Cook, Robin - Cromosoma 6

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Robin Cook

Cromosoma 6

Robin Cook

Cromosoma 6

Ttulo de la edicin original: Chromosome 6Para Audrey y Barbara, gracias por ser unas madres maravillosas

Matthew J. Bankowsky, director de virologa clnica, medicina molecular y desarrollo de la investigacin, Laboratorios DSI.

Joe Cox, doctor en derecho, especialista en derecho fiscal y corporativo.

John Gilatto, doctor en veterinaria, profesor adjunto de patologa veterinaria, Facultad de Veterinaria de la Universidad de Tufts

Jacki Lee, doctor en medicina, jefe del Instituto Forense de Queens, Nueva York

Matts Linden. Piloto comandante de American Air Lines.

GUlNEA ECUATORlAL

Coco Beach

3 de marzo de l997, 15.30 horas. Cogo, Guinea Ecuatorial

Dado que posea un ttulo en biologa molecular, otorgado por el MIT y obtenido mediante una estrecha colaboracin con el Hospital General de Massachusetts, Kevin Marshall se senta profundamente avergonzado de su aprensin a los procedimientos mdicos. Aunque jams lo habra reconocido pblicamente, someterse a un simple anlisis de sangre o ponerse una vacuna constituan un autntico calvario para l. Las agujas eran su bete noire particular. La sola visin de estos artilugios haca que su ancha frente se perlara de sudor. En una ocasin, durante sus aos de estudiante, lleg al extremo de desmayarse cuando lo vacunaron contra la rubola.

A sus treinta y cuatro aos, tras un largo perodo de investigacin en biomedicina, parte de ella llevada a cabo con animales vivos, debera haber superado la fobia, pero lo cierto es que no lo haba conseguido. Y sa era la razn de que en esos momentos no se encontrara ni en el quirfano 1A ni en el 1B. Haba preferido permanecer en la sala de asepsia intermedia; y all estaba ahora, inclinado sobre la pila de desinfeccin, una posicin privilegiada que le permita mirar a travs de las ventanillas circulares de los dos quirfanos... hasta que senta la necesidad de desviar la mirada.

Los dos pacientes llevaban unos quince minutos en sus respectivas salas, donde los preparaban para sendas operaciones. Los dos equipos de ciruga conversaban en voz baja en un aparte. Con los gorros y los guantes puestos, estaban preparados para comenzar.

No se haba odo gran cosa dentro de los quirfanos, excepto las palabras de rigor entre el anestesilogo y los dos tcnicos anestesistas mientras administraban la anestesia general a los dos pacientes. El anestesilogo iba y vena de un quirfano a otro, para supervisar las operaciones y estar a mano si se presentaba algn problema.

Pero no haban surgido problemas; al menos por el momento. Sin embargo, Kevin estaba nervioso. Para su sorpresa, no lo embargaba la misma sensacin de triunfo que haba experimentado durante los tres procedimientos previos, cuando se haba regocijado ante el poder de la ciencia y de su propia creatividad.

En lugar de jbilo, Kevin senta una incipiente inquietud.

Su malestar haba empezado a gestarse casi una semana antes, pero ahora, mientras observaba a aquellos pacientes y reflexionaba sobre sus respectivos pronsticos, la inquietud adquira una desconcertante intensidad. El efecto era semejante al que le produca pensar en agujas: tena la frente empapada en sudor y le temblaban las piernas. Tuvo que cogerse a la pila para mantener el equilibrio.

La puerta del quirfano 1A se abri de sbito, sobresaltndolo, y apareci una mujer con ojos de color azul plido, enmarcados por la mascarilla y el gorro. Kevin la reconoci de inmediato: era Candace Brickmann, una de las enfermeras de ciruga.

-Ya hemos instaurado una va intravenosa y los pacientes estn anestesiados -dijo Candace-. Est seguro de que no quiere entrar? Vera mucho mejor.

-Gracias, pero estoy bien aqu-respondi Kevin.

-Como quiera.

La puerta se cerr tras ella, que volvi a entrar en uno de los quirfanos. Kevin observ que se diriga con paso presuroso hacia los cirujanos y les deca algo. A modo de respuesta, ellos se volvieron hacia l y le hicieron una seal con los pulgares levantados. Kevin devolvi el gesto con timidez.

Los cirujanos reanudaron la conversacin, pero l sinti que aquel breve intercambio mudo con ellos haba reforzado su sensacin de complicidad. Solt la pila y dio un paso atrs. Ahora su inquietud rayaba en el pnico. Qu haba hecho?

Dio media vuelta y sali de la sala de asepsia y luego de la zona de quirfanos. Una corriente de aire lo sigui cuando abandon la zona de asepsia de los quirfanos y entr en su resplandeciente laboratorio de aire futurista. Respiraba agitadamente, como si acabara de hacer un esfuerzo fsico.

Cualquier otro da, el solo hecho de entrar en su territorio lo habra llenado de una expectacin similar a la que lo embargaba cuando pensaba en los descubrimientos que esperaba de sus manos mgicas. La serie de estancias que componan el laboratorio vibraban literalmente con los instrumentos de alta tecnologa con los que siempre haba soado.

Ahora esas complicadas mquinas estaban a su disposicin noche y da. Con aire distrado, acarici las cubiertas de acero inoxidable, rozando inadvertidamente los mandos analgicos y los indicadores digitales mientras se diriga a su despacho. Toc el aparato que usaba para determinar la secuencia de ADN, de ciento cincuenta mil dlares, y el auto analizador hematolgico de quinientos mil dlares, rodeado por una maraa de cables que lo asemejaban a una gigantesca anmona de mar. Ech un vistazo a la mquina de PCR, cuyas luces rojas parpadeaban como lejanos qusares anunciando las sucesivas duplicaciones de la cadena de ADN. Era un entorno que anteriormente llenaba a Kevin de esperanza y emocin. Pero ahora, cada tubo de microcentrifugacin y cada frasco con cultivo de tejidos le parecan mudos recordatorios del terrible plpito que lo atormentaba.

Se acerc a su escritorio y estudi el brazo corto del cromosoma 6 en el mapa gentico. La zona que ms le interesaba estaba resaltada en rojo; era el complejo mayor de histocompatibilidad. El problema era que dicho complejo constitua slo una pequea parte del brazo corto del cromosoma 6. Haba grandes reas en blanco que representaban millones y millones de pares de bases, y en consecuencia centenares de otros genes. Y l ignoraba su funcin.

Poco tiempo antes haba solicitado informacin sobre estos genes a travs de Internet y haba recibido varias respuestas vagas. Algunos investigadores haban respondido que el brazo corto del cromosoma 6 contena genes involucrados en el desarrollo msculo-esqueltico. Pero eso era todo. Ningn detalle.

Se estremeci involuntariamente. Alz la vista hacia la gran ventana panormica que haba encima de su escritorio.

Como de costumbre, estaba veteada por la lluvia tropical, que ocultaba el paisaje tras ondulantes cortinas de agua. Las gotas descendan lentamente, hasta que se unan en nmero suficiente para formar una masa considerable. Luego se desprendan de la superficie como las chispas de una rueda de molar.

Mir a lo lejos. El contraste entre el mundo exterior y el resplandeciente interior, aclimatado con aire acondicionado, no dejaba de impresionarle. Turbulentas nubes grises como el metal de una escopeta cubran el cielo, a pesar de que, en teora, la estacin seca haba comenzado tres semanas antes.

La tierra estaba cubierta por una vegetacin indmita, de un verde tan oscuro que casi pareca negro. La espesura se alzaba alrededor de la ciudad como una gigantesca, amenazadora marejada.

El despacho de Kevin estaba situado en el complejo de laboratorios del hospital, uno de los pocos edificios nuevos en la otrora decadente y desierta ciudad colonial de Cogo, en Guinea Ecuatorial, un pas de Africa prcticamente desconocido. El edificio tena tres plantas, y el despacho estaba en la ltima, orientado al sudeste. Desde su ventana poda ver una considerable extensin de la ciudad, que creca caprichosamente hacia el estuario del Muni y sus afluentes.

Algunas construcciones cercanas haban sido renovadas, otras estaban en proceso de remodelacin, pero la mayora permanecan intactas. Media docena de haciendas, antao elegantes, haban sido devoradas por las enredaderas y las races de una vegetacin que creca sin control alguno. Una eterna bruma de aire caliente y hmedo cubra el paisaje.

En primer trmino, Kevin alcanzaba a ver la arcada del viejo ayuntamiento local. A la sombra de la arcada estaba el inevitable grupo de soldados ecuatoguineanos con uniforme de combate y rifles AK-47 en bandolera. Como de costumbre, fumaban, discutan y beban cerveza camerunense

Por fin, Kevin dej vagar la vista ms all de la ciudad. Lo haba estado evitando inconscientemente, pero ahora fij la mirada en el estuario, cuya superficie azotada por la lluvia pareca metal fundido. Al sur, alcanzaba a vislumbrar la arbolada costa de Gabn. Mir hacia el este y sigui con la vista el sendero de islas que se extendan hacia la zona continental. En el horizonte divis la ms grande, la isla Francesca, llamada as por los portugueses en el siglo xv. En contraste con las dems islas, un macizo de piedra caliza rodeado de vegetacin selvtica se extenda sobre el centro de la isla Francesca como el espinazo de un dinosaurio.

A Kevin le dio un vuelco el corazn. A pesar de la lluvia y la niebla, volvi a ver aquello que tanto tema. Como la semana anterior, all estaba la inconfundible columna de humo, ondulando perezosamente hacia el cielo plomizo.

Se dej caer en la silla y ocult la cabeza entre las manos.

Se pregunt qu haba hecho. En la universidad haba escogido cultura clsica como una de las asignaturas optativas y conoca los mitos griegos. Habra cometido el mismo error que Prometeo? El humo significaba fuego, y no pudo menos de preguntarse si se trataba del proverbial fuego robado a los dioses; en su caso, involuntariamente.

18:45 horas.

Boston, Massachusets

Mientras el fro viento de marzo sacuda los postigos, Taylor Devonshire Cabot se regodeaba en el calor y la seguridad de su estudio recubierto con paneles de nogal, en su amplia casa de Manchester-by-the-Sea, al norte de Boston, Massachusetts. Harriette Livingston Cabot, la esposa de Taylor, estaba en la cocina ultimando los preparativos de la cena que se servira a las siete en punto.

Sobre el brazo del silln, Taylor balanceaba un vaso de cristal tallado que contena whisky de malta. El fuego crepitaba en la chimenea, y en la cadena musical sonaba una meloda de Wagner a bajo volumen. Adems, haba tres aparatos empotrados de televisin sintonizados respectivamente en la cadena de noticias local, la CNN y la ESPN.

Taylor se senta satisfecho. Haba tenido un da atareado aunque productivo en las oficinas centrales de GenSys, una firma de biotecnologa relativamente nueva que l mismo haba fundado ocho aos antes. La compaa haba construido un edificio junto al ro Charles de Boston, para reclutar a sus nuevos miembros aprovechando la proximidad de Harvard y el MIT, el Instituto de Tecnologa de Massachusetts.

El viaje de regreso haba sido ms rpido que de costumbre, y Taylor no haba tenido ocasin de terminar la lectura prevista para el da. Conociendo los hbitos de su jefe, Rodney, el chofer, se haba disculpado por llegar tan pronto.

-Estoy seguro de que maana podr demorarse lo suficiente para compensarme -haba bromeado Taylor. .

-Har todo lo posible, seor-haba respondido Rodney.

