¿Cómo pensar como Sherlock Holmes? · jados de los neblinosos callejones londinenses. Es un...

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TENSTEP COSTA RICA: http://www.tenstep.cr, Email. [email protected], Edificio Meridiano, Escazú, de Multiplaza 100mts sur. Tel. (506) 2505-5005. San José, Costa Rica, Es innegable que Sherlock Holmes es un detective sin igual. Lo que nos ofrece Holmes no es solo una ma- nera de resolver casos poli- ciales, sino toda una mane- ra de pensar que se puede aplicar en ámbitos muy ale- jados de los neblinosos callejones londinenses. Es un enfoque basado en el método científico, que tras- ciende por igual la ciencia y el delito, y que puede ser el modelo de una forma de pensar, con tanta fuerza en nuestros días como en los tiempos de Conan Doyle. Cuando Conan Doyle creó a Sherlock Holmes no pare- ce que le diera tanta impor- tancia ni tuviera la intención de crear un modelo para pensar y tomar decisiones, para plantear, estructurar y solucionar problemas. Pero eso es, precisamente, lo que hizo. Sherlock Holmes fue un visionario en mu- chos sentidos. Sus expli- caciones, su metodología, su enfoque del pensa- miento presagiaron los avances en la psicología y la neurociencia que iban a darse un siglo después de su aparición como perso- naje. Hoy simboliza un modelo ideal para que me- joremos nuestra manera habitual de pensar. A con- tinuación analizaremos sus métodos. EL AUTOR Maria Konnikova escribió la columna Literally Psycheden Scientific American y el blog de psicología Artful Choicepara Big Think. Ade- más, ha escrito para muchas publicaciones: The Atlantic, The New York Times, Slate, The Paris Review, The Wall Street Journal, The Boston Globe, The Observer, Scientific American MIND y Scientific American. Se licenció en la Universidad de Harvard y se doctoró en Psicología en la Universidad de Columbia. Konnikova es autora de los libros ¿Cómo pensar como Sherlock Holmes? (Paidós, 2013) y The Confidence Ga- me (Penguin, 2016). ¿Cómo pensar como Sherlock Holmes? INFORMACION SOBRE EL LIBRO Título original del libro: Cómo pensar como Sherlock Hol- mes? Autor: Maria Konni- kova Editorial: Paidós Fecha de Publicación: 11/06 /2013 ISBN: 9788449329012 INTRODUCCIÓN 15 de diciembre, 2017 Volumen 12-17 Contenido: Introducción 1 El método científi- co de la mente 2 El desván del cere- bro: qué es y qué contiene 3 Amueblar el desván del cerebro: el poder de la observación 5 Explorar el desván del cerebro: el valor de la creatividad y la imaginación 7 Usar el desván del cerebro: deducir a partir de los hechos 10 Conclusión 13 Este es un resumen del libro indicado. Estos resúmenes, son enviados sin costo, a las personas inscritas a TenStep CostaRica

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TENSTEP COSTA RICA: http://www.tenstep.cr, Email. [email protected],

Edificio Meridiano, Escazú, de Multiplaza 100mts sur. Tel. (506) 2505-5005. San José, Costa Rica,

Es innegable que Sherlock

Holmes es un detective sin

igual. Lo que nos ofrece

Holmes no es solo una ma-

nera de resolver casos poli-

ciales, sino toda una mane-

ra de pensar que se puede

aplicar en ámbitos muy ale-

jados de los neblinosos

callejones londinenses. Es

un enfoque basado en el

método científico, que tras-

ciende por igual la ciencia y

el delito, y que puede ser el

modelo de una forma de

pensar, con tanta fuerza en

nuestros días como en los

tiempos de Conan Doyle.

Cuando Conan Doyle creó

a Sherlock Holmes no pare-

ce que le diera tanta impor-

tancia ni tuviera la intención

de crear un modelo para

pensar y tomar decisiones,

para plantear, estructurar y

solucionar problemas. Pero

eso es, precisamente, lo

que hizo. Sherlock Holmes

fue un visionario en mu-

chos sentidos. Sus expli-

caciones, su metodología,

su enfoque del pensa-

miento presagiaron los

avances en la psicología y

la neurociencia que iban a

darse un siglo después de

su aparición como perso-

naje. Hoy simboliza un

modelo ideal para que me-

joremos nuestra manera

habitual de pensar. A con-

tinuación analizaremos

sus métodos.

EL AUTOR

Maria Konnikova escribió la columna “Literally Psyched” en Scientific

American y el blog de psicología “Artful Choice” para Big Think. Ade-

más, ha escrito para muchas publicaciones: The Atlantic, The New York

Times, Slate, The Paris Review, The Wall Street Journal, The Boston

Globe, The Observer, Scientific American MIND y Scientific American.

Se licenció en la Universidad de Harvard y se doctoró en Psicología en

la Universidad de Columbia. Konnikova es autora de los libros ¿Cómo

pensar como Sherlock Holmes? (Paidós, 2013) y The Confidence Ga-

me (Penguin, 2016).

¿Cómo pensar como

Sherlock Holmes?

INFORMACION

SOBRE EL LIBRO

Título original del

libro: Cómo pensar

como Sherlock Hol-

mes?

Autor: Maria Konni-

kova

Editorial:

Paidós

Fecha de Publicación:

11/06 /2013

ISBN:

9788449329012

INTRODUCCIÓN

15 de diciembre, 2017

Volumen 12-17

Contenido:

Introducción 1

El método científi-

co de la mente 2

El desván del cere-

bro: qué es y qué

contiene

3

Amueblar el desván

del cerebro: el poder

de la observación

5

Explorar el desván

del cerebro: el valor

de la creatividad y la

imaginación

7

Usar el desván del

cerebro: deducir a

partir de los hechos

10

Conclusión 13

Este es un resumen del

libro indicado. Estos

resúmenes, son enviados

sin costo, a las personas

inscritas a TenStep

CostaRica

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Cuando oímos hablar del

método científico, solemos

pensar en alguien con una

bata blanca que sigue

unos pasos parecidos a

estos: observar un fenó-

meno; plantear una hipóte-

sis que lo pueda explicar;

diseñar un experimento

para comprobarla; llevar a

cabo el experimento; com-

probar si los resultados

son los esperados; si no lo

son, plantear otra hipóte-

sis; y repetir otra vez todos

los pasos. El método cien-

tífico parte de algo que

parece trivial: observar.

