CRITICA DE LIBROS - Reis - Revista Española de...

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CRITICA DE LIBROS MARÍA DEL CARMEN IGLESIAS El pensamiento de Montesquieu. Política y ciencia natural (Madrid, Alianza Universidad, 1984 *) Montesquieu es uno de esos gran- des políticos cuyo exacto lugar e im- portancia real en la historia de las doctrinas políticas estaban aún por determinar. Víctima de sus propios aciertos, la figura auténtica del barón de la Bréde se ocultaba tras el halo misterioso y algo impreciso de algu- nas nociones de tan inmensa fortuna que han pasado a ser moneda corrien- te de todo discurso político mediana- mente ilustrado cuyo último objetivo, muchas veces, es el velamiento de su mismo contenido. Maquiavelo asesora entre bastidores al príncipe sin escrú- pulos; Bodino arma el brazo de hierro del mítico soberano; Rousseau desen- cadena hombres primitivos, Montes- * El libro que se reseña ha obtenido el Premio Montesquieu 1985, concedido por la Académie de Bordeaux (Francia). Es la primera vez que tal galardón se concede a un libro español. quieu los clasifica según el clima y dos o tres factores más, etc. Quizá quepa elevar esta consideración parti- cular a norma de carácter general, afirmando que la grandeza de un pen- sador se mide en razón directamente proporcional al grado de su descono- cimiento. La época de transición en que vivió nuestro autor, del colapso del saber dogmático al imperio del método científico, de la crisis de la legitimidad monárquica a los primeros atisbos de la democracia, de la pleni- tud del clasicismo —con claros signos de agotamiento— a los incipientes balbuceos del romanticismo; su pro- pio carácter complejo y, hasta cierto punto, variable; la amplísima gama de sus conocimientos y su insaciable cu- riosidad; todo ello ha hecho que los investigadores posteriores no hayan sabido—o querido— encontrar un lu- gar convincente para Montesquieu. 35/86 pp. 233-265

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CRITICA DE LIBROS

MARÍA DEL CARMEN IGLESIAS

El pensamiento de Montesquieu. Política y ciencia natural(Madrid, Alianza Universidad, 1984 *)

Montesquieu es uno de esos gran-des políticos cuyo exacto lugar e im-portancia real en la historia de lasdoctrinas políticas estaban aún pordeterminar. Víctima de sus propiosaciertos, la figura auténtica del barónde la Bréde se ocultaba tras el halomisterioso y algo impreciso de algu-nas nociones de tan inmensa fortunaque han pasado a ser moneda corrien-te de todo discurso político mediana-mente ilustrado cuyo último objetivo,muchas veces, es el velamiento de sumismo contenido. Maquiavelo asesoraentre bastidores al príncipe sin escrú-pulos; Bodino arma el brazo de hierrodel mítico soberano; Rousseau desen-cadena hombres primitivos, Montes-

* El libro que se reseña ha obtenido elPremio Montesquieu 1985, concedido porla Académie de Bordeaux (Francia). Es laprimera vez que tal galardón se concedea un libro español.

quieu los clasifica según el clima ydos o tres factores más, etc. Quizáquepa elevar esta consideración parti-cular a norma de carácter general,afirmando que la grandeza de un pen-sador se mide en razón directamenteproporcional al grado de su descono-cimiento. La época de transición enque vivió nuestro autor, del colapsodel saber dogmático al imperio delmétodo científico, de la crisis de lalegitimidad monárquica a los primerosatisbos de la democracia, de la pleni-tud del clasicismo —con claros signosde agotamiento— a los incipientesbalbuceos del romanticismo; su pro-pio carácter complejo y, hasta ciertopunto, variable; la amplísima gama desus conocimientos y su insaciable cu-riosidad; todo ello ha hecho que losinvestigadores posteriores no hayansabido—o querido— encontrar un lu-gar convincente para Montesquieu.

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El autor del Espíritu de las Leyes pa-rece haber sido el precursor por exce-lencia; el adelantado de las Indias teó-ricas; el inaugurador de la teoría delGobierno constitucional, según la doc-trina posterior y tras los pasos deJohn Locke; el iniciador de la socio-logía como conocimiento científico,según Durkheim; el de la sociologíadel conocimiento, más específicamen-te; el descubridor, en cierto modo,de la geopolítica, etc. Pero nadie, porotro lado, parece dispuesto a conce-derle una función más consolidada enestos u otros campos del saber. Mon-tesquieu desconcierta y, como diceSabine, «presents at once the bestscientific aspirations of his age andit's unavoidable confusions».

Por todas estas razones resulta par-ticularmente oportuno el libro de Ma-ría del Carmen Iglesias, que, en loque a este crítico se alcanza, es segu-ramente la primera obra exhaustivasobre el pensador francés escrita encastellano, lo cual le añade un méritoconsiderable.

El pensamiento de Montesquieu.Política y ciencia natural, título deli-beradamente amplio para un pensa-dor político, trata de situar al barónde la Bréde en el contexto histórico-ideológico de la primera mitad del si-glo XVIII, y, a nuestro juicio, lo con-sigue. A este respecto, es un buenejemplo de lo que la tradición histo-riográfica alemana ha llamado Geistes-geschichte, o historia cultural, histo-ria de las ideas, entendidas éstas enun sentido próximo (no absolutamenteidéntico) al que les da el idealismoobjetivo.

María del Carmen Iglesias, gran

conocedora de la filosofía de la Ilustración y del Siglo de las Luces ensu conjunto, hace una exposición ri-gurosa y detallada de la atmósferaintelectual en que se formó el pensa-miento de Montesquieu y se elaborósu obra, y todo ello le permite entrara pronunciarse en algunas polémicasque el estudio científico de la obrade Montesquieu ha alumbrado. Porno citar sino alguna por falta de es-pacio: la influencia que Maquiavelohaya podido ejercer sobre Montes-quieu. Hasta un pensador tan equili-brado y equitativo en sus juicios, ha-bitualmente, como Bertrand Russellcree encontrar una línea de influjoentre el diplomático florentino y elmagistrado bórdeles a propósito delDiscurso sobre la Década de Tito Li-vio, mientras que otros autores comoBronowski y Mazlish suponen que lainfluencia emana directamente de ElPríncipe. Iglesias señala al respecto,con suficiente razón, que si hay unaanalogía de procedimiento, por cuan-to los dos autores adoptan un criteriode conocimiento científico, la actitudmoral presente en Montesquieu eli-mina todo parangón de contenido.Igualmente, respecto a la(s) polémi-ca(s) sobre la relativa influencia deSpinoza, Leibniz y Newton en el ba-rón de la Bréde, el libro de la profe-sora Iglesias parece dejar definitiva-mente sentada la distinta proporciónen que los tres contribuyen a confi-gurar el pensamiento de Montesquieu.Que éste no celebre expresamente losméritos de Spinoza o no le dediqueatención explícita, como hace conNewton, no quiere decir que no hayainfluencia del pensador judío-holandés

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en él, sobre todo porque, como se-ñala la autora, el spinozismo formabaparte del clima general de las ideas dela época.

La obra incluye un capítulo dedi-cado a establecer con exactitud lasopiniones de Montesquieu acerca delas «ciencias de la vida» y a situaral barón de la Bréde en el contextode la ruptura incipiente del paradig-ma preformista, que abrirá posterior-mente el paso a las doctrinas evolu-cionistas en el siglo xix. Se señalaaquí el notable espíritu científico deMontesquieu, así como su escepticis-mo, posteriormente agudizado con losenciclopedistas, a propósito de la cues-tión de la edad del mundo, tan ínti-mamente ligada al problema de laexistencia o no existencia de una his-toria natural y al carácter dinámico oestático de las especies. Montesquieuaporta su crítica al ataque general ala edad fabulosa de seis mil años pa-ra el mundo, añadiendo, además, elrazonamiento sutil de que, en cual-quier caso, debe diferenciarse entrela creación de las cosas y la del serhumano.

El último capítulo es el más estric-tamente dedicado a las cuestiones po-líticas, históricas y sociales, y llevael título de «Cristalización naturalistaen el Espíritu de las Leyes». De noencontrarnos algo lejos por razón dela época y de la materia, nos atreve-ríamos a decir que en la elección deeste título late una suave reminiscen-cia stendhaliana. En todo caso, tal ca-pítulo final hace una vez más justiciaa la complejidad del pensamiento deMontesquieu en estos asuntos y dibu-ja el mapa de una teoría política ca-

racterizada por la creencia en la leynatural y un apasionado amor a lalibertad. La autora señala con aciertola complicada actitud de Montesquieuen su teoría del gobierno constitucio-nal y de las formas de gobierno, se-ñalando también la polémica acercade si el barón de la Bréde es el repre-sentante de una teoría política medie-valizante ya en su ocaso o un adelan-tado del liberalismo que asoma en elhorizonte. Todo ello en relación consu teoría sobre los «cuerpos interme-dios» entre el Rey y el Pueblo. Delmismo modo, su clasificación de lasformas de gobierno, que ha sido ob-jeto de muchas críticas desde nume-rosos puntos de vista, se nos apareceen clara conexión con los respectivosprincipios que las animan, y la con-clusión que de todo ello puede ex-traerse es que, si esta relación se hacede modo adecuado, cabe atribuir aMontesquieu también la función deprecursor de la teoría del Estado deDerecho. Como nos demuestra indi-rectamente la autora, el pronuncia-miento del barón de la Bréde por laMonarquía frente a la República y alDespotismo contiene en sí ya la nega-ción de la actitud relativizadora delpositivismo de raíz kelseniana, para elcual, como todo Estado tiene normasjurídicas, todo Estado es Estado deDerecho y, por lo tanto, la determi-nación de Estado de Derecho estávacía de contenido.

En resumen, un libro riguroso altiempo que brillantemente expuesto,en el que la autora dispone con acier-to sus argumentos y convence de sulínea de interpretación. Una lecturarecomendable no sólo para quienes

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deseen un conocimiento más exactodel barón de la Bréde, sino tambiénpara quienes pretendan entrar más a

fondo en este período tan importantede la Ilustración.

Ramón GARCÍA COTARELO

ALEXIS DE TOCQUEVILLE

Recuerdos de la revolución de 1848(Madrid, Editora Nacional, 1984. Edición preparada por L. Rodríguez Zúñiga)

«No quiero hacer historia de la re-volución de 1848. Sólo trato de re-descubrir la huella de mis actos, demis ideas y de mis impresiones a lolargo de aquella revolución» (p. 130),afirma Tocqueville en estos Recuer-dos que escribió tan sólo para sí, qui-zá para librar su atribulado espíritude dudas e insatisfacciones, propiasde los inciertos tiempos que describe.«Creo que estamos durmiéndonos so-bre un volcán, estoy profundamenteconvencido de ello...», advertía sema-nas antes del estallido de febrero. Y ala erupción del volcán se une Tocque-ville, observador y participante deunos hechos que arrastran las pasio-nes de sus contemporáneos y quemarcarán el porvenir del continente.

El profesor Rodríguez Zúñiga hapreparado una cuidadosa edición deestos Recuerdos de la revolución de1848 que permiten conocer la madu-rez de un autor que compensa la au-sencia de formalización teórica (defi-nición, características, causas de la re-volución) con una aguda sensibilidade intuición para penetrar los fenóme-nos que estudia. En su introducción,Rodríguez Zúñiga da cuenta de tresvertientes de la rica personalidad de

Tocqueville: viajero, analista y políti-co (aspectos que se corresponden consus tres obras principales, a saber: Lademocracia en América, El AntiguoRégimen y la revolución y los Recuer-dos, respectivamente); analiza el sig-nificado y valor de la democracia,principio que vertebra toda la obratocquevilliana, y relata pormenoriza-damente las andanzas parlamentariasde nuestro personaje. Otros temas tra-dicionalmente menos estudiados, co-mo el problema de la esclavitud y lacuestión de Argelia, merecen aquíuna minuciosa atención. Asimismo,los apéndices que se adjuntan a losRecuerdos son material indispensablepara conocer al Tocqueville diputado,miembro de la comisión constitucio-nal y ministro de «negocios extranje-ros». Por todo ello, la lectura de estanueva edición, de impecable traduc-ción, parece indispensable para aden-trarnos en la experiencia tocquevillia-na de los hechos del 48.

