Crecimiento y Guano en El Perú Del Siglo XIX
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CRECIMIENTO Y GUANO EN EL PERÚ DEL SIGLO XIX
por
Shane J. Hunt (1973)
I
Los países industrializados del mundo son ricos, América Latina es pobre. Detrás de las
expresiones felices de satisfacción con el desempeño económico en el corto plazo en un
país o incluso en toda la región, esta condición ineludible persiste, exigiendo solución pero
hasta ahora sin encontrarla, trayendo privación a los pobres y la humillación a todos en
cada generación.
La enorme tarea de los latinoamericanos y latinoamericanistas es encontrar el escape de la
pobreza. Sucesivas generaciones de comentaristas sociales y científicos sociales han
buscado la salida mediante la búsqueda de las causas. Entre los economistas en recientes
generaciones, Prebisch y otros asociados con la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL) han buscado la respuesta en el patrón de especialización impuesta por la
economía mundial, el comportamiento de los mercados mundiales de productos básicos, y
el comportamiento diferencial de los mercados de factores en los países ricos y pobres. De
este análisis surgió el estructuralismo en la década de 1950, seguido por la discusión de la
dependencia externa y la dominación que ha dominado la década de 1960.
Si bien no carece de perspectiva histórica, los distintos análisis que surgen de esta escuela
de pensamiento se han centrado sobre todo en explicar el pasado reciente. En los últimos 20
años, el único período para el cual existen estimaciones confiables de PIB, el crecimiento
anual per cápita de América Latina se ha estimado en 2,0%. Parece justo decir que la
mayoría de comentaristas de América Latina ve este record como insatisfactorio. El
pesimismo que impregna cada Estudio anual económico de América Latina de la CEPAL
da fe de ello. Países como Japón muestran qué se puede hacer, y lo que América Latina no
está haciendo, por lo que persiste la brecha entre América Latina y los países ricos del
mundo.
Sin embargo, un tasa de crecimiento per cápita real de 2,0% no difiere mucho de la
experiencia de los países actualmente desarrollados en los últimos 150 años. Visto desde
una perspectiva proporcionada por la experiencia histórica de Europa y América del Norte,
la pobreza en América Latina hoy en día debe ser explicada, no por un bajo crecimiento en
el pasado reciente, sino más bien porque el crecimiento empezó tarde. La lógica
convincente del interés compuesto muestra que si se hubiera logrado 2,0% de crecimiento
per cápita desde la independencia (alrededor de 1820), y se hubiera mantenido a través de
las décadas, un nivel inicial tan bajo como $100 per cápita se hubiera multiplicado hasta
1,837 dólares en 1967, superior a la media de Europa occidental. Un simple cálculo de este
tipo llevó a Davis a la conclusión de que la producción per cápita de Chile no podría haber
crecido más de un 1% entre 1855 y 1955, sustancialmente menos que la reciente tasa
bastante baja de 1.65% mostrado por las cuentas nacionales.
Así, la evidencia sugiere que las economías de América Latina se estancaron en el siglo
XIX, una época que parecía llena de promesa económica después de que se había ganado
independencia política y una economía mundial en expansión parecía capaz de estimular un
cambio económico significativo. A pesar de esta promesa, el registro se ve tan mal que un
historiador de la economía ha sugerido que ha ocurrido una disminución regional en renta
per cápita desde 1830 hasta 1880.
En un entorno donde la pobreza persistente sigue siendo tan grave cuestión social, y donde
la comprensión de sus causas es una cuestión intelectual tan seria, el historiador de la
economía se enfrenta a un desafío especial al tratar de explicar por qué el primer siglo de
independencia política trajo estos malos resultados económicos para América Latina. Sólo
unas pocas personas hasta ahora han tratado de abordar el tema. Uno de ellos es Celso
Furtado que escribió sobre Brasil. Furtado ubicó el estancamiento de la primera mitad del
siglo XIX en la evolución desfavorable del sector externo, aunque reconoció factores
conductuales también. ¿Por qué, se pregunta, los Estados Unidos creció tan constante en un
periodo en que Brasil se estancó? En parte porque el producto de exportación de América
del Norte, el algodón, encontró mercados mundiales mucho más boyantes, y también
porque los pequeños agricultores y comerciantes urbanos que gobernaron Estados Unidos
tenía inclinaciones más fuertes para el ahorro y la innovación de lo que tuvieron los
propietarios de esclavos de Brasil.
La experiencia de Brasil es importante porque Brasil es bien grande. Perú es importante ya
que es tan característico, y debido a su carácter distintivo ha inspirado a los estudiosos para
abordar la cuestión de qué salió mal.
No es ningún problema en absoluto ver qué salió mal en las tres primeras décadas del siglo
XIX. Un período colonial de casi 300 años de duración sólo terminó en 1826 cuando la
última bandera española fue arriada desde las almenas de la Fortaleza del Real Felipe. En
sus últimos años, esta experiencia colonial había sido una de estancamiento económico y
decadencia política. Las oportunidades de crecimiento económico presentes para los países
en todo el mundo en el siglo XIX no podían ser aprovechadas por el Perú hasta que las
luchas con España se terminaran. El caos inicial de la formación de una nueva nación
extendió el período de estancamiento forzado unos años más allá de 1826, por lo menos el
primer tercio del siglo XIX fue una pérdida total, en cuanto al crecimiento económico se
refiere.
Sin embargo, los dos tercios restantes mantenían una brillante promesa. La independencia
política tuvo su correlato económico en la liberación del comercio exterior. Los controles
españoles y los impuestos españoles fueron eliminados. Las oportunidades de progreso
económico que se pueden obtener al adherirse a la economía mundial en crecimiento,
aceptando su asignación de la producción especializada, eran bien apreciadas. Más aún, el
Perú era el afortunado propietario de un producto de exportación con mercados mundiales
boyantes. En este caso el producto era el guano, el excremento seco de las aves marinas,
desde 1840 hasta 1879 el Perú era prácticamente un monopolista mundial en el guano, y el
guano era el único fertilizante comercial disponible para la agricultura en el mundo. Sin
embargo, al final de los frenéticos 40 años de bonanza del guano, el Perú parecía haber
logrado muy poco progreso económico a cambio del agotamiento de tan valioso recurso
natural. Reflejando la desilusión nacional que siguió a la Era del Guano, los historiadores
del Perú (Jorge Basadre) la llamaron la Prosperidad Falaz.
La experiencia de Perú en la Era del Guano se ha dado a conocer a un público amplio a
través de la cuidadosa síntesis de Jonathan Levin. El análisis de Levin hace hincapié en el
carácter de enclave de los sectores de exportación que existen independientemente de la
economía nacional, sin proveer estímulo interno a menos que los gobiernos sean
cuidadosos en forzar vínculos a través de impuestos y el gasto público, o a través de otras
leyes. En el desarrollo histórico de las economías de exportación, Perú en la Era del Guano,
es tomado como el ejemplo clásico de una oportunidad perdida, un enclave que pasó a
través de su existencia apartado de la economía doméstica sin que nunca proporcione un
fundamento para el crecimiento interno auto-sostenido. Siendo claros, impuestos fueron
recogidos en abundancia, pero Levin sostiene que el gasto del gobierno que esto hizo
posible consistió en gran parte de transferencias a una masa creciente de pudientes
tenedores de bonos, burócratas y pensionistas, cuya propensión marginal a importar era
muy alta. Por lo tanto ningún estímulo se creó para la producción nacional, y cuando
terminó la Era del Guano, el Perú era casi el mismo que había sido al principio. Y medio
siglo de oportunidades de crecimiento se habían ido.
Este documento contiene una evaluación de la aplicabilidad del modelo de enclave de
Levin a la Era del Guano del Perú, pero su enfoque es más amplio que eso. El mayor
problema consiste en evaluar si el crecimiento económico se produjo durante el siglo, y si
no, ¿por qué no? Esto nos involucrará en la búsqueda de puntos emergentes de alta
productividad, capaces de generar y reinvertir un excedente económico, en un paisaje en
gran medida de pre-economía capitalista. La industria del guano fue el generador más
importante de excedentes, pero otros sectores como la minería y la agricultura también
tiene que recibir atención.
Comenzamos con un estudio de la economía peruana en el período colonial tardío,
prestando especial atención a la decadencia económica que caracterizó a las décadas de
cierre de la dominación española. Una vez que se establezca esta línea de base, este artículo
examina el record de la expansión de las exportaciones durante el siglo XIX, prestando
especial atención a la generación y distribución de los ingresos del guano y al testeo de la
pertinencia del modelo de enclave de Levin. Se concluye que este modelo no proporciona
una explicación plenamente satisfactoria del estancamiento económico del Perú, y sugiere
una alternativa que de mayor énfasis a las inelasticidades de la oferta en el sector doméstico
y a las decisiones desafortunadas de proyectos de inversión pública.
II
La herencia colonial pesó fuertemente en la recién independizada República de
Perú. Antiguamente un centro de poder virreinal y de opulencia, que había heredado un
sistema económico inclinado en especial a la minería y a la generación de importantes
excedentes de exportación de la plata, que durante siglos había proporcionado los recursos
para las guerras de la corona española. En el sistema colonial maduro del siglo XVIII, sin
embargo, las minas peruanas estaban en problemas, y así también el resto de la economía.
El apogeo de la minería peruana llegó y se fue en el primer siglo de dominio colonial. Se
inició con el descubrimiento de la gran montaña de plata en Potosí en 1546, continuó con
una rápida expansión hecha posible gracias a las instituciones de reciente creación y a las
tecnologías que resolvieron los problemas de la oferta de factores. El problema de la oferta
de trabajo fue resuelto en parte por la presencia de un gran número de indígenas,
desplazados por la conquista de su estatus estable en el marco del Estado inca y reducido a
una fuerza de trabajo flotante dispuestos a convertirse en trabajadores asalariados en las
minas. La otra parte de la solución reside en la adaptación de la mita, anteriormente una
institución inca de los servicios contributivos de mano de obra, a un sistema de trabajo
forzado en gran medida destinado a las minas.
El principal desarrollo tecnológico llegó con la invención de un método mucho más
eficiente para la fundición de la plata, mediante el uso de amalgama de mercurio. Este se
introdujo en el Perú en 1571, tan sólo 3 años después del descubrimiento de grandes
yacimientos de mercurio de Huancavelica, e hizo posibles aumentos sustanciales en las
tasas de producción de plata.
Adicionales importantes hallazgos mineros se hicieron en el siglo XVII, incluyendo los dos
yacimientos más importantes en el actual Perú. Cerro de Pasco minerales fueron
descubiertos accidentalmente en 1630, y el auge de la plata en la región de Puno se inició
en 1657. Sin embargo, la producción de plata del Virreinato del Perú fue dominada por
Potosí y se situó en su nivel más alto en los primeros decenios del siglo XVII. A partir de
entonces la producción mostró una tendencia a la baja hacia la mitad del siglo XVIII (ver
Tabla 1 en paper original).
A mediados del siglo XVIII se encontró la minería peruana en un lamentable estado. Las
riquezas de las vetas habían sido extinguidas en muchas minas, y la producción podría
mantenerse sólo mediante la adopción de nuevas tecnologías. Por desgracia, la
progresividad tecnológica evidente dos siglos antes se había disipado. A pesar de que
algunas nuevas técnicas estaban siendo introducidas en el siglo XVIII, tales como el uso de
la voladura para la excavación, el catálogo de innovaciones necesarias que no se
introdujeros hace una lista mucho más larga. Tanto los observadores contemporáneos y los
historiadores posteriores han lamentado la falta de maquinaria de bombeo, la regulación
deficiente o ausencia de drenaje y túneles de ventilación, la falta de desarrollo y aplicar
estrategias eficaces y seguras para la explotación de yacimientos minerales. Esta última
deficiencia fue quizás el más grave. Los depósitos minerales fueron explotados no por
empresas centralizadas, sino por los gremios de los mineros. Las prácticas peligrosas e
inútiles que habían pasado sin previo aviso durante los días felices no podía ser modificado
por decisión de una autoridad central. Las operaciones de fundición, arcaicas para los
estándares europeos, se vieron obstaculizados por la escasez crónica de mercurio, ya que la
mina real en Huancavelica fue incapaz de mantener sus tasas de producción anteriores.
El mercurio no era el único factor que escaseaba: los mecanismos para la contratación de
mano de obra y la entrega a las minas, tan cuidadosamente elaborado en el siglo XVI, se
desintegra en el siglo XVIII. Las pérdidas de población de la época colonial fueron
particularmente graves en las provincias que recibieron el mayor peso de las llamadas para
trabajar en las minas a través de la mita. Año tras año, las mismas levas de trabajo se
aplicaban sobre una población en declinación, la mita siendo tan exigente pasó a
convertirse en la principal causa de pérdida de población en algunas zonas. Esa gran
presión no podría mantenerse para siempre. A través de la evasión, a través de escape, ya
través de las grandes rebeliones que iban a venir más adelante en la década de 1780, los
indios resistieron lo mejor que pudieron, y los problemas de oferta de trabajo agravaron las
dificultades de las minas peruanas.
En las zonas mineras y en otras partes, el Perú de mediados del siglo XVIII era un país
despoblado, en comparación tanto con lo que había sido o lo que sería un siglo y medio más
tarde. En los dos primeros siglos de dominación colonial, la población indígena había
pasado por un desastre demográfico. Como muestra el Cuadro 2 se observa, la población
indígena de 1754 contaba con sólo 35% lo que había sido en el primer censo colonial de
1561. Sin embargo, el período más desastroso de pérdida de población había ocurrido antes
de 1561.
La población del Perú Inca, y por tanto la magnitud de la pérdida inicial de la población
bajo el golpe de la conquista, ha sido estimado por una variedad de académicos que utilizan
una variedad de supuestos heroicos. Incluso los más cuidadosos se han basado en pruebas
documentales de la población antes de la conquista de un puñado de provincias. Las
comparaciones entre las cifras anteriores a la conquista y posteriores estimaciones del censo
para las mismas áreas han permitido obtener relaciones de despoblación que han sido
extrapolados a continuación en todo el país. Rowe obtuvo tal evidencia para cinco
provincias y llegó a la conclusión de que la población de 1572 era aproximadamente una
cuarta parte lo que había sido en 1525. Su estimación de la población para 1525 salió a 6
millones para todo el Imperio Inca, o cerca de 4.250.000 para esa parte del imperio que es
ahora el actual Perú.
Los cinco ratios de despoblación de Rowe variaron ampliamente en magnitud y fiabilidad,
consistieron en dos ratios costeros altamente cuestionables de 16:1 y 25:1, junto con tres
ratios de la sierra un poco más confiables de 3:2, 3:1, y 4:3. Smith volvió a trabajar estas
tres relaciones de la sierra, añadió datos más precisos de dos regiones adicionales, y llegó a
una población antes de la conquista de 4.641.200, con una proporción de despoblación de
3,4: l para la sola sierra. Esto implica una población de 3.250.000 para esa porción de la
sierra en el actual Perú.
Smith dio con toda propiedad un tratamiento distinto a la Sierra y al cambio de la población
costera. Las pérdidas parecen haber sido más graves en la costa. Numerosos observadores
españoles describen valles de la costa, como casi totalmente despoblada y desierta. Sin
embargo uno debe quejarse que la proporción de despoblación costera de Smith de 58:1
parece como un conejo sacado de un sombrero. Parece casi igualmente razonable suponer
que fue de 6:1 o 10:1 o 100:1. El tratamiento por separado de la costa y la sierra aísla el
hecho de que no sabemos nada sobre el alcance de la disminución de la población costera.
Podemos establecer un límite superior más vinculante a la población antes de la conquista,
abandonando ratios de despoblación y simplemente suponiendo que la capacidad de
absorción de los valles de la costa no podría haber sido mayor de lo que es hoy en día. En
algunos valles antiguas obras de irrigación cubren áreas que han caído de nuevo en
desierto, pero en otros valles las obras modernas extienden los cultivos más allá de los
límites antiguos. Los rendimientos por unidad de tierra irrigada sería de esperar que sea
mayor hoy en día, y la urbanización es más amplia, incluso sin considerar la metrópoli de
Lima-Callao. El censo de 1961 registró una población costera de 2.015.871, sin incluir las
zonas urbanas de Lima-Callao. La proporción de despoblación 6:1 se puede utilizar para
fijar un límite inferior a la población anterior a la conquista, que luego sale 608.274. Este
rango se encuentra ahora debajo el dato de Smith de 7.500.000, y proporciona estimaciones
de población pre-conquista para el área total de tierras del actual Perú, que oscilan entre
3.850.000 y 5.250.000. De acuerdo a estas estimaciones, los niveles de población anteriores
a la Conquista no se alcanzaron de nuevo hasta en algún momento entre 1910 y 1930. En la
mitad del siglo XVIII, por lo tanto, el Perú estaba cerca del punto más bajo de la trayectoria
en forma de U de la población post-conquista, conteniendo no más del 15-20% de la
población que había tenido antes y que tendría de nuevo en el siglo XX.
