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    CONFUSIN DE LENGUA ENTRE LOS ADULTOS Y EL NIO

    El lenguaje de la ternura y de la pasin

    Autor: Sandor Ferenczi

    Conferencia pronunciada en el XII Congreso Internacional de Psicoanlisis enWiesbadenen septiembre de 1932.

    El ttulo original era: Las pasiones de los adultos y su influencia sobre el desarrollo delcarcter y de la sexualidad del nio.

    Sera un error querer introducir a la fuerza, en un informe al Congreso, el amplio temadel origen exterior de la formacin del carcter y de la neurosis. Por ello me contentar

    con ofrecer un extracto de lo que hubiera querido decir. Hubiera sido til indicarprimero cmo me he planteado el problema formulado en el ttulo. Durante mi

    conferencia pronunciada en la Sociedad Vienesa de Psicoanlisis, con ocasin delsesenta y cinco aniversario del profesor Freud, habl de una regresin en la tcnica (y

    tambin en parte en la teora de las neurosis) que se me impuso por determinadosfracasos o resultados teraputicos incompletos. Entiendo por ello la importancia

    atribuida recientemente al factor traumtico tan injustamente olvidado en los ltimostiempos al tratar la patognesis de las neurosis. El hecho de no profundizar lo

    suficiente en su origen externo supone un peligro, el de recurrir a explicacionesapresuradas relativas a la predisposicin y a la constitucin. Las manifestaciones que

    yo calificara de impresionantes, las repeticiones casi alucinatorias de sucesostraumticos que comenzaban a acumularse en mi prctica, autorizaban la esperanzade que, gracias a tal abreaccin, importantes cantidades de afectos rechazados seimpusieran en la vida afectiva conciente y pusieran pronto fin a la aparicin de los

    sntomas; sobre todo cuando la superestructura de los afectos ha sido losuficientemente dulcificada por el trabajo analtico.

    Desgraciadamente esta esperanza slo se ha realizado de manera imperfecta, y enmuchos casos ha tropezado con grandes dificultades. La repeticin, estimulada por el

    anlisis, haba resultado demasiado bien. Poda constatarse sin duda una mejorasensible de determinados sntomas, pero los pacientes comenzaban a quejarse de

    estados de angustia nocturna y sufran incluso penosas pesadillas; la sesin de anlisissola degenerar en una crisis de angustia histrica. Esto, igual que la sintomatologaque pareca alarmante, fue analizada de una forma concienzuda, lo cual convenci y

    tranquiliz aparentemente a los pacientes: el resultado, que se esperaba duradero, nolo era sin embargo y a la maana siguiente el enfermo volva a quejarse de una nocheterrible, siendo la sesin de anlisis una nueva repeticin del trauma. Durante cierto

    tiempo me consol dicindome que el paciente ofreca grandes resistencias o quesufra un rechazo del que no poda tomar conciencia para descargarse en sucesivas

    etapas. Al no apreciar ninguna modificacin esencial tras una pausa bastante grandetuve que proceder una vez ms a mi autocrtica. Yo aguzaba el odo cuando los

    pacientes me acusaban de ser insensible, fro, y hasta cruel, y cuando me reprochabanser egosta, sin corazn y presuntuoso; tambin cuando me gritaban: Por favor,aydeme rpido, no me deje morir en la desesperacin... . Hice mi examen de

    conciencia para ver si a pesar de mi buena voluntad, eran ciertas sus acusaciones.Debo decir que tales explosiones de clera y de furor slo ocurran excepcionalmente;a menudo, mis interpretaciones eran aceptadas por el paciente al fin de la sesin conuna docilidad llamativa, incluso con desconcierto. A pesar de ser una inversin fugaz,

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    me hizo sospechar que estos pacientes dciles experimentaban en secreto impulsos deodio y de clera, de modo que les invit a que abandonaran cualquier consideracin

    respecto de m. Tal oferta tuvo poco xito y la mayora rehusaron enrgicamenteaceptar esta demanda excesiva, a pesar de que fue suficientemente apoyada por el

    material analtico.

