Compendio de Historia de Santo Domingo, Tomo 3

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Historia dominicana siglo XIX

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COMPENDIO DE LA Historia de Santo Domingo PORJOSE GABRIEL GARCIA TOMO IIICUARTA EDICIN

Santo Domingo, R. D. 1968 Impreso en los Talleres de Publicaciones AHORA! C. por A.

COMPENDIO DE LA HISTORIA DE SANTO DOMINGO SEPTIMA PARTE ERA DE PRIMERA REPBLICA LIBRO TERCERO

PERIODO DE LA ADMINISTRACIN DE JIMNEZ I

ADVERTENCIA A LA TERCERA EDICION Agotada la segunda edicin de esta obra, qu como la primera de su genero qu se ha publicado en el pais, tiene el mrito, cuando menos, de haber servido como derrotero los maestros que han enseado historia patria despus del triunfo de la Restauracin, me he credo obligado prestar la juventud dominicana el valioso servicio de, preparar la tercera, notablemente aumentada y corregida, aprovechando los datos fehacientes que en previsin del caso habla venido reuniendo desde el ao 1879. Entre las mejoras que he introducido en ella, considero como la mas importante de todas la supresin de la forma dialogada con que vieron la luz pblica las dos primeras ediciones. Esa forma, si bien tiene sus ventajas, adolece de inconvenientes que se hacia necesario evitar en beneficio de la claridad y de la extensin de la obra; sobre todo, cuando la desaparicin de las innumerables repeticiones qu exija el sistema reformado, ofrecer espaci bastante para ampliar la narracin de algunos acontecimientos oscuros que me propongo esclarecer, sin necesidad de aumentar su volumen. De estos acontecimientos ha muchos que corresponden la era colonial, cuyas tradiciones confusas he podido rectificar en gran manera con el auxili de pruebas documentadas de indisputable valor que han llegado mis manos; pero la mayor parte de ellos versan sobre los tiempos modernos, de los cuales pienso ocuparme detenidamente, hasta entrar en la poca que atravesamos, aunque de ella solo refiera, por orden cronolgico, los hechos cumplidos, sin comentarios de ninguna especie, en atencin la parte activa que he tomado en la poltica militante durante- varios de los perodos en que se encuentra dividida. Con estas mejoras, cuya importancia me parece ocioso recomendar, me complazco en esperar, que si las dos prineras ediciones de esta obra, siendo en cierto modo mui eficientes, han llenado en gran parte el objeto que me movi darlas luz, esta tercera, que va mejorada, corregida y aumentada, en cuanto me ha sido posible, lo llenar por completo. Si as sucede, y el pblico ilustrado le dispensa el mismo favor que obtuvieron las otras, me dar or satisfecho considerando mui bien recompensados mis

UNA ADVERTENCIA PARA LA PRESENTE EDICION La cuarta edicin de esta obra deba haberse publicado corregida y anotada por el hijo del autor, el tambin historiador Doctor Alcides Garca Lluberes, quien se ocupaba en reunir el material necesario para tal fin. Infortunadamente la muerte sorprendi al Doctor Garcua Lluberes sin que hubiera terminado su labor. Sus notas, as como las de su hermano Leonidas, no solamente estdn incompletas, sino lo que es peor an, estn dispersas, siendo la tarea de reunirlas y completarlas difcil y laboriosa. Las seoritas Octavia y Genoveva Garca Lluberes, nicas hijas supervivientes de don Jos Gabriel Garca, han querido rendir un tributo de amor a la memoria de su padre, costeando esta edicin de la obra cumbre de quien, con justicia, ha sido llamado el Padre de nuestra historia. En efecto, el concepto que todos tenemos de la historia patria, desde las mds rudimentarias lecciones que recibimos de ella en la escuela primaria, deriva, sin lugar a dudas, de la obra de don Jos Gabriel Garca. Otros historiadores ha hbido que han hecho obra influyente, v. g. don Antonio: Delmonte Y Tejada; pero su labor no tiene la extensin ni ha tenido la influencia de la de don Jos Gabriel Garca. El historiador Garca dedic su obra a la juventud, y es a nuestra juventud a quien corresponde la tarea de releer nuestra historia, de revaluar sus conceptos y echar las bases para un nuevo punto de partida con un enfoque nuevo, que explique el por qu de los sucesos actuales, siguiendo un camino que, cual hilo de Ariadna, nos conduzca desde los albores de la conquista hasta nuestros das. Las hermanas Garca Lluberes no estn erradas. Esta cuarta edicin, a falta de las notas de sus hermanos a que he hecho referencia, debe salir a la luz respetando el texto de la tercera edicin, ltima aumentada y corregida por el autor. Desoyendo las opiniones y consejos contrarios, no han querido confiar el texto a personas extraas que, por sustentar ideas distintas a la del historiador Garca sobre hechos y personajes de nuestra historia, podran considerar como errores lo que en definitiva no sera sino un criterio distinto. Al redactar estas notas espero haber interpretado fielmente el pensamiento de las seoritas Garca Lluberes, y dejar cumplido el honroso encargo que me hicieran, de explicar el por qu de esta cuarta edicin, que pone al alcance de todos los interesados en nuestra historia el texto del Compendio de la Historia de Santo Domingo, agotado desde hace ya muchos aos. Jos Cass Logroo. Agosto, 1968.

Instalacin de Jimnez en la Presidencia.- Organizacin de su ministerio.- Convocatoria del Congreso en sesiones extraordinarias.- Sus actos legislativos.- Disposiciones gubernativas de Jimnez.- Sus consecuencias.- Consagracin del arzobispo Portes.

El general Manuel Jimnez tom posesin de la Presidencia de la Repblica el da 8 de septiembre de 1848, presentado el juramento de ley ante el Congreso Nacional, que al efecto se hallaba reunido extraordinariamente por convocatoria del consejo de secretarios de estado. Su primer paso, que no pudo ser ms errado, dadas las condiciones en que ascenda al poder, fue aceptar sin modificarlos el incompetente ministerio que como herencia fatal le haba legado su antecesor, confirmando al ciudadano Domingo de la Rocha, que por circunstancia especiales no era poltico de combate, el nombramiento de ministro de justicia e instruccin pblica; al ciudadano Flix Mercenario, que aunque procedente de la filas de la oposicin, no tena la talla necesaria para las luchas que se le esperaban, el de ministro de interior y polica; y al doctor Jos Mara Caminero, que como una de las primeras lumbreras de la situacin que acababa de pasar, no tena vnculos ningunos con la que naca, considerada por ms de un motivo como reaccionaria, el de ministro de hacienda y comercio, con el aditamento de

8 la cartera de guerra y marina, reservada para uno de los generales del Cibao. Esta circunstancia, indicativa, ora de la estrechez de miras del nuevo mandatario, ora de su falta de previsin como poltico, si se quiere hija de los compromisos que con el pasado tena contrados como ministro cesante, fue causa, como era natural, de que la opinin pblica, que deseaba ver puestas en prctica las reformas radicales que persegua la oposicion al orden de cosas fenecido, comenzara irse entibiando poco poco; as como tambin de que se apagara temprano el fervor con que los mas entusiastas haban saludado la nueva era; pues que cuando todos esperaban medidas encaminadas cambiar por completo el exenario pblico, y dar pase las ideas, contrarias las que venan predominando, determinativas de la revolucin moral triunfante, se encontraron con que en las regiones

oficiales se imponan marcadas tendencias conservadoras, encargadas de malograr todo propsito que tuviera visos de reaccionario. De aqu que al proponerse el gobierno "aprovecharla oportunidad de la reunin de los cuerpos colegisladores." que ya haban llenado su mandato, "para someterles las cuestiones y dificultades que presentaban, tanto la nueva ley orgnica de los tribunales, como la de enjuiciamiento en materia civil y criminal", expidiera el decreto de 11 de setiembre convocndolos extraordinariamente desde la indicada fecha, para que pudieran "continuar sus tareas lejislativas y usar ademas de sus prerrogativas para todos los asuntos que en sus atribuciones correspondiera darles el debido curso, y que bien tuvieran", sin considerar de urgencia, mas de los arriba dichos, sino los tendentes a la prosperidad pblica, como eran: dar impulso la agricultura con adecuada polica rural y organizar el ejrcito nacional"; pero sin aludir, ni siquiera incidentalmente, la amnista en favor de los patriotas expulsos desde 1844, que era la aspiracion generaly haba sido hasta entonces el objetivo de todos los conatos revolucionarios. Omisin injustificable que dio margen que las cmaras reunidas en Congreso, teniendo en cuenta que todos los gobiernos civilizados del Orbe haban considerado la amnista, no solo como una medida eminentemente filantr pica, sino como el medio saludable de cubrir con el velo impenetrable del olvido toda especie de encono y animadversin entre miembros de una misma familia; que la patria no era una deidad feroz quien deleitaban los acentos del dolor y la agona, y s una madre tierna en cuyo regazo de 9 ban agruparse todos los dominicanos unidos, felices y satisfechos; que una fusin sincera y generosa entre todos los ciudadanos, y la conformidad y buena f en sus operaciones, era una necesidad imperiosa en toda circunstancia, el medio saludable de dar estabilidad la Repblica y de transmitir ntegro las generaciones futuras el sagrado deposito de las libertades pblicas; y que esa perspectiva alhagea era el voto mas ardiente de la representacin nacional;" considerando todo esto, decimos, se apresuraron llenar el notable vaco y satisfacer la vindicta pblica, declarando solemnemente la amnista, por su decreto de 26 de setiembre, en favor de los olvidados patriotas Juan Pablo y Vicente Duarte, padre hijo, Francisco del Rosario Snchez, Ramn Mella, Pedro Alejandrino Pina, Juan Isidro Perez y Juan Evangelista Jimnez,

quienes desde el momento de la publicacin del mencionado decreto tenan "la libre facultad de desembarcar en cualquier puerto de la Repblica", quedando comprendidos en la medida "todos los dominicanos que se hallaran fuera del territorio sin que pesara sobre ellos sentencia alguna, sino en virtud de facultades extraordinarias, los cuales podan regresar al pas natal, si queran hacerlo, previo el salvo conducto del poder ejecutivo.

