Cómo Preparar Una Catequesis

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CÓMO PREPARAR UNA CATEQUESIS Publicado por Admin el 30/8/2013 (594 lecturas) 1. En primer lugar, fíate del Dios que te ha llamado. El catequista fundamenta su acción catequética en su vocación. Tiene conciencia de que es un llamado por Dios y un enviado, movido por la acción del Espíritu Santo, para participar en la misma misión de Jesucristo en la Iglesia de hoy, para el servicio del Reino de Dios en el mundo. Si somos consecuentes con esta misión no debemos ir a la sesión de catequesis pensando que todo va a depender de nuestras propias fuerzas. Iniciar en la vida cristiana ha sido una práctica habitual de la Iglesia a lo largo de toda su historia y han sido cristianos sencillos pero de profunda fe, los catequistas que han comunidad a otros la fe recibida de la Iglesia y lo han hecho de manera competente y fructífera. Tenemos que ser humildes como los catequistas que nos han precedido en la evangelización y aceptar con el apóstol Pablo la dinámica de la evangelización: Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no signifi- ca nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios (1 Co 3,6-7). Hemos de aceptar la primacía de Dios en la obra de la catequesis y la mediación de la Iglesia Madre y Maestra. Si nos fiamos del que nos llamó a ser catequistas tendremos paz para desarrollar la obra que nos encomendó en su Iglesia. Después de trabajar con empeño y poner todo nuestro ser al servicio de la misión, podremos decir como nos enseña el Evangelio: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc 17,10). 2. Comunica lo que vives. Comunicar la propia experiencia de fe es la primera forma de evangelizar. Normalmente somos y vivimos, por obra de la gracia de Dios, más de lo que sabemos y comunicamos en la catequesis. No siempre transmitimos bien todo lo que conocemos y vivimos. No tenemos palabras adecuadas para explicar la! experiencias más profundas de la vida cristiana. Cuántas veces hemos dicho el famoso refrán: «nadie da lo que no tiene». Así, pues, debe preocuparnos más tener algo que decir, que el cómo hemos de decirlo. El temor a fracasar en la misión nos impide, mucha veces, dar la catequesis con alegría y paz.

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CÓMO PREPARAR UNA CATEQUESIS Publicado por Admin el 30/8/2013 (594 lecturas)

1. En primer lugar, fíate del Dios que te ha llamado.

El catequista fundamenta su acción catequética en su vocación. Tiene conciencia de que es un llamado por Dios y un enviado, movido por la acción del Espíritu Santo, para participar en la misma misión de Jesucristo en la Iglesia de hoy, para el servicio del Reino de Dios en el mundo. Si somos consecuentes con esta misión no debemos ir a la sesión de catequesis pensando que todo va a depender de nuestras propias fuerzas.

Iniciar en la vida cristiana ha sido una práctica habitual de la Iglesia a lo largo de toda su historia y han sido cristianos sencillos pero de profunda fe, los catequistas que han comunidad a otros la fe recibida de la Iglesia y lo han hecho de manera competente y fructífera.

Tenemos que ser humildes como los catequistas que nos han precedido en la evangelización y aceptar con el apóstol Pablo la dinámica de la evangelización: Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no signifi- ca nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios (1 Co 3,6-7). Hemos de aceptar la primacía de Dios en la obra de la catequesis y la mediación de la Iglesia Madre y Maestra.

Si nos fiamos del que nos llamó a ser catequistas tendremos paz para desarrollar la obra que nos encomendó en su Iglesia. Después de trabajar con empeño y poner todo nuestro ser al servicio de la misión, podremos decir como nos enseña el Evangelio: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc 17,10).

2. Comunica lo que vives.

Comunicar la propia experiencia de fe es la primera forma de evangelizar. Normalmente somos y vivimos, por obra de la gracia de Dios, más de lo que sabemos y comunicamos en la catequesis. No siempre transmitimos bien todo lo que conocemos y vivimos. No tenemos palabras adecuadas para explicar la! experiencias más profundas de la vida cristiana.

Cuántas veces hemos dicho el famoso refrán: «nadie da lo que no tiene». Así, pues, debe preocuparnos más tener algo que decir, que el cómo hemos de decirlo.

