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DE RAZÓN PRÁCTICA Directores Javier Pradera / Fernando Savater N.º 93 Junio 1999 Precio 900 pesetas. 5,41 euros Junio 1999 93 CARLOS ALONSO ZALDÍVAR De la caída del muro de Berlín a la guerra de Kosovo ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ Una utopía para el siglo XXI BLAS MATAMORO El lector Borges F. ÁLVAREZ-URÍA G. MARTÍNEZ-FRESNEDA El delito de cuello blanco ENRIQUE GIL CALVO Cultura, intereses y pasión NADINE GORDIMER Suráfrica: cinco años de libertad

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DE RAZÓN PRÁCTICADirectoresJavier Pradera / Fernando Savater N.º93Junio 1999

Precio 900 pesetas. 5,41 euros

Junio 19999

3

CARLOS ALONSO ZALDÍVARDe la caída del muro de Berlín a la guerra de Kosovo

ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ

Una utopía para el siglo XXIBLAS MATAMOROEl lector Borges

F. ÁLVAREZ-URÍAG. MARTÍNEZ-FRESNEDA

El delito de cuello blanco

ENRIQUE GIL CALVOCultura, intereses y pasión

NADINEGORDIMER

Suráfrica: cinco añosde libertad

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S U M A R I ON Ú M E R O 93 J U N I O 1 9 9 9

NADINE GORDIMER 4 SURÁFRICA: CINCO AÑOS DE LIBERTAD

ADOLFOSÁNCHEZ VÁZQUEZ 8 UNA UTOPÍA PARA EL SIGLO XXI

CARLOS VENCEDORES TORPES ALONSO ZALDÍVAR 13 Del muro de Berlín a la guerra de Kosovo

LOS INTERESES CULTURALESENRIQUE GIL CALVO 19 Y LA PASIÓN POR LA CULTURA

FERNANDO ÁLVAREZ-URÍA 28 EL DELITO DE CUELLO BLANCO

GONZALO DELITOS DE EXCELENCIA,MARTÍNEZ-FRESNEDA 38 DELITOS DE SUPERVIVENCIA

Artes PlásticasAgustín Sánchez Vidal 46 La mirada de Ulises

CriminologíaRafael Núñez Florencio 54 La humanización del castigo

Literatura El lector Borges:Blas Matamoro 62 los libros y la noche

Historia Dignificación republicana yAlberto Reig Tapia 66 depuración franquista

Ensayo Los peligros del olvidoAna Iriarte 73 como estrategia política

Política Paseo HuérfanosÁlvaro Abós 76 Diario de Chile sin Pinochet

Casa de citasLaura Freixas 81 André Gide

Correo electrónico: [email protected]: www.progresa.es/claves

Correspondencia: PROGRESA. GRAN VÍA, 32; 2ª PLANTA. 28013 MADRID.TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª. 28013 MADRID. TELÉFONO 915 36 55 00.

Impresión: MATEU CROMO. Depósito Legal: M. 10.162/1990.

Esta revista es miembro de ARCE(Asociación de Revistas Culturales Españolas)

Distribución: ÍTACALÓPEZ DE HOYOS, 141. 28002 MADRID.

DirecciónJAVIER PRADERA Y FERNANDO SAVATER

EditaPROMOTORA GENERAL DE REVISTAS

PresidenteJESÚS DE POLANCO

Consejero delegadoJUAN LUIS CEBRIÁN

Director generalIGNACIO QUINTANA

Coordinación editorial NURIA CLAVER

MaquetaciónANTONIO OTIÑANO

CaricaturasLOREDANO

Ilustraciones

CM MARTÍN (Hoyocasero, Ávila, 1958)mezcla en su obra el arte y la naturale-za recreando metáforas personales através de sutiles elementos, integrán-dose en los lugares y dialogando conlos restos arquitectónicos o los mati-ces del paisaje.

Borges

DE RAZÓN PRÁCTICA

Para petición de suscripcionesy números atrasados dirigirse a:

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SURÁFRICA:CINCO AÑOS DE LIBERTAD

NADINE GORDIMER

ecuerdo un título del estilo de Así vi-vimos en la actualidad, Cómo vivimoshoy que encabezaba una colección

(¿de John Lehmann, quizá?) de reflexio-nes sobre la vida en el Reino Unido. Fuecuando yo era joven, durante la II GuerraMundial. Yo estaba muy al margen de esecómo, de ese así: de las bombas, las nochesen los refugios subterráneos, la comida ra-cionada. Cuando leía las meditaciones delos que lo estaban viviendo, aquello no separecía a cómo pensaba yo que debía servivir allí: había construido sus vidas conuna proyección de mis propias priorida-des sobre lo que constituye la vida, mispropios temores a lo que podría verse másamenazado en circunstancias imaginadas.

Cinco años de libertad. Nuestra gue-rra –la lucha de liberación de Suráfrica- haterminado. Pero compruebo que la formaen que ahora vivimos es con frecuenciaobjeto de la misma índole de proyecciónsubjetiva que imponía yo a la realidad delReino Unido en guerra. Una vez y otra,cuando me entrevistan periodistas británi-cos y europeos, o me encuentro en actoscon otras personas de estos países, la pre-gunta candente es: “¿En qué situación es-tán los blancos?”. Y una vez y otra mi res-puesta genuinamente sorprendida es: “¿Ylos negros? ¿No cree que también tienenretos que afrontar en sus nuevas vidas?”.Dos supuestos evidentes se desprenden deesta perspectiva de los europeos sobre Su-ráfrica. Siendo blancos, sólo se identificancon los blancos, sea consciente o subcons-cientemente. Debido a que yo soy blanca,suponen que lo mismo me ocurre a mí. Esel club de toda la vida, donde los miem-bros muestran su gastado carnet de socios.Es la proyección de las prioridades de susvidas, junto al viejo condicionamiento co-lonial de que éstas pertenecen a la condi-ción de blanco, y están amenazadas demanera incontrovertible, siempre, eterna-mente, por lo Otro: lo negro.

Cinco años de libertad. ¿Qué clase defósil sería yo, excavado en la caverna dehuesos que era el apartheid, si mi sentidoesencial de ser fuera el de ser blanca? Hayalgunos que siguen teniendo dicho senti-do; lo padecen, diría yo, y de manera in-necesaria se convierte en una forma deautoflagelación. No planteo todo esto co-mo afirmación autosatisfecha de superio-ridad; quisiera simplemente poder empu-jarles a liberarse de su encierro. Y estátambién la otra cara –nunca admitida– desentirse superior por ser blanco: avergon-zarse de serlo. Una suerte de sobrecom-pensación por el pasado, inútil para vivirplenamente en el presente.

Si me haces a mí la pregunta, yo la oi-go como “¿En qué situación estamos?”,nosotros, los surafricanos, dedicados comomejor podemos a la tarea de convivir. Serblanca como estado que determina miexistencia, sencillamente no es operativo.Yo he sido privilegiada a causa del racismo,el racismo que rechacé y al que me opuseactivamente; tuve mi pequeña parte en lalucha de liberación y sé que a consecuenciade ello soy una surafricana y nadie más,que vive en un país que estamos en proce-so, duro y emocionante, de crear. Que te-nemos que crear; porque, no obstante susrecursos naturales, su infraestructura sofis-ticada, su tecnología avanzada, lo que que-remos no ha existido nunca para nosotros:una sociedad auténticamente humana.

Nobles palabras.¿Cómo resulta vivir día a día bajo su

imperativo? Cinco años de libertad: paramí, el gran cambio viene de los demás,del cambio en la atmósfera de las ciuda-des, en las calles, en los entornos en queme reúno o trabajo con otras personas.Para mí no hay nada nuevo en “mezclar-me” con personas de todos los colores;mis amistades más íntimas y la gente conla que trabajo han habitado ese contextodurante muchos años. Pero la vida ante-

rior existía en contra de todo lo que defi-nía y caracterizaba al país. Éste estaba –sibien siempre victoriosamente en contrade ello– rodeado por unas leyes, un Esta-do, unas tradiciones laicas y religiosas querepresentaban todo lo que no era. Aunquedecíamos “nuestro país”, con ello nos re-feríamos a algo que la gente sufría, se es-forzaba y sobrevivía para poder conseguir;no había identificación alguna con la en-tidad oficial denominada Suráfrica.

No teníamos país.Ahora soy consciente, todos los días,

de modos tan diversos, pequeños y gran-des, felices y preocupantes, de que puedohablar de “nuestro país”. Si se puede decirque es palpable el aire de tomar posesión,lo percibo cuando cruzo mi puerta, lo oi-go en el volumen del tráfico, lo conozcocuando me abro camino a lo largo de laacera entre vendedores ambulantes de to-do lo imaginable, desde teléfonos portáti-les y perfume francés de pacotilla hastatomates y papel higiénico. Lo veo con elrabillo del ojo cuando estoy en la cola demi estafeta de Correos y escucho a hurta-dillas al jefe negro de la sucursal que dainstrucciones al joven empleado afrikánerque atiende en el mostrador. Lo oigo enlos acentos de nuestras múltiples lenguas,en los oyentes que llaman a los programasde radio y hablan en inglés, expresándosesin rodeos sobre cuestiones políticas y so-ciales. Es esa cualidad indefinible que sellama confianza; incluso el miembro delinmenso número de parados que me con-duce teatralmente al espacio de estaciona-miento la tiene; sí, una contradicción desu verdadera circunstancia.

En fin, yo vivo en Johannesburgo.Una ciudad en transición rebosa esa clasede contradicciones. Una noche, no hacemucho tiempo, me arrancaron el bolsodel coche cuando el amigo que iba al vo-lante se detuvo en un semáforo; yo habíaolvidado poner el seguro en la puerta del

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asiento del pasajero, una precaución ruti-naria para nosotros, como la distribucióngratuita de preservativos contra el sida.Me indigné, como es natural: las llaves decasa, las tarjetas de crédito, la del cajeroautomático; el hecho de que me las hu-biera birlado alguien que vive en la calle yno tiene el nivel de clase media para pose-er semejantes cosas, no me suponía nin-gún alivio… Pero en esas mismas calles,en el ajetreo de personas que circulan es-quivándose mutuamente, esa gran masa

de gente que había sido excluida de laciudad y vivía en guetos y ethnic home-lands (poblados étnicos), si alguien meempuja, oigo un “sorry, maGogo” (“per-dón, abuela”). Buenos modales comunesy corrientes, dirán. No. Esta persona sedisculpa… me acepta como pariente co-mún de la familia humana; después queél y sus antepasados han sido proscritosde ella durante generaciones enteras, sutilo brutalmente, desde el paternalismo co-lonialista hasta la exclusión del apartheid.

La bienaventuranza del sentimientohumano reluce frente al crimen violento ala vez que es amenazada por él. La segun-da pregunta que espetan las personas defuera tiene un blanco que no puede fallar.Volvemos a la primera proposición de lacontradicción: el bolso arrebatado. “¿Có-mo está la delincuencia?”. No voy a es-quivarla. Las estadísticas impersonales es-tán ahí, al margen de mi tarjeta de crédi-to. La ciudad en la que vivo es una de lasque tiene mayor índice de criminalidaddel mundo. Que a mi nieta francesa, estu-diante en Niza, le roben su coche peque-ño y viejo es un incidente de delincuenciaurbana en el mundo entero, pero no im-plica la condena total de una ciudad, deun país, como ocurrirá con la pérdida demi bolso en la composición de lugar quese hacen los que juzgan los avances de unpaís cuyo compromiso con la libertad tie-ne cinco años, frente a varios cientos deaños de experiencia y evolución de ella enOccidente.

La curiosa opinión desde el exteriores que sólo los blancos corren peligro yestán preocupados por la delincuencia ca-llejera, los secuestros de vehículos y losrobos en viviendas, junto a la violenciaque todo ello implica. Una vez y otra seven descripciones de alambradas afiladasy rotweilers como flora y fauna predomi-nante de los barrios blancos periféricos.Lo cierto es que las casas –las humildes ytambién las de postín, incluso con su pis-cina– de lo que siguen siendo los town-ships negros del gran Johannesburgo estántambién armadas con alambradas y pe-rros. Los hombres y mujeres negros dedi-cados a las profesiones liberales y los ne-gocios, que actualmente se encuentranentre los propietarios acomodados debuenos coches (considerados pacatamentecomo consumidores ostentosos bajo sos-pecha por observadores que no hacen elmismo juicio moral sobre los blancos que

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conducen esos modelos de coche), sontambién víctimas del secuestro de sus ve-hículos. Juntos nos enfrentamos a estosproblemas. Y estamos utilizando los co-nocimientos periciales de otros países enel intento de proteger a la sociedad frenteal crimen. Pero si circulas un poco por miciudad no hacen falta sociólogos ni crimi-nólogos para constatar la razón de este al-to índice de delincuencia. Y no se trata deun argumento exculpatorio y sensiblerocuando la respuesta categórica es: el paro.

He tenido que autoenseñarme a con-ducir, otra vez, alrededor de cincuentaaños después de obtener mi primer per-miso, porque los conductores tienen queadquirir un conocimiento nuevo y acele-rado de un código no escrito para abrirsepaso entre la manada de búfalos de la ca-rretera: los minibuses. Nosotros los llama-mos combis porque son una combinaciónde autobús y taxi y se comportan comolos híbridos que son, lo cual resulta con-fuso para el conductor de coches no ini-ciado. Hacen sonar su bocina constante-mente para atraer la atención de los po-tenciales clientes; se detienen en cualquiersitio donde ven la señal de un dedo levan-tado al borde de la acera, actuando igualque un taxi; tienen rutas regulares que si-guen como los autobuses, pero no tienenobligación de limitarse a paradas estable-cidas. Van siempre atestados hasta la asfi-xia: han resuelto el problema del trans-porte, que toda una serie de regímenesblancos abordaron mediante la decisiónde que los negros utilizaran las piernas.Para mí, los combis son símbolos de la in-mensa afluencia de gente a la ciudad des-de que la libertad quedó refrendada en lasurnas en 1994, el camino que han segui-do muchos miles de personas que vienenpara buscar trabajo y cuyas posibilidadesde encontrarlo son mínimas o nulas.Cuando fracasa la humillación de mendi-gar, la desesperación deja una sola vía pa-ra sobrevivir: la delincuencia.

Este fenómeno de la delincuencia noes, como algunos observadores considerancon suficiencia satisfecha, el fenómeno dela libertad. La situación no era mejor enlos tiempos del régimen de apartheid:simplemente se mantenía fuera de nuestravista. Los desempleados y subempleados,que vinieron a la ciudad hambrientos, entodos los sentidos, de una vida mejor,fueron arredilados en un increíble experi-mento de ingeniería social: los ethnic ho-melands asolados por la miseria. La enfer-medad social, es decir, el paro, quedó asíen cuarentena; a la mano de obra emi-grante de las zonas rurales, y de una pro-

vincia a otra, sólo se le permitía la entradaen la ciudad en la cantidad que se creíasaludable según las necesidades de la in-dustria. Todos estos trabajadores teníanlegalmente prohibido el traer a sus fami-lias consigo. Tengo que recordarme estascosas cuando veo entre nosotros esa tristecategoría de infancia que se encuentra enel mundo en vías de desarrollo: los niñosde la calle; ahora están ahí, ante nuestrosojos, en lugar de vivir mal alimentados ycon deficiencias educativas en los home-lands del apartheid, donde no podían ho-rrorizar y afrentar a los que tenemos el es-tómago lleno y una cama blanda.

No es un expediente políticamentecorrecto responsabilizar del paro al pasa-do, al apartheid. El hecho palmario es queel paro, contenido como en una presa,nos ha estallado encima desde los confi-nes inhumanos del pasado; no es algo in-herente a la libertad, una suerte de castigopor la insolencia de nuestra gente al habervencido al Gobierno exclusivo de losblancos. Como consecuencia directa delas políticas del pasado, los negros llegan ala ciudad con una doble desventaja. Paraempezar, el desarrollo industrial, frenadoen virtud de unas sanciones necesarias pa-ra acabar con el apartheid, tiene un nú-mero limitado de empleos que ofrecer enun periodo en que, no obstante los es-fuerzos en pro de la expansión, se ve afec-

tado por la situación inestable de la eco-nomía mundial. En segundo lugar, la ma-yoría de los parados no tienen estudios oformación para ocupar los puestos de tra-bajo disponibles. Muchos de ellos sonanalfabetos o semianalfabetos, productodel deleznable nivel de educación que elapartheid decretó para los negros. Son po-cos los que disponen de los conocimien-tos elementales que exige un mercado la-boral cada vez más tecnológico. Yo nopuedo encogerme de hombros y tacharlosde generación perdida. Yo soy una de lasque va a pedir proyectos gubernamentalesinnovadores a gran escala que instituyanformación profesional y empleo simultá-neamente: cuando los adultos sean eco-nómicamente capaces, los niños no esta-rán en las calles. Y me anima el tonoapremiante que ha adoptado el Gobiernocon las empresas para que suministrenformación en los procesos económicos, yla condición impuesta a los inversores ex-tranjeros de que su decisión, sumamentebien acogida, de beneficiarse de nuestrasoportunidades de inversión conlleve elelemento de la formación profesional.

Hay entusiasmo entre los pudientesde la ciudad porque pueda hallarse unasolución al desempleo de los desposeídosen lo que llaman, en términos muy laxos,la pequeña empresa, y hay organizacionesque de manera encomiable proporcionan

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modesta financiación para este fin. Contodo, cuando cerca de un supermercadopaso frente a un joven que remienda zapa-tos en la caseta que le ha sido suministra-da, no puedo dejar de pensar que esto esuna especie de vía muerta para él: ¿no po-dría estar aprendiendo el oficio de electri-cista o fontanero, aunque no estuviera en-tre los usuarios de ordenadores del mile-nio? Su pequeña empresa no parece tener laenergía del rápido intercambio comercial,carente de toda ayuda, de los vendedorescallejeros que de mes en mes veo adquirirlas astucias para captar la mirada del clien-te hacia algo más que un simple montónde plátanos: el logotipo del último clubdeportivo en una gorra, las Nike de men-tira. Los negros surafricanos desconocen lagestión del pequeño comercio, dado quetenían prohibida la propiedad de estable-cimientos en la ciudad. Siguen sin tenercapital suficiente para ello –todavía–, peroes perceptible que están aprendiendo rápi-damente y por la vía difícil.

Con la conciencia de que compartires un ethos posapartheid, ¿en qué niveles esesto evidente? En el nivel económico su-perior, que solía estar exclusivamente ocu-pado por blancos, empiezan a vivir hom-bro con hombro los unos y los otros. Ha-cer referencia a “Houghton” solía tenerun sentido peyorativo dirigido contra losblancos privilegiados en general, peroahora nuestro presidente Mandela vive enesta zona residencial, más modestamenteque si hubiera optado de forma conven-cional por la residencia oficial ocupadapor los presidentes de los regímenes blan-cos en Pretoria. Sandton –la ciudad jardínde más lujo– no puede realmente ser con-siderada ya como símbolo genérico de lavida capitalista blanca, porque ahora haydistinguidas figuras negras de las profesio-nes liberales, las finanzas, las comunica-ciones y las artes que también sientenpredilección por los complejos de vivien-das urbanas ajardinados, con servicios deseguridad incluidos. Claro está que sonuna minoría entre los negros.

En el nivel más extenso y más básicode la nueva pirámide social se están pro-duciendo cambios no menos discordan-tes, a su modo, con las condiciones de vi-da del pasado. Cuando a finales del añopasado me encontraba en la ciudad, estu-ve en el viejo township negro de Alexan-dra, en la flamante casa de tres habitacio-nes, construida con subvención oficial yun préstamo bancario de bajo interés, a laque acababan de trasladarse los cincomiembros de la familia Mashabela, des-pués de vivir 17 años en una casucha de

una sola habitación que alojaba a 14 per-sonas. Esta clase de nivelación de las con-diciones materiales es mi criterio primariode justicia en mi país, en la ciudad dondevivo, y sé que no era posible que se consi-guiera en cinco años o que se logre nun-ca, vistos los abismos entre las vidas de losricos y de los pobres en los países capita-listas desarrollados que se han declaradoconsagrados a ello durante varios cientosde años, y del fracaso de los países socia-listas (del socialismo: hasta el momentoen la historia humana, pero no para siem-pre, de eso estoy convencida) en evitarque la libertad quede prisionera de susdictados. Suráfrica, como sus combis, hatenido que optar pragmáticamente porser un híbrido: una economía mixta, contodo el sesgo que puede permitirse paraque la igualdad legal, ya lograda, tengasentido en forma económica, material,para la mayoría empobrecida.

Se sigue de esto que la comunidad depropósito es particularmente decisiva paranosotros, que venimos, por decirlo cruda-mente, de un pasado dividido y racista.Mis preocupaciones naturales, en el ám-bito de mi vida como yo la veo en tantoque ciudadana responsable, han sidosiempre las artes, lo que se denomina (demodo un tanto lamentable, para mi gus-to) formaciones culturales, donde las dife-rencias de raza, color o incluso lenguaeran irrelevantes dentro de los entusias-mos comunes, del reino de la imagina-ción que nadie podía anexionarse, ni si-quiera el apartheid. Pero ahora, como de-be ser, en la búsqueda de Suráfrica comopaís africano más que como un puesto deavanzada africanizado de Occidente, lasiniciativas y buena parte de las innovacio-nes culturales han sido asumidas por losnegros: una forma de acción afirmativaorgánica, extraoficial, que crea un equili-brio ausente cuando la asociación entreblanco y negro estaba siempre lastradapor el hecho de que los blancos, en losasuntos ordinarios de la vida cotidiana, te-nían acceso, por ley, a unas oportunidadesdenegadas a los negros. Me siento en casa–en el sentido auténtico del concepto–como nunca antes, incluso en mi trabajocon mi íntimo amigo de siempre Monga-ne Wally Serote, poeta, antiguo luchadorde la libertad y ahora diputado parlamen-tario con un alto puesto en el Departa-mento de Artes y Cultura, y con WalterChakela, director del Centro Windybrowpara las Artes, en un contexto total que noexistía antes ni para ellos ni para mí.

Acaso pueda considerarse que éste esun área de las relaciones interraciales un

tanto especial, muy alejado del “sorry,maGogo” de la calle… Entre uno y otro,medito sobre mis emociones cuando, cir-culando por las ciudad y sus barrios peri-féricos, paso ante un colegio a la hora definalizar las clases. Era un colegio sólo pa-ra blancos que conozco bien. Veo salir alos críos, forcejeando entre sí los niños,cogidas de la mano y riendo las niñas.Tienen todos los tonos de piel: negro su-rafricano, hindú surafricano, mélange su-rafricano, blanco surafricano. Están cre-ciendo, entrando en la vida, con una ex-periencia inicial común. Nunca seránsometidos a los inefables horrores que nosha revelado la Comisión de Verdad y Re-conciliación, y que tan vital ha sido parapoder enfrentarnos a lo que hemos hechoo hemos permitido que ocurra. Estos ni-ños no están siendo marginados paraaprender odio, para temer lo que hay dedesconocido, de intacto, en cada uno.

Una de las personas de la generaciónque fue víctima de los horrores del apart-heid, Tokyo Sexwale –desde hace pocopresidente de Gauteng, de la que es capitalJohannesburgo, y hoy un defensor deotorgar poderes a los negros, casado conuna mujer blanca–, dijo este mes una cosaque podría ser nuestro lema, bajo el cualvivir: “Si se hace daño a los negros, me ha-cen daño a mí. Si se hace daño a los blan-cos, ésa es mi mujer, y si se perjudica a lagente de color, buscáis a mis hijos. Vuestraunidad encarna quien yo soy”. n

Traducción: Eva Rodríguez

NADINE GORDIMER

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Nadine Gordimer es premio Nobel de Literatura.

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UNA UTOPÍA PARA EL SIGLO XXI

ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ

uevo asedio a la utopía? Sí, porqueen tiempos de incertidumbres y de-sencantos esta torre de sueños y es-

peranzas resiste los embates teóricos pararemoverla y, sobre todo, los intentos prác-ticos de derribarla. Ante esa doble resis-tencia, nos proponemos examinar si lautopía, o más exactamente, la utopía so-cialista, sobrevive o ha llegado a su fin.Nuevo asedio también, de mi parte, por-que no es la primera vez que trato de es-calar esa torre de sueños y esperanzas1. Y,al escalarla de nuevo, como utopía socia-lista, no puedo saltar dos escalones o refe-rentes forzosos: uno, histórico y concreto,el llamado “socialismo real”, y otro, teóri-co, el proyecto de nueva sociedad queacariciaba Marx. La forzosidad del prime-ro radica en ser el intento histórico másambicioso –por su amplitud, duración yconsecuencia– de realizar, o pretender realizar, la utopía socialista. La forzosidaddel segundo se explica porque la utopíaque, después de la Revolución Rusa de1917, se pretendió realizar se inspiraba en–o se remitía a– Marx. Cualquiera quesea el significado o el alcance que se atri-buya a esta invocación –para nosotros:sincera, esperanzada, en sus comienzos;retórica, ideológica, después–, no se lapuede dejar de relacionar con Marx, yaque –con razón o sin ella– se pretendíallevarla a cabo o legitimarla en su nom-bre, o más exactamente en nombre de lanueva sociedad que él proyectó.

La relación insoslayable entre el “so-cialismo real” y Marx2 plantea un sinnú-

mero de cuestiones de las cuales destaca-remos por lo pronto dos: primera, ¿porqué la intención utópica que se remitía aMarx desembocó no sólo en un fracasohistórico, al no poder realizarse, sino in-cluso en la negación de los valores socia-listas que se proclamaban?; y segunda,¿por qué ponerla en relación con Marx, siél se expresó siempre como un crítico del“socialismo utópico”, y, en general, de to-da utopía? Tomando en cuenta, a su vez,la usurpación del socialismo por el “socia-lismo real” y la crítica marxiana del “so-cialismo utópico”, se plantean otras doscuestiones medulares. Una, ¿el socialismoestá condenado a ser utópico, en el senti-do peyorativo de irrealizable? Y otra, ¿sóloserá realizable si abandona su contenidoutópico, y se pasa, como postulaba Engelsdel socialismo “utópico” al socialismo“científico”? Pero, ¿qué entender propia-mente por uno y otro? Cuando Marx cri-tica el “socialismo utópico” que hay quedejar atrás y Engels exhorta a pasar de élal “socialismo científico”, y cuando ennuestros días hablamos de la intenciónutópica incumplida o negada en el “socia-lismo real”, ¿se está denotando lo mismo?Es obligado, pues, precisar el significadodel término “utopía” o “utópico”, parapoder responder a las cuestiones plantea-das y otras que derivan de ellas.

Veamos, primero, un concepto gene-ral del que la utopía socialista sería unavariante específica. Con este sentido ge-neral, llamamos utopía o consideramosutópico todo proyecto o idea de una nue-va sociedad que, por los valores y princi-pios que asume, se considera mejor y su-perior a la sociedad presente, en la queesos valores o principios se niegan, limi-

tan u olvidan. Se trata de una sociedadinexistente aún, pero que dada su supe-rioridad axiológica merece existir; es porello preferible y deseable con respecto a lasociedad existente. Así entendida, la uto-pía presupone una crítica que marca la in-conformidad con la realidad presente, yun deseo de que ésta sea superada. La re-pública de Platón, el reino de Dios cris-tiano medieval o el milenarismo de Tho-mas Münzer, el socialismo de Saint-Si-mon, Fourier, o Cabet, la anarquía deBakunin, el comunismo de Weitling, lasociedad comunista de Marx con sus dosfases y la “comunidad ideal de diálogo” deApel y Habermas, comparten los rasgosde una sociedad inexistente pero preferi-ble y deseable por ser superior a la queexiste realmente.

Compartiendo estos rasgos comunes,las utopías se diversifican por su distintarelación con el tiempo y la realidad, asícomo por su función o potencial práctico.Hay utopías no sólo sin lugar, sino fueradel tiempo; hay también las que descien-den verticalmente a nuestro presente realcomo una idea regulativa que lo mide, sinidentificarse con él; y, finalmente, estánlas utopías que se localizan en un futuroen el que se espera –esperanzados– que sehagan realidad. Consideradas por su po-tencial práctico, hay utopías contemplati-vas carentes de él y –como la platónica–indiferentes no sólo a la realidad empíricasino también a su realización. En contras-te con ellas, tenemos en la modernidadlas utopías como objetos no sólo a con-templar o desear sino a realizar, poniendoen obra diversos medios. Tales son lasutopías socialistas de Owen, Fourier oCabet, en la primera mitad del siglo XIX,o, posteriormente, de Marx y Engels. Es-tas utopías, que se caracterizan no sólopor su forma y contenido sino por sufunción práctica, o voluntad de realiza-ción, son las que –desde este momento–

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1 De la utopía me he ocupado en Del socialismocientífico al socialismo utópico. Ed. Era, México, DF,1975, y en las ponencias La utopía de Don Quijote yLa utopía del ‘fin de la utopía’, presentadas respectiva-mente en el IV Coloquio Internacional Cervantino(Guanajuato, México, 1990) y cursos de verano de laUniversidad Complutense de Madrid (El Escorial,1995).

2 Sobre esta relación, cf. mi ensayo ‘Marx y el so-cialismo real’, en el volumen Escritos de política y filo-sofía. Ed. Ayuso y FIM, Madrid, 1987.

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ocuparán nuestra atención. Se trata deutopías que, de acuerdo con su posibili-dad o imposibilidad de realizarse, pode-mos considerar a su vez como positivas onegativas, aunque sin trazar entre ellasuna línea divisoria absoluta, pues –comodecía Víctor Hugo– “la utopía de hoy,puede ser la realidad de mañana”.

Teniendo presente este concepto deutopía que toma en cuenta no sólo suirrealidad o inexistencia sino también laintención y voluntad de realizarla y, portanto, su división en positiva y negativade acuerdo con la posibilidad o imposibi-lidad de su realización, nos preguntamosahora: ¿qué es la utopía para Marx? Cier-tamente, a lo largo de su obra, él habla deuna nueva sociedad, necesaria, deseable yposible, pero nunca la llama o considerautopía ni en su sentido general ni en elespecífico, positivo, de utopía socialista-comunista. Como Engels, siempre se re-fiere a la utopía como proyecto de unanueva sociedad, mejor, pero, condenada ano realizarse. Y al empeño inútil de reali-zar este imposible, lo llaman utopismo.De ahí su crítica a los socialistas “utópi-cos” del siglo XIX, como ellos los llamanpeyorativamente. Lo que Marx critica desus utopías no es su contenido como pro-yecto de una sociedad mejor y más justa–que él comparte–, sino su impotencia oinefectividad, desde el punto de vista dela práctica. Impotencia e inefectividad de-terminadas –y éste es el meollo de su crí-tica–: primero, por la inexistencia de lascondiciones históricas necesarias, lo quehace imposible su realización; y segundo,porque, siendo legítimos los fines (el con-tenido valioso) que se pretenden realizar,los medios a que se recurre para ello soninadecuados, ineficaces.

Tendríamos entonces, como explica-ción de la naturaleza y necesidad de lautopía, una inmadurez histórica o déficitde la realidad, en cuanto que no se dan las

condiciones necesarias para realizarla, en-tre ellas la de la existencia del sujeto llama-do a producir el cambio social y la cons-trucción de la nueva sociedad. Y se expli-caría, asimismo, por una inmadurezteórica, o déficit de conocimiento, lo queobliga –para cubrirlo– a recurrir a la ima-ginación. De este modo, lo que la cienciano puede dar, lo daría imaginaria o iluso-riamente la utopía. En resumen: la críticamarxiana apunta a la utopía en cuantoque, por su doble inmadurez –teórica ehistórica–, se halla condenada a no reali-zarse. Por el contrario, el proyecto de una

nueva sociedad se vuelve realizable (es de-cir, deja de ser utópico) al alcanzar la ma-durez teórica necesaria (o sea, al fundarsecientíficamente) y al darse las condicioneshistóricas que se requieren para su realiza-ción. ¿Significa esto que para Marx laciencia excluye la utopía, entendida éstano sólo en el sentido negativo al queapunta su crítica? Al parecer, la excluye,toda vez que el déficit de conocimientoque entraña, la vuelve quimérica o imposi-ble de realizar. Y de ahí la necesidad delpaso del socialismo “utópico” al socialismo“científico”. Pero, a mi modo de ver, se-

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mejante exclusión presupone una concep-ción “cientifista”, o determinista en clavecientífico-natural, de la historia, que nopodría atribuirse sin más a Marx. Deten-gámonos, aunque sea brevemente, en estepunto, en el que está en juego la relaciónentre ciencia (de la historia) y utopía, omás concretamente: entre los llamados so-cialismos “utópico” y “científico”.

Ciertamente, si la historia se concibecomo un proceso sujeto a una férrea nece-sidad, se cerrará el campo de lo posible ysólo quedará espacio para una e inevitableefectividad, que tocaría a la ciencia prede-cir. El socialismo sería entonces el resulta-do inexorable del desarrollo histórico. Noquedaría, por tanto, espacio para una po-sibilidad que se apartara del curso inevita-ble de la historia y, en consecuencia, parala utopía. La ciencia que habría de garan-tizar ese desarrollo lineal, así como su for-zoso desenlace, sería incompatible con lautopía. Pero, la dimensión científica delsocialismo, como nueva fase social en eldevenir histórico, no tiene por qué rendirtributo a esa interpretación determinista yfatalista de la historia. Una y la misma realidad histórica engendra un abanico deposibilidades, no todas destinadas a reali-zarse, sin que por otra parte esté predeter-minado qué posibilidad ha de convertirseen realidad efectiva. Condición necesariapara que la posibilidad del socialismo secumpla no es sólo cierto nivel del desarro-llo histórico-social, sino también la inter-vención consciente, organizada y prácticade los hombres, intervención que en mo-do alguno puede estar predeterminada.La ciencia que descubre la posibilidad delsocialismo en la realidad capitalista que laengendra no puede garantizar su realiza-ción. Hay textos de Marx que prueban fe-hacientemente la idea de que el socialis-mo no es un resultado inevitable del desa-rrollo histórico. Sólo una concepcióndeterminista, objetivista y fatalista de lahistoria, que él no compartía, cierra laspuertas a lo posible, a lo no inevitable, y,por tanto, a la utopía.

Si se deja a un lado esa concepción, ladimensión racional científica del socialis-mo, lejos de excluir la utopía, la funda-menta, al descubrir su posibilidad en larealidad misma. Pero, al privar así a la utopía socialista de su carácter quiméri-co o ilusorio, contribuye a su realización.Dicha utopía, como proyecto de una so-ciedad futura, necesaria, deseable y posi-ble, aunque no inevitable, requiere delconocimiento de la realidad y de las posi-bilidades que encierra, aunque ciertamen-te no basta ese conocimiento para trans-

formar la posibilidad del socialismo enrealidad. Así, pues, utopía y ciencia sóloserán mutuamente excluyentes si la uto-pía se concibe exclusivamente en el senti-do negativo, criticado por Marx, o si laciencia (de la historia) se interpreta comoun proceso natural, rígidamente determi-nado y lineal.

A lo largo de su obra, desde su juven-tud hasta sus últimos escritos, Marx va di-bujando con trazos parcos, pero nítidos,su proyecto de nueva sociedad, que él lla-ma comunismo, como alternativa al capi-talismo. Este proyecto de sociedad futura,necesaria y deseable, puede considerarsecomo una utopía y, dada la posibilidad desu efectividad, como una forma positivade ella. Y esto independientemente deque Marx no la reconociera como tal. Co-mo hemos venido insistiendo, él sólo ha-bla de la utopía en sentido negativo: co-mo proyecto de una sociedad futura me-jor, pero imposible de realizar. Y tal es elsentido al que apunta su crítica de los so-cialistas “utópicos”. Pero si aplicamos alpropio Marx el mismo criterio que élaplicó a ellos, veremos que en su proyectode nueva sociedad hay también elementosutópicos en el sentido negativo de impo-sible de realizarse. Baste citar dos textosimportantes: uno, su obra juvenil, losManuscritos económico-filosóficos de 1844;y otro, uno de sus últimos escritos, la Crí-tica del programa de Gotha.

En los Manuscritos el joven Marx ha-bla de una superación total y definitiva dela enajenación, al identificarse en el co-munismo la existencia del hombre con suesencia. La superación de la enajenaciónno está determinada aquí por las condi-ciones reales que engendran su posibili-dad, sino que tiene por base una concep-ción especulativa del hombre con la con-siguiente separación y unidad de suesencia y existencia. Semejante superaciónde la enajenación, en forma absoluta ydefinitiva, dado su fundamento abstracto,especulativo, sólo puede considerarse utó-pica en el sentido de imposible de reali-zarse. En su Crítica del Programa de Got-ha, Marx traza el cuadro de una nueva so-ciedad, con sus dos fases: inferior ysuperior. En esta última, propiamente co-munista, Marx propone un principio dedistribución de la riqueza social conformea las necesidades de cada individuo. Lacondición necesaria para la aplicación deese principio es ciertamente, como reco-noce Marx, un enorme desarrollo de lasfuerzas productivas, pues sólo así se puedeasegurar la satisfacción de esas necesida-des. Ahora bien, hoy sabemos que ese de-

sarrollo ilimitado entraría en contradic-ción con el imperativo ecológico de nodestruir la base natural de la existenciahumana. En consecuencia, el principio dejusticia distributiva que Marx postula re-sulta utópico en el sentido negativo conque él mismo juzgó otras utopías. Y, alconsiderar otros principios de esa nuevasociedad, como los de la extinción del Es-tado, la desaparición del derecho, disolu-ción de la moral normativa en la costum-bre, etcétera, tenemos que proceder concautela ante el doble déficit de realidad yconocimiento con el que ha de cargar elproyecto marxiano de nueva sociedad ensu fase superior, comunista.

Aunque Marx, escarmentado por losexcesos descriptivos e imaginarios de los so-cialistas “utópicos”, fue muy parco al dise-ñar la nueva sociedad, no dejó de señalaralgunos rasgos fundamentales de su fase in-ferior, socialista, como los siguientes: pro-piedad social (colectiva) sobre los mediosde producción; distribución de los bienesproducidos conforme al principio de “a ca-da quien, según su trabajo”; democracia real, efectiva, en todas las esferas de la vidasocial; pluralismo político y Estado bajo elcontrol de la sociedad. Y entre las condi-ciones que Marx consideraba necesariaspara la construcción de esa sociedad esta-ban: el carácter internacional de la revolu-ción que permitiría instaurarla y sostener-la; la base económica de un capitalismodesarrollado; tradiciones políticas demo-cráticas y consenso de la mayoría de la po-blación, de los trabajadores.

Con la Revolución Rusa de 1917, te-nemos un intento de realización de lautopía socialista sin precedentes históri-cos. Los intentos utópicos anteriores, encuanto a su realización, se habían desarro-llado en un espacio muy limitado (comoel de los falansterios o comunas de los so-cialistas “utópicos”) o en un tiempo histó-ricamente efímero (como el de la Comu-na de París). En verdad, con la Revolu-ción de 1917, tenemos el primer ensayohistórico de realizar la utopía socialistamarxiana, asumida como tal por los bol-cheviques rusos. Ciertamente, las condi-ciones previas indispensables, señaladaspor Marx, se habían cumplido: conquistadel poder, abolición de las relaciones capi-talistas de producción y destrucción delEstado burgués correspondiente a ellas.Se planteaba, a continuación, el objetivode construir una nueva sociedad, socialis-ta, y no sólo en el terreno de la economíay la política, sino en todas las esferas de lavida social: la educación, el derecho, el ar-te, la moral sexual, etcétera. Y al preten-

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der construirla, los bolcheviques volvíanlos ojos a Marx para encontrarse con unvacío: el de las condiciones necesarias queno se daban en la Rusia de aquel tiempo.Ante los recordatorios de los marxistas“ortodoxos”, los bolcheviques no dejabande reconocer ese vacío. Pero acto seguidoafirmaban con Lenin, que era el primeroen reconocerlo: “No existen esas condi-ciones, pero tenemos el poder y, desde él,las crearemos”. Así, pues, el intento de realizar lo que para Marx habría sido im-posible y, por tanto, utópico, se conside-raba posible.

Ahora bien, desde la perspectiva mar-xiana, pretender realizar la utopía socialis-ta, cuando no se daban las condicionesnecesarias –es decir, pretender realizar loimposible–, significaba tratar de imponer-se a la realidad misma o torcer la mano dela historia. Y ello sólo podía acarrear con-secuencias indeseables para los millonesde seres humanos involucrados en seme-jante intento. La creación de la necesariabase económica, industrial, inexistente y,a la vez, en un plazo histórico breve, asícomo la colectivización forzosa del cam-po, significaron en sacrificios un alto cos-to humano para los agentes –obreros ycampesinos– de una y otra. La resistenciaactiva y pasiva de gran parte de la pobla-ción trabajadora ante esos sacrificios, uni-da a las exigencias de la guerra civil y dela intervención militar exterior, obligarona limitaciones de la democracia. Con el

paso del tiempo, y transformando la ne-cesidad en virtud –como advirtió RosaLuxemburgo desde el primer momento–,dichas limitaciones conducirían, primeroa la supresión de todas las formas de de-mocracia –entre ellas la de los sóviets– ymás tarde a un terror generalizado comosoporte principal del Estado soviético. In-dependientemente de las institucionesutópicas emancipatorias de los bolchevi-ques, el resultado de este proceso históri-co fue la construcción de una nueva so-ciedad, atípica, ni capitalista ni socialista,con propiedad estatal (no social), Estadoomnipotente al margen de todo controlsocial, fundido con el partido, y regimen-tación por ellos de toda la vida social:económica, política y cultural. En resu-men, una utopía que, desde 1936, en laex Unión Soviética se proclama –inclusoconstitucionalmente– socialismo ya cons-truido, o “socialismo realmente existen-te”, cuando todo prueba su irrealidad. Enverdad, esa pretendida realización de lautopía socialista tenía poco que ver con elsocialismo marxiano al que, originaria-mente, se remitían los revolucionarios rusos.

Ahora bien, después de examinar eldestino de la utopía socialista en este pro-ceso histórico que se inicia con la Revolu-ción de 1917 y llega a su fin en 1989 conel derrumbe del “socialismo real”, pode-mos concluir que dicha utopía no tiene lamisma naturaleza, ni cumple la misma

función, a lo largo de su recorrido históri-co. En él podemos registrar dos periodosdistintos y de desigual duración. En el pri-mero, más corto, el partido y el Estado so-viéticos se hallan bajo la dirección de lavieja guardia bolchevique, encabezada porLenin; el segundo, que cubre aproximada-mente seis décadas –casi toda la existenciade la sociedad soviética– se halla asociado,tras la liquidación física de esa vieja guar-dia, a la capa más alta de la burocracia delpartido y del Estado, o “nomenclatura”.Pues bien, en ese primer y breve periodo,nos encontramos con un proyecto utópicoen el sentido negativo, criticado por Marx;es decir, en el de una nueva sociedad me-jor y deseable, aunque condenada a no realizarse. La intención utópica de los bol-cheviques era innegable, pero –como he-mos señalado– su voluntarismo no se de-tenía ante nada, cualesquiera que fueransus consecuencias. Creían que la utopía,inspirada por Marx, podía realizarse, aun-que hubiera que pagar por ello un altocosto humano y sacrificar incluso valoressocialistas como la libertad y la democra-cia. La ideología soviética cumplía en esosaños la función de justificar el voluntaris-mo histórico, así como los costos y sacrifi-cios que exigía. La ideología estaba así alservicio de la utopía.

En el segundo periodo –el que corres-ponde al estalinismo y años posteriores–se considera que el proyecto de construiruna nueva sociedad (o sea, la utopía socia-

ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ

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lista) se ha cumplido. Pero, aunque la rea-lidad desmiente esa supuesta realización,se sigue invocando la utopía. Al invocarlae identificarla con la realidad (con el “so-cialismo real”), la ideología cumple la fun-ción práctica, justificadora que le es pro-pia, y la utopía se convierte –como aguda-mente advierte Luis Villoro– enideología3. Tenemos, pues, que en el pri-mer periodo histórico, la utopía que sepretende realizar no puede realizarse, entanto que en el segundo, no obstante esaimposibilidad, se presenta como realizada.Pero esta presentación sólo puede hacersedejando atrás la intención utópica origina-ria, convirtiendo la utopía socialista en laideología de una nueva clase, la burocraciaestatal y partidaria, a la que interesa justi-ficar la realidad presente, de acuerdo consus intereses. Pero aunque el derrumbe delsistema en que desembocó esta experien-cia histórica acarreó asimismo el fin de laideología que lo justificaba, ¿significa esto,a su vez, el fin de la utopía socialista queestaba en sus orígenes? Abordemos lacuestión en relación con los dos escalonesforzosos a los que nos referimos al co-mienzo de nuestro asedio a la utopía:Marx y el “socialismo real”.