El problema de la asignación de causas a la disminución de la población durante el período
colonial es en gran medida uno de evaluación de la importancia de las enfermedades. Esto
no se ha hecho todavía de manera rigurosa. El registro de las enfermedades europeas
diezmando los pueblos nativos americanos está bien documentado en muchos casos, por lo
que es extraño, que Kubler, en su estudio clásico, deba identificar a la dispersión, el huir de
la autoridad española, como la razón principal. Como corolario, llegó a la conclusión de
que la primera caida seria de la población a cause de las epidemias se produjo sólo en
1720. Esta propuesta ha sido refutada por una crónica cuidadosamente documentada de los
horrores de las epidemias en el Perú antes de 1720, pero desafortunadamente esa
documentación da poca evidencia de la relación entre los informes de testigos oculares y la
pérdida total de la población, y no hay evidencia en absoluto de la capacidad de
recuperación entre las epidemias. La importancia de las enfermedades en la explicación de
la pérdida de población sigue siendo desconocido. Por otro lado, es difícil estar de acuerdo
con Kubler que más de la mitad de la población del Perú simplemente se desvaneció en la
selva y la pampa, para nunca más ser vistos por las autoridades españolas. Por el momento
nos quedamos con nada más que el catálogo vago de las posibles causas repetidas por
Rowe y antes de él por Grana y otros: las guerras civiles, epidemias, anarquía, la extorsión,
y el choque cultural.
En este país vacío de mediados del siglo XVIII, la pura producción de subsistencia seguía
siendo una actividad económica importante en la mayoría de las zonas rurales. Sobre-
impuesta sobre la economía de subsistencia indígena, sin embargo, había una economía
española comercial diseñada para extraer excedentes de la economía indígena a través de
las obligaciones laborales de la hacienda, a través de pagos de tributos requeridos de todos
los indios varones adultos, ya través de la propia mita. La economía comercial se encargaba
en gran medida de los alimentos, telas, y la distribución de importaciones recibida de
España.
Al igual que la producción minera, el comercio y la producción comercial, probablemente,
también se situaron en un punto bajo en la mitad del siglo XVIII. Las rutas comerciales más
importantes de la sierra suministraban a las minas de Potosí con alimentos y bebidas de
Arequipa y tela del Cuzco. Como la producción de plata de Potosí declinó, también lo hizo
su demanda de suministros. Otras de las principales zonas agrícolas del Perú estaban en los
valles costeros y parecía incapaz de recuperarse de una prosperidad anterior. Alguna vez el
centro de una producción diversificada que suministraba prácticamente todas las
necesidades de Lima y otros centros urbanos en el virreinato, los valles de la costa al
parecer, se volvieron infértil después del terremoto de 1687. Todos los observadores
parecen de acuerdo en esto, aunque el proceso agronómico sigue siendo oscuro. Cambios
químicos en el subsuelo puede ser adecuadamente puesto en duda, pero algunas evidencias
de rendimiento del trigo más bajas, de problemas con los suelos arenosos o salinosos, y de
las reducciones de la superficie cultivada, sugieren retrocesos causados ya sea por semi-
permanente interrupción de las obras de riego o por plagas del trigo. En cualquier caso, el
curso del siglo XVIII vio a las haciendas costeras perder el mercado del trigo en Lima a
favor de las importaciones de Chile y al parecer fue incapaz de recuperarse a través del
desarrollo de otro cultivo u otro mercado.
El comercio exterior estaba bastante restringido por el sistema colonial, que canalizaba
todas las importaciones hacia el Perú a través de la flotilla de galeones y la Feria de
Portobelo en Panamá. El sistema sirvió para la ventaja de los comerciantes de Lima, que así
monopolizaban todo el comercio de importación a Chile, Charcas (Bolivia) y Perú. Sin
embargo, su monopolio tenía poder sobre un flujo muy limitado de productos. El sistema
de flotas resultó tan engorroso y poco fiable que a mediados del siglo XVIII se derrumbó
bajo la competencia del contrabando que llegaba a través del los puertos del Caribe y
Buenos Aires.
A lo largo de la última mitad del siglo XVIII, la Corona española en el reformismo
borbónico empujó y empujó la oxidada maquinaria administrativa de Perú virreinal con la
esperanza de mejorar las condiciones económicas y fiscales. Las reformas internas tuvieron
sólo un impacto modesto. Los intentos de resucitar el mercurio de las mina de Huancavelica
fracasó por completo, las reformas fiscales de Areche lograron muy poco, y el nuevo
sistema de la administración local sobre la base de Intendentes, si bien removió excesos
anteriores de corrupción, tuvo poco impacto en el sistema económico. Los principales
cambios que experimentó la economía peruana llegó a partir de dos de las decisiones más
importantes de la política colonial en general: la transferencia de Charcas al nuevo
Virreinato del Río del Plata en 1776, y la introducción del libre comercio dentro del sistema
colonial español.
Estos cambios trajeron nuevos problemas a una economía virreinal ya debilitada. La
pérdida de Charcas, con sus riquezas de plata de Potosí, supuestamente asestó un duro
golpe, en parte porque las importaciones europeas a partir de entonces hacia una de las
zonas mineras más ricas ya no pasaría por Lima, en parte debido a que Arequipa y Cusco
perderían gran parte de su comercio de alimentos, licores y textiles. La liberalización del
comercio era otro revés a los comerciantes de Lima. Las nuevas rutas desde España por
Buenos Aires o en tránsito directo por el Cabo de Hornos, significaba la extinción de la
Feria de Portobelo, y también del monopolio de los comerciantes de Lima. La ruta del Cabo
de Hornos, estuvo monopolizada por los comerciantes de Cádiz desde su creación en 1740
hasta 1778. La competencia de Buenos Aires era aún más grave, no sólo en Charcas, sino
también en Chile, donde las importaciones procedentes de Buenos Aires podría ser
entregado a un menor costo.
A pesar de los problemas así creados, mi opinión es que esos cambios no fueron tan
desfavorables para la economía peruana. A fin de cuentas los comerciantes de Lima, en
particular y el comercio peruano en general, probablemente prosperó en la última mitad del
siglo XVIII. La fuente inicial de esta prosperidad radicó simplemente en la enorme
expansión del comercio posible gracias a la sustitución de estas nuevas rutas por la
engorrosa Feria de Portobelo. Aunque los comerciantes de Cádiz controlaban el comercio
de mar, la distribución interna de las importaciones fue un asunto peruano, y en los veinte
años de 1754 a 1774, este volumen de importaciones se incrementaron en alrededor de
cinco veces. Luego, en 1774 el comercio intercolonial fue liberado de las restricciones, y en
1778 el monopolio comercial de los comerciantes de Cádiz se abolió, a partir de entonces la
mitad del comercio Cádiz-Callao se llevó a cabo a cuenta y beneficio de los comerciantes
de Lima. Debido a la subida de Buenos Aires, la participación de Lima en el comercio de
importación Española-Americana se redujo en gran medida, pero el volumen de comercio
en el marco de un sistema libre comercial se expandió aún más. A pesar de sus propias
afirmaciones de la decadencia comercial producido por la pérdida del mercado de Charcas,
Céspedes estima que en la década de 1780 el consumo de las importaciones europeas en el
encogido Virreinato del Perú era un tercio más de lo que había sido antes de la creación del
nuevo Virreinato del Río del Plata.
A la vista de estos desarrollos comerciales, los sectores productores de productos básicos
les fue de otra manera. Minería da un panorama mixto. Por un lado, los problemas técnicos
persistieron sin resolución. Los contemporáneos continuaron deplorando las prácticas
anticuadas de fundición y los abandonos de numerosas minas. Un estudio de 1791 mostró
que 588 de las 1422 minas de plata de Perú fueron cerrados, principalmente por la
incapacidad para controlar las inundaciones. El gobierno virreinal se enfrentó a su problema
de la minería mediante la contratación de la misión Nordenflicht de asistencia
técnica. Familiarizados con las técnicas más modernas de Alemania, la misión llegó en
1788 y trabajó 22 años en un vano esfuerzo para mejorar la práctica de la minería
peruana. Las razones ofrecidas por su fracaso dan un anticipo de los esfuerzos de asistencia
técnica en los últimos años. Según algunos, la misión Nordenflicht no adaptó su
conocimiento a las condiciones especiales del entorno local. Según otros, el medio
ambiente local (es decir, los gremios de los mineros) se mantuvo totalmente resistentes a
cualquier cambio. Mientras tanto, continuó la anarquía agradable en el que cada miembro
del gremio seguía su propio interés. En 1786 esto se tradujo en el colapso de la mina de
Huancavelica a través del robo de los pilares, por lo que a los otros males de los mineros de
plata se añadió la pérdida de fuentes de mercurio.
Sin embargo, a pesar de todas estas dificultades, la producción minera aumentó en la
segunda mitad del siglo XVIII. El incremento se muestra en las estadísticas de la tabla 1,
tanto para Potosí y para las zonas mineras en lo que es ahora el Perú. En el mismo estudio
que deploraba la decadencia de las minas peruanas, Baquíjano señaló que en Lima se
acuñaba 400.000 marcos de plata al año (en 1791), mientras que no más de 230.000 había
sido acuñado por año alrededor de 1750. Sin duda, una parte de este aumento debe
asignarse al descubrimiento fortuito de las minas de Hualgayoc en 1770. Sin embargo, el
aumento fue mayor que la producción de Hualgayoc, como indica el cuadro 1. Baquíjano
vinculó la recuperación minera directamente a la reactivación comercial: un mayor flujo de
bienes expandió la oferta de fondos prestables, presumiblemente mediante el aumento de
los beneficios mercantiles. La minería se recuperó a pesar de sus técnicas anticuadas, a
causa de un flujo ampliado de crédito a los mineros.
Estos mismos desarrollos comerciales dañaron el sector más importante de la actividad
industrial, la industria textil, cuya organización más general tomó la forma de un obraje,
generalmente ubicado en una zona rural y con el uso de la fuerza de trabajo de los
indígenas hombres, mujeres y niños. Algunos estaban conectados a las haciendas y se les
entregaba trabajo forzoso como parte de la mita. Otros se encontraban en villas de indios,
donde los trabajadores ofrecían sus servicios para poder pagar el tributo indígena. Otros
estaban libres de tales connotaciones coercitivas y simplemente contrataban mano de obra.
Casi todos los obrajes se dedicaban a la producción textil, y sólo una pequeña minoría
producían sombreros u otros artículos especiales.
En el sistema de comercio restringido colonial del siglo XVII, los textiles eran artículos
hechos en el Perú. Frente a altos costos de transporte, los textiles españoles simplemente no
podían competir en el Perú, a pesar de la legislación promulgada de vez en cuando a su
favor, y el Perú se vio obligado a ser autosuficiente. Silva Santisteban estima que el Perú
del siglo XVII contenía unos 300 obrajes, lo que sugiere una fuerza laboral de 15.000 de
quizá una fuerza de trabajo total de 750.000, que supone una proporción del orden del
2%. Es evidente la importancia de la decadencia de los obrajes a una economía todavía en
gran parte dedicada a la agricultura de subsistencia no se debe exagerar.
A finales del siglo XVIII, sin embargo, el número de obrajes se estima que se han reducido
a la mitad, a 150. La disminución se atribuye a la competencia de las importaciones,
particularmente de las mercancías procedentes por tierra desde Buenos Aires a través de
Charcas. Esta no es la única razón, sin embargo, gran parte de la producción de obraje había
sido consumido por la coacción a través del notorio reparto de efectos, por el cual los indios
se vieron obligados a comprar lo que los corregidores deseaban vender. Esta práctica fue
abolida en 1784, como parte de las reformas generales que se intentaron después de la
rebelión de Túpac Amaru, y la producción de los obrajes se redujo en consecuencia. La
mita fue abolida también en estas reformas, creando escasez de mano de obra, al mismo
tiempo que los mercados se vieron disminuidos.
Aparte de los obrajes, la actividad manufacturera de otro tipo, en los talleres artesanales de
diferentes tamaños, se mantuvo minúscula. Las diversas provincias del Perú se dedicaban
exclusivamente a actividades agrícolas y mineras. En cuanto a la propia Lima, casi todos
los productos que se enviaban a las provincias eran importados. Su función era comercial y
gubernamental, y de sus propios talleres se produjo sólo unos pocos sombreros, medicinas,
y productos de metal pequeñas.
En el más importante sector agrícola, la evidencia de la recuperación económica es
mixta. Las provincias del sur continuaban dependiendo de su comercio con Potosí. Mientras
que Céspedes y otros han hecho hincapié en la interrupción de este comercio causado por la
separación de Charcas del Virreinato, Potosí, sin embargo, continuó siendo un importante
mercado para las exportaciones peruanas. A pesar de las presiones de la competencia con
los productos europeos, en 1709 solamente, Arequipa envió aguardientes, vino, maíz y trigo
por valor de 1,300,475 pesos, mientras que Cusco logró 735,505 pesos en bayetas, prendas
de lana, azúcar y granos (ver Tabla 3). Las estadísticas de consumo elaborados en Potosí
durante este mismo período muestran que las compras totales anuales eran alrededor de
3.380.000 pesos, de los cuales los productos peruanos representaron 1.478.000 pesos, las
importaciones europeas 600.000 pesos, bienes chilenos 3000 pesos, y sólo 725.000 pesos
de la mercancía desde el virreinato de La Plata. Aguardiente de Moquegua representaron un
increíble 1.000.000 de pesos de este total. Las bayetas de Cuzco alcanzaron un valor de
210.000 pesos y no tenía competidores coloniales. Las importaciones europeas no se
diferencian, por lo que la porción que representa la competencia directa con los textiles del
Cuzco no se da.
El superávit comercial permanente con Potosí proporcionó un flujo de moneda boliviana
que continuaron circulando en Perú a través de gran parte del siglo XIX.
Mientras que la agricultura comercial en servicio a las zonas mineras, aparentemente
prosperó incluso a través de las fronteras virreinales, muchas partes de los fértiles valles de
la costa continuó con dificultades económicas. La evidencia de estancamiento requiere
análisis cuidadoso, sin embargo, lo que más se cita era la creciente dependencia de las de
Perú de las importaciones de trigo de Chile. Durante el siglo XVIII, la producción de trigo se redujo a una décima parte de lo que había sido, y para 1770 prácticamente todo el trigo
que se consumía era de Chile. Un estudio del valle de Lima en 1773 mostró que dos
terceras partes de la producción agrícola total consistió de alfalfa. Este cambio hacia un
cultivo de bajo valor se ha tomado como evidencia de la decadencia, pero podría
simplemente indicar cambios en su ventaja comparativa; causada en parte por el creciente
nivel del comercio interior por medio recuas de mulas alimentadas con alfalfa, en parte por
la creciente comercialización de la agricultura chilena , y en parte por el impacto diferencial
de las variaciones de la productividad después del terremoto en varios cultivos. En 1789, la
dependencia de Lima del trigo chileno se registró en la importación de 213, 000 quintales
por un valor de 275.000 pesos. Sin embargo, Perú también exportaba azúcar a Chile: las
estimaciones para 1793 son de 80.000-100.000 arrobas, que con un valor de 20 reales por
arroba vienen a 200.000-250.000 pesos. La dependencia de trigo chileno parece escasa
evidencia de la decadencia agrícola.
Otra evidencia de la decadencia se ha encontrado en la triste situación financiera que las
haciendas costeras informaron en declaraciones tomadas por el visitador Areche a
principios de la década de 1780. Esta evidencia de confiabilidad superficial se ha visto
afectada por el hecho de que las investigaciones de Areche era parte de una búsqueda de
nuevas fuentes de ingresos fiscales. Las declaraciones contrastan con los hallazgos de
Macera de una prosperidad sólida en haciendas de los jesuitas en la víspera de su
expropiación en 1767. Probablemente las haciendas de los jesuitas fueron particularmente
bien gestionadas, si es así, al menos muestran que resultados rentables no se encontraban
fuera del alcance de una buena gestión.
Nos quedamos con una imagen económica imperfecta de la agricultura costeña. Podemos
dudar de algunas de las pruebas de la continuada decadencia, pero al mismo tiempo, vemos
poca evidencia de auge y expansión. Sin duda, en cada valle ciertas haciendas estaban en
problemas económicos. Por otra parte, la prosperidad de la exportación de azúcar estaba
distribuido de manera desigual, por lo que las dificultades golpeó algunos valles con
especial intensidad. Así, las 40 haciendas azucareras encontradas en el valle de Trujillo en
1793 estaban en decadencia, después de haber perdido sus mercados a favor de Cañete. Sin
embargo, 51 otras haciendas, aparentemente prosperaron en la producción de cultivos
alimentarios, encontrando mercados para el arroz del valle en Lima, la sierra, y Chile. El
cuadro presentado por Chancay fue aún más sombrío. Escribiendo en los últimos años del
siglo, Hipólito Ruiz dio cuenta de que, "en los valles de Chancay, en los viejos tiempos se
solía cosechar el trigo y el vino, pero ahora nada se recoge".
A pesar de los puntos económicos positivos en el azúcar de Cañete o la eficiencia de los
jesuitas, parece probable que las haciendas costeras tuvieron gran dificultad en hacer los
ajustes necesarios al cambiar la ventaja comparativa. Normalmente, se esperaría que
crecientes importaciones como el trigo de Chile produjeran un drenaje monetario y la
reducción de los precios y los costos hasta que las haciendas costeras puedan recuperar
parte del mercado de Lima y encontrar mercados de exportación también. A pesar de que
estadísticas de precios que lo corroboren no existe en la actualidad, parece probable que
este ajuste monetario no tuvo lugar por dos razones. La razón primera y más importante
radica en la circulación de la plata cada vez mayor causada por la expansión de la minería y
el continuo superávit comercial con Potosí. El segundo radica en el hecho de que la
estructura de costos de la hacienda se mantuvo insensible a los niveles de precios internos,
siempre y cuando las haciendas continuaran usando la fuerza de trabajo de los esclavos
importados. Así, las declaraciones dadas a Areche, aunque tal vez exageradas, se debe dar
una cierta credibilidad. Después de haber perdido el mercado del trigo en Lima, pero de
haber ganado algunos mercados de azúcar en el extranjero, no había nada más para las
haciendas costeras que hacer. Estimaciones de Baquíjano muestran que el algodón peruano
y el azúcar eran irremediablemente caros para las posibilidades de ventas en Europa. El
Perú se mantuvo principalmente como un país exportador de plata, al final del siglo la plata
(y oro) todavía formaban el 37% del total de exportaciones a Europa (Ver Tabla 3).
