmuy diferente de la experimentada enla época isabelina, en la que el Esta-do no quedó supeditado al Ejércitocomo institución, aunque fuera el mar-co de intervenciones de sectores mi-litares empujados por grupos políti-cos civiles.

Tras el significativo paso que enese proceso significó la Ley de Juris-dicciones (1906), el movimiento delas Juntas de Defensa mateó una pro-fundización del retroceso del podercivil ante las exigencias del Ejército.La agitación social de la postguerra,con el recurso repetido al estado deguerra por parte de unos Gobiernosdébiles e incapaces de afrontar el or-den público con otras alternativas,acabaría de cerrar el círculo de mili-tarización del poder, perfilándose cla-ramente el Ejército como el único

sostén del régimen y del modelo desociedad existente.

La culminación sería la dictadurade Primo de Rivera. El golpe de Es-tado se produjo sin intervención delRey y con cierta esperanza ilusionadade la sociedad en su potencial rege-neracionista para superar el dilemacentralismo - separatismo, para pacifi-car las relaciones sociales y para vi-talizar las instituciones acercándolasa la nación. Pero, enganchado P. deRivera en la red de la gestión guber-namental, la primitiva idea de unaacción rápida y a plazo fijo dio pasoa una situación cuyo final no se con-cretaba en absoluto. Aunque el Ejér-cito ejerció el poder durante la dicta-dura militar, pronto aparecieron dis-tanciamientos y resentimientos por lapeculiar forma de actuación del dicta-dor, que al final, carente de la basesobre la que había elevado su régi-men, se retiró de la escena políticaarrastrando en su descrédito al Rey ya la Monarquía.

Afectado por los avatares de suconstante intervencionismo, el Ejérci-to, como institución, fue un especta-dor del advenimiento de la II Repú-blica. En el nuevo marco histórico,Azaña intentó reformar las FuerzasArmadas para asustarlas a lo que de-bían ser teóricamente sus funcionesen un mundo moderno. Su atinadapolítica desplegó amplia hostilidad, secanalizó, primero, hacia el pronuncia-miento minoritario contra el Gobier-no (1932) y, después, a través de lapolítica militar del bienio derechista.El deslizamiento radical de la etapadel Frente Popular facilitó el éxitode las incitaciones golpistas que se

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hacían al Ejército. Con la guerra ci-vil, el carácter militar del bando ven-cedor marcó claramente la esencia delrégimen resultante: el Ejército era elpoder.

Joaquim Lleixá, en Cien años demilitarismo en España, funciones es-tatales confiadas al Ejército en la res-tauración y el franquismo (Barcelona,Anagrama, 1986), se aproxima al te-ma del militarismo español desde laóptica de la ciencia política y comoderivación, hacia un marco cronológi-co más amplio, de su tesis doctoralcentrada en la España de los años 30.Su tesis sustancial es que el signifi-cado específico del militarismo espa-ñol deriva de la problemática del tipode Estado erigido en la España con-temporánea.

Parte Lleixá de la reflexión sobrela conceptualización del fenómeno, de-sarrollando sus ideas al hilo de la ob-servación de las principales teoríasconstruidas, y se detiene en las queconsidera notas definitorias y consti-tutivas del militarismo: por un lado,la militarización de la sociedad y delEstado; por otro lado, la influenciapolítica del aparato militar en laorientación del poder del Estado.

En el primer aspecto realza Lleixála proyección del Ejército en la so-ciedad —bien sea directa en las ins-tituciones civiles, bien sea sutil en elpensamiento de las capas sociales ypolíticas dirigentes— como una trazade militarismo: en el conjunto delEstado y de la sociedad serían pre-ponderantes los intereses relativos ala preparación de la guerra y adqui-rirían vigencia los valores y compor-tamientos propios de los aparatos mi-

litares. En el segundo aspecto desta-ca el nexo entre la militarización au-tosostenida y la quiebra —frente alimpulso del aparato militar— de lasupremacía civil plena del Estado ode la capacidad de dirección de losórganos en los que reside la dimen-sión democrática del Estado.

Sin abandonar totalmente el planode la reflexión teórica, aborda la cons-trucción por parte de la ideología li-beral democrática del postulado de lasupremacía política del poder civilsobre lo militar —militarismo seríala desobediencia de los militares a losórganos del Estado o la presión in-moderada sobre ellos—; relacionaposteriormente militarismo y preto-rianismo, y se refiere, por último, alcuestionamiento de la supremacía ci-vil en el seno de los Estados altamen-te industrializados, en donde un mili-tarismo de forma típica se funde entodas las facetas de la sociedad alsocaire del desarrollo tecnológico.

Centrándose en la historia de Es-paña, ve Lleixá las raíces de la vo-cación interior del Ejército en la Mo-narquía de la Restauración, en la queel Ejército recibió una capacidad deautogestión en sus propios asuntos,coordinándose su poder con los res-tantes poderes públicos del Estado através del Rey, jefe supremo de lamilicia. Cánovas erradicó el pronun-ciamiento, pero posibilitó la interven-ción militar extraordinaria para sal-vaguardar un orden social basado enla propiedad e hizo del Ejército unvector de unificación política.

La crisis del sistema acentuaría es-tos rasgos estructurales. Alfonso XIIIamplificaría el papel privativo del Rey

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en la esfera militar y el Ejército, alque se le pedía con énfasis la reali-zación de las funciones de seguridady unidad política; incrementaría suautonomía frente a los poderes delEstado. Todo ello redundaba en ladesvirtuación del sistema parlamenta-rio, al tiempo que se establecía undualismo en la organización política;por un lado, el Ejército y, por otro,las instituciones políticas, ambas encontacto a través del Rey, que erajefe del Estado y jefe de las FF AA.El corolario había de ser el restable-cimiento de la vigencia del principiomonárquico en el conjunto del Esta-do, proceso que, como sólo podía dar-se en el marco de una forma estatalautocrática, abocó a la dictadura, enmodo alguno ajena, según Lleixá, alos propios fundamentos del régimen.

En la II República la cuestión mi-litar es el quid de la vida política,confrontándose la política reformistaque quería adaptar las institucionesmilitares a un sistema liberal demo-crático con los esfuerzos por recondu-cirlas a las concepciones solidificadasen la etapa anterior. El conglomeradocontrarrevolucionario derechista esti-muló al Ejército a enfrentarse a laRepública, aunque hubiese discrepan-cias sobre el papel —instrumento oprotagonista— a desempeñar por lafuerza militar. La tradición mesianis-ta y militarista arraigada desde lasraíces de la Restauración se precipitócon la victoria electoral del FrentePopular: el Ejército, al que toda laderecha atribuía el papel de liqui-dar el régimen a través de un golpede Estado militar que frenase la «re-volución social» y garantizase la irre-

petibilidad futura de aquella coyuntu-ra, asumió el máximo protagonismoen la organización de la acción an-tirrepublicana. El poder político resul-tante de la guerra civil no podía sinocaracterizarse, según Lleixá, por unacusado militarismo, es decir, por unamilitarización de las relaciones políti-cas y sociales básicas y por el acre-centamiento de la autonomía e in-fluencia política del Ejército. Los va-lores militares debían transferirse alconjunto del nuevo Estado, cuya exis-tencia dependía de la disponibilidadde unas FF AA permanentementecomprometidas en ello. Nada nuevoen la trayectoria histórica españolapara el autor, aunque se llegase a es-pecial intensidad, como demuestra elpapel primordial del Ejército en elsistema institucional diseñado porFranco.