La implicación vital de Tocquevilleen los acontecimientos que examina(las revoluciones de febrero y junio,la frágil Segunda República y la irre-sistible ascensión de Luis Napoleón)es clave para un autor en el cual vi-

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vencías y conceptos están profunda-mente imbricados. Y, sin embargo,este apasionamiento amenaza la luci-dez de nuestro autor, tal y como ve-remos.

Las razones de la revolución del 48son difíciles de determinar. La mez-cla de cuestiones coyunturales (la se-nilidad de Luis Felipe de Orleáns, lacampaña de los banquetes, el vacíode poder tras la súbita dimisión deGuizot, el ambiguo papel del ejérci-to, etc.) y de causas profundas (lacorriente revolucionaria que sacude aEuropa desde 1789, la progresiva agu-dización de los conflictos sociales) fas-cina a Tocqueville. Pero la turbulen-cia de las revoluciones pone en peli-gro la libertad, valor supremo paraeste liberal impenitente. Ya en La de-mocracia en América advertía nuestroautor acerca de los escollos que la li-bertad ha de sortear en los tiemposdemocráticos. Pero Tocqueville es jo-ven cuando viaja a los Estados Uni-dos y se muestra generoso con la re-volución americana, apoyando su pro-yecto político y social. Cosa muydistinta acontece cuando el fragor re-volucionario llama a sus puertas.

Tocqueville nace aristócrata, creceliberal y envejece conservador. A lolargo de toda su obra se debate entrela conciencia del advenimiento de laera de la igualdad y la lealtad a unideal de libertad que percibe como yadeclinante. Testigo de un mundo alque no desea pertenecer, se convierteen un «desencantado del progreso» l:«Yo había concebido la idea de una

libertad moderada, regular, contenidapor las creencias, las costumbres ylas leyes; los atractivos de esta liber-tad me habían conmovido; aquella li-bertad se había convertido en la pa-sión de toda mi vida, yo sentía quejamás me consolaría de su pérdida,y ahora veía claramente que teníaque renunciar a ella» (p. 117). La li-bertad es una noción difícil de dome-ñar en la obra de Tocqueville: expe-riencia inexpresable 2, proyecto de vi-da que entraña una concepción «ne-gativa» del poder político3, la liber-tad entabla un combate permanentecon el principio que alienta los tiem-pos modernos, la igualdad. Y es pre-cisamente igualdad lo que se grita porlas calles de París, o al menos esocreen muchos.

Tocqueville insiste en que sus Re-cuerdas no pretenden analizar las cau-sas de la revolución y, sin embargo,señala una y otra vez dos elementosclaves para explicar los acontecimien-tos del 48: la fuerza bruta del puebloy «una oscura y errónea noción delderecho», esto es, el socialismo. Toc-queville explica la revolución comouna malévola combinación de instintoy doctrina.

Mucho se ha escrito sobre el su-puesto carácter socialista o proletariode la revolución del 48, y no pareceéste el lugar para dirimir tan espino-so asunto. Bástenos decir que, contralas interpretaciones que señalan unenfrentamiento de clase demasiado rí-

1 Véase S. GINER, La sociedad masa (Crí-tica del pensamiento conservador) (Barce-lona: Península, 1979), pp. 79 y ss.

2 L. DÍEZ DEL CORRAL, Escritos (Ma-drid: Siglo XXI/CIS, 1984), p. 305.

3 R. ARON, «Alexis de Tocqueville yCarlos Marx», en Ensayo sobre las liberta-des (Madrid: Alianza Editorial, 1974).

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gido4, los actuales historiadores cues-tionan esta visión5. En realidad, másque de socialismo o de «cuestión so-cial», los hombres del 48 (cuya con-dición proletaria es, al menos, dudo-sa) reivindicaban el sufragio universaly el derecho al trabajo.

Tocqueville percibe los disturbiosde París desde una perspectiva pro-fundamente conservadora. Si conce-bía cualquier cambio de régimen co-mo una amenaza para la libertad (co-nocida es su insistencia sobre la vul-nerabilidad de la República, en tantoque poder «sin contrapeso»), una re-volución caracterizada por la irrup-ción de las turbas es llama a extinguirsin contemplaciones. Tocqueville per-cibe el país dividido en dos mitades:los de arriba y los de abajo, los quetienen y los desposeídos. Así, el en-frentamiento entre estos dos conten-dientes confiere unos tintes especial-mente feroces al conflicto, como side una «guerra de clases» (p. 149) o«guerra de esclavos» (p. 184) se tra-tara. Tocqueville se conduele por estainundación democrática que amenazacon convertir la propiedad privada enmera reliquia. Y, sin embargo, su in-dignación se cubre a veces de unatenue melancolía no exenta de lucidez.Así, cuando se pregunta acerca de lavalidez del derecho de propiedad, di-

4 Véanse G. PALMADE, La época de laburguesía (Madrid: Siglo XXI, 1985), eI. ZEITLIN, Liberty, Equality and Revolu-tion in Alexis de Tocqueville (Boston: LittleBrown and Co., 1971).

5 Véanse Ch., L. y R. TILLY, The Rebel-lious Century: 1830-1930 (Harvard Univer-sity Press, 1975), y G. RUDE, The Crowdin History, trad. española La multitud enla historia (Buenos Aires: Siglo XXI, 1971),cap. 2.

ce: «... me siento tentado a creer quelo que se llama las instituciones ne-cesarias no son, frecuentemente, másque las instituciones a las que se estáacostumbrado, y que, en materia deconstitución social, el campo de lo po-sible es mucho más vasto de lo quese imaginan los hombres que vivenen cada sociedad» (p. 127).

La insurrección del 48 había de ser,por fuerza, odiosa a nuestro autor:por una parte, parecía apuntar contrala propiedad; por otra, se dirigía alas más bajas pasiones del hombre.Los dos bastiones de la doctrina li-beral, el individuo racional y la pro-piedad privada, se habían puesto enentredicho: el hombre quedaba dis-perso en un haz de apetitos bestiales,la propiedad amenazaba con serarrumbada por los nuevos tiempos.Si el socialismo es característica dis-cutible del 48, el romanticismo pare-ce uno de sus componentes esenciales.Junto con la doctrina, el instinto esel otro elemento clave de los distur-bios que asolaron Parts.

Marx afirma en El 18 Brumario deLuis Bonaparte que los grandes he-chos de la historia se producen dosveces: la primera como tragedia, lasegunda como farsa. Napoleón I yLuis Napoleón incorporan, respectiva-mente, estos momentos. La sentenciade Tocqueville sobre los sucesos de1848 (comparándolos con los de1789), injustamente olvidada, esigualmente expresiva y no menoscruel: «El espíritu peculiar que habíade caracterizar la revolución de fe-brero no se manifestaba aún. Inten-tábamos, mientras tanto, acalorarnoscon las pasiones de nuestros padres,

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sin llegar a conseguirlo. Imitábamossus gestos y sus poses, tal como loshabíamos visto en el teatro, porqueno podíamos imitar su entusiasmo nisentir su indignación. Era la tradiciónde los actos violentos, seguida, sinser bien comprendida, por unos espí-ritus fríos. Aunque bien veía que eldesenlace de la pieza sería terrible, yojamás pude tomar muy en serio a losactores, y todo me pareció una trage-dia indecente, representada por unoshistriones de provincias» (pp. 105-6).

Los hombres del 48 son meros epí-gonos de los del 89; los «de arriba»,especialmente, están dominados por eltedio y la languidez y se abandonana la impotencia. Su incapacidad paraentender el sentido profundo de la li-bertad pondrá en peligro la estabili-dad de la República, primero, paraentregar al país en brazos del despo-tismo, después. Tocqueville considerala falta de pasiones como un síntomade endeblez de la condición humana.Se diría que las pasiones pulsan elestado de la vida pública, el latir dela comunidad. Y en verdad que losde abajo, «los que no poseían nada»,«los obreros», «el pueblo» (pues detodas estas formas llama Tocquevillea los insurrectos), aventan sus accio-nes de pasión.

La revolución es un drama, una or-questación de los ardores humanos.Y nada más ardiente que la multitud,pura anarquía y confusión. El puebloes pura pasión incontenible. La revo-lución es un ruido producido por unaturbamulta descabezada, fantasmahurtado de voluntad, puro deseo des-enfocado: «El tumulto renace, crece,se engendra, por así decirlo, de sí

mismo porque el pueblo ya no erabastante dueño de sí para poder com-prender siquiera la necesidad de con-tenerse un momento, para alcanzar elobjetivo de su pasión» (p. 169). Ese«instinto del desorden» propio delas revoluciones es lo que más aterraa Tocqueville y aquello que le impelea situarse siempre del lado de la razóny la mesura. Y es la influencia queel ambiente febril de la revoluciónejerce sobre su espíritu lo que le hacedibujar al socialista como un tipo psi-cológico. Los Recuerdos de la revolu-ción están plagados de juicios sobrela dudosa catadura moral de los insu-rrectos, soliviantados por las funestasteorías sociales que inspiran los acon-tecimientos de febrero y junio. El so-cialismo, más que una doctrina polí-tica o social, se presenta a veces comoun modo de vida, una sensibilidad:«Teníamos entonces como portero dela casa en que vivíamos (...) a unhombre de muy mala fama en el ba-rrio, antiguo soldado, un poco aloca-do, borracho y gran holgazán, quepasaba en la taberna todo el tiempoque no empleaba en pegar a su mujer.Puede decirse que aquel hombre erasocialista de nacimiento o, mejor, detemperamento» (p. 202).

Por fortuna, la irrupción de las tur-bas es finalmente sofocada. Con todo,Tocqueville se conduele de la langui-dez que atenaza a los vencedores, lan-guidez que impregna los últimos tiem-pos de la II República y que culminacon la elección de Luis Napoleón co-mo presidente. Tocqueville narra eldevenir de esta República conservado-ra: ya adopta un «taciturno aislamien-to» ante la desesperanza que le pro-

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duce luchar contra los enemigos dela República (legitimistas, orleanistasy conservadores de toda laya), ya de-fiende con ahínco cuestiones clavespara salvar la libertad de las garrasdel despotismo.

El tema del despotismo es, juntocon el tratamiento de los sucesosdel 48, lo más reseñable del libroque nos ocupa. Tocqueville ya habíatocado el tema en La democracia enAmérica y volverá a hacerlo en El An-tiguo Régimen y la revolución, a pro-pósito del problema de la centraliza-ción. Al tratar del «caso americano»,Tocqueville relaciona la amenaza deldespotismo con lo que yo llamaría laprogresiva desertización del espaciopúblico, esto es, el abandono de laactividad colectiva. El individualismoy el cultivo de una vida privada ab-sorbente y exclusiva están en la basede la indiferencia de los ciudadanoshacia las tareas comunitarias y su de-jadez ante el rapto de la libertad enmanos de cualquier déspota moderno.Doce años después de estas clarivi-dentes advertencias, Luis Napoleón seproclama emperador, dando al trastecon las promesas de libertad que unaRepública demasiado vacilante habíaofrecido.

Un despotismo de nuevo cuño, elcesarismo democrático, ha arrambla-do con la libertad. La «monarquíabastarda», en palabras de Tocqueville,ha arrasado los ideales liberales y so-cialistas. Cabe pensar que al hombreque había analizado las «formas ele-mentales de la democracia» 6 no se le

habría escapado que la única opcióncontra el despotismo era una ciertaampliación de la participación políti-ca. Pero ésta es una elección que Toc-queville no se plantea7. En uno delos apéndices a la edición de estosRecuerdos podemos leer la transcrip-ción que Tocqueville hace de su con-versación con Luis Napoleón a pro-pósito del tema de la reelección pre-sidencial. La determinación moral delautor va unida, a mi juicio, a ciertavacilación que tan delicado asunto re-quería. En cualquier caso, Tocquevillese retirará definitivamente de la vidapolítica cuando una monarquía ridi-cula se proclame a sí misma imperio.

Mucho se ha dejado de lado, porrazones obvias de brevedad. Los cer-teros retratos de personajes claves dela época (Luis Felipe de Orleáns, La-martine, Blanqui, Luis Napoleón), laconfesión desnuda de las limitacionespersonales del autor, la amarga acep-tación de la pérdida del mundo aris-tocrático, son algunos de los hallaz-gos de estas remembranzas que nostransportan a un tiempo en el que elpensamiento social era obra de arte.Bienvenida, pues, esta edición de es-tos Recuerdos que unen historia y so-ciología, política y literatura. Genio,en una palabra.

