Crisis de La República - Arendt, Hannah

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    CRISIS DE LA

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    Crisis de la Repblica

    Hannah Arendt

    Traduccin de Guillermo Solana Alonso

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    Ttulo original: Crises of the Republic

    Editorial Trotta, S.A., 2015

    Ferraz, 55. 28008 Madrid

    Telfono: 91 543 03 61

    Fax: 91 543 14 88

    E-mail: [email protected]

    http://www.trotta.es

    Hannah Arendt, 1972, 1971, 1970 y 1969

    Publicado por acuerdo especial con

    Houghton Mifflin Publishing Company

    Herederos de Guillermo Solana Alonso, 2015,

    para la traduccin revisada por la editorial.

    Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin p-blica o transformacin de esta obra solo puede ser realizada con

    la autorizacin de sus titulares, salvo excepcin prevista por la ley.Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrcos)si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

    ISBN (edicin digital pdf): 978-84-9879-614-8

    COLECCIN ESTRUCTURAS Y PROCESOS

    Serie Ciencias Sociales

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    A Mary McCarthy, con amistad

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    LA MENTIRA EN POLTICA

    Reflexiones sobre los Documentos del Pentgono

    No es agradable contemplar a la mayor superpotenciadel mundo, matando o hiriendo gravemente cada semanaa millares de personas no combatientes mientras trata desometer a una nacin pequea y atrasada en una pugnacuya justificacin es speramente discutida.

    Robert S. McNamara

    I

    Los Documentos del Pentgonocomo han llegado a llamarse los cua-renta y siete volmenes de la Historia del Proceso de Formulacin deDecisiones de los Estados Unidos acerca de la Poltica del Vietnam(encargada por el secretario de Defensa, Robert McNamara, en juniode 1967, y concluida ao y medio ms tarde), desde que el New YorkTimes public en junio de 1971 este secretsimo y copioso archivo delpapel desempeado por los norteamericanos en Indochina desde el fi-nal de la Segunda Guerra Mundial a mayo de 1968 cuentan historiasdiferentes y ensean lecciones distintas a los diferentes lectores. Algunosafirman que solo han comprendido que Vietnam era el resultado lgico

    de la guerra fra o de la ideologa anticomunista. Otros consideran queesta es una oportunidad nica para conocer los procesos de elaboracinde las decisiones gubernamentales, pero la mayora de los lectores coin-cide en sealar que la cuestin bsica suscitada por los Documentos esla del fraude. En todo caso resulta completamente obvio que este pun-to era el predominante a juicio de quienes compilaron los Documentosdel Pentgonopara elNew York Times y es por lo menos probable quetambin fuera punto importante para el equipo de redactores que pre-

    par los cuarenta y siete volmenes de la obra original1

    .

    El famoso foso

    1. En palabras de Leslie H. Gelb, que dirigi el equipo: Resulta, desde luego, pre-dominante la cuestin crucial de la credibilidad del Gobierno. Vase Todays Lessons fromthe Pentagon Papers, enLife,17 de septiembre de 1971.

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    de credibilidad que nos ha acompaado durante seis largos aos se hatransformado de repente en un abismo. La cinaga de mendaces decla-

    raciones de todo tipo, de engaos y de autoengaos, es capaz de tragara cualquier lector deseoso de escudriar este material que, desgraciada-mente, ha de considerar como la infraestructura de casi una dcada depoltica exterior e interior de los Estados Unidos.

    A causa de las extravagantes dimensiones a que lleg la insinceri-dad poltica en los ms altos niveles de Gobierno, y a causa tambinde la concomitante actitud permitida a la mentira en todos los organis-mos gubernamentales, militares y civiles falsificacin de las cifras decadveres en las misiones de bsqueda y destruccin, sesudos infor-mes de las Fuerzas Areas tras los bombardeos2,informes a Washingtonacerca de los progresos realizados, elaborados in situpor subordina-dos sabedores de que su tarea sera valorada por lo que ellos mismosescribieran3 siente uno fcilmente la tentacin de olvidar el teln defondo de la historia pasada que no es exactamente un relato de inma-culadas virtudes y ante el que este reciente episodio debe ser contem-plado y juzgado.

    El sigilo que diplomticamente se denomina discrecin, as como

    losarcana imperii,los misterios del Gobierno y el engao, la delibe-rada falsedad y la pura mentira, utilizados como medios legtimos parael logro de fines polticos, nos han acompaado desde el comienzo de lahistoria conocida. La sinceridad nunca ha figurado entre las virtudes po-lticas y las mentiras han sido siempre consideradas en los tratos polticoscomo medios justificables. Cualquiera que reflexione sobre estas cuestio-nes solo puede sorprenderse al advertir cun escasa atencin se ha conce-dido en nuestra tradicin de pensamiento filosfico y poltico a su signi-ficado, de una parte por lo que se refiere a la naturaleza de la accin y deotra por lo que atae a nuestra capacidad para negar en pensamientos ypalabras lo que resulte ser el caso. Esta capacidad activa y agresiva se di-ferencia claramente de nuestra pasiva inclinacin a ser presa del error, dela ilusin, de las tergiversaciones de la memoria y de cuanto pueda ser res-ponsable de los fallos de nuestro aparato sensitivo y mental.

    Una caracterstica de la accin humana es la de que siempre ini-cia algo nuevo y esto no significa que siempre pueda comenzarab ovo,

    2. R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, Washington Plans an Aggresive War,Nue-va York, 1971, pp. 185-187. 3. D. Ellsberg, The Quagmire Myth and the Stalemate Machine:Public Poli-cy (primavera de 1971), pp. 262-263. Vase tambin L. H. Gelb, Vietnam: The SystemWorked:Foreign Policy (verano de 1971), p. 153.

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    crear ex nihilo. Para hallar espacio a la accin propia es necesario anteseliminar o destruir algo y hacer que las cosas experimenten un cambio.

    Semejante cambio resultara imposible si no pudisemos eliminarnosmentalmente de donde nos hallamos fsicamente e imaginar que las co-sas pueden ser tambin diferentes de lo que en realidad son. En otraspalabras, la deliberada negacin de la verdad fctica la capacidad dementir y la capacidad de cambiar los hechos la capacidad de ac-tuar se hallan interconectadas. Deben su existencia a la misma fuen-te: la imaginacin. En modo alguno cabe considerar como algo obvioel que podamos decir: El sol brilla, cuando en realidad est lloviendo(consecuencia de ciertas lesiones cerebrales es la prdida de esta capaci-dad); ms bien indica que, aunque nos hallamos bien preparados, sen-sitiva e intelectualmente, en el mundo, no estamos encajados o acopla-dos en l como una de sus partes inalienables. Somos libres de cambiarel mundo y de comenzar algo nuevo en l. Sin la libertad mental paranegar o afirmar la existencia, para decir s o no no simplementea declaraciones o propuestas para expresar acuerdo o desacuerdo, sino alas cosas tal como estn dadas, ms all del acuerdo o del desacuerdo,a nuestros rganos de percepcin y cognicin no sera posible accin

    alguna; y la accin es, desde luego, la verdadera materia prima de lapoltica4.

    Por consiguiente, cuando hablamos de la mentira, y especialmentede la mentira de los hombres que actan, hemos de recordar que la men-tira no se desliza en la poltica por algn accidente de la iniquidad huma-na. Solo por esta razn no es probable que la haga desaparecer la afrentamoral. La falsedad deliberada atae a los hechos contingentes, esto es, alas cuestiones que no poseen una verdad inherente a ellas mismas ni ne-cesitan poseerla. Las verdades fcticas nunca son obligatoriamente cier-tas. El historiador sabe cun vulnerable es el completo entramado de loshechos en los que transcurre nuestra vida diaria; ese entramado siemprecorre el peligro de ser taladrado por mentiras individuales o hecho tri-zas por la falsedad organizada de grupos, naciones o clases, o negado ytergiversado, cuidadosamente oculto tras infinidad de mentiras o sim-plemente dejado caer en el olvido. Los hechos precisan de un testimoniopara ser recordados y de testigos fiables que los prueben para encontrarun lugar seguro en el terreno de los asuntos humanos. De aqu se sigue

    4. Para ms consideraciones generales sobre la relacin entre verdad y poltica va-se mi trabajo Truth and Politics, enBetween Past and Future,Nueva York, 21968. [Ver-dad y poltica, enEntre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexin poltica,Pennsula, Barcelona, 1996, pp. 239-277].

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    que ninguna declaracin tctica pueda situarse ms all de toda dudatan segura y protegida contra los ataques, como, por ejemplo, la afir-

    macin de que dos y dos son cuatro.Es esta fragilidad humana la que hace el engao tan fcil hasta ciertopunto y tan tentador. Nunca llega a entrar en conflicto con la razn por-que las cosas podran haber sido como el mentiroso asegura que son. Lasmentiras resultan a veces mucho ms plausibles, mucho ms atractivas ala razn, que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja deconocer de antemano lo que su audiencia desea o espera or. Ha prepara-do su relato para el consumo pblico con el cuidado de hacerlo verosmilmientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentar-nos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados.

    En circunstancias normales, el que miente es derrotado por la rea-lidad, de la que no existe sucedneo; por amplio que sea el tejido defalsedades que un experto mentiroso pueda ofrecer, jams resultar su-ficientemente grande aunque recurra a la ayuda de los computadorespara ocultar la inmensidad de lo fctico. El mentiroso, que puede sa-lir adelante con cualquier nmero de mentiras individualizadas, hallarimposible imponer la mentira como principio. Esta es una de las leccio-

    nes que cabe extraer de los experimentos totalitarios y de la aterradoraconfianza que los lderes totalitarios sienten en el poder de la mentira,en su habilidad, por ejemplo, para reescribir la historia una y otra vezcon objeto de adaptar el pasado a la lnea poltica del momento pre-sente o para eliminar datos que no encajan en su ideologa. As, en unaeconoma socialista, negarn la existencia del paro, haciendo del paradoalguien que carece de existencia real.

    Los resultados de tales experiencias, cuando las emprenden quienesposeen medios de violencia, son terribles, pero el engao perdurable nofigura entre tales logros. Siempre se llega a un punto ms all del cual lamentira se torna contraproducente. Este punto se alcanza cuando la au-diencia a la que se dirigen las mentiras se ve forzada, para poder sobrevi-vir, a rechazar en su totalidad la lnea divisoria entre la verdad y la menti-ra. No importa lo que sea verdadero o falso si la vida de cada uno dependede que acte como si lo creyera verdadero. La verdad en la que puede con-fiarse desaparece enteramente de la vida pblica y con ella el principal fac-tor estabilizador en los siempre cambiantes asuntos humanos.