Desde la plataforma del Derecho,pero en contacto con la Historia y lapolítica, Manuel Ballbé estudia, enOrden público y militarismo en la Es-paña constitucional (1812-1983) (Ma-drid, Alianza Editorial, 1983), la evo-lución del complejo fenómeno del or-den público y su penetración por elEjército a través de un discurso quese ciñe a las etapas clásicas de la his-toria contemporánea de España.

Para Ballbé, el Antiguo Régimenno sólo fue, en el ámbito del OP, unclaro antecedente del liberalismo, sinotambién la fuente de inspiración deulteriores fórmulas. El constituciona-lismo de Cádiz se inclinó, quizá porla coyuntura internacional, más haciala autoridad que hacia la libertad, yreguló la administración del OP co-mo una continuidad de la etapa ante-

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rior en la que lo militar ostentaba unpapel preponderante. Luego, duranteel trienio liberal, la necesidad de asen-tar el nuevo régimen estableció unmodelo de OP que, desviándose delas pautas del modelo liberal britá-nico, hizo más fuerte la incidenciadel Ejército en las materias de go-bierno y orden interior y extendió lajurisdicción militar al conocimiento delos delitos políticos cometidos por ci-viles (Ley Marcial, 1821), al mismotiempo que se inauguraba la prácticade cubrir con militares órganos emi-nentemente civiles.

Durante la década ominosa se vi-vió una sutil pugna entre los partida-rios del poder militar y los partida-rios de imbuir el máximo de caracte-rísticas civiles a la Administración delEstado. Se insinuó entonces una tí-mida tendencia a potenciar una Ad-ministración civil al margen del ele-mento militar (Superintendencia dePolicía, Ministerio de Interior), perose saldó con un fracaso y no implicóla desaparición de las característicasconsustanciales al Antiguo Régimen,de lo que fue una buena muestra elpapel que desempeña la jurisdicciónde guerra.

En torno a la muerte de Fernan-do VII, la necesidad de prevenir even-tuales resistencias a la evolución delrégimen, concentró en manos de au-toridades político - militares reciénnombradas un mayor poder, y la pug-na entre militares y administrativis-tas se inclinó del lado de aquéllos:la neutralización práctica de los sub-delegados de Fomento (1834) por lasautoridades militares frustró la posi-bilidad de una profesionalización de

la Administración y de un control ci-vil de las funciones policiales. La per-sistencia de la guerra carlista justificóla reiteración de medidas de excep-ción a través de declaraciones del es-tado de guerra: durante 1835-1838éste fue un expediente abusivamenteutilizado, aun sin amenazas concretasdel carlismo, siendo por ello evidenteque el militarismo no era patrimonioexclusivo del moderantismo. En la re-gencia de Espartero la intervenciónmilitar en la política interna alcanzólímites antes impensados, y la ocupa-ción de cargos políticos y administra-tivos por militares esparteristas estu-vo a la orden del día.

En la década modereda (1844-1854) la utilización de la Ley de 1821para el afianzamiento de los modera-dos en el poder confirma la continui-dad de una concepción del OP ca-racterizada por la restricción de la li-bertad, la utilización del Ejército y laamplitud de la jurisdicción militar.Además, insiste Ballbé, los modera-dos fueron más allá y llevaron a lapráctica un programa de reformas, ad-ministrativas y políticas, coherentecon su ideología: la Guardia Civil esun ejemplo destacado. Con todo, laclara opción por la vía militarista,como método de gobierno y de con-figuración de instituciones, recibióun cierto barniz administrativista, sibien lo suficientemente débil comopara impedir la aparición de órganosverdaderamente profesionales y civi-les en el ámbito de la seguridad pú-blica. Esta supremacía militar en lapolítica de OP se mantuvo en el bie-nio progresista y en la posterior eta-pa de retorno al moderantismo (1856-

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1867), en la que una Ley de OP(1867) sistematizó toda la normativaque se había venido gestando desdelos inicios del régimen constitucional.

Desde el inicio del sexenio (1868-1874) se planteó, para Ballbé, la con-tradicción entre la proclamación delas libertades como base del régimeny la restricción gubernativa a su ejer-cicio. La trayectoria anterior de la éli-te política del 68 impulsaba a afron-tar los problemas de OP con medi-das de excepción en las que las insti-tuciones militares tenían un alto pro-tagonismo, del que el estado de gue-rra, la suspensión de las garantíasconstitucionales y la extensión de lajurisdicción militar eran la concreciónmás clara: en esa línea, la acción dePavía (1874), la dictadura de Serranoy el golpe de Sagunto no podían ex-trañar.

El dilatado período de la Restaura-ción fue, en cuanto al OP, la conti-nuidad sin quiebra del sistema ante-rior; si en el antecedente inmediatouna Ley de OP de 1870 permitía ladeclaración del estado de guerra sinconocimiento del Parlamento y sinprevia autorización por ley —que eralo estipulado en la Constitución de1869—, ahora tampoco se rechazabala idea de utilizar al Ejército en lorelativo a la función policial, como seplasmó en torno a la Ley Constituti-va del Ejército de 1878. El sistemade OP se basaba en una Administra-ción policial militarizada y no profe-sionalizada que sistemáticamente de-bía dar paso al estado de guerra, enla utilización continuada de la Guar-dia Civil y en el conocimiento por la

jurisdicción militar de los actos rela-cionados con esa faceta.

Facilitada la intervención de los mi-litares en la vida política por estepapel cedido al Ejército, la inadecua-ción de los mecanismos de OP a lascircunstancias de la sociedad españolaen el tránsito del siglo xix al xx, alabocar forzosamente a la constanteutilización del estado de guerra, ha-cían inoperante la inconsistente polí-tica de neutralización del Ejército me-diante la incorporación de sus jefesmás influyentes al sistema de poder.

Los hechos del Cu-cut (1905) y laLey de Jurisdicciones (1906) fueronun paso importante en la militariza-ción del régimen jurídico de las liber-tades públicas. Tras la semana trági-ca (1909) y sus secuelas, el Gobiernode Canalejas (1910-1912) no es in-terpretado por Ballbé como una eta-pa modernizadora del OP, a pesar deque alguna iniciativa positiva —comola creación de la Dirección Generalde Seguridad— podía reforzar frentea los militares el civilismo de la Po-licía. Tras la aparición de las Juntasde Defensa —singular inflexión delmilitarismo en la medida en que elgeneralato quedaba al margen—, elepílogo de la restauración y de la tra-yectoria del intervencionismo militarfue la dictadura de Primo de Rivera,solución —según Ballbé— a la situa-ción de radicalización de los movi-mientos reivindicativos y de la inten-sificación de la conflictividad socialprovocada, en parte, por el sistema deOP construido desde 1874.