    Llegu poco a poco a la conviccin de que los pacientes perciban con mucha finura lastendencias, las simpatas y antipatas, y el humor del analista, incluso cuando ste erainconsciente de ellas. En lugar de contradecirle y acusarle de flaquezas o de cometer

    errores, los pacientes se identificaban con l. Slo en momentos excepcionales deexcitacin histrica, es decir en un estado casi inconsciente, podan reunir los

    pacientes suficiente coraje para protestar. Habitualmente no se permiten ningunacrtica respecto a nosotros; ni siquiera les viene a la mente, como no reciban nuestro

    permiso expreso o nuestro nimo directo. Por ello no solo debemos aprender a adivinara partir de las asociaciones de los enfermos los hechos desagradables de su pasadosino que tambin hemos de averiguar las crticas rechazadas o reprimidas que nos

    dirigen.

    Aqu chocamos con importantes resistencias, no ya las del paciente, sino las nuestras.

    Ante todo debemos ser analizados y conocer a fondo nuestros rasgos de carcterdesagradable, tanto exteriores como interiores, a fin de aceptar lo que las asociaciones

    de nuestros pacientes pueden contener de odio o de desprecio oculto.

    Esto nos lleva al problema de saber hasta dnde debe llegar el anlisis del analista,asunto cada vez ms importante. No hay que olvidar que el anlisis en profundidad de

    una neurosis exige casi siempre muchos aos, mientras que el anlisis didcticohabitual slo dura algunos meses, o a lo sumo ao y medio, lo cual puede llegar a

    crear la imposible situacin de que nuestros pacientes estn poco a poco mejoranalizados que nosotros. Al menos pueden presentar sntomas de tal superioridad, que

    son incapaces de expresarlos verbalmente. Caen en una extremada sumisin, aconsecuencia de su incapacidad o del temor de desagradarnos al criticarnos.

    Gran parte de la crtica rechazada se refiere a lo que podramos llamar la hipocresaprofesional. Acogemos cortsmente al paciente cuando entra, le pedimos que noscomunique sus asociaciones, y le prometemos escucharle atentamente y consagrartodo nuestro empeo a su bienestar y al trabajo de aclarar su estado. En realidad

    puede ocurrir que algunos rasgos, internos o externos del paciente, nos seandifcilmente soportables, o incluso que sintamos que la sesin de anlisis aporta unaperturbacin desagradable a una preocupacin profesional ms importante o a unproblema ntimo. Aqu no veo otra salida que tomar conciencia de nuestro propio

    problema y comentarlo con el paciente, admitindolo no slo como posibilidad sinotambin como hecho real.

    He de insistir en que esta renuncia a la hipocresa profesional, considerada hasta

    ahora como inevitable, en lugar de herir al paciente le aporta un notable consuelo.Aunque estalle la crisis traumtica histrica, lo hace sin tanta violencia; resulta posible

    reproducir mediante el pensamiento los sucesos trgicos del pasado sin que talreproduccin suponga una nueva prdida del equilibrio psquico; parece incluso que se

    eleva el nivel de la personalidad del paciente. Qu ha conducido a este estado decosas? En la relacin entre el mdico y el enfermo exista falta de sinceridad, algo queno se haba dicho y que al explicarlo liberaba la lengua del paciente. Admitir un error

    consegua para el analista la confianza del paciente. Puede tenerse la impresin de queentonces sera til cometer errores, para confesarlos a continuacin al paciente, pero

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    esto resultara superfluo. Cometemos los suficientes errores de forma espontnea ytuve un paciente inteligente que se indignaba con justicia a este respecto dicindome:

    Mejor sera que evitara usted cualquier error, su vanidad saldra beneficiada siaprovechara sus fallos.....

    El solucionar este problema puramente tcnico me hizo acceder a un material oculto al

    que haba atribuido hasta entonces poca atencin. La situacin analtica, esa frareserva, la hipocresa profesional y la antipata respecto al paciente que se oculta trasella y que el enfermo capta con todo su ser, no difiere demasiado de las cosas queanteriormente, es decir en la infancia, le hicieron enfermar. En este momento de la

    situacin analtica, si empujamos al enfermo a la reproduccin del trauma, su estadose hace insoportable; por ello no hay que extraarse de conseguir una situacin

    similar, ni mejor, ni diferente, a la del trauma primitivo. Pero la capacidad de admitirnuestros errores y de renunciar a ellos, as como la autorizacin de las crticas, nos