    A los muchos tipos del arte de la mentira desarrollados en el pasadodebemos aadir dos recientes variedades. Existe, en primer lugar, la men-tira aparentemente inocua de los especialistas de relaciones pblicas al ser-vicio del Gobierno, que aprendieron su oficio en la inventiva publicitariade Madison Avenue. Las relaciones pblicas son una variedad de la publi-

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    cidad; tienen por ello su origen en la sociedad de consumo con su desor-denado apetito de bienes distribuidos a travs de la economa de mercado.

    El inconveniente de la mentalidad del especialista de relaciones pblicases que l opera solamente con opiniones y buena voluntad, con la dis-posicin a comprar, esto es, con intangibles cuya realidad concreta es m-nima. Esto significa que, por lo que se refiere a su inventiva, puede llegara considerar que no existe ms lmite que el cielo, puesto que carece delpoder del poltico para actuar, para crear hechos y, por consiguiente,de esa sencilla realidad cotidiana que fija lmites al poder y ata a tierra lasfuerzas de la imaginacin.

    La nica limitacin del especialista de relaciones pblicas sobrevie-ne cuando advierte que la misma gente que quiz pueda ser manipu-lada para adquirir una determinada clase de jabn, no puede ser ma-nipulada aunque desde luego pueda forzrsela por el terror paraadquirir opiniones y puntos de vista polticos.

    Por esto la premisa psicolgica de la manejabilidad humana se haconvertido en uno de los principales artculos vendidos en el merca-do de la opinin comn y culta. Mas tales doctrinas no modifican laforma en que la gente crea sus opiniones ni le impiden actuar confor-

    me a sus propios criterios. El nico mtodo, fuera del sistema del te-rror, para tener una influencia real sobre su conducta sigue siendo elantiguo de la zanahoria al extremo de una prtiga. No es sorprenden-te que la reciente generacin de intelectuales que creci en la insanaatmsfera de una creciente publicidad y a la que se ense que la mi-tad de la poltica es fabricacin de imgenes, y la otra mitad el artede hacer creer a la gente en las apariencias, retroceda casi automti-camente a los viejos trucos del palo y la zanahoria en cuanto la situa-cin se torne demasiado seria para la teora. Para ellos, la peor de-cepcin de la aventura del Vietnam debe haber sido el descubrimientode que hay gente con la que no resultan eficaces los mtodos del paloy la zanahoria.

    (Resulta curioso que la nica persona que puede ser vctima idealde una completa manipulacin sea el presidente de los Estados Unidos.Por obra de la inmensidad de su tarea, debe rodearse de consejeros, losGerentes de la Seguridad Nacional, como han sido recientemente de-nominados por Richard J. Barnet, quienes ejercen fundamentalmente su

    poder, filtrando la informacin que llega hasta el presidente y propor-cionndole una interpretacin del mundo exterior5. Se siente la ten-

    5. En R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, op. cit.,p. 199.

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    tacin de decir que el presidente, supuestamente el hombre ms pode-roso del pas ms poderoso, es la nica persona de la nacin cuya gama

    de decisiones puede estar predeterminada. Naturalmente esto solo puedesuceder si la rama del Ejecutivo ha cortado todos sus contactos con lospoderes legislativos del Congreso; en nuestro sistema de gobierno, estaes la consecuencia lgica si el Senado ha sido privado o se muestra esca-samente inclinado a hacer uso de sus poderes para participar y aconsejaren la gestin de la poltica exterior. Una de las funciones del Senado, talcomo sabemos, es la de proteger el proceso de elaboracin de decisionescontra las tendencias y los caprichos pasajeros de la sociedad en generalen este caso contra las estridencias de nuestra sociedad de consumo yde los especialistas de relaciones pblicas que a ella la inclinan).

    Lasegunda nueva variedad del arte de mentir, aunque menos fre-cuente en la vida diaria, desempea un papel ms importante en losDocumentos del Pentgono. Resulta especialmente efectiva con hombresde categora, con aquellos que ms probablemente pueden hallarse enlos puestos superiores de la Administracin Civil. Son estos, segn laafortunada frase de Neil Sheehan, profesionales de la resolucin deproblemas6y han llegado al Gobierno partiendo de las universidades y

    de algunos tanques de pensamiento, pertrechados algunos con las teo-ras de juegos y los anlisis de sistemas, preparados, pues, en su propiaopinin, para resolver todos los problemas de la poltica exterior. Unsignificativo nmero de autores del estudio de McNamara pertenecen aeste grupo integrado por dieciocho jefes militares y dieciocho civiles ex-trados de los tanques de pensamiento, las universidades y los organis-mos gubernamentales. No eran ciertamente una bandada de palomassolo unos pocos criticaban el compromiso de los Estados Unidos enVietnam7 y, sin embargo, es a ellos a quienes debemos este sincero,aunque desde luego incompleto, relato de lo que sucedi en el interiorde la maquinaria gubernamental.

    Los solucionadores de problemas han sido caracterizados comohombres de gran autoconfianza que rara vez dudan de su capacidadpara triunfar y trabajaron junto con los miembros de la clase militar dequienes la historia seala que son hombres acostumbrados a ganar8.

    6. The Pentagon Papers,tal como fueron publicados por The New York Times, 1971,p. XIV. Mi ensayo fue preparado antes de la aparicin de las ediciones publicadas por laGovernment Printing Office y Beacon Press, y por tanto se basa exclusivamente en la edi-cin de Bantam. 7. L. H. Gelb, art. cit. 8. The Pentagon Papers,p. XIV.

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    No deberamos olvidar que debemos al esfuerzo de los solucionadoresde problemas en su imparcial autoexamen, raro entre tales personas,

    el hecho de que los intentos de los actores por ocultar su papel tras unapantalla de secreto autoprotector (al menos hasta haber completado susmemorias, el ms engaoso gnero de literatura de nuestro siglo) se ha-yan visto frustrados. La integridad bsica de quienes escribieron el in-forme est ms all de toda duda. Recibieron del secretario McNamarael encargo de redactar un informe enciclopdico y objetivo y de dejarque las fichas cayeran donde fuera9.

    Pero estas cualidades morales que merecen admiracin no les impi-dieron evidentemente participar durante muchos aos en un juego deengaos y falsedades. Confiados en su puesto, en su educacin y en suobra10, mintieron, quiz por culpa de un errado patriotismo, pero locierto es que mintieron, no tanto por su pas desde luego no por la su-pervivencia de su pas, que jams estuvo en entredicho como por laimagen de su pas. A pesar de su indudable inteligencia, manifestadaen muchos memorndums redactados por sus plumas, creyeron tambinque la poltica no era ms que una variedad de las relaciones pblicasy aceptaron esta creencia con todas las curiosas premisas psicolgicas

    subyacentes.Sin embargo, diferan obviamente de los habituales fabricantes deimgenes. La diferencia descansa en el hecho de que eran soluciona-dores de problemas. No solo eran inteligentes, sino que se enorgulle-can de ser racionales y, hasta un grado bastante aterrador, llegarona estar por encima del sentimentalismo y enamorados de la teora,del mundo del puro esfuerzo mental. Ansiaban hallar frmulas, preferi-blemente expresadas en lenguaje pseudomatemtico, que unificaran losfenmenos ms dispares con los que les enfrentaba la realidad; esto es,se mostraban dispuestos a descubrir leyes mediante las cuales pudie-ran explicar y predecir los hechos polticos e histricos como si fuerannecesarios y, por consiguiente, tan fiables como los fsicos creyeron an-tao que eran los fenmenos naturales.

    Pero, a diferencia del cientfico de la naturaleza que aborda materiasque, cualesquiera que sea su origen, no estn hechas por el hombre niordenadas por el hombre y que pueden, por tanto, ser observadas, com-prendidas y eventualmente modificadas, solo a travs de la ms meticu-

    losa lealtad a la realidad dada y fctica, el historiador como el polticoabordan problemas humanos que deben su existencia a la capacidad del

    9. L. H. Gelb, art. cit. 10. The Pentagon Papers,p. XIV.

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    hombre para la accin y esto atae a la relativa libertad del hombre res-pecto de las cosas tal como son. Los hombres que actan en la medida

    en que se sienten dueos de su propio futuro sentirn siempre la tenta-cin de aduearse del pasado. Si experimentan el apetito por la acciny estn a la vez enamorados de las teoras, difcilmente poseern ademsla paciencia del cientfico de la naturaleza para esperar hasta que las teo-ras y explicaciones hipotticas sean comprobadas o negadas por los he-chos. En vez de eso, experimentarn la tentacin de encajar su realidadque, al fin y al cabo, ha sido hecha por el hombre y, por consiguiente,podra haber sido de otra manera en su teora, desprendindose asde su desconcertante contingencia.

    La aversin de la razn a la contingencia es muy fuerte; fue Hegel,el padre de los grandiosos esquemas histricos, quien sostuvo que lacontemplacin filosfica no tiene otro propsito que el de eliminar loaccidental11. Desde luego, gran parte del moderno arsenal de la teorapoltica las teoras de juegos y los anlisis de sistemas, los guiones es-critos para audiencias imaginadas y la cuidadosa enumeracin de lasconsabidas tres opciones, A, B y C, en donde A y C representan los ex-tremos opuestos y B la solucin lgica del trmino medio para el pro-

    blema tiene su fuente en esta aversin profundamente arraigada. Lafalacia de semejante pensamiento comienza cuando se fuerza la eleccinentre dilemas mutuamente excluyentes; la realidad nunca se nos presen-ta con nada tan claro como las premisas para unas conclusiones lgicas.El tipo de pensamiento que presenta A y C como indeseables y que, porconsiguiente, acepta B difcilmente sirve para otro fin que el de desviarla mente y cerrar el juicio ante la multitud de posibilidades reales. Loque estos solucionadores de problemas tienen en comn con los vulga-res mentirosos es su intencin de desembarazarse de los hechos y la con-fianza de lograrlo gracias a la inherente contingencia de tales hechos.