Sería ilógico plantear hipó-

tesis sin antes saber qué

observar y cómo observar-

lo. El siguiente paso será

comprobar nuestra hipóte-

sis: examinar todas las

líneas de investigación y

eliminarlas una por una

hasta que la que quede,

por muy improbable que

parezca, deba ser la co-

rrecta. Pero aún no hemos

terminado. Cuando el en-

torno cambia, debemos

revisar y volver a compro-

bar las hipótesis; de lo

contrario, lo que era revo-

lucionario puede acabar

siendo irrelevante; y lo que

era reflexivo puede dejar

de serlo si no seguimos

volcándonos, cuestionan-

do, insistiendo. Seguir a

Sherlock Holmes es apren-

der a aplicar este mismo

método no solo a las pis-

tas externas, sino también

a cada uno de nuestros

pensamientos y a los pen-

samientos de las personas

que puedan estar implica-

das. El pensamiento de

Holmes —y el ideal cientí-

fico— se caracteriza, entre

otras cosas, por el escepti-

cismo. Para él no hay ni un

pensamiento que se acep-

te sin más. Por desgracia,

en su estado natural nues-

tra mente se resiste a este

enfoque. Hoy en día, la

mayoría de los psicólogos

reconocen que en la men-

te humana actúan dos sis-

temas. Uno es rápido, in-

tuitivo, reactivo: una espe-

cie de vigilancia mental, un

estado constante de

“lucha/huida”. No exige

mucho esfuerzo ni pensa-

miento consciente y actúa

como un piloto automático.

El otro sistema es más

lento, riguroso y lógico,

pero también es mucho

más costoso desde el pun-

to de vista cognitivo. Pre-

fiere no entrar en acción a

menos que lo crea absolu-

tamente necesario. El cos-

te mental de este sistema

“frío” hace que la mayor

parte del tiempo dejemos

nuestro pensamiento en

manos del sistema

“caliente”, y que nuestras

observaciones sean auto-

máticas, intuitivas, reacti-

vas y rápidas en juzgar (y

no siempre correctas). En

general, con este sistema

nos basta y solo activamos

el sistema más reflexivo

cuando algo capta de ver-

dad nuestra atención y nos

obliga a detenernos. Pode-

mos referirnos a estos dos

sistemas como Watson y

Holmes. El sistema Wat-

son sería nuestro yo inge-

nuo. Y el sistema Holmes

sería el yo al que aspira-

mos, el yo que acabare-

mos siendo cuando haya-

mos aprendido a aplicar

esta forma de pensar.

Cuando pensamos de una

manera natural, automáti-

ca, la mente está prepro-

gramada para aceptar todo

lo que le llegue. Es como

si, de entrada, el cerebro

viera el mundo como un

test del tipo verdadero/

falso donde la respuesta

por defecto siempre es

verdadero.

No hace falta esfuerzo al-

guno para seguir dándolo

todo por verdadero, pero

pasar a darlo por falso exi-

ge vigilancia, tiempo y

energía. No es difícil que

el proceso se altere, o que

ni siquiera tenga lugar. Si

decidimos que una afirma-

ción suena verosímil es

más probable que no le

demos más vueltas. Y si

estamos ocupados, estre-

sados, distraídos o agota-

dos por alguna otra razón,

podemos dar algo por cier-

to sin dedicarle tiempo a

comprobarlo. Cuando su-

cede esto nos quedamos

con creencias sin compro-

bar, y más adelante las

podemos recordar como

verdaderas cuando en

realidad son falsas. El tru-

co de Holmes consiste en

tratar cada pensamiento,

cada experiencia y cada

El método científico de la mente

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“...otro sis-

tema es

más lento,

riguroso y

lógico, pero

también es

mucho más

costoso ”

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sistemas, uno a corto pla-

zo y otro a largo plazo.

Cuando vemos algo, se

codifica primero en el cere-

bro y luego se almacena

en el hipocampo, que sería

como un primer punto de

acceso al desván. Desde

allí, todo lo que considere-

mos importante o lo que

nuestra mente decida que

es conveniente guardar

pasará a una caja, a un

lugar concreto de la corte-

za cerebral, al espacio

principal de almacena-

miento del desván: la me-

moria a largo plazo. Esta

operación se denomina

“consolidación”. Cuando

necesitamos recordar algo,

la mente acude al lugar

adecuado y lo saca. A ve-

ces también saca algún

recuerdo adyacente o acti-

va el contenido de toda la

caja en lo que se llama

una “activación asociativa”.

En otras ocasiones, la in-

formación se traspapela y,

cuando la sacamos a la luz

su contenido, ya no es el

mismo que cuando la guar-

damos, aunque puede que

no nos demos cuenta de

los cambios. En cualquier

caso, le echamos un vista-

zo y le añadimos cualquier

cosa nueva que parezca

pertinente. Luego la devol-

vemos a su lugar con los

cambios que hemos he-

cho. Esos pasos se deno-

minan, respectivamente,

“recuperación” y

“reconsolidación”. Unas

cosas se almacenan; otras

se desechan y no llegan al

percepción con una buena

dosis de escepticismo, no

con la credulidad natural

de nuestra mente. Puede

que Sherlock Holmes nos

fascine tanto precisamente

porque hace que parezca

posible, y hasta fácil, pen-

sar de una manera que

acabaría agotando a un

ser humano normal. No en

vano, Watson siempre ex-

clama que las cosas no

pueden estar más claras

después de que Holmes le

haya explicado los hechos.

El desván del cere-

bro: qué es y qué

contiene

En Estudio en escarlata,

Holmes le dice a Watson:

“Considero que el cerebro

de cada cual es como una

pequeño desván vacío que

vamos amueblando con

elementos de nuestra elec-

ción”. Y prosigue: “Un ne-

cio echa mano de cuanto

encuentra a su paso, de

modo que el conocimiento

que pudiera serle útil, o no

encuentra cabida o, en el

mejor de los casos, se ha-

lla tan revuelto con las de-

más cosas que resulta difí-

cil dar con él. El operario

hábil selecciona con sumo

cuidado el contenido del

desván de su cerebro”.

Resulta que esta analogía

del desván es sorprenden-

temente acertada a la luz

de los conocimientos que

tenemos hoy en día sobre

cómo funciona el cerebro.

La memoria consta de dos

desván. El cerebro deter-

mina dónde encaja cada

recuerdo en función de

algún sistema asociativo.

