Concurso de Relatos Cortos Festival de la Sidra, 2010

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Selección de relatos participantes en el 2 Concurso de Relatos Cortos Festival de la Sidra, Nava, dirigido a jóvenes con edades comprendidas entre los 14 y 35 años.

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Festival de la Sidra. Nava, 2010

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IIpara jóvenes de 14 a 35 años

Edita: Ayuntamiento de NavaD.L.: As/4504-2010

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Índice

Nun queriendo quedar mal de Abel Martínez González pág. 4

Harto de Pablo Bermúdez Diego pág. 7

(relato ganador) Irlanda del Sur de César García Macarrón pág. 13

Con un culín por medio de Sonia Fernández Álvarez pág. 18

Dulce trago de amargura de Elena Palacio Tuñón pág. 22

El primer culín de Elena Martínez Martínez pág. 27

Emoción sidrera de Rubén García Pérez pág. 30

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Nun queriendo quedar malAbel Martínez González

de Oviedo

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Los goterones de mugor percorríenme la frente y diben a cayer nala punta les narries, n�onde se formaben gordes gotes que blincaben lomesmo que paracaidistes camín de suelu.

Foi por eso que, cuando vi�l cartelu qu�identificaba�l negociu del localaquel, bendixe a tolo santos que yera pa recordar nesi momentu por damel�arma más afayadiza pa l luchar escontra�l sol de xunetu.

Abrí la puerta y entré tolo rápido que la deshidratación que taba�l puntude baltame me dexó. Esfrutando del fresquín que tanta falta me facía, tirépa escontra la barra deveciendo por remoyar el gargüelu, resecu como loscampos de Castiella esos que dicía l�otru.

-¡Ponme una! -Glayé-y al chigreru énte les miráes desconfiáes de losdemás veceros que taben na barra. Y nun dexaba de ser normal que mirarenasina, que les traces de turista que llevaba esi día: pantalón curtiu, camisetade colorinos y gorra de visera, nun yeren la vistimenta más aquello pametése no que yera, polo visto, un chigre de paisanos fechos y derechos,de pucha bien grande enriba la tiesta, que xugaben a les cartes y daben laparpayuela.

Y foi por eso más que nada qu�abultome bien raru cuando�l camareruaportó a enfrente mio con un vasu namás, y non cola botella que yoesperaba. �¡Qué llaceria!�, pensé yo, �yá llegó equí tamién esa moda deservi lo por cul inos, en cuenta botel les como tola vida�.

Eso sí, el culín yera más bien un culón, y ye que�l vasu llenáralu hastaarriba. �Bono home, sirvenlo por vasos y non por botelles, pero a lo menoslos vasos son de paisanu�.

Coyí�l vasu aquel y, nun queriendo quedar mal, garré bien d�aliendu y,

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axudáu pola sede que trayía dempués de dos hores caleyando peles caisa pleno sol, entamé a botar pal gargüelu�l llíquidu, dispuestu a nun dexargota, asina m�afogase. Y nun andaba yo desencamináu, que faltóme l�airea medio beber, y cuido que púnxime coloráu, pero con too fui quien aacabalu, como un paisanu.

Dempués de la mio fazaña, posé d�un güelpe�l vasu enriba la barra yalendé de nuevu, garrando fuelgu otra vegada. Y bien contentu, que nunquería quedar mal delantre d�aquellos. ¿Turista? A lo meyor, pero tan bonsidreru como ellos.

Foi entóncenes cuando me pescancié del silenciu que se ficiera nelchigre. Acolumbré pa los demás veceros. Tolos güeyos fixos en min. Y tooscol so vasu de sidra a medio beber, suxetu na mano, como quien ta tomandoun chatu vino.

-Asturianu, ¿verdá? -Entrugóme�l camareru de la sargadoa.

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HartoPablo Bermúdez Diego

de Oviedo

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Octubre. Son las 08:30 de la mañana. La niebla y el roció van calandomis ropas y tengo frío. El abuelo dice que el frío es bueno para la sidra ycon eso está todo dicho.La hierba mojada va quedando gravada en la pielde mis desnudas rodillas mientras voy recogiendo las manzanas. El cubova pesando cada vez más siguiendo el ritmo con el que crecen las grietasde mis infantiles manos.

Tengo unas ganas enormes de que se termine la cosecha de unamaldita vez. Por lo menos la recogida de hoy. Ayer estuvimos diez horasseguidas. Sé, no obstante, que cuantas más manzanas recoja más cantidadde sidra habrá en la casa y que eso se reflejará en la cara de felicidad demi padre; una felicidad doble: la meramente económica-pues incrementarálas rentas familiares- y la estrictamente lúdica, de bebedor casero, aunque no siempre la felicidad del padre lo es del hijo puesto que, tendrá pocagraduación alcohólica, pero la sidra enfila y, no hay nada más peligrosopara un chaval que un padre con sed. De forma sana y saludable, noalcohólico anónimo pero bebedor conocido al f in y al cabo.