    La verdad de la cuestin es que esto jams puede lograrse medianteninguna teora o manipulacin de la opinin, como si fuera posible eli-minar del mundo un hecho solo con que gente suficiente creyera en suinexistencia. Solo es posible gracias a una destruccin radical comoen el caso del asesino que afirma que la seorita Smith ha muertoy entonces la mata. En el terreno poltico semejante destruccin ten-dra que ser total. Es innecesario decir que jams ha existido, a ningn

    nivel de Gobierno, tal voluntad de destruccin total, a pesar del terriblenmero de crmenes de guerra cometidos en el curso de la contienda de

    11. Die Philosophische Weltgeschichte. Entwurf von 1830: Die philosophische Be-trachtung hat keine andere Absicht als das Zufllige zu entfernen.

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    Vietnam. Pero incluso cuando esta voluntad ha existido, como en loscasos de Hitler y de Stalin, el poder para realizarla tendra que haber

    alcanzado la omnipotencia. Para eliminar el papel que Trotsky desem-pe en la Revolucin rusa no bastaba matarlo y borrar su nombre detodos los archivos rusos, si al mismo tiempo no se poda matar a todossus contemporneos y extender ese poder a todas las bibliotecas y a to-dos los archivos de todos los pases de la Tierra.

    II

    Ms que sus errores de clculo, son notas esenciales de los Documen-tos del Pentgono su encubrimiento, su falsedad y su condicin de menti-ra deliberada. La confusin que se comete cuando se concede ms impor-tancia a los primeros es debida probablemente al hecho extrao de quelas decisiones errneas y las declaraciones insinceras se hallaban en con-tradiccin consistente con los precisos documentos de los servicios de in-formacin, al menos tal como estos aparecen en la edicin de Bantam. Elpunto crucial no es simplemente que esa poltica de mentiras casi nunca

    estuviera orientada hacia el enemigo (los documentos no revelan ningnsecreto militar protegido por la Ley de Espionaje), sino que se hallabadestinada principal, si no exclusivamente, al consumo domstico, a lapropaganda en el interior del pas y especialmente formulada con la fina-lidad de engaar al Congreso. El incidente del golfo de Tonkn, del que elenemigo conoca todos los hechos mientras que la Comisin senatorial de

    Asuntos Exteriores los ignoraba, es un ejemplo relevante en este caso.Ms interesante an es que casi todas las decisiones de esta desastro-

    sa empresa fueran adoptadas con completo conocimiento del hecho deque probablemente no podran ser llevadas a la prctica. Por eso tuvie-ron que ser constantemente modificados los objetivos. Al principio exis-tan unos fines abiertamente declarados: lograr que el pueblo de Vietnamdel Sur pueda determinar su futuro o ayudar al pas a ganar su combatecontra la [...] conspiracin comunista o contener a China y evitar el efec-to de la teora de las fichas de domin o la proteccin de la reputacin deNorteamrica como fiadora de la contrasubversin12. A estos objetivosaadi Dean Rusk posteriormente el de impedir el estallido de la tercera

    guerra mundial, aunque este propsito parece no hallarse en los Docu-mentos del Pentgono o no haber desempeado un papel en la relacin de

    12. The Pentagon Papers,p. 190. [En adelante las referencias de pgina aparecen enel texto entre parntesis, a continuacin de las citas, precedidas de la sigla PP].

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    los hechos tal como nosotros los conocemos. La misma flexibilidad deter-mina consideraciones tcticas: Vietnam del Norte es bombardeado para

    impedir un colapso de la moral nacional (PP 312) en el Sur y, particu-larmente, el derrumbamiento del Gobierno de Saign. Pero cuando llegel momento de comenzar los ataques el Gobierno ya se haba derrumba-do, en Saigon reinaba un pandemonio, y los bombardeos tuvieron queser aplazados y buscado un nuevo objetivo (PP 392). Ahora el propsitoera obligar a Hanoi a detener al Vietcong y al Pathet Lao, finalidad queni siquiera esperaba lograr la Junta de Jefes de Estado Mayor. Tal comoafirmaron estos, sera ocioso deducir que estos esfuerzos tengan un efec-to decisivo (PP 240).

    A partir de 1965 la nocin de una victoria clara se desvaneci en elpanorama y surgi un nuevo objetivo: convencer al enemigo de quel no podra ganar (el subrayado es de la autora). Y como el enemigono se dej convencer apareci una nueva finalidad: evitar una derro-ta humillante como si la caracterstica distintiva de una derrota enuna guerra fuese la simple humillacin. Lo que los Documentos delPentgono denotan es el obsesionante miedo al impacto de la derrota,no sobre el bienestar de la nacin, sino en la reputacin de los Estados

    Unidos y de su Presidente (el subrayado es de la autora). De la mismamanera, poco tiempo antes, durante las discusiones en torno a la conve-niencia de utilizar contra Vietnam del Norte tropas terrestres, el argu-mento dominante no fue el temor a la derrota en s mismo ni la preocu-pacin por la suerte de las tropas en el caso de una retirada sino: Unavez que estn all las tropas norteamericanas ser difcil retirarlas... sin

    admitir la derrota (el subrayado es de la autora) (PP 437). Exista, fi-nalmente, el objetivo poltico de mostrar al mundo hasta qu puntolos Estados Unidos ayudan a un amigo y hacen honor a sus compro-misos (PP 434, 436).

    Todos estos objetivos coexistieron de una forma confusa; a ningu-no le fue permitido anular a sus predecesores. Cada uno se diriga a unaaudiencia diferente y para cada uno haba de elaborarse un guion di-ferente. La tantas veces citada relacin de los objetivos norteamericanosen 1965, formulada por John T. McNaughton: 70 %. Evitar una de-rrota humillante (para nuestra reputacin como fiadores). 20 %. Mante-ner el territorio de Vietnam del Sur y las zonas adyacentes libres de los

    chinos. 10 %. Permitir que el pueblo de Vietnam del Sur disfrutara deun estilo de vida mejor y ms libre (PP 432), resulta refrescante por suhonradez, pero fue probablemente redactada para llevar algo de orden yde claridad a las discusiones en torno a la conturbadora cuestin de porqu estbamos realizando una guerra en Vietnam. En el borrador de un

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    Sabemos hoy hasta qu punto fueron mal juzgadas esas audiencias.Segn Richard J. Barnet, en su excelente contribucin al libro Washing-

    ton Plans an Aggressive War, la guerra se torn un desastre porque losresponsables de la seguridad nacional se equivocaron respecto de cadaaudiencia15.Pero el mayor y desde luego el bsico error de juicio con-sisti en recurrir a audiencias respecto de la guerra para decidir cuestio-nes militares desde una perspectiva poltica y de relaciones pblicas(donde por poltica se entiende la perspectiva de la prxima eleccinpresidencial y por relaciones pblicas la imagen de los Estados Uni-dos ante el mundo) y pensar no en los riesgos reales sino en las tcnicaspara minimizar el impacto de los malos resultados. Entre estas tcni-cas se recomend la creacin de ofensivas de diversin en alguna otraparte del mundo junto con el lanzamiento de un programa contra lapobreza en las zonas subdesarrolladas (PP 438).Ni por un momento sele ocurri a McNaughton, autor de este memorndum y, sin duda, unhombre extraordinariamente inteligente, que sus diversiones, a dife-rencia de las del espectculo, habran tenido graves consecuencias total-mente imprevisibles. Habran alterado el mundo en el que se movan yrealizaban su guerra los Estados Unidos.

    Es este distanciamiento de la realidad lo que obsesionar al lector delos Documentos del Pentgono que tenga la paciencia de llegar hasta sufinal. Barnet, en el trabajo ya mencionado, dice al respecto: El modeloburocrtico haba desplazado completamente a la realidad: se ignoraronlos hechos inquebrantables e inflexibles por cuyo conocimiento se habapagado tanto a tantos inteligentes analistas16.No tengo la seguridad deque basten para explicar la situacin las calamidades de la burocracia,aunque estas ciertamente facilitaron el enmascaramiento de la realidad.En cualquier caso, la relacin, o ms bien la ausencia de relacin, entrehechos y decisiones, entre los servicios de informacin y los serviciosciviles y militares es quiz el ms trascendental secreto y ciertamente elmejor guardado de los que revelaron los Documentos del Pentgono.

    Sera muy interesante conocer lo que permiti a los servicios de in-formacin permanecer tan prximos a la realidad en esta atmsferade Alicia en el Pas de las Maravillas que los Documentos atribuyen alas extraas operaciones del Gobierno de Saign, pero que ahora pare-ce corresponder ms exactamente al mundo irreal en el que se formu-

    laban los objetivos polticos y las decisiones militares. Porque, desde elprincipio, el papel de tales servicios en el Sudeste asitico distaba de ser

    15. R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, op. cit.,p. 209. 16. Ibid., p. 24.

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    prometedor. En el comienzo de los Documentos del Pentgonohallamostranscrita la decisin de embarcarse en una encubierta actividad blica

    adoptada durante los primeros aos de la Administracin de Eisenhower,cuando el Ejecutivo an crea que era necesaria la autoridad del Congre-so para iniciar una guerra. Eisenhower era lo suficientemente anticuadocomo para creer en la Constitucin. Se reuni con los dirigentes del Con-greso y se mostr contrario a una intervencin abierta porque fue infor-mado de que el Congreso no apoyara semejante decisin (PP 5 y 11).Cuando ms tarde, durante la Administracin de Kennedy se discuti laposibilidad de abierta actividad blica, esto es, del envo de tropas decombate, nunca se suscit seriamente la cuestin de la autoridad delCongreso en relacin con actos de abierta guerra contra una nacin sobe-rana (PP 268). Incluso cuando, bajo Johnson, algunos Gobiernos extran-jeros fueron enteramente informados de nuestros planes de bombardearVietnam del Norte, parece que, por el contrario, los dirigentes del Con-greso nunca fueron informados ni consultados (PP 334-335).

    Durante la Administracin de Eisenhower se constituy en Saignla misin militar que mandaba el coronel Edward Lansdale para, segnse dijo, acometer operaciones paramilitares [...] y realizar una actividad

    blica poltico-psicolgica (PP 16). Esto significaba en la prctica impri-mir pasquines que difundan mentiras falsamente atribuidas al otro bando,arrojar contaminantes en los motores de la compaa de autobuses deHanoi antes que los franceses abandonaran el Norte, organizar clasesde ingls [...] para las queridas de importantes personajes y contratar unequipo de astrlogos vietnamitas (PP 15). Esta ridcula fase se prolongdurante los primeros aos de la dcada de los sesenta hasta que se impu-sieron los militares. Tras la Administracin de Kennedy se esfum la doc-trina de la contrasubversin, quiz porque durante el derrocamiento delpresidente Ngo Dinh Diem se supo que las fuerzas especiales vietnamitasfinanciadas por la CIA se haban convertido en realidad en el ejrcitoparticular de Nhu, hermano y consejero poltico de Diem (PP 166).