Con respecto al pensamiento marxia-no que inspiró a los revolucionarios rusosen su praxis propiamente utópica, cabepreguntarse si el resultado final de esta ex-periencia histórica, su derrumbe, significael fin de la utopía socialista de inspiraciónmarxiana. Ahora bien, si tenemos presen-te lo que ha sido efectivamente esa expe-riencia, de acuerdo con la caracterizaciónque hemos hecho de sus dos periodos,podemos concluir lo siguiente: en el pri-mero, como intento imposible de realizarla utopía, ésta podría ser descalificada–como descalificó Marx otros intentosutópicos cuando no se daban las condi-ciones y mediaciones necesarias para reali-zarlos–, pero esa descalificación no alcan-zaría a su contenido valioso. Por ello, lautopía así descalificada no podría serlocomo proyecto de una nueva sociedad,posible y realizable en otras condiciones ycon las mediaciones correspondientes.Empeñarse en lo contrario entrañaría elrígido determinismo que cierra las puer-tas de la historia. En el segundo periodode la experiencia histórica que estamosconsiderando, el intento utópico, comoya señalamos, quedó atrás, aunque se

mantenía su contenido formal, retórica-mente. En verdad, no existía realmenteuna sociedad socialista, o sea: la realiza-ción de la utopía originaria, aunque se re-curriera a ella, ideológicamente, para legi-timarla. Por tanto, la utopía socialista nopuede ser descalificada a menos que se laidentifique falazmente con el “socialismorealmente existente”, como harían en sutiempo los dirigentes soviéticos y los ideó-logos del capitalismo. Pero, aún rechazan-do semejante identificación y dejando asalvo el contenido utópico, se podría des-plazar el blanco de la crítica a la posibili-dad de su realización para sentenciar quela utopía, al pretender realizarse, produceinevitablemente (una vez más asoma suoreja el determinismo) la negación de su propio contenido. Dicho lisa y llana-mente: la utopía sería buena a condiciónde no empeñarse en realizarla. O sea: elfracaso histórico del intento utópico, ge-nerado por la Revolución de 1917, seríael destino inexorable que aguarda en elfuturo a la utopía socialista, cualesquieraque sean las modalidades, condiciones ymediaciones de su realización.

Ahora bien, como posibilidad real,objetiva, y no como pura fantasía, el so-cialismo existe –como el ser en potenciade Aristóteles– enraizado en, o condicio-nado por, la realidad capitalista. Es unaposibilidad realizable, no realizada aún,que podría no realizarse. Supone, en con-secuencia, un desplazamiento ideal desdeel presente, en el que existe potencial-mente, al futuro, en el que puede o no realizarse. Así, pues, no es parte integran-te de la realidad efectiva, sino de aquéllaque –como dice Bloch– no es todavía4,aunque podría no ser. Pero, justamentepor ello es una posibilidad entre otras.Con respecto a esta pluralidad de posi-bles, cabe recordar que en el ManifiestoComunista de Marx y Engels se admite laposibilidad de que la lucha de clases con-duzca no a la victoria de una sobre otra,sino a su destrucción mutua. Y al formu-lar el dilema de “socialismo o barbarie”,Marx estaba admitiendo una dualidad deposibles de signo opuesto. La posibilidadde la barbarie, en nuestro tiempo, repre-sentada por la amenaza de un cataclismoecológico, un holocausto nuclear o unaincontrolable ingeniería genética, alcanzaun grado de negatividad absoluta –puestoque está en juego la propia supervivenciahumana– que Marx no podía sospechar.

Así, pues, el propio desarrollo del ca-pitalismo crea, junto a la posibilidad de labarbarie extrema, la del otro cuerno deldilema: el socialismo. Crea su posibilidad,pero no su efectividad; es decir, su trans-formación frente a otras posibilidades, enrealidad. Ciertamente, esa transformaciónrequerirá, junto a condiciones reales, ob-jetivas, necesarias, la intervención subjeti-va correspondiente; es decir, la concienciaen la mayoría de la población de la nece-sidad y posibilidad de esa transformación,así como de que debe realizarse, concien-cia indispensable para pasar a la acción.Todo esto comprenderá un largo procesohistórico, cuya duración no se puede pre-ver ni tampoco garantizar su resultado.Pero, desde la altura de nuestro presente,hay que reconocer que el eclipse de lautopía socialista, asociada infundadamen-te al fin del “socialismo real”, ha vueltodifícil e incierto su porvenir. Y, sin em-bargo, la persistencia del capitalismo, laagravación de los males sociales que en-gendra por su propia naturaleza, hacenhoy más necesario que nunca el socialis-mo, y no sólo para los individuos, grupossociales o pueblos que los sufren más di-rectamente, sino también –por los desas-tres ecológicos, nucleares o genéticos quenos amenazan– para toda la humanidad.Por ello, la utopía socialista, de inspira-ción marxiana, de una sociedad más justa,más digna, más libre y más igualitaria, le-jos de haber llegado a su fin, mantiene alentrar en el siglo XXI su vitalidad, noobstante el eclipse por el que hoy pasa suvigencia. Y la mantiene no sólo porque si-gue siendo necesaria, deseable, posible yrealizable, aunque no inevitable, sinotambién porque dado su contenido moralde justicia, dignidad, libertad e igualdad,esta utopía –sea o no sea en el futuro–,debe ser. n

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3 Luis Villoro: El poder y el valor, págs. 217-221.Fondo de Cultura Económica, El Colegio Nacional,México, 1997.

4 Ernst Bloch: El principio esperanza. Aguilar,Madrid, 1977.

Adolfo Sánchez Vázquez es profesor emérito enla Universidad Nacional Autónoma de México.Autor de Filosofía de la praxis y Filosofía y circuns-tancias.

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VENCEDORES TORPESDe la caída del muro de Berlín a la guerra de Kosovo

CARLOS ALONSO ZALDÍVAR

ste artículo es una reflexión sobre laprimera década de la posgerra fría, esdecir, sobre los años que van de la caí-

da del muro de Berlín a la guerra de Koso-vo. Cuando empecé a escribirlo esa guerrano había comenzado y la década en cues-tión era sólo un conjunto de 10 años.Unos años durante los cuales los resultadosde la actuación internacional de Occidentese han ido distanciando más y más de lasperspectivas esperanzadas con que comen-zaron los años noventa, pese a lo cual enlos medios occidentales no se ha desarro-llado la crítica (tan occidental ella) sinoque se ha ido instalando una autocompla-cencia espesa. Cuando termino el artículo,tengo la clara sensación de que la guerra deKosovo, que prosigue, va a poner un amar-go fin a ese periodo y que su final abriráuna etapa nueva marcada por sus conse-cuencias. Empezaré diciendo por qué.

Tucídides en Kosovo¿Estamos ante una guerra “moral”, anteuna guerra por razones humanitarias? Éstees el único argumento desde el que se pue-de intentar justificar la vulneración del de-recho internacional que constituye elbombardeo de Yugoslavia. “No es unaguerra por petróleo ni por territorio, notiene fines materiales, es una guerra paradefender el derecho a la vida de dos millo-nes de albanokosovares”, declaran los quela consideran una guerra “moral”. Pero nofaltan quienes proclaman que no hay gue-rras morales y que ésta tampoco lo es,aunque todas se vistan con ese ropaje. Ha-ce ya 25 siglos, en su Historia de la guerradel Peloponeso (traducción, introducción ynotas de Antonio Guzmán Guerra, Alian-za Editorial, Madrid, 1989), Tucídides de-jó claro que una cosa son los argumentoscon que se explican las guerras y otra losmotivos que las mueven. Incluso les dionombres diferentes: llamó a los primeroslógos y érga a los segundos. Hay quienes

opinan que si en la guerra de Kosovo el ló-gos, es salvar vidas, los érga son dejar claroque Estados Unidos manda. Kissinger haarrojado luz sobre este punto, mostrándo-se contrario inicialmente a que Washing-ton enviase tropas a Kosovo en misión hu-manitaria para, una vez iniciados los com-bates, cambiar de criterio y declarar queEstados Unidos no puede permitirse per-der la guerra de Kosovo, ya que ahora estáen juego un “interés nacional autocreado”.¿En qué quedamos? ¿Qué es lo que está enjuego? ¿Seres humanos o poderes munda-nos? ¿Un imperativo moral o una políticade poder? Levinas, el filósofo, dijo que laguerra es siempre una trampa. La guerrade Kosovo, desde luego, lo es.

Empezó con un motivo moral, que lle-vó a una amenaza, que resultó ser un errorde cálculo, que condujo a iniciar los bom-bardeos en la esperanza de que Miloseviccediera pronto (“No veo por qué esta ope-ración tiene que durar mucho”, dijo Al-bright antes de empezar), esperanza quehasta ahora se ha visto frustrada (“Nuncapensamos que esto fuera a ser rápido”, dijoAlbright después de dos semanas de bom-bardeos), y hoy ya nadie se aventura aapuntar cuándo pueden acabar las hostili-dades. Empezó también con una monu-mental imprevisión sobre la posibilidad deque Milosevic, aprovechando los bombar-deos, reaccionara como un salvaje vacian-do Kosovo de tantos albanokosovares co-mo quisiera (“Fuimos ingenuos”, declaróel ministro holandés de Defensa) y, pagan-do esa ingenuidad, los expulsados seamontonan ahora en campos improvisadoso son enviados no saben adónde, mientrasMacedonia ve con temor cómo se altera sucomposición étnica. Así, la guerra amenazaextenderse. Albania ya está casi dentro ydeseando estarlo más. Sueña que la guerrale traiga la atención y ayuda que no ha re-cibido en los pasados años. Gentes muydiversas tratan de extender la guerra políti-

camente marcándose como objetivo acabarcon Milosevic. Claro que hacerle capitular,no digamos ya desaparecer, puede requeriruna invasión terrestre.

¿Cederá Milosevic en términos quepermitan llegar a un acuerdo? ¿Trataráncon él, si cede, los Gobiernos aliados?¿Conducirá la guerra a una invasión portierra? ¿Rusia contemplará tal cosa sinofrecer ayuda militar a los serbios? ¿Gana-rá la OTAN una guerra en tierra? ¿Qué esganar? ¿Ocupar un trozo de Kosovo y crear en él una base de guerrillas para elEjército de Liberación de Kosovo (ELK)?¿Por qué preferir el nacionalismo violentoalbanés al nacionalismo violento serbio?¿Es ganar ocupar Kosovo entero y organi-zar un protectorado fuertemente defendi-do? ¿Otro, además de Bosnia? ¿Quizátambién un tercero en Montenegro? ¿Du-rante cuánto tiempo? ¿Un lustro, una dé-cada…? ¿Es ganar balcanizar más los Bal-canes? ¿O la verdad es que ganar de ver-dad requiere invadir Yugoslavia y derrocara Milosevic? ¿Se atreverá la OTAN a ello sicontinúa fallando en objetivos menos am-biciosos? ¿Podrá aguantarlo Rusia sin in-volucrarse en el conflicto? Pero, un mo-mento, ¿no había empezado todo comouna operación de bombardeo contra lapolicía especial serbia para proteger a losalbanokosovares, unos bombardeos que nisiquiera iban contra la población yugosla-va y que tendrían daños colaterales míni-mos? Sí, pero Tucídides, prestando su voza los embajadores de Atenas ante los lace-demonios, ya nos advirtió que “grandes eincalculables son las alternativas de la gue-rra, porque ésta, prolongándose, suele lasmás de las veces exponerse a los golpes dela fortuna y de ésta ambos distamos porigual…” (I, 78).

Por el momento dista de estar claro sial final de la guerra los albanokosovaresvan a estar mejor o peor que antes de queempezara y si se verá seguida por una paz

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VENCEDORES TORPES

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estable en los Balcanes o por una mayorbalcanización con un rosario de protecto-rados inviables que hagan la zona todavíamás propensa al conflicto. La guerra deKosovo cierra un periodo histórico abrien-do interrogantes que cuestionan la auto-complacencia occidental. ¿Hará que lasposibilidades de injerencia por razones hu-manitarias se regulen en las Naciones Uni-das o se extenderá el precedente de que lasnaciones se autolegitimen para injerir unasen otras a su criterio? ¿Demostrará laOTAN en Kosovo que en los tiempos quevienen puede y debe jugar un nuevo papelen el mundo o su hacer habrá suscitadotantos temores que cuando acabe la guerrase considere mejor no hablar mucho de susnuevas misiones y, quizá, ni de la propiaOTAN? ¿Estaremos sembrando una nuevaguerra fría que irá germinando en los añosvenideros o será Rusia quien salga fortale-cida por contribuir a pacificar las cosas consu actividad diplomática? ¿Continuarán loslíderes europeos diciendo solemnemente“Europa no puede tolerar eso” cada vezque se encuentren con algo que lo que nopueden es impedir o se decidirán a ponertras sus pomposas declaraciones moraleslos medios propios necesarios para que nosea el prestigio de las armas prestadasquien termine dictando sus principios?

Los noventa, antes y despuésVolvamos atrás. Los primeros noventa fue-ron años de esperanza. Las angustias nu-cleares se desvanecieron. Algunos conflic-tos locales encontraron acomodo. La de-mocracia había mostrado su superioridadfrente a las formas de gobierno autorita-rias. Sadam violó el derecho internacional,pero una reacción casi unánime lo restable-ció de inmediato. En Madrid se inició elproceso de paz en Oriente Próximo. Asiaera fuente de buenas noticias económicas ytambién políticas. La globalización prome-tía impulsar el crecimiento de las econo-mías emergentes mientras aseguraba larentabilidad de las inversiones de los paísescentrales. América Latina salía de la “déca-da perdida”. La extraordinaria transiciónde Suráfrica impulsada por Mandela ani-maba a soñar con un futuro mejor inclusopara África. En resumen, en los primerosnoventa la vida internacional respiraba unoptimismo fresco. Al final de los noventa,de ese optimismo no queda nada.

No todo ha ido mal en los noventa,por supuesto. Ha ido bien la economía es-tadounidense, que ha experimentado uncrecimiento extraordinario y adquiridoposiciones mundiales clave en las tecnolo-gías de la información y los servicios fi-

nancieros. China ha manteniendo un muyalto crecimiento económico, llevando acabo con estabilidad un relevo en la cabe-za del Estado y reintegrando Hong Konga su soberanía sin problemas. En Europa,igualmente, ha habido progresos. Alema-nia se ha reunificado y 11 países han asu-mido el euro como moneda única. No soncosas menores, pero ahí se acaba lo bueno.

En Rusia, el panorama cambia porcompleto. El país se ha ido hundiendo enla confusión y en la pobreza. En las repú-blicas de la antigua Unión Soviética (salvoen los países bálticos) se ha producido unamarcha atrás como pocas se recuerdan enla historia. Muchas decenas de millones derusos malviven hoy en condiciones de mi-seria y en un entorno marcado por la cri-minalidad. Otro tanto reza para las gentesde Ucrania y Bielorrusia, y algo todavía peor para las del Cáucaso y de algunas re-públicas de Asia central. Rusia vive hoyuna situación de hundimiento económico,frustración popular y debilidad del Estadoque recuerda a la República de Weimar. Yesto no es sólo una analogía académica, si-no también una advertencia política. Encuanto al resto de Europa, hay que anotarun desastre sin paliativos y un sacrificio es-peranzado: el desastre son los Balcanes.Los sucesores de Tito se han revelado co-mo unos nacionalistas sangrientos y es pa-tente que Occidente no sabe cómo tratarcon ellos, empezando porque parece quepretende hacerlo solo. Guerras, bombar-deos, matanzas, limpiezas étnicas, nuevosmicroestados y protectorados inviables eshasta ahora la deprimente cosecha en unaregión que, hace 10 años, ocupaba una po-sición digna en Europa. Para Polonia,Hungría, República Checa, Eslovaquia ylas repúblicas bálticas, los noventa tampo-co han sido tiempos fáciles, pero sus pue-blos han dominado sus demonios revan-chistas y nacionalistas y han desarrolladoformas de democracia y de mercado que sevan estabilizando. Una gran ayuda paraello ha sido el incentivo de incorporarse ala Unión Europea. Todavía falta tiempopara eso, pero se andará. Entretanto algu-nos ya están en la OTAN. Rumania y Bul-garia se sitúan en una perspectiva semejan-te, con más retraso y con riesgos de conta-minación balcánica.

En la ribera del Mediterráneo, Argeliaestá ensangrentada. Bien sea por razoneseconómicas, políticas o religiosas, a casitodos los países del área se les ha compli-cado la vida. Con Oslo, los palestinos hanganado un poco de soberanía, han perdi-do prosperidad y han cosechado abundan-te frustración. Por el creciente fértil, del

sur del Líbano a Mesopotamia, cabalga laguerra de la que el pueblo iraquí es la principal víctima inocente. Una víctimaque se consume sin que nadie la atienda.A los ojos árabes, en estos años Occidenteha actuado mediante la fuerza y aplicandoun doble rasero. Quienes dependen delpetróleo tienen por delante tiempos difíci-les, incluida Arabia Saudí. Todo lo ante-rior alimenta el fundamentalismo islámi-co. La excepción es Irán, donde ya hancomprobado que el Corán no tiene solu-ción para los problemas económicos. Eldesastre de Afganistán clama al cielo y, pa-ra que no se repita en Kosovo o en Irak,reclama que se recuerde cómo fue causadoaquí en la Tierra.

En Asia ya no hay buenas noticias. Ja-pón, que antes batía marcas de crecimien-to, desde el fin de la guerra fría las bate derecesión. En Corea y en el sureste asiático,el aire fresco de la liberalización financieraentró y se llevó por delante el trabajo deuna generación. En Indonesia, Tailandia yCorea, decenas de millones de personas sehan visto de la noche a la mañana arroja-das a la pobreza. Indonesia es terreno dematanzas y amenaza fragmentarse, mien-tras en Malaisia y Singapur reaparecen lastensiones raciales. En el sureste asiático seesfumó la prosperidad y puede esfumase lapaz. En India y Pakistán la miseria siguecomo siempre, se ha activado la intransi-gencia religiosa y lo nuevo son las pruebasnucleares.

En América Latina hay algo más dedemocracia, mejor gobernación en algúnsitio, menos guerrillas; México entró en laNAFTA (Zona de Libre Comercio delAtlántico Norte) y se ha creado Mercosur.Sin embargo, el crecimiento económicoha resultado irregular e insuficiente. Lacrisis del peso mexicano se superó, peroahora le toca al real y Brasil ve impotentecómo se van los capitales por el sumiderode la desconfianza mientras trata de impe-dirlo estrangulando su economía con tiposde interés altísimos. El funcionamiento dela globalización ha cambiado, ahora el di-nero vuelve desde la periferia al centro ylos mercados emergentes se sumergen. Laenorme desigualdad social que alberga laregión no se ha corregido. El otro gran pe-ligro se ha confirmado. La corrupción vinculada al narcotráfico domina la políti-ca en varios países.

Finalmente, está el África subsaharia-na. Un genocidio con un millón de muer-tos no se da todas las décadas. En los no-venta ya lo ha habido en Ruanda: unos800.000 tutsis y algunos centenares demiles de hutus. Junto a esto, que haya otra

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docena de guerras viejas y nuevas (en An-gola, Sierra Leona, Somalia, Liberia, Etio-pía, Eritrea, Congo…) casi pasa desaperci-bido. Y Mandela se va.

Consolidar un balance así no es fácil,pero el panorama no resulta precisamenteestimulante. Además, las buenas perspecti-vas escasean. Los conflictos más violentosestán abiertos o enquistados. Westendorp,el alto representante en Bosnia, se pregun-taba en una entrevista reciente “si alguientiene una política para los Balcanes”. Demomento hay bombas. También conti-núan cayendo bombas en Irak, mientras elConsejo de Seguridad de las NacionesUnidas busca una política infructuosa-mente. Sobre el paralizado proceso de pazen Oriente Próximo, lo más optimista quese oye decir a los que saben es que “no hayalternativa”, o sea, que hay que cifrar todoa la paciencia de los palestinos. Y de Áfricani se habla.

Los problemas de raíz más económica–los de Rusia, el sureste asiático, AméricaLatina y otros– no cuentan tampoco conmejores perspectivas. El horizonte econó-mico mundial está lleno de nubarrones.Cerca de medio mundo está en recesión ysólo el crecimiento de la economía esta-dounidense impide que ésta se generalice.Su expansión ya dura más de ocho años y,de una forma u otra, va a acabarse pronto.Si lo hace mientras Europa crece morteci-namente, antes de que Japón reviva, conel sureste asiático en recesión y la produc-ción de China en descenso, el resultadoserá, literalmente, deprimente. En todocaso, quienes controlan el euro, el yen y eldólar tendrán que establecer la manera deque los países emergentes vuelvan a teneracceso a capitales –pues de otra forma sereplegarán hacia el proteccionismo– y derecortar la volatilidad de los flujos masivosde capital a corto plazo –sin por ello des-truir los mercados de capital– si no quie-ren que las crisis financieras se repitan. Siestrenamos el milenio con una recesiónglobal, una situación internacional que yaes mala se complicaría mucho más. ¿Có-mo se ha llegado aquí?

La ofensiva de los banquerosDurante los pasados años Clinton come-tió un gran error al permitir que los inte-reses de la comunidad financiera estadou-nidense fueran situándose en el centro desu acción exterior. Como consecuencia de ello, el Gobierno de Estados Unidos seha dedicado durante los años noventa apromover la libertad de movimiento decapitales sin matices e incluso sin tomaren consideración las características y pre-

cariedades de los sistemas financieros loca-les. Los emisarios de Washington han re-corrido el mundo diciendo “abra su siste-ma financiero”. Cuando le respondían queno era posible porque tenía problemas, in-sistían: “No se preocupe, ábralo a la com-petencia y eso lo arreglará”. Han aconseja-do, persuadido y presionado para que esose hiciera incluso en sitios con institucio-nes bancarias manifiestamente frágiles ymal reguladas. Así se plantaron las semillasde la crisis que empezó en Tailandia el ve-rano de 1997, se extendió rápidamente abuena parte de Asia, continuó por Rusia yahora castiga a Brasil y Latinoamérica. Sinolvidar que esa crisis también dio sustos,

como el del LTCM (Long Term CapitalManagement: el muy exclusivo fondo deinversiones con dinero prestado que con-taba entre sus gestores con dos premiosNobel de economía y cuyo rescate tuvoque organizar precipitadamente Greens-pan) en el mismísimo corazón del sistema.

Tras esa ofensiva había y hay interesesmateriales importantes. Hoy el comerciode acciones, bonos, divisas y otros produc-tos financieros derivados supera 10 veces alvalor de toda la producción mundial. Lacreación de un mercado global en el quelos capitales se mueven libremente está de-trás de la expansión sin precedentes de laeconomía estadounidense en los noventa.

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Pero esa liberalización también trajo lapropensión a las crisis, y cuando ésta sepresentó en Estados Unidos no entendie-ron lo que pasaba. Primero se opusieron auna propuesta japonesa de ayudar a Tai-landia y más tarde a otra, también de Ja-pón, de organizar un paquete de préstamosdel orden de 100.000 millones de dólares(el Asia Monetary Fund) dirigidos a evitarque se extendiera por Asia. Estados Unidosno quería perder protagonismo y controlen favor de Japón. Su decisivo criterio fueque sólo el Fondo Monetario Internacionaldebería intervenir, y así se hizo, pero actuómal, creando a varios países asiáticos pena-lidades innecesarias, aunque después pare-ce estar revisando sus recetas. Los financie-ros europeos comparten responsabilidadescon sus colegas de Wall Street, ya que semetieron sin dudarlo por la misma vía y,cuando la crisis mordió tanto en Asia co-mo en Rusia, los bancos europeos se con-taron entre los más dañados.

Los destrozos sociales que ha produci-do la crisis han sido terribles, sobre todoen Asia. Algunos países se preguntan si nohubiera hecho mejor marginándose de laglobalización. La verdad es que, refugiadosen el proteccionismo, no hubieran obteni-do inversiones, tecnologías y acceso a mer-cados que consiguieron y necesitan. Loque no tenía por qué haber ocurrido es queesos países perdieran bruscamente buenaparte de lo que habían logrado en los 20años anteriores. Eso era perfectamente evi-table, y presentar ese golpe brutal como al-go necesario para sanear sus economías ypara acabar con el amiguismo es de un ci-nismo enorme. Las debilidades de cada país se han dejado notar en la crisis, nopodría ser de otra forma, pero también lairresponsabilidad de quienes forzaron libe-ralizaciones financieras sin miramientos;concedieron créditos carentes de criteriocomercial y luego salieron corriendo. Co-mo resultado, la crisis ha dejado una resa-ca antioccidental que todavía está incu-bando y que se irá manifestando variada yprogresivamente. Nada de extrañar tieneque hoy en Asia la imagen del “capitalis-mo anglosajón” haya dejado de ser la deun dragón benéfico y se haya convertidoen la de un ogro feroz carente de sentidocívico, o que en Rusia los políticos prooc-cidentales estén en el fondo del pozo deldesprestigio.

Más vale pájaro en mano…El segundo error grave de Clinton en estosaños se centra en el tratamiento de Rusia.Tras el derrumbamiento de la URSS, laactitud de Occidente hacia Rusia y los

países que se liberaron de su dominio po-día enfocarse de dos formas distintas, quepueden ilustrarse, una con el refrán “Másvale pájaro en mano que ciento volando”,y la otra con el no-refrán inverso, “Másvale ciento volando que pájaro en mano”.La primera consistía en ocuparse de quePolonia, Hungría, República Checa y, deser posible, también Ucrania se fueran in-tegrando en Occidente –consolidando asíla victoria de la guerra fría–, al tiempo queOccidente se desentendía de la evoluciónde Rusia, en el convencimiento de que nohabía mucho bueno que esperar de ella yquizá sí algo malo, por lo que si Rusia sedebilitaba, tanto mejor. El otro enfoqueconsistía en ayudar en serio a Rusia a con-vertirse en un país dispuesto a eliminar elfactor fuerza en sus relaciones con los res-tantes países europeos, del mismo modo ytanto como lo han hecho los países de laUnión Europea entre sí. Tal cosa no erafácil y requería que Rusia fuera asumiendoaltas dosis de democracia, de mercado ygarantizando unos mínimos de justicia so-cial. Era difícil, pero ésa era la gran opor-tunidad histórica que había abierto el finalpacífico de la guerra fría; una oportunidadque encontraba un fundamento en la acti-tud profundamente contraria al uso de lafuerza que mostraba el pueblo ruso y enlas esperanzas que depositaba en la demo-cracia. De tener éxito una estrategia así, lasatisfacción de las demandas de occidenta-lización de Polonia, Hungría, RepúblicaCheca o de las repúblicas bálticas vendríadada por añadidura.

A la vista del panorama actual hay quedecir que todo ha ocurrido como si Occi-dente hubiese tratado de debilitar a Rusiay de ofrecer a los otros países sólo aquelloque menos le costaba: el ingreso en laOTAN. Utilizo la fórmula habitual en fí-sica, como si, porque no creo que lo ocu-rrido sea resultado de un plan sino, muycontrariamente, de la ausencia de visiónsobre lo que convenía hacer. La políticaoccidental hacia Rusia y los países del cen-tro y este de Europa ha sido la resultantede solicitaciones diversas provenientes degrupos de interés étnicos (como el lobbypolaco o los de los países bálticos en Was-hington), de grupos económicos (comolas industrias de armamento estadouni-denses interesadas en el ingreso de nuevospaíses en la OTAN para venderles armasinteroperativas), de grupos financieros deuno y otro lado del Atlántico que hanpromovido y sostenido a los llamados “re-formadores” rusos (personajes siempre dis-puestos a favorecer cualquier esquemabancario o empresarial del que pudieran

sacar provecho personal). También haninfluido en ella intereses nacionales deotros países, como el interés de Alemaniaen dejar de ser frontera exterior de laOTAN o el del Reino Unido en ganar so-cios para cualquier arreglo futuro sobre laseguridad en Europa. Y, por supuesto, ésaha sido también la política consciente deaquellos viejos halcones de la guerra fríaque siguieron conservando la mentalidadde la época. De nada han servido reitera-das advertencias contrarias a ese actuaraun proviniendo de personas tan autoriza-das y prudentes como George Kennan.

No olvido que hay otro ingredientemás en la explicación de lo que ha ocurri-do en Rusia y que es de la mayor impor-tancia. Me refiero a la actuación de los po-líticos rusos, que no ha podido ser másdesastrosa. Esto da una buena coartada aquien la busque para echar culpas fuera,pero no cambia un ápice el hecho de quelo ocurrido en Rusia, además de ser unamonumental desgracia para los rusos, en-cierra serios peligros para Occidente. Esmás, mientras el pueblo ruso no sitúe alfrente del país a gente más honesta y máscapaz de la que ha dominado la escena enestos años, el importante espacio que Ru-sia debe ocupar en Europa será un huecopropenso a llenarse con lo peor y toda Eu-ropa se resentirá de ello. En 10 años, enOccidente se ha pasado de la convicciónde que “lo que está en juego en Rusia esde enorme importancia” a actuar como si“lo que pase en Rusia no importa”. Estegiro, que resume las humillaciones queRusia viene experimentando, supone que las buenas oportunidades que seabrieron con los cambios en la URSS sehan desvanecido de tal manera que lo quehoy más importa de Rusia son los malosriesgos que encierra: armas nucleares des-cuidadas, centrales nucleares degradadas,mafias poderosas… y mañana quizá unnacionalismo antioccidental rabioso.

La superpotencia solitariaEl tercer gran error de Clinton en estosaños es que se ha ido dejando arrastrar adar la imagen de que ejerce un liderazgomundial unilateral, pese a saber, como sa-be, que ni él ni el Congreso ni el pueblo deEstados Unidos están dispuestos a asumirlos costes y los riesgos que eso implica. Elresultado está siendo una retórica irritantede hegemon benigno: ”Somos la nación in-dispensable”, “Somos más grandes y vemosmás lejos” (Madelain Albright). Una retóri-ca a la que le pasa lo mismo que al despotis-mo ilustrado, que es ilustrado sólo paraquien lo ejerce, mientras que para el resto

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se queda en simple despotismo. Ese seudoli-derazgo le ha ido llevando a aplicar una política de sanciones unilaterales y de bom-bardeos que dista mucho de poder resolverlos problemas que afronta. A quien el pá-rrafo anterior le parezca exagerado, puedotranquilizarle, o quizá preocuparle más, di-ciendo que las ideas que contiene procedende una fuente tan académica y conservado-ra como Samuel Huntington. Así se expre-sa en un reciente artículo titulado ‘The Lo-nely Superpower’ (Foreign Affairs,marzo/abril 1999), un artículo que conclu-ye recomendando a los dirigentes de Esta-dos Unidos que dejen de actuar como si vi-vieran en un mundo unipolar porque elmundo hoy no es así; que abandonen todailusión de ejercer una hegemonía benigna,porque sólo conseguirán irritar al personal;que desarrollen –si saben– una estrategia detipo bismarckiano, y que se esfuercen en es-tablecer una cooperación sana con Europa.

La actuación exterior de la Adminis-tración Clinton ha ido resbalando poco apoco hacia un estilo de hacer las cosas en-tre prepotente e impotente, que empieza adar miedo. ¡Eso no está tan mal!, podríadecirse; ¡Así los rogue states sabrán a quéatenerse! (Estados Unidos denomina conese término, que puede traducirse por go-biernos malhechores, a Irak, Serbia, Libia yotros países; el concepto no es muy preci-so ni muy fino). El problema reside en queesos Gobiernos son precisamente los que menos se asustan. Se asustan otrosmuchos: los que ven que Estados Unidosmargina a Naciones Unidas, los que se pre-guntan dónde están los límites del unilate-ralismo, los que piensan que lo que a unosse les permite a otros se les castiga. Sí, Es-tados Unidos, un país que tanto apreciaque le amen, cada vez produce más mie-do, incluso entre los amigos. Los bombar-deos de Irak no han arreglado nada, comotodo el mundo sabe. Sadam Husein siguedonde estaba y menos controlado que an-tes. El pueblo iraquí está destrozado porlas sanciones económicas; “sanciones dedestrucción masiva” se le ha llamado. ¿Nosería mejor acabar con las sanciones y re-cuperar el control de armamentos? El fu-turo político de Irak aparece más oscuroque antes. Nadie debió tomar en cuentatodo esto antes de iniciar la guerra en Ko-sovo. Se comenzó para impedir o reducirdaños humanos, pero, de momento, todolo que ha hecho es responder a unos da-ños con otros daños, contraponer a unmal otro mal. De un lado, la limpieza ét-nica de albanokosovares que lleva a cabola policía serbia; del otro, los bombardeosa que la OTAN está sometiendo a los ciu-

dadanos yugoslavos. El segundo mal noevita el primero, los dos se suman y enambos casos quienes pagan son los másinocentes. Ésa es la debilidad moral delpoder de castigar. En cuanto al poder dereparar y arreglar, ¿cree alguien de verdadque los Balcanes pueden pacificarse y esta-bilizarse contra Serbia y sin Rusia?

La manera en que hoy se hace la polí-tica exterior de Estados Unidos ayuda aentender estos desvaríos. A diferencia de loque ocurría durante la guerra fría, el paíscarece ahora de objetivos exteriores quecuenten con un amplio respaldo nacional,y su actuación internacional muestra unaacusada influencia de grupos de presiónvariopintos y de instituciones sectoriales.Además, Clinton ha acusado en su hacerlos efectos de la implacable campaña dedesprestigio personal a que le ha sometidola derecha fundamentalista cristiana y sec-tores que se han visto amenazados con re-formas serias, como, por ejemplo, los vinculados a la medicina privada. La socie-dad estadounidense tiene todo el derechodel mundo a embarcarse en semejantes ba-tallas, pero lo que no puede pretender elpresidente de Estados Unidos, ni el paíscomo tal, es ejercer un liderazgo mundialal tiempo que permite que su política exte-rior se vea marcada por sus fantasmas másinternos. ¡Claro, que si hay quien lo sigue!Ahora bien, conviene saber que Clinton vaa seguir bajo fuego cruzado y un pobre re-sultado en Kosovo va a incrementarlo.

Todos enfadadosAl final de los noventa hay mucha genteenfadada. Países que habían emprendidocon decisión el camino de la apertura y dela liberalización de sus economías, a la vis-ta de lo que les ha ocurrido (caso de losasiáticos) o pillados en trampas de difícilsalida (como los brasileños), se interrogansobre cómo proseguir. Por otro lado, ger-mina un clima de rechazo entre quienesconsideran que Estados Unidos practica elunilateralismo de la sanción, de la bombay del rasero arbitrario. En Rusia se enconael resentimiento que produce la humilla-ción reiterada, en China crece la preocu-pación al ver que Washington recurre a lafuerza sin miramientos para con el dere-cho internacional, los árabes llevan unadécada más sintiéndose víctimas de untrato desigual respecto a Israel y la ONUse ha visto despreciada una y otra vez,aunque luego se vuelve a ella para sacar lascastañas del fuego. Un malestar antiameri-cano difuso está germinando.

Y germina en paralelo una hostilidadestadounidense en múltiples direcciones:

contra Rusia, por inercia del pasado; con-tra China, por temor del futuro; contra elislam, porque lleva años sembrándose acuenta de los Jomeinis, los Gaddafis y losSadams; contra Latinoamérica, porque sela presenta como fuente de drogas y de in-migrantes indeseables. Europa tampoco es-capa a las iras transatlánticas. Forbes, uncandidato a la presidencia de Estados Uni-dos, vaticina que “si Europa no elimina suesclerotizado sistema de bienestar social yda a la gente más control sobre su dinero,terminará haciéndose pedazos como Yu-goslavia”. Buena mezcla de ignorancia yagresividad. Tras este tipo de manifestacio-nes, ya que la citada dista de ser un casoúnico, subyace una cierta sospecha de queel resultado de la unificación europea, po-tenciado por el lanzamiento del euro, pue-da dar nacimiento a un auténtico rival deEstados Unidos. Otra fuente de irritaciónhacia Europa es la percibida falta de volun-tad europea de asumir los costos y los ries-gos de su propia defensa: los europeos sonunos free riders, es decir, unos gorrones.Con Kosovo vuelve a oírse eso de “otra vezlos americanos tenemos que rescatar a Eu-ropa de sus líos”. En Europa es causa demalestar algo muy distinto. Cada vez másciudadanos no se resignan a presenciar có-mo aquí o allá se producen vulneracionesmasivas de los derechos humanos o desas-tres humanitarios sin que sus Gobiernoshagan algo para evitarlo. La limpieza étnicaque impulsa Milosevic en Kosovo ha dis-parado este sentimiento que reclama solu-ciones sencillas, rápidas y efectivas, algoque algunos han creído poder encontrar enel llamado “derecho de injerencia”. Se pre-tende que si un Estado maltrata a sus ciu-dadanos, con lo que deja de cumplir sumisión básica, que es defenderlos, pierda elderecho a que los demás Estados respetensu jurisdicción interior. No seré yo quiense oponga a tal principio, pero tampoco se-ré yo quien de luz verde a su aplicación an-tes de que se haya codificado cuándo, quiény cómo puede injerir, pues de otra forma secorre el riesgo cierto de que la injerencia,en vez de en un derecho, se transforme enabuso. A fin de cuentas, el fuerte puede in-jerir, pero el débil solamente puede ser injerido y quién sabe si hasta ingerido. Unimportante paso para poner coto a las vio-laciones brutales de los derechos humanosfue la firma el año pasado, por 120 países,del Tratado de Roma, que cuando entre envigor creará el Tribunal Penal Internacio-nal. Lástima que Estados Unidos y Chinano lo hayan suscrito.

El pecado de Europa

CARLOS ALONSO ZALDÍVAR

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Diez años después del alegre fin de la gue-rra fría, el humor del mundo es más som-brío. Y, pese al euro, el de Europa también.Europa ya tiene una moneda, pero ¿tieneun futuro? Durante la mayor parte de estosúltimos 10 años los países de la Unión Eu-ropea se han centrado en lanzar el euro yarreglar problemas caseros. Como resulta-do, la política exterior común ha sido muypoca cosa y Clinton no encontró en mu-chos momentos el socio que le hubiera ve-nido bien encontrar. Eso representa unagran ocasión perdida por la Unión Euro-pea, porque Clinton ha sido el presidentede Estados Unidos mejor dispuesto a quelos europeos asuman un mayor protagonis-mo político y militar. Si la Unión Europeano ha levantado cabeza en estos camposdurante la pasada década ha sido por culpasuya. La razón, no hay que ocultarlo, esque dentro de la Unión todavía hay quiensueña más en ser una potencia nacionalque en hacer una Unión potente.

Los países de la Unión Europea, se loplanteen abiertamente o no, tienen que irdecidiendo ante dos alternativas. Una es sivan a plegarse al concepto estadounidensede no-regulación-financiera-internacional osi, desde la nueva posición que les confiereel euro, van a actuar para modificar sustan-cialmente el enfoque que por el momentoprevalece en Washington. La otra es si vana presentar un perfil político propio en sutrato con cada uno de los miembros delenjambre de países que se sienten perjudi-cados, ofendidos o simplemente asustadospor el comportamiento de Occidente, o sivan a cerrar filas con un Estados Unidoscada vez más solitario y unilateralista. Am-bas opciones están relacionadas y ningunade ellas es tan sencilla como pueden dar aentender las formulaciones anteriores. Enmateria económica, la opción que encarala Unión Europea no es sólo una opciónsobre la regulación financiera internacio-nal; es al mismo tiempo, y sobre todo, unaopción sobre la evolución que va a experi-mentar el propio modelo económico y so-cial europeo en el próximo decenio. ¿Unarenovación basada en el euro y dirigida apreservar unas sociedades que disfrutan deuna fuerte protección social, tienen desi-gualdades limitadas y mantienen una altaproductividad, o un deslizamiento de estemodelo hacia los perfiles del modelo esta-dounidense con grandes desigualdades ygran capacidad de renovación y cambio?En cuanto a la opción que la Unión Euro-pea encara en materia de política exterior,también está llena de implicaciones inte-riores. La más seria es que para asentar concredibilidad una posición propia tiene que

asumir la autodisciplina que le permita ela-borarla y además dotarse de medios milita-res propios para hacerse respetar por símisma. Dicho más claro, tiene que empe-zar a terminar con la mórbida dependenciapolítica y militar de Washington que asu-mió en los tiempos de la guerra fría. En se-gundo lugar, la UE tiene que centrarse enmaterializar las posibilidades de entendi-miento con Rusia que creó el final pacíficode la guerra fría, asumiendo que para ase-gurar la paz y la estabilidad en Europa laUE necesita, tanto como el respaldo mili-tar de Estados Unidos, la colaboración po-lítica de Moscú.

Nadie más interesada que la UE enunas relaciones constructivas con Rusia,tanto por razones de seguridad como eco-nómicas. Pero nadie tan asustada como laUE porque esas relaciones puedan volver-se hostiles, de ahí su (bastante) deseadadependencia militar de Washington. PeroWashington no está interesado en pagarlos miedos de la UE, sobre todo si no losconsidera muy reales. Y si cree que lo son,lo que no está es dispuesto a tener conRusia los miramientos que la UE reclame.O la UE va saliendo de ese lío neurótico orenuncia a unas relaciones autónomas conRusia y deja que su política exterior la es-criban las armas de Estados Unidos. Si laUE se inclina por seguir en política exte-rior a merced de Washington, como bási-camente ha hecho en lo que va de posgue-rra fría, debe saber que ésa será una mer-ced que no siempre va a estar disponible,y que, cuando lo esté, cada vez le va a re-sultar más cara. Por el contrario, si la UEsuma al instrumento diplomático que re-presenta ofrecer acceso a su seno (o favo-rables acuerdos de asociación), una políti-ca de defensa propia con la que respaldaruna política exterior común, estará encondiciones de estabilizar una Europa nodividida y de contribuir a la paz en otraspartes del mundo. Me refiero a una políti-ca de defensa propia que puede articularen la OTAN con la de Estados Unidos yotros países, pero no a que sea la OTANquien defina esa política europea. La UEes ya una realidad demasiado fuerte paravivir cómodamente bajo el ala de Was-hington y todavía demasiado débil paravolar por su cuenta. La indefinición queesto supone no durará, y o la UE se sigueacogiendo a la protección de Estados Uni-dos y paga por ello peaje político en elmundo, o le dice a ese gran país “usted esmi amigo, pero yo soy yo”, y se lo dice losuficientemente claro para que vaya oyén-dose en los demás países. Hasta ahora, lascosas ha resbalado en la primera dirección,

y éste es el cuarto gran error de la década–en este caso un error exclusivo de laUnión Europea–. Puede, sin embargo,que la penosa experiencia de Kosovo em-piece a cambiar también esto.

Vencedores torpesEn una conferencia que pronunció en TelAviv el pasado mes de febrero escuché de-cir a Joschka Fisher, ministro de AsuntosExteriores de Alemania, que los vencedo-res de la Segunda Guerra Mundial habíansido unos “vencedores sabios” (wise victors,dijo en inglés). Me pregunté entonces silos vencedores de la guerra fría tambiénestán siendo “sabios”. El lector sabe ahorapor qué considero que han sido unos ven-cedores torpes.

Acabo de leer un libro que cuenta có-mo un país, un gran país, puede equivo-carse de plano en el tratamiento de lacuestión internacional más importante pa-ra su futuro y cómo puede permanecer enel error por decenios y sólo empezar a co-rregir el rumbo, a trancas y barrancas, aremolque de los acontecimientos. El librose titula This Blessed Plot y su autor es Hu-go Young; el país al que se refiere es el Rei-no Unido; el error que cometió fue man-tenerse al margen del proceso de integra-ción europea durante decenio y medio, ylas trancas y barrancas que todavía tienenque atravesar los británicos para incorpo-rarse al euro son consecuencias de aquelerror, quizá no las últimas.

Los dirigentes británicos creyeron queEuropa no podría unirse sin contar conellos y que su país, apadrinando a la Com-monwealth y apadrinado por EstadosUnidos, podría mantenerse fuerte y ergui-do al margen del continente. Y lo creye-ron durante decenios, tanto los conserva-dores como los laboristas (salvo notablesexcepciones). El fuerte sentimiento devencedores con que terminaron la Segun-da Guerra Mundial fue una especie de au-ra en torno a su cabeza que les impidió vercon claridad los cambios que se estabanproduciendo en el mundo que tenían de-lante. A la vista de los últimos 10 años,me pregunto si a quienes en 1989 se sin-tieron vencedores de la guerra fría no lesha estado pasando algo parecido en losnoventa. Y me pregunto también si no lespasa otro tanto a aquellos europeos quesueñan todavía más en ser potencia nacio-nal que en hacer una Unión potente. n

Tel-Aviv, 23 de abril de 1999.

VENCEDORES TORPES

18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 93

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático.

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LOS INTERESES CULTURALESY LA PASIÓN POR LA CULTURA

ENRIQUE GIL CALVO

l título que encabeza mi reflexión esdeliberadamente hirschmaniano, perosi he querido utilizarlo no es sólo co-

mo homenaje sino para enmarcar mejormis argumentos, indirectamente inspira-dos en la obra de Hirschman, Las pasionesy los intereses1. Como se recordará, se na-rran allí las esperanzas que los pensadoresdieciochescos depositaron en el doux com-merce para apaciguar y pacificar los belico-sos ánimos. Dado que las élites sociales sehabían enfrentado por toda Europa enguerras impulsadas por su sed incontro-lable de poder, autores como Hume,Steuart, Smith o Montesquieu empezarona imaginar que si esas élites se dedicasen ahacer negocios en vez de hacer la guerra qui-zá aprenderían así a controlarse, confiandoen que sus intereses económicos pudieranmoderar y civilizar sus pasiones políticas.

Como se sabe, esa esperanza se frus-tró, pues tras el triunfo del capitalismo elinterés económico se reveló tan incon-trolable y destructor como las propias pa-siones políticas. De ahí que ahora los con-ceptos de pasión e interés hayan invertidosu signo, definiéndose al modo románticoen el sentido de satanizar el afán de lucrosacralizando el apasionado desinterés gra-tuito. Y un ejemplo inmejorable es la esfe-ra de la cultura, a la que se define comoactividad irreductible al utilitarismo. Deahí que para poder aplicar el esquema deHirschman al mundo de la cultura seríaquizá necesario invertir sus términos,imaginando que sólo un renacimiento dela pasión por la cultura podría civilizar losefectos perversos de los intereses culturales.