Esta medida, que se debi en primer trmino los esfuerzos del diputado Flix Mara del Monte en las cmaras, y las publicaciones en prosa y verso de Jos Mara Serra, que tanto eco encontraban en la masa comn del pueblo, fue acogida sin objeciones, lo menos de momento, por el gobierno, que reconciliado as con la opinin pblica, encontr en el poder lejislativo apoyo suficiente para haber hecho mucho bien, si por una parte no hubiera cado, desde muy temprano, bajo la tutela de una camarilla abigarrada, receloza de todas las influencias que pudieran disputarle el ascendiente que ejerca en la casa de gobierno, en fuerza de los indisputables mritos que contrajo durante las elecciones; y si por otra no hubiera campeado en su seno la eterogeneidad de ideas y de propsitos polticos, que lejos de corregir acentu la presencia en el consejo del general Romn Franco Bid, llamado por resolucin de 21 de octubre, ponerse al frente del ministerio de guerra y marina. Porque es innegable que la representacin nacional se esmero en complacer al Gobierno del presidente Jimenez, prestndose gustosa todas sus demandas. En vista de ellas, expidi el decreto de 13 de octubre, asignando al colegio seminario, creado por la ley de 8 de mayo, que haba sido reinstalado y estaba dando frutos bajo la direccin del 10 doctor Elas Rodrguez y Valverde, la suma de doce mil pesos en moneda nacional, que mand figuraren los egresos de las cuentas de la Repblica en el ejercicio de 1848 1849. Envista de ellas, expidi otro decreto en la misma fecha, aprobando y sancionando el del poder ejecutivo, de 24 de agosto ltimo, que suspenda la ejecucin de la ley orgnica de fecha 13 de julio, y pona en vigor, hasta que fuera constitucionalmente abrogada, la de 11 de junio de 1845. En vista de ellas, expidi otro decreto, tambin en la misma fecha, erigiendo en comn el pueblo de Hato Mayor, correspondiente la provincia del Seibo, que haba empeo en desmembrar. En vista de ellas, expidi el decreto de 24 de octubre, conmutando la pena de reclusin que

estaba condenado el haitiano Hiplito Fresnel, en la de estraamiento del pas, conforme su solicitud; y reduciendo la tercera parte la duracin de la condena que pesaba sobre los oficiales del ejrcito Eusebio Puello y Juan Ciriaco Faf, quienes quedaron bajo la vijilancia de la alta polica, un tiempo igual al de la pena que los sujet la sentencia de la comisin especial y mixta en el mes de enero. Y en vista de ellas, en fin, expidi el decreto de 24 de octubre, autorizando ampliamente al presidente Jimenez "para formar y organizar el ejrcito y armada, disminuirlo y aumentarlo en caso de necesidad inminente peligro,movilizar las guardias cvicas y ponerlas en pi de guerra, bajo el imperio de las leyes penales, segn la gravedad de las circunstancias"; para que tomara todas aquellas medidas que fueran necesarias para la defensa y seguridad de la Repblica; debiendo dar cuenta al Congreso tan pronto como se reuniera; para dar las rdenes, providencias y decretos que estimara indispensable, en orden mantener o restablecer la tranquilidad pblica, en caso de conmocin interior mano armada; para tomar y poner en prctica todas las medidas econmicas que exigiera el estado actual del pas; para establecer el sistema de agricultura que juzgara mas adecuado las circunstancias; para anular la ley de 23 de junio, si era contraria sus propsitos; y para disponer de los prisioneros haitianos, cangendolos, extraandolos del pas, dndoles la ocupacin y destino que le plugiera. Y como se suscitaron dudas en el gobierno sobre la ejecucin del decreto de amnista que le impelieron solicitar del Congreso, en 5 de octubre, la aclaracin del artculo tercero, este cuerpo decret que deba "comprenderse en favor de todo dominicano de origen extraado del territorio despus de promulgada la constitucin, por simple orden envo de pasaporte no solicitado, sin prvia condena en vir

11 tud de leyes vigentes sobre seguridad pblica, si su presencia no era perjudicial al pas juicio del gobierno; y que los que reunieran estas cuatro condiciones, podan regresar al suelo patrio, despus de obtener el correspondiente salvoconducto del Poder Ejecutivo", el cual revisti el 25 de octubre con su cmplase el decreto de la materia, que fu el ltimo expedido en la lejislatura extraordinaria de 1848, cuyas sesiones duraron desde principios de setiembre hasta fines de octubre, habiendo asistido ellas con el carcter de diputados los suplentes Jos

Mara Morales y Manuel Marques, en representacin de las provincias del Seibo y de la Vega. Estas sesiones se hicieron notables por la agitacin revolucionaria que rein en ellas con motivo de los discursos pronunciados por del Monte, Tejera y otros en favor de la amnista y en contra del artculo 210 de la constitucin, condenado como orgen del sistema opresor que sirvi de base la primera administracin del general Santana, cuyos sostenedores se vieron tan tildados por la opinin publica, que algunos de ellos se impusieron voluntariamente el destierro. Pero ciega la mayora de los representantes de la nacin por un entusiasmo exajerado, despus de haber condenado el sistema absolutista y los actos de la pasada adminis tracin, cometi como hemos visto, la inconsecuencia, imperdonable en poltica por mas que sea tan comn, de conceder facultades extraordinarias, limitadas hasta la prxima reunin de los cuerpos legisladores, al presidente Jimnez, quien lejos de responder estapruebade confianza haciendo buen uso de ellas, las emple en desorganizar el ejrcito destruyendo los cuerpos de infantera de lnea, con el pretexto de dar brazos la agricultura, para refundirlos en los de artillera que tenan menor dotacin, medida inmeditada que ocasion hondo disgusto entre los hombres de armas; en tratar de destruir la marina, pues que dos de los mejores buques de la flotilla nacional estuvieron punto de ser vendidos los revolucionarios venezolanos que, de acuerdo con el general Jos Antonio Paez, protestaban en Maracaibo, con las armas en la mano, contra el atentado cometido por el presidente Jos Tadeo Monagas el 4 de enero, del cual fu vctima la representacin nacional; en retirar de Europa los comisionados dominicanos Baez, Aibar y Bobea, quienes despus de haber sido recibidos en Francia por el rey Luis Felipe, haban tenido que solicitar nueva credenciales, fin de poder gestionar con buen suceso, cerca del gobierno republicano, el reconocimiento de la independencia y la mediacin en la guerra con Hait; y en rega12 tear la amnista inventando restricciones injustas, hechos que disgustaron profundamente, aun los amigos mas decididos de la situacin, de los cuales muchos perdieron las esperanzas que tenan puestas en los obsecados gobernantes, sobre todo cuando notaron lafrialdad con que fueron recibidos los patriotas expulsos que regresaron al pas, considerados mas que como

coopartidarios, como emulos peligrosos por los miembros de la apasionada camarilla que rodeaba al primer magistrado.

Este, que entre sus buenas cualidades tena la de ser muy religioso, despus de organizar su: gobierno, autorizando por el reglamento de 14 de setiembre, dos reuniones del consejo por semana, y un da de audiencia particular con cada uno de sus miembros, quiso asociar su elevacin la presidencia de la Repblica, la consagracin del doctordon Toms de Portes Infante, que habiendo sido preconizado arzobispo metropolitano el 20 de enero de 1848, por su santidad el papa Pio IX, hubo de recibir las bulas y el palio el da 24 de agosto, incidente que aument el entusiasmo reinante causa del cambio poltico, que acaba de efectuarse. Y como el prelado de Curazao, seor Martn Juan Niewindt, obispo de Citrn, qu llevaba con el arzobispo electo relaciones muy cordiales y le mandaba el santo leo todos los aos, se le haba ofrecido expontneamente por consagrante al saber que estaba preconizado, deseoso de evitarle las mortificaciones de un viaje por mar en edad tan avanzada, se apresur el presidente Jimenez poner su disposicin, el bergantn goleta de guerra `27 de Febrero,' de que era comandante el coronel Juan Alejandro Acosta, para que mandara en pos de l al presbtero doctor Elas Rodrguez y Valverde, su futuro vicario general. As se hizo sin vacilaciones, y el 8 de noviembre ya estaba de regreso el mencionado buque, trayendo su bordo, junto con el distinguido husped, al general Francisco del Rosario Snchez, que regresaba la patria en virtud del decreto de amnista, como lo hicieron tambin por diferentes vas el general Ramn Mella, Vicente Celestino Duarte, Juan Isidro Perez, que haba perdido el juicio, el coronel Pedro Alejandrino Pina y el teniente coronel Juan Evangelista Jimenez, todos despus de cuatro aos de injusto destierro. El acto de la consagracin tuvo lugar el domingo 12 de noviembre en la Catedral de Santo Domingo, habiendo asistido a la solemne ceremonia una concurrencia extraordinaria. Cumplido as su cortz ofrecimiento, solo estuvo el obispo de Citrn en la primada de Amrica los pocos das que necesit para descansar de las fatigas de su navegacin a bordo del `27 de Febrero', que

13 fue penosa y arriesgada, regresando a su residencia de Curazao en otro buque de guerra nacional, la goleta `Nuestra Seora de las Mercedes, en la que zarp de la ra Ozama el da 26,

satisfecho del cordial recibiemiento que le hicieron los dominicanos y enamorado de las bellezas naturales de Quisqueya.

II Viaje del presidente Jimenez al Cibao.- Rumores de invasion haitiana.Viaje del presidente Jimenez al Sud.- Ataque de las Matas de Farfn.Captura del general Valentin Alcntara por los haitianos.- Cange de prisioneros.- Sus consecuencias.- Situacin de Jimenez en 1849.

Aunque las provincias del Cibao, despus del ensayo de soberana que hicieron con mal xito en 1844, cuando proclamaron al general Juan Pablo Duarte presidente de la Rep blica, se haban limitado aceptar y reconocer como vlidos los actos polticos que se realizaban en las dems de la Repblica, aprovechando las condescendencias que tenan con ellas los gobernantes por inters de asegurar su completa adhesin, para fomentar la agricultura y el comercio, librndose por ende de las persecuciones y arbitrariedades de que eran vctimas, sobre todo las de Santo Domingo y Azua; una de las primeras atenciones del presidente Jimenez fu la de irlas visitar, con el fin de destruir cualquiera mala impresin que hubiera podido dejar entre sus habitantes el cambio poltico que deba el poder, y atraerlas la unin y la concordia nacional de que haba de menester para consolidar su administracin. Con este objeto y llevado por la necesidad de averiguar el orgen de ciertos conatos de manifiesta hostilidad ejercidos contra el general Juan Luis Franco Bid, gobernador de Santiago, sali de la capital el 7 de octubre, acompaado de los coroneles Jacinto de la Concha, y Juan Nepomuceno Ravelo, sus primeros favoritos; del teniente coronel Pedro Valverde y Lara, de Manuel Guerrero y otros ciudadanos mas, y despus de haber recorrido las principales poblaciones, haciendo en cada una de ellas esfuerzos inauditos por unificar la opinin pblica y captarse las voluntades que se haban empeado en enagenarle algunos elementos valiosos adiptos al rgimen cado, mejor dicho, al gobierno del general Santana, se expres en estos trminos, el da 4 de noviembre, al dirigirse la guardia cvica, reunida con motivo de su presencia en la ondina del Yaque: "mas no debemos perder de vista, que aunque van