Con el cierre del siglo XVIII, por lo tanto, la economía colonial peruana se caracterizó por
la decadencia industrial, la debilidad agrícola, la recuperación de la minería y la
prosperidad comercial.
A lo largo del período colonial, las grandes oportunidades de generación de excedentes e
inversión residían en la minería. Las estadísticas de comercio coloniales indican los
enormes excedentes de la cual Perú era capaz en sus primeros días de bonanza. Las
estimaciones para 1561-1650 indican que las exportaciones españolas a la América
española ascendió a sólo el 20% del valor del oro y la plata retornado a España. En el caso
del Perú, las importaciones fueron probablemente un menor porcentaje todavía que el valor
de sus exportaciones de plata. Perú contribuyó alrededor de dos terceras partes de los
envíos totales de tesoros de América a España durante este período de 90 años, pero es más
probable que recibió mucho menos que dos tercios de las exportaciones de mercancías de
España a todo el continente americano.
Alrededor del 25% de las exportaciones de metales preciosos durante este mismo periodo
se realizaron por cuenta del gobierno, que representan transferencias a las Arcas de la
Corona. Las otras tres cuartas partes fueron remitidos a cuentas privadas, que con el tiempo
se convertirían en los fondos para un lujoso retiro en España para los peninsulares que
vivían en el Perú. Es evidente que el Perú era un buen lugar para hacer dinero, pero no para
disfrutarlo.
A fines del siglo XVIII, la balanza comercial presentó un panorama muy diferente, como
muestra la Tabla 3. El fenomenal excedente de exportación y salida de capitales de los
siglos anteriores había desaparecido. Un reajuste sustancial en la balanza de pagos se había
hecho necesarias por el descenso de largo plazo en la principal industria de exportación del
Perú; al mismo tiempo, la liberalización del comercio había producido tan fuerte un
aumento de las importaciones que tanto la agricultura doméstica y la industria estaban
sufriendo. Por otra parte, el ajuste no fue facilitado por un cambio favorable en los términos
de intercambio, ya que Perú exportaba dinero y el mundo estaba sufriendo una inflación en
el siglo XVIII. En otras palabras, el precio del dinero en bienes estaba en declive, y los
términos de intercambio estaban en contra del Perú.
Si bien algunos ajustes en la balanza de pagos Colonial podría haberse llevado a cabo por
una fuga monetaria antes de 1750, el mayor cambio se produjo en la salida de capital
correspondiente a los excedentes de exportación. El aumento de las importaciones fue
posible, con ingresos de exportación más bajos, sólo por un descenso aún mayor en la
salida de capitales. La causa de este descenso más frecuentemente mencionada estaba en la
triste condición de las Arcas de la Corona. Los problemas fiscales se mantuvieron
significativos al menos desde 1770, pero los mejores esfuerzos tanto de los virreyes y
visitadores no pudieron limitar los gastos crecientes de la burocracia. En 1790-94, los
ingresos fueron de sólo un 20% mayor que los gastos, prácticamente la totalidad del
margen se explica por el monopolio del tabaco, cuyos beneficios estaban destinados a la
repatriación a España.
Con menos frecuencia se menciona pero lo más importante fue la disminución de
remisiones privadas. En la década de 1790 se habían contraído a menos de la mitad de un
total reducido. Sin duda, gran parte de los beneficios de la minería se mantuvo en el Perú
durante el siglo XVIII, ya que muchas familias españolas se había convertido en familias
criollas. Por otra parte, en comparación con los días de bonanza pocas grandes fortunas se
hicieron en las minas agotadas de finales del periodo colonial. El estancamiento de las
exportaciones por lo tanto, en parte, trajo su propia regularización de la balanza de pagos
por en un descenso paralelo de las exportaciones de capital privado.
El superávit comercial potencial aún disponible para la exportación de capital a finales del
siglo XVIII seguía siendo algo mayor que lo sugerido por las cifras del cuadro 3, ya que la
última mitad de la década de 1780 fue un período de importaciones extraordinariamente
altas, causada por el reabastecimiento de Lima después de un período de escasez por el
tiempo de guerra. En circunstancias más normales las importaciones se esperaba que fueran
sólo dos tercios de las exportaciones. Es evidente que un excedente invertible de grandes
proporciones aún existían en la, en parte, anquilosada economía de los últimos tiempos del
Perú colonial. En lugar de dedicarlo a la inversión sin embargo, éste fue en parte exportado
a España, en parte utilizado para el consumo de la sociedad virreinal, y en parte utilizado
para el sostenimiento de una burocracia peso pesada.
A pesar de los signos de recuperación parcial de la producción de productos básicos,
Baquíjano, escribiendo en 1791, todavía se lamentaba de "el estado actual de miseria del
Perú". A pesar de cierta recuperación demográfica, la población de Perú se mantuvo
pequeña en relación con la inmensidad de la tierra, aislados por las enormes dificultades de
transporte, lo que provocó al con frecuencia optimista Baquíjano desánimo de mejora,
"siendo evidente que un estado despoblado no se puede hacer ningún progreso con éxito en
estas ramas [agrícolas] de la industria ... donde hay, por tanto, una deficiencia de manos
para las operaciones rurales, y de bocas para el consumo, el estímulo es nulo ".
La lenta expansión de la población continuó en las primeras décadas del siglo XIX. Kubler
estima que la población del Perú en 1836 haber sido alrededor de un 13% superior a la
referencia de 1795 o, por referencia a la Tabla 2, alrededor de 1.300.000. Este crecimiento
en ocasiones se ha interpretado como una evidencia prima facie de la mejora del nivel de
vida, pero una explicación más probable es por una mejor protección contra las
enfermedades epidémicas, sobre todo después de la introducción de la vacuna contra la
viruela. No obstante el aumento de la población, parece razonablemente seguro de que
durante 1800-1830 el Perú sufrió nada más que reveses económicos, las guerras
napoleónicas primero trayendo la interrupción del comercio, y las guerras de la
Independencia a continuación, llevaron a la interrupción y destrucción generalizada en el
Perú mismo. La tendencia de la población de Lima sirve como un indicador mejor para las
condiciones económicas. Estimaciones cuidadosas en 1793 y 1836 muestran resultados
prácticamente idénticos. Lima creció en un 22% desde 1793 hasta 1820, y luego disminuyó
en un 15% entre 1820 y 1836. En el Perú rural durante este último período, la interrupción
de la producción comercial obligó a las familias campesinas a retornar a la economía de
subsistencia de los indios.
El resurgimiento de final del siglo en la minería continuó hasta quizá 1805, pero después de
la desorganización económica cada vez mayor de las rutas comerciales interrumpidas, las
restricciones del crédito y los problemas de oferta de trabajo cada vez se hicieron sentir
más. Disminución de la producción indicadas por algunos de los datos de la Tabla 1
(columna 7 por ejemplo) puede ser exagerada, ya que la desorganización administrativa
probablemente hizo cada vez más atractiva la exportación de contrabando de plata piña. Sin
embargo, los datos más fiables sobre las monedas de plata (columna 5) aún indican que en
1815-1820, los últimos años de dominio indiscutible español en el Perú, la producción de
plata se había reducido a poco menos de tres cuartas partes de lo que había sido en los años
pico de 1791 -1800.
Otros sectores sufrieron retrocesos similares. Durante las guerras de la Independencia, la
industria del azúcar perdió el control de su fuerza de trabajo esclava, a través de la
dispersión, el reclutamiento militar y la abolición del comercio de esclavos. Entre las
prósperas plantaciones de azúcar de Cañete la única que evitó la ruina era propiedad de un
patriota, cuyos servicios militares hicieron que el general San Martín exima a sus esclavos
de la leva. En el cercano Pisco, la producción de azúcar y vino se hundió a una cuarta parte
de los niveles anteriores. Todavía en la década de 1830, mientras que la oferta interna se
restableció aproximadamente, las exportaciones totales de azúcar se mantuvieron en sólo
alrededor de 35.000 arrobas, en lugar de los 150.000 estimados en 1793.
Aparte de los metales preciosos y el azúcar, las exportaciones anuales solo por rutas
oceánicas se acercó a los 1.197.000 pesos en los últimos años del siglo XVIII. En la década
de 1820 esto se había reducido a vino, arroz, sal y unos pocos de artículos de algodón
totalizando unos 345.600 pesos, enviados exclusivamente a Chile y Ecuador. Desde la
perspectiva de la década de 1820, el pesimismo de Baquíjano de la década de 1790 quedó
en el olvido, pues la década de 1790 parecía una edad de oro en comparación. "Durante ese
período (1785-1795)", Ricketts escribió en 1826, "el Perú no estaba sólo en un estado
floreciente tanto en lo que respecta a sus minas y su comercio, sino también como
referencia a los capitales que poseían los individuos, a la comparable extensión de sus
manufacturas, y a su navegación ... Desafortunadamente, esta imagen favorable no puede
ser dibujado ahora, pues los horrores que vinieron por la lucha por la independencia han
oscurecido tanto el horizonte que sólo un destello se ve de la brillante perspectiva que
puede esperar el Perú ... Las tierras son de desecho, los edificios por ser reconstruidas, la
población disminuye, el gobierno inestable, faltan leyes justas que se establezcan, nuevos
capitales que se obtengan, y la tranquilidad falta que se la asegure”.
En tal condición terminó Perú una experiencia colonial que había sido no para el progreso,
injusta y desafortunada.
III
Cuando la Guerra de Independencia había terminado, la estancada economía peruana que se
embarcó en su carrera republicana carecía de evidentes motores para el desarrollo
económico. Su futuro económico no parecía sin promesa, pero la promesa se llevaría a cabo
sólo a través de la aparición de sectores capaces de generar y reinvertir el excedente
económico. Estos sectores podrían surgir sólo después de la transformación de ambas
condiciones y la respuesta conductual a esas condiciones.
Esta transformación podría haber tenido lugar poco a poco en un Perú autárquico, pero la
velocidad del cambio económico del siglo XIX no daba ninguna oportunidad para dicha
evolución. Las presiones económicas e ideológicas para lograr su integración con la
economía mundial eran irresistibles. Correspondientemente, las Influencias externas
determinaron los sectores que recibirían la oportunidad para la generación de excedentes.
La oportunidad del Perú para la transformación económica se transmitiría a través de sus
sectores de exportación.
Todo esto no se presentó como desventaja para el Perú: el Perú respondió a las
oportunidades de la economía mundial ingresando a un período de 50 años de crecimiento
sostenido de las exportaciones. La respuesta llegó en gran medida por la buena fortuna, la
suerte de contar con los recursos naturales listos para la exportación, pero esta circunstancia
no debería disminuir la importancia de la diferencia respecto a períodos anteriores de
estancamiento, tanto interno como de la exportación. Las tasas de crecimiento de la Tabla 4
indican el patrón de expansión de las exportaciones. Ellos muestran un importante
crecimiento durante el siglo. La ampliación de diez veces en las exportaciones totales entre
1830 y 1900 representa una tasa media de crecimiento anual del 3,35%. La tasa de
crecimiento promedio de 1830 a 1878, el último año sin guerra de la Era del Guano, fue de
5,7% anual.
La Tabla 4 también muestra que el crecimiento global de las exportaciones procedió con
aceleraciones y pausas, en función a que los diferentes productos de exportación adquirían
o perdían las oportunidades de mercados en el exterior. Tales oscilaciones alrededor de la
tendencia de largo plazo proporciona una base para el marcado de los sub-períodos de
crecimiento del siglo XIX.
1. Recuperación después de la independencia ( - 1840): Este período se caracterizó por la
recuperación de la producción de plata, casi a los niveles alcanzados en la última década del
siglo XVIII. Las exportaciones de lana también se desarrollaron significativamente durante
la década de 1830.
2. Fase temprana de la Era del Guano, (1841-1849): Europa recibió sus primeros
embarques de guano del Perú en 1841, y dentro de pocos años, el boom del guano estaba en
marcha. Sólo seis años más tarde, en 1847, el guano ya se había convertido en el producto
de exportación más importante del Perú. Sin embargo, la revolución provocada por el
guano de las finanzas públicas peruanas iba a venir después. Mientras tanto, otras industrias
de exportación entraron en un período de estancamiento completo que iba a durar veinte
años.
3. Fase consolidada de la Era del Guano, (1850 - 1878): el punto de transición de una
versión anterior de la Era del Guano a otra, es un tanto indistinto, y puede colocarse en
cualquier lugar entre 1848 y 1854. Los mismos períodos son claramente separables, sin
embargo. La fase consolidada de la Era del Guano se caracterizó por un gran aumento en el
volumen de las importaciones, en los ingresos del guano como porcentaje de los ingresos
totales del gobierno y en las exportaciones de guano como porcentaje de las exportaciones
totales. En el último de estos criterios, la línea divisoria parece mejor situada entre 1849 y
1850, cuando las exportaciones de guano saltaron del 34,3% al 50,2% de las exportaciones
totales y desde entonces contribuyeron más del 50% de las exportaciones para todos los
años, excepto algunos pocos, durante la siguiente dos décadas y media.
La proporción de guano en las exportaciones totales alcanzó un máximo en 1854, en
73,8%, con un promedio de 57,0% para 1850-1860. Las exportaciones de guano siguieron
creciendo en la década de 1860 y principios de 1870, pero comenzando en 1861 otras
industrias de exportación, finalmente comenzaron a moverse, por lo que la proporción de
guano disminuyó ligeramente en 1860 y considerablemente en la década de 1870. Las
exportaciones de guano subieron de un promedio anual de 351.000 toneladas en 1850-60 a
450.000 en 1861-1870 y 468.000 en 1871-1878, pero la cuota de exportación del guano de
estos dos últimos períodos se redujo a 55,5% y 40,0% respectivamente. La dependencia del
Guano fue así poco a poco disminuída con el tiempo. Por desgracia, el impulso central de la
diversificación vino a través del desarrollo de las exportaciones de nitratos, sobre todo
después de la nacionalización por parte del gobierno de la industria en 1873. Las
exportaciones de nitratos se duplicaron entre 1870 y 1878, cuando ascendieron a 68% de
las exportaciones de guano y el 26% de las exportaciones totales. Este prometedor
comienzo fue sofocado por la captura chilena de las provincias salitreras, al mismo tiempo
que la guerra asestó un golpe mortal al comercio del guano.
Entre otras industrias de exportación, la expansión más importante se produjo en el azúcar,
que comenzó a hacer incursiones en los mercados europeos alrededor de 1866 y se
multiplicaron en la década de 1870. Las exportaciones totales, que rebasaron por primera
vez las 10.000 toneladas en 1869, superaron los 80.000 en el año pico de 1879. Las
exportaciones de algodón también se expandieron durante estas décadas, pero nunca
adquirió la importancia del azúcar. Mientras tanto, en la Sierra, el estancamiento
prevaleció. La producción de plata no mostró una tendencia al alza en lo absoluto, y el
crecimiento de las exportaciones de lana fue, en el mejor de los casos, modesto.
El crecimiento de las exportaciones durante la fase consolidada de la Era del Guano fueron
un promedio de 4,5% anual. Las exportaciones distintas del guano y el salitre crecieron a
6,0% anual durante 1860-1878.
4. La invasión y el colapso (1878 - 1881): El colapso al final de la Era del Guano fue
completo y demoledor. Involucró el agotamiento de los depósitos de guano, la pérdida
territorial de las provincias salitreras, la destrucción de gran parte de la industria azucarera
a través de una serie de incursiones de castigo, y la sumisión a un ejército chileno de
ocupación desde 1880 hasta 1883. La manifestación económica de estos desastres se vio en
una abrupta caída de las exportaciones. Expresado como porcentaje del pico de 1878, las
exportaciones totales cayeron a 49% en 1879, 24% en 1880, y a 21% en el año
1881. Mientras que el guano y los nitratos dejaron de ser de forma permanente los
principales productos de exportación, el azúcar, plata, algodón, lana todos sufrieron
reveses, de modo que en 1883 habían disminuido a 41, 74, 59, y 46% de sus respectivos
niveles de 1879.
5. Lenta recuperación (1881-1895): Estas cuatro supervivientes industrias de exportación
experimentaron patrones muy diferentes de recuperación en la posguerra. Las exportaciones
de lana volvieron a la normalidad tan pronto como las hostilidades concluyeron y se volvió
a abrir los canales comerciales. La incipiente industria del algodón y la antigua industria de
la minería necesitaron sólo unos pocos años más, sus exportaciones se habían recuperado a
los niveles anteriores a la guerra en 1890. La industria azucarera había sufrido una
destrucción mucho mayor de capital, sin embargo, y el camino de la recuperación fue muy
lento. Niveles de exportación anteriores a la guerra no fueron superados hasta 1897. La
recuperación fue incluso más lenta para las exportaciones en el agregado. Los niveles de la
Era del Guano no se recuperaron hasta alrededor de 1905, cuando la composición de las
exportaciones había cambiado drásticamente y el país estaba inmerso en una era nueva y
muy diferente de crecimiento impulsado por exportaciones.