Sin embargo, las cosas podrían no sertan fáciles como parecen a primera vista.Quiero decir que, según como se mire,quizá resulte interesante adoptar la hipóte-

sis de Hirschman, imaginando que los ma-les actuales se deben a las bajas pasionesculturales, como sucede por ejemplo cuan-do desde el Estado, los nacionalismos o lospartidos se instrumentaliza políticamenteel mundo de la cultura. Tanto es así, quesólo rehabilitando el recto interés, o la inde-pendencia económica y la autonomía profesional de los creadores culturales,resultaría posible rehabilitar la esfera de lacultura. Por lo demás, si analizamos el con-cepto de interés advertiremos que poseeconnotaciones ambivalentes. Es verdadque cuando rechazamos la venalidad delarte comercial estamos utilizando una ver-sión negativa de los intereses culturales. Pe-ro si consideramos que una manera de juz-gar la literatura o las obras de arte es la deregistrar el interés despertado en lectores oespectadores, advertiremos que las cosas noson tan simples. Y si de aquí pasamos afijarnos en los intereses reivindicativos delos creadores y productores de cultura,analizando su dependencia de subvencio-nes, patrocinadores o clientes, y la corre-lación de fuerzas en las luchas internas porel poder, estaremos haciendo un uso muydistinto del concepto de interés.

No quiero insistir, pues sólo deseo su-gerir que no es tan extravagante el intentode aplicar el esquema de Hirschman alcampo de la cultura. Sin embargo, para noser mal interpretado, añadiré que no es miintención defender la peregrina idea deque hay que acabar con la pasión por lacultura desinteresada, o la de que en mate-ria cultural cualquier interés lucrativo re-sulte justificable. Nada de eso. Lo únicoque quiero es discutir la ideología oficialsobre la cultura, que la entiende como unaactividad pura y desinteresada, a la quedebiera protegerse de su perniciosa conta-minación por los espurios intereses mate-riales. Pero para poder cuestionarla, debe-ré dibujar un marco teórico general, capazde orientar y contextualizar el debate

permitiendo una interpretación sintética.Y para ello articularé mi exposición de lasiguiente forma. En primer lugar, señalarélos puntos actuales de candente conflictoque componen la vigente agenda cultural,a partir de los pares de fuerzas pasión-inte-rés que la tensan. Después, expondré mipropio mapa teórico de orientación en elcampo cultural, comparando cuatromatrices opuestas inspiradas en los tiposculturales de Mary Douglas: la demagógicao populista, de raíz latina; la comunitaria opopular, de ánimo carnavalesco; la cortesa-na o elitista, de modelo francés; y laprofesional o mercantil, de origen británi-co. Y por último me centraré en la discu-sión del modo actual en que se combina laherencia de dos lógicas contrapuestas: la estatal-burocrática, de linaje francés, y la mercantil-globalizada, de formato an-glosajón. Y lo haré en diálogo con Bour-dieu sobre las luchas del campo cultural.

El trono, el altar y los mercaderes del temploConsideremos los sucesos de Arco 99,cuando los galeristas que componen sucomité de selección se sublevaron contrael proyecto oficial de reforma del regla-mento que determina los criterios deselección, a fin de hacerlos más objetivos,transparentes y recurribles2. Mirado desdeel exterior, se trató de un auténtico motínde Esquilache, que pretendía mantener ta-pado el oscurantista velo de misterio queencubre una selección arbitraria, exclu-yente y endogámica. Todo ello, por su-puesto, en defensa de la sacrosanta purezacultural, amenazada por la vulgar basuramercantil. Pero sin olvidar, tampoco, queArco es una feria que vive tanto de lassubvenciones públicas como de las ventasprivadas. Así que la contradicción no po-

E

1 Albert O. Hirschman: Las pasiones y los intere-ses. Editorial Península, Barcelona, 1999. 2 El País, 17 de febrero de 1999, pág. 45.

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dría ser más flagrante, dada la santa alian-za entre el trono de la cultura burocráticay el altar de la vanguardia sacerdotal, quepugnan por blindarse contra la intrusiónde los mercaderes que trafican en el tem-plo de la cultura.

Éste no es más que un ejemplo entremuchos, reveladores de una tensión apasio-nada entre posturas opuestas que, con la ex-cusa de tomar a la cultura como disputadoobjeto de deseo, se enfrentan por el repartode concesiones burocráticas, cuotas demercado, subvenciones estatales o preben-das publicitarias. He comenzado por referir-me a la polémica entre elitismo y comercia-lismo, que se manifiesta no sólo en el cam-po del arte sino también en el de laliteratura (entre novelas de calidad y best se-llers) o la cinematografía (entre el cineminoritario de autor y el star system o ci-ne industrial de masas). Pero esta polémicaadmite otra variante distinta, que hace aho-ra furor en la prensa cultural y en los ce-náculos pedantes: me refiero al debatedesencadenado por George Steiner y prose-guido por Ernst Gombrich sobre las van-guardias, a las que se descalifica por subanalidad, irrelevancia y nulidad cultural3.Y esta denuncia no es preciso formularladesde el clasicismo, como hacen los menosinformados, sino que puede hacerse desdela propia defensa del arte moderno, basadoen la búsqueda de la innovación y el progre-so: para un Jean Clair (en sus Considérationssur l’État des Beaux-Arts), las vanguardias ha-brían entrado tras Marcel Duchamp en unproceso de creciente descomposición4,entregadas a la búsqueda de la espectaculari-dad y el sensacionalismo. En suma,

“la vanguardia es ahora administrada por las galerí-as comerciales y las instituciones públicas; es con-sumida y rentabilizada por los magnates; es publi-citada por los medios de comunicación de masas y,finalmente, es admirada por el público”5.

Otro gran debate abierto en el campocultural es el que opone a los apocalípticos,que denuncian los estragos de la culturaindustrial de masas, frente a los integrados,que saludan las funciones implícitas satis-fechas por el consumo ritual, paródico oresistencial de la subcultura popular. Aquíse abren dos frentes de batalla. Por un lado

tenemos la rampante telefobia que frecuen-tan autores como Bourdieu o Sartori6, per-siguiendo airados los efectos perversos ge-nerados por la televisión-basura7. Y en estemismo frente se alinean quienes se duelende la muerte de la lectura o al menos de lapérdida del hábito lector8, extinguido porefecto del vicio audiovisual inoculado através de las redes digitales del globalizadoimperialismo mediático9. Poco importaque, en realidad, cada vez se publiquenmás libros y se lea más cada vez10, pues co-mo la globalización mediática se extiendecon mucha mayor velocidad todavía11, seteme que la subordinación de la escrituraal imperialismo de los medios audiovisua-les aún se agrave más.

El otro frente está representado por ladecadencia de la educación institucionalfrente al auge de las subculturas informalesdel entretenimiento industrial, por el estilode la moda, el deporte, la música, etcétera.Aquí destacan entre nosotros autores comoSavater, que han insistido en los peligrosderivados de la desautorización educativa,y ello tanto en su vertiente familiar comoescolar, pues la enseñanza formal parece es-tar fracasando en su función de formarmaduros ciudadanos adultos que se sien-tan respetuosos de los derechos ajenos,dueños de sí mismos y capaces de domi-narse con autocontrol12. Y en ausencia dela necesaria educación institucional, losmenores son fáciles víctimas del supers-ticioso oscurantismo que destilan lasestupefacientes subculturas de edad o degénero, cuyo insidioso control social indu-ce su inerme consentimiento para plegarsecon resignado conformismo al excluyentey segregado orden social vigente13.

Pero en la trinchera contrapuesta en-seguida se contraataca, defendiendo lassubculturas de edad o de género en nom-bre del multiculturalismo. Como han se-ñalado los cultural studies anglosajones14,el canon cultural dominante, transmitidopor las instituciones de enseñanza formal,no hace sino encubrir el predominioimpuesto por la supremacía masculinaoccidental. De ahí que, para defenderse,los menores, las mujeres y las comunida-des marginadas generen y consuman suspropias subculturas resistenciales, que lespermiten expresar y manifestar sus señasde identidad de género, comunitaria o ge-neracional15. Y esta justificación de lassubculturas por su dimensión resistencialpuede extenderse incluso al consumo ri-tual de la cultura de masas, cuyos cule-brones audiovisuales y modas musicales ovestimentarias son seguidas por la audien-cia con un estilo distanciado, paródico yburlón que no hace sino expresar la per-manente reconstrucción adaptativa de laidentidad personal, estratégicamente ne-gociada frente a los demás16.

Y en este apresurado repaso, queda fi-nalmente por señalar la dimensión políti-ca de la cultura, omnipresente por su ine-vitable intervención en todos los demásfrentes de batalla que se acaban deconsiderar. Dejo de lado el ingente cam-po de la cultura política17, así como el delos factores culturales subyacentes bajo lasdiversas formas de movilización colecti-va18, donde el conflicto amenaza siempre

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14 Véase la compilación de Ferguson y Golding:Economía política y estudios culturales, con contribucio-nes de Denis McQuail, Sari Thomas, Douglas Kellner,David Morley o Angela McRobbie, entre otros auto-res. Bosch, Barcelona, 1998.

15 Véase la compilación de James Curran, DavidMorley y Valerie Walkerdine: Estudios culturales y co-municación. Análisis, producción y consumo cultural delas políticas de identidad y el posmodernismo, concontribuciones de Stuart Hall, Dick Hebdige y AngelaMcRobbie, entre otros autores. Paidós, Barcelona,1998.

16 Véase la compilación de Martin Barker y An-ne Beezer: Introducción a los estudios culturales, dondese analizan las obras pioneras de los más célebres auto-res de la escuela de Birmingham, como Stuart Hall,Dick Hebdige, Tania Modleski, David Morley, JaniceRadway, Judith Williamson o Paul Willis. Bosch,Barcelona, 1994.

17 Véase la compilación de María Luz Morán:‘Cultura y política’, con contribuciones de Somers,Eder, Swidler, Wildavsky, Laitin y Edles, aparecida enel monográfico de la revista Zona Abierta, núms. 77 y78. Madrid, 1997.

18 Véase la compilación de Rafael Cruz y Ma-nuel Pérez Ledesma: Cultura y movilización en la Es-paña contemporánea, con contribuciones de ÁlvarezJunco, Castro, Canal, Beriain, Duarte, Del Rey Re-guillo, Radcliff, Aguilar Fernández y Morán, así comode los propios compiladores, editada por Alianza. Ma-drid, 1997.

6 Véanse Pierre Bourdieu: Sobre la televisión, Ana-grama, Barcelona, 1997; y Giovanni Sartori: Homo Vi-dens. La sociedad teledirigida, Taurus, Madrid, 1998.

7 Enrique Gil Calvo: ‘Ideología, telefobia yvideopoder’, El País, 20 de agosto de 1998, pág. 9; yLa retórica de la telefobia, catálogo de la exposiciónMon TV, págs. 139 a 145, Centro de Cultura Con-temporanea. Barcelona, 1999.

8 Enrique Gil Calvo: ‘Introducción: pasado, pre-sente y futuro de la lectura en España’, en Salvador Gi-ner y Felicidad Orquín (comps.), La lectura en España.Fundación Germán Sánchez Ruipérez, en prensa.

9 Véase la compilación de Geoffrey Nunberg: El fu-turo del libro. ¿Esto matará eso? Paidós, Barcelona, 1998.

10 Véase Gabriel Zaid: Los demasiados libros. Ana-grama, Barcelona, 1996.

11 Véase John Thompson: Los ‘media’ y la moder-nidad. Una teoría de los medios de comunicación. Pai-dós, Barcelona, 1998.

12 Véase Fernando Savater: El valor de educar.Ariel, Barcelona, 1998.

13 Véanse Allan Bloom: El cierre de la mente mo-derna. Plaza & Janés, Barcelona, 1989; y James Cole-man: Inserción de los jóvenes en una sociedad en cambio.Narcea, Madrid, 1989.

3 Véase Rafael Argullol: ‘El gigante cojo’, El País,17 de diciembre de 1998, pág. 13.

4 Octavi Martí: ‘La polémica en torno a la van-guardia’, El País, 13 de febrero de 1999, suplementoBabelia, pág. 5.

5 Francisco Calvo Serraller: ‘La posesión de laoriginalidad’, El País, 13 de febrero de 1999, suple-mento Babelia, pág. 7.

LOS INTERESES CULTURALES Y LA PASIÓN POR LA CULTURA

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con estallar. Y sólo cabe aludir de pasadaa la pugna por la formación de la opiniónpública que monopoliza la definiciónretórica de la realidad, pues este campoconstituye una de las principales arenasde lucha por el poder19, que atraviesa latotalidad del proceso político.

Pero sí cabe discutir el peso relativodel presupuesto asignado a las políticasculturales en comparación con las demásáreas, sobre todo con las más afines, comopuedan ser las educativas y científicas.¿Por qué invertir más recursos públicos enfútbol, museos o auditorios espectacularesde presunta rentabilidad electoral que engimnasios escolares, informatización delas aulas o bibliotecas municipales? ¿Quésucede con la cuestión de las humani-dades, relegadas en los currículos acadé-micos a un plano subordinado a la siem-pre fracasada formación profesional, si esque no falsificadas por una mal entendidanacionalización o regionalización diferen-cial, coactivamente aplicada?

Otro debate recurrente es el planteadopor el papel cultural que ejercen los Go-biernos y las administraciones públicas.Más allá de garantizar la necesaria igualdadde oportunidades, ¿hasta qué punto pue-den intervenir los poderes públicos en elámbito cultural? Aquí las posturas diver-gen entre los dos maximalismos opuestosdel estatalismo jacobino versus un no me-nos radical liberalismo contrario a todointervencionismo. Pues el efecto perversode todo dirigismo cultural es la constitu-ción de una endogámica red clientelar deintereses compartidos entre los burócratasde la cultura y los marchantes, profesiona-les o creadores que se benefician de laprotección oficial: es la santa alianza entreel trono y el altar a la que me referí másarriba. Como sostiene Marc Fumaroli enL’État culturel,

“la ideología oficial del arte contemporáneo gene-ra la paradoja de un centralismo democrático delas artes impuesto al público y a los artistas, queha creado un sistema estrecho, asfixiante y tram-poso que circunscribe por decreto la diversidad depoéticas hoy posibles y paraliza la evolución delgusto”20.

También existen posturas ambivalen-tes, contradictorias o ambiguas, como sonlas de los nacionalismos periféricos españo-les, que rechazan el dirigismo estatal centra-

lista ejercido por el madrileño Ministeriode Cultura mientras a la vez aplican progra-mas intensivos de nacionalización lingüís-tica y cultural, inducida desde sus con-sejerías educativas21. Como es evidente, setrata, como en toda revolution from above,de poner la política cultural al servicio no de la pluralista instrucción pública sinode la excluyente invención del nacio-nalismo22, que intenta crear un hombre nue-vo culturalmente unidimensional en tantoque mero reflejo individualmente encarna-do de la común identidad nacionalista. Lacomún herencia del centralista radicalismo

jacobino y del patrimonialista despotismoilustrado resulta evidente23.

Queda, por supuesto, el papel de fo-mento, incentivo, inspección y control delas actividades culturales privadas, a ejer-cer por los poderes públicos. Aquí nos en-frentamos a la pugna entre Estado y mer-cado, con un dudoso tercero en discordiaque son las instituciones presuntamentedesinteresadas de la llamada sociedad ci-vil, tantas veces asociadas a los poderesgubernamentales o subvencionadas porellos. ¿En qué medida actúa el principiode subsidiariedad en el ámbito cultural,legitimando al Estado para suplir, incenti-var o completar la falta de iniciativa cul-

ENRIQUE GIL CALVO

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19 Véase Elisabeth Noelle-Neumann: La espiraldel silencio. Opinión pública: nuestra piel social. Paidós,Barcelona, 1995.

20 Véase Octavi Martí: ‘La polémica en torno ala vanguardia’, El País, suplemento Babelia del 13 defebrero de 1999, pág. 5.

21 Véase Matías Múgica: Debile principium. Li-belo sobre la cultura en euskera. Haranburu, San Sebas-tián, 1998.

22 Véase Benedict Anderson: Comunidades ima-ginadas. FCE, México, 1997.

23 Véase Enrique Gil Calvo: ‘Patrimonio nacio-nal’, El País, 7 de noviembre de 1999, pág. 13.

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tural del mercado? ¿Con qué criterios seseleccionan las empresas o institucionesprivadas merecedoras de recibir la gracio-sa concesión de la ayuda estatal? Por su-puesto, este contencioso resulta muchomás vidrioso cuando esas empresas priva-das, susceptibles de ser intervenidas o fo-mentadas por el Gobierno, son de natura-leza periodística o audiovisual. Entoncesel conflicto Estado-mercado echa chispas,como demostró en España la recienteguerra digital24.

Todo ello por no hablar de la siemprediscutible subvención pública de laproducción cultural, sean cuales fuerenlos objetivos que la justifican: ¿igualdadde oportunidades, protección del patri-monio, defensa del pluralismo, fomentode la competitividad de la industria na-cional? Pues aun suponiendo que loscuerpos legislativos definan soberanamen-te los criterios a los que deben ajustarselas políticas culturales, queda todavía unamplio margen de maniobra para desarro-llarla con parcial favoritismo y discrecio-nal arbitrariedad. ¿Por qué subvencionaro seleccionar unas producciones cultura-les en detrimento de otras?; ¿quién elige alos creadores favorecidos?; ¿con qué obje-tividad se juzga la calidad cultural?; ¿có-mo se reclutan los consejos asesoresencargados de seleccionar la competenciade los profesionales, evitando caer en elriesgo de pasteleo, endogamia, clientelis-mo y corrupción? Así regresamos a Arco99, lo que cierra este círculo vicioso don-de se anudan y entrelazan los interesesculturales y las pasiones políticas.

El circo, la corte, el carnaval y el deporte¿Cómo orientarse en este laberinto dondelos árboles de los conflictos culturales nosimpiden ver el entero bosque de la cultu-ra? ¿Qué hilo de Ariadna nos permitiráorientarnos para no perdernos en la mara-ña? Afortunadamente, “la cultura regresaal primer plano”25, pues desde que se pro-dujo la crisis de la gran teorizacióninfraestructural y funcionalista, los másrecientes modelos derivados del giro feno-menológico y etnometodológico son denaturaleza culturalista. Y de entre todas

las propuestas teóricas que vienen apare-ciendo en el actual resurgimiento de laculturología26, me propongo utilizar comoesquema orientativo un modelo adaptadodel diseñado por Mary Douglas.

Como se sabe, esta antropóloga britá-nica, de autoridad indiscutible en el cam-po del análisis cultural, define un mapacuya cartografía establece cuatro puntoscardinales como ejes de coordenadasorientadoras: el individualismo competiti-vo, la jerarquía conservadora, el colectivis-mo disidente y la fragmentación eclécti-ca27. No discutiré aquí los criterios queusa nuestra autora para definir sus cuatrotipos culturales, ni tampoco aplicarédirectamente estos cuatro estilos de pensara los diversos agentes que protagonizan losconflictos culturales. Pero sí me inspiraréen su modelo para relacionarlo con lascuatro matrices culturales que otros autoreshan propuesto a la hora de identificarpuntos cruciales en la genealogía de la cul-tura moderna. Estas cuatro matrices, orde-nadas con un criterio más geológico quecronológico, como si en cierta medida pu-diesen clasificarse por sus fechas de estrati-ficación sedimentaria, son las siguientes: lamás antigua es el circo romano, tal comolo ha definido Paul Veyne a partir del ever-getismo: institución que actúa de crisoldonde se resume toda la cultura políticade la antigüedad mediterránea, helenísticay greco-romana. Allí, en el circo, se hallanya todos los ingredientes que veremos des-pués: el príncipe, los profesionales, el es-pectáculo abierto al público y los ciudada-nos congregados como pueblo soberano28.

Más tarde, en los albores de la era mo-derna, la lógica del circo se escinde en dosmitades divergentes de las que surgen dos matrices nuevas. La más arcaica es elcarnaval, tal como lo identificó Mijaíl Baj-tín en su celebrado estudio sobre Rabelaisy la cultura popular renacentista29: aquídesaparecen el príncipe y los profesionales,permaneciendo sólo el abierto espectáculopúblico y la transgresora soberanía popu-lar. Y la otra matriz más innovadora es lacorte barroca, tal como la definió NorbertElias como crisol donde se congregan las

élites desarmadas para rivalizar exhibiendosu dominio sobre los rituales culturales ylas reglas de etiqueta30: aquí el pueblo re-sulta excluido, el espectáculo es cerradoporque está restringido a la élite aristocrá-tica y el príncipe monopoliza toda la sobe-ranía. Por último, en el siglo XVIII y so-bre suelo británico, a la vez que se estánproduciendo las invenciones del capitalis-mo industrial, el parlamentarismo liberaly el individualismo romántico, surge tam-bién la matriz cultural más reciente: el de-porte moderno. Y en este caso ha sido denuevo Norbert Elias quien mejor ha defi-nido la institución del sport jugado confair play, inventado por las clases propie-tarias de la gentry británica al margen de lacorte31. Aquí se excluye al príncipe, el es-pectáculo es comercial y abierto, sereintroducen los profesionales modernos yla soberanía pertenece al público de espec-tadores. Justo el polo más opuesto a lacorte aristocrática: en lugar de cierreexcluyente, espacio público abierto; en lu-gar de príncipe soberano, soberanía popu-lar de espectadores, y en lugar de aristó-cratas diletantes, empresarios comercialesy profesionales. Pero el deporte tampocose parece al circo de la antigüedad, puesaunque también reinen los espectadores,sin embargo el poder del príncipe desa-parece.

¿Cómo relacionar estas cuatro matri-ces (el circo, el carnaval, la corte y el de-porte) con los cuatro tipos culturales deMary Douglas? La jerarquía conservadorade Mary Douglas corresponde a la corte deElias; su individualismo competitivo, al de-porte de Elias; el colectivismo disidente, alcarnaval de Bajtín; y la fragmentaciónecléctica, al circo de Veyne. Y mi hipótesises que tras la definitiva caída del antiguorégimen aristocrático, cuyo hegemónicopredominio cultural habría persistido has-ta 194532, en la actual modernidad tardíacoexisten inextricablemente mezcladas lascuatro matrices culturales, interpe-netrándose y solapándose de mil formashíbridas y mestizas. Pero puestos a distin-guir entre ellas, en el supuesto de que pu-diera intentarse semejante simplificación,cabría identificar cada una de esas cuatromatrices con ciertas formas culturales del

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24 Véase José Antonio Martínez Soler: Jaque aPolanco. La guerra digital: un enfrentamiento en lastrincheras de la política, el dinero y la prensa. Temas deHoy, Madrid, 1998.

25 Véase Rafael Cruz: ‘La cultura regresa al pri-mer plano’, introducción a la compilación de RafaelCruz y Manuel Pérez Ledesma: Cultura y movilizaciónen la España contemporánea. Alianza, Madrid, 1997.

26 Véase Mª Luz Morán: ‘Sociedad, cultura ypolítica: continuidad y novedad en el análisis cultu-ral’, págs. 1 a 29 de la revista Zona Abierta, núms. 77y 78. Madrid, 1997.

27 Véase Mary Douglas: Estilos de pensar, pág.58. Gedisa, Barcelona, 1998.

28 Véase Paul Veyne: Le pain et le cirque. Seuil,París, 1976.

29 Véase Mijaíl Bajtín: La cultura popular en laEdad Media y en el Renacimiento. Alianza, Madrid,1987.

30 Véanse de Norbert Elias: El proceso de la civili-zación. FCE, Madrid, 1987; y La sociedad cortesana.FCE, Madrid, 1993.

31 Véase Norbert Elias: ‘Introducción’, en Nor-bert Elias y Eric Dunning, Deporte y ocio en el procesode la civilización. FCE, Madrid, 1992.

32 Arno Mayer: La persistencia del Antiguo Régi-men. Alianza, Madrid, 1984.

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presente. El circo de Veyne apunta inme-diatamente al demagógico espectáculo au-diovisual, con la televisión a la cabeza,donde las fragmentarias audiencias de es-pectadores atomizados son las auténticas yúnicas soberanas. En efecto, la característi-ca esencial del evergetismo residía, segúnVeyne, en que los juegos circenses erangratuitamente donados por la autoridadpública, que se los regalaba a la plebe con-sintiendo que ésta asumiera ritualmente elpoder festivo durante la celebración delespectáculo. Pues bien, lo mismo sucedecon el actual mundo de la televisión, mo-derno panem et circenses gratuitamente do-nado por la publicidad y traído a domi-cilio por el omnipresente poder políticoque lo preside, y durante cuya celebraciónsólo se trata de halagar las más bajas pasio-nes de las desarticuladas masas urbanas, enbusca de su cómplice aprobación.

El carnaval de Bajtín está representa-do por las diversas formas de la subculturajuvenil, apasionadamente vividas por ma-sas urbanas congregadas en callejeras fra-trías comunitarias que las celebran comofiestas transgresoras ritualmente subversi-vas y entusiastas: sexo, drogas, rock, rap,hip-hop, punk, gore, fanzines, etcétera. Pe-ro también moda, belleza, deporte, porno-grafía, novela rosa, seriales, culebrones ydemás subproductos de la cultura indus-trial de masas, en tanto que rituales asig-nadores de identidad segregada capaces deexpresar, según han revelado los citadoscultural studies de escuelas como la de Bir-mingham, la resistencia ritual de las clasespopulares subordinadas, que no se resig-nan a verse excluidas del orden social quelas domina.

La corte de Elias hay que relacionarlacon el dirigismo jacobino de la cultura es-tatal, clientelarmente sostenido por lacomplicidad del elitismo de las van-guardias. En efecto, hay una línea de des-cendencia directa que, con origen en labarroca sociedad cortesana y a través deldespotismo ilustrado, conduce a las con-trapuestas revoluciones desde arriba, ya seanrestauradoras, reaccionarias y conservado-ras, o revolucionarias, nacionalistas y jaco-binas: en cualquiera de ambos casos, el re-sultado es un idéntico dirigismo cultural,ejercido con autoritarismo por los manda-rines de la burocracia estatal. De ahí el pu-rismo elitista que revelan sus aristocráticosorígenes cortesanos, manifestado tantopor la sacralización del canon clasicista co-mo por la exaltación del esteticismo de lasvanguardias: esas herederas de las reglas ri-tuales de etiqueta cortesana, practicadaspor los dandis aristocratizantes con un

decadente esnobismo esteticista33. La altacultura nació como excluyente barrera destatus restringida al consumo, cultivo yadorno de la alta sociedad. Y ahí sigue,todavía encerrada en su elitista exclu-sividad, protegida por barreras puritanas yfuera del alcance del incompetente públi-co vulgar. Mary Douglas sostiene que lasreglas de pureza expresan jerarquía elitistay distancia social. Y lo mismo manifiestanlas reglas de etiqueta de la sociedad corte-sana para Norbert Elias. De ahí que elpurismo de los estetas vanguardistas sim-bolice también la distancia que separa alas élites privilegiadas de las mayoríasexcluidas. Por eso los burócratas culturalesy los profesionales vanguardistas, actualesherederos de las noblezas cortesanas de to-ga y de espada, coinciden ambos en defen-der y compartir el mismo esnobismo cul-tural. Así se sella la complicidad entre laburocracia del trono y el mandarinato delaltar, en espuria alianza de intereses en-mascarados bajo la coartada purista.

Por último, el deporte de Elias debevincularse a la profesionalización de lacultura convertida en un espectáculo co-mercial, mercantilmente producido porlos promotores y empresarios privados dela industria de la comunicación y el entre-tenimiento. Nació precisamente con losprimeros deportes profesionales, paraoriginar enseguida espectáculos comercia-les como las apuestas del hipódromo. Lue-go se desarrolló con la industrialización, alcomercializarse la cultura popular de lasnacientes masas urbanas: primero, circo,vodevil, opereta, folletones, prensa sensa-cionalista, etcétera; después, el cine, la ra-dio y los deportes de masas propiamentedichos. Y hoy impone su global predo-minio hegemónico desde Hollywood, laindustria audiovisual, los imperioseditoriales y los grandes grupos multime-dia. Y en síntesis, esta deportivización de lacultura la convierte en un rentable y masi-vo espectáculo de competición entre crea-dores geniales o profesionales sensacio-nalistas, que buscan interesar al mayor nú-mero de espectadores con el deportivoseñuelo del más difícil todavía.

Queda por despejar la incógnita decuál de éstas es la matriz cultural que al-canza e impone su hegemonía: si el Estadocultural, moderno depositario de la he-rencia del antiguo régimen cortesano, o elmercado de la cultura, principal bene-

ficiario de la industrialización y comercia-lización de las otras tres matrices que ge-neró el ascenso de los nuevos modelosemergentes. ¿Y de qué depende que unfenómeno cultural se asigne a una u otramatriz, dada la evidente confusión actual?Existen rasgos que permiten su distincióndicotómica. Uno es la existencia, o no, deun príncipe o autoridad central como ladel Estado cultural, encargado de ejercerfunciones de vigilancia y control, según elejemplo del panóptico de Foucault. Y otroes que se dé la apertura al público o laexclusión de los espectadores: el mercadode la cultura es una sociedad abiertapopperiana, mientras que el mandarinatoestatal es una weberiana jaula de hierro,restringida, cerrada y excluyente.

Así retornamos a la pugna entre la pa-sión por el poder político y el interés por elbeneficio económico, que a la luz deHirschman inició esta reflexión. Puesténgase en cuenta que el proyecto inte-lectual de Norbert Elias, cuya vida es para-lela a la de Hirschman con un adelanto desólo 15 años, resulta casi estrictamenteanálogo. En efecto, también Elias conside-ró que el gran invento inglés del sigloXVIII fue la civilización de las pasiones ba-rrocas, para él domesticadas no por los in-tereses económicos pero sí por algo directa-mente asociado, que fueron los ritualescompetitivos. La barroca competición bélicafue sustituida por formas incruentas o ri-tuales de competición, como la competen-cia de mercado, la competencia parlamen-taria entre partidos políticos y la espec-tacular competición deportiva. Y eldeportivismo, como matriz de la modernacultura mercantilizada, emergió en parale-lo y estrecha asociación al capitalismo y elparlamentarismo. De ahí que pueda enten-derse que también para Elias los interesescompetitivos domesticaron y civilizaron laspasiones políticas.

Ahora bien, esta deportivización de lacultura hubo de asociarse o chocar con la aristocratización hasta entonces vigente.¿Cómo se plantea entonces la cuestión dela hegemonía? Parece evidente que, mien-tras duró la persistencia cultural del anti-guo régimen (según Mayer, hasta bien en-trado el siglo XX), la matriz cortesana oelitista fue la dominante, ante cuyoindiscutido predominio se plegaban,adaptaban y sometían las otras tres matri-ces subordinadas. Pero, tras la II GuerraMundial, las cosas han cambiado, y lacreciente americanización de la vida havenido a suponer un desafío del modeloanglosajón (matriz deportiva o comercial)que aspira a desbancar al modelo francés

ENRIQUE GIL CALVO

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33 Véase Hans Hinterhäuser: ‘La rebelión de losdandies’, en su libro Fin de siglo. Figuras y mitos. Tau-rus, Madrid, 1998.

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(matriz cortesana o elitista), impo-niéndole su hegemonía.

Y esta sucesión o sustitución de predo-minios recuerda al momento en que nacióla matriz anglosajona, en el siglo XVIII in-ventor del capitalismo, el parlamentarismoy el deportivismo, que fue también cuandoel paisajista jardín inglés vino a suplantar ya sustituir al cartesiano jardín francés. Enefecto, la metáfora que mejor expresa lamatriz cultural del antiguo régimen corte-sano es el jardín versallesco, con su desfilede vanguardias alineadas en hileras de regi-mientos culturales, a las órdenes de sus ofi-ciales burocráticos o revolucionarios. Puesbien, tan racionalizado jardín formalistahubo de ceder la primacía del prestigiocultural ante el advenimiento del jardínpaisajista, informal, natural y espontáneo,que a espaldas de la corte inventó la gentrybritánica en sus campestres propiedadesprivadas.

El versallesco jardín francés, diseñadoal modo del panóptico de Foucault, repre-senta el triunfo del racionalismo formalista,cuya absolutización habría de dar lugar a lasacralización de la diosa razón durante la exaltación jacobina y revolucionaria deldespotismo ilustrado34. En cambio, el pai-sajista jardín inglés simboliza el triunfo dela racionalidad pragmática o naturalista ydel moderno individualismo de tipo pre-rromántico, fundado en la búsqueda deautenticidad 35. En efecto, tal como loexpresó un célebre poema de Alexander Po-pe, se esperaba que el diseño de cada jardínobedeciese a su propio genio del lugar36, deigual modo que cada persona debía ser au-téntica y sólo fiel a sí misma. Pues bien, es-te genius loci es el precursor de la genialidadromántica que inspira la moderna creaciónartística. De ahí que la deportivización dela cultura suponga un combate ritual don-de compiten entre sí los genios artísticos delos creadores antagonistas.

El paisajismo se puso inmediatamentede moda, en paralelo con el deportivismo,el parlamentarismo y el romanticismo,anunciando así la caída del antiguo régi-men. Pues bien, algo semejante puede es-tar sucediendo ahora con la sustitución an-

te nuestros ojos de la vieja hegemonía cul-tural de matriz francesa, elitista, formalistay jacobina, que está comenzando a versesuplantada por una nueva hegemonía cul-tural de matriz anglosajona, comercialista,informal y espectacular. Pero no sin resis-tencias, ya que los decadentes mandarinesculturales, por mucho que se vean obliga-dos a pactar con los mercaderes de la cul-tura, siguen luchando con todas sus fuer-zas tratando de imponer su despotismoilustrado. Y lo hacen con la esperanza deseguir ocupando las posiciones de podercultural que hasta ahora detentan.

Juego limpio y lucha por el poderÉstas son las luchas por el poder en elcampo de la cultura que para Pierre Bour-dieu constituyen el motor del cambio cul-tural. Aquí surgen importantes problemasa resolver, además de la cuestión que aca-ba de plantearse sobre la pugna entre elEstado y el mercado. Bourdieu ha resumi-do en dos los pares de fuerzas implicadas:por un lado, la lucha entre purismo y ve-nalidad cultural; y después, la lucha entreconsagrados y aspirantes37. Pero ambos pa-res de fuerzas se cruzan entre sí, de talmodo que los profesionales aspirantes quepretenden desbancar a los consagrados lohacen extremando el celo de su purismoaristocratizante, de acuerdo a la lógicavanguardista consustancial a la matrizcortesana. Y así, como resultado de estalucha por el poder desatada entre los crea-dores, se produce el cambio cultural.

Pero se diría que para Bourdieu estecambio cultural se debe a un efecto de lina-je dinástico, pues la renovación generacio-nal sustituye la vanguardia envejecida porotra vanguardia naciente, autodenominadaprogresiva, moderna o revolucionaria, queexpropia a la destronada el monopolio de laautoridad institucional para definir la reali-dad cultural. Este patrimonialismo hereda-do del antiguo régimen impone un eternoretorno a los orígenes, donde vencen aque-llas vanguardias más puristas o puritanas,que desnudan las esencias culturalesdepurándolas del resto de adherencias espu-rias. Y la revolución permanente sólo con-duce a tener que profundizar en el avancehacia el callejón sin salida de la abstracciónformalista, lo que implica la caída indefini-da por el pozo sin fondo de la circularidadautorreferente. Así volvemos a encontrar-

nos con el modelo de racionalización for-malista identificado por Weber que habríade dar lugar a la burocrática jaula de hierro,lo que permite explicar la afinidad electivaentre el purismo vanguardista y el jacobinodespotismo ilustrado, según el modelofrancés de sociedad cortesana. Pero frente aesta racionalización formalista, típica de lacontinental revolución desde arriba, Webercontrapuso el otro modelo de racionaliza-ción material o pragmática, típica de la an-glosajona revolución burguesa38. Surge así de nuevo la cuestión de la comercialidad, deregreso a la conocida oposición entre intere-ses materiales y pasiones formalistas, en de-finitiva políticas.

En efecto, además de la lucha por elpoder entre consagrados y aspirantes, el otro par de fuerzas que identifica Bour-dieu es el que opone a los profesionales pu-ristas contra los venales (o vendidos) que sedejan comprar por los intereses comercia-les. Para Bourdieu, el motor de cambioesencial es la competición que opone a losproductores culturales que luchan entre sí.Pero, ¿por qué compiten?; ¿qué es lo queesperan ganar? Bourdieu sostiene que sóloluchan por dos causas posibles: el reconoci-miento interno, otorgado por los demásprofesionales que son sus pares o iguales, yla notoriedad externa, calculada en térmi-nos de lucro, audiencia, espectacularidad,cuota de mercado o cifra de ventas. Los in-tereses comerciales o la pasión de la rivali-dad. Y Bourdieu cierra su argumento conuna petición de principio: el progreso de lacultura exige su plena autonomía institu-cional, independiente tanto del poder delEstado como del precio del mercado, loque sólo está garantizado por el triunfo delos puristas, que buscan el reconocimientointerno, y la consiguiente derrota de los ve-nales seducidos por la notoriedad externa.Esto demuestra que Bourdieu opta etno-céntricamente por el modelo francés deversallesco jacobinismo cultural, que encie-rra a los creadores en selectivas y autosufi-cientes torres de marfil, endogámicas e im-permeables a cualquier control externo.

Pero así encerrada en puristas jaulas dehierro, la cultura quizá sea autónoma eindependiente, pero desde luego los creado-res culturales no lo son en forma alguna. Eltipo de mandarinato cultural que proponeBourdieu hace que los creadores tengan queluchar entre sí, no por el reconocimiento desus iguales, ni tampoco por la notoriedadpública, sino compitiendo por los favores de

LOS INTERESES CULTURALES Y LA PASIÓN POR LA CULTURA

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38 Véase Stefan Breuer: Burocracia y carisma, op.cit. Valencia, 1989.

37 Véase Pierre Bourdieu: ‘Para una ciencia de lasobras’, en su libro Razones prácticas, págs. 53 a 73. Ana-grama, Barcelona, 1997. Véase también, del mismo au-tor, Las reglas del arte. Anagrama, Barcelona, 1995.

34 Véase Stefan Breuer: ‘El carisma de la razón yla singularidad del Estado racional’, en su libro Buro-cracia y carisma. La sociología política de Max Weber.Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1996.

35 Véase Charles Taylor: Fuentes del yo. La cons-trucción de la identidad moderna. Paidós, Barcelona,1996.

36 Véase Juan F. Remón Menéndez: ‘Jardín y ge-nio del lugar en la cultura inglesa del siglo XVIII’, Re-vista de Occidente, núm. 209, págs. 91 a 100. Madrid,octubre de 1998.

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los mandarines que con su despotismoilustrado gobiernan cada torre de marfil. Ycada campo cultural queda reducido a unasociedad cortesana de Elias o un panóptico deFoucault, donde la creación se realiza bajo lavigilancia del colegio de príncipes quearbitrariamente la rigen sin control. Frente aeste modelo cerrado, elitista y excluyente,parece conveniente preferir otro posiblemodelo abierto, que también garantice lanecesaria autonomía de la creación culturalpero que haga a los creadores culturales másindependientes y más libres. Y ese modeloes el que puede deducirse del concepto decompetencia entre profesionales con depor-tividad y juego limpio que Norbert Eliasidentificó con el fair play británico. Aquí laautoridad reguladora no se comporta comoun príncipe arbitrario por cuyos favores hayque competir, sino como un mero notariodel común sometimiento a las mismas re-glas de juego.

Y la clave del progreso reside en eligualitarismo entre los competidores, quees la esencia del fair play. Ahora bien, comoseñala Elias, la ética del juego limpio no esde origen militar ni aristocrático, sinoexclusivamente profesional y espectacular,pues es la necesidad de mantener el interésde los espectadores lo que exige garantizarla más estricta igualdad de oportunidadesentre los competidores39. Esto no es posi-ble en la torre de marfil de Bourdieu, don-de las autoridades seleccionan a los creado-res y excluyen a los espectadores externos,pero sí lo es en el juego limpio de Elias, quees una competencia igualitariamente abier-ta a todos los profesionales y a todos losespectadores. En esencia, la limpieza deljuego, al igual que la emoción y el interésque pueda despertar en los espectadores,depende de que se establezca un igualitarioequilibrio de poderes entre todos y cada unode los competidores contendientes. Ésta es,en definitiva, la moraleja que cabe extraer dela reflexión de Elias. Tanto su concepto de fair play como el delicado análisis que lededica a la estructura de tensiones bipolaresque formalmente definen a cada deporte seresumen en hacer del equilibrio igualitariode poderes contrapuestos la esencia mis-ma de la deportividad y la limpieza de juegoen la competición.

Ahora bien, este mismo es el principiocivilizador que propone Albert Hirschmanen su obra maestra Las pasiones y los inte-

reses: para poder civilizar las barrocas luchaspor el poder, los ilustrados diseñaron elconcepto de equilibrio de poderes (como el propuesto por Hume, Locke y Montes-quieu para la democracia liberal), confor-mando un delicado mecanismo de contra-pesos capaces de regular y suavizar las relaciones de conflicto y competencia. Y es-te mismo ejemplo de la invención del par-lamentarismo es el que propone Elias parajustificar su concepto de competencia de-portiva con fair play. Pues bien, a título dehipótesis, yo propongo extender ese con-cepto al conjunto entero de la competenciaprofesional, especialmente en el campo dela cultura: sin igualdad de oportunidadespara competir ante el público, no hay posi-ble progreso profesional. Pues con Bour-dieu aceptaré que el motor del cambio cul-tural es la competencia entre los profesio-nales, y que el progreso de la cultura pasapor la autonomía tanto respecto del Estadocomo del mercado. Pero a partir de Hirsch-man y Elias propongo añadir dos condicio-nes que me parecen necesarias y quizá sufi-cientes. Primero, una estricta separación depoderes entre el Estado y el mercado, evi-tando su espuria connivencia a fin de lograrun cuidadoso equilibrio entre las pasionespolíticas y los intereses comerciales. Y ade-más, la existencia de reglas de fair play ojuego limpio, que garanticen la mástransparente igualdad de oportunidades pa-ra participar como ejecutante o espectadoren todos los juegos culturales. Lo cual exigeabrir de par en par las puertas de la cultura,para hacer de ella una sociedad abierta nosólo a todos los públicos sino, además, a to-dos los competidores. n

[Este texto es la revisión del presentado el 18 de mar-zo de 1999 como conferencia inaugural de las Jorna-das sobre la cultura de la democracia, organizadas por laUniversidad de Lleida].

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39 Véase Norbert Elias: ‘La génesis del deportecomo problema sociológico’, págs. 171 y 172, en el li-bro de Norbert Elias y Eric Dunning Deporte y ocio enel proceso de la civilización. FCE, Madrid, 1992.

Enrique Gil Calvo es profesor de Sociología en laUniversidad Complutense. Autor de El destino: pro-greso, albur y albedrío.

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EL DELITO DE CUELLO BLANCOLa formación de un concepto clave de la sociología criminal

FERNANDO ÁLVAREZ-URÍA

l libro El delito de cuello blanco es elmás importante de Edwin H. Su-therland, el sociólogo del delito más

influyente del siglo XX. Son bien conoci-dos los avatares por los que pasó este li-bro, que fue publicado por vez primeraen 1949 por la editorial Dryden Press deNueva York. Sutherland era reticente a realizar recortes y a silenciar los nombresde las 70 grandes empresas norteamerica-nas que sirvieron de base a su investiga-ción, tal y como le exigían de forma im-perativa tanto la editorial que se hizo car-go de la publicación como la Universidadde Indiana. Finalmente terminó cediendoa las presiones, hasta el punto de llegar aconsolarse con la idea de que la censuraimpuesta proporcionaba al libro un ma-yor valor ejemplar, pues obligaba a esta-blecer una mayor distancia con las empre-sas específicas estudiadas, unas empresasque mostraban ser reincidentes en la de-lincuencia. Muchos años después de lamuerte de Sutherland, sus discípulos pu-blicaron en la Universidad de Yale, en1983, una cuidada versión del libro origi-nal sin recortes.

La mayor parte de los comentaristas dela obra criminológica de Sutherland coin-ciden en fijar como punto de partida delconcepto de delito de cuello blanco la reu-nión anual organizada por la American So-ciological Society que tuvo lugar en Filadel-fia en diciembre de 1939, es decir, 10 añosantes de que saliese a la luz la publicaciónen inglés de este libro. Se trataba de la 34ªreunión anual de la sociedad, que estuvopresidida por el sociólogo de la Universi-dad de Chicago Jacob Viner, y en la que laconferencia presidencial corrió a cargo,precisamente, de Edwin H. Sutherland. Sudisertación se titulaba The White CollarCriminal. El impacto que produjo estaconferencia entre los sociólogos que parti-ciparon en la reunión fue enorme. Tam-

bién algunos periódicos publicaron resú-menes del contenido de la intervención,resúmenes que en ocasiones dejaban tras-lucir la imagen de un Sutherland radicalque adoptaba posiciones liberales1. ¿Cómollegó Sutherland a elaborar este nuevo con-cepto, que fue clave en la formación deuna nueva sociología del delito? ¿Qué efec-tos se derivaron de la introducción de estanueva categoría en la percepción del mun-do del delito? Intentaré avanzar algunasrespuestas a estas cuestiones.