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pasados cuatro aos de nuestra regeneracin e independencia, adquiridas y sostenidas por hericos esfuerzos y sacrificios personales, existe la guerra contra un enemigo implacable que no abandona sus ideas de usurpacin; cuyas mximas y planes inhumanos de destruccin, bien conocidos del mundo entero, deben penetraros de la absoluta necesidad de mantenernos bajo un pi que garantice al mismo tiempo la seguridad; y para ello se requiere la unnime disposicin de todos y de cada uno en particular, para prestar son verdadero patriotismo el servicio que reclama la patria; se requiere que el espritu nacional sera uno mismo en todos los dominicanos; se requiere la unidad de principios en armona son el pasto fundamental; y que la mas sincera y franca unin permanezca entre los poderes, entre las provincias, entre las autoridades y entre todos los miembros que componen la gran familia dominicana, ya para poner al enemigo un dique indestructible, contra el cual vengan estrellarse sus obstinadas empresas, ya para afianzar nuestra estabilidad y patentizar las naciones civilizadas, que han admirado nuestra determinacin y esfuerzos, que nuestra existencia poltica, consumada de hecho, no es efmera; y que somos dignos de ser contados, como pronto debemos esperarlo, en el nmero de ellas. Y no le faltaba razn para espresarse de este modo, porque al regresar la capital el 15 de noviembre, satisfecho del buen espirito que crea dejar reinando en las comarcas cibaeas, representadas en el gobierno por el general Romn Franco Bid, no solo encontr predispuestos los nimos contra la poltica vacilante que observaba y las debilidades en que a cada paso incurra, debilidades que autorizaron al diputado Heneken consignar en un documento pblico, hablando de su eleccin para presidente, "que estaba persuadido de que sus mas grandes errores fueron su fragilidad, su indolencia, y una falta perfecta de capacidad para gobernar", sino que le llamaron la atencin los rumores alarmantes que corran respecto de una prxima invasin haitiana, al extremo de que juzgando necesaria su presencia en la provincia de Azua, son el objeto de tomar medidas de seguridad pblica, encarg del Poder Ejecutivo, desde el da 24 de noviembre, al consejo de secretarios de estado, en virtud del artculo 99 de la constitucin, y march el 25 para las fronteras del Sud, escoltado por fuerzas de caballera, no siendo muy larga su ausencia, porque necesit de poco tiempo para quedar persuadido del buen pi en que el general Antonio Duverg mantena el servicio de los puestos avanzados de la lnea. Y tan era as, que el mismo da 18 de di

15 ciembre, en que retorn la capital con el nimo mas tranquilo, expeda en Las Matas de Farfn, ese centinela avanzado del ejrcito dominicano, sostenedor incansable de la independencia nacional, la clebre proclama, en francs, y castellano, en que al referirse la muy insidiosa que el residente Soulouque dirigi al pueblo y al ejrcito haitiano; `son el fin de animarlos tomar las armas y marchar la primera voz contra aquellos dominicanos que insensibles sus alhagos" y falsas promesas, "permanecan firmes en el juramento que solemnemente haban prestado de vivir para siempre separados de la parte occidental, independientes de la dominacin ignominiosa que por veinte y dos aos' pes sobre ellos", les deca con la entereza del soldado y la f del patriota convencido: "haitianos, yo os hablo en nombre devuestros intereses, en nombre de vuestra conservacin, de vuestras mujeres y vuestros hijos; ningn derecho os asiste la Repblica Dominicana, que vosotros insists en apellidar `parte del Este'; nada teneis que buscar en ella, ni nada teneis que ganar, si no es fatigas, prdida de vuestro trabajo que abandonais, miserias, necesidades, quebrantos, y una muerte segura que reservamos los valientes dominicanos en la boca de nuestros fusiles, en las puntas de nuestras lanzas, y en los filos de nuestros machetes, todo el que atrevido osare atacar nuestros derechos y nuestra propiedad". Pero no bastaba la decisin, tantas veces probada, del general en gefe del ejrcito del Sud, ni el denuedo de los soldados que tena bajo sus rdenes; era necesario, que reinara la mas perfecta unin entre los dominicanos, que el partido disidente no estuviera en acecho, esperando sacar ventajas de las desgracias que llovieran sobre la situacin; y lo que es mas, que el gobierno se pusiera la altura de su deber allanando obstculos, venciendo dificultades y desplegando una autoridad y una energa, que noerande esperarse si no reinaba en su seno, junto con una perfecta unidad de pensamiento, la mas noble sinceridad, y un deseo ardiente de acertar en la eleccin de los medios mas apropsito para salvar la nave del estado del naufragio que la amenazaba. De aqu que sobrecogidos de espanto los nimos, continuara cundiendo el desaliento, y la desconfianza en el gobierno ganara tanto terreno, que no solo se animaron sus contrarios pasarse la palabra para organizarse y combinar un plan de hostilidades, haciendo toda clase de propagandas, sino que hasta hubo entre los amigos de la

situacin quienes creyeran, como el general Ramn Mella, que no poda conformarse son la frialdad e indiferencia con que el gobierno 16 le haba recibido, que deban darse garantas personales promoviendo un movimiento revolucionario que provocara la dimisin de Jimenez, antes de que los desafectos se aprovecharan de sus desaciertos para aduearse de la cosa pblica; proyecto atrevido que fu desaprobado por el general Francisco del Rosario Sanchez, por el coronel Pedro Alejandrino Pina, y por el teniente coronel Juan Evangelista Jimnez, quienes pensaban que conspirar contra el orden de cosas establecido era trabajar en favor de las aspiraciones de Santana y servir a ciegas sus intereses, prefiriendo principalmente los dos ltimos, de los cuales uno lleg hacerlo, poner el mar de por medio y condenarse voluntario destierro; lo que dio lugar que el proponente les notificara sin ambajes, que resuelto no salir ms al extranjero, se incorporara en el ejrcito que marchara las fronteras, para estar en condiciones de correr con independencia la suerte, cualquiera que ella fuera, que le depararan los acontecimientos del porvenir. Entre tanto se empeoraba cada vez ms la situacin; el presidente Jimenez se deprestigiaba, vctima de los consejos desacertados de una camarilla tan apasionada como incom petente; y el general Soulouque, presidente de Hait desde el l o de marzo de 1847, causa de la muerte del general Rich, se preparaba para marchar sobre el territorio dominicano. Ante tan inminente peligro, no le quedaba al gobierno otro recurso que el de apelar al patriotismo y al valor de la ciudadana, para confiarle la defensa de la patria contra las invasiones del enemigo comn, pues que disueltos casi todos los cuerpos de lnea, tocaba la guardia nacional el cumplimiento del deber de estar alerta y presentarse la primera voz de alarma. En esa virtud, decreto el 17 de diciembre su movilizacin general en toda, la extensin de la Repblica, sujetando la ordenanza militar las faltas de insubordinacin en que incurriera en el cumplimiento del servicio que se la llamara. Deban hacer parte de ellas todos los dominicanos, desde la edad de doce hasta la de sesenta aos cumplidos, y los esceptuados de la compaa de los empleados por el decre to de 23 de febrero, quedando fuera del alistamiento unicamente los que no pudieran tomar tanto la guardia un fusil, 6 mantenerse pa rados durante dos horas consecutivas. Y

cvica como los militares, estaban obligados presentarse al primer tiro de alarma, 'y obedecer cualquiera llamamiento que se les hiciera, so pena de ser considerados como enemigos del pas y expulsados del territorio en el trmino de cuarenta y ocho horas. 17 Sobre estas bases se dio principio los preparativos para la defensa nacional, y se cubrieron ambas fronteras con fuerzas suficientes para resistir los primeros choques del enemigo. Las del Sud correspondieron la confianza del gobierno en Las Matas de Farfn, rechazando el da lo de febrero de 1849, con el general Duverg a la cabeza, los repetidos ataques dados la plaza por tres divisiones haitianas que se haban apoderado de los puestos avanzados, y que se batieron desde las ocho de la maana hasta las tres de la tarde, en que acribilladas por el fuego de artillera que se les hizo desde el Fuerte Grande y el de Ban, se retiraron envolviendo al general Valentn Alcntara, quien hicieron prisionero con algunos soldados y oficiales, dispuestas prepararse para realizar una nueva intentona. Esta jornada, en que pesar de sus peripecias, conquistaron nuevos laureles de los defensores la s fronteras, despert el entusiasmo patritico que pareca adormecido, y el gobierno pudo levantar nuevas tropas que fueron reforzar el cantn general de Las Matas, capitaneadas por el general Ramn Mella, el coronel Feliciano Martnez y otros gefes de reconocido valor; de suerte que cuando el presidente Soulouque se decidi el 5 de marzo abrir la campaa, ya los puestos de mayor peligro estaban cubiertos enambas fronteras, la movilizacin era general, las Cmaras Legislativas haban sido convocadas, y el gobierno preparaba toda clase de recursos para abastecer los campamentos y socorrer al ejrcito, siendo justo confesar que nunca hubo tanta espontanedad en la ciudadana para contribuir, ya con sus personas, ya con sus haberes, salvar el pas, ni fu posible exijir al gobierno mas inters en hacer que nada se echara de menos, sino que todo estuviera abundante: las tropas, las provisiones de boca y los pertrechos de guerra. Pero en cambio le faltaba el tino necesario para sacar ventajas de la situacin; y lo plausible que haca en el sentido de preparar una buena defensa, lo desvirtuaba con algu no de sus habituales desaciertos, probando con eso el presidente Jimenez, como dijo Heneken, que "no era competente, en tiempo de peligro, para vencer dificultades, porque no tena energa, ni talento para hacerlo". Entre los errores que cometi entonces, resulta como ms

grave el de emplear de nuevo en el ejrcito al general Valentn Alcntara, que haba entrado en el nmero de los prisioneros cangeados por intervencin de Mr. Maxime Raybaud, cnsul cuando al visitar el pas con motivo de la llegada de general de Francia en Port-au- Prince

Mr. Vctor Place, primer cnsul de su nacin acreditado cerca del gobier18 no dominicano, facilit ste la humanitaria operacin, en la cul llevaron mucha ventaja los haitianos, quienes en cambio de un puado de cautivos dominicanos, obtuvieron la devolucin de un gran nmero de gefes, soldados y marineros, que pudieron utilizar en las nuevas operaciones que iban emprender. Y decimos que fu desacertado el pas de hacer us de los servicios del general indicado, porque mal interpretaba por el pueblo su captura en Las Matas de Farfn, dio pretexto la oposicin para moverse, lo que es lo mismo, los partidarios del general Santana, que como refiere el mismo Heneken, se hablan "limitado simplemente dar pase de momento la situacin, en espera de favorable oportunidad para socabar sus bases y tomar una posicin imponente en los negocios del pas," para lo cul contaban con la adhesin de las autoridades de la mayor parte de los pueblos, que no haban sido removidas, y con el apoyo de la mayora de los miembros del Congreso, dirigido por Buenaventura Bez, que desde su regres de Europa haba vuelto ocupar su puesto como senador por la provincia de Azua. Porque, como llevamos dicho, los comisionados dominicanos recibieron orden del gobierno de Jimenez de retirarse de Europa, cundo ya haban celebrado en Pars, el 22 de octubre de 1848, un tratado de amistad, comercio y navegacin con la Repblica Francesa, y haban dado en Londres los pasos que promovieron el nombramiento de cnsul, autorizado para tratar del reconocimiento de la repblica, que hizo la reina Victoria en Sir Robert Hermann Schomburgk, quien lo mismo que Mr. Vctor Place, lleg Santo Domingo cundo la desconfianza y la alarma se generalizaban, ms que con motivo de la invasin haitiana, en progreso en las fronteras del Sud, causa de la temeridad con que el gobierno desatenda la opinin pblica en el asunt del general Valentn Alcntara, pues aunque le puso algunos das en simple arrest para averiguar la verdad del hecho de traicin que se le atribua, y si realmente estaba no vendido los haitianos, como se dijo al verlo desembarcar en Santo Domingo, despus de efectuado su cange, luciendo un rico uniforme que debi la munificencia del presidente Soulouque, que le colm de regalos y distinciones; tomando luego por pretext que la hostilidad tan declarada con que le

combatan, dimanaba de ha que los partidarios de Santana hacan solapadamente la situacin, no solo le devolvi la libertad sin restricciones, sino que tambin, como es sabido, le di orden de volver ocupar su puesto en las fronteras, las rdenes del general Duverg, que tena su cuartel general en Las Matas de Farfn, lo que fu visto con tanta repugnancia, 19 que hasta los partidarios ms decididos de la situacin se indignaron con el gobierno, quien aconsejado por las malas pasiones de algunos polticos influyentes, en vez de satisfacer la vindicta publica volviendo sobre sus pasos, sigui imperturbable el camin de su perdicin, viniendo en consecuencia quedar eh presidente Jimenez en la posicin ms comprometida, pues no solo haba dejado que la discordia minara la unidad del partido que lo llev la presidencia, sino que haba dado armas la oposicin, que cada vez ms esperanzada en el buen xito de sus trabajos en favor de la restauracin del general Santana, logr hacer depender la estabilidad del orden de cosas existente, del xito de las operaciones militares durante la campaa abierta por Souluque en 1849.