En la II República ve Ballbé unaamplia identidad con la Restauración.En el inicio se promulgó el Decreto

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de Plenos Poderes y se recurrió alestado de guerra para resolver losproblemas de OP, continuándose esaexcepcionalidad con la Ley de Defen-sa de la República: aunque se orien-taba a reforzar las facultades adminis-trativas y gubernativas sin recurrir alas técnicas de Derecho militar, lasestructuras policiales no se renovarony no había escrúpulo en utilizar alEjército cuando se consideraba que laGuardia de Asalto o Guarcia Civil,entes militarizados, no podrían resol-ver los problemas. El sistema de OPorganizado en el bienio republicano-socialista continuó funcionando sinnovedad destacable en el período pos-terior y, en última instancia, la in-operancia policial «arropó» la suble-vación militar. Para la desaparicióndel militarismo político y la consoli-dación del régimen constitucional hu-biera sido preciso que la reforma mi-litar no se hubiese planteado desco-nectada del tema de la Administra-ción policial y del de las técnicas ju-rídicas para el mantenimiento del OP:pero Azaña falló en ello.

El esquema institucional franquistade OP sigue la senda trazada en lossiglos xix y xx, pero con mayor én-fasis: no hubo dificultad en implantarlas técnicas jurídicas propias de un ré-gimen autoritario militar porque yaestaban suficientemente rodadas en elpasado. El delito de rebelión militar,esgrimido contra los que no se suble-varon, permitió la represión y el es-tado de guerra permaneció jurídica-mente hasta 1948, momento en elque —perviviendo leyes excepciona-les— se pretende construir un reme-do de Estado de Derecho, mediante

una dualidad normativa que se man-tendrá hasta el final del régimen: elfranquismo se movió en todo momen-to en dos líneas legales, con una dua-lidad de ordenamientos jurídicos, or-dinario el uno y marcial el otro, quese aplicaba en menor grado y puntual-mente, pero cuya importancia destacapor la desproporcionalidad existente,la concreta transgresión de la legali-dad y el carácter ejemplar de su re-gresión.

El libro de Diego López Garrido,La Guardia Civil y los orígenes delEstado centralista (Barcelona, Crítica,1982), presenta un aspecto muy con-creto de la coincidencia entre ordenpúblico y militarismo, el de la crea-ción y desarrollo en el siglo xix de laGuardia Civil como un instrumentogubernamental para la construcción deun Estado que se va definiendo através de tres grandes dialécticas:progresismo-moderantismo; federalis-mo-centralismo; poder civil-interven-cionismo militar.

Valorando la crisis del Antiguo Ré-gimen, el autor parte de la convic-ción de que el fenómeno fundamentalen el plano político no es tanto eltránsito del absolutismo al liberalismocuanto el avance hacia la creación deun Estado, es decir, de un sistema depoder con voluntad de presencia entodo el país sin interferencias. La de-bilidad de la burguesía española paraauspiciar coherentemente este proce-so llevó al Ejército a la vida política,y dentro de ella a la importante ramadel OP en la que había desempeñadoya un papel fundamental en el si-glo XVIII.

Cada una de las dos ramas del li-

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beralismo español tuvo una concep-ción del OP adecuada al modelo so-cial en que fundamentaba su idea deEstado. El progresismo, moviéndosesimultáneamente entre la centraliza-ción y la descentralización, creó la fi-gura del jefe político y otorgó a losAyuntamientos competencias en elOP, con la milicia nacional comoapoyo, armado de evidentes connota-ciones ideológicas. El moderantismo,consecuente con la idea de ser unpacto entre nobleza y burguesía, de-sechó a la milicia —tras haberla con-trolado por razones políticas y man-tenido por razones militares— y creóun nuevo instrumento de seguridadestatal: la Guardia Civil.

Durante casi la totalidad de la pri-mera mitad del siglo xix el Ejércitofue, para López Garrido, la principalinstitución a través de la que el Es-tado se proyectaba en todo el territo-rio de su soberanía: los avatares delcambio político iniciado con el si-glo xix otorgaron al Ejército un lugarpreferente, con lo que las tentativasde subordinar el poder militar al ci-vil se mostraron vacilantes en lo ge-neral e inoperantes en lo concreto,como es el caso de OP, ámbito en elque el jefe político tuvo que soportarel predominio del capitán general odel gobernador militar. El episodiode la guerra carlista contribuyó espe-cialmente a evitar que las competen-cias policiales fuesen detentadas poruna Administración civil, mientrasque el fracaso de moderados y pro-gresistas en sus proyectos de dismi-nuir la implantación territorial delEjército a través de las CapitaníasGenerales mantuvo la influencia mi-

litar sobre las ramas civiles del Es-tado.

La omnipresencia militar en laconstrucción del Estado influiría enel carácter de los instrumentos de queaquél se dotase; tal es el caso de laGuardia Civil.

Desarmada y disuelta la milicia na-cional a raíz del movimiento anties-parterista, el enfrentamiento dentrode la maquinaria estatal entre el blo-que militar y el bloque civil interfirióel diseño de González Bravo de crearun cuerpo de seguridad pública deámbito estatal, dependiente del Mi-nisterio de Gobernación, que debíade monopolizar todo lo referente aOP, de la misma manera que su bra-zo, el jefe político, había de concen-trar todo el poder superior perifé-rico.

Al hilo del Decreto de 26-1-1844,que concedía a la autoridad guberna-tiva la competencia policial, otro De-creto de 28-2 creó la Guardia Ci-vil como una institución no integradaen el Ejército, al que se negaba capa-cidad para garantizar cotidianamenteel orden social. Pero con el controldel poder por Narváez, el Ejército fuerepuesto en su papel de instancia su-prema de la sociedad: la Guardia Ci-vil fue «refundada» en 5-1844, condependencia orgánica del M. de Gue-rra y como un cuerpo especial, no mi-litar, sino militarizado, de tropas pro-fesionales.

Arrastrado, con el Reglamento mi-litar, por su dependencia organizativadel M. de Guerra y atraído, con elReglamento civil, por la dependenciafuncional del M. de Gobernación, pro-gresivamente el cuerpo se fue des-

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vinculando de la autoridad civil almismo tiempo que se hacía autónomode la autoridad militar, gracias a lafuerza de su Inspección General.

Configurada de esta manera, laGuardia Civil se convirtió en instru-mento básico de la centralización delEstado. Con el desarrollo material detransportes y comunicaciones, inhe-rente a la creación de un mercado na-cional, avanzó la centralización políti-ca, dado que la Administración civilse iba liberando de la tutela y dele-gación del Ejército. El Estado asumíaservicios de distinta índole, pero, enla práctica, éstos eran presupuestadosy ejecutados por las Administracionesperiféricas, produciéndose una con-tradicción que se intentará superar através de una acción fortísima del go-bernador civil, cuya autoridad seráasegurada por el poder coactivo de laGuardia Civil. Tal función es la queva a tener el cuerpo durante el si-glo XIX.