    hacen ganar la confianza del paciente. Esta confianza es algo que establece elcontraste entre el presente y un pasado insoportable y traumtico. Tal contraste esindispensable para reavivar el pasado, no tanto como reproduccin alucinatoria sinoms bien en cuanto recuerdo objetivo. La crtica latente expresada por mis pacientesdescubra, con agudeza, los rasgos agresivos de mi teraputica activa, la hipocresa

    profesional, para forzar la relajacin del paciente, y me enseaba a reconocer ydominar las exageraciones en ambos sentidos. Estoy tambin reconocido a lospacientes que me han enseado que tenemos excesiva tendencia a mantener

    determinadas construcciones tericas y a dejar de lado hechos que quebrantarannuestra seguridad y nuestra autoridad. En cualquier caso he podido saber por qusomos incapaces de operar sobre los accesos histricos, y de este modo he podidofinalmente triunfar. Me hallaba en la misma situacin que aquella dama espiritual

    quien, ante una de sus amigas en estado narcolptico, no pudiendo socorrerla ni consacudidas ni con gritos, tuvo repentinamente la idea de hablarle de manera mimosa,como a un nio: Vamos, querida, revulcate por la tierra. Hablamos mucho en elanlisis de regresin a la infancia, pero evidentemente no sabemos hasta qu puntotenemos razn. Hablamos mucho de divisin de la personalidad, pero parece que no

    conocemos en su justa medida la profundidad de este fenmeno. Si guardamos unaactitud fra y pedaggica en presencia de un paciente afectado de opisttonos,rompemos el ltimo vnculo que nos une a l. El paciente sin conocimiento es como unnio que ya no es sensible al razonamiento, sino a lo ms a la benevolencia materna.

    Si falta esta benevolencia se halla solo y abandonado en la ms profundadesesperacin, es decir justamente en la misma situacin insoportable, que, en

    determinado momento, le condujo a la ruptura psquica, y luego a la enfermedad. Noes sorprendente que el paciente solo pueda repetir de modo exacto, como cuando seinstal en l la enfermedad, la formacin de los sntomas desatados por la conmocin

    psquica.

    Los pacientes no se sienten afectados por una muestra teatral de piedad, sino tan slo

    por una autntica simpata. No s si la reconocen en el tono de nuestra voz, en lostrminos que utilizamos, o de otra forma; de cualquier modo, adivinan, de forma casiextralcida, los pensamientos y las emociones del analista. Me parece casi imposible

    engaar al enfermo en este punto, y las consecuencias de cualquier tentativa deengao seran nefastas. Permtanme que les insista en que esta relacin ntima con el

    paciente me ha dado importantes niveles de comprensin. En principio he podidoconfirmar la hiptesis ya enunciada de que nunca se insistir bastante sobre la

    importancia del traumatismo y en particular del traumatismo sexual como factorpatgeno. Incluso los nios de familias honorables de tradicin puritana son vctimas

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    de violencias y de violaciones mucho ms a menudo de lo que se cree. Bien son lospadres que buscan un sustituto a sus insatisfacciones de forma patolgica, o bien son

    personas de confianza de la familia (tos, abuelos), o bien los preceptores y el personaldomstico quienes abusan de la ignorancia y de la inocencia de los nios. La objecinde que se trata de fantasas de los nios, es decir de mentiras histricas, pierde todasu fuerza al saber la cantidad de pacientes que confiesan en el anlisis sus propias

    culpas sobre los nios. No me sorprend cuando, hace poco, un pedagogo de espritufilantrpico vino a verme con gran desesperacin y me confi su descubrimiento, yapor quinta vez, de que en una familia de buena sociedad la gobernanta mantena con

    muchachos de nueve a once aos una autntica vida conyugal.

    Las seducciones incestuosas se producen habitualmente de este modo: un adulto y unnio se aman; el nio tiene fantasas ldicas, como por ejemplo desempear un papel

    maternal respecto al adulto. Este juego puede tomar una forma ertica, peropermanece siempre en el mbito de la ternura. No ocurre lo mismo en los adultos que

    tienen predisposiciones psicopatolgicas, sobre todo si su equilibrio y su controlpersonal estn perturbados por alguna desgracia, por el uso de estupefacientes o desustancias txicas. Confunden los juegos de los nios con los deseos de una persona

    madura sexualmente, y se dejan arrastrar a actos sexuales sin pensar en las

    consecuencias. De esta manera son frecuentes verdaderas violaciones de muchachitasapenas salidas de la infancia, lo mismo que relaciones sexuales entre mujeres maduras

    y muchachos jvenes, o actos sexuales impuestos de carcter homosexual.