El temor a fracasar en la misión nos impide, mucha veces, dar la catequesis con alegría y paz.

Cada sesión de catequesis supone un acto de fe en la sabiduría, en el poder y en la misericordia de Dios para con su pueblo. Cuando vivimos la vida cristiana con sencillez de corazón y abandono en las manos de Dios, no debemos temer comunicar lo mucho o poco que vivimos según nuestra pobre manera de entender las cosas. El Señor estará con nosotros para hacer su obra a pesar de nuestras limitaciones y de los poderes de este mundo.

Cuando parece que todo va mal y que lo único que podemos esperar es el fracaso de toda la obra de la catequesis, deberíamos repetir una y otra vez, con la misma confianza y fortaleza de Santa Teresa de Jesús: Nada te turbe. Nada te espante Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza Quien a Dios tiene, nada le falta: Sólo Dios basta.

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3. Profundiza lo que enseñas

Cada sesión de catequesis tiene un tema concreto que explicar un mensaje divino que comunicar. Debemos conocerlo bien, interiorizarlo suficientemente y asumirlo personalmente.

Es nuestra fe. Es la fe de la Iglesia la que vamos a transmitir a través de ese tema.

No puede ser, por tanto, la comunicación catequética fría de sólo ideas y conceptos. Hay que poner fervor y sabiduría el las palabras y los gestos con los que nos expresamos. Esto su pone que, antes de desarrollar el tema, en la sesión de catequesis, tenemos que saborear el Mensaje personalmente, estudiarlo con todos los medios que tenemos a nuestro alcance prepararlo con la pedagogía adaptada a los diversos destinatarios a los que nos hemos de dirigir.

Debemos leer despacio todo el tema y tratar de meditarlo conocerlo en profundidad. Es bueno que nos preguntemos ante el mensaje de cada tema: ¿Qué tengo que anunciar? ¿Qué me dice el Señor? ¿Qué espera de mí? ¿Cómo vivo lo que tengo que anunciar? ¿Cómo tengo que presentarlo para que lo comprendan mejor y lo acepten de buen grado?

4. Utiliza los medios a tu disposición

Los materiales elaborados para dar la catequesis son un instrumento útil a nuestro servicio. Las guías para el catequista ofrecen, paso a paso, el camino a recorrer en una sesión de catequesis.

En los materiales complementarios al Catecismo de la Iglesia Católica, a los Catecismos de la Conferencia Episcopal Española o a los Catecismos de las Iglesias Locales, se presentan y se programan para cada catequesis: los objetivos, los conte- nidos a transmitir y las actividades para comprender, profundizar y recordar. Así mismo, se dan sugerencias para orar o celebrar y propuestas concretas para llevar a la vida el tema tratado. Todos estos elementos debemos tenerlos en cuenta y saberlos armonizar a la hora de impartir la catequesis.

A veces somos muy arriesgados al presentarnos ante el grupo sin haber leído la guía del catequista y haber preparado concienzudamente el tema que hemos de desarrollar. En toda guía pedagógica y metodológica hay encerrado mucho amor, sabiduría y experiencia. Seguro que, también en ellas, encontrarás deficiencias y, en ocasiones, no hallarás aquello que necesitas urgentemente para tu grupo concreto.

El trabajo de adaptar las sugerencias de la guía pedagógica al grupo que cada uno acompaña es tarea propia de cada catequista. Nadie puede suplir la labor de cada catequista en su grupo. Por muy buena que sea la guía pedagógica y las orientaciones y sugerencias que se propongan, siempre las encontraremos limitadas ante las necesidades concretas que en cada momento puedan encontrarse los miembros de tu grupo.

A veces decimos: «esto me ayuda» y lo utilizamos tal como se ofrece en la guía. Otras veces pensamos: «No es esto lo que necesita mi grupo». «Esto no me va o no lo sé realizar yo».

Entonces, buscamos otra propuesta mejor y, así, seguimos buscando y creciendo como catequistas. La práctica diaria nos va enseñando a exponer los diferentes temas y, así mismo, el

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conocimiento de los destinatarios nos ayuda, de modo progresivo, a adaptarnos lo mejor posible a sus preguntas ya su vida concreta, siendo fieles a un mismo tiempo a aquellos a quienes nos dirigimos y al mensaje que hemos de transmitir.