Helena BÉJAR

6 J. STONE y S. MENNELL, Introduc-ción a A. DE TOCQUEVILLE, On Demo-cracy, Kevolutton and Society (Selected

Writings) (The University of Chicago Press,1980), p. 6.

7 Véase J. HABERMAS, L'espace public(Archéologie de la publicité comme dimen-sión constitutive de la société bourgeoise)(París: Payot, 1978), pp. 138 y ss., versiónfrancesa de Strukturwandel der Offentlich-keit (Luchterhand, 1962). Hay versión es-pañola.

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RICHARD J. BERNSTEINLa reestructuración de la teoría social y política

(México, Ed. FCE, 1983)

Richard Bernstein, uno de los in-telectuales más audaces de la actua-lidad, nos tenía acostumbrados a li-bros de elevada altura. En su ya clá-sico Praxis y acción se percibe elesfuerzo serio y riguroso de un hom-bre por dilucidar las posiciones de losmovimientos contemporáneos (marxis-mo, existencialismo, pragmatismo yfilosofía analítica) en torno a estosdos conceptos de praxis y acción.

Pero en este libro que comentamosva más allá al lograr una de las másbrillantes interpretaciones sobre lascorrientes doctrinales más modernasen el campo social y político. El au-tor, en una arriesgada hazaña intelec-tual sin precedentes, pretende desci-frar los interrogantes primordiales so-bre la naturaleza de los seres huma-nos y la sociedad.

Cuatro son las corrientes que lepreocupan: teoría empirista, filosofíaanalítica, fenomenología y Escuela deFrancfort.

La teoría empirista, que englobalas opiniones dominantes en torno ala filosofía política y la politologíade mediados de siglo, es una vertien-te intelectual que se apropia de loshallazgos, e incluso de la metodolo-gía, de las ciencias de la naturaleza(de la física fundamentalmente) y losadapta a sus necesidades para com-prender lo social.

El autor revisa las aportacionestanto de los más ardientes defensoresdel funcionalismo como de sus críti-

cos más sagaces, para entender, entoda su amplitud, la visión ortodoxade la investigación social y política.

La revisión de esta interpretaciónnaturalista de las ciencias sociales esla única postura válida para —comodice R. Bernstein— «evaluar sus ven-tajas y desventajas, sus puntos lumi-nosos y oscuros», y continúa dicien-do que una de las críticas más durasque se puede hacer a esta tendenciaes que, pese a sus declaraciones de«buenas intenciones» —objetividad yneutralidad valorativa—, rebosa dejuicios de valor explícitos e implícitosy en afirmaciones normativas e ideo-lógicas controvertibles.

Teoría analítica que, junto a la fe-nomenología y la Escuela de Franc-fort, se encargaría de criticar dura-mente al empirismo y encuentra enL. Wittgenstein y J. L. Austin suspadres y fundadores. Como acertada-mente al empirismo y encuentra ende los dos está especialmente intere-sado por las disciplinas sociales. Sinembargo, su pensamiento ha influidoen investigadores posteriores al ofre-cer la pauta para entender, con nue-vos prismas, el lenguaje de la acción(descripción y explicación de la ac-ción).

El autor utiliza un ensayo de Ber-lin (profesor de teoría política y socialde Oxíord) para explicar lo que haocurrido con los pensadores anglosa-jones del movimiento lingüístico-filo-sófico.

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Retoma en este capítulo el viejoproblema de la acción social y políti-ca y la crítica de la ciencia social or-todoxa, llegando a conclusiones tajan-tes y duras: «algunos analistas lingüís-ticos o conceptuales han pretendidodemostrar, de una vez por todas, quela idea misma de la ciencia social con-cebida como una ciencia natural sebasa en confusiones conceptuales, yes lógicamente imposible».

La fenomenología tardará en tomarasiento en el pensamiento social y po-lítico. Sólo en las dos últimas décadasla corriente etnometodológica estáacaparando la atención de investiga-dores destacados, ofreciendo nuevasvisiones del hombre y el mundo. Peroel autor se interesa especialmente porSchutz y su discusión del tipo idealde teórico social, y concluye diciendoque lo que le hace falta a la fenome-nología, además de su jerarquía deepochés y de paréntesis, es algo quepueda servir de base para criticar lasdiferentes formas históricas de la rea-lidad social y política.

Respecto a la Escuela de Francforto teoría crítica, se detiene fundamen-talmente en J. Haber mas (el más mo-derno representante de esta escuela),para explicar cómo éste revisa los fun-

damentos del pensamiento crítico conobjeto de desarrollar una «teoría so-cial comprensiva que sea una síntesisdialéctica de los temas empiristas, fe-nomenológicos, hermenéuticos y mar-xistas hegelianos».

Quizá pensará el lector que estetipo de reflexiones han sido realiza-das ya por otros pensadores. Pero nocreemos pecar de optimistas si afir-mamos que un texto como el de Ri-chard Bernstein pocas veces apareceen el mercado. Su precisión en el aná-lisis y sus críticas audaces y lúcidasle convierten en un libro de cabecerapara estudiantes y profesionales delas ciencias sociales y políticas.

No queremos terminar este comen-tario sin invitar a la lectura de la RE-VISTA ESPAÑOLA DE INVESTIGACIONES

SOCIOLÓGICAS (núm. 29, enero-marzo1985) dedicada monográficamente ala investigación social. Estos artículosson un complemento ideal para ilus-trar la densa aportación teórica dellibro que presentamos. Sumando am-bos escritos se saca una idea clara yprecisa de los caminos seguidos porel pensamiento político, social y me-todológico en las últimas décadas.

M.a Carmen RUIDÍAZ GARCÍA

REGÍS DEBRAY

La Puissance et les Revés y Les Empires contre l'Europe(París, Ed. Gallimard, 1984 y 1985)

En este gran fresco tan sui generissobre historia y actualidad políticacontemporáneas que el otra vez sedi-

cente aprendiz de guerrillero nos ofre-ce, uno termina por no saber muybien, aun a su pesar, por qué línea

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de pensamiento, a cuál carta debequedarse: si la del cosmopolita trans-gresor de rituales y convencionalis-mos de nuestra prehistoria política, obien la del patriota postgaulliano queredescubre las virtudes y hechizos dela madre-nación.

Es realmente un misterio. Porquelo que planea sobre toda la obra, peroprincipalmente en la segunda, es elhálito de una duda metódica, siste-mática y vertical acerca de la supues-ta necesidad imperiosa de crear unente político instaurador de una nue-va dinámica internacional (que seríaEuropa), partiendo de —y recono-ciendo— valores e intereses propiosde las tradiciones nacionales clásicasde aquellos países que la forman.

Dos lógicas exigentes y contradic-torias que son la tinta invisible y eldibujo permanente de su contextura,tan insatisfactorias en definitiva comoaparentemente convincentes a prime-ra vista, pues ambas reciben luz y ca-lor de zonas tan ambiguas de lo realcomo son realidad y deseo.

Ductilidad y sensibilidad puedenhacer versátil al más pintado; en elcaso de este outsider por vocación ypasión se descubren algunas faculta-des ejemplares: fidelidad a las pro-pias ideas, tenacidad en su persecu-ción, independencia de criterios. A ca-ballo muchas veces entre el periodis-mo, la teoría y la práctica políticas,con acceso privilegiado a fuentes in-formativas, diletante crítico y críticodel diletantismo, el autor cabalga porlas emboscadas de las luchas de po-der de ámbito internacional con cele-ridad y maestría tan vertiginosas queacaban resultando inquietantes.

Siempre hay algo de verdad en eldicho de que lo que se gana en ex-tensión se pierde en profundidad;mas un poco solamente aquí cuandobalance final y juicio global son posi-tivos, tanto por el enorme esfuerzorealizado para comprender las basesfundamentales de los poderes públi-cos en su dimensión exterior comopor la intención reiteradamente mani-fiesta de abrir o respetar un cauce quehaga signo de otra realidad política.

Superando en todo momento la fá-cil sospecha de superficialidad, aun-que no se disculpe algún que otro su-puesto error de bulto —como el deque China continental hubiera perte-necido alguna vez al Pacto de Varso-via—, lo indiscutible es la alta cali-dad del material informativo maneja-do, la variedad del mismo, el com-plejo tratamiento a que lo somete yel sistematizado filtro que le sirve pa-ra separar la paja del grano.

De donde se deriva una serie largade aciertos indudables, compuestatanto por apreciaciones de sentido co-mún —la disuasión es la única estra-tegia racional para la supervivenciaeuropea; mientras que exista unafuerza nuclear indetectable (caso delos submarinos) la disuasión tiendea jugar en todos los terrenos; la pre-sencia de relaciones de desigualdaden cualquier alianza militar actual, yespecíficamente en la OTAN; el pa-pel limitado y casi marginal que losEE. UU. desearían que correspondie-se a Francia desde una perspectivamundial; la persistencia del carácterde «guerra popular» en los conflictosbélicos de hoy; la prevalencia, en fin,del nacionalismo político como fenó-

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meno mayor de nuestra era— comopor pertinaces reflexiones sociopolíti-cas —las luchas de «liberación nacio-nal» prácticamente concluidas, las ta-reas del desarrollo imponen una ma-yor colaboración entre países del«Tercer Mundo» y los occidentales;el que la URSS resulte más peligrosapara sus aliados y amigos («ayuda fra-terna») que para sus enemigos (res-peta a quien se respeta a sí mismo);que en este país, igualmente, es elúnico europeo donde todavía campeael slogan «Trabajo, Familia, Patria»(aldabonazo de nefasto recuerdo paraun francés como Debray, y aviso dela ironía para caminantes con humoren país de conversos); el esnobismopro americanista de buena parte dela sociedad francesa actual (tal vez laotra cara del antiguo desprecio senti-do por las arcaicas élites conservado-ras); la relativa complementariedadde las posturas públicas del comunis-mo ideológico oficial con un ciertoanticomunismo reactivo...—.

Pueden añadirse algunas incursio-nes en el terreno de la observaciónhistórica; por ejemplo, la de que laidea de un imperio universal es másbien religiosa, en ningún caso unaconstatación (en efecto, pero el pla-neta ya lo hemos visto unitario des-de el espacio...); o la referencia quealude a la existencia de imperios agra-rios de base hidráulica, y que es vetafecunda casi totalmente inexploradapor los estudiosos de las sociedadescomunistas vigentes.

Entre paréntesis, no se entiendedemasiado el sentido de rigor aporta-do por las esporádicas cuñas dirigidaspor el autor contra representantes

cualificados del establishment acadé-mico.

Mas este cúmulo de dianas quedaensombrecido por algunos importan-tes errores, a saber: afirmar que lasociedad civil de los USA es una delas dos piernas con las que el Levia-tán estadounidense se impone en laesfera de su influencia (e incluso enla socialista); el señalar taxativamenteque los mass media son un poder porencima de los demás (¿dónde su au-tonomía?); o repetir de modo incan-sable que la hegemonía de los Esta-dos Unidos en cuanto potencia mun-dial se halla inalterada (basta echarun vistazo a un mapa político de Asiao África y confrontarlo con uno dehace diez años); que la URSS carecede principio espiritual porque la uto-pía comunista ha fracasado (como sihubiese habido alguna que se hubieraplasmado; además, la que fracasó fuela de Kruschev, no la original); elmagnificar lo religioso como motor ymotivo de acción política en tiemposrecientes, sobremanera el Islam.

De los elementos espirituales y ma-teriales intervinientes en el cambiosocial y político (cuya respectiva im-portancia queda claramente confusa)se sirve con presteza digna de mejorcausa.

En ocasiones, las dificultades decomprensión provienen de la perspec-tiva usada para interpretar hechos co-mo la «cambiante» situación europea.Aquí, la actitud epatante llega a te-ner altos vuelos, pues habría un for-talecimiento evidente de las democra-cias, una penetración en todos los ór-denes y cualitativamente central en lazona socialista, de manera y modo

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que se estaría produciendo nada me-nos que el renacimiento de las socie-dades civiles en este área, todo ello através de la iniciativa y en beneficiooccidentales, en un contexto de ex-pansión y vigor para las democraciaspolíticas. La URSS sería un museo;el comunismo, una supervivencia his-tórica; sus reacciones en los sectoressensibles y de futuro, las de un paqui-dermo.

Tan aplastante inferioridad le llevaa cazar la piel del oso al decir que ladivisión Este/Oeste no es sino unanovela apta para mentes con retrasode varias guerras.