    Las ramas investigadoras de los servicios de informacin fueronmantenidas al margen de las operaciones secretas en el campo de bata-lla, lo que signific que solo eran responsables de obtener informacionesy no de crear por s mismas las noticias. No necesitaban exhibir resulta-dos positivos ni se hallaban sometidas a la presin de Washington para

    facilitar buenas noticias con las que alimentar a la mquina de relacionespblicas o para inventar cuentos de hadas acerca de continuos progre-sos y adelantos virtualmente milagrosos un ao tras otro (PP 25). Eranrelativamente independientes y el resultado fue que dijeron la verdad unao tras otro. En tales servicios de informacin, al parecer, los hombres

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    no decan a sus superiores lo que crean que estos queran or, [no]eran los que proporcionaban los datos quienes formulaban las estima-

    ciones y ningn superior dijo a sus agentes lo que replic el jefe de unadivisin americana a uno de sus consejeros de distrito que insista en se-alar la persistente presencia en su zona de ncleos del Vietcong: Hijo,t eres quien redacta nuestro cuaderno de notas de lo que hacemos eneste pas. Por qu nos fallas?17.

    Parece tambin que quienes eran responsables de las estimacionesde los servicios de informacin estaban muy alejados de los soluciona-dores de problemas, del desdn de estos por la realidad y del carcteraccidental de todos los hechos. El precio que pagaron por la ventaja desu objetividad fue el de que sus informes no tuvieran influencia algunaen las decisiones y propuestas del Consejo Nacional de Seguridad.

    Despus de 1963 el nico rastro discernible del perodo de la guerrasecreta es la infame estrategia de provocacin, es decir, de un com-pleto programa de intentos deliberados de provocar a la RDV [Rep-blica Democrtica de Vietnam (del Norte)] para que esta emprendieraacciones a las que pudiera replicarse entonces con una sistemtica cam-paa area de los Estados Unidos (PP 313). Estas tcticas no pueden

    ser consideradas astucias de guerra. Son tpicas de la polica secreta yllegaron a ser tan notorias como contraproducentes en los ltimos dasde la Rusia zarista, cuando los agentes de la Ojrana, al organizar asesi-natos espectaculares, servan, pese a ellos mismos, a las ideas de aque-llos a quienes denunciaban18.

    III

    Es total la divergencia entre los hechos formulados por los serviciosde inteligencia y a veces por los mismos que decidan (como sucedi es-pecialmente en el caso de McNamara), y a menudo accesibles al pblicoinformado y las premisas, teoras e hiptesis segn las cuales se ela-boraban finalmente las decisiones. Solo si tenemos bien presente la to-talidad de esta divergencia podremos comprender el alcance de nuestrosfracasos y desastres a lo largo de estos aos. Por esta razn recordar allector algunos destacados ejemplos.

    El de la teora del domin, enunciada por vez primera en 1950 (PP 6)y a la que, como ya se ha dicho, se permiti sobrevivir a los ms tras-

    17. L. H. Gelb, art. cit. 18. M. Laporte,Lhistoire de lOkhrana,Pars, 1935, p. 25.

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    cendentales acontecimientos. Cuando el presidente Johnson pregunten 1964: Caera necesariamente el resto del Sudeste asitico si Laos

    y Vietnam del Sur cayeran bajo el control de Vietnam del Norte?, larespuesta de la CIA fue la siguiente: Con la posible excepcin de Cam-boya, es probable que ninguna nacin de la zona sucumbiese ante el co-munismo como consecuencia de la cada de Laos y de Vietnam del Sur(PP 253-254). Cuando cinco aos ms tarde la Administracin de Nixonformul la misma pregunta, la Agencia Central de Inteligencia seal[...] que si [los Estados Unidos] se retiraban inmediatamente de Vietnamdel Sur, todo el Sudeste asitico permanecera tal como se hallaba du-rante una generacin por lo menos19. Segn los Documentos del Pen-tgono, solo la Junta de Jefes de Estado Mayor, [Walt W.] Rostow y elgeneral [Maxwell] Taylor parecen haber aceptado la teora del dominen su sentido literal (PP 254), pero lo cierto es que aquellos que no laaceptaban siguieron utilizndola, no solo en sus declaraciones pblicas,sino como parte de la lgica de su razonamiento.

    El relativo a la afirmacin segn la cual los rebeldes de Vietnam delSur eran dirigidos y apoyados desde el exterior por una conspira-cin comunista: en 1961 los servicios de informacin sealaban que

    del ochenta al noventa por ciento de los efectivos del Vietcong, estima-dos en unos diecisiete mil hombres, haban sido reclutados localmentey eran muy escasas las pruebas de que el Vietcong dependiera de sumi-nistros exteriores (PP 98).Tres aos ms tarde la situacin no habaexperimentado cambios: segn un anlisis de los servicios de informa-cin, redactado en 1964, las fuentes primarias de la fuerza de los co-munistas en Vietnam del Sur son indgenas (PP 242).En otras palabras,el hecho elemental de la existencia de una guerra civil en Vietnam delSur no era desconocido en los crculos de quienes elaboraban las deci-siones. Acaso no haba advertido a Kennedy el senador Mike Mans-field en fecha tan remota como 1962 que el envo de nuevos refuerzosmilitares a Vietnam del Sur significara que los americanos constitui-ran la fuerza dominante en una guerra civil [...] [lo que] perjudicara alprestigio americano en Asia y no ayudara tampoco a Vietnam del Sura mantenerse en pie?20.

    Y, sin embargo, los bombardeos de Vietnam del Norte comenzaronen parte por obra de una teora que afirmaba que podra desecarse una

    revolucin, eliminando las fuentes exteriores de apoyo y abastecimien-

    19. El Sun-Times de Chicago,citado en la seccin The Week in Review delNewYork Times,27 de junio de 1971 20. D. Ellsberg, art. cit., p. 247.

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    to. Se supona que los bombardeos destrozaran la voluntad del Nor-te de apoyar a los rebeldes en el Sur, aunque los mismos elaboradores de

    decisiones (en este caso McNaughton) saban lo suficiente de la natura-leza indgena de la rebelin como para dudar de que el Vietcong obe-decera a un Vietnam del Norte en quiebra (PP 433).Para empezar, la

    Junta de Jefes de Estado Mayor no crea que estos esfuerzos tendranun efecto decisivo sobre la voluntad de Hanoi (PP 240). En 1965, se-gn un informe de McNamara, los miembros del Consejo Nacional deSeguridad coincidan en sealar que no era probable que Vietnam delNorte cediera [...] y que, en cualquier caso, renunciaran ms probable-mente a la guerra por obra del fracaso del Vietcong en el Sur que por eldolor, producido por las bombas en el Norte (PP 407).

    Finalmente hay que citar, en orden de importancia solo precedidopor el de la teora del domin, el ejemplo de la gran estrategia basadaen la creencia en una conspiracin mundial del comunismo monolticoy la existencia de un bloque chino-sovitico, junto con la hiptesis delexpansionismo chino. La nocin de que China deba ser contenida hasido refutada en 1971 por el presidente Nixon, pero hace ms de cua-tro aos McNamara escribi: En la medida en que nuestra interven-

    cin original y nuestras acciones actuales en el Vietnam fueron motivadaspor la reconocida necesidad de trazar una lnea contra el expansionis-mo chino en Asia, nuestro objetivo ha sido ya alcanzado (PP 583). Ysolo dos aos antes haba afirmado que el propsito de Estados Unidosen Vietnam del Sur era no ayudar a un amigo sino contener a Chi-na (PP 342).

    Los crticos de la guerra han denunciado todas estas teoras en raznde su enfrentamiento con la realidad conocida tal como la inexisten-cia de un bloque chino-sovitico, sabida por cualquiera que est fami-liarizado con la revolucin china y con la resuelta oposicin de Stalin aesta, o como el fragmentario carcter del movimiento comunista desdeel final de la Segunda Guerra Mundial. Algunos de estos crticos hanllegado incluso a desarrollar una teora especfica: Amrica, tras haberemergido de la Segunda Guerra Mundial como primera potencia, se em-barc en una consistente poltica imperialista cuyo objetivo ltimo esel dominio mundial. La ventaja de esta teora es que podra explicar laausencia del inters nacional en toda la empresa caracterstica de los

    propsitos imperialistas ha sido siempre el de no hallarse guiados ni li-mitados por los intereses nacionales y las fronteras territoriales. Di-fcilmente, sin embargo, servira para explicar el hecho de que este pashaya insistido estpidamente en echar a perder sus recursos en un lugarerrneo (como George Ball, subsecretario de Estado en la Administra-

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    cin de Johnson y el nico consejero que se atrevi a romper el tab yrecomendar la retirada inmediata, tuvo el valor de decir al presidente

    en 1965) (PP 414).Claramente este no es un caso de medios limitados para lograr fi-nes excesivos (PP 584). Era excesivo para una superpotencia sumarotro pequeo pas a su sarta de Estados clientes o ganar una victoria so-bre una nacin pequea y atrasada? Este es, ms bien, un increbleejemplo de utilizacin de medios excesivos para lograr fines limitadosen una regin de inters marginal. Fue precisamente esta inevitable im-presin de vacilante sinrazn la que llev finalmente al pas a la convic-cin extendida y firme de que el establishmentest loco. Sentimos queestamos tratando de imponer una imagen de los Estados Unidos a leja-nos pueblos que no podemos comprender [...] y que estamos llevandoeste asunto hasta extremos inconcebibles, como McNaughton escribien 1967 (PP 534-535).

    En todo caso la edicin de Bantam de los Documentos del Pentgonono contiene nada que apoye la teora de una grandiosa estrategia impe-rialista. Solo dos veces se menciona la importancia de las bases terrestres,martimas y areas, tan decisivamente relevantes para la estrategia impe-

    rialista: una vez la cita es de la Junta de Jefes de Estado Mayor, que sealaque nuestra capacidad en una guerra limitada se vera marcadamentereducida si de la prdida del territorio continental del Sudeste asiticoresultara la prdida de las bases areas, terrestres y martimas (PP 153).