Perú se acercó a la nueva era a través de un período de lenta recuperación económica, que
se caracterizó por la importante consolidación política y diplomática. El sistema de
gobierno destrozado fue recompuesto de nuevo, se llegó a un arreglo con los tenedores
extranjeros de bonos y el gobierno militar fue derrocado por la revolución de 1895. El
promedio de crecimiento de las exportaciones durante la reconstrucción ascendió a 4,0%
anual.
6. Nueva economía exportadora (1895-1929): Este período pertenece propiamente a la
historia económica del Perú del siglo XX. Sobre la base de las exportaciones de azúcar, el
algodón, el cobre y el petróleo, que testimoniaron los días felices de control oligárquico
durante la República Aristocrática y continuó en forma modificada bajo el dictador Leguía
hasta el colapso siguiente en 1929. En los últimos años del siglo XIX, desde 1895 hasta
1900, las exportaciones totales alcanzaron una tasa de crecimiento del 13,1% anual.
Este trabajo analiza las tendencias de exportación, tanto porque los datos están disponibles
y porque existe la presunción de una relación entre las exportaciones y las variables clave
del crecimiento económico nacional y la transformación. ¿Cuáles son las variables
clave? En primer lugar, el producto real. Aunque no sabemos prácticamente nada de las
tendencias en la productividad de los factores y los salarios reales, suponemos que los
factores usados en las industrias de exportación fueron más productivos de lo que habían
estado anteriormente en la actividad interna. Segundo, ingreso real. Esta mayor
productividad debería haberse traducido en una capacidad de importación creciente. La
tendencia en la capacidad de importación, o los términos de intercambio de los ingresos,
está dado por un índice de cantidades de exportación multiplicado por los términos de
intercambio neto, como se muestra en la Tabla 5. Los datos se derivan de las estadísticas
oficiales británicos del comercio entre Reino Unido y Perú y comienzan en 1855 debido a
que los estadísticos comenzaron valoraciones razonablemente exactas de las exportaciones
británicas en 1854.
Los términos de intercambio de los ingresos dan una imagen muy diferente del progreso
económico en el siglo XIX. En términos de poder adquisitivo de las importaciones, la
recuperación del colapso post-guano resultó ser mucho más difícil de lo que indican las
estadísticas de cantidades, ya que el Perú sufrió un fuerte deterioro en sus términos de
intercambio neto durante la “Gran Depresión” de Europa1. Tanto los precios de las
1 Existe evidencia estadística que Europa tuvo una desaceleración en su crecimiento entre 1873 y 1896, sin embargo para algunos esta desaceleración no fue tan seria como para llamarla una “Gran Depresión” (Saul 1969). Nota del editor, tomada de “The Cambridge Economic History fo Modern Europe” pg. 64
importaciones como los precios de exportación cayeron durante este período, pero los
precios de exportación cayeron más. En 1900 los precios de textiles de algodón (expresada
en libras esterlinas) había caído a 64% de sus niveles de 1870, pero los textiles de lana se
había reducido sólo a un 93% de los niveles de 1870 y los precios de hierro había
aumentado de hecho en un 33%. En el lado de las exportaciones los descensos fueron más
precipitados. Los precios del guano, el azúcar y la plata de 1900 se situaron en sólo el 37%,
47% y el 45% de sus respectivos valores de 1870. La única exportación cuyo precio se
mantuvo firme durante la Gran Depresión fue el de los nitratos, pero esto resultó de poco
consuelo al Perú después de 1880.
Así, en 1900 los términos de intercambio se habían reducido a sólo el 50 - 60% de los
niveles de 1870. El poder adquisitivo de las exportaciones se mantuvo en sólo 65 a 68% del
nivel de 1855, a pesar del hecho de que la cantidad de las exportaciones fue 22% más
alto. El camino de salida del desastre económico fue más largo y rocoso, gracias a la
dinámica de los precios de las materias primas durante la Gran Depresión.
Una tercera y última razón para el examen del desenvolvimiento de las exportaciones se
apoya en la presunción de que los sectores de exportación tienen grandes perspectivas para
la generación de superávit. Estando basados en recursos naturales, la producción en estos
sectores se podría esperar que generen las más significativas rentas y cuasi-rentas en la
economía. Además, era de esperar que estos sectores sean una importante fuente de ahorro
y reinversión, los heraldos del capitalismo, en parte debido a su capacidad de generar
excedentes y en parte porque estaban en contacto estrecho con la economía capitalista
mundial. Un análisis de las perspectivas para la generación de excedentes debe proceder a
través de un examen caso por caso de los sectores de exportación más importantes.
Un primer candidato obvio para el examen es la minería, el motor principal de la riqueza
colonial. Costos de transporte interno prohibitivos continuaron la tradicional
especialización en la producción de plata, y nuestras mejores estimaciones de las
exportaciones de plata, que se muestran en la Tabla 4, muestran un estancamiento
persistente en la mayor parte del siglo. Los mismos problemas que habían afectado a la
industria en el período colonial, continuaron sin resolverse: el atraso tecnológico,
inundaciones de las minas, el agotamiento de los yacimientos, oferta de trabajo inadecuada.
Los tres primeros motivos fueron tal vez los más importantes y están relacionados entre sí:
los cuerpos de mineral por encima de la capa freática se estaban agotando, y la tecnología
disponible no podía manejar los problemas de inundación creado por impulsar los ejes por
debajo del nivel freático.
Las estructuras organizativas agravaron los problemas técnicos. Sus interrelaciones se
ilustra mejor con la experiencia de Cerro de Pasco, entonces como ahora, el centro minero
más importante del país. En el ambiente montañoso de Cerro y otras grandes minas, el
drenaje siempre se puede lograr por la perforación de túneles largos hacia los valles
cercanos más bajos. Cerro se mantenía completamente inundada cuando se terminó el
primer túnel de drenaje en 1760. La producción se restableció rápidamente, pero nunca
volvió a estar Cerro libre de los problemas del agua. A partir de entonces la minería avanzó
en ciclos irregulares, en función al precario equilibrio entre el agotamiento de los
yacimientos recién escurridos, la difícil decisión de seguir adelante con nuevos túneles de
drenaje, y la finalización de los túneles. El túnel de Quiulacocha, por ejemplo, se inició en
1806, se interrumpió en 1816 cuando bombas nuevas se trajeron, se reanudó en 1825 por
una compañía de Inglés que se declaró en quiebra quince meses más tarde, se reanudó de
nuevo por el gobierno peruano en 1827, y se terminó finalmente en 1839. Proporcionó una
bonanza hasta que los nuevos yacimientos se agotaron en 1855. Pero con el paso de esta
bonanza ninguna otra explotación estaba lista para la apertura y tomar el relevo. Otro túnel,
el Rumiallana, se había iniciado en 1825 por el quijotesco inglés de la Pasco Peruvian
Company, pero el siglo cerró antes de su finalización. Mientras tanto, las bombas
impulsadas a vapor demostraron ser sustitutos no fiables. Rivero escribió en 1828 de
"desconfianza de una máquina que no ofrece ninguna garantía en funcionar", que también
"tronará, cuando menos se piense". De hecho, la caldera había estallado unos meses
antes. Lo mejor de los esfuerzos posteriores con bombas y motores tuvo sólo un éxito
limitado. De las tres máquinas de vapor contratados en 1848, sólo dos llegaron a ponerse a
trabajar, y un informe de 1859 las encontró paralizadas después de frecuentes averías. Otro
esfuerzo con los motores de vapor en 1872 fracasó por completo.
Esta experiencia contrasta con la expectativa, ampliamente difundida en la víspera de la
Independencia, que la tecnología minera británica podría poner nueva vida en las minas
gastadas de la América española. La adquisición de los instrumentos de la tecnología
resultó ser ningún problema. Incluso antes de la Independencia, Cerro de Pasco recibió la
atención personal de Richard Trevithick, inventor del motor de vapor de alta presión, que
instaló los motores en Cerro ya en 1817 sólo para ver sus obras destruidas por la guerra. Lo
que resultó mucho más difícil, sin embargo, fue una exitosa adaptación de esta tecnología a
un entorno institucional muy diferente.
Tres factores parecen haber agravado la dificultad. En primer lugar, incluso las empresas
competentes inglesas, como la empresa Abadía-Trevithick, una de las primeras, que
encontró en Cerro una perspectiva más dura de lo previsto. Después de haber contratado
con el Gremio de Mineros para captar agua de 40 metros por debajo del túnel de drenaje de
San Judas, encontró más allá de la capacidad de la empresa el hundir los pozos de bombeo
incluso a la mitad de esa profundidad.
Si los competentes tenían dificultades, sin embargo, el incompetente estaba perdido. La
Pasco Peruvian Company nació en la oleada de flotación de acciones de la minería
latinoamericana que puso eufóricos a los inversores de Londres en 1825. Armada con
150.000 libras esterlinas de capital pagado, la Pasco Peruvian hizo un contrato con el
Gremio para terminar el túnel de drenaje Quiulacocha, empezar el Rumiallana, y traer las
bombas y motores de vapor. Pero después de gastar cerca de 8000 libras esterlinas (40.000
dólares) en los túneles, estaba en bancarrota. Las máquinas de vapor se mantuvieron en
Lima, confiscadas por los acreedores. Los usos encontrados para la mayor parte de los
capitales de la Pasco Peruvian siguen sin estar registrados, pero se puede adivinar a partir
de las siguientes observaciones:
"El gran error cometido por todas las compañías inglesas establecidas en 1825, para
explotar minas en la América española, se encontraba en llenarse de personas,
comprometidos con salarios altos, y los obreros con salarios extravagantes: estos gastos
consumieron gran parte de los fondos antes que cualquier obra haya comenzado. Estos
incluyen no sólo los inspectores y los capitanes de minería, sino también artesanos, todos
los cuales fueron enviados desde Inglaterra. Debido a un cambio total de vida y
circunstancias, los capitanes de minería y los artesanos, casi invariablemente, se volvieron
unos borrachos en corto tiempo, y se convirtieron en buenos para nada”.
A través de sus diferentes fases entre 1806 y 1839, el costo del túnel Quiulacocha fue
superior a los 750.000 pesos. Para el Gremio, se trataba de un montón de dinero, pero
representaba el valor de las ventas en Lima de sólo cinco meses de producción de
Cerro. Túneles de drenaje, sin duda, produjeron altos rendimientos en su inversión. La
decisión de inversión llegó a ser tan traumática para los mineros peruanos sólo por su
acceso tan escaso a las líneas de crédito. Tampoco podían financiar grandes proyectos de
sus propios recursos, excepto al ritmo lento y desesperante de un proyecto como
Quiulacocha. Perpetuamente ganando solo para vivir, los propietarios de las minas carecían
de dinero para capital de trabajo, así como para grandes inversiones. Para conservar los
fondos, habitualmente pagaban a los mineros en porciones de mineral, con lo que perdieron
cualquier posibilidad de usar una técnica minera eficiente pues los mineros robaban pilares
y saqueaban dispositivos, causando derrumbes frecuentes. Esta crónica escasez de capital
persistió durante todo el siglo como un importante obstáculo a la innovación tecnológica y
la expansión de la producción. Fue un obstáculo que la participación británica no hizo nada
para superarlo.
La escasez de capital está estrechamente relacionada con una tercera razón para el
estancamiento continuado. Esto se refiere a la deficiencia institucional de las operaciones
mineras de pequeña escala, ligeramente coordinada a través de un Gremio, cuando se
necesitaba planificar y llevar a cabo grandes inversiones. Herndon, en su visita a Cerro en
1851, describió la confusa toma de decisiones del Gremio en el momento en que el
estancamiento se establecía. Después de haber decidido la instalación de bombas para
drenar los niveles más bajos en el túnel de Quiulacocha, el Gremio había contratado las
obras a otra compañía inglesa. Entonces el rumor de hallazgos de mercurio en California
llegó, prometiendo reducir los costos de refinación y por lo tanto mayor ganancia en
minerales por encima del nivel del agua, por lo que integrantes del Gremio presionaron
para la cancelación del contrato de las bombas. Luego, buen mineral fue descubierto por las
operaciones de bombeo, y el pensamiento de los del Gremio cambió en sentido contrario.
Paralizado por la elección entre las bombas y los túneles y cortos de fondos, al final el
Gremio de Cerro de Pasco no eligió ninguna en una escala adecuada. El triste resultado se
evidencia en un estudio de 1875 en la región que encontró sólo 87 minas en operación de
un total de 700. Los motores de vapor estaban abandonados, túneles de drenaje
permanecían inconclusos, el trabajo terminado debido a "la desconfianza y a las
disensiones".
Cincuenta años antes Rivero había marcado como uno de los principales obstáculos para el
progreso, "las disputas continuas y arbitrariedades que se cometen por los jueces de paz y
de derecho." No es de extrañar que en tal agradable anarquía el crédito era difícil de
conseguir, incluso para simples adelantos. "Verdad es que la falta de cumplimiento en las
contratas con los mineros, y los vicios que se les atribuyen, inspiran una desconfianza para
habilitarlos." En los cincuenta años de la Era del Guano nada cambió en Cerro de
Pasco. Sin embargo, un bien planificado, intensivo en capital, sistema minero
tecnológicamente avanzada estaba fuera del alcance siempre y cuando se mantuviera la
toma de decisiones descentralizada del sistema gremial. La consolidación y racionalización
son condiciones previas necesarias para el surgimiento de una etapa más avanzada del
capitalismo. En el caso de Cerro de Pasco, la triunfante nueva institución tomó la forma de
un gigante extranjero ensamblado en Wall Street en los últimos años del siglo, por el propio
J.P. Morgan.
A las zonas mineras de menor importancia no le fue mejor que a Cerro de Pasco. Esas
minas que trabajaban en asociación con las haciendas sufrieron sobre todo por la escasez de
mano de obra cuando la presión de la contribución de indígenas fue removido. Los relatos
de los viajeros andinos perspicaces a menudo incluyen un catálogo deprimente de las minas
de plata inundadas y abandonadas.
Intentos de introducir nuevas tecnologías continuaron esporádicamente durante todo el
siglo, pero se encontraron en general con la dificultad y la escasez de rendimientos
financieros. Los más persistentes fueron los Pfluekers alemanes, expertos en técnicas de
refinación sajonas. En algunos casos lo lograron, pero sus innovaciones más ambiciosas de
Morococha no tuvieron éxito. En cuanto a los propietarios de las minas peruanas, muchos
eran nuevos en dicha propiedad, habían adquirido las minas tomadas de los españoles en la
Independencia, e incluso aquellos con experiencia en general, sabía muy poco de las nuevas
tecnologías europeas. Se decía que a menudo sabían tan poco como para no distinguir a los
incompetentes entre los ingenieros de minas extranjeros que contrataban. A través de la
mayor parte del siglo, por lo tanto, la velocidad de difusión tecnológica fue baja. Sólo en la
década de 1890 vemos pruebas de una más amplia, más vigorosa adopción de nuevas
tecnologías, pero en ese momento las oportunidades de todo un siglo habían casi pasado.
Cierto sentido de la condición financiera de la minería se puede derivar de los datos algo
erráticos de Cerro de Pasco:
Las comparaciones entre años debe abordarse con cautela, ya que muy posiblemente las
cifras fueron compiladas con supuestos diferentes en cuanto a la calidad del mineral y las
condiciones de refinación. Sin embargo, los datos nos dan algunas indicaciones claras sobre
las condiciones financieras. En primer lugar, muestran que el reto de mantener ganancias a
través de una tecnología ahorradora de costos recaía principalmente en la refinación, en
lugar de en las operaciones mineras. En segundo lugar, muestran una disminución constante
de los beneficios a lo largo de la Era del Guano. Si estimamos que el superávit de los
impuestos y las ganancias como un porcentaje del valor de la plata enviada a Lima,
incluyendo una cantidad razonable por concepto de beneficios a los propietarios de minas,
este excedente sale a casi el 30% en 1828, casi el 20% en 1851, y menos del 0% en 1875.
Hay dificultad para ver adonde fue ese excedente. Los empresarios de minería de la plata
no eran muy ricos. En Cerro de Pasco no se vio estilos de vida de lujo. Tampoco vemos
ningún registro que los mineros hayan sido empresarios multisectoriales que canalizaban
las ganancias de la minería hacia inversiones en otros lugares. En cuanto a las inversiones
en la minería en sí, las bombas y los túneles eran inversión bruta, pero el fracaso de ampliar
estas obras lo suficientemente rápido como para mantener la producción significaba que las
obras se depreciaban más rápidamente que lo que las nuevas obras construían, es decir, la
desinversión neta era lo típico. Aparte de los exiguos pagos de impuestos, la única porción
del excedente transferido fuera de la minería y que estaba disponible para la inversión en
otras partes se compone de los pagos efectuados por los operadores de las minas y las
fundiciones a los financistas de Lima que les había concedido crédito. Tenemos una
referencia de las tasas de interés exorbitantes pagadas, pero el volumen de crédito parece
haber sido muy restringido. Por otra parte, el uso de los ingresos por intereses de los
acreedores sigue siendo desconocido. A pesar de que nuestra ignorancia de los detalles es
por desgracia profunda, parece claro que la minería peruana generó muy poco en términos
de excedente invertible en el siglo XIX.
La agricultura en la Sierra se mantuvo unida a las fortunas de la minería. Entre sus diversos
productos, solo la lana tenía el suficiente valor por unidad de peso para superar los costos
de transporte para la exportación, pero las exportaciones de lana crecieron muy
moderadamente durante el transcurso del siglo XIX. El aislamiento restringió a que los
mercados para los cultivos de la Sierra sean las zonas mineras, así con la minería estancada
también lo hizo la agricultura de la Sierra. La producción comercial fue reemplazada por
actividades de subsistencia. Las haciendas tuvieron tendencia hacia la disolución, a pesar de
las crecientes oportunidades de apropiación de tierras a expensas de las comunidades
indígenas.