A través de movimientos circula-res y radiales, la Guardia Civil se vaextendiendo por todo el país, cubrien-do la región, la provincia, el partidojudicial y el municipio, al mismo tiem-po que se despliega a lo largo de lasprincipales líneas que unen la capitaldel Estado con la periferia. Esa ex-pansión se hizo gracias a un creci-miento numérico de los efectivos, su-perior al de la tasa de crecimientofuncional y a expensas, a veces, deotros cuerpos. A fines del siglo xix laGuardia Civil era el eje del sistemade seguridad interior, sustituyendo alEjército en la vanguardia del OP ydel control social. En el siglo xx elEstado se enfrentará con nuevos pro-

blemas de seguridad surgidos del an-tagonismo social, principalmente, y dela confrontación centro-periferia, enmenor medida; en ese esquema, laGuardia Civil continuará consolidan-do posiciones y, aunque la nueva épo-ca haga patente la necesidad de nue-vas soluciones, el orden público con-tinuará estando inspirado por tenden-cias militaristas.

A caballo de una experiencia pro-fesional intensamente vivida y de uninterés científico por el tema, GabrielCardona, historiador y militar, estu-dia la dinámica del poder militar enEspaña durante el primer tercio delsiglo xx en su libro El Poder Militaren la España Contemporánea hasta laGuerra Civil (Madrid, Siglo XXI,1983).

Nos presenta Cardona al Ejércitocomo un grupo social diferente: enmodo alguno monolítico a lo largo dela contemporaneidad, es el siglo xxuna mezcla de africanistas, peninsula-res y burócratas cortesanos, los cuales,además, están distanciados por las di-ferenciaciones internas derivadas dela tradición de cada arma o cuerpo;como colectivo social eran un sectormal pagado de las clases medias ycon escasas perspectivas de realiza-ción profesional. Desde el punto devista ideológico, aunque a inicios delsiglo xix el Ejército se movió entrela libertad y el absolutismo, con eltiempo se impuso la primera tenden-cia, aunque internamente escindido,como el resto de la sociedad, entremoderados y progresistas. La Restau-ración de 1874 consolidó el Estadoliberal - conservador y, consiguiente-mente, la mentalidad del Ejército que

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la posibilitó se movía en esas coorde-nadas, pero el desastre del 98 provo-có una crisis moral y defensiva quele llevó a considerarse como la genui-na representación de las virtudes pa-trias frente a una sociedad civil des-articulada e inoperante. La impregna-ción de la sociedad civil por el podermilitar, propia del siglo xix, se con-virtió en el siglo xx en un claro inter-vencionismo impulsado por la defensadel orden social y de la unidad nacio-nal. La guerra de Marruecos añadióun nuevo componente a la conforma-ción de la mentalidad militar, simbo-lizable en «el espíritu de la Legión».

Respecto al protagonismo militaren la Restauración, afirma Cardonaque, posibilitado anteriormente por lainsuficiencia de la revolución burgue-sa, el decantamiento militar en lasalternativas políticas del régimen isa-belino, con Cánovas, se convierte endefensor del sistema. Unido al Rey-soldado, el pronunciamiento pierderazón de ser, pero el Ejército evolu-ciona hacia formas autónomas de po-der político en lugar de quedar subor-dinado al poder civil. Sobre esta basede identificación del Ejército con elsistema, cuyos valores asumía casi conexclusividad, la Ley de Jurisdicciones,las Juntas de Defensa y los repetidosestados de guerra son los hitos quellevan a la dictadura de Primo de Ri-vera: cuando el Ejército actuó clara-mente en defensa y regeneración delsistema lo único que consiguió fuesocavarlo totalmente. Tras la dictadu-ra, el Ejército no estuvo dispuesto ahacer espontáneamente nada para sal-var a Alfonso XIII , pero ningún po-

lítico, militar o civil, se lo llegó a or-denar o pedir.

La convicción de que el Ejércitoespañol no era adecuado a las funcio-nes lógicas de unas FFAA dio lugara muchos brotes reformistas plantea-dos ya en pleno siglo xix, primero, yen la coyuntura de la I Guerra Mun-dial, después; pero la realidad no sevio modificada sustancialmente hastala proclamación de la II República,cuando Azaña se encargó del M. deGuerra. El inmediato episodio refor-mista de Primo de Rivera había apun-tado interesantes objetivos, pero lapeculiar gestión gubernamental deldictador, provocando la enemiga dealgunos sectores influyentes, habíabloqueado su realización.

La idea de Azaña se enmarcaba enla tradición liberal progresista de unEjército integrado en el Estado libe-ral, es decir, políticamente disciplina-do y neutral y apto para hacer unaguerra defensiva con métodos moder-nos. Su plan era el de aligerarlo delos recursos humanos innecesarios,concentrando las posibilidades en unasunidades mejor dotadas y organiza-das; paralelamente, la conformaciónideológica hacia el apartamiento de lapolítica debía tener sus bases en elconstante perfeccionamiento culturaly técnico. La carencia de medios sólopermitió acceder a algunos objetivospolíticos y organizativos, con lo queel grueso de la reforma se centra enlas cuestiones de personal: excesivaslas plantillas teóricas, en la prácticaeran superadas por una realidad abul-tada.

Sustancialmente, la reforma de Aza-ña descargó el escalafón y simplificó

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funciones en todos los órdenes, peroello no significó una republicaniza-ción de las FF AA, porque pesaroncriterios distintos de los ideológicosen el momento de acogerse a la ley,y, aunque eliminó la posibilidad depresión soterrada del Ejército sobreel poder político, no hizo desaparecerla posibilidad de un golpe de Estadomilitar, puesto que en el plano demando efectivo la reforma ofreció po-sitivas posibilidades para la rebeliónde 1936 al quedar en puestos decisi-vos, y sin el pesado corsé de la com-pleja jerarquía de grados superiores,los militares que acaudillaron la su-blevación.

Más que las reformas, que no hi-cieron renuentes a los militares a in-tervenir en el orden público cuandose les mandó, lo que impulsó al Ejér-cito a avanzar hacia la sublevación fuela prevención contra el radicalismoizquierdista y los brotes secesionistasque pensaban que el Gobierno no po-dría controlar: ante el estallido revo-lucionario de 1934, el Ejército se des-pegó más de la suerte de la Repúbli-ca y se aproximó a la derecha, desdela que unos le solicitaban para la su-blevación mientras que otros deseabanmanipularle a partir del control delaparato estatal.

Con la caída de la CEDA y laposterior victoria electoral del FrentePopular, el camino a la insurrecciónquedó definitivamente abierto: fueronlos propios militares los que se con-virtieron en el elemento aglutinantede las distintas aventuras conspirato-

rias aportando el factor decisivo, elmando sobre la fuerza armada. Laviolencia creciente de la vida cotidia-na, precipitándose en 1936, obviabatener que hacerse planteamientos teó-ricos sobre la fundamentación del gol-pe, que era clara: oponerse a «la re-volución».