De modo que Taylor no escuchaba la msica ni vea la televisin. En cambio, lea atentamente el informe econmico que deba presentar la semana siguiente en la junta de accionistas de GenSys. Pero eso no significa que permaneciera ajeno a lo que ocurra alrededor. Era absolutamente consciente del sonido del viento, el chisporrotear del fuego, la msica y los diversos boletines de noticias en la televisin.

As pues, cuando oy el nombre de Carlo Franconi, alz rpidamente la cabeza.

Lo primero que hizo fue coger el mando a distancia y subir el volumen del televisor del centro, que transmita el noticiario local de una cadena filial de la CBS. Los presentadores eran Jack Williams y Liz Walker. Jack Williams haba mencionado el nombre de Carlo Franconi y prosigui diciendo que la cadena haba obtenido una cinta de vdeo del asesinato de este famoso miembro de la mafia, vinculado con las familias del crimen de Boston.

"Dada la violencia de las escenas, dejamos a criterio de los padres la decisin de que los nios permanezcan frente a la pantalla -advirti el presentador-. Recordarn que hace unos das informamos de que Franconi, que se encontraba enfermo, haba desaparecido despus de declarar ante el jurado, por lo que algunos teman que se hubiera fugado a pesar de encontrarse bajo fianza. Sin embargo, ayer reapareci, anunciando que haba hecho un trato con la fiscala de Nueva York y que se acogera al programa de proteccin de testigos. Pero esta misma noche, mientras sala de su restauran te favorito, el procesado por estafa y chantaje fue asesinado a balazos."

Taylor mir, hipnotizado, la filmacin de un aficionado en la que un hombre rollizo sala de un restaurante acompaado por varios individuos con aspecto de policas El hombre salud con un ademn casual a la multitud congregada a las puertas del establecimiento y se dirigi a la limusina que lo esperaba. Hizo caso omiso de las preguntas de los periodistas que se acercaron a l. Cuando se agachaba para subir al vehculo, Franconi se sacudi y se balance hacia atrs, cogindose la nuca con una mano. Mientras caa hacia la derecha, su cuerpo volvi a sacudirse antes de tocar el suelo. Los acompaantes haban desenfundado sus armas y se giraban frenticamente en todas las direcciones. Los periodistas se haban arrojado al suelo.

"Guau! -exclam Jack-. Qu escena! Me recuerda el asesinato de Lee Harvey Oswald. Est claro para qu sirve la proteccin policial."

"Me pregunto qu consecuencias tendr este crimen en la actitud de futuros testigos", dijo Liz.

"Desastrosas, sin duda", respondi Jack.

Los ojos de Taylor se desviaron hacia las imgenes de la CNN, que en ese momento comenzaba a emitir la misma cinta de vdeo. Mir la secuencia una vez ms y se estremeci. Al final de la escena, la CNN dio paso a un reportaje en directo frente al Instituto Forense de la ciudad de Nueva York.

"La gran pregunta en estos momentos es si participaron uno o dos atacantes -dijo el reportero por encima del ruido del trafico de la Quinta Avenida-. Tenemos la impresin de que Franconi recibi dos impactos de bala. La polica est lgicamente disgustada por los acontecimientos y se niega a hacer especulaciones o a facilitar cualquier tipo de informacin. Sabemos que la autopsia est programada para maana a primera hora y damos por sentado que los expertos en balstica desvelarn la incgnita."

Taylor baj el volumen del televisor y cogi su vaso. Camin hacia la ventana y mir el mar enfurecido y oscuro. La muerte de Franconi poda traer cola. Consult su reloj. En frica occidental era casi media noche.

Fue hasta el telfono, llam al operador de GenSys y le dijo que quera hablar con Kevin Marshall de inmediato.

Colg el auricular y volvi a mirar por la ventana. Nunca se haba sentido del todo cmodo con ese proyecto, aunque desde el punto de vista econmico pareca muy rentable. Se pregunt si deba cancelarlo. El telfono interrumpi sus pensamientos.

Levant el auricular y una voz dijo que el seor Marshall estaba al otro lado de la lnea. Tras algunos ruidos de interferencias, oy la voz soolienta de Kevin.

-De verdad es usted Taylor Cabot? -pregunt Kevin.

-Recuerda a Carlo Franconi? -dijo Taylor, pasando por alto la pregunta de Kevin.

-Por supuesto.

-Ha sido asesinado esta misma tarde. La autopsia est prevista para maana a primera hora en Nueva York. Quiero saber si esto podra causar problemas.

Se produjo un silencio. Taylor estaba a punto de preguntar si se haba cortado la comunicacin, cuando Kevin respondi:

-S, podra causar problemas.

-Pueden averiguar algo con una autopsia?

-Es posible. No digo probable, pero s posible.

-Esa respuesta no me gusta -replic Taylor. Cort la comunicacin con Kevin y volvi a llamar al operador de GenSys. Pidi hablar de inmediato con el doctor Raymond Lyons y subray que se trataba de una emergencia.

Nueva York

-Disculpe -murmur el camarero.

Se haba acercado al doctor Lyons por la izquierda y haba esperado una pausa en la conversacin que el mdico mantena con Darlene Polson, una joven rubia que, adems de su ayudante, era su actual amante. Con su cuidado cabello cano y su atuendo conservador, el doctor pareca el mdico prototpico de un culebrn. Cincuenta y pocos aos, alto, bronceado, con una envidiable esbeltez y unas facciones agradables y aristocrticas.

-Lamento interrumpir -aadi el camarero-, pero hay una llamada urgente para usted. Quiere que le traiga un telfono inalmbrico o prefiere usar el del vestbulo?

Los ojos azules de Raymond iban y venan de la cara afable pero inexpresiva de Darlene al respetuoso camarero, cuyos modales impecables justificaban la alta puntuacin que su restaurante haba merecido en la gua gastronmica Zagat. Raymond no pareca contento.

-Quiz prefiere que les diga que no puede ponerse al telfono -sugiri el camarero.

-No, trigame el telfono inalmbrico -dijo Raymond.

No imaginaba quin poda llamarlo por una emergencia. No practicaba la medicina desde que le haban retirado su licencia, despus de procesarlo y declararlo culpable de estafar a una mutualidad mdica durante doce aos.

-S? -dijo con cierto nerviosismo.

-Soy Taylor Cabot. Ha surgido un problema.

Raymond se puso visiblemente tenso y frunci el entrecejo.

Taylor resumi con rapidez la situacin de Carlo Franconi y su llamada a Kevin Marshall.

-Esta operacin es obra suya -concluy con irritacin-.

Y permtame que le haga una advertencia: es slo una minucia en el plan general. Si hay problemas, abandonar el proyecto. No quiero mala prensa; de modo que resuelva este lo.

-Pero qu puedo hacer yo? -espet Raymond.

-Con franqueza, no lo s. Pero ser mejor que se le ocurra algo, y pronto.

-Por lo que a m respecta, las cosas no podran ir mejor.

Hoy mismo he hecho un contacto prometedor con una doctora de Los ngeles que atiende a un montn de estrellas de cine y a ejecutivos de la costa Oeste. Est interesada en abrir una delegacin en California.

-Creo que no me ha entendido -dijo Taylor-. No habr ninguna delegacin en ninguna parte a menos que se resuelva el problema de Franconi. Por lo tanto, ser mejor que se ocupe del asunto. Dispone de doce horas.

El ruido del auricular al colgarse al otro lado de la lnea hizo que Raymond apartara la cabeza con brusquedad. Mir el telfono como si fuera el responsable del precipitado final de la conversacin.

El camarero, que aguardaba a una distancia prudencial, se acerc a coger el telfono y desapareci.

-Problemas? -pregunt Darlene.

-Dios santo! -exclam Raymond mientras se morda el pulgar con nerviosismo.

No era un simple problema. Era una catstrofe en potencia. Con las gestiones para recuperar la licencia estancadas en el atolladero del sistema judicial, su presente trabajo era lo nico que tena, y el negocio haba empezado a florecer haca muy poco tiempo. Haba tardado cinco aos en llegar a ese punto. No poda permitir que todo se fuera al garete.

-Qu pasa? -pregunt Darlene tendiendo la mano para retirar la de Raymond de su boca.

Le explic brevemente la inminente autopsia de Carlo Franconi y la amenaza de Taylor Cabot de abandonar el proyecto.

-Pero si por fin est dando una pasta -dijo ella-. No lo dejar ahora.

Raymond solt una risita triste.

-Para un tipo como Taylor Cabot y para GenSys eso no es dinero -repuso-. Lo dejar; seguro. Diablos; ya fue difcil convencerlo de que lo financiara.

-Entonces tendris que decirles que no hagan la autopsia.

Raymond mir a su acompaante. Saba que la chica tena buenas intenciones y que no lo haba cautivado precisamente por su inteligencia, as que contuvo su furia. Sin embargo, respondi con sarcasmo:

-Crees que puedo llamar al Instituto Forense y simplemente ordenarles que no hagan la autopsia en un caso como ste? No fastidies.

-Pero t conoces a mucha gente importante -insisti Darlene-. Pdeles que intercedan.

-Por favor, cario... -comenz Raymond con desdn, pero de repente se detuvo. Pens que quiz Darlene tuviera algo de razn. Una idea comenz a tomar forma en su cabeza.

-Qu me dices del doctor Levitz? -dijo Darlene-. Era el mdico de Franconi. Quiz pueda ayudarte.

-Estaba pensando precisamente en l.

Daniel Levitz era un mdico con una magnfica consulta en Park Avenue, con gastos muy altos y una clientela menguante debido a la proliferacin de las mutualidades mdicas. Adems, haba enrolado muchos pacientes para el proyecto, algunos de la misma calaa que Carlo Franconi.

Raymond se puso en pie, sac el billetero y dej tres flamantes billetes de cien dlares sobre la mesa. Saba que era ms que suficiente para cubrir la cena y una propina generosa.

-Vamos -dijo-. Tenemos que hacer una visita.

-Pero an no he terminado el primer plato -protest Darlene.

Raymond no respondi. Apart de la mesa la silla de Darlene y la oblig a levantarse. Cuanto ms pensaba en el doctor Levitz, ms se convenca de que aquel hombre poda salvarlo. Como mdico personal de varias familias rivales de la mafia de Nueva York, Levitz conoca a gente capaz de hacer lo imposible.

14 de marzo de I997,

7:25 horas.

Nueva York.

Jack Stapleton se inclin y pedale con fuerza mientras recorra la ltima manzana en direccin este sobre la calle Treinta. A unos cincuenta metros de la Quinta Avenida, irgui la espalda, solt el manillar y comenz a frenar. El semforo no estaba en verde, y ni siquiera Jack estaba lo bastante loco para abrirse paso entre los coches, autobuses y camiones que aceleraban hacia el norte de la ciudad.

La temperatura haba subido considerablemente, y los diez centmetros de nieve que haban cado dos das antes se haban derretido, salvo por algunos montculos sucios entre los coches aparcados. Se alegraba de que las calles estuvieran despejadas, pues haca varios das que no poda usar la bicicleta que haba comprado tres semanas antes. Con ella haba reemplazado la que le haban robado el ao anterior.

Jack haba querido comprar otra de inmediato pero, tras una aterradora experiencia que estuvo a punto de costarle la vida, haba cambiado de opinin y adoptado una actitud ms conservadora ante el riesgo, al menos temporalmente. Aunque el episodio no haba tenido relacin alguna con la bicicleta, lo haba asustado lo suficiente para obligarlo a reconocer que sola usarla con deliberada imprudencia.