Heraldo, pues, de una moderniza-ción más pretendida que real, su hi-pótesis de riesgo le empuja a romperel equilibrio en el otro frente, las re-laciones US A-Europa. Y aquí las in-consecuencias devienen constantes: seacusa a los EE. UU. de «irresponsa-bilizar a sus protegidos», pero a untiempo se admite que fue a peticiónde éstos como se impuso tal irrespon-sabilidad; se pone en duda la resolu-ción de aquéllos en defender Europabajo el especioso argumento de lafalta de prueba de juego; se imaginaun reparto planificado de tareas mili-tares entre los aliados, nuclear paralos USA/convencional para los eu-ropeos, como si los 300.000 soldadosnorteamericanos fueran fantasmas oel peso de las fuerzas autóctonas pu-diera obviar cualquier exigencia; y,para colmo de excesos, se supone quela europea es la parte dinámica de laeconomía mundial (trasvase injustifi-cado de lo comercial, si todavía, ha-cia lo económico), necesitando losUSA de la aportación nipona para

contrarrestar el empuje y vitalidadde este lado del Atlántico (sic).

Sin embargo, Europa estaría alie-nada social y culturalmente a losEE. UU. (lo que puede ser cierto, aunsiendo de una imprecisión brillante),por lo que habría de ser ahí donde sedirigieran esfuerzos para despejar esadominación (el peligro vendría de sucarácter civil, societario, por contra-posición a lo que sería losa soviética,de naturaleza «exterior», estatal).

Así, de la obsolescencia de un im-perio cuyos éxitos políticos deben sermilagrosos (y de quien el desafío mi-litar sería presunción poco ajustada aempiria) a la avasallante supermoder-nidad cultural del otro sistema impe-rial, Debray alcanza a vislumbrar unremedio casero: la vieja Europa.

Quizá nunca mejor descubierta,aunque el proceso haya sido sinuoso.También nunca mejor dilucidados loselementos esenciales de la misma: elconsenso de las fuerzas políticas, unproyecto político unitario, la dotaciónde una defensa autónoma, el naci-miento de un espíritu comunitario,las atribuciones generosas de recursospara las comunes instituciones.

Pero claro está (aunque esté bienque se recuerde desde las más diver-sas tribunas) que suena a discurso yaoído, a declaración de intenciones dehemeroteca. Sobre todo si a continua-ción se nos viene encima la cantinelade la salvaguardia de los «interesesvitales» de la querida Francia, conce-bidos en su dimensión más histórica(es decir, África, Océano Pacífico,etcétera); o, en otras palabras, cuan-do en último término no existe plan-teamiento alguno de cesión de sobe-

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ranía. Y vaya esta crítica final de unetnocentrismo a pequeña escala comoincitación a descubrir por uno mismolas contradicciones y responsabilida-

des del tiempo presente. En un parde volúmenes que merecerían ser tra-ducidos.

Luis ARRILLAGA ALDAMA

JOSÉ ALCINA FRANCH (comp.)

El mito ante la Antropología y la Historia(Madrid, CIS/Siglo XXI, 1984)

En julio de 1982, el doctor AlcinaFranch organizó, dentro del progra-ma de actividades de la UniversidadInternacional Menéndez Pelayo, unseminario cuyas diferentes exposicio-nes forman ahora parte de este libro.Reuniendo especialistas de orientacio-nes teóricas y áreas de investigacióndispares, se ha dado así lugar a la re-cuperación de una problemática que,pese a su importancia, ha sido siem-pre mantenida en un lugar secundario.El principal mérito de esta publica-ción es avivar una discusión que nose ha desarrollado suficientemente, almenos no por los canales más fructí-feros, y reactivar líneas de investiga-ción relativamente estancadas. Perovayamos a los trabajos de los autores.

Por debajo de la seductora prome-sa de exponer el papel del mito en lavida griega, lo que realmente nosmuestra Rodríguez Adrados («El mitogriego y la vida griega») es un pano-rama general que nos informa sobrelas fuentes no-helénicas de las que es-ta tradición se alimentó; su desarrolloy la configuración que fue definitiva-mente adquiriendo; los distintos re-gistros artísticos (de poemas a frisos)de los que los mitos se sirvieron para

expresarse; el corte entre una mitolo-gía que fue perdiendo pie y marchi-tándose, cuyos principales personajeseran dioses, y otra, cada vez más ricay vital, protagonizada por héroes, y,finalmente, la pugna entre el pensa-miento mitológico y la naciente ra-cionalidad filosófica y científica. Esteviaje, podríamos decir «etnográfico»,por medio de la cultura mítica griegapierde, justamente por su carácter des-criptivo, la posibilidad de echar luzsobre lo que, pensamos, hubiese ofre-cido un interés mucho mayor al res-ponder más plenamente a las expec-tativas que su título provoca: las for-mas específicas en que una cultura seve interpretada por un cuerpo mito-lógico, las tensas articulaciones im-plicadas, los mecanismos en juego enla emisión y recepción del discursomítico en diferentes lugares sociales.Esta carencia se muestra, p. ej., enque el pasaje único de una raciona-lidad totalmente desplegada pero in-consciente, propia del mito, a la cons-ciente pero aún en pañales de la filo-sofía y de la ciencia no es visto sinocon los propios ojos de sus protago-nistas, cayendo en la clásica «trampadel nativo»; es decir, la razón de la

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incompatibilidad de uno y otro pen-samiento se explícita en los mismostérminos de un Heráclito, un Platóno un Hipócrates, que ni estaban encondiciones de entender lo que el mi-to realmente decía bajo un ropaje«contradictorio, violento», ni de acep-tar la continuidad entre esa lógicaoculta y la que ellos ponían explícita-mente a la luz por primera vez en lahistoria.

El campo en que se mueve GilGrimau («El pensamiento mágico ára-be en la frontera del hecho islámico»)es exactamente opuesto al que veía-mos en el trabajo anterior. No nosencontramos aquí con narraciones mí-ticas, sino con elementos atómicosque, supone el autor, indican la exis-tencia de aquéllas en un período an-terior al establecimiento del Islam.Esta ausencia, a la que hacen másevidente los rastros que nos han lle-gado, es el producto de la estrategiacon la que la religión naciente se en-frentó a sus antecesores. Como el cris-tianismo, el islamismo, religión tam-bién múltiplemente conquistadora, de-bió decidir una política que garanti-zase su hegemonía. A diferencia delcristianismo, que optó generalmentepor sabias y malabarísticas absorcio-nes, el islamismo practicó una intran-sigente y forzada amnesia de lo quedejaba atrás. Pero el monopolio asíobtenido no dejó, en algún u otro lu-gar del sistema, de conservar huellasdel pasado. Este, lo bastante descala-brado como para no poder constituir-se en culto periférico del tipo queloan Lewis ha descrito en algunas so-ciedades africanas, tuvo, sin embargo,la suficiente vitalidad o inercia como

para grabar su recuerdo desmembradoen «una costumbre, una joya, un cuen-to, el dibujo de una alfombra». Re-construir el corpus mítico preislámicoes, pues, una pretensión condenada deantemano al fracaso, al menos conlos elementos con que actualmente secuenta. Lo que entonces queda comotarea, y a eso se dedica en esta expo-sición Gil Grimau, es esbozar la cons-titución paradigmática y sintagmáticade algunos de sus protagonistas, ela-borar una especie de «diccionario»,marcar conjeturalmente posibles mi-tos y ritos que habrían girado alrede-dor de éstos, tomando como base fun-damental las narraciones recogidas enLas mil y una noches.

Shókel («Lenguaje mítico y simbó-lico en el Antiguo Testamento») semueve en una perspectiva que recuer-da la de los estudiosos del siglo pa-sado destacada por Rubio Hernández(«para la cultura cristiana la edad delmito había pasado»). En efecto, supropósito es señalar que los textosbíblicos (analizados como mitos porLeach, con mayor o menor éxito, des-de un ángulo británicamente estruc-turalista) no son ya mitos, puesto queen ellos «lo mítico ha sido absorbidoen una visión más racional». Lo queresta de ellos en el Antiguo Testa-mento es, sí, «lo más válido y per-manente, su lenguaje simbólico (...)adaptado a su propia concepción reli-giosa». Lo que ha quedado descartadoes aquello que, en opinión del autor,constituye la «miticidad» del mito:Ja «restauración de lo primordial» yla «recurrencia a los elementos cósmi-cos». Ante este desgajamiento, la ta-rea que queda en manos de Shokel es

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mostrar el juego simbólico de algunosfragmentos de las Escrituras y susecos en determinados poetas contem-poráneos. Pero ¿nos conforma esa de-finición sustancial de mito a la queacude el autor?

Alcina Franch («El nacimiento deHuitzilopochtli: análisis de un mitodel México prehispánico») presenta elmito que da título a su trabajo, unode los más conocidos y relevantes delárea, y testa a su respecto análisis dedistintos autores que le proponendos líneas diferentes de interpreta-ción. Así, este relato, que narra lafecundación prodigiosa de Coatlicuey el conflicto que ello provoca consus cuatrocientos hijos, incitados prin-cipalmente por su hermana Coyol-xauhqui y traicionados por su herma-no Arbol-enhiesto, conflicto que sesalda por la derrota y huida de losrebeldes enfrentados por Huitzilo-pochtli, salido finalmente del vientrede su madre, ha sido visto ya comoel relato de un acontecimiento histó-rico (guerra entre toltecas y mexicas,lucha entre clanes, conflicto entre di-versos grupos, confrontamiento de«una sociedad guerrera con los restosdel poder matrilineal»), ya como unanarración de simbolismo cosmológico.Esta traducción astronómica del mitolo muestra, en su versión más común,como representando «el estrechamien-to de la luna durante la segunda mi-tad del mes y la huida cotidiana delas estrellas». En la confrontación delíneas interpretativas, Alcina Franchopta por esta segunda, que se le pre-senta en concordancia con análisis ico-nográficos que él mismo ha realizado.De todos modos, el mito también da-

ría cuenta de un elemento básico dela cultura de la que proviene: «estatremenda y misteriosa contradicciónde la vida y la muerte que es, almismo tiempo, el día y la noche, lafecundidad y la esterilidad, lo mascu-lino y femenino, lo claro y lo oscuro,lo cálido y lo frío, lo contable y loincontable, el norte y el sur». Ahorabien, hay al menos dos aspectos enel trayecto que nos ha hecho recorrerAlcina Franch que nos resultan pococonvincentes. Ante todo, la discusiónentre interpretaciones históricas y mí-ticas del texto presentado. Esta cues-tión sobre el origen del mito, ¿dicealgo sobre su sentido? Por otro lado,la propuesta de ver en él la reflexiónsobre lo dual, ¿no ha sido impuestaexternamente al mito en el comenta-rio hecho por el autor, que hemospasado por alto en nuestro esquema-tísimo resumen, sobre la cosmovisiónmesoamericana, donde se nos informaque «uno de los principios más am-pliamente presentes en los sistemasreligiosos mesoamericanos (...) es elprincipio dual»? ¿El mito está ahítan sólo para reafirmar lo que el dis-curso explícito no se cansa de ense-ñarnos?

Estas cuestiones apuntan a las delstatus del mito, del tipo de sentidoque produce, del nivel en que lo hace.Problemas que son los que histórica-mente han estado más o menos cons-cientemente por debajo de las investi-gaciones de aquellos que, en un mo-do u otro, han estado ligados al pro-ceso de pasaje del mito del «ruido»al «sentido»; es decir, al trabajo porel que se fue dejando de lado la su-perficial arbitrariedad y sin sentido

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del relato mítico para encontrar, adistintos planos, según distintas estra-tegias interpretativas, que éste real-mente decía algo. A esta complejahistoria se dedican dos capítulos deeste libro.