Para entender cómo surgió El delitode cuello blanco, para dar cuenta socioló-gicamente de sus condiciones de posibili-dad, es preciso remontarse a la propia ca-rrera profesional de Sutherland e inscri-birla en el marco social e institucionalque favoreció la formación del conceptode delito de cuello blanco. Dicho de otromodo, es preciso estudiar la obra de Su-therland en estrecha vinculación con elDepartamento de Sociología de la Uni-versidad de Chicago y con las teorías deldelito dominantes en la época; pero espreciso también tener en perspectiva lagran espiral de delitos de los poderosos yel alto grado de corrupción que se desen-cadenaron en los locos años veinte, espe-cialmente en Chicago, a la sombra de la

prohibición.

Sociología y reformismo socialSon muy numerosos los trabajos que hanpuesto de relieve la estrecha relación exis-tente entre la naciente sociología nortea-mericana y los movimientos filantrópicosreformistas surgidos sobre todo en elmarco de la religión baptista2. En Chica-go fue también un baptista, AlbionSmall, quien asumió en 1892 la direc-ción del primer Departamento de Socio-logía de Estados Unidos. Entre los profe-sores de Sociología del departamento do-minaban los que compartían proyectosreformistas de inspiración cristiana.Cuando en junio de 1906 el joven EdwinSutherland ingresó en ese departamento,el clima político e intelectual que encon-tró no le debió resultar en absoluto extra-ño, pues su padre, que había estudiado élmismo en la Universidad de Chicago, eratambién un miembro cualificado de laIglesia baptista, y de hecho desempeñabael oficio de profesor de griego en el semi-nario baptista de Gibbon, en Nebraska.Precisamente en esa ciudad nació Edwin,

E

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1 La conferencia, un texto que roza la perfección,fue publicada por vez primera en forma de artículo enla American Sociological Review (núm. 5, 1940). Lohemos traducido al español y publicado como anexoen la edición y traducción que hemos realizado JuliaVarela y yo mismo, y que Gonzalo Martínez Fresnedaha prologado, de la monografía dedicada por EdwinH. Sutherland a un ladrón profesional: E. H. Suther-land, Ladrones profesionales, La Piqueta, Madrid,1988, págs. 219-236. Una de las primeras traduccio-nes de El delito de cuello blanco en la versión censuradaque Sutherland entregó a la imprenta fue la traduc-ción española realizada en 1969 por Rosa del Olmo,profesora de la Facultad de Economía y Ciencia Socialde la Universidad Central de Venezuela. La reediciónde esta traducción se publicará en breve en España enediciones La Piqueta.

2 He aquí la referencia de algunos libros que seocupan de la génesis de la sociología norteamericanaen Chicago: S. Park Turner y J. H. Turner, The im-possible science. An institutional analysis of american so-ciology, Sage Publications, Newbury Park, California1990; D. Ross, The origins of american social science,Cambridge University Press, Cambridge, 1991;H. Schwendinger y J. R. Schwendinger, The sociologistof the chair, A radical analysis of the formative years ofNorth American sociology (1883-1922), Basic Books,Nueva York, 1974. Véase también el ya clásico librode Fred H. Matthews Quest for an American Sociolo-gy, Robert E. Park and the Chicago School, McGill-Queen’s University Press, Montreal, 1977, así comoel libro de Denis Smith The Chicago School. A liberalcritique of Capitalism, Macmillan Education, Londres,1988. Alain Coulon, L’Ecole de Chicago, PUF, París,1992. De los libros traducidos al español destaca el es-tudio de Ulf Hannerz Exploración de la ciudad. Haciauna antropología urbana, FCE, México, 1986 (edicióninglesa de 1980).

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el tercero de siete hermanos, el 13 deagosto de 1883.

La enseñanza de la Sociología nortea-mericana en Chicago se implantó en unlapso de tiempo relativamente corto a tra-vés de una serie de medidas que se reforza-ron entre sí formando parte del proceso deinstitucionalización de esta disciplina aca-démica. A la ya mencionada creación en1892 del Departamento de Sociología porel historiador y también sociólogo de for-

mación alemana Albion Small, con la ayu-da de fondos privados, hay que añadir lapublicación en 1894 del primer manual dela especialidad, Introduction to the Study ofSociety, escrito por George Vincent y por elpropio Small. En 1895 se creó el AmericanJournal of Sociology y, en fin, en 1905, tam-bién Small contribuyó a fundar la Ameri-can Sociological Society. La sociología eradefinida por este primer grupo de pioneroscomo una ciencia inductiva y de observa-

ción, una ciencia experimental alejada, portanto, de la filosofía de la historia.

En la génesis de la sociología deChicago se produjo una estrecha vincula-ción entre sociología y reformismo social.Albion Small, durante su estancia en Ale-mania entre 1879 y 1881, había estudia-do en Leipzig y Berlín con los economis-tas sociales Gustav Schmoller, AdolphWagner y Albert Schäffle. El plantea-miento de los primeros sociólogos de

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Chicago estaba, por tanto, más próximode las concepciones de los socialistas decátedra que de las teorías revolucionariasde los movimientos sociales radicales. Enuno de sus primeros artículos programáti-cos, Albion Small reclamaba la autoridadde la joven ciencia social contra aficiona-dos y agitadores, especialmente de extre-ma izquierda. De hecho, esta primigeniasociología norteamericana, si la compara-mos con la sociología europea, surgíamarcada por una doble innovación:

1. Abandono de la preocupación cen-tral por el capitalismo, que hasta entonceshabía estado en la base de la reflexión so-ciológica de los sociólogos clásicos euro-peos. La cuestión social fue sustituida porlos problemas sociales.

2. Abandono, en fin, de la sociologíahistórica para adoptar como modelo elparadigma ecológico de las ciencias natu-rales. Las historias de vida y el análisis cir-cunscrito al presente iban a generar unadeshistorización de la sociología que elfuncionalismo en su doble vertiente, lagran teoría y el empirismo abstracto, tiñóde tintes aún más radicales.

“Sociología es, por tanto”, se escribe enel mencionado libro de texto de 1894, “laorganización de todo el material propor-cionado por el estudio positivo de la socie-dad”. No se trataba, sin embargo, de unapura morfología social, pues a esta primerafase descriptiva se añadía una segunda faseestática o comparativa en la que se analiza-ba la distancia entre los procesos reales y laidealidad proclamada. Por último, el análi-sis sociológico incluía una tercera fase di-námica en la que se analizaban las condi-ciones para un cambio social que hiciesereal el ideal. No sería justo hacer de la so-ciología de Chicago un pleonasmo de laingeniería social al uso, pues la investiga-ción empírica no estaba en absoluto des-vinculada de las consideraciones éticas3.

A diferencia de Europa, en donde latradición académica heredada no dejabamucho espacio para la consolidación de lasociología, desde el momento en el que la sociología se institucionalizó en la Uni-versidad de Chicago se vio prácticamentelibre de obstáculos para su rápido desarro-llo, lo que explica en parte el crecimientoexponencial de la nueva disciplina, que senutrió en un principio de una estrechavinculación con el trabajo social. De he-cho, sociólogos tan representativos delDepartamento de Sociología como Ander-son, Shaw, McKay, Thrasher y Wirthrealizaron investigaciones directamentevinculadas con el trabajo social4. El estu-dio de casos constituía entonces la pers-pectiva privilegiada del naciente SocialWork. La sociología norteamericana adop-taba así una dimensión aplicada que, porlo general, estaba ausente en la tradiciónsociológica universitaria de Europa. Dehecho, la sociología francesa, por ejem-plo, capitaneada por Emile Durkheim, sevio asediada a finales de siglo en La Sor-bona por una gran ofensiva de las cáte-dras de Humanidades unidas en un espe-cie de Santa Alianza. El vitalismo de Berg-son y el espiritualismo cristiano de Peguyhicieron frente común contra el sociologis-mo de Durkheim y su escuela. En Chica-go, mientras tanto, la sociología se nutrióde la perspectiva interaccionista introduci-da por el trabajo social; una perspectivaque se vio potenciada por el pragmatismoen tanto que escuela de pensamiento ge-nuinamente norteamericana que se insti-tucionalizó entre 1895 y 1900, es decir,

coincidiendo con la institucionalizaciónde la sociología en Chicago5.

Los principales representantes del prag-matismo en Chicago fueron nada menosque John Dewey y George Herbert Mead.Los pragmatistas asumían, siguiendo a Wi-lliam James, una concepción relacional dela verdad que en términos sociológicos setradujo por una mayor sensibilidad para es-cuchar el punto de vista de los actores so-ciales. Fue así como la historia social euro-pea pasó a verse sustituida en la sociologíade Norteamérica por las historias de vida. Adiferencia del concepto de degeneración,que hunde sus raíces en la obra del psiquia-tra francés Morel –y que reenvía a las pato-logías de la herencia–, los sociólogos deChicago se sirvieron más bien del conceptode desorganización social –enraizado en eldarwinismo social–, que confiere una ma-yor importancia al medio ecológico, al me-dio social. La ciudad pasaba a convertirseasí en el espacio de observación natural dela naciente ciencia social norteamericana.La ciudad es un mosaico de pequeñosmundos en conflicto. La desorganizaciónsocial es más un fenómeno colectivo queun fenómeno individual. Sin duda, la de-sorganización reenvía a un orden alterado,trastocado, pero también a una reorganiza-ción posible. Y en la medida en que esosprocesos de desorganización y reorganiza-ción no son exclusivamente de naturalezabiológica, sino más bien de naturaleza hu-mana, urbana, cultural, los sociólogos deChicago llegaron a conceder una importan-cia primordial a las regiones morales, al or-den moral. Hacer sociología en Chicagoequivalía a objetivar el clima moral en lasdistintas áreas sociales de la ciudad6.

Edwin Sutherland, la forja de un sociólogo del delitoCuando el joven Sutherland ingresó en elDepartamento de Sociología de Chicago,en 1906, uno de sus primeros y más influ-yentes profesores fue Charles R. Hender-son, también baptista, que impartía uncurso sobre el Tratamiento social del delito.Años más tarde escribía Sutherland a unamigo: “Cuando entré en el curso del doc-tor Henderson recibí de él personal aten-ción. Me habló, me conoció y se interesópor mí. Concretamente, yo me interesépor hacer sociología y por el tipo de socio-logía que el profesor Henderson desarro-

EL DELITO DE CUELLO BLANCO

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3 En el American Journal of Sociology de marzo de1896, A. Small distinguió con trazos firmes las dife-rencias entre scholarship y social agitation, pero pareceun tanto injusta y mecánica la tesis pretendidamentemarxista defendida por los Schwendinger, que no venen la naciente sociología de Chicago más que unaapología apenas encubierta del capitalismo. Por otraparte, el Departamento de Sociología distaba de seruna entidad monolítica, como señala H. Kuklick,‘Chicago sociology and urban planning policy. Socio-logical theory as occupational ideology’, Theory andsociety, 9, 1980, 821-845, pág. 825. Sobre el impor-tante papel jugado por Small en la institucionaliza-ción de la sociología norteamericana, reproduce docu-mentos originales y cartas de gran interés el minucioso

trabajo de Vernon K. Dibble The legacy of AlbionSmall, The University of Chicago Press, Chicago,1975. Cf. también Thomas L. Haskell, The emergenceof professional social science. The american social scienceassociation and the nineteenth-century crisis of authority,University of Illinois Press, Urbana, 1977, así como elartículo de H. E. Barnes, ‘The place of Albion Smallin Modern Sociology’, American Journal of Sociology,31, 1, 1926, págs. 15-48.

4 Gracias al minucioso estudio de Mary Jo Dee-gan son bien conocidos en la actualidad los estrechosvínculos entre Henderson, Thomas y el propio Smallcon Jane Addams y las trabajadoras sociales de HullHouse, hasta el punto de que Ch. H. Cooley llegó acomparar al Departamento de Sociología de Chicagocon una especie de guardería de trabajadores sociales.Cf. H. Kuklick, op. c., pág. 825. La propia Jane Ad-dams, que se instaló en Hull House en septiembre de1889 y fundó al año siguiente el The Working Peo-ple’s Social Science Club, describe bien las relacionescon Small y el Departamento de Sociología: Jane Ad-dams, Twenty Years at Hull-House. With autobiogra-phical notes, Nueva York, 1940. Cf. Mary Jo Deegan,Jane Addams and the men of the Chicago School, 1892-1918, Transaction Books, New Brunswick, 1990.

5 Sobre los enfrentamientos en La Sorbona, cf.Wolf Lepenies, Las tres culturas. La sociología entre laliteratura y la ciencia, FCE, México, 1994.

6 Sobre los conceptos de desorganización social yorden moral véase el trabajo de Peter Jackson ‘Socialdisorganization and moral order in the city’, Trans.Inst. British Geography, 9, 1984, págs. 168-180

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llaba”. Mary Jo Deegan señala que en losanales de sociología de Chicago, Hender-son es prácticamente un profesor olvida-do; sin embargo, fue uno de los sociólogosmás influyentes del departamento. Estabaespecializado en la criminología, la refor-ma de las cárceles, la delincuencia juvenil,el seguro de sanidad y la integración delhombre moderno en un contexto seculary religioso7. El caso bien conocido de Gra-ham Sumner, que sustituyó el púlpito porla enseñanza de la ciencia social, no erapor tanto una excepción.

Entre 1909 y 1911 nos encontramosya al joven Sutherland impartiendo clasesde sociología y psicología en el Grand Is-land College, en el que su padre era elpresidente. En 1911 regresa a la Universi-dad de Chicago para culminar sus estu-dios, y sabemos, por toda una serie de tes-timonios de la época, que estaba bastantedecepcionado de la enseñanza de la So-ciología8. De hecho, cuando regresa, nose incorpora al Departamento de Sociolo-gía sino al de Economía Política, con laintención de trabajar con Thorstein Ve-blen. Por desgracia, Veblen abandonó esemismo año la Universidad de Chicagopara irse a Stanford, por lo que Suther-land pasó a trabajar con Robert Hoxie, elprincipal colaborador de Veblen. Su Ph.D. en Sociología y Economía Política, di-rigido por Hoxie y tutorizado por Hen-derson, se tituló Unemployment and Pu-blic Employment Agencies y obtuvo la cali-ficación de magna cum laude. Sutherlandinauguraba así un campo de estudiovinculado con la sociología del trabajo enel que se inscribieron años más tardeotras investigaciones sociológicas de Chi-cago, como The Hobo, de Neil Anderson.

Me parece que la relación de Suther-land con Veblen, aunque fallida en parte,no debe ser pasada por alto. Veblen habíapublicado en 1904, el mismo año en elque se imprimió la primera entrega de Laética protestante y el espíritu del capitalis-mo, de Max Weber, un libro titulado TheTheory of Business Entreprise. El análisis deVeblen sobre el espíritu de un capitalismoindustrial, cada vez más movido por eldesarrollo de la tecnología y la crecienteimportancia del crédito, conducía a con-clusiones muy en la línea de los procesos

de petrificación social señalados tambiénpor Weber. Por otra parte, ya Veblen, ensu Teoría de la clase ociosa, había introdu-cido el concepto de depredación para des-cribir los comportamientos de industria-les regidos por un egoísmo voraz propiodel salvajismo de las clases altas. Aún más,en la Teoría de la clase ociosa Veblen esta-blecía explícitamente una analogía defondo entre capitalistas y delincuentes:

“El tipo ideal de hombre adinerado se asemejaal tipo ideal de delincuente, por su utilización sinescrúpulos de cosas y personas para sus propios fi-nes, y por su desprecio duro de los sentimientos ydeseos de los demás, y carencia de preocupacionespor los efectos remotos de sus actos; pero se dife-rencia de él porque posee un sentido más agudo delstatus y porque trabaja de modo más consistente enla persecución de un fin más remoto, contempladoen virtud de una visión de mayor alcance”.

Veblen era quizá el único profesor deSociología de Chicago que mantenía undiscurso abiertamente anticapitalista cen-trado en la cuestión social9. El hecho deque Sutherland quisiese trabajar con él,así como el objeto de su tesis centrada enel paro, indican que se adscribía a posi-ciones un tanto alejadas del reformismosocial filantrópico, más próximas, portanto, de los planteamientos socialistas.

Entre 1913 y 1919, Sutherland fueprofesor de Sociología en el William Je-well College de Liberty, en Missouri, unavez más una institución baptista10. En1919 pasó a impartir clases en la Univer-sidad de Illinois. El catedrático de Socio-logía E. C. Hayes le propuso que escribie-se un libro de texto de Criminología, queefectivamente escribió y salió a la luz porvez primera en 1924. Este manual fuemúltiples veces reeditado y ampliado, ytambién traducido a otros idiomas11. En1926, Sutherland pasó al Departamentode Sociología de Minnesota, que, trasChicago, Columbia y Wisconsin, consti-tuía el cuarto departamento más impor-

tante de Estados Unidos. Su interés conti-nuaba centrado en los temas criminológi-cos, en la sociología del delito. En unaimportante carta a su amigo Luther Ber-nard (13 de julio de 1927) señala que suestudio de la sociología responde a

“un interés en los métodos para mejorar las condi-ciones sociales. Cuando me convertí en un officerde la Asociación de Protección Juvenil contemplé,por vez primera en mi vida, las condiciones de vidaen las zonas de inmigrantes de una gran ciudad.Esto me impresionó profundamente, como habíaocurrido con la primera literatura que había leído(Jacob Riis, etcétera), y desarrollé una actitud su-puestamente radical. Estaba impresionado por laescasa modificación que se podía conseguir me-diante organizaciones reformistas, y quería algo asícomo el socialismo (…) que podría provocar uncambio a la vez rápido y profundo”12.

Entre 1929 y 1930, Sutherland pasó atrabajar en el Centro de Higiene Social deNueva York, y desde ese año hasta 1935trabajó en el Departamento de Sociologíade la Universidad de Chicago. En el vera-no de 1930 visitó seis prisiones en Inglate-rra, así como otras cárceles en el continen-te y en la península escandinava. Comoresultado de la actividad desplegada enNueva York y en Europa, publicó en 1931un importante artículo titulado The Prisonas a Criminological Laboratory. Detengá-monos por un momento en este texto po-co conocido, pues es una contribuciónimportante a la sociología criminal.

Uno de los presupuestos básicos queparecen compartir los estudiosos de la cri-minología es que para luchar contra elmundo del delito es preciso conocer alcriminal, sus costumbres y los métodos delos que se sirve para cometer sus fecho-rías. Como escribió un experto en higienemental, a quien Sutherland cita quizá conuna cierta ironía, del mismo modo quecuando en el terreno de la agricultura seproduce una plaga de insectos destructo-res los biólogos estudian sus característi-cas biológicas y su comportamiento conel fin de acabar con ellos y salvar las cose-chas, el estudio de la personalidad de losdelincuentes en la prisión puede propor-cionar conocimientos de vital importan-cia para atajar los crímenes. Efectivamen-te, en la prisión el delincuente resulta físi-camente accesible y se le puede observardurante un largo y continuado periodo detiempo. En la cárcel, muchos presos re-frescan su memoria y están dispuestos acooperar en proyectos de criminología

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12 Citado en M. S. Gaylord y J. F. Galliher: TheCriminology of Edwin Sutherland, Transaction Books,New Brunswick, 1988, pág. 12.

7 Mary Jo Deegan, op. c., págs. 18-19.8 Son numerosos los trabajos sobre la vida y el

itinerario intelectual de Sutherland. Para este apartadome he basado, sobre todo, en datos proporcionadosen la documentada Introducción que hicieron GilbertGeis y Colin Goff de la versión íntegra de El delito decuello blanco, de la Universidad de Yale, en 1983.

9 Cf. Thorstein Veblen: Teoría de la clase ociosa.FCE, México, 1944, pág. 243 (la edición original esde 1899). Sabemos que Sutherland concedió impor-tancia a este texto, pues él mismo lo cita en su libro ytambién en los Principios de criminología en el capítu-lo dedicado a ‘La criminalidad y la organización so-cial’. Sobre la relación de Veblen y Weber con el capi-talismo, véase P. A. Saram, ‘Veblen and Weber, onthe Spirit of Capitalism’, Journal of Historical Socio-logy, vol. 5, núm. 2, junio 1992, págs. 234-252.

10 En estos años únicamente publica en junio de1916 un artículo sobre What Rural Health SurveysHave Reported?

11 Ernest W. Burgess realiza una reseña del libroen el American Journal of Sociology (30 de enero de1925) y dice de él que es el primer libro de texto so-ciológico en este campo (pág. 491).

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científica. Existen, sin embargo, escribeSutherland, dos grandes dificultades parael estudio de los delincuentes en las pri-siones. La primera es que los delincuentesque se encuentran en las prisiones no sontodos los delincuentes, sino únicamenteun selecto grupo de delincuentes.

“A la cárcel no van todos los delincuentes, ylos que van difieren de los delincuentes que no vanpor el modo de pensar, por su status económico,por su estabilidad emocional, raza, lugar de naci-miento y otras variables”.

Lógicamente, los delincuentes máshábiles e inteligentes, o los que están inte-grados en el crimen organizado, tienenmenos probabilidades de ser detenidosque los delincuentes que son débiles men-tales, por ejemplo. No se trata, sin embar-go, de una dificultad insalvable, pues in-cluso personajes como Capone y algunode sus lugartenientes ya habían, por estaépoca, visitado las cárceles. El problemaes que hay que ser cauteloso a la hora depresentar tipologías y servirse de las esta-dísticas oficiales, y sobre todo a la hora degeneralizar y de extraer conclusiones apartir de datos provenientes de la obser-vación realizada en las cárceles.

La segunda dificultad se deriva de quela prisión no es el hábitat natural del delin-cuente. Para algunos estudiosos del delitoésta es una dificultad que invalida los estu-dios realizados en las cárceles, pues estudiarla vida del delincuente en la cárcel es comoestudiar la vida de un león en una jaula.Sutherland señala que lo importante noson tanto las conductas materiales cuantolas interpretaciones que el delincuente ela-bora de su propia vida y de sus propios ac-tos, por lo que la prisión no invalida el es-tudio de los delincuentes, especialmente de“los más viejos, los más difíciles y los máspeligrosos”.

A la hora de analizar los trabajos quese vienen realizando en los centros peni-tenciarios es preciso distinguir entre losfines administrativos y los objetivos decontrol social. Ambos fines no siemprecoinciden, pero, en todo caso, lo impor-tante de estos estudios realizados en lasprisiones es comprender al delincuente.Destaca en este sentido la experiencia deIllinois. Como subraya Sutherland,

“una parte verdaderamente interesante del trabajo deeste equipo es la recopilación de biografías de prisio-neros realizada bajo la dirección de los sociólogos”.

Y añade:

“Clifford R. Shaw ha publicado dos de estas au-tobiografías, que parecen especialmente relevantes,

tanto para los objetivos administrativos como parauna teoría de la conducta criminal, así como para laspolíticas generales de control”.

Efectivamente, el conocido libro deShaw, la modélica historia de vida TheJack-Roller, acababa de ser publicado porla Universidad de Chicago en 1930. ParaSutherland, la mejor experiencia de pri-sión-laboratorio supondría que especialis-tas en ciencias sociales y funcionarios tra-bajasen juntos en favor de una mejora dela institución y en favor de un conoci-miento más afinado del mundo del deli-to. Trabajos en esta línea se estaban lle-vando a cabo en las cárceles de Moscú ytambién en alguna institución de Illinois.Este modelo, sin embargo, se encuentracon frecuencia con la resistencia de la le-gislación y de la opinión pública. Por otraparte, no es fácil encontrar buenos soció-logos del delito ni abundan los funciona-rios adecuados para este trabajo. La for-mación de unos y otros es deficiente. Sinembargo, la tendencia para el futuro estáclara, y de ello se derivarán mejoras en eltratamiento de los reclusos, así como teo-rías más ajustadas sobre la delincuencia, ymejores programas para la prevención deldelito13.

En este artículo aparecen ya de formaclara algunas líneas de fuerza característi-cas de la criminología de Sutherland. Poruna parte, la distancia con los plantea-mientos biologicistas de la escuela positi-va italiana de Derecho Penal era ya mani-fiesta. Se distancia también de las teoríaspsicológicas e individualistas del delito, yespecialmente del uso de los test menta-les. Cuando psiquiatras, psicólogos y cri-minólogos andaban obsesionados porcuantificar la incidencia de la herencia ydel medio en las conductas criminales,cuando expertos de todo tipo entraban asaco en las cárceles con el fin de realizar elretrato-robot del tipo delincuente en esta-do puro, Sutherland se atreve a invalidarlas elaboraciones teóricas sustentadas enlas estadísticas criminales oficiales porquerealmente no son delincuentes todos losque están en las cárceles y, sobre todo,porque no están en las cárceles todos losque son delincuentes.

Pero hay algo más: se adopta un pun-to de vista sociológico, un punto de vistaen el que la variable clase social va a resul-tar decisiva para comprender el entrama-

do jurídico-penal. Opta, en fin, por com-prometerse en la búsqueda de una teoríadel delito que sea a la vez explicativa yque concurra a prevenir los actos delin-cuentes. Las principales condiciones parala formación del concepto de delito decuello blanco estaban dadas. Para avanzarera preciso verificar empíricamente quelos criterios de selección del sistema penalson socialmente selectivos. En este senti-do resultó decisivo su encuentro con unladrón profesional. Era un ladrón alto,bien vestido, de buena presencia y moda-les afables, locuaz y observador, un ladrónal estilo de los que aparecen en algunaspelículas de amor y lujo. Su seudónimoera Chick Conwell, pero su nombre depila era Broadway Jones. La Universidadde Chicago pagó a Jones 100 dólares pormes, durante tres meses, para que contasea Sutherland la historia de su experienciaen la profesión. El trabajo se inició en1932, pero The Professional Thief no sellegó a publicar hasta 1937, cuando yaSutherland había abandonado Chicago en1935 para incorporarse como catedráticode Sociología y director de departamentoen la Universidad de Indiana.

Uno de los capítulos más llamativosdel trabajo de Sutherland y Conwell es eldedicado al asesor jurídico. En él se ponemuy claramente de manifiesto que los la-drones profesionales eluden casi siemprela acción de la justicia y por tanto no su-fren condenas en las cárceles. Basta un so-mero conocimiento de las poblaciones re-clusas para darse cuenta de que a las cárce-les van, sobre todo, delincuentes comunesprocedentes de las clases bajas, que se sir-ven fundamentalmente de métodos inti-midatorios para perpetrar los delitos. Perosi los ladrones profesionales, los ladronesde clase media, casi nunca van a las cárce-les, ¿qué ocurre entonces con los delin-cuentes de clases altas?, ¿cuáles son los de-litos de las clases altas?, ¿cómo consiguenevitar los delincuentes de clases altas lascondenas penales y la reclusión? Cuandose crean las condiciones intelectuales paraobjetivar un problema se abre también lavía a soluciones posibles. Pero en este casoesas condiciones intelectuales no estabanmuy distantes de la vida cotidiana deChicago. La ciudad era entonces el labo-ratorio social que alimentaba la reflexiónsociológica de la Universidad.

Durante su estancia en Chicago, Su-therland tuvo tiempo suficiente para per-cibir que las conexiones entre el crimenorganizado y los poderes públicos corrup-tos estaban muy extendidas, tanto en losmedios policiales como en la Magistratu-

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13 Edwin H. Sutherland: ‘The Prison as a Crimi-nological Laboratory’, The Annals of the AmericanAcademy of Political and Social Science, 157, septiem-bre 1931, págs. 131-136.

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ra y la Administración. Por otra parte,Frederic Thrasher, también sociólogo for-mado en Chicago por la misma época,había puesto claramente de manifiesto ensu investigación sobre las bandas –TheGang (1927)– las redes existentes entre lasautoridades honorables y los gánsteres.

Chicago, ciudad sin leyCuando en 1892 se abría el primer De-partamento de Sociología de una univer-sidad norteamericana, Chicago era yauna ciudad industrial en plena expansión.Entre 1887 y 1897 la superficie de la ciu-dad se multiplicó por cinco y la pobla-ción por cuatro. Sin embargo, entre 1900y 1930, la superficie de la ciudad crecióúnicamente un 10% en extensión, mien-tras que la población se duplicó. La den-sidad de la población pasó así a ser unfactor decisivo de la morfología urbana.En 1920, de los 2,7 millones de habitan-tes, casi un tercio (805.482) eran inmi-grantes. Los blancos norteamericanos re-presentaban un 23,7% de la poblacióntotal. Un total de 39 líneas de ferrocarrilsurcaban la ciudad y a ella afluían sin ce-sar emigrantes y trabajadores de paso.Mas de mil iglesias daban cobijo a orga-nizaciones religiosas y filantrópicas,mientras que el periódico Tribune, enmarzo de 1928, cuando se aproximaba elgran proceso contra Al Capone, habíacensado 215 casas de juego, con una cifrade negocios diaria estimada en más de2,5 millones de dólares. Las cifras oficia-les indican que en ese año se produjeronen Chicago un total de 367 asesinatospor muerte violenta.

En 1920, la suma de emigrantes ru-sos, alemanes y polacos pasaba de350.000, y la de suecos, irlandeses, italia-nos y checos de los 200.000. Como seña-ló el sociólogo francés Maurice Halb-wachs, de quien retomo algunos de estosdatos, el hecho de que existiese en la Uni-versidad de Chicago una Escuela de So-ciología original se debía en gran medidaa que los sociólogos ansiosos de materia-les empíricos no tenían que alejarse de-masiado de sus despachos para encontrar-se con su objeto de estudio14. Ante ellosse desplegaba una gran ciudad industrialen progresivo crecimiento acelerado, endonde se daban cita los problemas urba-nos, la miseria, el fraude, las salas de baile

de las taxi-dance, las apuestas trucadas enlas carreras de galgos, el contrabando delicores y el gansterismo con los centros de trabajo social, las asociaciones filantró-picas, las ligas contra la depravación y elvicio, y también las agencias públicas yprivadas de colocación. En 1920 se iniciótambién la prohibición, que duró hastadiciembre de 1933, y con ella Chicagopasó a ser el paradigma de las ciudades sinley, el epicentro del imperio del crimen, elsímbolo por antonomasia de las ciudadespeligrosas.

John Torrio, que llegó a Chicago en1915, fue el primer rey de los prostíbulos,el gran empresario del negocio de la tratade blancas, y también el primer gánster

fiel a la idea de que “más vale hacerseamigo de los hombres de la ley que com-batirlos”. Él mismo podría muy bien en-carnar el ideal ascético propio del empre-sario capitalista descrito con trazos firmespor Max Weber: rostro descarnado y hue-sudo de una palidez monástica, metódico,austero, sigiloso, puntual en el pago desus deudas, astuto, previsor, de energía in-domable, escrupuloso en la contabilidadde sus diversos y prósperos negocios, pa-cífico, pues jamás empuñó una pistola; enfin, amante de la música, pues las arias delas óperas italianas embargaban sistemáti-camente de visible emoción su alma. Suesposa, una acaudalada dama de Ken-tucky de rancia estirpe norteamericana, lo

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14 Cf. Maurice Halbwachs: ‘Chicago, expérienceéthnique’, retomado en VV AA, L’Ecole de Chicago.Naissance de l’écologie urbaine, Aubier, París, 1979,pág. 287.

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consideraba el mejor de los maridos, puesconvirtió su vida de casada en una larga yserena luna de miel.

“Torrio urdía los asesinatos desde el misteriode la sombra. Rodeado de borrachos, no probabauna gota de alcohol. Envuelto en toda clase de disi-paciones, no se mezclaba en ninguna. Jamás cruzósus labios una palabra obscena u ofensiva. Por lamañana, al salir de su hogar, situado en la avenidaMichigan, despedía a su esposa con un beso. Ter-minado su trabajo diurno, regresaba en su coche,almorzaba en babuchas y se pasaba la tarde tran-quilamente en una butaca. Tal era su rutina. (…)Era amante de la música y conocía a fondo lasobras de los grandes compositores. (…) Se com-portaba con dulzura, reserva y dignidad. (…) Elque se topara con él sin conocer su verdadera per-sonalidad hubiera llevado la impresión de un caba-llero distinguido”15.

Cuando el gran Colossimo (Big Jim)fue asesinado en 1920, Johnny Torrioasumió el mando supremo del hampa enChicago. Durante su reinado, 75 cervece-rías, algunas de ellas de su exclusiva pro-piedad, funcionaron a pleno rendimiento.Con la ayuda de Al Capone, los negociosde Torrio fueron aún mucho más vientoen popa. Al comercio de alcohol y de cer-veza se sumaban los garitos de juego y lascasas de prostitución. Todo este ingentenegocio, claro está, no se podía manteneren activo más que con el concurso que leprestaban las maquinarias políticas, judi-ciales y policiales de la ciudad. En 1925,cuando las cosas empezaban a ponersemás difíciles, Torrio se fue definitivamen-te de Chicago y Capone se vio entroniza-do como el nuevo Napoleón del hampa.Convirtió el hotel Levinsgton en su cuar-tel general y escribe Burns:

“allí celebraba sus conferencias diarias bajo losretratos de Lincoln y Washington: en su forma ex-terna se parecía mucho al Consejo de Administra-ción de alguna gran sociedad exportadora o casabancaria de la calle La Salle. Elegantemente vesti-dos, las cabezas lamidas por el peine, y una flor enel ojal de la solapa, los miembros del Consejo echa-ban displicentemente bocanadas de humo, bosteza-ban de cuando en cuando y a veces asentían con lacabeza”.

Al Capone, que consideraba la Bolsade Wall Street un juego fraudulento, algoasí como una mesa de ruleta trucada, sen-tía, sin embargo, una gran pasión por lasapuestas en las carreras de caballos. En elhipódromo se paseaba entre los gentlemenrodeado de guardaespaldas, luciendo ensu mano una sortija con un diamante de11 quilates que le había costado 50.000

dólares.

“Hice mi fortuna” –decía–, “prestando unservicio público. Si yo violé la ley, mis parroquia-nos, entre los que se encuentra la mejor sociedadde Chicago, son tan culpables como yo. La únicadiferencia entre nosotros consiste en que yo vendíy ellos compraron. Cuando yo vendo licores, el ac-to se llama contrabando. Cuando mis clientes selos sirven en bandeja de plata se llama hospitali-dad”16.

La alianza entre los poderes públicoscorruptos y las mafias dio paso a la impu-nidad. Las cárceles se llenaban de peque-ños y pobres rateros, mientras los grandesdelincuentes se paseaban desafiantesacompañados de las autoridades de la ciu-dad, que ellos mismos habían contribuidoa hacer elegir. Pero las cosas no podían se-guir así indefinidamente. El 9 de julio de1930, Jake Lingle, un periodista nacidoen el West Side que había entrado de bo-tones en el Chicago Tribune y que graciasa Al Capone se había convertido en el re-portero de moda, en el principal cazadorde noticias del mundo del hampa, caíaasesinado por un asesino alto, rubio y deojos azules, en un paso subterráneo cuan-do se dirigía al hipódromo de Washing-ton Park. La prensa de Chicago ofreció55.000 dólares a quien proporcionase laspistas que condujesen a descubrir al asesi-no. Las montañas de papeles removidaspermitieron, entre otras cosas, formularuna acusación contra Capone por fraudefiscal. El proceso comenzó el 6 de octubrede 1931, cuando la popularidad de Capo-ne había llegado a lo más alto. Los efectosde la gran depresión eran entonces devas-tadores y Capone no dudó en recurrir amedidas filantrópicas para ganar popula-ridad. Y así, en 1930, en un edificio delSouth Side, se distribuyeron en seis sema-nas 120.000 comidas a los parados, y elDía de Acción de Gracias, Capone regaló5.000 pavos a los pobres.

“Cuando aparecía en público con su frac y susombrero flexible gris de 200 dólares, muchas mu-jeres se echaban a sus pies e insistían en besarle lamano. Cuando aparecía en los partidos de béisbol,deporte que le apasionaba, el público prorrumpíaen aplausos y saludos. (…) Los periodistas estabanfascinados por su personalidad”17.

Pero Capone no tuvo tiempo de pere-grinar al Vaticano para lavar definitiva-mente su cara de asesino por el módicoprecio de entregar una generosa limosna

al Banco del Santo Espíritu, ni tampococonsiguió abrirse un hueco en el mundode las finanzas legales. Sus abogados, en-trenados en el arte de los arreglos y losmanejos con jueces y jurados, no pudie-ron hacer frente al moralismo del juezWilkerson, que le condenó a 10 años decárcel por evasión fiscal. Fue entoncescuando sus abogados pusieron el grito enel cielo y, refrendados por algunos juristaseminentes, declararon que la sentenciaconstituía una “monstruosidad jurídica”.Pero todo fue en vano. Capone ingresó enla cárcel de Chicago y de ésta pasó a la deAtlanta, para terminar al fin ingresandoen la mítica Alcatraz. Cuando en la pri-mavera de 1929 fue detenido en Filadelfiapor tenencia ilícita de armas, había decla-rado al director de la seguridad pública suincapacidad para abandonar el mundodel hampa:

“Durante los dos últimos años he estado tratan-do de salirme, pero una vez que uno está en el racketse queda en él para siempre. Los parásitos te siguenpor donde vayas, solicitando favores y dinero, y nopuedes librarte jamás de ellos, vayas donde vayas”.

Sin embargo gracias también a esasredes densas, Capone logró sobrevivir acuatro jefes de policía, dos administracio-nes municipales, tres fiscales federales dedistrito y un regimiento de agentes fede-rales prohibicionistas; había sobrevivido ainnumerables campañas contra el crimen,investigaciones de jurados de acusación,cruzadas de reforma, campañas electoralespara la limpieza general, cambios de per-sonal en la policía y pesquisas y debatesdel Congreso.

Al fin, en la celda de la cárcel pudodormir tranquilo. La hora de los grandeshéroes del hampa, vanidosos y dados a laexhibición de su fortuna, había pasado.Pero

“Capone dejó detrás de sí ciertas lecciones pa-ra la Mafia y la Cosa Nostra y para las bandas inte-restatales que le sucedieron. Y la primera lecciónfue la de evitar la publicidad”18.

Comenzaba entonces una nueva eta-pa para América. Franklin Delano Roose-velt abría con el new deal un nuevo espa-cio para la democracia social, y una leydel 5 de diciembre de 1933 abolía de raízla prohibición. El crimen organizado pa-saba a refugiarse en el juego y en el anoni-mato, los capos de la Mafia intentabanadoptar la apariencia de legalidad. ¿Qué

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15 Cf. Walter Nuble Burns: Los gangsters de Chi-cago, Espasa Calpe, Madrid, 1972, págs. 24 y sigs.

16 Walter Nuble Burns, op. c., págs. 42 y 34.17 Historia secreta de la mafia, t. II, Sedmay, SA,

Buenos Aires, 1974, pág. 149.

18 Cf. F. D. Pasley: Al Capone, Alianza, Madrid,1970, págs. 301 y 311-312.

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ocurría en realidad bajo el manto presti-gioso y protector del mundo de los nego-cios honorables, allí donde el “tipo idealde hombre adinerado”, el capitalista –quepara Veblen se asemeja al “tipo ideal deldelincuente”– “dispone sin escrúpulos decosas y personas para sus propios fines?”.¿Iban estos personajes a seguir gozando deun espacio de opacidad al margen de todaconsideración ética y jurídica? Fue precisoque un sociólogo como Edwin Suther-land hiciese acopio de sensibilidad, inteli-gencia, valor y entereza moral para poderpensar, y a la vez investigar, cómo elmundo del delito no era ajeno al mundocaliginoso y secreto de las sociedades anó-nimas.

Crónica del hampaChicago, la ciudad del crimen organiza-do, era al mismo tiempo una ciudad fas-cinante por la diversidad de una pobla-ción caracterizada por la multiculturali-dad y por la afluencia incesante deldinero y de la fuerza de trabajo. Esta ciu-dad, que hizo posible el nacimiento y de-sarrollo de la sociología norteamericana, yen la que se inscribe la obra de E. Suther-land, fue también el caldo de cultivo quehizo posible el nacimiento de la novelanegra. Cosecha roja se publicó por entre-gas entre noviembre de 1927 y febrero de1928, y La llave de cristal, en 1931. Con-viene no olvidar que Dashiel Hammett,además de ser un libertario radical y elgran escritor creador la novela negra, ex-traía sus fuentes literarias de la vida coti-diana de Chicago, y más concretamentede las tramas que iban desde los bajosfondos hasta las cumbres borrascosas, tra-mas que él mismo conoció practicandocomo detective para la agencia Pinkertonla técnica de la observación participante.Como escribió Raymond Chandler,Hammett

“trataba de ganarse la vida escribiendo de algoacerca de lo cual contaba con información de pri-mera mano. Una parte la inventó, todos los escri-tores lo hacen; pero tenía una base en la realidad:estaba compuesta de cosas reales”.

La realidad descrita por Hammettdesplazaba la trama de la novela policiacade los espejos venecianos y de los bombo-nes de chocolate envenenados con cianu-ro hacia el mundo del hampa, entraba enlos callejones oscuros y en los garitos dejuego, allí donde la crema de la sociedadse codea con los matones y los asesinos asueldo. De hecho, uno de los primerosencargos que recibió Hammett de laagencia fue informar sobre una huelga de

los trabajadores de la compañía mineraAnaconda Cooper en Montana. La em-presa le ofreció a Hammett 5.000 dólarespara que matara al líder sindical FrankLittle; y a pesar de que no se dejó com-prar, su negativa no pudo impedir que elbárbaro asesinato del líder sindical efecti-vamente se produjese. Hammett tenía en-tonces 23 años y su vida cambió. Cuan-do, a partir de 1922, comienza a escribirpara las revistas, lo que describe es unmundo de corrupción, de violencia y ne-gocios sucios, un ansia de dinero y poderque caracteriza en todas partes al crimenorganizado con sus redes clientelísticas19.

Como buen amante de la literatura yliberal, es muy probable que Sutherlandfuese también un seguidor de las novelasde Dashiell Hammett, pues sabemos poralguno de sus biógrafos que era un asiduolector de novelas. Por otra parte, a dife-rencia de su maestro Henderson, que, se-gún Thomas, nunca llegó a entrar en unsaloon, no es descabellado pensar quetambién a Sutherland, durante su estanciaen Chicago, le gustase perderse por losvericuetos de la gran ciudad –siguiendoen esto las recomendaciones que sistemá-ticamente repetía Robert Park a sus estu-diantes–. Se da además la circunstanciade que, según nos cuenta Jon Snodgrass,uno de sus más meticulosos biógrafos, le-jos del rigorismo puritano de su padre, legustaba jugar a la baraja, hacer deporte,

era fumador, amante del cine y de los se-manarios, gustos todos que en la época seasociaban a los inconformistas; no erauna persona especialmente religiosa y sesentía comprometido, más radicalmenteque otros muchos sociólogos de Chicago,en la defensa de la justicia y en la profun-dización de los valores democráticos.

Por esta misma época veía la luz un li-bro sobre los barones ladrones que ejercióuna gran influencia en Sutherland20. Elacta de nacimiento del concepto de delitode cuello blanco tuvo lugar, sin embargo,en la ya mencionada Presidential adressdel 27 de diciembre de 1939, un mes mástarde de que Al Capone (tras redimir va-rios años de condena por su buena con-ducta y por su eficiencia en el trabajo car-celario) abandonase la prisión para ingre-sar en el Union Memorial Hospital deBaltimore. Así debió de comenzar Suther-land su histórica conferencia:

“Los economistas suelen estar muy familiari-zados con los métodos utilizados en el ámbito delos negocios, pero no están acostumbrados a consi-derarlos desde el punto de vista del delito. Muchossociólogos, por su parte, están familiarizados con elmundo del delito, pero no están habituados a con-siderarlo como una de las manifestaciones de losnegocios. Esta conferencia intenta integrar ambasdimensiones del conocimiento o, para decirlo deforma más exacta, intenta establecer una compara-ción entre el delito de la clase alta –delito de cuelloblanco–, compuesta por personas respetables, o, enúltimo término, respetadas, hombres de negocios yprofesionales, y los delitos de la clase baja, com-puesta por personas de bajo status socioeco-nómico”21.

Los empresarios que se sirven de lafalsa publicidad para mejor vender susproductos, y que por tanto atentan contralas normas legalmente establecidas, ¿lo ha-cen porque poseen un bajo cociente inte-lectual, porque su nivel de lectura es muydeficiente, porque han vivido una infanciadesgraciada y sin padre, porque no son su-ficientemente ricos, porque poseen algu-nos rasgos criminaloides de personalidad,por la combinatoria de determinados cro-mosomas, o se debe quizá a que no han

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20 Se trata del libro de Matthew Josephson TheRobber Barons, 1934. Sobre el influjo de este libro, cf.Gilbert Geis (ed.): White Collar Criminal. The Offen-der in Business and the Professions, Atherton Press,Nueva York, 1968, págs. 57 y sigs.

21 Así comienza el texto que Sutherland publicóen la American Sociological Review en febrero de 1940,artículo que hemos traducido e incluido en el anexo aLadrones profesionales. En ese texto, al igual que en elya citado artículo sobre las cárceles, Sutherland hacereferencia explícita a Al Capone para mostrar que sesitúa en un terreno nuevo, el de los negocios hono-rables.