    Y en otra ocasin se menciona en el informe de McNamara de 1964 queafirma explcitamente: No exigimos que [Vietnam del Sur] sirva comobase occidental o como miembro de una alianza occidental (el subrayadoes de la autora) (PP 278). Las nicas declaraciones pblicas del Gobiernoamericano durante esta poca, formuladas casi como si fueran el Evange-lio, fueron las afirmaciones a menudo repetidas, muchsimo menos plau-sibles que otras nociones de relaciones pblicas, segn las cuales no bus-cbamos ganancias territoriales ni otros beneficios tangibles.

    Y esto no quiere decir que tras el colapso de las antiguas potenciascoloniales hubiera sido imposible una genuina poltica global america-na de caractersticas imperialistas. Los Documentos del Pentgono, ge-neralmente tan desprovistos de noticias espectaculares, revelan un in-cidente que parece indicar cun considerables eran las posibilidades de

    una poltica global, desechada para constituir una imagen de los Esta-dos Unidos y para ganar las mentes populares. Segn un telegrama deun diplomtico americano en Hanoi, en 1945 y 1946 Ho Chi Minhescribi varias cartas al presidente Truman, solicitando de los EstadosUnidos apoyo a la idea de una independencia annamita, conforme al

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    ejemplo de Filipinas;que examinara el caso annamita y que adoptaralas medidas necesarias para el mantenimiento de la paz mundial, puesta

    en peligro por los esfuerzos franceses para reconquistar Indochina (elsubrayado es de la autora) (PP 4, 26). Es cierto; varias cartas similaresfueron dirigidas a otros pases, China, Rusia y Gran Bretaa, ningunode los cuales, sin embargo, hubiera podido proporcionar la proteccinsolicitada, y que habra colocado a Indochina en la misma posicin se-miautnoma de otros Estados clientes de los Estados Unidos. Un segun-do incidente, tan sorprendente como este, mencionado entonces por elWashington Post,fue sealado en las Special China Series, los docu-mentos publicados por el Departamento de Estado en agosto de 1969,pero solo lleg a conocimiento del pblico cuando lo describi Teren-ce Smith en elNew York Times.Al parecer, en enero de 1945, Mao yChu En-lai recurrieron al presidente Roosevelt tratando de establecerrelaciones con los Estados Unidospara evitar una total dependencia res-

    pecto de la Unin Sovitica(el subrayado es de la autora). Parece queHo Chi Minh jams recibi respuesta y la informacin sobre la gestinchina fue suprimida porque, como ha comentado el profesor Allen Whi-ting, contradeca la imagen de un comunismo monoltico dirigido des-

    de Mosc21.Aunque los elaboradores de decisiones conocan desde luego los in-formes de los servicios de inteligencia, cuyas relaciones de hechos eli-minaran de sus mentes un da tras otro, es enteramente posible, en miopinin, que no estuvieran enterados de la existencia de estos primitivosdocumentos que hubieran constituido un ments a todas sus premisasantes de que estas crecieran hasta constituir toda una teora y arruinar alpas. Ciertas curiosas circunstancias relativas a la reciente, regular e in-esperada desclasificacin de documentos muy secretos, apuntan en estadireccin. Es sorprendente que los Documentos del Pentgono se pre-pararan durante varios aos mientras personas de la Casa Blanca, delDepartamento de Estado y del de Defensa ignoraban aparentemente esteestudio; pero es an ms sorprendente que despus de que fueron ter-minados, cuando dentro de la burocracia gubernamental se despacha-ron en todas direcciones ejemplares de los Documentos, tanto la CasaBlanca como el Departamento de Estado no fueran capaces de localizarlos cuarenta y siete volmenes. Es una clara indicacin de que aquellos

    21. New York Times del 29 de junio de 1971. Smith cita el testimonio acerca del do-cumento, formulado por el profesor Whiting ante la Comisin senatorial de Asuntos Ex-teriores y que aparece enForeign Relations of the United States: Diplomatic Papers 1945,vol. II: The Far East, China,Washington DC, 1969, p. 209.

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    que deberan haber estado ms interesados en lo que el estudio tena quedecir jams pusieran sus ojos en los Documentos.

    Este hecho arroja alguna luz sobre uno de los ms graves peligros dela calificacin como secretos de un desmedido nmero de documentos:no solo se niega a las personas y a sus representantes elegidos el acceso alo que deben saber para formar una opinin y formular decisiones, sinoque los mismos protagonistas, poseedores de una completa autorizacinpara conocer todos los hechos relevantes, permanecen en la ms felizignorancia de tales hechos. Y esto sucede as, no porque una mano invi-sible los mantenga deliberadamente apartados, sino porque trabajan enunas circunstancias y con unos hbitos mentales que no les conceden nitiempo ni inclinacin para ir en busca de los hechos pertinentes a mon-taas de documentos, el 99,5 % de los cuales no deberan estar clasifica-dos como secretos ya que en su mayora son irrelevantes para todos lospropsitos prcticos. Incluso ahora que la prensa ha llevado a dominiodel pblico cierta proporcin de este material considerado como cla-sificado, y cuando los miembros del Congreso han recibido el estudiocompleto, no parece que aquellos que ms precisaran de esa informa-cin hayan ledo o incluso quieran leer los Documentos. En cualquier

    caso la realidad es que, al margen de los compiladores, quienes leyeronlos Documentos en el Times fueron los primeros que los estudiaron22.

    Esto conduce a meditar sobre la firme nocin segn la cual el Gobiernonecesita losarcana imperii para poder actuar adecuadamente.

    Si los misterios del Gobierno han oscurecido las mentes de sus eje-cutantes hasta el punto de que ya no conocen ni recuerdan la verdadtras sus encubrimientos y sus mentiras, esta operacin de engao, porbien organizadas que estn sus maratonianas campaas informativas,en palabras de Dean Rusk, y por sofisticadas que sean las artimaas pu-blicitarias, concluir por encallar o tornarse contraproducente, esto es,llegar a confundir sin convencer. El inconveniente de la mentira y delengao es que su eficacia descansa enteramente sobre una clara nocinde la verdad que el que miente y quien engaa desean ocultar. En estesentido, la verdad, incluso si no prevalece en pblico, posee una irradi-cable primaca sobre todas las falsedades.

    En el caso de la guerra del Vietnam, nos enfrentamos, adems dea falsedades y confusiones, a una ignorancia verdaderamente sorpren-

    dente y enteramente sincera de los antecedentes histricos pertinentes:quienes formulaban las decisiones no solo parecan ignorar todos los

    22. T. Wicker, en The New York Times del 8 de julio de 1971.

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    bien conocidos hechos de la Revolucin china y la pugna entre Moscy Pekn iniciada haca una dcada, sino que nadie en la cumbre cono-

    ca o consideraba importante el hecho de que los vietnamitas hubiesenestado luchando contra invasores extranjeros durante casi dos mil aos23y que la nocin de Vietnam como una nacin pequea y atrasada sininters para las naciones civilizadas, desgraciadamente compartida amenudo por los crticos de la guerra, se halla en flagrante contradic-cin con la muy antigua y desarrollada cultura de la regin. De lo queVietnam carece no es de cultura sino de importancia estratgica (Indo-china est desprovista de objetivos militares decisivos, como afirmabaen 1954 un memorndum de la Junta de Jefes de Estado Mayor) (PP 2),de un terreno conveniente para los modernos ejrcitos mecanizados ydeblancos satisfactorios para las fuerzas areas. Lo que caus la desastro-sa derrota de la poltica americana y de la intervencin armada no fue,desde luego, el tremedal (la poltica de un paso ms en la que cadanuevo paso prometa siempre el xito que el anterior ltimopasotam-binprometi, pero no logr proporcionar, segn palabras de ArthurSchlesinger, Jr., citadas por Daniel Ellsberg, quien certeramente denun-cia como mito esta nocin)24, sino el desdn voluntario y deliberado,

    durante ms de veinticinco aos, por todos los hechos histricos, pol-ticos y geogrficos.

    IV

    Si el modelo del tremedal es un mito y si no es posible descubrir una granestrategia imperialista o una voluntad de conquistar el mundo, si ni si-quiera hay un inters por ganancias territoriales, deseo de lucro o, al

    menos, una preocupacin por la seguridad nacional; si, adems, el lec-tor no se siente inclinado a aceptar nociones generales como la de latragedia griega (propuesta por Max Frankel y Leslie H. Gelb), o le-yendas acerca de una pualada por la espalda, a las que tan aficiona-dos son en la derrota los belicistas, entonces la pregunta recientementeformulada por Ellsberg, Cmo pudieron?25ms que el tema delengao y de la mentiraper se llegar a ser el eje de esta desgraciadahistoria. Porque la verdad, despus de todo, es que los Estados Unidos

    tras el final de la Segunda Guerra Mundial eran el pas ms rico y la po-

    23. Barnet en R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, op. cit., p. 246. 24. D. Ellsberg, art. cit., p. 219. 25. Ibid.,p. 235.

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    tencia dominante y que hoy, tan solo un cuarto de siglo despus, la me-tfora de Nixon referente al lastimoso y desvalido gigante constituye

    una descripcin desagradablemente adecuada del ms poderoso pasde la Tierra.

    Incapaz de derrotar, durante seis aos de guerra abierta, con una po-tencia de fuego cuya superioridad era de mil a uno26, a una pequeanacin, incapaz de atender a sus problemas domsticos y de detener larpida decadencia de sus grandes ciudades, tras haber derrochado sus re-cursos hasta el punto en que la inflacin y la devaluacin de la monedaamenazan tanto a su comercio exterior como a su nivel de vida en el in-terior, el pas se halla en peligro de perder mucho ms que su pretensina la jefatura mundial. Incluso si se anticipa el juicio de los futuros histo-riadores que pueden ver este desarrollo en el contexto de la historia delsiglo XXen el que las naciones derrotadas en dos guerras mundiales con-siguieron llegar a la cumbre en competencia con las victoriosas (princi-palmente porque fueron obligadas por estas a prescindir durante un largoperodo del increble despilfarro de los armamentos y los gastos milita-res), sigue siendo difcil resignarse a la magnitud del esfuerzo invertidoen mostrar la impotencia de la grandeza, aunque pueda resultar grata esta

    inesperada reedicin a gran escala del triunfo de David sobre Goliat.La primera explicacin que viene a la mente en respuesta a la pre-gunta Cmo pudieron? es probablemente la de sealar la interco-nexin del engao y del autoengao. En la pugna entre las declaracionespblicas, siempre superoptimistas, y los informes ciertos de los serviciosde informacin, persistentemente fros y ominosos, las declaracionespblicas estaban abocadas a ganar simplemente porque eran pblicas.La gran ventaja que las afirmaciones pblicamente establecidas y acep-tadas tienen sobre lo que un individuo pueda conocer secretamente ycreer que es cierto, fue claramente ilustrada por una ancdota medie-val que refera cmo un centinela, encargado de vigilar y advertir a unapoblacin de la aproximacin del enemigo, lanz en broma una falsaalarma y fue despus el ltimo en correr a las murallas para defenderla ciudad de los enemigos que l mismo haba inventado. De aqu cabeconcluir que cuanto ms xito tenga un mentiroso y mayor sea el nme-ro de los convencidos, ms probable ser que acabe por creer sus pro-pias mentiras.