Sin embargo, debemos

tener presente que casi

nunca recuperaremos una

copia exacta de lo guarda-

do. Con cada sacudida, el

contenido de las cajas

cambia y se desordena. Es

demasiado fácil dejar que

el mundo entre sin filtrar en

el desván, poblándolo con

cualquier cosa que nos

llame la atención. Cuando

nos hallamos en el estado

habitual del sistema Wat-

son no “elegimos” qué re-

cuerdos almacenar; de

algún modo, se almacenan

solos (o no, según sea el

caso). Holmes nos advierte

de que esta postura es

peligrosa. Antes de que

nos demos cuenta, la men-

te se nos llenará de tanta

información inservible que

incluso la que solía ser útil

acabará sepultada y será

inaccesible, como si nunca

hubiera estado allí. Sole-

mos creer que en cualquier

momento dado sabemos lo

que sabemos. Pero la ver-

dad es que en ese mo-

mento solo sabemos lo

que podemos recordar. Es

inevitable que se cuelen

datos inservibles en el des-

ván porque alcanzar un

nivel de atención como el

de Holmes es práctica-

mente imposible. Pero po-

demos ejercer más control

sobre los recuerdos que

acabamos codificando.

Recordamos más y mejor

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“..Con cada

sacudida, el

contenido de

las cajas cam-

bia y se desor-

dena.”

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islas Andamán. ¿Qué su-

cede en el desván de

nuestra mente cuando nos

enfrentamos por primera

vez a una situación o, co-

mo en el caso de El signo

de los cuatro, vemos por

primera vez a una perso-

na? El cerebro humano

viene “cableado” de origen

para hacer juicios con rapi-

dez y está equipado con

vías secundarias y atajos

que simplifican la tarea de

percibir y evaluar la infini-

dad de estímulos que reci-

bimos del entorno. Y es

lógico que sea así: si nos

fijáramos en cada estímulo

nos quedaríamos atasca-

dos. Tanto Holmes como

Watson pueden formarse

opiniones y hacer juicios

con rapidez, pero los ata-

jos que utilizan son dife-

rentes. Cuando Mary

Morstan hace su primera

aparición, Watson se fija

antes que nada en su as-

pecto atractivo. “Eso no

importa —dice Holmes—.

Los factores personales

son antagónicos del razo-

nar sereno. Le aseguro

que la mujer más encanta-

dora que yo conocí enve-

nenó a tres niños; en cam-

bio, el hombre físicamente

más repugnante de todos

mis conocidos es un gran

filántropo”. Lo que quiere

decir Holmes está muy

claro. Sin duda, sentiremos

emociones. Y no es proba-

ble que podamos posponer

las impresiones que se

forman de una manera

casi automática. Como dijo

lo que nos interesa y nos

motiva. Si realmente que-

remos recordar algo, debe-

remos dedicarle una aten-

ción especial, decirnos a

nosotros mismos “Quiero

acordarme de esto” y, si es

posible, solidificar el re-

cuerdo cuanto antes ha-

blando de él con otra per-

sona (o repasarlo mental-

mente varias veces). Y

esta consolidación aún

será más firme si manipu-

lamos el recuerdo, si ju-

gueteamos con él en el

sentido de hacer que cobre

vida mediante palabras y

gestos. Es el otoño de

1888 y Sherlock Holmes

lleva meses sin que se le

haya presentado un caso

interesante. Por suerte, un

golpe seco en la puerta

anuncia la entrada de su

casera, la señora Hudson,

quien les dice que una jo-

ven, de nombre Mary

Morstan, ha llegado para

ver a Sherlock Holmes.

Watson describe así la

entrada de Mary: “La seño-

rita Morstan entró en la

habitación con paso firme

y mucha compostura exte-

rior en sus maneras… A

pesar de que mi conoci-

miento de las mujeres

abarca muchas naciones,

mis ojos nunca se habían

posado en una cara que

ofreciese tan claras prome-

sas de una índole refinada

y sensible”. Este es el pun-

to de partida de El signo

de los cuatro, una aventura

que llevará a Holmes y a

Watson hasta la India y las

el filósofo Francis Bacon,

“una vez expresada y esta-

blecida una proposición, el

entendimiento humano

fuerza todo lo demás para

añadirle apoyo y confirma-

ción”. La plena objetividad

no se puede lograr, pero

debemos ser conscientes

de hasta qué punto nos

podemos desviar para po-

der obtener una imagen

global de una situación

dada. Watson ya se en-

cuentra predispuesto a

formarse una buena ima-

gen de Mary. Antes de que

la joven aparezca, está

relajado y alegre. Y ese

estado de ánimo influirá en

su juicio. Es el fenómeno

llamado “heurística afecti-

va”: pensamos en función

de cómo nos sentimos.

Además, Watson ha recu-

rrido a su experiencia, a

las enormes cajas de su

desván que llevan la eti-

queta “Mujeres que he co-

nocido”, para dotar de per-

sonalidad a la recién llega-

da. Esta tendencia, la

“heurística de la disponibili-

dad”, es frecuente y muy

poderosa: en cualquier

momento dado, nuestra

mente usa lo que tiene

más a mano. Y cuanto

más fácil de recordar sea

algo, más creeremos en su

aplicabilidad y en su ver-

dad. El encanto de Mary

desencadena una cascada

de asociaciones en el ce-

rebro de Watson que ge-

neran una imagen mental

de la joven que no tiene

por qué parecerse a la

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“Es el fenómeno

llamado heurística

afectiva”

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mucho más probable que

Watson sea víctima del

“efecto halo”, por el que si

un rasgo —en este caso,

el aspecto físico— nos pa-

rece positivo es probable

que también nos parezcan

positivos otros rasgos y

que rechacemos incons-

cientemente aquellos que

no encajen. También será

vulnerable al clásico

“sesgo de corresponden-

cia”: creerá que todo lo

negativo de Mary se debe

a circunstancias externas

—el estrés, la mala suer-

te— y que todo lo positivo

es un fiel reflejo de su ca-

rácter. Holmes conoce los

prejuicios y sesgos de su

desván como la palma de

su mano. Y es que las in-

tuiciones son muy podero-

sas, aunque sean inexac-

tas. Por esta razón, cuan-

do estamos atrapados por

una intuición (que una per-

sona es maravillosa, que

una casa es muy bonita,

que un empeño vale la

pena) es esencial que nos

preguntemos en qué se

basa esa intuición.

¿Realmente es de fiar o es

que la mente nos engaña?

Plantearnos este tipo de

preguntas nos permitirá

fiarnos más de la calidad

de nuestras impresiones.

