¿Cómo se originan los obstáculos escriturales?
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CÓMO SE ORIGINAN LOS OBSTÁCULOS ESCRITURALES
Por: Dámaris Díaz Plaza
Sin duda alguna, leer y escribir eficazmente son dos habilidades
comunicativas esenciales para desempeñarse exitosamente en los
ambientes académicos universitarios. Prácticamente todo lo que
deben aprender los estudiantes está mediatizado por estas dos
habilidades. A través de ellas los estudiantes se aproximan a los
contenidos de cada materia, los interpretan, los asimilan y se
apropian de los conocimientos pertinentes del campo de cada
disciplina.
La lectura y la escritura están tan íntimamente ligadas que hablar
de una de ellas implica referirse implícitamente a la otra. Pero el
dominio de la segunda está determinado por el dominio de la
primera; es decir, si no se ha desarrollado la capacidad para leer
comprensiva y críticamente, es imposible dominar la técnica de la
escritura. Por razones didácticas y de espacio, en este trabajo nos
proponemos analizar solamente las causas que dificultan a un
altísimo porcentaje de alumnos de educación superior −incluso a
un buen número de profesionales− la redacción de textos
académicos, entendiendo como tal, la redacción de textos propios
de los ambientes académicos como ensayos, reseñas críticas,
informes, monografías y tesis de grado.
La escritura académica es la actividad intelectual más completa
para el aprendizaje significativo y el desarrollo del pensamiento
crítico. Escribir es pensar críticamente; es el acto más fehaciente de
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la relación entre lenguaje y pensamiento. El proceso escritural no es
pensamiento espontáneo, cotidiano e informal, sino pensamiento
crítico en acción, ya que quien escribe tiene un el propósito
consciente o inconsciente de influir o modificar las percepciones y
creencias del lector sobre el tema abordado. Por eso, escribir con
consistencia retórica proporciona a la vez consistencia al propio
pensamiento. De ahí que, en los claustros universitarios la
escritura académica sea el principal instrumento para demostrar
que se ha adquirido verdaderamente un conocimiento particular y
la herramienta más confiable para evaluarlo. Sin embargo, a pesar
de la incuestionable importancia de la escritura, al igual que ocurre
con la interpretación de textos, no se le ha prestado la atención que
requiere su aprendizaje en la educación universitaria. Nadie se
quiere responsabilizar de esta situación. Cada ciclo culpa al anterior
por no haber orientado eficazmente a los alumnos para superar
estas incompetencias.
Por otro lado, existe una notoria indiferencia por parte de
numerosos docentes de áreas diferentes a la de español hacia el
ejercicio de la lectura y la escritura en sus respectivas cátedras.
Ellos erróneamente suponen que estas dos habilidades se aprenden
independientemente de cualquier contexto académico y no
relacionado de modo específico con cada disciplina. La mayor parte
de las inconsistencias que se detectan en los textos que escriben
los estudiantes son consecuencia de este supuesto.
La buena noticia para profesores y estudiantes de talleres de
escritura es que en las tres últimas décadas se han desarrollado
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varias líneas de investigación provenientes de las neurociencias, la
nueva retórica, la lingüística del texto, el análisis del discurso y de
la psicología cognitiva, que ofrecen valiosos marcos de referencia
para la enseñanza y aprendizaje de los procesos escriturales y el
desarrollo del pensamiento crítico simultáneamente.
En términos generales, la gran mayoría de las investigaciones
concuerdan en que escribir es un proceso cognitivo complejo.
Lamentablemente, en nuestros sistemas educativos −tanto de
enseñanza media como universitaria− es poca la atención que se le
ha prestado al desarrollo del pensamiento crítico de los alumnos.
Allí precisamente radica una de las principales causas de la
incompetencia de nuestros estudiantes para leer y escribir
reflexivamente.
Desde una óptica cognitiva, la producción textual es una actividad
estratégica y autorregulada, puesto que hay que superar
simultáneamente diversas clases de obstáculos “en solitario”, sin
una inmediata retroalimentación del lector imaginario, con el cual
no se coincide temporal ni espacialmente.
Sobre este particular, A. Díaz (1995) clasifica estos obstáculos
escriturales en cinco grupos: psicológicos, cognoscitivos,
cognitivos, lingüísticos y retóricos.
(1)Los obstáculos psicológicos tienen que ver con la inseguridad
en nosotros mismos. Muchas personas desconocen que la
escritura es una técnica que se puede aprender mediante una
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orientación sistemática, apropiada y activa, en cuyo proceso
se cometen los errores ineludibles que le indicarán qué es lo
que debe aprender. Los principiantes tienden a creer que no
son capaces de producir un texto o que si lo hacen tendrá
tantos errores que lo más probable es que va a ser rechazado
por sus lectores. Ellos, igualmente creen que los textos que
han publicado escritores expertos resultaron de una sola
tirada en un momento de inspiración. Lo que estas personas
no saben es que estos textos fueron revisados y modificados
varias veces y que, incluso, fueron evaluados por personas
críticas que hicieron sugerencias a sus autores para
mejorarlos.
