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CONTENIDO EDITORIAL 3 DECRETO DE CONSTRUCCIÓN DEL FERROCARRIL DE BAHÍA DE CARÁQUEZ A QUITO. 1887 Pedro Reino Garcés 4 ORÍGENES DE LOS PRIMEROS ESTADOS Hipótesis sobre la sociedad clasista inicial en la territorialidad del Ecuador actual (Señorío de Picoaza-Cerro de Hojas y Jaboncillo) Manuel Eduardo Andrade Palma 10 SENTIDO Y EFECTOS DE LA INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA Jorge Núñez Sánchez 21 POR UN DOSEL PARA VER LA FIESTA DE TOROS La vanidad del obispo Alonso de la Peña Montenegro Álvaro Renato Mejía Salazar 26 CEDEÑO, SEDEÑO O ZEDEÑO Segunda parte Ezio Garay Arellano 37

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CONTENIDO

EDITORIAL 3

DECRETO DE CONSTRUCCIÓN DEL FERROCARRIL DE BAHÍA DE CARÁQUEZ A QUITO. 1887Pedro Reino Garcés 4

ORÍGENES DE LOS PRIMEROS ESTADOSHipótesis sobre la sociedad clasista inicial en la territorialidad del Ecuador actual (Señorío de Picoaza-Cerro de Hojas y Jaboncillo)Manuel Eduardo Andrade Palma 10

SENTIDO Y EFECTOS DE LA INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINAJorge Núñez Sánchez 21

POR UN DOSEL PARA VER LA FIESTA DE TOROSLa vanidad del obispo Alonso de la Peña MontenegroÁlvaro Renato Mejía Salazar 26

CEDEÑO, SEDEÑO O ZEDEÑOSegunda parteEzio Garay Arellano 37

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NÓMINA Y GENEALOGÍA DE EXTRANJEROS DEL ECUADOR PRESENTES EN CHILOÉ(1700-1900)Pablo A. Pérez 47

CRÓNICAS DE ANTAÑORamiro Molina Cedeño 57

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EDITORIAL

Las personas que deciden editar una publicación sobre temas históricos que circule periódi-

camente deben tener, de manera in-eludible, la convicción de que man-tienen un deber para con sus lectores y una responsabilidad para con la so-ciedad que la acoge.

Los editores de Spondylus tomaron como deber para con sus lectores el mantenimiento de características ta-les como el rigor por la verdad y cier-ta profundidad y calidad conceptual en las publicaciones que nuestros co-laboradores se dignan en enviarnos. Hemos mantenido ese mínimo de exigencia, aun sobre lo palpitante o de actualidad que pueda mostrar un tema; e inclusive sobre la nombradía del colaborador.

La responsabilidad que tenemos la asumimos como un deber y como una necesidad. Manabí –bien sabido

es– es una región con ausencias noto-rias de fuentes históricas documen-tadas que se encuentren en archivos, bibliotecas o instituciones. Elaborar una revista periódica de historia des-de Portoviejo resultaba una tarea do-blemente difícil que podía conllevar, incluso, a generar desconfianza y cre-dibilidad en nuestros colaboradores y lectores. Por tanto, debimos proceder con una notable responsabilidad para estructurar la publicación e imponer-la como material de lectura o de con-sulta en nuestra provincia y en el país.

De esa responsabilidad es de la que hoy nos sentimos orgullosos, puesto que creemos que, cumpliendo a ca-balidad con lo que nos habíamos im-puesto, hemos logrado hacer hoy que a nuestra ciudad y a nuestra provincia se la mire como sede de una publica-ción periódica de ciencias sociales res-petada y respetable.

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DECRETO DE CONSTRUCCIÓN DEL FERROCARRIL DE BAHÍA DE CARÁQUEZ A QUITO. 1887

Pedro Reino Garcés1

Puede volver a ser un sueño de lo real mara-villoso, el de repensar

en serio en la construcción de un tren, en el sentido contemporáneo, que par-tiendo desde Bahía de Ca-ráquez, o desde Manta, cru-zando las inmensas regiones manabitas, ora desérticas y necesitadas de alimento para ganados, ora repletas de productos y deseosas de buscar los mercados andinos, uniera las tres regiones de la patria.

En nuestra geografía de contras-tes insólitos, donde por un lado las lluvias asustan, Manabí se muere de sed, y está por temporadas sintiendo a sus poblados aislados y distantes, y, en otras, buscando la visita de tantos turistas que desde los Andes añora-mos tan bellas playas. Sería bueno acercarnos a tan rica gastronomía, a tanta gentileza de su gente, a tanto paisaje donde los ceibos nos abren los brazos urgentes, repletos de ese calor emblanquecido que acarrean las ga-viotas desde los esteros y los bosques. Sería bueno salir del mar repleto de

ocasos en la memoria, subir los Andes hasta el Chimborazo y recorrer en un solo tren una fantasía de llegar a la selva amazónica, por el sitio más ade-cuado, hasta mojarse y transfigurarse en verde orgullo de ecuatorianidad.

Desde luego, volver a este docu-mento significa estar alerta de los vende-patrias, de los entreguismos, de quienes quieren y han querido para sí los beneficios que les duren cientos de años. Mejor que nadie, los manabitas tendrán más razones para argumentar y sacar conclusiones so-bre lo que la historia nos informa des-de estas reminiscencias.

* Cronista Oficial y Vitalicio de San Juan de Ambato.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

El Congreso de la República del Ecuador /Decreta/:

Artículo únicoAcéptase la propuesta presentada

por el señor don Ignacio Palau para la construcción de un ferrocarril que, partiendo de Bahía de Caráquez, ter-mine en la capital.

Autorízase al poder Ejecutivo para que mande elevar dicho contrato a es-critura pública, de conformidad con las cláusulas siguientes, que están aprobadas:Art. 1. Ignacio Palau se obliga a cons-truir, equipar y administrar un fe-rrocarril de vía angosta, servido por vapor, entre Bahía de Caráquez y la ciudad de Quito, teniendo derecho a elegir los lugares más convenientes para el trazado definitivo.Art. 2. Los trabajos de ingeniatura comenzarán antes de seis meses, con-tados desde que se firme el contrato, y los trabajos de construcción, dentro del año siguiente. Diez años después de principiados los trabajos de cons-trucción quedará terminada la obra, salvo los casos fortuitos o de fuerza mayor.Art. 3. El ferrocarril partirá de un punto de la Bahía, y la comunicación entre este punto y la población de Caráquez será servida por buques de vapor.Art. 4. El empresario construirá tam-bién una línea telegráfica o telefónica de Quito a Bahía de Caráquez, de la que podrá hacer uso el público, pa-gando los despachos según la tarifa

que se fijará de acuerdo con el Gobier-no. El uso de esta línea será gratuito para todos los asuntos oficiales. Del mismo modo, el empresario podrá hacer uso gratuito del telégrafo entre Guayaquil y Quito, para asuntos rela-cionados con el presente contrato.Art. 5. El Supremo Gobierno se reser-va el derecho de inspeccionar los tra-bajos de construcción del ferrocarril, y cuidar que se cumplan las condicio-nes de este contrato, para lo cual po-drá nombrar un ingeniero de su con-fianza, previo cuyo informe aprobará el trazo definitivo de la línea.Art. 6. Las tarifas por pasajes y fletes serán preparadas de acuerdo entre el Gobierno y la Empresa.Art. 7. Las valijas del correo con sus conductores, los empleados y tropas provistas de pasaportes que lo expe-dirán únicamente el poder Ejecutivo y los Gobernadores de provincias, se-rán conducidos gratis en la línea; y, en caso de que el Supremo Gobierno ne-cesitase mandar tropas o materiales de guerra, la Empresa proporcionará trenes especiales, y en el número que fueren necesarios, sin que por este servicio reciba remuneración alguna. Del mismo modo proporcionará gra-tis coches especiales al Presidente de la República y Ministros Secretarios de Estado.Art. 8. El empresario construirá un muelle en conexión con la línea férrea, y otro en Bahía de Caráquez; el uso de este último será obligatorio para la carga y descarga de todos los buques y embarcaciones que entren o salgan de dicho puerto. La operación de pa-

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sar efectos de los buques al muelle principal, y viceversa, estará sujeta al pago de un centavo de sucre por cada diez kilogramos de peso; y, el pro-ducto de este impuesto se aplicará a la amortización de los intereses a que se refiere la cláusula 9ª. El tránsito de personas y efectos, por el muelle co-nexionado con la línea, estará libre de todo gravamen.

La extensión de los muelles a que se refiere el inciso anterior será deter-minada de acuerdo entre el Gobierno y la Empresa.Art. 9. El empresario construirá de su cuenta y con su capital el ferrocarril, que es materia del presente contrato, y el Gobierno le garantiza el interés del seis por ciento anual sobre treinta mil sucres por cada kilómetro de fe-rrocarril construido; computándose en este precio los trabajos de ingenie-ría, vapores, muelles, material rodan-te y demás anexidades de la Empresa.Art. 10. Para el pago de los intereses fi-jados en el artículo anterior se destina:1. El producto de las aduanas de

Manabí, deducidos los gastos de su administración, y sin compren-derse en dicho producto el recar-go del veinte por ciento sobre los derechos de importación. Ese pro-ducto será entregado directamente al empresario por los administra-dores de las prenombradas adua-nas, quincenalmente, desde que se firme la escritura del presente contrato.

2. El rendimiento neto del ferrocarril materia de este contrato.

3. El producto del muelle principal que debe construirse en Bahía de Caráquez.

4. El valor de los lotes de tierras bal-días a que se refiere la cláusula 14.

Art. 11. Antes de recibir el valor ex-presado en el artículo precedente, el empresario otorgará una garantía a satisfacción del poder Ejecutivo por la suma de cien mil sucres: la cual será aumentada a medida que llegue a ser insuficiente para asegurar las cantidades que reciba el empresario y los intereses del doce por ciento anual con que debe restituirlas, caso de no llevarse a efecto la obra.Art. 12. El Gobierno no podrá dar otra inversión a las rentas destinadas a esta obra.Art. 13. El empresario dentro del año siguiente al de elevado a escritura pú-blica este contrato, abrirá una trocha de diez metros de ancho entre Chone y Santo Domingo, refeccionará el ca-mino nacional existente entre Santo Domingo y Quito, y mantendrá uno y otro en estado de servicio para el trá-fico entre Chone y esta capital, hasta que el ferrocarril reemplace y vuelva innecesaria esa vía provisional.Art. 14. Por cada lado del ferrocarril desde Santo Domingo hasta Bahía de Caráquez, se medirán lotes sucesivos de terreno de un miriámetro cuadra-do cada uno,1 los que se repartirán alternativamente por iguales partes y por cada lado de la vía entre la na-ción y el empresario, y se concederán a este diez lotes más de igual medida

1 Equivale a diez mil metros o diez kilómetros.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

de terrenos baldíos donde los pidiese. El Gobierno otorgará los títulos de pro-piedad al empresario, al comenzarse los trabajos del ferrocarril. Si en la designa-ción de los lotes antedichos tocare éste con terrenos de comunidad, de propiedad Municipal o privada, o con baldíos poseídos por particulares, podrá tomar en compensación lotes de igual medida en los terrenos naciona-les o baldíos existentes en cualquier otro punto de la provincia de Manabí.

El valor legal de los terrenos, que según el inciso anterior se adjudiquen al empresario, se imputará al pago de intereses de que habla el artículo 9.Art. 15. El empresario tendrá derecho para dar uso al público las seccio-nes del ferrocarril a medida que las construya, y sus productos netos se aplicarán también al pago de los in-tereses estipulados en el art. 9; pero si el ferrocarril llegase a producir en cualquier tiempo más de un seis por ciento sobre el capital presupuesto, todo su producto quedará a favor del empresario, y cesará la obligación del Gobierno a este respecto.Art. 16. Una vez que el empresario se haya cubierto de lo que el Gobierno le adeude por razón de los intereses garantizados, pasarán las Aduanas a poder del Estado; y, terminado el pri-vilegio que se le concede, y aunque el señor Palau fuese acreedor del Fisco por razón del presente contrato, que-dará completamente extinguida la

deuda, y el producto de las Aduanas pertenecerá al Estado.Art. 17. El Supremo Gobierno pondrá a la disposición del empresario, sin cargo ninguno para este, la faja del terreno necesaria para la construcción del fe-rrocarril, y hará, a costa del empresa-rio, la expropiación necesaria para la construcción de las estaciones, oficinas, bodegas y talleres. La obra será consi-derada de utilidad pública para todos los efectos legales.Art. 18. El empresario podrá utilizar la parte del camino construido por cuenta del Estado.Art. 19. Todos los materiales y má-quinas para la construcción y explo-tación del ferrocarril, del muelle, del telégrafo o teléfono, de los buques de vapor y demás anexidades, quedan exentas del pago de derechos de im-portación nacionales, municipales y de cualquier otro impuesto creado o por crearse, así como la Empresa que-da libre de toda contribución o im-puesto fiscal, municipal o de guerra creado o por crearse.

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Art. 20. Los empleados y peones de la Empresa quedan exentos de todo ser-vicio público, civil o militar, excepto en caso de guerra exterior.Art. 21. El empresario será libre para todo lo que corresponda a la ad-ministración de la Empresa y para nombrar, dotar y remover a sus em-pleados; pero, en caso de conmoción interior, el Gobierno tiene el derecho de indicar la remoción de empleados y la Empresa accederá.Art. 22. El empresario tendrá derecho para proveerse de los materiales de construcción y explotación que nece-site, de los terrenos y bosques nacio-nales, sin remuneración alguna.Art. 23. En los contratos que la Em-presa celebre con individuos parti-culares, el Gobierno, por los medios legales, le prestará auxilio para la cumplida ejecución de tales contratos.Art. 24. La duración del presente con-trato será de noventa y nueve años, durante los cuales ninguna otra per-sona, compañía, empresa ni el mismo Gobierno Nacional ni los de las pro-vincias, podrán construir línea férrea ni de alambre entre Quito y Bahía de Caráquez ni entre dos o más de sus puntos intermedios; como tampoco podrán construir otro muelle en di-cho puerto.Art. 25. Ambas partes contratantes quedan sujetas recíprocamente a la indemnización de daños y perjuicios por falta de cumplimiento en las esti-pulaciones de este contrato.Art. 26. El empresario queda autori-zado para asociarse a otras personas,

dentro o fuera de la República, para la ejecución de este contrato, y el Go-bierno se obliga a reconocer a cual-quiera sociedad o compañía que se forme al efecto, con los mismos dere-chos y obligaciones.Art. 27. Las escrituras públicas que hayan de extenderse entre el Gobier-no y el empresario, y que tengan rela-ción con el presente contrato, quedan libres de todo derecho fiscal.Art. 28. Las cuestiones o diferencias que puedan surgir entre el Gobierno y el empresario serán en todo caso resueltas por árbitros arbitradores, designados uno por cada parte, y un tercero por aquellos. El fallo arbitral será inapelable. El empresario renun-cia toda reclamación diplomática, a no ser para la ejecución del laudo.Art. 29. Cumplidos los noventa y nue-ve años de que habla el art. 24, el fe-rrocarril con todo su material rodante y demás anexidades, y los muelles y vapores en perfecto estado de servi-cio, pasarán gratuitamente a ser pro-piedad de la nación.Art. 30. Si el ferrocarril no estuviese concluido dentro de los plazos esti-pulados en el art. 2, cesará el abono y pago de intereses por todo el capital empleado y por el tiempo de la mora. Igual cesación tendrá lugar siempre que, comenzada la obra, se suspen-dan los trabajos de construcción por más de un año, en cuyo caso el em-presario perderá los intereses corres-pondientes a la interrupción que ex-ceda del año consecutivo.

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Art. 31. Este contrato caducará y que-dará de hecho resuelto si el empresa-rio no diese principio a la obra dentro del plazo fijado en el art. 2, debiendo entenderse por principio de la obra, el empleo en ella, por lo menos de treinta mil sucres; bien sea en trabajos sobre el terreno, bien en introducción de útiles y materiales destinados al ferrocarril.Especificaciones

1. El ancho del camino o de la plata-forma al nivel superior del lastre será de 2,50 centímetros.

2. Los taludes de los terraplenes ten-drán un declive de 1,50 metros de base por uno de altura, y los de las excavaciones el que permitan las diversas clases de terrenos.

3. Las obras de arte, tales como puen-tes, alcantarillas, serán de mampos-tería o de hierro, o de ambos mate-riales combinados.

4. El radio mínimum de las curvas será de sesenta metros.

5. La pendiente máxima será de cua-tro por ciento en línea recta, y de uno por ciento en curvas de sesen-ta metros de radio.

6. Los rieles serán de acero y del peso de veintidós kilogramos por metro lineal, y su forma la que se deno-mina T.

7. El ancho de la vía, entre los rieles, será de 0,92 centímetros.

8. Los durmientes serán de madera

incorruptible y tendrá 1,08 centí-metros de largo, 0,18 centímetros de ancho y 0,13 centímetros de grueso.

9. Los durmientes se colocarán a la distancia de 0,75 centímetros, más inmediatos en las junturas.

10. Habrá dos estaciones de primera clase a los extremos de la línea, y las demás, de segunda clase, que fueren necesarias.

11. El número de locomotoras, carros y wagones será el siguiente:• Dos locomotoras para pasajeros.• Dos id. para carga.• Diez carros abiertos para id.• Diez id. cerrados para id. • Cinco wagones de primera clase.• Diez id. de segunda y una ba-

lanza de plataforma.Dado en Quito, capital de la Re-

pública, a seis de agosto de mil ocho-cientos ochenta y siete.- El Presiden-te de la Cámara del Senado, Camilo Ponce.- El Presidente de la Cámara de Diputados, Aparicio Rivadeneira.- El Secretario de la Cámara del Senado, Manuel M. Pólit.- El Secretario de la Cámara de Diputados, José María Ban-deras.

Palacio de Gobierno en Quito, a 9 de agosto de 1887.- Ejecútese.- J.M. P. Caamaño.- El Ministro de lo Interior, J.M. Espinosa”.

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Una pregunta inquieta a la comu-nidad ecuatoriana y la misma requiere de respuesta: la apari-

ción del Estado, como el más profundo proceso de cambio registrado en su his-toria. A la luz del conocimiento, este con-tenido y pensamiento genera multiplici-dad de preguntas. ¿Dónde surgió ese primer Estado? ¿En qué contexto apa-rece? ¿Cuándo aconteció? ¿Qué sucedió para que sociedades con exigua diferen-cia social sobrevinieran en estructuras sociales vigorosamente jerarquizadas? ¿El orbe urbano conduce al surgimiento del Esta do, o es el Estado el que engen-dra lo urbano? ¿Cuál es la concordancia entre las iniciales ciudades y el naciente Estado? ¿Por qué algunos investigado-res consideran tal proceso como “revo-lución urbana”? ¿Por qué si coexistimos entre ciudades y Estado, es tan habitual que ambos preexistan? ¿Cómo construc-ciones sociales que son, tienen su razón de ser-aparecer, pero cómo surgen? ¡He allí el dilema!