    En los Documentos del Pentgono nos enfrentamos con hombresque hicieron cuanto pudieron para ganar las mentes del pueblo, esto

    26. Barnet en R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, op. cit., p. 248.

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    es, para manipularlo, pero como trabajaban en un pas libre, donde sedispone de todo gnero de informacin, nunca triunfaron realmente.

    A causa de su condicin relativamente elevada y de su posicin dentrodel Gobierno estaban mejor protegidos pese a su privilegiado cono-cimiento de los top secrets contra esta informacin pblica, revelado-ra tambin ms o menos de los hechos, que aquellos a quienes tratabande convencer, a los que probablemente consideraban meras audiencias,mayoras silenciosas, espectadores, al parecer de las producciones delos guionistas. El hecho de que los Documentos del Pentgono apenashayan revelado noticias espectaculares es un testimonio del fallo de losque mintieron en su propsito de crear una audiencia satisfecha a la quepudieran unirse ellos mismos.

    Est fuera de toda duda la presencia de lo que Ellsberg ha deno-minado proceso de autoengao interno27, pero se invirti el proce-so normal del autoengao. No se lleg a este a travs del engao. Losengaadores empezaron engandose a s mismos. Probablemente porsu elevada condicin y la sorprendente seguridad en sus decisiones, sehallaban tan convencidos de la magnitud del xito, no en el campo debatalla, sino en el terreno de las relaciones pblicas, y tan seguros de sus

    premisas psicolgicas acerca de las ilimitadas posibilidades de manipu-lacin de las personas, queanticiparon una fe general y la victoria enla batalla por las mentes de los hombres. Y como vivan en un mundodesasido de los hechos no les fue difcil no prestar al hecho de que suaudiencia se negaba a dejarse convencer ms atencin que a otros hechos.

    El mundo interior del Gobierno, con su burocracia por una parte ysu vida social por otra, torna relativamente fcil el autoengao. Ningu-na torre de marfil de los eruditos ha preparado mejor a la mente paraignorar los hechos de la vida como prepararon los diferentes tanquesde pensamiento a los solucionadores de problemas y el renombre dela Casa Blanca a los consejeros del presidente. Fue en esta atmsfera, enla que la derrota es menos temida que el reconocimiento de la derrota,donde se concibieron las desorientadoras declaraciones sobre los desas-tres de la ofensiva del Tet y sobre la invasin de Camboya. Pero lo quees an ms importante es que la verdad sobre materias tan decisivasquedara oculta en tales crculos internos, pero en ningn otro lugar, porlas preocupaciones relativas a la forma de evitar llegar a ser el primer

    presidente americano que perdiera una guerra y por las preocupacio-nes siempre presentes relativas a las prximas elecciones.

    27. D. Ellsberg, art. cit., p. 263.

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    Pero en lo que se refiere a la solucin de problemas, en contrastecon la gestin de las relaciones pblicas, el autoengao interno no es

    una respuesta satisfactoria a la pregunta Cmo pudieron?. El autoen-gao presupone una distincin entre verdad y falsedad, entre el hecho yla fantasa, y por ello un conflicto real entre el mundo real y el engaa-dor autoengaado que desaparece en un mundo enteramente desasidode los hechos; Washington y su enorme burocracia gubernamental, aligual que los diferentes tanques de pensamiento del pas, proporcio-nan a los solucionadores de problemas el hbitat natural para la men-te y el cuerpo. En el terreno de la poltica, donde el secreto y el engaodeliberado han desempeado siempre un papel significativo, el autoen-gao constituye el peligro por excelencia; el engaador autoengaadopierde todo contacto, no solo con su audiencia, sino con el mundo real,que, sin embargo, acabar por atraparlo porque de ese mundo puedeapartar su mente pero no su cuerpo. Los solucionadores de problemasconocan todos los hechos que regularmente les presentaban los infor-mes de los servicios de informacin, no tenan ms que confiar en sustcnicas, esto es, en las diferentes maneras de traducir calidades y conte-nidos en cantidades y nmeros con los cuales calcular resultados que

    despus, injustificablemente, jams llegaron a producirse para elimi-nar, da tras da, lo que ellos saban que era real. La razn de que este sis-tema funcionara durante muchos aos es precisamente la de que losobjetivos perseguidos por el Gobierno de los Estados Unidos eran casiexclusivamente psicolgicos28,esto es, cuestiones de la mente.

    Cuando se leen los memorndums, las opciones, los guiones, losdiferentes porcentajes atribuidos a los riesgos potenciales y a los po-sibles resultados demasiados riesgos para tan escasos resultados(PP 576)de acciones previstas, se tiene a veces la impresin de queen el Sudeste asitico se dej suelto, ms que a un grupo de formula-dores de decisiones, a un computador. Los solucionadores de proble-mas nojuzgaban;calculaban. Su autoconfianza ni siquiera precisabadel autoengao para mantenerse entre tantos errores de juicio porquedescansaba en la evidencia de una verdad matemtica, puramente racio-nal. Pero, desde luego, esta verdad era enteramente irrelevante parael problema de que se trataba. Si, por ejemplo, puede calcularse queson ms las probabilidades de que el resultado de una cierta accin no

    sea una guerra generalizada que las probabilidades de que ese mismo re-sultado sea una guerra generalizada (PP 575), no se deduce de ah que

    28. Barnet en R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, op. cit., p. 209.

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    podamos elegirla, aunque la proporcin sea de ochenta a veinte, en ra-zn de la enormidad y de la incalculable calidad del riesgo; y otro tanto

    sucede cuando las probabilidades de realizar reformas en el Gobiernode Saign y las probabilidades de que acabaramos como los francesesen 1954 son respectivamente del 70 y del 30 % (PP 98).Esta es unabuena perspectiva para un jugador, pero no lo es para un poltico29, eincluso un jugador tendra que tener en cuenta lo que las ganancias y lasprdidas significan realmente para l en la vida diaria. La prdida puedesignificar una profunda ruina y la ganancia tan solo un mejoramientode sus asuntos financieros, bien recibido pero no esencial. Solo podrfiarse del sistema de porcentajes cuando no est en juego algo verdade-ramente importante un poco ms o un poco menos de dinero no al-terar probablemente su nivel de vida. Lo malo de nuestra direccinen la guerra en Vietnam del Sur es que semejante control, dado por lamisma realidad, ni siquiera lleg a existir en las mentes de los formula-dores de decisiones y de los solucionadores de problemas.

    Es, desde luego, cierto que la poltica americana no persegua obje-tivos reales, buenos o malos, que hubieran podido limitar y controlar lapura fantasa: En Vietnam no se ha buscado ninguna ventaja territorial

    ni econmica. Toda la finalidad del enorme y costoso esfuerzo ha sidocrear un especfico estado mental30. Y la razn por la que, para fines po-lticamente tan irrelevantes, se permiti utilizar medios tan costosos envidas humanas y recursos naturales, no debe buscarse simplemente en lainfortunada superabundancia de este pas, sino en su incapacidad paracomprender que incluso una gran potencia es una potencia limitada.Tras el clich constantemente repetido de la ms poderosa potencia dela Tierra ha acechado el peligroso mito de la omnipotencia.

    De la misma manera que Eisenhower fue el ltimo presidente quesupo que tendra que solicitar autorizacin del Congreso para enviarsoldados norteamericanos a Indochina, su Administracin fue la ltimaen conocer que la instalacin en esta zona de fuerzas armadas de losEstados Unidos en nmero superior al simblico constituira una seriadesviacin de la limitada capacidad de los Estados Unidos (el subra-yado es de la autora) (PP 5, 13). A pesar de todos los posteriores cl-culos sobre costes, resultados y riesgos de ciertas acciones, quienes

    29. Leslie H. Gelb sugiere con toda seriedad que la mentalidad de nuestros lderesfue determinada por el hecho de que, habiendo sido sus propias carreras unas series dejugadas de xito, esperaban que, de alguna manera, volveran estas a repetirse en Viet-nam (art. cit.). 30. Barnet en R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, op. cit., p. 209.

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    realizaron esas estimaciones permanecieron totalmente ignorantes decualquier limitacin absoluta, que no fuera psicolgica. Los lmites que

    advertan eran los de las mentes de los hombres, cmo soportaran lasprdidas de vidas americanas que no deberan ser superiores, por ejem-plo, a las prdidas registradas en los accidentes de circulacin. Pero,aparentemente, jams se les ocurri que, incluso para este pas, existenlmites a los recursos que pueden gastarse sin llegar a la bancarrota.

    La combinacin mortal de la arrogancia del poder la prosecu-cin de una simple imagen de omnipotencia, diferente del propsito deconquista mundial, que haba de obtenerse mediante inexistentes e ili-mitados recursos y de la arrogancia de la mente, una confianza pro-fundamente irracional en lo calculable que era la realidad, se convierteen el leitmotivdel proceso de formulacin de decisiones a partir del co-mienzo de la escalada en 1964. Esto, sin embargo, no es afirmar que losrigurosos mtodos de apartamiento de los hechos, propios de los so-lucionadores de problemas, constituyen el origen de esta implacablemarcha hacia la autodestruccin.

    Los solucionadores de problemas, que erraron por confiar en lospoderes de clculo de sus cerebros a expensas de la capacidad mental para

    aprender de la experiencia, fueron precedidos por los idelogos del pe-rodo de la guerra fra. El anticomunismo no la antigua hostilidadamericana, a menudo dotada de prejuicios, contra el socialismo y el co-munismo, tan fuerte durante los aos veinte y soporte principal del Par-tido Republicano durante la Administracin de Roosevelt, sino la vastaideologa de la posguerra fue originalmente obra de excomunistas queprecisaban una nueva ideologa con la que explicar y predecir fiablementeel curso de la historia. Esta ideologa es la raz de todas las teoras ela-boradas en Washington desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hemencionado la amplitud con la que la pura ignorancia de todos los hechospertinentes y el olvido deliberado de las evoluciones de la postguerra seconvirtieron en signo distintivo de la doctrina establecida dentro del es-tablishment. No necesitaban hechos ni informacin; tenan una teora ytodos los datos que no encajaban en esta eran negados o ignorados.