(2) Los obstáculos Cognoscitivos se refieren a la falta de
conocimientos sólidos sobre el tema y el área del saber en el
cual se inscribe: no podemos escribir cuando no tenemos
nada que decir. Este obstáculo se supera poco a poco al
crearnos el hábito de la lectura, pero que no se agote en la
paráfrasis de lo leído, sino que se aproxime al nivel
inferencial, al interpretativo, crítico y evaluativo.
(3) El concepto de cognición hace referencia a todo lo relacionado
con operaciones de pensamiento, el papel de la memoria a
corto y a largo plazo, las actitudes mentales, el aprendizaje, la
atención y las emociones. Como ya dijimos al comienzo,
escribir es pensar críticamente, lo cual constituye el mayor
obstáculo que se enfrenta al escribir, ya que se trata de un
proceso cognitivo riguroso que exige poner en acción
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numerosas operaciones cognitivas de orden superior:
comprender, interpretar, realizar inferencias, hacer
trasferencias, comparar, contrastar, definir, realizar hipótesis,
identificar causas, señalar consecuencias, predecir resultados
razonables, establecer analogías, etc. Entrenar al alumno en
forma asidua a través de todo el currículo para que ejerciten
estas funciones cognitivas, debería ser una las metas
fundamentales de todo currículo, pues sólo de esta manera se
forman alumnos que aprendan a aprender significativamente y
por sí mismos.
(4) Los obstáculos Lingüísticos, se refieren a la dificultad para
expresar las ideas por escrito con precisión y variedad léxica,
aplicar correctamente las normas morfosintácticas, de
puntuación y ortográficas establecidas. La escritura académica
le exige al escritor estructuras y registros lingüísticos mucho
más rigurosos que los que caracterizan las interacciones
orales. La enseñanza tradicional de la escritura dedicaba
exageradamente casi todo su tiempo a este componente, pero
prestaba muy poca atención al estudio y ejercicio de los
subprocesos que constituyen la producción textual.
(5) Finalmente, los obstáculos Retóricos, tienen que ver con la
selección, planeación y organización del desarrollo de las ideas
en el texto, lo cual implica tomar decisiones sobre: tener
claridad sobre el propósito del texto que se va a escribir,
prever al lector, qué estrategia resultaría más apropiada en su
introducción, la mejor forma de decir lo que se desea, qué tono
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resultaría más apropiado, determinar las estrategias más
apropiadas para lograr ese propósito, determinar qué pasajes
de otros textos se podrían citar mediante citas bibliográficas
para respaldar argumentos, lograr que el escrito tenga unidad,
coherencia, cohesión, énfasis y concisión, cómo finalizar el
texto.
Cabe aclarar, que estos obstáculos por lo general se nos presentan
simultáneamente. De ahí que quien escribe debe enfrentar y
resolver al mismo tiempo estos problemas, los cuales se agudizan
en aquellas personas que no han adquirido el hábito de revisar
varias veces lo que escriben. Allí radica otra de las causas
importantes que retardan el dominio de la técnica de la escritura.
Recientes descubrimientos por prominentes investigadores del
cerebro han proporcionado datos claves acerca de cómo funcionan
las distintas áreas del cerebro, cómo aprende este órgano de
pensamiento y emociones y cómo están relacionados con el
aprendizaje de la lectura y la escritura. Uno de las conclusiones que
comparte en su mayoría es que “el aprendizaje de la lectura y de la
escritura cambia la estructura cerebral. Dicho de forma
contundente: el cerebro de quien sabe leer y escribir es distinto al
de un analfabeto” (Blakemore y Frith, 2008:7). Estos avances
científicos sobre el cerebro y el aprendizaje permiten explicar en
forma mucho más científica que cómo se hacía tradicionalmente,
cómo funciona el cerebro durante el proceso escritural.
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Hoy se sabe, por ejemplo, que escribir exige la interacción
simultánea de ambos hemisferios cerebrales. El cerebro izquierdo,
“el crítico”, especializado en el procesamiento secuencial, se fija en
detalles, opera mediante la lógica de causa y efecto y lo gobiernan
reglas y códigos ya establecidos, es analítico, perfeccionista. El
cerebro derecho, “el artista”, procesa todo en forma simultánea, es
intuitivo, creativo, metafórico, emocional, se especializa en
funciones viso-espaciales e integra afinidades analógicas, . Por lo
tanto, un escritor debe asumir dos roles: uno que inventa fuera de
toda crítica y censura y otro perfeccionista que corrige lo escrito. El
primero necesita ser fluido y rápido. El segundo cauteloso y
racional. Como consecuencia de ello, enfrentamos otro problema al
querer realizar ambas cosas al tiempo. Es algo así como si
accionáramos al mismo tiempo el acelerador y el freno del auto. No
tenemos entonces otra alternativa que aprender a entregar el
control al cerebro derecho para que permita que fluyan las ideas
del texto de forma natural y después entregar la información al
izquierdo para que la evalúe y la corrija. O como afirma
TimbalDuclaux (1993: 73) “No se trata de desarrollar únicamente
el cerebro ping, ni el cerebro pong, sino el cerebro ping-pong.”