En el primero de éstos, Rubio Her-nández («Los inicios de la interpreta-ción antropológica del mito») ofreceuna visión de estos estudios en el si-glo pasado. Iniciados por filólogos(Otfried Müller, Renán, Max Müller),pasan de enfocar, con el primer au-tor, los mitos en su relación con«acontecimientos legitimadores» y ri-tos religiosos a, con el último, enten-derlos en función de los fenómenosde lenguaje puestos en juego. En efec-to, la forma originaria de expresar losfenómenos de la naturaleza ha sido lametáfora poética; ésta, con el tiempo,fue perdiendo su transparencia y losmitos fueron forjados, como una es-pecie de «enfermedad del lenguaje»,para reinventar el sentido olvidado deaquélla. Pero fue en los trabajos delos antropólogos evolucionistas (Ty-lor, Frazer, Lang) donde los estudiosmitológicos, no limitados ya a los ca-sos clásicos, sino extendidos tambiéna la producción de los pueblos «pri-mitivos», tuvo su desarrollo más re-levante y dio paso a las actuales di-recciones de investigación. Es másque nada con el autor citado en úl-timo lugar con quien se anticipan lasposiciones y preocupaciones de unMalinowski y un Evans-Pritchard.Compartiendo las perspectivas de Ty-lor y Frazer, Lang entiende que latoma de conciencia que los «primiti-vos» hacen del mundo, en su calidadde niños de una humanidad que debe

evolucionar, es «animista», y que sucuriosidad se ve conformada con la«primera respuesta» obtenida, cual-quiera sea su grado de absurdidad.Pero, a diferencia de sus colegas, Langsepara religión de mito; ambas instan-cias corresponden a etapas y necesi-dades humanas diferentes. Si la pri-mera implicaba una visión ética delmundo y de los hombres, el segundo,su degeneración, daba lugar a la rea-lización de «profundas necesidadesemocionales que la religión es incapazde satisfacer».

Si la orgullosa Europa finisecularpodía verse a sí misma en el tope deldesarrollo civiliza torio, la guerra echópor suelo tamaña autocomplacencia.Esta es, al menos, una de las razonesque, según García Gual («La interpre-tación de los mitos antiguos en el si-glo xx»), llevó a que ante las culturasajenas, y en particular los mitos, nofuese enfatizado ya tanto su carácter«primitivo», sino su «diferencia». De-jando de lado las investigaciones he-lenistas de la escuela de Cambridge(Harrison, Murray, Cornford), querastrearon la mitología griega en bus-ca de estratos religiosos más arcaicosy que intentaron mostrar, con Corn-ford, el parentesco entre mito y razón,las tendencias que han primado en elcampo de la interpretación mítica sontres. El simbolismo, con figuras comoCassirer, Eliade o, más recientemente,Durand, que intentan destacar el ca-rácter inefable de la «experiencia pri-mordial y religiosa de la existencia»expresada por los mitos. Preocupadosmás que nada por el valor aislado delas figuras de lenguaje atómicas (talcomo en este libro lo muestra un re-

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presentante de esta corriente, Scho-kel), ni el sistema implicado en el re-lato mítico ni su relación con las cul-turas y sociedades en donde surge seles presenta como tema de reflexión.Por el contrario, el funcionalismo, enla persona de uno de sus fundadores,Malinowski, abandona toda tentativade comprender el «mensaje» de losmitos para propugnar la necesidad desu anclaje social que lo revele no co-mo «un cuento ocioso (...) una expli-cación intelectual ni una imagineríadel arte, sino [como] una pragmáticacarta de validez de la fe primitiva yde la sabiduría moral». De esta ma-nera, tanto simbolismo como funcio-nalismo rompen la unidad del mito,uno hacia dentro, acudiendo a suscomponentes simbólicos; el otro haciaafuera, recurriendo a su función so-cial. Emparentado con el funcionalis-mo, pero no en su versión británica,sino en la original francesa de Durk-heim, Dumezil realiza sus prolíferasinvestigaciones sobre la mitología in-doeuropea echando mano a las estruc-turas sociales de los pueblos estudia-dos, pero mostrando cómo la propiamateria mítica está elaborada segúnestructuras propias, isomórficas conlas sociales. La influencia de este au-tor es una de las que ha pesado sobrela formulación del estructuralismo porLévi-Strauss; no ha sido, por cierto,la única. La fuerte presencia de losestudios fonológicos de Jacobson es,quizá, lo más relevante en el intentolevistraussiano de busca de las estruc-turas profundas, no manifiestas, desentido de los mitos. Sentido que noes entonces ni el de su remisión aalgo exterior ni su disgregación en va-

lores simbólicos, sino el de la lógicade su composición, que tiene comoelementos en juego las propiedadessensibles y las relaciones entre éstas,que el mito teje narrativamente. Aho-ra bien, se debe seguramente a laobligada síntesis de esta exposiciónque su autor deja de lado un hechoesencial para entender la contraposi-ción entre funcionalismo y estructu-ralismo: la postura de Malinowskies simplemente declarativa, retórica.¿Dónde está, si no, la producción dela antropología británica sobre mitos?Esto lleva a la cuestión de los nivelesestratégicos de abordaje que una yotra escuela asumen. Salvo, quizá, lasesporádicas incursiones de Leach, losfuncionalistas nunca han hecho delmito el centro de su interés, reserva-do, sí, al rito l. En algún caso, comoen el del estudio de los ndetnbu porTurner, aquél es dejado de lado porrazones empíricas, pero con M. Dou-glas se explicita abiertamente la op-ción del estudio del rito contra la delmito (1975: 57):

«Como nuestro interés central esla formación de significados, lomejor que podríamos hacer es evi-tar el material mítico. Aparte deser notoriamente flexible al capri-cho del intérprete, se da en uncontexto de libertad relativamen-te amplia. El mito se sitúa por en-cima y en contra de las exigenciasde la vida social.»

Este abandono del campo parece de-cirnos que, al menos desde la perspec-

1 Cfr. Giobellina Brumana y González(1981). Este trabajo, cuyas conclusiones se-rían hoy diferentes, resume un poco menosesquemáticamente esta discusión.

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tiva de una de sus más significativasrepresentantes, la escuela británica noestá en condiciones teóricas y metodo-lógicas de enfrentarse con el mito. Porsu parte, con el estructuralismo ocurrelo inverso; despojado de su mitologíaimplícita, es el rito el que escapa alanálisis científico (Lévi-Strauss, 1971:597 y ss.). No es cuestión aquí deprofundizar el tema, pero es interesan-te al menos destacar que si buenaparte de las críticas contra el estructu-ralismo han sido producidas precisa-mente por quienes más habían senti-do su influencia del otro lado delCanal, quizá se deba más que nadaa que habían supuesto ver en los tra-bajos de Lévi-Strauss una simple me-todología que no obligaba a aceptar«los aspectos más amplios del pensa-miento de Lévi-Strauss» (la expresiónes de Leach). Como resultó prontoevidente, la «técnica» (M. Douglas,1978: 91: «L.-S. nos ha proporcio-nado una técnica. Nuestra tarea con-siste en refinarla para adaptarla anuestros fines»), el «procedimiento»(Leach), mal casaban con el empiris-mo reduccionista. El hecho de que,en algunos casos (Needham, Leach),la percepción de esto fue tardía talvez esté en la base de la acritud deciertas reacciones.

Como se sabe, son dos los nivelesen que el análisis estructural del mitopuede ser realizado. O bien se en-cara un mito aislado (en todas susversiones disponibles, claro está) y sedescompone su cadena sintagmáticaen procura de los elementos paradig-máticos que, contrapuestos de deter-minada manera entre sí, conformansu estructura lógica, o bien la arma-

zón del mito es remitida a otros mi-tos en busca del grupo del que éstees una de sus combinatorias. La pri-mera estrategia es la ejemplificadapor Lévi-Strauss (1958: cap. XI) conel mito de Edipo, en su primera ten-tativa conocida de análisis mitológico,o la seguida frente a la gesta de As-diwal (ídem, 1973: cap. IX); la se-gunda es la llevada a cabo a travésde centenares de mitos en las Mytho-logiques. Esta dualidad lleva a lacuestión, nunca formulada con la su-ficiente claridad, de los distintos ni-veles de sentido estructural del mito.En efecto, si dejamos de lado el pro-blema que, esquemáticamente, pode-mos llamar «metodológico» de aque-llos mitos que no permitirían ser ana-lizados individualmente, ¿qué ocurrecon los que sí pueden serlo? ¿Cuales la relación entre el sentido de unmito desbrozado en sí y el de su re-lación con un grupo? Lo que segu-ramente está por debajo de todo esto,lo que permitiría formularlo y escla-recerlo, es la hipótesis del «mito úni-co» (ídem, 1971: 502 y ss.), que se-ría el punto de condensación del pos-tulado levistraussiano de que «la tie-rra de la mitología es redonda» (ídem,1966: 7).

De todos modos, la dirección queen este libro toma Gutiérrez Estévez(«Historia, identidad y mesianismoen la mitología andina») es la del aná-lisis mítico aislado. El objeto de esteestudio es un conjunto de relatos co-nocidos desde hace mucho tiempo enlos Andes peruanos y protagonizadospor Inkarrí, rey del Cuzco; Collarrí,rey del Collao, y Españarrí. Los re-latos hablan de ciertas competiciones

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y hacen intervenir en ellas a los per-sonajes en dos parejas: Collarrí e In-karrí, Inkarrí y Españarrí. Todas lasversiones coinciden en dar la victoria,en el primer caso, a Inkarrí y, en elsegundo, a Españarrí. Si el primer ti-po de narración apunta a la determi-nación etiológica de ciertas condicio-nes culturales y naturales de la re-gión, el segundo concluye, tras la de-capitación del derrotado por el con-quistador, en la esperanza de que sucuerpo y su cabeza se reúnan, signan-do así la restauración de su poder. Eseste final lo que ha impulsado a al-gunos autores a ver en el relato laexpectativa mesiánica del restableci-miento del poder indígena. Pero noes esto, según Gutiérrez Estévez, loque el mito dice. Para entender sualternativa debemos partir de un es-quemático resumen del primer mito,del que se nos presentan seis versio-nes con algunas significativas diferen-cias. Inkarrí y Collarrí realizan unacompetición dividida en tres partes.Una alimentaria, en la que el primerodebe comer harina de qañiwa; el se-gundo, habas secas. Estas son dema-siado duras, lo que dificulta su inges-tión; la harina es en gran medida lle-vada por el viento: vence Inkarrí.Una carrera cuyos puntos de partiday llegada varían según las versiones;la hija de Inkarrí entretiene al adver-sario de su padre: vence nuevamenteInkarrí. El lanzamiento de una barrade oro: vence finalmente Inkarrí. Es-te, cuentan en diferentes momentoslas diversas versiones del mito, violaa la hija de su competidor.

El mito, propone Gutiérrez Esté-

vez en buena ortodoxia estructura-lista,

«(...) es un comentario que surgepor la necesidad de resolver, ima-ginaria o simbólicamente, una con-tradicción que se da en el planode lo real o en el plano del pensa-miento».

Detectar esta contradicción es la ta-rea del analista, para lo cual procedea desmontar el mito en sus diferentessecuencias. La primera muestra a ca-da uno de los contendientes comiendoaquello que el otro le ha dado conese fin. La victoria de Inkarrí es do-blemente ficticia: no ha sido él, sinoel viento, quien ha dado cuenta dela harina; los alimentos en juego noson especialmente deseables. En lasegunda, la carrera tiene, como salidao como llegada, una línea divisoria(la Raya), no mans land, «cuyo valorno reside en sí mismo, sino en los es-pacios que relaciona»; el triunfo, co-mo en el caso anterior, no implica,pues, el logro de algo de por sí va-lioso. La última competición tiene enel oro no su premio, sino su instru-mento; vemos disminuida nuevamen-te la victoria. Esta ambigüedad, po-tenciada por otras que pasamos poralto, revela desde ya la contradicciónexpresada por el mito, pero no es alas secuencias centrales del relato alas que el autor acude para dilucidarsu naturaleza, sino a una secundaria.Como habíamos visto, el mito habla

ubicadas de distinta manera y en dis-tintos lugares de la historia por lasdiferentes versiones. Según unas, laposesión sexual es el premio de la

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disputa; según otras, su causa, el retoque la provoca; es también mostradacomo el aprovechamiento de unaoportunidad dada por la competición;finalmente, es represalia por la derro-ta. Las distintas versiones del mito,es decir, el mito en su conjunto, di-señan y saturan un campo en el quecada término está relacionado, lógi-camente, con cada uno de los otros 2.El carácter estructural de la relación

ción, convirtiéndola en su expresiónparadigmática. Si esto es así, no sedebe a un capricho arbitrario del mi-to, sino a que este acontecimiento,la violación, refiere metonímicamen-te a la alianza matrimonial, y la alian-za matrimonial es la forma primige-nia, elemental de la reciprocidad, delintercambio, cuyo extremo, cuya «ex-presión ritual» es la competición. Porotro lado, si reflexionamos sobre la

Premio (A)

Provecho (—B)

Reto (B)

Represalia (—A)

no se limita a indicar que lo es, sinoque señala su papel central en el mito,el establecimiento de la clave en queestá formulado. Las líneas acotadaspor las cuatro posibilidades indican,una (A, —A), el eje de lo público,de la moral en cuanto espacio «delreconocimiento público del desenlacede la competición»; la otra (B, —B),el eje de lo privado, el ámbito del in-terés individual.