Invasion de Soulouque.- Triunfo de las armas hiaitianas. Desmoralizacin del ejrcito dominicano. Resuelto el presidente Soulouque invadir el territorio de la Repblica, atraves el 5 de marzo de 1849 la lnea divisoria de las dos nacionalidades la cabeza de un ejrcito numeroso, que dividido en columnas las rdenes inmediatas de los generales Geffrard, Paul Decayette, Castor, Delze, y otros gefes de importancia, fu desalojando las fuerzas dominicanas de todos los puntos avanzados que ocupaban, y hacindolas replegar sobre Las Matas de Farfn, dnde se prepararon para la resistencia baj la direccin del general Antonio Duverg, quien confi el mand del Fuerte Grande al general Ramn Mella, el del fuerte de Ban al coronel Feliciano Martnez, y el de la lnea que defenda las avenidas principales, los generales Remigio del Castillo, comandante de armas de San Juan, y Valentn Alcntara, que hecho prisionero en el ataque anterior, como llevamos dicho, haba sido cangeado y se encontraba nuevamente en campaa; de suerte que cundo la plaza fue atacada el 17 de marzo, ya el enemigo era esperado con impaciencia y todas las medidas estaban tomadas para conquistar en una defensa heroica ha

gloria de rechazarlo. As fu que trabado el cmbate con igual calor por ambas partes, fueron inauditos los esfuerzos hechos para sostener el punto; pero arrolladas, aunque con trabajo, las fuerzas dominicanas, mas que por el mpetu, por el nmero de los contrarios, se vieron en el dur caso de ir perdiendo el terreno que pisaban para batirse en retirada, espuestas en20 contrarse envueltas en una completa derrota, pues que al abandonar la plaza destac el enemigo fuerzas de infantera y caballera en su persecucin. La primera embestida, que fue muy ruda, la resistieron con buen xito en Caada Honda, donde se mantuvieron pi firme hasta que apagaron los fuegos con que eran hostilizadas por retaguardia y pudieron continuar su marcha libremente. La segunda trataron de resistirla en Sabana Pajonal, donde poco fueron alcanzadas; pero aunque se batieron con denuedo, no les fu posible sujetar las numerosas tropas que las perseguan, y tuvieron que ir haciendo fuego en retirada hasta ponerse a salvo de cualquiera sorpresa, no pudiendo venir hacer alto sino en las orillas del Yaque donde acamparon en orden de marcha los cuerpos que mandaban los generales Alcntara y Mella, mas no el del general Castillo, que se haba estraviado cogiendo el camino de Constanza, y se qued retaguardia del enemigo, sin mas salida que con direccin al Cibao. La noticia de tan serios acontecimientos conmovi las Repblica entera y los nimos todos se agitaron, siguiendo la opinin pblica las corrientes encontradas de las pasiones, exarcerbadas por la lucha rencorosa sostenida entre el gobierno y la oposicin, quienes lejos de respetar la gravedad de la situacin, se aprovechaban de ella para tratar de imponerse recprocamente sus credos respectivos, sin detenerse considerar que el dao que se hacan era comn, y que la larga, la patria era la que sacaba la peor parte, que nada entorpece tanto los hombres como la ambicin de mando, ni los ciega como el odio que suelen engendrar las divisiones polticas. Empero, con el fin de ver si haba tiempo todava de remediar los males pblicos, no falt quien aconsejara al presidente Jimenez que se trasladara personalmente Azua, donde el general Duverg se preparaba para defender la plaza, estudiar la situacin sobre el terreno; y hacer esfuerzos por despejarla de dificultades y peligros. En esa virtud expidi un decreto el 21 de marzo, resolviendo que el Poder Ejecutivo fuera ejercido desde el siguiente da por el Consejo de Secretarios de Estado, y sali de la capital el 23, escoltado por un escuadrn de caballera, y acompaado del coronel Juan Nepomuceno Ravelo y de los

ciudadanos Pedro Pablo de Bonilla y Fermin Gonzalez. A su llegada encontr la plaza guarnecida por un ejrcito que no bajaba de cinco mil hombres, artillada con mas de doce piezas de can de diferentes calibres, y abastecida de pertrechos de guerra y de provisones de boca para muchos das; pero en completo desacuerdo los generales que estaban 21 la cabeza de las tropas, quienes solicitados por las pasiones y los intereses de partido, se desviaban cada momento de la lnea del deber con grave perjuicio de la unidad y de la disciplina. En tan crticos momentos habra sido necesario que una voluntad superior se hubiera impuesto para hacerlos entrar todos en el sendero de la obediencia, reponiendo con medidas enrgicas la autoridad que en manos de Duverg se haba debilitado con motivo de la derrota de Las Matas. Pero el presidente Jimenez, quien corresponda de pleno derecho esa importante misin, no estuvo la altura de las circunstancias; y en vez de llenarse de gloria entonando las cosas, imprimindoles una marcha regular, labr su desprestigio dejndolas empeorar por falta de valor y de energa. Esto no obstante, en la necesidad de obrar, sobre todo cuando el da 30 de marzo se vieron obligados los generales Mella y Alcntara, retirarse de Jura, donde se haban mantenido con noventa hombres, acosados por la vanguardia del enemigo, que avanzaba impetuosa y envalentonada, principi por confiar la defensa del fuerte de San Jos al coronel Feliciano Martnez, la de la Loma de los Cacheos al teniente coronel Emilio Palmantier, y la de la Loma de Resol al general Juan Contreras, que era el comandante de la plaza; hizo situar al teniente coronel Santiago Bozora en el Salado de los Mochos, la cabeza del batalln que mandaba, y al coronel Wenceslao Guerrero en Higerito, con la guardia cvica de la capital; y aconsejado por el coronel Buenaventura Bez, que se haba ido tras el tener intervencin en los acontecimientos, dispuso colocar una fuerza avanzada de mil hombres en Arroyo Salado, mandada por el teniente coronel Juan Batista, jefe del batalln Azuano; fuerza que exigindolo la necesidad deba ser apoyada por una reserva de trescientos hombres de San Cristbal, capitaneados por el teniente coronel Juan Mara Albert. En caso de inminente derrota toda esa gente deba enguerrillarse en Los Conucos, para impedir que el enemigo se adueara de ellos y se viera precisado retroceder por falta de agua. Pero Batista sali y al siguiente da hizo contramarcha con asombro general, alegando que vena mucha tropa, y que no le pareca

prudente sacrificar hombres intilmente; y aunque' el presidente Jimenez, irritado con tan extrao procedimiento, pretendi someterle juicio, se pusieron en juego algunas influencias para estorbrselo, e inclinaron su animo reiterarle la orden de marchar de nuevo ocupar el puesto que se le haba sealado. As lo hizo al fin el descontento soldado por pura obediencia, pero fue para abandonar Los Conu22 cos la aproximacin del enemigo, y replegarse en desorden sobre la plaza, envolviendo en su retirada las tropas de San Cristbal que iban darle auxilio. Este primer sntoma de insubordinacin, agravado por el proceder violento del general Contreras, quien bajo pretexto de que el general Duverg haba variado la direccin de la artillera sin tomar previamente su consentimiento, desampar la comandancia de armas y se subi en el fuerte de Resol obrar de su cuenta y riesgo, sin acatar mas rdenes que las que le convena, fue la base de la desconfianza terrible que comenz cundir en las filas del ejrcito, sobre todo entre la oficialidad que, atnita y mal impresionada, puso su confianza en el gefe del Estado, cuyas dotes militares y entereza de carcter, quedaron sometidas desde entonces dura prueba. Otro hombre mas poseido del papel que desempeaba, y mas resuelto cumplir con su deber, habra asumido de hecho el mando en gefe de las armas y contribuido levantar la moral de las tropas castigando con severidad actos tan extraos de desobediencia, que no podan nacer sino de alguna combinacin poltica mal inspirada, si se tiene en cuenta que el valor proverbial y el acendrado patriotismo de los gefes que escusaban la lucha, o la dificultaban, alejaba toda sospecha de que pudieran obedecer falta de entusiasmo o efecto de cobarda. As lo menos lo esperaban sus amigos, y as lo teman quizs los que obedeciendo una consigna que parta de los bancos del Congreso, atribuan todas las dificultades la presencia del general Alcntara en las filas, y la ausencia del general Santana, quien sus partidarios queran ver en juego en el ejrcito, en actitud de reponerse ante la opinin pblica, coqueta veleidosa cuyos favores es tan fcil conquistar. Pero cun grande no fue el desencanto de los unos y la estupefaccin de los otros, cuando pudieron persuadirse de que lejos de pensar en hacerlo as, se apartaba de toda consideracin poltica y social, y olvidaba lo que deba la patria y su partido, para prestar odo atento nicamente los que le insinuaban la idea de que la constitucin le prohiba encontrarse en el teatro del peligro, siendo mas necesaria su presencia en la capital, donde Bez,