La otra buena noticia es que el cerebro humano ha evolucionado
para educar y ser educado. La programación genética no basta para
que se produzca el desarrollo normal del cerebro: también son
necesarios tanto la cultura como los entornos enriquecidos ya que
estos propician la formación de más conexiones neuronales en el
cerebro y una mejor realización de ciertas tareas de aprendizaje
que las que se producen en los entornos empobrecidos. El mito de
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que “loro viejo no da la pata” tampoco tiene validez en los
recientes descubrimientos sobre el cerebro. La llamada plasticidad
cerebral –capacidad para adaptarse continuamente a circunstancias
cambiantes− depende básicamente de la edad hasta cuando se
siga utilizando. Naturalmente que a los cerebros más envejecidos
aprender nuevas cosas les llevará más tiempo. Y la escritura es una
de ellas. (Véase Blakemore y Frith 2008).
De hecho, las dificultades que se enfrentan al aprender a escribir
eficazmente son inherentes a cualquier intento de aprender algo
nuevo. Todo aprendizaje nuevo generalmente es torpe y lento al
comienzo, pero luego de mucha práctica, el nuevo conocimiento se
torna inconsciente. Infortunadamente, la mayoría de los nuevos
hallazgos de los neurocientíficos aún no han encontrado suficiente
aplicación afortunada en los procesos de enseñanza.
Otro factor que tradicionalmente ha obstaculizado el aprendizaje de
la técnica de la escritura radica en que un alto porcentaje de
docentes de español –muchos de los cuales no practican
asiduamente la escritura− conciben la escritura como un producto,
como un resultado y no como un proceso reiterativo: solamente se
interesan en el texto que entregan sus alumnos para señalar y
corregir errores gramaticales, de ortografía y puntuación, pero
descuidando la orientación y enseñanza de los procesos, prácticas
discursivas, retóricas y cognitivas que los escritores expertos han
aprendido durante sus años de formación. De hecho, la escritura es
el resultado de un exigente y prolongado proceso que requiere
mucho esfuerzo y perseverancia, el cual se puede resumir en cinco
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fases o subprocesos: preescritura o invención, redacción de
borradores, evaluación, revisión y edición.” (Véase Díaz, 1999).
Contrario de lo que piensan quienes no han cultivado el hábito de la
escritura, existe una fase preescritural, una fase de caos creativo,
la cual comienza antes de empezar a redactar el texto. En ella, el
escritor busca y descubre las ideas provisionales que conformarán
su texto. Se trata de una fase de indagación donde el escritor se
documenta sobre el tema qué va a escribir, subraya pasajes
importantes, elabora mapas de ideas, decide qué tipo de forma
discursiva es la más apropiada para lograr su propósito. Los que se
saltan esta fase del proceso, al sentarse frente al computador
pagan muy caro esta omisión al no saber qué hacer con la página
en blanco que tienen ante sus ojos. ¡Y tiene que ser así! Si no saben
qué decir, ¿cómo van a decirlo?
Es necesario, entonces, que el escritor organice toda una serie de
estrategias orientadas a la búsqueda de contenidos y de recursos
retóricos que le sirvan como punto de partida para hacer menos
doloroso el proceso escritural. La elaboración de mapas de ideas, en
particular, es de gran utilidad en esta fase.
La segunda fase del proceso es la de textualización o de redacción
del primer borrador. Corresponde al momento en el que el escritor
textualiza sus ideas por medio de oraciones y párrafos. En esta
etapa hay que preocuparse más por la fluidez de las ideas que por
la perfección lingüística y retórica.
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La tercera fase es la evaluación. Aquí el escritor juzga lo que ha
escrito para determinar qué cambios mejorarían el contenido y la
organización de su texto, el léxico, y la estructura de oraciones y
párrafos. Cuando es el mismo autor quien realiza la evaluación
debe tratar de hacerlo como si fuera escrito por otra persona.
Luego, le pide a alguien que haga la evaluación honesta y
críticamente sobre las inconsistencias detectadas.
