Conversacion en La Playa

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Tres víctimas de la violencia política desatada por el Partido Comunista Sendero Luminoso y enfrentada con crueldad por miembros de las Fuerzas Armadas del Perú conversan en la playa descubriendo que tienen muchas cosas en común

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CONVERSACION EN LA PLAYA

Víctor Jimmy Arbulú Martínez

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Autor: Victor Arbulu

Editor: Bubok Publishing S.L.

Depósito Legal:

ISBN: 978-84-9981-322-6

Impreso en España / Printed in Spain

Impreso por Bubok

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A los amigos que perdí por la violencia política desatada en los ochenta

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Capítulo I

El reflejo de la luna baña la orilla y lentamente empiezo a desplazar mi cuerpo ¿Qué hago? ¿Dónde he venido a parar? Intento recordar y de pronto algo me llama desde el aire y es un sonido muy personal, muy íntimo .Logro distinguir un lugar que me atrae. La arena está húmeda. Me pongo de rodillas y siento deseos de hundirme. Han pasado unos segundos y luego, sobre la superficie. ¡Por Dios! me he visto ¡Mis huesos! ¡Mis carnes!..Mis carnes desgarradas por la podredumbre. Sin fosas. Sin orejas. Sin pupilas. ¡Me he observado! Son mis restos que se han desgajado...soy yo, envuelto en medio de la arena, junto a conchas trituradas y cascajos, mezclado con líquidos sanguinolentos y esqueletos de pescados. La noche susurra en mi oído, y casi en son de burla me dice que estoy solo. ¿Qué hago aquí irremediablemente solo? ¿Qué hago en este lugar? y luego reparo. Estoy muerto... totalmente muerto.

Veo la playa y el pausado recorrido de las olas me tranquilizan. Estoy adormecido. No siento frío ni nada. Me poso en la arena y trato de coger un puñado y escurro mi mano dentro de ella. Lejos distingo forzadamente el horizonte. La luz me ayuda un poco. ¿Estaré así por siempre? Es la muerte y ella es así. No puedo hacer nada. La muerte nos coge desprevenidos, en la calle, en los sueños, en los zapatos...le tenía miedo a la muerte y no imaginé jamás que llegaría a tocar mi puerta. No era para mí. No era posible reflexionar sobre esto y te das cuenta sólo cuando

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estás en el hoyo. La muerte me desgarró con sus zarpas aquella vez que mis padres desaparecieron, y el dolor fue tan fuerte que quise abandonar todo. La herida era como una trocha abierta en mi pecho y dolía tanto, tanto y ahora mi mente vuela hacia ella ¿qué estará haciendo esta hora?... Patricia... ¿la sigo amando? No estoy seguro. Quiso salvarme... ¿o no? El destino es fatal. Dicen que uno puede constantemente crear su destino con cada acto de su ser; la libertad de hacerlo es relativo. No quise morir y estoy aquí. ¿Qué sentido tenía mi vida? ¿El amor?.. Quizá. El amor puede aconsejar a que uno realice las cosas más bellas; pero también las más monstruosas. El amor es algo indefinido y a pesar que no estaba compartiendo la totalidad de sus ideas y actos...menos aquella...la amaba. El amor es arrastrarse por alguien sobre tus prejuicios sobre todo el mundo, sobre las reglas, sobre tus propias ideas; por encima o debajo de tu moral. Solo te enamoras y no sabes por qué. Ahora quisiera derretirme debajo de los destellos suaves de la luna; estrujarme en la arena; convertirme en polvo marino; diluirme en el agua, en la espuma lechosa que se ahoga en la orilla. Morir estando muerto. Morir simplemente. Morir sin sentimientos. Sin una palabra de consuelo. Morir sin que alguien pase una mano áspera por tu mejilla. Morir solo y ahora grito con una voz que no retumba la nada, ni corroe la arena, ni conmueve el firmamento. No hay nadie que acaricie con ternura y calme mi agitación: No hay nada. Me quedo en la orilla, sin olores sin destino, y con amargura lloro, lloro muchísimo. Sin derramar una sola lágrima.

Los húmeros se cruzaban entre sí. La carne se había desprendido de los huesos. Restos de conchas y almejas se mezclaban con la arena y el pescado pútrido que fluía entre sus despojos. Otro cuerpo nauseabundo a su lado.

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De pronto, de esos cadáveres, cuya miasma envolvía el lugar, como mariposas que salen de su crisálida emergieron a la superficie dos formas que sorprendidas se miraron por horas hasta que a uno le ocurrió decir algo.

- ¿Cuál es tu nombre? - pregunté

- Jacinto Torrealba

- El mío es Pedro Angulo, pero mis amigos me llaman...o mejor dicho, me llamaban Perico.

- Imaginé que si algún día moría me quemaría por siglos en brasas ardientes y no siento nada. Siempre creí en esas ideas bíblicas – dice Jacinto

- Si, es así esta vida ¿o muerte? tal como dices. Ahora por lo menos podemos hablar... ¡la soledad es mala viejo!

- En eso tienes razón. Siempre fui aficionado a la buena conversación.

- Y yo que no podré jamás tocar esa piel tan rica de las mujeres. Sabrosas, apetitosas. Ese fue mi vicio hasta que me junté con Clara. Allí me tuve que plantar.

- ¿Te dolió el viaje?

- Eres curioso viejo. ¿Acaso periodista?

- Acertaste. Soy periodista. Por eso estoy aquí. ¿Cómo fue lo tuyo?

- Si te refieres al momento en que me despacharon para este lugar, te diré que sentí como un aguijón y un dolor que se elevaba con rapidez y cuando pensé que ya no iba a resistir de pronto éste cesó como si no hubiera pasado nada. Tengo la impresión de haber atravesado un túnel.

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- Mira, para allá -señala Jacinto- cerca a ese montículo.

- Parece que tenemos compañía. Vamos.

- Sí, veamos quién es.

- ¿Y esos a qué se acercan? ¿Vivos o como yo? me pregunto y a pesar que el virazón sopla con fuerza ellos ni se inmutan. Me pongo de pie.

- ¡Hey tú! -exclama Jacinto.

- ¿Quiénes son ustedes? -pregunto.

- Amigos viejo. Amigos -contesta Perico.

Ya cerca mío noto sus figuras ondeantes; pero dudo.

Perico se acerca a aquel con las manos estiradas y le atraviesa de lado a lado.

- ¡Sí, son como yo! – exclama Leonardo.

- Bienvenido al club -dice Perico

Rompe la tensión y empezamos a reír. No sabíamos si era del sarcasmo de Perico. De estar soñando. De saber que no estábamos solos. No sé; pero nos sentimos mejor.

- Mi nombre es Leonardo Córdoba

- El mío Pedro Angulo

- Jacinto Torrealba. Para servirte hijo -y hablé así, porque aquel era joven; y yo, mayor que ambos.

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Nos sentamos en ruedo, y con el inmenso escenario marino, con el viento silbando en nuestros oídos, empezamos a conversar.

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Capítulo II

- Te llama el director - escuché decir a Gualberto. Un moreno chinchano, casi azulado.

- Ya voy zambo -y me levanté del escritorio, para dirigirme hasta la oficina del jefe.

- Entra. Está abierta -escuché la voz de don Ambrosio

- Usted dirá señor

- Cierra la puerta y siéntate -dijo mientras hundía en el sillón su grasosa y monumental figura y arrugaba sus carrillos porcinos leyendo unos papeles.

- Le oigo señor.

- No te preguntaré de dónde trajiste la información sobre lo de Umaru -dirigió sus pupilas hacia mi derramándolas de entre sus cejas y los lentezuelos- ¿es confiable?

- Totalmente

- ¿Sabes lo mucho que te arriesgas al poner esto en conocimiento de la gente?

- He confirmado con mis fuentes que ese Coronel estuvo en Ayacucho. El apelativo de Pantera es conocido por todos los del arma.

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- ¿Ya tienes el recorrido? –preguntó el Coronel

- Sí señor. Lo tengo todo apuntado.

- Recibiré presiones de todo tipo. No es la primera vez; pero a mi me gusta estar seguro si hay que pelear. Estoy cansado que en éste país unos malos hijos de la patria estén por allí matando con la impunidad que les da el uniforme. ¿Qué carajo se han creído que somos los peruanos? ¿Unos huevones que no tenemos la mínima dignidad para protestar?

- ¿Están dispuestos?

- Este...Coronel...no sé, esto puede agravar las cosas -dijo el Teniente

- A mi tampoco me agrada esto señor; pero es la única manera que empiecen a castigar a tantos violadores. Aquellos que creen que le van a ganar a la subversión degollando ancianos y niños. Usted ha visto las fotos. Si no paramos esto, este país va a rebalsar de cadáveres. Estoy seguro que hago lo que es correcto.

- ¡No quiero mariconadas ahora carajo! -le cojo del cuello a este hijo de puta- o estás conmigo o te mueres cabrón ¿Has entendido?

- Sí...entendido...co...Coronel... -asentí temblando

- Algunos socios del diario que leyeron esto me pidieron que lo retuviera. Que hablara con usted. Que lo convenciera para que morigerara.

-¡No te escucho!

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-¡Entendido mi Coronel! -y aquel le soltó chisporroteando de furia.

- ¿Y usted que hizo? -pregunté temeroso.

- Les dije que cuando vine a trabajar acá, una de las condiciones fue que iba a ejercer mi puesto como tal. Y si querían ellos decidir qué publicar, que pusieran a otro director. ¿Qué opinas Jacinto?

- Es una cuestión de principios. Nuestra obligación es informar.

- ¿Y tú? -preguntó con fiereza al Mayor Gavilán

- Estoy con usted Coronel -contesté rápidamente.

- Sigue investigando sobre eso Jacinto. No me falles.

- No señor director. No voy a defraudarlo.

- ¿Y cómo fue? -preguntó ansioso

- Recibieron la carta -dijo el Teniente Coyote

- ¡No podemos fallar carajo! No podemos fallar.

Abandoné el despacho y estaba satisfecho que el director estuviera conmigo. Gruñón. Fastidioso. Tirano muchas veces; pero en el fondo compartíamos el sentimientos de hacer las cosas derechas, como deben ser.

- ¿Quién ha estado metiendo la mano por aquí? -interrogué molesto- Tenía unas fotos y ya no están.

- ¿Te refieres a estas? - contestó Gualberto que se paró de su escritorio dejando de teclear

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- No jodas pues zambo. Deja de meter la mano entre mis papeles.

- ¡Uyy, que quisquilloso! Si sólo las tomé para revisarlas. Te las iba a regresar.

- Pide permiso primero.

- Ya pues caramba. ¡No te molestes!

- Disculpa Gualberto. Es que estoy un poco nervioso.

- Me imagino, después del reportaje

Tembló antes de dirigirse al teléfono que timbraba con insistencia. Al fin se decidió. ¿Aló, quien habla? ¡Váyase al infierno! ¿Con Aurora de Torrealba? ¡Soy yo amor! Dile a tú marido que no siga con sus mentiras ¡le va ha pesar! , sabemos dónde anda ¿no querrá que le pase nada a Rocío? ¡Es horrible Jacinto! Cálmate amor, ya voy para la casa. Si vuelven a llamar, corta. ¿Rocío? ¿Quién es usted? ¿Aló? ¿Aló?

- ¿Por qué no me lo habías dicho? - y le acaricia los cabellos suavemente.

- No quería que tuvieras más problemas de los que ya tienes

-Han estado amenazando a mi mujer. Si están así es porque he tocado carne zambo. Sino ¿por qué han reaccionado? Deben estar asustados.

- Tienes que cuidarte Jacinto.

- ¿Qué? ¿Se salvó? ¿Cómo que se salvó? - preguntó furioso el Coronel

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- Me voy a comer algo por allí. ¿Me acompañas Gualberto?

- No, todavía tengo que terminar la redacción de un reportaje, y quiero hacerlo, antes que se vaya la transpiración.

- ¡Inspiración zambo!

- Eso mismito Jacinto

- Ya vuelvo -y pienso que Gualberto es muy ocurrente. Cogí mi saco, me lo crucé al hombro y salí del local del diario.

Se había puesto el sacón y estaba lista para salir la doña.

- No se preocupe señora Aurora. Cuidaré de ella hasta que vuelva

- En el refrigerador he dejado comida. Puedes calentarla si te da hambre Clarita.

- Gracias señora. Estaremos bien.

- ¡Se nos hace tarde! -exclamó Jacinto desde la puerta.

- ¡Oh sí! Chau hijita -y me acerqué a darle un beso en la mejilla de mi niña.

- ¡Chao mami! ¡Chao papá!

- ¡Hasta luego cariño! -y también estampó un beso en mi cara. Es así como siempre recuerdo a papá.

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- ¡Que se diviertan! -dijo Clarita cerrando la puerta tras nosotros.

Ya a solas, Clarita se acerca a la niña y le pregunta:

- ¿Quieres ver televisión?

- No. - contestó - No hay películas para niños

- ¡Já, já, já! - Se rió y se enterneció mirándola tan sonrosada y con el cabello atado con una cinta por detrás y esas pestañas enormes como los de su mamá. Va a ser una mujer muy hermosa cuando crezca pensó.

- Vamos a mi dormitorio -dijo la niña

- ¿Te leo un cuento?

- No. Vamos a jugar a las muñecas

- Niña, ya estoy muy grande para eso -sonrió Clarita

- Eso no importa. Mi abuelita dice que los grandes también tienen un pedacito de niñez en su corazón.

- Tu abuela es muy sabia Rocío. Vamos pues.

Entraron las dos a la habitación y allí estaba su casa de muñecas y muñecos. Clara piensa que sus padres la mimaban y la querían bastante por ser hija única. El señor es periodista y alguna vez he leído sus reportajes sobre los problemas de la violencia. ¡Cosa tan fea! y otra vez leí sobre denuncias a unos militares que había destruido un pueblito...quisieron enjuiciarlo creo. ¡Hay que tener sangre en las venas para meterse con los militares! Se sentaron en la cama y ella tenía en sus manitos una Barbie. Mira ¿No es linda? Es muy bella, pero hay que vestirla. ¿Qué ropita le ponemos? No lo sé, cualquiera. ¡No Clarita! tienes que

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vestirla de acuerdo a la ocasión. ¿Cómo así? Es que Barbie tiene un novio, el muñeco Kent, se van a comer, a bailar y él la recogerá en su auto nuevo. Entonces vistámosla así Rocío. Y le pongo un vestido de gala, con lentejuelas minúsculas, unos zapatitos de cenicienta y un collar de perlas, le cepilla el rubio cabello, un poquito de perfume y ¡ya! dijo Rocío ¿Y al novio? ¡A ese vístelo tú! Toma su ropa. Al guapo muñeco ya lo tengo en las manos y a su elegante terno y veo su sonriente cara y no se parece en nada a mi novio y me río ¿Por que te ríes Clara? preguntó la niña. Me acordaba de una persona. ¡Deja de hacer esas muecas payaso! y no podía dejar de reírme de Perico. Era tan gracioso que a pesar que le había tirado arroz él seguía. ¡Clarita de mi vida! ¡Si tú te vas que será de mí! y poníase a tararear esa canción y yo agarrándome el vientre de la risa. ¡Anda por favor dime que sí! pedía Perico. Así que se puso dura pensó Leonardo. Déjame verlo Clarita dijo Rocío y cogió a Kent ¡Oh quedó muy lindo! listo para la cita. ¡Basta Perico! , basta, que la gente nos mira. ¡Que sepan cuánto te quiero! y puse mis rodillas en el suelo y con el riesgo de hincarme, con mis manos en el pecho le rogué que me aceptara y ella muerta de vergüenza ¡qué atrevimiento! y ay Dios, me quema la cara por esos que pasan y se burlan y le digo ¡Párate! Irán a cenar y luego a bailar dijo Rocío. ¡Primero el sí! dijo Perico. ¡No me hagas pasar vergüenza Perico! ¡El sí Clarita, quiero el sí! Este coche los llevará a su fiesta y con delicadeza Rocío coloca a la pareja en el asiento. Está bien sí, sí; pero por lo que más quieras ponte de pie. ¡Lo sabía, lo sabía! y la tomé de la cintura y del brazo y di vueltas con ella danzando mientras se reía y yo la besaba por primera vez. Al separarnos por un instante le susurré te amo Clarita. Yo también loco, yo también. ¿Y cuándo será la boda? Y voltea a verla y ella con los muñecos en su pecho. Noto que se está durmiendo. Soñolienta le cambió de ropa vistiéndola con su

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pijama y la acostó. Salió del dormitorio luego de darle un beso de buenas noches.

Escuchó desde el diván el auto de los señores. Apagó la televisión y esperando que entraran. La puerta se abrió y los dos con rostros de satisfacción ingresaron.

- Hola Clarita. ¿Y la niña?

- Duerme señora. Duerme

- Aquí tienes Clarita -le dio un sobre

- Gracias señora. Me retiro.

- Te llamaremos pronto

- Cuando guste señora -y cogió su cartera para irse- Adiós

Cuando Clara se fue, él se sentó en el sofá y sacándose los zapatos estiró los pies sobre la alfombra.

- ¿Te gustó la película?

- Sí, muy buena mujer. Me ha relajado mucho

- Aquí tienes café -dijo ella.

- Hace tanto tiempo que no disfrutaba del cine

- Es que te dejas absorber demasiado por el trabajo

- Si, se termina una cosa y sale otra y tengo que cubrir las noticias y además el director tiene mucha confianza en mi labor.

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- Es peligroso Jacinto. Tú sabes como están las cosas por aquí. Esos últimos artículos, no creo que les haya gustado nada a las fuerzas armadas.

- Digo la verdad cariño. No me gusta; pero así es. Ellos creen que el país es su cuartel y que pueden hacer lo que se les venga en ganas. Demasiada gente exige un poco de justicia.

- Lo sé, y por eso te quiero; pero tienes que pensar en nuestra hija. Ella sufriría mucho si algo te sucediera

- No se equivocó - se entristeció Perico

- Dejemos esta conversación. El día ha sido excelente. No hay que turbarlo.

- Sí amor -le observó con sus ojos verdes y él sabía leer el sentido de esa mirada

- ¿Qué hay mujercita?

- Esa película tan romántica...tan sugestiva me ha abierto la imaginación...

- A mi también -y nos hemos acercado besándonos y ahogándonos casi al pegar nuestros labios.

- La nena está dormida -dijo ella, separándose suavemente

- ¿Y?

- Ya nos arreglaremos para no hacer ruido - se rió deliciosamente- vamos

Cogidos de la mano ingresamos a nuestro dormitorio y la sentí cálida, muy cálida y era algo que siempre me

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gustaba sentir, pero las tribulaciones y preocupaciones a veces nublaban esos sentimientos hacia la mujer que adoraba.

Era de noche y en el centro de Lima el enjambre revoloteaba en las veredas atestadas de vendedores ambulantes y a esa hora los micros y taxis disputaban entre ellos para ganar pasajeros y los bocinazos eran interminables y se mezclaban con la música que provenía de carritos con cientos de casetes grabados ilegalmente. Con tocacintas extraídos de algún coche mal estacionado. Había de todo. Por el lado de la universidad Villarreal se agolpaba un grupo de rockeros con los cabellos largos, desgreñados y casacas negras de cuero, brazaletes de metal y polos sin mangas con calaveras y svásticas pintadas detrás. Jeans rotosos y aretes atravesando sus lóbulos, que ofrecían casetes de rock. Había que ver la selección musical, desde Janis Jopplin, Jim Morrison, Led Zeppelin, Deep Purple hasta Queen; junto a ellos otros tenían arrumados long-plays usados con música antigua, Blues de B.B King, Jazz de Satchmo, Louis Astromg. Ahora dejaban oír música subterránea que tocaban con una rebeldía antisocial, marginal y con sus nombres estrafalarios como ellos: Leuzemia, Eructo Maldonado, Narcosis y más allá sonaban aquellos detestados por hacer rock comercial en función del cochino circuito burgués como Micky Gonzáles con su rock afro Akundún y Sangre Púrpura con música dedicado a un marica o los No sé Quien y No Se Cuántos con un título para la década "La Torres" dedicadas a Abimael Guzmán cuya contagiosa musiquilla se pegaba sin que uno se diera cuenta: /¡UN TERRORISTA!/

¡DOS TERRORISTAS!/UN GUERRILLERO / EMERRETISTA/UN

TRAFICANTE EN EL HUALLAGA/ Y EL BÚFALO APRISTA

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AGUSTÍN MANTILLA/ ALAN GARCÍA Y SU COMPAÑÍA.../ ¡SE

BALANCEAN, SOBRE UNAS TORRES DERRUMBADAS!.. Y más allá, en las gradas del frontis de mi universidad con mendigos que piden para llevarse algo a la boca y los carros siguen andando despidiendo humo de sus tubos de escape dejando un halo de contaminación que golpea los olfatos. En la siguiente cuadra se hallan alineadas academias de toda clase, para ingresar a las fuerzas policiales o armadas; para entrar a la UNI, Católica, San Marcos, Villarreal y frente a ellos vendedores de libro que han colocado una especie de plataforma elevada de medio metro del suelo y encima numerosos libros de todo tipo, derecho, literatura, informática, cancioneros, tratados de medicina de múltiples y encendidas pastas, añejas algunas, nuevas otras. Mas allá, en el piso, sobre una manta de plásticos se encuentran una ruma de libros en remate con un cartelito que indica el precio dependiendo de la calidad del contenido y yo buscando un libro de poesía me pongo a leer una antología de Borges y veo por el rabillo del ojo y allí estaba ella, con el cabello amarrado en moño, dejando ver un delgado cuello, mientras cogía un libro de filosofía. Lo hojea por un instante. Al voltear hacia mí noté que no llevaba maquillaje y un mechón colgaba por su frente cayendo sobre su nariz respingada. Me sonrió levemente de tal manera que un temblor recorrió mi pecho. Vi que dejó el libro y siguió avanzando. Dejé el mío y la seguí. En el otro puesto observé una edición pirata de Cien Años de Soledad y comencé a hojearlo mientras noté que ella cogía un texto de economía y pensé que seguramente le gusta las ciencias sociales, algo que a mí no me interesa porque me gusta la literatura, ese es mi mundo y su camisa suelta de turquesa deja volar mis pensamientos, imaginando lo que se halla detrás y el pantalón jean, ceñido ligeramente, deja observar un cuerpo bien formado, provocó una erección. De súbito he visto que se ha acercado un tipo de unos treinta años, de anteojos y

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cabellos largos, mirada huidiza, nariz de gancho, boca pequeña y unos bigotes hitlerianos. Se han saludado y luego veo que ambos caminan hasta la otra cuadra y cruzan la avenida perdiéndose por un pasaje ¿Quién será? ¿De dónde es? y pienso que una mujer que es capaz de hacer temblar a alguien por primera vez merece ser conocida. El destino no debe permitir que se escabulla y nunca más se le vuelva a ver y yo allá en medio del ruido que punzan mis oídos con altos decibelios, he avanzado un poco más y estoy ahora en el cine Venecia, con sus pintorescos avisos de películas de sexo y de repente alguien se ha acercado seguramente notando mi ansiedad, con un papelito en la mano. No atino a leer todavía y la gente pasa por mis costados y aturdido con las mujeres que pasan por mi lado, llevan faldas ajustadas, regordetas piernas y abundante pintura en el rostro y detrás ¡deténganse! ¡deténganse! y bajan policías con sus bastones de un camión y las empiezan a perseguir y en coche verde se ha detenido en la esquina y dentro puedo ver como ellas forcejean rogando que las suelten y ¿qué hago en medio de esto? fijo mi vista por allí y sólo puedo distinguir caras aceitosas, cabellos desgreñados, cansancio en todo el mundo, muertos andantes, lo único en vida es ese forcejeo en la entrada del camión entre el policía y la mujercita pequeña narigona, potona que con su voz de pito se desespera por no subir y cuando de los pelos ya está el policía metiéndola al camión, viene otra, se prende de la falda y la trae abajo, rodando con el uniformado en las corriente de agua de desagüe que corre por el borde de la acera , agua de basura, de cáscaras, de frutas podridas, como si Lima fuera regada y por allí se llevara toda la mierda de la ciudad, y ahora el policía mojado, poniéndose de pie la gordita , tan potona y tan rabiosa corre con la otra polilla a perderse por unos puestos de comida ambulante por la plaza Dos de Mayo. Antes de irme leo el papelito: "Gran inauguración Casa de Masajes FIONA. Personal renovado. Señoritas limpias para

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el gusto personal más exigente. Casi colegialas. Atención día y noche.". Mientras arrugo el papel pienso en el Sida y otras epidemia venéreas, acompañantes de las reinas de la noche. Tiro la nota en un basurero sin fondo dispuesto a mi costado y apresuro mis pasos. Cruzo la pista y en el otro lado voy yendo hasta la avenida Alfonso Ugarte alejándome de todo esto y del recuerdo de la sonrisa de la chica del libro.

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Capítulo III

Me faltan más hechos, piensa Jacinto, para darle confiabilidad a los reportajes sobre la matanza. Empiezo a revisar la correspondencia desde mi escritorio mientras voy mirando de reojo la calle donde las gentes transitan como hormigas y ¿qué es esto? Un sobre grueso. No tiene remitente. Lo abro y extraigo el contenido. Es una nota de alguien que dice tener informes sobre la matanza de Umaru y reviso documentos que me adjunta y son ¡circulares del Servicio de Inteligencia con el sello de confidencial! Informes desde el vientre del monstruo. Una foto con los supuestos responsables y en la misma nota dice: "Vaya hasta el Campo de Marte. En la primera banca del inicio por el lado de 28 de Julio hay un mensaje. Al mediodía. Por teléfono no puedo comunicarme. Están intervenidos por el Servicio".

Es extraño pero la información puede ser valiosa y con la que tengo ahora podré darle mayor veracidad a los reportajes. Al mediodía me hallaba cerca al Campo de Marte en la entrada hay un montículo que posee una inscripción dando la bienvenida al distrito de Jesús María. Me acerco a la primera banca y me siento mientras con disimulo trato de ver donde está. Por fin lo descubro. Me alejo de allí y mientras compro unos cigarrillos en un puesto ambulante abro el sobre: Ocho en el café Roma cuadra 12 de avenida 28 de julio. Estaré allí. Ojo. Está siendo seguido. Despístelos. Cambie de autos. Rompa mensaje". Y eso del seguimiento me preocupa

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caray, que unos soplones estén detrás de mí y observo para todos lados y empiezo a sospechar de varios, pero no estoy seguro. Caminé hacia el paradero de autos y sin pensarlo dos veces tomé un taxi. ¡No lo pierdas, no lo pierdas! Le pedí al chofer que saliera de Lima y ya fuera le dije que me dejara en un paradero alejado. Allí cogí un coche hasta Miraflores. Bajé en Javier Prado y me perdí en medio de la gente que esperaba sus carros. Cogí otro coche hasta el centro de Lima ¿Dónde está? ¿Dónde está? Entró en ese taxi celeste. Está seguro Teniente. Sí, síguelo. Y pienso pendejito, nos estás haciendo sudar, sudar bastante, pero ya caerás. En veinte minutos ya se había metido por el centro de la ciudad, mientras las pistas se llenaban de vehículos y en la avenida Abancay se habían atascado muchos carros. Jacinto salió rápidamente del taxi y se perdió por la Biblioteca Nacional. ¿Dónde se metió? No lo sé. El auto sigue allá. ¡Y el maldito tráfico conchasumadre! vociferó el Teniente bajando de un carro negro. Caminó por entre los coches y en medio del humo, el ruido, las bocinas llegó al auto celeste. Se acercó por el lado del chofer. ¿Dónde se fue tu pasajero? ¿Cómo? ¿Dóndeeee contesta? ¿Que le pasa idiota? ¿Está loco? El Teniente se dio la vuelta y abrió la puerta metiéndose violentamente. No estoy jugando conchatumadre! ¿Por dónde se fue? ¡Lárguese de aquí cara...! y ya no pudo terminar porque observé que un brillo me pegaba en la cara, tragué saliva, y casi allí mismito me orino... Se...se... fue por allá... la Biblioteca Nacional, por allá se fue. Y el Teniente se acerca bufando al recinto. Está furioso. Los carros empiezan a moverse. ¿Dónde está Teniente? No lo sé, ahora sí lo perdimos. Vámonos entonces. Estoy cerca de la dirección. Son las siete y media, daré una vuelta por aquí hasta que sea la hora piensa Jacinto.