    Los mtodos de esta generacin anterior los mtodos de Rusk,como distintos de los de McNamara eran menos complicados, menoscerebrales, pero no resultaban menos eficaces que los de los soluciona-

    dores de problemas para proteger a los hombres contra el impacto dela realidad y el empobrecimiento de la capacidad de juzgar y aprender.

    Aquellos hombres se ufanaban de haber aprendido del pasado de laautoridad de Stalin sobre todos los partidos comunistas, y de ah la no-cin del comunismo monoltico, y de la iniciacin por Hitler de una

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    guerra mundial despus de Mnich, por lo que deducan que cada gestode reconciliacin era un segundo Mnich. Se mostraban incapaces de

    enfrentarse a la realidad en sus propios trminos porque tenan siemprepresentes algunos paralelismos que les ayudaban a comprender esostrminos. Cuando Johnson, todava vicepresidente de Kennedy, regresa los Estados Unidos tras un viaje de inspeccin por Vietnam del Sur einform alegremente que Diem era el Churchill de Asia, podra haber-se pensado que el juego del paralelismo morira de puro absurdo, perono fue as. Ni puede decirse que los crticos izquierdistas de la guerrapensaran en trminos diferentes. La extrema izquierda tiene la desgra-ciada inclinacin a calificar de fascista o nazi a todo lo que, a menu-do con razn, le desagrada, y de denominar genocidio a cada matanza,lo que, obviamente, no es exacto; esta actitud ha contribuido tan soloa crear una mentalidad dispuesta a perdonar matanzas y otros crmenesde guerra mientras no constituyan genocidio.

    Los solucionadores de problemas estaban notablemente libres delos pecados de los idelogos. Crean en mtodos pero no en concep-ciones mundiales, lo que, incidentalmente, es la razn por la que se lesencarg reunir el material archivado por el Pentgono, relativo al com-

    promiso americano (PP XX) de una forma que a la vez fuese enciclop-dica y objetiva (PP XVIII). Pero aunque no crean en esos raciocinios gene-ralmente aceptados como poltica, tales raciocinios, con sus diferentesmtodos de desasimiento de los hechos, proporcionaron la atmsfera yel medio en el que tuvieron que desenvolverse los solucionadores deproblemas. Al fin y al cabo tenan que convencer a duros guerreros cu-yas mentes resultaron hallarse singularmente bien preparadas para losjuegos de abstraccin que haban de ofrecerles.

    La forma en que actuaban estos duros guerreros cuando se los de-jaba en libertad queda bien ilustrada por el caso de una de las teorasde Walt Rostow, el intelectual dominante de la Administracin de Jo-hnson. La teora de Rostow fue uno de los principales razonamientosque condujo a la decisin de bombardear Vietnam del Norte contra laopinin de los entonces prestigiosos analistas de sistemas de McNama-ra en el Departamento de Defensa. Su teora se basaba, al parecer, en laopinin de Bernard Fall, uno de los ms agudos observadores y tambinuno de los crticos de la guerra. Este haba sugerido que Ho Chi Minh

    podra desautorizar la guerra en el Sur si algunas de sus nuevas indus-trias se convirtieran en objetivos de ataques areos31(el subrayado es

    31. Barnet en R. Stavins, R. J. Barnet y M. G. Raskin, op. cit., p. 212.

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    de la autora). Era una hiptesis, una posibilidad real, que haba de serconfirmada o refutada. Pero esta observacin tuvo la desgracia de enca-

    jar muy bien en las teoras de Rostow sobre la lucha de guerrillas y fuetransformada en hecho: el presidente Ho Chi Minh tiene un com-plejo industrial que proteger; ya no es un jefe de guerrillas sin nada queperder (PP 241).Retrospectivamente este parece ser, a los ojos de quienlo analice, un colosal error de juicio (PP 469), pero lo cierto es que elerror de juicio se torn colosal solo porque nadie dese corregirlo atiempo. Se advirti muy rpidamente que el pas no se hallaba suficien-temente industrializado para sufrir ataques areos en una guerra limita-da cuyo objetivo, cambiante a lo largo de los aos, jams fue la destruc-cin del enemigo, sino, caractersticamente, quebrar su voluntad; y lavoluntad del Gobierno de Hanoi, tanto si los norvietnamitas posean loque, en opinin de Rostow, era una necesaria cualidad del guerrillero,como si no la tenan, se neg a ser quebrada.

    Este fracaso en la distincin entre una hiptesis plausible y el he-cho que debe confirmarla, es decir, el manejo de hiptesis y de simplesteoras como si se tratara de hechos establecidos, tornado endmicoen las ciencias psicolgicas y sociales durante el perodo en cuestin, ca-

    rece con seguridad de todo el rigor empleado por quienes utilizaban lasteoras de los juegos y los anlisis de sistemas. Pero la fuente de ambosfracasos principalmente la incapacidad o la repugnancia a consultar laexperiencia y aprender de la experiencia es la misma.

    Esto nos conduce a la raz de la cuestin que, al menos parcialmen-te, puede contener la respuesta a la pregunta: Cmo pudieron, no soloiniciar estas polticas, sino llevarlas a cabo hasta llegar a su amargo y ab-surdo final? El apartamiento de los hechos y la tcnica de la solucin deproblemas fueron recibidos porque el desprecio a la realidad era inhe-rente a la poltica y a los objetivos mismos. Para qu tenan que sabercmo era realmente Indochina cuando solo se trataba de un caso deprueba o de una ficha de domin o de un medio de contener a Chinao de demostrar que somos la ms poderosa de las superpotencias? O to-memos la cuestin de los bombardeos de Vietnam del Norte como ob-jetivo ulterior de reforzar la moral de Vietnam del Sur (PP 312) sin granpropsito de lograr una clara victoria y de ganar la guerra. Cmo po-dran interesarse en algo tan real como una victoria cuando realizaban

    una guerra, no para conseguir beneficios territoriales o econmicos, me-nos an por ayudar a un amigo o mantener un compromiso y ni siquierapor la realidad del poder, como distinta a la imagen de este?

    Cuando se alcanz esta fase del juego, la premisa inicial segn lacual nunca deberamos considerar la regin o el pas en s mismos, in-

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    herente a la teora del domin, se troc en la de no considerar nuncaal enemigo. Y precisamente en medio de una guerra! El resultado fue

    que el enemigo, pobre, castigado y doliente, se fortaleci mientras queel ms poderoso pas se debilitaba a cada ao que pasaba. Existen hoyhistoriadores que afirman que Truman lanz la bomba sobre Hiroshimapara ahuyentar a los rusos de Europa Oriental con los resultados queconocemos. Si esto es cierto, como pudo haberlo sido, podemos lo-calizar los preliminares del desprecio por las consecuencias actuales deuna accin en pro de un objetivo calculado ulteriormente en el funes-to crimen de guerra con el que concluy la Segunda Guerra Mundial.La doctrina de Truman, en cualquier caso, y como ha sealado LeslieH. Gelb, describa un mundo lleno de fichas de domin.

    V

    Al comienzo de este anlisis he tratado de sealar que los aspectos de losDocumentos del Pentgono que he elegido, los aspectos de engao, au-toengao, elaboracin de imgenes, ideologizacin y apartamiento de los

    hechos, no son, en absoluto, las nicas caractersticas de los Documentosque merecen ser estudiadas y de las que cabe extraer una leccin. Existe,por ejemplo, el hecho de que este esfuerzo masivo y sistemtico de auto-examen fuera ordenado por uno de los principales ejecutores, el de quepudiera hallarse a treinta y seis hombres para compilar documentos y rea-lizar sus anlisis, de los cuales unos pocos haban contribuido a desarro-llar o a realizar la poltica que ahora se les peda juzgar (PP XVIII),el de queuno de los autores, cuando result claro que nadie del Gobierno deseabautilizar o siquiera leer los resultados, recurri al pblico, proporcionn-doselos a la prensa y el de que los ms respetables peridicos del pas osa-ran conceder la ms amplia difusin posible a un material calificado comoalto secreto. Neil Sheehan ha dicho certeramente que la decisin de Ro-bert McNamara de averiguar lo que haba ido mal y por qu haba sidoas, puede que resulte ser una de sus ms importantes decisiones durantesus siete aos en el Pentgono (PP IX). Restaur ciertamente, al menospor un breve momento, la reputacin del pas en el mundo. Lo que suce-di difcilmente pudo ocurrir en otro lugar. Fue como si todos estos hom-

    bres, envueltos en una guerra injusta y comprometidos en la contienda,hubieran recordado sbitamente que se deban al decente respeto quepor las opiniones de la humanidad tuvieron sus antepasados.

    Lo que exige un estudio posterior, atento y detallado, es el hecho,muy comentado, de que los Documentos del Pentgono revelaran es-

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    casas noticias significativas que no haban estado al alcance del lectormedio de diarios y semanarios; y el de que en la Historia del Proceso

    de Formulacin de Decisiones de los Estados Unidos acerca de la Polti-ca del Vietnam no existieran documentos, a favor o en contra, que nohubiesen sido discutidos pblicamente en revistas, diarios y programasde televisin y de radio. (Al margen de las posiciones personales y de loscambios experimentados en estas, la nica materia generalmente descono-cida era la relativa a las opiniones que sobre temas bsicos formularonlos servicios de informacin). Que el pblico haya tenido acceso duran-te aos a unas materias que el Gobierno trat intilmente de mantenerocultas constituye una prueba de la integridad y del poder de la prensa,an ms fuerte que la forma en que el Times public el relato. Se ha de-mostrado ahora lo que ya se haba sealado a menudo: mientras que laprensa sea libre y no est corrompida tiene una funcin enormementeimportante que cumplir y puede ser justamente denominada la cuartarama del Gobierno. Cuestin muy distinta es si la Primera Enmienda bas-tar para proteger esta esencialsima libertad poltica, este derecho a lainformacin no manipulada de los hechos, sin el cual toda libertad deopinin se torna una burla cruel.