La percepción inicial que aflora, es que el orbe urbano, con su cotidiana

afluencia de humanos y de contrastes, es un referente “natural”, señal de que ha estado allí desde el inicio. Pero, des-de la óptica histórica y considerando la evolución de la especie humana y sus etapas de desarrollo social, el fenóme-no urbano es reciente. Si nos ubicára-mos en retrospectiva unos 6.000 años antes de nuestra era, sin lugar a dudas, no encontraríamos sitio alguno con las perspectivas de asimilar el concepto ciudad o poblado urbano. Pero a raíz de estas dataciones históricas, en todo el planeta se gestan procesos que ge-neran mutaciones sociales sin paran-gón. Los diversos grupos humanos se juntan y empiezan a coexistir en sus movilizaciones y supervivencias, es-tablecen sus modos de vida y produc-ción sedentarios; se forjan nuevas re-laciones sociales y aflora la necesidad de crear centros urbanos, en los que se gestan las condiciones auspiciadoras de los primeros Estados.

El concepto ciudad, como estructu-ra arquitectónica-social, sería el de po-blación congregada en una territoriali-dad delimitada. Pero esto conlleva otras connotaciones inmersas en la prolifera-ción, diversificación y especialización de actividades socioeconómicas, ge-

ORÍGENES DE LOS PRIMEROS ESTADOSHipótesis sobre la sociedad clasista inicial

en la territorialidad del Ecuador actual (SEÑORÍO DE PICOAZA - CERRO DE HOJAS Y JABONCILLO)

Manuel Eduardo Andrade Palma*

* Abogado, especializado en Derecho Inter-nacional, máster en Ciencias Jurídicas. Uni-versidad Amistad de los Pueblos “Patricio Lumumba”, Moscú.

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neradoras de un nuevo proceso de de-sarrollo cultural que cambia la visión cosmológica comunitaria, originando sistemas de comunicación y de expre-sión, lo que sobrelleva la concentración y construcción de todo tipo de elemen-tos arquitectónicos. Esto hace que sur-ja la urgencia de administrar estas na-cientes ciudades, por lo que impera la necesidad de integrar siste mas políti-cos, para establecer la autoridad y jerar-quía de los líderes gobernantes del con-junto social, los mismos que se manejan

mediante la extracción de impuestos, de prácticas admi nistrativas y ejercien-do mandatos legales comunitarios, que requieren para su hegemonía; es-tableciendo, de esta manera, su control a través de un aparato coercitivo. Esta caracte rización, enunciada en términos tan generales, serviría para cualesquier medio urbano desarrollado o poblado rural congregante de núcleos familiares, inmersos en una nueva dinámica de re-laciones sociales y modos de producir.

Inicios de las formaciones socialesSociedades entre problemas y utopías, elementos conceptuales

• Desde su origen, los seres huma-nos establecen entre ellos relacio-nes sociales, organizan sociedades y construyen territorios.

• Los seres humanos tienen necesida-des básicas e intereses particulares.

• La sociedad se relaciona con la natu-raleza a través del trabajo. Los seres

humanos extraen de la naturaleza los bienes que consideran valiosos para satisfacer sus necesidades bási-cas y realizar sus intereses.

• Los integrantes de la sociedad realizan acciones individuales y colectivas; y, a través de ellas, pro-ducen la realidad social.

Referente: comunidad primitiva de cazadores recolectores pre-tribales

En tanto comunidad primitiva, esta sociedad se caracteriza por la falta de pro-ducción sistemática de excedentes y la ausencia de clases sociales. Lo distintivo de la misma, en cuanto a los contenidos de la propiedad, es que ésta se establece sobre la fuerza de trabajo y los instrumen-tos de producción. No se ha establecido la propiedad real sobre los objetos naturales de producción. Puede decirse que la apro-piación de los medios naturales de pro-

ducción es resultado del trabajo y no una condición necesaria para la producción. La forma de la propiedad que cualifica a las relaciones fundamentales de produc-ción es colectiva, con diversas formas de posesión particular e individual. Los me-dios naturales de producción son también objeto de formas particulares de posesión consensual (véase trabajo de Luis Guiller-mo Lumbreras, [1982, 84, 86]).

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Los territorios del mundo contemporáneo

Referente: comunidad primitiva tribal

El modo de producción de la comunidad tribal se caracteriza porque, si bien se mantie-nen las formas colectivas de la propiedad, ésta se constituye también en propiedad efectiva sobre los medios naturales de producción, ta-les como la tierra, el ganado, los cotos de caza o las áreas de pesca o recolección.

Cuando se desarrolla la producción de alimentos, la sociedad invierte fuerza de tra-bajo en los objetos naturales de producción, interviniendo en el control de la reproducción biológica de las especies alimenticias. Pero, para poder estabilizar una economía sobre esas bases, se requiere asegurar la propiedad real sobre tales objetos de trabajo, con el fin de impedir su apropiación por otros pueblos. En esta sociedad, la apropiación de la natura-leza no es solo un resultado de la producción, sino una condición para la misma.

Una de las formas de garantizar la pro-piedad comunal sobre todos los elementos del proceso productivo, como condición para la producción, es el crecimiento de-

mográfico, posibilitado por la elevación de la productividad media del trabajo. Sin embargo, para que este mayor número de población adquiera cualitativamente la ca-pacidad efectiva de defender la propiedad comunal, se requiere de una nueva forma de organización social que comprometa re-cíprocamente a los miembros de toda una comunidad, en un sistema de relaciones de mayor escala. Ésta es, en sentido estricto, la organización tribal.

La organización tribal se estructura sobre un modelo analógico de las relacio-nes de parentesco que, en parte, regula la distribución de la fuerza de trabajo a través de la filiación real. Pero, en realidad, es una organización multifuncional.

En principio, el “parentesco” clasificatorio sobre el cual se organiza la estructura tribal es, de hecho, la forma particular que, en estas sociedades, adquieren las relaciones funda-mentales de producción” (véase trabajo de Luis Guillermo Lumbreras, [1982, 84, 86]).

Los primeros seres humanos y las primeras formas de organización social

• Alrededor de cuatro millones de años atrás, los primeros seres hu-manos establecieron entre ellos re-laciones sociales y protagonizaron importantes aprendizajes: como andar erguidos, fabricar herra-mientas y explicar por qué hacían lo que hacían y transmitir a otros sus experiencias y vivencias.

• Durante el paleolítico, los grupos humanos fueron cazadores y reco-lectores; se trasla da ban constante-mente en busca de alimentos.

• Entre los grupos de cazadores y recolectores existió una división sexual y social del trabajo.

La especie Homo sapiens fue capaz de sobrevivir en el mismo medioambien-

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No. 31 • Un encuentro con la historia

Referente: la revolución clasista

En la fase cacical se agudizan las contra-dicciones de la sociedad tribal. Internamente, se hace cada vez más difícil compatibilizar la coparticipación en las decisiones sobre disposición de los elementos del proceso productivo y la distribución igualitaria en que se objetiva la propiedad colectiva, con una estructura social jerarquizada que mantiene a un grupo de trabajadores especializados (controlando la circulación de sus productos o el uso de su trabajo), y que decide sobre el uso de la fuerza de trabajo de la comunidad. Externamente, el equilibrio de fuerzas en las

relaciones intercomunales –que se mantiene gracias a sistemas de intercambios equili-brados y al potencial defensivo de cada co-munidad– tiene un límite que terminará por ceder a las presiones de unas sobre otras por la obtención de recursos desigualmente dis-tribuidos en la geografía y de acceso limitado por las propiedades comunales. El desarrollo de las desigualdades internas y externas con-ducirá a la crisis de la comunidad primitiva y al proceso de conformación de clases sociales y estado (véase trabajo de Luis Guillermo Lum-breras, [1982, 84, 86]).

te que el mamut, mejorando su cultu-ra material. Tanto la evolución como el cambio cultural pueden ser consi-derados como adaptaciones al medio ambiente. El medioambiente significa el conjunto de la situación en la cual tiene que vivir una criatura: no abarca únicamente el clima y el relieve, sino

también factores tales como la provi-sión de alimentos, enemigos animales y, en el caso del hombre, incluso las tra-diciones, costumbres y leyes sociales, la posición económica y las creencias religiosas (V. Gordon Childe, arqueólo-go australiano, que vivió entre 1892 y 1957. Los orígenes de la civilización).

Las sociedades tributarias

• Hace alrededor de 12.000 años, algunos pueblos que vivían en el Cercano Oriente “inventaron” la agricultura y comenzaron a pro-ducir sus propios alimentos. Cerca de 5.000 años atrás, pueblos que habitaban el continente americano protagonizaron un proceso similar (Valdivia, en Ecuador).

• La producción de un excedente de alimentos provocó una nueva di-visión sexual-social del trabajo y

originó diferencias de riqueza, po-der y prestigio entre los integran-tes de la sociedad.

• Las diferencias sociales se mani-festaron en una nueva división y organización del espacio.

• Las sociedades agrícolas constru-yeron ciudades y organizaron Es-tados. Una minoría controló el uso de los excedentes acumulados y comenzó a exigir la obediencia de la mayoría de la población.

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• En las sociedades de la antigua Mesopotamia asiática y del an-tiguo Egipto, la mayoría de la población eran campesinos que estaban obligados a entregar una parte de su trabajo y una parte de su producción a los gobernantes en concepto de tributos.Cuando se empiezan a gestar en

el orbe planetario transformaciones

sociales sin precedentes, en la movi-lidad, la sedentarización y la agricul-tura, la organización, la producción, la distribución de los excedentes, la división del trabajo, la jerarquización de la sociedad, reorganización de los espacios territoriales, se establecen las primeras ciudades. Y con ellas, el ori-gen de los primeros Estados.

Referente: la sociedad clasista inicial

El factor de desarrollo de las fuerzas productivas que agudiza las contradiccio-nes internas de la formación tribal cacical, generando la necesidad de un nuevo siste-ma de relaciones sociales de producción, es el surgimiento del conocimiento especiali-zado, con el que se establece una nueva división social del trabajo, entre el trabajo manual de los productores directos y el tra-bajo intelectual. El campo del conocimien-to especializado, cuyo uso se convierte en factor de desarrollo de la productividad del trabajo, puede ser cualesquier clase de fe-nómenos naturales o sociales que resulten estratégicos para la sociedad: medición del tiempo y predicción de eventos climáticos claves para la agricultura, procesamiento de metales, construcción de sistemas de

irrigación, manejo de los procesos de in-tercambios extracomunales, organización militar, etc.

Para la mantención de estos especialis-tas, cuya actividad se hace necesaria y es monopolizada por la organización central de la sociedad, se requiere que los pro-ductores directos transfieran parte de su producción. Esto se asegura a través del sistema jerarquizado de toma de decisio-nes y uso de la fuerza de trabajo que, en principio, está posibilitado por la estructura cacical. Con lo cual la transferencia perma-nente de plustrabajo o plusproducto se convierte en un sistema social de enajena-ción de excedentes, es decir, de explota-ción clasista (véase trabajo de Luis Guillermo Lumbreras, [1982, 84, 86]).

La Lista de Childe

¿Qué hay de nuevo cuando surgen los primeros Estados y sus ciudades? La respuesta no es sencilla y depende, en buena medida, de las posiciones teóricas desde las que los investigado-res se aproximan al problema. Dentro

de ese amplísimo conjunto, uno de los estudiosos que, sin duda, se destaca más es el arqueólogo australiano Vere Gordon Childe, quien planteó diez cri-terios, los mismos que son conocidos como la Lista de Childe (1950, 272-275), que permitían distinguir el con junto de transformaciones que conducían al ur-

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banismo y al Estado. Éstos podrían ser enunciados del siguiente modo: 1. La aparición de las primeras ciuda-

des, diferenciables de los poblados previos por extensión y densidad.

2. La división, del trabajo, con la apa-rición de especialistas a tiempo completo.

3. La concentración del excedente de producción como tributo impues-to a los pro ductores.

4. La construcción de edificaciones públicas monumentales.

5. La divi sión de la sociedad en clases, con una “clase gobernante” recepto-ra de la mayor parte del excedente;

6. La aparición de la escritura como sistema de registro.

7. La elaboración de ciencias exactas y predictivas, tales como la aritmé-tica, la geome tría o la astronomía;

8. La elaboración y expansión de nuevos y más homogéneos estilos artísticos.

9. La importación por vía comercial de materias primas no acce sibles localmente.

10. Una organización estatal que se basa más en la residencia que en el parentesco.Los diez indicadores propuestos

destacan por una cuestión en particu-lar, corresponden a dos grandes tipos de variaciones: las de índole cuantitati-va, y las de índole cualitativa.

En efecto, por una parte, aparece un conjunto de criterios en los que lo decisivo parece ser del tamaño y di-mensiones de lo que se registra en una

sociedad estatal y urbana respecto del mundo previo: mayor concentración poblacional que la correspondiente a una aldea (criterio 1), mayor especia-lización laboral, que, en menor escala, puede advertirse en contextos no-estatales (crite rio 2), construcciones públicas de mayor porte, no del todo desconocidas en las sociedades aldea-nas (criterio 4), estilos artísticos más homogéneos, aunque frecuentemente anclados en los patrones iconográfi-cos y simbólicos pre-exis tentes (cri-terio 8), mayor volumen de los inter-cambios de larga distancia (criterio 9).

Y, por la otra parte, aparecen una serie de novedades cualitativas: la tributación, en tanto práctica regular y obligatoria de cesión de excedentes (criterio 3), la emergencia de una clase gobernante, apropiadora del tributo, y diferente por ello de las eventuales élites no-estatales, como las que se re-conocen en las sociedades de jefatura (criterio 5), la aparición de un sistema de registro como la escritura y su in-fluencia sobre las “ciencias exactas” (criterios 6 y 7), la constitu ción de un nuevo tipo de lógica social que no de-pende de los principios sociales pro-pios del parentesco (criterio 10).

Esta distinción entre características cuantitativas y cualitativas en referen-cia al proceso en que se originan las ciudades y los Estados puede ser de algún interés, en tanto y en cuanto, permite jerarquizar tales indicadores respecto de la pregunta por las nove-dades que fundan el mundo estatal y urbano.

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Es que, en efecto, por un lado apa-recen cambios cuantitativos que básica-mente indican que, al final del proceso, hay más de lo que antes había menos; y, por otro lado, hay cambios cualitativos que implican que ahora hay algo que an-tes no había. Dicho de otro modo, para que tenga lugar una revolución urbana, no basta con que haya más gente vivien-do junta y haciendo cosas similares a las que se hacían antes aunque en mayores proporciones: es necesario que sucedan cosas nuevas. Esas cosas nuevas son fundamentales para comprender el pro-ceso de cambio, porque permiten esta-blecer la especificidad del nuevo tipo de sociedad. Entiéndase bien, no se trata de que los criterios cuantitativos carezcan de impor tancia para la caracterización del proceso: las magnitudes del mun-do urbano son, por lo general, mayores respecto de las del mundo preexistente, pero esas magnitudes obedecen a otra escala. Las primeras ciudades no eran simplemente aldeas de gran tamaño; las primeras ciudades eran algo cualitativa-mente nuevo para el concepto social.

En este sentido, los criterios cualita-tivos de la Lista de Childe resultan de importancia crucial, en tanto indican el advenimiento de nuevos elementos, que no preexistían en menor medida en la sociedad precedente. Si bien los crite-rios cualitativos apuntados por el estu-dioso son de diversos rangos (el carác-ter nove doso de las “ciencias exactas”, por ejemplo, depende de la existencia de especia listas de tiempo completo y de un nuevo sistema de registro), hay algo que subyace a todos ellos. En efec-to, la constitución de un nuevo modo de organi zación social no basado en el

parentesco, la existencia de una “clase gobernan te” que acapara el excedente por medio de la tributación, la cual –a su turno– implica la presencia de fun-cionarios que dependen de esa “clase” y que dispo nen de nuevos mecanismos de registro escrito, todos estos elementos poseen un común denominador: la exis-tencia de lo que Max Weber identificó en 1922, en su caracterización del Estado, como el monopolio legítimo de la coerción.

Ciertamente, es a través de la dis-ponibilidad de los medios de coerción que un sector minoritario de la socie-dad es capaz de imponer su voluntad a la mayo ría de la población, de ex-traer un tributo regular y permanente, de regimentar y sostener los cuerpos de burócratas y especialistas a su ser-vicio. Y, por cierto, de dirigir los proce-sos de índole cuantitativa, tales como los que refieren a la con centración poblacional, el mantenimiento de una gran diversidad de especialis tas, la construcción de obras de gran porte, la elaboración de estilos artísticos, la rea-lización de los intercambios de larga distancia. Así, la existencia de tal mo-nopolio de la coerción en manos de una minoría, es algo radicalmente nuevo, con una extraordinaria capacidad para reformular los modos de organización social preexistentes. Una vez que exis-te, las cosas ya no son las mismas. Allí radica el carácter más propiamente re-volucionario del proceso al que Childe llamó “revolución urbana”.

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Antes del urbanismo y del Estado

Ahora bien, para comprender más profundamente el sentido de los cam-bios que introduce, en la sociedad, la existencia del monopolio de la coer-ción, es necesa rio considerar cómo eran las sociedades que anteceden al urba-nismo y al Estado. Aquí, nuevamen-te, la distinción entre características cuantitativas y cualitativas puede ser de utilidad. En efecto, por un lado, en una comparación cuantitativa con las sociedades estatales, las organizaciones sociales no-estatales, que usualmen te se reconocen con el nombre de comuni-dades, suelen caracterizarse por niveles sensiblemente más bajos de cantidades de habitantes y de nucleamiento pobla-cional, por una limitada especialización del trabajo –que básicamente se produ-ce siguiendo criterios de sexo y edad–, por la menor magnitud de sus edifi-caciones y demás emprendimientos colectivos, y por un tipo de diferencia-ción social que, si bien puede admitir la presencia de ciertas élites, no produce divisio nes en grupos sociales con pre-rrogativas profundamente desiguales.