    Es difcil adivinar el comportamiento y los sentimientos de los nios tras esos sucesos.Su primera reaccin ser de rechazo, de odio, de desagrado, y opondrn una violentaresistencia: No, no quiero, me haces mal, djame!. sta, o alguna similar, sera Lareaccin inmediata si no estuviera inhibida por un temor intenso. Los nios se sientenfsica y moralmente indefensos, sus personalidades an dbil para protestar, inclusomentalmente, la fuerza y la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos, e

    incluso pueden hacerles perder la conciencia. Pero cuando este temor alcanza su puntoculminante, les obliga a someterse automticamente a la voluntad del agresor,a

    adivinar su menor deseo, a obedecer olvidndose totalmente de s e identificndosepor completo con el agresor. Por identificacin, digamos que por introyeccin delagresor, ste desaparece en cuanto realidad exterior, y se hace intrapsquico; pero lo

    que es intrapsquico va a quedar sometido, en un estado prximo al sueo- como lo esel trance traumtico- al proceso primario, es decir que lo que es intrapsquico puede

    ser modelado y transformado de una manera alucinatoria, positiva o negativa,siguiendo el principio de placer. En cualquier caso la agresin cesa de existir en cuantorealidad exterior y, en el transcurso del trance traumtico, el nio consigue mantener

    la situacin de ternura anterior.

    Pero el cambio significativo provocado en el espritu infantil por la identificacinansiosa con su pareja adulta es la introyeccin del sentimiento de culpabilidad deladulto: el juego hasta entonces anodino aparece ahora como un acto que merece

    castigo.

    Si el nio se recupera de la agresin, siente una confusin enorme; a decir verdad yaest dividido, es a la vez inocente y culpable, y se ha roto su confianza en el

    testimonio de sus propios sentidos. A ello se aade el comportamiento grosero deladulto, an ms irritado y atormentado por el remordimiento, lo que hace al nio msconciente de su falta y ms vergonzoso. Casi siempre el agresor se comporta como sinada ocurriera y se consuela con la idea: Va, no es ms que un nio, an no sabenada, lo olvidar todo pronto. Tras un hecho de esta naturaleza no es raro ver al

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    seductor adherirse a una moral rgida o a principios religiosos, esforzndose con suseveridad por salvar el alma del nio. En general, las relaciones con una segunda

    persona de confianza, por ejemplo la madre, no son lo suficientemente ntimas paraque el nio pueda hallar ayuda en ella; algunas dbiles tentativas en este sentido sonrechazadas por la madre calificndolas de tonteras. El nio del que se ha abusado se

    convierte en un ser que obedece mecnicamente o que se obstina; pero no puede

    darse cuenta de las razones de esta actitud. Su vida sexual no se desarrolla, oadquiere formas perversas; no hablar de las neurosis y de las psicosis que puedenresultar en estos casos. Lo que importa desde el punto de vista cientfico en estaobservacin es la hiptesis de que la personalidad an dbilmente desarrollada

    reacciona al desagrado brusco no mediante la defensa sino con una identificacinansiosa y con la introyeccin de lo que la amenaza o la agrede. Ahora comprendo

    porqu mis pacientes rehsan seguir mi consejo de reaccionar frente al desagrado conodio o con movimientos defensivos, como yo hubiera esperado. Una parte de su

    personalidad, el ncleo mismo de ella, ha quedado fijado a un determinado momento ya un nivel en que las reacciones aloplsticas eran an imposibles y donde, debido a

    una especie de mimetismo, se reacciona de forma autoplstica. Se llega as a un tipode personalidad constituido nicamente por el Ello y el Super-Ego que, en

    consecuencia, es incapaz de afirmarse en casos de desagrado; del mismo modo un

    nio que an no ha alcanzado pleno desarrollo es incapaz de soportar la soledad sicarece de proteccin maternal y de una fuerte dosis de ternura. Vamos a referirnos

    ahora a las ideas desarrolladas por Freud desde hace tiempo cuando sealaba que lacapacidad de experimentar un amor objetal iba precedida de un estadio de