En el sur, la producción minera boliviana se había reducido drásticamente durante las
interrupciones de las guerras de independencia. Promediando más de 4 millones de pesos
anuales durante 1800-1805, la producción cayó por debajo de 2 millones de pesos en 1815-
1820, y no logró recuperarse durante las décadas siguientes. Potosí, anteriormente una
vibrante ciudad de la realeza que contaba nada menos que 160.000 habitantes en el siglo
XVII, se había reducido a tan solo 16.000 a mediados del siglo XIX. Para los aguardientes
de Moquegua, el trigo de Arequipa y las bayetas de Cuzco, un importante mercado se había
ido para siempre. En la Sierra Central, Cerro de Pasco continuó como un punto focal del
comercio, atrayendo los productos de Huánuco, Jauja y Huaraz, pero este comercio no
podía crecer mientras que Cerro no creciera.
Durante el siglo XIX la Sierra probablemente se mantuvo más aislada del resto del mundo
que en cualquier otro momento de su historia posterior a la conquista.
Un crudo indicador de este aislamiento se ofrece en las siguientes estadísticas postales, que
muestran la relación de los correos recibidos en un año determinado y la población total en
1876:
De ninguna manera podría la Sierra ser descrita como una colmena llena de actividad en los
primeros años del siglo XX. Sin embargo, en el apogeo de la Era del Guano su condición
era aún más moribunda. Es evidente que la Sierra no podía proporcionar un punto de
crecimiento económico y transformación durante el siglo XIX.
Mientras que las conexiones de la Sierra a la economía mundial se estaban cortando, la
agricultura costera encontró una nueva prosperidad a través de nuevos mercados de
exportación. Pero estos nuevos desarrollos se produjeron sólo en la década de 1860,
después de 30 años de estancamiento post-independencia.
La principal nueva oportunidad estuvo en la exportación de azúcar, una tradición peruana
de mucho tiempo. A finales de la época colonial el azúcar peruana había dominado el
mercado chileno y se había asegurados ventas adicionales en Argentina y Ecuador. A
mediados de la década de 1830, el nivel de exportación de cuatro décadas atrás fue
finalmente restablecido, basado enteramente en envíos a Chile. Pero con ese nivel
alcanzado, el comercio de exportación de azúcar no se desarrolló aún más, por falta de
mercados. A partir de 1835, los peruanos trataron de penetrar en el mercado Inglés, pero en
1839 el esfuerzo fue abandonado. Al parecer, no falló debido a altos costos de flete, sino
porque la forma de procesar el azúcar la volvía inadecuada a los gustos ingleses.
Problemas con la oferta de factores de producción también obstruyeron la
expansión. Mientras que las tierras de cultivo arables existían en abundancia a lo largo de
los valles de la costa, un cuello de botella referido una y otra vez en la historia del azúcar
fue: "falta de brazos". El trabajo esclavo proporcionó una solución para el problema hasta
la emancipación en 1854, pero esta solución no permitía la expansión, ya que la
importación de esclavos había sido prohibida en la creación de la República. Sólo después
de la sacudida de la emancipación se halló una nueva oferta de trabajo expandible en los
culíes chinos.
87.000 culíes se trajeron al Perú entre 1849 y 1874, las condiciones en las que trabajaban
fueron muy semejantes a las de los esclavos negros que los precedieron.
Los diversos obstáculos a la expansión de las exportaciones de repente se evaporaron
alrededor de 1860. Los precios mundiales del azúcar eran altos. Los precios del algodón se
dispararon por las nubes con la llegada de la guerra Civil de los EE.UU. y la escasez de
algodón. Los propietarios habían adquirido los medios para comprar los contratos de culíes,
en parte por los pagos recibidos por la liberación de sus esclavos, en parte, a través del
financiamiento disponible de los bancos recientemente creados y las concentraciones de
riqueza privada creada por la prosperidad del guano. Esta financiación hizo más que
simplemente comprar una fuerza de trabajo: permitió a las haciendas costeñas grandes
gastos con los fondos prestados. Nueva maquinaria, nuevos edificios y nuevos estándares
de consumo arribaron junto con los nuevos trabajadores y las nuevas plantaciones. Los
contactos comerciales establecidos a través de la experiencia con el guano dio a los
productores peruanos mucho mejor conocimiento de las condiciones del mercado
extranjero y los requisitos de calidad. Debido a retrasos en la respuesta de la oferta, las
haciendas de algodón dieron el salto en exportación en 1865-67, después que se había
terminado la escasez de algodón. Sin embargo mantuvieron e incluso ampliaron sus
mercados frente a la renovada competencia del sur de los EE.UU. Un flujo constante de
envíos de azúcar a los EE.UU. comenzó en 1862 y a Gran Bretaña en 1868.
En 1879 el azúcar representó el 32% de las exportaciones totales, habiendo crecido a una
tasa promedio anual de 23% desde 1862. La expansión se llevó a cabo en gran medida a lo
largo de la costa norte, en la misma región Trujillo-Chiclayo que había visto una anterior
industria azucarera derrumbarse en la década de 1790. En 1877 esta región representó un
58% de las exportaciones de azúcar del Perú. Un año más tarde su cuota subió a 68%. En
cuanto al algodón, en 1877 el 14% de las exportaciones fueron enviados desde Piura, el
38% del departamento de Lima, y el 42% de Pisco-Ica. Así, las dos décadas de prosperidad
que se iniciaron en 1860 transformaron el patrón geográfico de la producción de cultivos a
la forma que ha continuado hasta la actualidad. Estas décadas también fue testigo de la
introducción de una agricultura más científica, con publicaciones especializadas,
experimentación agrícola y obras de riego. Pero resultó una agricultura altamente
especializada en unos pocos cultivos. Cálculos aproximados del final del período ponen el
valor de la producción costera en 32 millones de pesos (soles) de los cuales estaba
representado el 47% de azúcar, 5-1/2% por el algodón, 4% en el arroz, el 28% de los vinos
y otros licores, y 15-1/2% por otros cultivos alimentarios.
Esta transformación operó dentro de las distintivas limitaciones impuestas por la estructura
de tenencia de la tierra. Incluso con la importación de culíes, la falta de brazos seguía
siendo una limitación a la producción, con mano de obra cautiva en cantidades
limitadas. Las haciendas no tenían ningún interés en pagar salarios más altos en un mercado
laboral libre, y se opusieron a la formación de una clase terrateniente sobre las tierras no
cultivadas. En estas condiciones, la costa del Perú continuó subpoblada, y las haciendas
tuvieron poca motivación para la producción de alimentos básicos. Cuando la construcción
del ferrocarril trajo un aumento en la demanda de alimentos, los alimentos se importaban de
Chile. Evidentemente, las haciendas peruanas no prestaron atención a un mercado creado
bajo sus narices por Henry Meiggs. En cuanto a los mercados urbanos de Lima, sus frutas y
verduras era abastecidas en gran parte por agricultores inmigrantes italianos.
Estos fenómenos confirman la imagen de los hacendados peruanos como empresarios poco
imaginativos, que se ampliaron a lo largo de unas pocas líneas usando líneas de crédito
prácticamente ilimitadas. Como Klinge ha señalado, la tradición familiar de la costa
peruana en general asignaba la gestión de las haciendas de la familia al hijo menos capaz,
cuyos hermanos más capaces se dirigirían a la política y a las profesiones liberales en
Lima. Todos los miembros de tal familia contribuían con el atributo clave del éxito de la
hacienda: el acceso al crédito. Sin embargo, el crédito se contrajo con la crisis financiera
que se apoderó de Lima en la última mitad de la década de 1870, y este colapso financiero
fue seguido por la destrucción física causada por la guerra del Pacífico. Escribiendo desde
una perspectiva de 1895, Garland describió la trayectoria de la industria azucarera con las
siguientes palabras:
"Pocas liquidaciones habrá habido en la historia comercial del Perú, más desastrosa que la
de los préstamos hechos, con liberalidad hoy incomprensible, a la industria
azucarera. Presumimos, tomando en consideración el valor de la moneda, solo se ha
salvado de ese descalabro el 33 por ciento, causando la pérdida de los veinte millones
restantes, la quiebra de varias casas de comercio, la ruina de los bancos hipotecarios y de
descuento , y fuertes pérdidas a los particulares. "
Garland estimó que en 1875 el endeudamiento de la industria del azúcar ascendió a S/.30
millones, de los cuales S/.17, 500,000 se debía al inmaduro sistema bancario. Si sólo un
tercio de ello era recuperable en caso de liquidación, S/.20 millones parece una estimación
generosa de la inversión fija total de la industria durante la Era del Guano. Como se verá en
la siguiente sección de este documento, S/.20 millones representa sólo un 5% del total de
ingresos del guano recibida por el gobierno peruano. Una parte muy pequeña de la riqueza
del guano era suficiente para transformar la agricultura de la costa. Las oportunidades de
crecimiento del azúcar fueron eclipsadas por las oportunidades presentadas por el guano
mismo.
IV
La exportación de enorme importancia durante el siglo XIX fue el guano depositado en las
islas rocosas de la costa del Perú. Sus características económicas fueron distintivas. Una vez
que su importancia como fertilizante fue descubierta y publicitada en Europa alrededor de
1840, se convirtió en el único fertilizante alternativo al estiércol. Aunque unos pocos
yacimientos fueron descubiertos en islas en otras partes del mundo, el Perú se mantuvo
esencialmente como un monopolio mundial en el suministro de fertilizantes por los
cuarenta años siguientes.
Ninguna otra exportación en la historia presenta menos problemas de producción. El guano
sólo tenía que ser cortado en los acantilados y puesto en los resbaladeros que llegaban hasta
las bodegas de los barcos que esperaban. Los requerimientos de capital consistía en picos y
palanas, los requerimientos de mano de obra no eran muy altos, la tecnología era primitiva
pero satisfactoria, el transporte doméstico era nulo. Las empresas extranjeras no tenían
ninguna ventaja particular que se deba a la sofisticación de la tecnología o las economías de
escala. Sin embargo, la cuestión del control extranjero se convirtió en un tema
controversial, sobre todo en los últimos años de la Era del Guano. Existió pues el Gobierno
del Perú deseaba aprovechar su monopolio no sólo a través del control de la producción,
sino también a través del control de una red mundial de distribución. El funcionamiento de
esta red requería enormes cantidades de capital de trabajo. En la operación de esta red, los
extranjeros, con su mayor acceso a los mercados de capitales más importantes, poseían una
ventaja decisiva. Hay que señalar, sin embargo, que esta ventaja sólo existía porque la
simplicidad de la técnica de producción causó que el Gobierno peruano aspire al control de
la distribución. El Perú en la Era del Guano fue en este sentido mucho más ambicioso que lo
son los exportadores de productos primarios hoy en día.
Durante cuarenta años, el mundo ganó una nueva fuente de suministro de fertilizantes. Al
ser un monopolio, y tratando de aprovechar su posición de monopolio en todo lo posible, el
Perú también debería haber ganado en gran medida de la explotación de este recurso. Sin
embargo, la fama reciente de la experiencia peruana se encuentra en el argumento de que la
exportación del guano proporcionó un beneficio mínimo para la nación. Levin ha
argumentado que el guano del Perú fue la típica exportación de enclave, sin
encadenamientos hacia atrás hacia la economía nacional y sin estimular la transformación
de otros sectores. Dada la virtual ausencia de un proceso de producción que genere
ingresos, toda conexión con la economía nacional tenía que venir a través de las ganancias
de los contratistas peruanos y los programas de gasto público hechos posible gracias a los
ingresos del gobierno del guano. Sin embargo, para el modelo de enclave ni siquiera estos
flujos existirían. Sostiene que el Perú obtuvo poco, más allá de la absorción inicial de
bienes de consumo por parte de los adinerados, ya que los incrementos de gasto público
tomaron la forma, en general, de transferencias a los pensionistas y los funcionarios
públicos, la mayoría de los cuales tenían una alta propensión marginal a importar. Levin sí
señala algunos beneficios más duraderos recibidos de la industria del guano, es decir, la
creación de una superestructura financiera, algo de reinversión en la industria azucarera de
reciente desarrollo, y, en los últimos años, un intento frenético de utilizar los ingresos del
guano para la construcción de ferrocarriles, pero éstos se consideran como detalles
adicionales más no como una refutación de la tesis central.
Levin formuló las proposiciones acerca de los flujos intersectoriales de recursos que
constituyen un modelo de enclave. También ofreció un ejemplo histórico interesante. Sin
embargo, su estudio no se metió en hacer los cálculos estadísticos necesarios para evaluar
la aplicabilidad del ejemplo histórico. Sin embargo, estas estimaciones se deben hacer, aquí
y en otros lugares, antes de que realmente podamos estar convencidos de que el concepto
de enclave describe al Perú en la Era del Guano.
Los inicios de estas estimaciones se encuentran en la Tabla 6. Allí se muestra que después de
un par de pobres contratos iniciales, mejores contratos se hicieron, produciendo una
asignación de los ingresos del guano en el que aproximadamente el 30% se destinó a cubrir
los costos, algo menos del 10% a las comisiones de los contratistas, y algo más del 60% a
los beneficios del gobierno. Incluso si tuviéramos que considerar la mitad de los costos a
ser como cargos excesivos que realmente ocultaban los beneficios del contratista, esta
asignación sería equivalente a una tasa impositiva del 71% sobre los beneficios de la
empresa concesionaria de los derechos de exportación. Esta tasa se aproxima en la
actualidad sólo a las industrias de exportación con mayor carga impositiva, y sólo después
de varias décadas recientes de aumento de estas tasas. Más aún, las cifras relativas a las
industrias de exportación actuales se basan en las ventas de exportación FOB en lugar de
las ventas finales en los mercados extranjeros. Hoy en día los gobiernos latinoamericanos
reciben prácticamente nada de los ingresos generados dentro de la red de distribución
internacional a través del cual van el flujo de sus exportaciones.
El beneficio potencial obtenido de un sector de exportación se puede evaluar de manera
más general, no sólo por los impuestos recaudados sino por la totalidad de los flujos de
ingresos, incluidas las transferencias que van desde la industria de exportación a la
economía nacional. El tamaño de estos flujos de ingresos con respecto al valor total de las
exportaciones ha sido la base para la evaluación de Reynolds de la industria del cobre
chileno, así como para la evaluación de Levin de los sectores de exportación en general y
del guano peruano en particular. Estos flujos, llamados valor retornado por Reynolds, sólo
proporcionan una medida aproximada a lo que nos interesa: los encadenamientos hacia
atrás, es decir, la inversión y la respuesta innovadora de la economía nacional a una mayor
demanda de su producto, por lo que el beneficio medido por flujo de ingresos muestra sólo
el potencial.
Los flujos de valores retornados se identifican con bastante rapidez en el caso de Guano. Se
componen de los costes laborales en las islas guaneras, los beneficios de los que abastecían
a los buques de la flota del guano, los beneficios del contratista en los casos en que los
contratistas eran peruanos, y los ingresos netos del gobierno peruano. Con respecto a los
costos de mano de obra, lo primero que se debe tener en cuenta es que el tamaño de la
fuerza de trabajo era minúsculo. Se observó, por ejemplo, que cerca de 1.000 trabajadores
estaban trabajando en las islas de Chincha en 1853, a cada trabajador se le asignaba una
cuota diaria de cuatro toneladas. Incluso si asumimos que la productividad laboral se redujo
a sólo dos toneladas por hombre para 1869-1870, esto haría que nuestra estimación de la
fuerza de trabajo se infle a sólo unos 1.600, y todavía se llegaría a la conclusión de que los
costos de mano de obra del bienio eran probablemente menos de 4% de los costos
totales. Considerando al guano en la misma forma que las industrias de exportación se ven
hoy, como industrias nacionales que producen un producto valorado a precios f.o.b., listos
para la exportación, el guano era un monopolio sin costo. Era una versión del manantial de
agua mineral de Cournot, con una sola persona embotellando el agua.
En el cálculo del valor retornado por lo tanto, los costos laborales eran demasiado pequeños
para ser dignos de consideración, dado lo inevitablemente aproximado de las
estimaciones. En cuanto a los beneficios de quienes abastecían a los buques, no hay
información disponible, pero probablemente también eran de importación menor. La
variación de la cuota del valor devuelto en el transcurso de la Era del Guano fue producido
por lo tanto sólo por los cambios en la nacionalidad de los contratistas, y por los cambios
en el éxito del gobierno en el logro de buenas negociaciones. Siguiendo estos cambios, la
Era del Guano se divide en tres periodos. El primero, desde 1841 hasta 1849, fue uno de
generalmente malas negociaciones y, en general, de contratistas extranjeros. La proporción
del valor retornado obtenido por el gobierno de las exportaciones ascendió a poco más de
33%. Esta proporción subió hasta un 65% con el Contrato de Gibbs de 1849, sin embargo, y
aumentaron en los últimos años a través de una decisión del Congreso de que las
licitaciones posteriores debiera dar preferencia a los peruanos. Para los siguientes 20 años,
todos los más grandes contratos fueron a peruanos, así que el valor retornado ascendió a la
suma de los beneficios del gobierno, las comisiones de los contratistas, y recargos a los
costos que realmente constituían beneficios ocultos de los contratistas. Como se muestra en
el cuadro 6, los dos primeros de estos elementos llegaron a alrededor del 70% del valor de
venta final, y los tres juntos por lo tanto, se puede estimar en algo en torno a un 75% de las
ventas finales.