5. Prepara la catequesis con otros catequistas

La reunión de preparación de la catequesis es un paso previo y necesario que, normalmente, no podemos omitir bajo ningún pretexto. En esa reunión se sugiere y orienta el trabajo personal que cada uno tendrá que completar posteriormente en privado o se comparte con los demás catequistas lo que se ha reflexionado individualmente. De esa manera, cada catequista enriquece y completa su formación en grupo para «saber hacer» digna y competentemente la catequesis. Siempre vamos de lo personal a lo comunitario y de lo comunitario a lo personal. Es verdad que el trabajo personal del catequista no lo puede sustituir el trabajo en grupo. Cada uno debe enfrentarse con los temas que ha de enseñar para estudiarlos, comprenderlos y hacerlos propios. Pero, también, es cierto que no nos podemos limitar, exclusivamente, al trabajo personal: necesitamos compartir nuestra fe con otros catequistas y enriquecernos de la sabiduría y experiencia de los compañeros de vocación y de misión. Hemos de sentirnos comunidad viva y eclesial para trabaja con fidelidad y paz. La unidad en la misión evangelizadora y catequética es lo que Cristo pide y quiere para su Iglesia. La considera condición indispensable para que el mundo crea.

6. Algunos consejos útiles:

1. Fíate de Dios. Lo acabamos de decir. La catequesis no es cosa tuya. Tú eres simplemente un servidor, un llamado. Por eso es bueno empezar la catequesis con un rato de oración (oración tuya). Tienes que encontrarte con Dios y pedirle la fuerza de su Espíritu para que sea él quien se haga vivo en tu palabra y en tu ejemplo.

2. Transmite lo que vives. Más de lo mismo. Si no vives tu fe no tienes nada que transmitir. Por eso es fundamental que no abandones tu crecimiento personal como seguidor de Jesús. No sólo vas a transmitir unos conocimientos. Los niños tienen que ver en ti un modelo de seguimiento y eso sólo es posible si te preocupas y tratas de madurar tu opción de vida cristiana.

3. Prepara bien tu reunión. Para ello:

a. Infórmate y fórmate sobre lo que vas a transmitir.

b. Busca la forma más adecuada para transmitir a los niños lo que has descubierto: los niños no son como tú; tienen otra forma de ver las cosas, otra forma de captar la realidad (recuerda lo que hemos visto sobre la psicología del

niño de 10-11 años).

c. Distribuye bien el tiempo de catequesis.

d. Piensa en formas creativas de captar la atención de esos niños; pero no olvides que la actividad a la que has sido llamado no debe ser un mero entretenimiento para los niños. No buscamos

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solamente que los niños se diviertan sino que

queremos acompañar su camino de seguimiento de Jesús.

e. Debes despertar el interés de los niños: atender a cada uno; conocer bien el tema; llevar con equilibrio el ritmo de la sesión; unir lenguaje doctrinal y testimonial; comunicar con alegría el mensaje salvador...

f. Debes tener paciencia. La labor del catequista consiste en sembrar, no necesariamente en recoger. El catequista debe aprender de la pedagogía de Dios, el Dios que siempre espera, eternamente; el Dios que confía en el hombre, que perdona todas sus caídas. Sembrar con todo el cuidado del mundo, pero sabiendo que es cada persona la que debe construirse a sí misma. No todo depende de ti.

g. Es importante la constancia. No es bueno cambiar el tema programado, ni cambiar constantemente de actividad, ni cambiar continuamente la programación...

h. Ora con tus niños y por tus niños. El cristiano intenta transmitir el mensaje de Jesús, porque sabe que es un mensaje liberador; pero, ya lo hemos dicho, sabe que no todo depende de Dios. No sólo hay que dirigirse a Dios pidiéndole fuerzas para transmitir su mensaje, también hay que pedir a Dios que envíe su Espíritu sobre aquellos a quienes acompañamos en su proceso de maduración de fe.