En la posesión sexual se condensanasí todos los términos de la competi-

2 Este campo es designado por GutiérrezEstévez, siguiendo a Greimas, como «es-tructura elemental de la significación». Dehecho, nos parece ser un caso de los gru-pos de Klein (Barbut, 1966, de tipo x, —x,1/x, —l/x, puestos en juego una y otravez en las Mythologiques (Lévi-Strauss,1968: 293, 315, 332, 346; 1971: 188, 240,243, 289, 581).

relación que cada una de las secuen-cias centrales establece entre sujeto yobjeto de la competición, vemos que,en la primera, ésta es de conjuncióncon lo ajeno (la comida brindada porel adversario); en la segunda, con lode nadie (la Raya); en la tercera, conlo propio (el territorio en el que esarrojada la barra de oro). Diseñadoasí este campo, la reciprocidad, obli-cuamente metaforizada por la viola-ción, lo corta transversalmente en sucruce entre lo propio y lo ajeno. Deesta manera, la reciprocidad, el inter-cambio, resalta como el objeto del dis-curso mítico que ha ceñido todas sussecuencias a un orden único (esquemaactancial). Pero la forma específica enque las competiciones refieren al in-tercambio, en la ambigüedad de los

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triunfos obtenidos, marca tanto eldesequilibrio de los agentes de la re-ciprocidad como la obligatoriedad deque ésta sea mantenida. «El inter-cambio asimétrico, contradictorio ensí mismo, expresado y transmitido através de una serie de competicionesrituales, constituye, pues, el objetodel mito.» Esta conclusión, válida pa-ra la contienda entre Collarrí e In-karrí, es extrapolada hipotéticamentea las narraciones concernientes a lalucha entre este último y Españarrí.El sentido de esta historia no seríaentonces la promesa mesiánica, sino,por el contrario, «la expresión de unabúsqueda de reciprocidad, necesaria-mente asimétrica, entre la cultura an-dina y la cultura española». Este tras-paso, conjetural en sí, parece justifi-cado por la existencia de una compe-tición ritual para la fiesta de losReyes Magos que se celebra en unpoblado del departamento de Cuzco.Esta competición es una carrera enla que intervienen tres caballeros: Co-llarrí, Inkarrí, Misterrey ( = España-rrí). El triunfo de uno de los dosprimeros es visto como pronóstico debuenas cosechas en sus respectivosterritorios; el del tercero implica ma-las cosechas para todos, pero dineroabundante. El rito fusiona así lo quelos mitos mantienen separado, al mis-mo tiempo que dramatiza «la com-plementariedad que ha de sustentarla reciprocidad».

Si logramos tomar un poco de dis-tancia frente a la seducción de un aná-lisis tan riguroso y, por qué no, tanelegante, quedaría el suficiente espa-cio como para poder levantar ciertascuestiones. O, mejor quizá, una sola

cuestión que se refleja en distintos ni-veles. Lo primero que sorprende enla interpretación propuesta es que elsentido por fin desentrañado no está,como el autor supone, tan alejado delque los otros analistas le habían ad-judicado. Que el mito propugne unacuerdo entre las fuerzas en conflictoen vez de la victoria definitiva de unade ellas no es más que una transfor-mación combinatoria de los mismoselementos en juego. No se ha aban-donado el campo semántico, la isoto-pía, en que nos encontrábamos. Si,como acertadamente señala GutiérrezEstévez, las anteriores interpretacio-nes no eran más que glosas sistemá-ticas del texto explícito del relato,¿acaso con la actual nos hemos sepa-rado de ese nivel manifiesto? Quizá,por el contrario, se esté aún más de-pendiente. Porque, de hecho, lo queel análisis ha mostrado, tras un pro-cedimiento esforzado e impresionante,es que el mito no habla sino de loque habla: de la competición. Com-petición, es cierto, que ahora vemoscomo paradójica debido a las preca-rias victorias que el estudio ha mos-trado. Pero el paso de la competicióna la noción de intercambio está fun-damentalmente basado en un proce-dimiento conceptual (p. ej., viola-ción -> alianza matrimonial —> inter-cambio). La lógica de las cualidadessensibles, a la que el análisis estruc-tural esencialmente se sujeta, no in-terviene sino muy mediatizadamenteen la determinación del armazón delmito. Esto es particularmente sor-prendente, ya que Gutiérrez Estévezdetecta en varias oportunidades es-tructuraciones de este tipo, tan claras

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después de haber sido señaladas co-mo ocultas antes, para posteriormen-te abandonarlas en el curso de surazonamiento (p. ej., la oposición en-tre «blando», «duro» y «adecuado»,en la primera secuencia; la conforma-ción en sistema de transformacionesde las distintas direcciones en que,según las diferentes versiones del mi-to, se desarrolla la carrera, etc.). Lafina intuición estructural es, pues,vencida por el programa metodológi-co; la tensión entre una y otro quizádiga sobre la existente entre la pro-pia realidad y la sujeción a caminosque supuestamente nos llevan a ellao a modelos que la hacen más inteli-gible. Si por definición la lógica delmito está del lado de la estructura yexiste independiente a toda formula-ción, conciencia o voluntad, si es, se-gún pensamos, una propiedad de loreal, los procedimientos que el obser-vador cumple para desvelarla no pue-den estar sino del lado del aconteci-miento. La laboriosa tarea de recreary recorrer las múltiples aristas de lacristalización mítica no hace más que,cuando lo hace, descubrir un frag-mento de esta intrincada trama: noproduce sentido, lo recupera. Y recu-perándolo no puede aspirar más quea convertirse en una nueva versióndel mito, versión que, sin embargo,no es simplemente una más. Pero sila estructura es pensada no como unelemento real, sino como un produc-to externo del investigador, como unprocedimiento cuya máxima consisten-cia yace en el sujeto (o en la «comu-nidad académica», para usar la expre-sión de Kuhn) y no en el objeto,todo curso investigativo es idéntica-

mente válido, salvadas ciertas condi-ciones de coherencia de su discurso.Esto es el centro epistemológico dela disensión que podemos tener conel autor, de la que quizá se deriventodas las demás.

El abandono de lo sensible y la iso-topía entre sentido profundo y mani-fiesto están, en nuestra opinión, to-talmente interrelacionados. Como elsueño, el mito oculta su sentido parapoder cumplir su función de resolu-ción de las contradicciones3. Paraello, el material con que teje su men-saje estratégico es de un plano dife-rente al que utiliza para producir susignificado evidente. La tensión entreun plano y otro de significación, quepodríamos bárbaramente llamar «mi-ticidad» y «narratividad», queda pa-tente en su posible colisión: «(...) laposición particular del mito [se estáhablando específicamente de un mito,el M553-FGB] en el seno de un gru-po de transformación lo obliga a cons-tricciones de orden lógico que reper-cuten sobre el contenido del relato»(Lévi-Strauss, 1971: 119). Por el con-

3 Como Lévi-Strauss (1971: 561) indica,la revelación del sentido latente desmontasu dinamismo: «Revelada a sí misma, laestructura del mito pone término a sus rea-lizaciones.» No se oculta al lector la seme-janza con la visión del psicoanálisis. Seme-janza que está también patente en el pasajeevidente entre mito y sueño. Pero es inte-resante advertir que el propio Lévi-Straussno ha hecho nada para desarrollar este pa-rentesco. De hecho, aun cuando explícita-mente enfatice el carácter funcional del mito[«(...) se puede decir de los relatos míticoslo mismo que de las reglas de parentesco.Ni éstas ni aquéllos se limitan a ser; sirvenpara algo, que consiste en resolver proble-mas sociológicos, en un caso, socio-lógicosen el otro» (Lévi-Strauss, 1968: 187)], supropósito esencial es revelar su existencialógica.

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trario, Gutiérrez Estévez supone quees la acción narrada, o, más específi-camente, los programas narrativos, lopertinentemente significativo en elplano más profundo. Lo que subyacea esto es el hecho de que el programade Greimas, de gran influencia sobreGutiérrez Estévez, en relación al mitoes inverso al de Lévi-Strauss; si lapreocupación principal del primero esdevelar su estructura narrativa, es de-cir, un sistema en el que el nivelconstitutivo es el de la dimensióntemporal «dicotomizada en un an-tes vs. un después» (Greimas, 1982:35), el propósito estructuralista, radi-calmente, por el contrario, apunta,por debajo del desarrollo del relato,a «una estructura subyacente indepen-diente de la relación de antes y des-pués» (Lévi-Strauss, 1964: 119).A caballo entre las dos fórmulas, esteanálisis de Gutiérrez Estévez acabacayendo del lado greimasiano. Perono hay que descontar que esto seaproducto del propio mito elegido.¿Hay textos que por derecho propioestán destinados al análisis estructu-ral y otros que no? Como se sabe,Lévi-Strauss, en sus trabajos sobremitología, se ha mantenido, salvo es-casas y episódicas excepciones, total-mente ajeno a lo que no fuese el uni-verso de sus Mythologiques y, en loque nos interesa, a las produccionesde las «altas civilizaciones» america-nas 4. La razón de esto último, según

4 Esta discusión ha envuelto en un mo-mento u otro, además de a Lévi-Strauss, aRicoeur, Leach y M. Douglas. De hecho,la renuencia del primero a trabajar conmaterial bíblico (lo que sí ha hecho Leach,cualquiera sea el resultado) estaba justifica-da en una forma poco convincente (el su-puesto desconocimiento de una etnografía

el propio Lévi-Strauss, es metodoló-gica [«(...) en razón de su formaliza-ción por letrados, exigirían un largoanálisis sintagmático antes de todoempleo paradigmático» (ídem: 184,n. 2)] , pero quizá exista detrás deeste desistimiento algo más. En efec-to, este «largo análisis sintagmático»,¿no estaría indicando que «en razónde su formalización por letrados» es-tos mitos responden más a un ordennarrativo que a uno específicamentemítico? En las Mythologiques ya sehan visto límites en los que «la ma-teria mítica deja huir progresivamen-te sus principios internos de organi-zación (...). La estructura se degradaen serialidad» (ídem, 1968: 105). Es-te caso específico es el de los mitosa tiroirs, es decir, narraciones con re-peticiones indeterminadas de episo-dios (lo que no deja de recordar elmito que aquí se ha analizado) quemarcan su extenuación al mismo tiem-po que premonizan otro tipo de rela-to: la novela-folletín. En otro lugar(1971: 539) se indica la existenciade una frontera traspasada, la cual«los caracteres propios del mito sediluyen en beneficio de otros modosde elaboración de lo real que pueden,según los casos, remitir a la novela,a la leyenda o a la fábula concebidacon fines morales o políticos». Si, co-mo podría llegar a ser nuestra hipó-tesis, el mito presentado por Gutié-rrez Estévez está en una posiciónequivalente, su interpretación habríacerrado el circuito: un relato en el

hebrea), lo que claramente y con razón hasido señalado por M. Douglas. Los hitosprincipales de la polémica se encuentran enLévi-Strauss (1967), Douglas (1972) y Leach(1969, 1970).

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que la fuerza narrativa prima sobreotras formas de significación es ana-lizado desde una perspectiva que, me-todológicamente, responde —y refuer-za— a esa primacía.

Si nos apartamos del caso que he-mos estado analizando podríamos pen-sar que un mismo acontecimiento dis-cursivo está sujeto a necesidades demúltiples planos. No existen, al me-nos por ahora, criterios a prior i dedeterminación del o de los nivelesadecuados de abordaje. Quizá lo queasí se esté perfilando es la disoluciónde la propia categoría de «mito». YaVernant apuntaba la tentación de es-ta posibilidad en una cita aportadapor García Gual: «El mito es unconcepto que los antropólogos han to-mado en préstamo, como si fuera depor sí, a la tradición intelectual deOccidente; (...). En un sentido estric-to, la palabra mito no designa nada.»Deshaciendo así este campo manteni-do obstinadamente como unitario, latarea sería entonces no frente al mi-to, sino frente a cualquier discurso,procurar bajo su forma manifiesta designificación otras más profundas. To-do «texto» está, en principio, a dis-posición para un trabajo tal, como lomuestran, por ejemplo, las tentativasde Gutiérrez Estévez (1983) con lasautobiografías o intentos de un ordenalgo diferente realizados por el autorde estas líneas (Giobellina Brumana,1985). La cuestión que entonces sur-ge, y que aún ni siquiera ha sido des-brozada, es la del ordenamiento delos distintos planos en que un discur-so significa y de la interrelación desus lógicas. Es por esta razón por laque ninguna tentativa puede ser des-

cartada de antemano y que las pro-pias dudas que los resultados provo-quen pueden ser enormemente escla-recedoras.