- ¿Atacamos Coronel?

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- Paciencia Teniente. Paciencia con esos serranos de mierda. Espere mi orden.

Ocho en punto pienso, es hora de entrar y así lo hago. El café era pequeño y las mesas de acrílico redondas estaban ocupadas por personas que conversaban en murmullo. ¿Cuál de ellos será? Recorrí con mi vista por todas las mesas.

- Torrealba venga

Me acerqué a la mesa de donde provenía el llamado. Allí estaba aquel. Tomé asiento.

- Gracia por venir

- ¿Quién es usted?

- Eso es secundario. Sólo le diré que he sido militar. Que estuve allá en Umaru. Que nunca aprobé la muerte de esos campesinos.

- Ese sí que tenía cojones -dijo Perico

En la oscuridad habíamos recibido información que los subversivos estaban en Amaru. Podemos destruirlos dijo Pantera, es nuestra oportunidad. Pero Coronel y ¿qué haremos con la gente de la comunidad? Usted y sus sentimentalismos capitán; tenemos la oportunidad de acabar con esos hijos de puta.

El aliento de nuestras bocas se perdía en medio de la helada noche y agazapados detrás del collado, las caras no se veían. Sólo las pupilas de los soldados, pupilas tristes, de odio, de atormentados, y en los oficiales, principalmente en el Coronel se notaban que despedían fuego. Con sigilo un grupo fue rodeando el pueblo. Los terrucos no habían

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puesto vigías. Se estaban confiando. El Coronel piensa que el agua está cargada y el pez se mueve y se confunde en ella, entonces hay que bebérsela toda, para que no quede nada. Esa es la repuesta a la estrategia de los terrucos. Pican, pican y se esconden, joden y joden como la pulga, si como la guerra de la pulga, nos quieren desangrar poco a poco, ni les interesa el tiempo, su guerra es prolongada, hasta que el perro sea débil, se enflaquezca tanto que no pueda resistir una ataque en oleadas de las pulgas. Yo lo sé, los he estudiado. Desde aquí distingo las casuchas de adobes y las luces de velas y candiles que se escurren de las ventanas de algunas. Hay silencio.

- Coronel creo que es suficiente

- Usted sólo obedezca capitán. Aquí mando yo ¿entendido?

- Pero señor ¡No hemos encontrado a nadie!

- ¿Y eso que prueba? Dentro de estos sarnosos deben estar escondidos

- ¿Los mataron a todos? -preguntó Leonardo

- Escuche Jacinto. Me remuerde la conciencia al recordar a tanto infeliz asesinado. Usted es el único que podría hacer conocer al mundo acerca del responsable de esas muertes.

- ¿Cómo sé que no esta mintiendo?

- No tengo nada que perder. Sólo tengo mi palabra. La documentación que le he dado es real y es que hay gente en las fuerzas armadas que no comparte la estrategia de tierra arrasada o guerra sucia. Denúncielos Torrealba. Confío en usted.

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- Es un enorme riesgo.

- Hágalo por esa gente inocente. Por su esposa e hija. Para que no sufran por el infierno de la guerra.

- ¿Cómo sabe de ellas?

- Lo sabemos todo de usted. Es algo de rutina. Ahora tengo que irme. Nunca más volveré a verlo

Me tendió una mano helada que se la estreché sin dejar de lado un presentimiento.

No pude dormir. La información recibida demostraba que la matanza fue planeada por un Coronel desquiciado. Hice con febrilidad el reportaje. Cuando lo terminé, satisfecho, me fui a dormir.

Llegué a la redacción del diario con los ojos hinchados. Había tomado abundante café. Me dirigí hacia mi despacho y allí empecé a dar los últimos retoques a la noticia. Al finalizar, bebí una taza de café y mientras iba sorbiendo, cogía diarios y los leía rápidamente hasta que un titular del Clarín me llamó la atención: "Militar retirado se suicida de una balazo en la sien". Casi tiro el café al piso; dejé la taza en el escritorio y abrí el diario. Allí estaba, era él, el hombre con quien conversé ayer. Por eso dijo que seria la primera y última vez que nos veríamos. ¡Pobre hombre! estaba angustiado.

Por la radio comunican que dentro de cinco minutos. Orden del Coronel al radioperador, que empezó a dar la señal. No habrá fuego hasta que estemos cerca.

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Nos arrastramos por la colina con nuestros rifles y metralletas apuntando y ¡Ahora, ataquen! Comenzamos a disparar mientras que por detrás, segundos después se escuchó la descarga del otro comando hacia la gente que huía desesperada por el cerro para protegerse sin saber que allí estaba su muerte. Un griterío de dolor remeció el lugar. No contestaron los disparos y les incendiamos las casas, matamos a sus mujeres a los niños los degollaron porque a los subversivo hay que matarlos desde que son chiquitos y a las mujeres embarazadas también, porque la subversión se encuentra en el vientre de la madres y a los hombres le aplastamos las cabezas a culatazos como serpientes antes que nos muerdan el calcañal y los campesinos pedía perdón, que no los matáramos, que eran inocentes y era una orgía de sangre por todos lados. Ese lugar se inundó con lagunas de sangre. La tierra se cubrió de escarlata. Era tanta la intensidad que la noche alumbró una luz bermeja y los collados y el cielo se tiñeron de rojo. Era parte de una danza de los uniformes con los rostros y los ojos de rubí y acero ardiente que iluminó el lugar mientras los animales chillaban y les matamos también para que no digan quien fue y luego de acabar con todos sin decir nada, sólo hablando el lenguaje de los fusiles, de las granadas, las balas y con las filudas hojas que sostenían las AKM despanzurramos y despanzurramos. Los intestinos salían como culebras y reptaban al lado de ellos y los viejos con las arrugadas caras soltaban alaridos débiles y el llanto se diseminaba por doquier, porque así era la sierra, de mucho llanto, mucho dolor; lloran los ríos, lloran los cerros, lloran las cochas, lloran de tanto llorar las nubes pero el llanto más espantoso es el de estos comuneros.

- ¡Qué bárbaros!- exclamó Perico

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- A ver si esto te quita el buen humor -dijo Leonardo

- Lo peor de todo es que días después nuestros vigías avistaron la columna que estábamos persiguiendo.

- ¡Qué terrible por Dios! -exclamó Jacinto

- Coronel, hemos cometido un grave crimen- exclamó el capitán.

- ¿Y qué quiere que haga? Estamos en guerra y esta tiene su costo. Y hay que pagar pues. Para esos somos soldados. Para matar. Somos guerreros capitán. No lo olvide.

- ¿Cuando descubran los cuerpos qué diremos?

- ¿Qué hizo? -preguntó Jacinto

- ¡Suicidio colectivo capitán! ¡Qué brillante idea! ¡Diremos que fue un suicidio colectivo!

- Apenas volví a Lima, pedí mi baja

Trabajaba de guachimán en una casa comercial de unos italianos en San Isidro, y allí se me salía la lengua ver gringas tan buena mozas, unas mamacitas viejo, que piernotas, carne blanca, tostadas, doraditas, con unos pelos ondulados que le caían hasta la cintura, venía con pantaloncitos ajustados, politos de colorinches, con las tetas en puntita, paraditas y las más llenitas como se les balanceaban detrás de sus blusas transparentes y yo pensaba ¡se le caen! ¡Se le caen! y unas falditas de la pitrimitri, riquísimas, y sus ojos ¡Fuuuuuuiiiiiii! ¡Que ojos por dios!

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¡Que ojos! y yo me imaginaba a la Clara, que era la indicada para bajarme la temperatura, pero la muy dura no quería.

- ¡Ay! eres bien mañoso Perico

- ¿Es que no te gusta? -y me arrimaba más a ella y es que la condenada tenía la culpa porque venía con una blusa escotadísima que me dejaba ver el mundo de vez en cuando y unos pantalones así de ajustados y es que era bien despachada mi Clara, con esos ojazos negros carajo se me venía la arrechura sólo pensar en ella.

- Anda pues Clarita. Suéltate un poquito

- No Perico. La gente nos puede ver

- ¿Qué gente? ¡Aquí en el Campo de Marte vienen todos los enamorados como nosotros! mi pechochula

Puso la jeta para que yo se la besara. De todas maneras quería al sinvergüenza sólo que a veces le hacía renegar.

Y que rico voy chapándome de su cuellito sabrosito y la Clara si que estaba buena caracho. Con lo que había tenido que hacer para que me aceptara.

- ¿Aparte de querer tirarte a tu novia qué hacías? -interrogó Leonardo

- Labor intelectual Leo. Labor intelectual- y el timbre de voz se tornó grave.

- ¡Ayy! Perico te amo., te amo ¡Ayy! ¡Ayy! -y es que éste me recorría completa con sus manos. Ahora me separo bruscamente.

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-¿Qué te sucede? ¿Ah? -y pienso que muchos remilgos caramba y uno es hombre. Enciendo un cigarro chupo una bocanada profundamente.

- No te enojes Perico

- Es que no me gusta que me rechaces así.

- No es rechazo; sino que tengo miedo. Si seguimos así vamos a terminar haciendo eso...

- ¿Haciendo qué?

- Esas cosas...

- ¿Sexo? ¿Te refieres a eso?

- ¡Ay no seas tan brusco!

- Pero así se llama eso. Ya sabes que te tengo unas ganas.

- A mi también me gustaría, pero ¿no crees que debe formalizarse algo?

- ¿Trabajo intelectual? -pregunta Leonardo

- ¡Nada de eso! Le ayudaba a vender libros a mi tío. En mis ratos libres - se rió estruendosamente y la brisa marina secuestraba sus carcajadas y las olas se golpeaban entre sí y el susurro de la ventisca volaba rasante en la arena.

- ¿Que formalidad?

- Casarnos por ejemplo

- A eso sí que todavía no se me ha pasado por la cabeza Clara

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- Entonces ¿cuáles son tus intenciones conmigo?

- Yo te quiero mucho, pero eso de casarnos ni de vainas. Soy muy joven todavía Clara. ¿Lloras? ¡Por favor Clarita! ¡No lo tomes así! ¡Yo te quiero mucho!

- ¿De verdad Pedro? ¿De verdad?

- Sí, tontita. Sí y deja de lagrimear

- La adoraba a la Clara y hubiera vivido con ella muchos años; pero ya vez qué perra es la vida carajo.

Veo en la programación que habrá un Festival de Música Andina en Santa Elisa y pienso, vendré mañana, luego de clases.

- ¿Cómo está la sala? -pregunta Patricia

- Casi llena -dijo sonriente Florentino.

- ¡Qué bien! ¡Haremos una buena presentación! -exclamó Martín, colocándose el poncho.

Voy hasta la boletería y allí compro una entrada. El auditorio está en el segundo nivel. Subo por la escalera de granito y llego hasta la puerta. Son las seis de la tarde. La sala es enchapada de madera y los sillones negros están ocupados hasta la mitad. Adelante una mezcla de luces verdes y rojas alumbra el telón dorado del estrado. Me acomodo delante y quince minutos después sale el presentador que da inicio al programa. Salieron a tocar varios grupos sucesivamente. Se podía oír huaynos de Puno, Huaylas del Cuzco, yaravíes que escucho con fruición y es que me gustaba la música

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sentimental, las cuerdas de los charangos, el flujo de tonos agudos de la quenas, las zampoñas que excitan mis sentidos. Al terminar el grupo, la gente aplaude y yo también les sigo. Después sale otro grupo. El anunciador dice su nombre Puka Amaru e ingresan los músicos y allí está aquella mujer, la de esa noche, la de la sonrisa y que luego desapareciera con su acompañante. El que parecía su director dijo que les rendía homenaje a los luchadores del pueblo y a toda la sangre derramada y yo sólo la veía a ella con ese cabello negrísimo como la noche y largo, envuelta en su poncho marrón de rayas verticales, llevando en su mano un charango. Era una de las voces. No me veía porque en el lado en yo estaba ubicado caía la penumbra. Comenzaron a tocar y mi vista se fijaba en ella con la ansiedad de no perderme ni un solo movimiento, ni un solo toque de cuerdas de sus suaves manos como imaginaba. Su voz era hermosa, transparente y cantaba con mucho fuerza. Al finalizar, las palmas de la gente llovieron sinceras y cálidas. Fue en ese instante que ella se adelantó y cogiendo el micrófono dijo:

"Gracias al público por su aplauso a estos humildes cantores del pueblo. Nosotros nos nutrimos de él, de sus luchas, de su sacrificio, de su sangre vertida por la justicia. Ahora mis compañeros vamos a cantar una canción de esa tierra gloriosa, tierra donde se logró la independencia de nuestra patria del yugo colonial: Ayacucho ¡donde los mejores hijos del pueblo derraman su sangre! ¡Para ellos, Flor de Retama!”

Un silencio sepulcral al anunciar la canción, y luego lentamente un murmullo se deslizó por la sala. A mi ni me importó porque era ella quien había hablado y aplaudí y otros me siguieron y empezaron a cantar: Vengan todos a ver/ Ayyy vamos ver/ vengan todos a ver/ Ayy vamos a

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ver/ que en la plazuela de Huanta/ amarillito flor de retama/ amarillito/ amarillando / flor de retama. Por allí empezó el asunto ¿No? murmuró casi Jacinto arqueando sus cejas. Y es que uno se ponía a pensar lo que realmente sucedía por allá, por esas tierras tristes, porque había oído que los militares habían realizado cosas terribles, pero que los subversivos también dice Leonardo. ¿Y estaba buena? preguntó Perico. Tan buena, digo que hasta me volví como ella. La sangre del pueblo tiene rico perfume/ la sangre del pueblo tiene rico perfume/ huele a jazmines, violetas/ geranios y margaritas/ a pólvora y dinamita/ ¡carajo! / ¡A pólvora y dinamita! / ¡Carajo! / A pólvora y dinamita...y luego los aplausos, porque la canción tenía un fuerza como para removerte el corazón. Aunque debes saber que fue acomodada por los camaradas ya que al principio fue para recordar la lucha de los huantinos en defensa de la educación pública a fines de la década del sesenta dijo Jacinto. Tocaron otros grupos más y al concluir la gente empezó a retirarse lentamente del auditorio. Estaba satisfecho por haberla visto. Iba bajando las gradas cuando sentí que una mano me aprisionaba ligeramente el brazo al llegar abajo, volteo y era Juan Barrientos, sonriente mientras sus achinados ojos se empequeñecían dándome la mano. Compañero de la universidad. Entramos juntos el mismo año.

- Ese fue tu pase seguro para conocerla- dice Perico

- ¡Hola Leonardo! ¿Que te pareció la presentación de los grupos?

- Bastante buena Juan...pero ¿y tú? Te has perdido mucho tiempo. ¿Qué sucedió?

- Dejé de estudiar un semestre por razones de trabajo. Estaba recontra misio. A propósito ¿qué vas ha hacer ahora?

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- Irme a casa.

Vine aquí por unos amigos. Son músicos. Los Puka Amaru. Hemos quedado tomar unos tragos cerca nomás.

-¿Les conoces? -entorné los ojos

- No a todos; pero si a Florentino y Patricia -contestó Juan

Un estremecimiento me vino de repente pienso ¡qué suerte! la conoce. Es la única mujer del grupo y con voz entrecortada le digo.

- ¿Por qué me preguntaste si tenía algo que hacer?

- Es que quiero invitarte para ir con ellos a un bar de por aquí.

- ¡Claro! -dije con énfasis, pero cuando me cuenta de mi sobresalto guardé un poco de compostura y mas ceremonioso le dije- Sí Juan, acepto.

- Allí vienen

Se acercaron y Juan intentó presentarme; pero en ese momento sacaban sus instrumentos fuera, donde un auto les esperaba. Los acomodaron allí, en la maletera y en la parrilla de la parte superior del carro. Algunos subieron y ella se quedó con dos músicos y se volvieron.

- ¡Discúlpanos Juan! -dijo Florentino

- ¡No te preocupes hermano! Lo entiendo -dirigiéndose hacia mí agregó- Les presento a Leonardo

Me dieron la mano y yo no le quité la vista a ella. Tenerla así, tan cerca me alegraba de veras.

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- ¿Vamos? -dijo mi amigo

- Vamos -asintieron todos

Empezamos a caminar mientras Juan hablaba con Florentino y yo al lado de ella.

- Me gustó como cantaron

- Que bien -dijo sin entusiasmo. Por lo visto no me recordaba.

Llegamos al jirón Quilca. A esa hora circulaban los parroquianos por los bares del lugar. El asfalto se veía deteriorado y algunas manchas de aguas negras cubría la zona y la música salía de las viejas rockolas. Cruzamos la pista y entramos al Rincón de los Recuerdos. Las mesas del primer ambiente estaban ocupadas así que fuimos al siguiente que se hallaba en un desnivel y cerca del baño. El piso tenía una capa de aserrín húmeda, alfombra para los restos del alcohol de los bebedores. Nos sentamos en la mesa.

- Me olvidaba –dijo Juan- hoy es cumpleaños de Florentino.

- Felicitaciones -y le estreché la mano a Florentino.

- Tu reportaje ha seguido dando en el blanco Jacinto. Te felicito.

- Gracias señor director.

Al muchacho que se acercó a la mesa a atendernos le pedimos cervezas y cigarrillos.

- Por fin el Ministro ha aceptado que hubo algo más que ese ridículo cuento del suicidio

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Nos servimos la cerveza y brindamos. El añejo equipo de sonido dejaba oír música de Leo Dan. Estuvimos sorbiendo en medio de la charla la cerveza. Pedíamos más cada vez que esta se terminaba. Al principio conversamos trivialidades sobre los estudios. Florentino era estudiante de Literatura en San Marcos; pero había dejado de estudiar hacía dos años para dedicarse a la música y Martín estaba en un Instituto Tecnológico y Patricia seguía la carrera de Educación en La Cantuta. Luego la conversación empezó a girar en torno a la poesía. Resultó que Florentino era poeta.

- ¿Te gusta Vallejo? -inquirió a boca de jarro.

- Sí, mucho. Aunque se presta a diversas interpretaciones.

- Es que él era profundo -dijo Florentino-trasladó su l sufrimiento por los oprimidos en sus versos. Bebió un vaso y luego se puso a recitar:

Niños del mundo/ si cae España -digo, es un decir- si cae/ del cielo abajo su antebrazo que asen/ en cabestro, dos láminas terrestres; / niños que edad la de las sienes cóncavas/...

Trataba de oírlo, pero mis pensamientos eran para ella y cuando levantaba el vaso de cerveza imaginaba que estaba sorbiendo en mis labios la humedad de Patricia. Juan se envolvía en una charla sobre narrativa.

- Si viejo -decía a Florentino- Podrá, ser un magnífico escritor; pero es un reaccionario.

- En eso estoy de acuerdo -pero definitivamente él renovó la literatura peruana. Rompió con una tradición.

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- Puede ser que ideológicamente esté ubicado en la derecha. Pero es uno de los pocos que han escarbado el país con realismo -dije

- Estoy de acuerdo contigo -prorrumpió Florentino -brindo por ello.

- Pero creo que después de la Guerra del Fin del Mundo se ha trabado -opinó Juan- La Historia de Mayta donde presenta a una izquierda como un grupillo de oportunistas y renegados es mala. Hasta los pone como maricas. Para él son una mierda.

- Pero es que hay una izquierda que ha sido y sigue siendo eso: Reformos y rosados. Enemigos del pueblo. Una tanda de palurdos hijos de puta -exclamó Patricia

Me sorprendí por la dureza de su observación. Y dolía un poco porque siempre había estado mi inclinación por allí, aunque no veía distingos, No entendía esos términos como "reformistas" o "rosados". No veía muchas diferencias entre un Barrantes y un Javier Diez Canseco o un Rolando Breña. Eran lo mismo. Claro también estaban los otros, los que estaban en armas.

- La verdadera izquierda está combatiendo -dijo cortante Martín.

- Sí pues, ellos están haciendo la revolución. Esa empresa que requiere de gigantes.

- Si te refieres a quienes pienso. Yo estoy en desacuerdo.

- ¿Por qué? -preguntó Patricia con interés

- No creo en la violencia -contestó Leonardo.

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- Pero como cambiaste después compadre-dijo Perico

- A nadie le gusta -dijo Martín- Pero la lucha de clases así lo impone. A la burguesía burocrática que maneja el Estado hay que expulsarla por la violencia.

- El maoísmo es la única ideología que se mantiene incólume pese a la crisis de los países de Europa del Este y el social imperialismo soviético. -dijo Juan

- Allí soltaron prenda entonces -dijo Jacinto

- Era la primera vez que les oía sobre eso del maoísmo.

- Me extraña tu falta de conocimiento. Debes saber que el presidente Mao -opinó Patricia- vaticinó que por la traición del revisionismo, en la ex- URSS, se estaba construyendo un capitalismo de estado. Abandonando principios fundamentales del marxismo-leninismo

- Fue genial -dijo Florentino- predijo ante de su muerte todo eso. No habrá otro como él.

- ¿Tiannanmen? -pregunté

- Es resultado de la traición del Partido Comunista Chino al Maoísmo

- ¡Caracho! estos rojos han vivido más traiciones que la pitrimitri -exclamó Perico

- ¿Qué no hay socialismo allá?

- No. Es un capitalismo de estado. Y Tiannanmen fue la respuesta de una juventud que está en contra de la conducción de esos burócratas. Saben bien que fue contra

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un Ministro. Al final el renegado Ten Siao Ping con la gerontocracia los asesinaron - señaló Martín y agregó- perros miserables.

- No se equivocó el Presidente cuando empezó con Lin Piao la revolución cultural -dijo Florentino-. Había que liquidar la influencia del revisionismo que se había encaramado en el Comité Central con Liu Shao Qui y Teng Siao Ping. Bombardear el cuartel general de la burguesía fue la consigna. Una lástima que luego de su muerte subiera el traidor Hua Kuo Feng que luego empezó a desmontar la revolución cultural, derrotando al grupo de Shangai que lideraba Chan Chin, la viuda del presidente Mao. Ella defendía correctamente su pensamiento. Lo peor es que el miserable Teng Siao Pin subiera al poder.

- ¡Una lástima! -dijo Patricia

- Un retroceso para el movimiento revolucionario -agregó Juan

- Pero de todas maneras creo que Tiannanmen ha sido el inicio de una nueva revolución. Que el revisionismo tarde o temprano será aplastado

- Tienes razón Patricia. Salud por eso

Golpeamos nuestros vasos alegres y yo con un nudo en el cerebro por lo que habían dicho mis chinófilos compañeros de mesa y me sentía mareado pues en mi cabeza revoloteaban los nombres aludidos en esa verbalización oriental: Hua Teng Ping, Siu Chin Piao, Li Po, Liu Pia Qui y el sólo verla a ella allí tan mona hacía que revivieran mis deseos.

- Te traía loco la camarada ¿No Leo?

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- Sí Perico ¡me gustaba tanto!

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Capítulo IV

Dice un refrán: que tanto va el cántaro al agua, hasta que al fin se rompe expresó Perico

- ¿Un salsódromo? Vamos pues. ¿Cuándo? Para el sábado Clarita, después del trabajo.

Fui a recogerla en su casa. Vivía por Rooselvet. Ella ya estaba allí bien mamacita esperándome.

- ¿Vamos?

Luego de caminar de largo por el Jirón. Chota bajamos como yendo a la avenida Colmena y abrazados y ella pegándose a mí y yo con las ganas. Ya tenía planeado todo. La iluminación por ese lugar no era muy buena y en esa dirección había muchos bares donde la gente bebía con animación. Ya estamos llegando al Cine Tauro y al lado está el Palacio Latino. Volteamos y nos acercamos a ver que orquestas iban a tocar. Nos paramos frente al cartel y nos pareció que estaban buenas. Unos zambos fortachones estaban parados en la puerta. Pagamos la entrada e ingresamos junto con otras parejas.

- Esa orquesta toca muy bonito -dijo casi gritando mientras yo me servía las cervezas de enanos que había comprado, en pequeños vasos descartables y también ella que se movía en la mesa.

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- Era una bailarina de primera mi Clara -dijo Perico suspirando

- Claro que a ti no te interesaba el baile

Las parejas bailaban al son de la salsa y en la pista también y una vueltita y dos, un pasito pa' delante y uno pa' atrás y los sonidos de trompetas, timbales y el piano se le metía a uno en la sangre y yo me encontraba bien arrecho, excitadísimo y Clara allí mismo, moviéndose bonito, un golpecito pa' acá, un golpecito pá allá y su cinturita y ¡eso! ¡Goza! y esos pechazos tan bien distribuidos de la barriga para arriba. Terminó la pieza en la mesa y ella reía y bebimos bastante cerveza y ella ¡Ayyy Perico! que me duele la cabeza un poco

- Creo que necesitas aire. Es por lo que hemos tomado. Salgamos

- Sí, vámonos. Pero me he divertido una barbaridad

Ya fuera empezamos a andar de regreso tomados de la mano cuando en un lugar oscuro de la calle la atraje hacia mí y comencé a acariciarle y besarle como a ella le gustaba y de pronto nos quedamos mirando y Clara con los labios abiertos dejaba salir jadeos de aguantada

- Vamos a mi casa -disparé

- Sí Perico. Sí - y se pegó a mí y antes que se echara para atrás, pesqué un taxi.

- Te iba todo de maravilla ¿no es cierto?

- Sí, todo estaba saliendo bien

- Hasta San Martín, avenida Perú por favor

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El auto partió raudo mientras atrás nos besábamos con fuerza y así estuvimos apachurrándonos y piensa Perico un tigre en la cama Perico, tienes que hacerla gozar Perico, pero no tan bruto Perico, a la pobrecita le va a doler, tienes que ser delicado Perico, sino se le viene una hemorragia y la cagas Perico, pero ésta es tu noche Perico por fin va ha ser tu mujer Perico y el fierro que calentaba a mil grados por hora. La voz del chofer me sacó de eso

- Ya estamos en la avenida Perú.

- Cuadra treinta y dos por favor

- Okey, señor

- Y cuando estábamos cerca le pagué y bajamos en la misma esquina. Se oía la música de los restaurantes que funcionaban a esa hora. Vivía en una habitación alquilada. Una sola puerta estaba a la entrada del corredor por donde se llegaba a las habitaciones. Ingresamos

- Me muero de vergüenza Perico

- No te preocupes. Aquí nadie le importa lo que el vecino haga con tal de que no frieguen

Caminamos hasta el fondo; pasamos por varias puertas hasta que llegamos

- Aquí es -introduje la llave y abrí la puerta- entra.

- Enciende la luz -dijo ella

El cuarto era pequeño, pero lo suficiente para mi uso, mis enseres, mi mesita, dos sillas, un estante y la cocina. Sobre una caja de madera estaban mis trastos y al fondo, la cama, donde ella ya se había sentado.

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Me acerqué a Clara que temblaba y suavemente la eché. Comenzamos a acariciarnos poco a poco y unos minutos después la tenía calatita para mí solito.

- ¿Así que empezó a realizarse tu sueño Perico? -dijo Jacinto

- Ni crea don Jacinto. Ni crea-dije

Rebeca piensa furiosa que esa basura ha estado en Ayacucho sirviendo para los servicios de inteligencia y en esa época varios camaradas fueron capturados y luego asesinados. La orden del partido es ajusticiarlo. El Comité Metropolitano tiene que encargase de esa tarea. Nos han dado señas: Mayor Alejandro Basombrío Antúnez. Vive en el Rímac, casado; con dos hijos. Durante varios días lo habíamos estado siguiendo. Timoteo, quien fue el designado informó en la reunión que el objetivo sale todos los días a las siete de la mañana. La ruta que sigue es simple; porque vive en una calle paralela a la avenida Pizarro, cerca al puente. No toma precauciones ya que siempre repite el mismo camino hasta entrar al Cuartel de la División Blindada.