anticipndose los sucesos que se esperaban, haba desplegado la bandera de la mas ruda oposicin su llegada de Azua, iniciado en el Congreso, que estaba en completa anarqua, el proceso de una reaccin peligrosa, y por eso mismo inoportuna! De ah que su arribo la capital se encontrara el presidente Jimenez con un decreto expedido por el consabido cuerpo el 2 de abril, y mandado a ejecutar irreflexiblemente 23 por el consejo de ministros el da 3 de cuyos dispositivos al llamar los dominicanos en general tomar las armas, y disponer que todos los oficiales, de cualquiera graduacin, retirados o dimisionados, fueran llamados tomar parte activa en el ejrcito, resolva que el general Pedro Santana se pusiera inmediatamente las rdenes del primer magistrado donde quiera que se hallara, con todas las fuerzas que pudiera movilizar en la provincia del Seybo, contando sin duda con que ste no se habra retirado tan fcilmente de la plaza amenazada, y tendra tiempo aquel de cubrirse de gloria dndole la situacin de la plaza amenazada, con el apoyo de sus amigos polticos, que ansiosos le esperaban, el tono que haba perdido por falta de una accin bien concertada. Pero como no pudo suceder as, el decreto que nos referimos trajo nuevas complicaciones, puesto que el presidente Jimenez, que se vea contrariado hasta por sus compaeros de gobierno, atendiendo " que en el estado actual de guerra, estaba facultado por la constitucin para tomar todas aquellas medidas que creyera conducentes la defensa y seguridad de la nacin; y que hallndose el enemigo en el centro del territorio, deba cuidar que no se relajara la disciplina, ni se confundieran las atribuciones aun de los supremos poderes del Estado, porque se comprometera la seguridad pblica, privativamente encomendada al poder ejecutor, se decidi a abrogarlo potestivamente el da 6 de abril, so pretesto de evitar el conflicto de jurisdiccin", que ya estaba abocado, "entre los agentes del Ejecutivo, quienes la constitucin y las leyes daban el gobierno y rgimen interior, y encomendaban el orden y seguridad de las provincias", sin calcular en su ciega obcecacin, que ese paso, que sus ministros debieron haber estorbado, lejos de hacerle provecho, iba causarle mucho dao, porque como de lo que se trataba ya era de libertar la patria, puesta al borde de un abismo por la divisin de los partidos, no pareca natural que declarado de hecho incapaz de cumplir por s solo esa misin importante, se opusiera por razones de competencia una

medida que apareca dictada por el poder legislativo "con el laudable fin de cooperar con el ejecutivo la salvacin de la nacionalidad en peligro. Entre tanto se complicaba cada vez ms la situacin de Azua, donde el general Duverg, quien Jimenez dej sobrecargado con el peso de la responsabilidad de una defensa ya materialmente imposible, haca esfuerzos inauditos por tranquilizar los nimos, y aprovechaba el entusiasmo y el deseo de pelear que despecho de todo reinaba entre la tropa y ayudado por el general Mella, que no obstante estar 24 muy enfermo se puso al frente de la comandancia de armas; por el general Alcntara, que pesar del anatema que pesaba sobre l hacia todo lo que poda por merecer la confianza pblica; por los coroneles Feliciano Martnez, Francisco Dominguez y Wenceslao Guerrero; y por los tenientes coroneles Juan Mara Albert, Santiago Pou, Emilio Parmantier y otros oficiales de honor, interesados como el que mas en dejar tan alta como la haban mantenido siempre la honra de la bandera nacional. Pero todo este afn era intil, porque mientras que en la capital de la Repblica se agitaba la discordia impa entre los altos poderes del Estado, que la par contribuan, dislocados por el error y los enconos personales, perder la patria que se proponan salvar, el ejrcito haitiano, dueo del campo con la desocupacin de Los Conucos, pona estrecho cerco la plaza, y la embesta el 5 de abril con todo el grueso de sus fuerzas. Sangriento fu el combate de ese da, jueves santo por cierto, y muchos hombres brillaron en l por su denuedo; pero abandonadas las tropas dominicanas su propio esfuerzo; sin mas direccin que la de los gefes de los cuerpos que salan voluntariamente batirse, obedeciendo al objetivo comn de rechazar al enemigo; sin el concierto que solo poda dar las operaciones la subordinacin por parte de los generales la voz de mando del gefe superior, nada pudo impedir que aquel conservara las mejores posiciones, aunque para conquistarlas tuvo el general Geffrard que exponer mucho la vida, recibiendo una herida leve en la pierna izquierda. Sin embargo, no por eso arriaron bandera los soldados dominicanos, pues que al amanecer del da 6 salieron batirse al pi de las trincheras el teniente coronel Santiago Bazora, con las compaas de Monte Grande; el coronel Eusebio Pereira con un batalln de San Cristbal; el capitn Matas de Vargas con parte del batalln Azuano; el coronel Wenceslao Guerrero con la guardia cvica de la capital, y el batalln de Higey, que hizo prodigios de valor y sufri

prdidas de consideracin, sin mas estmulo que el del general Duverg, que tanto luch en El Barrio por atajar una columna que quiso cortarles la retirada por ese lado; y el del general Alcntara, que como el primero acuda al lugar de mas peligro; pero adueados los haitianos del Cerro de Los Cacheos; abandonada La Cruz por las fuerzas que se batan all al verse diezmadas por el fuego que haca la batera de Resol, mal dirigido causa de la dislocacin general; y ocupado el camino de La Playa despecho de la heroica defensa que de l hicieron las tropas neivanas, que tantas bajas sufrieron en esa jornada, tuvo el general Duverg que apelar al recurso de consul 25 tar los dems generales del ejrcito en junta solemne de guerra. Divididos en pareceres como lo estaban en opiniones, ni aun en ella pudieron ponerse enteramente de acuerdo, pues mientras que Duverg y Alcntara estaban por no abandonar la plaza todava, Contreras opinaba por abrirse campo fuego y sangre, Mella y Sosa por salvar el ejrcito en orden para vencer en otra parte, y Prez y los dems por desistir de una defensa que ya no tena objeto; de suerte que al apercibirse el da 7 la masa comn del ejrcito de que se daba la plaza por perdida y se trataba de levantar el campo, lo hizo por su cuenta y riesgo sin esperar rdenes siquiera acogiendo unos por el camino que conduce Estebana, y tomando otros la direccin de El Maniel sea San Jos de Ocoa. E intil fu que algunos gefes caracterizados trataran de impedir que el desalojo se hiciera con desorden, pues que acobardadas las tropas con la confusin y anarqua que reinaba entre sus superiores inmediatos, se desbandaron por completo en partidas numerosas que nadie poda detener, porque se abran paso con sus bocas de fuego, y muchas de ellas no paraban hasta llegar sus hogares, esparciendo el terror y la alarma por dondequiera que pasaban. La fortuna fue que ni los azuanos, en su mayor parte, ni los neivanos, barahoneses y dems habitantes de los pueblos del Sur que se hallaban en Azua cuando la derrota, abandonaron por completo la localidad, sino que se quedaron diseminados por todos aquellos contornos, dando tiempo que los generales Duverg, Contreras y Sosa, los coroneles Domnguez y Martnez, y otros militares no menos patriotas, pudieran ir reuniendo los ncleos que deban permitir el establecimiento de un nuevo cordn defensivo que ocupara los puntos mas estratgicos escalonados desde el mar hasta la cordillera, fin de vigilar de cerca las operaciones del enemigo, el cual se limit tomar

posesin de la plaza abandonada y establecer en ella su cuartel general, mientras reciba de Port-au-Prince los recursos que necesitaba para seguir avanzando: operacin que se encarg de dificultar la flotilla nacional, compuesta de la fragata `Cibao', en que tena su insignia el general Cambiaso; del bergantn `27 de Febrero', mandado por el coronel Juan Alejandro Acosta; de la goleta `General Santana', que mandaba el comandante Simen Vicioso; y de la goleta `Constitucin', de que era comandante el capitn Ramn Gonzles; cuyos buques lejos de abandonar la baha de Ocoa, pusieron un estrecho bloqueo al puerto de Tortuguero, y se ocuparon en impedir el trnsito del enemigo por Playa Grande, en espera de que el descalabro sufrido sacudiera el pas y le inspirara la resolucin de salvarse, no atendiendo sino al enemigo co26 mun que soaba orillas del Va con la restauracin imposible de su perdido predominio sobre la parte espaola. IV Salida del presidente Jimnez para Ban.- Actitud revolucionaria del Congreso.- Llamamiento del general Santana.- Entrevista de Jimnez y Santana en Ban.- Accin de El Nmero.- Batalla de las Carreras.- Retirada del ejrcito haitiano.- Ocupacin de las fronteras.

Mientras las tropas dominicanas sucumban en Azua vergonzosamente ante el ejrcito invasor, no porque se hubiera debilitado en ellas el patriotismo de que tantas pruebas haban dado en otras ocasiones, sino por la insuficiencia de los mandatarios de la Repblica y el apasionamiento de algunos de sus generales, luchaba el Congreso Nacional, que la sazn se hallaba reunido en sesiones ordinarias, y renovado en parte, conforme la ley, contaba entre sus miembros Buenaventura y Crlos Baez, Jacinto de la Concha, Jos Mateo Perdomo, Juan Bautista Lovelace, Pedro Antonio Bobea, Felix Mara del Monte, Casimiro Cordero, Telsforo Objo, Jos de la Pea, Juan Nepomuceno Tejera, Santiago Espaillat, Cristbal Jos de Moya y otros patriotas cuyos nombres no recordamos; luchaba, decimos, por mejorar la crtica situacin de la Repblica y atender sus necesidades mas perentorias, las cuales conoca fondo por el mensaje que le haba dirigido el Primer magistrado, as como por las memorias de sus ministros,

habiendo sido su primer acto en la actual legislatura, la aprobacin el 27 de febrero de 1849 del tratado de amistad, comercio y navegacin, concluido en Pars el 22 de octubre de 1848, entre el ciudadano Julio Bastide, ministro de negocios extrangeros, en representacin de la Repblica Francesa, y los ciudadanos Pedro Antonio Bobea, coronel Buenaventura Baez y general Juan Esteban Aybar, en representacin de la Repblica Dominicana. Pero como lo que mas haba llamado la atencin del alto cuerpo eran los asuntos de la guerra, en los que apartndose de sus atribuciones legislativas se haba atrevido intervenir, disfrazando la mayora de los diputados sus propsitos reaccionarios, con el aparente deseo de darles el impulso que le pareca mas conveniente, bast la expedicin del decreto de 3 de abril, que ya hemos dado conocer, para que el Poder Ejecutivo recibiera ese acto como atentatorio de sus prerrogativas constitucionales, y concluyera por abrogarlo autorita 27 riamente, dando motivo este ruidoso incidente serios debates en la Cmara, la cual estuvo punto de haber representado una escena trgica, cierto da en que desde las barras fueron desaprobadas algunas opiniones emitidas por la oposicin, as como tambin de que fueran mas profundas las divisiones entre los hombres que apoyaban al presidente Jimenez y los que se esforzaban por desacreditar su administracin, contrariada siempre desde el seno del gabinete, donde no rein nunca unidad de miras, ni homogeneidad de intereses, hasta las dependencias mas insignificantes del poder ejecutor, en manos casi todas de militares desafectos, no por respeto de parte de quienes los nombraron la poltica de conciliacin tan decantada en todos los tiempos, sino por interes de atraerse elementos favorables las tendencias reaccionarias que por lo comn suelen desarrollarse entre los revolucionarios al siguiente da de alcanzar el triunfo apetecido, que es muy raro encontrar vencedores dispuestos a rendir culto permanente las ideas que proclaman, si en ello no van saliendo gananciosas sus miras personales, aunque sea con detrimento de los intereses pblicos. Hallndose en este estado las cosas fue que lleg a la ciudad de Santo Domingo la alarmante noticia de la prdida de Azua y de la desmoralizacin del ejrcito que defenda aquella plaza. Como era de inferirse, la consternacin fue general, y el presidente Jimne, que desde el 6 de abril haba expedido un decreto declarando en toda su fuerza y vigor el de 18 de enero de 1845, y se ocupaba en nombrar los miembros de la comisin militar en l indicada, no rehuy al deber