Fernando GIOBELLINA BRUMANA

REFERENCIASBIBLIOGRÁFICAS

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rís, Plon.

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PETER GAY

La cultura de Weimar. La inclusión de lo excluido(Barcelona, Argos Vergara, 1984)

«Ich bin der Geist, der stets verneint!Und das mit Recht; denn alies, was

[entsteht,Ist wert, da|3 es zugrundegeht;Drum besser wár's, da¡3 nichts ents-

[ tunde.So ist denn alies, was ihr Sünde,Zerstórung, kurz das Bóse nennt,Mein eigentliches Element.»

( M E P H I S T O P H E L E S , Faust I) *

Tras la caída del imperio guiller-mino, en 1917, se proclamó la Repú-blica en Weimar, la ciudad de Goethe,de cuyo espíritu quería ser portadora,lo que no significaba que encontraraun país a su imagen y semejanza. «Larepública nació en la derrota, vivióen la confusión y murió en el desas-tre» (p. 11). El espíritu mefistofélicode la negación, el coqueteo con lamuerte, fueron en buena medida laquintaesencia de la cultura de Wei-mar, ese mito de la historia contem-poránea, esa Grecia clásica del si-glo xx, que tan ansiadamente buscabatanto la unidad perdida de una Ale-mania —política y geográficamente—derrotada y dividida como anhelabala unidad del hombre, separado dela naturaleza y de su propia esenciapor el mundo moderno, por la razóninstrumental, el maqumismo y los va-

* Yo soy el espíritu que siempre niega.Y con razón, pues todo cuanto existe esdigno de sucumbir; por lo que sería mejorque nada surgiese. De suerte, pues, quetodo eso que llamáis pecado, destrucción,en una palabra, el mal, es mi verdaderoelemento.

lores materialistas. Buena parte de lasenergías intelectuales se destinaron aeste fin, al menos en el período ex-presionista, que marca la primera eta-pa cultural de Weimar, buscando hé-roes y mitos con los que trascenderla miseria de la realidad. Durante elperíodo que va de 1924 a 1929, conel apogeo económico, la estabilidadpolítica y la renovación del prestigiointernacional tras la vejación sufridano sólo por las condiciones del Tra-tado de Ver salles, sino también, y pa-ra colmo de males, por la ocupaciónfrancesa del Ruhr (1923), parte delas aguas volverían a su cauce parabuscar una reconciliación con la rea-lidad, una búsqueda de objetividad:será la época de la llamada neue Sach-lichkeit (nueva objetividad). Peroaunque volvieran las aguas a su cau-ce, la corriente continuaba, e irracio-nalismo y mitomanía constituyeronun excelente caldo de cultivo para elnazismo, que bien supo aprovecharpara firmar la sentencia de muerteno sólo de la República (democráti-ca), sino también de su espíritu.

Una de las obras más famosas dela neue Sachlichkeit, la Montaña má-gica, de Thomas Mann (1924), sus-ceptible de lectura a múltiples nive-les, muestra de forma genial la si-tuación de Europa en aquella época:«el. sanatorio es un simulacro de lacivilización europea, decadente, hastia-da de la paz, lista para la danza dela muerte, próspera en apariencia ycorrupta en secreto» (p. 139). Pero

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no es sólo una descripción de la si-tuación europea; también lo es de lapropia historia de Weimar: un sana-torio rebosante de elegancia, de sun-tuosos vestidos, de suculentas mesaspara los más refinados sibaritas y ros-tros brillantes, relucientes cual si dela misma manzana de Eva se tratara;pero enferma, podrida en su centrovital, agonizante, cuyo final más queprobable es la asfixia; y allí, en elsanatorio de Davos, compiten por laeducación de un joven recién llegado,por esa juventud desorientada e in-satisfecha, el racionalismo republica-no, ilustrado, masón (Settembrini) yel irracionalismo elocuente de basereligiosa que galantemente coqueteacon la muerte (Naphta), los dos polosextremos que marcan el propio dile-ma cultural de Weimar. La juventudfue, con su radicalización hacia la de-recha, quien contribuyó también enbuena medida al triunfo del nazismo,no sólo con sus votos, también consus brazos y sus actitudes.

Pero ¿cuáles fueron los motivosque llevaron a la Alemania de Wei-mar al suicidio colectivo? ¿Cómo esposible que un período histórico cul-turalmente tan brillante y productivo,exuberante en imaginación y fantasía,pudiera acabar como acabó: en la bar-barie? El libro de Peter Gay que secomenta pretende ser una contribu-ción a la comprensión de ese fenóme-no que escandaliza sobremanera a losque todavía creemos, a pesar de todo,en el hombre y en la Kultur. Segúnel propio planteamiento de P. Gay,el libro pretende ser una «yuxtaposi-ción de temas que fueron preponde-rantes en Weimar para definir el es-

píritu de Weimar de forma más claray comprensiva que las hasta ahora co-nocidas» (p. 8). Esta definición es,afortunadamente, más que una defini-ción, una serie de escenas o imágenesde distintos planos de la vida culturaldel período de Weimar: literatura ensus diversas manifestaciones, en espe-cial la poesía, al constituirse ésta enlos latidos del alma de Weimar; ciney artes plásticas, en especial el movi-miento de la Bauhaus y la pinturaexpresionista; ciencias sociales, en es-pecial la historia, en buena medidabastión del desprecio por la medio-cridad de la República y despensa pa-ra la fabricación de mitos, y el desa-rrollo de la ciencia social fuera delos muros de la Universidad, en Ins-titutos no marcados por prejuiciosteóricos o racistas y carentes de mie-do a la modernidad, tales como laKulturhistorische Bibliothek Warburgde Hamburgo, el Instituto Psicoana-lítico de Berlín, la Staatsbürgerschuléde Berlín, creada a imagen de la Eco-lé Libre des Sciences Politiques deParís, y, finalmente, el Instituí fürSozialforschung de Frankfurt del Me-no. Estos planos de la cultura deWeimar los pone P. Gay en relacióncon la situación política alemana ycon la propia posición de los alema-nes frente a la política, siempre am-bigua, vacilante entre la pasión y eldesprecio, la fascinación y la aversiónpor su bajeza, por su mezquindad tanalejada del ideal humanista, de la Ge-dankenfreiheit (libertad de pensa-miento) en la que los alemanes tu-vieron que refugiarse al serles nega-dos los derechos políticos hasta laconstitución de la República, forma

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de Estado por la que las capas culti-vadas tampoco sintieron ninguna ad-miración, aunque con el tiempo algu-nos sectores de la misma se convir-tieron en lo que se denominó Ver-nunftrepublikaner, republicanos racio-nales o republicanos que pusieron surazón al servicio de la reconciliación,aunque dudaran de la bondad de lademocracia: entre ellos se encuentrancomo prototipos el que llegara a sercanciller de la República hasta sumuerte en 1929, Gustav Stresseman,en el plano político, y Thomas Mann,el aristócrata de la cultura, en elplano literario. No obstante, no ha-bría sólo Vernunftrepublikaner, sinoque, afortunadamente para la Repú-blica, también había intelectuales re-publicanos que pusieron su razón noal servicio de la reconciliación, sinode la crítica constructiva de la Repú-blica, entre quienes, curiosamente, seencuentra Heinrich Mann, a quien suhermano calificara de Zivilisationsli-terat, con el desprecio implícito queexistía en el calificativo Zivilisationfrente a la tan venerada y magnifica-da con toda clase de pompas Kultur.

Pero la pregunta acerca de qué as-pectos de la cultura de Weimar pue-den permitir comprender lo que pasódespués con la subida del nazismo alpoder sigue en pie. El libro no dauna solución a la pregunta así plan-teada por mí, pero en la medida enque desentraña ciertos aspectos, fun-damentalmente valores y actitudes, dela cultura de Weimar y señala even-tos políticos que contribuyeron al as-censo del nazismo y al debilitamientode la República, sí proporciona ele-mentos para una mayor comprensión

del problema planteado. En estas lí-neas no puedo presentar todos los ele-mentos que se concatenan en ese pro-ceso histórico, pues ello supondría obien escribir un nuevo libro, o bienreescribir el libro que comento y cuyalectura ha de proporcionar elementospara tal comprensión. Aquí, sin em-bargo, quiero destacar dos aspectos alos que ya me he referido con ante-rioridad: la alienación y la mitoma-nía, dos Leidmotive de la cultura deWeimar. Al referirme a la alienación,quiero llamar la atención sobre elfuerte sentimiento de escisión delhombre recogido por la literatura engeneral, y particularmente por la poe-sía, unido al afán o hambre de uni-dad, como lo denomina P. Gay, quese convertirá también en el lugar co-mún de las ciencias sociales; recuér-dese al respecto que es en esta épocacuando se descubren los Manuscritoseconómico-filosóficos de Marx y elrápido eco que éstos encontraron enel marxismo intelectual, particular-mente en la Escuela de Frankfurt. Es-te sentimiento de alienación quedaplasmado en un rechazo de la vidamoderna, por otra parte característicodel «idealismo» que siempre primó enAlemania durante el siglo xix, por loque de autoestima de la derrotada yhumillada nación alemana tiene: Ale-mania estaba llamada no sólo a serel baluarte de la Kultur, sino que es-taba llamada a extenderla, cual si deuna cruzada se tratara, por todo Oc-cidente (este sentimiento ya embarga-ba a los que enajenados se lanzarona la Primera Guerra Mundial) paradefenderla del positivismo (Francia),del maqumismo (Estados Unidos) y

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del mercantilismo (Inglaterra). Perocomo, dada la situación, la cruzadaera imposible, «los buscadores de unavida llena de sentido en una repúblicacarente de él, se volvieron hacia lahistoria alemana, para encontrar allíconsuelos o modelos (...) y su histo-ria resultó cuajada de héroes engran-decidos y escenas memorables, ambasde enorme valor para los fabricantesde mitos» (p. 100). Bismark, quienunificara Alemania; Federico II dePrusia, der alte Fritz, como popular-mente se le conocía, el rebelde quefinalmente se sometió a su padre yse convirtió en el primer servidor delEstado, que reforzó el ejército, creóla «burocracia prusiana» y cultivó losideales de la Kultur (recuérdese quetambién fue un buen músico); Lutero,quien forjó el alemán moderno; to-dos ellos, junto a Hyperión (de Hol-derlin), el héroe griego contra el in-vasor turco y abogado de la unidadvital, y otros más, fueron los héroesensalzados por los diversos mediosculturales de Weimar. A esta búsque-da de héroes y líderes carismáticosque fueran apóstoles de la unidad seunía la exaltación de la Gemeinschaft(comunidad) como forma de organi-zación social no alienada, y así se de-sarrollaron ampliamente las organiza-ciones juveniles llamadas Wandervo-gel, en buena medida origen del mo-vimiento juvenil (Jugendbewegung),y que eran agrupaciones de jóvenesque cultivaban de forma comunitarialas marchas a través de los bosquesalemanes exaltando en canciones po-pulares una romántica e ideal Alema-nia medieval; cargadas de irraciona-lismo, buscando una liberación de la

tiranía del padre y una forma de vidapropia (juvenil) cerca de la naturale-za, donde el hombre ya no estuvieradividido.

Alienación y, sobre todo, aliena-ción subjetiva o sentimiento de esci-sión, búsqueda de héroes y mitos conque trascenderla y dotar de sentido ala existencia, un fuerte irracionalismoy un peligroso coqueteo con la muer-te, la rebelión contra el padre y pos-terior sumisión siguiendo el ejemplodel alte Fritz, la exaltación de la na-turaleza y la vida comunitaria, la bús-queda de raíces y la anhelada unidaden la historia y en sus héroes, sonlos principales rasgos de la cultura deWeimar que permiten, hasta ciertopunto, comprender el acceso al podermediante las urnas y el ascenso delnazismo. A ello hay que añadir, porlo que a la esfera política y económi-ca se refiere, que en menos de quinceaños de vida de la República hubodiecisiete gobiernos, además de sufrirtras 1929 una serie de golpes de losque la República no pudo nunca re-cuperarse: en 1929 se produce lamuerte de G. Stresemann, que habíasido el aglutinante de la República;la depresión económica que ese mis-mo año se desencadenó y que, ademásde generar cientos de miles de des-empleados, produjo crisis políticascontinuas que diezmaron los partidospolíticos burgueses y permitieron elascenso del partido nacionalsocialista,así como llevaron a la semidictadurade Brüning mediante el gobierno pordecreto de emergencia.