En la habitación de un hotelito lúgubre, en los alrededores de Lima, sentados en una mesa ajustábamos el plan. Sería el sábado por la mañana, pero los detalles sólo los sabría el equipo especial que participaría directamente.

- Adiós cariño -se despidió el Mayor- regresaré temprano

- Cuídate por favor -dijo su mujer

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- No te preocupes -le besó en la frente y abordó luego su coche. Antes de encender revisé mi la pistola. Estaba cargada, y era algo que siempre hacía. Prendió el motor y se puso en marcha. Sintonizó la estación de noticias:

"...en la noche del viernes atentados en la comisaría de Chorrillos. Dos policías muertos y un terrorista fue el saldo de este criminal ataque..."

Apagué el radio hastiado de oír al locutor ese. ¿Qué demonios sabe de guerra antisubversiva? En los paraderos pude ver mujeres y hombres esperando el transporte. Cerca a la avenida Tarapacá me detuve y pensé ¡que mala suerte! ¡Bonita hora para que se pare ese cacharro! ¡Oiga! grité, ¡quítese de allí! ¡No puedo señor! se ha malogrado contestó Timoteo, que estaba debajo de la capota abierta moviendo algunos chicotes. El Mayor Basombrío sacó su pistola y miró por el espejo retrovisor y recién allí tuvo un presentimiento. Puso en reversa el auto y aceleró quemando y chirriando las llantas al verse atravesado por el carro y tuve que frenar bruscamente y el camarada Timoteo, junto conmigo; percutamos por delante quebrándole el parabrisas y él se lanzó ahora para el frente y una cascada de balas le cayó por todo el carro y varios proyectiles se incrustaron en su cuerpo. Chocó el coche que estaba delante golpeándose la frente el timón. Abrí la puerta con dificultad y vimos cuando se tiró a la pista, arrastrándose. Ignacio apareció de pronto con una Smith Wesson y le vació el tambor sobre el cuerpo y él con voz languideciente sólo pensó en su madre y Rebeca apuntó a su cabeza y le clavó el tiro destrozándole el cráneo e hizo tremolar y estirarse y morir con los ojos bien abiertos en medio del mapa de sangre que lentamente se formaba. ¡Muere Perro asesino! exclamó. El Toyota se detuvo justo frente a ella y subí velozmente. El último encendió un paquete y lo lanzó entre el auto y el oficial muerto.

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Aceleramos y más allá pudimos sentir la explosión. El auto, dicen quedó destrozado y del militar sólo encontraron trozos de hueso y piel esparcidos. La onda expansiva cuarteó en su camino viejas paredes de adobe, he hizo estrellar en pedacitos muchos vidrio de puertas y ventanas. Se oyeron gritos mientras una mujer embarazada por la impresión, echaba por la acera un extraño y sanguinolento ser fuera de tiempo.

- ¡En las narices de la reacción! –Exclamó Rebeca ahora que estamos resguardados en un lejano lugar- ¡una victoria para el partido!

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Capítulo V

Mirándome con inquietud preguntó:

- ¿Qué fue de Paola Valdivieso?

- Esa es una historia negra para mi Guillermo. Pero ha pasado tanto tiempo.

- ¿Aló?

- Buenos días. Por favor deseo hablar con Jacinto Torrealba.

- Un momento.

Bertoldo observa hacia mi escritorio y me hace una seña para que me acerque al teléfono.

- Habla Jacinto Torrealba

- Hola Jacinto. Te habla Guillermo Santisteban

- Hummm...Guillermo... ¿Memo? ¿Del Melgar?

- El mismo Jacinto. ¡Qué bien que me hayas reconocido! Acabo de llegar al país. He estado tratando de comunicarme con la gente de la promoción. Llegué con pocos. ¿Cómo has estado? ¿Crees que podemos vernos?

- Bien, estoy bien y no lo se, cuando gustes.

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- ¿Qué dices si voy a buscarte a tu periódico mañana a las seis de la tarde?

- Me parece buena hora. Te espero

- Excelente hombre. Nos vemos mañana. Un abrazo.

- Igualmente

- ¿Te casaste?

- Sí, en Venezuela, una guajira viejo. Duró como diez años pero nos cansamos así que decidimos divorciarnos. Luego; la vida se hizo pesada para mí en ese país así que me dispuse a regresar.

La observaba mientras me atragantaba con el humo gris de mi cigarro y este iba desapareciendo entre mis dedos. Ella dormía. Estuve así largo rato. Hasta que se volteó y abriendo los ojos se restregó suavemente. Se levantó de la cama tapándose con la sábana y se acercó a darle un beso. Se inclinó y él viró su cara rechazándola. ¿Qué tienes Perico? ¿Cuántos pasaron por allí? ¿Ah? ¿A qué te refieres? ¡No te hagas la estrecha carajo! ¡No sé de qué hablas! ¡Contesta zorra! ¡Nunca me habías tratado así Perico! y se apretó las manos junto al pecho. ¿Crees que soy un pelotudo? ¿Me has visto la cara de huevón? ¡Entonces habla pues! ¿Cuántos pasaron por allí? Yo...yo....puedo explicarte Perico...por favor....tuve un novio hace mucho tiempo. Se aprovechó de mí y luego se fue

- Un chasco Perico -dijo Leonardo

- ¿Por qué no me dijiste?

- Tuve miedo

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- ¡Y yo!... ¡qué imbécil!.. -y ladeaba lentamente su cabeza de un sitio a otro

- ¡Te quiero Perico!

- ¡Me engañaste carajo! Yo que te creía pura y tú con todos esos remilgos y que el matrimonio y la formalidad y ¡san puta que te parió! Y me dijiste que eras virgen

- ¡Si sólo quería esto, lo hubieras buscado en la calle! -atacó ella

- ¡Vístete y lárgate!

Y ella conteniendo los sollozos se fue vistiendo

- Eres como él. Ya lo obtuviste y chau. Se acabo todo. ¿Es qué siempre va ha ser así todo el tiempo? Al siguiente ya no le diré que fue uno, sino dos...

- ¡Cállate!

- ¡No me callo! ¿Quienes se han creído que son ustedes? Te creí diferente pero no eres mejor que otros. ¡Si sólo querías esto, lo hubieras buscado en la calle! -atacó ella

- ¿Pero por que me mentiste?

- ¿Acaso yo te pregunté con quien te habías acostado?

- Es diferente pues. Tú eres mujer...y yo...

- ¿Un hombre? No me hagas reír.

- Vete. Andate de una vez.

- Me voy Pedro. Me voy

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Y cuando Clara se dirigió a la puerta

- Espera...espera Clara

- ¡Apártate! - De sus ojos salieron llamas

No tuve el valor para retenerla. Le di pase y salió hasta la calle. Cogió el primer taxi que vio.

- Observé como se alejaba, confundido. Tremendamente confundido compadre

- ¿Le duele algo señorita? -preguntó el chofer

- No es nada...nada -y en silencio iba derramando gruesas lágrimas que se escurrían como la garúa de aquella mañana.

Salía de la universidad conversando con mis otros compañeros. Apoyada al costado del atrio estaba ella, con una mirada fija y brillante sobre mí. Dejé a mis amigos y me acerqué.

- Hola- le digo y pienso que este sería de enorme ayuda para mi labor.

- Que sorpresa Patricia -y pienso que es una maravilla que se encuentre aquí conmigo.

- Pasaba por aquí y decidí visitar a un amigo

- Apenas nos conocemos y ya me consideras amigo. ¿Por qué?

- Inspiras confianza Leonardo

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- Te agradezco por eso. ¿Nos vamos?

- Tengo mi auto en una playa que está en la otra cuadra.

Caminamos y observé que llevaba unas zapatillas blancas, vaqueros y un polo suelto que le daban una apariencia adolescente. Llegamos a la playa de estacionamiento.

- ¿Dónde vives?

- En Lince – contestó Leonardo

- ¡Que coincidencia yo también vivo allá! Te llevo

- Caramba los tiempos cambian -exclamo- ¿Es que no debiera ser al revés?

- Eres un machista - me reí

- ¿Es de fiar?

- Creo que tiene todas las condiciones para ser ganado a la causa del partido- profirió Rebeca

- No es eso -me defendí

- Es una broma

Hemos dado la vuelta y allí detrás de otros autos se encuentra su coche, un Datsun marrón. Llegamos al auto y subimos. En unos instantes ya estábamos saliendo.

- ¡Diablos a esta hora el tráfico es una tontería! -se quejó.

Sí, así es pienso. Lima, tortuosa ciudad envuelta en tantos problemas; la urbe jardín de algún alucinado. Miro

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como los guardias se disputan los carros de pasajeros; es la hora de la caza, cuando hay que quitarles un poco de dinero a cambio de no multarles y los carteristas y escaperos se paseaban por entre la gente que desesperada espera un carro con el cual fugar de esa humareda de los ómnibus que se mezcla con la que echan los anticucheros, ubicados en pestilentes pasajes de orines y miasma .Las putitas empiezan a asomar sus hocicos de ratones para buscar clientes y seguir manteniendo a su "ficho" o a unos hijos medio muertos de hambre y recuerdo como en invierno, cuando la garúa ha hecho una sopa aguachenta de Lima; ellas siguen allí pegadas, tiritando frío con unas medias corridas , descosidas, y falditas cortas, esperando estoicamente que alguien alquile por unas horas su mercancía carnal tantas veces ajada. Así viven de este muladar que es la ciudad; son su rostro más lúgubre. Ahora damos vuelta por la avenida Wilson y el auto va avanzando y ella:

- ¿En qué piensas?

- Este país requiere cambios.

- Hay que cortar esa gangrena que le sigue cubriendo -y pienso que hay materia por donde explotar. Tiene resentimiento. Y eso es bueno. Se puede incentivar en el odio de clase.

- Alguna vez te observé entrando a unas librería de por aquí y también te divisé revisando textos en los libreros del suelo.

- Si, me gusta ir a buscar algo distinto. Siempre lo encuentro.

- En eso nos parecemos. Me gusta la lectura

- Por la revolución esos actos se justifican camarada.

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- Lo sé camarada -dijo Rebeca

O sea que te la pusieron allí para que te enchuchara Leo, dijo Perico. Y cuando te vi en ese recital pensé "estás con suerte" y cuando Juan dijo que te conocía fue mucho mejor. ¡Oye espera, espera! Estás yendo muy de prisa ¿Te estás declarando? preguntó divertida. Babeabas por ella Leo. Si así lo piensas. Tiene que ser probado de todas maneras, dijo Rebeca. Claro camarada; pero esa, es su tarea. Hace poco que nos conocemos, ni yo te conozco, ni tú me conoces. Amor a primera vista. ¡Vaya! ¡Que cursi Leo! exclamó Jacinto. No te confundas Leo, para serte honesta, si vine a verte es porque necesito tu ayuda para llevar unas cosas. Lo siento mucho por la confusión. ¿Y te quemaba la cara no viejo? me imagino como te sentirías. Quien lo lamenta soy yo Leonardo, perdóname por hacerte creer eso. ¿Y allí empezó todo no Leo? Preguntó Jacinto. Sí, allí me fregué -contesté.

Ha transcurrido una semana y el remordimiento me torturó durante todo ese tiempo. Pienso en Clara y sé que estoy chalado. Me gustaría en éste instante darle abrazos y besos y pedirle perdón por mi estupidez. El trabajo ha sido pesado por no tener el estímulo de terminar y luego estar con ella. Mañana sábado iré temprano a verla. Si, eso es, voy a hacer las paces.

Ocho de la mañana, me encuentro en el Paseo de la República. Tengo temor por lo que pueda hacer Clara. Camino por el paseo y bordeo las estatuas de bronce de toros y musculosos hombres. Al costado, el Palacio de Justicia, imponente y temido edificio que se levanta bajo el

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horrible cielo de Lima. Los tanques del ejército una columna de policías resguardan el local. En el atrio hay otro grupo, que fuertemente armado, cuida la entrada. Dicen que son los guardianes de la Constitución pero a ellos les importa muy poco si tratan de poner en orden la casa. No me gusta esto de la política; pero uno tiene que aprender a la fuerza porque todos los días los peruanos desayunamos política, almorzamos política y nos joden con política. Los políticos hacen cosas que uno no entiende y sólo se van al parlamento a calentar asiento. Deberían justificar toda la plata que se levantan del pueblo. Esto no significa que me guste los milicos, ¡No señor! ni tampoco los terroristas que también son una mierda porque friegan todo el tiempo metiendo bombas y por eso tanto cordón policial tanto patrullero y ¡bajen del carro con sus documentos! y las batidas, y los milicos son unos abusivos hijos de puta y es que la pobre gente como uno tiene que estar cuidándose todo el tiempo que le metan una bala en la tutuma o que un atentado te haga volar pos los aires. Uno no puede quejarse señor, no hay derecho porque somos como una isla. Ahora estoy llegando a Roosselvelt. Clara vive por allí. Los ikarus como acordeones enormes estacionados esperando a los pasajeros que llenen sus panzas se hallan en fila y la gente hace cola para abordarlos y una multitud de vendedores de golosinas, galletas, periódicos se pasea entre ellos. Cruzo Azángaro donde se encuentran abogados como moscas en medio de consultorios que ocupan entre dos a tres esperando que caiga un cliente. El olor a orines se impregna en mi olfato y los puestitos de sellos y placas se hallan dispuestos en fila. Montículos de basura por los suelos son la muestra de lo que es Lima, una urbe sucia por la dejadez de las autoridades.

- ¿Toco? me pregunto y pienso que de repente no sale y pierdo la oportunidad de hablar con ella. Mejor

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esperaré y comienzo a caminar de arriba para abajo. Ha pasado una hora casi y nada. Estoy impaciente pero no interesa porque así me quede todo el día la tengo que ver y ¡Zas! allí está. Sale arregladita y los celos empiezan a remorderme. Espero que avance unos metros y cruzó velozmente la pista.

- ¡Clara! -y ella voltea sorprendida y ahora arruga el ceño.

- ¿Qué quieres? No tenemos nada de que hablar,

- Venía a pedirte humildemente que me perdonaras. No sé que me pasó. No debí tratarte así. Ya bastante he sufrido esta semana.

- ¿Sólo tú? ¿Crees que no me ha dolido todo este tiempo tus palabras?

- Vamos a tomar algo y conversaremos tranquilos.

- No puedo. Tengo un compromiso. Además no deseo volver contigo.

- Te lo suplico.

- No quiero hablar contigo. Eso es todo. Vete por favor

- Se puso terca –dice Jacinto

- ¿Y volvieron? ¿Volvieron? -preguntó Leo

- Paciencia, paciencia - dije entre dientes- No seas así pues Clara. Yo te quiero mucho.

- Si me quisieras no te hubieras portado como un miserable.

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- ¡Sin insultos por favor! ¡Sin insultos!

- ¡Lárgate!

- ¡No me voy!

- Estás haciendo el ridículo Pedro. La gente nos está mirando.

- Me importa un pepino la gente.

Se acercó un hombre corpulento, que nos había estado observando.

- ¿Algún problema señorita? -preguntó con voz ronca el animal

- Yo ni me fijé quien era. Sentí que estaba detrás de mí

- Sí, éste señor me está molestando.

- ¡Oiga mequetrefe métase en otra cosa! sino...-y doy una media vuelta con un dedo amenazador y éste se encontró con un pecho... ¡qué carajo! ¡Una armadura la del fulano ese! Me quedé paralizado por un segundo; fui subiendo mis ojos hasta arriba creí que estaba frente a un edificio. Era enorme.

- ¿Que has dicho basura? -bramó

- Pobre Perico -dijo Jacinto

- Digo que no se meta en mis asuntos. Ella es mi novia.

- ¡No es cierto!

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- Lárguese de aquí. Por lo visto la señorita no quiere saber nada de usted.

- Oye grandote tu no me vie... ¡Ayyy!

- Te madrugó el grandulón -dijo Leonardo

- ¡Le rompió la nariz! ¡Abusivo!

Y estaba allí tirado chorreando sangre que se mezclaba con mis mocos y observé como ella le daba de carterazos al grandote.

- ¡Pobrecito mi amor! ¡Pobrecito!

- ¡Ayyyyyay! ¡Ayyyyyay!

- Me imagino que exagerabas Perico

- Las chelfas son unas sentimentales -sentenció-. Mi Clara no era la excepción.

- Eso me pasa por meterme en esto. ¡Váyanse los dos al carajo! - vociferó el grandulón.

- ¿Me perdonas Clara?

- No, todavía no.

- Creo...creo--empecé a toser- que voy a morir...tienes que perdonarme.

-Todo un artista Perico. Todo un artista

- Sí, mi amor te perdono. Te perdono. -y limpié de su nariz la sangre que le habían sacado.

- Gracias. Gracias... ¿Todo volverá a ser como antes?

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- No tan rápido Perico. No tan rápido. Vas a tener que hacer méritos.

Me comencé a parar.

- Lo que tú quieras Clarita. Lo que tú quieras.

- Y caracho que casi me había volado la ñata el grandote, pero estaba feliz y si no fuera porque me dolía la carabina me hubiera puesto a bailar allí mismo. De veras mano, allí mismo.

En la oficina recordé a Memo, le gustaba el deporte y siempre estaba compitiendo. Luego que salimos del colegio perdí la pista de él. Son casi veinte años que no lo veo. Va ser excelente reencontrarnos después de tanto tiempo.

Al día siguiente, a la hora convenida, Guillermo apareció con una afable sonrisa. .Estaba un poco más grueso, de bigote, frente pronunciada, y sus pupilas claras pero cansadas. Había cambiado. Su tono de voz me volcó al pasado por un instante .Luego de darnos un fuerte abrazo, salimos de las oficinas.

- ¿Hacia dónde Jacinto?

- Cerca de aquí hay un café que frecuento. ¿O deseas unos tragos?

- Por el reencuentro creo que podemos beber algo distinto a una simple taza de café.

Fuera del edificio, caminamos por Camaná y nos introdujimos al bar Latino que al estilo parisiense dejaba salir

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debajo de un toldo algunas mesas donde los parroquianos bebían en amena conversación.

Nos sentamos y pedimos dos cervezas.

- ¿Paola? Se terminó con ella todo. Ahora que lo veo desde lejos me hace gracia.

Guillermo piensa, Paola era una de esas hembras que dejaban boquiabiertos a los muchachos con sólo su andar y era un suertudo en esa época Jacinto. Flaco, esmirriado, aunque con cara de inteligente, que por lo demás lo había sido sacándose sus primeros puestos en el colegio.

- Ella estuvo muy enamorada de ti.

- Sabes que esos amores de juventud no duran mucho

Te la habías tomado en serio Jacinto. ¿Y que será de ella?

- Se casó. Estuvimos unos buenos tiempos juntos. Hasta que se cansó y se largó con otro.

- ¿Con quién?

- Con Pacho Bustamante. Se hizo mujer de él.

- O sea que todo quedó en la promoción. El padre de Pacho tenía sus negocios y al hijo nunca le faltó nada.

Vienen mareaditos ¿No? Amor...te presento a un viejo amigo de colegio: Guillermo Santisteban. Mis respetos señora dijo Guillermo. Siéntense que les traeré un poco de café. Buena idea cariño; hemos tomado algo pero no como para no saber lo que hacemos. Mientras su esposa se va a preparar el café seguimos conversando. ¿Qué fue del

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Cachito Beingolea? Creo que se fue a trabajar a Argentina.; no he vuelto a saber de él.

- El abandono de Paola me zamaqueó fuerte...me da vergüenza decírtelo... aunque pocos lo saben.

- ¿Saber qué?

- Me chocó tanto, que casi me suicido...

- No te puedo creer...aunque algo debió haber pasado para que aún estés aquí en tierra...Salud por eso

Salud y pienso en lo cómico y patético que fue esa época de mi vida; claro, distinta a la de ahora. Luego del plantón de Paola me volví loco y comencé a beber. Durante un tiempo me fui de casa. Iba de un lugar a otro, de bar en bar, sin que mi familia o amigos pudieran detener mi estado depresivo. Visitaba los lugares más tétricos e inimaginables. Estuve así perdido durante meses hasta que una intoxicación me regresó a casa. Mi hermano mayor me dio una requintada bárbara y ya en casa estuve por un tiempo en abstinencia alcohólica; claro sin salir aún del estado de ansiedad. Encerrado en mi habitación lloraba desconsoladamente, viendo la foto de Paola; abrazándola a mi pecho. Hasta que, por un amigo que vino a visitarme, me enteré que se casaba con Bustamante. Vi a mí alrededor caos, desorden, dejadez, desolación, mierda y todas las mezclas de desgracias juntas. La alucinación envolvía mi mente y la habitación empezaba a girar alrededor mío hundiéndome en un vértigo incontrolable. Observé mí avejentado rostro en el espejo y me dije: no sufrirás más Jacinto, no sufrirás, y ella, la responsable de todo esto, cargará en su conciencia tu destino trágico.

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- Señora. Su esposo, y mi amigo es un hombre ejemplar.

- Si Guillermo. Tómese su café.

- Siempre primer puesto en el colegio. Algunos muchachos lo envidiaban, pero él no se dejaba; hasta que lo conocieron bien y Jacinto se los ganó a todos. Así era él, timidón, pero buena gente.

Mi mujer me mira con ojos de ternura.

- Usted tiene suerte señora. Tiene una linda hija...un esposo ejemplar... mientras yo -y empezó a sollozar-...perdónenme...pero no puedo contener mi tristeza...la mujer que quise y sigo queriendo... dejó de amarme.

- Cuanto lo lamento

- No te maltrates así Guillermo

- No...necesito hablar... Nos divorciamos... por eso regresé al país. Lo que más me lastima...es que no pudimos tener hijos... -y se bebió el café de un sorbo, derramando su tristísima mirada sobre la alfombra, en medio de la pena que envolvía a mi mujer.

- Recuerda que no me gusta hacer esto

- Vamos hombre. Un favor se paga con otro

- Sólo lo hago por mi hermana.

- No me vengas con cuestiones familiares. Sabes muy bien que si estás allí; como funcionario del servicio de inteligencia, es por mí.

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- Okey. Lo reconozco; pero lo que ahora estoy haciendo es extra-oficial. Así que no me metas en nada. Te voy ha ayudar; pero si te ponen la soga al cuello, lo sentiré mucho pero hasta allí quedamos.

- Eres un hijo de puta Guillermo -expresó el Coronel

- Lo mismo pienso de ti -le dije

Estamos en la avenida Arenales y las luces de neón verdes, magenta, rojizas, brillaban en el frontis de las casas comerciales. ¿Qué hay que llevar Patricia? Son revistas. ¿Podrás mañana? Hummm... mañana... sí, creo que sí. Gracias Leonardo; eres un ángel dijo ella mecánicamente sin imaginar que me había ruborizado. Pasamos el edificio del Seguro Social, el centro comercial, da la vuelta por Risso, y ella dice vivo a tres cuadras de aquí y yo le digo que me bajo porque estoy para el otro lado y ella en un papelito le doy mi dirección y lo tengo bien cogido de los cojones pienso y Leonardo, éste es tu teléfono, Okey ¿a qué hora? y ella a las ocho y Leonardo, allí estaré. Detuvo el auto donde le indiqué. Me apeé del vehículo y desde allí observé como se alejaban las luces rojas del coche.

- ¿No te diste cuenta?

- Intuía; pero creo que dejé que me llevara.

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Capítulo VI

Al día siguiente salí de la casa luego de haber desayunado. Era una mañana muy calurosa. Tomé un ómnibus y en pocos minutos ya estaba en la cuadra que ella me dijo; tenía el papel en la mano. Llegué a la dirección. El edificio incólume se posaba frente a mis pupilas. Un chico salió de la reja y me hizo entrar. Subí por las escaleras de ocre negro al segundo piso; mentalmente iba diciendo doscientos cinco, departamento doscientos cinco. Toqué el timbre y ella abrió la puerta.

- Hola Leo. Eres puntual -dijo- Pasa.

Entré lentamente. La sala era pequeña; tenía una decoración bastante simple. Sobria diría. Aunque se percibía una escrupulosa limpieza.

- Siéntate -me dijo

- Gracias

- Tengo listo el desayuno

- Ya tomé en casa -le dije

- Si es así, entonces, vámonos.

Asentí. Ella iba de ropa deportiva. No había tenido oportunidad de verla en vestimenta femenina. Pero no importaba, porque así, sin maquillaje, sin mucho arreglo, me gustaba. Salimos del edificio y fuimos hasta una playa de

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estacionamiento que queda a una cuadra. Sacó el coche en unos instantes y me recogió en la puerta.

- Allá vamos -dijo sonriente

- Hasta dónde Paty

- A la Molina.

Encendí el autorradio y puse el volumen bajo y pegado desde la ventana del otro lado le sonreía. Conversamos de las familias y ella dice, mis padres están en Arequipa; vine a Lima por estudios. ¿Y tú? No tengo padres; murieron en un accidente hace cinco años. ¿Hermanos? No, era hijo único Perico. Ya veo; debió ser duro para ti ¿No? Sí, bastante, aunque los recuerdo ora en los momentos más gratos. ¿Y con quién vives? Con mis abuelos. Te deben querer mucho. Como yo a ellos Patricia. Miro a los costados, y sé que estamos por Javier Prado y el carro, seguía rodando a velocidad por la autopista y luego estamos entrando a la Molina, y la avenida el Corregidor, y seguimos avanzando y se nota en cada calle unas tranqueras que cuidan guardianes pagados por los residentes y es que seguramente se protegen de tantos atentados, o secuestros que creo que ha habido por aquí y es que estas son zonas bastante exclusivas. Viramos a la izquierda y antes que suban la tranca el guardián se acerca y pregunta por el costado que a quién iban a ver y Patricia a la familia Gonzáles y está bien, pero permítanme ver sus documentos y pueden pasar. Se levanta la barrera y entramos avanzando por calles curvas que desembocaban en parquecitos verdosos, y arreglados con esmero y pulcritud y nos topamos con cabecitas rubias corriendo en bicicleta. Minutos después nos detuvimos en una enorme casa, de portones marrones que brillan por la laca conque se les ha pintado y más allá se oye ladridos de perros y la casa es a dos aguas con buganvillas, jacarandas y violetas que se enrollan

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sobre las puertas sin temer el cerco eléctrico que están un poco más arriba.

- Espérame aquí - dije y bajé del auto

Vi cuando tocó el timbre del intercomunicador. Le contestaron de dentro. Habló unos instantes y luego abrieron una puerta. En el corredor había cajas envueltas con cintas. Una mujer de regular edad señalaba algo.

- Ven -dijo ella al acercarse.

Me bajé del auto y fui hasta la entrada.

- Estas son las revistas. Perdón mi descortesía. Ella es la encargada de darnos las cajas; la señora Elvira.

Le saludé con una venia y ella contestó afablemente.

- Ayúdame a sacar las cajas

- Mientras yo iba cargando las cajas y las introducía; ellas iban acomodándolas en la maletera.

- ¿Y a esa mujer la volviste a ver? -inquirió Jacinto.

- Sí...por televisión. -dijo Leo

Nos despedimos de la mujer, nos trepamos al carro y partimos de allí.

- ¿Dónde dejaron esa carga?

- ¿A los Olivos? ¿Por qué allí?

- Marginalidad en potencia ¿no Leo?