El resto del año, casi cada día, a las dos, a comer, a las tres - tras unasiesta de diez minutinos - el paisano cala la boina y llama a zafarrancho:

- Guaje vamos pa la pumará

- ¿Qué toca hacer hoy, Padre?

- Algo saldrá majo.

No digo que los paisanos no trabajen lo suyo también. Ellos son los quesaben injertar y qué clase de manzana es la mejor, la que da más cantidad,la más acida, con cual hay que mezclarla según la orientación, etc. Son elloslos que podan los pumares y controlan sus parásitos. Son los que dan el

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último apretón al fusu y determinan cuando hay que cortar, trasegar ocorchar. Pero sobre todo, ellos son los encargados de transmitir su sabera los nuevos lagareros de cada generación.

Sí, seguro que al final todo eso merecerá la pena cuando metas la zapicaen el duernu y atribuyas adjetivos a esa delicia que te hará irte por la pataabajo si te pasas en cantidad. Está buenísima sola, con boroña, con tortucon picadillo o lo que sea, pero ¿quién limpió la sebe de la pumará, pañóles manzanes y les lavó? ¿quién cepilló el mayu , les barriques y el llagar ybarrió el horru? ¿quién chiscó la ropa y agrietó les manes? y ¿quién va a lavarles botelles, llenales, corchales y moveles? pero sobre todo, ¿quién las veráirse a casa de algún amigo o pariente de la familia que ni siquiera la sabesaborear? Yo. ¡Qué equivocado está quien piense que la sidra solo se hacepara beberla la gente de casa!. Es una moneda de cambio tan válida comocualquier otra y, además ¿Qué mérito tendría si no la utilizáramos tambiénpara demostrar lo buenos artesanos que somos y lo mucho que sabemossobre ella? Es sencillamente nuestro arte.

El abuelo tenía cuatro grandes temas de conversación. No es que fueranlos temas sobre lo que más versaba, no; eran los únicos: la guerra, eltiempo, los animales y la sidra. Bueno no siempre, porque cuanta más sidrabebía menos la mencionaba y sus monólogos se concentraban en sus otrastres fuentes de inspiración. Y si seguía bebiendo ya cazaba vacas en elfrente de Burgos en día de lluvia para la compañía que capitaneaba.

Tengo que reconocer que sólo por la camaradería que se creaba bajo elhórreo en época de cosecha, al ritmo de los mayos, ya recompensaba concreces las penurias de entonces.

Hoy, sin embargo, con el paso de los años, cuando ya me gusta másbeberla que fabricarla, y en vísperas ya de que ni eso pueda hacer sin elconsabido sermón galeno, el mundo de la sidra me produce un revoltijo

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de tripa mucho más fuerte que cualquier efecto que en sí misma me puedacausar una buena borrachera de sidra calentorra.

¡Estoy harto! Que todo el mundo conozca en mayor o menor medidalos pasos más elementales de su elaboración, de tanto escucharlo o dever documentales de La 2, no significa que tengan ni la más remota ideade los penosos trabajos que han soportado a menudo los más débiles delclan para conseguir cualquier caldo, tenga la calidad que tenga.

Cuando un urbanita se acerque a Gascona y pida unas fabes con sidrinacon tal convencimiento y orgullo que tal parece doctor en la materia, escomo si cualquier comensal que esté degustando una ración de rabo detoro se creyera torero del mejor cartel. Manolete sólo hay uno y tampocoes que triunfara precisamente.

Para llegar a tener gran conocimiento del tema no es suficiente habersematriculado cum laude alguna noche de cogorza ni haber vomitado antesde apearse del sidrotren de Nava el día del Festival. Cualquier mortal nacedos veces: una para vivir su vida con sidra y otra para vivir sin sidra. Paraun sidrero la una sin la otra no es vida.

Los profanos utilizan sidra en cada vocablo publicitario de su localidadcon un falso respeto por el que se detecta sin más su falta de conocimiento.Así es fácil encontrar establecimientos y marcas con nombre propio y Sidrao de la Sidra como primer apellido. La sidra no es para nombrarla es parasaborearla. No está hecha para la lengua sino para el paladar.

Por muy de provincias que sea, un bebedor de ciudad no se puedeimaginar las tardes al sol, las mañanas entre la rosá o las discusiones habidasentre el abuelo, su hijo o su nieto, sobre la conveniencia de hacer esto olo otro, que va incluido en la botella que está degustando. A veces inclusoni mira el corchu para saber su procedencia, sólo sabe si le gusta o no (casisiempre sí) aunque no sea capaz de explicar el porqué.

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Está claro que sobre esto hay mucha tinta vertida pero no existe unaverdad única porque la única verdad es que se tardan muchos años enaprender a fabricar una bebida garantizada, esto es que, con una pequeñavariación de sabor, color, aroma, etc. la calidad sea siempre similar ycaracterística de su lagarero.