Todo este análisis puede encontrar-se o desprenderse del libro de PeterGay que comento, y cuya lectura ha

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de servir al mismo tiempo para refle-xionar por comparación sobre nuestrapropia situación en España a partirde la instauración de la democracia.El libro tiene todas las ventajas e in-convenientes procedentes de la breve-dad; de cualquier forma, hay que sa-ludar su entrada en el mercado espa-ñol, aunque tardía, pues el original

americano data de 1968, que vieneacompañado de una hermosa y suge-rente portada. La bibliografía, paraquien desee profundizar en el tema,es muy profusa, con la ventaja de es-tar brevemente comentada y referirselas traducciones al castellano de lamisma.

Gerardo MEIL LANDWERLIN

ENRIQUE G I L CALVO y ELENA MENÉNDEZ VERGARA

Ocio y prácticas culturales de los jóvenes(Madrid, Ministerio de Cultura, Informe Juventud en España, 1985)

En la era de «el tiempo es oro»por la que atraviesan las sociedadespostindustriales occidentales, entrelas que se encuentra la nuestra, para-dójicamente, los jóvenes derrochantodo el tiempo que poseen. Devorán-dolo cuanto más rápido, mejor. Es deesta particular forma cómo la juven-tud (ese colectivo totalmente prepa-rado para vivir la vida, pero sin po-sibilidades ni medios para vivirla)logra avanzar agresivamente en la co-la de espera que existe ante la puertade acceso a la responsable e intere-sada vida de los adultos (colectivoque ha logrado comprar —o vendersea— los valores dominantes en una so-ciedad como la nuestra). La juventudno es sino un tiempo de espera, nosexplica Enrique Gil; un tiempo crea-do gracias al ahorro de trabajo, aho-rro que nos viene regalado por laeficiente aplicación de las nuevas tec-nologías. A menor cantidad de traba-jo, mayor alargamiento del períodojuvenil. Por todo ello, para poder co-

nocer la juventud española actual se-rá necesario percatarse de la formaen que los jóvenes gastan su tiempo.Aquella cosa que los jóvenes poseenen tal cantidad que lo derrochan has-ta el punto de llegar a desear que seles termine.

Esta sobredosis de tiempo que po-seen los no-adultos españoles es de-bido principalmente a dos factores:el primero, a la escasísima oferta deempleo existente debido al momentoque atraviesa el ciclo económico pro-pio de una sociedad plenamente in-dustrializada, y el segundo, a la so-breabundancia de jóvenes, consecuen-cia de la actual coyuntura demográfi-ca que atravesamos. Factores estre-chamente ligados entre sí.

Se trata, por tanto, de un ocio fí-sico, además de mental. Y éste se ana-liza como inserto en una visión de lacultura nada funcional, sino, muy porel contrario, una acepción de culturacomo la tomada por biólogos (Bon-ner) o por antropólogos culturales

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(Harris), donde la cultura se entien-de como una serie de pautas de com-portamientos aprendidos y que soncompartidos por un grupo social ca-racterístico. Se podría decir, por en-de, un ocio culturalmente inducido.Donde las prácticas culturales sonconductas enseñadas/aprendidas (don-de los masivos medios de comunica-ción desempeñan un papel fundamen-tal) para la eficiente adaptación a unaestructura social determinada.

Y dado que el tiempo físico no sepuede alargar (el día no tiene más queveinticuatro horas que puedan sergastadas) y que el tiempo se divideen dos partes: una de extracción derecursos ambientales (tiempo que losautores llaman tiempo de costes) yotra de satisfacción de necesidades(tiempo de beneficios). Por otra par-te, el desarrollo tecnológico no haceque se precisen cubrir más necesida-des básicas que las fisiológicamentenecesarias. Sin embargo, lo que sí halogrado la tecnología ha sido ahorrartiempo de trabajo, es decir, descenderenormemente la cantidad de tiempode costes para obtener la misma can-tidad de beneficios. Es de este aho-rro de tiempo de trabajo, tiempo decostes, de donde se toma el tiempode ocio. En efecto, el ocio viene co-mo consecuencia de la masificada so-ciedad que produce la revolución in-dustrial.

A partir de entonces nace una ne-cesidad importante, que es dar formaa un hueco de tiempo vacío y amor-fo. ¿Y cómo señalan los autores laposibilidad de dar forma temporal alocio? Equiparándolo a la organiza-ción de los tiempos de trabajo y los

tiempos de satisfacción de necesida-des. Durante el tiempo libre se reali-zan actividades que son tan sólo si-mulacros de las que se realizan du-rante el tiempo de satisfacción de ne-cesidades (ir de copas, fumar, etc.) odurante el tiempo de trabajo (depor-te, bricolaje, manualidades, artesanía,etcétera).

Para dar forma tangible a algo que,al fin y al cabo, no es más que unateoría, se usan en el libro varias in-vestigaciones sobre los diferentes usosdel tiempo, y no sólo referidas a lasociedad española, sino a otras tanalejadas físicamente como puede serla finlandesa (en la que, como muybien demuestra, son más las semejan-zas que las diferencias en lo que res-pecta a su comparación con la socie-dad española). En este conjunto va-riado de investigaciones que se ana-lizan, se toman desde dos puntos devista. Puntos básicos del enfoque teó-rico del materialismo cultural de Mar-vin Harris. Donde todo comporta-miento social se puede describir dedos modos: uno emic (se trata éstade una estrategia idealista, ya que des-cribe los fenómenos que se dan en lasociedad desde el punto de vista delos participantes que intervienen enella) y otro etic (modelo de análisispropio de los materialistas culturales),en el que se enfocan los fenómenossociales y culturales desde el statusde observador imparcial, que puederecurrir a categorías y reglas ajenasa los sujetos implicados. Pero dadoque un punto de vista se queda cojosi no considera al opuesto, a lo largodel libro trata de compaginar ambasdimensiones, aunque siempre dando

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prioridad a la perspectiva etic. Paraello se analizan encuestas de presu-puesto temporal y de presupuesto mo-netario, que son legítimas investiga-ciones etic. Concretamente, se desme-nuza punto por punto la encuesta Elempleo del tiempo por los jóvenes,realizada en otoño de 1983, encarga-da por el Ministerio de Cultura y di-rigida por José Luis Zárraga.

En definitiva, se trata de analizarlos tipos de ocio en los que la juven-tud gasta su tiempo de irreparableespera ante la puerta del círculo delos adultos, o (también, por qué no)de cómo lo gasta una vez que ha co-menzado a entrar en él. Se estableceuna división dicotómica del ocio: ociopasivo frente a ocio activo. Entre lospasivos estarían los ocios receptoresque resultan más adaptativos para losgrupos de personas que se definenpor la no actividad, los desocupados,los económicamente dependientes. Es-te tipo de ocio conlleva un consumoreceptor, donde el sujeto es el puntode destino de un flujo, principalmen-te de información, y de mensajes quehan sido previamente diseñados, rea-lizados y ejecutados por otras perso-nas ajenas al ocio-consumidor; losocios de este grupo serían principal-mente los espectáculos, lectura, radioy televisión. Este grupo del ocio re-ceptor se clasifica, a su vez, en tresestratos principales, y digo estratospor las posibles connotaciones de ran-go social que pudieran conllevar enel seno mismo de sus nombres; asíson: alta cultura (conferencias, mu-seos, teatro, ópera, etc.), medios deinformación (lectura —ésta estaría acaballo—, prensa, revistas, etc.) y cul-

tura de masas (radio, televisión, cine,etcétera).

Mientras que, por otro lado, exis-ten los ocios activos o bien emisores.Este tipo de ocio se caracteriza prin-cipalmente por la participación de losimplicados, pero esta participación noestá determinada por otra cosa sinopor la pertenencia de aquellos suje-tos que lo realizan a la población ac-tiva, a los económicamente indepen-dientes. Así, dentro del grupo de lasejecuciones de ocio activas se estable-cen tres subgrupos: los ocios que re-quieren destreza intelectual (como sonla música, los hobbies —pintura, fo-tografía, coleccionismo, experimentos,etcétera—, los juegos), los de destre-za física (deportes, adorno personal ylas tareas domésticas) y, por último,las prácticas de diversión y entreteni-miento (como son los bailes en dis-cotecas y salas de fiestas, ir de copaso de restaurantes y viajar).

Este examen minucioso de los di-ferentes tipos de ocios de la juventudespañola se va alternando simultánea-mente con datos etic y emic, tratandode establecer las correlaciones existen-tes entre unos y otros, aunque en estecaso la norma fundamental será la nocorrelación, debida a la gran diferen-cia que se establece entre lo que laspersonas dicen que hacen y lo querealmente hacen.

En la última parte del libro, in-tensamente dedicado a explicitar lagénesis de la estructura subculturaljuvenil, con una sólida base empíricay con la herencia teórica de J. Cole-man, S. N. Eisenstadt o E. H. Erik-son, por citar algunos de los teóri-cos de la juventud, se establece una

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subcultura generada por grupos de pa-res o de iguales, donde las interaccio-nes entre ellos son mucho más inten-sas que con sus familias o demásmiembros de su alrededor. Un ejem-plo bien claro de este fenómeno, co-mo muy bien desarrollan los autores,es el caso de la movida madrileña,movida que con nombre tan sonadoapenas si la integran 30 jóvenes; coneste ejemplo puede hacerse la idea dela «endogamia» de estas subculturas.En efecto, la estructura social de es-tos grupos es tan sólo un reflejo delsistema reproductor de la estructurasocial juvenil. Tesis que se apoya, porejemplo, gracias al sistema de présta-mos como generadores de grupos deiguales, donde se mantiene y garanti-za una relación estable, robusta y du-radera, ya que tarde o temprano setendrá que devolver lo prestado, obien realizar un préstamo nuevo en lamisma dirección. Estos son mensajescirculantes por redes de amigos, re-des que gozan de prioridad frente alas demás redes de relación.

Por otra parte, sus autores ponenel dedo en la llaga de la desigualdadsocial a la que lleva la división entreconductas desiguales de ocio, que noes otra cosa sino un display de lasdesiguales disponibilidades de los re-cursos. «Las divisiones y desigualda-des de la infraestructura material ysocial determinan por completo lasdivisiones y desigualdades de la su-perestructura cultural», en palabrasde los autores. En efecto, el nivel po-sicional ocupado en la estructura so-cial determina la cantidad del volumende la cola a esperar para poder entrar

en la deseada estructura ocupacional(dominio absoluto de los adultos) y,con ello, el acceso a la asignación depareja, vivienda, prole; en última ins-tancia, intereses de los que el jovenpueda hacerse responsable, ya que sintales no tiene sentido que los jóvenessean responsables.

El libro concluye con una utopistasolución. Utópica no por su imposibi-lidad, sino por su dificultad. Soluciónsocializadora del status omnipotenteostentado por los varones adultos,que acaparan toda la estructura ocu-pacional sin dejar resquicio laboral pa-ra jóvenes y mujeres.

Ejemplar algo tedioso, debido a lagran acumulación de datos que en élse presentan. Ello parece indicar dosfases de lectura: una como discursoacerca del ocio y otra como texto deconsulta de datos.

Sin embargo, se trata de una obracoherente en sus argumentos y extre-ma claridad en la exposición estadís-tica, tanto en cuadros como en grá-ficos, que ofrecen al lector interesadouna nítida trayectoria de la culturadel ocio de la contemporánea juven-tud española, maniatada tanto por lacoyuntura económica como por la de-mográfica. Que se ve únicamente aexpensas de lo que les quieran dejarlos varones adultos, monopolizadoresde los escasos nuevos empleos quepuedan ir surgiendo. En fin, el libroexpone, a lo largo de sus páginas, unasucesión del gasto del tiempo ociosoy vacío de una juventud condenada ala desesperación.

Félix REQUENA SANTOS

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