Aunque estos cinco autores abor-dan el estudio del papel del Ejércitoen la sociedad española de los si-glos xix y xx desde posiciones ideo-lógicas distintas y desde diferentesplataformas profesionales, del conte-nido de sus obras puede destacarsealguna conclusión válida para todosellos: el origen del papel preponde-rante de los militares como colectivosocial y del Ejército como instituciónreside en el raquitismo de la revolu-ción burguesa y en la endeblez de laclase destinada a informarla; la con-ciencia de la debilidad de las propiasfuerzas llevó a la burguesía españolaa instrumentalizar a los militares enla vida política ante la posibilidad decontar, en alternativa, con otros fac-tores más coherentes con la normalconstrucción de un Estado nacional.Pero, simultáneamente, este vacío po-lítico que se suscita en la trayectoriacontemporánea española tendió a serllenado por el Ejército como institu-ción, identificando los intereses delEstado y de la sociedad con sus pro-pios planteamientos en un proceso decreciente intervencionismo y milita-rismo que culminó en el siglo xx.

Joan JACOB CALVO

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RAFAEL BAÑÓN y JOSÉ ANTONIO OLMEDA (comps.)

La institución militar en el Estado contemporáneo(Madrid, Alianza Editorial, 1985)

ViCENg FISAS ARMENGOL

Paz, guerra y defensa. Guía bibliográfica(Barcelona, Fontanara, 1985)

GWYN HARRIES-JENKINS y CHARLES C. MOSKOS, Jr.

Las Fuerzas Armadas y la sociedad(Madrid, Alianza Editorial, 1984)

«El estudio de la paz y la guerradebe convertirse en el estudio cen-tral de nuestro tiempo», del prólogode Frank Blackaby al trabajo de Vi-cenc Fisas. «La investigación de lasrelaciones entre las Fuerzas Armadasy la sociedad ha dado origen a un nue-vo campo interdisciplinario...», en lacontraportada de lo que es algo másque una mera compilación realizadapor Bañón y Olmeda. «No es tareafácil la determinación del momentoexacto en que lo que podríamos lla-mar sociología militar se constituyeen España en ciencia rigurosa», de laintroducción-ensayo de Alonso Baquera la documentada presentación del es-tado en que se encontraba el estudiode Fuerzas Armadas y sociedad deHarries-Jenkins y Moskos.

Alguien ajeno al tema, que, entrenosotros, lo es por antonomasia, a lasreuniones, encuentros y demás esfuer-zos de la «movida» —en su sentidode moverse, de no estarse quietos, deestar en todas partes para ser vistosy oídos—, podría pensar que está an-te una nueva ciencia ya consolidaday asaz necesaria. Los que estamos enesto sabemos que las cosas no son co-mo aparentan, pero se está en el ca-mino para que lo sea. Una buena

muestra es la publicación en la queaparecen estas líneas y los libros, en-tre otros, que comento.

Son tres libros necesarios. El de Fi-sas, bien esforzado y meritorio, nospone al alcance de la mano el con-tenido de casi 400 títulos donde nosólo nos indica la editorial, dato quese olvida con demasiada frecuencia yque dice poco y malo de la capacidadinvestigadora de los que así actúan,sino que se incluye el contenido decada uno de ellos, síntesis muy acer-tadas, así como las hipótesis del tra-bajo. Harries-Jenkins y Moskos nospresentan el nuevo objeto de estudiode una manera un tanto especial: lasociología militar es lo que hacen einvestigan los que se dedican a estosmenesteres. Que el método no es elmás adecuado lo reconocen los pro-pios autores. Puede que en una fasede constitución sea necesario esta for-ma de actuar, pero dada la acumula-ción de trabajos citados (577) buenosería ir pensando en sistematizar elmarco y los contenidos de una(s) teo-ría(s) de alcance intermedio de lo quequizá sea algún día una sociología delo militar. Me parece acertada la ideade Bañón y Olmeda cuando conside-ran que bajo la rúbrica Fuerzas Ar-

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madas y Sociedad no hay otra cosaque un objeto de estudio antes queuna disciplina. Por mi parte matiza-ría que sería mejor decir Fuerzas Ar-madas, a secas. La conjunción puedeinducir a error y a no pocos recelos,como a todos nos es conocido.

Se agradece la compilación de Ba-ñón y Olmeda de manera especialcuando se nota lo mucho que faltapara el que quiera explorar por cam-po tan sugerente. Añado a este mé-rito el de sus propias aportacionesde los capítulos 1 y 11 y las introduc-ciones-orientaciones a los tres apar-tados en que dividen su obra. Unacrítica fácil a toda compilación es quequien la hace siempre hace notar lafalta de este artículo y aquel capítulode tal autor. La duplica no es menoscómoda y contundente: pues, señor,haga usted ese libro del que habla ydespués ya veremos. Pues bien, en esalínea sugeriría incluir a Tocqueville,Veblen, las reflexiones de Max We-ber a su paso por la milicia, Sumner,Malinowski, Freud, Ortega, WrightMills, Aron, Miliband, Ridruejo...Como reconocen en varias ocasiones,el cuadro habría que completarlo conaportaciones de la economía, jurídi-cas, pero también de psicología, decomunicación, de filosofía, relacionesinternacionales y tantas otras comolas diferentes facetas que presenta eltema.

En una disciplina que trata de en-contrar su sitio bajo el sol está bienque veneremos a nuestros clásicoscontemporáneos, pero es peligrosoque no rastreemos en los clásicos y/ocontemporáneos de la teoría socioló-gica, en los analistas de la sociedad

y en cualquier otro que explique lasdesiguales relaciones de poder en lasociedad. Si estuviéramos al tanto delo que dicen los estudiosos de las pro-fesiones, de las organizaciones com-plejas, el liderazgo, la socialización demantenimiento, los símbolos y tantosotros temas, las aportaciones que ha-cemos los que nos dedicamos a estoserían de mayor utilidad y nuestrospapeles, encuentros y conferenciastrascenderían la mera curiosidad pe-riodística del momento.

Dice Fisas que «es notorio el au-mento del interés que los ciudadanossienten por temas relacionados con elpeligro de guerra, las vías de la pazy las noticias de defensa». Discrepode tan loable deseo. Los datos de lasencuestas, el barómetro de opinióndel CIS es buen ejemplo, sos dicenlo contrario. Lo que sí preocupa alciudadano anónimo de las muestrasson los problemas de la bolsa y de lavida, las cuestiones monetarias y dela seguridad-inseguridad. Es preocu-pante ver cómo de manera sistemáti-ca los temas de relaciones inter-nacionales, de proyección de Españaen el mundo, o los de la defensa, ocu-pan siempre los últimos lugares y conporcentajes bien pequeños. Dice mu-cho del carácter localista, de parro-quia, de todos nosotros. Otra cosa esque en la prensa merezcan la prime-ra. Un aspecto que merece su expli-cación es precisamente esta contra-dicción. ¿Cómo es posible que unainstitución clave en nuestra sociedadapenas se conozca nada de ella?, ¿có-mo se mantienen los estereotipos ma-nifiestamente falsos en algún caso?,¿por qué razón, desde la propia ins-

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titución, no se hacen más cosas paraevitar este desconocimiento? Es cier-to, como señalan Bañón y Olmeda,que en pocos años, los últimos, comoes lógico, se han producido más pa-peles que en muchos años atrás, pero¿sabemos muchas más cosas?