La evaluación puede ser una parte frustrante del proceso de
redacción. Muchas personas no realizan esta etapa por dejar el
trabajo para último momento, o porque no han sido enseñados a
evaluar lo que escriben o quizá por pereza. Pero, los que lo hacen
se convierten en personas críticas y se emocionan al ver cómo
mejora su trabajo cada vez más. A este respecto es muy
significativa la apreciación de Timbal – Duclaux (1993: 157):
El desarrollo de un ser vivo no se realiza de manera lineal, continua, sino por saltos. La célula pasa por diferentes estadios antes de convertirse en un embrión: mórula, gástrula, etc. La mariposa es antes larva. El fruto es antes flor. (…) Y en la medida que el texto es un ser vivo, no escapa a esta ley: pasa por tres estadios antes de alcanzar la forma adulta, definitiva. Quién intente ir más de prisa, saltándose las tareas, no produce más que un aborto.
En la fase de revisión, el escritor corrige y refina los cambios que
mejorarán el texto en su contenido, organización y estilo. Revisión,
en términos de su etimología, significa “volver a ver”. Es una parte
normal del proceso de redacción donde el escritor “repiensa”,
“rehace” o “corrige” el texto para mejorarlo. Los textos bien
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revisados no dejan huellas, no revelan en qué medida han sido
revisados y modificados.
La última etapa del proceso escritural es la edición final del texto
según las convenciones establecidas por para la publicación de
textos: márgenes, sangrías, citas bibliográficas, tipo de letra,
imágenes, mapas de ideas, etc. El proceso escritural es recursivo,
cíclico y flexible, de ahí que, muy pocas veces el escritor se
conforma con la primera versión de su escrito. Cabe recordar, que
en la redacción de un texto es normal tener que regresar a etapas
aparentemente cumplidas. No es necesario terminar el primer
borrador para evaluar algunos pasajes, modificarlo y corregir
aquellos errores léxicos y gramaticales que se ha detectado durante
la textualización. Por ejemplo, si el escritor se percata que su texto
no produce el efecto planeado o se le ocurren ideas nuevas que no
aparecen en su mapa de ideas, se detiene y lo modifica
inmediatamente. Sobre el particular Cuervo y Florez (1996:126)
afirman:
Uno de los aportes más importantes de los estudios contemporáneos sobre la escritura es haber comprendido que estos sub-procesos son recursivos –van y vuelven-. Esto quiere decir que no ocurren secuencialmente en el tiempo, uno después del otro, y que una vez que ha tenido lugar uno de ellos se da por terminado, ya que no se regresa a esa etapa. El ser recursivo significa, entonces, que es legítimo y necesario salir de cualquiera composición del texto para regresar a trabajar en cualquiera de los otros.
El proceso escritural concluye cuando el escritor considera que su
texto dice exactamente lo que se propuso decir para responder a
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las expectativas del lector que tuvo en mente. En síntesis, el
proceso de escribir resulta difícil por la variedad de obstáculos
inherentes a su práctica. Escribir textos bien redactados: con
propósitos claros, unidad, coherencia, cohesión, y concisión, no es
fácil, pero puede aprenderse. El dominio de la escritura académica
es el resultado de un prolongado proceso de formación intelectual
que requiere mucho esfuerzo, documentación, disciplina, práctica y
perseverancia. Sin embargo, la diferencia entre lo que puede
realizar un campeón olímpico de gimnasia y lo que pueden hacer
quienes no son gimnastas no reside en que lo primero no se pueda
aprender, sino en que son muy pocas las personas en el mundo
interesadas en someterse a la disciplina que implica la práctica que
se necesita para adquirir y conservar las habilidades de un
campeón olímpico en ese deporte. Con el acto de escribir pasa lo
mismo. Los escritores profesionales se caracterizan porque
ejercitan permanentemente su cerebro: leen y escriben mucho. Se
entrenan todo el tiempo. Obviamente, del mismo modo como no
todo el que practica llega a ser campeón olímpico, no todo el
mundo puede llegar a ser escritor. Pero definitivamente, si se puede
aprender a leer y escribir con propiedad y mejor de cómo lo
hacemos. El hecho de que algo nos resulte difícil no significa de
ninguna manera que no debamos intentarlo, sino que debemos
trabajar fuertemente para lograrlo. Nadie aprende de una vez y
para siempre.
Referencias bibliográficas
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Blakemore Sarah. y Frith Uta. (2008). Cómo aprende el cerebro, las
claves para la educación. Ariel, Barcelona.
Cuervo, Clemencia y Florez, Rita (1996). “La Escritura como
Proceso” en Los Procesos de la Escritura. Cooperativa Editorial
Magisterio, Bogotá.
Díaz, Álvaro (1995). Aproximación al texto escrito. Editorial
Universidad de Antioquia, Medellín.
Timbal-Duclaux, Louis (1993). Escritura Creativa. Editorial EDAF,
S.A., Madrid.
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