19 Raymond Chandler (El simple arte de matar,Bruguera, Barcelona, 1980, págs. 214-215) lo descri-be así: “Un mundo en el que los pistoleros pueden go-bernar naciones y casi gobernar ciudades, en el que loshoteles, casas de apartamentos y célebres restaurantesson propiedad de hombres que hicieron su dinero re-gentando burdeles; en el que un astro cinematográficopuede ser el jefe de una pandilla, y en el que ese hom-bre simpático que vive dos puertas más allá, en el mis-mo piso, es el jefe de una banda de controladores deapuestas; un mundo en el que un juez con una bodegarepleta de bebidas de contrabando puede enviar a lacárcel a un hombre por tener una botella de un litroen el bolsillo; en el que un alto cargo municipal puedehaber tolerado el asesinato como instrumento para ga-nar dinero; en el que ninguno puede caminar tranqui-lo por una calle oscura porque la ley y el orden soncosas sobre las cuales hablamos, pero que nos abstene-mos de practicar; un mundo en el que uno puede pre-senciar un atraco a plena luz del día, y ver a quién locomete, pero retroceder rápidamente a un segundoplano, entre la gente, en lugar de decírselo a nadie,porque los atracadores pueden tener amigos de pisto-las largas, o a la policía no gustarle las declaraciones deuno, y, de cualquier manera, el picapleitos de la de-fensa podrá insultarle y zarandearle a uno ante el tri-bunal, en público, frente a un jurado de retrasadosmentales, sin que un juez político haga algo más queun ademán superficial para impedirlo. No es un mun-do muy fragante, pero es el mundo en el que vivimos,y ciertos escritores de mente recia y frío espíritu de de-sapego pueden dibujar en él tramas interesantes y has-ta divertidas”.

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resuelto correctamente su complejo deEdipo? A Sutherland le gustaba ironizarsobre el valor explicativo de las teorías aluso sobre la delincuencia, que quedabanmudas ante el delito de cuello blanco. Elconcepto de delito de cuello blanco obli-gaba a todo un desplazamiento teórico pa-ra explicar las raíces del delito. Sutherlandagudizó particularmente sus críticas con-tra el determinismo biológico, el indivi-dualismo extremo de psicólogos y psiquia-tras, y también contra las explicacioneseconómicas del delito, que tendían a iden-tificar el delito con la pobreza. Me pareceque, en gran medida, la fuerza del concep-to de delito de cuello blanco creado porSutherland no sólo deriva de abrir todoun inmenso espacio para la observación yla reflexión de la sociología criminal, sinoque también procede de invalidar parasiempre las teorías tradicionales del delito.En realidad, el nuevo concepto de delitode cuello blanco es inseparable de la teo-ría, también elaborada por Sutherland, so-bre la asociación diferencial. El hecho deque esa teoría fuese formulada en 1939,en la nueva edición de su libro de Crimi-nología, no es, en este sentido, una casuali-dad. Delito de cuello blanco y asociación di-ferencial forman entre sí una pareja dialéc-tica, pues en este caso el descubrimientode un nuevo continente –un mundo de-lictivo oculto y desconocido– obligaba aremodelar el mapa general y, por tanto, lasteorías explicativas de la delincuencia. Elaño 1939 marca un antes y un después enla criminología de Sutherland. Fue tam-bién el año en el que Capone abandonó lacárcel, el año, en fin, en el que RaymondChandler publicaba El sueño eterno.

La teoría de la asociación diferencialEn la tercera edición de los Principios decriminología, que se publicó también en1939, Sutherland desarrollaba su teoríade la asociación diferencial, una teoríaque, como ya hemos señalado, venía exi-gida por la ruptura operada en el campode la sociología del delito por el conceptode delito de cuello blanco. Las teoríaslombrosianas del delincuente nato, las ex-plicaciones psicológico-psiquiátricas sobrelos tipos criminales, la aplicación de testmentales a los reclusos, así como de laidentificación del mundo del delito con elmundo de la pobreza, junto con las polí-ticas de prevención basadas en la eugene-sia, conocieron entonces un descréditototal. Sutherland desplazó el crimen delcallejón para introducirlo en los consejosde administración. Hay delincuentes po-bres, pero los delincuentes pobres no son

los únicos delincuentes. Las altas tasas dela delincuencia de cuello blanco se danprecisamente en las zonas residencialesajardinadas, en donde viven los magnatesde las grandes empresas rodeados de unlujo ostentoso. En contrapartida, áreaspobres de la ciudad pueden ser áreas conbajas tasas de delincuencia, como ocurrecon las zonas de asentamiento de los in-migrantes chinos.

Para el sociólogo norteamericano,una persona accede al comportamientodelictivo porque mediante su asociacióncon otros, principalmente en el seno deun grupo de conocidos íntimos, el núme-ro de opiniones favorables a la violaciónde la ley es claramente superior al númerode opiniones desfavorables a la violaciónde la ley. La teoría de la asociación dife-rencial, al sustituir el concepto de desorga-nización social, sobre el que reposa unabuena parte de la sociología de Chicago,por el de organización social diferencial,abría la vía al estudio de los valores, lasculturas y subculturas en conflicto. A par-tir de entonces ya era posible preguntarse:¿quién impone las reglas y en beneficio dequiénes? Pero a la vez, en la medida enque se trataba de una teoría sociológica,fue leída, en lo que se refiere a las políti-cas de prevención de la delincuencia y alas políticas de reinserción, como un siste-ma de referencia para una forma complejade intervención social comunitaria. Dehecho, Sutherland se interesó por el tra-bajo que estaban realizando en Chicagolos sociólogos Clifford R. Shaw y su ami-go Henry D. McKay, que compartían enbuena medida con él la teoría de la aso-ciación diferencial22.

Las reacciones contra el concepto dedelito de cuello blanco y la teoría de laasociación diferencial no se hicieron, sinembargo, esperar. Desde posiciones próxi-mas al marxismo se le reprochó a Suther-

land que no se sirviese de conceptos talescomo capitalismo, lucha de clases y otros.Desde los presupuestos tradicionales de lacriminología, la psiquiatría y la psicologíase le acusó de diluir los procesos de deci-sión de los sujetos en las interacciones so-ciales y de prescindir de la idea de unapersonalidad delincuente. A juicio de es-tos teóricos del delito, la teoría sociológi-ca relegaba tanto los factores internos co-mo los individuales. A ello se sumaba elhecho de que Sutherland puso más énfa-sis en los procesos de transmisión de loscomportamientos delincuentes que en losde recepción y elaboración personal23.Entre las críticas propiamente sociológi-cas destaca la réplica temprana de PaulTappan, a la que Sutherland pudo res-ponder en su libro, así como la crítica rea-lizada por Edwin Lemert a partir del estu-dio de la conducta del falsificador de che-ques sistemático, crítica que no encontróuna réplica de Sutherland, pues el artícu-lo se publicó en 1958, con posterioridad,por tanto, a la muerte del sociólogo nor-teamericano, que se produjo en 1950, unaño después de que publicase la versióncensurada de El delito de cuello blanco24.

La teoría de la asociación diferencial,que reposaba en la inducción analítica,parecía así derrumbarse ante la imposibi-lidad de explicar la conducta del falsifica-dor de cheques. Lemert insistía en sustextos en la tensión interior, en la soledady el secreto con el que estos ladrones ro-dean sus golpes, algo que entraba enabierta contradicción con las declaracio-nes de Chick Conwell a Sutherland. Latesis de Lemert es que el arte de la falsifi-

EL DELITO DE CUELLO BLANCO

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22 Sutherland reseñó el libro Juvenile delinquencyand urban areas. A study of rates of delinquents in rela-tion to differential characteristics of local communities inAmerican cities, en el que participaron muy activa-mente Shaw y McKay junto con Paul Cressey y otrossociólogos (American Journal of Sociology, 49, 1943,págs. 100-101). En esta reseña se refiere una vez más alos delitos de cuello blanco y critica la identificacióndel delito con la pobreza. Es muy probable que en lasustitución del concepto de desorganización social porel de organización social diferencial haya influido lalectura de Sutherland del ya clásico libro de WilliamFoote White Street Corner Society, que el propio Su-therland también reseñó (cf. American Journal of So-ciology, 50, 1944, págs. 76-77). Sobre la centralidaddel concepto de desorganización social construido fun-damentalmente por Thomas y Park, véase Peter Jack-son: ‘Social disorganization and moral order in thecity’, Trans. Inst. Br. Geogra. 9, 1984, págs. 168-180.

23 Para un seguimiento más puntual de los deba-tes en torno al delito de cuello blanco pueden consul-tarse las siguientes publicaciones: M. S. Gaylord y J.F. Galliher, The Criminology of Edwin Sutherland,Transaction Books, New Brunswick, 1988; KarlSchuessler (ed.), Edwin H. Sutherland: On analyzingcrime, Chicago University Press, Chicago, 1973;P. Beirne De., The origins and growth of Criminology.Essays on intelectual history 1760-1945, Darmouth,Aldesshot, 1994; R. Martin, R. J. Mutchnick y W. T.Austin, Criminological thought. Pioneers. Past and pre-sent, Nueva York, 1990, en donde se recogen tambiénlas críticas a la asociación diferencial en las págs. 163 ysigs.

24 Cf. Daniel Glaser: ‘Differential associationand criminological prediction’, Social Problems, VIII,1, verano 1960, págs. 6-14. También R. L. Burgues yR. L. Akers: ‘A differential association reinforcementtheory of criminal behavior’, Social Problems, XLV,otoño 1966, págs. 123-147. Véase también H. D.McKay: ‘Differential association and crime preven-tions: problems of utilisation’, Social Problems, VIII,1, verano 1960, págs. 25-37. Un buen resumen, reali-zado bajo el epígrafe de ‘Recientes reformulaciones dela teoría de la asociación diferencial’, ha sido realizadopor Tamar Pitch: Teoría de la desviación social, Ed.Nueva Imagen, México, 1980, págs. 63 y sigs.

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cación ha cambiado históricamente. Lafalsificación organizada parece haberseoriginado en Inglaterra, en el siglo XIX,cuando un abogado de sólida reputaciónmontó su banda de profesionales. Era unarte complicado que exigía cooperación ydivisión social del trabajo. El falsificadorde cheques de mediados del siglo XX, porel contrario, actúa solo, no se asocia conotros delincuentes. Procedentes de la clasemedia tradicional, o de la clase alta, estosdelincuentes se presentan a sí mismos co-mo “ovejas negras”. Por otra parte, pare-cen estar situados en una especie de tierrade nadie, a medio camino entre los delin-cuentes profesionales y los delincuentesde cuello blanco, como si se tratara deuna especialidad a punto de desaparecer.Esa posición singular y coyuntural privade fuerza al argumento de Lemert. Porotra parte, para Sutherland, el aprendizajese produce en un proceso de interacción;y Lemert, en la medida en que no analizala carrera de estos falsificadores hacia elmundo del delito, nada nos dice de eseproceso de aprendizaje en cooperación25.

En todo caso, en los años cincuenta lasociología de la desviación y la psicologíadel delincuente se tendieron a bifurcar enEstados Unidos: de un lado, las teoríasdel control social; del otro, las teorías psi-cológicas de la delincuencia basadas enfactores de personalidad. La propia teoríade la asociación diferencial se vio tambiénatrapada en esta dinámica contradictoria,de modo que mientras que los análisismarxistas procedían a una lectura en tér-minos de lucha de clases y crímenes delos poderosos, en el otro polo se produje-ron lecturas psicosociológicas como, porejemplo, la teoría de la identificación dife-rencial y lecturas abiertamente psicológi-cas, y en algunos casos manifiestamentecontrarias al propio concepto de aprendi-zaje de Sutherland, como es el caso de lateoría del estímulo reforzador diferenciado,de claro sesgo conductista. En realidad,diluida en la globalidad de la estructurasocial o reducida a procesos de subjetiva-ción, la teoría de Sutherland se vio, de he-

cho, reconducida hacia otras posiciones oreducida al silencio26.

Con la guerra fría comenzaban unosaños de plomo en los que se produjo lagran ofensiva del McCarthysmo. El Co-mité de Actividades Antinorteamericanasiniciaba la caza de brujas, una cacería dela que no se libró el propio Dashiel Ham-mett, que cumplió seis meses de cárcel yvio cómo confiscaban sus ingresos por ne-garse a denunciar a compañeros y amigosque militaban activamente en el PartidoComunista. Sutherland, a pesar de su len-guaje prudente y meditado, pasaba porser un radical que efectivamente arreme-tía contra las injusticias de las agenciasoficiales de la justicia. Su concepción dela justicia no coincidía puntualmente conlas leyes, y menos aún con los procedi-mientos penales, de modo que su teoríaparecía demasiado crítica como para sersocialmente asumida en un clima políticomilitarizado y atravesado por la dialécticainfernal del amigo y el enemigo. Quizá lamuerte lo libró de ser acusado y persegui-do por sus ideas políticas. En todo caso,el cuestionamiento de los delitos de cue-llo blanco quedó como en sordina, pese aque sus discípulos prolongaron su obra27.A ello quizá contribuyó una cierta ambi-güedad en la definición del delito, ya quecomprende a la vez los delitos de los pro-fesionales y los delitos de las corporacio-nes. Fue necesario que en 1975 se publi-case el libro de Michel Foucault Vigilar ycastigar. Nacimiento de la prisión, un libroque conmocionó profundamente el pano-rama de la sociología del delito, para queel concepto de delito de cuello blanco re-cibiese un nuevo y decisivo impulso28.

Foucault, a diferencia de Sutherland,que puso entre paréntesis los procesos his-tóricos, pudo ir más lejos en el análisis,pues llevó a cabo una investigación de ge-nealogía del poder, un trabajo de sociolo-gía histórica sobre la prisión, en el que pu-so de manifiesto la disimetría de clase conla que operan la ley y las agencias judicia-les. La prisión contribuye a hacer visible yútil un tipo de ilegalismo, los ilegalismospopulares, y a mantener en la sombra loque se debe o se quiere tolerar: el tráficode armas, el tráfico de drogas, la evasiónde impuestos y otros crímenes de los po-derosos. Aún más: desde las cumbres bo-rrascosas, desde las heladas cimas del po-der y la gloria, la delincuencia común, quetanto las prisiones como determinadas teorías de la delincuencia tienden a con-vertir en un pleonasmo de la delincuencia,se ve instrumentalizada de forma que losdelincuentes profesionalizados por las cár-celes pasan a engrosar las listas de esa po-blación de agentes que corren riesgos y es-tán expuestos a ser detenidos por trabajaral servicio de los ilegalismos de los gruposdominantes. El capítulo de Vigilar y casti-gar sobre “ilegalismos y delincuencia” que-dó, no obstante, en un segundo plano,eclipsado por el análisis de la sociedad dis-ciplinaria y del panoptismo. Era precisoque en los años ochenta irrumpiese confuerza la marejada neoliberal para que losllamados delitos económicos pasasen aocupar el primer plano de la escena social.Fue entonces cuando los discípulos deSutherland sintieron la necesidad de reedi-tar la versión íntegra, no censurada, de Eldelito de cuello blanco. n

FERNANDO ÁLVAREZ-UR ÍA

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25 Edwin M. Lemert: ‘The behavior of the syste-matic check forger’, Social Problems, 6, 1958, págs.141-148. El artículo fue recogido más tarde con otrostextos en Edwin M. Lemert: Human Deviance, SocialProblems and Social Control, Prentice Hall, NuevaYork, 1967, págs. 109 y sigs. En esta recopilación Le-mert incluye otro texto sobre los falsificadores de che-ques titulado ‘An isolation and closure theory of naïvecheck forgery’ (original de 1953).

26 La ambivalencia ha sido señalada por el soció-logo Gresham M. Sykes: Crimonology, Harcourt BraceJavanovich Inc., Nueva York, 1978, pág. 99.

27 Entre los discípulos de Sutherland figuran losnombres de importantes sociólogos del delito, talescomo Albert Cohen, Marshal Clinard, Donald Cres-sey, Lloyd Ohlin, Alfred Lindesmith, Karl Schuessler,Donald Glaser… He aquí algunas de las obras publi-cadas por ellos que se inscriben en el marco de el deli-to de cuello blanco: D. R. Cressey, Other people’smoney, The Free Press, Nueva York, 1953; D. R.Cressey, Theft of the nation, Harper and Row Publis-hing, Nueva York, 1969; M. B. Clinard, The BlackMarket: A Study of Whyte Collar Crime, Rinehart andWinston, Nueva York, 1952; M. B. Clinard y P. C.Yeager, Corporate Crime, Free Press, Nueva York,1980; M. B. Clinard, Corporate Ethics and Crime. TheRole of the Middle Management, Sage Publications,Beverly Hills, 1983; J. F. Short (ed.), Delinquency,Crime and Society, Free Press, Nueva York, 1976.

28 De esa época data, por ejemplo, el lúcido tra-bajo pionero de Pavarini sobre los delitos económicos,así como el auge del movimiento de la criminologíacrítica liderado, desde una perspectiva marxista, porTaylor, Walton y Young: M. Pavarini, ‘Ricerca su te-ma di criminalitá economica’, La questione criminale,1, 1975, págs. 537-545. Para una evaluación de esemovimiento véase Elena Larrauri: La herencia de lacriminología crítica. Siglo XXI, Madrid, 1991.

Fernando Álvarez-Uría es profesor de Sociologíaen la Universidad Complutense. Autor de Miserablesy locos y Genealogía y sociología.

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DELITOS DE EXCELENCIA,DELITOS DE SUPERVIVENCIA

Los delitos de cuello blanco ante los tribunales

GONZALO MARTÍNEZ-FRESNEDA

“Ha hecho falta llegar al alba del siglo XXI pa-ra que la cultura francesa asimile que no hay sólouna forma de criminalidad sino al menos dos: la delos cuellos azules y la de los cuellos blancos; la de losbarrios y la de las zonas de negocios, la que amena-za sobre todo los bienes materiales y la que socavalas reglas del juego económico”.

Así ha escrito el sociólogo francés PierreLascoumes en un libro reciente y esen-cial1. Algo parecido podríamos afirmar dela sociedad española, cuya evolución en lapercepción de este fenómeno es equivalen-te a la que se ha producido en Francia, co-mo ahora veremos. Los casos de corrup-ción actuales “hacen salir poco a poco lacriminalidad de cuello blanco de la sombraprotectora donde prosperaba”, sigue di-ciendo Lascoumes; y en este fenómeno“las cuestiones de financiación de los par-tidos políticos y el tráfico de influencias,donde están implicados representantes po-líticos y personas próximas al poder, hantenido una función reveladora”. Hasta elpunto de que, según este autor, en el re-pertorio de casos famosos se sitúan conprioridad los de corrupción política.

Sin embargo, esa focalización sobrelos representantes políticos nos hace olvi-dar que la noción de “delincuencia de losnegocios” (affaires) concierne sobre todo ahechos calificables de delito cometidospor las empresas y sus directivos. El autor,ya clásico y de cita inevitable en esta ma-teria, es Edwin H. Sutherland, que lanzóel concepto de “delincuencia de cuelloblanco” en su famosa ponencia presenta-da ante la American Economic Society enFiladelfia2 (diciembre de 1939). Suther-land describía una realidad delictiva en el

mundo de los negocios tan innegable co-mo generalmente impune, y puede quesea la permanencia de este contraste loque ha convertido su cita en recurrente.Párrafos enteros de su artículo sirven to-davía para describir nuestra realidad, 60años después3. Fuera de los estudios so-ciológicos, lo cierto es que ha existidohasta hace poco un considerable silenciosocial sobre la llamada “delincuencia eco-nómica”, que se correspondía con unaconsiderable pasividad judicial. Las razo-nes de la inoperancia judicial derivabande la escasa visibilidad de este tipo de de-litos, más que de una supuesta toleranciade los jueces hacia sus autores; aunque síes cierto que en todas partes, y hasta hacepoco tiempo, los componentes de la castajudicial provenían de la misma clase so-cial que los empresarios y los políticos, loque no contribuía precisamente al enjui-ciamiento de éstos.

En cuanto al silencio de la opinión ode la sociedad sobre la delincuencia en elmundo de los negocios –que sólo se rom-pía de vez en cuando ante escándalos noto-rios–, obedecía a razones que la criminolo-gía moderna ha delimitado y que podríanresumirse en su ausencia de alteración apa-rente del orden público, junto con una es-casa identificación general de las circuns-tancias del hecho (de los culpables, de lasvíctimas, de los perjuicios y, sobre todo, dela relación entre estos factores). ¿Qué es loque ha pasado para que la situación cam-bie, los jueces se ocupen hoy de la gran de-lincuencia financiera y los ciudadanos si-gan la evolución de los casos famosos co-

mo antes seguían las novelas por entregas?Porque lo primero que habría que decir esque la visibilidad de esas conductas, lejosde aumentar, se ha reducido aún más ennuestros días. A los trucos contables desiempre y las falsedades documentalesusuales se han venido a añadir dos factoresde ocultación nuevos: la desaparición delcontrol de cambios monetarios internacio-nales y la proliferación de los llamados “pa-raísos fiscales”, que en realidad son algomás que fiscales, ya que sirven para dotarde opacidad a todo tipo de operaciones fi-nancieras y comerciales. Tampoco es que lamayoría de los jueces de hoy abriguen unasideas especialmente izquierdistas o anties-tablishment ni que les divierta en particularver su juzgado absorbido por la tramita-ción de uno de esos macroprocesos defraudes colectivos o quiebras societariascon miles de afectados. La razón del nuevorumbo de la justicia habrá que buscarlapor otro lado.

Quizá lo primero que cambió en es-tos últimos años fue el número y la im-portancia económica de los casos de co-rrupción. Aunque no se dispone todavíade estudios especializados ni de estadísti-cas oficiales –son casos que no suelen tra-ducirse en denuncias ante la policía–, pa-rece evidente que los años ochenta son losdel aumento, en España como en otrospaíses europeos, de una serie de prácticas,tanto individuales como empresariales,tendentes a eludir controles oficiales, conespecial preocupación por reducir el pagode impuestos. En particular, el boom delsector inmobiliario empieza a generarenormes sumas de dinero negro, que semezclan con el procedente de otras activi-dades –algunas francamente delictivas– yque, instaladas en la clandestinidad, noencuentran a veces mejor destino que elsoborno puro y duro de todo el que seponga por delante. En los años noventa lasituación ha ido a más y peor, pues el

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1 Pierre Lascoumes: Élites irrégulières. Essai sur ladélinquance d’affaires. Ed. Gallimard, 1997.

2 Edwin H. Sutherland: ‘White-collar crimina-lity’, American Sociological Review, vol. 5, págs. 1-12,febrero 1940. Este artículo sería después la base de unlibro que Sutherland tuvo enormes dificultades para

publicar íntegro, lo que no tuvo lugar hasta muchosaños después de su muerte. E. Sutherland: White Co-llar Crime, the Uncut Version. Yale University Press,1983.

3 Puede leerse este texto en castellano en el librodel mismo autor Ladrones profesionales, publicado enEspaña por las Ediciones de la Piqueta, 1988.

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problema adquiere una dimensión inter-nacional, en su doble sentido de transna-cional (el dinero viaja) y multinacional(es un problema de todos los países). Se-gún el Banco Mundial, se estima que eldinero distribuido por debajo de la mesaen comisiones y sobornos en un año seacerca a los 80.000 millones de dólares(alrededor de 12 billones de pesetas)4.

Por los impuestosEn mi opinión, el factor determinante queha servido para consagrar la “delincuenciade los empresarios” como una tipologíadelictiva más, entre las varias que desfilanhabitualmente por los juzgados españoles,ha sido la necesidad de la Administraciónde perseguir el fraude fiscal, que irrumpecon fuerza a finales de los años ochenta yva en aumento a medida que el déficit pú-blico se convierte en un problema crónicode la economía española. Las crecientesnecesidades recaudatorias de las adminis-traciones públicas contribuyen a perfilar lafigura penal del “delito fiscal”, introducidaen el Código Penal anterior por Ley de 29de abril de 19855, modificada y desarro-llada en sucesivas reformas, hasta com-prender hoy todo un título del Código Pe-nal vigente (Título XIV del Libro II; artí-culos 305 al 310), donde se castiga conpenas de cárcel de hasta cuatro años el he-cho de eludir el pago de tributos o cuotasa las haciendas públicas estatal, autonómi-ca, foral, local o comunitaria. Pero, másque la definición legal de estas conductascomo punibles –este delito tuvo al princi-

pio una muy escasa aplicación6–, son otrascircunstancias históricas las que le hacencobrar vigencia, que tienen que ver conhechos independientes del funcionamien-to de los tribunales y están más bien rela-cionados con la crisis fiscal del Estado.

Excepción hecha de alguna quiebrasonada o de algún fraude colectivo escan-daloso, el único juez que se ocupaba de ladelincuencia financiera hace 15 años erael titular del llamado “Juzgado Especialde Delitos Monetarios”, dedicado a perse-guir un tipo de delitos, los de evasión decapitales o contrabando de divisas, desti-

nado a desaparecer paulatinamente; desa-parición producida no precisamente porla eficacia represora o disuasoria de aqueljuzgado, sino por la sencilla razón de quelas conductas que perseguía dejaron pocoa poco de estar consideradas como delitoen las leyes, al liberalizarse completamen-te el tráfico de divisas. Fue en el terrenojudicial el canto del cisne de la autarquíaeconómica. Antes de pasar a integrarse enlos juzgados de la Audiencia Nacional, elJuzgado de Delitos Monetarios fue el es-cenario, en los años ochenta, de un sona-do caso judicial, conocido como caso Pa-lazón, que sería preludio de los que luegoen los noventa vendrían a proliferar portoda la geografía judicial. Aquel caso reu-nía ya los tres ingredientes de los futurosescándalos judiciales: unos implicados

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4 Dato tomado de Joaquín Estefanía: ‘Clasifica-ción mundial de la corrupción’, El País, 26 de julio de1998.

5 La Ley de Medidas Urgentes de Reforma Fiscalde 1977 ya había incluido una forma de delito fiscalen el Código Penal, pero de tan defectuosa técnicaque prácticamente no se aplicó. Vid. María AsunciónRancaño Martín: El delito de defraudación tributaria.Ed. Marcial Pons, 1997.

6 Según El País de 10 de agosto de 1998 (pág.32), desde 1990 “sólo 203 personas han sido conde-nadas por este tipo de delitos”.

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con apellidos famosos, grandes cantidadesde dinero en danza y un juez con nombrey apellido, al estilo americano. Pero loshechos de aquel caso parecen hoy míni-mos: una simple colocación de capitalesen el extranjero. Aquellos acusados fueronlos protomártires de la mundializacióneconómica actual.

Orgánicamente, el Juzgado de DelitosMonetarios pasó luego a ser el JuzgadoCentral número 3 de la Audiencia Nacio-nal y traspasó a esta jurisdicción la antor-cha de la fama. En el año 1991 este juzga-do empezó a instruir unas diligencias pordelitos de falsedad y fraude fiscal queinauguraban la serie de casos conocidoscomo “de las facturas falsas”, los cualeshabrían de proliferar enseguida por losjuzgados de toda España. En efecto, la de-saparición de los controles de cambiomonetarios no había sido la única conse-cuencia de la globalización económica;otra había sido la implantación en Españade un impuesto sobre el valor añadido paratoda transacción económica, en homolo-gación con el que funcionaba en los de-más países de la Unión Europea. Lo signi-ficativo del nuevo impuesto no era tantosu cuota como el hecho imponible, cuyadeclaración servía para que la Administra-ción tributaria recibiera una informacióngeneral y detallada de la vida económicadel país y una información personalizadade la vida económica de cada contribu-yente. De tal modo esto era así que pron-to se extendió la tentación de camuflaresa declaración de los hechos o transac-ciones económicas que hacían surgir elimpuesto. Para ello, muchos se dedicaron–algunos con dedicación exclusiva– a laproducción de facturas falsas, que muchasempresas, profesionales liberales y contri-buyentes autónomos presentaban parajustificar gastos imaginarios, haciendodisminuir así su cuota de impuesto sobreel valor añadido (IVA) y, de paso, la queluego correspondiera por beneficios orenta.

La Inspección de Hacienda bienpronto detectó el fraude: le bastó con cru-zar los datos de supuestos gastos que ledaban los defraudadores con los datos deingresos que no le daban los suministra-dores de facturas. Y cuando comprobóque algunos de éstos se dedicaban masiva-mente a la producción de esos justifican-tes falsos, no hubo más remedio que mo-vilizar a los fiscales de la jurisdicción pe-nal si no se quería que la clave del arcodel sistema recaudatorio se viniera abajo.Las distintas fiscalías provinciales tuvie-ron que dedicar una parte de sus efectivos

a estudiar contabilidad; y pocos juzgadosse libraron de tramitar macroprocesos pordelitos de falsedad y fraude a Hacienda,en los que desfilaron y desfilan un núme-ro de empresarios, grandes o pequeños,muy superior al que cabía imaginar. Unavez más, como en el caso de aquel conoci-do gánster, los impuestos han sido la ver-dadera deuda imperdonable. Éste fue so-cialmente el estreno de toda una clase deciudadanos en las lides penales. A partirde ahí se rompieron una serie de moldes,se inició un camino y nació también unanueva casta profesional, a todos los nive-les, para gestionar estos nuevos casos pe-nales: desde los fiscales antidelincuenciaeconómica, de los que la llamada FiscalíaAnticorrupción7, con competencias entodo el territorio español, viene a ser laculminación, hasta los abogados especia-listas en derecho penal económico, pasan-do por algunos jueces de la AudienciaNacional que se han especializado tam-bién –un poco por imposición de los do-ssieres que les ha tocado– en la investiga-ción de esos casos llamados de “ingenieríafinanciera”, donde se utilizan varias socie-dades interpuestas para ocultar plusvalíasmultimillonarias (que viene a ser el mis-mo sistema de las facturas falsas). Y comoya se sabe que siempre en burocracia todoórgano crea su función, una vez que na-cieron los expertos y éstos aprendieron elcamino –aunque sea con todas las torpe-zas que se quiera–, no han dejado de pro-ducir asuntos judiciales de esta naturale-za. De modo que la Inspección de Ha-cienda remite a los fiscales los casos másgraves que detecta –siempre que el contri-buyente no pague a última hora– y éstosconvierten en querella criminal los expe-dientes que ven más claros. Cuando la en-vergadura del asunto les excede, avisan ala Fiscalía Anticorrupción, si ésta no se haenterado antes por sus propios medios (opor los medios de comunicación).

Los partidos políticosDice Lascoumes8 que, después de mu-chos años de inmovilismo cultural en ma-teria de delincuencia, ha habido tres tiposde acontecimientos que han puesto demanifiesto, política y jurídicamente, lasrelaciones ambiguas que algunos repre-sentantes políticos y directivos empresa-

riales mantienen con la legalidad: a) fi-nanciación ilícita de partidos; b) desvia-ción de fondos públicos y privados; y c)administración irregular de empresas. Escurioso cómo estas tres categorías cuadrancon los tres grandes casos de delincuenciaeconómica juzgados en nuestro país enlos últimos tiempos: a) Filesa; b) Roldán;c) Banesto. Lascoumes constata que “elhecho de que los detentadores del poderse hayan convertido en objeto de investi-gaciones periodísticas y judiciales es unhecho nuevo en la sociedad francesa”9,afirmación que es aún más válida para Es-paña, como lo era para Italia al comienzode la operación mani pulite. Lascoumesafirma, con razón, que este nuevo fenó-meno no puede explicarse sólo por el de-sencanto sobrevenido tras 10 años de Go-biernos socialistas ni por los ajustes decuentas entre derecha e izquierda políti-cas. Según él, habría que añadir otros dosfactores:

a) Primero de todo, el cambio en lacoyuntura económica con el inicio de unperiodo de recesión que modificó la re-presentación del lucro legítimo. En uncontexto de crisis (principios de los no-venta), aparece claramente cómo el valortrabajo es insuficiente para rendir cuentadel acceso a las riquezas. Las actividadesque permiten acumular recursos financie-ros se convierten entonces en objeto decentrales interrogantes sociales. Cuandola laboriosidad y el ahorro no bastan paragarantizar unos recursos mínimos, la legi-timidad de los modos de enriquecimientose impone como cuestión fundamental.

b) Un segundo factor de cambio se-ría, según este autor, las modificacionesoperadas en las profesiones judiciales, asícomo en las policiales. En una y otra pro-fesión, las transformaciones de las jerar-quías intermedias, aquellas que influyencotidianamente en el trabajo, han contri-buido ampliamente a modificar las men-talidades y los márgenes de actuación.

Estos dos factores servirían tanto parala delincuencia de las empresas como parala de los políticos, pues ambas están inter-penetradas: así, la financiación de partidoso de carreras políticas por una empresa exi-ge a menudo el acopio de dinero negro y,en sentido inverso, la concesión de privile-gios a una sociedad mercantil por un re-presentante político es un medio frecuente

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9 Op. cit., pág. 211.

7 Su nombre completo es el de Fiscalía Especialpara la Represión de los Delitos Económicos Relacio-nados con la Corrupción, y fue creada en 1995 en vir-tud de un acuerdo unánime de los grupos parlamenta-rios del Congreso.

8 Op. cit., pág. 81.

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para obtener como pago recursos econó-micos. Por ello, la persecución o investiga-ción de una de esas dos formas de delin-cuencia lleva necesariamente a la otra. Se-gún nos contaba Estefanía en el artículo deEl País antes citado, “el Consejo de Europacree que la corrupción en la contrataciónpública está cada vez más relacionada conla financiación ilegal de los partidos políti-cos y de las campañas electorales”. Lairrupción judicial en la financiación ilegalde los partidos se ha producido, en Españacomo en Francia, ligada a la persecuciónde facturas falsas. En efecto, el mismo mé-todo de simulación de gastos utilizado parael fraude del IVA se empleaba para justifi-car los pagos a los partidos políticos. El ca-so Filesa, que estalló en 1991, fue la consta-tación del uso de esa simulación a gran es-cala. Su tramitación resultó muy polémica,pero marcó dos relativas innovaciones en lainvestigación de este tipo de casos: la estre-cha colaboración de los inspectores de fi-nanzas con los jueces y las entradas y regis-tros judiciales en las sedes de partidos oempresas para recoger documentacióncontable que luego es sometida al análisisexperto de dichos inspectores. Después delcaso Filesa, muchos otros se han tramitadopor los jueces sobre la base de esos apoyos,que rozan claramente algunas garantíasprocesales10.

El crecimiento de lo penalSegún se cuenta en el Libro Blanco de lajusticia11, el orden jurisdiccional penal es,con mucho, el más relevante en la Admi-nistración de justicia española. En 1996,de los 5.550.999 asuntos que ingresaronante los diversos órdenes jurisdiccionales,4.315.111, es decir, un 77%, correspon-dían al orden penal en sus diversos niveles.Los autores del Libro Blanco (el ConsejoGeneral) afirman que la mayoría de losrecursos personales de la Administraciónde justicia se dedican al orden jurisdiccio-nal penal. Pero quizá los cambios más re-levantes que la aparición de esta nuevadelincuencia haya generado no estén tan-to dentro del proceso judicial como fuera:en la imagen que la justicia proyecta hacialos ciudadanos, a través de la sobreabun-

dancia de asuntos judiciales de continuoseguimiento por parte de los medios decomunicación. Se puede afirmar que nohay cuestión política o social de actuali-dad que no pase por un juez y, casi siem-pre, por un juez de lo penal. Ya no se tra-ta sólo de terrorismo y contraterrorismo,de derechos humanos o de políticos co-rruptos; también los derechos de la mujer,los inmigrantes, los okupas, los insumisos,las competencias autonómicas, los títulosnobiliarios, los guiones adaptados de pelí-culas, los daños medioambientales, el ta-baquismo… son otros tantos problemas,cuya solución no se concibe si no es a tra-vés de una sentencia.

Algunos –los políticos– llaman a estefenómeno “politización de la justicia”. Pe-ro más propiamente habría de hablar de“judicialización de la vida pública”. El crí-tico de arquitectura de El País Luis Fer-nández Galiano escribía hace poco sobreel proyecto de ampliación del Museo delPrado, que,

“de tener la arquitectura un juzgado de guardia,habría que presentarlo allí inmediatamente. Y esees casi el único recurso que parece quedar en estostiempos judicializados, en los que la temperaturade la opinión la dictan los tribunales, de Barrio-nuevo y Vera a Clinton y Lewinsky, y del Tour alos hermanos De Boer”12.

El legislador también ha contribuidoa este fenómeno. Así, el nuevo CódigoPenal promulgado en 1995 crea nuevas fi-guras delictivas que vienen a penalizarconductas que antes se trataban en el de-recho privado o en el derecho administra-tivo. En su reciente libro sobre la justiciapenal en España, Gonzalo Quintero Oli-vares dedica un apartado a esta cuestión,bajo el epígrafe La constante huida hacia elderecho penal. En él dice que

“hace ya muchos años que la ciencia penal denun-ció un vicio común a muchas naciones: el de inten-tar resolver los conflictos de la más variada índoleacudiendo al derecho penal. Frente a esa acusadatendencia, los penalistas recuerdan (…) los princi-pios de exclusiva tutela de bienes jurídicos (lesivi-dad) y de intervención mínima (sólo reaccionarfrente a los ataques más graves)…”.

Pese a ello, según Quintero, se man-tiene una invariable tendencia a buscaruna respuesta penal para cualquier pro-blema o conflicto urgente que se susciteen la vida cotidiana. Y añade:

“… se percibe una constante demanda de reformas,ampliaciones, nuevas tipificaciones del número deamenazas penales que contienen las leyes. Esta hui-

da sistemática al derecho punitivo como refugiumpecatorum sólo puede explicarse como modo dema-gógico de satisfacer a la llamada opinión pública,mientras que se desprecia o ignora que el grado deineficacia consustancial al sistema penal resultarámás patente y lamentable conforme se haga crecerel marco de las tareas que se le asignan”13.

Esta tendencia tampoco es exclusivade España. En Francia ha sucedido lo mis-mo con el nuevo Código Penal de 1992,que ha hecho que dos jueces franceses,Antoine Garapon y Denis Salas, escribanun libro con el título de La república pena-lizada14 en el que afirman que el derechopenal, es decir, el catálogo de todos loscomportamientos reprimidos en una so-ciedad dada, no cesa de crecer. Segúnellos, esta inflación es múltiple: se corres-ponde, en primer lugar, con la extensiónde la ley penal a nuevos justiciables, perotambién, de forma menos visible, con unaintensificación de la represión clásica y,más en el fondo, con la emergencia de unnuevo lenguaje con el que la sociedad de-mocrática exorciza sus problemas.

Los delincuentes de siempreEl atractivo preponderante que hoy tienela delincuencia económica para los mediosde comunicación no significa, natural-mente, que haya disminuido la delincuen-cia común (antes era común la que no erapolítica, hoy es común la que no es econó-mica) ni menos aún que los problemas detratamiento que ésta presentaba se hayansolucionado. Por el contrario, los datos in-dican un progresivo aumento de las cifrasde esa delincuencia en los últimos 20años, sobre todo de las conductas ligadascon el tráfico de drogas. Si nos fijamos enel aumento de la población reclusa, los da-tos son espectaculares. Así, por ejemplo,en España había, a 24 de julio de 1998,un total de 45.142 presos (41.011 hom-bres y 4.131 mujeres). Desde 1978, la ci-fra de presos ha sufrido un continuo au-mento: de una media en torno a los15.000 presos en los primeros años de latransición, se había pasado a 22.000 aprincipios del año 1983. Durante el año1990 la cifra media de población reclusafue ya de 33.055, alcanzando su máximoen 1994, con una cifra media de 48.201presos15. A partir del año siguiente la cifra

GONZALO MART ÍNEZ-FRESNEDA

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12 Luis Fernández Galiano: ‘Jurados y juzgados’,El País, 1 de agosto de 1998.

10 El fiscal jefe de la Fiscalía Anticorrupción,Carlos Jiménez Villarejo, se ha pronunciado en nume-rosas ocasiones en favor de que los informes pericialesen los casos de delitos económicos sean confiados a losinspectores de Finanzas del Estado. Vid. su conferen-cia ‘La prueba pericial en los delitos económicos’, enla revista Jueces para la Democracia, núm. 31, marzo1998.

11 Consejo General del Poder Judicial: LibroBlanco de la justicia. Madrid, 1997.

13 Gonzalo Quintero Olivares: La justicia penalen España. Biblioteca de Derecho Positivo, Ed. Aran-zadi, S A, 1998.

14 La République pénalisée. Ed. Hachette, 1996.15 Fuente: Dirección General de Instituciones

Penitenciarias. El sistema penitenciario en cifras. Inter-net: www.mir.es/instpeni/cifras.htm.

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inicia un leve declive, cuyas causas descan-san, en una pequeña parte, en la inciden-cia del Código Penal de 199516, que entróen vigor en mayo de 1996, aunque proba-blemente obedezcan más a un descenso enel número de presos preventivos. Este últi-mo sería consecuencia de la Ley Orgánicade 22 de mayo de 1995, que modificó laLey de Enjuiciamiento Criminal en el sen-tido de exigir que el fiscal o la acusaciónparticular soliciten la prisión preventivadel imputado para que el juez de instruc-ción la pueda acordar, exigencia que hacontribuido al descenso de órdenes de pri-sión dictadas. De hecho, el número depreventivos no alcanza ahora ni la cuartaparte de la población reclusa total, porcen-taje muy bajo comparado con los antece-dentes17. De todos modos, la tasa de en-carcelamiento en España sigue siendo unade la más altas de Europa: 113 presos porcada 100.000 habitantes. Como elemen-tos de comparación, sirvan las siguientescifras referidas al año 1993.

Número de presos por 100.000 habitantes

Italia 89Inglaterra 86Francia 84Alemania 80Holanda 51

Son cifras obtenidas del número dejulio de 1998 de Le Monde Diplomatique,que publicaba un dossier especial bajo eltítulo ‘Del Estado social al Estado carcela-rio’18, el cual se inicia con un artículo delprofesor de la Universidad de BerkeleyLoïc Wacquant, que empieza así:

“Vigilar y castigar: las prisiones del mundo li-bre se desbordan, y sobre todo las de Estados Uni-dos. Desde hace 20 años, agravada por la profundi-zación de las desigualdades, la exaltación de la ley ydel orden ha desembocado en el endurecimientode las sanciones penales”.

Tras este contundente arranque, Wac-quant dibuja un panorama verdadera-

mente demoledor de la situación penal enEstados Unidos. Durante los años sesen-ta, la demografía penitenciaria del país sehabía orientado a la baja, de modo que en1975 el número de presos había descendi-do a 380.000. Pero la curva iba a invertir-se hasta dispararse hacia arriba, de modoque 10 años más tarde los efectivos depersonas encarceladas habían saltado a760.000, llegando hasta 1,6 millones en1995. Para el decenio de los noventa, elritmo de crecimiento se establece en un8% por año. “Esta triplicación en 15 añoses un fenómeno sin precedente en una so-ciedad democrática”, afirma Wacquant.Supone una tasa de encarcelamiento enEE UU de 645 presos por 100.000 habi-tantes en 1997, es decir, de 6 a 10 vecessuperior a la de los países de la Unión Eu-ropea. Si a la cifra de presos se añade la depersonas con suspensión de condena (3,1millones en 1995) o en libertad a prueba(700.000 el mismo año), el número deamericanos bajo tutela penal alcanzaba lacifra alucinante de 5,4 millones. Así se ex-plica que solamente durante la era Clin-ton se hayan construido 213 nuevas pri-siones (sin contar cárceles privadas).Aparte de la política de guerra a la droga yotras estrategias policiales y judiciales,Wacquant interpreta este fenómeno desdelo que llama

“la lógica profunda de ese bascular de lo social ha-cia lo penal: (…) la ascensión del Estado penalamericano (…) traduce en efecto la puesta en mar-cha de una política de criminalización de la miseriaque es el complemento indispensable de la implan-tación del salario precario y bajo, así como de la re-definición concomitante de los programas socialesen un sentido restrictivo y punitivo”.

Sin llegar a las terribles cifras de Esta-dos Unidos, la evolución de los países eu-ropeos durante estos últimos años ha sidoparecida. Según estadísticas del Consejode Europa, del 1 de septiembre de 1983al 1 de septiembre de 1992, el aumentodel número de presos fue de más del 50%en Grecia, España, Portugal y Holanda;entre el 20% y el 50% en Francia, Suiza,Irlanda y Suecia; de menos del 10% enItalia, Bélgica, Dinamarca, Reino Unidoy Alemania19. En Francia, a principios de1997 había más de 58.000 presos (si bienparece que en este último año también enFrancia la cifra ha descendido ligeramen-te). En los últimos 20 años el número depresos se ha doblado en el país vecino.

Claro que en el nuestro se ha cuadrupli-cado, aunque es cierto que en España separtía de una cifra –la de hace 20 años–anormalmente baja, como consecuenciade los indultos generales de los primerosaños de la transición política.

Los destrozos del liberalismoPor eso, A. Garapon y D. Salas llegan apreguntarse si los casos judiciales famososde nuestros días no tendrán la función deenmascarar la otra vertiente de la penali-zación, a saber: “la utilización masiva dela prisión como medio de limpiar los des-trozos del liberalismo” 20. Como ha escri-to el profesor Gerardo Landrove21,

“se trata, pues, de un debate todavía no cerrado, ytampoco circunscrito a la esfera de la delincuenciaeconómica, aunque ésta constituye una prioritariapreocupación. De todas formas –confiesa este cate-drático de Derecho Penal–, y al margen de la esca-sa simpatía que siento por la pena de privación delibertad, hay que reconocer el no desdeñable valorsimbólico –y de higiene social– que cabe atribuir alingreso en un centro penitenciario del prepotentedelincuente de cuello blanco que, por ejemplo, ha-ya sido solemnemente investido doctor honoris cau-sa por un claustro universitario algunos meses an-tes. No debe, empero, cundir la alarma entre losmás beneficiados por la injusticia; no es una prácti-ca habitual en nuestro país”.