Cierto que quien quiera comenzara investigar dispone de abundante ma-terial, el libro de Fisas es buen ejem-plo y las notas de Bañón y Olmedaterminan de confirmarlo. No es me-nos cierto que la disponibilidad dedeterminados datos para ese potencialinvestigador no van a estar disponi-bles, quizá no lo estarán nunca, o queotros menos comprometidos sea dedifícil acceso, pero también hay quereconocer que en determinados casoslas facilidades son más que bastantes.En cualquier caso, si de alguna ins-titución hay datos, ésa es la militar.Pero esa reserva es parecida a la quemantienen otras instituciones igual-mente complejas y fundamentales.Hay que recordar a Wright Mills, So-rokin o Andreski cuando piden ima-ginación sociológica para superar es-tas dificultades, o que no nos empe-ñemos en una superficial quantofre-nia, o caer en la mágica tentación delos métodos de investigación más aluso en las ciencias sociales. Lo que síes grave mantener desde posturas to-talmente opuestas que lo militar nopuede comprenderse por aquel que novista el uniforme o lo haya vestido.Se puede hacer notar la ausencia deuna orientación de qué fuente de da-tos puede utilizarse, su validez y Ha-bilidad, para completar el panoramateórico. Algo dice Alonso Baquer, pe-ro es insuficiente. Hay que pedir que

la labor de sistematización de la guíabibliográfica se repita con periodici-dad con el fin de conocer lo que seva produciendo, que la labor del CI-DOB tenga más publicidad en esteaspecto.

El libro de Harries-Jenkins y Mos-kos tiene dos partes. Una, la primera,es el ensayo de Alonso Baquer sobrela sociología militar en España. La se-gunda corresponde a la obra que leda título: Las fuerzas Armadas y lasociedad.

En mi opinión, no es tanto el des-enlace de la Segunda Guerra Mun-dial lo que produce la institucionali-zación de los estudios sobre guerra ymilitares, como dice Baquer y mati-zan los autores. Creo que es más fun-damental el impulso considerable quese produjo en 1941 cuando fueronmovilizados la mayor parte de loscientíficos sociales, entre otros, en laOficina de Investigación y DesarrolloCientífico. Algunos hallazgos de la so-ciología, así como otras ciencias socia-les, se beneficiaron de los mediospuestos a su disposición. Este esfuer-zo no se desaprovechó al acabar laguerra, pues incluso se potenció co-mo consecuencia de la guerra fría.

Cuando trata del problema de suarraigo entre nosotros, sorprende entan caracterizado historiador militarque no considere a Santa Cruz deMarcenado como uno de los autoresde mayor interés por sus reflexionespsicológicas sobre el jefe militar; susrelaciones con el poder del soberano,con sus subordinados y colaborado-res; su habilidad para ejercer, ademásdel mando militar, el político en tie-rras ocupadas; la mentalidad que de-

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be caracterizarle, etc., o que no tengaen cuenta la detallada jurisprudenciade claro contenido sociológico de unainstitución que trata de ganar en efi-cacia, recogida en la magna obra deColón de Larriátegui.

La búsqueda del pensamiento so-ciológico, mejor sería decir protoso-ciológico, debería hacerse no tantopor las huellas que pudieron dejar los«padres fundadores», sino, como hahecho Salvador Giner, con la socio-logía, buscando las estructuras hege-móninas del pensamiento, que deno-minamos sociología de lo militar. Elestudio de autores no debe rechazar-se, pues aporta hallazgos de interésen algún caso, pero no debe ser elúnico camino. Como tampoco deberíaseguirse el método de estudiar nocio-nes aisladas; el autorreclutamiento se-ría uno de los de más éxito entre nos-otros.

Explicar el cambio de actitud prác-tica ante lo militar por la pérdida devigencia de una escuela sociológicacrítica por otra que no lo es tantosupone aceptar un determinismo muysimple. La conversión producida en elparticular camino de Damasco de ca-da cual mucho tiene que ver con laposición deferencial que se ocupa ysu desigual distribución del poder. Lacita de Azaña es lo suficientementesignificativa para una época, como losería la de los socialistas en nuestrosdías.

El estudio de la guerra no es laclave para explicar la aparición de unanueva disciplina. Que la vía se agotapronto lo podemos comprobar en elcallejón sin salida en la que prontose vio la pretenciosa polemología.

Igual ocurriría si se pretendiera crearuna sociología de la medicina median-te el estudio de las enfermedades. Laimportancia de Janowitz no es tantoporque dejara de considerar a los mi-litares como los malos de la estruc-tura social —por cierto que, si estofuera requisito imprescindible, por es-ta tierra aún tardaríamos bastante pa-ra que pudiéramos considerar conso-lidada la disciplina—, como por estu-diar la organización militar en sí mis-ma, la mentalidad de sus miembros,su formación, su imbricación en elpoder, etc., y todo ello sin renunciara sus particulares juicios de valor.Dahrendorf, en su Oportunidades vi-tales, nos da pistas de cómo actuarobjetivamente sin renunciar al subje-tivismo de cada cual. Precisamenteeste pluralismo sociológico nos dará aconocer con mayor claridad el papelde la corporación en la sociedad, mu-cho más que los pretendidos ensayosneutrales.

Las condiciones políticas de Espa-ña estimularon el desarrollo de las lí-neas de trabajo: conflicto político-militar, militar de carrera —siemprelos oficiales desconociendo un grupode clave como el de los suboficiales—y las reformas militares. Todos so-mos deudores de estas tres líneas, ycomo tal me considero. Pero habráque aceptar que esta herencia es pe-sada carga. Cuando esas condicionesterminan se agostan en sí mismas. Ha-brá que comenzar cuanto antes unnuevo rumbo: el estudio del papelque le corresponde a España, o al quepodemos aspirar, dentro del concier-to de las naciones. Soy de la opiniónque podríamos ser más fructíferos.

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Deberíamos contestar otras preguntas:¿qué defensa?, ¿qué organización?,¿qué militares?, ¿qué tecnología?

Destaco en la obra de Harries-Jen-kins y Moskos la afirmación que elaparente, pero no menos real, estan-camiento de la sociología militar sedebe a que «no se ha realizado unpleno uso de los conceptos sociológi-cos en el estudio de las Fuerzas Ar-madas». Pero es más grave todavíaque a estas alturas no se haya fijadoel objeto de estudio y que se sigaconsiderando como algo autónomo eindependiente. Que todavía se man-tenga, como hacen, lo de Fuerzas Ar-madas y sociedad. No es sino retrasarla posible solución. En cambio satis-face comprobar cómo no tiene sentidolo de una sociología militar, pero noporque el término sea limitado, co-mo hacen los autores, sino por la au-sencia de una teoría específica, conunos conceptos exclusivos y una me-todología propia, objetivos, por otraparte, difíciles de alcanzar.