de trasportarse inmediatamente al teatro de los acontecimientos, dejando al Consejo de Secretarios de Estado la cabeza del gobierno, y merced de las exigencias, ora de partidarios intransigentes y apasionados, ora de una oposicin tenaz y obcecada, sin tener su favor ni la unidad de accin que engendran las ideas homogneas, ni la energa que imprime la identidad de miras y propsitos. A su llegada Ban encontr el contrariado mandatario que la desmoralizacin del ejrcito haba sido espantosa, y atribuyndola " que jams haba sido castigada la insubordinacin en otros acontecimientos semejantes", orden al general Duverg, que se desvelaba por reunir los soldados dispersos con la cooperacin de los generales Sosa y Contreras, que remitiera la capital al general Alcntara y al coronel Batista, para que respondieran de los cargos que les diriga la opinin pblica, e hizo cuanto estuvo su alcance por organizar, si bien no una gran porcin de tropas, lo menos las precisas para entretener al enemigo mientras se calmaba el pni28 co reinante, y la gente de los pueblos Sur, sabedora del paradero de sus familias, se prestaba denodada engrosar las filas de los jefes que haban hecho pi firme en Sabanabuei y en San Jose de Ocoa. Entre tanto, la mayora del Congreso, constante en su sistemtica y abierta oposicin Jimnez, insista con vehemencia en que se utilizaran los servicios del general Santana, cuyos adversarios polticos, impotentes ya para dar la ley, tuvieron que recibirla, transigiendo aunque mal de su grado, con la idea, en vista del apoyo que al fin lleg prestarle el pueblo imparcial, , quien por espritu de conservacin solo deseaba ver la nave del Estado fuera del peligro que corra, sin cuidarse de quien haba de ser el piloto afortunado que tuviera la gloria de salvarla. En consecuencia acudi presuroso el general Santana al llamamiento del Congreso, y temiendo no encontrar su llegada la capital las garantas personales que necesitaba para obrar con desembarazo, "busc en la casa del ilustrsimo seor Arzobispo doctor don Toms de Portes, un asilo inviolable contra cualquier ataque". Ms enviado por el gobierno como auxiliar del general Duverg, parti inmediatamente para Ban, acompaado de algunos de sus amigos polticos, recogiendo en el trnsito todos los militares que encontraba diseminados. Su entrevista con el presidente Jimenez, que haba logrado ya reforzar con algunas tropas el campo que tena el general Duverg en Sabana buei, as como tambin

despachar al general Bernardino Prez con fuerzas hacerse cargo de la Boca de la Palmita, ordenando al general Sosa que se encargara del puesto de El Nmero y al general Contreras de El Portezuelo, con los soldados que se le haban reunido, a fin de no dejar aislados los que se encontraban acampados en Las Lagunas; esa entrevista, decirnos, dej mucho que apetecer en punto cordialidad, limitndose uno y otro tratar de las medidas de defensa tomadas y por tomar, Y hacerse recprocas reconvenciones respecto del general Alcntara, que en vista de ellas fue remitido en calidad de arresto bordo de la fragata de guerra `Cibao', y del coronel Batista, quien se dio orden de pasar la capital descargarse de la falta de cumplimiento de la que le fu dada de permanecer en Los Conucos, cuya desobediencia atribua el presidente Jimenez la prdida de Azua, en tanto que el general Santana la supona obra de la traicin de Valentin Alcntara, caballo de batalla de los partidarios de la reaccin en crislida. Cumplidos estos preliminares, precursores de acontecimientos importantes, parti el general Santana para Sabanabuei, al mismo tiempo que el general Duverg se diriga El 29 Nmero, obrando en combinacin con todos los gefes en armas, en el sentido de cerrar al enemigo todos los pasos; en tanto que el presidente Jimenez regresaba la capital, donde le esperaban, junto con la seria hostilidad del Congreso, las dificultades inherentes una situacin que no inspiraba confianza nadie, y que, por lo mismo, todo el mundo se crea con el derecho de discutir, discurriendo cada cul sobre el mejor medio de salir del paso; anarqua de que se aprovechaban los hombres de siempre para ver si podan imponerle al pas sus ideas antinacionales, resucitando los planes de 1843 referentes la solicitud del consabido protectorado francs. Y como los cnsules extrangeros haban pedido buques de guerra para dar garantas sus nacionales, no bien ancl el 17 de abril en el Placer de los Estudios, el vapor de guerra francs `Elau', cundo animndose la mayora de los diputados que tena por salvadora la combinacin, se reuni en sesin secreta el da 19, bajo la presidencia de Bez, y por sugestiones del mismo, resolvi proponer de nuevo indistintamente el protectorado la anexin. "Est proposicin, dice `Britannicus, quin, ya hemos dado conocer, firmada por los conspiradores contra la independencia de la Repblica, fu entregada al seor Place, quien prontamente la remiti la misma noche en el vapor `Elau` al seor Raybaud, cnsul general de Francia en Port-au-Prince. El `Elau' regres el 29 de abril Santo Domingo; el seor Raybaud

no haba querido cargar con la responsabilidad. El seor Chedville, canciller del consulado francs, sigui por eso bordo del `Elau' para Santmas, y de all Pars, con el objeto de recomendar esas proposiciones la atencin del gobierno francs, Basta decir que la misin fracas". "El cnsul ingls, refiere el mismo autor, no poda permanecer ignorante deComment [E1]: En 1949 Baez desde el congreso intenta nuevamente anexar el pais a Francia.

esas intrigas. Ocupbase entonces en negociar un tratado de amistad y comercio con la Repblica, y consider que esas negociaciones seran infructuosas, si ella se anexaba la Francia se pona bajo el protectorado francs. Por esa razn dirigi al siguiente da de la sesin secreta del Congreso, una nota al ministro dominicano, informndole de que antes de dar un paso ms para concluir las negociaciones, se vea en la necesidad de suplicar al gobierno dominicano le diera la seguridad de que la repblica continuara en posesin de su independencia, libre por la soberana, absoluta condicional, de la dominacin protectorado de cualquiera potencia extrangera, que pudiera hacer nulos y de ningn valor los actos del presente gobierno. Est nota fu contestada el 24 de abril informando al 'cnsul Comment [E2]: Ingleses reaccionan a oiintentos que laanexionista pidiendo a Gobierno dominicano que

Repblica Dominicana continuaba en el pleno goce de su independencia, soberana y na-preservar al pas. 30 cionalidad". Empero, mientras tenan lugar estas intrigas de tan mala ley, y las pasiones recorran los distintos rumbos de una poltica tortuosa, las armas dominicanas decidan victoriosas la suerte de la Repblica, que aunque estaba intacta en las provincias del Cibao, que no llegaron ser invadidas, y tena como ltima esperanza la parte del Este, haba perdido todos los pueblos de las comarcas del Sud. Obligado el enemigo, el cual llevaba consumidas ya las provisiones que encontr en Azua, avanzar retroceder, pues que la inaccin lo tena amenazado de desmoralizacin, no pudiendo utilizar el camino de la costa porque la flotilla, de regreso de una recorrida que di por la de sotavento, haba fondeado en Tortuguero, con casualidad, el mismo da del abandono de Azua, y no teniendo enemigos que combatir en el mar, se haba puesto en lnea de batalla frente Playa Grande, distancia de tiro de can, fin de impedir el paso de sus fuerzas para Sabanabuei, destac un cuerpo respetable el 17 de abril, en direccin del ro Ocoa, para probar fortuna por ese lado abrindose camino sobre Ban; pero posesionado con tiempo el general Duverg del puesto defensable de El Nmero, pudo rechazarlo heroicamente como las once de la maana, desplegando un valor superior todo esfuerzo humano, sin darle

tiempo siquiera cargar sus muertos, los cuales dej abandonados en el campo de batalla, retirndose en desorden, pues que el general Contreras, "que estaba acampado en una posicin avanzada llamada El Portezuelo, dio parte al gobierno de haber visto pasar ese da, desde la altura que ocupaba, mucha tropa haitiana en precipitada fuga". Mas ambicioso de mando que de gloria, el vencedor afortunado se habra aprovechado de tan esplndido triunfo para imponerse de ah en adelante como necesario y seguir compartiendo las dems victorias; pero como lo nico que deseaba era una oportunidad para vindicar su nombre de la derrota de Azua, que no haba acertado esplicarse", no bien hubo enterrados los muertos de ambas partes, que fueron muchos, y encaminado los heridos, tambin en nmero considerable, cuando entregando el mando de las fuerzas al coronel Francisco Domnguez, se dirigi al pueblo de Ban reposar un poco de las fatigas que le impuso la prdida de Azua, declinando en el general Santana, la par que la direccin de las operaciones subsecuentes, la ocasin de recoger los laureles del ltimo triunfo, proceder hijo mas que del cansancio, desconocido por el infatigable soldado que desde 1844 vena siendo el alma de la guerra, del disgusto que le haba causado la presencia de su futuro perseguidor en 31 las filas del ejrcito, y la necesidad de tener que obrar de acuerdo con el en circunstancias en que la poltica los tena completamente divididos. La falta de agua y la escasez de comida, obligaron al coronel Dominguez levantar el campo de El Numero, despus de la ausencia de Duverg, para establecerlo en orden de batalla en la margen izquierda del ro de Ocoa, paso naturalmente defensable de Las Carreras; y sea que esta retirada envalentonara al enemigo, o que entrara en sus planes volver tentar el bado, es lo cierto que en la tarde del da 20 se present con fuerzas superiores y sostuvo un fuego nutridsimo desplegando su infantera en la margen opuesta del ro; pero el coronel Dominguez, haciendo esfuerzos sobrehumanos, logr realizar una resistencia superior al brioso ataque, suspendido al fin por los invasores, quienes se retiraron en orden con el objeto de rehacerse y volver la carga, pues aunque no falta quien opine que resueltos ya retirarse, causa de la escasez de toda clase de recursos para hacer la guerra, se proponan con esas operaciones entretener los dominicanos mientras se preparaban para levantar el campo despachando los heridos y los enfermos, hay quien afirme que su intento era seguir adelante en la esperanza de llegar