Sin embargo, más allá de estas ca-racterísticas que tienden a describir las organizaciones sociales comunales en términos negativos, por aquello que está “ausente” o se dispone en menor cuantía, existe un criterio cualitativo central para establecer la especifici-dad de las sociedades que preexisten al mundo urba no y estatal: se trata de la importancia decisiva del paren-tesco como práctica de articulación social. La vía etnográfica resulta espe-

cialmente informativa acerca de esta posición dominante del parentesco en las comunidades no-estatales. Desde un punto de vista político, el lideraz-go en este tipo de sociedades suele definirse en función de la posición generacional de los jefes, o bien de la descen dencia que los conecta de ma-nera directa con el ancestro fundador de la comu nidad. Desde un punto de vista económico, las prácticas asocia-das a la circula ción de bienes suelen ser de índole sensiblemente diversa si esas transacciones tienen lugar entre parientes, entre quienes, en los térmi-nos del antropólogo Marshall Sahlins, incidirán formas de reciprocidad ge-neralizada o equili brada, o entre in-dividuos de comunidades diferentes, entre quienes predomina rán diversos modos de reciprocidad negativa. Y, desde un punto de vista ideo lógico, la posición dominante del parentesco puede advertirse tanto en la creen cia de que todos los integrantes actuales de la comunidad descienden de un antepasado común como en la defi-nición de los lazos que las entidades sobre naturales (dioses, héroes y otros personajes míticos) trazan entre sí o con la comunidad en términos de re-laciones parentales.

En las sociedades articuladas por el parentesco, el principio básico que orga niza la trama social es la norma mo-ral de la reciprocidad, la cual, de acuerdo con el sociólogo Alvin Gouldner,

plantea dos exigencias mínimas relacio-nadas entre sí: 1. la gente debe ayudar a quien le ha ayudado, y 2. la gente no debe perjudicar a quien le ha ayudado.

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En función de tal norma recíproca, la práctica del parentesco implica un deber de generosidad, de ayuda mu-tua entre los inte grantes de la socie-dad cuya existencia regula e implica también un tipo de límites:

Allí donde el parentesco organiza, no hay espacio para que se entablen prácticas contrarias a tal norma de la reciprocidad. Esto es especialmente visible en relación con el ámbito de la gestión política de las comunidades no-estatales: la posición dominante del parentesco implica la presencia de un límite que –si bien no se opone a toda forma de liderazgo– impide la estructuración de una diferenciación social fuerte en el interior de cada co-munidad. En efecto, existe una vasta gama de sociedades que suele agru-parse con el nombre genérico de “je-faturas”, en las que existe un líder, asociado a posiciones de prestigio social. Sin embargo, en la medi da en que, como indica Sahlins, “la organi-zación de la autoridad no se diferen-cia del orden del parentesco” (1983 [1974], 149), tal líder no puede atrave-sar el límite que el parentesco impone a la estructuración de una desigual-dad social plena. Es por ello que no es posible que ese tipo de líderes acceda, en el interior de sus sociedades, al monopolio de la coerción física.

Ahora bien, dado que tal diferen-ciación y tal monopolio de la coerción constituyen condiciones sine qua non para la existencia del Estado, esto signi fica que la posición dominante del parentesco se halla en abierta con-tradicción con el proceso que implica el advenimiento del Estado. Como

diría el antropólogo Pierre Clastres, las sociedades sin Estado son socie-dades contra el Estado. Parentesco y Estado organizan situaciones radi-calmente diferentes porque la norma de la reciprocidad resulta plenamen-te incompatible con las relaciones de dominación sustentadas en el mono-polio de la fuerza. Planteado en estos términos, el asunto resulta un tanto paradójico: si las sociedades anterio-res al Estado estaban organizadas por el parentesco, y el parentesco impide la aparición de lazos sociales como los que implica el Estado, ¿cómo pudo originarse la sociedad estatal?

Hipótesis sobre los orígenes

Las respuestas que a lo largo del tiempo han ofrecido los investigado-res de élite a este interrogante consti-tuyen un conjunto sumamente exten-so, y no habría suficiente espacio en esta sucinta investigación para referir a todas ellas, incluso, si solo se tratara de hacer una lista con cada hipótesis y cada variante que ha habido al respec-to. En lugar de eso, quizá sea posible agrupar esas respuestas en función de dos grandes parámetros, de dos gran-des matrices, conceptuales, a partir de las cuales los estudiosos generalmen-te han pensado el problema de la apa-rición del Estado. Esos dos paráme-tros son: el consenso y la violencia. En efecto, para muchos investigadores, el Estado surge en el marco del acuer-do social; para muchos otros, en cam-bio, resulta de la imposición de unos grupos sobre otros. No se trata de que no haya también quienes indican que ambas variables se encuentran pre-

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sentes en el marco del proceso, pero vale la pena analizarlas por separa-do para considerar más de cerca las características de cada una de ellas. Pero, por ahora, vamos a centrarnos en bocetar, a partir de estas hipótesis, lo que se vislumbra sucedió en el se-ñorío de Picoaza. Nos expresamos así, por ser hasta el momento una elucu-bración social, todo lo referente a la puesta en valor de la “ciudad de los cerros”. Mientras no existan sesudas y pertinentes investigaciones, respec-to al tema, todo caerá en la categoría de las suposiciones.

Más, a la luz de lo que conocemos, los postulados de la Lista de Vere Chil-de se cumplen y complementa con el conocimiento al momento existente, de lo manifiesto y lo por descubrir. Quizá, en torno a las matemáticas y a los mecanismos de comunicación, tendríamos que precisar algunas pun-tualizaciones: los cronistas de las In-dias señalan que los indígenas de estas territorialidades hablaban varias len-guas, hoy desaparecidas. Y en lo que respecta a las ciencias exactas es de-ducible que, si mantenían un intenso comercio de permuta al interior y ex-terior de lo que hoy es Manabí, Ecua-dor, y en el área Andina y Mesoamé-rica, significaría que debería de haber, sin falta, un mecanismo contable de intercambio o un sistema de registro. Habría que asociar elementos o fac-tos arqueológicos, a la luz de nuevos descubrimientos, para rediseñar una nueva interpretación en torno a estas deducciones temáticas. Por lo demás, están puestos los iniciales preceptos teóricos para seguir investigando.

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La mayoría de los Estados na-cionales de nuestra América surgieron de las guerras de in-

dependencia desarrolladas entre 1809 y 1825, que constituyeron un enorme esfuerzo de liberación y uno de los primeros procesos anticoloniales de la historia, solo antecedido por las in-dependencias de los Estados Unidos (1776) y de Haití (1805).

Esas tres revoluciones anticolonia-les dieron luz a 18 nuevas naciones independientes, liberaron del domi-nio extranjero a millones de personas, rompieron los antiguos monopolios comerciales y crearon las bases para el surgimiento de un mercado mundial. También encarnizaron y dieron vida concreta a principios políticos, dere-chos humanos y libertades civiles has-ta entonces solo esbozadas en el papel, tales como la soberanía popular, la di-visión de poderes, la libertad personal, la igualdad jurídica de los ciudadanos, la libertad de imprenta, etc.

Además, esas revoluciones antico-loniales de América, junto con la revo-lución burguesa de Francia, de 1789, integraron el ciclo de transformaciones liberales de Occidente, que validó ante el mundo entero el modelo político democrático-republicano, que hasta entonces solo había existido como aspi-ración en las obras de los teóricos del li-

beralismo, como Locke y Montesquieu.Pero si resulta del todo meritorio ese

impulso anticolonialista, lo que ya no resulta tan glorioso es el horizonte po-lítico interno que delineó la mayoría de esas revoluciones anticoloniales, pues, salvo el caso de Haití, esos procesos fueron progresistas hacia afuera, pero extremadamente conservadores hacia adentro. Dicho de otro modo, buscaban que los nuevos países se liberaran del dominio colonial metropolitano, pero paralelamente se proponían mantener indemne la estructura social interna y en algunos casos, incluso, buscaron preservar hasta donde fuera posible la estructura política preexistente. Por eso, optamos por definirlas como “revolu-ciones conservadoras”, ya que tenían elementos de ruptura política propios de una revolución, tales como la insur-gencia armada contra el poder colonial extranjero y la destrucción o violenta sustitución del viejo sistema político, pero su fin último era, en la mayoría de los casos, la preservación de la antigua estructura social interna o, al menos, de los elementos fundamentales de ella.

A lo largo de los tres siglos de domi-nación española, la clase criolla había ido tomando el control de los procesos económicos del continente, particular-

SENTIDO Y EFECTOS DE LA INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA

Jorge Núñez Sánchez*

* Academia Nacional de Historia (Ecuador).

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mente de la minería, la agricultura y el comercio. Igualmente, había toma-do control del sistema educativo y el desarrollo cultural. Por otra parte, era innegable su influencia social, recono-cida por amplios sectores populares, especialmente urbanos que, en algunos casos, la veían como la avanzada de los “americanos” frente a los “peninsula-res”. Ella había llegado inclusive a con-trolar ciertos ámbitos del poder político (los cabildos o municipios), aunque los espacios más altos de la administración seguían mayoritariamente en manos de los odiados funcionarios “chapetones”. Por fin, las “reformas borbónicas” de fi-nes del siglo XVIII entregaron a la clase criolla el control del sistema de milicias.

Esa progresiva acumulación de poder de la clase criolla la había con-vertido, para fines del siglo XVIII, en una “clase dominante a medias”, que controlaba los poderes económi-co, social, cultural, militar y el poder político municipal, pero carecía de control sobre el poder político funda-mental; esto es, sobre el gobierno de sus países. Además, en algunas ciu-dades, tales como Quito, había desa-rrollado a partir del siglo XVIII una avanzada “conciencia patriótica”, que la hacía verse a sí misma como una vanguardia de la naciente “na-ción americana”, en todo distinta a la “nación española”. Se destacó en esa toma de conciencia el movimiento de la “Ilustración americana”, en el que participaron por igual intelectuales blancos y pensadores mestizos, así como también los jesuitas americanos expulsados del Imperio español por la “pragmática” del rey Carlos III.

El corto circuito producido en la cabeza del Imperio español, en 1808, creó una brecha política que la clase criolla aprovechó para avanzar en su proceso de empoderamiento, buscan-do convertirse en una “clase dominan-te integral y completa”. Fue así que los criollos americanos se lanzaron a ins-tituir Juntas Soberanas de Gobierno, aunque manteniendo la formalidad de reconocer como monarca a Fernando VII, entonces prisionero de Napoleón. Posteriormente, la represión colonia-lista desató una cabal guerra de inde-pendencia, que concluyó con la eman-cipación de los países de la América española, excepto Cuba, Puerto Rico y República Dominicana, que tuvieron procesos distintos de emancipación.

Producida la Independencia, la cla-se criolla tomó el control de las nuevas repúblicas hispanoamericanas y cons-tituyó Estados nacionales de carácter republicano, aunque no faltaron secto-res de ella que, en distintos momentos, intentaron desarrollar proyectos mo-nárquicos o neocoloniales (México, con Iturbide, en 1821, y con Maximiliano, en 1864-1867; Ecuador, con Flores, en 1839, y con García Moreno, en 1861).

En el marco histórico antes descri-to, el Estado nacional surgió en Hispa-noamérica con un doble carácter: era “progresista” en el plano internacio-nal, puesto que se había constituido a partir de una guerra de liberación an-ticolonial, y también lo era en ciertos aspectos de la política interna, puesto que necesariamente debió transformar el sistema político colonial, pero tuvo desde sus inicios un carácter “reaccio-

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nario” frente a los pueblos indígenas y negros, a los que no incluyó en su pro-yecto nacional y, por el contrario, los convirtió en víctimas de un nuevo sis-tema de dominación social, al que he-mos llamado “colonialismo interno”, pues, en varios sentidos, se pareció al sistema implantado en el siglo XX por los colonos blancos en Sudáfrica y Rhodesia, tras separarse de la domina-ción europea.

Ese doble carácter, a la vez pro-gresista y reaccionario, insufló en los países hispanoamericanos una suerte de “esquizofrenia política”. Al calor de esta, las fuerzas conservadoras (terratenientes y clero) pugnaban por el mantenimiento de las instituciones del antiguo régimen, tales como escla-vitud de los negros, régimen servil de los indígenas, formas feudales de pro-ducción bajo el sistema de haciendas, diezmo eclesiástico. Mientras tanto, las fuerzas liberales denunciaban esas “lacras del sistema poscolonial” y propugnaban su eliminación y susti-tución por formas de libertad perso-nal y trabajo asalariado. Otro punto fundamental fue la vinculación entre la Iglesia y el Estado, que los conser-vadores y el clero veían como una garantía de estabilidad y orden, pero que los liberales de todo el continente combatieron, a través de las “Guerras de Reforma” o “Revoluciones libera-les”, en busca de crear Estados laicos y reducir a la Iglesia al ámbito pura-mente religioso, privándola de las funciones fiscales, administrativas y penales que ejercía hasta entonces.

Una de las primeras tareas que de-bieron enfrentar estos nuevos Estados

fue la de definir las formas y métodos de su vinculación al mercado mundial. Sin embargo, sería errado creer que ellos las escogieron voluntariamen-te, pues hubo circunstancias que les impusieron el carácter y los términos de esa vinculación. Un papel funda-mental en todo ello lo tuvo Inglaterra, país que durante siglos había ambicio-nado arrebatar a España sus colonias americanas y que luego proveyó de armas, equipos militares e incluso de tropas de entrenamiento a los ejércitos revolucionarios de Hispanoamérica, en busca de controlar políticamente a los nuevos países que surgieran de esa guerra de emancipación. Esos recur-sos no fueron entregados por amistad y solidaridad con las fuerzas insurgen-tes, sino por negocio, mediante prés-tamos bancarios con elevado interés, que luego debieron ser cubiertos por los nuevos Estados nacionales.

Con esas deudas de la guerra de Independencia, comenzó la oscura his-toria de la deuda externa de los países latinoamericanos, deuda que luego fue creciendo precisamente porque las condiciones de intercambio desigual en el comercio internacional, impuestas por la misma Inglaterra y otros países europeos, les impedían a los nuevos Estados obtener recursos suficientes para pagar los elevados intereses de la deuda, que terminaban sumándose al capital, gracias a la política usuraria de la banca europea.

Un caso típico fue el de la Gran Colombia. En 1825, le fue impuesto por Inglaterra un “Tratado de Amis-tad, Comercio y Navegación” que, tras un apariencia de equidad, impo-

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nía la apertura indiscriminada de los puertos colombianos al comercio bri-tánico y ataba al país a una serie de desventajosas condiciones comercia-les. Lo peor fue que el tratado le fue impuesto a Colombia sin negociación alguna de sus términos, pues, según el ministro José Manuel Restrepo, “lo trajeron redactado de Londres y sin facultad de variar una coma… Sin tra-tado no había reconocimiento, y sin el reconocimiento creíamos expuesta la independencia por parte de la Santa Alianza…” (Restrepo: V, 208). Pero si el tratado comercial con la Gran Bre-taña fue perjudicial y, en cierto modo, inevitable, no puede decirse lo mismo del decreto de extensión de beneficios que Santander dictó por su cuenta en favor de los Estados Unidos, país de su especial admiración.

Junto con la independencia y los préstamos llegaron también las ideas de “libre comercio”, que nuestros liberales adoptaron como propias e impusieron mediante leyes inter-nas y tratados internacionales. En el caso de la Gran Colombia, Santander (gobernante efectivo en ausencia del presidente Bolívar, que se hallaba en el Perú) impuso una feroz política li-brecambista, que abrió el país a la im-portación de productos extranjeros, que en muchos casos competían des-lealmente con la producción nacional. Así, Colombia se vio invadida de te-las, mantas, calzado, jabones y velas inglesas, así como de productos cuya importación había sido prohibida por el Congreso Constituyente de Cúcuta, tales como sal, azúcar y harinas, que venían de los Estados Unidos.

Desde luego, la política económi-ca de Santander no obedecía solo a su personal posición ideológica sino a un complejo haz de intereses nacionales y extranjeros que exigían la implan-tación del librecambio. Esa exigencia venía de los sectores comerciales in-ternos y también era impulsada por los terratenientes costaneros, que buscaban ampliar el mercado para sus productos exportables, principal-mente el cacao. Y en lo internacional, respondía a las sostenidas presiones de los prestamistas y comerciantes británicos, que condicionaban el otor-gamiento de créditos a la adquisición de mercancías inglesas; eso determi-nó, por ejemplo, que el ejército colom-biano no solo utilizara armas y pertre-chos ingleses, sino también uniformes confeccionados en la Gran Bretaña

Hacia 1826 se hicieron presentes en toda Colombia los efectos ruino-sos de esa política de libre comercio, que agudizaron la recesión económica provocada por la guerra, causaron el desempleo de gran número de traba-jadores e impidieron la capitalización interna del país, con lo cual se sentaron en Colombia las bases para una nue-va dependencia internacional, de tipo neocolonial.

En la Nueva Granada, la industria artesanal fue arruinada por la falta de mano de obra y la irrupción masiva de textiles ingleses baratos en los mer-cados de Antioquia y el Cauca. Ello produjo una grave depresión econó-mica en la región del Socorro y otras áreas vecinas, donde se concentraban las manufacturas de algodón, y en las regiones de Boyacá y Cundinamarca,

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donde se asentaban las manufacturas de lana. Paralelamente, las exporta-ciones no crecieron sustancialmente y

se limitaron a una moderada produc-ción de oro y plata, que continuaron sosteniendo a la economía, y un pe-queño comercio con productos de plantación, especialmente de cacao y café… (Lynch, 1976: 291).

Inevitablemente, el sostenido des-nivel de la balanza comercial neogra-nadina produjo una desmonetización del país, que se vio cada vez más ne-cesitado de circulante y frenado en su comercio interno, que en ciertas regiones retornó al nivel de trueque.

Similares efectos se produjeron en Venezuela, donde, según Lynch, “la libertad de comercio sirvió para incrementar la dependencia y perpe-tuar el subdesarrollo” (Lynch, 247), pues las atrasadas industrias locales no podían competir en precios y cali-dad con la mecanizada industria bri-tánica, cuyos productos atiborraban el mercado venezolano. “El déficit del Gobierno en 1825 era de nueve millones de pesos, y en ese año la ad-ministración vivía de un empréstito británico” (Lynch, ibídem). En opinión de José Rafael Revenga –que fuera secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno colombiano– esa situa-ción derivaba tanto del libre comercio como de la corrupción y anarquía fis-cal que existía en los departamentos de Venezuela. En cuanto a la situación de la población, la revelaba una carta del intendente de Caracas, Pedro Bri-ceño Méndez, enviada al Libertador, que decía:

El gran mal que tenemos aquí es la mi-seria. No puede describirse el estado del país. Nadie tiene nada y poco ha faltado para que el hambre se haya convertido en peste.