La obra es significativa por lo quehe dicho más arriba, cuando reconocíala necesidad de estudiar sus estructu-ras latentes. No es ése exactamente elestudio que hacen, pero sí cómo hanido apareciendo los temas de investi-gación. Falta, sin embargo, una expli-cación de las causas que llevaron adesarrollar esos temas y no otros.Quien trabaje sobre este libro podráintuir algunas ideas de cómo ha sur-gido la conciencia sobre lo militar,incluso descubrir cuál ha podido serla lógica de su transformación.

El trabajo de Bañón y Olmeda esdoble, y por ello tiene doble mérito.Por un lado recopilan unos textos ne-

cesarios, al tiempo que aportan supropia interpretación de lo militar.Me referiré a éste, su más personalaportación, aunque para entenderlonos dan una magnífica pista al selec-cionar unas citas y unos autores. De-bo reconocer desde aquí la deferen-cia, muy poco frecuente entre los delgremio, de haber podido leer partedel manuscrito. No es cuestión de re-petir lo ya comentado.

Lo primero que llama la atenciónes el palabro civilinización. Recono-cen lo difícil que es encontrar suequivalencia. El lenguaje también nosdice de la dependencia a la que esta-mos sometidos. Debo reconocermetambién culpable por parecido peca-do; promociono otro no menos bár-baro: corporatización. Es más discu-tible su contenido: «sustitución porvalores y tecnologías civiles o inter-cambiables». En parte es así, pero enlos ejércitos más profesionales y tec-nificados se mantienen valores tradi-cionales propios de su época institu-cional. También se conceden medallasal heroísmo a manipuladores de con-solas electrónicas. ¡Quizá sean elloslos verdaderos héroes! Lo que puedeque sea característico es que junto aesos valores tradicionales se han in-corporado otros que no le son propiosy no ha pasado nada, al tiempo queel sistema global de valores —moralmilitar— no plantea disonancias conel civil —moral civil—, sin que estosuponga que los militares deban co-piar inexcusablemente a los civiles,sino que se produce un consenso deorden superior, como dice Parsons,donde predomina una única realidad:la sociedad y su permanencia. Se pier-

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de así el sentido patrimonial, paraganar el de servicio, uno más, a lasociedad.

Se apuesta por lo de Fuerzas Ar-madas y sociedad. Puede explicarsepor razones de escuela, cosa que esde agradecer en momentos de tantosrenuncios. Que se reconozca que elobjeto de estudio sea la organizacióny sus relaciones con la sociedad pue-de explicarse por razones de profe-sión, pero no deja de ser muy con-tundente que se diga que «marca ellímite de la posibilidad y la orienta-ción de las investigaciones».

Cuando afirman que «los estudiosde las Fuerzas Armadas carecen de[una] orientación pragmática» y quepor esa razón son los únicos válidos,pues se fundamentan en las cienciassociales contraponiéndolos al pragma-tismo de los estudios para las FuerzasArmadas, creo que es volver a caeren un radicalismo que asoma en másocasiones. Que pueda ser así no quie-re decir que deba ser de esa manera.En ese caso el fallo será de los querealicen el informe, que bajo ningúnconcepto podrán, ni deberemos, con-siderarlos como científicos sociales.Puede quedar latente que la corpora-ción es incapaz de asumir la crítica.Los autores han sido protagonistas decríticas sesiones asumidas, e inclusodefendidas, por destacados militares.Que sea actitud generalizada o no esotra cuestión.

La especial atención a los aspectosformales de la organización hace queaparezcan un tanto desdibujados losaspectos de mentalidad, valores, socia-lización, conflictos y modos de asu-mirlos, aspectos jurídicos, liderazgos,

grupos, etc., y que en algún momentoel lenguaje excesivamente sintético,en búsqueda de objetividad, pierda elhilo del discurso. Un ejemplo podríaser el perfil que señalan como diag-nóstico de futuro para nuestras Fuer-zas Armadas.

Llamo la atención sobre su análi-sis dicotómico: institución, ocupación.Este tipo de análisis ha sido el fre-cuentado en la teoría sociológica clá-sica. Pero la realidad actual es máscompleja. Mantenerlo plantea proble-mas. ¿Dónde colocamos los valoreséticos en una organización de altatecnificación?, ¿cómo se explica lanecesaria coexistencia de unidades desofisticada tecnología junto a otras declaro predominio de conductas heroi-cas?, ¿cómo se mantiene una estruc-tura de rígida jerarquía con un prin-cipio de eficacia?, ¿cómo se subordi-na el principio del mérito personaljunto a un riguroso control de lo pri-vado?, ¿cómo racionaliza el sistemademocrático con la necesidad de unpacto que facilite una complementa-riedad funcional con uno de los po-deres fácticos?

Esto supone que los estudios delcambio en las Fuerzas Armadas nose plantean como tránsito a la moder-nidad, cuando lo que se está produ-ciendo es un cambio en la moderni-dad. Las cosas se complican y los pro-blemas son todavía más, haciendo másdifíciles las explicaciones en términosdicotómicos, cuando habría que ha-cerlos en términos de asimetrías ysubordinaciones, de cierre social y deformas hegemónicas.

Jesús I. MARTÍNEZ PARICIO

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JULIO BUSQUETS

Pronunciamientos y golpes de Estado en España(Barcelona, Planeta, 1982)

JULIO BUSQUETSEl militar de carrera en España

(Barcelona, Ariel, 1984)

JESÚS MARTÍNEZ PARICIO

Para conocer nuestros militares(Madrid, Tecnos, 1983)

En enero de 1982 salía a la callela primera edición de Pronunciamien-tos y golpes de Estado y apenas cua-tro meses más tarde, en junio, lasegunda. Si tenemos en cuenta quese trata de un texto académico, ladifusión que supone este mercadonos remite a una consideración so-ciológica inmediata: la sociedad es-pañola se encuentra sensibilizada anteel tema del intervencionismo militaren la vida política y, además, deseaobtener un conocimiento científicosobre sus causas. Esta sensibilizacióntiene, a su vez, unos motivacionesbien concretas, pues si aceptamos laperiodización propuesta gor J. Bus-quets, al menos desde 1814, «con laspresiones de Elío para que Fernan-do VII restablezca el absolutismo, ocon el pronunciamiento de Mina pararestablecer el liberalismo» (p. 14), elintervencionismo militar es una cons-tante en la sociedad española. Inter-vencionismo que unas veces será claroy rotundo —caso de los pronuncia-mientos— y otras más sutil, comoocurre cuando los militares, sobre to-do los de alta graduación, pasan adesempeñar puestos importantes en elGobierno de la nación.