¡Cómo para que venga uno de esos listos a decirnos que si pasar la pieldel tocín por el bocal de la botella, que si enfríala de golpe, que si ponla alvapor de la cafetera, que si esto que si lo otro! Eso sin contar con losconocimientos médicos del supuesto catedrático: que si sube el ácido úrico,que si es diurética, que si beber de un solo vaso es antihigiénico�

Y que me dicen del escanciador. Esos camareros de restaurante venidosde quien sabe donde que pasados tres culetes se permiten el lujo de enjuiciarel tino del mejor echador. Estiran un brazo a coger el cielo y el otro a cogerel suelo, con el vaso en la entrepierna y la mirada al tendido y se regocijanpor atinar a poner el líquido dentro del recipiente sin tener en cuenta sirompe en el borde, si afila o tien estrella, si ta fría o tien madre. Yo prefieroque me lo de una máquina moderna. ¿Cómo nos vamos a fiar de alguienque cuando te ve beber a morro dice: �a mí solo me gusta escanciada porManolo porque la máquina estropéala�.

Bueno y de la cocina ya ni hablamos; leemos la carta de algunosrestauradores y detectamos ya algo que nos chirría: dieciséis renglones demenú compuesto de carne a la plancha, con seis clases de pasta, revueltode once mariscos, con aroma de pescado de roca, total para que lo rematencon el regado de una sola gota de sidra al oro de 18 quilates. Eso y unbocata de jamón una comida son. La sidra sólo es una bebida natural capazde acompañar a cualquier cosa pero que no admite extrañosacompañamientos.

Y los festejos. Madre mía que desmadre; en su nombre � como en el deDios - todo está permitido. Cueste lo que cueste y por encima de lo quesea; no en vano es la panacea que nos quita el hambre y la sed del

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mundo. Sobre todo a los probadores oficiales de cada certamen. Elvandalismo, las altas concentraciones etílicas de menores, la suciedadgenerada o el mal olor de las calles, ya no son una consecuencia de rendirleculto sino más bien, el fin de la organización de fiestas y romerías regadascon orbayu y sidra.

Por todo ello estoy harto, harto de tanto sommelier e industrial frustrado,harto de que esa bebida utilizada como símbolo y bandera de nuestra tierrano sea lo suficientemente buena como para ser objeto de serios estudiosde preparación profesional y, estoy harto de todo, excepto, de sidra. Debeber sidra nunca estoy harto, por la sencilla razón de que forma parte demí y sin ese componente combustible no sería capaz de funcionar.

Y entonces cuando considero que mi frustración no es justificada porquela sidra no es de mi patrimonio individual, recuerdo que al preguntar enque radicaba la grandeza de la sidra, mi abuelo contestaba:

- Fiyu, lo bueno en esto ye que ye una cosa distinta pa cada uno y lomismo pa tós.

En fin, déxolo que ya ta bien. Uno toma un culete y sin darse cuentaempieza a enredar y enredar y no sabe parar y, además, tengo que dir amexar.

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Irlanda del SurCésar García Macarrón

de Olias del Rey (Toledo)

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Relato ganador

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Fergus descendió del avión con lentitud. Nunca había entendido ala gente que se incorporaba de sus asientos nada más tomar tierra. Salirantes del avión solamente garantizaba más tiempo de espera a la hora derecoger las maletas.

Arrastró sus pies a través de los estrechos pasillos del aeropuerto deSantander y se situó frente a la cinta transportadora donde debía retirarsu único equipaje, Frank, un cachorro negro mezcla de mil razas, que habíarecogido unos años atrás de una muerte segura en la carretera que llevabaal puerto.

Estuvo valorando durante las dos semanas previas al viaje la convenienciade llevarlo consigo. Había decidido dar un cambio total en su vida, dejaratrás la ciudad de su infancia hacia un lugar donde nadie le conociera,donde pudiera empezar a labrarse un nuevo futuro lejos de los fantasmasque le atormentaban desde que era un niño, y no entraba en sus planesacarrear con ningún recuerdo del pasado, pero Frank no tenía culpa denada. Al fin y al cabo no era más que un despojo como él, con la suerte ola desgracia de tener dos patas más y ver la vida desde unos centímetrosmás abajo. No era justo que su perro no tuviera también una segundaoportunidad.

Tras reunirse con Frank, se encaminaron a una de las múltiples oficinasde alquiler de coches con las que contaba el aeropuerto y retiraron unode los modelos más pequeños y económicos. Frank accedió alegre a laparte posterior del vehículo mientras Fergus trataba de adaptarse a lanueva disposición de los mandos y de la palanca de cambios. Observó conatención el mapa de carreteras que le habían facilitado junto con el cochey encendió el motor.

No era la primera vez que Fergus salía de Irlanda, pero sí era la primera

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vez en que lo hacía pensando en no regresar. La larga enfermedad quehabía terminado con la vida de su madre, y la repentina muerte de su padre,le habían privado de los únicos vínculos familiares que aún conservaba.Seguía pensando que no había absolutamente nada en el mundo que nopudiera encontrar en su isla, pero los recuerdos estaban tan arraigados aesa tierra que le era completamente imposible evolucionar sin hacersedaño. Sintió que perder a quienes más quería le obligaba a su vez aabandonar lo que más quería.