    identificacin. Calificar tal estadio como el del amor objetal pasivo, o estadio de laternura. Pueden aparecer rasgos de amor objetal pero slo en cuanto fantasas, demanera ms bien ldica. De esta forma, casi todos los nios juegan con la idea deocupar el lugar del progenitor del mismo sexo para convertirse en pareja del otro,

    aunque slo sea de forma imaginaria. En realidad ni querran ni podran pasar de laternura, y sobre todo de la ternura maternal. Si en el momento de esta fase de ternura

    se impone a los nios ms amor o un amor diferente al que desean, puedenocasionrseles las mismas consecuencias patgenas que la privacin de amor hasta

    ahora aludida. Esto nos llevara muy lejos al hablar de todas las neurosis yconsecuencias caracterolgicas que pueden resultar de la apertura precoz a formas deamor apasionado, teido de sentimientos de culpabilidad en un ser inmaduro e

    inocente. La consecuencia no puede ser otra que la confusin de lenguas a la quealudo con el ttulo de esta conferencia.

    Los padres y los adultos debieran aprender a reconocer, como los analistas, tras elamor de transferencia la sumisin o la duracin de nuestros hijos, de nuestros

    pacientes o de nuestros alumnos, un deseo nostlgico de liberarse de este amoropresivo. Si se ayuda al nio, al paciente o al alumno a abandonar esta identificacin ya defenderse de esta transferencia fuerte, puede decirse que se ha conseguido elevar a

    la personalidad a un nivel superior. Quisiera explicarles brevemente algunosdescubrimientos suplementarios a los que nos conducen esta serie de observaciones.

    Sabemos desde hace tiempo que el amor forzado, lo mismo que las medidas punitivasinsoportables, tienen un efecto de fijacin. Posiblemente es ms fcil comprender estareaccin en apariencia inslita, refirindonos a lo que acabamos de decir. Los delitos

    que el nio comete, como si jugara, son llevados a la realidad por los castigospasionales que reciben de los adultos curiosos, encolerizados, lo que supone para unnio hasta entonces no culpable, todas las consecuencias de la depresin. Un examen

    detallado de los procesos del trance analtico, nos ensea que no existe choque nitemor sin un anuncio de la divisin de la personalidad. La personalidad regresa hacia

    una beatitud pretraumtica, intenta creer que nada ha sucedido, y esto no sorprender

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    a ningn analista. Es ms extrao ver operar, durante la identificacin, un segundomecanismo del que yo, al menos, saba bien poco. Deseo hablar de la eclosin

    repentina y sorprendente, como surgida tras un golpe de varita mgica, de las nuevasfacultades que aparecen a consecuencia de un choque. Esto hace pensar en los juegosde prestidigitacin de los faquires quienes, a partir de una semilla, hacen crecer ante

    nuestros ojos una planta con sus hojas, su tallo y sus flores. Un enorme sufrimiento y,

    sobre todo, la angustia de la muerte, parecen tener el poder de despertar y de activarsbitamente determinadas disposiciones latentes, an no desarrolladas, que aguardansu maduracin en absoluta quietud. El nio que ha sufrido una agresin sexual puede

    desplegar repentinamente, bajo la presin de la urgencia traumtica, todas lasemociones de un adulto maduro, las facultades potenciales para el matrimonio, la

    paternidad o la maternidad, facultades que se hallan virtualmente preformadas en l.Puede entonces hablarse simplemente, oponindola a la regresin a la que tan a

    menudo nos referimos, deprogresin traumtica, (patolgica) o de premaduracin(patolgica). Podemos pensar en los frutos que maduran enseguida cuando los hiere el

    pico de un pjaro, y tambin en la temprana madurez de un fruto agusanado.

    En el plano no slo emocional sino tambin intelectual, el choque puede permitir a unaparte de la persona madurar sbitamente. Les recordar el sueo tpico del beb

    sabio que aisl hace tantos aos, en el que un recin nacido, un nio todava en sucuna, se pone a hablar sbitamente e incluso ensea con sabidura a toda su familia. El

    miedo ante los adultos exaltados, locos en cierto modo, transforma por as decir alnio en psiquiatra; para protegerse del peligro que representan los adultos sin control,tiene que identificarse completamente con ellos. Es increble lo que podemos aprender

    de nuestros nios sabios, los neurticos.