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Después de la reconciliación, para mí ha sido todo chongueo. Pucha que salíamos para todos sitios. Qué al cine, donde ella por una película de terror se pegaba fuertemente a mí, cerrando sus ojos de avellana con mucho miedo yo diciéndole que los abriera porque para eso habíamos venido y que no era justo que pagara entradas para ver la película y no hacerlo. También veíamos películas cómicas de esa que a mi me gustan y la condenada Clara reía de tal forma que había que cerrarle la boquita porque metía un escándalo y uno que otro decía shuuuuuu y ¡carajo! que yo me reía de sólo verla tan riquita a mi Clara. Tan alegre don, porque nos divertíamos horrores con ella. Otras veces íbamos al parque de las Leyendas y le hacía bromas con los animales y ella que se mataba de la risa. Mira esos gorilas, parecen esos generales con uniforme que se sentaban al lado del presidente en los desfiles; llenos de condecoraciones de no se sabe qué, porque carajo la mayoría de guerra las hemos perdido por huevonazos y porque muy pocos Graus o Bolognesis hemos tenido y mira Clara esa cara del chimpancé y ella les tiraba maní y más allá le decía que en vez de esos papagallos tan lindos, con esos colores tan bonitos, verdecitos, rojos, amarillito como patitos recién salidos de su cascarón a esas aves tan hermosas había que soltarlas más bien enjaular a tanto diputado de mierda hablador caracho, sí porque suave se la llevaban con tanto palabreo mientras la gente esta que se muere de hambre y mira esa jirafa que se parece a esas señoras empingorotadas y pitucas que entran con la criada al centro comercial donde yo hago de guachimán; todas ellas olorosas, bien vestidas; con unos carrazos del año siguiente y sus maridos embajadores, políticos, empresarios, narcos, etc., Porque yo no seré muy leído y escribido pero allí tiene uno su corazón y habla como la gente del pueblo, lo que le viene primerito al pecho y es que así uno quiera no se le puede pasar por allí lo que viene sucediendo por estas tierras caramba; habráse visto . Mira Clara, en esas jaulas vacías se

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debería meter a tanto matasiete que para tirando bombas por todos sitios y ahora sí que me ponía serio. Como seguía yo diciendo, también nos tirábamos nuestros bailongos. Unas en discotecas cuando había plata y otras en fiestas públicas que se organizaban en alguna plazoleta de Lima. Tomaba cerveza en vasitos de plástico y nos pachangueábamos de lo más chévere. Lo que no me gustaba de ella es que en otras oportunidades casi a rastras me llevaba a la iglesia donde se metía a rezarle al santo de su devoción y para mi, que no soy tan católico, apostólico ni romano, no me gustaba porque me daba vergüenza que un granuja jodido como yo ingresara a manchar la casa de Dios que ya tan llena debía de estar con tanto pecador suelto por las calles. Pero tenía que hacer el esfuerzo porque sino ella se resentía conmigo y seguramente se metía un rezo para justificarse con el Todopoderoso porque sabrán que mi Clara quiso ser monjita y pienso que si así hubiera sido yo habría tenido que buscar otra cueva o sino meterme de cura carajo, porque he oído, aunque no me consta que algunos padrecitos, con tanta oración y tanto rezo no cubre sus necesidades y han tenido que írselas a buscar como sea. Buscar las grutas no santas para calmar sus ansiedades ¡no me consta! ¡no señor!; pero había que ponerse a imaginar , que no hacer lo que ustedes ya saben es como dejar de respirar, de comer ¿quién puede aguantar eso? y comos les seguía diciendo nos divertíamos con la Clara porque también nos íbamos a los juegos mecánicos y ella le gustaba no sé si ahora también; pero le gustaba subir a la montaña rusa y yo tenía que acompañarla a pesar que me daba un miedo y las canillas empezaban a temblequearse don y ya arriba me pegaba como sanguijuela, bajábamos, subíamos a una velocidad que me revolvía el cerebro, el estómago, los intestinos como si me hubiera metido una tranca y un día me sucedió una desgracia porque hice llover desde arriba el almuerzo y el desayuno del día sobre las cabezas de los que miraban como los coches se iban por los

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carriles y al final cuando terminó y bajé de el juego vi a varios con cara de querer asesinarme y yo conchudo porque no tenía otra cosa que hacer me escurría con ella. De todos modos como jóvenes que éramos, a nuestra manera nos divertíamos, con pocas monedas en el bolsillo y lateando a veces, pero nos alegrábamos juntos. Mucho caramba, mucho.

El día de la boda de Paola, me aliñé lo mejor que pude. Sabía que sería en la iglesia Virgen del Pilar a las siete de la noche. A las seis merodeaba por el templo. Miraba la plaza, pero no pensaba en otra cosa que en lo que iba a realizar ese día, como recuerdo de mi desastroso amor. Vi que empezaban a llegar los invitados. Seis y treinta, los nervios se empezaban a crispar. Seis y cuarenta me adelanto. Seis y cincuenta me voy hacia la avenida por donde supuse vendría ella. Seis y cincuenta y cinco, es la hora. Me lanzo contra un auto en marcha, que para mala suerte tenía unos frenos excepcionales; porque me dio un aventón ligero; insuficiente para matarme. Estuve tirado allí por unos minutos. La novia dentro del auto nupcial gritando ¡apúrese por favor! Un momento señorita, que el tránsito se ha detenido y el chofer saca la cabeza y ve una larga fila y los cláxones y bocinas empiezan a trepanar el cráneo de los viandantes y el chofer sale por un momento del coche, se adelanta unos pasos y divisa como al hombre lo ponen a un costado de la acera y allí le sueltan una carajeada hasta dejarlo en pie con una lluvia de insultos hacia mi persona. La marcha de carros se reinicia y el chofer del auto nupcial vuelve veloz, sube al coche y avanza. Vaya que se despejó el tráfico. Si señorita. Llegaremos a tiempo. ¿Qué sucedió? Preguntó la novia. Atropellaron a un sujeto; aunque no le pasó nada. Creo que estaba bebido. Paola piensa ¡Ayy dios

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mío!! Yo que quiero casarme cuanto antes y un miserable borracho que aparece en medio de todo esto. ¡Lo único que faltaba!

- Puedes dormir en el diván Guillermo.

- Luego de ese intento ridículo de suicidio, me puse a pensar seriamente en lo que estaba haciendo, así es que me decidí por estudiar periodismo. Creo que me salvó la profesión.

- Salud por eso.

Observo en la mesa una fila de cervezas, colillas de cigarrillos, siento que la cabeza me da vueltas y le propongo a Guillermo.

- Vámonos ya.

- ¿Para dónde?

- A mi casa Guillermo. A mi casa

- Sí Jacinto. En este estado no creo que pueda regresar a mi departamento. Disculpa la molestia.

- Ninguna Guillermo. Ninguna molestia.

En treinta minutos ya estábamos entrando al centro de Lima, Plaza Bolognesi, avenida Alfonso Ugarte por el viejo local del partido aprista con un cartelón enorme que decía ¡Abajo el Neoliberalismo! Mas allá había una gigantesca tela que decía ¡Abajo la persecución al compañero Alan García!; quien estaba siendo perseguido por enriquecimiento ilícito ya que en su gobierno casi se levantan el Estado. El mostaza del edificio contrastaba con el tono

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gris de esa calle y ahora bordeamos la plaza Dos de Mayo y también allí hay banderolas colgadas en el local de la Central General de Trabajadores, gremio antes poderoso y que ahora estaba debilitado tremendamente y se puede leer ¡Abajo el Neoliberalismo! y cerca a la estatua hay una tanqueta del ejército que vigila el lugar y bajamos por debajo del puente. Salimos de allí y pasamos por la avenida Caquetá en medio de comerciantes bulliciosos en los costados de la pista y el hedor a miasma que hirió nuestros olfatos. Cogimos un desvío por la avenida Zarumilla, luego la Panamericana. Hasta el momento no hemos cruzado palabra alguna.

- ¿A qué parte de Los Olivos iremos?

- A una invasión. Se llama Los Laureles.

- ¿Las revistas son para allá?

- ¿No tienen derecho a culturizarse acaso?

- No lo decía por eso. ¿Por qué no me dices la verdad?

- ¿A que te refieres?

- ¿Haces labor social o algo parecido?

- Sí...sí, eso hago. Estoy comprometida con los pobres Leonardo. Hay que preocuparse por ellos.

Nos desplazamos a alta velocidad

- Ya estamos llegando -me dice

El auto empezó a disminuir la velocidad hasta que quedamos cerca a una entrada. Viramos a la izquierda. Veo filas de triciclos estacionados que sirve de transporte a la gente de por aquí. Les dicen "taxis-cholos". Es el taxi de los

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pobres. El Datsun disminuye la velocidad. Avanzamos y luego, al virar a la derecha recién veo ante mí la otra cara de la ciudad y la pista de asfalto termina y andamos ahora sobre una de tierra y el sol cae sobre las chozas estofadas. La tierra pardusca, amarillenta acaricia las llantas del auto que va dejando una nube de polvo y las casuchas alineadas en manzanas. Fuera de ellas se distinguen cilindros porque por aquí no hay agua. Se la trae con camiones cisternas. Las esteras reciben estoicamente los hirvientes resplandores del astro y algunas casas están construidas de adobes que fabrican los mismos pobladores. Veo como en una enorme masa de tierra arcillosa unos hombres con los torsos desnudos hunden sus manos, extraen un poco de esa masa, la introducen en los moldes y empiezan a prensar, hasta que llevan el molde y vacían el adobe a lo largo de hileras donde se hallan colocados ordenadamente para que el sol los seque.

- Debes haber venido antes.

- Sí, lo he hecho muchas veces.

- Así que tragaste tierra como jamás lo habías hecho en tu vida- dijo Perico.

Nos detuvimos en una choza y un hombre de cuarenta años más o menos, bajo, tez bronceada y el pelo hirsuto, nos recibió.

- Saca una caja -me dijo con tono de mando

- Y bajaste tu primer encargo para ellos –dice Jacinto

- Sí, y el tipo me la recibió con cara de muy pocos amigos

- Vamos -dijo Patricia

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- ¿Seguimos hasta el fondo?

- Sí, iremos más atrás

Dejando un halo de partículas finísimas el auto partió de allí y hemos seguido avanzando. Los perros ladraban a nuestro paso y unos niños con las caritas sucias y el cabello apelmazado por el sudor nos observaban extrañados.

- Me detendré aquí -y paró el auto. Cerca a una vegetación densa que salía de una hondonada.

- Abre la maletera -dijo

Observé que de esta casucha salía una mujer con un hijo en brazos. Hablaron brevemente; mientras tanto sin decirle nada había sacado otra caja y se la dejé al pie de ella. Me alejé un instante por la curiosidad de saber cómo en medio de un lugar tan seco e inhóspito podía haber una vegetación así y al subir por una corta cuesta, ante mis ojos apareció el pantano. Estaba cubierto de hojas de corazón y un flores violetas que se desperdigaban por toda la superficie y alzo mis pupilas al firmamento y algunas manchas de nubes comienzan a ser despejadas por el sol cuando escucho el llamado de Patricia. Regreso rápidamente.

- Dos puntos más y habremos terminado.

Así lo hicimos; llegamos a dos chozas más y repetimos lo que habíamos hecho hasta ahora. Antes de salir del lugar paramos en una fonda. Allí pedimos gaseosas que sorbimos con avidez. Desde ese lugar distinguí en una pared de adobe una inscripción hecha con pintura rojas, que estaba descolorida por el tiempo y el sol: ¡Viva el Presidente Gonzalo! ¡Viva el Partido Comunista Peruano! ¡Viva la Guerra Popular!

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Capítulo VII

Salí de las oficinas del periódico en el vetusto ascensor. Ya en el camino hacia el jirón Puno, recorro algunos cafetines; lejos del bullicio de los cambistas que como un enjambre negocian y especulan con la moneda extranjera. La nuestra está tirada por los suelos. Pienso que esos tipos están tocados de la cabeza y pueden hacer algo desesperado contra mí o contra mi mujer y mi hija y eso era lo peor. Cuando era soltero y estaba metido en esto, no me preocupaba. Ahora que las tengo a ellas, siento pavor.

Ingreso al Café y el mozo me indica donde puedo acomodarme y allí esto ahora. Pido un cortado mientras voy prendiendo un cigarrillo. Fumar puede hacer daño para la salud dice el comercial; pero a mi me gusta. Chupo un buen sorbo de humo y siento como bajan por mis pulmones y el sabor agradable al paladar y lo suelto poco a poco, lentamente. Me han traído lo que ordené. Desajusto mi corbata poco a poco, volteo al costado y en el espejo que está colgado lateralmente reverbera mi rostro y se nota el cansancio y las ojeras.

- ¿Te salvaste por un pelo? ¿No? -dijo Perico

Gualberto empieza dar un rodeo por el escritorio de Jacinto pensando que le vi una foto donde unos policías apaleaban a unos comerciantes. Serán magníficas para ilustrar mi reportaje sobre los ambulantes. Ahora comienzo a

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rebuscar...no hay aquí...aunque no voy a desordenar para que no se moleste. Súbitamente veo un sobre de manila y pensé que a veces a él le he visto guardar fotos en estos y lo retiré de allí para ir a revisarlo en mi oficina. Lo haré rápido; luego, lo devuelvo.

- No puede fallar Coronel -dijo el Mayor- se ha preparado con destreza.

- Eso espero

Entró a su oficina y cerró la puerta. Puso el sobre en su escritorio con la duda de abrirlo. Hummmm, si se entera se irritará caramba. Sentóse en la silla y estiró su brazo y a esa distancia empezó a abrir la solapa del mismo.

Terminé el cortado, y lentamente salí del Café. Tengo que continuar con el trabajo. Ingreso al edificio donde una serie de empresas, incluida la que edita el periódico tienen sus oficinas. ¡Diablos!, se ha ido la energía. Tendré que subir por las escaleras. Las oficinas quedaban en el noveno piso, así que empecé. Al llegar al octavo piso, me detengo dando resoplidos. Respirando con agitación. Repentinamente un estruendo y un alarido terrible se escucharon por los pasillos. Corrí hacia el periódico y del corredor que da al local salían despavoridos otros colegas y los empleados gritando a voz en cuello ¡una bomba! ¡Una bomba! ¡Dios mío! ¡Dios mío! y unas lenguas de humo salían con ellos. ¡No entres! ¡No entres! dijo la secretaria. ¡Bomberos por favor! ¡Que llamen a los bomberos! Gritó el director que bajó al piso inferior y yo comencé a entrar porque oí unas quejas. En medio del velo de humo ingresé a tientas, caminando sobre los fragmentos de vidrios regados en la entrada; el humo se iba disipando lentamente por las ventanas que también habían reventado. Oigo lamentos y guiado por ellos en medio de todo el caos avancé. Sentí que

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pisaba algo y viré mis ojos hacia abajo ¡era un brazo destrozado! Espantado pude distinguir el muñón. Dándome valor seguí caminando. La sangre había salpicado las paredes y noté que algo se movía en medio de la humareda. Era Gualberto. Me arrodillé hacia él, no tenía brazos y la cara estaba quemada. Sentí rabia y compasión. Así como estaba lo atraje hacia mí y con un pañuelo limpié su cara. El abrió sus pupilas, me sonrió y antes de expirar dijo:

- ... ¡era para ti!... ¡era para ti!..

Estamos nuevamente en la Panamericana y pienso que poco a poco tengo que irlo ganando para la causa. Nos va a ser útil.

- ¿Que te ha parecido?

- No imaginé que en Lima se pudiera vivir así

- Este es sólo uno de tantos lugares. En la ciudad hay muchos que son peor. La pobreza es terrible y nosotros no podemos quedarnos sin hacer nada. La acción de las masas Leonardo. Hay que lanzar a las masas a la lucha por el poder.

- ¿Cómo se puede hacer eso?

- Esa es tarea del partido.

- Elevar su conciencia como he escuchado.

- Hay que desarrollar su odio hacia los explotadores.

- Intercambiando opiniones, casi sin darnos cuenta ya nos encontrábamos en Lince.

- Te invito a comer ¿Qué dices?

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- Claro. Tengo un hambre de perro

- Ya veo. Lo mismo siento yo.

- Allí probaste a la camarada ¿y qué tal? -inquirió Perico relamiéndose.

- ¡Qué mañoso es éste! -dijo Leonardo riéndose

Ya hemos llegado. Me dejó en la puerta y ella fue a guardar su coche. Minutos después estábamos entrando al edificio. Ella primero. Abrió la puerta e ingresamos. El polvo me había endurecido el cabello. Ella dijo:

- Voy a darme un baño. Tú también lo necesitas.

- Sí, jamás me había empolvado como hoy

- En el refrigerador tengo una jarra de limonada. Sírvete- y se alejó hacia el baño y las ideas maliciosas empezaron a rondar por mi cabeza. Oí cuando abría el grifo de agua y el chapoteo. Tomé de un tirón un vaso de refresco. Estás caliente, pensé.

- Humm, qué fresco -salió ronroneando envuelta en una bata, descalza, secándose el cabello - acércate Leonardo.- allí tienes un secador; mientras te duchas prepararé algo.

- Sí, lo que tú digas -dije con voz feble.

Entré al baño y luego de desvestirme dejé correr el chorro de agua fría quitándome toda la tierra que habíase impregnado y éste me iba quitando la sensación de pesadez que tenía al entrar aquí. Cuando terminé y salí del baño oí que me decía:

- Ven a la cocina Leo - comenzaba a llamarme así, Leo, con cariño, cómo si fuéramos amigos de tiempo.

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Dentro de la cocina noté que la mesa estaba servida.

- ¡Eres veloz para cocinar! -exclamé

- No es verdad. La tenía lista desde temprano y la había puesto a helar. Simplemente he recalentado la comida. Siéntate que el hambre me mata

La observé y por primera vez la noté realmente femenina, con ese vestido floreado, pegado al cuerpo y escotado. No llevaba brassiere y se me hizo un nudo en la garganta.

- ¿Qué sucede?

- No. Sólo pensaba en lo atractiva que eres.

- Así que me has salido galante chico. Siéntate y come que se va a enfriar.

Mientras comimos conversamos sobre banalidades. No quisimos tocar lo que habíamos hecho ese día. Hice todo el esfuerzo para desviar cualquier tema relacionado con la lucha de clases y ella no hacía el esfuerzo por hablar de ello.

- ¿Te sirvo más?

- No por favor. Voy a reventar

- ¿Te gustó?

- Mucho. El guiso te quedó muy bien.

- Espera un momento.

Se paró de la mesa y sacó de la nevera una botella de vino y me lo alcanzó para que sirviera. Cogí dos vasos, salí a la sala y me senté satisfecho en el diván. Serví el vino. Ella se

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acercó y se sentó colocando una rodilla sobre el sofá; al lado mío .Le di el vaso y bebimos sin apuro, lentamente, sin dejar de observarnos.

- El vino está muy bueno.

- Es de Ica. Lo traje hace poco

- ¡Ahhh!...helado está excelentemente bien Patricia.

- Así que ha picado contigo- dijo Timoteo

- Sabes que en la guerra todo vale -dijo Rebeca

- El calorcillo empieza a trepar por mi cabeza Leo.

- Si todos fueran como tú, el mundo cambiaría Patricia.

- ¡Volaría! deberías haber dicho viejo - habló Perico

- Esta bien que lo captes...pero sin concesiones...- dijo Timoteo

- ¿Estás celoso? -preguntó divertida- mi sacrificio no llega hasta eso

Nos besamos por unos segundos. Ella se separó bruscamente.

- Lo mataré si te toca -dijo Timoteo

- Mi corazón solo late por dos cosas: el Partido y tú –dijo Rebeca, tomando por un segundo, la mano del fiero Timoteo.

- Una gran pendeja la camarada - exclamó Perico

- No debe ser...creo... que estamos yendo rápido Leo

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Otra vez nos acercamos como imantados y nos besamos con más fuerza, mientras el vino se había volcado al piso.

- Te creo Rebeca. Te creo -dijo emocionado Timoteo

- Leo...-musitó

- ¿Qué?

- ...hazme el amor...

Estoy embarazada Perico. ¡Ayyy mi madre! ¿Y ahora? Tenemos que casarnos. No estoy listo para eso. ¿Y entonces nuestro hijo se quedará sin padre? No es eso, pero hay que hacer gastos. Sabías que podía suceder Perico. ¿Por qué no resolvemos esto de manera práctica? ¿A qué te refieres? Me han dicho que es sencillo; una operación y punto. Eso es un crimen Perico, ¿cómo te atreves a proponerme eso? ¿Para qué un hijo ahora? ¿Qué vida le daríamos? .Somos jóvenes y podemos tener otros mas adelante. ¡Debí dejarte cuando pude! Sólo piensas en ti. Al resto que les parta un rayo. Ahora sollozaba. No llores Clarita; sólo quiero lo mejor para los dos. Anda pues; no llores que me apenas. Déjame Pedro. Sabía que cuando me llamaba por mi nombre significaba que estaba ardiendo por dentro. Pero es que no querías hacerte responsable del hijo que venía Perico dijo Jacinto.

Estábamos en la plaza Francia. Eran como las siete de la noche y las parejas como nosotros a veces íbamos a sentarnos en las bancas para acurrucarse un poquito. Más allá podía verse los tableros de ajedrez donde se agolpaban los aficionados a ese juego. Estaban debajo de una tienda de

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lona y unos focos alumbraban el lugar. Algunas palomas dormían en los altos de la iglesia.

- Ya pues Clara. Deja de llorar.

- Es que eres un criminal Pedro.

- ¿Pero a quién he matado? ¡No exageres por Dios!

- Aunque sea con el pensamiento ¿Acaso no quieres matar a nuestro hijo?

- No es así

- Sí. Tú lo has dicho.

- Por favor entiéndeme -y le tomo de la muñeca

- ¡Suéltame! ¡No me toques Pedro! ¡Quiero que te vayas!

- Y cada vez que le quería hablar, me largaba

- No tienes nombre. Mejor que te haya conocido ahora así. ¡Vete te digo!

- Bien. Si así lo quieres. Me voy. Ojalá no te arrepientas de esto -y decidido me puse de pie y me largué. Pasé por el lado donde las bancas de los ajedrecistas estaban ocupadas por los jugadores. Voltee por la avenida Wilson y en el camino iba pensando que eres una mierdecita Perico ¿Cómo le vas a decir eso a Clara? ¿No la quieres acaso? ¿Como pedirle que mate a esa criaturita? ¡Qué cobarde eres! ¡Qué cobarde!

Me encuentro ahora en el Hotel Riviera. Me detengo por un momento. El reflejo de mi figura se posa en los vidrios de la puerta. Pienso que estas desconocido Perico.

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Tienes miedo ¿no es verdad? Sí, sí lo tienes...es que no conociste a tu viejo ¿y que culpa tiene ese niño o niña que puede nacer? Nada de nada. Estás actuando mal Pedro Angulo. No seas estúpido. Tú la quieres muchísimo. Muchísimo. ¿Casarte? Tendrás que casarte. Sí .Vuelve Perico, regresa Pedro. ¿Y cómo a mantengo? Va a estar bien fregado todo pienso, pero Dios proveerá, si eso es, además dicen que los niños nacen vienen con un pan bajo el brazo, y espero que se venga con un panetón caray. Aspiré el aire, feo por lo contaminado y me digo tienes que ir donde ella, donde Clara que es tu amor.

- ¿Y volviste? -inquirió Leonardo.

- Ese es otro asunto que les contaré luego.

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Capítulo VIII

Las huellas de la explosión todavía quedaban en las oficinas y el dolor de todos por la muerte de Gualberto era manifiesto; pero teníamos que seguir trabajando. Con cartones y planchas de madera habíamos cubierto los huecos que dejó la destrucción de lunas y pensé que esta vez me había salvado; pero se han fregado conmigo si creen que me van ha amedrentar esos miserables. ¡Jamás carajo! ¡Jamás! y tecleaba febrilmente el próximo artículo donde empezaría a señalar nombres. Sí, nombres de los criminales. La prueba es el intento de matarme. Timbra el teléfono y lo cojo rápidamente pensando que era mi mujer.

- Te has escapado por esta vez Torrealba. Sigue escribiendo esas mentiras y considérate hombre muerto.

- ¡No les tengo miedo asesinos de mierda!

- Te estás alterando Torrealba -lo decía con ironía-. ¿Tus nervios ya no soportan esto?

- Ustedes son los que se van ha alterar mañana cuando lean el periódico -les dije con rabia

- Eras macho caramba-dijo Perico

- ¡Concha de tu madre! ¡No fallaremos la próxima!

- No les tengo miedo cabrones -y colgué el teléfono con fuerza.

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Hojeo el diario y al encontrar mi foto comienzo a temblar de ira. Cuando él viene, se lo tiré a la cara del tenientito de mierda que no había cumplido con lo que se ordenó.

- ¡Incapaz! ¡Un incapaz! -exclamé con desprecio

- Coronel. Ya le he dicho que fue un accidente. No nos imaginamos que ese negro iba abrir el sobre.

- ¡No me interesan tus excusas!

- ¡Coronel! -ingresó el capitán- . Disculpe que entre así.

- ¿Qué sucede?

- Parece que el Ministro de Defensa va a dar una conferencia de prensa dentro de dos horas.

Esperé con impaciencia. Torrealba, Torrealba, me estás jodiendo la vida. La carrera. El ascenso, yo que quiero ser algo, algo...No me puede liquidar así...no señor...no lo hará...no sabe con quién se ha metido...no sabe...

A la hora señalada el Ministro apareció ante cámaras mientras el Coronel veía por el televisor de la oficina, en la que se hallaba con sus hombres de confianza. El Ministro decía a los periodistas que si hubo excesos daría todas las facilidades para que se investigara y se castigara a los responsables de la muerte de campesinos en Umaru.

- Se sigue levantando polvo -dijo el Coronel entre dientes.

- ¿Qué piensa hacer señor? -preguntó el Mayor

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- Ya veremos...ya veremos

- ¿Y hubo investigación? -pregunto Leonardo

- Fue pura pantalla -contesté- . Nada se hizo.

- Me imagino que uno tiene que hacerse a la idea que aquí se mata y punto. Y que eso de esperar a sancionar culpables está muy lejos ¿No don? –dijo Perico.

- Así es. En estas partes del mundo; es más fácil que nosotros volvamos a la vida, a que se dicte una sanción contra oficiales criminales. Esa es pura verdad Perico. La pura verdad...

En el siguiente encuentro con Patricia, la encontré eufórica. Pero no era por causa de algo bueno. Eso es lo que presentí cuando la vi.

- Te noto contenta

- Sí, es por algo que hicimos. Fue un éxito.

- ¿Con quién?

- ¿Se refería a sus atentados? – pregunta Perico.

- Con mis compañeros

- Sí, creo que sí Jacinto. Después supe que habían asesinado a un Mayor de inteligencia.

- Quisiera hacer lo mismo que tú.

- Vaya que alegrarse por eso -rezongó Perico

- Ya llegará la hora Leo.

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Pienso que tiene esa firmeza que nunca he tenido en algo y la envidio. Desde aquella vez que la acompañé a llevar esas supuestas revistas a ese pueblo joven he repetido la misma operación, con ella. Sin quererlo me he convertido en un colaborador. Sí, en un colaborador. En estos momentos nos dirigimos a Chaclacayo y el auto recorre la carretera central mientras la luz del sol entra oblicuamente por el parabrisas y nos pega en los rostros. El sopor fastidia. Ha llegado el momento que experimente cosas distintas.

- No quiero seguir haciendo esto Patricia.

- ¿Qué cosa?

- Llevar, traer mensajes. Quiero algo más.

- No estás listo. Además no estás incorporado.

- Te pido entonces que lo hagan.

- Es peligroso

- No importa.

- Veré que puedo hacer por ti.

"Tenemos que casarnos" pronto resonaba en mi cabeza.

- ¿Y tus papás que dicen?

- Ellos no saben que estoy embarazada. Aunque creo que si me voy de la casa les quitaría un peso. Tengo dos hermanos menores.

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- Así que usted está saliendo con mi hija

- Si don Virgilio. Yo la quiero mucho a la Clara.

Y los ojos del viejo se clavaron con la desconfianza de siempre que posee un padre cuando un ave rapiñera quiere llevarse una presa.

- Ella ya tiene su edad y espero que las cosas sean serias.

- Son muy serias, don Virgilio. Yo a su hija la respeto y mis intenciones incluyen matrimonio.