Inició la marcha y salió decididamente del aeropuerto. Tomó la primeraincorporación a la carretera nacional que se encontró y continuó circulandoen paralelo a la línea que marcaba la costa.

Condujo durante algo más de dos horas sin perder la referencia del mar.Pensó que su vida, como la de cualquier otro isleño, siempre había estadoligada al agua y decidió no perder esta referencia que le hacía sentir seguro,por lo que no tomó ninguna de las salidas de la autopista hasta que comenzóa anochecer y tuvo la necesidad de buscar alojamiento.

Fergus estaba convencido de que había acertado de pleno. Desconocíael nombre de la población en la que se encontraba, pero le gustó que elhotel en el que se instaló se tratara de un lugar tranquilo y con vistas almar sobre el acantilado. Además, el hecho de que contará con un bar enla terraza de la puerta principal, le ofrecía un lugar idóneo desde el quepoder observar los pequeños barcos de pescadores que a esa horaabandonaban el puerto para comenzar su jornada de trabajo. Decidiódesterrar de su mente cualquier interés en descubrir la localidad, y decidióver el discurrir del tiempo durante las escasas horas que restaban de día.Frank apoyó la decisión moviendo enérgicamente el rabo y restregandosu cuerpo contra las piernas de Fergus.

Mientras el camarero tomaba nota de los pedidos de las mesas cercanas,Fergus fue consciente del gran problema que se le presentaba. No erarealmente importante no ser capaz de saludar en un idioma, pero sí lo era

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el hecho de desconocer la palabra �cerveza�, por lo que cuando le llególa hora de pedir la bebida, no pudo más que sonreír y señalar con el dedouna de las múltiples botellas de vidrio verde que consumían los clientes delas mesas vecinas.

No podía imaginar el contenido de aquellas botellas, pero algo le hacíaindicar que le gustaría. El olor que impregnaba el ambiente, ácido y dulcea la vez, había captado su atención desde el mismo momento en que bajodel coche, pero sin duda había sido la extraña forma en la que el camareroiba rellenando los vasos lo que más le había intrigado. Aquello no eracerveza, estaba claro, no podía asegurar a ciencia cierta de qué se trataba,pero el ritual que llevaba implícito aquella extraña bebida era tan sumamenteatractivo que denotaba un simbolismo y una cultura especial.

Sumido en estos pensamientos apareció de nuevo el camarero. Separóligeramente las piernas y tomó la botella con su mano derecha. Alzó elbrazo, enhiesto hacia el infinito, e inclinó ligeramente el cuello de la botelladejándola brotar como un manantial de caudal uniforme, directamentesobre el borde del vaso, sujetado sutilmente entre los dedos índice, pulgary corazón.

Una vez el camarero hubo finalizado lo que a Fergus se le antojó comoun extraño ritual, le ofreció amablemente el vaso ancho mientras depositabala botella encima de la mesa. El irlandés centro toda su atención en el coloramarillento y pajizo del contenido, ligeramente más claro que el de lacerveza, aunque bastante más luminoso. Lo acercó suavemente a su bocay, al igual que había visto hacer al resto de los clientes del local, ingirió todoel contenido de un único trago.

El camarero sonrió mientras Fergus degustaba la bebida como aquelque observa a un niño pequeño dar sus primeros pasos. Frank, desde elsuelo, lamió los escasos restos que su dueño arrojó deliberadamente alsuelo tras beber, otra vez por imitación de los demás clientes.

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Fergus levantó la vista, sonriente, y miró sorprendido al camareromientras preguntó tratando de aclarar al máximo su terrible acento dublinés:

- �¿Cider?�

- �Yes, Sidra. Esto es la Comarca de la Sidra� � respondió el camarero,hablando muy alto y despacio, mientras regresaba al interior del local.

Fergus miró fijamente al horizonte en el mismo instante en quecomenzaba a llover. Pensó que más allá de esa línea infinita marcada porel cielo y el mar se encontraba la costa del sur de su isla, donde familiasenteras de irlandeses disfrutaban de sus vacaciones paseando por aquellaslargas playas de arena blanca. Recordó el último verano que había pasadoallí con sus padres, bebiendo grandes cantidades de sidra de Tipperarymezclada con hielo.

Ahora se encontraba a cientos de kilómetros de distancia, mirando almismo punto en el mismo mar desde un lugar diametralmente opuesto.Sintió caer la misma lluvia que le había acompañado durante toda su vida,suave pero continua, esa que es capaz de calarte los huesos, con dulzura,sin apenas darte cuenta.

Miró a su alrededor y observó el efecto de esa lluvia sobre los pradosy campos que descansaban por encima del acantilado. El agua que regabaesas tierras había dado como fruto un sinfín de tonalidades de verdesdiferentes que descendían desde las montañas cercanas directamentehasta la costa.

Acarició suavemente el lomo de Frank, que ocultándose de la lluvia enla parte inferior de la silla anhelaba otra ración de aquel manjar hasta ahoradesconocido, cuando apareció nuevamente el camarero levantando labotella de sidra para servir una nueva ración.