En cualquier caso, y retomando el

análisis del doctor Busquets, parececlaro que las etapas que señala: 1814-1886, 1923-1936 y a partir de 1979,son aceptables. Máxime cuando en eltrabajo queda claramente explicitadocómo cada período tiene su propia di-námica interna. Aunque, evidentemen-te, exista un hilo conductor común,tanto para los militares liberales comopara los conservadores: el sentimientode que la salvación de la patria ame-nazada es asunto suyo, por lo que novacilarán en desempeñar tareas, diría-mos, policiales y de orden público.Si un sector del Ejército lo consideranecesario, el compatriota disidente po-lítico será considerado enemigo inte-rior, fórmula bajo la que, para estosmilitares, se legitimarán acciones e in-tervenciones que al sacarlos de suscuarteles les alejan, también, de suscompromisos primordiales.

En general, éstos son los puntosde referencia básicos de la obra quecomentamos, en la que, por supuesto,no se elude el problema de que losciviles, sus instituciones y la debilidaddel tejido social, juegan un papel deprimer orden a la hora de posibilitarel intervencionismo militar. Segura-mente, el apartado dedicado a los gol-pes de Estado y la lucha de clases

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(1923-1936) es el capítulo del libroen que esta problemática aparece conmayor claridad; así, en palabras delmismo doctor Busquéis, queda sub-rayado cómo «en los 49 años quemediaron entre la Restauración (1874)y la Dictadura (1923) hubo 62 Go-biernos, cifra excesiva que arroja unamedia de nueve meses cada uno.Mientras la tensión social no alcanzóun grado elevado, el sistema subsis-tió, pero cuando el conflicto social seagravó, se vio incapacitado para resol-verlo» (p. 97).

La última parte del libro, De laDictadura a la Democracia (1976-1981), y un Apéndice, El desarrollodel juicio del 23-F, cierran el análisisde J. Busquets, con hipótesis esperan-doras para la democracia española, pe-ro que no olvidan la fragilidad delsistema. Quizá es aquí donde por lainmediatez del problema, y las difi-cultades para conocer realmente todala trama que mantiene el golpismomás reciente, y en concreto .el yaconocido como «23-F», el texto deJ. Busquets se acerca al del periodis-mo de investigación, pero esta consi-deración no resta, en absoluto, inte-rés y valor científico a la obra comen-tada.

En cuanto a El militar de carreraen España, se trata de una edición co-rregida y aumentada de la de 1967del mismo título y tiene como tesisfundamentales el estudio del origensocial de los oficiales, destacando susconclusiones sobre el elevado índicede autorreclutamiento (en algunos pe-ríodos de cada diez cadetes, ocho sonhijos de militar), el aislamiento y elconservadurismo de los militares.

Otra de sus tesis es la de J. Paretoy R. Aron, que señalaban cómo ala posesión del poder económico sepuede llegar por varios caminos y có-mo desde el poder político se puedellegar a controlar, bien los medios deproducción, bien sus beneficios. Elcaso de los militares españoles bajoel franquismo, y de los miembros dela nomenklatura en los países del lla-mado socialismo real, confirman lajusteza del análisis. Y es, precisamen-te, aquel primer aspecto uno de losmás interesantes de la investigacióndel doctor Busquets.

Por lo dicho es indiscutible que ellibro tiene una carga política, comola tiene la otra obra que he comen-tado, pero esto no es un demérito, si-no todo lo contrario, pues el apartadoestadístico que acompaña a la argu-mentación teórica motiva que ésta seadifícilmente rebatible. En esta mismalínea teórica, había que indicar cómola propia biografía del autor, militarde carrera hasta 1977 y parlamentariosocialista desde esa fecha, a más deprofesor de sociología de la Univer-sidad Autónoma de Barcelona, le hapermitido combinar en esta investiga-ción su trabajo de profesional con laobservación participante, obteniendocomo resultado este libro del que, sinriesgo de exagerar, podemos decir quese ha convertido en un clásico de lasociología militar en España. Clásicoque, por otra parte, es un fiel reflejode la situación social de que procedeel colectivo que estudia, pues en laprimera edición —de 1967— fue im-posible incluir, por motivos eviden-tes, aspectos tan básicos como la ideo-logía militar y la actividad política

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de los militares bajo el franquismo.Es decir, en buena ley podríamos se-ñalar que nos encontramos ante unainvestigación iniciada en 1967 y cuyoautor, afortunadamente, no la consi-dera cerrada, sino todo lo contrario.Este convencimiento es el que me hallevado a realizar la reseña de estaobra y la de Pronunciamientos y gol-pes de Estado en España, que, comoel autor señala en el prólogo, com-plementa a El militar de carrera, a pe-sar del tiempo transcurrido desde suaparición. Además, parece indiscutiblesu inclusión en un volumen como elque ahora presenta el Centro de In-vestigaciones Sociológicas.

El tercer libro a comentar, el deJesús Paricio, encuentra justificada suinclusión en este bloque porque, co-mo el mismo autor indica, «sin eselibro (El militar de carrera en Espa-ña)... éste, probablemente, no existi-ría». Es, pues, un trabajo sociológicoque, aunque por el carácter civil desu autor, profesor en la Facultad deSociología de Madrid, carece de laperspectiva de observación participan-te que beneficia a los anteriores, nose queda a la zaga de la obra queconsidera modélica. Por cierto, quees interesante cómo esta tendencia delos militares a teorizar sobre su pro-pia situación, es recogida por J. M.Paricio en las primeras líneas de sutrabajo.

Se trata de una cita del generalJarnés Bergua en la que este militarrechaza la capacidad del civil (sic)para comprender el mundo militar.Esperemos que la multiplicidad detrabajos rigurosos sobre la instituciónmilitar que hemos realizado los civi-

les le haya hecho cambiar de opinión;y entre ellos, éste que comento. Es-tructurado en cinco capítulos, de en-cabezamiento un tanto críptico, el li-bro pasa revista tanto a la estructurasocial de los Ejércitos, proporcionan-do gráficos para 1964 y 1979, comoal peso de la tradición familiar a lahora de elegir la milicia. Tradición enla que, según J. M. Paricio, pesa másel sentido vocacional, en su sentidomás trascendente. Por esta razón lle-ga a proponer como contenido de es-ta vocación la «atracción hacia unmodo de vida y conducta profesional,hacia unos valores que son caracte-rísticos», llamándola, preferentemen-te, atracción intuitiva (p. 45); el casodel general Gabeiras y el ambiente deEl Ferrol de su infancia, impregnadopor la Marina, ilustra su análisis. Pe-ro el estudio, obedeciendo a su títu-lo omnicomprensivo, se plantea tam-bién la cuestión de la mentalidad mi-litar, «el tema, sin más» (p. 123), yesta mentalidad es definida sin ro-deos como fuertemente patriarcal;aunque a continuación reconoce la ne-cesidad de matizar tal afirmación y laescasez de estudios sobre el tema. Enmi opinión, se establece aquí una in-teresante línea de análisis que, segúnmis noticias, está siendo abordada porel mismo Ejército y que, a no dudar,será particularmente esclarecedora; sinembargo, el pequeño esbozo realiza-do por el doctor Paricio parece si-tuarse en una línea adecuada y sus re-sultados son particularmente intere-santes. Como lo es la Bibliografía,también comentada, que cierra el li-bro.

Valentina FERNÁNDEZ VARGAS

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INFORMES Y ENCUESTAS DELCI.S