Pero el paso del tiempo desvaneci sus temores. El robo de su reloj y su billetero en el metro fue el incentivo que necesitaba. Un da despus, se compr una mountain bike Cannondale y, segn decan sus amigos, volvi a las andadas. Pero en honor a la verdad, ya no tentaba a la suerte escurrindose entre las veloces furgonetas de reparto y los coches estacionados ni se precipitaba cuesta abajo por la Segunda Avenida y casi siempre evitaba Central Park despus del anochecer.

Se detuvo en la esquina y esper la luz verde; con un pie apoyado en el pavimento, observ la escena. Casi de inmediato advirti la presencia de las unidades mviles de televisin, aparcadas con las antenas extendidas en el lado este de la Quinta Avenida, frente a su destino: el Instituto Forense de la ciudad de Nueva York, al que llamaban simplemente el depsito.

Jack era mdico forense adjunto. En el ao y medio que llevaba en su puesto haba visto congestiones semejantes en varias ocasiones. Por lo general, significaban que haba muerto una celebridad o alguien que haba adquirido una fama efmera gracias a los medios de comunicacin. Por razones personales y pblicas, Jack esperaba que se tratara del primer caso.

Al ponerse la luz verde, cruz la Quinta Avenida con su bicicleta y entr en el depsito por la entrada de la calle Treinta. Estacion la bicicleta en el sitio habitual, cerca de los atades destinados a los muertos que nadie reclamaba, y subi en el ascensor hacia el primer piso.

Enseguida advirti el trajn en el interior. En la recepcin, varias secretarias del turno de maana estaban ocupadas respondiendo el telfono, cuando por lo general no entraban a trabajar hasta las ocho. Las consolas estaban cubiertas de parpadeantes luces rojas. Hasta el cubculo del sargento Murphy estaba abierto y la luz encendida, pese a que nunca llegaba antes de las nueve.

Picado por la curiosidad, entr en la sala de identificaciones y fue directamente hacia la cafetera. Vinnie Amendola, uno de los ayudantes del depsito, estaba parapetado detrs del peridico, como de costumbre. Pero sa era la nica circunstancia normal a aquella hora de la maana. Aunque Jack sola ser el primer anatomopatlogo en llegar, aquel da el subdirector del Instituto Forense -el doctor Calvin Washington- y los doctores Laurie Montgomery y Chet McGovern ya estaban all. Los tres estaban enfrascados en una acalorada discusin con el sargento Murphy y, para sorpresa de Jack, con el detective Lou Soldado, de homicidios. Lou visitaba el depsito con frecuencia, pero nunca a las siete y media de la maana. Adems, tena todo el aspecto de no haber dormido o, si lo haba hecho, no se haba quitado la ropa.

Jack se sirvi una taza de caf. Nadie repar en su llegada.

Tras aadir un poco de leche y un terrn de azcar a la taza, se dirigi a la puerta del vestbulo. Asom la cabeza y, tal como esperaba, comprob que el lugar estaba abarrotado de periodistas que charlaban entre s y tomaban caf. Puesto que estaba absolutamente prohibido fumar, Jack pidi a Vinnie que saliera a comunicrselo.

-T ests ms cerca -respondi Vinnie alzando la vista del peridico. .

Jack puso los ojos en blanco ante la falta de respeto de Vinnie, pero reconoci que tena razn. De modo que se dirigi a la puerta de cristal y la abri. Sin embargo, antes de que pudiera pronunciarse sobre la prohibicin de fumar, los periodistas se le echaron encima.

Jack tuvo que apartar los micrfonos que le zamparon en la cara. Todos preguntaban al unsono, de modo que no en tendi nada, salvo que lo interrogaban sobre una autopsia inminente.

Grit a voz en cuello que estaba prohibido fumar, se desasi de las manos que le sujetaban los brazos y cerr la puerta.

Al otro lado, los reporteros se amontonaron, empujando con brusquedad a sus colegas contra el cristal, como si fueran tomates en un frasco de conserva.

Disgustado, Jack regres a la sala de identificaciones.

-Alguien puede decirme qu est pasando? -exclam.

Todo el mundo se volvi hacia l, pero Laurie fue la primera en responder.

-No te has enterado?

-Si me hubiera enterado no lo preguntara.

-Joder! En la tele no hablan de otra cosa -espet Calvin.

-Jack no tiene televisor -dijo Laurie-. Sus vecinos no se lo permiten.

-Dnde vives, hijo? -pregunt el sargento Murphy.

Nunca haba odo que los vecinos prohibieran a nadie tener un aparato de televisin. El maduro y rubicundo polica irlands hablaba con tono paternalista. Llevaba trabajando en el Instituto Forense ms aos de lo que estaba dispuesto a reconocer y trataba a todos los empleados como si fueran miembros de su familia.

-Vive en Harlem -intervino Chet-. De hecho, a sus vecinos les encantara que se comprara una tele, para tomarla prestada indefinidamente.

-Ya est bien, muchachos -dijo Jack-. Contadme a qu viene tanto jaleo.

-Un capo de la mafia fue acribillado a balazos ayer por la tarde -inform Calvin con voz resonante-. Haba alborotado el avispero porque decidi cooperar con la oficina del fiscal del distrito y estaba bajo proteccin policial.

-No era ningn capo -dijo Lou Soldano-. No era ms que un matn de tres al cuarto de la familia Vaccaro.

-Lo que fuera -admiti Calvin con un gesto displicente-.

La cuestin es que se lo cargaron cuando estaba literalmente rodeado por los mejores agentes de la polica de Nueva York, lo que no dice gran cosa de su competencia para proteger a una persona.

-Le advirtieron que no fuera a ese restaurante -protest Lou-. Lo s de buena tinta. Y es imposible proteger a alguien que no est dispuesto a aceptar nuestras sugerencias.

-Hay alguna posibilidad de que lo haya matado la polica? -pregunt Jack. Una de las funciones de un forense era considerar una cuestin desde todos los ngulos posibles, sobre todo cuando se trataba de alguien bajo custodia.

-No estaba arrestado -repuso Lou, leyendo los pensamientos de Jack-. Lo haban arrestado y procesado, pero se hallaba en libertad condicional.

-Y a qu viene tanto jaleo? -pregunt Jack.

-A que el alcalde, el fiscal del distrito y el jefe de polica estn que trinan -respondi Calvin.

-Amn -dijo Lou-. Sobre todo el jefe de polica. Por eso estoy aqu. El asunto se ha convertido en una de esas pesadillas pblicas que a los periodistas les encanta inflar. Tenemos que encontrar al asesino o asesinos lo antes posible, de lo contrario rodarn cabezas.

-Y tambin hay que evitar que futuros testigos se echen atrs -dijo Jack.

-S; tambin eso.

-No s, Laurie -dijo Calvin, volviendo a la discusin que mantenan antes de que Jack los interrumpiera-. Te agradezco que hayas venido tan pronto y que te ofrezcas a encargarte del caso, pero es probable que Bingham quiera ocuparse personalmente.

-Pero por qu? -protest Laurie-. Mira, es un caso sencillo y tengo bastante experiencia en heridas de bala. Adems, esta maana Bingham tiene una reunin para tratar cuestiones presupuestarias en el ayuntamiento y no llegar hasta el medioda. Para entonces yo podra haber terminado la autopsia e informar a la polica de cualquier hallazgo. Teniendo en cuenta la prisa del caso, me parece lo ms sensato.

Calvin mir a Lou.

-Crees que ganar cinco o seis horas beneficiara la investigacin?

-Es probable -admiti Lou-. Caray, cuanto antes est hecha la autopsia, mejor. El solo hecho de saber si buscamos a una o dos personas sera de gran ayuda.

Calvin suspir.

-Detesto tener que tomar esta clase de decisiones. -Transfiri los ciento veinticinco kilos de peso de su inmenso y musculoso cuerpo de una pierna a la otra-. El problema es que casi nunca puedo predecir la reaccin de Bingham. Pero, qu demonios. Hazlo, Laurie. El caso es tuyo.

-Gracias, Calvin -dijo Laurie con alegra. Cogi la carpeta de la mesa-. Hay algn problema si Lou se queda a mirar?

-En absoluto -respondi Calvin.

-Vamos, Lou. -Laurie rescat su abrigo de una silla y enfil hacia la puerta-. Bajemos a hacer un rpido examen externo y a pedir unas radiografas. Por lo visto, con la confusin de anoche, no las hicieron.

-All vamos -respondi Lou.

Jack titube un instante y luego los sigui. Le intrigaba el inters de Laurie por hacer la autopsia. En su opinin, habra sido ms sensato permanecer al margen. Los casos polticos como ste siempre eran como una patata ardiente. Era imposible salir bien parado de ellos.

Laurie y Lou caminaban deprisa, y Jack no los alcanz hasta pasada la recepcin. Ella se detuvo de repente para asomarse al despacho de Janice Jaeger, una investigadora forense, a la que tambin llamaban ayudante tcnica. Haca el turno de noche y se tomaba su trabajo muy en serio. Siempre se quedaba despus de la hora.

-Vers a Bart Arnold antes de marcharte? -pregunt Laurie a Janice. Bart Arnold era el jefe de los investigadores forenses.

-Casi siempre lo veo -respondi Janice. Era una mujer menuda y morena, con marcadas ojeras.

-Hazme un favor -pidi Laurie-. Dile que llame a la CNN y que consiga una copia del vdeo del asesinato de Carlo Franconi. Lo necesito cuanto antes.

-Lo conseguiremos -contest Janice con cordialidad.

Laurie y Lou siguieron su camino.

-Eh, aflojad el paso -dijo Jack, al tiempo que corra para alcanzarlos.

-Tenemos trabajo -repuso Laurie sin detenerse.

-Nunca te he visto tan ansiosa por hacer una autopsia. -El y Lou caminaban a ambos lados de Laurie en direccin a la sala de autopsias-. Qu te atrae tanto del caso?

-Muchas cosas -dijo ella. Lleg junto al ascensor y puls el botn de llamada.

-Por ejemplo? -pregunt Jack-. No quiero pincharte el globo, pero ste es un caso polticamente conflictivo. Digas lo que digas y hagas lo que hagas, disgustars a alguien. Creo que Calvin tiene razn. El jefe debera ocuparse de este asunto.

-Tienes derecho a expresar tu opinin -repuso Laurie-. Pero la ma es diferente. Con mi experiencia en heridas de bala, estoy encantada de llevar un caso en el que puedo contar con una cinta de vdeo para corroborar mi reconstruccin de los hechos. Estaba pensando en escribir una monografa sobre heridas de bala, y ste podra ser un caso clave.

-Oh, venga -protest Jack con los ojos en blanco-. Qu motivo tan noble! -Luego la mir y aadi-: Creo que deberas reconsiderar tu decisin. Todava ests a tiempo. La intuicin me dice que te ests buscando un problema burocrtico. Lo nico que tienes que hacer es dar media vuelta y decirle a Calvin que has cambiado de idea. Te lo advierto; corres un gran riesgo.

Laurie ri.

-T eres el menos indicado para hablar de riesgos. -Extendi una mano y roz la nariz de Jack con el dedo ndice-.

Todos los que te conocemos, yo incluida, te rogamos que no te compraras una bici nueva. Y est en juego tu vida, no un simple problema burocrtico.

Cuando lleg el ascensor, ellos entraron. Jack titube un instante, pero se col entre las puertas poco antes de que se cerraran.

-No me convencers -advirti Laurie-. As que ahorra saliva.