La era de los contratistas peruanos terminó de golpe en 1869, cuando el gobierno canceló
todos los contratos vigentes en ese momento y entró en un acuerdo individual con la casa
francesa de Dreyfus. El cambio produjo una explosión política, ya que los contratistas
desposeídos se contaban entre las personas más ricas e influyentes en el Perú, por el simple
hecho de haber tenido los contratos. Esta oposición se ha reforzó considerablemente por un
sentimiento nacionalista muy ofendido por la entrega de las principales exportaciones del
país a manos extranjeras. Aquí, en efecto era un clásico entreguismo.
Debido a la confusión de esta revoloteante controversia, incluso el infatigable Rodríguez
modestamente se abstuvo de la elaboración de un balance final. La inmodestia flagrante del
autor de este artículo es sin embargo totalmente evidente en la Tabla 6. Algún sentido
residual de propiedad exige que resultados tan poco usuales sean explicados, y eso es lo que
la Tabla 7 intenta hacer.
Los resultados son inusuales, ya que no dan margen para que Dreyfus pueda haber cubierto
sus costos. Las cifras sugieren que el Perú exprimió totalmente a Dreyfus. Esta
interpretación se encuentra tan lejos de la sabiduría histórica convencional con respecto al
Contrato Dreyfus que no se puede sostener únicamente sobre la base de los cálculos que
aquí se presentan. A pesar de algún intento de impartir un sesgo a la baja a la participación
de Perú, en particular en la elección de los precios de venta finales, errores podrían haberse
introducido en los cálculos en demasiados lugares. Los datos sí parecen, sin embargo,
suficientes para una conclusión más modesta: que la cuota de valor retornado establecido
por acuerdos contractuales anteriores se incrementó en virtud del Contrato
Dreyfus. Comenzando con el Contrato de Gibbs de 1849, el gobierno peruano lo hizo
bastante bien para sí mismo en la negociación de guano. La última línea del cuadro 6 podría
sugerir un mal contrato al final de la Era del Guano, pero en realidad sólo guano de baja
calidad quedaba para 1877: los rendimientos por tonelada se redujeron mientras los costes
no se alteraron. El agotamiento total y el colapso total estaban a sólo unos pocos años de
distancia.
Si se pudiera volver a utilizar la historia reciente de la industria del cobre chileno como un
estándar de comparación, debemos concluir que la cuota de valor retornado del comercio
del guano fue muy alta. Como hemos visto, esta proporción se mantuvo por encima del
70% después de 1849, por el contrario, la cuota de valor retornado del cobre chileno
aumentó constantemente pasando de 37% en 1925-29 al 60% en 1955-59. Más aún, cabe
recordar que la cifra del guano está sesgada hacia abajo por estar basada en el valor final de
venta y no en el valor FOB de exportación. De hecho, prácticamente todos los gastos se
hace después que se hace la exportación, y las ganancias de los contratistas se derivan del
transporte, almacenamiento y los servicios de distribución, de lo que se deduce que el 100%
del valor FOB tuvo que ser retornado al Perú.
La conclusión un tanto sorprendente de este ejercicio estadístico es que, lejos de ser un
enclave típico, el sector de guano del Perú era, en comparación a lo que son los sectores de
exportación, la antítesis misma de un enclave. Por su propia definición, un verdadero
enclave no da ninguna oportunidad para el desarrollo nacional, porque no hay flujos de
recursos bajo el control de los tomadores de decisiones nacionales. Por el contrario, en el
caso del guano, una bonanza fiscal se presentó para quienes controlaban el erario público
peruano. La oportunidad fue tremenda, pero debemos preguntarnos qué se hizo con ella.
La Tabla 8 muestra cuán completamente la bonanza del guano transformó el sistema fiscal
peruano. La tabla comienza con 1846-47, no sólo los primeros años de los que tenemos las
cuentas muy detalladas, sino también una línea de base útil, ya que el guano todavía no
había tenido gran impacto en las finanzas públicas. El gran salto en los ingresos del guano
vino a mediados de la década de 1850, en 1857 los ingresos sólo del guano era mayor que
los ingresos totales del gobierno tan sólo tres años antes. En las filas de 1861-66, vemos la
estructura de ingresos después del desarrollo completo del sistema de consignaciones. El
total de ingresos oscilaba alrededor de 20 millones de pesos, un incremento de cuatro veces
del nivel de 1846-47, y la proporción del guano había aumentado del 5% en el bienio
anterior a no menos de 75% en 1861-66.
El total de ingresos alcanzó su nivel máximo a principios de la década de 1870 cuando el
Perú estaba recibiendo pagos completos tanto de los contratos de consignación que
expiraban como del Contrato Dreyfus. A partir de 1873 Dreyfus pasó a ser prácticamente la
única fuente de ingresos del guano, y estos estaban en declive a partir de entonces. Durante
el apogeo de la Era del Guano, de 1869 a 1875, los ingresos del guano promediaron cerca
de 30 millones de pesos y de aduanas otros 7 millones con un total un poco más que la
suma de los dos. Así, el guano permitió una expansión presupuestaria en un factor de
alrededor de 8 en un espacio de 25 años, y el erario público se convirtió casi
completamente dependiente de los ingresos y los impuestos del comercio exterior.
La dependencia del comercio exterior se creó no sólo por la expansión del sector externo,
sino también por un recorte en los impuestos internos. A principios de la Era del Guano,
cuando los ingresos del guano estaban subiendo tan rápidamente que parecía seguro que
cubriría todas las necesidades fiscales futuras, cabía esperar que los impuestos impopulares
internos se reducirían. Así, la contribución de Indígenas, un impuesto que pagaban sólo los
indios, fue abolida en 1855. De un solo golpe, se mejoró bastante la progresividad del
sistema tributario, y un remanente de la explotación colonial fue aniquilado, pero al mismo
tiempo, el principal impuesto interno desapareció, asegurando que la crisis fiscal que
acompañaría el colapso posterior de las exportaciones sería aún más grave.
La desaparición de la contribución de indígenas es la razón principal por la que "otros
ingresos" en la tabla 8 se reduce tan drásticamente entre las décadas de 1840 y 1860. Puesto
que las recaudaciones de este impuesto se mantuvieron bastante constantes en 1.400.000
pesos en los años anteriores a su abolición, se puede suponer que los ingresos fiscales no
percibidos desde 1855 hasta 1877, cuando los ingresos del guano se esfumaron habría sido
22 veces esa cifra anual, es decir, 30,800,000 pesos. Dado que el total de ingresos del guano
se estima en 381 a 432 millones de pesos, llegamos a la conclusión de que la proporción de
los ingresos del guano dedicada a la reducción de impuestos para los pobres fue un 7-8%.
La presencia de los ingresos del guano probablemente creó erosión adicional no medible en
otros impuestos, al punto que las presiones para aumentar las tasas o ampliar la base
tributaria se mantuvo débil, mientras la bonanza duró. Sin embargo, no se puede ir
demasiado lejos con especulaciones de lo que podría haber sido, así que la primera
aproximación debe ser también la conclusión final - que alrededor de 7 1/2% de los
ingresos del guano fue utilizado para la sustitución de impuestos, dejando un 92% 1/2 para
la expansión de los gastos. La pregunta importante es, ¿qué tipos de gastos se expandieron?
El cuadro 9 recoge los datos básicos para una respuesta. Tomando 1846-47 como la norma
pre-bonanza, el efecto más evidente del Guano se encuentra en la enorme expansión del
gasto público en los siguientes 30 años. Parte del detalle que se muestra en los totales de las
tablas 8 y 9 es falsa, sin embargo, ya que la inclusión de los préstamos recibidos y los
reembolsos de préstamos consiste en una doble contabilización. La mayoría de los
préstamos eran dispositivos para gastar los ingresos del guano antes de que se hayan
recibido. Dichos ingresos se contabiliza una vez como un préstamo que recibió y de nuevo
como ingresos del guano utilizado para el pago del préstamo. La doble contabilidad se
muestran en los gastos también, así, de hecho, esta doble contabilidad se convierte en
múltiple contabilización ya que los préstamos fueron mediante una refinanciación de cada
vez más compleja. Si no tenemos en cuenta a todos los pagos de la deuda en los totales de
las Tablas 8 y 9, la expansión del gasto de 1847 a los años de apogeo de 1872-1873 es de
unas 8 veces, mientras que la expansión en el lado de los ingresos es aproximadamente 5
veces.
No todo el pago de la deuda deben ser eliminado en la idea de que sirvió como un mero
instrumento para la separación del momento de los gastos del momento de su recepción. Se
ha argumentado que los reembolsos de préstamos, de hecho muchos, consistía en
transferencias que nunca se hubieran efectuado si los ingresos del guano no hubieran
existido. Estas transferencias son un elemento principal de la opinión de que el fisco
peruano malgastó sus recursos durante la Era del Guano.
Casi todas esas transferencias implicaron el reconocimiento de deudas antiguas no pagadas,
contraídas durante las guerras de independencia. La presión para iniciar los pagos se inició
en la década de 1840 en Inglaterra, provocadas directamente por la venta en expansión del
guano que el Perú estaba empezando a hacer en el mercado británico. El gobierno peruano
llegó a un arreglo con sus acreedores británicos en 1849, y con este precedente de pago
establecido, era inevitable que las antiguas deudas a otros países de América Latina, así
como a los ciudadanos peruanos también serian honradas. Durante la década de 1850, las
viejas deudas fueron reconocidas y los pagos comenzaron a Chile, Ecuador, Colombia y
Venezuela. Más aún, se decretó que los varios pagarés que se expidieron a los ciudadanos
peruanos por los ejércitos que cogían alimentos y por los gobiernos provisionales, debería
ser validada por tribunales especiales y ser convertidos en una nueva deuda interna
consolidada. El carácter informal con que se había emitido muchos de esos pagarés, casi
siempre creó algunas dudas en cuanto a su validez, pero se decidió, además, que los
tribunales validantes debieran dar a cualquier demandante el beneficio de la duda.
El gobierno peruano fue sometido a una gran presión diplomática para llegar a un acuerdo
con los acreedores británicos. En el caso de estas otras deudas, sin embargo, es importante
tener en cuenta la mano abierta que el gobierno tuvo al acordar asumir una deuda
sustancial. Estas maneras dan fundamento al argumento de que el asumir las deudas se
puede atribuir directamente a una psicología del guano, y que las deudas nunca se hubieran
pagado si no hubiera habido un boom del guano. La expansión de la deuda interna
consolidada estuvo evidentemente basada tanto en la corrupción como en la
expansividad. Reclamaciones fraudulentas se mezclaron con reivindicaciones reales: la
deuda interna pasó de 4,733,200 de pesos en julio de 1850 a 19,154,200 de pesos en
octubre de 1852. Al darse cuenta de la naturaleza cuestionable de la mayor parte de esta
deuda recién creada, el gobierno temía la posibilidad de que una futura administración
pueda repudiarlo. Para evitar esto, en 1853 entró en contratos secretos con las casas
financieras europeas gracias al que unos 9 millones de pesos del total pasaron de ser deudas
internas a deuda externa. Contratos secretos no pueden mantenerse en secreto por mucho
tiempo, sin embargo, y la indignación pública provocó la Revolución de 1854. Las fuerzas
revolucionarias triunfantes establecieron un tribunal de investigación que declaró más de 12
millones de pesos de la deuda interna consolidada como basada en reclamos
fraudulentos. Sin embargo, la deuda no fue repudiada.
Aparte de estos pagos remanentes de las guerras por la independencia, existe otra categoría
de transferencias que se puede argumentar que no se habrían hecho si los ingresos del
guano no hubieran existido. Estos son los pagos realizados a los antiguos dueños de
esclavos por su liberación, después de la abolición en 1854.
Con la identificación de estos préstamos y los datos de la Tabla 9 tenemos a la mano toda la
información necesaria para la estimación de los usos de los ingresos del guano. Esta
información se pone un poco en orden en la Tabla 10, que explica uno 454 millones de
pesos de gastos inducidos por el guano y alivio tributario. Esta cifra supera nuestras
estimaciones anteriores de los ingresos del guano, pero debemos recordar que la cifra
comparable de los ingresos tanto directos como indirectos del guano. Es decir, los ingresos
aduaneros también se debe incluir. Algunas interpolaciones racionales de los datos de la
tabla 8 permiten llegar a la conclusión de que en la Era del Guano, las recaudaciones
aduaneras produjeron unos adicionales 67 millones de pesos al incrementarse por encima
del nivel de 1847 que fue de 2 millones anuales. Esta estimación sitúa la recaudación total
del guano, tanto directo como indirecto, entre 448 y 499 millones de pesos. Nuestra
estimación de los gastos se encuentra justo en el extremo inferior de este rango, lo que
sugiere un posible déficit de hasta 45 millones de pesos. Esta discrepancia puede deberse en
parte a los gastos financiados con préstamos que no llegaron a incluirse en el presupuesto
ordinario. La compra de buques de guerra con una parte de los recursos del préstamo
extranjero de 1865 da un ejemplo de ello. Sin embargo, debemos reconocer la no total
exactitud del ejercicio estadístico, y concluir que la correspondencia final entre fuentes y
usos de los ingresos es buena.
Consolidando los encabezados de la tabla 10 nos encontramos con un resumen final sobre
los usos de los ingresos del guano:
¿Quién, podemos preguntarnos, son estas personas clasificadas como receptores de los
ingresos del guano? ¿Dónde encajan en la distribución del ingreso? Hemos identificado
como beneficiarios de la reducción de impuestos a los indios, la clase más pobre en el
Perú. No nos importa quienes eran los extranjeros, y en cuanto a los ferrocarriles
suponemos que el Perú recibió un valor, en los rieles colocados, por el valor pagado, es
decir, que los gastos del ferrocarril no eran transferencias disfrazadas. Los destinatarios
peruanos de los pagos de transferencia eran un conjunto mixto: incluye los antiguos
propietarios de esclavos pagados 300 pesos por esclavo, pero la mayor parte de ellos eran
los titulares de los pagarés debidamente certificados por los tribunales de validación. La
mitad de ellos que ganaron sus bonos a través del fraude están acusados de haber tenido
éxito en virtud de sus conexiones políticas. La otra mitad que realmente extendió préstamos
a los ejércitos revolucionarios se puede presumir que era gente con ciertos medios en la
década de 1820 y quizá también en la década de 1850. No se puede asegurar que todos los
destinatarios de los pagos de transferencia del Perú eran ricos en la década de 1850, pero
incluso si lo fueran, también hay que señalar que recibieron sólo un octavo del total de los
ingresos del guano. Si se trata de argumentar que los ingresos del guano se disiparon en los
adinerados, cuya propensión a importar era tan alta, el argumento no puede sostenerse
dadas las características sociales y económicas de los que recibieron los pagos de
transferencia a través de la deuda pública. Después de prevenir sobre la falsa precisión de
dar cifras expresadas con una precisión al medio por ciento, todavía se puede concluir que
su participación simplemente no era lo suficientemente grande. El argumento que respalda
la idea del enclave debe descansar, ya sea en el ingreso extra-presupuestario de los
contratistas peruanos, o en las propensiones económicas de la burocracia civil y militar,
pues su participación en el presupuesto fue claramente la más importante.
En cuanto a la burocracia, primero tenemos que preguntar qué tipo de gastos están
incluidos en la categoría. La Tabla 11 muestra parte de la respuesta, basándose en la
información más detallada que se encuentra en los presupuestos a comparación de lo que se
encuentra en las cuentas auditadas. Aunque las categorías de esta tabla están muy lejos de
poder ser relacionadas con los niveles de ingreso, sin embargo, parece bastante seguro de
que los incrementos de gastos no estaban concentrados en las manos de unos pocos
ricos. Los pagos de pensiones aumentaron considerablemente, sin duda, pero para empezar
eran tan bajos que su incremento consumió sólo una sexta parte del incremento total. En
cuanto a los salarios, hallamos la curiosa sugerencia de que salarios más altos fueron
cayendo! Esto es visto por la disminución de la proporción correspondiente a los generales,
y se ve corroborada por cambios en los salarios de los civiles. Aquí hay algunos ejemplos
representativos:
En general, los bajos salarios subieron más que los salarios altos, pero ninguno parece
haber aumentado en términos reales. Varios errores son posibles aquí, por ejemplo, la
experiencia del siglo XX en incrementos de sueldo que se escondían en las publicaciones
del Presupuesto podría haberse llegado a desarrollar antes de 1869. Sin embargo, la
evidencia prima facie apunta a la conclusión de que la administración pública no se amplió
en gran medida ni en números ni en ingreso real, y que la expansión de los pagos de
salarios militares representó un aumento en el número de hombres en armas y no aumentos
de los salarios reales de la clase oficial.
Más de un tercio del incremento total cae en una categoría residual civil que exige
clasificación. El total de 1869/70 se divide de la siguiente manera:
Aquí, entonces, hallamos los primeros pasos hacia el uso de los fondos públicos como
instrumento para fomentar el desarrollo económico. Nuestros números sugieren que
aproximadamente el 18-19% (es decir, el 35% del 53,5%) del total de ingresos del guano
fue dedicado a dicho uso. Este porcentaje supera con creces la cantidad de los pagos de
transferencias recibidas por los peruanos a través de la consolidación de deuda y la
liberación de esclavos, sin embargo, el menor flujo es notorio, mientras que el más grande
es totalmente ignorado. En dicha selección de los datos se ha construido la "leyenda negra"
de la Era del Guano.
