Contraliteraturacursi Entrevista a Belen Gopegui
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ANEXOS
CONTRA LA LITERATURA CURSI: ENTREVISTA A BELÉN GOPEGUI
Por Virginia Trueba, Universidad de Barcelona.
Una entrevista con la novelista española Belén Gopegui, una autora rigurosa y de
excepcional calidad cuya obra plantea una visión materialista y una apuesta por
el compromiso. En un mercado dominado por los bestsellers prefabricados y la
superficialidad de lo comercial, Belén Gopegui nos demuestra que todavía hay
espacio para la reflexión y la originalidad artística.
"hoy dudo si una conciencia sin libertad, una conciencia sometida al poder, al
arbitrio de quien puede, en última instancia por la fuerza, privarte de un empleo y
por lo tanto impedirte vivir, lo que hoy dudo es si esa conciencia no libre puede e
incluso debe ser moral".
Belén Gopegui (Madrid, 1963) publicó su primera novela, La escala de los mapas,
en 1992, convirtiéndose a partir de ese momento en una de las voces más
originales de la narrativa española de los últimos tiempos. En 1993 obtuvo el
premio Tigre Juan y en 1994 el premio Iberoamericano de Primeras Novelas
"Santiago del Nuevo Extremo". Tocarnos la cara (1995) fue su segunda novela a
la que siguió La conquista del aire (1998), que tuvo un importante
reconocimiento público y de la que en el año 2000 Gerardo Guerrero dirigió una
versión cinematográfica con el título Las razones de mis amigos. Su última obra
es Lo real (2001) en la que Gopegui sigue ahondando en esa visión materialista
del mundo contemporáneo que constituye una de las señas de identidad de su
narrativa.
V.T. Eres consciente de constituir una voz particular entre las voces narrativas
actuales en España. Tus novelas hablan de cosas de las que casi nadie habla en
literatura, entre otras, por ejemplo, de qué modo el dinero se ha infiltrado en la
conciencia moral del sujeto.
B.G. La expresión "voz particular" quizás lleve a confusión de modo que intentaré
decir de qué sí creo ser consciente. Hoy la literatura hegemónica en España se
caracteriza por lo que voy a llamar cursilería. Entiendo por cursilería la habilidad
para tomar un estereotipo gastado y en vez de desmontarlo, en vez de investigar
de qué se compone, remozarlo un poco, ponerle unos lazos y hacer que siga en
circulación. La literatura cursi no es necesariamente una literatura de amor. En
este momento me parece que hay tres variedades de cursilería. 1. La cursilería de
las grandes palabras: Lealtad, Guerra, Víctimas, es decir, historias cursis que no
se hacen cargo de la cadena de preguntas que hay detrás de esas palabras: por
ejemplo, qué pasa cuando ser leal a un sentimiento personal supone ser desleal a
un compromiso colectivo, qué tienen que decir las partes en conflicto, etc. Son
historias que construyen fábulas poco verosímiles alrededor de esas palabras, las
llenan de gags sentimentales y ponen de nuevo la ideología que habita detrás de
esas palabras en circulación. 2. La cursilería del cotilleo: historias que toman
como punto de partida cualquier experiencia excitante: la infidelidad, la
sexualidad, la violencia, la envidia, y se la ofrecen al lector no para que éste
encuentre instrumentos con que aprender a relacionarse mejor con esas
experiencias sino para que, una vez más, repita el comportamiento de quien mira
con avidez el coche en el arcén que acaba de tener un accidente. Se intenta hacer
olvidar la insuficiencia de la vida diaria en esta sociedad dando como sucedáneo
experiencias morbosas que no en mucho difieren de los relatos de las revistas del
corazón, tan sólo en una cierta apariencia de complejidad. 3. La cursilería
literaria: es la más refinada y la que está mejor considerada por la crítica: se
toma un leitmotiv o varios, mejor varios, el misterio, la ironía, la metaliteratura, y
se escribe con ellos desde la complicidad, no para quienes queremos saber qué
función cumplen esos elementos sino para quienes se sienten cómplices en el
dominio de una jerga, de unos, digamos, modales. Como un grupo de invitados
bien vestidos que se miran unos a otros reconociéndose y obtienen placer al
despreciar a quien no ha invertido, perdido diremos, su tiempo y su dinero en
conocer las tiendas de zapatos adecuadas, el material adecuado de las suelas, el
dinero mínimo que deben costar. Esta literatura proporciona, en efecto, una
satisfacción semejante de grupo de escogidos y, además, por un módico precio.