-De acuerdo. -Jack alz las manos como si se diera por vencido-. Te prometo no volver a darte un consejo. Pero tengo inters en seguir el curso de los acontecimientos. Estoy de servicio, as que, si no te importa, te mirar trabajar.

-Si quieres puedes hacer algo ms. Puedes ayudar.

-No quiero interferir en la tarea de Lou -dijo con doble intencin.

Lou ri y Laurie enrojeci, pero ninguno de los dos respondi al comentario.

-Has dado a entender que tenas otras razones para interesarte por el caso -dijo Jack-. Podras decirme cules son, si no te importa? -Laurie cambi una rpida mirada con Lou, que Jack fue incapaz de interpretar-. Mmmm. Tengo la impresin de que aqu pasa algo que no es de mi incumbencia.

-Nada de eso -terci Lou-. Se trata de una conexin fuera de lo comn. La vctima, Carlo Franconi, haba pasado a ocupar el lugar de un matn de medio pelo llamado Pauli Cerino. El puesto de Cerino qued vacante despus de que lo metieran entre rejas, gracias, en gran medida, a la perseverancia y los buenos oficios de Laurie.

-Y a los tuyos -aadi sta mientras el ascensor se detena y se abran las puertas.

-S; pero sobre todo gracias a ti.

Los tres salieron al stano y se dirigieron a la oficina del depsito.

-El tal Cerino estaba involucrado en los casos de sobredosis de los que me hablaste?

-Me temo que s -contest Laurie-. Fue horrible. Esa experiencia me horroriz. Y lo peor es que algunos de los responsables siguen actuando, incluido Cerino, aunque est en la crcel.

-Y por mucho tiempo -apostill Lou.

-Eso me gustara creer -dijo Laurie-. Bueno; espero que la autopsia de Franconi me permita dar por zanjado ese asunto. Todava tengo pesadillas de vez en cuando.

-La metieron en un atad de pino para secuestrarla -explic Lou-. Y se la llevaron en uno de los furgones del depsito.

-Cielos! -dijo Jack a Laurie-. No me lo habas contado.

-Procuro no pensar en ello -repuso ella. Y aadi-: Vosotros esperad aqu.

Entr en la oficina del depsito para obtener una copia de la lista de compartimientos frigorficos asignados a los muertos que haban ingresado la noche anterior.

-No me imagino encerrado en un atad -dijo Jack, estremecindose. Su principal fobia eran las alturas, pero los sitios cerrados y estrechos ocupaban el segundo puesto.

-Yo tampoco -repuso Lou-. Pero Laurie se recuper de manera admirable. Una hora despus de que la liberaran, tuvo la entereza necesaria para pensar en una estrategia para salvarnos a los dos. Cosa que me resulta particularmente humillante, teniendo en cuenta que yo haba ido all para salvarla a ella.

-Joder! -exclam Jack, meneando la cabeza-. Hasta hace un minuto crea que el hecho de que un par de asesinos me esposaran a un fregadero mientras discutan quin iba a matarme era la peor experiencia posible.

Laurie sali del despacho sacudiendo un papel.

-Compartimiento ciento once -anunci-. Estaba en lo cierto. No han hecho radiografas del cadver.

Ech a andar como una atleta. Jack y Lou tuvieron que correr para alcanzarla. Se dirigi al compartimiento correspondiente, se meti la carpeta de la autopsia bajo el brazo izquierdo y gir el pestillo con la mano derecha. Con un movimiento suave y diestro abri la portezuela y desliz la bandeja sobre los rieles.

Frunci el entrecejo.

-Qu extrao! -dijo. En la bandeja no haba ms que unas pocas manchas de sangre y varias secreciones secas.

Introdujo la bandeja y cerr la puerta. Volvi a comprobar el nmero. No se haba equivocado: era el compartimiento ciento once.

Tras repasar la lista otra vez para asegurarse de que no se haba confundido, volvi a abrir el compartimiento, se cubri los ojos para evitar el resplandor de las luces y mir en el oscuro interior.

No caba duda; ese compartimiento no contena los restos de Carlo Franconi.

-Mierda! -mascull.

Cerr con brusquedad la puerta y, para asegurarse de que no se trataba de una confusin, abri todos los compartimientos cercanos, uno tras otro. Comprob las etiquetas y los nmeros de admisin de todos los que contenan cadveres. Pero pronto tuvo que rendirse a la evidencia: Carlo Franconi no estaba entre ellos.

-No puedo creerlo! -dijo con una mezcla de furia y frustracin-. El maldito cadver ha desaparecido!

Desde el momento en que haban comprobado que el compartimiento ciento once estaba vaco, Jack haba esbozado una sonrisa. Ahora, al ver la expresin impotente de Laurie, no pudo contenerse y ri de buena gana. Por desgracia, su risa la enfureci an ms.

-Lo siento -se disculp Jack-. Mi intuicin me deca que este caso iba a causarte problemas burocrticos, pero estaba equivocado. En realidad, va a causar problemas a la burocracia.

CAPITULO 2

4 de marzo de I997, I3.30 horas.

Cogo, Guinea Ecuatorial

Kevin Marshall dej el lpiz y mir por la ventana situada encima de su escritorio. En contraste con su caos interior, fuera el tiempo era agradable y el cielo comenzaba a teirse de un color azul que Kevin no haba visto en meses. Por fin haba comenzado la estacin seca. Claro que en realidad no era seca; sencillamente, no llova tanto como durante la temporada hmeda. La desventaja era que el sol haca que la temperatura se asemeiara a la de un horno. En ese momento, haba 46 C a la sombra.

Kevin no haba trabajado bien esa maana ni haba dormido bien la noche pasada. La ansiedad que lo haba embargado el da anterior, durante la operacin, no se haba disipado.

De hecho, haba ido en aumento, sobre todo despus de la inesperada llamada del director de GenSys, Taylor Cabot.

Previamente, slo haba cambiado unas palabras con l en una ocasin. Para la mayora de los miembros de la compaa era lo mismo que hablar con Dios.

Su inquietud aument al ver otra columna de humo ondulando en el cielo, encima de la isla Francesca. Ya haba reparado en el humo esa maana, poco despus de llegar al laboratorio. Por lo que poda adivinar, proceda del mismo sitio que el da anterior: el macizo de piedra caliza. El hecho de que el humo ya no fuera tan evidente no lo consolaba.

Renunci a la idea de continuar con su trabajo, se quit la bata blanca y la arroj sobre una silla. No tena hambre, pero saba que su ama de llaves, Esmeralda, le habra preparado la comida, as que se senta obligado a volver a casa.

Descendi los tres tramos de escalera abstrado en sus pensamientos. Varios colegas lo saludaron al pasar, pero Kevin no repar en su presencia. Estaba demasiado preocupado. En las ltimas veinticuatro horas haba llegado a la conclusin de que deba hacer algo. El problema no era pasajero, como haba supuesto la semana anterior, al ver el humo por primera vez.

Por desgracia, no se le ocurra qu poda hacer. Saba que no era precisamente un hroe; es ms, haca aos que se vea a s mismo como un cobarde. Detestaba los enfrentamientos y los evitaba a toda costa. Ya en su infancia haba huido de cualquier forma de rivalidad, excepto cuando jugaba al ajedrez Desde entonces, siempre haba sido una especie de solitario.

Se detuvo junto a la puerta de cristal de la salida. Al otro lado de la plaza, debajo de las arcadas del antiguo ayuntamiento, avist la habitual camarilla de soldados. Estaban enfrascados en las actividades sedentarias de rigor; sencillamente, mataban el tiempo. Algunos jugaban a las cartas sentados en viejas sillas de paja; otros discutan entre s con voz estridente, apoyados contra los muros del edificio. Casi todos fumaban. El tabaco formaba parte de su sueldo. Vestan sucios uniformes de camuflaje, gastadas botas de combate y boinas rojas. Todos tenan rifles de asalto automticos colgados al hombro o al alcance de la mano.

Los soldados haban aterrorizado a Kevin desde el momento de su llegada a Cogo, cinco aos antes. En un principio Cameron McIvers, el jefe de seguridad, que entonces le haba enseado los alrededores, le haba dicho que GenSys haba contratado a unos cuantos soldados ecuatoguineanos para que protegieran la compaa. Ms tarde, Cameron haba admitido que esas funciones eran, en realidad, una compensacin adicional del gobierno, as como del ministro de Defensa y del ministro de Administracin Territorial.

En opinin de Kevin, los soldados tenan ms pinta de adolescentes aburridos que de guardaespaldas. Su tez pareca bano pulido. Las expresiones ausentes y las cejas arqueadas les daban un aire de arrogancia que reflejaba su aburrimiento. Tena la desagradable sensacin de que se moran por encontrar un pretexto cualquiera para usar sus armas.

Empuj la puerta y cruz la plaza. No mir en direccin a los soldados, aunque saba por experiencia que, al menos algunos de ellos, lo observaban, cosa que le pona la carne de gallina. Como no saba una sola palabra de fang, el principal dialecto local, ignoraba de qu hablaban.

Una vez perdida de vista la plaza central, se relaj un poco y afloj el paso. La combinacin de calor con una humedad del ciento por ciento produca el efecto de un permanente bao de vapor. Cualquier actividad haca que uno sudara a chorros. Despus de unos minutos, sinti la camisa adherida a su espalda.

Su casa estaba situada a mitad de camino entre la costa y el hospital-laboratorio; es decir, a slo tres calles de este ltimo. La ciudad era pequea, aunque todava quedaban vestigios de su antigua belleza. Originalmente, los edificios de techos rojos haban sido estucados en colores vivos. Ahora esos colores se haban desvanecido, convertidos en suaves tonos pastel. Los postigos eran de la clase que giran sobre un gozne en la parte superior. La mayora de ellos, con la nica excepcin de aquellos de los edificios restaurados, estaban en un estado lamentable. Las calles discurran en una poco imaginativa cuadrcula, pero en el curso de los aos haban sido repetidamente pavimentadas con el granito importado que servia de lastre a los veleros. En tiempos de la colonia espaola, la ciudad viva de la agricultura, en particular de la produccin de caf y cacao, que haba alimentado generosamente a una poblacin de varios millares de personas.

Pero la historia cambi de forma radical despus de 1959, el ao de la independencia de Guinea Ecuatorial. El nuevo presidente, Francisco Macas, se transform rpidamente de un militar elegido por el pueblo en el dictador ms sdico del continente, cuyas atrocidades consiguieron superar incluso a las de Idi Amn Dad de Uganda y a las de Jean-Bedel Bokassa, de la Repblica Centroafricana. Las consecuencias fueron apocalpticas. Tras el asesinato de cincuenta mil personas, la tercera parte de la poblacin nacional huy, incluidos los residentes espaoles. La mayora de las ciudades quedaron diezmadas, y Cogo, en particular, fue abandonada por completo. La carretera que una Cogo con el resto del pas qued en ruinas y pronto se hizo intransitable. Durante aos, la ciudad se convirti en una simple curiosidad para los espordicos visitantes que llegaban en lancha desde el pueblo costero de Acalayong. Cuando uno de los representantes de GenSys haba dado con ella, siete aos antes, la selva haba comenzado a reclamar el territorio de la ciudad. El individuo en cuestin consider que el aislamiento de Cogo y el vasto bosque tropical que rodeaba la ciudad la convertan en el enclave perfecto para la granja de primates de GenSys.

A su regreso a Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial, el delegado de GenSys inici negociaciones de inmediato con el gobierno ecuatoguineano. Puesto que el pas era uno de los ms pobres de frica, y en consecuencia necesitaba desesperadamente la entrada de divisas, el nuevo presidente se mostr encantado y las negociaciones prosperaron.