    Si los choques se suceden durante el desarrollo, el nmero y la variedad de losfragmentos divididos aumenta, y se nos hace difcil mantener el contacto con ellos, sin

    caer en la confusin, ya que se comportan como personalidades distintas que no seconocen entre s. Esto puede determinar un estado que se designara atomizacin, si

    no se admite la imagen de la fragmentacin; y es necesario mucho optimismo para no

    arredrarse frente a tal estado. Espero sin embargo que puedan hallarse caminos paraunir entre s los diversos fragmentos resultantes.

    Al lado del amor apasionado y de los castigos pasionales, existe un tercer medio dedominar a un nio, y es el terrorismo del sufrimiento. Los nios se ven obligados a

    soportar todo tipo de conflictos familiares y llevan sobre sus dbiles espaldas el pesadofardo de los restantes miembros de la familia. No lo hacen puro desinters, sino parapoder disfrutar nuevamente de la paz desaparecida y de la ternura que se deriva de

    ella. Una madre que se lamenta continuamente de sus sufrimientos puede transformara su hijo en una ayuda cuidadosa, es decir convertirlo en un verdadero sustituto

    maternal, sin tener en cuenta los intereses del nio.

    Si todo esto se confirmara, nos veramos obligados a revisar algunos captulos de la

    teora sexual y genital. Por ejemplo, las perversiones no son infantiles ms que sipermanecen en el mbito de la ternura; cuando se cargan de pasin y de culpabilidadconscientes, testimonian posiblemente una estimulacin exgena, y una exageracin

    neurtica secundaria. En mi propia teora de la genitalidad yo no haba tenido encuenta hasta ahora la diferencia entre la fase de la ternura y la fase de la pasin. Qu

    parte de sadomasoquismo est condicionada por la cultura (es decir nace delsentimiento de culpabilidad introyectado) en la sexualidad de nuestra poca, y qu

    parte, mantenida autctona, se desarrolla como una fase de organizacin propia? Estose aclarar posteriores investigaciones.

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    Me sentira dichoso si ustedes consiguieran verificar todo esto en el plano de la prcticay en el plano de la reflexin; tambin me agradara que a partir de ahora concedieranms importancia a la manera de pensar y de hablar de sus nios, de sus pacientes yde sus alumnos, tras los cuales se ocultan crticas, de forma que pudieran aclarar la

    confusin de lenguas y aprovecharan la ocasin para aprender cosas.

    Post- ScriptumEsta serie de reflexiones slo ha tratado de abordar de forma descriptiva lo que hay detierno en el erotismo infantil y lo que hay de apasionado en el erotismo adulto; deja en

    suspenso el problema de la esencia misma de su diferencia. El psicoanlisis puedemantener el concepto cartesiano que convierte a las pasiones en producto del

    sufrimiento, pero posiblemente pueda tambin responder a la cuestin de saber lo queintroduce, en la satisfaccin ldica de la ternura, el elemento de sufrimiento, o sea elsadomasoquismo. Estas contradicciones nos hacen presentir entre otras cosas que, enel erotismo del adulto, el sentimiento de culpabilidadtransforma el objeto amoroso enun objeto de odio y de afeccin, es decir en un objeto ambivalente. Esta dualidad faltaan en el nio en el estadio de la ternura, y es justamente este odio el que sorprende,espanta y traumatiza al nio amado por un adulto. Este odio transforma a un ser que

    juega espontneamente, con la mayor inocencia, en un autmata, culpable del amor,que, imitando ansiosamente al adulto, se olvida de s mismo. Este sentimiento de

    culpabilidad y el odio contra el seductor es el que confiere a las relaciones amorosas delos adultos el aspecto de una lucha terrible para el nio, escena primitiva que terminaen el momento del orgasmo; el erotismo infantil, en ausencia de la lucha de sexo,

    permanece al nivel de los juegos sexuales preliminares, y no conoce otrassatisfacciones que las de la saciedad, siendo para l ajenas las que proporciona el

    sentimiento de anulacin del orgasmo. La teora de la genitalidad que trata de dar unaexplicacin de orden filogentico a la lucha de sexos, tendr que tener en cuenta estadiferencia entre las satisfacciones erticas infantiles y el amor, impregnado de odio, de

    la copulacin del adulto.