las murallas de Santo Domingo. Pero sea lo que fuera, es lo cierto que al recibir el general Santana en Sabanabuei, el parte de lo ocurrido en Las Carreras, se puso en camino inmediatamente con todas las fuerzas de que pudo disponer, cosa de amanecer en el punto amenazado, de cuya defensa se hizo cargo, repartiendo el ejrcito en cuatro divisiones, "mandadas: una por el coronel Francisco Dominguez, otra por el teniente coronel Blas Maldonado, otra por el teniente coronel Marcos Evangelista, y la cuarta por el teniente coronel Antonio Sosa," encargando la vez del mando superior de esas divisiones los generales Antonio Abad Alfau y Bernardino Prez, y de la comandancia de armas al general Merced Marcano, militares todos de su ilimitada confianza; de manera que cuando el enemigo volvi presentarse el da 21 las 5 de la tarde, ya todas las medidas estaban tomadas para rechazarlo. Y as sucedi en efecto, porque principiando ste por caonear con una pieza de artillera que tena montada en una altura ventajosa, concluy por bajar tres piezas mas y ponerlas en batera para hacer fuego sobre el ejrcito dominicano, apostado en posiciones ventajosas las mrgenes del ro Ocoa, lo que dio lugar que despus de un nutrido tiroteo, sostenido con la misma animacin por ambas partes durante una hora larga, cargaran los dominicanos sobre la 32 artillera enemiga, y metiendo mano al arma blanca se apoderaran de ella, tiempo que entraba en accin el general Santana con la caballera, al mando del coronel Pascual Ferrer, arrollando los invasores, que tuvieron de abandonar el campo para reconcentrarse en las alturas inmediatas, dejando abandonados los muertos que no pudieron llevarse, entre ellos dos generales y algunos oficiales, dos banderas, una del 2 o regimiento y otra del 3 o , algunos fusiles y otros despojos. Las sombras de la noche interrumpieron todas las operaciones y los dos ejrcitos durmieron uno frente al otro, corta distancia, vigilndose mutuamente, Al da siguiente volvieron los haitianos abrir los fuegos con la artillera que les quedaba desde las alturas que ocupaban, y al ver el general Santana que no se decidan bajar, determin, para no permanecer en un estado de inaccin, segn dice en su parte, despachar guerrillas sobre las montaas, derecha e izquierda, segn ellos pretendan hacer, para atacarlos en los puestos avanzados que tenan cubriendo sus dos alas, y conseguir, por ese, medio, no solamente inquietarlos, sino tambin apercibirse de sus operaciones para atacarlos en brecha". `En efecto, aade despus, nuestras guerrillas salieron, y como las cuatro y media del 22, principiaron

hacerle un fuego tan vivo por ambos lados, que la guerrilla del ala derecha, mandada por el comandante Aniceto Martnez, lleg hasta las piezas de can, de tal modo, que a su vuelta, sin prdida de ningn hombre y con solo un herido, a pesar del caoneo teso con que la batan, sostuvo el fuego y consigui cojer dos potes de metralla, y n6 las piezas de can, porque las fuerzas no eran suficientes; la del ala izquierda, mandada y dirigida por los capitanes Bruno Aquino y Bruno del Rosario, como prcticos del lugar, les hizo tanto estrago sobre las alturas, que nuestra vista misma le veamos cargar los muertos. Estas guerrillas, segn las rdenes que tenan, as que vieron que el enemigo quedo aterrorizado, se retiraron como a las seis de la tarde, operacin que permiti los contrarios hacer lo mismo, aunque disimulando su contramarcha con algunos disparos de artillera que tuvieron por movil impedir que les picaran la retaguardia. No bien llegaron Azua esas tropas derrotadas, cuando convencido el presidente Soulouque de que sus planes haban fracasado por completo, se apresur a dar orden de levantar el campo y regresar la parte francesa incendiando las poblaciones del trnsito, habindose dado tanta prisa que cuando el general Santana, despus de tomar posesin del puesto de El Nmero, y encomendrselo con una guarnicin 33 suficiente al teniente coronel Marcos Evangelista, para volver con el resto del ejrcito Sabanabuei a cojer el camino de La Playa, en combinacin con los buques de guerra nacionales, vino llegar el 24 al cantn de Boca de la Palma, donde se detuvo en espera de que le desembarcaran dos piezas de artillera que le haban mandado de la capital, ya las llamas devoraban el desgraciado pueblo de Azua, pues, como dice el parte oficial, parece "que el enemigo, al sentir que nuestras avanzadas se acercaban, escarmentado ya de nuestras valerosas tropas, tom la brbara disposicin, para librarse de ellas, de incendiar con desprecio del derecho de gentes". En vista de tan triste resultado, se determin all mismo que las tropas de La Palma se embarcaran inmediatamente, para llegar Azua el 25 temprano, y que las que ocupaban los otros cantones marcharan por tierra ocupar Azua, las ordenes del general Duverg, que haba vuelto entrar en campaa, y deba encargarse del mando de la plaza hasta la llegada del general Santana, que tuvo lugar el mismo da por la tarde, ocupndose en seguida en tomar "las disposiciones mas adecuadas a las necesidades

del momento", particularmente para la toma de posesin del as poblaciones avanzadas de Neiva, San Juan y Las Matas de Farfn, que fueron tambin reducidas a ceniza por el enemigo, el cual se despidi de la segunda de ellas ahorcando Pablo Maz, Jos Herrera y Justo Suero, que haban cado prisioneros en una de las derrotas sufridas por los dominicanos, y a quien no se pudo perseguir, utilizando el efecto moral de las ltimas victorias, porque ni haba gente bastante para hacerlo con buen xito, reducido el grueso del ejrcito a cosa de mil hombres, ni los recursos necesarios para tan rdua empresa, por cuya razn se consider como una gran proeza, que devolvi la alegra y el contento la nacin entera, la circunstancia de que tremolara ya la bandera cruzada en todos los pueblos de la frontera del Sud para el 6 de mayo de 1849, da en que hizo su entrada Port-au-Prin ce el ejrcito haitiano derrotado en El Nmero y Las Carreras, de cuyos hechos de armas llev recuerdos muy tristes las poblaciones haitianas, condenadas casi todas a vestir de luto y a derramar lgrimas de amargo dolor por la prdida de un gran numero de sus hijos. 34 Nuevas divergencias entre el Poder Ejecutivo y el Congreso.- Exaltacin de las pasiones polticas.-Desconocimiento del gobierno de Jimnez.-Cerco de la capital por Santana.Capitulacin y embarque de Jimenez.- Entrada triunfal de Santana la capital.

Mientras que el ejrcito haitiano desocupaba los pueblos de la provincia de Azua que haba invadido, incendindolos destruyndolos, despojando sus templos, tallando sus campos, robndose el ganado que pastaba en sus sabanas y asesinando los prisioneros que haba hecho en algunos de ellos, se suscitaban en la capital de la Repblica nuevas y ms agrias desavenencias entre el Poder Ejecutiva y el Congreso Nacional, y el apasionamiento de los partidos llegaba tal grado de exaltacin, que ya nadie se acordaba del peligro en que se haba visto la nacionalidad, y el que no pensaba en cooperar al alzamiento de Santana con el ejrcito libertador, determinado por el triunfo de Las Carreras, se preparaba para sostener todo trance al gobierno de Jimnez, que suponan vctima de la revolucin encubierta que muchos atribuan los triunfos obtenidos por el enemigo; durante su marcha rpida y siempre victoriosa", en muchas leguas del territorio dominicano. Resultado de ese espritu de discordia, que lejos de respetar las desgracias de la patria se aprovechaba de ellas para hacer sus trabajos de zapa, fue

entre otros el decreto de 24 abril, en el cul el presidente Jimenez, tomando por pretexto "que el valor y hechos con que el ejrcito haba triunfado en los puntos en que haba entrado en accin, deban no slo atraer la atencin del gobierno para darles en debida forma la recompensa a que se haban hecho acreedores, sino tambin hacer consagrar su memoria y la distribucin de los trofeos, insignias y propiedades tomadas del enemigo " declaraba que "todas las armas manuales, blancas y de fuego, insignias y decoraciones, monturas y ajuares, quitados al enemigo, eran de la propiedad de aquellos que las haban tomando, ' as como tambin que' eran propiedad de la nacin la artillera y pertrechos, las banderas y estandartes, cajas de guerra y pfanos, cajas de tren y utensilios ellas anexos ';todo esto en estudiada contraposicin disposiciones anlogas tomadas en obedecimiento miras revolucionarias por el general Santana, quien haba terminado su parte sobre la accin de Las Carreras diciendo al Ministro de la Guerra, que le remita las insignias y banderas cojidas `para que las viera 35 y se las conservara ah, fin de devolvrselas los que las cojieron, segn se lo haba ofrecido"aadiendo que "los fusiles y dems despojos de que se apoder la tropa, cada uno conservaba los suyos". Este significativo incidente y otros parecidos, fueron causa de que el Ministro de Justicia Instruccin Pblica, Domingo de la Rocha, previendo que de tan notable rivalidad no se poda esperar otra cosa sino un rompimiento que sumerjiera al pas en los horrores de la guerra civil, calamidad de que no quera ser responsable, hiciera formal e irrevocable renuncia de su cargo; renuncia que aceptada por el presidente Jimenez, dio lugar que el Consejo de Secretarios de Estado fuera reformando, confindosele al doctor Jos Mara Caminero la cartera que dejaba vacante de la Rocha, con el despacho de las Relaciones Exteriores, para reemplazarle en la de Hacienda y Comercio con el contador general, coronel Jacinto de la Concha, uno de los hombres ms comprometidos de la situacin. Y no eran infundados los temores de los que vean venir de cerca la guerra civil con todos sus horrores, pues que preocupados los gefes del ejrcito, antes que de la conservacin de las fronteras, que dejaron en manos del general Remigio del Castillo, que las haba ocupado la retirada de los haitianos, sin los elementos necesarios para sostenerlas en toda su integridad, de la situacin poltica de la Repblica, que se proponan definir sin prdida de tiempo, ms tardaron en saber que el presidente Soulouque estaba ya de

regreso en Port-au-Prince, que en promover, sin cuidarse de ms nada, el pronunciamiento del ejrcito, autorizando al general Santana a "no depositar las armas hasta tanto no dejarse establecido un gobierno liberal que respetase la constitucin y las leyes y alejase para siempre la discordia" del suelo dominicano. Este pronunciamiento, que apoyaron decididamente el general de divisin Felipe Alfau, y los generales de brigada Antonio Abad Alfau, Merced Marcano, Juan Esteban Aybar, Ramn Mella, y Bernardino Prez, pero que desaprob enrgicamente el general Antonio Duverg, lo que le vali pasar en calidad de preso bordo de la fragata de guerra Comment [E3]:de Duverg Aqu comienzan las desgracias