Fergus observó como algunas gotas de sidra se mezclaron con las de lalluvia. Miró fijamente a Frank, tumbado a sus pies, y tuvo la extraña y ajenasensación de sentirse como en casa a cientos de kilómetros al sur de Irlanda.

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Con un Culín por medioSonia Fernández Álvarez

de Abres, Vegadeo

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Manuel y Manel eran padre e hijo, aunque para la mayoría de susconocidos eran mucho más.

Manuel era un hombre adusto, acostumbrado al trabajo duro y a losdescansos contados. No le gustaban los �chigres�, ni las partidas, ni las�pola-vilas�. Dedicaba su vida a las labores del campo, al cuidado de susanimales, a la atención a su familia y a su gran pasión, la Sidra.

Estaba convencido de que no había bebida igual en todo el mundo. Paraél cualquier decisión importante debía tomarse frente a un buen �culín�.Un �culín� también para afrontar los disgustos, o para solucionar unproblema, festejar una alegría o agradecer una buena acción. La Sidrasiempre iba bien.

Por eso, cuando Manel fue creciendo, Manuel se implicó a fondo entransmitir a su hijo el procedimiento de elaboración de su preciado brebaje.Le enseñó a elegir con esmero las semillas, a plantarlas, a velar el crecimientodel árbol, a podarlo, a recoger su fruto, a seleccionar las mejores manzanas,a prensarlas� Cada paso era importante y debía hacerse con mimo, cuidadoy cariño. Sólo así el producto final alcanzaría la calidad deseada. La Sidraelaborada por Manuel era conocida en toda la contornada y la de su hijono podría ser menos: �Cuida de ella como tu madre y yo hemos cuidado deti�, solía decirle.

Los años fueron pasando y padre e hijo estaban cada día más unidos.Siempre juntos, siempre apoyándose, queriéndose y respetándose. Hastaque un buen día Manel decidió marcharse. Había llegado el día de �prendervuelo� solo.

Estaba muy agradecido al campo y al ganado. Gracias a ello, sus padresle habían dado la mejor educación y había alcanzado parte de su sueño: seringeniero agrícola. Pero quería más, quería cumplirlo al completo. Así que,

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con gran pesar por abandonar a su familia, su casa y sus raíces, una mañanade primavera tomó rumbo al extranjero donde aceptaba gustoso la gerenciade un programa experimental.

Manuel no se alegró por su hijo, ni siquiera se despidió de él; y mientrasManel se alejaba envuelto en llanto, su padre permanecía sentado frentea su estimado �culín�.

Pasaba el tiempo y la indiferencia de éste permanecía impasible, sinceder a la reiterada insistencia del hijo por mantener contacto. Se cansóde escribirle cartas, de enviarle fotos, postales� También le llamaba porteléfono a diario, pero él nunca respondía. Ni siquiera preguntaba a suesposa por la suerte que había corrido. Su silencio era total.

Incluso cuando enviudó y un abatido Manel volvió al hogar para despedira su madre permitió un acercamiento. Lo halló donde siempre, sentado alpie del �escano� con su inseparable Sidra enfriando el vaso. Ningún familiar,vecino o conocido más había osado acercarse. Manuel se había endurecidotanto desde la partida de su hijo que ya no mantenía relación con terceraspersonas; llegando a afirmar de él que era como un muerto en vida.

Nuevamente, Manel partió destrozado. Había perdido a su madre, perosentía que su padre también se había ido mucho tiempo atrás.

Quizás otro hijo habría tirado la toalla y se habría olvidado de que teníaprogenitor, pero Manel no podía hacerlo. Durante días y noches veló entorno a un �culín�, -como le había enseñado su padre-, meditando y buscandola manera de recobrar su cariño, su apoyo y sus enseñanzas. No cesó en suempeño hasta que una fresca mañana otoñal, mientras en su paladar aúnsaboreaba el último �culín� ingerido y miraba embelesado las sonrojadasmanzanas que reposaban impacientes en sus ramas esperando su selecciónpara reconvertirse en preciada Sidra, tomó la determinación� �¿Cómo hepodido ser tan tonto?� -pensó- �¡Cuántos años perdidos por no...!� Estabaexcitado, nervioso, acelerado�

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Aquellos días estaban siendo muy duros. El verano había apretado muchoy la manzana estuvo lista antes de lo esperado, precipitando todo el proceso.Estaba cansado. La edad y el esfuerzo físico tan fuerte ya le pasaban factura. Menos mal que su Sidra siempre le reconfortaba. Últimamente hasta leacompañaba en sueños. Ella siempre fiel, siempre a su lado, siempre�perfecta� para él.

Descansaba, como todos los atardeceres de la época, sentado en el�escano� de la cocina, mirando complacido el huerto de manzanos desnudosesperando el frío invierno. Su �culín� en una mano y la botella vacía en laotra; cuando escuchó unos golpes en el patio.

Hacía mucho tiempo que no recibía más visitas de las habituales: cartero,panadero y pescadero; por eso se extrañó al saberse visitado a aquellashoras, incluso estuvo tentado a no contestar, pero algo en su interior leobligó a levantarse y dar respuesta.