Kevin gir en la ltima esquina y se acerc a su casa. Tena tres plantas, como la mayora de los edificios de la ciudad.

GenSys la haba restaurado con buen gusto, dndole un aire de casa de cuento infantil. De hecho, era una de las casas ms deseables de la ciudad y motivo de envidia para unos cuantos empleados de GenSys, en especial para el jefe de seguridad, Cameron McIvers. Slo Siegfried Spallek, el gerente de la Zona, y Bertram Edwards, el jefe de los veterinarios, tenan alojamientos comparables. Kevin haba atribuido su buena suerte a la mediacin del doctor Raymond Lyons, aunque no poda estar seguro.

La casa, de estilo tradicional espaol, haba sido construida a mediados del siglo xix por un prspero importador-exportador. La planta baja tena arcadas, como el ayuntamiento, y originariamente haba albergado tiendas y almacenes.

La segunda planta constaba de tres dormitorios y tres cuartos de bao, un amplio saln, comedor, cocina y un pequeo apartamento de servicio. Estaba rodeada por terrazas en los cuatro lados. La tercera planta era una inmensa estancia sin separaciones con suelo de taracea, iluminada por dos gran des araas de luces de hierro forjado. Poda albergar con facilidad a cien personas, y en apariencia haba sido usada para reuniones multitudinarias.

Entr y subi por la escalera central, que conduca a un pasillo estrecho- De all pas al comedor. Tal como esperaba, la mesa estaba puesta.

La casa era demasiado grande para Kevin, sobre todo por que ste no tena familia. Haba sealado este hecho cuando le ensearon la vivienda por primera vez, pero Siegfried Spallek haba respondido que la decisin se haba tomado en Boston y que no le convena quejarse. En consecuencia, acept la casa, aunque la envidia de sus colegas a menudo lo haca sentirse incmodo.

Esmeralda apareci como por arte de magia. Kevin se pregunt cmo lo haca; cualquiera dira que estaba siempre pendiente de su llegada. Era una mujer agradable, de edad indeterminada, con cara redonda y ojos tristes. Vesta ropa estampada de colores vivos con un pauelo a juego en la cabeza. Adems del fang, su lengua nativa, hablaba espaol con fluidez y un ingls pasable que mejoraba casi a diario.

Esmeralda viva en las dependencias de servicio de lunes a viernes. Pasaba el fin de semana con su familia, en un pueblo que GenSys haba construido en el este, a orillas del estuario, para alojar a los mltiples trabajadores locales empleados en la Zona, como se llamaba a la regin ocupada por la operacin ecuatoguineana de GenSys. Esmeralda y su familia se haban trasladado all desde Bata, la principal ciudad del territorio continental ecuatoguineano. La capital, Malabo, estaba en una isla llamada Bioko.

Kevin haba animado a Esmeralda a regresar a casa por las tardes si as lo deseaba, pero ella se haba negado. Ante la insistencia de l, la mujer haba respondido que tena rdenes de permanecer en Cogo.

-Le han dejado un recado por telfono -dijo Esmeralda.

-Ah -respondi Kevin con nerviosismo. Su pulso se aceler.

Los mensajes telefnicos eran poco frecuentes, y en las presentes circunstancias, lo ltimo que deseaba or eran ms noticias inesperadas. La llamada de Taylor Cabot, en plena noche, ya lo haba turbado demasiado.

-Era el doctor Raymond Lyons, desde Nueva York -explic Esmeralda-. Dej dicho que lo llame.

El hecho de que se tratara de una llamada del exterior no le sorprendi. Con las lneas va satlite que GenSys haba instalado en la Zona, era ms sencillo llamar a Europa o a Estados Unidos que a Bata, situada a apenas noventa kilmetros al norte. Las llamadas a Malabo eran prcticamente imposibles.

Kevin pas al saln. El telfono estaba sobre el escritorio, en un extremo de la habitacin.

-Va a comer? -pregunt Esmeralda.

-S -respondi l. An no tena hambre, pero no quera herir los sentimientos de Esmeralda.

Se sent ante su escritorio. Con la mano sobre el telfono, calcul rpidamente que en Nueva York seran las ocho de la maana. Se pregunt para qu habra llamado el doctor Lyons, aunque supona que tendra algo que ver con su breve conversacin con Taylor Cabot. No le gustaba la idea de que le hicieran la autopsia a Carlo Franconi, e imaginaba que a Raymond Lyons le pasaba otro tanto.

Haba conocido a Raymond haca seis aos, durante una reunin de la Asociacin Americana para el Desarrollo de la Ciencia, en la que Kevin haba presentado un trabajo. El detestaba las disertaciones y rara vez las daba, pero en aquella ocasin lo haba obligado su jefe de departamento de Harvard. Desde la redaccin de su tesis de doctorado, su inters se centraba en la transposicin de cromosomas: un proceso mediante el cual se intercambiaban segmentos de cromosomas para mejorar la adaptacin de las especies y con ello la evolucin. Este fenmeno ocurra con particular frecuencia durante la generacin de clulas sexuales, un proceso conocido como meiosis.

Por pura casualidad, en el mismo congreso y a la misma hora de su intervencin, James Watson y Francis Crick haban dado una conferencia extraordinariamente popular con ocasin del aniversario de su descubrimiento de la estructura del ADN. En consecuencia, poca gente haba acudido a escuchar a Kevin- Sin embargo, Raymond haba estado entre ellos. Despus de la disertacin, Raymond haba hablado con l, convencindolo de que abandonara Harvard para unirse a GenSys.

Con mano temblorosa, levant el auricular y marc el nmero. Raymond atendi al primer timbrazo, como si hubiera estado esperando junto al telfono. Su voz se oa con tanta claridad como si se hallaran en habitaciones contiguas.

-Tengo buenas noticias -anunci en cuanto supo que se trataba de Kevin-. No habr autopsia.

Kevin no respondi. Estaba desconcertado.

-No te alegras? S que Cabot te telefone anoche.

-Me alegra hasta cierto punto -repuso Kevin-. Pero con autopsia o sin ella, tengo sentimientos encontrados acerca de este proyecto.

Esta vez fue Raymond quien call. Apenas terminaba de resolver un problema potencial, otro asomaba la cabeza.

-Es posible que hayamos cometido un error -explic Kevin-. Quiero decir que quiz yo haya cometido un error. Mi conciencia empieza a importunarme, y estoy asustado. En realidad, soy un especialista en ciencias puras. Las ciencias aplicadas no son lo mo.

-Venga ya! -dijo Raymond con exasperacin-. No compliques las cosas! Y sobre todo ahora. Tienes el laboratorio que siempre has deseado. Me he roto los cuernos para enviarte todo el equipo que pediste. Adems, las cosas van de maravilla, en especial en lo que respecta a mis reclutamientos. Joder! Con todas las acciones que ests acumulando, sers rico.

-Nunca me propuse amasar una fortuna.

-Hay cosas peores. Vamos, Kevin! No me hagas esto.

-De qu me sirve ser rico si tengo que estar aqu, en el medio de la nada? -Involuntariamente, evoc la imagen del gerente, Siegfried Spallek, y se estremeci. Aquel hombre lo aterrorizaba.

-No estars all siempre -dijo Raymond-. T mismo me dijiste que casi lo has conseguido, que el sistema es prcticamente perfecto. Una vez termines y entrenes a alguien para que ocupe tu lugar, regresars. Con tanto dinero, podrs construir el laboratorio de tus sueos.

-He visto ms humo procedente de la isla-dijo Kevin-. Igual que la semana pasada.

-Olvida el humo! Ests dejando que tu imaginacin se desboque. En lugar de preocuparte por tonteras, deberas concentrarte en tu trabajo para terminar antes. En tu tiempo libre, dedcate a fantasear con el laboratorio que construirs cuando regreses.

Kevin asinti con la cabeza. Raymond tena algo de razn.

Parte de su preocupacin se deba a que si su intervencin en el proyecto africano se haca pblica, nunca podra regresar al mundo acadmico. Nadie lo contratara. Pero si tena su propio laboratorio y unos ingresos independientes, no tendra que preocuparse.

-Escucha -dijo Raymond-. Ir a recoger al ltimo paciente cuando est preparado, lo que debera ser pronto. Entonces volveremos a hablar. Mientras tanto, recuerda que casi lo hemos conseguido y que el dinero no deja de acumularse en nuestras arcas.

-De acuerdo -repuso Kevin de mala gana.

-No hagas ninguna tontera-insisti Raymond-. Promtemelo.

-De acuerdo -repiti Kevin con algo ms de entusiasmo.

Colg el auricular. Raymond era un tipo persuasivo, y siempre que hablaba con l se senta mejor.

Se levant del escritorio y regres al comedor. Sigui el consejo de Raymond e intent pensar dnde construira su laboratorio. Cambridge, Massachusetts, se le antojaba el sitio ideal, sobre todo por su antigua vinculacin con Harvard y el MIT. Pero quiz fuera mejor hacerlo en el campo, por ejemplo, en New Hampshire.

El plato principal de la comida era un pescado blanco que l no reconoci. Cuando interrog a Esmeralda al respecto, sta le dio el nombre del pescado en fang, de modo que se qued en ascuas. Se sorprendi comiendo ms de lo previsto. La conversacin con Raymond haba tenido un efecto positivo sobre su apetito. La idea de un laboratorio propio le atraa extraordinariamente.

Despus de comer, se cambi la camisa sudada por una limpia y recin planchada. Estaba ansioso por volver al trabajo. Cuando se dispona a bajar las escaleras, Esmeralda le pregunt a qu hora quera cenar. Respondi que a las siete, la hora habitual.

Mientras coma, un cmulo de nubes plomizas se haba acercado desde el ocano. Cuando cruz la puerta, ya estaba diluviando, y la calle era una autntica cascada que descenda en direccin a la ribera. Al sur, ms all del estuario del Muni, Kevin avist una brillante franja de luz solar y el semicrculo completo del arco iris. En Gabn el tiempo segua despejado, cosa que no le sorprendi. En ocasiones llova en una acera y no en la de enfrente.

Previendo que no amainara durante al menos una hora, rode su casa bajo la proteccin del alero y subi a su Toyota negro. Aunque el trayecto hasta el hospital era ridculamente breve, Kevin prefiri hacerlo en coche a pasarse el resto de la tarde empapado.

CAPITULO 3

4 de marzo de l997, 8.40 horas.

Nueva York

-Y bien? Qu quiere hacer? -pregunt Franco Ponti mirando a su jefe Vinnie Dominick por el retrovisor.

Estaban en el Lincoln de Vinnie, que se encontraba en el asiento trasero, inclinado hacia delante, cogido al asidero lateral con la mano derecha. Miraba hacia el nmero 126 Este de la calle Sesenta y cuatro. Era un edificio de estilo rococ francs, con ventanas en arco de mltiples paos. Las ventanas de la planta baja estaban protegidas con rejas.

-Es una casa lujosa -dijo Vinnie-. Parece que al buen doctor le van bien las cosas.

-Aparco? -pregunt Franco. El coche estaba en el centro de la calle, y el taxista que estaba detrs tocaba el claxon con insistencia.

-Aparca!

Franco avanz hasta la primera boca de incendio y acerc el coche al bordillo. El taxista los adelant y levant histricamente el dedo corazn al pasar. Angelo Facciolo cabece e hizo un comentario despectivo sobre los taxistas rusos. Angelo estaba sentado en el asiento delantero.

Vinnie baj del coche, y Franco y Angelo lo siguieron.