    Tienen, finalmente, una leccin que aprender quienes, como yo mis-ma, creyeron que este pas se haba embarcado en una poltica imperia-lista, haba olvidado por completo sus antiguos sentimientos anticolo-nialistas y estaba quiz logrando establecer la Paz Americana que habadenunciado el presidente Kennedy. Cualesquiera que sean los fundamen-tos de estas sospechas, que podran estar justificadas por nuestra polticaen Amrica Latina, si entre los medios necesarios para lograr fines im-perialistas figuran las pequeas guerras no declaradas las operacionesde chamada en tierras extranjeras, los Estados Unidos sern probable-mente la nacin con menos posibilidades de emplearlos con xito quecasi cualquier otra gran potencia. Porque aunque la desmoralizacin delos soldados americanos ha alcanzado ya proporciones sin precedentessegnDer Spiegelen el pasado ao fueron 89.088 los desertores, cienmil los objetores de conciencia y decenas de millares los drogadictos32,

    el proceso de desintegracin del Ejrcito comenz mucho antes y fueprecedido por una evolucin similar durante la guerra de Corea33.Bas-ta hablar con unos pocos de los veteranos de esta guerra o leer el sobrio

    y revelador informe de Daniel Lang en The New Yorker34acerca de la

    32. Der Spiegel 35 (1971). 33. E. Kinkead, Reporter at Large, en The New Yorker,26 de octubre de 1957. 34. The New Yorker,4 de septiembre de 1971.

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    evolucin de un caso muy tpico para comprender que, si se quiere rea-lizar en este pas con xito una poltica aventurera y agresiva, tiene que

    operarse un cambio decisivo en el carcter nacional del pueblo ame-ricano. Lo mismo cabra deducir de la oposicin extraordinariamentefuerte, muy calificada y bien organizada que, de cuando en cuando, hasurgido en el interior del pas. Los norvietnamitas que atentamente ob-servaron tales evoluciones a lo largo de los aos tenan en ellas puestassus esperanzas y, al parecer, acertaron en su estimacin.

    Todo esto puede cambiar sin duda. Pero algo se ha tornado claroen los ltimos meses: los tibios intentos del Gobierno de burlar las ga-rantas constitucionales y de intimidar a los que haban decidido no de-jarse intimidar e ir a la crcel antes de ver mermadas sus libertades, nohan sido suficientes para destruir la Repblica ni probablemente lo se-rn. Hay razn para esperar, como el veterano de Lang uno de los dosmillones y medio de la nacin, que el pas pueda recobrar su mejoraspecto como resultado de la guerra. S que no cabe apostar por esodijo, pero no se me ocurre pensar en otra cosa35.

    35. Ibid.

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    gumento nos devuelve a la idea popular, y quiz a la errnea concepcin,sobre la conducta de Scrates, pero su aceptacin en este pas parece estar

    muy reforzada por una de las ms firmes caractersticas de nuestro dere-cho [gracias a la cual un individuo] es impulsado o en algn sentido obli-gado a ejercer un significativo derecho legal mediante un acto personalde desobediencia civil3.Esta caracterstica ha dado lugar a un extrao y,como veremos, no siempre feliz matrimonio terico, de la moralidad y dela legalidad, de la conciencia y de la ley.

    Como nuestro sistema dual de legislacin permite la posibilidadde que una ley estatal sea incompatible con una ley federal4,puedecomprenderse que, en sus primeras fases, el movimiento de los dere-chos civiles, aunque se hallara claramente en estado de desobedienciacon los reglamentos y leyes del Sur, no tuviera ms que recurrir, den-tro de nuestro sistema federal, por encima de la ley y de la autoridaddel Estado, a la ley y la autoridad de la nacin; no exista la msligera duda, se nos dijo, de que a pesar de que durante cien aosno se haban cumplido las leyes, la legislacin estatal quedaba invali-dada por la federal y de que eran quienes estaban al otro lado losque se enfrentaban con la ley5. A primera vista los mritos de esta

    construccin parecen considerables. La dificultad principal de un ju-rista para hacer compatible la desobediencia civil con el sistema le-gal del pas, es decir, el que la ley no pueda justificar la violacin de

    Para las referencias a Scrates y Thoreau en estas discusiones, vase tambin E. V. Ros-tow, The Consent of the Governed: The Virginia Quarterly (otoo de 1968). 3. As E. H. Levi, en The Crisis in the Nature of the Law, en The Record of theAssociation of the Bar of the City of New York (marzo de 1970). El seor Rostow, por el

    contrario, sostiene que es error corriente considerar tales infracciones de la ley como ac-tos de desobediencia a la ley (op. cit.),y W. C. McWilliams, en uno de los ensayos msinteresantes sobre el tema Civil Disobedience and Contemporary Constitutionalism:Comparative PoliticsI (1969) parece coincidir por implicacin. Subrayando que las ta-reas [del tribunal] dependen, en parte, de la accin pblica, concluye: El tribunal acta,en realidad, para autorizar la desobediencia a la por otra parte legtima autoridad y de-

    pende de los ciudadanos que aprovecharn su autorizacin (p. 216). No logro ver cmo

    se puede remediar as el despropsito del seor Levi: el ciudadano transgresor de una

    ley, que desea convencer a los tribunales para que decidan sobre la constitucionalidad de

    ese instrumento legal, debe hallarse dispuesto a pagar el precio por ese acto, como cual-

    quier otro transgresor de la ley, bien hasta que los jueces se pronuncien sobre el caso,bien despus, si la decisin le fuese contraria.

    4. N. W. Puner, Civil Disobedience; An Analysis and Rationale:New York Uni-versity Law Review 43 (octubre de 1968), p. 714.

    5. C. L. Black, The Problem of the Compatibility of Civil Disobedience with Ame-rican Institutions of Government: Texas Law Review 43 (marzo de 1975), p. 496.

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    la ley6, parece ingeniosamente resuelta por la dualidad de la legisla-cin americana y la identificacin de la desobediencia civil con el he-

    cho de transgredir una ley para poner a prueba su constitucionalidad.Existe adems la ventaja complementaria, o as parece, de que por susistema dual el derecho americano, a diferencia de otros sistemas le-gales, ha hallado un lugar visible y real para esa ley ms alta sobrela que, de una forma o de otra, sigue insistiendo la jurisprudencia7.

    Se necesitara bastante habilidad para defender esta doctrina en elterreno de la teora: la situacin del hombre que pone a prueba la legi-timidad de una ley violndola constituye, solo marginalmente, si aca-so, un acto de desobediencia civil8;y al que desobedece fundndose enfuertes convicciones morales y recurre a una ley ms alta le parecermuy extrao que se le pida que acepte las decisiones distintas del Tri-bunal Supremo durante siglos como inspiradas por una ley superior atodas las leyes, ley cuya caracterstica principal es su inmutabilidad. Enel terreno de los hechos, en cualquier caso, esta doctrina fue impugnadacuando los desobedientes del movimiento de los derechos civiles dieronpaso a los resistentes del movimiento contra la guerra, quienes desobe-decan claramente la ley federal. La impugnacin fue terminante cuando

    el Tribunal Supremo se neg a decidir sobre la legalidad de la guerra deVietnam, apoyndose en la doctrina de la cuestin poltica, es decir,precisamente en la misma razn por la que durante tanto tiempo se ha-ban tolerado, sin el menor impedimento, leyes anticonstitucionales.

    Mientras tanto, el nmero de desobedientes civiles o de potencialesdesobedientes civiles, esto es, el de personas dispuestas a manifestarseen Washington, haba crecido constantemente y, asimismo, la inclina-cin del Gobierno a tratar a quienes protestaban como si fueran delin-cuentes comunes o a exigirles la prueba suprema del autosacrificio:el desobediente que ha violado una ley justa debe dar la bienvenida asu castigo (Harrop A. Freeman ha sealado muy bien lo absurdo deesta demanda desde el punto de vista de un abogado: ningn abogadoacudira a un tribunal para decir: Su seora, este hombre quiere sercastigado9. Y la insistencia sobre esta infortunada e inadecuada alter-

    6. Vase en el nmero especial deRutgers Law Review: Civil Disobedience and the

    Law(21, otoo de 1966), C. Cohen, p. 8. 7. Ibid., H. A. Freeman,p. 25. 8. Vase G. Hughes, op. cit.,p. 4. 9. Civil Disobedience and the Law, cit.,p. 26,donde Freeman argumenta contra laopinin de Carl Cohen: Como el desobediente civil acta en una estructura legal cuyalegitimidad acepta, este castigo legal es algo ms que una posible consecuencia de su acto

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    parece legalmente injustificable. Por eso debemos distinguir entre losobjetores de conciencia y los desobedientes civiles. Los ltimos son, en

    realidad, minoras organizadas unidas por una opinin comn ms quepor un inters comn y por la decisin de adoptar una postura contrala poltica del Gobierno, aunque tengan razn para suponer que seme-jante poltica goza del apoyo de una mayora; su accin concertada pro-viene de un acuerdo entre ellos, y es este acuerdo lo que presta crditoy conviccin a su opinin, sea cual fuere la forma en que lo hayan al-canzado. Son inadecuados si se aplican a la desobediencia civil los argu-mentos formulados en defensa de la conciencia individual o de los actosindividuales, esto es, los imperativos morales y los recursos a una leyms alta, sea secular o trascendente13; en este nivel no solo ser difcilsino imposible velar por que la desobediencia civil sea una filosofa dela subjetividad [] intensa y exclusivamente personal, de forma tal que,cualquier individuo, por cualquier razn, pueda desobedecer14.

    I

    Las imgenes de Scrates y de Thoreau aparecen no solo en la literaturade nuestro tema, sino tambin, lo que es ms importante, en las men-tes de los mismos desobedientes civiles. Para quienes han sido educadosen la tradicin occidental de la conciencia y quin no lo ha sido?parece solo natural considerar su acuerdo con los dems secundario

    13. Norman Cousins ha formulado una serie de casos en los que funcionara el con-cepto de una ley superior puramente secular:

    Si hay un conflicto entre la seguridad del Estado soberano y la seguridad de la co-

    munidad humana, se antepone la comunidad humana.Si hay un conflicto entre el bienestar de la nacin y el bienestar de la humanidad, se

    antepone el bienestar de la humanidad.Si hay un conflicto entre las necesidades de esta generacin y las necesidades de ulte-

    riores generaciones, se anteponen las necesidades de ulteriores generaciones.Si hay un conflicto entre los derechos del Estado y los derechos del hombre, se ante-

    ponen los derechos del hombre. El Estado justifica su existencia solo si sirve y salvaguar-da los derechos del hombre.

    Si hay un conflicto entre el ord