No pudo decir palabra. Nada más abrir, su primera imagen fue unahelada botella de Sidra y un vaso impoluto sostenido por su hijo. Manuely Manel sabían mejor que nadie qué significaba aquello. El padre sintiócómo sus piernas flaqueaban, mientras el hijo buscaba su mirada suplicante.

En silencio, ambos entraron directos al �escano� y ocuparon el mismolugar que habían ocupado durante años. Manuel tomó la botella, escancióun �culín� y se lo ofreció a su hijo. Manel lo tomó, lo saboreó satisfecho,derramó con ímpetu las gotas de rigor y pasó el vaso a su padre, que repitióel ritual, pero esta vez para él.

No hubo explicaciones, ni recriminaciones, ni llantos, ni perdones� Esanoche Manel recuperó el descanso y Manuel soñó eternamente lo quehabía vivido minutos antes.

MORALEJA: un �culín� es la disculpa perfecta para compartir, conversar,perdonar y relacionarse.

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Dulce trago de amarguraElena Palacio Tuñón

de Nava

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La tarde se le antojaba oscura y triste, pese a los últimos rayos de sol,que aún se dejaban ver, en otro atardecer radiante, sobre un pequeñomunicipio asturiano. Olaya caminaba, como cada final de jornada, hacia sucasa, por la pequeña villa en la que vivía. Mas ese día no logró percibir elmurmullo del río al cruzar uno de sus dos puentes; tampoco el olor de losgeranios que la buena de Fina cuidaba con esmero; no oía el motor de loscoches ni las charlas de los que aprovechaban el poco tiempo que restabaa las terrazas de verano. Ella sólo podía escuchar sus pasos, uno y otro, unoy otro. Y su respiración, agitada, con la que pretendía expulsar de su cuerpotoda la rabia acumulada durante las dos últimas horas.

Reunión, y urgente, había dicho su jefa. ¿El motivo? El peor de cuantosimaginaban, y el que con mente clara percibían desde hacía tiempo. Lastemidas palabras sonaron: �reducción de plantilla�, decía esa boca; disculpasy sonidos que dejaron de tener sentido cuando en el tablón apareció unlistado con los que debían �cesar en sus funciones de modo indefinido�.

La temida crisis económica, con la que cada día cenaban, había golpeado,y muy duramente, la pequeña empresa para la que trabajaba. No era unade las trabajadoras más antiguas ni tampoco la �favorita� de todos. Olayase contentaba con esforzarse en sus funciones y lograr acabar la semanacon una sonrisa por el trabajo bien hecho. Y lo conseguía, vaya si lo hacía.Pero ello no le sirvió de amuleto ni de tabla de salvación. Con una sola líneaescrita en un papel, se truncaban todas sus esperanzas a corto y medioplazo: demasiado mayor para volver a estudiar, pensaba; demasiado pococapital para poner la primera piedra de su soñado negocio; demasiadainseguridad para crear una familia�

Todo el pesimismo acumulado aislaba su mente del exterior. Tanto, quecuando chocó con su vecino, Miguel, éste tuvo que sujetarla y

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zarandear su brazo, asustado de la expresión que adornaba su cara. EraMiguel, un hombre ya entrado en años, con barba cana y siempre dispuestoa la risa. Había dejado la mina antes de la oleada de prejubilaciones parairse a un llagar y conocer de cerca y profesionalmente el mundo de la sidray la manzana. Decía que era el mejor trabajo del mundo, donde podía tomarla mejor sidra del año antes de ir a cenar. Cada vez que podía, presumía dehaber catado miles de palos de casi todas las sidrerías de la región y de quesu paladar se afinaba con los años.

- ¡Nena!-dijo, como siempre la llamaba- ¿Te encuentras bien? Tienes malacara�

- Sí, hola�Miguel�sí todo bien, tranquilo�- respondió ella, tratandode sobreponerse del susto y de maldecir en silencio por ser tan transparente.

- ¡Ah, bueno! siendo así� - contestó, sin llegar a creérselo- no puedesnegarte a tomar una botella de sidra conmigo. ¡Venga!

- No, no, lo siento, Miguel, no tengo ganas, gracias�

- Entonces es que algo no va bien del todo, para rechazar mi propuesta�así que insisto, vamos, entremos aquí mismo -instó mientras la cogía delbrazo, atajando cualquier intento de huída. Buscó con la vista una mesacerca de la ventana, y con un gesto, indicó al camarero que escanciara unpar de culetes.

Es lo que menos necesito -pensó ella- Sólo quiero irme a casa y metermeen la cama, intentar no pensar�quizá con chocolate a mano, lo justo paramejorar el ánimo�una ducha caliente�. pero, ¿este hombre de qué estáhablando? Está bien, céntrate, algo de manzanas�sí, debe estar hablandodel llagar ¡Otra vez!