Allí se les iluminó los ojos al viejo y a la madre también.

- ¡Qué gusto escucharlo así Pedro! Ya me estaba temiendo que fuera un sirvengüenza, de esos aprovechados que sólo quieren a la mujer para pasar el rato.

- Pero papá. Con Pedro las cosas son serias.

- Si es así como dicen tienen mi bendición.

Y la mamá contenta me invitó unos pastelitos. Eran pobres; pero buena gente. Les caí en gracia a ellos.

- ¿Y lo del embarazo?

- Esa es otra historia viejo. Ahorita se las cuento.

Me enteré sobre el atentado contra tú periódico. Fue espantoso Guillermo; espantoso. Me habían dicho que en el país estaban las cosas terribles; pero no como lo que he visto. ¿Por qué no lo mencionaste cuando nos encontramos?

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El deseo de olvidar Guillermo, no puedo ir recordando episodios tristes. Vaya que fueron tristes, cuando pienso en lo que le pasó a ese Gualberto me da escalofrío dice Perico. Murió en mis brazos. Estimaba al negro. ¿Quienes crees que fueron? Esos a quienes yo he ido denunciando por medio de mis reportajes. ¿A tanto puede llegar la barbarie Jacinto? Así es; es una muestra de degradación moral de los hombres. Los subversivos también han llegado a eso ¿ellos también no son tan culpables? Tengo una opinión sobre eso, aquí hay culpables desde el que ve matar a una persona indefensa y no dice nada, hasta el que participa directamente. En esto de la vida no hay ideologías que valgan ¿no Jacinto? dijo Perico. Atacas al ejército Jacinto. Nunca ha sido de mi agrado la fuerza bruta; no voy a cambiar ahora.

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Capítulo IX

En las afueras de la universidad, Patricia me esperaba. Denotaba seriedad.

- Hola Leo

- Hola Patricia ¿Me jalas?

- Esta vez no. Sólo tenía que informarte que serás integrado a un organismo. Habían aceptado. Su atuendo deportivo y juvenil contrastaba con la dureza de su rostro. Mañana a las ocho en punto. Ni un minuto más ni menos. En la Plaza Manco Cápac. Un camarada te estará esperando. Su nombre es Timoteo. El te reconocerá porque llevarás en la mano este libro.

- Y me dio la novela "Así se templó el Acero"

- La perdición Leo. La perdición -dijo Perico.

- ¿Y que haré de allí?

- Síguelo

Logré contactarme con el camarada Timoteo. Caminamos hacia el Toyota donde otro estaba al timón. Partimos saliendo por la avenida México. Dimos vuelta en Grau y de allí en dirección a Vitarte. Vimos en la carretera como la policía hacía una operación tratando de pescar a

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gente ligada con la subversión y algunos ómnibus de transporte se habían estacionado al costado de la pista y algunos policías con pasamontañas subían a los carros y pedían documentos de identidad. Cerca de allí había un camión verde petróleo donde los sospechosos eran subidos. Por suerte nuestro coche no fue detenido. Pasamos de largo.

En el camino me vendaron y dimos vuelta recorriendo las empolvadas calles de algún distrito. Ahora nos hemos detenido. Bajamos y yo detrás de ellos. La casa era común; a medio construir. Nos abrieron la puerta. Ya dentro me quitaron la venda. La luz del foco alumbraba tenuemente. Había unas bancas de madera y al fondo un escritorio.

Patricia apareció del corredor que había a un lado. Su rostro denotaba afabilidad.

- Siéntate - y señaló una de las bancas.

Se abrió la puerta nuevamente y aparecieron otras dos personas.

- Nos ponemos de pie -dijo uno de ellos

- Era el mando político.

No tenía más de treinta años, bigotes, cabellos lacios, prieto y mirada inteligente. Pronunció un mecánico discurso de entrada.

Con la guía del Marxismo-Leninismo-Maoísmo el Pensamiento Gonzalo instalaron la reunión. Patricia se sentó al lado de él y ella fue la encargada de establecer una coartada. Luego, presentó al camarada Marco Antonio enviado por la dirección regional del partido.

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- Gracias camarada Rebeca

El otro que iba a ser incorporado se hallaba a mi lado. Tenía la vista perdida y noté que estaba agitado. Joven, no más de veinte años. Marco Antonio habló del país, de la crisis del estado burocrático, del gobierno al que definió como fascista; de los éxitos en la demolición del aparato militar del estado. De la necesidad de desarrollar el odio de clase. Las ideas de Gonzalo el más grande marxista leninista maoísta de la tierra; se mantenían sólidas, poderosas, inmarcesibles.

Siguió hablando sobre las tareas del partido; de su forma organizativa, de las obligaciones de los miembros del partido con el estatuto; de la subordinación incondicional a la dirección central. También habló sobre las sanciones a los traidores, soplones, o sujetos antipartido que se iban contra la línea: desde la suspensión hasta el ajusticiamiento. No había tolerancia con la traición.

Al finalizar recibió los informes sobre nuestra labor de colaboradores y luego de deliberar se decidió solemnemente incorporarnos en el partido en el nivel de pre-militancia. Me hicieron el juramento.

- Y te rebautizaron ¿dices?

- Sí, me pusieron Rodrigo Carpio -contestó Leonardo.

Antes de que el asunto empezara a inflarse nos casamos. Como yo tenía ya buen tiempo alquilado mi cuartito en San Martín; le comuniqué a la casera que iba a

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vivir con Clara y ella con tal de que no me traiga líos y me pague la cuenta, puede venir. Haciendo los arreglos correspondientes, me casé con Clara por lo civil, en una boda masiva, a la que nos colamos, porque era la mejor manera de ahorrar. Se hizo una pequeña reunión familiar en su casa. Me metí unos tragos con el papá que me aconsejó que tratara de superarme y que era joven y que casarse era un paso importante, y un sermón más largo que me quedaría corto el tiempo para seguirles contando. La cuestión que la Clara estaba muy contentita porque había cumplido con ella y con esos ojotes negros como los sigue teniendo hasta ahora seguramente, me miraba con mucho cariño. Y era así con Clara; su amor se sentía en el ambiente, flotaba como esas plumitas con el viento que a uno le daba mucha ternura muchachos, mucha ternura y sabía que me venía responsabilidades pero yo tengo los cojones bien puestos me dije, y como mula había que tirar pa' delante, fuertemente pa' delante.

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Capítulo XI

Los abuelos habían tenido un control relativo sobre mi persona. Me cuidaban, pero por lo viejos que eran, más bien yo me hacía cargo a veces de ellos. Vivíamos de la pensión del abuelo y del alquiler de unas casas que heredé de mis padres. El abuelo se encargaba de la administración.

- ¿Para donde vas hijo? -me preguntó la abuela

- Voy a salir de viaje con algunos compañeros de la universidad.

- Tu primera tarea va a ser de agitación.

- ¿Dónde camarada?

- Ya se te indicará. El lunes por la mañana nos encontraremos en una fábrica de la carretera central.

Es así pues que ese día en el punto de reunión, a las seis y cuarenta de la mañana, un coche con unos camaradas del partido me dejaron con el otro camarada que iba a realizar conmigo la propaganda en el punto convenido. Me lo señalaron. No tendría más de veinte años y luego me dijeron que me esperarían a unas diez cuadras y que el volanteo debía ser en el momento que hubiera cambio de turno que es a las siete de la mañana.

- ¿Mateo Cumpa?

- ¿Sí, ese soy yo?

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- Aquí tengo los volantes.

- Esperaremos unos minutos

Estábamos en una esquina, donde la gente esperaba sus carros para desplazarse a sus lugares de trabajo. La mañana era cálida y el sol comenzaba a alumbrar con más intensidad. Los vehículos de las fábricas aledañas se desplazaban con obreros dentro listos para ingresar a sus centros de trabajo. La fábrica donde íbamos a volantear tenía unas paredes enormes; pero dejaban ver las chimeneas que sobresalían echando lenguas de humo sobre el lugar. En la puerta principal habían sido dispuestos unos torreones desde donde guardias particulares vigilaban. Fuera algunos trabajadores del turno empezaban a rondar para ingresar. Siete en punto, se abrió la puerta y comenzaron a salir mientras el coche con obreros traídos de otros lugares se estacionaba a unos metros y hombres y mujeres empezaban a bajar. Entre los que salían recién de dentro se notaba el cansancio en sus rostros .Con Mateo cruzamos velozmente la pista y ante las miradas sorprendidas de aquellos empezamos a colocar en sus manos los pronunciamientos del partido y percibí en ellos ojeadas de temor antes que afabilidad. Por allí oí que alguien dijo ¡Que se vayan los terrucos! y pensé que seguramente era un desclasado porque nosotros luchábamos por ellos y la gente del partido daba la vida por ellos cuando nos fuimos, hasta que subí en el coche que nos aguardaba seguía retumbando en mis oídos eso de ¡Terrucos asesinos!

El ejército procedió a emitir un comunicado sobre los hechos denunciados:

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COMUNICADO Nº 0034

1.- Mientras que nuestro país se debate en una cruenta guerra contra los enemigos de la patria, surgen voces que diciéndose ser defensores de los derechos humanos, no vacilan en desprestigiar y mancillar el honor de la gloriosa Fuerza Armada Peruana.

2.- Que abusando de la Libertad de Expresión algunos malos periodistas han difundido acusaciones calumniosas contra oficiales de nuestra institución que han demostrado su valor y su cariño por la patria al enfrentarse a delincuentes terroristas, en defensa de la población civil.

3.- Que la Fuerza Armada es respetuosa de la Libertad de Expresión, pero por ningún motivo aceptará que estos insanos elementos, amigos de la subversión traten de destruir a una institución tutelar de la patria.

4.- Por lo tanto informa a la opinión pública que realizará las acciones legales contra los responsables de los ataques contra nuestra gloriosa institución.

Sabía que no me iba a dejar de lado mi institución piensa el Coronel.

- ¿Has leído el comunicado? -preguntó Hugo

- Sí, es como ponernos un tanque frente al periódico

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En el diario nos dimos cuenta inmediatamente que la amenaza era directamente contra nosotros por haber difundido revelaciones sobre Umaru. El director se hallaba en su oficina; desde fuera podía notar que estaba preocupado. Su secretaria salió con una cara tensa, y me miró sacudiéndose la mano como diciendo “te lo dije”. Voy a hablarle me dije.

- Buenos días ¿Se puede?

Volvió sus ojos hacia mí y exclamó:

- No creo que sean buenos; pero pasa y siéntate

- Me imagino que ya se había enterado el hombre del asunto -dijo Perico

¿Me quedaré aquí en éste escritorio? preguntó el Coronel. Claro que sí, ya sabes que arriba no están muy contentos con lo que hicieron tú y tus hombres. Ellos tienen con la publicidad, un arma para presionar. Lo sé señor director. Saben que a mí me gusta la acción para sacarles la madre de esos hijos de puta. Sí, pero guárdate tus energías; puede ser que tu tío sea parte del Estado Mayor del ejército y te va a defender como sea de cualquier tipo de acusación que se haga contra ti; ¡pero por Dios! no abuses de tu suerte. Algunas entidades del Estado ha recortado publicidad que tenían comprometido con el diario y nuestros anunciadores privados están preocupados Jacinto. No sé que decirle señor; quizá pueda hacer algo. Ya bastante castigo tengo conque me hayan traído a Lima ¿creen que soy como esos burócratas que se rascan las pelotas detrás de un escritorio? ¡No carajo! ¡No quiero morirme así, sin nada que hacer! Somos de la misma promoción y porque te conozco te aconsejo así; deja que las cosas se calmen, que la prensa deje de hacer escándalo por unos cuantos serranos muertos; la

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gente de éste país es cojuda; olvida fácilmente. No, sólo quería compartir un poco las preocupaciones; sé que estás muy metido en estas investigaciones; pero no abandones otras; la noticia no sólo está en muertes y masacres Jacinto. Creo que entiendo el mensaje señor director.

El hombre tiene razón para estar así; caramba que no todos los días, uno está sometido a este tipo de presiones. Voy a preparar algo que no tenga que ver con crímenes piensa Jacinto.

Allí sentado veo a Hugo que limpia su cámara. "Mi arma de trabajo" como dice él. Salir a caminar por la ciudad, presto a disparar con su flash y coger desprevenido desde mujeres guapas moviendo sus traseros envueltos en pequeñísimas minifaldas o un asalto en plena vía. Tiene buen ojo para eso. Los caza al vuelo.

- ¿Para dónde Jacinto?

- Al centro. De día, ahora y luego en la noche Hugo.

- El centro histórico. Haremos un paseo por el centro histórico que está tapado con muchísima basura - dijo Hugo.

Nos dijeron que íbamos a salir fuera de Lima. Así que le tuve que preguntar:

- ¿Qué acción haremos?

- Viajamos para el Mantaro. Hay que echarnos unas torres. El apagón y el corte de fluido van a permitir que nuestros pelotones ataquen en Lima.

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El día previsto cogimos un ómnibus interprovincial y viajamos hasta el centro en Huancayo. En la calle Real logramos contactarnos con un enlace de la base del partido que nos dio instrucciones. Rebeca estaba más ansiosa que nunca y cuando alquilamos un cuarto de hotel estuvimos allí matando el frío con algo de sexo.

- Tiraba mucho la camarada.

- ¡Uff! me dejó sin aire

La ciudad estaba militarizada. Destacaron a dos militantes para el operativo. Con ellos fuimos hasta un pueblito fuera de la ciudad donde en la noche vimos los planos de la torre que volaríamos. Nos mostraron el objetivo y la hora. Luego sacaron a Rebeca a hablar aparte.

- ¿Tiene el nombre del soplón?

- Sí, tenemos que buscar una reunión con él. Puede ser un obstáculo para los planes

- Y me dejaron pernoctar en la casita de allá. Rebeca salió con ellos.

Nos llevaron a una casa de seguridad. Anunciaron que una enviada de la Comisión Militar daría información sobre los operativos en todo el centro del país.

Se reunió con ellos. El responsable político, el camarada Arsenio y el camarada Pavel de Lima que traía la confirmación sobre el infiltrado.

Instalaron la reunión con la presencia del Comité Especial del Centro. Coordinaron las acciones. Al terminar dejaron que se fueran desplazando hacia sus puntos de seguridad menos uno: el camarada Braulio.

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- Camarada Braulio siéntese-dijo Rebeca

- Si camarada

- ¿Cómo se siente en el partido? -preguntó Pavel

- Feliz camarada. Muy orgulloso de dar mi sangre por el partido y su jefatura.

Rebeca cogió una silla y se puso delante de él mientras Pavel daba un rodeo. Arsenio miraba temeroso y le temblaban las pupilas

- ¿Por qué te demoraste allá? -trató de averiguar Leo

- Tuvimos que resolver con uno que se había salido del camino

- ¿Y que piensa de lo que vamos a hacer pronto?

- Extraordinario camarada Arsenio. El golpe será contundente y ayudará en el avance en otras ciudades del país.

- ¿Qué opina de la traición al partido?

- Una conducta grave.

- ¿Sabe que hemos detectado a un camarada que informó a la policía sobre algunas acciones nuestras en un momento de debilidad?

- No lo sabía

- ¿Qué se debería hacer con él?

- El estatuto es claro camarada. La traición se paga con la muerte.

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- Cosa que usted haría cumplir ¿No es verdad?

- Sí camarada Rebeca -comenzó a sudar

- Por eso estamos conversando con usted camarada

- No entiendo.

- Quiero que nos ayude a resolver este problema

- Estoy a sus órdenes camarada.

Sonrió maliciosamente

- Sabía que iba a colaborar con esa tarea

- Un honor camarada un honor

- La jefatura estaría orgulloso de usted

- Gracias ca... ¡Ca...aggggggggg!

En ese instante Pavel ya le había cruzado una cuerda por el cuello a Braulio y lo comenzó a estrangular y este trató desesperadamente de zafarse; pero la técnica era perfecta. Los nudos de la cuerda le quebraron la nuez rápidamente. De la boca empezó a correr un hilillo mientras sus ojos se salían de sus cuencas. Antes de expirar pudo escuchar débilmente de los labios de la camarada Rebeca:

- No podía esperar menos de usted camarada.

- Y te lo contó todo como había sido Leonardo

- Si Perico. Me dijo como lo habían matado

- ¡Ay mamita, que miedo! Estos terrucos operaban casi como la mafia

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- Mas o menos. Ella me contó y lo entendí como un mensaje

Quedamos en encontrarnos con Jacinto a las siete de la mañana en el Parque Universitario. Y allí estaba fumándose un tabaco fuerte como tenía costumbre. Traigo bastante rollo para esto y habrá que seguirlo porque si es bueno para denunciar a tanto militar abusivo, también en esto lo será y su grabadora pequeña está cargada y lista también para reportear a la gente. Y es que en esta fecha con tanto frío hay que ponerse a tomar alguito para calentarse.

- Hola Jacinto

- Hola Hugo. Siempre puntual.

- ¡Brrrr! hace hielo caracho.

Es verdad; hace frío porque anoche ha llovido y la pista está mojada. La gente que anda por allí va botando vapores por la boca; y pareciera que estuvieran fumando. En las esquinas se encuentran apostados algunos vendedores.

- Nos tomaremos algo para calentarnos Hugo

- Claro. Vamos

Caminamos desde Lampa hasta el Parque Universitario; allí, frente a la Casona de la Universidad de San Marcos. En una esquina, frente al Ministerio de Educación se halla apostado un vetusto camión de la policía. Los uniformados bostezan por la mala noche mientras los carros circulan lentamente en un concierto de

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choques de latón y ruidos broncos de motores que requieren urgente revisión.

En la esquina entre Abancay y Colmena hay vendedores de bebidas calientes. Cruzamos la pista y Hugo va pegando su mochila contra su cintura.

Allí esta su carreta sobre la cual hay dos baldes grandes de los que brota vapor por lo caliente que debe estar; y se condensa en el aire dejando el olor a membrillo y manzana y unos ojillos de roedor miran nuestras cosas y mastican de manera imperturbable un pan mientras que en la otra cogen el vaso de quinua que el vendedor anuncia estimulando a tomarla, que es vitamínica, que da mucha energía y como nos interesa calentarnos un poco le pedimos que nos sirva dos vasos y al frente se empiezan a desplazar los cochecitos que van siendo sacados de unos caserones para ubicarse en el lugar de costumbre y ofrecer sus mercancías a la gente que se anima a comprar en cualquier punto de la ciudad, en el suelo, debajo de una sombrilla, entre el humo y el barullo de un colmenar. Hugo lanza el primer tiro mientras que los vendedores, al notar que han sido fotografiados y que alguien se interesa por ellos, hacen una mueca mostrando sus dientes amarillentos y sarrosos por un instante para luego apagarse y ponerse a tono con el plomo día que se inicia.

Hemos sorbido poco a poco, mirando a nuestro alrededor, los carritos de ambulantes que pasan arrastrando mujer, hijos; cargando a los más pequeños y algunos soñolientos, se agarran de las faldas de sus madres.

Terminamos de beber y el estómago se ha entibiado un poco y las manos pierden su gelidez por un momento y el hombrecito, rechoncho, prieto, con pómulos que tratan de salirse de su faz, nos ofrece la "yapita" y vacía en nuestros

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vasos un poco más de quinua y nosotros agradecidos y pienso que Jacinto debe comenzar con el hombre mientras yo le tomo algunas fotos.

- ¿Cómo dices Hugo? A ya entiendo

Y Hugo empieza a buscar el mejor ángulo. Se distancia un poco y dispara otro tiro sobre los que están bebiendo alrededor de la carreta.

- Señor, estoy haciendo un reportaje sobre personas como ustedes y quisiera que me contara algunas cosas.

- Ah bueno, como no; pero me pongo hablar mientras estoy chambeando porque como usted sabe naides puede dejar de trabajar y sino se muere de hambre. Que le puedo contar señorcito, baste saber que me vine de allacito nomás de Puno, porque nací por Desaguadero y que me llamo Desiderio y que me vine a Lima porque allá las cosas se han venido poniendo fello desde que tengo la memoria, es decir desde siempre; fregao señorcito , por eso me vine, porque allá o te mata el hambre o te mata tanto ensañamiento que hay entre los terrucos y los polecías; con decirle que mi padrecito se murió atravesao con un bala en el ojo y mi madre se fue por el dolor de haberlo perdido. Algún día me regresaré para allá, para mi pueblo. Por ahora no, y ya no le sigo, porque me trae el recuerdo, y los recuerdos traen penas.

- Ni me dio tiempo de preguntar hombre; pero como testimonio vale.

Luego de despedirnos de él, nos retiramos de allí. Vamos hacia Azángaro y cuidémonos porque aquí te pueden quitar la cámara, aunque uno se acostumbra de haber caminado tanto por estos lares. En el otro lado está la

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Casona de San Marcos y al dar el rodeo nos hemos apostado cerca de carretillas donde se escucha el crujir de las frituras de pescado y el humo grasiento que se va acercando a nuestros olfatos y el olor de café y de desperdicios que se hallan amontonados al pie de botes de basura que están rotos por debajo. Observa como de los callejones, por calle Sandia se aparecen unas cabecitas mugrientas que como cuervillos o buitrecillos empiezan a ver si algún desconocido se desplaza por allí y cuando esto sucede le hacen una ronda y le meten las manos por todos lados allí cogen de lo que sea hasta que el pobre hombre lucha con ellos para que no se lleven su paga y se le rompe el pantalón y sale despavorido y gritando mientras que los mocosos corren por los callejones que hay por allí. Más disparos de Hugo para retratar a ese producto nacional que son las "pirañas".

El atentado fue un éxito, con el equipo llegamos luego de horas de camino hacia un cerro fuera de la ciudad, que no tenía para suerte nuestra, ninguna clase de resguardo. Ni siquiera estaba minada, como habían hecho con otras torres. Pusimos las cargas y calculamos la hora en que volarían. Bajamos sin que nadie nos viera y cogimos la camioneta con la que habíamos venido. Minutos después una explosión y la torre caía escupiendo chispas a la oscuridad. Y luego de intenso parpadeo se fueron apagando las luces de la ciudad. Esas sombras que inundaban la noche serrana nos parecía la gloria, de la oscuridad nace la luz, eso lo dice el presidente del partido y que la sangre riega y fertiliza la tierra. Eramos felices por eso. El brillo que despedían los ojos de Rebeca era suficiente para mí. Te habías templado cojudamente Leo. En Lima se produjeron

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ataques simultáneamente, porque se trabajaba así, con visión estratégica como decían los mandos.

Nos perdimos con el grupo especial durante un tiempo. La idea era atentar en algún lado y retiramos hacia otro lugar. Me fascina estar con ella, su carácter decidido; su energía envidiable, siempre estaba ansiosa, en todo, cuando hablaba de su jefatura, cuando se preparaba meticulosamente un plan, cuando leía un texto de Mao a quien lo consideraba un grande entre grandes y decía que le habría gustado conocer China como lo habían hecho dirigentes del partido; íbamos de sitio en sitio, en pareja. Llegábamos a casas de seguridad. Pasábamos de lujosos hoteles, a cuartuchos miserables, hostales sin estrellas. A veces se reunía con Timoteo que tenía fija su vista sobre mí. Creo que intuía algo.

- Con tremendos cuernos que tenía en la tutuma. Cualquiera- dijo Perico.

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Capítulo XII

Fue en una reunión organizada por la sociedad de damas, esposas de oficiales del ejército. Era un encuentro para chismear un poco entre todos. Su marido despertaba la admiración por su porte y su manera de andar. De casualidad oyó que entre los oficiales le decían Pantera. Acababa de llegar a Lima luego de haber estado en la zona de emergencia. Le preocupaba hacer carrera para ascender. Estas reuniones de alguna manera eran para intercambiar alguna opinión con los oficiales de más alta graduación que tenían influencia en el ejército. Por eso iban de adornos. Conversaban entonces entre las esposas de comandantes, Coroneles, generales, contándose cosas de la casa, algún chisme de militares, el hijo que estaba por llegar de la señora fulana de tal esposa del Coronel sutano y mengano. Su esposo la dejó sentada en una de las mesas y se fue a conversar con el grupo que rodeaba al jefe del estado Mayor del ejército.

- Me aburro querido

- Es importante que esté presente Mariella

- Lo sé; pero no puedo evitar esa sensación

- Conversa con esas señoras

Volteó a ver a ese grupo y se animó a ingresar a la charla. Poco después se separaba y fue a sentarse a su mesa.

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El Coronel se dio cuenta de eso. Llamó a un joven oficial y le dijo:

- Teniente. Mi esposa se encuentra un poco indispuesta. No puedo atenderla por el momento; como verá estoy conversando con oficiales del Comando. Le pido que se ocupe de ella.

- ¿Cómo señor?

- Yo que sé. Hable con ella o sáquela a bailar. Venga se la presentaré.

Se acercaron a mi mesa.

- ¡Qué bueno que te desocupaste querido!

- Sólo por un instante. Te presento al Teniente Núñez

Saludó indiferente. Sólo le interesaba que él se quedara con ella. Se sentó y luego de estar diciendo algunas naderías por cinco minutos; se retiró.

- Ya vengo querida

- Bien. Te espero

Vio que se alejaba. La tristeza circuló lentamente por su rostro. Viró hacia el Teniente que adornaba su cara con una sonrisa

- ¿Bailamos señora?

Prestó atención a la música y era un vals. Salió a la pista; y comenzaron a danzar.

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Al terminar se sentaron. El Teniente empezó su charla. Se acercó Virginia Lara, esposa de un comandante, a nuestra mesa. Núñez se comportó caballeroso y encantador.

El Coronel volvió a la mesa para decirle a su mujer que regresaban a casa. Se pusieron de pie y salimos. Mariella llevaba en su mano la tarjeta con el teléfono y dirección del Teniente que en un gesto audaz le había dado.

- ¿Aló?

- ¿Teniente Daniel Núñez?

- Sí. El habla

- Soy Mariella de Cisneros

- ¡Señora! que gusto oírla

- Quisiera verlo -dijo temblando

- Usted tiene mi dirección. La esperaré.

En casa luego que su marido se durmió pensaba que cuando terminaría la guerra porque de verdad era una guerra no declarada; pero todo el mundo había cambiado y le recordaba mencionar a veces a su esposo que tenemos que exterminarlos a todos y vivía en un miedo permanente; pensando que un día vendría a comunicarle que estaba muerto y las pesadillas le rondaban siempre y cuando él se iba de campaña quedaba sola con sus hijos a quienes quería pero por un instante comenzó a sentirse que se le iba la juventud, y que iba a morir así, como una triste ama de casa y esa no era la vida que soñó algún día.

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Dentro de la búsqueda de historias nos encontramos con una interesante, de un dirigente que vivía en un asentamiento humano.

- Es decir una invasión -dijo Perico

- ¿Y como se llamaba?-preguntó Leonardo.

- Los Laureles Jacinto-dijo Hugo- está por los Olivos.

Así que nos fuimos para allá y es una realidad que no se puede soslayar piensa Hugo y aquí también hay violencia, mucha violencia.

Nos señalaron una choza amarillenta donde vivía Eleuterio Quispe que salió cuando tocamos su puerta. De rostro sereno y quemado por el sol al chocar nuestras manos sentimos el grosor de sus callos. Aceptó dar un testimonio.