Sin embargo, los efectos más per-judiciales del libre comercio se hicie-ron sentir en la antigua Audiencia de Quito, otrora el más desarrollado cen-tro manufacturero hispanoamericano, el que en menos de medio siglo había sido afectado, sucesivamente, por el “libre comercio” borbónico y por la apertura comercial grancolombiana.

En cualquier caso, el hecho incon-trastable es que la balanza comercial de la ciudad de Quito fue gravemente de-ficitaria en el período 1821-1825, pues el valor de sus importaciones, valoradas en un promedio anual de 230 mil libras esterlinas, no alcanzaba a ser cubierto por sus exportaciones, que producían un promedio anual de aproximadamen-te 190 mil libras esterlinas (Lynch, 292). También en este caso la diferencia hubo de ser cubierta con créditos extranjeros o con el escaso numerario circulante en el país. Ese proceso de desmonetización, unido a otras razones particulares, trajo como consecuencia que los otros depar-tamentos del distrito surcolombiano, los de Guayas y Azuay, se unieran al de Ecuador en la protesta contra la política económica colombiana.

En síntesis, la política librecam-bista de Santander hizo tanto como la ambición de los caudillos emergentes para la disolución de la Gran Colom-bia y la pervivencia del subdesarrollo en los países resultantes de ésta: Ecua-dor, Colombia, Venezuela y Panamá.

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Pocas personas han hecho tanto a favor de la historia del Ecua-dor, como Fernando Jurado No-

boa. Gracias a Fernando muchos se han convertido en lectores de las cró-nicas de nuestro pasado; otros se han animado a realizar investigaciones –guiados y apoyados por Fernando en muchos casos–; y otros tantos –no pocos–, gracias a él, hemos abrazado el quehacer histórico con compromi-so y seriedad. En este punto no está por demás recordar que varios acadé-micos de la historia deben, directa o indirectamente, sus solios a Fernan-do. Este prefacio, que aparentemente nada tiene que ver con el título del artículo, lo creo necesario pues es jus-tamente la generosidad intelectual de Fernando la que nos permitió realizar la investigación que ahora pongo a consideración de los lectores de Spon-dylus. En efecto, en el libro 50 años Pla-za Monumental de Toros Quito, se pu-blica el artículo “La fiesta de los Toros en Quito: ancestralidad y símbolo” de la autoría de Jurado Noboa. En este trabajo Fernando señala:

POR UN DOSEL PARA VER LA FIESTA DE TOROS

La vanidad del obispo Alonso de la Peña MontenegroÁlvaro Renato Mejía Salazar*

* Riobamba (1982). Abogado, historiador y docente universitario.

Durante todo el siglo XVII, los toros son parte de las élites, los grupos me-dios y también los populares. Es la ce-remonia para recibir a un presidente, a un obispo, a un oidor e incluso a un pasajero importante. Quizá no tenía-mos otra cosa que mostrar, por eso la mostramos durante más de tres siglos. Presidentes y obispos tuvieron verda-dera lujuria por los toros y hasta hubo un obispo gallego llamado Alonso de la Peña Montenegro que llegó a la fal-sificación de documentos en pos de una fiesta taurina, cosa que llegó a oí-dos del Monarca. Si usted quiere saber más detalles entre al Archivo de Indias de Sevilla, se quedará perplejo.

Aceptamos pues la invitación de Fernando; y, siguiendo la pista entre-gada, investigamos en los legajos del Archivo General de Indias, de donde extraemos los hechos históricos que narramos a continuación.

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Vida de don Alonso de la Peña Montenegro, XI obispo de Quito.1

Iniciamos refiriéndonos a la vida de don Alonso de la Peña Monte-negro, XI obispo de Quito. Nace en 1596, en la villa del Padrón, desem-bocadura del Ulla, entonces provin-cia de Santiago y hoy de La Coruña. De linaje hidalgo, fue hijo de don Domingo de la Peña y Veiga, natu-ral de Mondoñedo, y de doña María Fabeyro de Ribas, natural de Padrón. Nieto paterno de don Juan de la Peña y doña María de Veiga, vecinos de Santa María de Bretoña. Nieto mater-no de don Alonso Fabeyro y de doña Catalina Fernández de Ribas Mon-

1 Para biografiar al Obispo de la Peña Monte-negro nos basamos en las siguientes obras:

- Rodolfo Pérez Pimentel, Diccionario Biográ-fico Ecuatoriano, t. XXII, Guayaquil, Univer-sidad de Guayaquil, 2002.

- Fernando Jurado Noboa, La migración galle-ga a la mitad del mundo, Santiago de Com-postela, Junta de Galicia, 2007.

- Emilio González López, El Águila Caída, Galicia en los reinados de Felipe IV y Carlos II, Vigo, Editorial Galaxia, 1973.

- Federico González Suárez, Historia General de la República del Ecuador, t. IV, Libro III, ca-pítulo XIV, Quito, Imprenta del Clero, 1893.

- Fr. José María Vargas, Historia de la cultura ecuatoriana, Quito, Casa de la Cultura Ecua-toriana, 1965.

2 Instituto Padre Sarmiento de Estudios Ga-llegos, Cuadernos de Estudios Gallegos, vol. 4, Instituto Padre Sarmiento de Estudios Ga-llegos, 1949, p. 272.

3 Retrato ubicado en la Sala Capitular de la Ca-tedral de Quito. Imagen por Christoph Hirtz; gentileza del Arq. Alfonso Ortiz Crespo.

Sr. Dr. D. Alonso de la Peña Montenegro, retratado como Obispo de Quito.3

tenegro. Don Domingo de la Peña, padre de nuestro biografiado, fue familiar del Santo Oficio, síndico del convento de San Antonio de Herbón y fabriquero de la iglesia Colegial de Padrón.2 Don Alonso cursó estudios eclesiásticos en Compostela, donde fue becario del Colegio de Fonseca; y los continuó en Salamanca, donde fue becario del Colegio de San Bartolomé. En 1611 ingresó a la Universidad de Santiago de Compostela, graduándo-se de Bachiller en Artes y Filosofía, en 1614. El año 1617, obtuvo la licencia-tura y el 11 de junio de 1623 recibió la investidura de Doctor en Teología. Fue canónigo magistral en Padrón, en Mondoñedo y en Iria Flavia, don-de aportó ingentes sumas de dinero para la construcción de la Iglesia del convento del Carmen. En dicha igle-

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sia mandó a construir su sepulcro con estatua orante –sus restos nunca fue-ron trasladados a este sitio–. A partir de 1632 fue canónigo y profesor de la Universidad de Santiago de Compos-tela. En 1645, viajó a Granada por en-cargos administrativos del Cabildo de Santiago, donde permaneció hasta el 1650, año en el que regresó a Santiago y fue electo rector de esa Universidad –por segunda vez, ya lo había sido antes en 1634–.

En 1652, Felipe IV lo nombró obis-po de Quito. Apenas electo para este alto cargo, solicitó autorización para pasar a Indias con dieciocho criados, cada uno con dos espadas, dagas y arcabuz. La mayor parte de su comiti-va eran familiares suyos: su hermano Francisco de la Peña Montenegro, Do-mingo de Acebos y Guiana, Domingo de Laje Sotomayor, Francisco de San Mamed –que era su sobrino–, igual-mente Pedro Mauro de Ribas, el Lcdo. Juan Domínguez Fabeyro –también su sobrino–, Juan de Mora, el padre Álvarez, etc. Como señala Fernando Jurado, se advierte de manera clara que Peña Montenegro tenía una gran desconfianza, no solo de los quiteños o indianos, sino de sus propios paisa-nos españoles. González Suárez refie-re que el Dr. Peña Montenegro des-embarcó en Cartagena, recibiendo en Bogotá la consagración de manos del arzobispo fray Cristóbal de Torres. En Bogotá demoró algún tiempo, pues llegó a Quito a finales de 1654. Fray José María Vargas expresa el Dr. Peña Montenegro trajo consigo a Quito una copiosa biblioteca que le servía de fuente de consulta posteriormente.

González Suarez refiere que pese a su avanzada edad al momento de llegar a Quito –sesenta años de edad en ple-no siglo XVII– gozaba de buena salud; si bien sus retratos lo muestran más bien delgado, su contextura se advier-te vigorosa. Respecto del carácter del obispo, este era complicado; conside-ramos que estaba acostumbrado al di-lecto trato que recibía como catedráti-co y rector universitario, trato que al parecer no recibió de los oidores de la Audiencia, quienes se consideraban personas “muy importantes”. Es así que don Alonso entró de inmediato en conflictos con los oidores.

Cuando a inicios de noviembre de 1655, llegó a Quito don Pedro Vás-quez de Velasco, sucesor de don Mar-tín de Arriola en la Presidencia de la Real Audiencia, la antipatía del obis-po fue notoria. El Dr. Peña Montene-gro no acudió a hacerle la visita de cumplimiento al presidente ni le dio la bienvenida en forma alguna. Los oidores sostenían que el Presidente no debía visitar primero al obispo; los familiares de éste porfiaban que a aquél era a quien le correspondía visitar primero al prelado. El asunto llegó a oídos del Rey, quien en aten-ción a consultas realizadas por las partes, resolvió que el que estuviera primero en la cuidad debía visitar al que llegara a ella después. Este fue el primero de una serie de desaires que el Obispo haría al Presidente, el cual por el contrario, de un inicio, se mostró solícito a entablar buenas re-laciones con el prelado, pero luego orquestó dura riña en su contra. El carácter del obispo Peña Montenegro

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le llevó a también entrar en conflictos con la provincia quiteña de la Com-pañía de Jesús, llegando a solicitar al Rey, mediante carta de 17 de julio de 1656, se anulase el trueque de los te-rrenos entregados por la Curia a los jesuitas frente a la Catedral, a cambio de los de la plaza mayor. Sin esperar respuesta, el Obispo inició de inme-diato el juicio de nulidad, pese a que la Compañía de Jesús había construi-do ya un edifico nuevo, derribando el vetusto que existía. El 25 de septiem-bre escribió la Audiencia al Rey infor-mándole lo inconsulto de la demanda del prelado, por cuanto los jesuitas “tenían labrado un claustro de piedra de sillería y ladrillo” para morada de los religiosos. No contento con esto, el Obispo pretendió visitar y obser-var la administración económica del Seminario de San Luis, regentado por los jesuitas.4 El temperamental obispo Peña Montenegro se enemistó poste-riormente con el Cabildo Eclesiástico de Popayán, en especial con el agusti-no fray Francisco de la Serna, al haber despojado el Obispo a los canónigos popayanejos de la renta del curato de la Catedral y de unas doctrinas que, 15 años antes, el gobernador Juan Ber-múdez de Castro, les había asignado. El Cabildo Eclesiástico de Popayán impugnó la resolución obispal ante el Cabildo de la sede metropolitana qui-teña y el Obispo los excomulgó.5

El 29 de junio de 1657, el Dr. Peña Montenegro solicitaba al rey le conce-diese merced de nombrar dos preben-das: la de magistral y la de doctoral, pues la Catedral de Quito poseía solo

cinco dignidades y siete canongías, ne-cesitando un abogado para tramitar las numerosas causas.6 El 15 de enero de 1659, fundó doce capellanías y otras obras pías por la suma de sesenta y dos mil pesos, de los cuales cuatro mil des-tinó a reedificar una capilla instalada por sus antepasados en la colegiatura de Iria Flavia. Luego fundo tres cape-llanías más con los intereses de cin-cuenta y seis mil pesos, con obligación de celebrar una misa diaria y los sába-dos una cantada a la Virgen de las An-gustias.7 De esta época datan también las donaciones al convento del Carmen y la construcción de su enterramiento, con estatua orante. En 1660 los incon-venientes del Obispo con los miembros de la Audiencia se volvieron insosteni-bles. Es así que el 20 de febrero de tal año, Diego Andrés de la Rocha, fiscal de la Audiencia de Quito, remitía carta al Rey informando del poco afecto con que el obispo Alonso de la Peña Mon-tenegro, tenía a los ministros togados de la Audiencia.8 De hecho, González Suárez recuerda que el Obispo se re-fería a los oidores despectivamente llamándolos “doctorcillos” o “licencia-

4 Ricardo Descalzi del Castillo, La Real Audien-cia de Quito, Claustro de los Andes, t. III, Barce-lona, Seix y Barral Hnos. S.A., 1988, p. 162.

5 Luis Suárez Fernández y Demetrio Ramos Pérez, Historia general de España y América, vol. 9, parte 2, Madrid, Ediciones Rialp, 1990, p. 311.

6 Ricardo Descalzi del Castillo, La Real Au-diencia de Quito, Claustro de los Andes, p. 148.

7 Ibídem, p. 204.8 Archivo General de Indias, “Carta de Diego

Andrés de la Rocha, fiscal de la audiencia de Quito, a S.M.” Código de referencia: ES.41091.AGI/16403.12.5.16.5//QUITO,13,R.11,N.33.

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dillos”, en diminutivo, desvalorizando sus grados y méritos. Si bien la prepa-ración y talante académico del Obispo era muy superior al de los oidores, es de notar la escasa humildad intelectual del Dr. Peña Montenegro.

En mayo de 1662, conseguía con la ayuda de su amigo el presidente del Consejo de Indias, don Gaspar de Bra-camonte y Guzmán, la emisión de una real cédula por la cual se le confería ayuda para la reparación de la Cate-dral, la cual se encontraba deteriorada por los fuertes temblores que siguieron a la erupción del Pichincha de octu-bre de 1660.9 Es probable que en 1666 concluyese la construcción del atrio y las gradas circulares que dan a la pla-za grande desde la iglesia Catedral –no olvidar que lo construido por el presi-dente Carondelet fue el templete que se yergue sobre estas gradas–. Para 1667, consagró la reedificada Catedral y construyó la capilla de San Idelfonso, la sala capitular y la sacristía; creó los cargos de pertiguero y el celador. En el mismo año construyó la casa parro-quial y apoyó la edificación del templo de Guápulo. En su obispado también se fundaron los monasterios de la Con-cepción de Ibarra, de las Carmelitas Descalzas de Latacunga –contratando a Francisco Gallardo para que dorase

el retablo mayor y Sagrario de la igle-sia–,10 de las Carmelitas de Cuenca y cuatro capellanías de coro en la Cate-dral, con el fondo de 5.000 pesos, lla-mando con preferencia a sus paisanos gallegos. Tomó parte en el proceso para la beatificación de Mariana de Jesús Pa-redes y Flores, nombrando al Dr. José Ramírez Dávila, canónigo magistral de la Catedral de Quito, como juez delega-do para recibir las informaciones sobre la vida y milagros de la postulante a los altares.11

En su primera visita pastoral, en 1660, el obispo Peña Montenegro ha-bía notado las complejidades del mi-nisterio de indios y comenzó a madu-rar la idea de escribir un itinerario que tratara las materias más particulares referentes a ellos. Es así que en 1668 se imprimía en Madrid, su obra Itinerario para Párrocos de Indios, en casi 600 pági-nas, con cinco ediciones en muy poco tiempo. Respecto de esta obra, fray José María Vargas refiere que

consta de cinco libros, cuarenta y cin-co tratados y cuatrocientos treinta y nueve sesiones. Los libros están de-dicados a estudiar, sucesivamente, la institución canónica y obligaciones de los párrocos y doctrineros, naturaleza y costumbres de los indios, los sacra-mentos y formas de administración, los mandamientos de la Iglesia y la ley natural que deben guardar los in-dios; y, finalmente, los privilegios de los obispos y regulares de la América, lo mismo que los visitadores de parro-quias y doctrinas. Prácticamente no hay cuestión moral que no estuviese resuelta en el Itinerario.

9 Ricardo Descalzi del Castillo, La Real Au-diencia de Quito, Claustro de los Andes, p. 174.

10 Carmen Fernández Salvador y Alfredo Costales Samaniego, Arte colonial quiteño, renovado enfoque y nuevos actores, Quito, FONSAL, 2007, p. 175.

11 Jacinto Morán de Butrón, Vida de la b. Ma-riana de Jesús de Paredes y Flores, Quito, Im-prenta de V. Valencia, 1856, p. 104.

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El 9 de marzo de 1673 falle-cía el presidente de la Audiencia, don Diego del Corro Carrascal. Correspondió al Dr. Peña Mon-tenegro asumir, a partir de mar-zo de 1674, interinamente la Pre-sidencia de la Real Audiencia, cargo que desempeñó hasta ene-ro de 1678. En su período tuvo que tomar medidas militares para hacer frente a las amenazas de ataques ingleses a los pueblos costeros de su demarcación:

Mandó hacer dieciséis pedreros (cañones) de bronce por la noti-cia que tuvo de que los ingleses se hallaban en la isla de Tuma-co; e hizo alistamiento de gente y mandó formar compañías de eclesiásticos y seculares, con la mira de defender toda la costa y provincia.12

El 7 de mayo de 1677, con-firmó las constituciones de la Cofradía de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza.13 En 1687 se po-sesionó el Lic. Lope Antonio de Mu-nive, oidor de la Audiencia de Lima, como nuevo presidente de la Audien-cia, magistrado con quien el Obispo también mantuvo diferencias debido a la mala conducta del vicario general del obispado, el joven Domingo Laje de Sotomayor –quien hasta entonces había sido un comerciante–, prote-gido del Dr. Peña Montenegro. Laje ejerció un dominio tan completo so-bre el anciano Obispo y suscitó tantas reacciones adversas con su conducta, que motivó el reclamo de la Audien-cia y finalmente tuvo que ir a presen-

Portada de la edición original del “Itinerario para Párrocos de Indios” (1668)

12 A. Couceiro Freijomil, Diccionario Bio-Bi-bliográfico de escritores, vol. III, Santiago de Compostela, 1954, pp. 66 y 67.

13 Manuel Patricio Guerra, La Cofradía de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, Quito, Abya-Yala, 2000, p. 52.

tarse al virrey de Lima; pero, lejos de viajar al sur, tomó el camino hacia el norte y fue apresado en Bogotá, para ver si era verdad que conducía un te-soro de monedas de plata sin quintar, lo que no fue cierto. Finalmente, Laje terminó enviado a España, donde se

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le prohibió bajo pena de prisión que regresare a las Indias.

En 1680, el obispo Peña Monte-negro celebró un Sínodo, del que ha quedado su manuscrito con las Re-soluciones sobre el Sínodo diocesano de Quito celebrado en la ciudad de Loja. También se conoce de su pluma otro manuscrito intitulado Propagación del evangelio sobre las ruinas del gentilismo. Desde l684, Peña Montenegro estaba muy mal mentalmente, de tal manera que en l685 el presidente Munive le pidió al Rey que nombrara un gober-nador auxiliar del obispado. El 27 de enero de 1686, el propio Obispo firmó el nombramiento del Gobernador del obispado, en la persona del canónigo doctoral y comisario del Santo Oficio, don Fausto de la Cueva, confiriéndo-le facultades plenarias, excepto la de nombrar secretario.14 Los últimos 8 meses de su vida, ya cumplidos los 91 años, don Alonso pasó inconsciente. Murió el 12 de mayo de l687, con el diagnóstico de perlesía, es decir, de una parálisis temblorosa.