Miguel, buen entendedor, confirmó sus sospechas cuando de repente,los ojos castaños de Olaya se empañaron de lágrimas, al mencionar él su

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cambio de trabajo. Secándolas rápidamente, y avergonzada por haberdemostrado, a su parecer, debilidad, acabó por confesar su dolor ante estasituación desconocida hasta ahora. No le quedó más remedio que confesarlo que atenazaba su alma dejándola sin voz�

Tras escuchar lo acontecido hacía pocas horas, Miguel comenzó adesgranar todas las ideas positivas que le venían a la mente: Que acudieraa un abogado para consultar la indemnización, que lo viera como unaoportunidad para poder montar su propio negocio, que aprovechara paraviajar y disfrutar un poco de la vida con la prestación de desempleo� MasOlaya callaba, oía sin escuchar.

- Toma otro culete, cuando estás triste, no hay mejor medicina -leinstaba el hombre, poniéndoselo delante.

- ¡Siempre buscas la solución en la sidra, Miguel! ¡Y ahora mismo noestá sirviendo de nada! ¿No lo ves? No puedo hacer ninguna de esas cosas;me gustaba mi trabajo, ahora tendré que empezar de cero de nuevo�

- Cuando yo tenía tu edad dejé la mina para�

- Ya lo sé -le interrumpió ella, explotando- para dedicarte a la manzanay la sidra, y vivir tu sueño. Ya lo sé, siempre me lo cuentas, pero por muchoque te guste recordarlo, no encuentro lo positivo ni la ventaja de estarsentada aquí bebiendo. Con eso no soluciono nada, es más lo empeoro�enel alcohol no está la solución de mi problema, lo sé. No estoy festejandonada, ni hay celebración alguna para brindar�

- Olaya, no se trata de eso, es lo que pretendía explicarte. Mucha genteve en la sidra una bebida más con la que calmar la sed o pasar un buen rato,como el que bebe vino, o jerez. O esas cosas que bebéis los jóvenes ahora.Pero ¿sabes cuál es la diferencia de todas las bebidas respecto de la sidra?Cuando quedas con alguien para tomar sidra es para vincularte con esapersona. Hoy contigo, el estar aquí sentados, compartiendo la botella, y elvaso estamos unidos en un punto al que no se llega tomando cervezas;con la confianza de estos gestos, cada uno se abre a los otros, compartiendo

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no sólo alegrías, sino también los reveses que trae la vida como es tu casohoy. Y eso es bueno, aunque no te lo parezca, te estoy arropando valiéndomede un instrumento sin par�

Mientras Miguel continuaba ensalzando las virtudes de la reunión socialnacida del consumo de sidra, elogiando la amigabilidad que nacía de algotan asturiano, Olaya se transportó años atrás, cuando falleció un tío de supadre. A instancias de éste, al salir del funeral, se empeñó en ir a tomarunas botellas de sidra con la familia, lo que ella no había entendido. ¿Cómopodía- pensaba- apetecerle ir a tomar algo recién enterrado un ser querido?Hasta ese momento, en el que veía a Miguel enfrente, contando otra desus aventuras, Olaya no había entendido el porqué de tal comportamiento.Ahora sí: su padre solamente buscaba el apoyo de sus cercanos, usandoun poderoso instrumento de unión para todos; y de paso, agradecer elmismo, obsequiándolos con el oro líquido de la tierra.

Y sólo entonces comprendió, desde el prisma averdosado que sobre lamesa les observaba, que había esperanza tras la desesperación, y que lavida, como la sidra, a veces te da un fruto amargo difícil de sobrellevar�pero seguro que en la próxima campaña te acabará premiando, como decíaMiguel, con �el sublime manjar de los dioses cedido a los mortales, para aliviode nuestra pena y fusión de nuestras dichas, como testigo mudo, amigoconfidente y leal amante�. En el fondo, Miguel, era un poeta.

Olaya no dijo nada más. Solamente, con una seña al camarero, pidióotra botella para compartir con quien tanto apoyo le estaba prestando, elinicio de una nueva etapa.

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El primer culínElena Martínez Martínez

de Cangas del Narcea

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- ¡Y menuda la tuvimos con don Justo, el cura! - recordaba Gildo altiempo que deslizaba el dedo corazón por debajo del vaso- ¡Menuda!

Y aunque todos los nietos, doce en total que no son pocos, sabíamosla historia, callábamos para escucharla mientras esperábamos pacientesel besín fresco de la sidra que el abuelo acababa de escanciar.

- Si el paisano no era mal hombre -se achicaba- pero... digo yo que, yapuestos, ¿qué más le daba al cabezón llamar a la nena Blanca que llamarlaBlanquina? ¡Pues Blanquina le quedó! ¡Para que rabie el muy babayu!...queen paz descanse.

Blanquina, Ernestina, Clara y Xuanina. Porque Gildo sólo tuvo hijas,primero a su pesar y con el tiempo para su gran contento.

- Porque las hijas son del padre -le recordaba la parienta- ya serás viejo,ya, y te prestarán los arrumacos.

Y la mujer debía de ser algo bruja, como todas según Gildo, porqueahora que las canas le habían poblado la cocorota, sin permiso ningunoeso sí, agradecía la caricia dulce de las hijas mucho más que la palmadaruda de cualquier chaval. Tenía nietos varones, eso sí, pero las sus neñaseran las sus neñas.