Son tres variedades de cursilería que además tienen en común esconder su
nombre. No son abiertamente cursis porque lo abiertamente cursi sólo tiene un
efecto balsámico momentáneo, un efecto que a mí no me importaría defender.
Por el contrario, lo encubiertamente cursi tiene un efecto continuado en la medida
en que no se ve, no es la pomada extendida sobre el pecho sino la gota diaria de
medicamento que uno se traga sin darse cuenta y al cabo de los meses van
apareciendo los efectos secundarios.
Bien, diré ahora que soy consciente de mi voluntad de no hacer una literatura
cursi, aunque al mismo tiempo soy consciente de que el peso de la cursilería no
es casual ni exclusivo de la literatura. Lo que se intenta en todos los ámbitos es el
volver a presentar el modelo injusto y violento en que vivimos como si fuera una
maravillosa caja de bombones. Eso sólo se puede hacer de un modo cursi, de un
modo que no inquiera sino que sólo envuelva y ponga lazos y cintas, porque
inquirir puede llevar a la necesidad de construir algo nuevo, mientras que para
seguir vendiendo lo mismo hacen falta canciones cursis y cambiar los envases, el
envoltorio. También, por último, soy consciente de que las voces que intentamos
decir otra cosa tal vez ni siquiera tengamos la consistencia de voces, debido a
nuestras dispersión y al peso del concierto dominante.
V.T. ¿Existe algún autor español actual al que te sientas próxima?
B.G. Existen momentos de autores españoles, a veces Alvaro Pombo, los
primeros libros de Millás. Pero creo que la clase de proyecto literario está muy
unida a un proyecto político. Y aunque es posible que haya autores y autoras que
compartan mi proyecto, precisamente por la situación en que estamos ni siquiera
les conozco.
V.T. ¿Qué relación tienes con la literatura latinoamericana? ¿Crees que en
Latinoamérica se está produciendo una narrativa distinta a la española?
B.G. Creo que la literatura latinoamericana que nos llega aquí, e insisto en
subrayar "que nos llega", la literatura que aquí se promociona, es sólo la que
sirve al mismo proyecto de nacionalcursilería al que me he referido en la primera
pregunta. Hablo en general, por supuesto, no he leído a todos los autores que
nos llegan, pero sí creo poder hacer un juicio sobre las tendencias que
encuentran mayor aceptación aquí. En enero del año 2000 fui jurado del premio
Casa de las Américas, en Cuba. Pasé doce días leyendo manuscritos junto a
narradores, pero también ensayistas y dramaturgos de toda Latinoamérica. Por
las conversaciones que tuve y los autores que conocí pude comprobar que a
veces allí se produce una narrativa, y sobre todo un tipo de ensayo distinto al
ensayo huero o publicitario que predomina en España. Sin embargo, son libros
que resulta muy difícil conseguir aquí.
V.T. ¿Es cierto que el dinero se ha infiltrado en la conciencia moral del sujeto,
como descubre el narrador de "La conquista del aire"?
B.G. Cuando existir, es decir, poder vivir, es decir, tener un empleo que te
permita comer, depende de la voluntad de quienes son propietarios de la materia
con que se hacen los empleos, es imposible que el dinero no se infiltre en la
conciencia moral. Lo que hoy dudo es si una conciencia sin libertad, una
conciencia sometida al poder, al arbitrio de quien puede, en última instancia por
la fuerza, privarte de un empleo y por lo tanto impedirte vivir, lo que hoy dudo es
si esa conciencia no libre puede e incluso debe ser moral.
V.T. Los sujetos que hablan en "La conquista del aire" provienen de esa izquierda
antifranquista que votó con entusiasmo en las elecciones de 1982. Sin embargo,
el desencanto se instala en ellos, una vez descubren, transcurrido el tiempo, que
la izquierda y ellos mismos se diluyen inevitablemente en la sociedad de valores
capitalistas en que viven. ¿Le queda algo más a la izquierda que su mala
conciencia por hablar "desde el mercado"?
B.G. Desde mi punto de vista, la izquierda que habla "desde el mercado" no
representa a ninguna izquierda. La izquierda hoy ha sido derrotada, no en las
elecciones en las que ganó el PP sino en la evolución histórica de la revolución
rusa. Lo que le queda a la izquierda es aprender de esa derrota, y desde ahí,
volverse a organizar.
V.T. Tus novelas quieren poner "la causa en escena", en expresión del personaje
de Simón en "Tocarnos la cara", es decir, construir un posible significado,
construir la construcción del presente. ¿Qué esperas conseguir con ello?