Los tres hombres iban impecablemente vestidos con abrigos largos de Salvatore Ferragamo, en distintos tonos de gris.

-Cree que el coche estar bien aqu? -pregunt Franco.

-Intuyo que esta reunin durar poco -respondi Vinnie-. Pero pon la Recomendacin de la Asociacin de Policas Benevolentes en el salpicadero. Puede que as nos ahorremos cincuenta pavos.

Ech a andar hacia el nmero 126. Franco y Angelo lo siguieron con su perpetuo aire de suspicacia. Vinnie mir el portero automtico.

-Son dos casas -dijo-. Supongo que al doctor no le va tan bien como haba pensado.

Puls el timbre correspondiente a la del doctor Raymond Lyons y esper.

-S? -pregunt una voz femenina.

-Vengo a ver al doctor -respondi-. Soy Vinnie Dominick.

Hubo una pausa. Vinnie pate la tapa de una botella con la punta de uno de sus mocasines Gucci. Franco y Angelo miraban de un extremo al otro de la calle.

-Hola, soy el doctor Lyons -se oy por el portero automtico-. En qu puedo servirle?

-Necesito verlo. Slo le robar diez o quince minutos de su tiempo.

-Creo que no lo conozco, seor Dominick -dijo Raymond-. Podra explicarme de qu se trata?

-Se trata de un favor que le hice anoche -dijo Vinnie-. A peticin de un amigo mutuo, el doctor Daniel Levitz.

Hubo una pausa.

-Supongo que sigue all, doctor-dijo Vinnie.

-S, desde luego -respondi Raymond.

Son un ronco zumbido. Vinnie empuj la pesada puerta y entr. Sus esbirros lo siguieron.

-Parece que el buen doctor no tiene muchas ganas de vernos -se burl Vinnie en el pequeo ascensor. Los tres hombres estaban apretados como cigarrillos dentro de un paquete lleno.

Raymond recibi a sus visitantes junto a la puerta del ascensor. Tras las presentaciones de rigor, les estrech la mano con evidente nerviosismo. Los invit a pasar con un ademn y, una vez dentro, los gui hacia un estudio con las paredes recubiertas con paneles de caoba.

-Les apetece un caf? -pregunt.

Franco y Angelo miraron a Vinnie.

-No dir que no a un expreso, si no es mucha molestia -respondi ste. Los otros dos dijeron que tomaran lo mismo.

Raymond pidi el caf por el telefonillo interno.

Sus peores sospechas se haban confirmado en el preciso momento en que haba visto a sus inesperados visitantes.

A sus ojos, parecan estereotipos de una pelcula de serie B.

Vinnie meda aproximadamente un metro setenta y cinco, tena la tez oscura y era apuesto, con facciones regulares y el pelo engominado peinado hacia atrs.

Saltaba a la vista que era el jefe. Los otros dos hombres eran delgados y medan ms de un metro ochenta. Ambos tenan nariz y labios finos, ojos hundidos y brillantes. Podran haber sido hermanos. La mayor diferencia en su aspecto era el estado de la piel de Angelo. Raymond pens que tena crteres tan grandes como los de la luna.

-Quieren darme sus abrigos? -pregunt Raymond.

-Gracias; no pensamos quedarnos mucho tiempo -respondi Vinnie.

-Por lo menos sintense invit Raymond.

Vinnie se arrellan en un silln de piel, mientras Franco y Angelo se sentaban erguidos sobre un sof tapizado en terciopelo. Raymond se sent detrs de su escritorio.

-Qu puedo hacer por ustedes, caballeros? -pregunt procurando aparentar seguridad.

-El favor que le hicimos anoche no fue sencillo -dijo Vinnie-. Cremos que le gustara saber cmo lo organizamos todo.

Raymond dej escapar una risita triste y alz las manos, como para atajar un proyectil.

-No es necesario. Estoy seguro de que...

-Insisto -interrumpi Vinnie-. Es lo ms sensato en esta clase de asuntos. No queremos que piense que no tuvimos que hacer un esfuerzo importante para complacerlo.

-Nunca pensara algo as.

-Bien, slo queramos asegurarnos -dijo Vinnie-. Sabe?, sacar un cuerpo del depsito no es tarea fcil, puesto que all se trabaja las veinticuatro horas del da y hay guardias de seguridad todo el tiempo.

-Esto es innecesario. Aunque agradezco sus esfuerzos, prefiero ignorar los detalles de la operacin.

-Calle y escuche, doctor Lyons! -exclam Vinnie. Hizo una pausa para ordenar sus ideas-. Tuvimos suerte porque Angelo conoce a un muchacho llamado Vinnie Amendola, que trabaja en el depsito. Este chico era del grupo de Pauli Cerino, un tipo para el que Angelo trabajaba, pero que ahora est en prisin. Angelo ahora trabaja para m, y gracias a que tiene alguna informacin confidencial sobre el muchacho, pudo convencerlo de que le dijera dnde estaban los restos de Franconi. El chico nos facilit algunos datos ms para que pudiramos presentarnos all en plena noche.

En ese momento llegaron los cafs. Los sirvi Darlene Polson, a quien Raymond present como su ayudante. En cuanto hubo repartido las tazas, Darlene se march.

-Tiene una ayudante muy guapa -observ Vinnie.

-Es muy eficaz -respondi Raymond y se enjug la frente.

-Espero que no lo estemos incomodando -dijo Vinnie.

-No, en absoluto -repuso Raymond con excesiva rapidez.

-Bueno, la cuestin es que sacamos el cadver sin problemas. Y lo hicimos desaparecer. Pero, como comprender, no fue como un paseo por el parque. De hecho, fue muy complicado teniendo en cuenta que hubo que organizarlo todo en tan poco tiempo.

-Bien, si alguna vez puedo hacer algo por ustedes... -dijo Raymond tras una incmoda pausa.

-Gracias, doctor -respondi Vinnie. Apur el caf como si se tratara de un chupito y dej la taza y el plato sobre el escritorio-. Ha dicho exactamente lo que esperaba, y eso nos lleva al motivo de mi visita. Como quiz ya sepa, yo soy uno de sus clientes, igual que Franconi, y an ms importante, mi hijo de once aos, Vinnie Junior, tambin lo es. De hecho, es previsible que l haga uso de sus servicios antes que yo. De modo que tenemos que afrontar dos cuotas, como las llaman ustedes. Lo que quera proponerle es no pagar nada este ao.

Qu responde?

Raymond baj la vista y la fij en su escritorio.

-Favor por favor -dijo Vinnie-. Creo que es lo ms justo.

Raymond se aclar la garganta.

-Tendr que comentarlo con las autoridades pertinentes -repuso.

-Vaya; sa es la primera cosa descorts que dice -aadi Vinnie-. Segn mis informes, usted es la autoridad pertinente. De modo que encuentro su reticencia insultante. Cambiar mi oferta. No pagar la cuota ni este ao ni el prximo.

Espero que comprenda el curso que est tomando la conversacin.

-Lo comprendo -dijo Raymond. Trag saliva con evidente esfuerzo-. Me ocupar de todo.

Vinnie se puso en pie y Franco y Angelo lo imitaron.

-Esa es la idea -concluy Vinnie-. As que cuento con que usted hable con el doctor Daniel Levitz y lo ponga al corriente de nuestro acuerdo.

-Desde luego -contest Raymond incorporndose.

-Gracias por el caf. Estaba muy bueno. Felicite a su ayudante de mi parte.

Cuando los matones se marcharon, Raymond cerr la puerta y se apoy contra ella. Su pulso estaba desbocado.

Darlene apareci en la puerta de la cocina.

-Ha sido tan terrible como temas? -pregunt.

-Peor! -respondi Raymond-. Se comportaron como es de esperar en gente de su calaa. Ahora tendr que vrmelas tambin con unos mafiosos de medio pelo que quieren nuestros servicios gratis. Qu otra cosa puede salir mal?

Ech a andar. Despus de un par de pasos, se tambale.

Darlene lo cogi del brazo.

-Te encuentras bien?

Raymond aguard un instante antes de asentir con un gesto.

-S; estoy bien. Slo un poco mareado -dijo-. Por culpa de este embrollo con el cuerpo de Franconi, anoche no pude pegar ojo.

-Deberas cancelar tu cita con el nuevo candidato.

-Creo que tienes razn. En mi actual estado, no podra convencer a nadie de que se una al grupo, ni aunque estuviramos al borde de la quiebra.

CAPITULO 4

4 de marzo de 1997, 9 horas.

Nueva York

Laurie termin de preparar las verduras para la ensalada, cubri el bol con una servilleta de papel y lo meti en el frigorfico. Luego mezcl el alio, una sencilla combinacin de aceite de oliva, ajo fresco y vinagre blanco. Tambin lo puso en la nevera. Concentrando ahora su atencin en la pata de cordero, retir la pequea cantidad de grasa que haba dejado el carnicero, puso la carne en el adobo que haba preparado con anterioridad y la meti en el frigorfico con el resto de la cena. Slo faltaban las alcachofas. Tard apenas unos minutos en cortar la base y retirar las hojas ms duras.

Mientras se secaba las manos con un pao de cocina, mir el reloj de la pared. Conoca las costumbres de Jack, y saba que era la hora precisa para llamarlo. Us el telfono de la cocina, situado junto al fregadero.

Mientras se estableca la comunicacin, imagin a Jack subiendo por la escalera llena de trastos del deteriorado edificio. Aunque saba por qu haba alquilado el piso en un principio, le costaba entender por qu segua all. Era un sitio deprimente. Ech un vistazo a su propio apartamento y tuvo que admitir que no era muy distinto del de Jack, salvo por el hecho de que el de l era casi el doble de grande.

El telfono son en el otro extremo. Laurie cont los timbrazos. Cuando lleg a diez, comenz a dudar de su familiaridad con las costumbres de Jack. Estaba a punto de colgar cuando l respondi.

-S? -dijo sin ceremonias. Estaba sin aliento.

-Esta es tu noche de suerte.

--Quin es? -pregunt l-. Eres t, Laurie?

-Pareces agitado -dijo Laurie-. Es porque has perdido el partido de baloncesto?

-No; es porque acabo de subir corriendo cuatro pisos para coger el telfono -respondi Jack-. Qu pasa? No me digas que todava ests trabajando!

--Claro que no -repuso Laurie-. Llevo una hora en casa.

--Entonces, por qu es mi noche de suerte? pregunt Jack.

--De camino a casa pas por Gristede y compr todos los ingredientes de tu comida favorita -respondi Laurie-. Ya est en el horno. Lo nico que tienes que hacer es ducharte y venir hacia aqu.

-Y yo que crea que te deba una disculpa por rerme de la desaparicin del mafioso -dijo Jack-. Si alguien debera compensarte, se soy yo.

-Esto no tiene nada que ver con una compensacin -repuso Laurie-. Slo quiero disfrutar de tu compaa. Pero hay una condicin.

--Vaya. Cul?

-No vengas en bici. Tendrs que coger un taxi, o no habr cena.

-Los taxis son ms peligrosos que mi bici -protest Jack.

-No pienso discutir contigo. Tmalo o djalo. El da que te atropelle un autobs y acabes en el arcn, yo no quiero sentirme responsable. -Laurie sinti que su cara se tea de rubor. Ni siquiera quera bromear sobre ese tema.

-De acuerdo -acept Jack de buen humor-. Estar all dentro de treinta y cinco o cuarenta minutos. Llevo el vino?

-Estupendo -respondi Laurie.