Clara era la mayor y la más fuerte.

- Con diez añinos pañaba ella sola más manzanas que dos guajes - reíamientras Clara se volvía colorada por momentos.

Aunque para colorada Xuanina, que ni cruzándose a la güeste en elpasillo vería palidecer el rojo de los mofletes.

Blanquina era la más seria. Y Ernestina, la pequeña y la más dulce delas cuatro.

- ¡Quién me lo iba a decir a mí! -pronunciaba entre enormes aspavientos- ¡Cuatro y las cuatro muyeres! ¡Ay del mi lagar!

No había otro mejor en el pueblo.

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- Y eso que el de Angelón...

Nunca se oiría al abuelo Gildo, naveto hasta la médula misma, hablarmal de ningún lagarero. Y a ningún lagarero hablar mal de Gildo, aunquejamás confesase su ingrediente misterioso.

- ¡Qué ingrediente ni qué ingrediente! - decía- ¡Qué va a llevar más quemanzane!

Y manzanas llevaba, claro, las mejorcitas del pomar. Ni una de las delsuelo, del "sapo� que las llaman. Ni una. Pero no era aquello lo que hacíade su sidra la mejor del pueblo, no.

Me sentí el nieto más afortunado del mundo cuando Gildo me contó loque todos creían un inconfesable secreto.

- "Secreto" lo llaman, ¿oíste? "Secreto". - ¿No es un secreto? - pregunté en un murmullo. - Qué sé yo... Si quieren llamarlo así, que lo llamen. Mira, manzana es

como la mujer: hay que saber con cuál tratar y cómo tratarla, claro, no tepienses que puede ser así, de cualquier manera. Hay que cogerla en supunto, ni muy pronto ni muy tarde, y con cariño, para que no se diga quela arrancas, que suena a torpón y a bruto. Pues eso, la tomas, la miras, lahueles... y sabes que esa, esa es la buena. Pero hay que hacerlo con cariño,¿eh? no se te olvide. Y la sidrina...pues igual.

- ¿Igual? - Sí, igual. Con todo el cariño. Como el que templa el cristal o el otro

que pinta porcelana. La sidra nace del corazón de la manzana y la manzana,ya te lo dije, es mujer. Y si tú le sabes dar ese cariño, ella te da del corazónlo más bueno, lo mejor que en él haya.

Allí sentado. en aquel trono que era para mí la rodilla del abuelo Gildo,y bebiendo mi primer culín, porque sino la lección no hubiera sido completa,fui el más rico y el más feliz de todos los hombres del mundo.

El segundo beso llegaría algún año después...

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Emoción sidreraRubén García Pérez

de Gradátila, Nava

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Aquel domingo de mediados de abril, amaneció despejado y con unatemperatura que no se recordaba desde hacía unos cuantos meses, desdeque el invierno había hecho su aparición, haciendo que hasta las personasentrasen en un figurado estado de hibernación. ¿Sería un espejismo? ¿Senublaría el cielo y bajaría la temperatura para recordarnos que la primaveratodavía no había llegado?

Juan creía que no, y así lo demostraría esa tarde. Esta tarde sería paraél la esperada inauguración de la temporada de terrazas y de sidra.

Aunque la sidra se puede disfrutar en cualquier época del año, elsentimiento que despierta el dorado caldo con la llegada de la primavera,sólo es comparable a la emoción que se siente al reencontrarnos con algúnfamiliar o amigo que vive lejos de nosotros y vemos pocas veces.

Aquella mañana, Juan tuvo el presentimiento de que sería un gran día.Se vistió, desayunó, y salió a la calle para sentir la luz del sol calentando supiel y llenándolo de energía.

Enseguida empezaría a hacer las oportunas llamadas a sus amigos. Lamaquinaría se había puesto en marcha, y la nueva sidra esperaba en susflamantes cajas y verdes botellas.

Pasó la mañana, la hora de la comida, y Juan, a cada momento quepasaba, se ponía más eufórico al pensar en el momento de ver la sidraespalmar en el vaso y llevárselo a la boca.

Las cinco de la tarde fue el esperado momento. Una terraza en unasidrería de Nava, un grupo de amigos, un par de paquetes de pipas, y la tanesperada sidra.

Los primeros culetes consiguieron el placer general del grupo, y de Juanen particular. En el momento en el que la sidra se deslizaba por su garganta,en su mente se produjo una explosión de sensaciones que le hacían olvidar

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lo duro del invierno, o simplemente, los problemas del día a día.

La espera había merecido la pena.

Esta historia, referida a una persona concreta, llamada Juan, bien podríaaplicarse a la gran mayoría de los navetos, y asturianos en general, aquellosa los que la sidra, bien sea en compañía de amigos, familiares, o porque no,solos, consigue arrancar una sonrisa y una sensación de bienestar que pocascosas en esta vida pueden conseguir. Porque pocas cosas como nuestropreciado líquido, puede unir a la gente, consiguiendo que por unas horastodos olvidemos nuestros problemas y diferencias.

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