La vanidad del Obispo

Don Alonso de la Peña Monte-negro había alcanzado varios de los puestos académicos más preciados en España –catedrático y en varias ocasiones, rector de la Universidad de Santiago de Compostela–; era sin duda un intelectual de alta valía. Su Itinerario constituye una importante clásico que continúa siendo fuente consulta y estudio. Para comprobarlo, basta realizar una búsqueda restrin-gida del criterio “Itinerario para Párro-

cos de Indios” en la plataforma virtual Google, los resultados arrojados son nada menos que 13.200. Don Alon-so estaba consciente de sus elevados méritos intelectuales y, como hemos dicho, la humildad no era su fuerte.

Ya anotamos que este preclaro y distinguido catedrático minimizaba los méritos académicos de los oidores y funcionarios de la Audiencia, tratán-doles despectivamente de “licenciadi-tos” o “doctorcitos”. Pero la vanidad de Peña Montenegro no llegaba has-ta allí, en general, el Obispo se sentía muy superior en todos los aspectos, sentimiento que era azuzado por sus paisanos gallegos miembros de su séquito. Tan superior se sentía don Alonso, que se había encaprichado en que su cátedra obispal debía siempre encontrase provista de dosel –mueble que a cierta altura cubre o resguarda un altar, sitial, etc., adelantándose en pabellón horizontal y cayendo por de-trás a modo de colgadura–.15 El caso es que para el siglo XVII, como recuerda Gaspar de Villarroel en su obra Gobier-no Eclesiástico y Pacífico, el uso del do-sel era privativo de los tronos reales y por extensión, de los solios virreinales y presidenciales de reales audiencias –en Quito se dispuso el 20 de diciembre de 1565, la elaboración dosel de tercio-pelo y tafetán amarillo y verde, con motivo de la inauguración de la Real Audiencia y el recibimiento del Sello

14 Ricardo Descalzi del Castillo, La Real Au-diencia de Quito, Claustro de los Andes, p. 383.

15 Diccionario de la Real Academia Española.16 Ricardo Descalzi del Castillo, La Real Audien-

cia de Quito, Claustro de los Andes, t. I, Barcelo-na, Seix y Barral Hnos. S.A., 1978, p. 205.

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Real–.16 Tan apreciado era dosel como símbolo de majestad y autoridad, que el rey Felipe III despachó el 17 de oc-tubre de 1614, una real cédula dispo-niendo a los arzobispos y obispos de Indias, que solo podían usar dosel en sus iglesias y en el evento de que se ob-servase el Ceremonial Romano en las celebraciones religiosas.17 Es claro que los arzobispos y obispos, pese a su ele-vada autoridad eclesiástica, no podían usar ordinariamente dosel. No obs-tante esto, nuestro obispo, don Alon-so de la Peña Montenegro, se empeñó en adornarse con el pomposo dosel, en evidente demostración pública de su superioridad. De este vanidoso ca-pricho, don Alonso salió bien librado en una ocasión y mal librado en otra, como veremos a continuación.

El antecesor del Dr. Peña Mon-tenegro en el obispado quiteño, don Agustín de Ugarte y Saravia, había ordenado guardar el Ceremonial Ro-mano en las celebraciones sagradas realizadas en la Catedral quiteña. Este Ceremonial hacía al oficiante –el obis-po en este caso– el indiscutible prota-gonista del acto, restando importan-cia a cualquiera de los asistentes. En especial, el Ceremonial Romano daba el privilegio al oficiante a usar dosel, como hemos anotado anteriormente al citar la real cédula de Felipe III. La decisión del obispo Ugarte de implan-tar el Ceremonial Romano había sido renegada por los miembros de la Au-diencia ya en épocas de dicho prelado. Respetando la disposición de su ante-cesor, el Dr. Peña Montenegro resolvió continuar observando el Ceremonial Romano, lo cual fue tremendamente

censurado por los oidores de la Au-diencia, quienes acusaron al Obispo de “orgulloso” ante el Consejo de In-dias, destacando que en la iglesia se sentaba en sitial con dosel, que se ha-cía acompañar de diáconos asistentes y que consentía que los predicadores le saludaran primero a él que a la Au-diencia; todas estas prácticas eran pro-pias del Ceremonial Romano, según hemos explicado. Mientras el Consejo de Indias discutía respecto de la obser-

17 Gaspar de Villarroel, Gobierno Eclesiástico y Pacífico, y Unión de los Dos Cuchillos Pontifi-cio y Regio, t. II, Madrid, Imprenta de Anto-nio Marín, 1738, pp. 50 y ss.

18 Ilustración: ‹http://arte-colonial.com/2011 /04/14/dosel-baldaquino› (10-XII-2011).

Dosel o cubierta en forma de tejado que cubre un sitio de honor, propio de los tronos reales o de los solios virreinales; también usado en púlpitos, hornacinas y

altares.18 Este era el adorno cuyo uso tanto pretendió el obispo Alonso de la Peña Montenegro.

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vancia del Ceremonial Romano en Quito, el Obispo se abstuvo de concurrir a las celebraciones religiosas públicas. Finalmente, el Consejo resolvió que se guar-dara el Ceremonial Romano y las costumbres de la Catedral de Quito.19 Se observaba de esta manera la real disposición de Felipe III; don Alonso de la Peña Montenegro salía airoso de esta contienda con los oidores.

De seguro animado por esta vic-toria, embebido en su orgullo y con ánimo de minimizar nuevamente a los miembros de la Audiencia, don Alonso de la Peña Montenegro insis-tió en el uso del dosel, pero esta oca-sión fuera de su Catedral y en un acto evidentemente terrenal. En mayo de 1656 se realizaron fiestas de toros en Quito. Asistieron a ellas el presidente y oidores de la Audiencia, desde los balcones de las entonces denominadas casas reales –hoy palacio de Caronde-let–, y el Obispo desde su residencia de la esquina nororiental de la plaza grande. El hecho es que para la impor-tante fiesta de Toros, el Obispo hizo adornar su balcón con dosel, particu-lar que alarmó al presidente de la Au-diencia quien, en unión de los oidores,

reclamó se retirase el dosel del balcón obispal. Don Alonso de la Peña Mon-tenegro se opuso a que se retirase el dosel argumentando que le correspon-día usarlo por tener idéntica autoridad a la del presidente de la Audiencia y, sobre todo, porque poseía una real cédula que autorizaba al obispo de Quito, el uso del dosel en las fiestas de Toros. Los miembros de la Audiencia no tardaron en poner en conocimiento del Consejo de Indias y del Rey en per-sona, esta nueva pretensión del obispo Peña Montenegro. Comenzaron así las investigaciones respecto del caso, las cuales se dilataron en el tiempo. Es así que el 12 de julio de 1656, el Obispo dirigía comedida carta al Consejo de Indias relatando los hechos ocurridos en mayo, respecto de la fiesta de Toros, y la indisposición de la Audiencia por haber adornado su balcón con un bal-daquín elaborado con tafetanes, como queriendo restar importancia al hecho. Esta carta fue puesta en conocimiento del presidente y oidores de la Audien-cia de Quito, mediante cédula real de 25 de octubre de 1662.20 En esta fecha también se emitió una real cédula al obispo Peña Montenegro, pidiendo explicaciones respecto de la pretensión del uso del dosel y el envío de la cédu-la en la que fundaba su derecho.21

19 Federico González Suárez, Historia General de la República del Ecuador, t. IV, Libro III, ca-pítulo XIV, Quito, Imprenta del Clero, 1893, p. 253.

20 Archivo General de Indias, Referencia: ES.41091.AGI/16403.12.3.12//QUITO, 209, L.3, F.238R-239R.

21 Archivo General de Indias, Referencia: ES.41091.AGI/16403.12.3.12//QUITO, 209, L.3, F.239R-240R.

Firma autógrafa del Dr. D. Alonso de la Peña Montenegro XI Obispo de Quito

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No. 31 • Un encuentro con la historia

El 18 de enero de 1666, se despa-chaba desde Madrid una nueva cé-dula real al presidente y oidores de la Audiencia de Quito, para que en-viasen la cédula original por la que el Obispo pretendía usar dosel en las fiestas de Toros.22 En igual fecha se despachaba otra real cédula directa-mente al obispo Peña Montenegro, volviendo a disponer que envíe la cédula original en que se le permitía poner dosel en las fiestas de Toros. En fecha 15 de noviembre de 1666 y en respuesta a la real cédula de ene-ro de tal año, don Alonso de la Peña Montenegro remitió al Rey una carta en la que sostiene no poseer el origi-nal de la real cédula que autorizaba al obispo de Quito a usar dosel en las fiestas de Toros y que únicamente po-see una copia de la referida cédula, misma que fue hallada en el archivo eclesiástico. En esta misiva el tono del Obispo es aún más delicado que en su carta de 1656. Insiste en que nunca ha puesto dosel en las fiestas de Toros, sino únicamente tafetanes “como to-dos le ponen delante del balcón.” El obispo concluye esta misiva desean-do que “Dios de a V.M. muchos y feli-ces años con todo el bien posible”. No obstante estos buenos deseos no fue-ron suficientes para que el Rey dejase de caer en cuenta de que la supuesta real cédula de autorización de uso de dosel no existía, pues el Obispo nunca remitió ni siquiera la copia que decía poseer; y si el documento existía no se trataba sino de una falsificación reali-zada, de seguro por el mismo Obispo o por sus acólitos, a instancia de éste, para ir en contra de los miembros de

la Audiencia con quienes la enemis-tad era profunda.

Finalmente, el 31 de mayo de 1669 desde Madrid, el Rey emitía dos nue-vas cédulas reales, la primera dirigida al presidente y oidores de la Audien-cia de Quito para que enviasen a un oidor de la Audiencia a recoger una cédula falsa que tenía el Obispo, por la que supuestamente se le permitía usar dosel en las fiestas de Toros.24 La segunda y más dura cédula estuvo dirigida directamente al obispo Peña Montenegro, disponiéndole entregar la cédula sobre el uso del dosel en las

Escudo heráldico de don Alonso de la Peña Montenegro, adornado con los atributos obispales.23

22 Archivo General de Indias, Referencia: ES.41091.AGI/16403.12.3.13//QUITO, 210, L.4, F.49V-50R.

23 Retrato ubicado en la Sala Capitular de la Catedral de Quito. Imagen por Christo-ph Hirtz; gentileza del Arq. Alfonso Ortiz Crespo.

24 Archivo General de Indias, Referencia: ES.41091.AGI/16403.12.3.13//QUITO, 210, L.4, F.111V-112R.

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fiestas de Toros, que había utilizado a sabiendas de ser falsa –esto último consta expresamente en la cédula–.25 El asunto de la cédula falsa culminó en este punto, y si bien la imagen del Obispo debió haberse visto opacada en la metrópoli, esto no impidió que tres años más tarde, el Consejo de Indias lo nombrase presidente inter-no de la Audiencia, desde la muerte de don Diego del Corro Carrascal en 1672, hasta comienzos de 1678. Fue tal la vanidad del ilustre don Alonso de la Peña Montenegro, XI obispo de Quito, quien llegó a falsificar una cé-dula real, por usar dosel en la fiesta de Toros.

Fuentes

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Universidad de Santiago de Compostela, 1995 Gallaecia Fvlget: (1495-1995): cinco séculos de

historia universitaria, Santiago de Compostela.

Agradecimientos

Arq. Alfonso Ortiz CrespoKatia C. Yépez Padilla

San Francisco de Quito, diciembre de 2011

25 Archivo General de Indias, Referencia: ES.41091.AGI/16403.12.3.13//QUITO, 210, L.4, F.111R-111V.

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CEDEÑO, SEDEÑO O ZEDEÑOSegunda parte*Ezio Garay Arellano

* Como continuación del mismo artículo en Spondylus No. 30.

1 AHG, Protocolos del Escribano don Francisco de Herrera y Figueroa, año de 1700, folio 56.

2 Ibídem, Protocolos de Portoviejo, años de 1733-1735, folio 57 v.

CAPITÁN DON PEDRO DIEGO CEDEÑO DE BETANCOURT Y MO-RILLO, n. en Portoviejo hacia 1646, tesorero juez oficial real de la ciudad de San Gregorio de Portoviejo, residió en Baba donde el 24.VIII.1700 ante el escribano don Francisco de Herrera y Figueroa vendió un esclavo llamado Jerónimo de 21 años al capitán don Francisco de Troya y Lobo, vecino ha-cendado en el valle de Baba;1 casado con Doña Nicolasa Sánchez de Bur-gos o Burgos y Alcívar, n. en Porto-viejo hacia 1656, hija legítima de don Marcos Sánchez de Burgos y doña Violante de Alcívar, vecinos de Porto-viejo; sus hijos:1. Don Nicolás Cedeño de Betan-

court y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1672, testó en esa ciudad en 1735; casó con doña Jerónima de Solórzano y Arteaga,2 n. en Porto-viejo hacia 1692, hija legítima de don Pedro de Solórzano, n. en Por-toviejo hacia 1660, y doña Josefa de Arteaga, n. hacia 1666; sus hijos:• Don Pedro de Cedeño y Solórza-

no, n. en Portoviejo hacia 1710.• Doña María de Cedeño y Solór-

zano, n. en Portoviejo hacia 1711.• Don Juan de Cedeño y Solórza-

no, n. en Portoviejo hacia 1712, ya f. en 1735 cuando testó su padre.

• Doña Josefa de Cedeño y Solór-zano, n. en Portoviejo hacia 1713.

• Don Alfonso de Cedeño y Solór-zano, n. en Portoviejo hacia 1714.

• Don Jerónimo de Cedeño y So-lórzano, n. en Portoviejo hacia 1715, ya f. en 1735 que testó su padre.

• Don José de Cedeño y Solórzano, n. en Portoviejo hacia 1716, tam-bién ya f. cuando testó su padre en 1735.

• Doña María de Cedeño y Solór-zano, n. en Portoviejo hacia 1717; fue casada ya había f. en 1735 cuando testó su padre.

• Don Toribio de Cedeño y Solór-zano, n. en Portoviejo hacia 1718.

• Don Francisco de Cedeño y So-lórzano, n. en Portoviejo hacia 1719, ya f. en 1735 cuando testó su padre.

• Doña Rafaela de Cedeño y Solór-zano, n. en Portoviejo hacia 1720, casada, ya f. en 1735 cuando testó su padre.

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2. Don Luis Cedeño de Betancourt y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1674; casó con su tía carnal doña Serafina Cedeño de Betancourt, n. en Portoviejo hacia 1678; sus hijos:• Don José Cedeño de Betan-

court y Cedeño de Betancourt, n. en Portoviejo hacia 1720, fue vecino del pueblo de San Nico-lás del Palenque y de la ciudad de Santiago de Guayaquil don-de el 25.III.1794 siguió juicio de disenso por diferencia de es-tamento o clase social y linaje con su yerno don Ignacio Patri-cio Macías que se casó con su hija doña Manuela; casado con doña Leonor o Leona de Carri-llo y Alcívar, n. en Portoviejo hacia 1730, hija natural de don Francisco de Carrillo, nacido en España y doña Rosenda de Alcívar y Cedeño, n. en Porto-viejo; sus hijos: Doña Manuela de Cedeño y Carrillo, n. en Por-toviejo hacia 1745; casó con don Ignacio Patricio Macías y Mo-reira, bautizado en Portoviejo el 25.III.1759, fueron sus padri-nos don Narciso Vélez y doña Gabriela Moreira; era viudo de doña Andrea Layño y Álvarez, hermana de doña Leonor de Layño y Álvarez casada con su hermano don Antonio Macías y Moreira; ambos hijos legíti-mos de don Manuel Macías y Rosado, y de doña Ubalda de Moreira y Mendoza, hermana

de don Gabriel Moreira y Men-doza. Abuelos paternos: don Antonio Macías Cortés y doña Inés Rosado. Abuela materna: doña Juana de Mendoza, her-mana de don Manuel de Men-doza. Su suegro don José Ce-deño de Betancourt cuando le siguió el juicio de disenso logró la anulación de su matrimonio, en este bullado juicio declaró el Dr. don Ramón Coello, cura propio de San Gregorio de Por-toviejo, de los anejos de Picho-ta (hoy Rocafuerte) y Tosagua, certificó que cuando: “dio la partida de bautizo de don Ig-nacio Patricio Macías, que no aparecían con el ‘Don’ en la partida de bautizo de Ignacio, por culpa de los religiosos an-teriores que no usaban los do-nes, tampoco usaban los títulos y que solamente las señoras aparecen con el ‘Doña’; su sue-gro probó en el juicio que don Ignacio era tenido por mestizo, pues descendía de Anetilla de los mangaches del pueblo de La Canoa”.3 Doña Josefa de Ce-deño y Carrillo, n. en Portovie-jo hacia 1746, casada con José de Valderrrama y Gadea, n. en Portoviejo hacia 1738, hijo de Paulino de Valderrama y María Gadea. Don Juan Antonio de Cedeño y Carrillo, n. en Porto-viejo hacia 1749, casado en Por-toviejo el 26.X.1774, velándose el matrimonio el día 21 de ese mes y año con doña Ramona Rafaela de Burgos y Gómez, n. 3 AHG.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

en Portoviejo hacia 1750, hija natural de don Ludgardo de Burgos y de doña Lorenza Gó-mez, primo de doña Ubalda de Moreira, madre de su cuñado don Ignacio Patricio Macías y Moreira.

• Don Juan Bautista Cedeño de Betancourt y Cedeño de Be-tancourt, n. en Portoviejo hacia 1721; casó con doña Josefa Ma-cías, prima hermana del mari-do de su sobrina don Ignacio Patricio Macías y Moreira; sus hijos: Don Apolinario de Cede-ño y Macías; n. en Portoviejo hacia 1746; casado con Petroni-la Vélez y Moreira, n. en Por-toviejo hacia 1748, hija de don Narciso Vélez, que era herma-no de madre del padre de don Ignacio Patricio Macías y Mo-reira; y de Gabriela de Moreira, era hermana de la madre del mencionado Ignacio Patricio Macías y Moreira. Don Balta-zar de Cedeño y Macías; n. en Portoviejo hacia 1747; casado con Josefa Vélez y Moreira, hermana de su cuñada doña Petronila de Vélez y Moreira. Doña Marcela de Cedeño y Macías; n. en Por-toviejo hacia 1748; casada con su primo en 2º grado don José de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1758; su hija doña Monserrat de Cedeño y Cedeño; casó en Portoviejo con dispensa otorgada en Cuenca el 8.VIII.1803 con don Martín de Mendoza y Molina, n. en Portoviejo hacia 1778.4

• Don Francisco Cedeño de Betancourt y Cedeño de Be-tancourt n. en Portoviejo ha-cia 1722; casó con doña Josefa Macías, prima hermana de su sobrino político don Ignacio Pa-tricio Macías y Moreira.