- Pues mire señor periodista; mi nombre es Eleuterio Quispe; vine aquí impulsado por no tener donde cobijar a mis hijos y a mi mujer. Es que el sueldo como profesor de escuela pública no alcanza, a pesar que durante cinco años nos hemos esforzado por estudiar para ser algo y llevarle enseñanza al pueblo; pero nosotros con modernas técnicas pedagógicas qué podíamos exigirle a alumnos que vienen con un poco de agua como desayuno y que juntan sus cabezas en escuelas de ladrillos y esteras. Y es verdad que la educación en estos sitios del señor es insultante porque si hay poca gente que puede poner a sus hijos en La Recoleta o la Inmaculada o el San Agustín también hay muchos que no pueden darle ni siquiera una educación tan paupérrima como se les da en escuelitas fiscales. ¿Y quien tiene la culpa? pues señor todos esos que durante ciento sesenta años han

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gobernado el país a espaldas del pueblo y que han mamado de la ubre estatal como condenados y ahora disfrutan sus cuentas corrientes secretas en Gran Caimán o Aruba o Panamá o Suiza. Como se ha visto pues señores si ni educación puede tener la gente ¿cómo puede venirse a hablar de desarrollo, de paz? ¿Están locos? No señor, eso no es justo y le digo porque no podemos tener ni siquiera un pedazo de tierra ¿cómo pues? tanta tierra botada y hasta en el himno dicen que somos libres; pero somos más esclavos que nadie señor. Usted dice que es periodista, ¿está grabando no? Bueno espero que cumpla con publicar; que no digan que somos delincuentes señor. Donde usted está parado señor, en medio de ese polvo que nos lo hemos comido como nunca usted verá que han caído muchos; han vaciado su sangre y su sudor por conquistar estos lugares ¿Qué no son nuestras? Los papeles dicen que no, pero nuestros derechos sí, que somos propietarios señor. Somos reconquistadores señor; por qué aquí en nuestra propia tierra no podemos tener un sitio para nuestros hijos ¿Qué tenemos diferente de los demás? Tenemos ojos, boca, cerebro, somos iguales como ante el Dios Todopoderoso porque verá que somos muy creyentes señor. Por allí dicen que somos subversivos y a nosotros nos da risa porque como dicen: hablan por hablar. ¿Cómo llegamos por aquí? Pues un buen día nos reunimos todos los que no teníamos donde dormir y nos pusimos a planear que pampa nos iríamos a tomar para vivir con nuestras mujeres y nuestros hijos y poco a poco fuimos reuniendo gente necesitada como nosotros y formamos nuestra asociación y vinimos a ver por aquí y nos gustó la extensión y nuestro corazón palpitaba por el deseo de pisar estas tierras que ya la sentíamos nuestra; ya la sentíamos aquí cerca en el corazón señor; escriba eso por favor; y entonces con Deodato Quispe, Anselmo Gómez, Julián Seclén, Pablo Armacanqui, Samuel Canchari y Tomasa Andamayta y Cirilo Chuquillanqui y Rosaura y su

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servidor dirigimos esas tomas. Nos organizamos bien y un día, después de fiestas, de navidad, cuando se celebraba el nacimiento del Niño Jesús nos metimos como quinientos entre mujeres y niños que también participaron y entonces señorcito tomamos todo esto y nos plantamos con las banderas y esteras; éstas las doblamos y nos clavamos en la tierra y empezamos a marcar poco a poco donde serían los límites, casi al pie del cerro ese que está a su espalda señor y aquella vez era de noche señor; las estrellitas cómo se alegraban que la gente recuperara su dignidad y la acequia que corre cerca, a unos metros de aquí arrastrando sus aguas nos hablaba, en murmullo nos felicitaba porque era así, así lo creemos, cuando el hombre se hace otra vez hombre se va uniendo con la naturaleza y las florecitas que crecían en la ribera abrieron sus capullos para tomar aire seguramente y en la noche se notaba alguito de sus maravillosos colores y la brisa nos correteaba como jugando y los grillos con sus cri - cris nos ofrecieron una musical bienvenida, saltando de un lado para otro y daba gusto señor...espere un momento y luego sigo.

Hugo apagó la grabadora y Eleuterio Quispe se alejó hacia unas terrosas caras de pobladores de allí que estaban parados al lado de una casucha de esteras como las tantas de allí.

Me han ofrecido una chamba extra Clara y con eso podría ganar un poco más para cuando venga la bendita criatura y el trabajo es cuidarle la casa a unos señores por allá en la Molina los fines de semana; que cómo llegué allí; pues por mi tío que hace tiempo trabajó para ellos en una de sus empresas de los señores y para llegar a esa enorme casa había

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que observar sus cuidadas calles y las casas ocupan cada una esquinas completitas y están cercadas por paredones y fuera se hallan perros doberman con guardianes que los van paseando por doquier y las alarmas se notan por todos sitios y arriba las púas y alambradas con electricidad; y allí hay bastantes letreros que advierten que uno se puede chamuscar por treparse pa' robar Clara. A veces cuando me he quedado los fines de semana uno puede ver que al frente donde vive un ex Ministro se acercan carros lujosos; unos Volvos y Mercedes Benz blanquitos, plateados o azulados; coches deportivos relucientes, brillantes, con jóvenes bronceados, rubios; con unas sonrisas blanquísimas, elegantes y las mujeres que salen de allí son hermosotas, claro no como tú, pero bastante empingorotadas, rubias, buena mozas y la música se oye desde la casona donde cuido y se advierte que se divierten bastante esa gente porque llegan unas orquestas temprano que actúan allí en vivo. Se deben gastar bastante dinero, pero ellos que lo tiene todo caramba, no les importa gastar y gastar. Qué suerte, y pensar que uno se mata trabajando para tener en el bolsillo un poquito de dinero para comer mientras que allá la comida es lo de menos, y qué comidas caracho, puros manjares cuando me voy retirando de la casa que cuido y en pocos minutos voy saliendo de allí parece mentira que a pocos kilómetros pueda haber tanta pobreza tanto miserable que está por las calles mendigando o tirándole cosas a la gente pa' poder sobrevivir y más allá en los arenales o las polvoreadas afueras de la ciudad las gentes se acurrucan en sus chozas o debajo del cielo cubierto con cartones o latones oxidados y duermen todo el tiempo pa' olvidarse que tienen que comer y tienen que vivir claro si a eso se le puede llamar vida Clara. Parece mentira, es como si uno cambiara de canal y viera dos o tres programas al mismo tiempo; y es que el tiempo ha corrido distinto para muchos, unos están mas adelantados, otros se han quedado; pero los más son los que

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se encuentran al final de la pampa. Varios Perús hay aquí en Lima, varios y uno da más pena y coraje que otro ¿Y cómo se ha seguido fregando más la patria? No lo sé. Aunque la desigualdad parece que fuera algo natural ¿No? y la gente se ha venido jodiendo cada vez más. ¿Y qué cuando se acabará esto? No lo sé Clara, seguramente ya no estaremos allí; si hay salida no creo que a nosotros nos llegue a tocar alguito, porque para curar al país se requiere alta cirugía y manos expertísimas y ¿Cómo son las casas? Bueno que son muy bonitas caracho y adentro muchas tienen sus jardincitos que uno se la pasaría oliendo toditito el tiempo, y verdecitas, olorosas, y las flores son de muchos colorines violetas, rojas intensas, blancas, en capullos, y da ganas de de ponerse a chuparse el jugo dulce como las abejas y todo es verde de ricos, sí porque el verde de ricos es un color muy especial que sólo se da allí, se alimenta de mucho dinero, ¡ah! y la piscina es grande y tiene forma de un riñón y el agua siempre está limpia ¿que me he bañado allí? pues claro, sin que sepan los señores yo me he tirado mi bañadita y luego me he puesto a secar al sol sentado en una silla comodísima con mi gaseosita al lado, sí y por un momento he soñado que soy dueño de todo eso, y claro que eso del soñar no cuesta nada, que creo que es lo único de lo que no nos pueden despojar los ricos Clara, de nuestros sueños nuestras ideas, esas cosas las tenemos aquí muy dentrito caramba, y ni siquiera partiéndonos en pedazos nos lo pueden quitar.

Cuando he salido de allí, voy andando por muchas tranqueras y tengo que irme identificando porque seguramente la cara no es la adecuada para esos lugares. Claro y como no tengo el pelo color patito ni soy colorado, entonces piensan que uno puede ser delincuente. Así es Clara porque por esos lares dicen que no hay racismo y yo

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creo que sí, claro del lado de la gente pobre eso no interesa porque allí se mezclan cholos, indios, chinos, ponjas, de todo pero por arriba no. Allí tienes que ser de un apellido alemán, inglés o italiano para poder ser aceptado. Pues claro que esa gente desprecia por el color; y es verdad eso que dicen que si a un blanco le ven con guantes se piensa que es por elegancia y si más bien se le ve a un negro, es porque es choro . Así es y algún día yo voy a tener que regresarme a mi tierra, contigo por supuesto; pero va a pasar bastante tiempo para poder hacerlo. Haremos el intento algún día. Y cuando he terminado de trabajar y he salido, veo como por esas calles bien cuidadas, rodeadas de jardines y de flores violetas, azulinas, moradas, carmín, y con un sol esplendoroso cayendo suavemente en sus pétalos; se desplazan unos gringuitos en bicicletas, sonrientes, con sus cabezas doradas y sus sonrosadas mejillas despreocupadas. Y da gusto verlos así, al fin y al cabo son muchachos y si desconocen lo que pasa por otros lugares donde los niños tienen que romperse el alma, no es culpa de ellos. Nacieron así, y no les acuso de nada; porque eso sí, el problema no es tenerle envidia a los que tienen dinero; no, eso no; sino que todos pudieran tener la oportunidad de mejorar su vida un poquito, que ya no haya tanta gente muriendo por no comprarse un medicamento o tanto tuberculoso o gente sin techo.

Horas después, se despertó y salió de la cama; arrastré por el dormitorio la sábana, cubriéndome apenas. El estaba desnudo con la vista hacia la ventana. Fumaba un cigarrillo. Al sentirme dijo sin voltear:

- La vista es hermosa desde aquí

- Si es verdad

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La atraje hacia mí. Besé sus labios con fuerza y luego dirigimos nuestra vista hacia el mar que en esos momentos alzaba sus brazos para recibir al sol que caía lentamente dejando alrededor un halo anaranjado. Una sombra se esparcía entre el vaivén de las aguas oscilando de arriba hacia abajo. Como el cuerpo sudoroso del Teniente Núñez.

El se durmió y ella se puso a fumar compulsivamente, tenía un cargo de conciencia y no sabía porque había hecho el amor con este hombre que quizá podía no tener rostro o el haberse demorado tanto en sentirse así, disfrutar y sus hijos, están chicos aún, no entienden no saben que ella no sólo es la mujer a quien ellos llevan sus quejas, sus reclamos. Odiaba a su marido, no tenía idea, le tenía miedo, sí, eso sí. ¿Y por qué se arriesgaba así?, a la deshonra, a dejarlo en ridículo, a él, un tipo tan duro en el arma, que subía hacia un puesto importante en las fuerzas armadas, por qué y volteaba a mirar a Núñez ¿qué pensaría de ella? Seguro que sólo es una mujer angustiada sexualmente, insatisfecha; la oportunidad de encamarse con ella, de darse el lujo de decir por allí que mientras recibe las órdenes de su jefe, le da la vuelta por otro lado vengándose al tener a su mujer. Una aventura nada más, una aventura.

Allá viene Eleuterio dijo Jacinto. Enciende la grabadora. Me volteé y era verdad éste ya venía. Transpiraba bastante cuando se sentó al lado.

- Como les venía diciendo señores periodistas, no reaccionaron esa noche de la toma; pero al día siguiente vimos que de lejos avanzaba una polvareda y cómo rugían los camiones que iban trayendo uniformados y la gente comenzó a alinearse en la tierra. Cuando se detuvieron al frente, sacaron un megáfono y comenzaron a decir que

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teníamos cinco minutos para salir de allí y que éramos unos delincuentes señor y eso es algo que nos dolió, porque podrán decirnos invasores, pero jamás ladrones; nunca hemos robado nada señor. Eso hizo que la gente se enardeciera y las facas con púas de clavos se elevaron en el aire y las banderas empezaron a ondear y las hondas y los rejones y los tubos y los palos y las cañas de guayaquil y los mazos; mientras que en el otro lado se acomodaron unos guardias como salidos de una nave del espacio; porque tenían sus cascos y sus corazas como guerreros y nosotros a brazo partido no nos íbamos a dejar; entonces pasaron los minutos y ellos empezaron a avanzar y nosotros allí cubriéndonos con las esteras y con todo lo que podíamos tener a nuestro lado , los latones y todo lo demás no avanzamos; quisimos que ellos iniciaran el ataque; allí entonces empezaron a disparar y salieron de sus cañones unas bombas lacrimógenas que vinieron hacia nosotros y la gente comenzó a abrirse y en un momento se los regresamos y a otros les dispersábamos el gas con un poco de fuego; cuando las caras nos picaban terriblemente y los ojos querían salirse de sus cuencas de tanto lagrimear nos pusimos pañuelos mojados con vinagre que era la forma dicen de contrarrestar esto; porque hay un detallito que esos señores de la policía no sabían; que dentro de la gente que estaba dispuesta a fajarse también había policías señor; que como nosotros no tienen donde caerse muertos y ellos también nos ayudaban y sabíamos que la única diferencia era el uniforme y por lo demás eran del pueblo. ¿Que cómo dice que quedamos ese día? Ah bueno pues; que a pesar que luchamos con ellos toda la mañana cuando emplearon los perdigones , esas piedrecillas malditas que se clavan en la carne y te hacen arder horriblemente fue malo, y cuando ya dispararon balas la cosa se puso peor porque le cayó en la pierna a Deodato Quispe. Sí señor ese que está allá señor, que se quedó lisiado para siempre por esa bala; aunque a

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Florencio Bautista le fue peor señor porque ese día le atravesaron con un balazo en la cabeza; yo se lo digo con certeza porque cayó cerca a mí y traté de devolverle sus sesos que se habían mezclado con la tierra pero ya era tarde; y, arrastrándolo a él y a muchos heridos tuvimos que replegarnos señor. Nos sacaron feo señor, nos sacaron feo. ¿Qué una foto señor? Bien tome las que quiera pero regresando a esos días le diré que nosotros nos volvimos a reunir y planeamos la contratoma y sí señor; lo hicimos una semana después; pensaban que con todo lo que nos habían hecho ya no volveríamos y valga decir que en algunos casos fue verdad porque se fueron un grupo asustado por lo que habían pasado; pero con esa ida ingresó el triple de gente de los que iniciamos, que se enteró que había esperanza de poder contar con un pedazo de tierra. Y ese día marchamos en varios grupos y de la docena que empezamos ya éramos como mil quinientos y así dividiéndonos en tres grupos ingresamos en tres direcciones distintas. El primer grupo entró por la izquierda bordeando la acequia y la policía se lanzó a contenerlos mientras que el otro grupo avanzaba por la derecha y tomaba el cerro ese y se apostaba desde arriba lloviendo muchas piedras con ira señor; ese día hicimos parir piedras y más piedras al cerro ese donde ahorita el sol lo pule con sus rayos; y los policías se asustaron y los cascos sonaban con los golpes de las piedras que venían de varios sitios y comenzaron a desordenarse; entonces nosotros ingresamos de frente para rematar la contratoma y allí ellos que eran como cien no pudieron y todo el mundo se les venía encima y a pesar que allí hubieron más muertos que el primer desalojo la turba que éramos nosotros, con un grito enorme que retumbó la tierra e hizo correr más rápido al agua de la acequia y mientras la polvareda se tendía delante nuestro como alfombra y el sol empezaba a declinar; la tierra cayó en nuestros brazos señor; otra vez era nuestra, era nuestra; y la policía tuvo que huir señor, desesperada y

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disparando a ciegas; pero regresamos señor, tragando tierra señor y allí mismito, una vez que nos ubicamos, empezamos a formar las rondas de autodefensa, la organización del pueblo para la lucha señor, por sus derechos, por tierra para vivir dignamente señor. Así pues nos creímos dueños de esto y en reunión general elegimos todos nuestra directiva y aprobamos los planes para distribuir la tierra y con algunos que tenían conocimientos de ingeniería comenzamos a señalar donde irían la plaza principal, el local comunal, el comedor, la posta médica, el colegio, la iglesia y los parques y las marcamos y en trabajo comunal empezamos a limpiar y el sudor que se le chorreaba a uno por la frente estaba recompensada porque podíamos dormir debajo de un techo señor. Luego comenzamos a edificar; algunos usaron esteras nomás y otros comenzaron a morder la tierra y construir sus adobes y en poco tiempo levantamos una ciudad y como usted puede ver le hemos puesto murallas y verá que somos gente decente y ya creo que es suficiente señor y espero que podamos seguir conversando luego, porque como usted se habrá dado cuenta, por el movimiento de la gente y las voces que salen de ese altoparlante sobre el cual hay una bandera; nos están atacando otra vez, y creo que ahora la policía no viene sola, está acompañada por el ejército señor, los soldados de la patria señor, los soldados de la patria así es que me disculpa pero tengo que ir pal' frente a fajarme con todos esos...

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Capítulo XIII

Parece que te ascenderán dijo mi cuñado.

- ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! -exclamó eufórico

- Ni crean que con eso te exculpan. La idea del cierra filas es porque no quieren que los ataque la prensa.

- Dime que no es verdad y te creeré-dice Mariella

- No lo es cariño. Esos comunistas tienen infiltrados en la prensa. Por eso atacan.

Escucho la voz de su hija Adela que cuenta ya con diez años y pronto será una señorita cuando le empiecen a aparecer bultitos por el lugar indicado y al primero que lo vea cerca con malas intenciones lo quiebro carajo. Ella se acercó y colgándose de mi cuello me colmó de besos.

- ¿Te vas a ir otra vez? ¿No?

- Señor... ¡No puedo hacerlo!

- Te extraña mucho la niña.

- Marica conchatumadre ¡dispara!

- ¡No puedo!

- ¿Dónde te prepararon? ¿En un curso de señoritas?

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Y este fin de semana saldremos con los niños y mi mujer de paseo y ella qué bien papi, qué lindo, y mi esposa, ya era hora que te preocuparas un poco por nosotros querido.

- Yo te voy a enseñar a ser hombre.

Se acercó donde estaba el niño con su carita sonrosada y secada al frío, labios amoratados que dejaron escapar un silencioso pedido de indulgencia. El Coronel levantó el brazo con el arma.

"¡Bang! ¡Bang!" oí gritar a Ernestito que salió con un pequeño arma de juguete y acercándose a mí, me saludó feliz y le saludo como militar; apenas tiene cinco años pero es todo un machito. Mariella exclama que no le gusta que el niño se acostumbre a la violencia y ya bastante tengo con el padre de mis hijos metido en el ejército pensando que algún día oiré la noticia que ha sido muerto por los subversivos.

- ¡No lo haga Coronel! ¡No lo haga!

Y aquel no quiso escuchar porque tiré del gatillo y de pronto el alma de la víctima voló al cielo atravesando en su ascenso las escarpadas rocas de los andes que se amorataban de dolor.

- Traté de detenerlo pero me encañonó- dijo el capitán.

- ¿Y los otros? ¿Dejaron que lo hiciera? -inquirió Jacinto.

Son ustedes unas hienas, le dije a Gavilán y el Lince y ellos dicen que para qué te haces problema si podemos obtener buenas ubicaciones dentro de la fuerza.

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El local comunal habíase levantado con esteras, palos de eucalipto, cañas guayaquil. Se había colgado una petromax que diseminaba su luz blanca en el ambiente. Delante, en una mesa hecha de madera rústica, los dirigentes hablaban para la gente allí reunida.

- ¡Hay que mantener la toma de la tierra con la violencia! - exclamó Belisario.

- Sí, pero no hay que olvidar que tenemos que iniciar acciones legales para la expropiación y para ello hay que contactarnos con parlamentarios -propuso Eleuterio Quispe, el secretario general. Endurecía su rostro prieto por el sol candente que se derramaba en esas tierras en verano.

- ¡Nada tenemos que hacer con el oportunismo! Esos parlamentarios corruptos. Lo único que van a hacer es usarnos como masa para las elecciones. Sólo desean nuestros votos.- profirió un poblador de apellido Llerena.

La asamblea comenzó a agitarse. Los pobladores escuchaban algo molestos esa perorata de Llerena; aunque sentían simpatía por Eleuterio por la prudente forma de proceder. Los otros eran bastante radicales y parecía que estaban luchando contra alguien, por sus gestos adustos, su voz con tono belicoso.

- Si seguimos con los planteamientos de los compañeros Llerena y Belisario podemos abortar el trabajo hasta ahora hecho. Es verdad que hay que usar la fuerza en ciertos casos; pero esta no puede ser una forma permanente de conducta. El violentismo no conduce a nada.

Rebeca recibió el informe.

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- Hay unos perros revisionistas, oportunistas que están adormeciendo a las masas llevándolo por el camino de la conciliación y el reformismo -dijo el camarada Paulo

- Sí, son una traba para el desarrollo del partido y el crecimiento de la conciencia de las masas para la lucha revolucionaria-agregó mecánicamente el camarada Antenor.

- Entonces hay que eliminarlo-dijo Rebeca

- ¿Cómo que eliminarlo? -preguntó Rodrigo

Rebeca se dio cuenta el tono de Rodrigo y trató de explicar a que se refería.

- Es decir, hay que evitar que sea dirigente. Hay que convocar a elecciones para la Junta Directiva

- ¡Ah! era eso -exclamó Rodrigo

La reunión se realizaba en una choza del asentamiento. Alrededor de una mesa y unas velas que dejaban oscilar sus llamas azules, verdes y anaranjadas.

- De que quieres conversar hermano.

- Para mi es penoso pero tengo que ser directo.

- No entiendo

- Te he seguido y he descubierto que te has puesto un amante hermana.

Ella palideció por un instante pero luego con mucho aplomo dice:

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- No me meto en tu vida y te pido que no lo hagas con la mía.

- ¿Estás loca?- se alteró el hermano- ¿Quieres arruinarle la carrera a tu marido?

- Pero él sólo lo está haciendo con esas barbaridades que lo acusa la prensa.

- ¿No confías en él? La prensa miente

-¿Estás seguro que están mintiendo?

- Claro Mariella, es una campaña para desprestigiar al ejército.

- Tú no eres neutral, siempre vas a opinar a su favor. Te pido que pero no te metas en esto.

- Te has calentado la cabeza con ese joven oficial. ¿Y si tu marido se enterara?

- Salvo que tú se lo digas.

- No tengo interés en hacerlo Mariella. ¿Por qué te has puesto así? Parecía que todo iba bien entre ustedes.

- Si quieres saberlo te lo diré. La primera causa de todo esto es que me tiene. Soy mujer y me estoy pudriendo así. Los militares son muy machos pero en el fondo, el no cumple el papel de esposo. Su carrera ha sido brillante, llegará a ser comandante general de las Fuerzas Armadas. ¿Pero qué gano con eso?

- No seas estúpida, ganas prestigio, posición social, un buen futuro para tus hijos. ¿Y amor? Esas son cojudeces Mariella, de amor no se vive todo el tiempo. Pues a mi sí me llena.

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- Esa es la única razón

- No dijo ella

- Me voy al Comando Conjunto-dijo el Coronel.

- ¿Vendrás a comer?

- No, no vendré.

- Luego que se fue de casa ingresé a su oficina para acomodar sus papeles y encontré cosas que tú también debes saber

- ¿De qué hablas Mariella?

- No mientas tú también.

- El sadismo del Coronel es tal, que colecciona sus hazañas- dijo el capitán.

- ¿Cómo qué? -preguntó Jacinto

- ¡Fotos! Encontré fotos de él, ¡cuando está disparándole a una mujer embarazada en el vientre! A otro campesino lo está degollando con un cuchillo. Tiene todo el rostro pintado y en sus ojos se refleja una mente y alma desquiciada.

- La guerra es así -trató de justificar mi hermano

- ¡Es un monstruo! ¡Un monstruo! No es el hombre del que me enamoré. No es él. ¡Cambió completamente! ¡Cambió! -se cubrió el rostro con sus manos y se puso a sollozar.

- Tienes que dejar a ese muchacho. Te estás jodiendo la vida Mariella.

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- No lo haré

- Está bien. Sí sigues así, tendré que tomar mis precauciones

- ¿A qué te refieres?

- Puede pasar. El general Rubio lo recibirá en este instante.

- ¿A qué debo tu visita?

- No es oficial general.

- Te escucho

- Mariella. No nos volveremos a ver -dijo el Teniente

- ¿Por qué amor?

- Me envían para el sur...a Puno.

- Gracias General. Estoy en deuda con usted -y pensé que por fin me desaparecería durante un buen tiempo al Teniente ese.

Siempre es bueno estar bien con estos perros del servicio de inteligencia pensó el general.

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Capítulo XIV

- Me fui a Ayacucho

- ¿De un momento a otro?- preguntó Leonardo

- Tuve mis razones

Estaba sentado en mi oficina, cuando de pronto ingresó Marcos.

- Hay que cubrir una noticia-dijo excitado

- ¿Qué sucedió? -preguntó Jacinto

- Creo que han matado a un dirigente de los Laureles- dijo Hugo que entró detrás de Marcos.

- Vayan inmediatamente-dijo el Director.

Saqué mi grabadora. Hugo ya tenía alrededor del cuello su cámara. Salimos velozmente. Llegamos abajo y cogimos la camioneta Bronco que utilizábamos cuando íbamos a las zonas marginales. Todavía sigue en su casa. ¿No hay nadie alrededor? No. Chao Dorita dijo Eleuterio. ¡Carajo mira el cartelito que le pusieron! dijo Hugo. Leí « ¡Así mueren los perros reformistas! ¡Viva el PCP!» Sí, este es crimen de los terrucos exclamó Jacinto. ¡Puta que vida más jodida! Exclamó Perico. Cuando salga te lo echas dijo Paulo. Chao papá. Chao hijo. Ssshhh allí está. Tómale más fotos Hugo. Eleuterio salió con su mochila rumbo a su trabajo, se detuvo un instante, revisó su bolso; se dio cuenta que se

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había olvidado algo. ¡Dispara ya! Caramba tengo que volver. ¡Está regresando! Se volvió a la casa y le digo a mi mujer que me he olvidado mi libro de actas. Aquí está Eleuterio. Gracias cariño. ¿Y por qué lo matarían? preguntó Jacinto. Se acercó Tomasa y dijo bajo, esos malditos fueron. ¿Quiénes? Los violentistas, se la tenían jurada. Ya sale otra vez. Ahora sí, échatelo. Suenan varios disparos. Hugo dirige su vista girando alrededor del cuerpo. La sangre se ha escurrido en la tierra. ¡Muere perro! y le caen por todo el cuerpo las balas y Eleuterio se hunde en tierra, se arrastra dejando las huellas de sangre mezclada con la superficie que se la chupa como esponja. Dispara por este lado Hugo dice Jacinto, que se vea el orificio de la bala. Y le apunta a la cabeza y le descerraja el tiro de gracia. Felicitaciones camaradas, felicitaciones. Gracias camarada Rebeca, gracias. Ese perro no volverá a fregar por aquí dijo Llerena.

Lo sucedido en los Laureles fue espantoso. Quería hacer algo distinto a lo habitual y siempre tenía que encontrarme con la cara de la violencia. Resolví que debía continuar con lo de Umaru.

- Te la habías tomado muy a pecho ¿no Jacinto?

- Claro que sí. Puedes ir- dice el director- pero, cuídate mucho hijo, que por allá cualquier cosa puede pasar y peor si la investigación es contra los militares. Además los senderistas, no so mejores que estos.

Con el temor de mi mujer y el sollozo de mi hija hice el viaje. La travesía en avión fue sin contratiempos. Pude notar los rostros de melancolía de aquellos que volvían a sus laceradas tierras. Las nubes se desplegaron al paso de la nave y oteando por la ventanilla dime cuenta que habíamos

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traspasado los cúmulos y podía observar debajo, como un plano fotográfico, la ciudad de Huamanga.

Aterrizamos en el Mendívil y al costado se ve el cuartel "Los cabitos". De allí deben ser los soldados que resguardan las entradas y salidas del terminal aéreo y luego de pasar por el registro de rutina, abandonamos el aeropuerto cuando la tarde empezaba a recular. A esa hora sonaban las campanas seguramente para celebrar algo y pienso que los templos de la ciudad deben estar recibiendo a los fieles y San Cristóbal de Huamanga es la ciudad que tiene la mayor cantidad de iglesias en el país. Tengo temor porque hace casi diez años mataron a un grupo de periodistas en Ucchuraccay y no desearía estar en esa situación. Abelardo Llanos me esperaba fuera del aeropuerto; él sería el fotógrafo. Hacía tiempo que no nos veíamos.