Amueblar el desván

del cerebro: el poder

de la observación

Cuando Holmes y Watson

se ven por primera vez,

Holmes deduce correcta-

real. Cuanto más encaje

Mary con las imágenes

suscitadas —la “heurística

de la representatividad”—

más fuerte será la impre-

sión para Watson y más

seguro estará de su objeti-

vidad. Añadamos a esto

que toda información adi-

cional parece sobrar. Por

ejemplo, no es probable

que el galante doctor se

haga preguntas como es-

tas: ¿cuántas mujeres ha

conocido que fueran refi-

nadas, sensibles, simpáti-

cas y bondadosas, todo a

la vez?, y ¿hasta qué pun-

to es normal encontrarse

con una persona así te-

niendo en cuenta la pobla-

ción en general? Aunque

no sabemos qué asocia-

ciones precisas se activan

en la mente del doctor

cuando ve a Mary por pri-

mera vez, sin duda habrán

sido las más recientes (el

llamado “efecto de recen-

cia”), las más destacadas

o memorables, y las más

familiares. Todas esas

asociaciones han influido

en la impresión que Wat-

son se ha hecho de Mary.

Lo más probable es que de

ahora en adelante haga

falta un terremoto para que

Watson modifique esta

impresión inicial. Su perse-

verancia aún será más

fuerte por la naturaleza

física del desencadenante

inicial: el rostro es el rasgo

que da origen a más aso-

ciaciones que se resisten a

desaparecer. Estando tan

rebosante de optimismo es

mente y al instante la his-

toria de Watson. “Por lo

que veo, ha estado usted

en tierras afganas”, le dice

Holmes. Watson se pre-

gunta cómo ha podido sa-

ber Holmes de su estancia

en ese país. Y supone que

alguien se lo habrá dicho.

“En absoluto”, dice Hol-

mes. Y prosigue: “Hay de-

lante de mí un individuo

con aspecto de médico y

militar a un tiempo. Acaba

de llegar del trópico, por-

que la tez de su cara es

oscura y ese no es el color

suyo natural, como se ve

por la piel de sus muñe-

cas. Según lo pregona su

macilento rostro ha experi-

mentado sufrimientos y

enfermedades, y le han

herido en el brazo izquier-

do... ¿En qué lugar del

trópico es posible que ha-

ya sufrido semejantes con-

trariedades? Evidentemen-

te, en Afganistán”. La ob-

servación con O mayúscu-

la supone más que la ob-

servación normal (con o

minúscula). No se trata

solo del proceso pasivo de

dejar que entren objetos

en nuestro campo visual.

Se trata de saber qué y

cómo observar y dirigir la

atención en consecuencia.

La atención es un recurso

limitado. No es posible que

dos tareas ocupen por

igual el primer plano de la

atención. Inevitablemente,

la atención se acabará

concentrando en una, y la

otra —o las otras— se

acabarán convirtiendo en

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un ruido irrelevante, en algo que

se debe filtrar. O, peor aún, no

se fijará en ninguna y todo se

convertirá en ruido. Nuestra

vista, por ejemplo, es muy se-

lectiva: la retina capta cerca de

diez mil millones de bits por se-

gundo de información visual,

pero al primer nivel de la corte-

za visual solo llegan unos diez

mil y únicamente un 10 % de las

sinapsis de esta región se dedi-

ca a la información visual. En

general, el cerebro recibe a tra-

vés de los sentidos unos once

millones de datos sobre ele-

mentos del entorno en cada

instante. Y, de todos ellos, solo

procesamos conscientemente

unos cuarenta. Esto significa

que “vemos” muy poco de lo

que nos rodea y que lo que lla-

mamos “ver de una manera ob-

jetiva” es más bien un filtrado

selectivo; además, el estado de

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vestigación ha revelado

que los recuerdos asocia-

dos a olores son los más

intensos, los más vívidos,

los más emotivos. Y lo que

olemos influye en lo que

recordamos, en cómo nos

sentimos, en lo que vamos

a pensar. Sin embargo, lo

más probable es que en un

momento dado no seamos

conscientes ni del olor ni

de todo lo que ha suscita-

do. Puede que el olor sea

el sentido que se lleve la

palma, pero no es el único.

Cuando tocamos algo ca-

liente o frío nuestro estado

de ánimo también se pue-

de hacer más cálido o más

frío. Si alguien nos toca de

una manera que nos tran-

quiliza, podemos asumir

más riesgos o sentirnos

más confiados.

Cuando sujetamos algo

pesado es más probable

que juzguemos que es

más importante y serio.

Nada de esto tiene que ver

con la observación y la

atención en sí, pero puede

hacer que nos desviemos

de un camino que hemos

ido labrando con cuidado.

Y eso es algo muy peligro-

so. Cuando somos inclusi-

vos tenemos muy presente

que todos los sentidos ac-

túan constantemente y no

permitimos que dirijan

nuestras emociones y de-

cisiones. Lo que hacemos

es contar con su ayuda —

como hace Holmes— y

aprender a controlarlos. El

hecho es que si no presta-

ánimo, el humor, los pen-

samientos, la motivación y

los objetivos que podamos

tener en cualquier momen-

to dado pueden hacer que

el filtrado sea más selecti-

vo de lo habitual. Recorde-

mos al policía de Estudio

en escarlata que no ve al

criminal porque está dema-

siado ocupado observando

la actividad en la casa.

Cuando Holmes le pregun-

ta si la calle seguía

“despejada de gente”,

Rance (el policía) respon-

de: “De gente útil, sí”. Pero

resulta que tenía al crimi-

nal justo delante y no lo

había visto porque no sa-

bía observar. Este fenó-

meno recibe el nombre de

“ceguera por falta de aten-

ción”: el hecho de centrar-

se en un elemento de una

escena hace que desapa-

rezcan los elementos res-

tantes. Podemos eliminar

partes enteras de nuestro

campo visual sin ser cons-

cientes de ello. Y tampoco

hace falta que estemos

realizando una tarea cogni-

tiva exigente para dejar

que el mundo pase de lar-

go sin darnos cuenta. Por

ejemplo, cuando estamos

de mal humor vemos lite-

ralmente menos que cuan-

do estamos alegres: la cor-

teza visual recibe menos

datos del mundo exterior.

Además, la atención puede

caer presa de influencias

inconscientes de cualquie-

ra de nuestros sentidos.

Por ejemplo cuando ole-

mos, recordamos. La in-

mos atención no podemos

ser realmente conscientes.

No hay excepciones que

valgan. No podemos ser

conscientes de algo si no

le prestamos atención. ¿Y

cuál sería la solución de

Holmes? Pues hábito, há-

bito y más hábito. Y, ade-

más, motivación. Hagámo-

nos expertos en las clases

de decisiones u observa-

ciones en las que quera-

mos destacar. ¿Adivinar la

profesión de la gente, se-

guir el hilo de sus reflexio-

nes, inferir sus emociones

y pensamientos a partir de

su conducta? Perfecto.