B.G. Esperaba conseguir con ello, como el técnico que construye una buena
bisagra para una buena puerta, un instrumento que sirviera para que, en efecto,
el presente fuera un lugar más grato y habitable. Digo esperaba porque hoy
empiezo a pensar que el peso de la institución literaria es tan fuerte que da igual
lo que hagas, nadie verá una bisagra, nadie verá una llave o una bombilla, sólo
verán literatura, y quién sabe si a lo mejor es que sólo están haciendo literatura.
Verán, veremos, el espejo donde se mira la burguesía para seguir oyendo que es
la más hermosa, que el mundo está bien hecho, que a Blancanieves no le importa
barrerle el suelo y hacerle la comida, que además de ser la más hermosa, sus
sentimientos son los más complejos, cada uno especial, único y superior.
V.T. ¿Sigues soñando con la revolución?
B.G. Un personaje de una de mis novelas dice: "el problema es la falta de
madurez de los sueños". Entiendo por sueños inmaduros aquellos que no van a
cumplirse nunca pero que, sin embargo, parece que podrían cumplirse porque
alguna vez se cumplen. Por ejemplo, soñar con que te toque la lotería, ya sea la
lotería del sorteo, ya que te toque un trabajo magníficamente bien pagado con un
horario pequeño y sin ninguna tensión. Estos sueños se le cumplen a algunas
personas, pero la posibilidad de que se cumplan mantienen a todas las demás
calladas, pasivas, a la espera. Son sueños inmaduros, es el sorteo del coche con
que las Cajas de Ahorros te camelan para que dejes de preguntarte por las 25
pesetas que te roban cada pocas horas. Ya sé que suele parecer lo contrario: se
suele decir que la revolución es un sueño inmaduro por lejano y casi imposible.
Sin embargo, si en España somos 40 millones de personas, 39 millones
novecientas noventa y nueve mil se morirán sin que les haya tocado la lotería y
seguramente al menos 30 millones habrán soñado con eso a menudo. Mi punto
de vista es que las relaciones laborales serían diferentes, las relaciones familiares
serían diferentes, los hallazgos intelectuales serían diferentes y mejores en un
país donde las tres cuartas partes de sus habitantes soñaran a menudo con la
revolución.
V.T. ¿Cuáles crees que son tus lectores?, ¿cuáles te gustaría que fuesen?
B.G. He llegado a pensar que las personas que leen mis novelas son personas
divididas, personas que por un lado quieren y necesitan lo que yo llamo el
escondite, la sensación a un mismo tiempo de protección y de fuerza que te
proporcionan las novelas, como si tú supieras algo que los demás no saben y eso
te hiciera distinto, te hiciera mejor al otorgarte una especie de doble vida que no
deja de ser falsa y peligrosa. Pero, por otro lado, esas personas saben lo que
tiene de engañoso el escondite y desarían, desearíamos, actuar.
V.T. ¿Sirve de algo hablar sin aliados?
B.G. Irene Arce en Lo real se pregunta de qué sirve saber sin aliados. Es el punto
de vista de quien piensa que el conocimiento o es conocimiento para la acción o
no es nada. Y actuar en soledad no le parece, tampoco a mí, posible. En cuanto a
hablar sin aliados, la cuestión es distinta. Hablar puede ser, me gustaría creerlo,
una forma de empezar a entablar alianzas.
V.T. ¿De quién has aprendido filosóficamente hablando?, ¿quién te ha enseñado
que la materia es la que hace avanzar la realidad, que la intención no es nada si
no va acompañada de la acción, que el sentido del individuo depende de la ley del
conjunto, que puede existir una responsabilidad colectiva?
B.G. Hay nombres concretos, y hay experiencias colectivas sin nombre. Juan
Blanco, la persona a la que está dedicada mi segunda novela, Tocarnos la cara,
es un filósofo que no escribe, da clases de filosofía en su casa y con él he
aprendido casi todas las cosas que has dicho. Las he aprendido hablando con él y
viéndole actuar. Otro nombre ha sido Miguel Verdaguer. Murió en el año 89 pero
creo que era de las pocas personas a las que he visto llevar a la acción todos esos
enunciados, tuvo un papel muy importante en la Escuela Popular de Prosperidad
de Madrid, además de en otros muchos colectivos. También he aprendido de los
libros que ha publicado Juan Carlos Rodríguez, La literatura del pobre o Teoría e
historia de la producción ideológica, por ejemplo. Y luego están Marx y Lenin,
Brecht, una parte de Aristóteles. Además de las personas cercanas.
V.T. ¿Qué papel han ocupado los movimientos feministas en tu formación
intelectual?