`Cibao', tuvo lugar en Azua el 9 de mayo de 1849, y fu segundado el mismo da en Ban por el general Manuel de Regla Mota, y en Neiva por el general Francisco Sosa, habindose adherido tambin l los buques de guerra que estaban en el crucero, por una acta que levantaran el 10, indicacin del general Santana, el general Juan Bautista Cambiaso, gefe de la flotilla; el general Juan Contreras; comandante de la divisin de infantera repartida en ella; el coronel Juan Alejandro Acosta, comandante del 36 bergantn `27 de Febrero'; el coronel Simn Corso, comandante de la goleta `General Santana'; el capitn Ramn Conzalez, comandante de la goleta `Constitucin'; los capitanes Guillermo A. Read, Jose Antonio Sanabia, Julin Baldwin, Jos Francisco Echavarra, Juan Luis Duquela y Bruno Diaz; los tenientes Leon Glas, Lorenzo Olivo, Leon Lembert, Juan Ramn Camier y Guillermo Luis; el subteniente Francisco Snchez y los contadores Pablo de Brea y Manuel Mara Gautier. Y mientras que el coronel Toribio Man promova la adhesin de San Cristbal, y el general Matas Moreno la de Monte Plata, Bayaguana y Boy, el Congreso Nacional, foco ardiente de la revolucin iniciada, cooperaba el 12 de mayo darle esplndido triunfo, llamando su seno al presidente Jimenez, para que diera cuenta de las causas que motivaron los grandes desastres sufridos por el ejrcito dominicano al principio de la invasin haitiana. En el curso de la acalorada discusin que con este motivo tuvo lugar, hubo alusiones y cargos tan severos, que entendiendo muchos de los oficiales del estado mayor, que junto con sus ministros acompaaban al primer magistrado, que se le acusaba injustamente de traidor, sacaron sus pistolas y blandieron sus espadas y sus puales, producindose una confusin tan grande, que se necesit de mucho tiempo y de grandes rasgos de valor desplegados por Buenaventura Baez, que presida

la sesin, para que el orden pudiera restablecerse sin tener que lamentar ninguna desgracia. Pero como la mayora de los miembros del Congreso, que como hemos venido demostrando, constitua la base principal de la oposicin al gobierno, haba decretado la traslacin de las sesiones del alto cuerpo San Cristbal, a lo cual se opona una escasa inora, determin, raz de este incidente, hacerlo al siguiente da, despecho de todo; pensamiento que se asocio el diputado Flix Mara del Monte, firmando una enrgica protesta contra la coaccin ejercida por el gobierno, la cual tue leda al gefe del Estado el 13 por el presidente del Congreso, en Presencia de los seores Robert Hermann Schomburgk, consul de S.M. Britnica, Vctor Place, cnsul de la Repblica Francesa, y Jonathan Elliot, agente consular de los Estados Unidos, invitados al efecto como garanta "en favor de la inmunidad debida la representacin nacional, tanto colectiva como separadamente cada uno de sus miembros", idea en que, juzgar por lo que comunic Baez a Santana, el mismo da, haba insistido el consul ingls "de una manera muy marcada". Mas como no poda menos de suceder, dada la marcha vio 36

DE SANTO DOMINGO

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lenta que llevaban los acontecimientos, el gobierno amenazado, cuyos intereses polticos no convena la traslacin del Congreso, no solo tom sus medidas para impedirla, sino que aceptando el reto la guerra civil de que eran seales los hechos -consumados, decret el encarcelamiento de todos los individuos reconocidos como conspiradores, y esa resolucin oblig los partidarios del general Santana, inclusos los diputados mas vehementes, buscar un asilo seguro en los consulados extrangeros, los cuales se llenaron de hombres, mujeres y nios, pertenecientes las familias de los sublevados. Y no conformes con esto, se reunieron en consejo, el mismo da 13, el presidente y los seores mnistros, para tomar en consideracin la conducta que el general Santana haba observado en las actuales circunstanciar; y teniendo presente que con fecha 6 del corriente se -le haba dado orden de entregar el ejrcito de las fronteras del Sud al general Antonio Duverge y retirarse la capital con su estado mayor, lo que no verific conservando potestativamente el mando que ejerca; y-atendiendo que el gobierno estaba informado de, que haba pedido tropas diferentes - comandantes de comunes, sin haberse dirijido por

las vas regulares; que haba contrarrestado la orden dada al general Cambiaso, gefe de la flotilla, para que se retirara, retenindolo de su cuenta en la baha de Ocoa; que segn los informes positivos y partes recibidos, el dicho general Santana marchaba, sin ninguna orden, para la capital, con el ejrcito de Azua, habiendo hecho arrestar al coronel Juan Nepomuceno Ravelo, al comandante Juan Mara Albert y otros amigos de la administracin, entre los que debemos mencionar al general Francisco del Rosario Sanchez; y que de treinta cajas de municiones mandadas Barahona, haba pedido quince, cuyos hechos confirmaban que conspiraba contra el, gobierno y trataba de derrocarlo introducir en la Repblica y entre los ciudadanos la' guerra civil; por todos esos motivos ordenaron que fuera puesto en estado de acusacin y juzgado como conspirador y traidor a la patria, advirtiendo todos los oficiales superiores y subalternos que le acompaaban, que le abandonaran inmediatamente y se, retiraran a sus hogares, so pena de ser juzgados, tambin como traidores, advertencia que hacan no slo todos los que le acompaaran, sino tambin los que le dieran favor y auxilio, ordenando adems que ninguno obedeciera las rdenes que emanaran de su autoridad, y que la comisin militar procediera juzgarle conforme las leyes; de todo lo cual se dio comunicacin al soberano congreso y los gefes polticos de las provincias para su' publicacin y 37 38 cuumplimiento en la parte que cada uno corresponda. Esto no obstante, considerando el gobierno que en las circunstancias actuales, los calificados de enemigos, de la causa pblica y del orden constitucional, podran haberse valido de todos los medios del engao y seduccin para que triunfara la faccin y se encendiera la guerra civil entre los dominicanos, en uso de las facultades que le confera la constitucin, decret el 16 de mayo que ` todos aquellos individuos que se hallaran acogidos en las casas consulares, por temor o por haber vertido inocentemente espresiones que tuvieran el carcter de coincidencia con la conspiracin a cuya cabeza e se hallaba el general Santana, podan sa lir libremente bajo el salvo conducto del honor nacional y de que se olvidara ese motivo legtimo de suspicin"; as como tambin que "todos los que permanecieran acogidos, despus de la publicacin del presente decreto, serian reputados entonces como verdaderos conspiradores contra la seguridad del Estado, perseguidos, encausados y castigados con toda la severidad de las leyes". Pero

como el general Santana haba manifestado ya desde Ban su intencion de marchar sobre la capital con el propsito de restablecer el orden y organizar un gobierno en que pudiera el pueblo tener confianza, los asilados no quisieron aceptar las garantas ofrecidas, y el 17 fue declarada la plaza en estado de sitio y confiada la pericia militar del general Toms Troncoso, comandante de las armas, quien organiz el servicio de defensa confiando' el Arsenal y La Fuerza al coronel Angel Perdomo, el fuerte de San Gil al coronel Feliciano Martnez, el de la Puerta del Conde al coronel Emiliano Parmantier, el de La Concepcin al coronel Santiago Barriento, el de San Miguel al coronel Pedro Alejandrino Pina, el de San Francisco al coronel Juan Nepomuceno Ravelo, el de San Antn al comandante Pedro Valverde, el de Santa Brbara al coronel Santiago Bazora, y el de los dems fuertes oros gefes de la confianza del gobierno, como eran el coro el Wenceslao Guerrero, los comandantes Eusebio Puello, Teodoro Acosta, Juan Fernndez, Toms Snchez y otros no menos notables. Y no mantuvo el gobierno descaminado al recurrir semejantes medidas de precaucin, pues que para el 19 ya e. general Santana haba puesto cerco la plaza con tres divisiones; una al mando del general Felipe Alfau, que ocup las alturas de Pajarito, hoy Villa Duarte; otra al mando del general Ramn Mella, que se situ en la villa inmediata de San Carlos; y otra al mando del coronel Esteban Roca, que estableci su campo en San Gernimo; poniendo el cuar 39 tel general en Gibia, desde el cual se dirigieron los miembros del gobierno el da 19 de mayo, los generales Pedro Santana, Felipe Alfau, Antonio Abad Alfau, Merced Marcano, Juan Esteban Aibar, Matas Moreno, Ramn Mella, Manuel de Regla Mota y Bernardino Prez; los coroneles Cher Victoria, Carlos Garca, Nolasco de Brea, Esteban Roca, Francisco Dominguez, Pascual Ferrer y Fernando Tavera; los tenientes coroneles F. Castillo, Rosendo Herrera, Jos Gonzales, Juan Esteban Ceara, Dionicio Cabral, Jos Mara Cabral, Jos Joaqun Aibar, Antonio Sosa, Marcos Evangelista, Blas Maldonado, Miguel Souberv y Bernab Polanco, y un gran nmero de capitanes, tenientes y subtenientes, participndoles que la causa "que por amor al orden se vean en el caso de defender, 'a defendan tambin todos los pueblos del Cibao, nica, pero ilusoria esperanza del gobierno", y que aunque "la capital sola era la nica que haba sido puesta en estado de defensa, no eran sus enemigos y queran evitar el horroroso espectculo de ver degollarse hermanos contra hermanos, y exigan en prueba de sus

buenos deseos, como nico medio de evitar la efusin de sangre, que el presidente Jimenez depusiera el mando, pues que entonces quedara la nacin libre de la guerra, porque se procedera al nombramiento de otro primer mandatario, que no deseara mas gloria que el bieny la felicidad general". Pero el presidente Jimenez, que saba perfectamente que para esa fecha no estaban pronunciados todava sino Azua, Ban, San Cristbal, Monte Plata, Bayaguana y Boya, en la forma que hemos dicho, y San Antonio de Guerra, por iniciativa del capitn Pedro Betances, as como Santa Cruz del Seibo y Hato Mayor, por la del coronel Juan Rosa Herrera, y conservaba la esperanza de que el movimiento pudiera encontrar resistencia en los dems pueblos, respondi esta intimacin el da 20 con una proclama dirigida ' al ejrcito expedicionario del Sud, actualmente acampado extramuros de la ciudad" en la cual despus de acusar al general Santana de insensato y traidor la patria "de la cual se haba constituido en asesino", por lo que esta le tena reservado el cadalzo para que expiara su crimen; y despus de desmentir la impostura de que para llevar cabo su proyecto revolucionario se haba valido aquel, hacindole creer que el pas haba sido vendido los franceses, y que el Congreso Nacional le haba conferido el poder supremo, de lo que se deduca "que aquel Congreso Nacional a que l se refera, no era otro que la combinacin de sus satlites para con sus miras particulares traerlos los muros 40 de la capital", conclua por intimarles que depusieran "las armas y se retiraran a sus hogares para descansar de las fatigas de la guerra, abandonando al faccioso y sus secuaces ', sin obedecer mas rdenes que las del gobierno, " fin de que en lugar de regar con sangre el patrio suelo, rociaran mejor los campos con el sudor de su frente, para poder recoger el fruto del trabajo, del cual emanaba la verdadera felicidad". Indignado entonces el general Santana, que haba mandado a Toms Bobadilla, con quien acababa de reconciliarse, promover desde el Cotu el pronunciamiento de los pueblos del Cibao, donde contaba con el general Salcedo, con el coronel Jos Valverde y otros gefes importantes, como lo eran el general Pedro Ramn de Mena, el general Manuel Meja, y el coronel Pedro Eugenio Pelletier, por lo que tena el triunfo como cosa segura, se apresur a dirijir al presidente Jimenez otra manifestacin, que firm en Gibia el 21, en la que para probarle que l era el nico traidor y criminal que

mereca expiar en el patbulo la pena que le tena reservada, le enrostraba los cargos de

-

"desobedecer al Congreso, mandar puales su seno, violar la constitucin, dejar la Repblica desarmada en el instante mismo en que avanzaba el enemigo, huirse de Azua cuando este estab