• Don Bartolomé Cedeño de Betancourt y Cedeño de Be-tancourt, n. en Portoviejo hacia 1725; fue padre de Doña Manue-la de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1775; casó en Portoviejo con dispensa otorgada en Cuen-ca el 22.VII.1795 con su primo en 4to. grado don José Macías y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1770, hijo de don Francisco de Macías y Sánchez de Burgos, n. en Portoviejo hacia 1730, y doña Socorro de Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1750.

3. Don Diego Cedeño de Betancourt y Burgos, que sigue en IV.

4. Doña Francisca Cedeño de Betan-court y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1678; fue madre de:• Doña Mariana de Molina y

Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1729; casada con su primo her-mano don Francisco de Mendo-za y Cedeño, n. en Portoviejo ha-cia 1725; padres de Don Martín de Molina y Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1765.

5. Doña Bernarda Cedeño de Betan-court y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1697; fue madre de:

4 AHCA/C, Caja No. 7, Expediente 202-10042.

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• Don Francisco de Mendoza y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1725; casó con su prima herma-na doña Mariana de Molina y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1729.

6. Doña Luisa Cedeño de Betan-court y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1699; fue madre de:• Don Juan Bricio de Mesa y

Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1732; casó con doña Carmen de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1740, hija de don N. de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1718; pa-dres de: doña Petrona de Mesa, n. en Portoviejo hacia 1760; casó con don Antonio de Macías, n. en Portoviejo hacia 1740; padres de don Mariano Isidro de Macías y Mesa, n. en Portoviejo hacia 1786; casó en Portoviejo con dispensa otorgada en Cuenca el 22.VI.1807 con su prima en 2º grado doña María Ignacia de Cedeño, n. en Portoviejo ha-cia 1787; fueron padres de don Isidro Macías y Calderón, n. en Portoviejo hacia 1816; c.c.d. en Portoviejo el 29.IV.1841 con doña Magdalena de Sornoza, n. en Portoviejo hacia 1821, hija de don José de Sornoza y Macías, n. en Portoviejo hacia 1796; nieta de doña Jesús de Macías y Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1776; bisnieta de

doña Nicolasa de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1756; tata-ranieta de don N. de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1727.5

7. Doña Bernarda Cedeño de Betan-court y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1700; fue madre de:• Doña Nicolasa de Cedeño, n.

en Portoviejo hacia 1737; su hijo: don Tadeo de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1757; fue pa-dre de doña María Ignacia de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1787; casó en Portoviejo con dispensa otorgada en Cuenca el 22.VI.1807 con su primo en 2º grado doña Mariano Isidro de Macías y Mesa, n. en Portoviejo hacia 1786, como ya se anotó.

8. Doña Nicolasa Cedeño de Betan-court y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1702; tuvo con don Baltazar de Macías, n. en Portoviejo hacia 1720; a su hijo:• DonJuanRamónHonestode

Macías y Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1766; casó en Porto-viejo con dispensa otorgada en Cuenca el 20.V.1791 con su pri-ma en 3º grado doña María Jo-sefa Rosa de Alcívar y Macías, n. en Portoviejo hacia 1771.

* * *

DON DIEGO CEDEÑO DE BE-TANCOURTH Y BURGOS, n. en Portoviejo hacia 1674; casó con doña María de Zamora, n. en Portoviejo hacia 1698; conocemos a sus hijos:1. Don Pedro de Cedeño y Zamora,

n. en Portoviejo hacia 1700.

5 Archivo de la Curia Arzobispal de Guaya-quil, en adelante AHC/G, Libro de Dispen-sas No. 110.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

2. Doña Salvadora de Cedeño y Zamora, n. en Portoviejo hacia 1703; doña salvadora ya viuda el 6.XI.1781 ante don Marcos Fernan-do de Vera, teniente de gobernador de esa ciudad y el escribano don Francisco de Cano y Llanos, fundó una capellanía con 1.000 árboles de cacao en el paraje de Miguelito, a nombre de don Juan de Cevallos, y otros 1.000 árboles de cacao en el paraje de Cuesta Vieja llamaba El Rosario, imponiendo que sea el capellán su nieto don Francisco José Bravo del Brito y Vera. Estuvo casada tres veces: 1º con don Beni-to de Vélez, hijo de don Francisco de Vélez; 2º con don N. Zevallos;6 y 3º con don Juan de Alcívar, n. en Portoviejo hacia 1700; sus hijos:• DoñaAtanasiadeVélezyCe-

deño, n. en Portoviejo hacia 1730; casada con don Pedro Bravo y Briones, hijo legítimo de don Juan Bravo de Brito y Cedeño, procurador de Porto-viejo, y doña Lucía de Briones; nieto paterno de don Simón Bravo de Brito, n. en España, y doña Clara de Cedeño, n. en Portoviejo, nieto materno don Sebastián de Briones; su hijos: Don Tiburcio José Bravo de Brito y Vélez, b. en Portoviejo el 22.VIII.1756, padrinos don José Bravo y doña Gregoria de Vera. Doña Jesús Bravo de Brito y Vélez, n. en Portoviejo hacia 1757. Don Francisco Bra-vo de Brito y Vélez, n. en Porto-viejo hacia 1758; casó en Porto-

viejo con dispensa otorgada en Cuenca el 24.I.1808 con doña Josefa Bravo y Vélez, n. en Por-toviejo hacia 1788.7

• DoñaN. de Vélez y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1735; fue madre de: Don Juan de Ze-vallos y Vélez; casó con doña Juana Josefa de Zevallos y del Barco.

• DonAntoniodeAlcívaryCe-deño, n. en Portoviejo hacia 1740; casó con doña Manuela de Macías, n. hacia 1771; padres de: Doña María Josefa Rosa de Alcívar y Macías, n. hacia 1771; casó en Portoviejo con dispensa otorgada en Cuenca el 20.V.1791 con su primo en 2º grado don Juan Ramón Hones-to Macías y Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1766.

3. Doña Juana de Cedeño y Zamo-ra, n. en Portoviejo hacia 1710; fue madre de:• DoñaManueladeCedeño, n.

en Portoviejo hacia 1735; fue madre de: Doña Rosa de Zam-brano y Cedeño, n. en Portovie-jo hacia 1755; casada con don Valentín Muñoz y Rosado, n. en Portoviejo hacia 1747; su hija doña Francisca Muñoz y Zambrano, n. en Portoviejo ha-cia 1778; casó en esa ciudad con dispensa otorgada en Cuenca el 17.VIII.1798 con su tío en 2º grado don Juan Bautista de

6 Ibídem, Capellanías.7 Ibídem, Caja No. 13, Expediente 276-5679.

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Zambrano y Zambrano, n. en Portoviejo hacia 1773.

4. Doña Paula de Cedeño y Zamo-ra, n. en Portoviejo hacia 1714; fue madre de:• Don JosédeZambranoyCe-

deño, n. en Portoviejo hacia 1748; casado con doña Juana Bautista de Zambrano, n. en Portoviejo hacia 1740; su hijo: Don Juan Bautista de Zambra-no y Zambrano, n. en Portovie-jo hacia 1773; casó en esa ciu-dad con dispensa otorgada en Cuenca el 17.VIII.1798 con su sobrina en 2º grado doña Fran-cisca Muñoz y Zambrano, n. en Portoviejo hacia 1778,8 como ya se anotó.

6. Don Nicolás de Cedeño y Zamo-ra, n. en Portoviejo hacia 1716; fue padre de:• DonXavier deCedeño, n. en

Portoviejo hacia 1747; casado con su prima hermana doña Cipriana de Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1752, hija de don Xavier de Cedeño y Zamora, n. en Portoviejo hacia 1722, nieto de don Diego de Cedeño de Betancourt y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1694; su hijo: Don Bernardino Secundino de Zambrano, n. en Portoviejo ha-cia 1767; casó en esa ciudad con dispensa otorgada en Cuenca el 28.IX.1792 con su prima en 2º grado don María de Jesús de

Cedeño y Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1772.

7.DonXavierdeCedeñoyZamora, n. en Portoviejo hacia 1719; fue pa-dre de:• DoñaCiprianadeCedeño, n.

en Portoviejo hacia 1752; casó con su primo hermano don Xa-vier de Cedeño, n. en Portovie-jo hacia 1747, hijo de don Nico-lás de Cedeño y Zamora, n. en Portoviejo hacia 1721, nieto de don Diego Cedeño de Betan-court y Burgos, n. en Portoviejo hacia 1694; su hija: Doña Ma-ría de Jesús de Cedeño y Cede-ño, n. en Portoviejo hacia 1772; casada en esa ciudad con dis-pensa otorgada en Cuenca el 28.IX.1792 con su primo en 2º grado don Bernardino Secun-dino de Zambrano, n. en Por-toviejo hacia 1767, como ya se anotó. Don Juan Antonio Mesa y Cedeño, n. en Portoviejo ha-cia 1778.

8. DonEstebandeCedeñoyZamo-ra, n. en Portoviejo hacia 1723; fue padre de:• Doña Socorro de Cedeño, n.

en Portoviejo hacia 1750; casó con don Francisco de Macías y Sánchez de Burgos, n. en Por-toviejo hacia 1745; su hijo: don José Macías y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1770; casó en Portoviejo con dispensa otor-gada en Cuenca el 22.VII.1795 con su parienta doña Manuela

8 Ibídem, Caja No. 5, Expediente 112-11171.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

de Cedeño, n. en Portoviejo ha-cia 1774.9

9. Don Diego de Cedeño y Zamora, n. en Portoviejo hacia 1726; fue pa-dre de:• DonJosédeCedeño, n. en Por-

toviejo hacia 1744; su hija: doña María de Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1768.

RAMAS SIN FILIAR

Año de 1735

Don Tomás de Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1735; fue padre de:1. Don Andrés de Cedeño, n. en Por-

toviejo hacia 1760; engendró a:• DoñaJosefadeCedeño, n. en

Portoviejo hacia 1785; fue ma-dre de: Don Mariano Silvestre Intriago y Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1805; su hija doña Vicenta Intriago, n. en Portoviejo hacia 1830; c.c.d. en Portoviejo el 4.VIII.1850 con don José Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1825.10

• DoñaMaríadeCedeño, n. en Portoviejo hacia 1786; procreó a Doña Ramona N. y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1809; que fue madre de doña Natividad N. N., n. en Portoviejo hacia 1829; su hija fue Doña María Ramona de Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1849; c.c.d. en Por-toviejo el 30.XI.1869 con su tío en 3º grado don José Reyes y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1844.11

• DonRamóndeCedeño, n. en Portoviejo hacia 1787; fue pa-dre de don José Juan de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1819; fue hijo: don José Reyes y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1844; c.c.d. en Portoviejo el 30.XI.1869 con su sobrina en 3º grado doña María Ramona Moreira, n. en Portoviejo hacia 1849, como ya se anotó. Don María de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1820; fue madre de doña Bárbara Morei-ra y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1846; c.c.d. en Portovie-jo el 21.XI.1866 con su primo en 2º grado don Juan Manuel Quirós, n. en Portoviejo hacia 1841.12

• Doña Jesús de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1788; tuvo a:

Don Andrés Quirós y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1816; su hijo: don Juan Manuel Quirós, n. en Portoviejo hacia 1841; c.c.d. en Portoviejo el 21.XI.1866 con su prima en 2º grado doña Bárbara Moreira y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1846.

2. Don Luciano de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1763; engendró a:• Don Gaspar de Cedeño, n. en

Portoviejo hacia 1800; su hijo fue: don José Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1725; c.c.d. en Por-toviejo el 4.VIII.1850 con doña

9 Ibídem, Caja No. 4, Expediente 91-1034.10 ACA/G, Libro de Dispensas No. 106.11 Ibídem, No. 107.12 Ibídem, No. 83.

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Vicenta Intriago, n. en Porto-viejo hacia 1830.

Año de 1736

Don Gregorio de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1736; fue padre de:1. DoñaJosefadeCedeño, n. en Por-

toviejo hacia 1761; tuvo a:• DoñaRamonaVélez yCede-

ño, n. en Portoviejo hacia 1781; su hijo: don Casimiro Moreira y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1801; fue padre de doña Mer-cedes Moreira, n. en Portoviejo hacia 1826; c.c.d. en Portovie-jo el 14.X.1868 con su tío en 3º grado don Francisco Guillén y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1821.

2. Doña Ramona de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1763; fue madre de:• Doña Mercedes de Cedeño y

Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1801; fue su hijo: don Francisco Guillén y Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1821; c.c.d. en Porto-viejo el 14.X.1868 con su sobri-na en 3º grado doña Mercedes Moreira, n. en Portoviejo hacia 1826, como ya lo anotamos.

Año de 1746

Don Juan Bautista de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1736; fue padre de:1. Doña Eulalia de Cedeño, n. en

Portoviejo hacia 1771; fue su hija:

• Doña Antonia de Cedeño y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1791; tuvo a: doña Gregoria Sa-bando y Cedeño, n. en Portovie-jo hacia 1811; su hija doña Se-bastiana Fuentes y Sabando, n. en Portoviejo hacia 1831; c.c.d. en Portoviejo el 14.V.1851 con su sobrino en 3º grado don José Vicente Cedeño, n. en Portovie-jo hacia 1826.13

2. Doña Manuela de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1773; fue madre de:• Don Juan Antonio de Cedeño

y Cedeño, n. en Portoviejo ha-cia 1801; fue padre de: don José Vicente Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1826; c.c.d. en Portoviejo el 14.V.1851 con su tía en 3º gra-do doña Sebastiana Fuentes y Sabando, n. en Portoviejo hacia 1831, como ya se anotó.

Año de 1746

Don Gaspar de Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1762; fue padre de:1. DonSimóndeCedeño, n. en Por-

toviejo hacia 1780; fue su hija:• Doña Manuela de Cedeño, n.

en Portoviejo hacia 1805; fue madre de: don Francisco Vélez y Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1825; fue su hija doña Carmen Vélez, n. en Portoviejo hacia 1850; c.c.d. en Portoviejo el 7.VI.1870 con su tío en 3º gra-do don Cayetano Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1845.14

2. Doña Juana de Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1782; tuvo a:13 Ibídem, No. 78.

14 Ibídem, No. 88.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

• Doña Natividad N. de Cede-ño, n. en Portoviejo hacia 1807; procreó a: doña Juliana N. y N., n. en Portoviejo hacia 1827; a su vez hija doña María Engra-cia de Vera, n. en Portoviejo hacia 1847; c.c.d. en Portovie-jo el 16.VIII.1867 con su tío en 3º grado don José del Carmen Vélez, n. en Portoviejo hacia 1845.15

3.DonVidaldeCedeño, n. en Por-toviejo hacia 1785; fue su hija:• Don Julián de Cedeño, n. en

Portoviejo hacia 1805; fue pa-dre de: don Fernando Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1830; tuvo a don Luciano Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1855; su hija doña Clotilde Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1880; fue madre de don Francisco Abdón Calderón Cedeño, n. en Portoviejo ha-cia 1900; c.c.d. en Portoviejo el 7.I.1920 con su tía en 3º grado doña Serafina Moreira y Loor, n. en Portoviejo hacia 1906.16

Doña Liberata Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1833; engen-dró a doña María Loor y Cede-ño, n. en Portoviejo hacia 1875; su hija fue doña Serafina Mo-reira y Loor, n. en Portoviejo hacia 1906; c.c.d. en Portoviejo el 7.I.1920 con su sobrino en 3º grado don Francisco Abdón Calderón Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1900, como ya lo anotamos.

Doña María Santos Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1838; c.c.d.

en Portoviejo el 6.XI.1867 con su primo en 3º grado don Ani-ceto Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1822.17

• Don Antonio de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1808; fue padre de: don Cayetano Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1845; c.c.d. en Portoviejo el 7.VI.1870 con su sobrina en 3º grado doña Car-men Vélez, n. en Portoviejo ha-cia 1850, como ya se anotó.

• Don Miguel de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1810; tuvo a don Aniceto Cedeño, n. en Por-toviejo hacia 1822; c.c.d. en Portoviejo el 6.XI.1867 con su prima en 3º grado doña María Santos Cedeño, n. en Portovie-jo hacia 1838, como ya se anotó.

• Don Tomás de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1813; fue padre de don José del Carmen Vélez, n. en Portoviejo hacia 1840; c.c.d. en Portoviejo el 16.VIII.1867 con doña María Engracia de Vera, n. en Porto-viejo hacia 1847.

Año de 1785

Don José de Cedeño, n. en Porto-viejo hacia 1785; procreó a:• Doña Teresa de Cedeño, n. en Por-

toviejo hacia 1808; fue su hijo:• DonManuelZambranoyCe-

deño, n. hacia 1830; c.c.d. en

15 Ibídem, No. 94.16 Ibídem, No. 108.17 Ibídem, No. 99.

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Chone el 5.XII.1855 con su pri-ma hermana doña Juana de Vera, n. hacia 1835.18

2. Don Bartolomé de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1809; tuvo a:• Doña Juana de Vera, n. hacia

1835: c.c.d. en Chone el 5.XII.1855 con su primo hermano don Ma-nuel Zambrano y Cedeño, n. ha-cia 1830, como se anotó.

Año de 1794

Don Agustín de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1794; fue padre de:1. Doña Juana de Cedeño, n. en Por-

toviejo hacia 1819; c.c. don José María de Vera, n. en Portoviejo ha-cia 1808.

2. Don José María de Cedeño, n. en Portoviejo hacia 1821; fue su hija:• Doña Paula Cedeño, n. en

Portoviejo hacia 1848; c.c.d. en Portoviejo el 14.X.1868 con don José María de Vera, n. en Porto-viejo hacia 1808, viudo de su tía carnal doña Juana de Cedeño.19

Fuentes documentales y bibliográficas

Archivo de la Curia Arzobispal de Guayaquil

Archivo de la Iglesia de Puebloviejo, provincia de Los Ríos

Archivo de don Pedro Robles y Chambers

Archivo Histórico de la Curia Arzobispal de Cuenca

Archivo Histórico del Guayas

Atienza, Barón de Cobos de Belchite, Julio de,

1848 Nobiliario Español, Diccionario Heráldico de Apellidos Españoles y Títulos Nobiliarios, Ma-drid, Ediciones Aguilar S.A., 2a. ed.

