El arzobispo me ha dicho en dos ocasiones las mayores impertinencias y yo no he dicho palabra. Más aun, he tocado ante el con el mismo celo y diligencia, como si nada hubiese pasado. En lugar de reconocer mi celo a su servicio y mi esfuerzo por agradarle, me trata por tercera vez de la forma más horrible posible. Es como si quisieran que me marchase a la fuerza. Bueno, si no me quieren tener, eso es también lo que yo deseo. Pero en lugar de aceptar mi renuncia, o de procurarme una audiencia, o convencerme de que dejara estar las cosas y las meditase mejor, el Conde Arco me echa por la puerta y me da una patada en el trasero. Bueno, en alemán eso quiere decir que yo no tengo nada mas que hacer en Salzburgo. No deseo ninguna satisfacción del Arzobispo, porque no está en condiciones de dármela. Como debo tomármela por mí mismo, en los próximos días escribiré al Señor Conde lo que sin duda espera de mi.