Laurie se sinti dichosa. Unos minutos antes, no estaba muy segura de que Jack fuera a aceptar su invitacin. Durante el ao anterior haban salido juntos con frecuencia, y varios meses antes ella haba reconocido ante s misma que se haba enamorado de l. Pero Jack pareca reacio a formalizar la relacin. Cuando Laurie haba intentado forzar las cosas, l se haba distanciado. Entonces ella, sintindose rechazada, haba reaccionado con furia. Durante varias semanas slo haban hablado de cuestiones de trabajo.

Pero en el ltimo mes la relacin haba mejorado poco a poco. Volvan a verse de tarde en tarde, y esta vez ella haba decidido ser prudente, cosa que no resultaba fcil a su edad.

Laurie siempre haba querido ser madre, y tena treinta y siete aos; pronto, treinta y ocho. Consciente de que los cuarenta estaban a la vuelta de la esquina, senta que le quedaba poco tiempo.

Con la cena prcticamente lista, se dedic a poner un poco de orden en su apartamento de una sola habitacin.

Eso significaba guardar algunos libros en los correspondientes huecos de la estantera, apilar las revistas mdicas y vaciar la caja de arena de Tom, un gato atigrado de seis aos y medio, que segua siendo tan travieso como cuando era pequeo. Laurie enderez la reproduccin de Klimt que el gato siempre torca en su ruta diaria desde la estantera al alfizar de la ventana.

Luego tom una ducha rpida, se puso unos tejanos y un jersey de cuello alto y se maqull con discrecin. Mientras lo haca, observ las patas de gallo que comenzaban a formarse alrededor de sus ojos. No se senta mayor que cuando haba regresado de la facultad de medicina, pero era imposible negar el paso del tiempo.

Jack lleg a la hora prevista. Cuando Laurie mir por la mirilla, lo nico que vio fue una imagen aumentada de su cara risuea, que haba puesto a apenas dos centmetros de la lente. Ri su gracia mientras abra la hilera de cerrojos que protegan la puerta.

-Adelante, payaso! -lo recibi.

-Quera asegurarme de que me reconocieras -dijo l mientras entraba en el apartamento-. Mi incisivo superior roto se ha convertido en mi principal sea de identidad.

Mientras ella cerraba la puerta, not que su vecina, la seora Engler, se haba asomado para averiguar quin la visitaba. Laurie le dirigi una mirada fulminante. Era una cotilla.

La cena fue un xito; la comida estaba perfecta y el vino pasable. La excusa de Jack fue que en la bodega ms cercana a su apartamento slo vendan marcas baratas.

Durante la velada, Laurie tuvo que morderse la lengua en ms de una ocasin para no tocar ningn tema espinoso. Le hubiera encantado hablar de su relacin, pero no se atrevi.

Intua que la reticencia de Jack se deba, en parte, a una experiencia traumtica del pasado.

Seis aos antes, su esposa y sus dos hijas haban muerto trgicamente en un accidente de aviacin. Jack se lo haba contado a Laurie despus de varios meses de salir juntos, pero luego se haba negado a volver a hablar del tema. En cierto modo, esta idea le ayudaba a no tomar la resistencia de Jack a comprometerse como algo personal.

Jack no tena dificultades para mantener animada la conversacin. Se haba pasado toda la tarde jugando al baloncesto en el campo del parque de su barrio y estaba encantado de hablar del partido. Por casualidad, haba acabado en el equipo de Warren, un atractivo afroamericano que era el jefe de la pandilla local y el mejor jugador. El equipo de Jack y Warren no haba perdido en toda la tarde.

-Cmo est Warren? -pregunt Laurie.

Jack y ella haban salido varias veces con Warren y su novia, Natalie Adams. Laurie no vea a ninguno de los dos desde que sus relaciones con Jack se haban enfriado.

-Warren es Warren -repuso Jack encogindose de hombros-. Tiene un tremendo potencial. He hecho todo lo posible para animarlo a matricularse en la universidad, pero se resiste. Dice que su sistema de valores no es el mismo que el mo, as que me he dado por vencido.

-Y Natalie?

-Supongo que est bien -contest Jack-. No la he visto desde la ltima vez que salimos todos juntos.

-Deberamos repetirlo. Los echo de menos.

-Buena idea -dijo l con aire evasivo.

Hubo una pausa. Laurie oy ronronear a Tom. Despus de cenar y recoger la mesa, Jack se arrellan en el sof . Laurie se sent frente a l, en el silln art dco que haba comprado en un mercadillo de Greenwich Village.

Suspir. Se senta frustrada. Le pareca pueril que no pudieran discutir cuestiones afectivas importantes.

Jack consult su reloj de pulsera.

-Vaya! -exclam y se desplaz hacia delante, quedando sentado en el borde del sof -. Son las once menos cuarto.

Tengo que irme. Maana hay cole y la cama me espera.

-Ms vino? -pregunt Laurie, levantando la botella. Slo haban bebido la cuarta parte.

-No puedo. Debo mantener mis reflejos aguzados para el viaje en taxi. -Se puso en pie y le dio las gracias por la cena.

Laurie dej la botella de vino y tambin se levant.

-Si no te importa, ir contigo en taxi hasta el depsito.

-Qu? -dijo Jack, restregndose la cara con expresin de incredulidad-. No pensars ponerte a trabajar a estas horas ? Ni siquiera ests de guardia pasiva.

-Slo quiero interrogar al ayudante del depsito y al personal de seguridad del turno de noche -respondi Laurie mientras se diriga al armario a buscar los abrigos.

-Para qu?

-Quiero averiguar cmo desapareci el cuerpo de Franconi -respondi ella, pasndole su cazadora acolchada-.

Hoy habl con los del turno de tarde cuando entraron.

-Y qu te dijeron?

-No mucho. El cuerpo ingres a eso de las ocho cuarenta y cinco, rodeado de policas y periodistas. Al parecer, fue todo un circo. Supongo que por eso olvidaron hacerle las radiografas. La madre del tipo identific el cadver. Segn dicen, fue una escena muy emotiva. A las diez y cuarenta y cinco el cadver se guard en el compartimiento ciento once.

As pues, creo que est claro que el secuestro ocurri durante el turno de noche, entre las once y las siete de la maana.

-Y a ti qu ms te da? -pregunt Jack-. Es un problema de los altos mandos.

Laurie se puso su abrigo y cogi las llaves.

-Digamos que tengo un inters personal en el caso.

Mientras salan al pasillo, Jack puso los ojos en blanco.

-Laurie! -exclam-. Te meters en un lo. Recuerda lo que te digo.

Ella puls el botn de llamada del ascensor y mir con furia a la seora Engler, que, como de costumbre, los espiaba a travs de la puerta entornada.

-Esa mujer me saca de quicio -dijo mientras suban al ascensor.

-No me escuchas dijo Jack.

-Te escucho -respondi ella-. Pero estoy decidida a investigar. Entre este lo y mi encontronazo con el predecesor de Franconi, me enfurece que esos mafiosos piensen que pueden hacer lo que les venga en gana. Creen que las leyes son para los dems. Pauli Cerino, el to que Lou mencion esta maana, hizo asesinar a varias personas con la nica finalidad de saltarse la lista de espera para un trasplante de crnea. Eso te da una idea de su moral. No me gusta nada que piensen que pueden entrar en nuestro depsito y robar el cadver de un hombre al que acaban de asesinar.

Salieron a la calle Diecinueve y echaron a andar hacia la Primera Avenida. Laurie se levant el cuello del abrigo. Soplaba una brisa fresca desde el ro, y la temperatura apenas superaba los cinco grados.

-Qu te hace pensar que la mafia est detrs de este asunto? -pregunt Jack.

-No hay que ser un genio para adivinarlo. -Laurie levant una mano al divisar un taxi, pero ste pas de largo sin disminuir la velocidad-. Franconi iba a testificar como parte de un trato con la oficina fiscal. Los peces gordos de la organizacin de Vaccaro se enfadaron, se asustaron o ambas cosas.

La historia de siempre.

-Y lo mataron -concluy Jack. Pero por qu iban a llevarse el cadver?

Ella se encogi de hombros.

-No puedo pensar como un mafioso -dijo-. No s para qu queran el cuerpo. Puede que para privarlo de un funeral decente. O quiz temieran que la autopsia revelara alguna pista sobre la identidad del asesino. No lo s. Pero la razn es lo de menos.

-Yo tengo la impresin de que podra ser importante.

Y creo que al involucrarte en este asunto te metes en tierras movedizas.

-Es posible -admiti Laurie y volvi a encogerse de hombros-. Esta clase de asunto me atrae. Supongo que el problema es que en este momento mi trabajo es lo ms importante de mi vida.

-Ah viene un taxi libre -dijo Jack, evitando responder al ltimo comentario de Laurie. Haba captado la indirecta y no quera entrar en una discusin personal.

El trayecto hasta el cruce de la Quinta Avenida y la calle Treinta fue corto. Laurie baj del taxi y se sorprendi al ver que Jack la segua.

-No es preciso que me acompaes -dijo.

-Ya lo s. Pero ir de todos modos. Por si no lo has adivinado, me preocupas.

Jack se inclin hacia el interior del vehculo y pag al taxista.

Mientras caminaban entre los coches fnebres del depsito, Laurie volvi a insistir en que su presencia no era necesaria. Entraron en el edificio por la puerta de la calle Treinta.

-No dijiste que te esperaba la cama?

-Que siga esperando -repuso Jack-. Despus de la historia de Lou sobre cmo te sacaron de aqu en atad, creo que debo acompaarte.

-Esa fue una situacin totalmente distinta.

-Ah, s? Haba mafiosos, igual que ahora.

Laurie iba a continuar protestando, pero el comentario de Jack la hizo pensar. Deba admitir que haba cierto paralelismo entre las dos situaciones.

La primera persona que vieron fue el vigilante de seguridad de la noche, que estaba sentado en su pequeo cubculo.

Carl Novak era un agradable anciano de pelo cano, que pareca haber encogido dentro de un uniforme que era al menos dos tallas ms grande de lo necesario. Estaba jugando al solitario, pero alz la vista cuando Laurie y Jack pasaron junto a su ventana y se detuvieron en la puerta.

-En qu puedo servirles? -pregunt Carl. Entonces reconoci a Laurie y se disculp por no haberlo hecho antes.

Ella le pregunt si estaba informado de la desaparicin del cadver de Carlo Franconi.

-Desde luego -repuso Carl. El jefe de seguridad, Robert Harper, me llam a casa. Estaba furioso y me hizo toda clase de preguntas.

Laurie no tard en descubrir que Carl no poda arrojar ninguna luz sobre el misterio. Insisti en que no haba sucedido nada fuera de lo normal. Haban entrado y salido cadveres, como todas las noches del ao. Reconoci que haba abandonado su puesto dos veces para ir al lavabo. Pero aclar que en ambas ocasiones haba estado ausente pocos minutos y haba informado al asistente del depsito, Mike Passano.

-Y qu hay de las comidas?

Carl abri el cajn del archivador metlico y sac una fiambrera hermticamente cerrada.

-Como aqu -dijo.

Laurie le dio las gracias y sigui andando. Jack la sigui.

-Este sitio tiene un aspecto distinto por la noche -observ mientras cruzaban el amplio pasillo que conduca a los compartimientos frigorficos y la sala de autopsias.

-Sin el trajn del da, es bastante siniestro -admiti Laurie.

Se asomaron a la oficina del depsito y encontraron a Mike Passano ocupado con unas fichas de ingreso. Acababan de traer un cadver que la guardia costera haba pescado en el mar. Mike intuy que no estaba solo y alz la vista.