Pero también podrían ser

cosas que fueran más allá

del ámbito de un detective,

como aprender a determi-

nar el mejor movimiento en

una partida de ajedrez, o

distinguir a partir de un

solo gesto la intención de

un adversario en el fútbol o

en una reunión de nego-

cios. Si somos muy selecti-

vos en cuanto al objetivo

exacto que queremos lo-

grar, reduciremos las pro-

babilidades de que el siste-

ma Watson “la fastidie”.

Nadie dice que esto sea

fácil. Y es que la atención

nunca es libre: siempre

tiene algo en que posarse.

Y cada vez que le exigi-

mos algo más —como es-

cuchar música al pasear,

consultar el correo electró-

nico mientras trabajamos o

seguir varios canales de

noticias por Internet al mis-

mo tiempo—, reducimos la

Volumen 12-17

Página 6

“¿Adivinar la

profesión de la

gente, seguir el

hilo de sus refle-

xiones?.”

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mos, lo haremos mejor y, a

consecuencia de ello, nos

sentiremos mejor. Ade-

más, la dedicación y la

fluidez tienden a poner en

marcha una especie de

círculo virtuoso: nos senti-

mos más motivados y esti-

mulados en general y ten-

demos a ser más producti-

vos, a crear algo valioso.

Por otro lado, tendemos

menos a cometer los erro-

res de observación más

básicos (como confundir el

aspecto de una persona

con su personalidad) que

pueden desbaratar hasta

los planes mejor elabora-

dos de un aspirante a ob-

servador holmesiano. En

otras palabras, la dedica-

ción y la implicación esti-

mulan el sistema Holmes.

Hacen más probable que

este sistema dé un paso

adelante para ver a qué se

enfrenta el sistema Watson

y, cuando esté a punto de

entrar en acción, le diga:

“Espera un momento. Creo

que deberíamos examinar

esto más a fondo antes de

actuar”.

Explorar el desván

del cerebro: el valor

de la creatividad y la

imaginación

La imaginación es el si-

guiente paso fundamental

en todo proceso de pensa-

miento. Si se deja de lado

la imaginación —sobre

todo antes de cualquier

deducción—, todas esas

observaciones, toda esa

que se centra en algo dado

y con ello reducimos nues-

tra capacidad de ocupar-

nos de ese algo de una

manera consciente y pro-

ductiva. Además, nos ago-

tamos. La atención es un

recurso no solo limitado,

sino también finito. Pode-

mos apurarla hasta cierto

punto antes de que necesi-

te un reset. A pesar de la

imagen popular que se

tiene del detective, vemos

en sus investigaciones que

no se da cuenta de todo ni

mucho menos. Pero sí que

repara en todo lo que tiene

importancia para su objeti-

vo. Y ahí reside la clave.

Como diría Holmes, debe-

mos saber qué buscamos

para poder hallarlo. Cuan-

do estamos volcados en lo

que hacemos suelen ocu-

rrir varias cosas. Persisti-

mos más ante problemas

difíciles y es más probable

que los solucionemos. En-

tramos en un estado que el

psicólogo Tory Higgins

llama “flujo” o fluidez, que

no solo nos permite apro-

vechar más lo que esta-

mos haciendo, sino que

también hace que nos sin-

tamos mejor y más satisfe-

chos: obtenemos un valor

hedónico real y mensura-

ble de la fuerza de nuestra

dedicación a una actividad

y de la atención que le de-

dicamos, aunque sea algo

tan aburrido como ordenar

un montón de correo. Si

tenemos una razón para

hacer algo, una razón que

haga que nos implique-

comprensión que hemos

visto hasta ahora, servirá

de muy poco. Imaginemos

que nos llevan a una habi-

tación donde solo hay una

mesa, una caja de tachue-

las, una caja de cerillas y

una vela, y se nos dice que

la tarea es fijar la vela a la

pared. ¿Cómo lo haría-

mos? Si el lector es como

más del 75 % de los parti-

cipantes en este estudio ya

clásico del psicólogo de la

escuela Gestalt Karl

Duncker, es probable que

probara una de estas dos

opciones. Podría intentar

clavar la vela en la pared

con las tachuelas o podría

encender la vela y usar la

cera derretida para fijarla a

la pared. Pero ninguna de

las dos cosas funcionaría.

La solución es sacar las

tachuelas de la caja, clavar

con ellas la caja en la pa-

red y encender la vela.

Derretir el extremo inferior

de la vela con una cerilla,

dejar que la cera gotee en

la caja y meter la vela en la

caja sobre la base de cera.

¿Por qué hay tantas perso-

nas que no son capaces

de ver esta alternativa?

Porque no tienen presente

que entre la observación y

la deducción existe un mo-

mento mental muy impor-

tante: la imaginación. Si-

guen la vía “caliente” o

atropellada propia del sis-

tema Watson —acción,

acción, acción— sin tener

en cuenta la necesidad

fundamental de lo contra-

Volumen 12-17

Página 7

“La imaginación

es el siguiente

paso fundamen-

tal en todo

proceso..”

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con contenidos que aún no

hemos destinado a un sis-

tema de almacenamiento;

un espacio en el que pode-

mos cambiar cosas, com-

binarlas y recombinarlas,

jugar con ellas a voluntad

sin temor a perturbar el

orden ni la limpieza del

desván principal. Y acaba-

mos con una creación dife-

rente a los datos y las ob-

servaciones de los que ha

partido. Tiene en ellos sus

raíces, pero es algo único

que solo existe en ese es-

tado hipotético de la mente

y que puede o no ser real

o verdadero.

La imaginación debe ceñir-

se a ciertos límites, pero

es libre y divertida. Es la

parte más festiva de todo

empeño serio. No es ca-

sual que Holmes exclame:

“¡La partida ha comenza-

do!” en las primeras líneas

de La aventura de Abbey

Grange. Esa expresión tan

simple no solo nos revela

su entusiasmo y su pasión:

también su forma de abor-

dar el arte del detective y,

en general, el de pensar.

Tendemos a pensar que la

creatividad se tiene o no

se tiene. Pero no es así.