El aumento progresivo de la delin-cuencia común ha generado desde haceunos años una preocupación crecientepor lo que se ha dado en llamar la “segu-ridad ciudadana”, a la vez que se iban di-luyendo los debates públicos sobre lascausas sociales de la delincuencia y olvi-dando definitivamente las posturas críti-cas hacia las instituciones básicas de re-presión, como la cárcel o los tribunalespenales. Lo cierto es que si éstas fracasa-ron siempre como instrumento de rein-serción social para los marginados, cadavez está menos clara su utilidad comomero instrumento de defensa de la socie-dad. Este último fracaso está desplazandoel centro del debate, poco a poco, hacia lafigura de las víctimas de la delincuencia.Algunos autores, como Alain Bauer, pre-conizan “una refundación de las políticasde seguridad pública, en particular degestión del tratamiento judicial de los de-sórdenes sufridos por la población”22.

Hay algunos tipos de delitos comunesque, de un tiempo a esta parte, empiezan

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16 El diario El País de 20 de julio de 1996, en supág. 13, citando fuentes del Tribunal Supremo, cifra-ba en unos 1.500 presos los que saldrían en libertadcomo consecuencia de la entrada en vigor del nuevoCódigo.

17 En septiembre de 1995, la secretaria de Esta-do de Asuntos Penitenciarios, Paz Fernández Felgue-roso, en una rueda de prensa para presentar la Memo-ria de su departamento, cifraba para los años prece-dentes en un 38% de los reclusos el porcentaje depreventivos. (Vid. El País de 26 de septiembre de1995).

18 Le Monde Diplomatique: ‘De l’État social àl’État carcéral’ págs. 20-22, julio 1998.

20 Op. cit., pág. 11.21 Gerardo Landrove Díaz: ‘La represión de la

delincuencia económica’, revista Jueces para la Demo-cracia, núm. 31, págs. 31 a 45, marzo 1998.

22 Alain Bauer: ‘Une pléthore d’oranges mécani-ques’, Le Monde, 2 de junio de 1998.

19 Datos obtenidos en el artículo de Jean-PaulJean ‘La prisión, máquina de gestionar la exclusión’,Le Monde Diplomatique, julio 1995.

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a disputar a los casos de corrupción eco-nómica su primacía en la crónica de tri-bunales. Ocurre así con los delitos sexua-les (especialmente si afectan a menores) ycon algunos delitos violentos (especial-mente en el seno del matrimonio o de lafamilia), coincidiendo a veces ambas di-mensiones. Algún otro caso famoso de es-te tipo ha dado lugar en nuestro país amemorables programas de televisión, enla línea de los llamados reality show quefrecuentan algunas cadenas de televisiónamericanas, siempre acuciadas por au-mentar su cuota de audiencia. De estemodo, entre corrupción política y corrup-ción de menores, no es raro coger el pe-riódico por la mañana y seguir la actuali-dad del día, desde las páginas de Interna-cional a las de Sociedad, sin separarse dela crónica de tribunales. Esto es lo que,con ironía, llamaba Vicente Verdú “lamoda criminal” en un artículo publicadoen El País23. Según Verdú, entre 1991 y1995, el tiempo consagrado a los delitos ycrímenes en los grandes programas de lascadenas generalistas norteamericanas–ABC, CBS y NBC– se multiplicó porcuatro; luego descendió a lo largo de1996, con motivo de las elecciones presi-denciales, pero enseguida volvió a recupe-rar su progresión. En España –sigue di-ciendo Verdú–, las noticias de sucesos sehan multiplicado acaso por más de diezen los programas de televisión durante losaños noventa y los periódicos han másque duplicado el espacio destinado a esainformación en este tiempo. Y añade:

“Con una particularidad añadida en buenaparte de los casos: a diferencia de lo que ocurría ha-ce 25 o 30 años, lo que interesa a la audiencia escada vez menos el criminal y más la víctima”.

Esta creciente preocupación por lavíctima del delito tiene una deriva sensa-cionalista en los medios de comunica-ción, pero responde a ese creciente senti-miento de inseguridad general que pro-viene no tanto del aumento de hechosdelictivos como de una realidad socialmás profunda, en este fin de siglo acucia-do por tanto signos apocalípticos.

El guardián de las promesasMeses antes de publicar el libro con sucolega D. Salas24, el juez A. Garapon sehabía dado a conocer como analista de lajusticia penal actual con otro libro, de

enorme difusión en Francia, titulado LeGardien des Promesses25 [El guardián de laspromesas], donde estudia lo que él llama“el poder inédito de los jueces” actuales,la “preferencia penal” en la resolución delos conflictos o la “lógica del espectáculo”que preside los grandes procesos. Gara-pon constata cómo estos últimos años“han visto una explosión de los pleitos y alas jurisdicciones crecer y multiplicarse”,de tal modo que “el juez se manifiesta enun número de sectores de la vida socialcada día más extenso”; y así cita la vidapolítica (donde se desarrolla lo que losamericanos llaman judicial activism), lavida internacional (tribunal penal inter-nacional), la vida económica (bufetesmercantiles), la vida moral (cuestiones debioética), la vida social (relaciones labora-les), la vida privada (divorcio, familia) ola propia vida del individuo, y concluye:“Todo y todo el mundo debe, en adelan-te, ser justiciable”. Nadie ni nada es into-cable.

Según Garapon, este fenómeno que élllama del “ascenso del poder de la justi-cia”, esconde dos fenómenos, en aparien-cia diferentes. Primero, el debilitamientodel Estado –consecuencia de la mundiali-zación de la economía–, que es desplaza-do por la promoción de la sociedad civil,la fuerza cada vez mayor de los medios decomunicación, el protagonismo de losjueces, etcétera. Segundo, la reacción so-cial frente al hundimiento de otros sím-bolos (partidos, religiones). “Los juecesson los últimos encargados de una fun-ción de autoridad –clerical, incluso pater-nal– desertada por sus antiguos titulares”.Por eso, “el juez se convierte en el últimoguardián de las promesas, y ello tanto pa-ra el individuo como para la comunidadpolítica”. Y esta judicialización terminapor imponer una versión penal a toda re-lación. Es este “lenguaje jurídico simplis-ta” –dice Garapon–, el que tiene tambiénpor consecuencia “hacer progresar el nú-mero de presos en proporciones inquie-tantes, fenómeno que ninguna democra-cia llega verdaderamente a frenar”. A ellocontribuye el Estado de hoy, que com-pensa su pérdida de control en materiaeconómica, incluso política, “medianteun repliegue sobre su obligación primera:la seguridad”.

Pero mientras Garapon y otros porta-voces –fundamentalmente políticos– se

lamentan de ese fenómeno judicializadory del simultáneo crecimiento de lo penal,otros se congratulan de algunos aspectosdel cambio, como sería la aplicación másigualitaria de la ley y la superación de suirritante uso selectivo del pasado. Entreestos últimos parece adecuado volver a ci-tar al profesor Landrove26:

“Es cierto, naturalmente, que no debe cedersecon facilidad a la tentación de pretender resolverlas desigualdades sociales en el ámbito del derechopenal, con la argumentación de que si a los margi-nados y sus delitos se aplican generalmente penasprivativas de libertad, lo mismo ha de hacerse conlos delincuentes de cuello blanco, ya que si, junto alos más desasistidos económicamente, enviamostambién a prisión a los poderosos, no sólo no resol-veremos acuciantes problemas sociales, sino queaseguraremos que la prisión –lejos de desaparecer–se mantendrá como pena hegemónica también enel futuro. No creo, sin embargo, que la solución re-sida en el exclusivo mantenimiento de las penas deesta naturaleza para la delincuencia propia de lossectores marginados de la población. Habrá quebuscar soluciones más respetuosas con el principiode igualdad y, por ello, más justas”. n

[Este texto sirvió de base a la ponencia ‘De los deli-tos para sobrevivir a los delitos para sobresalir’,dentro del curso Las libertades entre ayer y hoy delos cursos de verano de la Universidad Compluten-se en El Escorial, en agosto de 1998].

GONZALO MART ÍNEZ-FRESNEDA

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23 Vicente Verdú: ‘La moda criminal’, El País,24 de junio de 1998, pág. 28.

24 Op. cit., pág. 6.

25 Antoine Garapon: Le Gardien des Promesses.Ed. Odile Jacob, París, 1996.

26 Op. cit., pág. 38. Gonzalo Martínez-Fresneda es abogado.

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l exilio forma parte insepa-rable de la historia y con-dición cultural del siglo

XX, y sin él resulta imposibleentender muchos de sus mássustanciales episodios, desde elcomportamiento y registro que George Steiner denominó ex-traterritorialidad hasta el hoy yatópico mestizaje. Sin embargo,frente a otros acontecimientoshistóricos tremebundos y piro-técnicos, puntuales y traumáti-cos, reviste mayores dificultadesde representación, por tratarsede una dolencia íntima, de pro-ceso largo, como un tóxico delenta absorción. Rendir cuentade él en los términos adecuadosimplica un importante desafío.Especialmente mediante la ima-gen.

Eduardo Arroyo no harehuido la pintura “de historia”.Pero no para incurrir en el viejogénero estático y mayestático,sino el inmerso en la privacidady la vida cotidiana, con todo loque implica de movilidad, na-rratividad y secuencialidad. Ca-racterísticas que convienen auna temática como la del exilio,con su itinerancia y dialécticaentre el país natal y el de adop-ción, entre la marcha y el regre-so. Y lo cierto es que tiende a laserialidad al tratar estas cuestio-nes, a los dípticos, a los trípticose, incluso, a ciclos más amplios.Un buen ejemplo de esa nociónde frontera, interiorizada a tra-vés de la mirada fracturada delexiliado, es su Regreso de Com-panys a Barcelona (1978), cua-dro en el que unas columnillasinterrumpen el flujo de la ima-gen, partiendo en tres el coche-ataúd y preludiando el fusila-miento tras su entrega a la poli-cía de Franco por la Gestapo.

Esa misma noción de fronterapreside el tríptico Irún-Hendaya(1936-1976). Reflexiones sobre elexilio (1976), derivado de unaagridulce visión binocular sobrelas relaciones entre España yFrancia, o Madrid-París-Madrid(1984), sendos dípticos dondeArroyo se autorretrata bajo laiconografía del deshollinador,condenado a esa valleinclanescaversión de los círculos dantes-cos que es el ruedo ibérico.

Al glosar estos títulos en sutexto Eduardo Arroyo está devuelta, Jorge Semprún recuerdalas circunstancias de las que sur-ge el deshollinador, en Zúrich.Cuando ya desesperaba de en-contrar nada en aquella ciudadfría y aséptica, el taxi en el queviajaba Arroyo hasta el aero-puerto atropelló a un desholli-nador que iba en bicicleta y ca-yó en la cuenta de la metáforapotencial que encerraba estemantenedor de chimeneas y fue-gos, que luego se autoaplicaría,haciéndola extensiva a otros ar-tistas afines. Añade Semprúnque en Zúrich podría haber en-contrado un motivo de inspira-ción sobre el exilio en el Spie-gelgasse o callejón del Espejo,donde estuvo expatriado Leninantes de volver a Rusia. Idénticolugar –cabría añadir– dondeabrieron su cabaré Voltaire losdadaístas, que tampoco eranmalos deshollinadores y conta-ban con un buen cupo de exi-liados; donde, por esas mismasfechas, James Joyce escribía elUlises; y donde Elías Canetti–con sólo 12 años, como él mis-mo ha contado en sus memo-rias– se esforzaba con el héroehomérico y el idioma alemán dela mano de su madre, quien unbuen día le señaló el enorme

cráneo de un hombre sentadojunto a la ventana, provisto deuna gran pila de periódicos y ledijo: “Míralo bien. Es Lenin.Vas a oír hablar mucho de él”.

El exilio supone un ingre-diente tan esencial en la obra deArroyo que bastaba una someraconsideración de la exposiciónretrospectiva que le dedicó elaño pasado el Reina Sofía paraencontrarse con el dato, cierta-mente anómalo, de un pintorque exponía en su ciudad nataluna impresionante batería deobras que en su práctica totali-dad estaban tituladas en francés.Eso hablando del marco de loscuadros para afuera, sin entraren el contenido. Porque si luegose conocen mínimamente lascircunstancias de los que surgeny se asume el carácter biográficoe histórico de esos lienzos, pue-de observarse que el exilio tam-bién está en su interior, queconstituye una de las temáticasmás recurrentes (Álvarez del Va-yo, Companys, Ángel Ganivet,Blanco White) y también afectaa los tratamientos formales (esasfracturas y dialécticas a las queme refería antes).

La interiorización del exilioEduardo Arroyo sale de Españaen 1958 y no regresa de modooficial hasta 1976. De modoque está fuera casi dos décadas,entre los 21 y los 39 años deedad. Pero las cosas no le fueronmucho mejor tras morir el cau-dillo. Cuando en diciembre de1976 recupera el pasaporte es-pañol y regresa a su ciudad na-tal, sus exposiciones son total-mente ignoradas. Hasta enton-ces, había explorado el destierroajeno a través de algunos de loshistóricos como Julio Álvarez del

Vayo, Dolores Ibárruri, o en sulienzo La vuelta de los exiliados,donde, sobre la cubierta de unbarco, unos pasajeros casi sinrostro parecen emerger comofantasmas desde el fondo de lahistoria, entre algunos iconos delesa patria. Ahora tiene que en-frentarse a la consideración desu propio caso, de modo que to-da una panoplia visual destiladaen el trato con el exilio ajeno hade ser depurada y asumida porArroyo cuando, muerto Franco,constata que el exilio no es sólouna cuestión de fronteras, pasa-portes y expedientes policiales(algo externo, en suma), sinouna condición íntima. Enton-ces es cuando, en ese proceso deinteriorización, ha de remontar-se más lejos en el tiempo, aten-diendo a la dimensión histórica,pero sin descuidar por ello laprofundización en los trata-mientos iconográficos más per-sistentes e intemporales, incu-rriendo así en el mito.

La primera serie de Arroyoprotagonizada por un ancestropuramente histórico es la quepinta sobre Ángel Ganivet entre1977 y 1979. E inmediatamen-te a continuación viene la dedi-cada a José María Blanco White,quien desde Cádiz y Sevilla hubode exiliarse a Inglaterra, regresarjunto a sus antepasados del Nor-te y recuperar el apellido britá-nico de éstos para sobrevivir a lapolicía de Fernando VII. Cual-quiera que haya leído el ‘Retratomoral de un disidente’ de susCartas españolas o el desgarradorcapítulo sobre la ‘Formaciónmoral de un sacerdote español’puede entender el dramatismode su caso. Ni uno ni otro apa-recen corporalmente representa-dos, sino fantasmáticamente au-

E

46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 93

A R T E S P L Á S T I C A S

LA MIRADA DE ULISES

AGUSTÍN SÁNCHEZ VIDAL

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sentes. Dejan tras de sí su esmo-quin y trajes deshabitados, co-mo Blanco White, o sus zapatoserrabundos y agujereados, comoGanivet. Hay en ellos mucho deun mundo en desguace y modosy motivos que orbitan en tornoal díptico más interesante dedi-cado al exilio por nuestro pin-tor, el titulado Hereux qui commeUlysses a Fait un Grand Voyage, Iy II (1977).

Con diversas variantes, am-bos derivan de la mirada de unexiliado que regresa al hogar, y loencuentra irreconocible, mangapor hombro. Algo así como laapocalíptica cita de William Bla-ke que transcribe James Joyce enel segundo capítulo del Ulises, yque va referida a la quema de he-rejes, y en concreto a la de Gior-

dano Bruno: “Oigo la ruina detodo espacio, vidrio pulverizadoy mampostería en derrumbe, y eltiempo, una lívida llama final”.

‘Feliz quien como Ulises…’Arroyo ha insistido a menudoen la importancia que para él tie-nen los títulos (“titular un do-cumento, una fotografía, es in-mediatamente poseerla, adop-tarla”) y su contenido literario:“Para mí, un cuadro ha de estarsiempre lleno de literatura, si no,es prácticamente inconcebible”.

Al remitirnos en primerainstancia al modelo homérico,Feliz quien como Ulises… I pi-vota sobre el episodio de lamuerte de los pretendientes. Eseviajero que viene del frío, al tras-pasar el umbral y dejar atrás la

cortina de nieve que puntea lanoche, se encuentra en un lugardonde ha habido una matanza,con muebles rotos, sillas des-ventradas y naipes dispersos. Yjunto a ellos, conjugando con-tundentemente los bastos, unacampesina tan diminuta comoferoz que, provista de un garro-te, persigue a una oca. Tomadade un logotipo comercial, es unaimagen que aparece en la pintu-ra de Arroyo en contextos quealuden a la represión franquista,como en su cuadro de 1970 Elprimado de España mira cómo segolpea a una oca, coetáneo deFrancisco Franco, centinela deOccidente, que presenta al cau-dillo asociado al as de bastos.

El otro entorno semánticoal que pertenecen tanto la bara-

ja desparramada como las vesti-mentas de los hombres o lacomposición de la escena es elcine de gánsteres, y en concretola matanza del día de San Va-lentín, tal como se refleja en lapelícula Scarface, el terror delhampa, dirigida por HowardHawks en 1932, inspirada en lavida de Al Capone y protagoni-zada por Paul Muni. No es raroque Arroyo refleje en sus cua-dros a los pintores endominga-dos como auténticos mafiososculturales. Tampoco es ésta laúnica conexión de su obra conel cine negro, como lo demuestrael denso ciclo titulado Toda laciudad habla de ello (1982), tra-ducción literal del título originalde una película de gánsteres deJohn Ford The Whole Town’s

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James Joyce, Elías Canetti y Eduardo Arroyo

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Talking (1935), que en españolse tradujo como Pasaporte a lafama. Si se enhebrase con otroscabos sueltos que tanto le con-ciernen, como el boxeo, se po-dría componer algo así comouna serie negra que –frente al ci-clo de La noche española, queglosa a Picabia– bien podría de-nominarse La noche americana,si Truffaut no se hubiera apro-piado ya del título.

No me detendré en las cua-lidades de Scarface, dotada de ladura contundencia, el vigor sin-tético y la seca sobriedad del ci-ne de Howard Hawks. Pero síquiero referirme a otro de susartífices, el guionista Ben Hecht,quien estaba acreditado como elpadre del cine de gánsteres de-bido al Oscar que había ganadopor el guión de La ley del hampa(Underworld, Josef von Stern-berg, 1927) y era un conocedorde primera mano de esos am-bientes, ya que había comenza-do a trabajar como reportero enel Chicago Journal a los 16 años.No hay que olvidar que entre1923 y 1925 Hecht fue editor yfundador del Chicago LiteraryTimes, y que en 1918 y 1919había sido corresponsal en Ber-lín, donde, un año antes de quese rodara Scarface, el director deEl gabinete del doctor Caligari,Robert Wiene, había dirigido AlCapone, pánico en Chicago (Pa-nik in Chicago). Se sabe que laidea de introducir a los Borgiascomo falsilla en Scarface se debea Hecht, al igual que los ele-mentos expresionistas, ajenos alestilo de Hawks, pero muy coin-cidentes con el suyo, como pue-de comprobarse viendo la únicapelícula que dirigió, Angels overBroadway.

Pues bien, no es sólo Arroyoquien establece las conexionesentre la matanza del día de SanValentín, la de los pretendientesde Penélope en la Odisea de Ho-mero y el Ulises de James Joyce.También lo hace Ben Hecht,bien que a través de tres pelícu-las distintas, cuyos guiones es-cribió: las ya citadas La ley delhampa y Scarface, y la más fa-mosa adaptación cinematográ-fica de la Odisea, el Ulises reali-

zado en 1955 por Mario Came-rini, protagonizada por KirkDouglas, Anthony Quinn, Sil-vana Mangano y Rossana Po-destà. Quizá sea pura casuali-dad, quizá se trate de una citaintencionada, pero, por muysorprendente que parezca, elmalo de La ley del hampa se lla-ma Buck Mulligan, exactamen-te el mismo nombre del perso-naje que, provisto de un espejo,inicia el Ulises de Joyce.

‘El espejo y la lámpara’Porque, frente a la primera par-te del díptico, la novedad másinteresante que presenta Arroyoen Feliz quien como Ulises… IIes la presencia de un busto deJames Joyce encima de un apa-rador, con un cordón eléctricoque lo convierte en lámpara,preludiando todo el amplio de-sarrollo iconográfico que llevaráa cabo por extenso en el Ulisesilustrado. Es más, fue al con-templar este cuadro cuando Ju-lián Ríos le propuso acometeresa ciclópea tarea, que sólo pudorematar entre 1990 y 1991, du-rante la convalecencia que siguióa la peritonitis, que en diciem-bre de 1989 estuvo a punto deacabar con Arroyo.

El resultado fue un extraor-dinario trabajo, uno de los es-fuerzos más inteligentes y logra-dos para hacer accesible unaobra nunca fácil, que a menudoresulta árida y había echadoatrás a otros candidatos a ilus-trarla. Joyce quería que lo hicie-ra Picasso, pero quizá no pros-perara por las malas relacionesde aquél con Gertrude Stein.Quedaba otro gigante de la pin-tura, Henri Matisse, a quien selo propuso un editor america-no. Ni corto ni perezoso, Mati-sse ilustró la Odisea de Homeroy no el Ulises de Joyce, que alparecer ni siquiera llegó a leer. Yaún hubo intentos por parte deRichard Hamilton y RobertMotherwell. Este último lo hizoen 1989 en una serie de agua-fuertes, pero no se atuvo a laobra de Joyce, sino a sus reac-ciones frente a ella. Por el con-trario, las cerca de cuatrocientasilustraciones del Ulises de Arro-

yo cogen el toro por los cuernosy siguen el texto paso a paso.Con ello, se interna decidida-mente por los laberintos de lamirada de Ulises, de la mano deun exiliado donde los haya. PuesJames Joyce, a pesar de habernacido en Dublín y de que todasu obra está ubicada en esa ciu-dad, vivió en el extranjero desde1904 hasta su muerte, en 1941.No aceptó la ciudadanía irlan-desa después de la independen-cia de su país, ni los numerososhonores que se le venían encimacuando ya era famoso. Su únicapieza teatral se titula Exiliados, yla escribió interrumpiendo la re-dacción del Ulises, a modo decatarsis distanciadora.

El Ulises ilustrado retoma enla portada la imagen de la cabe-za-lámpara, que tampoco carecede precedentes, como me hacenotar Francisco Calvo Serraller,al pasarme esta cita del gran va-ledor de Joyce, Ezra Pound,quien escribe en su poema NearPerigord: “Como lo puso Danteen el último revolcadero del in-fierno, el tronco descabezado‘que hizo de su testa una lámpa-ra’”. En efecto, si Ulises apareceen la Divina comedia entre lla-mas en el canto 26 del infierno,poco después, en el 28, Dantepresenta al trovador Bertrán deBorn, que lleva su cabeza sepa-rada del tronco y la sujeta porlos cabellos para iluminarse conella, como si fuera una lámpara.El propio Calvo Serraller, en suimpagable Diccionario de ideasrecibidas del pintor EduardoArroyo, se ha referido al libro deAbrams El espejo y la lámpara,donde, frente al espejo de la mí-mesis clásica, se reivindica lacondición de lámpara del artistamoderno, que ilumina subjeti-vamente la realidad con su mi-rada. En el apartado de su librotitulado La clave que lleva al co-razón de Homero, Abrams desa-rrolla esta noción del escritor co-mo creador, un nuevo portadorde la luz o Lucifer que, segúnél, ampara el proceder de Joyce.Como Arroyo refleja amplia-mente en sus ilustraciones, elUlises se inicia cuando BuckMulligan se dispone a afeitarse,

llevando en la mano un espejoagrietado, que ha robado delcuarto de la criada de su tía y levale este vitriólico comentariopor parte de Stephen Dedalus:“Es un símbolo del arte irlan-dés. El espejo agrietado de unsirviente”.

La presencia de Ulises en laDivina comedia dista de ser epi-sódica. Antes bien, es una de lasmás extensas e intencionadas, yaque Dante inventa a su medidatoda una vida nómada y nave-gante después de su regreso aÍtaca. De ese modo, le redimedel acomodaticio reingreso en elorden terrateniente que le seráreprochado por Horkheimer yAdorno. Y le deja en condicio-nes de prohijar la numerosa pro-le de capitanes Nemo que bati-rán los mares en busca de balle-nas blancas y corazones de lastinieblas. Así reclutado de nuevopara la aventura, la “pura codiciade conocimiento” que le echaen cara Cicerón a Ulises, ese“don de la sabiduría” al que serefiere Montaigne, o la “inven-cible curiosidad” que admiraCannetti a propósito del episo-dio de las sirenas, le sitúan en lasenda de quienes aspiran al Co-nocimiento prohibido, por citarel título del libro de Roger Shat-tuck donde mejor se ha glosadoeste pasaje dantesco. Es decir, enla órbita de los Prometeos enca-denados, desencadenados y mo-dernos, Adán y Eva en la ver-sión de Milton, o los ilustresdoctores Fausto, Jekyll y Fran-kenstein. Ulises incorporaría asíuna noción fundamental, labúsqueda de la experiencia, elacopio de vivencias y reservoriode lo íntimo que celebra Tenny-son en su famoso poema dedi-cado al héroe homérico.

Las lecturas de un mitoSi Ulises permite enhebrar, co-mo la lanzadera de un telar, semejante haz de lecturas es, se-guramente, porque se trata deun mito basal y primigenio, quetoca nervios tan cruciales comola guerra, el exilio, el regreso alhogar, el viaje iniciático, el la-berinto, e incluso –y sobre to-do– cómo se trascienden los

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propios mitos y se ingresa enuna cierta protorracionalidad.En el caso de la cultura euro-pea, equivale al acta fundacio-nal de uno de sus sustentosesenciales: la configuración dela conciencia individual y su ex-tensión a un sistema social quele dé cobijo y la haga posible.

Vayamos por partes. Empe-zaré por llamar como testigo decargo a uno de los protagonistasde los ciclos pictóricos de Arro-yo sobre el exilio, Ángel Gani-vet, quien, con motivo del cen-tenario de su muerte, ha sidoobjeto de una exposición suyaen Granada bajo el título El exi-lio anterior. Pues bien, el libromás representativo de Ganivet,su Idearium español, comienzacon una invocación a la Inma-culada Concepción y terminacon otra a Ulises. Intentaré atara estas dos moscas por el rabo.El dogma de la InmaculadaConcepción –razona Ganivet–es imposición española al restodel mundo, tan esforzada y qui-jotesca como cabe esperar denuestro país, en la medida enque lo percibe como una radio-grafía de su propia sustancia es-piritual: una colectividad que hallegado a la vejez tras una prolí-fica maternidad (la hispanidad),sin deponer, a pesar de todo, suvirginidad (en sentido de per-manecer inéditas sus más ínti-mas energías). Ganivet le da tan-ta importancia que lo convierteen el hilo conductor de todo suIdearium español, ya desde suspalabras iniciales:

“Muchas veces, reflexionando so-bre el apasionamiento con que en Es-paña ha sido defendido y proclamado eldogma de la Concepción Inmaculada,se me ha ocurrido pensar que en el fon-do de ese dogma debía de haber algúnmisterio de nuestra alma nacional; queacaso ese dogma era el símbolo, ¡sím-bolo admirable!, de nuestra propia vida,en la que, tras larga y penosa labor dematernidad, venimos a hallarnos a lavejez con el espíritu virgen…”.

No importa –como ya le re-cordó Azaña en Plumas y pala-bras– que incurra de este modoen el error de confundir dosdogmas marianos completa-mente distintos, el de la Inma-

culada Concepción de María(que asegura que ella fue con-cebida por santa Ana sin pecadooriginal) y el de la Virginidad(que sostiene que María fue vir-gen antes, durante y después delparto de Jesús). No importa, di-go, porque aún resulta más sig-nificativo del modo en que lefuncionaban las entendederas aGanivet. Si ya resulta chocanteeste glorioso arranque del Idea-rium español, todavía es más sin-tomático su final, cuando llegala hora de las soluciones regene-radoras o –dicho en sus propiaspalabras– “la restauración de lavida espiritual de España”. Paraello propone que se establezcanlos paradigmas autóctonos, yaque todo arte y literatura nacio-nales han segregado una serie demodelos ejemplares a los que elindígena ha de atenerse, so penade las peores derivas intelectua-les. Y llegado ese momento, Ga-nivet considera los modelos bá-sicos europeos una evolución delencarnado por el protagonistade la Odisea, en quien se aúnantodas las virtudes necesarias:“Ulises es el griego por excelen-cia”, escribe, y añade, prelu-diando el desarrollo que haráNikos Kazantzakis: “NuestroUlises es don Quijote”. Sólo queha experimentado una de esasmetamorfosis tan propias delhéroe homérico: se ha purifica-do, y para librarse del lastre de-lega toda la intendencia mate-rial en Sancho Panza. Ello se de-be al misticismo árabe:

“Sin los árabes, don Quijote ySancho Panza hubieran sido siempreun solo hombre, un remedo de Ulises.Si buscamos fuera de España un Ulisesmoderno, no hallaremos ninguno quesupere al Ulises anglosajón, a RobinsónCrusoe; el italiano es un Ulises teólogo,el Dante mismo, en su Divina come-dia…”.

Y tras desarrollar que Faustoes un Ulises alemán, le echa encara a él y a Robinsón su falta dedimensión humana:

“Robinsón sí es un Ulises natural,pero muy rebajado de talla, porque susemitismo es opaco, su luz es prestada;es ingenioso solamente para luchar conla naturaleza; es capaz de reconstruiruna civilización material; es un hombre

que aspira al mando, al gobierno exte-rior de otros hombres; pero su alma ca-rece de expresión y no sabe entendersecon otras almas”.

Concluyendo, a fin decuentas:

“Así como creo que para las aven-turas de la dominación material mu-cho pueblos de Europa son superiores anosotros, creo también que para la crea-ción ideal no hay ninguno con aptitu-des naturales tan depuradas como lasnuestras”.

Dicho de otro modo, estasprestidigitaciones idealistas –tande época, tan embebidas de Tai-ne– subrayan el tránsito desdelos dominios exteriores del Nor-te a los interiores del Sur. O –sinos atenemos a los antecedentessobre Eduardo Arroyo queobran en este negociado– desdela Inmaculada Percepción pro-testante hasta la InmaculadaConcepción católica.

La Inmaculada PercepciónEl término “Inmaculada Per-cepción” lo tomo prestado deun libro de psicología cognitiva,Maps of the Mind: Charts andConcepts of the Mind and itsLabyrinths (1981) de CharlesHampden-Turner, quien lo uti-liza a propósito de Max Weber ysu famosa obra La ética protes-tante y el espíritu del capitalismo(1905). Si no entiendo mal,frente al modo mediterráneo deoperar, más subjetivo, la culturaprotestante estaría basada en elpapel primordial concedido a laobservación externa, las consta-taciones empíricas y las prótesistecnológicas derivadas de esa In-maculada Percepción.

Salvador Dalí retomó conhumor esta dicotomía oponien-do el constreñimiento de las“máquinas de habitar” de LeCorbusier y la gozosa exuberan-cia de Gaudí. Especialmente enLa Pedrera, edificio concebidocomo “una peana para un mo-numento a la Inmaculada Con-cepción de María”, en recientespalabras del cardenal Carles alpedir la beatificación del granarquitecto. Dicho en la jerga de Eduardo Arroyo, esos dos in-maculados términos contrapon-drían el estreñimiento calvinista

de Marcel Duchamp y la icono-rrea, la facunda y la fecundidadlatinas de Francis Picabia. Fren-te a los cristales rotos del GranVidrio y al mito de la Inmacula-da Percepción, con su apuestapor lo abstracto y lo pública-mente verificable, la InmaculadaConcepción, como un rayo deluz que pasara por un cristal sinromperlo ni mancharlo.

Son dos culturas y formasde vida, separadas por una deesas fisuras nada baladíes quesubyacen a la construcción eu-ropea, a menudo con muchomayor fundamento que ciertosplanteamientos nacionalistas yfronterizos. Como, por ejemplo,lo vienen demostrando las esca-ramuzas comunitarias y los for-cejeos entre la Europa de lamantequilla y la del olivo. Mu-cho habría que decir sobre esteárbol, patrocinado por la diosaAtenea, la valedora de Ulises enla asamblea de los dioses con laque comienza la obra de Home-ro, y gracias a cuya intercesiónse le permite volver a casa. Peroel olivo no sólo supone alimen-to, aderezo o luz, al servir comocombustible para las lámparas.O de símbolo de la paz.

Si se lee con detenimiento laOdisea, se encontrarán por do-quier indicios del papel tutelarque desempeña este árbol enmomentos cruciales. Por ejem-plo, en el canto IX, cuando Uli-ses ha de escapar de la amenazade Polifemo, recurre al vino pa-ra emborracharlo, a autobauti-zarse Nadie para confundirlo, ya una estaca de olivo como ar-ma, con la que ciega el únicoojo del cíclope. Y todavía másrevelador es el episodio culmi-nante del reconocimiento deUlises por su esposa Penélope.Suele recordarse, por lo espec-tacular y subliminal, la pruebade tensar el arco y hacer pasar laflecha por las cabezas de las ha-chas alineadas. Pero en el cantoXXIII hay un detalle muchomás íntimo y revelador, para te-ner la confirmación definitivade que se trata de su marido, yno de un impostor. Ulises debesaber que la alcoba está hechatoda ella a partir de un sólido

AGUST ÍN SÁNCHEZ V IDAL

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olivo, gracias al cual construyóel aposento y la cama, urdiendoasí una de las más hermosas me-táforas sobre la cultura del olivocomo raíz del lugar donde se en-gendran los hijos y enlazan lasgeneraciones, y que ha servidode brújula al protagonista en sulargo viaje. Es una reivindica-ción del olivo que, como vere-mos, retomará Theo Angelo-poulos en su película La miradade Ulises, esta vez al ocuparse dela reciente guerra en la antiguaYugoslavia. Y al citarla ya toca-mos un punto al que volverécuando me ocupe de ella: pare-cería como si cada vez que Eu-ropa necesita replantearse suidentidad por la irrupción deuna zona de fractura (caso delos Balcanes) surgiera el espectrode Ulises como pauta para re-cuperarse del naufragio. Comosi hubiese que emprender unaperegrinación a la Europa de laconciencia para ahuyentar losmonstruos que acechan a la ra-zón en momentos de crisis.

Troya, emblema de todas las guerrasEn su Tratado de historia de lasreligiones, Mircea Eliade escri-bió: “Cualquier regreso al hogarequivale al regreso de Ulises aÍtaca”. De modo similar, debajode todas las guerras parece yacerla de Troya, la más asumida, lamás contada y cantada. En ellase resumen los desastres de todaslas guerras, entre ellos el exilio,experiencia a la que se dedicaun ciclo entero, justamente elde la Odisea. Marguerite Your-cenar lo resumió en su libro Pe-regrina y extranjera:

“Una generación asiste al saqueode Roma, otra al sitio de París o al deEstalingrado, otra al pillaje del palaciode verano: la caída de Troya unifica enuna sola imagen toda esta serie de ins-tantáneas trágicas, foco central de unincendio que hace estragos en la histo-ria, y el lamento de todas las viejas ma-dres, cuyos gritos no tuvo tiempo de es-cuchar la crónica, encuentra una vozen la boca desdentada de Hécuba”.

Fue esa voz de Hécuba en latragedia Troyanas de Eurípides,en versión de Jean-Paul Sartre, laque pudo oírse en 1995 en Ma-

drid en homenaje a los muertosy las madres de Sarajevo.

Si con Ulises nace la ideadel exiliado es porque Troya seconcibe como conflicto civil,globalmente europeo, no sólouna escaramuza tribal. Ya no essólo un choque de sangres, sinode una civilización, de una es-tructura social. Sin esa formula-ción previa, no existiría la mo-derna noción de exilio, la quese retoma en torno a la granguerra de 1914-1918. Uno delos síntomas culturales más cu-riosos producidos por esa guerray la llamada “generación de1914” fue la traducción de la vi-vencia del exilio en una revitali-zación del héroe homérico. Des-pués de todo, Ulises no era sinootro desorientado excombatien-te que intentaba regresar a unaÍtaca que ya no reconocía y queno le reconocía a él.

Obviamente, el caso másnotable es el Ulises de JamesJoyce, una de las más estentóre-as proclamas culturales de lagran guerra. No sólo porque segestara durante ella entre Tries-te, Zúrich y París, sino por elcontenido explícito o los su-puestos tácitos de las formas enque se vierte. Como si en esaelegía por un tiempo que se vaya nada pudiera ser dicho den-tro de los viejos esquemas, a noser que se recurra a la glosa, elpastiche o la parodia. Pero, aunsiendo el más conocido, no es elde Joyce el único Ulises esgri-mido como consecuencia delconflicto. También es entoncescuando otro componente de lageneración de 1914, RobertGraves, traduce la Odisea al in-glés. El griego Nikos Kazantza-kis va más lejos, y la reescribe através del drama Ulises y suOdisea en 33.333 versos. Ade-más de hacer más tarde un de-sarrollo entre moderno y pica-resco con su novela Alexis Zor-ba. Corresponsal en nuestropaís en 1923 y entre 1936 y1937, Kazantzakis escribió unaserie de artículos hoy recogidosen el libro España. ¡Viva lamuerte!, recién traducido al cas-tellano. En él llega a afirmar queDon Quijote:

“Junto con Ulises, con Hamlet ycon Fausto se reparte las almas de loshombres. Son los cuatro comandantesde las almas”.

También Vicente BlascoIbáñez se sintió tentado por laactualización de la Odisea en1917, en una de sus novelas so-bre la gran guerra, Mare Nos-trum, menos conocida que Loscuatro jinetes del Apocalipsis, pe-ro más interesante para el temaque aquí nos ocupa, ya que demodo instintivo se remonta aUlises para entender lo que estápasando en Europa. El protago-nista de aquella novela, UlisesFerragut, crece con la lectura delas aventuras del rey de Ítaca, yde ahí deriva su vocación mari-nera, que le lleva a ser capitánde un vapor de carga llamadoMare Nostrum. Nombre que im-plica toda una reivindicación delMediterráneo frente a los bár-baros del Norte. La gran guerrale sorprende en América, y deci-de traficar con unos y con otros.Pronto aparece una espía alema-na, Freya Talberg, que lo seduceen el acuario de Nápoles. Y ahíempiezan a hacerse todavía másexplícitos los paralelismos conla Odisea. Así, el capítulo si-guiente a la seducción se deno-mina ‘Los artificios de Circe’. Yal pasar por entre las trattorias dela bahía de Nápoles, se subra-yan los nombres de algunas, tansignificativos como “El Escollode la Sirena”. Cuando, para ha-cerlo volver al hogar, su hijo Es-teban sale a buscarle, el capítulose titula ‘El joven Telémaco’. Yse dice que su mujer le esperacomo una Penélope. La catarsissobreviene cuando Estebanmuere, al ser alcanzado el barcoen el que viaja por un torpedoalemán. La pérdida de su hijoprovoca que Ulises Ferragut selibere de los encantos y sortile-gios de esa moderna Circe enforma de espía alemana y se ha-lle en condiciones de apoyar alos aliados en Gallípoli, lugar–se recuerda, con la prosopope-ya propia del caso– que está cer-ca de Troya y donde batallaronlos bravos almogávares.

Como se ve, durante la granguerra, todo el mundo se acor-

daba de Ulises cuando tronaba.Tanto, que Ezra Pound, hablan-do de la obra de Joyce, la perci-bía como síntoma y resumen dellaberinto que había conducido aEuropa a ese conflicto. De for-ma convergente, en 1923, T. S.Eliot, en su artículo ‘Ulises’, or-den y mito, veía en la novela deJoyce un intento de estructurarel caos presente mediante prés-tamos de la mitología del pasa-do, a la espera de que escampa-ra. Un pasado en el que ya no sepodía creer, pero que contribuíaa paliar la desorientación pre-sente al acogerse a esas raícesprimigenias.

Dialécticas de la ilustraciónTales testimonios, referidos a laGran Guerra, hubieron de su-frir necesariamente una revisióncomo consecuencia de la pro-funda crisis moral provocadapor la de 1939-1945. Una delas más sustanciosas fue la lleva-da a cabo en 1944 por MaxHorkheimer y Theodor W.Adorno en su Dialéctica de laIlustración. En su caso, y debidoal asalto a la razón que conlleva-ba la barbarie nazi, han de pre-guntarse qué fallaba en los ci-mientos de la construcción eu-ropea para que se hubierallegado a ese extremo. Y de nue-vo, a la hora de los diagnósticosradicales, ha de procederse a lareconsideración del mito de Uli-ses. ¿Por qué?

Para Horkheimer y Adorno,porque los problemas derivan dealgunas de las fisuras de la ilus-tración (esas que después ha ex-plotado hasta la náusea el pos-modernismo), que, a su vez, sebasan en las contradicciones so-bre las que se asienta la figura deUlises. Ya que, como sostienenen el capítulo titulado ‘Odiseo, omito e Ilustración’ la narraciónhomérica puede ser consideradael “texto base de la civilizacióneuropea”. O, como dijo Nietzs-che, “es el continuador de aquelproceso artístico universalmen-te humano al que debemos la in-dividualización”. Si el viaje deTroya a Ítaca es “el itinerario desí mismo a través de los mitos” esporque el autos, la conciencia in-

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dividual en estado de formación,debe sortear todos los viejos de-monios y fantasmas que se en-cuentran al acecho en las caver-nas y rocas del Mediterráneo. Elpapel de Ulises es darles nom-bre, controlarlos, gracias a labrújula del sí mismo, núcleo deidentidad cuya búsqueda a travésde la aventura constituye la mé-dula de la Odisea y de la novela,que hereda su estructura. La iti-nerancia, el exilio, libera a Ulisesdel antiguo espacio y de su viejapiel. Y, tras haber pasado por eltrance de ser Nadie, le deja encondiciones de nutrirse de losmitos que va desmantelando,metabolizándolos a favor de laconciencia naciente, del héroeque de ahí surge.

Ahora bien –razonan Hork-heimer y Adorno–, tales trans-formaciones no se llevan a cabosin pagar un precio. Esa con-ciencia e identidad de Ulises hade integrar los elementos que vaencontrando a partir de un ór-gano rector, que es la astucia, elengaño, los artificios. Y se cons-truye a costa de la contención,del cálculo, del aplazamiento enla satisfacción de los instintosmás inmediatos. Cuando se ce-de a ellos, como en el episodiode Circe, el hombre vuelve aconvertirse en animal, en cerdo.Y hay que renunciar a Circe enfavor de la esposa hacendosa,Penélope, y de la patria, potes-tad y propiedad. Esa instaura-ción de un orden que controlalos instintos es lo que conviertea Ulises en ejecutor de los trán-sitos que median entre los mitosy la racionalidad. Es decir, paraHorkheimer y Adorno, en elmás remoto ilustrado que sepuede identificar en la culturaoccidental, algunos de cuyossintagmas o mitemas se recupe-rarán más tarde a través de Ro-binsón Crusoe, el otro gran“náufrago ejemplar”. Claro que,en este caso, el individuo que sesepara de la colectividad ha dereconstruir su entorno social, sucivilización, antes de poder rein-tegrarse a ella.

Uno de los pasajes más inte-resantes del excursus dedicado aUlises por Horkheimer y Ador-

no es aquel en el que se subrayanlas fisuras en la construcción delautos, el sí mismo, glosando el li-bro de Wilamowitz-Moellen-dorff Die Heimkehr des Odysseus(1927). En momentos culmi-nantes, el sujeto, que aún no escompacto y perfectamente idén-tico, se escinde en una serie decomponentes corporales y mo-mentos psíquicos yuxtapuestose inestables, que discuten entre síde un modo bien diferente delpuro formulismo de Eurípides,en cuya obra un personaje puededirigirse a su mano o pie parainstarles a que entren en acción.

Pero quizá haya sido JulianJaynes, en su libro The Originof Consciousness in the Break-down of the Bicameral Mind,quien mejor ha explorado laafloración de la conciencia a tra-vés de la Odisea, estableciendolas diferencias respecto a la Ilía-da, que habría sido redactada unsiglo antes. Mientras Aquiles ac-túa guiado por el dictado de losdioses, de voces que oye en suinterior e identifica con los de-signios de las alturas, Ulises du-da, porque ha de remitirse a símismo. Roto el cordón umbili-cal y otras ataduras, perdida lainocencia natural, este exiliadoprimordial ya no puede regresara casa como se fue. El ingreso enel ámbito de la conciencia su-pone el pago de un peaje, en unproceso similar al que refleja laBiblia en los libros que medianentre Amós y el Eclesiastés. Encierto modo, la democracia grie-ga sería a la vida social el equi-valente de la conciencia a la bio-grafía individual. En el mediosiglo que va de la Orestiada deEsquilo a Ifigenia en Aulide deEurípides, la democracia habríaemergido de un corpus de mitosconfrontados en la tragedia,convertida en el ágora socialdonde se embisten distintasconciencias individuales, unavez que éstas han empezado adudar. Ulises sería el indicio deque se ha desencadenado eseproceso, de que el destino delhombre empieza a estar en suspropias manos.