- Estoy contento de verte de nuevo Jacinto. Me da mucho gusto que estés por aquí.

Cogimos un taxi y él me dice que me alojará en su casa y hasta allá hemos ido, recorriendo las viejas casonas y solares lechosos y antiquísimos que aún existen.

Llegamos a su casa, de una arquitectura tradicional, altos portones, tallados, rejas fundidas en puertas y ventanas. Descargué mis maletas del taxi .Su esposa nos abrió la puerta. Hacía poco se habían casado. Pensé que siendo las ayacuchanas unas casamenteras expertas, habían demostrado gran habilidad porque Abelardo se preciaba de ser soltero y decía que así seguiría largo tiempo.

Me saludé con ella e ingresé al hogar. Me acomodé en una de sus habitaciones. Esa noche prepararon una cena

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de bienvenida y me sentí feliz por la hospitalidad de los míos. Yo los consideraba así.

- Aquí hay que moverse con pies de plomo Jacinto. Los militares deben estar saltones por eso de las investigaciones. Pero caramba, estamos obligados a realizar nuestro trabajo; por eso nos metimos de periodistas ¿No?

- Consigue una movilidad.

- Tengo -dijo Abelardo.

Tendremos que salir al amanecer.

En la primera noche que pasé en Ayacucho dormí ligeramente porque estaba ansioso por saber de cerca la verdad. Qué había quedado de esa comunidad realmente.

Por la mañana, muy temprano, cuando la mujer de Abelardo aún dormía, salimos de la casa. Una camioneta estaba estacionada en la puerta. Subimos con nuestras cosas.

Dimos una vuelta por la ciudad antes de abandonarla. Un camión con soldados enfundados pasó por nuestro lado.

Hora después ya estábamos viajando por caminos sin asfalto. Los paisajes eran hermosos y uno se quedaba pensando como estos lares la bestialidad y el terror se paseaban orgullosos pisoteando todo lo que crecía en la tierra.

En el camino un senderista avistó al hombre montado sobre el asno. Era él, no nos habíamos equivocado. Claro, el partido es infalible. Nunca se equivoca.

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- ¡Detente!

Vi que detrás de unas rocas aparecieron unos hombres con machetes, pistolas y rifles. Eran ellos, los cumpas y me empezaron a temblar las canillas .Volteé a mirar si podía escapar por algún sitio pero no...era imposible huir ni dejando este asno viejo y lento.

- ¡Así que eres un colaborador de estos perros asesinos!

- ¡No señor! No es así, yo sólo comercio nomás señor cumpita.

- ¡Qué cumpita ni nada! Hace dos días te vimos ofreciendo víveres a una patrulla.

- Me crucé con ellos señor y me iba pa' otros pueblos a vender mis quesitos, mis dulces en calabazas como ves ahí mi chankaka y yerbas para las pachamancas la marmaquilla y también humitas chicha de molle y pa' calentarse caña señores, caña, la más suave y caliente que se pueda conocer y chalona pa' calmar el hambre y coca pa' resistir el frío y la helada. Ellos vieron y pidieron un poco y les di porque les tengo miedo... como a ustedes...

- ¿Así? Ya te enseñaremos a saber a quien debes tenerle más miedo.

- Abelardo, mira ese hombre que viene en asno. Parece comerciante.

- Sí, creo que eso es.

Detuvimos la camioneta a unos metros del hombrecito. Bajamos del carro. Y aquel piensa que en medio de la tarde fría pero clara se acercan esos hombres que se

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han venido imprudentemente a buscar algo en esta tierra de nakajs. Yo me tengo que ir atravesando la pampa, llevando mi carga por el ichu y no quiero encontrarme con ellos. No me pueden matar tanto.

¡Espera! Somos amigos le grité y trató de huir, pero se detuvo cuando oyó decir a Abelardo ¡Somos periodistas! Y él se detiene y sin dejar la bufanda que envolvía su cara dijo:

- Ustedes no son de acá.

- Abelardo le dijo que era ayacuchano y yo de Lima. Con eso se tranquilizó.

- Oiga, usted, el de Lima. ¿El señor Belaúnde sigue gobernando allá?

- Vaya que estás retrasado buen hombre. Estamos en 1992.

- ¿Tanto tiempo ha pasado entonces?

- ¿A qué se refiere?

- ¡Marcial Kunto! Colaborador de los reaccionarios y genocidas. Tu mismo te has delatado. ¡La sanción por tu crimen, es la muerte!

- ¡No por favor! ¡No me maten! –gritó quebrando las estribaciones de los collados que rodeaban a los senderistas.

- ¡El partido te enseñará a que no te pongas a colaborar con el enemigo!

Y en ese instante me han agarrado con ambas manos y me han jalado de los brazos y uno se ha acercado y ha

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puesto una faca en mi garganta y de un tajo me echó al suelo y después ya no recuerdo.

- Parece que estuvieras muerto

- Lo estoy señores, lo estoy.

- No bromees viejo. Te lo digo por la cara de susto -dijo Abelardo.

- ¿Pa' que han venido por acá? ¿No han oído a los Wamanis llorar? Eso es malo. Váyanse.

- ¿Y de veras era un qarqacha? -inquirió Leonardo

- Eso es lo que dijo Abelardo.

- Al tratar de señalarnos la ruta que debíamos tomar, notamos un enorme tajo en su garganta, pero él, impasible, no parecía darse cuenta.

- No van a poder avanzar con ese carro. Se quedarían atascados.

- Necesitamos llegar a Umaru -dijo Abelardo.

- Entonces traten de ir por otro camino

- ¿Dónde está eso hombre?

- ¿Ven esos collados? Sí. Detrás, donde el día empieza a morir, por abajo, pasando por riachuelos helados que juntan las lágrimas de los cerros y le murmullan al oído. Por ahí encontrarán lo que están buscando.

Volteamos a ver en la dirección y Abelardo dice que creo que tiene razón el hombrecito. Regresé mi vista hacia él por última vez, ¿cuál es tu nombre?

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- Marcial Kunto...pa' servirlo.

- ¿Y qué hacemos con el carro?

- Tendremos que ocultarlo hasta nuestro regreso Abelardo.

- Sí, tienes razón.

- Mira allá, creo que es un buen lugar para dejar el carro.

Volteé a mirar donde Abelardo indicaba y efectivamente, era apropiado para dejar el vehículo y continuar nuestra marcha. Una cueva al pie del cerro rodeada de rocas enormes.

- Marcial gracias.-volteo a mirarle- Gracias por su ayu..... ¿Dónde está?

- No lo sé -contestó Abelardo- Se esfumó.

Y ambos en panorámica recorrimos con nuestra vista de un lado a otro cubriendo todo el paisaje y nada.

- Y Abelardo, sin extrañarse para nada de lo sucedido dijo:

- Hemos hablado con la muerte Jacinto... Con la Muerte...Vámonos ya. Vámonos.

Con nuestras mochilas, los rollos y la grabadora y el agua para matar la sed, caminamos envueltos en el poncho de la noche. Bufábamos por el frío, así que tuvimos que detenernos para poder calentarnos con algo. Nos introdujimos en una cueva que iluminamos con una linterna. Dentro encendimos fuego y calentamos café. Saqué de una

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alforja un poco de pan y queso que guardé antes de venir para acá y comimos, comimos en silencio.

- Hay que dormir -sugirió Abelardo.

Y ya estaba cabeceando así que me recosté sobre la mochila a modo de almohada; por un instante, las sombras que se formaban con la fogata cubrieron en lugar y figuras espectrales empezaron a danzar en las paredes de la caverna. Cerré mis pupilas y así estuve largo rato hasta que sentí una patada sobre mi costado. Lancé un aullido.

- ¡Levántense terrucos!

Abrí mis ojos y vi que una bestia cabeza negra tenía cogido a Abelardo, de los cabellos, tirando hacia atrás; pegándoselo a sus rodillas. En su brazo derecho sostenía un enorme fusil y de los ojos de fuego detrás de los pasamontañas y los uniformes verde oscuro gritaron.

- ¡Así que aquí se estaban escondiendo! ¡Dónde están los demás!

- ¡No somos lo que piensa! -grité y un culatazo cayó en mi boca sangrándomela en un instante. Me cogí con una mano la sangre que caliente empezaba a salir.

- ¡Es verdad! ¡Somos periodistas! -exclamó Abelardo.

- ¿Quién te ha preguntado perro?

Y vi cómo le hundieron la bota en el vientre y Abelardo se amorató por la falta de aire, dejando escapar sus ojos de las cuencas llenas de lágrimas.

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- ¿Dónde están tus camaradas?- se arrodilló uno de ellos echándome su aliento alcoholizado en mi rostro - ¡Habla concha de tu madre!

- ¡No lo sé!

- ¡Habla! ¡Habla perro!

- ¡Tienen que creerme!

Me rompieron la ropa por el pecho, dejándolo al descubierto mientras me sostenían por detrás. Sacó de la fogata un leño cuya punta estaba candente.

- ¿Vas a hablar?

- ¡No sé! ¡Yo sólo soy periodista!

Y me clavó el leño en el pecho y mis alaridos ensordecieron a los que estaba allí y el olor a carne quemada empezó a ascender mezclándose con las sombras de la cueva. Me desmayé.

- ¡Levántate! ¡Levántate!

- ¡Soy periodista! ¡Soy periodista!

- ¡Basta! ¡Basta Jacinto!

Me dio un golpe con el dorso de su mano y reaccioné.

- ¿Qué pasó?... ¿qué pasó?...habían militares y...

- Ha sido sólo una pesadilla.

- ¡Ufff... que alivio! ¡Qué alivio!

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- Tenemos que irnos. Ya va a amanecer. Te calenté un poco de café.

- Y me lo sorbí de un tirón oteando de reojo el crujido de los leños que chisporroteaban consumiéndose lentamente.

Allá está Umaru, dijimos desde arriba. Y era verdad, a pesar de lo que había sucedido se podían observar restos de lo que fue una comunidad. Mientras descendíamos Abelardo iba fotografiando el lugar. La bajada era lenta y poco a poco iba apareciendo ante nosotros chozas calcinadas, restos de animales, una quijada de lo que alguna vez fue un carnero, ollas de arcillas quebradas, sal regada en los umbrales, pellejos de cabra y frazadas de lana de oveja quemados, y de vegetación apenas quedaba un huarango que se sostenía penosamente sobre un tallo herido con fuego, sangre pegosteada en la tierra aún y pensé en eso que había sido la justificación de aquel Coronel: suicidio colectivo.

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Capítulo XV

Ya nada hay que pensar; todo ha sido dicho por el presidente Gonzalo dice Patricia. No sé pero no me convence eso de ponerse a matar y a matar. La revolución es sangre, la revolución mata, la revolución destruye, porque es la partera de la historia. Bien metida tenía sus ideas la camarada dice Perico. Aquí hay muchos timoratos que tiemblan ante las acciones de nuestros hombres dice el Coronel. Es verdad señor, o acabamos con la subversión o ella acaba con nosotros dice Lince. Y tenemos una convicción en el pensamiento. ¿Pero confías tanto en él? Sí, ya te he dicho que es el más grande que hay sobre la faz de la tierra. Esas hienas son de lo más cobardes; la guerra contra ellos es total; la victoria se alimenta de la sangre de los soldados; no hay término medio aquí exclama el Coronel. Me asustas Rebeca si tuvieras el mando en tus manos. Exterminaría a las fuerzas armadas reaccionarias y genocidas; demolerlas por completo; por completo, aplastar a la bestia, aniquilar, si aniquilar a todos esos miserables. A veces, te escucho y pienso que no sé de donde se sacará lo nuevo, si se está destruyendo casi todo dice Leonardo.

Leo, tienes que abandonar tus prejuicios pequeños burgueses, proletarizarse. Pero si dicen que son partidarios de los obreros ¿cómo es que no se les ve? Es que el problema no es ser obrero físicamente hablando; sino en la ideología; armarse ideológicamente abrazando la causa del proletariado. ¿Sabes qué? realmente no creo que hayan tenido experiencia como obreros; la mayoría son

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intelectuales, profesorcillos provincianos, comerciantes; pero eso sí, con grandes ambiciones de poder.

Camaradas quien les habla viene de parte de la dirección del partido para reforzar el trabajo en la ciudad y Rebeca, sentada cerca, piensa que este camarada se había ganado mucho el respeto de todos. Dicen que viene del Huallaga y antes ha estado en la Sierra central. Increíble la experiencia que debe tener; es ya un verdadero oficial del ejército guerrillero popular que está batiendo el campo y va avanzando construyendo las bases de la Nueva Democracia; había que aprender de él porque venía con órdenes precisas; aumentar la combatividad de los pelotones urbanos, y tenía la experiencia para ello y nos sentíamos orgullosos que el partido enviara tan grande cuadro que ya tenía el reconocimiento de todos dentro del partido. Admirado por la base; el camarada Paulo; ojos bravos, pómulos brillantes, mirada inteligente; se notaba enérgico y cuando habló, lo hizo en un léxico muy claro, coloquial que a todos les agradó piensa Rebeca. Dicen que estuvo en China durante la época del presidente Mao y estudió en la más grande Escuela de Marxismo-Leninismo-Maoísmo de la tierra. Un orgullo para el partido.

- Sí le tenía un gran respeto. Por lo que dices, debió haber sido un terrucazo- dice Perico.

- Lo malo es que no llegamos verlo en acción.

- ¿Pues que pasó Leo?

- Un día salió de la casa de seguridad y se paseó por la ciudad. Le provocó comer algo y le compró a un carretillero. Cuando volvió venía echando espuma y agarrándose el vientre. Y así con dolores y todo mandaron a traer a un médico y esté llegó tarde porque cuando entramos

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al baño de donde no había salido en un buen rato, le encontramos tieso, con los ojos desorbitados, y echado sobre la diarrea más un infarto que se había llevado su gloriosa vida.

No sé que será de él o ella; y eso es lo que a mi me da más pena caramba. No lo pude conocer. Ni siquiera sé si fue varoncito o hembrita.

- ¿Cuánto dices?

- Lo que vez en este papel Pedrito. El médico me ha dicho que debo alimentarme más. Muchas vitaminas. De lo contrario el bebé nacerá débil.

- Sí, sí Clarita. Yo lo conseguiré de donde sea.

Vi a mi mujer con la barriga hinchada tendida en la cama. Alrededor sólo había miseria. Desde que nos casamos sólo habíamos juntado nuestras pobrezas. Un mueble o una taza más. Me sentí tan miserable que tenía ganas de llorar. Quería buscar a un culpable de esto y nada. Fui a ver si en la lata que estaba en el estante había dinero y nada. Introduje mis manos dentro de mis bolsillos y sólo hallé huecos viejos, huecos. Sin un medio para poder comprarle algo. Claro, con ese sueldito de guachimán, yo no le podía dar a ella y a mi hijo las comodidades correspondientes. Pero había que tener formas; buscármela de cualquier manera. Pienso; te has jodido por cachero Perico; ahora no puedes hacer nada; anda y busca de donde sea Perico; de donde sea.

- ¿Te gusta los roponcitos?

- Sí Clarita. Sí, están bonitos.

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Alquiler, alimentos, ropa, medicinas, huevonazo Perico, huevonazo, sueldo, plata, plata, plata y más plata. Y veo alrededor del cuartito y sólo miseria, miseria de la más miserable carajo, una mesa con la pata coja, una cama, la cocinilla, los platos y sigo dándole vueltas a mis ojos por todo; desplazo mis pupilas como las cucarachas que asoman asquerosas por debajo del desagüe, del lavadero, veo a Clara con su barriga y la depresión me hunde cada vez más, cada vez más.

- Sólo una taza de té para mí y un pedazo de pan. Pero le daba a las mañas para traerle leche, huevos y un poco de carne para Clara. Adiós a las jaranas; adiós a las borracheras de padre señor mío. Juntar para ella y para el niño.

Escuche que me llamaban, así que ingresé .La oficina quedaba en el segundo piso de el Centro Comercial. No era mi horario de guardianía. Se sentía fresco allí en medio de un escritorio sobre el que había varios papeles regados y el contador Alvizuri sentado detrás, escribiendo algo y al frente, su secretaria, sentada cruzando sus piernotas cerca a una computadora tecleando velozmente dando vistazos de vez en cuando a unos largos pliegos de papeles llenos de números.

- ¿Adelanto? -y me observa levantando sus pupilas sobre sus lentes y debajo de su arrugada frente.

- Sí señor. Verá Usted, señor. Mi mujer está esperando un niño y o pensé que me podrían dar un adelanto. Se vienen gastos fuertes señor.

- Ajá, y usted cree que somos una beneficencia

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- Un momento, con todo el respeto que se merece el cargo que usted tiene -piensa hijo de puta- Respetos guardan respetos. No pido ningún regalo. Sólo un adelanto por mi trabajo.

- No se acostumbra dar adelantos.

- Hablaré con el gerente

- ¿Quieres pasar sobre mi autoridad? - clavó sus ojos de rata sobre mí.

- No es eso señor.

- Voy a hacer una excepción. Hablaré con el gerente.

- Gracias señor.

- No se confunda. Le digo que hablaré con él. No sé si aceptará lo del adelanto. Pero antes tiene que dejar constancia de su pedido. Presente una solicitud con tres copias, referidas al adelanto.

Eso de la solicitud me pareció una tontería. Me está meciendo me dije y ya no insistí. Alguna otra forma debía haber.

Llegué al aeropuerto. Esperamos la salida del avión. Veía los rostros adustos y cansados de los viajeros. Oía las llamadas por el altavoz, anunciado partidas o llegadas de aviones de otras partes del país. Tomé un caramelo de menta y me puse a chuparlo mientras esperaba. Abelardo estaba a mi lado. Sentíase apenado por mi partida a Lima.

- Espero que vuelvas pronto

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- Yo también. Esta tierra maltratada sigue siendo hermosa de todos modos.

- Jacinto...mira con disimulo detrás tuyo

Así lo hice. Solté un libro que llevaba en la mano y volteé a recogerlo, al tenerlo en la mano observé al frente rápidamente y había un tipo que leía su periódico y miraba para acá. Un soplón pensé, esta vigilando. Ojalá que el avión parta ya. Se está retrasando demasiado.

- Hay que tener mucho cuidado

- Sí hombre. Claro que sí.

Minutos antes de anunciar la salida del avión. Aparecieron cinco hombres vestidos de civil. Se identificó como miembro de la policía y pidieron nuestros documentos.

- Aquí tiene. Soy periodista

El que los dirigía leyó un segundo. Nos miró nuevamente.

- Abra sus maletas

- ¿Cuál es el cargo?

- Es cuestión de rutina. Hágame caso

- No tiene ninguna orden

Miró a un lado; luego a otro. Observé brillar sus pupilas. Tenían impermeables. Sacó debajo de ello un revolver. Entre dientes exigió:

- Abra sus maletas

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Los otros me la quitaron rápidamente. Forcejeé con ellos; pero eran más y el revolver seguía frente a mí. Sacaron la cámara y quitaron el rollo que tenía puesto. Hurgaron más y encontraron más rollos. Se los metieron al bolsillo. Cogieron la grabadora y sacaron el casete que tenía puesto y otros más que hallaron.

- Es una advertencia Torrealba. Queremos que nunca más vuelva por aquí.

- La sangre se me vino a la cara. Ardía de indignación

- Me imagino. Unos abusivos esos rayas - exclamó Perico

Abelardo se echó sobre ellos. Cogió a uno por las solapas, pero lo cachearon fuertemente. Me abalancé y me cogieron de ambos brazos; se acercó uno de los esbirros y clavó su puño en mi vientre. Quedé sin respiración y caí de rodillas cogiéndome con la mano donde me habían golpeado. Estuve así mientras ellos se iban alejando raudos. Se acercaron algunos que estuvieron observando el incidente y ayudaron a pararme. Abelardo comenzó a reanimarse. Se cogió la nuca y logró ponerse en pie.

- ¡Que desgraciados! -dijo Abelardo

- Sí, son unas basuras

En ese momento anunciaban la salida de mi avión

- Es una lástima. Todo el trabajo hecho para nada -dijo Abelardo

- Te malograron los resultados de tus investigaciones -dijo Leonardo

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- No te preocupes por eso

- ¿A qué te refieres?

- Se llevaron rollos y casetes vacíos. Los originales los envié como encomienda para Lima. No he perdido nada.

- ¡Qué mosca! ¡Qué mosca Jacinto!-dijo Perico- los hueveaste bien bacán viejo...bien bacán -y comencé a reírme

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Capítulo XVI

Me dieron un entrenamiento ligero en armas, sabotaje, manejo de explosivos, y como había estado en el servicio no acuartelado, me fue fácil aprender.

- ¿Y cuando entraste en lo firme? -preguntó Perico

- Por fin podré probarme -profirió Rodrigo

- Así que ese fue el punto.

- La embajada de un país imperialista.

En la casa de seguridad del partido se discutía en medio de la presencia de cuadros, como se iba ejecutar la operación.

- Haremos estallar un coche en una embajada imperialista.

- Habrá muerte -dije temeroso

- Es un riesgo -terció Rebeca- pero la idea es que sea con fines de propaganda. La carga será lo suficiente como para lograrlo.

Revisamos los planos. La embajada quedaba en San Isidro y varios tenían fijada su respectiva labor. Unos robarían un auto. Otros lo prepararían para hacerlo estallar. Algunos fueron designados para cubrir el repliegue. Puntos de encuentro para los cambios de movilidad que

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permitieran despistar si nos seguían. Cada quien haría su labor de una manera sincronizada de acuerdo al plan.

- La hora será a las siete p.m. Ya saben todos lo que tienen que hacer, dijo el camarada Anastasio; el mando político esta vez; mientras Timoteo quedaba como mando militar.

Cada grupo se encargó de su responsabilidad. Luego de capturados los autos debíamos esperar en un punto antes de entrar en la fase de ejecución del operativo. Haciendo de pareja de enamorados con Rebeca cogimos un taxi en la Plaza Unión

- Hasta Independencia por favor -dijo ella

- Cobro cinco soles -

- Está bien -asentí

Subimos al automóvil y este se empezó a mover por la avenida Túpac Amaru. Veinte minutos después nos decía.

- Esta es la entrada de Independencia

- Voltee señor. El lugar a donde vamos está subiendo, a unas diez cuadras

El auto volteó a la derecha y cogió la avenida en la cuesta. Al subir íbamos desplazando las casas del lugar.

- ¿Hasta aquí?

- Siga nomás. Yo le aviso

La zona era oscura apenas se podía percibir el chisporroteo de las luces de las casas a lo lejos y los postes mortecinos.

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- Deténgase -ordenó Rebeca

El coche frenó y el chofer giró su testa para vernos. Se encontró con el caño de la metralleta en la cara.

- ¿Un asalto? ¡Por Dios! Tengo hijos

- Ven para este lugar -dijo Rebeca-. Por encima del asiento. ¡Obedece carajo!

El hombre comenzó a gimotear mientras se pasaba para el asiento trasero.

- Cálmate hombre. No sucederá nada contigo -le dije

- ¡Por favor, este carro es lo único que poseo!

- Sólo lo necesitamos para esta noche.

Me pasé para adelante cogí el timón. El chofer lloraba.

- ¡Cállate, estúpido! ¡No te pasará nada!

- Déjenme salir entonces

- ¡Te quedas donde estás! ¡Agáchate!

- ¡Noooo! ¡Nooooo!

- ¡Agáchate mierda! ¡Agáchate o te quemo! -le amenazó. Me estaba poniendo nerviosa y provocaba darle un tiro en la boca para que deje de abrirla.

- ¿Subimos más?

Segundos después nos desplazamos más alto. La oscuridad completa. Al terminarse el asfalto cogimos un camino pedregoso. Única vía que podían pasar tantas cargas

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sin ser vistos. Llegamos a un descampado. Pudimos ver un letrero que decía: "Cementerio".

Bajé del carro. Fui hacia atrás y abrí la maletera. El chofer salió tomándose la nuca con ambas manos y mirando a tierra.

- Al suelo -dije; mientras yo le apuntaba con la metralleta. Rodrigo dejó la pistola a un lado y empezó a liar sus manos, bajándole los brazos detrás de la espalda; luego los pies y al final le colocó una venda en la boca.

Antes de irnos le advertí:

- Si te encuentran por aquí; ni nos menciones. Jamás nos viste. Jamás. Sino -y le puse el cañón cerca a la cabeza mientras que aquel cobarde cerró los ojos y comenzó a temblar.

- Déjalo ya. Vámonos -le dije a Rebeca.

Que desesperante saber que no tienes dinero para un hijo; pero algo saldrá, algo saldrá. Mientras tanto observo como esas damas ingresan al centro y cargan todos los productos que tienen a sus manos. Comestibles, muchos comestibles, los niñitos, rubiecitos ellos, lindos, van de la mano de la nana y la madre camina con ellos adelante escogiendo mientras las muchachas van metiendo los víveres dentro de los cochecitos. Son felices, muy felices, cogen dulces, se rechupetean, toman helados, cogen una pelota, se alocan dentro del centro. Se sube sobre el cochecito así todos son alegres, el dinero trae la felicidad; no hay nada que hacer. Que algunos digan que no es lo más importante, es una verdad a medias. Sino de que puede vivir uno, salvo que sea un franciscano, un monje que no tenga

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responsabilidades. Cada vez que voy a casa le estoy llevando alguna cosita para el bebé.

- Se hincha bastante ¿no?

- ¿No te arrepientes Perico?

- No amorcito. Estoy feliz

- ¿Y te sentías así Perico?

- Si Jacinto. Era feliz, a mi modo. Imaginar que iba a tener un chiquitito o una chiquitita igual a mi Clara me alegraba la vida. Yo que había sido un mataperro toda mi vida, ahora tenía algo por quienes hacer algo. Era una sensación distinta; pero bien bacán.

- Eso es la madurez Perico-comentó Leonardo

- Pero ese sueldito miserable no cubría mis necesidades y la angustia por el día que se acercaba iba acrecentándose más y más. Con todo esto de la crisis, la librería de mi tío Rigoberto era mi salvación; pero la gente ahora piensa primero en comprarse algo para llevarse al estómago que en cultura; entonces tuvo que cerrar y yo perdí ese ingreso. Y es razonable, la industria del libro se fue a la mierda por acá. Si a alguien se le ocurre publicar, como a esos novelistas, hay que ser o bien valiente o bien huevonazo, aunque yo creo que más es lo segundo.

Un cachuelo, un cachuelo por amor de Dios.

- Joven. ¿No me escucha?

Volteé a mirar y era una mujer de unos cincuenta años. Blanca como leche, con el cabello pintado de rojo o

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guinda o no se que color de mierda se había puesto en la tutuma. Con alhajas y todo.

- ¿En que le puedo servir?

- Ayúdeme a llevar mis paquetes a mi auto

- Ah sí, perdone.

Y muy acomedido me acerqué a coger sus paquetes y llevárselo colocándolos dentro de su auto, un Renault plata precioso.

- Es que estoy renovando mi servicio y por eso estoy sin empleada por estos días. Gracias jovencito.

- No hay de qué señora.

- ¿Y usted? desde cuando trabaja aquí

- Hace dos años

- ¿Sabe algo de refacciones eléctricas?

- Un poco

- ¿Y de dónde?- inquirió Leonardo

- Por lo menos donde estudié me dieron esos cursos básicos. Y me dediqué a cachuelear en eso algunas veces. Aunque no me gustaba, por eso lo dejé.

- ¿Está seguro?

- Conozco algo señora

- Si desea ganarse algo venga a mi casa uno de estos días, que deseo reparar unas cosa.

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Me dio una dirección, en Miraflores, cerca al malecón. Tenía unos aires aristocráticos; la ñorsa. La vi partir y me dije que mis ruegos habían sido oídos.