La creatividad se puede

enseñar y aprender. Como

la atención o el autocon-

trol, es otro músculo que

se puede ejercitar y robus-

tecer con práctica, motiva-

ción y concentración. Es

fácil ver a Sherlock Holmes

como una máquina de ra-

zonar con frialdad y dure-

rio: un momento de refle-

xión. En esta situación, no

ven que algo evidente —

como una caja de tachue-

las— podría ser algo me-

nos evidente: una caja y

unas tachuelas. Este fenó-

meno recibe el nombre de

“fijación funcional”. Tende-

mos a ver los objetos co-

mo se nos presentan, co-

mo si sirvieran para una

función concreta que se

les ha asignado. Uno de

los más grandes pensado-

res científicos del siglo XX,

el físico y Premio Nobel

Richard Feynman, solía

expresar su sorpresa ante

el poco valor que se le da-

ba a lo que para él era una

cualidad fundamental en el

pensamiento y en la cien-

cia. “Es sorprendente que

la gente crea que en la

ciencia no hay lugar para

la imaginación”, dijo en

una conferencia. Pero esta

imaginación no responde a

la noción habitual, sino que

“se trata de una clase de

imaginación distinta de la

del artista. La mayor difi-

cultad reside en intentar

imaginar algo que nunca

se haya visto, que sea

coherente en todos sus

detalles con lo que ya se

ha visto y que sea diferen-

te de todo lo que ya se ha

pensado; además, debe

ser algo definido, no una

propuesta ambigua. Y eso

es algo muy difícil de con-

seguir”. La imaginación

sería como un espacio del

desván mental donde tene-

mos la libertad de trabajar

za. Pero esa imagen de

Holmes como un

“autómata lógico” no pue-

de ser más errónea. Lo

que lo sitúa por encima de

detectives, inspectores y

civiles es su voluntad de

aceptar lo no lineal, de

abrazar lo hipotético y con-

templar la conjetura; es su

capacidad para el pensa-

miento creativo y la refle-

xión imaginativa. Enton-

ces, ¿por qué tendemos a

dejar de lado esta faceta

más sutil, casi artística, y a

centrarnos en la capacidad

del detective para el cálcu-

lo racional? Pues porque

es una postura más fácil y

segura. Vivimos en una

sociedad que glorifica el

modelo del ordenador, que

idolatra al Holmes inhu-

mano que capta como si

nada innumerables datos,

los analiza con precisión

asombrosa y ofrece una

solución.

Una sociedad que menos-

precia el poder de algo tan

poco cuantificable como la

imaginación y que otorga

primacía al intelecto. Y es

que, en general, la incerti-

dumbre nos desagrada y

nos inquieta. Un mundo

donde reine la certeza es

un lugar más acogedor. Y

nos esforzamos por reducir

la incertidumbre en lo posi-

ble tomando decisiones

que mantienen el statu

quo. Además, la creativi-

dad exige novedad. Se

ocupa de posibilidades

nuevas, de datos contra-

Volumen 12-17

Página 8

“¡La partida ha

comenzado!”

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directamente de las prue-

bas a las conclusiones, es

distanciarnos de lo que

nos ocupa. En La Liga de

los pelirrojos, Sherlock

Holmes se halla ante un

caso insólito que a primera

vista carece de solución

razonable. Cuando el se-

ñor Wilson se ha despedi-

do de Holmes tras haberle

explicado su relato, Hol-

mes le dice a Watson:

“Tengo que ponerme inme-

diatamente en acción”. “¿Y

qué va usted a hacer?”, le

pregunta Watson. La res-

puesta de Holmes lo pilla

por sorpresa: —Fumar —

respondió—. Es un proble-

ma de tres pipas, así que

le ruego que no me dirija la

palabra durante cincuenta

minutos. Para él, la pipa no

es más que un medio para

un fin: crear una distancia

psicológica entre él y el

caso para que sus obser-

vaciones se difundan por

su mente sin prisa alguna,

mezclándose con el mate-

rial de su desván hasta

saber cuál debe ser el si-

guiente paso. Watson que-

rría que hiciera algo ense-

guida, como indica su pre-

gunta. Pero Holmes pone

una pipa entre el problema

y él. La actividad elegida

para crear distancia debe

carecer de relación con lo

que nos proponemos lo-

grar; debe ser algo que no

nos exija demasiado es-

fuerzo; además, debe ser

algo que nos atraiga en

algún nivel. Cuando actua-

mos así, lo que hacemos

factuales, de recombinar

cosas de nuevas maneras.

Se ocupa, en fin, de lo no

comprobado, y lo no com-

probado es incierto. Asus-

ta, aunque no seamos

conscientes de nuestro

temor. También puede lle-

gar a ser incómoda, por-

que no hay garantía de

éxito. Por eso los inspecto-

res de Conan Doyle siem-

pre son tan reacios a des-

viarse del protocolo están-

dar, a hacer cualquier cosa

que pueda suponer el más

mínimo riesgo para su in-

vestigación o la retrase

aunque sea un instante. La

imaginación de Holmes los

atemoriza. Esto explica

una paradoja muy habitual:

las personas y las organi-

zaciones suelen rechazar

las ideas creativas por mu-

cho que frente al exterior

digan que la creatividad es

un objetivo importante.

¿Por qué? Estudios recien-

tes señalan que adopta-

mos una actitud incons-

ciente contraria a las ideas

creativas parecida a las

actitudes que subyacen al

racismo o a las fobias. No

obstante, hay personas

que han superado ese te-

mor al vacío. Lo que más

les distingue no es que no

hayan fallado, sino su falta

de miedo al fracaso, su

apertura a las cosas que

caracterizan la mente crea-

tiva. Una de las mejores

maneras de facilitar el pen-

samiento imaginativo, de

asegurarnos de no pasar

es pasar el problema que

hemos de resolver del

consciente al inconsciente.

Y aunque podamos pensar

que estamos haciendo otra

cosa —y, en efecto, las

redes atencionales se de-

dican a algo más— el ce-

rebro no deja de trabajar

en el problema original.

Hay una actividad que pa-

rece hecha a medida para

esto. Y además es muy

sencilla: pasear

(precisamente lo que hace

Holmes cuando resuelve el

caso de La aventura de la

melena de león). Los pa-

seos estimulan la creativi-

dad y la resolución de pro-

blemas, y más si se dan en

un medio natural como un

bosque. Después de un

paseo la gente soluciona

mejor los problemas, per-

siste más en tareas difíci-

les y tiende más a hallar

una solución intuitiva.

El lugar en el que nos en-

contramos influye en el

pensamiento. Como dice

Holmes en El valle del te-

rror: “Creo que el genio

depende del sitio”. Es co-

mo si cambiar de lugar nos

impulsara a pensar de una

manera diferente haciendo

que las asociaciones arrai-

gadas sean irrelevantes y

liberándonos para formar

asociaciones nuevas.

Nuestra imaginación se

puede quedar bloqueada

en lugares habituales, pero

se libera cuando la separa-

mos de restricciones

aprendidas. También po-

Volumen 12-17

Página 9

“Las personas y

las organizacio-

nes suelen

rechazar las

ideas creativas

por mucho que

frente al exterior

digan que la

creatividad es

un objetivo

importante..”