B.G. En la formación explícita, poco, no he sido una gran lectora de textos
feministas, no porque los rechace sino por las circunstancias que conforman cada
biografía lectora. En la formación implícita, un gran papel, por lo que me han
permitido hacer, conocer, por lo que sin su presencia y trabajo nunca hubiera
podido siquiera querer.
V.T. ¿Qué crees que han aportado las mujeres al análisis marxista de la realidad?
B.G. En lo que conozco, han aportado una visión de la explotación más amplia.
V.T. Sobre literatura y mujeres. Has lamentado en alguna ocasión que se insista
en separar la literatura de hombres de la de mujeres. ¿A quién diriges la crítica?,
¿al mundo editorial o a algunas feministas?
B.G. Cuando lo he lamentado ha sido siempre en contextos concretos. Son
contextos en los que no se habla de planteamientos feministas serios sino en los
que se aprovecha el tema de la mujer para llegar a una franja de consumidores
amplia. Lo aprovechan a veces quienes organizan mesas redondas, falsos debates
periodísticos, y también quienes elaboran historias destinadas a satisfacer las
apetencias consumistas de un sector del mercado. La tendencia a escribir una
literatura que se limite a dar al consumidor las necesidades que los grupos
dominantes en el mercado le han creado no es una tendencia ni mucho menos
exclusiva de las mujeres. Muchos autores la practican, y muchos eligen darle
precisamente literatura femenina en el mismo sentido en que se aplica este
adjetivo este adjetivo a las revistas femeninas. Hombres y mujeres escriben
literaturas de mujeres, como hombres y mujeres escriben literatura reacionaria o
tantas otras cosas. Dirijo la crítica precisamente a quienes utilizan el feminismo
como marca y no como proyecto político y, por lo mismo, son incapaces de ver
que también algunos, muchos diría, escritores utilizan esa marca. Todo esto tiene
poco que ver con posibles análisis serios sobre la producción de los textos
escritos por mujeres en lo que, eso sí, me interesaría que se cruzara también el
dato de la clase social.
V.T. ¿La rabia es una emoción necesaria para escribir?
B.G. Seguramente para escribir literatura se necesita una clase de rencor o de
rabia que suele estar muy cerca del rencor del trepa, a veces es rencor social y
otras es rencor existencial, rencor porque la vida podría haber sido más amable
con uno, con una. Digo que estas emociones, que creo haber experimentado,
están cerca del rencor del trepa porque, en el fondo, se espera obtener del
encierro y la loca perseverancia que exige la escritura una cierta rentabilidad.
Creo que esto es lo general, que la mayoría de los novelistas y poetas en algún
momento de decaimiento han obtenido energía de esas emociones. Hablo todo el
tiempo de los que escriben, diríamos, con la convicción de que tienen algo que
decir distinto de lo que los grupos dominantes encargan cuando piden libros de
recetas de cocina, guiones de series de televisión, novelas premiables o, en fin,
ese tipo de productos. Esos otros autores no necesitan rabia porque, por decirlo
de un modo materialista, ya saben cuánto les van a pagar. La rabia ayuda a
compensar la incertidumbre, y de verdad que digo todo esto sin el menor
cinismo, creo simplemente que así es como sucede. ¿Cómo querría que
sucediera? Me gustaría poder llegar a escribir un día sin rabia, como esos
hombres de los que hablaba Bertolt Brecht: "En una mañana gris se levantan
hombres en las habitaciones repletas de grises casas de inquilinato, toman un
tarro de pintura y se dirigen, en pequeños batallones, hacia las vacías calles de la
gran ciudad. Colocan a uno de ellos como centinela en la esquina y comienzan a
cubrir una pared con grandes y torpes letras. Se comportan con cuidado, pues
están en territorio enemigo; si se los descubre, caerán sobre ellos y los matarán
rápidamente... si tienen suerte. ¿Por qué escriben? Si no los sorprenden, podrán
leerse en la pared, durante algunas horas, tres letras: KPD (Partido Comunista
Alemán). ¿Qué resultados esperan de esto? ¿Se reirá el lector si lee que esos
hombres hacen eso por encargo de razón?". El texto de Brecht se refiere a una
situación política mucho más conflictiva y, por lo tanto, más dramática. Ese
dramatismo hoy no existe, pero sí la voluntad de llegar a escribir un día sin
ninguna rabia, tan sólo por encargo de razón.
Virginia Trueba es profesora en la Universidad de Barcelona. Ha editado la novela
de Ángel Vázquez, La vida perra de Juanita Narboni, en la editorial Cátedra.