Fuente: http://www.parroquiabeatamariadejesus.es

Ejercicios básicos para concentración y relajación

Ejercicio Nº1 Respiración consciente. Tomar conciencia de la propia respiración

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Ejercicio Nº 2 Sonidos de afuera, sonidos de adentro Ejercitar la percepción

Ejercicio Nº 3 Columna de hierro, columna de goma Destensar la columna vertebral y la espalda

Ejercicio Nº 4 El casco de minero Relajar la mente

Ejercicio Nº 5 La biblioteca misteriosa. Dejar volar la imaginación (Estos ejercicios deben hacerse con un fondo musical suave)

-Ejercicio Nº 1: Respiración consciente. Sentado en tu silla, con la espalda muy recta, respira tranquilamente. Observa cómo es tu respiración: agitada o serena, corta o profunda, regular o irregular? Cierra los ojos y concentrate en el recorrido del aire en tu interior: cómo entra y cómo lo expulsas. Ve haciendo que tu respiración sea cada vez mas profunda. Respira tres veces llenando de aire el abdomen y el pecho. Expulsa el aire cada vez, muy despacio. Por último, abre los ojos y mueve los hombros en círculos, hacia atrás.

Ejercicio N? 2: Sonidos de afuera, sonidos de adentro. Sentado cómodamente en tu silla, con los pies apoyados en el suelo, la espalda muy recta y las manos sobre tus rodillas, cierra los ojos y concentrate en todos los sonidos y ruidos que llegan de afuera: unos pasos, una puerta que se cierra, el ladrido de un perro a lo lejos? Poco a poco, empieza a prestar atención a los sonidos de dentro? quizás escuches un zumbido grave? o un pitido agudo? o quizás oigas el latido de tu corazón? Lentamente, vuelve a escuchar los sonidos de fuera. Abre los ojos, al mismo tiempo que estiras los brazos hacia delante.

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-Ejercicio Nº 3: Columna de hierro, columna de goma. Sentado cómodamente en tu silla, con los pies apoyados en el suelo, la espalda muy recta y las manos sobre tus rodillas, cierra los ojos y haz tres respiraciones abdominales profundas. Empieza a respirar más lentamente y concentrate en tu columna vertebral. Recorrela mentalmente de abajo a arriba. Imagina que tiene la dureza y rectitud de una barra de hierro. Imagina que de pronto se fuera convirtiendo en una barra de goma, flexible y blanda. Vuelve a sentir que tu columna es, sucesivamente, de hierro y de goma. Después, lentamente, mueve los hombros hacia atras y abre los ojos.-Ejercicio Nº 4: El casco de minero. Sentado en tu silla, con la espalda muy recta y los ojos cerrados, respira tranquilamente. Ve haciendo que tu respiración sea cada vez más profunda. Respira tres veces llenando de aire el abdomen y el pecho. Expulsa el aire cada vez, muy despacio. Imagina que sobre tu cabeza llevas puesto un casco de minero, de esos que tienen una lámpara en la frente. Intenta, sin abrir los ojos, mirar fijamente esa lámpara durante un rato. Cuando lo creas oportuno, abre los ojos.-Ejercicio Nº 5: La biblioteca misteriosa. Sentado en tu silla, con la espalda muy recta, respira tranquilamente. Cierra los ojos, concentrate en el recorrido del aire en tu interior y ve haciendo que tu respiraci?n sea cada vez m?s profunda. Imagina que tu cuerpo es una casa, llena de habitaciones. Los pies, las piernas y los muslos son el s?tano; las caderas, el vientre y la cintura, la planta baja; el est?mago, el pecho y el t?rax, el primer piso. La columna vertebral y la espalda, son las escaleras que unen todos los aposentos. Los hombros, el cuello y la cabeza forman el ?ltimo piso. Imagina ahora que en la parte m?s alta de tu cabeza se levanta una torre que alberga una extra?a biblioteca, llena de hermosos libros. Imagina que est?s ah? y que tienes un libro entre las manos: siente su tacto y la textura del papel; intenta recordar el olor de sus hojas impregnadas de tinta y

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de sus viejas tapas de piel. En esa torre, coincidiendo con el centro de tu frente, hay una ventana que se abre a un espacio infinito. As?mate a ella durante unos segundos, antes de abrir suavemente los ojos, mientras giras los hombros hacia atr?s y estiras, por fin, los brazos.