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curría a una forma de vi-

sualización muy particular:

“Me imagino que estoy

preso, porque si estás pre-

so el tiempo no importa.

Me voy a pasar aquí veinte

años, ¿sabe? Es una es-

pecie de truco mental. Si

no, te dices: ‘Dios, esto no

sale’, y empiezas a come-

ter errores. Pero yo me

digo que el tiempo no tiene

importancia”. La visualiza-

ción ayudó a Rabinow a

adoptar una actitud mental

desde la que podía abor-

dar cosas que, de no ser

así, le habrían abrumado.

La visualización está muy

extendida en muchos ám-

bitos: el tenista visualiza el

saque antes de soltar la

pelota; el golfista ve la tra-

yectoria de la pelota antes

de golpearla. La psicotera-

pia cognitiva conductista

emplea esta técnica para

que quienes sufren fobias

aprendan a relajarse y

puedan vivir situaciones

problemáticas mentalmen-

te, sin afrontarlas en el

mundo real. El psicólogo

Martin Seligman insiste en

que puede ser el instru-

mento más importante pa-

ra fomentar una actitud

mental más imaginativa e

intuitiva. Como dijo el filó-

sofo Ludwig Wittgenstein:

“¡No penséis, solo mirad!”.

El procesamiento incons-

ciente es un instrumento

muy poderoso si le damos

espacio y tiempo para que

actúe. Aun si no llegamos

a ninguna conclusión tras

haber “desconectado” de

demos usar lo que se co-

noce como visualización.

Intente realizar el siguiente

ejercicio. Cierre los ojos y

piense en una situación

concreta donde se haya

sentido enfadado. Recuer-

de ese momento con la

mayor claridad que pueda,

como si lo reviviera. Cuan-

do haya acabado, observe

cómo se siente. ¿Qué cree

que falló? ¿Quién tenía la

culpa? ¿Por qué? Cierre

los ojos otra vez.

Imagine la misma situa-

ción, pero ahora los prota-

gonistas son otras dos per-

sonas. Usted no es más

que una mosca en la pared

que observa la escena.

Tiene libertad para volar

por el lugar y observar

desde todos los ángulos.

Cuando acabe responda a

las mismas preguntas. Ha-

brá realizado un ejercicio

clásico de distanciamiento

mental por medio de la

visualización, que consiste

en imaginar algo vívida-

mente desde un punto de

vista que es intrínseca-

mente diferente del que

hemos guardado en la me-

moria. Cuando nos distan-

ciamos empezamos a pro-

cesar las cosas de una

manera más amplia, a ver

conexiones que no podía-

mos ver desde más cerca.

Jacob Rabinow ha sido

uno de los inventores más

prolíficos y con más talento

del siglo XX. Para mante-

ner su extraordinaria crea-

tividad y productividad re-

un problema, es muy pro-

bable que volvamos a él

con más energía y dis-

puestos a dedicarle más

esfuerzo. La mente quiere

saber qué sucede des-

pués. Quiere acabar. Quie-

re seguir trabajando en lo

que no ha finalizado. Y al

hacer otras tareas recorda-

rá inconscientemente las

que no ha logrado termi-

nar. Esta necesidad nos

motiva a trabajar más y

mejor, y a terminar lo em-

pezado. Y, como ya sabe-

mos, una mente motivada

es una mente mucho más

poderosa.

Usar el desván del

cerebro: deducir a

partir de los hechos

Llegamos, finalmente, al

más llamativo de los pa-

sos: la deducción. El bro-

che de oro. El momento en

el que finalmente podemos

dar por concluido nuestro

proceso de pensamiento y

formular una conclusión,

tomar una decisión, hacer

lo que nos habíamos pro-

puesto. No hay más datos

que reunir y analizar. Solo

nos queda ver su significa-

do y lo que ese significado

supone para nosotros: lle-

varlo todo a su conclusión

lógica. Es el momento en

el que Sherlock Holmes

pronuncia en El jorobado

esa palabra inmortal:

“elemental” (que en la ver-

sión original inglesa no va

acompañada del “querido

Watson” de las traduccio-

Volumen 12-17

Página 10

“La visualización

está muy exten-

dida en muchos

ámbitos...”

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deducir como no debería-

mos, argumentando, que

diría Holmes, antes de los

datos, y muchas veces a

pesar de ellos. Cuando

parece que las cosas

“tienen sentido” es dificilísi-

mo verlas de otra manera.

Este es el principal obs-

táculo para la deducción.

Debemos tener la precau-

ción de que algo que nos

llame la atención por ser

desproporcionado

(“saliencia”), porque acaba

de suceder (“recencia”) o

porque hemos estado pen-

sando en algo que no tiene

relación (“preactivación”)

no pese demasiado en

nuestro razonamiento y

nos haga olvidar detalles

esenciales para una de-

ducción correcta. También

debemos estar seguros de

dar respuesta a la pregun-

ta inicial que nos hemos

planteado, la que nos ha

motivado y ha dado lugar

al objetivo, no a otra que

nos parezca más pertinen-

te, intuitiva o fácil cuando

llegamos al final del proce-

so de pensamiento. Así

pues, ¿cómo podemos

asegurarnos de que nues-

tra deducción sigue el ca-

mino correcto y no se ha

desviado ya antes de em-

pezar? El primer paso se-

ría separar los factores

que consideramos crucia-

les de los que solo son

incidentales para confirmar

que únicamente los prime-

ros influyan en nuestra

decisión. En uno de los

estudios clásicos de Eliza-

nes a otros idiomas, como

el castellano y el francés).

La deducción es mucho

más difícil de lo que pare-

ce. Nuestra mente crea

constantemente narracio-

nes coherentes a partir de

elementos dispares. Nos

incomoda que algo no ten-

ga una causa y el cerebro

establece una de un modo

u otro, sin pedirnos permi-

so para hacerlo. En caso

de duda, el cerebro sigue

el camino más fácil y hace

lo mismo en cada etapa

del proceso de razona-

miento, desde las inferen-

cias a las generalizacio-

nes.

Por ejemplo, podemos

pensar que alguien que

juega al baloncesto tiene

“la mano caliente” si ve-

mos que encesta varios

tiros seguidos. Nos basa-

mos demasiado en pocas

observaciones, pero nos

creamos historias en la

mente y no las ponemos

en duda (“Este jugador

está en racha; el siguiente

tiro lo volverá a encestar”).