Es hora de resumir el tema del guano. Este extraordinario sector exportador era un
monopolio casi sin costo, pero no era un enclave. A lo largo de sus agitados 40 años de vida,
unos 11-12 millones de toneladas fueron enviadas a los agricultores extranjeros,
acumulando 750 millones de pesos en ventas finales. De este total, las Arcas Peruanas
recibieron 381-432 millones en ingreso directo, una proporción de 57-59%. Los contratistas
peruanos pueden haber recibido hasta 60-80 millones, mientras que controlaban el
comercio del guano. Por lo tanto, el valor total retornado viene a ser 65-71% del valor final
de venta, una cifra extraordinariamente alta que hace del guano la antítesis de lo que
normalmente entendemos por el término enclave.
Al mirar el detalle de la lista de usos de los ingresos del guano, los destinatarios que se
puede esperar tengan alta propensión a importar representan menos de la mitad del
total. Los tenedores de bonos extranjeros, tenedores de bonos peruanos, los jubilados del
gobierno y contratistas nacionales recibieron tal vez 37-39% del total de ingresos del guano
que el Perú recibió. Además, incluso si suponemos que todos los bienes consumidos por
estos grupos fueron importados, la propensión marginal a importar no podría haber sido
mucho mayor a 0,5, ya que los servicios consumidos directamente, los márgenes por la
distribución de las importaciones y almacenamiento habrían cubierto la otra mitad del peso
marginal. La conclusión es inevitable: Los ingresos generados por el guano deben haber
creado una demanda importante de bienes y servicios producidos por la economía
nacional. Aparte de la evidencia de los flujos de ingresos analizada en este documento, la
justificación más directa de esta conclusión proviene del hecho de que la inflación
doméstica avanzó rápidamente durante este período. La falta de demanda, la hipótesis del
modelo de enclave, distorsiona la realidad del Perú en la Era del Guano.
V
Dejando de lado el modelo de enclave, no debemos saltar a la conclusión de que la
economía nacional fue estimulada a un desarrollo que nuestros ojos del siglo XX puedan
considerar como satisfactorio. Muy por el contrario, la visión estereotipada de bajo
crecimiento y despilfarro extravagante es probablemente un punto de vista
correcto. Problemas con los datos hacen que sea difícil infundir cierto rigor estadístico en
esta percepción general. Sin embargo, no podemos dejar el tema sin intentar algunas
observaciones sobre las dimensiones del crecimiento económico durante la Era del Guano,
y también sobre el contraste entre lo alcanzado como crecimiento actual y el crecimiento
potencial.
¿La economía peruana, con todas sus dificultades, habrá realmente crecido durante la Era
del Guano? Sin duda lo hizo, ya que comenzó el período en un estado de miserable pobreza
y postración. "En Lima me llamó la atención el cambio que había tenido lugar desde mi
anterior visita", escribió el estadounidense Charles Wilkes al visitar el Perú en 1839, 18
años después de una estancia anterior. "Ahora todo es señal de la pobreza y la decadencia,
un triste cambio de su antiguo esplendor y riqueza. Este aspecto se observa no sólo en la
ciudad, sino también en los habitantes... Es de verdad posible que se le designará una
ciudad en declive. Las paredes descuidadas y viviendas en ruinas, la falta de agitación y de
vida entre las personas, son evidencias de esta triste decadencia”. Revisando informes no
publicados de impuestos, Kubler escribió: "El recaudador de impuestos provincial (de
Huamalíes) en 1842 se lamentaba de la desintegración de la vida económica de la
provincia, la decadencia moral de los ciudadanos, y la degeneración alarmante del nivel de
vida desde 1800 ... En Conchucos, el recaudador se lamentaba la devastación de la
provincia por las tropas republicanas, y el deterioro de los mercados internos para los
productos provinciales debido a la inundación de la economía por las importaciones
extranjeras".
La posibilidad de crecimiento económico desde este nivel tan atrasado, puede ser
examinada a través de las tendencias en las tasas de los salarios reales, en la distribución
regional de la fuerza laboral, y en la estructura ocupacional. Los datos disponibles son, por
decir lo menos, irregulares. La encuesta de salarios y precios llevada a cabo en 1870
concluyó que a un trabajador libre se le había pagado tres o cuatro reales diarios en 1854, y
de seis a ocho reales en 1869. En 1877, a los trabajadores agrícolas alrededor de Lima se les
pagaba dos soles por día. El generalmente confiable Martinet añade que los salarios de la
Sierra no había cambiado desde 1854, pero su estimación de entre cuatro y ocho reales
diarios supera los niveles de 1854 para la ciudad de Lima.
Estas cifras salariales tienen poco significado sin deflactarlas con un índice de costo de
vida. Lo mejor que podemos calcular se basa en los precios de los alimentos que también se
reportaron en la encuesta de 1870. Ellos indican un aumento general de precios inferior a
75%. Productos producidos en el país, cuando se combina en un índice con uso de
ponderaciones de un estudio reciente, muestran un aumento del 76 por ciento entre 1855-
69. Cuando se introduce el pan en el índice y se supone que su precio se mantiene
constante, ya que los precios del trigo importado se mantuvieron constantes durante el
período, entonces el aumento del costo de vida llega a sólo 32%.
Por consiguiente, concluimos con mucha cautela que los salarios reales en Lima se elevaron
durante este período medio de la Era del Guano, y que este aumento puede haber sido hasta
de un 50% en un lapso de catorce años, o tres por ciento anual.
Si los salarios reales habían aumentado considerablemente, el aumento debió haber tenido
lugar en las localidades de particular expansión económica, haciendo que los trabajadores
emigren a esas localidades. Luego los incrementos salariales se difundirían a toda la
economía, pues la migración interna restringiría los mercados laborales en las zonas más
estancadas.
En realidad, muy poca migración parece haber tenido lugar de las áreas de bajos salarios a
las áreas de salarios altos durante el siglo XIX. Somos afortunados de tener estas áreas bien
definidas por comisiones especiales que determinaron el salario vigente para el trabajo
común en todos los rincones del país en 1866. Sus esfuerzos, que formaban parte de un
esfuerzo fallido de imponer un impuesto sobre la renta de los trabajadores comunes, fueron
registraron debidamente por Rodríguez.
En la Tabla 12, la estructura salarial de 1866 se utiliza para rastrear los cambios en la
distribución geográfica de la población, e implícitamente de la fuerza laboral, desde 1795
hasta 1940. El salario promedio nacional que se muestra en la última línea de la tabla varía
sólo a través de cambios en la distribución regional de la fuerza laboral. Estas cifras de
salarios muestran que durante la primera mitad del siglo XIX, la economía peruana estuvo
retrocediendo. El aumento de la población en áreas de salario bajo, la economía de
subsistencia de la Sierra, fue mayor que en las zonas costeras de altos salarios. Kubler llega
a la misma conclusión mediante el examen de la evolución demográfica por castas más que
por región: "en general, los cambios en la mayoría de castas entre 1826 y 1854 parecen
estar relacionados con la alarmante disminución económica de principios de gobierno
republicano". Una trayectoria centenaria de disminución en la participación indígena en la
población total se invirtió, el porcentaje de indios pasó de 57,6% en 1795 a 59,3% en 1826-
54.
En el período posterior a 1850, sin embargo, la población creció algo más rápido en las
áreas de salarios altos. Una parte de este resultado proviene simplemente de la importación
de culíes chinos, pero en el cuadro 12 se indica que la población no asiática también se
desplazó hacia áreas de salarios altos durante la Era del Guano. Esto indica que los salarios
medios reales para la economía en su conjunto aumentó un poco más de lo indicado por los
incrementos salariales específicos a una región concreta como la ciudad de Lima.
Sin embargo, el aumento salarial promedio inducido por el cambio regional fue minúsculo,
con un promedio sólo de 0,2% por año desde 1850 hasta 1862, y aproximadamente el
mismo para 1862-1876. Baja como fue esta tasa, se hizo aún más baja, alrededor de 0,1%
anual, durante 1876-1940. Este resultado difiere ligeramente de las cifras de Kubler, que
muestran que la tasa anual de disminución de la proporción indígena de la población total
fue algo más rápida en el período 1876-1940.
La distribución ocupacional de la fuerza laboral de Lima, está disponible para dos años en
la Era del Guano, 1857 y 1876, como se muestra en la Tabla 13. Los cambios en la
composición de la fuerza laboral durante el período indicado dan pocos indicios de
expansión económica. Mientras que la población de Lima se incrementó un 6%, la fuerza
laboral disminuyó en un 17%. La disminución del empleo en las actividades industriales,
desde 9267 a 6519, no es sorprendente. Aunque los artesanos habían sufrido
considerablemente por la competencia de las importaciones antes de 1857, se encontraron
en dificultades competitivas continuas. Los sastres y modistas de la industria del vestido
formaban el grupo ocupacional más numeroso en el sector industrial. La contracción en su
número da testimonio del hecho de que, si bien el nivel de protección arancelaria dado a
confecciones fue en general el más alto hallado en la lista arancelaria del Perú, el nivel
ofrecía poca protección a la industria local.
Las otras áreas importantes de contracción del empleo estaban en el comercio y los
servicios personales. Dado que las categorías de cocinero y lavandera absorbieron la
totalidad de la pérdida de empleo en los servicios personales, surgió la sospecha de que los
cambios aparentes en la estructura del empleo fueron en realidad causadas por los cambios
de definición con respecto a trabajadores a tiempo parcial femenino. Las tabulaciones
separadas de la Tabla 13 para la fuerza laboral masculina se hicieron con la finalidad de
evadir este problema. Pero la conclusión sigue siendo la misma: el empleo total se redujo,
mientras que la población total estaba subiendo.
Las estadísticas de Fuentes de 1857 incluyen una estimación de 5.531 como el número total
de adultos varones "sin profesión ni ocupación conocidas". Dado que Fuentes sugiere que
"este dato puede servir para apreciar el estado de moralidad del pueblo y el gran número de
individuos que viven en la ociosidad", se puede tomar esta cifra como una aproximación
del total de desempleados. Aun teniendo en cuenta la inclusión inadecuada de algunos
hombres que, por razones de discapacidad o de "ociosidad", no estaban buscando trabajo
activamente, la tasa resultante de desempleo estimado del 16,1%, sin embargo es
sorprendentemente alta. Dado que no tenemos idea del nivel de edad utilizado por Fuentes
en la definición de la población adulta, se intenta una estimación similar con datos de 1876
simplemente asumiendo que la población masculina adulta era el mismo porcentaje de la
población masculina total como lo fue en 1857. Este supuesto nos da una estimación de
7,967 hombres adultos sin profesión en 1876, y sugiere que la tasa de desempleo aumentó
durante el período de 16,1% a 23,4%. Esta evolución de la estructura de la fuerza laboral de
Lima sugiere un estancamiento económico.
Nuestros tres indicadores de crecimiento económico por lo tanto nos han dado señales muy
diferentes. Los cambios en la composición regional de la mano de obra sugieren un
crecimiento más que retraso, pero sin duda indican nada más que una tasa de crecimiento
baja que se va frenando. Frente a dos indicadores de un bajo crecimiento o estancamiento,
las estimaciones oscuras de aumento de los salarios reales parecen muy oscuras. Podemos
concluir sólo muy tentativamente, por lo tanto, que cualquier crecimiento experimentado
por la economía peruana durante la Era del Guano fue lento en el mejor de los casos.
Cuando nos alejamos de la realidad del crecimiento al potencial de crecimiento, nuestra
preocupación se va hacia la generación de excedentes. ¿Fue la economía peruana capaz de
generar un excedente de un tamaño tal que, si se hubiera invertido de manera productiva,
una tasa de crecimiento importante hubiera resultado? Para responder a esta pregunta
necesitamos una estimación de los excedentes generados como porcentaje del producto
nacional. La estimación del excedente no presenta ninguna dificultad: nos interesa en
particular el excedente representado por los ingresos del guano, por lo que los ingresos del
guano es nuestra estimación. Estimaciones del producto nacional se obtienen con mayor
dificultad, sin embargo. Hemos suministrado sin miedo una estimación, que se resume en la
Tabla 14. La metodología se revisa en un apéndice, donde se verá que las cifras se basan en
precios corrientes en 1877, y se asume que los precios se duplican entre 1866 y 1877. Eso
nos da un ajuste rápido al PNB a precios corrientes en años anteriores también. Suponiendo
que no hay cambio en la productividad y ajustando la cifra de 1877 sólo por los cambios en
los precios y el tamaño de la fuerza laboral, las estimaciones del PNB para 1866 y 1870
sale aproximadamente S/110,000 y S/.159,000 respectivamente.
El valor final de venta del guano, expresado como porcentaje del producto nacional, se
situó en alrededor del 21%, 19 1/2%, y 11 1/2% en 1866, 1870 y 1877,
respectivamente. Puesto que queremos examinar el tamaño relativo de los excedentes
disponibles, debemos recordar de una estimación anterior que los pagos a los contratistas
privados y al gobierno peruano ascendieron a cerca de dos tercios del valor de venta final,
por lo que estos porcentajes también se debe reducir en dos tercios.
El potencial de los ingresos del guano para transformar la economía nacional se deterioró
progresivamente por el aumento del precio de los productos nacionales y de los factores en
relación con el precio del guano. Es por eso que la relación excedente / PNB se redujo con
el tiempo. Sin embargo, las oportunidades de crecimiento presentado por los ingresos del
guano, sobre todo en las décadas de 1850 y 1860, fueron evidentemente enormes. Una tasa
de ahorro de 15% tiene el potencial para generar una tasa de crecimiento de 3.5% del
PNB. Parece razonablemente claro que el Perú no se acercó a tasas de crecimiento de esta
naturaleza.
Esta conexión convencional entre las tasas de ahorro y las tasas de crecimiento implica que
los problemas relacionados al concepto de capacidad de absorción han sido resueltos. Esto
implica que una economía posee las habilidades empresariales, experiencia organizativa y
la estructura social, para que utilice los fondos de inversión con eficacia. Es una pena que
estas cualidades faltaban en el Perú del siglo XIX. De hecho, vamos a argumentar en la
sección siguiente que la experiencia del guano, al tiempo que proporcionó un excedente de
recursos suficiente para un rápido crecimiento, también contribuyó a la destrucción a largo
plazo de estas otras cualidades sociales y empresariales que constituyen la condición sine
qua non del crecimiento y el desarrollo .
VI
El bajo crecimiento y el despilfarro que ha caracterizado al Perú en la Era del Guano, en
gran parte, deriva directamente de la naturaleza del sector del guano. En términos
puramente económicos, el problema de la economía peruana no fue que los ingresos del
guano pasaron por alto a la economía nacional. Más bien, estaba en lo que los ingresos del
guano hicieron a la estructura precio-costo.
Con sus minas de plata en decadencia, el Perú estaba relativamente aislado de la economía
mundial antes de la Era del Guano. Luego, cuando los ingresos del guano se esparcieron a
través de la economía peruana, aumentó los costos y precios internos y empujó a los
consumidores cada vez más hacia la compra de importaciones. Las importaciones
inundaron el Perú al tiempo que experimentaba un cambio repentino y drástico en la
ventaja comparativa.
La composición y la magnitud de esta inundación ha sido seguida por Bonilla a través de
los datos de exportación franceses y británicos. A partir de estas fuentes, él constató que las
importaciones peruanas se habían expandido en la trayectoria siguiente:
Las importaciones se habían expandido rápidamente a través de las décadas de 1830 y
1840, promediando un incremento anual de 5,6% a partir de 1830/34 a 1845/49. Pero la
inundación realmente se dio a principios de la década de 1850. En el espacio de tan sólo 4
años, de 1847 a 1851, el valor de las importaciones casi se duplicaron y luego se
mantuvieron o superaron ese nivel tan alto por el resto de la Era del Guano. Más que
cualquier otra cosa, la inundación fue una avalancha de productos textiles: algodones
británicos, sedas francesas y lana de ambos países. Estos textiles representaron un 73% de
las importaciones totales anglo-francesa en 1840-1844, y 58% en 1850-54 después del auge
de importación.
La composición de las importaciones se elabora a partir de fuentes peruanas en la Tabla 15,
que se refiere sobre todo al Callao solo. Además de los textiles, vinos franceses y vestidos
figuran prominentemente, especialmente en los primeros años. La fineza de las
exportaciones francesas fueron tales que la parte de Francia del total de las importaciones
peruanas parece una aproximación razonable a la participación de bienes de lujo. Esta
proporción se mantuvo bastante estable entre 1857 y 1867, oscilando entre el 36 y el 41%,
pero para 1877 había bajado a menos del 20%.
Las importaciones se diversificaron durante el período. Textiles aumentó ligeramente en
valor total, pero su participación disminuyó de 45% en 1857-59 a 30% en 1877. La
proporción de trigo chileno, los vinos y licores europeos también se redujeron del 13% y
9% respectivamente en 1857 a 7% y 3% en 1877. La expansión más notable tuvo lugar en
la categoría residual denominada "manufacturas, etc.", su participación casi se duplicó, del
22,4% al 43,3%, entre 1857 y 1877. Los componentes más importantes en 1877 fueron el
carbón (30% de los S/.6,540,000 de manufacturas, etc., importados al Callao), materiales
libres de impuestos para las obras públicas (5,5%), tablones de pino (4,3%), velas (3,5% ),
papel (3,4%), barras de hierro y placas (3,4%), mercurio (3,3%), y aceites lubricantes
(2,2%).