Busto, José Antonio del,1986 Diccionario Histórico Biográfico de los Con-

quistadores del Perú, t. I A-Ch, Lima.

Garay Arellano, Ezio,2008 Contribución para el estudio de la sociedad

colonial de Guayaquil, Archivo Pedro Robles y Chambers, dirigido, corregido y aumentado por Ezio Garay Arellano, t. IV, Guayaquil, pu-blicación del Programa de Rescate Editorial de la Biblioteca Municipal de Guayaquil, M. I. Municipalidad de Guayaquil, 1a. ed.

18 Ibídem, No. 97.19 Ibídem, No. 77.

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Existe constancia documental de ocho personas pertenecientes al actual territorio del Ecuador,

y llegadas en la isla de Chiloé, límite austral colonial en los mares del Sur, durante el período de 1700 al 1900; a las que se suma un noveno más, ya en los primeros años del siglo XX. Es objetivo de este artículo divulgar su presencia, origen y filiación, así como todo otro dato que tenga asociación.

Varias de las provincias y corregi-mientos que integraron originalmen-te el territorio de la que antes corres-pondiera a la Presidencia de Quito (como parte integrante del virreinato del Perú en sus inicios, y luego como parte del virreinato de Nueva Gra-nada junto con Caracas, Panamá y Santa Fe de Bogotá, en 1739), pasaron a ser la Gran Colombia (1822), para luego convertirse en la República del Ecuador meses después de separarse de la última (1830 en Riobamba). Es importante considerar que el Ecuador actual no refleja los límites coloniales que, como se indica, fueron variando a lo largo de tres siglos.

Precisamente hasta 1825, se en-cuentran presentes prácticamente la

mitad de los emigrantes estudiados en la provincia de Chiloé; mientras que los cinco propiamente ecuatoria-nos restantes llegan al lugar a partir de 1880, durante el primer período republicano. Es probable que algunos de los personajes presentes en las islas del sur y quienes constan por natura-les del Perú (a cuya órbita adminis-trativa también perteneció Chiloé por varios años), también hayan tenido su origen en las zonas que corresponden al actual Ecuador, pero la metodolo-gía que se sigue no permite ir más allá de inferirlo.

El primero de los personajes llega-dos a Chiloé contrae matrimonio en 1751 en el fuerte de Calbuco; y cons-ta por natural de la ciudad de Quito. Para la década de 1720, donde puede encontrarse la fecha aproximada de su nacimiento, la vida resultaba es-pecialmente difícil para los quiteños. El polvillo introducido en la región, durante la década de 1690, volvió una nueva vez, amenazando con hambre ya que escaseaba el abastecimiento de comida. Los años de sobrexplotación del suelo lo convirtieron en estéril; y, finalmente, las pestes virales azotaron

NÓMINA Y GENEALOGÍA DE EXTRANJEROS DEL ECUADOR PRESENTES EN CHILOÉ

(1700-1900)Pablo A. Pérez

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la región.1 A principios del siglo XVIII, Quito se recuperaba de los desastres de la década anterior; y, en enero de 1700, la sequía había entrado en su no-veno año, y la escasez de alimentos y los altos precios seguían constituyen-do un serio problema; además, una epidemia de fiebres se propagó entre las clases bajas.2 Para 1730 se estima la población de la ciudad en 50 ó 60.000 habitantes.3

Capaz convenga, sin embargo, co-menzar analizando el eje central del sistema económico del Ecuador, que hasta una época avanzada del siglo XVIII fue la producción textil, destina-da al mercado interno y a la exporta-ción hacia las regiones mineras perua-nas y bolivianas, como hacia Chile y Argentina. Los tocuyos y bayetas eran el comercio común y ordinario de la jurisdicción; y, a pesar de la pobre cali-dad de los productos, sus bajos precios

aseguraban su salida en mercados le-janos como Lima, Chile y Panamá.4 La producción agropecuaria –manejada todavía de manera mayoritaria por las comunidades indígenas, pero ya par-cialmente en manos de las haciendas– estaba estrechamente relacionada con los obrajes, ya que abastecía de mate-ria prima, lana y víveres para la mano de obra indígena y las capas colonia-les. El descenso de la demanda de las regiones mineras y las crecientes com-petencias del paño inglés y francés, introducido en las colonias luego de las reformas borbónicas, provocaron una crisis en la producción textil ecua-toriana, a partir de mediados del siglo XVIII.5 Tres personas llegan a Chiloé en estos momentos; y, justo diez años antes que casara el cuencano Barona en Chiloé, su ciudad de origen tenía una población urbana de 18.000 habi-tantes, de los cuales aproximadamente la mitad eran blancos y mestizos, el 47% indios, y el 2,7% negros libres y esclavos.6 Dice un historiador y geó-grafo español, a propósito de Cuenca:

Y de toda forma una hermosa perspec-tiva que es recreo desde afuera, y den-tro de la estendida población del nu-meroso vecindario de la Ciudad, que goza de un clima muy templado, de unos aires muy favorables y benignos, y de un temperamento tan saludable que parece no estar sujeto a los acci-dentes que los demás, porque no tie-ne memoria de haber experimentado intemperies y epidemias, y lo califica el copioso número de viejos, los apaci-bles aspectos y finos colores, la robus-tez y sanidad de los mozos; pero unos y otros de genios cavilosos y belicosos, por cuyas condiciones los distinguen

1 Suzanne Austin Alchon, Sociedad indígena y enfermedad en el Ecuador colonial, Serie Pue-blos del Ecuador, No. 6, Quito, Ediciones Abya-Yala, 1996, p. 162.

2 Ibídem, p. 160.3 Ibídem, p. 183.4 Jacques Poloni-Simard, El mosaico indígena:

movilidad, estratificación social y mestizaje en el corregimiento de Cuenca (Ecuador) del siglo XVI al XVIII, Quito, Ediciones Abya-Yala, 2006, p. 395.

5 Carola Lentz, Migración e identidad étnica: la transformación histórica de una comunidad indígena en la Sierra ecuatoriana, Quito, Edi-ciones Abya-Yala, 1997, p. 30.

6 Natalia León, “Género, matrimonio y so-ciedad criolla en Cuenca durante la segun-da mitad del siglo XVIII”, en Procesos, Re-vista Ecuatoriana de Historia, No. 10, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar / Cor-poración Editora Nacional, 1997, p. 22.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

en las demás provincias y en las de los valles del Perú con el renombre de Morlacos; […], para el año de 1741.7

Estas mismas alteraciones borbó-nicas mencionadas antes, no sólo ha-bían provocado la caída de la produc-ción textil y la expansión del sistema de haciendas en la Sierra, sino que habían dado un importante impulso al progresivo crecimiento de los pro-ductos de exportación en la Costa, es-pecialmente del cacao. En la coyuntu-ra del auge repentino del cacao (entre las décadas de 1790 y 1800) se calcu-lan unos tres millones de árboles de cacao en la Costa ecuatoriana.8 Fue en este mismo momento que se produjo un exagerado proceso de concentra-ción de enormes latifundios en manos de un pequeño grupo de propietarios que disponían de buenas relaciones con las casas comerciales guayaqui-leñas en franca expansión. Tal even-to causó la expropiación tanto de la población campesina local, como de la élite de origen colonial que tradi-cionalmente había sido la dueña de las tierras. Los pequeños productores expulsados de sus tierras se vieron obligados a trabajar en los latifundios mediante un sistema de concertaje. Al igual que en la primera mitad del siglo XIX, los esclavos formaron un impor-tante contingente como mano de obra en las plantaciones cacaoteras, mien-tras que, en años posteriores, fueron los migrantes de la Sierra quienes debieron satisfacer esta creciente de-manda laboral.9 En estos momentos, en la Costa ecuatoriana abundaban los “pardos” (zambos y mulatos), que

se hallaban diseminados en el campo como población rural, y ellos, junto a alguna población mestiza local y el aporte de emigrantes locales, compu-sieron la oferta laboral. La población de la “antigua provincia de Guaya-quil” (comprendida como la costa sur y central de la Audiencia) creció entre 1780 y 1790 de 30.161 a 38.559 habi-tantes;10 siendo su localidad más im-portante, obviamente, la ciudad que le daba nombre a la provincia (que tuvo un importante astillero dada la gran riqueza maderera del territorio de la Audiencia de Quito).11 Para estas fechas debieron nacer los padres del guayaquileño que contrae matrimo-nio en 1825 en Chiloé.

Un teniente de navío gallego da coloridos apuntes sobre el vecindario de Guayaquil en 1820:

El vecindario se compone de blancos de Europa y América, en que hay fa-

7 Dionisio Alsedo y Herrera, Descripción geográfica de la Real Audiencia de Quito, The Hispanic Society of America, Madrid, Im-prenta de Fortanet, 1915, pp. 40 y 41.

8 Carlos Contreras, El sector exportador de una economía colonial. La Costa del Ecuador: 1760-1830, Colección Tesis de Historia, No. 1, Quito, FLACSO / Ediciones Abya-Yala, 1990, p. 58.

9 Natalia León, “Género, matrimonio y socie-dad criolla en Cuenca durante la segunda mitad del siglo XVIII”, en Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia, p. 31; Carlos Contre-ras, El sector exportador de una economía colo-nial. La costa del Ecuador: 1760-1830, p. 58.

10 Carlos Contreras, El sector exportador de una economía colonial. La costa del Ecuador: 1760-1830, p. 59.

11 Porfirio Sanz Camañes, Las ciudades en la América hispana: siglos XV al XVIII, Madrid, Editorial Sílex, 2004, p. 267.

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milias ilustres; de indios, de negros y de sus mezclas que son Mestizos, Mu-latos, Zambos, Chinos, &. El clima es húmedo y cálido, de uso de baños todo el año, pero los hombres visten paño y casimir, las mujeres llevan con elegan-cia el traje de Europa; van á la Yglesia con saya y mantilla, y á visitas particu-lares en cuerpo con el mismo vestido de sus casas: usan mucho la hamaca, y en cada habitación hay hasta cuatro, ó todas las que admite la vivienda: el trato de la gente es agradable, y a pe-sar del calor del clima, ofrece el país la rareza de que los blancos sin mezcla todos son rubios y de hermosas faccio-nes. Los caudales de algunos sugetos llegan á 200,000 pesos y los regulares son de 40 á 50,000. Los habitantes de toda la ciudad, según el censo de 1805 fueron 13,700 almas; pero en 1814 se juzgó prudente el que debía aumen-tarse en una quinta parte.12

La concentración de tierras y la creciente afluencia de trabajadores, aunando a la modernización del siste-ma bancario y comercio exterior, per-mitieron a los productores ecuatoria-nos de cacao responder a la demanda

europea (de un gran crecimiento durante la década de 1880, en cuyos inicios también hubieron amagos de revolución, tanto en el norte como en el sur del país), así como beneficiarse de los elevados precios del mercado mundial a través de una rápida ex-pansión de la producción, y así se convirtió el Ecuador en el exporta-dor principal de este producto a nivel mundial. Las ganancias fueron par-cialmente reinvertidas en pequeñas industrias de bienes de consumo, en astilleros y luego en plantaciones de azúcar; y esto tuvo también sus con-secuencias políticas en la Revolución liberal de Alfaro (1895).13 También café, tagua, condurango, copra, cas-carilla y lana de ceibo se exportaron gracias a la Guerra del Pacífico; y se reanudó con mayor intensidad la lu-cha entre las clases dominantes de las regiones costera y serrana.14 Veintimi-lla concluye su período presidencial (1882) y se proclama dictador. Duran-te este período, fueron cinco los emi-grantes ecuatorianos llegados a la isla de Chiloé.

Ya ocupándose del país austral, la bibliografía no menciona ninguna nave mercante ecuatoriana en el puer-to de Ancud para los años de 1852,15 1853,16 1854,17 ni 1855;18 a pesar de re-gistrarse personas ecuatorianas como extranjeros residente en Chile, en nú-mero de 113 (1854), y más tarde con-tabilizando 126 (1865), 92 (1875), 334 (1885), y 421 personas (1895).19 Hay constancia de cuatro hombres ecua-torianos en la provincia de Chiloé, de los cuales uno es soltero, dos casados

12 Andrés Baleato, Monografía de Guayaquil, escrita por Andrés Baleato en Lima, el año de 1820, Guayaquil, Imprenta de La Nación, 1887, pp. 7-8.

13 Carlos Contreras, El sector exportador de una economía colonial. La costa del Ecuador: 1760-1830, pp. 31-32.

14 Ugo Stornaiolo, Ecuador: anatomía de un país en transición, Quito, Ediciones Abya-Yala, 1999, página 173.

15 Chile 1852, p. 77; Chile 1853, p. 80.16 Chile 1854a, p. 81; Chile 1854b, p. 109.17 Chile 1854c, p. 81; Chile 1855a, p. 109.18 Chile 1855b, p. 65; Chile 1856, p. 101.19 Naciones Unidas, Cuadro 62.C. “Extranje-

ros residentes”.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

y uno es viudo; y dos de ellos saben leer y escribir (1865).20 Consta por lu-gar de residencia de los cuatro el de-partamento de Ancud,21 y se consigna además que tres de ellos son marinos, y uno es comerciante (1865).22 Para el departamento de Calbuco no hay constancia de ningún ecuatoriano en la zona, aunque para el vecino depar-tamento de Llanquihue sí consta un marino soltero de esta nación (1865).23 Parece coincidente pensar que estas cuatro personas censadas en 1865 en el departamento de Ancud son las mis-mas quienes contraen matrimonio en-tre 1883 y 1890, ya que los dos casados pueden haber enviudado en este lapso de tiempo.

El “Sétimo censo jeneral de la po-blación de Chile levantado el 28 de noviembre de 1895” indica dos per-sonas de nacionalidad ecuatoriana, una mujer y un hombre, residiendo en el departamento de Quinchao;24 la mujer soltera (de entre 15 y 20 años) y el hombre casado (de entre 35 y 40 años).25 El hombre debe ser segura-mente Felipe Jorge Williramos; y la joven mujer soltera es una verdadera incógnita, ya que de momento no se ha encontrado dato alguno de ella.

De los nueve emigrantes conside-rados, tres constan naturales de Gua-yaquil (existe también la posibilidad de que un cuarto también haya sido de este lugar también), dos lo son de la capital, uno lo es de Cuenca, quedan-do dos más sin una exacta mención acerca de su lugar de origen, salvo su nacionalidad. Las zonas costeras de las actuales provincias de Azuay

y del Guayas dieron el mayor núme-ro de emigrantes en Chiloé; y solo de uno de estos emigrantes (aunque sin conocerse su lugar de origen) se sabe fehacientemente que fue marino.

Todos las personas estudiadas se encuentran concertando matrimonio católico con personas de Chiloé.

En cuanto a sus lugares de residen-cia por el archipiélago y provincia de Chiloé, se los encuentra dispersos por seis distintas zonas: hay tres que que-dan por la localidad de San Carlos de Ancud (puerto de importancia y recep-tor por ello de grandes movimientos), dos quedan en la isla de Quinchao, y seguidamente, cuatro ecuatorianos se radican respectivamente en localida-des menores de la isla grande (Quil-quico, Tenaún y Quemchi; aunque estas dos últimas correspondieron po-lítica y administrativamente al depar-tamento de Ancud en tiempo pasado) como en Calbuco.

Respecto a la agrupación espacial en Chiloé, puede visualizarse la pre-sencia de los emigrantes ecuatorianos con el siguiente gráfico:

Ya en época contemporánea, la po-blación ecuatoriana alcanzaba por otro

20 Chile; Censo jeneral de la República de Chile levantado el 19 de abril de 1865, Santiago de Chile, Imprenta Nacional, 1866, p. 12.

21 Ibídem, p. 12.22 Ibídem, p. 13.23 Ibídem, pp. 26-28.24 Chile; Sétimo censo jeneral de la población de

Chile levantado el 28 de noviembre de 1895, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1904, p. 358.

25 Ibídem, pp. 360, 395, 397.

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lado las 9.393 almas en 2002 en Chile.26 No existe de momento trabajo alguno que rescate singularmente los orígenes ni descendencias de los ecuatorianos establecidos en Chiloé, salvo esta con-tribución; pero, existe la posibilidad de que en la actualidad siga habiendo en este lugar personas cuyos ancestros sean aquellos emigrantes estudiados en esta recopilación, y un interés ma-yor podrá generar este conocimiento en un futuro próximo.

Linajes investigados

Balverán

I. Ignacio Balverán. Casado con Fran-cisca Landa.

II. Emilio Balverán Landa. Nacido en Guayaquil y domiciliado en Chile. Casado el 20/12/1904 en la iglesia parroquial de Tenaún27 con Caroli-na Serón (natural y domiciliada en Quicaví, viuda de un hombre ape-llidado Raiñanco, hija ilegítima de Juana Serón).

Barona

I. Mariano Barona. Casado con Ma-ría Gutiérrez.

II. Esteban Barona. Natural de la ciu-dad de Cuenca (obispado de Quito). Casado el 12/4/178928 con María Dolores Triviño (viuda de Juan To-rres;29 hija legítima de José Triviño y de María Isabel Coria, naturales de Quilquico).

26 INE (Instituto Nacional de Estadísticas) - Comisión Nacional del XVII Censo de la Población y VI de Vivienda. Jorge Rodrí-guez Grossi, Máximo Aguilera Reyes, Tere-sa Varela Guerra et. al., Censo 2002. Síntesis de Resultados, Santiago de Chile, Empresa Periodística La Nación S.A., 2003, p. 18.

27 LMT6, foja 95, No. 33.28 LMC4, foja 155.29 Miguel Torres (hijo natural de Juan Ignacio To-

rres y de Mercedes Cárcamo) es casado y ve-lados con María Dolores Triviño (hija legítima de José Triviño y de Isabel Coria; naturales de Quilquico), el 24/5/1780 (LMC4, foja 98v).

Figura 1: presencia de emigrantes ecuatorianos en Chiloé respecto al tiempo (origen: el autor).

Emigrantes del Ecuador idos a Chiloé (1700-1900)

Constancia documental

No.

de

pers

onas

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No. 31 • Un encuentro con la historia

Egas

I. José A. Egas. Casado con María Regina González.

II. Belisario Egas. Natural de Quito. Casado el 13/7/1884 en la catedral de Ancud30 con Emilia Medina31 (na-tural de Ancud; hija legítima de José Medina y de Juana Altamirano).