Este hecho tiene una base

anatómica, y es que el he-

misferio izquierdo de nues-

tro cerebro tiene como co-

metido buscar explicacio-

nes y causas de una ma-

nera natural e instintiva

incluso para cosas que

carecen de ellas. Y aunque

este intérprete encuentre

un sentido a las cosas, las

más de las veces se equi-

voca: es el Watson llevado

al extremo. Tendemos a

beth Loftus sobre los testi-

monios de testigos presen-

ciales, los sujetos vieron

una breve película en la

que aparecía un accidente

de tráfico. A continuación,

Loftus pidió a cada partici-

pante que estimara la velo-

cidad a la que iban los

vehículos en el momento

del accidente. Pero el truco

estaba en que cada vez

que hacía esta pregunta

modificaba con sutileza la

expresión que usaba: los

vehículos se habían estre-

llado, habían impactado,

habían chocado, o se ha-

bían tocado. Y Loftus en-

contró que la descripción

que daba a una persona

influía de una manera es-

pectacular en el recuerdo

de lo que acababa de ver.

Los sujetos de la condición

experimental donde los

coches se habían estrella-

do no solo estimaban una

velocidad superior a la es-

timada por los sujetos de

las otras condiciones, sino

que, una semana más tar-

de, era mucho más proba-

ble que recordaran haber

visto cristales rotos aunque

en realidad no los hubo. Es

el llamado “efecto de des-

información”. Cuando se

nos presenta información

falsa tendemos a recordar-

la como verdadera y a te-

nerla en cuenta en el pro-

ceso deductivo. Lo que

hacen las palabras así ele-

gidas es actuar como un

marco para la línea de ra-

zonamiento y hasta para el

recuerdo. De ahí la dificul-

Volumen 12-17

Página 11

“Debemos tener

la precaución de

que algo que nos

llame la

atención por ser

desproporciona-

do..”

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sona”. Explicar algo en voz

alta nos obliga a reflexio-

nar, a considerar cada pre-

misa en función de su mé-

rito lógico y nos permite

pensar con más lentitud.

Nos cuesta separar lo inci-

dental de lo crucial, pero

también olvidamos consi-

derar lo improbable porque

la mente lo descarta por

imposible antes de prestar-

le atención. Lucrecio califi-

caba de tonto a quien cree

que la montaña más alta

del mundo es la más alta

que han visto sus ojos.

Dicho de otro modo, deja-

mos que la experiencia

personal determine lo que

creemos posible y ese re-

pertorio se convierte en

una especie de ancla. So-

lemos considerar el futuro

en función del pasado. Es

natural hacerlo, pero eso

no significa que sea acer-

tado. El pasado no suele

dar cabida a lo improbable.

Limita nuestra deducción a

lo conocido, a lo probable.

Al deducir tendemos en

exceso a detenernos cuan-

do algo ya está lo bastante

bien. Pero no llegaremos a

la meta hasta no haber

apurado todas las posibili-

dades. Debemos aprender

a ampliar la experiencia, a

ir más allá del instinto ini-

cial y buscar pruebas que

lo confirmen o refuten. Y

más importante aún, debe-

mos intentar mirar más allá

de esa perspectiva que

nos es más natural: la

nuestra.

tad y la necesidad absoluta

de lo que Holmes describe

como aprender a separar

lo irrelevante (y las conje-

turas de los medios de co-

municación) de los hechos

objetivos, y de hacerlo de

una forma racional y siste-

mática. En el fondo, debe-

mos ir con más cuidado

cuando tenemos más infor-

mación que cuando tene-

mos menos. La confianza

en nuestras deducciones

tiende a aumentar con la

cantidad de datos en los

que las basamos, sobre

todo si uno de esos datos

tiene sentido. Del mismo

modo, cuantos más deta-

lles incidentales veamos,

menos probable será que

nos fijemos en los crucia-

les y más que demos un

peso indebido a los prime-

ros. Si nos cuentan un re-

lato, será más probable

que lo encontremos con-

vincente si va acompañado

de muchos detalles aun-

que sean irrelevantes para

su verdad o falsedad. Se-

parar lo crucial de lo inci-

dental, el eje de toda de-

ducción, puede ser difícil

hasta para las mentes más

avezadas. Por eso Holmes

no se da por satisfecho

con sus teorías iniciales. Y

lo hace ignorando a quien

le meta prisa. También usa

un sencillo truco: explica

todo a Watson. Como dice

al doctor antes de ahondar

en las observaciones perti-

nentes: “No hay nada que

aclare tanto un caso como

el exponérselo a otra per-

Volumen 12-17

Página 12

Cuantos más de-

talles incidenta-

les veamos, me-

nos probable se-

rá que nos fije-

mos en los cru-

ciales...

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gado hasta aquí? El objeti-

vo de este libro ha sido

ayudarle a reflexionar so-

bre todas estas respues-

tas. Hoy más que nunca es

necesario contar con una

metodología como la de

Holmes para examinar y

explicar los pasos necesa-

rios para desarrollar unos

hábitos de pensamiento

que nos permitan conectar

con nosotros mismos y con

nuestro mundo de una ma-

nera consciente y natural.

En el fragmento que sigue

el detective explica al doc-

tor la diferencia entre ver y

observar: —Usted ve, pero

no observa. La diferencia

es evidente. Por ejemplo,

usted habrá visto muchas

veces los escalones que

llevan desde la entrada

hasta esta habitación.

¿Cuántos escalones hay?

—¿Cuántos? No lo sé. —

¿Lo ve? No se ha fijado. Y

eso que lo ha visto. A eso

me refería. Ahora bien, yo

sé que hay diecisiete esca-

lones, porque no solo he

visto, sino que he observa-

do. Este truco carece de

verdadera importancia,

pero tiene unas implicacio-

nes muy profundas si nos

paramos a considerar qué

es lo que lo hizo posible.

Es precisamente este truco

el que me inspiró para es-

cribir un libro en honor de

Holmes. ¿Cuántos pensa-

mientos entran y salen de

nuestra mente sin que nos

detengamos a identificar-

los? ¿Cuántas ideas e in-

tuiciones nos hemos perdi-

do porque no les hemos

prestado atención?

¿Cuántas decisiones he-

mos tomado y cuántos jui-

cios hemos hecho sin sa-

ber cómo o por qué, impul-

sados por algún automatis-

mo interno de cuya exis-

tencia solo somos vaga-

mente conscientes?

¿Cuántos días han tenido

que pasar hasta que, de

repente, nos preguntamos

qué hemos hecho exacta-

mente y cómo hemos lle-

Conclusión

Volumen 12-17

Página 13

Page 14: ¿Cómo pensar como Sherlock Holmes? · jados de los neblinosos callejones londinenses. Es un enfoque basado en el método científico, que tras-ciende por igual la ciencia y el delito,

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