Y de ahí que se convierta enel basamento de otro de los nú-

cleos de identidad europeos, elterritorio de la novela, que al-canza su definitiva declaraciónde independencia cuando DonQuijote proclama, a su vez, laautonomía del personaje con suirreductible:

“Yo sé quién soy”. Momento apartir del cual estará en condiciones desumarse a todos los expulsados de laépica. Como ha hecho notar AntonioMuñoz Molina: “Casi todas las novelasque se han escrito y se escriben tienensus semillas en algún pasaje o en algunafigura o sentimiento de la Odisea: a di-ferencia de la Ilíada, la Odisea no tratadel heroísmo oficial de los héroes ni dela grandeza de la guerra, sino de la nos-talgia de la tierra perdida, del deseo dever de nuevo desde lejos el humo de lacasa familiar, del viaje de un adoles-cente en busca de su padre y de su vidaadulta, de un porquero, de un perroviejo que reconoce a su amo 20 añosdespués”.

‘La lengua salvada’Una de las conexiones que esta-blece el Ulises de Joyce es la queexiste entre el exilio y el éxodo,pues no en vano tanto su esposacomo el propio Leopold Bloomson de origen hebreo, y por esarazón se refiere a él en algunosmomentos comparándole con elJudío Errante. Elías Canetti hadesarrollado elocuentemente esarelación en el libro de sus me-morias titulado La lengua sal-vada (traducción de Die GeretteZunge que, al igual que F. Rive-ra y J. M. Valverde, creo prefe-rible a la habitual de La lenguaabsuelta, con que se ha publi-cado en Muchnik y AlianzaEditorial). Canetti le añade uncomponente muy interesante:Ulises como el héroe de lastransformaciones, creador de ar-tificios y, en definitiva, patróndel arte de fabular. En una pri-mera instancia, el título de su li-bro surge del recuerdo infantilcon el que se inicia, una imagenentonada en rojo. El suelo, laescalera, todo es rojo, mientrasCanetti se evoca a sí mismo deniño, saliendo por una puertaen brazos de una muchacha. Unhombre sonriente que les saleal paso se dirige a él y le pideque saque la lengua. El hombrebusca en sus bolsillos, saca unanavaja, la abre, y hace amago

de cortársela. El niño no se atre-ve a retirar la lengua, está asus-tado. El hombre acerca la nava-ja más y más, hasta hacerle sen-tir el contacto de la hoja. Peroen el último momento, la apar-ta y dice: “Hoy todavía no, ma-ñana”. Cierra su navaja y laguarda en el bolsillo. Todos losdías se repite la misma historia,y el niño cada vez tiene másmiedo.

Esta imagen que, reiteradaen su memoria, llega a alcanzaruna contextura onírica, cobraotro sentido cuando Canetti nosproporciona nuevos datos, alcontársela 10 años más tarde asu madre. Ésta le explica que secorresponde con una pensióndonde pasaron el verano de1907 y le cuidaba una mucha-cha búlgara que no llegaba a los15 años. Hasta que un día sedieron cuenta de que manteníarelaciones con un hombre quevivía al otro lado del corredor.Se trataba, pues, de una expe-riencia real, pero tan interiori-zada como un sueño, debido ala amenaza de la navaja y a laadvertencia de que mantuvierael secreto, hasta el punto de quedurante una década el niñoguardó silencio sobre los en-cuentros furtivos del hombre yla niñera. Ése es, pues, el primersentido del título La lengua sal-vada. Pero hay otros, que se su-perponen al interior cuando Ca-netti describe el ambiente en elque creció de niño, en Rusts-chuk (Bulgaria), a orillas del Da-nubio. En su casa, su familia dejudíos sefarditas hablaba en la-dino o búlgaro. Sin embargo,bastaba salir a la calle para poderescuchar en un mismo día sieteu ocho idiomas diferentes, puestambién había griegos, albane-ses, rumanos, armenios, rusos,turcos y gitanos. Sin contar conel abuelo Canetti, comerciante yviajero impenitente, que se jac-taba de hablar 17 lenguas. Conrazón escribe, refiriéndose a supueblo natal:

“Todo lo que viví después, ya habíaocurrido alguna vez en Rustschuk. Allíllaman Europa al resto del mundo, y sialguien remonta el Danubio en direc-ción a Viena se dice que va a Europa”.

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Una de esas experiencias,luego reiterada, pero presente yaen Rustschuk, fue la del exilio, através de un armenio que habíadebido huir de Estambul tras elexterminio de toda su familia:“Fue el primer exiliado de mivida”, comenta Canetti. Puesbien, ese niño que a los seis añoses llevado a Manchester, dondees escolarizado en inglés y se ini-cia en la lectura en francés; eseniño, digo, a pesar de contarcon todas esas lenguas de refe-rencia, en un momento deter-minado siente una atracciónirresistible por el alemán y deci-de aprenderlo y convertirlo ensu herramienta de trabajo comoescritor.

La razón es que en aquellaBabel de su infancia había unpacto lingüístico entre su padrey su madre del que el niño esta-ba excluido: ellos hablaban desus cosas íntimas en alemán, unacostumbre que les recordaba sufeliz estancia escolar en Viena yque, al parecer, habían adquiri-do en su época clandestina,cuando sus familias, los Canettiy los Arditti, se oponían al no-viazgo. De ese modo, para el ni-ño, el alemán se convirtió enuna muralla que le excluía deuna relación con su madre a laque sólo tenía acceso el padre. Ycreía que hablaban de “cosasmaravillosas, que sólo podíanexpresarse en esa lengua… co-mo si fueran conjuros mágicos”.Para acceder a esta segunda len-gua materna tendrá que recurrira las argucias, a un cambio deidentidad, haciéndose pasar porsu padre. Así, un día, imitandola voz de éste, el niño Elías Ca-netti llamó a su madre ocultodesde el jardín, utilizando el di-minutivo que él le daba en ale-mán. El ardid surtió efecto, y lamadre confundió la voz de suhijo con la de su marido. Y esto,barrunta Canetti, fue el origende su vocación de cuentista, demetamorfosearse, como Ulises,en otras voces.

Y en otra lengua salvada,gracias a un circunstancia fami-liar que les movió a un nuevoéxodo. Pues su padre cayó ful-minado en Manchester debido a

la impresión que le produjo ladeclaración de guerra en los Bal-canes. Y muerto su padre, ya enSuiza, Canetti pidió a su madreque le enseñara alemán, la len-gua mágica y secreta de sus pro-genitores. Ese cambio idiomáti-co le permitió encontrarse, porfin, con el personaje homérico,que tanto gravitaría sobre suobra de mayor envergadura, Au-to de fe (1935):

“La primera vez que me tropecécon Odiseo fue en Viena; una casuali-dad hizo que la Odisea no se hallaraentre los libros que mi padre me rega-ló en Inglaterra… cuando empecé apracticar alemán, a los 10 años, mi ma-dre me regaló las Leyendas de la anti-güedad clásica, de Schwab… Odiseocontribuyó mucho también, puescuando poco después descubrí susaventuras, me hizo romper con todo loanterior y se convirtió en la verdaderafigura de mi juventud… Un modelosingular, el primero que concebía demanera pura, el personaje de quienaprendí más que nadie, un modeloperfecto y sustancial que se revelababajo muchas apariencias, cada una consu sentido y su razón”.

‘La mirada de Ulises’Donde deja la cuestión Elías Ca-netti en lo que se refiere a losBalcanes, la retoma Theo Ange-lopoulos en La mirada de Ulises,película coproducida por Gre-cia, Francia, Italia y Alemaniaque mereció el Gran Premio delJurado y de la Crítica Interna-cional en el Festival de Cannesde 1995.

No es la única que se haocupado de los conflictos bal-cánicos contemporáneos a tra-vés de la evocación del regresode Ulises. Basta recordar Antesde la lluvia (1994), coproduc-ción entre Inglaterra, Francia yMacedonia del debutante Mil-ko Manchevski. En ella, un fo-tógrafo macedonio, después de16 años de ausencia, regresa asu país en la época actual, parahallar la casa natal destrozada ymorir a manos de los suyos co-mo consecuencia de los enfren-tamientos que mantienen conlos musulmanes albaneses. Nofaltan las alusiones a uno de losepisodios más atroces de la his-toria balcánica, el de los 14.000macedonios capturados por los

bizantinos, a los que sacaron losojos antes de soltarlos para que,a trompicones, volvieran a casa,dejando sobre el terreno esos28.000 ojos que constituyenuna especie de contramirada deUlises. (En realidad habría quecorregir a Manchevski, porqueel piadoso Basilio II el Joven noreventó los ojos a los 14.000: aalgunos tuvo la previsión de sa-carles sólo uno, de modo quecada 99 ciegos tuviera al frenteun tuerto que les sirviera deguía en su regreso, en colum-nas de a 100).

En Antes de la lluvia sospe-chamos que la verdadera razónpor la que el fotógrafo regresa aMacedonia es que se consideraculpable de la muerte de unhombre. Tal y como él mismocuenta, se encontraba en Bos-nia con su cámara, como co-rresponsal de guerra, enfocandoa un prisionero, cuando el guar-dián le preguntó si quería unaexclusiva que mereciera la pena.Y antes de que pudiera respon-der, disparó un tiro a la sien delrehén. Ése es el vaso comuni-cante que establece la conexióncon la película de Angelopou-los: el siglo XX se ha construidoya masivamente con la fotogra-fía y el cine, incluso, en sus epi-sodios más penosos, y la miradade un Ulises del siglo XX nopuede ignorarlo, pretendiéndo-se inocente. Está contaminada,prostituida, envilecida. Una cá-mara de fotos o de cine es un ar-ma, provoca actos violentos, lospotencia, los juzga, los aclama,los justifica. También mata.

Aunque sólo sea porque hacambiado el modo de vivir ymorir en los Balcanes, hay queretornar a los orígenes (la propiatierra, el propio cine de los pio-neros) para entender lo que pa-sa. Ahí es donde comienza Lamirada de Ulises. Merece la penarecordar que cuando Angelo-poulos hubo de filmar su episo-dio para Lumière y compañía(una película colectiva en la que40 directores de todo el mundose veían abocados a rodar du-rante un minuto con una pri-mitiva cámara Lumière) lo hizocon un plano de Ulises saliendo

del agua en una playa de Ate-nas, ilustrando una frase de laOdisea: “¿A qué tierra extrañahe llegado?”.

En La mirada de Ulises, uncineasta griego exiliado en Es-tados Unidos (interpretado porHarvey Keitel) regresa a su ciu-dad natal, tras 35 años de au-sencia, para emprender un largoviaje que le llevará hasta Alba-nia, Macedonia, Rumania y laantigua Yugoslavia, ahora enguerra, hasta terminar en Sara-jevo. Y en ese viaje se encuentray entremezcla su propia biogra-fía con la historia de los Balca-nes, con otros mitos desguaza-dos, como esa gigantesca esta-tua de Lenin que viene deOdessa a bordo de un barco,mitad cíclope malherido, mitadevocación del desmontaje de laefigie del zar con que se iniciabael Octubre de Eisenstein. Todoeso, mientras el protagonistabusca las primeras imágenes ci-nematográficas que se rodaronen aquellas tierras, que le per-mitan entender lo que está pa-sando, recobrando aquella mi-rada primigenia. Pues sospechaque un nuevo orden y conciertosólo se podrá edificar sobre unanueva mirada.

El Colegio Cinematográfi-co de Atenas le ha pedido queruede un reportaje sobre los her-manos Manakis, unos pionerosque retrataron con su cámara losBalcanes en todos los trancesimaginables: guerras, bodas,bautizos, juegos, entierros, etcé-tera. Él busca, en concreto, tresbobinas sin revelar rodadas porlos Manakis en 1905 (año que,por cierto, es el mismo del naci-miento de Canetti en Rusts-chuk). Su búsqueda se ha con-vertido para él en una necesidadíntima e imperiosa a partir delo que le sucedió un día, mien-tras filmaba, cuando un viejoolivo medio podrido cedió, de-jando al descubierto entre susraíces una cabeza de Apolo. Lepareció tan notable que echómano de una máquina Polaroidy trató de fotografiarlo. Pero lasplacas salían en blanco, una trasotra. Era como si su mirada nofuncionara. Entonces, aceptó el

LA MIRADA DE ULISES

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proyecto del Colegio de Atenas,porque le pareció que había al-guna conexión secreta entre sueclipse y aquella mirada aprisio-nada desde hacía casi un sigloen las tres bobinas sin revelar delos hermanos Manakis. A travésde la liberación de aquélla, in-tentaba lograr la suya propia.

Tras un largo viaje, averiguaque las tres bobinas están enmanos de un especialista de Sa-rajevo, un tal Iro Levi. Cuando,finalmente, este nuevo Ulises re-gresado logra llegar hasta allí, seencuentra con una ciudad fan-tasma. Pero, a pesar de todo, en-tre obuses, ruinas y llamas, pidea Levi un último esfuerzo pararevelarlas y, conmovido por suinterés, éste accede. Mientras es-peran a que se seque la películarecién salida del laboratorio, Le-vi le propone dar una vuelta porSarajevo. Ha caído una espesaniebla que les protege de fran-cotiradores, y es como si la vidafuera casi normal en este nuevopaisaje en la niebla. La gente to-ca música, baila, o representaRomeo y Julieta. Pero en un mo-mento en que se pierden entre labruma, en off, el protagonistaoye cómo los serbios los atrapany los fusilan a todos, incluidoslos niños y, con ellos, el futuro.

La atroz escena que, debidoa la niebla, transcurre con lapantalla completa y violenta-mente iluminada en blanco, su-pone en el cine el máximo deconciencia imaginable. Comorazonaba Fassbinder en 1974, silos fundidos en negro contribu-yen a sumir al espectador en eseestado hipnótico consustanciala las salas oscuras, los fundidosen blanco pueden aspirar al efec-to contrario, mantenerle alerta.Fassbinder recurría a este argu-mento al justificar su adaptaciónfílmica de la novela Effi Briestde Theodor Fontane, y sus fun-didos en blanco imitaban el pa-so de las hojas de un libro, obli-gando al espectador a una parti-cipación similar a la del lector, aser totalmente consciente. Y esoes lo que se encuentra el cineas-ta protagonista de La mirada deUlises en la filmoteca de Iro Le-vi cuando vuelve allí para ver la

película de los Manakis, las fa-mosas tres bobinas ahora, porfin, reveladas. La pantalla cente-llea en blanco mientras se oye elzumbido de la cruz de Malta yel motor del proyector. Ése es elfinal de la película de Angelo-poulos. Sobre su rostro de estenuevo Ulises oímos sus palabras,que la cierran y resumen:

“Cuando regrese lo haré con lasropas de otra persona, con otro nom-bre. No habrá nadie que me esté espe-rando. Si acaso me dijeras que yo nosoy yo, te daría muestras para que mereconocieras. Te hablaría del limoneroaltivo de tu jardín, de la ventana pordonde entra la luna y de los rincones detu cuerpo, señales de amor. Y cuandosubamos temblorosos hasta la vieja ha-bitación, el uno en brazos del otro, su-surrándonos quedo durante toda la no-che luminosa, la noche del amor, y du-rante las noches que seguirán, tecontaré mi viaje entre abrazos, te susu-rraré al oído toda la aventura humana,la historia que no tiene fin”. n

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Agustín Sánchez Vidal es catedráticode Historia del Arte. Autor de Buñuel.Lorca, Dalí: el enigma sin fin, premioEspejo de España, 1988.

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on un cierto tono ofendi-do, que no se recataba endisimular, el redactor de la

voz “prisión” de la enciclopediaEspasa-Calpe (edición originalde 1922) consignaba que los“tratadistas extranjeros señalan aEspaña e Italia como países enlos que hubo la mayor crueldaden las prisiones y tormentos”; y–sigue diciendo nuestro autor–hasta en la colección de instru-mentos de tortura del castillo deNúremberg, varios artefactos re-ciben el adjetivo de españoles,como si hubiese sido privativode este país el uso de tales he-rramientas. Es obvio que la lla-mada “leyenda negra” y la nomenos sombría fama de las maz-morras inquisitoriales, así comola reconocida eficacia del SantoOficio en asuntos de confesión,no son factores ajenos a esa reputación de nación oscuran-tista, represora y tenebrosa, enbuena medida cargada en lacuenta –con todas sus conse-cuencias– de la propia estructu-ra eclesiástica. Paradójicamente,más cierto fue –si no perdemosla perspectiva histórica– lo con-trario: la relativa dulcificación depenas y castigos por parte de lasautoridades eclesiásticas, aunquenada más fuera por la racionali-zación represiva en unas épocasen que prácticamente todo esta-ba permitido.

Un franciscano español del si-glo XVI, jurista y teólogo, denombre Alfonso de Castro, es elprimer referente a considerar eneste sentido. Su obra De potesta-te legis paenalis, de 1550, sueleser valorada como la pionera delderecho penal hispano. La pena,dice, debe cumplir una doble fi-nalidad: expiatoria para el delin-

cuente y disuasoria para nuevosdelitos –de ahí su cerrada defen-sa de la pena capital–. Pero enaquel tiempo era un gran avancesu insistencia en una formula-ción precisa de los castigos, porcuanto suponía una superaciónde la discrecionalidad, rayana enla arbitrariedad, que fue la nor-ma del poder –de cualquier po-der– desde siempre.

Dando un salto de dos siglos,nos encontramos al final del pe-riodo ilustrado a otro religiosoespañol, en este caso jesuita, conun planteamiento tan modernoque no podemos renunciar a lalarga cita literal. Son palabras delconquense Lorenzo Hervás yPanduro en el volumen IV de laHistoria de la vida del hombre:

“El delito pide castigo, como el mé-rito pide premio; mas al paso que enlas nuevas leyes falta la generosidad pa-ra premiar, crece la inhumanidad paracastigar. ¿Qué significan tantas cárce-les, tantos hierros en ellas, tantos carce-leros, alguaciles, guardianes y tanto nú-mero de personas destinadas para fo-mentar la ferocidad y dar desahogoinfame a la crueldad de legisladores in-humanos? (…) Vístanse los legislado-res de humanidad, y ésta les suminis-trará castigos útiles y racionales en lugarde hediondos calabozos, pesados ceposy cadenas, y crueles tormentos. Pareceque ya empiezan a descubrirse luces dehumanidad en el horizonte europeo,que por tantos siglos ha estado tan te-nebroso; mas la hermosa aurora de estanueva luz no se aclara; aún dura la fierae impía costumbre de comprar la con-fesión del reo con sus tormentos. In-vención más de fieras que de hombres,porque la fiereza, y no la racionalidad,pudo inventar un medio tan despro-porcionado a su fin como propio de lacrueldad más bestial”1.

Insistamos en la imprescindi-ble perspectiva histórica: aunquela reclusión forzada es tan viejacomo la humanidad –recuérdese,sin ir más lejos, el terrible ergás-tulo en la refinada Roma–, loque hoy entendemos por “cár-cel” como simple pena de priva-ción de libertad –y no aniquila-ción del preso– es un inventomoderno y un gran avance conrespecto a fórmulas anteriores decastigo. Antes se utilizaba la cau-tividad en un sentido parecido alo que hoy llamaríamos prisiónpreventiva, o como método pro-visional –antes de la ejecución,por lo general– o como presiónpara cobrar una multa o un res-cate, en el mejor de los casos. Notenía sentido encerrar durantelargo tiempo al reo (a menos quese combinara con algún tipo detormento), porque lo normal eraque éste pagase su culpa rápida-mente y de una manera atroz-mente física, corporal: diversostipos de suplicio, bárbaros mé-todos de tortura, con frecuenciamutilaciones, la muerte en últi-mo término, pero casi siemprecomo resultado de un padeci-miento ritual.

De manera injustamente se-lectiva, los usos y costumbres in-quisitoriales se han configuradoen la memoria histórica europeacomo paradigma de la crueldady el refinamiento sádico. El San-to Oficio y la España imperialforman así una unidad inextri-cable, como la quintaesencia deuna época. Más aun, como es-pectro o punto de referencia ine-ludible en este ámbito, sea cualsea la posición ideológica que seadopte. Así, la apelación a losnuevos Torquemada y a la resu-rrección de la Inquisición espa-ñola seguía constituyendo una

eficaz arma de propaganda polí-tica y movilización social dentroy fuera de nuestras fronteras… ¡acomienzos de este mismo siglo!Tal sucede, por ejemplo, con lacélebre campaña por la revisióndel Proceso de Montjuïc.

Aquí traemos todo ello a cola-ción por contraste, como el ne-gativo que ya tuvieron en consi-deración algunas mentes ilustra-das o como el pasado oscurantistaque trataban de superar los posi-tivistas decimonónicos. Porque esprecisamente de estos últimos, yde la labor humanitaria y racio-nalizadora que trataron de reali-zar en el terreno penal, de lo quevamos a ocuparnos fundamen-talmente en las páginas que si-guen. Queremos, pues, recordarla importante contribución denuestro país, sobre todo a lo lar-go del siglo XIX, en pro de lahumanización del castigo. Unahistoria tortuosa, de pequeñosavances y retrocesos, pero sobretodo fecundada con el esfuerzointelectual y la dedicación abne-gada de un importante puñadode personas, que merece ser co-nocida por lo menos al mismonivel que la otra historia negrade la Inquisición española.

El correccionalismo españolEn el antiguo régimen –reinadodel poder absoluto–, el castigotenía básicamente una funciónsuasoria en su vertiente más in-mediata y brutal: disuasión por elterror. De ahí la dureza y cruel-dad de las penas y su carácter pú-blico, ejemplarizador. Subyacíaen algunos casos la aplicación de la ley del Talión –ojo por ojo–o la severidad apocalíptica de ra-íces más o menos bíblicas; perolo que más nos sorprendería des-de la perspectiva moderna es la

C

C R I M I N O L O G Í A

LA HUMANIZACIÓN DEL CASTIGODel potro inquisitorial a la cárcel modelo

RAFAEL NÚÑEZ FLORENCIO

1 Para un estudio de la figura de Hervásy de su contexto, véase Marisa GonzálezMontero de Espinosa: Lorenzo Hervás yPanduro: El gran olvidado de la ilustraciónespañola. Iberediciones, Madrid, 1994.

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desproporción entre delito y pe-na: a veces, la muerte por peque-ñas transgresiones que hoy ape-nas merecerían una multa.

En diversos países europeos,la racionalidad ilustrada habíapugnado por abrirse paso en esteámbito tenebroso. La obra delnoble italiano Cesare Beccaria Delos delitos y las penas (1764) esunánimemente reconocida comola mayor contribución en ese te-rreno, pronto continuada en losprimeros decenios del siglo XIXpor lo que va a conocerse como“escuela clásica” del Derecho Pe-nal, con la figura descollante deotro italiano, Francesco Carrara(1805-1888). Sin embargo, la re-novación de los estudios penaleshispanos no vendrá por esa vía si-no por una mucho más sorpren-dente y retorcida. La Besserungst-heorie alemana de la primera mi-tad del siglo XIX, auspiciada porlas enseñanzas de Krause y for-mulada por Roeder, encuentraen el inquieto Sanz del Río –queampliaba estudios en Alemaniadesde 1843– un talante recepti-vo, primero, y una adhesión fer-vorosa, seguidamente, que ten-drá importantes consecuenciasen nuestro país. En efecto, lavuelta a España del ya convenci-do krausista tuvo, como es biensabido, efectos de auténtico re-vulsivo en el adormecido pano-rama intelectual hispano. Sobretodo cuando las enseñanzas deSanz del Río son asumidas y am-plificadas por una figura de la ta-lla de Francisco Giner de los Rí-os. Así, el correccionalismo ale-mán –una corrienterelativamente secundaria en laépoca– se beneficiará de la mis-ma suerte que el krausismo, alencontrar en España el campoabonado que no halló en su pro-

pio país y dejará en determinadase influyentes élites españolas unahuella perdurable que marcará lahistoria intelectual de nuestro si-glo XIX.

Los presupuestos formalistasde la escuela clásica habían lle-vado a una justificación de la pe-na en términos fríos y pretendi-damente objetivos: si el delito esprimariamente una ruptura delorden establecido, el castigo de-be tener como misión funda-mental el restablecimiento de di-cho orden. El correccionalismoconstituía, en cierto modo, unade las reacciones –había otrasmás importantes, como el posi-tivismo– contra aquel enfoqueaséptico. Llamaba la atención so-bre el hecho de que no sólo exis-te el delito sino también el de-lincuente, del mismo modo, ar-gumentaba, que la sociedad noera un ente abstracto, sino unconjunto de seres de carne yhueso. Cambiaba así, radical-mente, el punto de vista. Lo queimportaba ahora era el hombreconcreto, el malhechor. La penasólo tenía sentido si se encami-

naba a mejorar a éste, a regene-rarlo. La cárcel, la privación delibertad (única pena que teníasentido en este contexto), debíaser sólo un medio de rehabilita-ción, hasta tal punto que eltransgresor no tenía exactamen-te el deber, sino más bien el de-recho, de someterse a ella.

Como a tantas otras tenden-cias ideológicas de su época, alcorreccionalismo, que introdu-cía un importante y novedosoelemento de debate, le perdió suafán exclusivista y reduccionis-ta. Bastaba el más elemental sen-tido común o, si se prefiere, lamera comprobación empíricapara concluir que ese plantea-miento lindaba con la utopíabienintencionada. Además, elénfasis en el derecho del delin-cuente dejaba, en cierto modo,al conjunto de la sociedad iner-me ante el delito, pues, al fin y alcabo, a lo que se llegaba en últi-mo extremo era a negar a aqué-lla la potestad sancionadora. Es-te correccionalismo ortodoxo,un poco estrecho de miras yacartonado, es el que suscribe

Francisco Giner de los Ríos, tra-ductor y divulgador de Roeder,aunque entre nosotros más co-nocido por ser el fundador y ani-mador máximo de la InstituciónLibre de Enseñanza.

Sería injusto, y sobre todo ine-xacto, despachar, empero, laaportación de Giner en esos tér-minos rigurosos. Es indispensa-ble, para matizar y corregir lasapuntadas reservas teóricas, la va-loración del contexto social y cul-tural de la España de la época pa-ra calibrar hasta qué punto signi-ficaba un progreso inmenso lainsistencia de Giner en la tutelaestatal del delincuente, una es-pecie de paternalismo que hoynos chirría pero que era entoncesuno de los primeros reconoci-mientos formales que se hacía enEspaña del transgresor como serhumano, sujeto de derechos y ca-paz de enderezar su conducta.Piénsese también, por ejemplo,que Giner no sólo se opone fron-talmente a la pena de muerte(porque, obviamente, con ella nohabía ya regeneración posible),sino que defiende ideas tan mo-dernas como el tratamiento indi-vidualizado de los delincuentes,la libertad condicional o inclusoun estudio sistemático de la con-ducta delictiva que denominaba“pedagogía correccional”.

La originalidad e importanciadel correccionalismo español es-triba, sin embargo, en el hechode que muy pronto se apartó dela senda roederiana en sentidoestricto, de tal manera que, man-teniendo como fin primordial dela pena la rehabilitación del mal-hechor, se abrió a un enfoquemás amplio, más flexible. Enla-zaba con ello con la propia tradi-ción española acerca de los dis-tintos fines del castigo. Así, una

Concepción Arenal

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de las figuras más relevantes delsiglo XIX en este terreno, Con-cepción Arenal, admitía que lasanción debía tener primaria-mente un sentido correccional,pero sin que conviniera perderde vista, hablando en términosrealistas, la imposibilidad de co-rrección o rehabilitación en mu-chos casos individuales. En deli-tos precisamente que, por sumonstruosidad, despertaban másinquietud social. Era entonces lasociedad la que tenía que prote-gerse. Estas afirmaciones de Con-cepción Arenal son especialmen-te destacables, porque su caso es,si no único, sí el más representa-tivo de un especialista en el temaque aúna la reflexión teórica conla práctica penitenciaria. No envano fue nombrada en más deuna ocasión responsable de cár-celes de mujeres. La mayor partede sus escritos no son tanto cavi-laciones de despacho cuanto re-consideración y traslación de laexperiencia acumulada como vi-sitadora o inspectora de prisionesfemeninas.

La evolución de los teóricosdel Derecho hacia el tratamientoy hasta la comprensión del delin-cuente es un camino sin retor-no. Se pone de manifiesto enotro de los grandes juristas de laépoca, Luis Silvela, que llega aescribir que cualquier pena queno persiga la enmienda (en par-ticular se está refiriendo a la re-clusión perpetua y a la ejecución)repugna a la conciencia moder-na. Y ello es así hasta el punto deque resulta preferible en algu-nos casos, si no se halla otro remedio, “sufrir el delito” que re-bajarse a aplicar aquellos méto-dos indignos. Eso no quiere de-cir, obviamente, que la sociedaddeba quedar indefensa ni el de-lincuente sin castigo. Pero ésteha de ser proporcionado, justo yhumanitario. La restauración delorden perturbado no se consiguecon la dureza implacable, sinocon la extirpación de las causasdel desorden. Ir a las raíces esbuscar la enmienda del malhe-chor, no ya por un impulso cari-tativo concreto, individualizado,sino para la consecución de unaauténtica tranquilidad social y

para afirmar la preeminencia delEstado. El bien de la colectivi-dad y la auténtica justicia debenedificarse sobre esas bases.

El componente bienintencio-nado y, en última instancia, utó-pico de todos estos plantea-mientos se hace más acusado sicabe en Pedro Dorado Montero.La originalidad teórica del cate-drático salmantino estriba enque su doctrina no es ya, comoen los casos anteriores, una amal-gama de principios clásicos conel moderno correccionalismo, si-no un intento de síntesis de estaúltima corriente con el entoncesavasallador positivismo. Dichocon nombres propios, un siste-ma donde Krause y Roeder ha-llan su acomodo con Lombro-so, Ferri y Garofalo, el trío ita-liano que había revolucionado laAntropología decimonónica pri-mero, y luego la Criminología yel Derecho, y que Dorado co-noció de primera mano durantesu estancia en Bolonia.

Dorado considera que en sutiempo aún no se ha producidola auténtica revolución en el De-recho Penal. La Justicia, desdesu punto de vista, tiene que ol-vidarse de una vez de su carácterintimidatorio y de su función re-tributiva para buscar ante todo lacorrección de las conductas. Setrataría, en sorprendente acuña-ción del propio autor, de un“Derecho protector de los cri-minales”. El juez deja de ser tal(por lo menos, lo que se ha en-tendido hasta ese momento) pa-ra convertirse en un tutor, en unpsicólogo, en una especie de mé-dico. He aquí el paternalismodecimonónico en su máxima ex-presión: el Estado y sus funcio-narios –empezando por los delPoder Judicial– han de transfor-marse en unos especialistas (enlo que hoy llamaríamos psicolo-gía de la conducta), que ofrecenal transgresor el tratamiento in-dividualizado que requiere. Lomismo que hace el médico conel enfermo.

Dejemos la palabra al pena-lista español. Según él, existe“un innegable acuerdo” sobre lafinalidad y procedimientos de la necesaria reforma penitencia-

ria. Todas las disposiciones que

“se han dado hasta el presente parairla preparando o para empezar a aco-meterla giran en torno de este pensa-miento central y básico: las penas deprivación de libertad deben cumplirsede manera que mejoren al que las sufre,volviéndole, de malo socialmente, so-cialmente bueno; de dañoso y peligroso,útil y merecedor de la confianza de susconvecinos y coasociados”2.

Lo curioso y paradójico es quetan favorables premisas para eltransgresor desembocaban en al-go parecido a la indefensión e in-seguridad jurídica. La pena noestaría en función del delito sinodel delincuente (es decir, duraríatanto o se aplicaría con tanto ri-gor como éste necesitase para sutotal rehabilitación). Más aun: laintencionalidad se convierte enel criterio predominante a la ho-ra de juzgar, independientemen-te de los daños que en efecto cau-se la conducta delictiva. Esto eracoherente con los postulados an-teriores, pero una monstruosidaddesde el punto de vista práctico.De buenos propósitos está em-pedrado el infierno, pensaríamoshoy, sin duda, ante tal panora-ma. Pero, dado que la utopía pe-nal de Dorado era per se irreali-zable, lo importante y positivoera que se diera un paso más enla línea de humanizar el castigo yrecuperar al delincuente. Re-cuérdese también que eran lostiempos en que por toda Europase realizaban experimentos parasustituir las antiguas cárceles por cómodos y limpios pabello-nes que debían tener más de hos-pital que de prisión.

El ambiente de la época: crimen y CriminologíaHasta ahora se ha hablado mu-cho de teorías, pero muy pocode la sociedad en que nacen y sedesarrollan esas ideas. Y en reali-dad éstas no se entienden biensin aquélla. Téngase en cuenta,sin ir más lejos, que las detalladasmedidas penales que proponenalgunos de los pensadores que

hemos visto se inscriben de ma-nera natural en esa obsesión delEstado y de la sociedad decimo-nónicos por reglamentarlo todo,absolutamente todo, hasta la viday actividades de los menos inte-grados en el sistema, de las capasmás marginales. Recuérdense losproyectos de reglamentación demendicidad y beneficencia, lasmedidas de regulación y controlde la prostitución, etcétera.

En la segunda mitad del sigloXIX, el positivismo se imponecon una fuerza imparable en lamayor parte de los países euro-peos. España, algo más resguar-dada que otras naciones, no que-da, sin embargo, a salvo del ven-daval positivista. Según nosacercamos al final de siglo ob-servamos una proliferación deinvestigaciones, libros, artículos,periódicos y revistas especializa-das que abordan en términoscientíficos, es decir, indiscutibles,parcelas hasta hace bien poco in-maculadas de la realidad. Bastarepasar, por centrarnos en unosolo de los aspectos aludidos, lainflación publicística: un núme-ro desorbitado y sorprendente(incluso para los parámetros ac-tuales) de revistas de higiene, sa-lud, medicina, jurídicas, pena-les, de técnica militar, históricas,de legislación comparada, antro-pológicas, sociológicas, de divul-gación científica y experimentalen casi todas sus vertientes… Afinales de siglo, sólo en Madridhabía más de setenta publicacio-nes periódicas médicas (y cercade cuarenta en Barcelona).

Esa sociedad se adentra concuriosidad y cierta prepotencia,que hoy se antoja ingenua (en-tonces “la ciencia” otorgaba cer-tezas absolutas), en recovecos has-ta entonces mal explorados de larealidad. Se despierta así un inte-rés, que a veces es tan sólo el tra-sunto de una inclinación morbo-sa, por los sectores marginales dela tranquila sociedad burguesa:indigentes, vagabundos, mendi-gos, pícaros, perturbados, lunáti-cos, niños abandonados, ladro-nes, asesinos, prostitutas y todassus variantes. Correlativamente,se agiganta el papel del experto: elmédico, por ejemplo, no es ya só-

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2 Pedro Dorado Montero: La psicolo-gía criminal en nuestro derecho legislado, 2ªed., pág. 303, Madrid, 1910.

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lo el profesional que cura una do-lencia, sino el especialista quediagnostica conductas patológi-cas (alienista) o hasta deficienciassociales (higienista). El crecienteprotagonismo del médico en lasociedad española de la Restaura-ción lleva, no sólo a que bastantesde ellos se hagan muy populares(Letamendi, Esquerdo, Ramón yCajal…), sino a que se les en-cuentre en lugares hasta enton-ces poco habituales, como los tri-bunales de Justicia, en abierto en-frentamiento con los propiosjueces para dictaminar qué se de-be hacer con los individuos deconducta anómala.

El delito o, mejor aún, el cri-minal, ejerce un extraño hechizosobre las mentes burguesas de laépoca, en los especialistas y el pú-blico en general. Recuérdese elfamoso crimen de la calle deFuencarral, en Madrid (1888), ylos que le siguen, bien aprove-chados por una prensa sensacio-nalista que sabe exprimir los de-talles más morbosos. Lo cierto esque a lo largo del siglo XIX sur-ge un nuevo tipo de criminali-dad, como consecuencia del es-pectacular desarrollo urbano. Alsocaire de las masas que acuden alas grandes ciudades, va desarro-llándose un característico lumpenurbano, unas capas marginales ydesahuciadas que constituyen elmejor caldo de cultivo para la de-lincuencia. Lo reflejan las obrasdel momento, con un título quese repite con leves variaciones: Lacriminalidad en las grandes pobla-ciones. Se estudia ahora al delin-cuente desde todos los puntos devista: como ser individual (enfo-que antropológico) o colectivo(Sociología, ciencia de moda enel momento)3, desde la perspec-tiva penal, carcelaria, preventivao psicológica, y hasta aparecenestudios acerca del lenguaje, de lajerga, del hampa4. Digámoslo,en fin, en una palabra: está na-

ciendo una nueva disciplina, laCriminología.

Suele decirse que el positivis-mo aplicado a la antropologíacriminal arranca de la figura in-cuestionable de Lombroso, des-conociéndose así la importanteaportación hispana anterior a lainfluencia del estudioso italiano,simbolizada en los nombres cla-ve de Mariano Cubí y Soler(1801-1875) y Pedro FelipeMonlau (1808-1871). El prime-ro es, sin duda, un auténtico pre-cursor de las teorías criminalistasmodernas por su metodologíaexperimental, sus conclusionesde tipo penal y hasta la caracte-rización, antes de Lombroso, deltipo de criminal nato que tantodará que hablar. El segundo, porsu parte, insistió en la influenciadel medio social en el delito yen el malhechor, un enfoque queluego tendría gran desarrollo.

Una vez dicho eso, hay quereconocer que la eclosión de losestudios criminológicos en Es-paña vendría, como en otros pa-íses, a partir del fuerte impactode la obra lombrosiana. Desde elcurso 1899-1900 se constituyóen la cátedra de Giner un La-boratorio de Criminología. Ca-si inmediatamente, entre 1900 y1903, fueron apareciendo lostrabajos de investigación de esenúcleo, sobre todo en la Revistageneral de legislación y jurispru-dencia. Por esa época (1901)apareció también un volumencolectivo titulado Anales del La-boratorio de Criminología. En to-das esas empresas pronto desta-caron dos hombres, Rafael Sali-llas y Constancio Bernaldo deQuirós, autores ambos de unaingente obra sobre los más va-riados aspectos de la vida mar-ginal, la delincuencia, la res-puesta penal, etcétera. Ni quedecir tiene que ambos siguieroncon fruición –a veces rayana enla ingenuidad– los postuladoslombrosianos acerca del crimi-nal nato, los estigmas de la cri-minalidad y demás hallazgos,pronto convertidos en tópicos.Pero también es de justicia re-conocer que ninguno de los doscayeron en los excesos de otrosinvestigadores, matizando sus

conclusiones sobre los impulsosatávicos del criminal con otrasconsideraciones sobre el contex-to económico, social y cultural.

Además, éstos y otros estudio-sos que no alcanzaron tanto re-nombre se plantearon indagacio-nes estadísticas sobre el númerode delitos en las distintas regionesde España y la comparación glo-bal y pormenorizada entre nues-tro país y otras naciones europe-as y americanas. Se profundizóen este sentido realizándose aná-lisis de los distintos tipos de de-lincuencia, su tratamiento y susrepercusiones sociales. Junto aplanteamientos que nos resultanhoy completamente desfasados(el estudio, por ejemplo, de la“distinta disposición criminal delas razas”), hubo avances innega-bles y ensayos notables sobre ladelincuencia femenina e infan-til, el influjo del medio sociocul-tural, el peso del alcoholismo, laspatologías sexuales, la ineficaciade las instituciones de preven-ción o castigo, la psicología de latransgresión, etcétera. Quizá lasconclusiones no rayaron, por logeneral, a gran altura (el alto nú-mero relativo de homicidios enEspaña se atribuye decepcionan-temente a “nuestra ardiente san-gre latina”), pero el hecho mismode que se plantearan estas cues-tiones y que se hicieran esas in-vestigaciones de base constituíaya de por sí un claro progreso yun magnífico punto de partida.

Cobró especial importanciaen ese ámbito el estudio y trata-miento de la delincuencia juve-nil, un tema recurrente a finalesdel siglo XIX y comienzos delXX. Los autores de la época sevieron sorprendidos al parecerpor el incremento, en términosabsolutos y relativos, de las fe-chorías cometidas por jóvenes, yhasta adolescentes y niños, hastael punto de que múltiples obrasdan la voz de alerta sobre esteproblema en unos términos pocomenos que angustiosos. En unmedio donde reina el pauperis-mo, el analfabetismo y otras la-cras de las modernas aglomera-ciones urbanas, vienen a decir ca-si todos, no es extraño que losadolescentes se formen rápida-

mente en la escuela del crimen.Señalan que el problema, ademásde la prevención (asunto que des-borda las posibilidades de crimi-nólogos y penalistas) estriba en lapráctica inexistencia de reforma-torios, escuelas o colonias paraatender a esos jóvenes. El únicoremedio acaba siendo la cárcel,donde terminan de formarse enla criminalidad. No es exagerado,por ello, decir que el remedio esbastante peor que la enfermedad.Según datos de algunos estudio-sos, a comienzos del siglo XX ha-bía encarcelados unos 2.200 ni-ños entre 9 y 14 años, elevándo-se a algo más de 6.200 en eltramo comprendido entre los 15y los 17. Sobran comentarios.

Prisiones y otros centros de reclusiónQuizá ya, por todo lo dicho, se hapodido colegir cual era uno delos grandes problemas de la épo-ca: el desequilibrio entre teoría yrealidad, el contraste entre unosplanteamientos racionales y unapráctica inmune al cambio, eldesfase entre unos remedios bie-nintencionados y la mera inerciaen la continuación de unos mé-todos simplemente represivos, aveces hasta brutales. Del mismomodo que el problema con res-pecto a la aludida delincuenciajuvenil no era que no existiese le-gislación sino la inaplicación deésta, con respecto al ámbito pe-nitenciario en general el proble-ma estaba en la escasez de medi-das para transformar de hechounos calabozos inmundos, dondereinaba el hacinamiento y la pro-miscuidad, en unas cárceles mo-dernas, acordes con los nuevoscánones. Y es que las cárceles es-pañolas de, al menos, la primeramitad larga del XIX apenas se di-ferencian de las horrendas prisio-nes del antiguo régimen, hasta elpunto de que se siguen aplicandocastigos corporales, grilletes y to-da suerte de humillaciones.

En la práctica, la actitud pre-dominante hacia el transgresorera la brutalidad. Daba igual eneste sentido que fuera un asesino,un ladrón por necesidad, un per-turbado, una prostituta, un va-gabundo sospechoso o a veces

RAFAEL NÚÑEZ FLORENCIO

57Nº 93 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

3 Hasta el futuro Azorín, entonces só-lo José Martínez Ruiz, publica a final desiglo una obra titulada La sociología cri-minal (Madrid, 1899).

4 Rafael Salillas: El delincuente español.El lenguaje, Madrid, 1896; El delincuenteespañol. Hampa, Madrid, 1898.

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hasta un simple mendigo. Ya lodecía Concepción Arenal, enunas lúcidas palabras sobre el tra-tamiento a los enajenados, peroque podían ser perfectamente ex-tensivas a todos los demás casos:

“El plan curativo de la enajenaciónmental partía de este principio: “El locopor la pena es cuerdo”, y la práctica co-rrespondía perfectamente a esta horribleteoría. El mísero demente era conduci-do a un hospital, donde le esperabanuna jaula, el palo, la correa, el hierro yel aislamiento, que basta por sí sólo pa-ra privar de razón a los que la tienenmás cabal. Si la locura no se considera-ba como un crimen, se trataba comotal, dejando su castigo a discreción dehombres brutales y desalmados”5.

La historia de nuestro paíssiempre ha presentado llamativoscontrastes. Mientras que la situa-ción penal presentaba, en líneasgenerales, ese desolador panora-ma, en una fecha tan tempranacomo 1836 tenía lugar uno delos experimentos carcelarios másmodernos de Europa, en la líneade lo que estaban empezando ahacer los países pioneros en esteterreno. Nos referimos al proyec-to llevado a cabo en la ciudad deValencia por el coronel ManuelMontesinos. El sistema del coro-nel Montesinos, basado en losplanteamientos correccionalistas,dividía el tiempo de permanenciaen la cárcel en tres periodos suce-sivos en función de la evoluciónde la conducta del reo: sometidoen un primer momento al aisla-miento absoluto y a símbolos in-famantes (cadenas, generalmen-te), el preso podía pasar volunta-riamente, superada esa duraetapa de penitencia, a un segun-do nivel de labores en comúncon otros reclusos, para alcanzarfinalmente un tercer y últimomomento de trabajo en el exte-rior con obligatoriedad de pasar lanoche en el penal. Además, secontemplaba la posibilidad de re-ducir el tiempo de condena enfunción de la buena conducta. Elsistema tenía aspectos indudable-mente duros pero también unagran flexibilidad (el trabajo, por

ejemplo, no era obligatorio), fac-tores que propiciaron su efímeroéxito en los años centrales del si-glo. Aunque, en teoría, los res-ponsables gubernamentales de laépoca acogieron los principios ymétodos de Montesinos, lo ciertoes que, tras algunas pequeñas ini-ciativas legales, todo siguió bási-camente como estaba.

Digamos de pasada que el te-ma penitenciario era una cues-tión candente en los principalespaíses europeos y americanos; unproblema que, cada vez en mayormedida, según va avanzando elsiglo, muchos consideran urgen-te resolver. De hecho, aunque conperiodicidad muy irregular, se vie-nen celebrando congresos peni-tenciarios internacionales desde1846, donde se debaten, ademásde medidas muy concretas, losgrandes modelos carcelarios en-tonces en boga: sistema de Fila-delfia, de Auburn, de Norfolk,modelo irlandés, etcétera. Pero enEspaña, hasta la llegada de la Res-tauración canovista no se adoptadefinitivamente –y en la práctica–una política penitenciaria defini-da. Es entonces cuando, tras unlargo periodo de balbuceos, seapuesta definitivamente por el sis-tema celular, que despertaba unode los mayores consensos entrelos especialistas. En 1877, el reyAlfonso XII pone solemnementela primera piedra de lo que pre-tende ser la nueva prisión de lacapital, que sustituya al lóbregocaserón de El Saladero: la cárcelmodelo de Madrid.