Un sábado me propuse ir temprano. Cogí algunas herramientas que las tenía empolvadas y me dirigí hacia allá. En donde vivía, las casonas eran antiguas, pero reservaban ese encanto de los antiguos señoríos. Me acerqué hasta la calle y poco a poco fui leyendo los números de las casas hasta que di con ella. Tenía un bonito jardín fuera y unas rejas enormes. Toqué el timbre y por el intercomunicador me preguntaron qué quería y dije que buscaba a la señora Enriqueta de Orbegoso; y era de parte del joven que le cargó los paquetes en el centro comercial. Poco después me abrían la reja. Era una joven provinciana que dijo:

- La señora espera

Al ingresar detrás de ella pensé que algo debo llevarme pa' lo del asunto del chiquilín, y es que al margen de lo que puedan decir yo esperaba un machito y el nombre se me había cruzado varias veces por mi cabeza.

- ¿Cómo está joven Pedro? Qué gusto verlo de nuevo

- Señora de Orbegoso -el placer es mío- estrené hipócritamente la mejor de mis sonrisas.

- Florencia. Anda donde la costurera y me traes lo que le encargué hacer.

- Ya mismito voy señora

Mientras que la mujer mandaba a la criada yo me quedé observando los cuadros que estaban colgados en las paredes de la sala. Acerqué mis ojos a uno de ellos y decía

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Sabogal y otro de una tal Camino Brent ¿quién diablos sería ese? seguramente le habría comprado a uno de esos que venden en el óvalo de Miraflores. Una enorme araña colgaba al centro de la sala. Los sillones tapizados de azul metálico, el piso con una alfombra donde te hundías suavemente. Plata es lo menos que le falta.

- ¿Y bien joven? El problema que tengo es que se para apagando las luces en el momento que uno menos se imagina. Y ojo que esto no es por los atentados de torres ni nada. Debe ser de aquí.

- Debo revisar la llave general señora. ¿Dónde está?

- Déjeme pensar. Creo que en la cocina

- ¿Puedo ir a ver?

- ¿Se insinuó la señora?

- Me comporté como un puto, viejo

- Claro. Para eso le había pedido que venga. Siga ese camino.

Y yo me fui para la cocina. Allí abrí la llave principal y dime cuenta que los fusibles eran muy delgados, para soportar la tensión de la corriente utilizada; entonces los cambié por unos más resistentes.

- Ya terminé señora

- Allá en mi dormitorio también tengo otro problema. La lámpara de noche.

- Te matas demasiado Perico. Deberías descansar-dijo Clara

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Me fui hasta su cuarto y allí me dejó unos minutos mientras revisaba la lámpara. La cama era enorme y era bien ostentosa. Desarmé la lámpara, y la volví a armar. El mecanismo de encendido fallaba pero bastó un ajuste para que empezara a funcionar. La señora apareció con una bata bastante atractiva que se me hizo un ¡Glup! Traía una bandeja con una botella y dos copas.

- ¿Y cómo está eso?

- Ya lo reparé. Mire como enciende.

- Eres muy bueno Pedro.

- Siéntate.

- Gracias señora

- No me digas señora. Me hace sentir demasiada vieja. Dime Enriqueta

- Bueno gracias Enriqueta

- Así que me senté en el borde de la cama. Ella me sirvió una copa de vino y comenzamos a conversar. Cruzó las piernas y la bata se le chorreó. Realmente no estaba nada mal. Luego comenzó a decirme que se había casado dos veces, y que el primero murió en un accidente y lo amó demasiado; luego el segundo que no duró mucho tiempo y que desde hacía años estaba muy sola. Y sin querer sirve que te sirve, ya nos habíamos mandado la botella y ambos nos pusimos eufóricos.

- ¿Y tú Pedro?

- ¿Yo qué?

- ¿Tienes a alguien?

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- Bueno sí. Se llama Clara. Vamos a tener un hijo

- Debe ser bello eso. Nunca pude tener uno.

- Será bello, pero es bastante responsabilidad.

Ella reía.

- ¿Qué sucede?

- Creo que me duele la cabeza.

- Me iré señora

- ¡No! no te vayas

- Puso una mano en mi mejilla. Me quedé mudo

- La tía si que estaba angustiada

- Hace tiempo...hace tiempo -y se iba acercando- no estoy... con un hombre...

- Y ¡Zas! ya me estaba jeteando. Y no sabía que responder y además tenía el licor bien subido y hacía tiempo que no lo podía hacer con Clara por la barriga y entonces que se me paró todititito. Minutos después estábamos tirando de lo más rico.

- ¿Y después?

- Me quedé dormido

Al despertar, volteo a mirar al costado y noto que ella me observa. Se había tirado un "polvo" como nunca. Sobresaltado me puse de pie rápidamente y comencé a cubrir mi humanidad toda con mis trapos.

- ¿No te gustó?

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- Estee...señora...no es que me haya gustado... es que está mal. Yo tengo mujer y ya le puse esas cositas en la cabeza

- Qué bien Perico. Con esto podré seguir comprando más cositas para el bebe. Soy tan feliz contigo

- No seas tonto. Sólo contigo ha sido satisfacer un deseo de hace tiempo.

- Me tengo que ir

- Espera

Se acercó a donde estaba su cartera y sacó el dinero.

- Esto es por tu trabajo

- Y me soltó un billetote grande

- Y esto es un obsequio por haberte portado bien conmigo

- Un polillo viejo, un polillo de la peor especie

- No puedo aceptar...; si no fuera porque tengo necesidad

- No seas tonto llévale a tu mujercita

Cogí mis cosas y un poco cabizbajo me salí del dormitorio. Ella me llamó y dijo:

- Esto queda entre nosotros

- Sí, eso espero

- ¿Puedes venir otra vez?

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- No sé...no sé

- Si me das lo que quiero...ya sabes... puedo ser bastante generosa contigo.

- Adiós señora

- Adiós Pedro

- Me ardía la plata en el bolsillo don. Sí que me ardía. Era como si hubiera perdido la virginidad. Me remordía la conciencia. Lo peor es que me había gustado. No lo podía negar no lo podía negar.

- Eres un santo Perico. Buscando cualquier cosa para tu mujercita...cualquier cosa...-dijo Clara al ver el dinero.

- Un canallita ¿no Perico?

- Cuando me recuerdo me viene aguijones a la conciencia.

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Capítulo XVII

Salgo del edificio, donde funciona el periódico. Le prometí a mi mujer que hoy iría temprano a casa, para cenar. Encendí un cigarro y fumé una bocanada con placer. Anduve hacia la Colmena cuando dos cambistas se acercan.

- Tío le cambio dólares

- No gracias -digo

- Ya pues tío le cambio y le pago más.

Sonreí por un momento pensando que no tengo mucho dinero en los bolsillos.

- No tengo dólares.

- Entonces le vendo tío.

- No se pongan pesados. Déjenme por favor.

Me cierran el paso y un particular brillo percibo en sus pupilas. Siento en la espalda una voz:

- No te muevas Torrealba. O te mueres ahorita mismo.

Y sé que tiene un revólver apuntándome, y el que estaba adelante me enseña una pistola, dentro un pequeño bolso, que los cambistas usan para guardar su dinero. Un

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coche negro se detiene junto a nosotros; abren la puerta posterior y me introducen rápidamente. Pienso que ahora sí estoy fregado.

El carro se ha desplazado por el centro y luego tomado la vía expresa. Para el sur. Estamos yendo hacia el sur en silencio. En la carretera vimos que había una batida. Policías de negro pitaban a los autos, revisando dentro de ellos y solicitando, documentos. Nos tocó a nosotros y el auto se detuvo. Apareció un policía con linterna y enfocó dentro.

- Sus documentos por favor-pidió lacónico. El que iba al timón se lo dio; mientras sentí como debajo los cañones apretaban mi cintura.

- Tenga sus papeles Mayor. Pueden continuar

- Gracias

Reemprendimos la marcha.

Rebeca me observa en silencio. Ahora estamos bajando por el mismo camino hasta llegar a la avenida Túpac Amaru. Nos esperan en otro lugar y tenemos que llegar a una hora precisa. Treinta minutos después hemos arribado a la urbanización Ingeniería. La hora es la hora para estos casos. Ni un minutos más, ni un minuto menos. Rodrigo estaciona el coche frente a la casa de seguridad que se encuentra a tres cuadras de la calle principal, en los alrededores de un parque. Al reconocernos, abrieron el portón para que introdujéramos el automóvil. Así lo hicimos. Rodrigo ha conducido hasta aquí. Ya dentro le cambiamos la placa.

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- El plan avanza sin contratiempos -señala Rebeca

- Tenemos que informar algo de último momento -expresó Basualdo-. Ha habido cambios inesperados. Lo ha decidido el comité del partido

- ¿A qué cambios te refieres? -inquirió Rebeca clavándole los ojos al encargado de la casa de seguridad del partido.

- La operación continúa. Lo que ha sido modificado es el punto de ataque. Aunque parece que es a pocos metros del anterior.

- ¿Cómo lo sabremos? -pregunté con insistencia

- Lo sabrá usted camarada cuando hablen con el primer contacto de mañana.

- ¿Estaban locos esos? Meterse con tanta gente inocente. -exclamó casi indignado Perico-. No te imagino ser parte de eso Leo.

- Tienes razón -dije

Al día siguiente en la hora convenida partimos hasta el punto. No había podido dormir esa noche que fue la más larga de mi vida. Llegamos a San Isidro; avenida Canaval. La seis y treinta y estacionamos en una zona de aparcamiento. Pasó un patrullero por nuestro lado. Ni una sola sospecha.

- Yo bajo -dijo Rebeca- Caminó hasta un puesto de periódicos. Allí habló unas palabras con el mensajero del partido y volvió.

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- ¿Fue en el Centro Comercial de San Isidro? Vaya esto me sorprende. Aunque yo trabajé en otro, en el de Miraflores.

- Debió haber sido terrible -señaló Jacinto.

- No puedo aceptar eso -exclamé

- ¿Estás loco? No puedes detenerte ahora. El partido quiere más impacto. Ayer mostraron esos perros de la DINCOTE a quince camaradas por la televisión. El golpe debe ser contundente, brutal. Hay que quemarle las plantas a la reacción.

- Causaría muchas muertes. Tú lo sabes mejor.

- Lo sé. Pero las órdenes no se discuten; se acatan.

- Yo no voy Rebeca.

- ¿Qué te sucede ahora?

- No estoy de acuerdo simplemente

- Y crees que después de haber participado en todo este plan te puedes tirar para atrás

- Lo siento Rebeca. No puedo.

Sacó la pistola apuntándome dijo:

- Avanza hasta el otro punto

- ¡No te creo capaz!

- ¿Crees que no? -y rastrilló el arma

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- Tuve que salir del estacionamiento y avanzar hasta una calle que daba de frente a la comercial. Desde allí teníamos que disparar si aparecía la policía.

Cinco minutos para las siete de la noche. Hemos llegado. El centro comercial se halla ubicado en una esquina. Mis ojos se clavan en la gente que camina por allí. Son muchos debajo de una fuerte iluminación. Los neones de los letreros de los comerciales le dan a la noche un tono festivo. Veo mujeres y muchos niños que salen del centro y los carritos de mercaderías son llevados cerca de los coches estacionados en la playa de la comercial. Timoteo se acerca con el otro coche. Tiene que pasar por nuestro lado.

- Lo lamento Rebeca. No puedo participar

- ¡Eres un cobarde!

- Mátame si deseas pero tendré que impedir esta carnicería.

- Abrí la puerta del carro y me apeé.

- Por lo visto, ella no tuvo el valor para matarte –dijo Jacinto.

Dentro de la playa ya está el otro carro. Piensa rápido Leo, tienes que detenerlos. Allí veo el otro carro estacionado. Un Daewoo donde está el grupo de contención. Salí hasta la entrada y no me di cuenta que se acercaba una pareja de policías.

¿Qué hace ese idiota? pensó Timoteo. Estaba en la entrada de la playa y sacó la cabeza por la ventanilla del Toyota, gritando:

- ¡Retírate de allí!

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- ! ¡No lo haré! ¡No entrarán!

Rebeca no atinaba a nada. Estaba confundida. Timoteo sacó el revólver y al ver que hacía eso extraje la pistola que cargaba. Sentí en ese instante que se incrustaban en mi cuerpo muchas agujas. Volteo a ver y son unos policías que rodilla en tierra disparan

- ¡Alto carajo!

Rebeca bajó del coche y les echó una ráfaga que los tumbó como muñecos. Timoteo sintió las sirenas de la policía y tuvo que salir de allí furioso.

- ¡Perro traidor! -vociferó Timoteo

El auto del grupo de contención salió presuroso. Se detuvo al lado de Rebeca que sostenía mi cabeza ensangrentada y ella al verlos dijo:

- ¡Súbanlo!

- ¡Es un traidor!

- ¡Súbanlo imbéciles!

Uno de ellos bajó y llegando hasta donde estaba me cogió del brazo y con Rebeca me subieron al coche. Empezaron a llover las balas y Rebeca soltó también el plomo de su arma.

- ¡Explotará el auto! ¡Vamos! ¡Vamos!

El auto arañó la acera al salir aceleradamente. Segundos después oyeron detrás una estruendosa explosión que hizo volar los vidrios de la comercial y de los edificios aledaños. La policía no pudo seguirlos porque la pista fue cubierta por llamaradas de fuego. Los gritos se oían a cientos

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de metros de allí. Los bomberos llegaron minutos después para contener el incendio de algunos autos de la playa

- ¿Por qué le trajimos? -inquirió Anastasio-Pudimos haberlo matado.

Su presencia daría muchas pistas -dijo Rebeca, que sostenía mi cabeza, en el asiento trasero. Mi respiración era dificultosa.

Anastasio volteó y dirigiéndome una mirada fulminante vociferó:

- ¡Traidor! ¡Traidor! El auto no explotó donde establecimos.

- Se está muriendo –dijo Rebeca.

- En ese momento pensé que había hecho lo correcto.

Apreté con fuerza las manos de Rebeca

- No podemos estar todo el tiempo con este traidor –dijo Juan Carlos que iba al timón.

-Lo dejaremos en una playa, ya que estamos yendo para el sur. Fuera de Lima -propuso Anastasio- . Pero muerto, bien muerto.

En la dirección a Pucusana, tomamos una entrada hacia el mar.

Me jodió la confianza que me tenía Clara. Así que resolví no ir otra vez donde Enriqueta. El problema de la plata seguía, así que recordé el pedido de adelanto. Me presté

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una máquina para hacer la solicitud. Estaba contento, había una posibilidad. Escribí malogrando varios papeles, hasta que quedé satisfecho con el último.

- ¿Qué haces? -despertó Clara

- Estoy pidiendo un adelanto a la compañía.

- ¿Crees que te lo darán?

- Eso espero. Eso espero

- Al día siguiente. Temprano nomás; ya estaba entregando la solicitud a la secretaria del contador.

- Por favor señorita no se olvide. Es urgente para mí.

- No se preocupe hombre. Apenas venga el licenciado le daré la solicitud- voltea hacia la puerta-. Justo. Hablando del licenciado. Allí viene

- Es verdad. Allí llega mi esperanza.

Saludó a la secretaria y luego a mí.

- ¿En que le puedo servir?

- Le traje la solicitud para lo del adelanto licenciado

- Muy bien. Le llamaré si hay respuesta. Puede irse tranquilo.

Me despedí del licenciado y pensé que debía tener paciencia, paciencia Perico, paciencia.

- El tipo jamás pensó en ayudarte -dijo Jacinto

- Es verdad -afirmó Perico

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- ¿Cómo lo descubriste?

¿Dónde esta mi maletín de trabajo? ¡Que idiota! Lo dejé en la oficina del licenciado. Me volví hacia la oficina de aquel. La puerta estaba abierta así es que entré. En ese instante vi que el licenciado cogía mi solicitud y la rompía. Al notar que yo estaba allí, enmudeció unos segundos; para luego vociferar:

- ¿No sabe usted llamar para ingresar a una oficina?

- Usted jamás pensó en ayudarme -le dije con ira contenida

- ¿A que se refiere?

- Había olvidado mi maletín. Por eso regresé. ¿Por qué hacerme preparar una solicitud que nunca iba a servir?

- No le comprendo

Me acerqué al escritorio y le quité de las manos casi, la solicitud rota.

- ¡Me refiero a esto! ¡A esto!

- ¡No grite!

- ¡Grito cuando quiero!

- ¡Fuera de esta oficina miserable!

- Me voy - y me iba acercando-.Me voy de esta oficina. Me voy porque usted apesta licenciado.

- Es usted un pobre diablo Pedro Angulo. Me importa un comino su problema, su mujer, y su hijo.

- ¿Y qué hiciste?

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- Le rompí el hocico.

Cayó para atrás. Reaccionó rápidamente tocándose la boca y un hilillo de sangre recorría la comisura de sus labios.

- ¡Está despedido! ¡Está despedido!

- No le voy a dar ese gusto licenciado. Yo me voy. ¡Renuncio! ¡Renuncio!

Abrumado por todo lo sucedido; no le conté nada a Clara para no preocuparla. Salía todos los días como si fuera a trabajar. Pensándolo bien, creo que no debí perder el trabajo; al fin y al cabo era el único empleo que tenía.

- Ese día que llegué en la tarde a casa me encontré con la secretaria del licenciado ése.

Clara le había servido un café. Cuando entré, ambas me quedaron observando por un instante. Al acercarme más noté que Clara había llorado.

- ¿Cómo está Pedro?

- Ya usted ve señorita. Mal.

- Lamento interferir, pero pensé que su esposa sabía.

- No quería preocuparla en ese estado.

- El licenciado fue injusto con usted. Me dio tal coraje su actitud que tuve que ver al gerente general. El es muy buena persona. Le conté lo sucedido y llamó al licenciado. Este aceptó que había cometido una falta con usted. Puede volver al centro comercial.

- ¿No me está mintiendo?

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- Claro que no. Preséntese mañana. Es más, le darán el adelanto que solicitó.

Caramba y yo que había perdido la fe en la gente, pero uno se equivoca también ¿no Jacinto? Esa mujer es una santa caracho.

- Hay poca gente como esa -opinó Leonardo.

Luego que se fue aquella bondadosa mensajera, lloré largamente y mi Clara no dejaba de consolarme. De veras que me llegó al bobo.

¡Militares! Pensé ¡militares! y lo que más me dolía era que mi mujer y mi hija nunca más me verían. Sentí el olor rancio del mar mientras nos desviábamos hacia a la playa.

- Sáquenle la información antes -ordenó el Coronel

Me bajaron del carro hundiendo mi cara en la arena. Me levantan.

- ¡Esto es ilegal señores! –exclama Jacinto

Me levanta de la solapa y me sacuden con violencia.

- ¡Escucha perro! ¡Te vas a la mierda con tu legalidad!

Hundió sus puños en el vientre. Caí de rodillas, sin aire. Cogen mis cabellos y me arrastran hasta donde las salinas aguas del mar lamían la orilla.

- Ahórrate los golpes Torrealba. Empieza a cantar. ¿Quién fue el soplón que te dio informes?

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- No sé.

- Guillermo, espero que me hagas un favor.

- El que quieras Jacinto. Para eso somos amigos.

- He estado metido en una serie de investigaciones sobre violaciones de derechos humanos de mucha gente, principalmente campesinos.

- Sé algo de eso. Eres valiente para meterte con los militares. Sabes que esos son una basura. Claro, no todos.

- Eso creo. No todos. Hay gente que está en desacuerdo con la barbarie y son de allí mismo, de dentro. De allí me han dado esas informaciones.

- ¿Se podría saber quienes?

- Sería peligroso si revelara quienes son mis informantes Guillermo. Espero que me entiendas.

- Claro que sí.

Otra vez me han comenzado a golpear. Caía sobre la arena mojada y volvía a levantarme. Sentí el chasquido doloroso cuando me partieron la nariz y comencé a sangrar.

- ¡Habla hijo de puta! ¿Quién fue el soplón? ¿Quién?

Negaba con movimientos de cabeza y otra vez me golpean con dureza.

- ¡Déjenme que yo hago hablar a este sarnoso! -grité; y cogí del cuello de la camisa a Torrealba. Ya le habíamos atado los brazos por detrás. Entramos al mar hasta donde el agua se nivelaba con nuestras cinturas y hundí su cabeza

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mientras el miserable trataba de zafarse. Luego de un minuto saqué su cabeza.

- Vomitaba agua salada. Era desesperante

- ¡Qué salvajismo por Dios! -exclamó Perico

- ¡Habla perro! ¡Habla! ¡El soplón, quién fue el soplón!

- ¡No lo sé! Nunca me dijo su nombre - y pienso que aún si se los dijera estos miserables me van a matar.

- ¡Ya está aflojando éste conchasumadre! ¡Húndelo otra vez! -ordenó el Coronel

Otra vez sumergen mi cabeza y mi cerebro está a punto de reventar. Por lo menos estoy seguro que estos asesinos me van a seguir recordando si muero.

- Guillermo, aquí te dejo la copia de todo el resultado de mis investigaciones; con detalles de quienes dirigieron operativos para exterminar algunas comunidades del campo.

- ¿Y qué hago con él?

- Si me sucede algo lo enviarás a las instituciones cuyas direcciones están en este sobre.

- Me lo dices como si fueras de verdad a morirte. -profirió Guillermo.

- El informe es muy completo. Vaya que quería hundirme el desgraciado ese.-expresó el Coronel.

- Qué hermoso submarino -exclamó Gavilán.

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Agitaba mi torso, pisaba fuerte contra el fondo para soltarme, pero era una fuerza superior a la mía. Sacan mi cabeza otra vez y vomito un chorro, ahogándome, tratando de tomar aire en medio de silbidos asmáticos.

- ¡Habla Torrealba!

- Ya les dije... ¡no lo sé!

Y otra vez le hemos hundido la cabeza pero por más minutos y cuando le hicimos emerger, nos dimos cuenta que estaba muerto. Le arrastramos a la orilla.

- No tiene pulso -dijo el Teniente, que se había arrodillado a verificar si aún vivía.

- ¡Así tenías que terminar conchatumadre! -gritó uno de ellos- y me incrustó un patadón rompiéndome las costillas.

- Traigan una pala y empiecen a cavar. Hay que enterrarlo pronto- dijo el Coronel

Prepararon el hoyo metros más allá y luego de arrastrarme me depositaron allí. El Mayor cogió su pistola y acercándose al borde del hueco me disparó a la cabeza.

- Larguémonos de aquí -ordenó el Coronel.

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Capítulo XVIII

Luego de recibir mi quincena, hice compras para el bebé y para mi Clara. Me bajé con mis bolsas de cosas en la avenida Wilson. De allí voy hasta Colmena y Tacna par abordar un colectivo e irme a casa pensé. Estaba muy contento. Las cosas no eran tan malas después de todo. Estoy pasando por la plaza Francia y de pronto siento un estallido que me lanzó hacia atrás como un trapo. Mis paquetes rodaron por la vereda. Veo como las lunas de los edificios se rompen cayendo como lluvias de cristal sobre el asfalto y los autos que frenan por el impacto. Sentado, en el piso, distingo boquiabierto como las llamas azul metálico, rojo encendido, amarillo intenso, verde botella consumían todo lo que tenían frente y las sirenas policiales ensordecedoras se mezclan con el grito de la gente que corre despavorida entre detonaciones de bala. Un hombre jadeante se acerca con una metralleta. Se detiene cerca a mí, suelta una ráfaga y sigue corriendo. Me había agazapado, estremecido por lo que sucedía delante de mí. Apocándome en mis manos intento ponerme en pie cuando siento un golpe seco con olor a pólvora. Me desvanezco pesadamente.

- ¡Qué suerte la tuya Perico! –dijo Leonardo

Yo que siempre soñé morirme de viejo me dije, que muerte tan mediocre y casual. El hueco en la mismísima frente. Ni pa' enterarse del hecho carajo. Eres salado Perico, hasta en eso del morir, salado.

- ¿Y se llegó a enterar tu mujer? -preguntó Jacinto

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- No sé si lo sabe. Esos salvajes luego de saber que me habían echado me trajeron para acá; para enterrarme y ocultar su error. Fui a recoger mis pasos y me introduje en el sueño pesado y dolorido de Clara y le dije: "Sí de algo te consuela, encontrar aunque sea mis huesos para velarlos, búscame cerca al mar". Tengo la esperanza que den conmigo algún día.

Estaba oscuro, y el viento soplaba con fuerza. El auto se detuvo.

- Hay que dejarlo por aquí nomás -propuso Anastasio.

- Me arrastraron así herido como estaba y me tendieron en la orilla. Un de ellos sacó su pistola; pero Patricia dijo:

- ¡No lo maten ustedes! Yo lo traje. Es asunto mío.

Anastasio guardó su arma y se retiró junto con Juan Carlos, gritando que me apresurara.

- Se arrodilló junto a mí y murmuró:

- ¡Pobre Leonardo! te perdió tu sentimentalismo. No te mataré, pero tengo que irme. Si puedo, volveré.

- Pa...Pa...Patricia

- ¿Sí?

- Quiero que sepas...

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- Qué Leo, que amor mío...qué...

- Que estás loca...estás loca...

- Puede ser -dijo. Se puso de pie y disparó varios tiros al lado de su cabeza sin atravesarle. Viró hacia el auto y Rebeca comenzó a correr hacia su mundo.

- ¡Yo hubiera querido perforarlo! -exclamó con desprecio Anastasio. Cogimos nuevamente la carretera y nos perdimos en la azulada noche que cubría nuestra retirada.

- La camarada no tuvo valor para matarte -dijo Perico-. ¿Y volvió?

- No lo sé. A veces, cuando escucho ruidos de motor pienso que puede ser ella, pero no es así...-dijo melancólico.

Va a pasar tiempo para que averigüe quién le daba los informes- dijo el Coronel bebiendo un vaso de whisky.

- Nada se puede ocultar durante tanto tiempo. Siempre habrá esperanza de encontrar a esos soplones -dijo el cuñado del Coronel.

- Tú tampoco pudiste obtener nombres

- Es verdad, es verdad. Pero tengo otra cosa que te puede interesar.

- ¿Qué es?

- Toma. Es un informe detallado de cómo opera tu grupo dentro del ejército.

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El Coronel lo leyó con avidez. En verdad era un informe completo.

- ¡Diablos! ¿Cómo lo obtuviste?

- De la manera más fácil. El me la dio.

- Reconozco que eres hábil Guillermo.

- Gracias cuñado. Espero que más adelante me retribuyas el favor.

- Con creces Guillermo. Con creces. Mi ascenso a general de brigada es un hecho. Un hecho.

Mariella ingresó en ese instante.

- ¿Quieren que les prepare café?

- Claro que sí querida-dijo el Coronel

- También yo quiero hermana.

Volvió con el café. Mientras lo servía se oyó una detonación y los hijos del Coronel entraron corriendo, bastante asustados. Al ver a su padre se abalanzaron y este los cobijó llenándoles de besos.

- No se asusten hijos. Esto terminará algún día.

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EPILOGO

Ahora nos encontramos aquí, sin que podamos influir en nada. Somos sombras de un pasado y un presente de fuerzas irracionales que se han corporizado. El inconmensurable mar nos subyuga y oímos el sonido del viento que acaricia las aguas en su eterno viaje.

- Escuchen -dice Jacinto

- Algo se acerca -exclama Perico.

Sí, ese algo se aproxima. Una camioneta con los faros apagados aparece a lo lejos, hasta que a pocos metros, de donde nos hallamos, se detiene. Unas siluetas bajan rápidamente, y empiezan a cavar una fosa. En pocos minutos, entre jadeos y murmullos, concluyen la excavación. Van hacia la camioneta; sacan unos cuerpos y los depositan en el hoyo; luego, lo cubren con arena rápidamente. Creímos que nos estábamos quedando solos; pero no es así; la muerte sigue caminando imponente, airosa, dejando en la sima un cúmulo de ausentes.

FIN

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