La lista de países proveedores también se diversificó. Gran Bretaña, Francia (incl. Panamá)
y Chile capturaron 88,6% de las importaciones al Callao en 1857. En 1877 su participación
había bajado al 70,5%, aunque la participación de Gran Bretaña había aumentado desde
29,8 hasta 43,3%. Entre los proveedores con incrementada importancia Alemania figuró a
la cabeza, su participación se elevó de un promedio de 6,0% para 1857-1859 a 9,6% para
1877. La participación de EE.UU. aumentó del 2,6% al 7,5% durante el mismo tiempo. Es
evidente que el comercio de exportación de EE.UU. al Perú no logró alcanzar el potencial
esperado por el cónsul inglés Ricketts, cuando se lamentaba de las ventajas competitivas de
los astutos comerciantes yanquis en la década de 1820.
Este flujo de importaciones planteó una amenaza mortal para todos los talleres productores
de sustitutos de importaciones. Se precipitó una lucha en torno a la política arancelaria que
había comenzado en los primeros días de la República y resurgió periódicamente a lo largo
del siglo. El curso de la lucha durante la Era del Guano se hace evidente en los datos de
aranceles de la Tabla 16. El primer Reglamento de Comercio de 1826, no escatimó palabras
respecto a la intención proteccionista. Después de establecer un arancel general de un 30%
para la mayoría de los productos, indicaba: "se gravan como perjudiciales a la agricultura o
industria del estado con un ochenta por ciento los artículos siguientes..." La lista que siguió consistió en aguardiente, jabón, sombreros, prendas de vestir, zapatos, nitratos, herraduras
de caballo, azúcar, algodón en bruto, telas de lana gruesa (tocuyos y bayetones), tabaco,
aceite de cocina, velas, cuero y muebles. En definitiva, cualquier importable que se
produjera en el Perú.
Dos fuerzas se combinaron para minar la posición proteccionista. En primer lugar, las
autoridades aduaneras fueron incapaces de controlar el contrabando y la corrupción en un
ambiente que había hecho esas actividades tan lucrativas. En 1828 el gobierno pasó de altos
aranceles a prohibiciones directas, más fácil de tapar agujeros en la pared de protección de
fugas, pero fue en contra de contrabandistas de gran inventiva. Comerciantes yanquis, por
ejemplo, fueron capaces de añadir marcas falsificadas de manufacturas peruanas a los
paños de algodón que tuvieron poca de dificultad en hacerlos pasar por tocuyos peruanos.
En segundo lugar, el poder de los defensores del libre comercio, en particular los
comerciantes que participaban en la importación, resultó irresistible. Su poder derivaba en
parte de la enorme respetabilidad intelectual del laissez-faire, que en la plenitud de su
influencia podía convencer a un cónsul británico a escribir: "[Perú] no tiene manufacturas
de la más mínima consecuencia, no es probable que tenga alguna llevada a cabo por los
nativos durante muchos años pues no poseen alguno de los elementos esenciales para su
establecimiento, ni es deseable que se lo promueva". El poder de los comerciantes también
derivaba de su fortaleza financiera. Cuando en un momento de crisis fiscal el gobierno se
dirigió a los comerciantes más importantes de Lima, la mayoría de los cuales eran
británicos, se aseguró un préstamo mísero sólo a condición de que a los comerciantes se les
permitiera la elaboración de una nueva lista de aranceles. Ante tal presión, el retiro del
gobierno del proteccionismo se convirtió en una estampida. El nuevo reglamento de 1833
redujo la lista de artículos prohibidos. Un decreto de 1834 puso un arancel del 45% en
sustitución de la prohibición de suma importancia en el tocuyo. Cuando un nuevo
reglamento se publicó en 1836, la motivación proteccionista en la fijación de aranceles
había desaparecido.
A medida que la inundación de importaciones aumentó cada vez más durante la década de
1840, las clases artesanas aumentaron la presión contra las autoridades públicas. Por último,
en 1849, el Congreso respondió con un regreso al proteccionismo. Criticando a la
legislación existente como insuficiente para limitar esas importaciones "semejante a los que
se elaboren en el país, con notable detrimento de los artesanos del Perú, cuya industria
merece la protección especial del Congreso," la ley defendió cargas específicas
equivalentes al 90% del precio de venta de los sustitutos locales. Esta tasa aplicó a todas las
importaciones previamente sujetas a impuestos ad valorem para los que la sustitución de
importaciones estuviera disponible.
La nueva estructura proteccionista duró menos de dos años. Un nuevo reglamento en
octubre 1851 barrió el proteccionismo arancelario, por segunda vez, y por segunda vez,
cualquier protesta de los artesanos, si es que se llevó a cabo, pasó ignorada por los
historiadores. Sin embargo, con el colapso de este segundo esfuerzo de proteccionismo
arancelario, la inundación de importaciones golpeó con toda su fuerza. Cuando los
artesanos hicieron una protesta digna de mención histórica lo hicieron en las calles en lugar
de en las cámaras legislativas, por medio de disturbios que se extendieron tanto en Lima y
Callao en 1858. Los carpinteros y herreros encabezaron, pero los miembros de los otros
grandes gremios, en especial los sastres y los zapateros, también estuvieron representados.
Los artesanos podían romper ventanas y asustar a los funcionarios públicos, pero al final no
hicieron nada para detener la marcha rápida del Perú a un nuevo patrón de ventaja
comparativa basada en el guano. A través de esta marcha, el Perú se convirtió en una
economía rentista, exportando guano e importando casi todos los productos
manufacturados. De hecho, hacerlo fue lo eficiente, pero el ajuste no se podría lograr con
una reasignación equilibrada de los factores productivos como generalmente se presume en
las abstracciones de la teoría del comercio internacional. Los factores liberados por las
industrias artesanales en contracción no tenían ninguna posibilidad de se absorbidas en una
industria del guano en expansión. Perú presentó un caso clásico del problema de
proporciones de factores, con el resultado de un desempleo crónico y un empeoramiento de
la distribución del ingreso. Este resultado lamentable fue consecuencia directa de la
convicción prevaleciente de las virtudes del libre comercio.
Algunos críticos recientes de libre comercio han mirado a la política arancelaria como el
fracaso fundamental en la historia económica del siglo XIX. Si los aranceles hubieran
protegido la industria nacional, dice el argumento, una base industrial se hubiera
conservado, sobre la que el subsecuente progreso industrial y los mayores niveles de vida
podrían haberse desarrollado. Si bien es fácil criticar a la defensa del libre comercio a partir
de perspectivas más sofisticadas del siglo XX, políticas alternativas deben especificarse
cuidadosamente a la luz de la relación entre aranceles y tipos de cambio. Los aranceles de
hecho podrían haber salvado a ciertas industrias, pero también habrían causado la
apreciación del tipo de cambio y la consecuente erosión de la protección real para otras
líneas de producción. Puesto que parece razonable suponer que la producción de guano era
totalmente insensible a las variaciones del tipo de cambio, entonces un volumen
determinado de divisas estaba destinado a ser ganado y gastado durante la Era del
Guano. Los aranceles podrían haber afectado a la composición de las importaciones, pero
no al volumen general. Además, cualquier influencia sobre la composición hubiera sido
logrado a un costo sobre el bienestar real.
Aranceles generalizados por lo tanto, no habrían servido de nada. La esencia de la política
arancelaria se encuentra en las diferencias arancelarias que dirigen la demanda de
importaciones hacia los productos que no compiten con la ya existente de la industria
nacional, sobre todo si esa industria emplea mano de obra que de otra manera iría
desempleada.
La política del gobierno influyó en la composición de las importaciones de dos formas
durante la Era del Guano. En primer lugar, la protección general concedida a la industria
nacional en las décadas de 1820 y 1840 constituyó una protección diferencial, ya que los
artesanos del Perú producían una tan limitada una línea de productos. Después de 1851, sin
embargo, cuando los gobiernos al parecer ya no se sintieron obligados a ceder ante las
protestas de los artesanos, los aranceles del Perú se caracterizaron por su
uniformidad. Incluso los disturbios de 1858 fueron seguidos solamente por reducciones en
los nuevos aranceles de 1864. Al ser moderado y uniforme en el apogeo de la Era del
Guano, los aranceles del Perú fueron útiles con fines fiscales, pero tuvieron un efecto
insignificante en la asignación de recursos.
El segundo medio por el cual el gobierno modificó la composición de las importaciones se
produjo a través de la compra directa del gobierno de importaciones para la inversión del
ferrocarril. De hecho, cualquier tipo de programa de inversiones hubiera reducido la
demanda de importaciones que competían con la industria nacional al mismo tiempo que
hubiera aumentado la capacidad productiva interna. La inversión en el ferrocarril desvió la
demanda de importaciones casi en su totalidad, ya que prácticamente todos los insumos
eran importados y el multiplicador interno era insignificante.
Sólo de este modo bastante curioso podría el programa de construcción de ferrocarriles ser
considerado un éxito, sin embargo, ya que en términos de rentabilidad social por gasto de inversión sin duda fue un desastre. Tenemos que hacer concesiones para el espíritu de la
época: en todo el mundo en el siglo XIX, los ferrocarriles fueron vistos como el gran
civilizador, el precursor de la industrialización y el progreso económico. Hay que recordar
también una dificultad particular del Perú con el transporte interno: aquí descansa un país
dispersos en los Andes, articulado tenuemente por los laboriosos esfuerzos de recuas de
mulas. Pero incluso teniendo en cuenta estos factores, hay que concluir que el gasto en el
ferrocarril se llevó a cabo con una imprudencia increíble. Incitado por la pompa y la
adulación de Henry Meiggs, el gobierno peruano decidió impulsar los ferrocarriles a través
de cañones y a alturas tales que ninguna locomotora había atravesado jamás en el resto del
mundo, ni antes ni después. Sin importar que las regiones andinas a ser conectadas con el
mundo moderno estaban escasamente pobladas y eran improductivas, los ferrocarriles
crearían su mercado. Dos enormes emisiones de bonos se flotaron en Londres, en 1870 y
1872. El gasto así financiado se expuso en la Tabla 9: la construcción del ferrocarril ni
siquiera estaba en el presupuesto del gobierno en 1867, pero en 1872 consumía el 57% del
gasto total! Las obligaciones por el servicio de la deuda eran abrumadoras. Todos los
ingresos del guano tuvieron así un destino fijo, poniendo el déficit público fuera de control
y haciendo inevitable la morosidad. Trabajo en la construcción de todos los ferrocarriles fue
suspendido en agosto de 1875, y la deuda externa entró en moratoria el 1 de enero de
1876. El gobierno peruano había hecho una apuesta tremenda y perdió.
Perú apostó a que la expansión económica inducida por el ferrocarril expandiría los
ingresos del gobierno lo suficiente como para mantener la solvencia. Pero ¿a través de qué
mecanismos se podrían así ampliar los ingresos? El sistema tributario tenía poca
elasticidad, ya que quedaba muy poco en cuanto a impuestos internos y los aranceles de
importación, aunque sí se expandieron, simplemente no podían soportar las necesidades
fiscales de la nación. Los ingresos tenían que venir de la operación de los propios
ferrocarriles.
Sin embargo, ya en 1872 existía una amplia evidencia de que no se ganaría dinero con los
ferrocarriles. Los derechos de operación de la línea de Arequipa, el acabado en primer
lugar, fueron dados a Meiggs mismo en 1870 por un pago anual de alquiler de sólo el 3,6%
de los costos de construcción. En 1872 Meiggs se quejaba de "enormes pérdidas", que
atribuyó a la competencia ruinosa de los trenes de mulas! Cuando el gobierno le ofreció la
operación de la línea Ilo-Moquegua al 3% más adelante en el mismo año, Meiggs
respetuosamente declinó.
Meiggs fue sólo el más espectacular de una larga lista de aventureros extranjeros que
vendieron castillos en el aire al Perú. La desafortunada falta de dirección y la baja
productividad, por lo tanto, de la inversión del gobierno nos lleva hacia otra historia, de la
que sólo se necesita destacar aquí un punto: la mala selección de proyectos de inversión
ofrece la explicación más importante para un crecimiento escaso durante la Era del Guano.
Políticas trabajando el lado de la oferta interna también podría haber afectado a la
composición de la inundación de importaciones. Mejoras técnicas hubieran hecho a la
industria nacional más competitiva y menos necesitada de defensa a través de la protección
arancelaria. Esta mejora se logra poco a poco sin embargo, en el mejor de los casos. Los
comentaristas de los disturbios de los artesanos de1858 que rechazaron los aranceles y en
su lugar instaron por programas de mejora técnica, en efecto no ofrecían nada a los
artesanos. Esto es también lo que el gobierno ofreció. La formación profesional se iba a
mejorar a través de una nueva Escuela de Artes y Oficios, pero las escuelas de este tipo
podrían tener sólo un efecto minúsculo en el nivel de habilidad del artesano promedio y en
la necesidad de protección arancelaria. La brecha tecnológica entre Europa y Perú era tan
enorme que muchos observadores lúcidos concluyeron que la industria nacional estaba
condenada y que el futuro del Perú residía en la agricultura.
Perú en la Era del Guano, entonces, no fue una economía de enclave, sino una economía
rentista, como lo había sido durante su experiencia colonial, cuando las rentas se generaron
a partir de plata en lugar de guano. La economía rentista se caracteriza por su capacidad de
ganar enormes cantidades de divisas a través de la explotación de los abundantes recursos
naturales. El problema económico fundamental de una economía rentista reside en su
tendencia hacia un tipo de cambio sobrevaluado. Esto vulnera el desarrollo de las industrias
que sustituyan importaciones, mientras que al mismo tiempo, no proporciona oportunidades
de empleo en el sector exportador. Altas tasas de desempleo caracterizan a la economía
rentista.
Estos curiosamente perniciosos efectos de una bonanza exportadora se manifiestan
particularmente en las primeras etapas de desarrollo de los recursos naturales, durante la
transición de la ventaja comparativa. Mientras que en una etapa posterior los abundantes
ingresos de divisas sólo inhiben el desarrollo de la industria nacional, la fase de transición
inicial ve la destrucción de las viejas líneas de producción interna, junto con su
acumulación de competencias laborales heredadas. Tal fue el caso del Perú en la Era del
Guano. Influencias extranjeras y empresarios extranjeros invadieron la economía peruana
en un momento de debilidad particular por parte de los empresarios nacionales. Los
comerciantes extranjeros, explotando plenamente su conocimiento de las fuentes
extranjeras de suministro, pronto llegaron a dominar el comercio de importación. Los
intentos de defensa de las empresas nacionales de dicha competencia, ya sea en el comercio
o en las mercancías importadas para ese comercio, fueron socavados por la adopción
generalizada de la ideología del laissez faire.
Quizás el efecto más pernicioso de la economía rentista, y también el más difícil de
documentar, es psicológico. En la economía rentista la riqueza se genera sólo por la
propiedad, no por el esfuerzo. El guano se limitaba a establecer una nueva fase de una larga
historia de siglos durante los cuales las clases altas del Perú habían vivido como rentistas,
no como empresarios. Una sociedad urbana acostumbrada a ser dueña de las minas de plata
y ser dueña de los indios adquirió otros activos en la propiedad colectiva del guano. No es
de extrañar que una sociedad así se queje poco de las incursiones de los comerciantes
extranjeros o la influencia extranjera. En las palabras cáusticas de Duffield, "La ociosidad
entre las clases altas, es decir, toda la población blanca,... es el orden del día, y no es
castigado por nadie."
La psicología rentista dio lugar a un despilfarro y extravagancia en los gastos privados y
públicos. Para los ricos de Lima, apenas en contacto con Europa una generación antes, las
galas de Londres y París se convirtieron rápidamente en el sine qua non de la vestimenta
adecuada y la casa bien equipada. El cenit del consumo conspicuo se alcanzó en las
ocasiones festivas, y los historiadores han conservado registro de esos detalles. En un baile
de 1873, algunos de los vestidos de las damas y joyas asociados, todos obtenidos
especialmente en Europa, costaron de 10.000 hasta 50.000 soles. Aún más pródiga fue la
inauguración del ferrocarril de Arequipa, una celebración de ocho días en que cuatro barcos
fueron fletados con el fin de que los 800 de la élite gubernamental y social de Lima puedan
asistir.
El juicio moral negativo generalmente dado al Perú de la Era del Guano se basa en el
contraste entre tales excesos de consumo y el estado de las masas en estado de miseria,
culíes chinos y peones indios. También se basa en el hecho de que, en la crisis que siguió,
la nación peruana resultó tener una desastrosa preparación. Aplastado por un enemigo
implacable, tanto la economía y la política fueron reducidos a ruinas.
Llegamos a la conclusión, entonces, que las oportunidades de crecimiento del siglo XIX se
perdieron en parte por la destrucción de la clase artesanal que contenía los empresarios que
podían ser necesarios para las etapas más avanzadas del desarrollo, en parte por el cambio
en la ventaja comparativa que reforzó una psicología rentista, en parte por una mala
elección de los proyectos para los fondos de inversión disponibles, y en parte por el fracaso
de las instituciones tradicionales para proporcionar la estructura organizativa necesaria para
etapas más avanzadas de producción, especialmente en el caso de la minería. Muchos
funcionarios peruanos conscientes lidiaron con estos obstáculos, y en muchos casos se
anotó victorias menores. Pero al final ningún esfuerzo humano podría llevar a cabo las
transformaciones masivas necesarias para poner al Perú en un camino de crecimiento
rápido. En 1895 el Perú entró en un nuevo siglo de oportunidades, todavía profundamente
pobre y subdesarrollado. El siglo XIX había terminado, y sus oportunidades se habían ido.