Garcés de Bobadilla

I. Laureano Garcés de Bobadilla,32 llamado también Laureano Boba-dilla.33 Natural de la ciudad de Qui-to.34 Casado y velados el 4/12/1751 en el fuerte de San Miguel de Cal-buco35 con Rosa Bustamante. Con descendencia en por lo menos: • Francisca Ángela Bobadilla. Bau-

tizada de un mes y dos semanas el 18/11/1753 en el fuerte de San Miguel de Calbuco, siendo sus padrinos Juan Mansilla y María Nieves Gallardo.36

• Fermín José Bobadilla. Bautizado de veintiséis días el 13/8/1756 en el fuerte de San Miguel de Calbu-co, siendo sus padrinos el capitán Juan Mansilla y María Nieves Gallardo.37

Mendoza

I. Juan Mendoza. Casado con Lucía Alcas.

II. Francisco Mendoza. Natural de Guayaquil; domiciliario en el cu-rato de Ancud. Casado y velados el 17/5/1883 en la iglesia catedral de Ancud38 con Pascuala Gallardo (natural de Castro; hija legítima de Pedro Gallardo y de Lucía Millao).

Pérez

I. D.n Ignacio Pérez. Natural de Gua-yaquil. Casado con D.a Antonia Aguilar (natural de Curaco), se encuentran asentadas sus velacio-nes el 16/7/1792;39 y curiosamente después que casa su hija:

II. D.a María Pérez. Casada el 4/8/1791 en Castro40 con D.n Feli-ciano Oyarzun41 (hijo legítimo de D.n Pascual Oyarzun y de D.a Ma-ría Ruíz). Con descendencia.

Rocas

I. Ventura Rocas. Casado con Ma-nuela Socare.

II. Luciano Rocas. Natural de Guaya-quil. Casado y velados el 12/4/1825 en la iglesia matriz de Castro42 con Josefa Vivar (natural de Quinchao;

30 LMAn1, foja 194, No. 461.31 Emilia Medina (viuda de Belisario Egas) es

casada con Juan Matamala (viudo de María Ibáñez; hijo legítimo de José Santos Mata-mala y de Rosario Rivera), el 19/6/1898 en Valdivia (LMV7, foja 55).

32 LBCa1, foja 55.33 LMCa1, fojas 43v, 57v.34 LMCa1, foja 57v, No. 248.35 LMCa1, foja 43v, No. 187.36 LBCa1, foja 55.37 LBCa1, foja 64.38 LMAn1, foja 147, No. 360.39 LMC6, foja 20v.40 LMC6, foja 12.41 D.n Feliciano Oyarzun (viudo de D.a María

Pérez), es casado con D.a María Camacho; y luego es todavía casado por palabra de presente y velados con María Vera (natural de Curaco; hija legítima de Blas Vera y de Lorenza Barría), el 26/8/1822 en la cabece-ra de Achao (LMC8, foja 142v).

42 LMC8, foja 189.

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hija natural de Mariano Vivar y de Catalina Mayorga).

Salvador

I. Guillermo Salvador. Casado con Rosario Reyes.

II. Andrés Salvador. Natural de Ecua-dor. Casado el 12/9/1887 en la capilla parroquial de Ancud43 con Clorinda Mansilla (hija legítima de Francisco Mansilla y de Flora Cara-vante).

Williramos

I. Carlos Williramos. Casado con Carmen Astorga.

II. Felipe Jorge Williramos. Natural de Ecuador; marino. Casado el 3/2/1890 en la capilla de Huite44 con Rosario Paredes (natural de Achao y domiciliada en Quemchi; hija legítima de Abelino Paredes y de Manuela Campiño).

Documentación

Las siglas utilizadas en este escrito se corresponden con la siguiente do-cumentación:

LBCa1: Volumen sin tapas, porta-da ni título alguno. Una hoja impresa dice al inicio: “Archivo / DE LA / Se-cretaría Episcopal / de Puerto Montt / DEP. Calbuco Nº 1 / 1724-1794 / Libro de Bautismos”. La foja 107 no existe (en vez de la cual está la foja 108, numera-ción que se sigue); la foja 113 está per-dida; las 126 y 127 son inexistentes; y

las fojas 141-144 están faltantes. Entre las fojas 153 y 153v hay dos carillas en blanco. Luego, a partir de la foja 191 (incluida) no aparece la numeración, que reaparece en la foja 195. Entre las fojas 205v y 206 hay un papel en blanco pegado; y luego hay otro más a continuación del primero; ambos conteniendo asientos.

LMAn1: Volumen sin portada ni títulos; que dice en el lomo: “MATRI-MO / NIO / L. / I / 1879 / a / 1888”. Contiene índice.

LMC4: En la portada dice: “Libro en que se a Sientan los Ca / Samientos de los Españoles. el qual / Corre desde Catorse de Marzo / de mil setecientos se-senta / y un años echo por el Mrõ. / D.n Juan Jph de Vera Cu / ra Rector y Vica-rio actual / que es de Esta Santa Ygle / cia de Nrã. Señora de / las Nieves siendo Go / vernadr. del Obispado / el S.or D.r D.n Juan / de Gusman y Peral / ta dean de dha. / Santa Yglecia / Año. de 1761; / (con otra grafía:) Año del 1761”, cada renglón centrado. En la tapa dice “LI-BRO / DE CASAMIENTOS”; y, en un retazo de papel pegado puede leerse: “Lib[ro de] / C[asamien]tos / 176[1-179]0”, y arriba a la derecha: “Nº 4”. La portada debe contarse como foja 1, mientras que la 1v se encuentra en blanco; y hay un error de numeración, ya que la foja 128 no existe, en vez de la cual está la número 130, numera-ción que se sigue.

LMC6: En la tapa dice: “Libro de Casamientos / del Año. de / 1791.”; y, en un papel pegado, con letra manus-crita: “Libro de / Casamientos. / 1791-1803”, y “6” arriba a la derecha. Hay 43 LMAn1, foja 259.

44 LMLl2, fojas 90 y 91, No. 32.

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No. 31 • Un encuentro con la historia

dos errores de numeración impor-tantes: las fojas no están numeradas al inicio del documento sino hasta la nº 103, y se toma esta notación para numerar todo el libro (de forma que entonces la foja 1 es en realidad la 10); y luego, la foja 170 no está numerada de tal forma, sino que en vez aparece como nº 270, por lo que se reasigna la numeración de esta última manera a todo el resto del libro parroquial.

LMC8: Portada: “LIBRO / PAro-quial de Santiago de / Castro de los Ca-samientos que se van / apuntando desde veinte,ytres de Septi- / embre del año de 1815~~~~~~~~~~~~”, tras lo cual puede leerse, en un papel blanco pe-gado en el centro, y manuscrito: “[en el extremo superior derecho:] N.º 8 // Libro de / Casamientos. / 1815_1826”. Lomo: sin leyenda. Hay un error de numeración, ya que luego de la foja

129v, existe una segunda “129” (lla-mada 129 bis), con su correspondien-te 129v bis; tras lo cual prosigue la numeración en 130.

LMLl2: Portada: “Libro nuevo en que / se asientan las partidas de / Matri-monios, de esta Vice / parroquia de Lliu-co, el / que principia en el mes de / Mayo de = 1883.”. Tapa: “Libro nº 2 / de / Matrimonio”. Lomo: “N. / II”. Hay un error de numeración en las partidas, a partir de la foja 228, donde existe un asiento número 67, a partir del que si-gue de esta manera.

LMT6: Portada: “Libro en que se así- / entan las partidas de / matrimonios de esta Jgle_ / sia parroquial de Tenaún / que dá principio el dia / primero de Ene-ro del año / 1900. // Libro 6.º”. Tapa: “Libro 6º / de Matrimonios. / 1900= / Tiene Indice=”.

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1854 Estadística comercial de la República de Chile correspondiente al segundo semestre del año 1853, Valparaíso, Imprenta del Diario.

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1854 Estadística comercial de la República de Chile correspondiente al primer semestre del año 1854, Valparaíso, Imprenta del Diario.

1855 Estadística comercial de la República de Chile correspondiente al segundo semestre del año 1854, Valparaíso, Imprenta del Diario.

1855 Estadística comercial de la República de Chile correspondiente al primer semestre del año 1855, Valparaíso, Imprenta del Diario.

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I

Antes que el tiempo pase, y de ello no quede ningún recuerdo, vamos a dejar constancia en estas líneas lo que fue, cincuenta años há (1878), la di-versión popular que se denominaba Los Diablicos (provincialismo. Equi-valente: matachines).

Parece que esta costumbre, no lo afirmamos, vino de Charapotó, cuan-do esa población era, hace 70 años (1858), la más floreciente y rica de Manabí por su agricultura como por sus mujeres bellas, en cuyos campos cubiertos de verde alfombra, visto desde la cima, la vista se dilata, el es-píritu se recrea, al mirarlos cubierto siempre de exuberante vegetación, como así supo cantarle don Pedro Pa-blo Merino, al igual que lo hizo para con el bello sexo.

Esta fiesta tenía lugar todos los años, el día de Corpus. El principal objeto era cumplimiento a todos los que llevan el nombre de Manuel, no sin antes haber rendido al pié de los altares, la ceremonia respectiva que los creyentes católicos levantaban en las calles.

El disfraz o vestido que usaban consistía en cubrirse la cabeza con una especie de sombrero hecho de

cartón, en forma de cono, llevando la parte exterior forrado de papel es-maltado, adornado con muñecas y es-pejos pequeños y en la parte superior un ángel y de éste un moño hecho de diferentes colores de cintas. La cara la cubrían con una máscara hecha de palo que siempre era de color blanco y bien aplanchada, se ponían algo así como una especie de peto, hecho de un género fuerte y de un solo color que llegaba hasta la cintura como el corsé, peto que también se adornaba con lentejuelas.

El pantalón solo les cubría hasta las pantorrillas, llevando cascabeles en la parte superior. Sobre el panta-lón se ponían una falda corta hasta la rodilla, o sea en la forma igual, como ha dispuesto la moda la usen nuestras mujeres; como también ha acordado la cortada del cabello para el uso de la melena, haciendo con esto que el negocio para los peluqueros se haya duplicado, puesto que con el ingreso de la otra media humanidad a esos talleres han aumentado sus estipen-dios. La falda era de un color diferen-te al del peto adornándola con lazos de cinta, lentejuelas, y en su parte in-ferior, ribeteada con cascabeles. En la

CRÓNICAS DE ANTAÑO*Ramiro Molina Cedeño

* Tomado de Alfredo T. Rosado, diario La Provincia, domingo 7 de abril de 1928.

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mano derecha portaban una charanga o charrasca; no era arma arrojadiza ni instrumento de viento, pues debe ser de origen indio y que daba un ruido como de platillos, la que hacía de un cañuto de caña guadúa de unos vein-ticinco a treinta centímetros de largo, inclusive el mango que salía después del nudo que tiene el cañuto. En la parte superior de la charrasca, cruza-do un alambre, pendían varias piezas planas de cobre que llenaban la par-te hueca de este instrumento, lo que producía un ruido bastante especial. También se la alisaba.

En la izquierda, y sobre el brazo, llevaban una banderita de color al gusto del disfrazado. La charrasca, la banderita, cuando eran entregadas a otra persona, era el distintivo de res-peto, cariño o amor, prevaleciendo este último afecto para con la dama que les había robado la tranquilidad.

Pero había entre los muchos que se disfrazaban, de ocho a diez, uno que hacía de boyerona (léase espantosa) y se vestía con la indumentaria de mu-jer, esto es, con una saya color café no bien limpia y la blusa respectiva. La cara se la cubría al igual de los otros; la cabeza con un sombrero raído y bastante viejo, y en la mano derecha un rebenque o látigo.

El baile era siempre ejecutado en las calles, al aire libre, consistía en algo así como el paso gimnástico con cierto contorneo, siguiendo luego el enlace de parejas; después, así mis-mo, se enlazaban de los brazos dán-dole cierta inclinación al cuerpo para

dar pasos hacia adelante y atrás, con la respectiva media vuelta.

Esta clase de baile no tenía ningu-na semejanza a los bailes montubios, o sean el Amor Fino, el Moño, el Curi-quingue, de las selvas manabitas, como dicen los otros. Los instrumentos que servían para producir placer, gusto, animación, eran: un pífano y un tambor ejecutados por personas acostumbra-das a tocarlos para esa clase de bailes.

En las casas ya erra otra cosa, se les obsequiaban dulces, frescos y el democrático licor de Atahualpa (chi-cha), no sin antes hacer la entrega de la charrasca o banderita, pronuncian-do las palabras “bambai, bambai”, querían decir, “tomadla”, pero al ser devuelta iba acompañada como signo de afecto, de alguna moneda de plata y de una expresión de cariño que de-jaba dibujar en los labios la Dulcinea que hubiera recibido cualesquiera de esas prendas.

II

Terminada la fiesta de Los Diabli-cos, se celebraba, en el mismo mes, la de San Juan Bautista, en la que se ejer-cía, como principal número de los fes-tejos, la matanza de algunas aves de corral, que se llevaba a cabo frente a las casas de las personas que se llama-ban Juan o Juana. Los frentes de esas casas eran arreglados esmeradamen-te, colocando asientos a los costados para dar comodidad a los concurren-tes. La muerte a dichas aves era dada en la siguiente forma: en la tierra ha-cían un hoyo y ponían dentro de él

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No. 31 • Un encuentro con la historia

las aves destinadas al sacrificio, solo dejándoles visible el cuello. Efectuado esto se vendaban los ojos a la persona que deseaba sacar la suerte (hombre o mujer) y colocada a seis metros de distancia del lugar en que estaban enterradas, se le ponía en la mano un bien afilado machete para luego dar el golpe final al ave.

Aquí lo de reír, silbar y saltar, pues el individuo, ciego como estaba, rara vez acertaba a dar el machetazo en el cuello del animal. Ya tomaba a la de-recha, ya a la izquierda, ya se detenía en el centro del trayecto, ya pasaba del sitio donde iba a tener lugar ese sacrificio, en suma, era una fiesta.

Esta diversión, muy popular por cierto, comenzaba desde las cuatro de la tarde de todos los 23 de junio para terminar al anochecer; y, conseguido o no su fin, esas aves eran siempre llevadas a la olla para preparar el su-culento sancocho, el que era servido a todos los familiares, sin dejar de faltar el baile y el canto. Al siguiente día se repetía lo de la víspera; y, entre los concurrentes habían algunos que de la mañana a la tarde, talvez no ha-bían probado bocado, y como aconte-ce siempre a los que se encuentran en estas clases de fiestas.

Existía también la costumbre de bañarse a las cuatro de la mañana del día 24, siendo los primeros en hacerlo, los de la fiestas y los amigos de éstos. El gentío que se reunía era enorme, en su mayoría mujeres, entre las que andaba una que hacía las veces de jefe, portando un tarro en el que pro-ducía un ruido infernal, acompañado

de gritos “Viva San Juan”, “Viva San Juan”. La costumbre de tomar el baño a esa hora era porque se considera-ba que el agua estaba bendita, pues-to que decían que a esa misma hora Cristo recibió las aguas bautismales de las manos del dichoso San Juan.

Bien podría llamarse a esta cos-tumbre, fanatismo, talvez idolatría, pero ésta aún existe en algunas reli-giones, luciendo en los templos mu-chas imágenes que desdicen de lo que son en su esencia, cuando Jesu-cristo fue a destruirlas, al decir: “Me adorarás en espíritu y en verdad”, o bajo este otro precepto: “Reza con el corazón no con los labios”. A Dios se le ama en el hogar, en el campo, en el taller, cumpliendo las leyes que el hombre se ha impuesto con relación a su estado civil y moral. Le ama el hijo que sabe hacerlo para con sus padres; le aman los padres que conducen a sus hijos por el sendero de la virtud; le aman todos los que con el sudor de su frente, cumpliendo la sentencia bíblica, llevan el pan y el abrigo para los suyos. No lo aman los libertinos, los fatuos, los vagos, los deshonestos, aunque sus labios expresen que sí.

III

Terminadas las fiestas ya narradas venía la calma, calma que solo era interrumpida por el pequeño movi-miento comercial de ese entonces, atento lo reducido que era el comer-cio existente entre Tosagua y Chone, como también se entendían en el em-barque y desembarque de esas mer-caderías o la de los buques surtos en

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60

el puerto; los menos se ocupaban en la caza y en la pesca, y las mujeres en sus quehaceres domésticos.

A tan prolongada tranquilidad se sucedía el regocijo, el bullicio por la aproximación de la fiesta más univer-sal que se conoce: la pascua de Navi-dad. Los disfraces, desde el 24 de di-ciembre hasta el día de los Reyes, eran infaltables y se llamaban Las Mojigas (provincialismo: léanse mojigangas). Estas se componían de unos cuantos individuos que se disfrazaban con la propia indumentaria haciendo el papel de mujeres, prestándoles a sus amigas, cubriéndose la cabeza con un sombrero de paja toquilla, paño o car-tón adornado con flores y cintas. Los hombres lo llevaban al natural. La máscara era de ruan, con perforacio-nes para la boca y nariz, sin faltarle la pintura en la parte correspondiente a las mejillas. En esta diversión era de regla acompañarse de la Boyerona, la que ya hemos descrito. La música era el alma de la fiesta, la producía una guitarra, un tambor, un rondín y el histórico acordeón.

Perfectamente ataviados salían a las calles, en ellas bailaban el Amor Fino, el Moño, reinando la popular Polska y la danza española, bastante conocida en esa época; no así los clási-cos –la cuadrillla, la mazurka, el vals– ni mucho menos el tango de prefe-rencia actual, pero que, sin embargo, Guillermo II mandó por decreto real no se bailara en sus dominios.

Terminada esta parte de la fies-ta, se dirigían a los Nacimientos, tan conocidos en aquellos tiempos como

en los actuales; llegados a estos, can-taban en coro coplas que estaban en armonía con la adoración que iban a efectuar. Después de recibir los aga-sajos de los dueños de casa, se des-pedían prometiendo regresar el año venidero. Todos sabemos lo que es un nacimiento, el arreglo primero de un altar.

Sin embargo, la costumbre de Las Mojigas, en la forma que fue, ya no existe, se conserva aún la de los llama-dos Nacimientos en un aspecto nada apropiado en una determinada clase social; puesto que, si bien es cierto en los primeros momentos cantan estro-fas dignas del objeto de la fiesta, se oyen después las deshonestas o pi-cantes; esto es, vienen las orgías, en las que están de por medio el baile y el licor, para cuyo efecto sacan el Niño del altar o lo cubren con un pañuelo y hecho esto a danzar se ha dicho.

Reseñadas estas costumbres creo del caso hacer reminiscencia de la época del caucho, esto es, cuando éste permanecía en la playa sin que na-die se atreviera a hurtarse una libra, pues no eran pequeñas partidas las abandonadas, sino toneladas las que en ese lugar quedaban hasta la llega-da del primer buque. ¡Qué tiempos! ¡Qué personas! ¡Esos no volverán!