El asistente rondaba la treintena, hablaba con un marcado acento de Long Island y tena todo el aspecto de un italiano del sur. Era un hombre de constitucin pequea y cara redonda, con el cabello, la piel y los ojos oscuros. Ni Jack ni Laurie haban trabajado con l, pero lo haban visto en mltiples ocasiones.

-Han venido a ver el cadver que apareci en el agua? -pregunt Mike.

-No contest Jack-. Hay algn problema?

-Ninguno. Slo que est en un estado lamentable.

-Hemos venido a hablar de lo de anoche -dijo Laurie.

-Qu pasa con lo de anoche? -pregunt Mike.

Ella repiti las preguntas que le haba formulado a Carl.

Para su sorpresa, Mike se enfad rpidamente. Laurie estaba a punto de decir algo al respecto, cuando Jack la cogi del brazo y la empuj suavemente hacia el pasillo.

-Tranquila -sugiri Jack cuando Mike no pudo orlos.

-Por qu lo dices? -pregunt Laurie-. No he dicho nada que pueda molestarle.

-No soy un experto en poltica laboral ni en relaciones pblicas, pero Mike parece estar a la defensiva. Si quieres sacarle informacin, tendrs que tener en cuenta ese detalle y proceder con tacto.

Laurie reflexion un instante y luego asinti.

-Puede que tengas razn.

Regresaron a la oficina del depsito, pero antes de que Laurie dijera nada, Mike les espet:

-Por si no lo saben, el doctor Washington me telefone esta maana y me despert para hablarme de este asunto. Me ley la cartilla. Pero anoche yo hice el trabajo de costumbre, y por supuesto que no tuve nada que ver con la desaparicin del cadver.

-Lo siento. En ningn momento he pretendido sugerir lo contrario -se disculp Laurie-. Lo nico que he dicho es que el cuerpo desapareci durante su turno. Eso no quiere decir que sea responsable de ello.

-Suena ms o menos as -dijo Mike-. Yo era la nica persona que estaba aqu, aparte de los de seguridad y los porteros.

-Ocurri algo fuera de lo comn? -pregunt ella.

Mike neg con la cabeza.

-Fue una noche tranquila. Entraron dos cuerpos y salieron otros dos.

-Qu me dice de los cuerpos que ingresaron? Los trajo el personal de aqu?

-S. En nuestros coches. Jeff Cooper y Peter Molina. Los dos cadveres procedan de hospitales locales.

-Y los dos cuerpos que salieron?

-Qu pasa con ellos?

-Quin vino a recogerlos?

Mike cogi del escritorio el libro de registros del depsito y los abri. Sigui una columna con el dedo ndice y de repente se detuvo.

-Funeraria Spoletto, de Ozone Park, y Pompas Fnebres Dickson, de Summit, Nueva Jersey.

-Cmo se llamaban los muertos? -pregunt Laurie.

Mike consult el libro.

-Frank Gleason y Dorothy Kline. Sus nmeros de admisin son el 400385 y el 101455. Algo ms?

-Esperaban que vinieran de esas funerarias?

-S, desde luego -afirm Mike-. Llamaron antes, como de costumbre.

-De modo que lo tena todo preparado?

-Claro -respondi Mike-. Los papeles estaban listos.

Slo tenan que firmar.

-Y los cadveres?

-Estaban en el compartimiento frigorfico -dijo Mike-. En camillas.

Laurie mir a Jack.

-Se te ocurre alguna otra pregunta?

El se encogi de hombros.

-Creo que hemos cubierto lo esencial, excepto la parte en que Mike estuvo fuera de la planta.

-Claro! -dijo Laurie. Se volvi hacia Mike y aadi-: Carl nos dijo que anoche fue al lavabo un par de veces y le avis. Usted tambin le avisa a l cuando tiene que dejar su puesto?

-Siempre -asegur Mike-. A menudo somos las nicas dos personas aqu, y alguien tiene que vigilar la puerta.

-Anoche estuvo fuera del despacho mucho tiempo? -pregunt Laurie.

-No. No ms de lo habitual. Un par de escapadas al lavabo y media hora para comer en la segunda planta. Ya les he dicho que fue una noche normal.

-Y qu hay de los porteros? Estaban por aqu?

-Durante mi turno, no -dijo Mike-. Por lo general, limpian a ltima hora de la tarde, y el equipo de la noche se queda arriba a menos que pase algo fuera de lo corriente.

Laurie pens si se le quedaba alguna pregunta en el tintero, pero no se le ocurri ninguna.

-Gracias, Mike -dijo.

-De nada.

Laurie se dirigi a la puerta, pero se detuvo a mitad de camino. Se volvi y pregunt:

-Por casualidad, tuvo ocasin de ver el cadver de Franconi?

Mike vacil un momento antes de reconocer que lo haba hecho.

-En qu circunstancias?

-Por lo general, antes de empezar mi turno, Marvin, el tcnico de la tarde, me pone al corriente de la situacin. Estaba algo nervioso con el caso Franconi, por la presencia de la polica y por la reaccin de la familia. Bueno, la cuestin es que me ense el cuerpo.

-Y cuando lo vio, estaba en el compartimiento ciento once?

-S.

-Dgame, Mike, cmo cree que desapareci el cadver?

-No tengo la ms remota idea-repuso Mike-. A menos que haya salido andando. -Ri, pero enseguida se detuvo, avergonzado-. No pretendo bromear con este asunto. Estoy tan desconcertado como todos. Lo nico que s es que de aqu slo salieron dos cuerpos, los mismos cuya salida registr yo personalmente.

-Y no volvi a ver a Franconi despus de que Marvin se lo enseara?

-Claro que no -respondi Mike-. Para qu iba a hacerlo?

-No lo s -respondi Laurie-. Por casualidad, sabe dnde estn los conductores de los furgones?

-Arriba, en el comedor. Siempre estn all.

Laurie y Jack subieron al ascensor. Mientras suban, ella not que a l se le cerraban los ojos.

-Pareces cansado -coment.

-Normal. Lo estoy -respondi Jack.

-Por qu no te vas a casa?

-Si me he quedado hasta ahora, creo que seguir hasta el final.

La brillante luz de los fluorescentes del comedor los deslumbr. Encontraron a Jeff y a Pete sentados ante una mesa junto a las mquinas expendedoras, leyendo el peridico mientras coman patatas fritas. Vestan arrugados monos azules con el distintivo de Health and Hospital Corporation en las mangas. Ambos llevaban el cabello recogido en sendas coletas.

Laurie se present, explic que estaba interesada en el cuerpo desaparecido y pregunt si la noche anterior alguno de los dos haba notado algo fuera de lo comn, sobre todo en relacin con los dos cadveres que haban ingresado.

Jeff y Pete intercambiaron una mirada, luego el segundo respondi:

-El mo estaba hecho un asco -dijo Pete.

-No me refiero a los cuerpos en s -explic Laurie-.

Quiero saber si hubo algo raro en el procedimiento. Visteis a algn desconocido en el depsito? Notasteis algo fuera de lo normal?

Pete mir a Jeff una vez ms y neg con la cabeza.

-No. Todo fue como de costumbre.

-Recordais en qu compartimiento dejasteis el cuerpo? -pregunt Laurie.

Pete se rasc la cabeza.

-Pues, la verdad, no.

-Estaba cerca del ciento once?

Pete volvi a negar con la cabeza.

-No. Estaba al otro lado. Creo que fue el cincuenta y cinco, pero no lo recuerdo con seguridad. Est escrito en el libro.

Laurie se volvi hacia Jeff.

-El cadver que traje yo entr en el veintiocho -repuso Jeff-. Lo recuerdo porque coincide con mi edad.

-Alguno de los dos vio el cuerpo de Franconi? -pregunt Laurie.

Los conductores volvieron a intercambiar una mirada.

-S -respondi Jeff.

-A qu hora?

-Ms o menos a esta misma hora -contest Jeff.

-Y en qu circunstancias? -pregunt ella-. Porque vosotros no solis ver los cuerpos que no transportis.

-Cuando Mike nos cont lo ocurrido, quisimos verlo por curiosidad. Pero no tocamos nada.

-Fue un segundo -aadi Pete-. Abrimos la puerta y echamos un vistazo rpido.

-Mike estaba con vosotros? -inquiri Laurie.

-No- dijo Pete-. El slo nos dio el nmero del compartimiento.

-El doctor Washington ha hablado con vosotros sobre lo de anoche?

-S, y tambin el seor Harper -respondi Jeff.

-Le contasteis al doctor Washington que habais visto el cadver?

-No -dijo Jeff.

-Por qu no?

-Porque no lo pregunt. Sabemos que, en teora, no tendramos que haberlo visto. Pero con tanto jaleo, nos pic la curiosidad.

-Quiz deberais comentarlo con el doctor Washington -sugiri Laurie-. Para que est informado.

Laurie dio media vuelta y se dirigi hacia el ascensor. Jack la sigui.

-Qu opinas? -pregunt ella.

-A medida que avanza la noche, se me hace ms difcil pensar con claridad. Pero yo no dara ninguna importancia al hecho de que esos dos hayan mirado el cuerpo.

-Sin embargo, Mike no lo mencion.

-Es cierto -admiti Jack-. Pero todos saban que estaban desobedeciendo las normas. Es normal que en una situacin as no sean completamente sinceros.

-Puede que slo sea eso.

-Y adnde vamos ahora? -pregunt Jack mientras suban al ascensor.

-Me he quedado sin ideas.

-Gracias a Dios -repuso l.

-Crees que debera preguntarle a Mike por qu no nos dijo que los conductores haban visto a Franconi?

-Tal vez, pero me parece que ests haciendo una montaa de un grano de arena -dijo Jack-. Con franqueza, creo que lo hicieron movidos por una curiosidad inofensiva.

-Entonces largumonos -propuso ella-. Yo tambin tengo sueo.

CAPITULO 5

5 de marzo de 1997, 10.15 horas.

Cogo, Guinea Ecuatorial

Kevin reemplaz los tubos con cultivos de tejidos en el incubador y cerr la puerta. Estaba trabajando desde antes del amanecer. Su objetivo era encontrar una transponasa para manipular un gen de histocompatibilidad menor del cromosoma Y. Llevaba un mes de intentos infructuosos, a pesar de que aplicaba la misma tcnica que le haba permitido descubrir y aislar la transponasa asociada con el brazo corto del cromosoma 6.

Kevin sola llegar al laboratorio alrededor de las ocho y media, pero esa maana se haba despertado a las cuatro y no haba podido volver a conciliar el sueo. Despus de dar vueltas en la cama durante tres cuartos de hora, haba decidido aprovechar el tiempo en algo productivo. Haba llegado al laboratorio a las cinco, cuando an reinaba la ms absoluta oscuridad.

Lo que le impeda dormir era su conciencia. La idea obsesiva de que haba cometido un error prometeico haba recrudecido con fuerza. Aunque la sugerencia del doctor Lyons sobre la posibilidad de montar su propio laboratorio lo haba tranquilizado en su momento, el efecto no dur. Con el laboratorio de sus sueos o sin l, no poda acallar la sospecha de que algo horrible estaba sucediendo en la isla Francesca.

Los sentimientos de Kevin no se deban a que hubiera vuelto a ver humo. No lo haba visto, aunque al despuntar el alba, evit deliberadamente mirar por la ventana en direccin a la isla.

Kevin saba que no poda continuar as. Decidi que la conducta ms racional era comprobar si sus temores eran fundados. Y la mejor forma de hacerlo era hablar con alguien involucrado en el proyecto, alguien que pudiera arr