La misma denominación tras-luce las grandes pretensiones yambiciosas expectativas de legis-ladores y reformadores: se trata-ba de hacer aquí, en España, co-mo en otros países que se decían“civilizados”, una nueva plantacarcelaria, en su doble sentido: elmás obvio e inmediato, el arqui-tectónico, y el más decisivo yprofundo, el de un mejor trata-miento del delincuente. Mejortratamiento no ya tan sólo por la humanización del castigo y ladesaparición de torturas y penasinfamantes, sino, sobre todo, porla pretensión de regenerar almalhechor, recuperarlo para lasociedad.

La cárcel modelo de Madrid(modelo también, en este caso,en otro sentido, porque debíaservir también de referencia parael resto de España) se inaugurópor fin en 1884. Arquitectóni-camente estaba dispuesta segúnel extendido sistema radial, con-fluyendo todos los brazos o ra-dios en una zona central de con-trol y vigilancia. El régimen in-terno tendría que ser el llamadocelular, es decir, el del aislamien-to del preso, único modo, segúnla propalada filosofía penitencia-ria de la época, de que el trans-gresor recapacitase y se arrepin-tiese de sus faltas. Para com-prender cabalmente y matizartan ingenuo planteamiento, con-viene no perder de vista que lagran obsesión de los reformado-res era evitar y superar la pro-miscuidad y el hacinamiento,que habían sido los rasgos dis-tintivos de las prisiones tradicio-nales. Éstas, aseguraban todos,constituían la mejor escuela de ladelincuencia. Se trataba ahora deensayar todo lo contrario6.

Como antes se insinuó, lo quese perseguía –en la línea del po-sitivismo imperante– era hacertambién científica la cárcel. El sis-tema celular pretendía aislar alpreso, de la misma manera que sepone en cuarentena al infectado.Vigilarle (pero en un sentido dis-tinto al vigente hasta entonces),controlarle meticulosamente. So-meterle, pero no por la fuerzabruta sino por la persuasión, bus-cando, en definitiva, el arrepen-timiento. Los términos clave eranahora penitencia, contrición ynacimiento de un hombre nue-vo. En cierto modo, la nueva cár-cel debía ser como un hospital,cuyo fin básico tiene que ser sa-nar al enfermo.

España se llenó, en efecto, denuevos recintos penitenciarios, aveces cárceles modelo de nuevaplanta, a imagen y semejanza dela capital, como la de Barcelona

(cuyas obras inaugura la Regenteen 1888), o, en otras ocasiones,cuando no había presupuestos,simple remoción de las ya exis-tentes. Y es que en algo tan pro-saico como el capítulo presu-puestario estaba, en última ins-tancia, el muro contra el que seestrellarían tan loables intencio-nes. Dejando aparte el compo-nente utópico de algunas de lasideas regeneracionistas en boga,lo cierto es que para ser efectivatan ambiciosa reforma del siste-ma penal se necesitaba, en pri-mer lugar, y por encima de todo,grandes cantidades de dinero.Por ello, los Estados, y particu-larmente el español, que se en-contraba en la época en una si-tuación poco boyante, se mos-traron más que remisos. Elresultado fue, como señalaron lospropios contemporáneos, que los proyectos se quedaron tan só-lo en eso; y que la realidad de lascárceles, aun no siendo tan atrozcomo en otras épocas, quedómuy lejos de lo que se pretendía.Ni aislamiento efectivo ni orden,limpieza o higiene, ni, muchomenos, un sistema efectivo decorrección de los delincuentes.La cárcel siguió siendo un lugarmonstruoso donde reinaba la leydel más fuerte, el soborno, el jue-go, la prostitución y hasta el ase-sinato.

Algo muy parecido sucedíacon otros centros de reclusión,sólo nominalmente diferentes alas prisiones convencionales. Porejemplo, en la asistencia psiquiá-trica. Nuevamente nos encontra-mos en este campo con la consa-bida antítesis entre unos brillan-tes profesionales de la medicina yunos inflexibles centros de inter-namiento. Dicho en otros térmi-nos: la bondad de las nuevas ide-as de curación y los proyectos detratamiento humanitario de losenfermos psíquicos se estrellabancontra una realidad de desidias,pobreza y desamparo. Sobre elpapel hubo hasta proyectos deconstruir manicomios modelo, aimagen de lo que sucedía con lascárceles. Pero, como ya señala-ron en la época algunos analistas,como el doctor Escuder, “el pro-blema de la asistencia de un loco

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6 Hay una interesante síntesis sobrelas ideas reformadoras en este terreno enPedro Trinidad Fernández, La defensa dela sociedad. Cárcel y delincuencia en Espa-ña (S. XVIII-XX), págs. 141-173. Alianza,Madrid, 1991.

5 C. Arenal: ‘La beneficencia, la filan-tropía y la caridad’, en Obras completas,vol. II, págs. 34-35, Madrid, 1894-1913.

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no es en el fondo más que unproblema económico”. No es deextrañar, por ello, que un autorque ha trazado recientemente unpanorama histórico de la locuraen España resuma la situación acomienzos de la Restauraciónborbónica con esta frase lapida-ria: “Las cosas seguían como an-tes, y así seguirían durante mu-cho tiempo después”7.

La pena de muerteContrariamente a lo que en prin-cipio pudiera pensarse o lo quelas páginas anteriores dieran a su-poner, la abolición de la pena demuerte no se sigue necesaria-mente de los presupuestos refor-mistas que se han ido desgranan-do. Dentro de la racionalizaciónque pretende ofrecer el positivis-mo, la máxima pena continuabateniendo sentido. Se argüirá queel denominador común a todoslos planteamientos modernos esla rehabilitación del malhechor, yque para ello, como resulta ob-vio, la primera condición sinequa non es conservarle la vida.En efecto, ello es así como prin-cipio general, pero buena partede estas teorías, empezando porla del propio Lombroso, con-templan la existencia de un cri-minal nato, incorregible e irre-cuperable. ¿Qué hacer con esteelemento salvaje, atávico, mons-truoso? ¿Encerrarle de por vidaen una mazmorra? Tampoco eneste caso se consigue el fin rege-nerador y además, afirma porejemplo Garofalo, se convierteasí en una pesada carga para elEstado y la sociedad. Siguiendocon el símil biológico tan caro alpositivismo, es necesario extirparel tumor para beneficio del con-junto de la sociedad.

Pese a todo, a la larga, las con-sideraciones humanitarias, que es-taban en la base de la mayor par-te de las propuestas reformistas,terminaron por aflorar y acabaronimponiéndose. Según nos acer-

camos al fin del siglo son más ra-ros los escritos que defienden lapena capital y, por el contrario,cada vez con mayor frecuencia serechaza la ejecución sumaria co-mo método bárbaro, pervivenciade pasados tiempos. Ello no quie-re decir que la abolición fuera unhecho. Ya se ha insistido bastanteen el desfase entre proyectos y re-alidad. La pena de muerte siguióestando vigente prácticamente entodas partes. Pero cada vez más ala defensiva, a veces de maneracasi vergonzante. Lo ponen de re-lieve dos factores de primera mag-nitud para entender la evoluciónque se estaba produciendo en elámbito penal.

El primero –nos vamos a cir-cunscribir para mayor claridadtan sólo al caso español– es elcada vez más frecuente uso quelos distintos gobiernos de la Res-tauración hacen de la conmuta-ción de la pena máxima. Algu-nos estudios de la época destacanque desde finales de los añosochenta la aplicación de la pre-rrogativa gubernamental de gra-cia no baja nunca del 60% delos casos, llegando en algunosaños en la última década del si-glo a superar el 90%. Es decir, afinales del siglo XIX se está pro-duciendo en España, al mismocompás que los más avanzadospaíses europeos, una revoluciónsilenciosa: aunque la pena demuerte existe en los códigos y sesigue aplicando en distintos su-puestos, se va abriendo paso unatendencia cada vez más impara-ble que lleva a la abolición prác-tica de las ejecuciones.

Curiosamente, esta tendenciasólo se vio coyunturalmente al-terada por motivaciones políticasajenas a todo el proceso. Másconcretamente, con ocasión dela oleada de grandes atentadosterroristas de 1893-1897, no yasólo porque un buen número demilitantes anarquistas fueronajusticiados, sino, sobre todo,porque se despertó un vehemen-te anhelo popular de exterminara aquellas alimañas con métodosexpeditivos, “al precio que fue-se”. Crímenes especialmente san-grientos, perpetrados de modociego e indiscriminado (bombas

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7 Enrique González Duro: Historia dela locura en España, tomo II, , pág. 369.Temas de Hoy, Madrid, 1995. La ante-rior alusión a J. M. Escuder pertenece a sulibro Locos y anómalos, pág. 317, Madrid,1895.

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del Liceo y de la procesión delCorpus, por ejemplo), propicia-ron aún más, si cabe, la popula-rización de la teoría lombrosianasobre el criminal nato y su apli-cación a los autores de esos aten-tados, para quienes cualquier pe-na parecía pequeña en aquellosmomentos.

Más significativo nos parece,sin embargo, el segundo de losfactores aludidos: el paso del ajus-ticiamiento público a la ejecucióndiscreta y reservada, sin la partici-pación festiva de aquellas grandesmuchedumbres que habían cons-tituido el ingrediente más mor-boso y nauseabundo de todo elceremonial macabro. La excusapara hacer de la pena capital unespectáculo era, como ya sabe-mos, la ejemplaridad. Se remon-taba a la noche de los tiempos pe-ro con los autos de fe barrocos ha-bía llegado al paroxismo. Ahora(hacia finales del siglo XIX), lasensibilidad social, o al menos(porque siempre se empieza porahí) la sensibilidad de determina-das élites, era bien distinta. Enuna de las obras más interesantesde la época sobre este asunto, eldiputado Ángel Pulido incluyeuna proposición de ley al Con-greso solicitando que las ejecucio-nes se verifiquen en lugares cerra-dos, fuera del alcance del gran pú-blico. Apela primero a motivos decivilización, después a móviles hu-manitarios y más adelante a razo-nes psicosociológicas:

“Quizá sólo los médicos saben el nú-mero crecido de perturbaciones nervio-sas que, en personas susceptibles y decuriosidad insana, ocasionan las ejecu-ciones y exposiciones con motivo de es-ta sentencia; el estado de angustia y te-rror que se apodera de una población aquien se somete forzosamente al tristedestino de identificarse con la suerte deun mísero condenado a muerte, arran-cándola de su vida normal para sumirlaen los tétricos espasmos del cadalso y dela ejecución; como sólo los criminalistascientíficos, conocedores de la psicologíadel hombre delincuente y del criminalorgánico, aprecian bien hasta qué pun-to, lejos de producir esta escandalosaexhibición efectos saludables de ejem-plaridad, convierte en héroe al reo yprovoca en organismos predispuestos

sugestiones y atractivos que interesamucho prevenir y evitar”8.

El tono, como puede apreciar-se, no tiene desperdicio. Hemosdado un salto inmenso en cues-tión de muy pocos años. Ténga-se en cuenta que por la época enque se escribían estas palabras yaestaba el joven médico Pío Baro-ja dando vueltas por las calles es-pañolas, tomando notas, comoun periodista, de todo lo queacontecía. Y acontecía, entre otrascosas, que las calles se llenabantodavía de hombres de toda con-dición, mujeres y niños, gente delpueblo en su mayoría, a veces fa-milias al completo, que desfila-ban en ambiente festivo –ebriosmuchos de ellos– hacia el lugar deejecución. Lo que se dice un au-téntico espectáculo y también, li-teralmente, una borrachera paralos sentidos y la sensibilidad. Eranlos últimos coletazos de aquellabarbarie de siglos, como cuandoejecutaron en Madrid, en garrotevil, a Higinia Balaguer, la conde-nada por el famoso crimen de lacalle de Fuencarral. A partir deentonces (1890) ya no hubo másceremonias de esa naturaleza en lacapital de España. En los años si-guientes tuvieron lugar en otrasciudades españolas las últimas eje-cuciones públicas. A comienzosdel siglo XX, incluso los que de-fendían o justificaban la pena ca-pital no osaban respaldar aque-llos espectáculos macabros.

A partir de los años sesenta denuestro siglo, una corriente ra-dical, encabezada, entre otros,por Michel Foucault, ha preten-dido desenmascarar lo que ellosconsideran tan sólo una “supues-ta” humanización del castigo,una coartada hipócrita de la so-ciedad burguesa que en el fondono encubriría más que una “eco-nomía de medios”: la sustituciónde un tormento cruel, pero claroy directo, por otro más sofistica-do, más castrador y también ysobre todo, a la postre, más efi-caz. La represión, según esteplanteamiento, no sólo no dis-minuye sino que se intensifica amedida que se consolida la so-ciedad burguesa. Se hace cientí-fica, adaptada a las necesidadesdel momento. Siempre que es

posible, el juez o el policía sonsustituidos por el médico, el psi-cólogo, el educador, el especia-lista de la conducta. Escribe elpropio Foucault:

“Allí donde ha desaparecido el cuer-po marcado, cortado, quemado, ani-quilado del supliciado, ha aparecido elcuerpo del preso, aumentado con la in-dividualidad del delincuente, la pequeñaalma del criminal, que el aparato mismodel castigo ha fabricado como punto deaplicación del poder de castigar y comoobjeto de lo que todavía hoy se llama laciencia penitenciaria”9.

Pero sólo desde el apriorismoideológico o el desconocimientode la realidad histórica cabe negarel inmenso avance que se produ-ce, sobre todo en el siglo XIX (siatendemos a los postulados teóri-cos y a las primeras experimenta-ciones prácticas), en el trata-miento penal. ¿Hace falta recor-dar, para calibrar ese progreso,que en los primeros años de esa centuria todavía se usan el ce-po, la argolla, las cadenas y la pi-cota; la detención preventiva sinedie o la absoluta discrecionalidadde las penas; los suplicios de fue-go; las deportaciones masivas; laley del Talión; las galeras, los azo-tes, las mutilaciones, el sufri-miento, en definitiva, hasta lími-tes atroces para someter al pre-so…? Y todo ello, no comoabusos concretos, como luego –ysiempre– pasará, sino como lamás absoluta “normalidad esta-blecida por la ley”10.

La humanización del castigo(que no desaparición; ése seríaotro tema) no es, además, un fe-nómeno aislado. Es una conse-cuencia, tanto en España como

en el resto de los países avanza-dos que viven el mismo procesopolítico, de la consolidación delEstado liberal o, para decirlo másexactamente, del tránsito del li-beralismo a la participación de-mocrática. El Estado burgués yla élite sociopolítica que genera,que se habían desentendido alprincipio de los problemas so-ciales, no tienen más remedioque ocuparse de esas cada vezmás amplias capas de poblaciónque no reciben los beneficios delsistema. Paradójicamente, aquíen España, como en algunosotros países, serán los partidos osectores llamados conservadoreslos que más se distinguirán enun principio por llevar a buenpuerto una política social: legis-lación protectora de la infancia yen particular, de los niños y ado-lescentes que trabajan; limita-ciones en la explotación laboralde la mujer; descanso domini-cal; acortamiento de la jornadade trabajo, etcétera. Todo ello secompleta con una nueva filosofíaque podemos calificar sin exage-ración de revolucionaria: el Es-tado toma a su cargo, se haceresponsable, de esas masas de po-blación desfavorecidas o desasis-tidas. Ya no quedarán al alburde la caridad privada o de la be-neficencia eclesiástica. Las cosasen la práctica –se ha dicho repe-tidamente– no eran tan idílicas.Pero, como se ha mostrado conla progresiva humanización delos castigos, la realidad terminareflejando, aunque sea pálida odifuminadamente, las innova-ciones teóricas. La represión bru-tal como único criterio u hori-zonte cede el paso a la asistenciay a la comprensión. n

9 M. Foucault: Vigilar y castigar. Na-cimiento de la prisión, (3ª ed.), pág. 258.Siglo XXI, Madrid, 1978. Entre nosotrosha continuado el esquema foucaultiano,aplicado a la España decimonónica, Fer-nando Álvarez-Uría: Miserables y locos. Me-dicina mental y Orden social en la Españadel siglo XIX. Tusquets, Barcelona, 1983.

10 F. Tomás y Valiente: La tortura enEspaña. Ariel, Barcelona, 1974. Del mis-mo autor, una magnífica síntesis sobre laevolución del tratamiento penitenciarioen los últimos siglos: ‘Las cárceles y el sis-tema penitenciario bajo los Borbones’, en‘Cárceles en España. Cinco siglos de ho-rror’, Historia 16, págs. 69-88, octubre1978.

Rafael Núñez Florencio es historia-dor. Autor de El Ejército español en eldesastre de 1898 y Tal como éramos. Es-paña hace un siglo.

8 Ángel Pulido Fernández: La pena ca-pital en España, pág. 211, Madrid, 1897.

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Nadie rebaje a lágrima o reprocheesta declaración de la maestríade Dios, que con magnífica ironía,me dio a la vez los libros y la noche.

‘Poema de los dones’, en El hacedor.

Alguna vez Borges declaróque estaba más orgulloso de

algunos libros que había leídoque de los que había escrito. Exa-minada borgianamente, esta ma-nifestación propone una pregun-ta: ¿incluye entre los libros leí-dos los escritos por Borges? Ental caso, entre lo leído estaría di-cha manifestación y la lectura sevolvería infinita. Y, efectivamen-te, la lectura, según Borges, sedebate entre dos extremos queescapan a la razón: el acto únicoe irrepetible de leer, anclado enun momento absolutamente sin-gular, y el inasible infinito.

Del primero hay una pun-zante alusión en la nota que pu-blica en El Hogar el 7 de mayode 1937:

“Ayer, el día 24 de abril de 1937,de dos y cuarto de la tarde a nueve me-nos diez de la noche, la novela Maríaera muy legible. Si al lector no le bas-ta mi palabra, o quiere comprobar siesa virtud no ha sido agotada por mí,puede hacer él mismo la prueba, nadavoluptuosa, por cierto, pero tampocoingrata”.

Situado en este confín, el ac-to de lectura es irrazonable por-que es único. Cada lectura de lamisma novela, por cada lectordistinto, cada lectura de cadapágina, cada lectura de cada pá-rrafo, etcétera, son igual e in-comparablemente únicos. Y yasabemos que de lo único no hayciencia, pues sólo podemos ra-zonar lo que podemos compa-rar, de modo que se exigen almenos dos objetos y un término

común de comparación. De talmanera, la historia de la lecturaes la suma inextricable de un in-definido número de actos sin-gulares.

No obstante, hay un ele-mento objetivo y constante aestos actos, y es el lenguaje. Sireunimos todas las lecturas delas que se da cuenta en palabrasde una misma lengua, la cons-tancia lingüística las homolo-ga. Con un elemento más: laformalización. Todo comenta-rio de lectura tiene una forma ytoda forma es, por definición,objetiva y universal. De ahí quepodamos comparar actos delectura y razonarlos, con lo quela singularidad insuperable setransforma en una comunidadde lectura y el acto único, enparte de una sucesión de actosanálogos.

Esta dialéctica entre lo únicoy lo infinito (o lo incontable queproduce un efecto de infinitud)es una de las obsesiones borgia-nas y apunta al devenir en quese nos da la vida en común, esdecir, la historia:

“En 1833, Carlyle observó que lahistoria universal es un infinito librosagrado que todos los hombres escri-ben y leen y tratan de entender, y en elque también los escriben”1.

La lectura, pues, aparece co-mo la actividad que estructura lahistoria, una suerte de trabajo so-bre lo infinito legible, sagrado porañadidura, o sea, absoluto, temi-ble, digno de reverencia e intoca-ble. Pero como leer implica saberqué se lee y el resultado de la lec-tura es un discurso que también

ha de ser leído, damos con la ine-vitable y subsiguiente obsesiónborgiana: el Conjunto de los con-juntos, algo definible pero, porparadoja, también inconcebible.

La Lectura de las lecturas esalgo asimismo definible e in-concebible, tanto como noso-tros en tanto sujetos que nos va-mos constituyendo en un deve-nir que nos va borrando paratransformarnos.

“Somos todo el pasado, somos nues-tra sangre, somos la gente que hemosvisto morir, somos los libros que noshan mejorado, somos gratamente losotros”2.

Al fondo, si se quiere, hayotra dialéctica, más fuerte quela anterior, la que se tiende entreel sujeto y el tiempo:

“El tiempo es la sustancia de queestoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; esun tigre que me destroza, pero yo soy eltigre; es un fuego que me consume, pe-ro yo soy el fuego”3.

Repetidamente, Borges hailustrado esta infinitud de la cre-ación y destrucción que hace aldevenir en unos apólogos quecuentan cómo se intenta hacer elmapa de un lugar o de todos loslugares, del cual queda excluidoo imposiblemente incluido el dellugar donde se hace el mapa, o laNoche DCII de la famosa seriede noches árabes, en la que elcontador de la historia cuenta elhecho de contarla, etcétera. Eneste sentido, la lectura es la acti-vidad definitoria del hombre co-

mo nosotros de la historia y par-te de esa historia misma que noacaba de perfeccionarse y, enconsecuencia, tampoco puedeconstituir el Conjunto de losconjuntos (un sujeto definible einconcebible, que sólo Él puedeestar dentro y fuera de lo abso-

luto: un tal Dios).

Puede hacerse una enciclope-dia de las lecturas borgianas. Se-ría farragosa e ilegible, y escapa amis proyectos y hasta a mis fuer-zas. Tiene la apariencia de esasclasificaciones arbitrarias y pin-torescas que el propio Borges seha encargado de ejemplificar. Po-etas gauchescos y norteamerica-nos, expresionistas alemanes, elFlaubert de Bouvard et Pécuchet,barrocos españoles y anglosajo-nes, Bernard Shaw, etcétera.Quedan para otro la estadística yla clasificación. Señalo un solodato: la dominante presencia deescritores anglosajones (si cabenlos ejemplos: Poe, Whitman,Coleridge, Hudson, Beckford,Chesterton, Golding, Faulkner,Huxley, etcétera, y, con muchaventaja sobre todos, H. G.Wells). También valdría la penahacer un palmarés, pero no eneste momento. ¿Por qué el favorde Wells? Sin ir más lejos, Wellses el crítico del evolucionismo, elutopista desencantado, el que es-cribe ficciones científicas con in-tención alegórica, alguien muyparecido a Borges y viceversa.

Esta importancia de la litera-tura en inglés tiene una explica-ción biográfica: Borges fue edu-cado en inglés y a través de tra-ducciones barrocas inglesasconoció la Biblia y a los clásicosgriegos. Nunca resuelto a escri-bir en inglés, decidiéndose siem-

62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 93

L I T E R A T U R A

EL LECTOR BORGESLos libros y la noche

BLAS MATAMORO

1 ‘Magias parciales del Quijote’, enOtras inquisiciones.

2 Epílogo al segundo tomo de susObras completas, 1979.

3 ‘Nueva refutación del tiempo’, enOtras inquisiciones.

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pre a formar parte de la comu-nidad lingüística del español, elrecurso de Borges para traducir-se fue buscar un equivalente ba-rroco español al barroco inglés(tema suficientemente estudia-do por Rodolfo Borello y EmirRodríguez Monegal). De ahí suinterés por Gracián y Cervan-tes, por Quevedo y –salvos seanlos reparos– por Góngora.

Yendo un poco más lejos,Borges, joven neobarroco luego

autocriticado por un maduroneoclásico, siempre se adhirió aun barroquismo conceptual, yaque no culterano o retórico: lametáfora es el fundamento de la significación del lenguaje, lapalabra es ante todo metafóricay tardíamente adquiere lo quehoy denominamos acepción pri-maria. La palabra, en suma, es,de movida, poética. Siempre ha-brá en Borges una suerte de len-gua sofocada detrás de la lengua

expuesta. De algún modo, es-cribir en español fue sofocar elinglés de la infancia o, por de-cirlo con imágenes borgianas,salir de la casa centrada en unabiblioteca de libros ingleses, sal-tar la verja de lanzas y vagar porla calle donde se habla el rudoespañol del barrio de Palermo.

Esto puede explicar su interéspor escritores como Paul Grou-saac, el francés exiliado en Ar-gentina, que adoptó un castella-

no áureo para escribir en espa-ñol, y Menéndez Pelayo, detrásde cuya lengua literaria castella-na late la sofocación del latínhoraciano. Más extendida en loconceptual, esta relación entrelengua sofocada y lengua ex-puesta pasa a ser la reflexiónborgiana sobre la traducción y,en general, sobre la escritura: es-cribir es traducir y retraducir untexto original inabordable y, enconsecuencia, indecible. La me-moria de la letras es, al menosen la tradición semítica de lasreligiones sustentadas en una es-critura, haber sido algo sagradoy, por lo mismo, intangible. Eluniverso fue creado por la pala-bra de Dios, pero no sabemosde qué lengua se valió el Crea-dor en su magna tarea.

El predominio de los escrito-res anglosajones en la enciclo-pedia de la lectura borgesca,unido a su juvenil interés porcierta literatura en alemán(Schopenhauer, Heine, los ex-presionistas de la vanguardia),opera en otro sentido: un nuevocanon de la literatura argentina.Conviene recordar que Borgesllega a la vida literaria porteñaproveniente de una Europa sa-cudida por guerras y vanguar-dias, y que se encuentra con unatradición muy corta, en compa-ración con los siglos de escritu-ra que abruman a los europeos.El canon acaba de ser fijado porRicardo Rojas, con su empeño-sa historia llena de escritores co-loniales y proscriptos entusias-tas. En aquel medio cultural lasinfluencias francesas son prácti-camente excluyentes, salvo en elcaso de algún estudioso de la fi-losofía que osa aprender el ale-mán. Sustituir un canon porotro, la hegemonía de Francia

63Nº 93 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

Jorge Luis Borges

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por otras fuentes, redefinir el pa-sado –a Borges sólo le impor-tan, en la herencia argentina, lospoetas gauchescos, Sarmiento yLugones– y justificar la empresade los jóvenes del veinte –cuyodestino, como todo lo humano,es envejecer y morir– es la fun-ción modélica del Borges lector.

Con el tiempo, su acerca-miento a los gauchescos se irá afi-nando4. En contra del enfoquepopulista, considera que la poesíagauchesca es tal y no gaucha, esdecir, que es un manierismo y nouna copia del habla de los gau-chos. Sus autores son unos letra-dos de ciudad que consiguen ha-cer una literatura popular aleján-dose de lo popular, o sea, comono la haría nunca el pueblo.También discute su carácter épi-co, pues responde al modelo dela novela y, en el caso concreto deMartín Fierro, porque no pro-pende a exaltar las hazañas de un héroe, sino las desventuras de un desertor, un marginal.

La selección borgiana de lec-turas permite también situar aBorges en la línea sucesoria de laliteratura argentina, es decir, ensu elección de las figuras pater-nas. Creo que el padre literariode Borges, el padre que él mismoengendra, es una suerte de pun-to medio entre Leopoldo Lugo-nes y Macedonio Fernández. Lu-gones es un escritor que, con susreservas, interesa a Borges y loadmite como precedente porquesin su Lunario sentimental seríaimpensable la poesía argentinaposterior o, más ampliamente, lapoesía argentina. En cuanto aMacedonio, creo que como es-critor no le importaba nada, pe-ro sí en cuanto contrafigura deLugones. Éste emprende unaobra sistemática, un monumen-to poligráfico que abarca todoslos géneros, en tanto Macedoniocarece, estrictamente, de obra, esun escritor inorgánico. Y Borges,si bien se adentra en distintoscampos, nunca practica del todoninguno, mezclándolos y des-

montándolos en un ejercicio defragmentación. Su poligrafía eslugoniana, pero su informalismoes macedoniano.

Con todo, por las razones ex-puestas, Lugones es la figura ma-gistral, pues “tan grande es su in-flujo que para ser discípulo deLugones no es necesario haberloleído”. Cuando le dedica un li-bro escrito en colaboración conBetina Edelberg (1965), lo invo-ca como si estuviera vivo, le pideque oiga su voz en las páginas quele consagra, que se reconcilie conél, pues recuerda haber recibidosu reprobación. Los reparos quehace a Lugones se los hace a símismo, como si encarnara almuerto después de inhumarlo,que es lo propio del duelo que elhijo practica con el padre: el ex-ceso metafórico (la metáfora de-masiado visible obstruye lo queintenta expresar), el ripio (la rimacompulsiva), la escritura comomera ejercitación, su veracidad enconflicto con la verosimilitud, lafalta de importancia de sus ideasy opiniones en relación con la re-tórica espléndida y la conviccióncon que las expone. “Sus razonescasi nunca tienen razón; sus epí-tetos, siempre”. Hasta es factibleaplicar a Borges la inatención quepresta a la evolución ideológicade Lugones, tardío admirador dedictaduras. Lugones es el modelode escritor en quien podemosdesdeñar lo sustancial en favor delo adjetivo, en cuya escritura hayun surco que distancia el decir delo dicho. Borges entiende que sedebe a que la obra oculta al hom-bre, que Lugones está siempre tanlejos de lo que escribe que no per-

mite ser percibido.

Estamos en nuestras lecturashasta tal punto que somos nues-tras lecturas, nos leemos en ellas,hacemos de la literatura nuestradicción del mundo. Por ello,Borges encuentra autorretratos ycontrafiguras en su enciclopediade elecciones. Entre los prime-ros, escojo dos, no por azar in-cluidos en su Introducción a la li-

teratura inglesa5:

“Dos cualidades que parecen ex-cluirse, la ironía y la pompa, se unen ala obra de Gibbon” (…) “Todos loshombres de letras veían en él (se refierea Henry James) a un maestro; nadie le-ía sus libros”.

Creo que Borges siempre haperseguido elaborar una ironíaque lo defendiera de la pompa yque intentó ser un escritor a lavez notorio y secreto. Demás estádecir que lo viene consiguiendo.

Más interesantes me parecensus contrafiguras, de las que res-cato también a dos: James Joycey Buda. Siempre nos definenmejor las diferencias que lascoincidencias. De Joyce, Borgesintentó traducir el intratable(sic) Ulysses. Lo admiraba comopoeta y encontraba extraviadasu tarea de novelista, salvo seasu Retrato del artista adolescente,el más normalito de sus textos.En el escritor irlandés, tantas ve-ces desterrado, hay también unalengua sofocada, pero, a dife-rencia de Borges, no lo admite eintenta hacer hablar a todas laslenguas a la vez, volviéndose vo-cinglero y babélico. No logradespertar de este delirio de ple-nitud y, por lo mismo, conver-tirlo en un obra de arte, en unejercicio de confinamiento.

En cuanto a Buda6 , convienesituarlo en una encrucijada deci-siva para Borges y tantos otros es-critores de Occidente atraídos porla otra mitad del mundo (aproxi-mo, en rápido escrutinio, a Oc-tavio Paz y a Fernando Pessoa,coetáneos), fascinados por lo queOriente propone y ellos no pue-den asumir, sino desde el enten-dimiento occidental, es decir, des-de una cultura del sujeto, el dis-curso y la historia. Buda no essólo una contrafigura fuerte deBorges (haberlo abordado en lavejez no parece fortuito) sino, encierta medida, de Occidente: unaleyenda cuya consistencia históri-ca no importa, un arquetipo ca-paz de reiterarse en el tiempo y,en esta medida, abolirlo. Sus ide-

as consiguen, por esta vía, sersiempre contemporáneas, es de-cir, carecer de fechas; y esta ca-racterística impregna al pensa-miento hindú y lo distingue deloccidental, para el que siemprelas ideas encarnan en creencias,en alguien que está en algún lugary en algún tiempo. Individuos in-tercambiables dentro de un uni-verso cíclico, que se crea despuésde destruirse y se destruye des-pués de crearse, completan el cua-dro búdico. La transmigración delas almas, por su parte, suprime lacategoría occidental de destino,en tanto destino individual.

El mundo es un sueño, peroque, a diferencia de los sueñosde Occidente, carece de un suje-to soñador. El mundo es el sueñode nadie y en su vigilia no haynada. Mientras los occidentalesidentificamos la desaparición conla muerte, porque siempre es al-guien quien muere, el nirvana lassepara: algo puede extinguirse yseguir existiendo, porque ya exis-tía antes de aparecer. Por aquí lle-gamos al nudo de todo el pensa-miento borgiano, un nudo pro-blemático que carece de solucióny se torna enigma: la realidad (entérminos occidentales: la presen-cia) es inconcebible y, por ello,ilusoria. Esto, desde un punto devista lógico, es insostenible, por-que al mentar la realidad ya esta-mos construyendo un concepto,ya concebimos algo. Lo mismoocurre con la otra categoría co-rrelativa, la ilusión. Si algo es ilu-sorio, es porque otro algo no loes. Al conceptuar negamos, se-gún enseñan Spinoza y Hegel.

A lo que Borges apunta es aque no se puede demostrar que larealidad, eso-que-está-ahí-afuera,exista. Es un hecho que funda-menta todo discurso y, como talfundamento, escapa a la razón,porque si se pudiera razonar exi-giría a su vez un fundamento, unprincipio, y así sucesivamente. Larazón es en sí misma un factum,nos sigue diciendo Kant, sin cu-ya facticidad, por paradoja, nopodemos razonar. La tentaciónborgiana no es la paradoja, queresulta una constante querenciaen nuestro escritor, sino la verdadno discursiva, la iluminación,

EL LECTOR BORGES: LOS LIBROS Y LA NOCHE

64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 93

4 Cfr. su libro El ‘Martín Fierro’, es-crito en colaboración con Margarita Gue-rrero, 1953.

5 En colaboración con María EstherVázquez, 1965.

6 Cfr. Qué es el budismo, en colabora-ción con Alicia Jurado, 1976.

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propia del budismo. Y Borges es-capa a ella y permanece en sedeoccidental. Una tentación quelleva al inaceptable paralogismode las respuestas que preceden alas preguntas. Anteponer la inte-rrogación nos conduce al enig-ma: ¿por qué existe todo lo queexiste? Leibniz, tan convocado, asu modo, por Borges, sustrae lacuestión al ser humano: todo loque existe es por voluntad deDios, que si lo ha querido así esporque para Él debe ser lo mejorposible. Bien, pero si Dios es

conjetural, como para el ag-nóstico Borges, ¿qué, enton-ces?

Borges no se ha dedicado demodo monográfico a teorizarsobre lo literario. Tal vez por ellono ha cesado de hacerlo, en pro-sa y verso. El arte es una mane-ra de reconocimiento (o sea, devolver a conocer algo que sabe-mos y que ignoramos saber) quese produce a partir del sueño yde la música, es decir, del traba-jo de la otredad y de un ordenanterior a la palabra, pero que laencamina hacia ella misma.Vengan citas:

A veces en las tardes una cara / nosmira desde el fondo de un espejo; / elarte debe ser como ese espejo / que nosrevela nuestra propia cara7.

“Ignoro si la música sabe desesperarde la música y si el mármol del mármol,pero la literatura es un arte que sabeprofetizar aquel tiempo en que habráenmudecido, y encarnizarse con la pro-pia virtud y enamorarse de la propiadisolución y cortejar su fin”8.

‘“La música, los estados de felici-dad, la mitología, las caras trabajadaspor el tiempo, ciertos crepúsculos yciertos lugares, quieren decirnos algo, oalgo dijeron que no hubiéramos debidoperder, o están por decir algo; esta in-minencia de una revelación que no seproduce, es quizá el hecho estético”9.

El sueño en el poema de Co-leridge, que varias veces vuelveen Borges –un sueño en que unamúsica construye un palacio que

se erige, luego, en la vigilia– es elrelato de la invención poética, esaaparición del otro o el incons-ciente que se formula en unamúsica más tarde verbalizada.Más tarde, más bien en la tarde:el lenguaje es tardío. En cualquiercaso, el lenguaje es estético cuan-do actúa en sus límites, cuandotrabaja en los bordes de su ani-quilación, silencio, vacío o con-fín. Cuando advierte que está porno ser y entonces se configura,se conforma, se convierte en for-ma dentro del incesante curso deldecir.

Estas propuestas, que provie-nen del simbolismo, como casitodas las poéticas contemporá-neas –mal que le pese a Borges,reticente lector de Mallarmé– yse tocan con el psicoanálisis –malque le pese a Borges, reticentelector de Freud– conectan con lapersistente crítica borgiana delrealismo. No derogan los logrosdel realismo, sino que contribu-yen a esclarecerlo y a resituarlo,aunque las admiraciones del lec-tor Borges nunca van hacia textosrealistas, salvo quizá cuando al-gún maestro de la tendencia (elFlaubert de Bouvard et Pécuchet)lo pone en tela de juicio.

Desde luego, la postulaciónradical del realismo –la realidadcomo preexistente al lenguaje yun continuo del cual el lengua-je puede dar cuenta– se llevamal con las conjeturas sobre larealidad que antes quedaron ex-puestas. Es igualmente incom-patible con ellas en tanto pre-tende que hay un arte por exce-lencia que refleja la únicarealidad legítima y que lo demás(la literatura irrealista o fantásti-ca, por ejemplo) le resulta resi-dual o marginal.

Lo real no es verbal, es inco-municable y atroz, sostiene Bor-ges. No es practicable transcribir-lo, cortar en lonchas la vida, co-mo propone Zola. La vida “no esun texto, sino un misterioso pro-ceso, pero corresponde a lo quesuele pensar la gente” (El ‘MartínFierro’). Es decir: frente a eso-que-está-ahí (y que nos involucra) te-nemos algunas creencias que con-venimos en considerar como larealidad, que en esa medida sí es

verbalizable, con todas las incer-tidumbres y ambigüedades dellenguaje. En otro sentido, hayuna disidencia entre los tiemposdel arte, la esperanza y el olvido, yel tiempo real. En éste, optar poruna alternativa suprime las otras;en aquél, las conserva, de modoque en el arte las cosas son y noson al mismo tiempo.

El realismo estimula la obser-vación, que conduce a distinguirlo real de lo fantástico, pero elmundo es fantástico, como diceConrad, y observar con los sen-tidos nos distrae de la percep-ción del universo, que es infini-to y eterno, según asegura Blake.A un escolástico medieval, cré-dulo en la continuidad de la ma-teria, le habría parecido fantásti-ca la teoría moderna de los quan-ta, lo mismo que a nosotros nosparece fantástica la magia de unasaga islandesa, que para sus con-temporáneos era una descripciónaceptable de la realidad.

El arte, en contra del circuitorealista que va de la percepción ala descripción, parte de la acep-tación del artificio: un especta-dor no está en la ciudad que re-presenta la escenografía colgadaen el proscenio, sino que está enel teatro. A partir de allí celebraun pacto de verosimilitud con laobra, de modo que si se trata deuna obra realista, los documentosque expone parecen reales por unefecto de su propia retórica. Elactor que finge una muerte con-moverá el sentimiento de muer-te del espectador y obtendrá de éltemblores y lágrimas reales. Es elespejo que nos devuelve nuestraverdadera cara, no el que la refle-ja, porque ni el actor ni el espec-tador mueren realmente. La rea-lidad del arte se constituye en es-te acontecimiento y su punto departida es un artificio determi-nado. Con un poco de suerte, elespectador aplaudirá y el actorrecogerá el aplauso, ambos agra-decidos. En este sentido, el artemás artístico será el que mejor ex-hiba su artificio y no el que me-jor lo disimule, como pasa en laconvención realista.

Para Borges, el paradigma es lanovela policiaca: declara todoslos términos del problema, res-

peta una estricta economía depersonajes y recursos, privilegia elcómo sobre el quién, obtiene unasolución necesaria y maravillosaque elude lo sobrenatural y tam-bién el aporte de las disciplinascientíficas. El culmen tiene nom-bre o, mejor dicho, para acen-tuar el artificio, pseudónimo:Ellery Queen. Personalmente,creo que el modelo propuesto esabstracto y señala un objeto de-seable e impracticable: la narra-ción pura. Sospecho que a Bor-ges tampoco se le escaparía esteriesgo. Para lograr una narraciónpura haría falta un lenguajeigualmente puro, lo que Borgesconsideraría contrario a las natu-rales incertidumbres y ambigüe-dades de la palabra. Pero respete-mos las paradojas del paradojista.

Más rica es la consecuencia deesta operación estética: hay cier-tos artificios que nos revelan ver-dades que la realidad se encargade escamotearnos por medio dela costumbre, de lo que espera-mos que se repita para evitar elvértigo que suscita un mundo endefinitiva incognoscible. Y estarevelación que rompe el códigode nuestras expectativas atesorael saber del arte, nada menos.Thomas de Quincey, narrador delas pesadillas que le causaba la in-gestión del opio en la realidad desu vida, ha conseguido conver-tirse en un personaje ficticio y laficción de sus relatos se vuelvereal pesadilla para el lector.

El arte se despliega en el tiem-po. A veces nos persuade de quenadie (en el caso, Worsworth)puede diferir completamente desu época. A veces, como HenryJames, se escapa al pasado porqueel presente le parece extraño eimpropio, y cuando llega al pa-sado, cuando se le torna presen-te, advierte que también le es im-propio y extraño. Entre estos dosextremos, la extrañeza y la coin-cidencia con el tiempo, el arte vaescribiendo esa historia universalen la que somos autores y lecto-res, los unos de los otros, losotros de los unos. Ahí están los li-bros en la noche. n

BLAS MATAMORO

65Nº 93 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

Blas Matamoro es escritor. Autor deSaber y literatura, Lecturas americanas yPor el camino de Proust.

7 ‘Arte poética’, en El hacedor.8 ‘La supersticiosa ética del lector’, en

Discusión.9 ‘La muralla y los libros’, en Otras

inquisiciones.

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Santos Juliá (coordinador)Víctimas de la guerra civilTemas de Hoy, Madrid, 1999

Francisco Morente ValeroLa escuela y el Estado nuevo. La depuracióndel Magisterio Nacional (1936-1943)Ámbito, Valladolid, 1997

1.Vivimos en unos tiempos tan da-dos al olvido que hasta el mástenue recuerdo empieza a parecersubversivo o cuando menos “po-líticamente incorrecto”. Y, enconcreto, en todo lo que se refie-re a la guerra civil y al franquis-mo. A estas alturas, si algo pare-ce estar razonablemente claro, apesar de la insistencia interesadade diversos grupos en lo contra-rio, es que todavía son muchaslas lagunas de conocimiento exis-tentes en torno a la dictadurafranquista, lagunas que habráque seguir intentando colmarpoco a poco. Resulta bastanteparadójico que, por ejemplo, seconsidere que el tema del terror yde la represión es ya un temacompletamente cerrado, cuandono es el caso, confundiendo lafirme y compartida voluntad devivir en paz y, por tanto, eludirlas cuestiones sangrantes… quepueden contribuir a reavivarodios y resentimientos, siemprelatentes y peligrosos, con la vo-luntad y necesidad de conoci-miento que, bajo ningún con-cepto, puede considerarse a estasalturas inoportuna o desestabili-zadora. Saber es una exigenciainexcusable. Sólo después de talpodemos permitirnos el lujo deolvidar. No puede olvidarse loque no se sabe o es mero pro-ducto de la ignorancia y la de-sinformación.

El reciente libro coordinadopor Santos Juliá1 así lo confirma.Un estudio historiográfico deconjunto sobre la lacerante cues-tión de la represión en la guerracivil era una cuestión pendiente,a pesar de la pretendida satura-ción bibliográfica que sobre estascuestiones ha esgrimido el mis-mo Santos Juliá. El libro, comodigo, no puede ser más oportu-no, pero, como sin duda sus au-tores –todos reputados especia-listas– saben mejor que nadie, lacuestión dista de estar cerrada. Sílo está, prácticamente, por lo querespecta a la ejercida en zona re-publicana durante los años deguerra civil; aunque la cifra totaloficialmente establecida no ha de-jado de disminuir2, en modo al-guno, puede decirse otro tantode la practicada por los vencedo-res entre 1936 y 1975, aunque laobra citada dirigida por SantosJuliá supone una puesta al día delestado de la cuestión, y ése es suvalor fundamental3.

De todas formas, resulta untanto descorazonador comprobarcómo, para determinados sectorespolíticos e ideológicos ya un tan-to variopintos que no cabe seña-lar de puro obvios, los estudiosrigurosos nada significan ni nadapueden frente al tópico estableci-do si apuntan, indefectiblemente,a que los republicanos mataronmucho menos de lo que siemprese ha dicho y Franco mucho másde lo también oficialmente esta-blecido. Lo suyo, para tales secto-res, es permanecer siempre “ina-sequibles al desaliento”. A pesarde que el libro comentado con-firma, una vez más, y como nodejan de hacer todos y cada unode los estudios rigurosos que so-bre esta cuestión van publicán-dose, la obsolescencia de las ci-fras de la represión establecidasen su día por Ramón Salas La-rrazábal4, cifras a las que se hanaferrado incluso historiadores se-rios como Stanley G. Payne5, porla sencilla “razón” de que, segúnellas, a matar habían ganado los“rojos” (no dejaba de ser cosa cu-riosa que los que perdieron ma-taran más cuando, como es biensabido, las guerras las gana lógi-camente el bando que más mata,que, además, dispuso de mucho

más tiempo y territorio para ha-cerlo) o, según como se mirase, sehabría producido un “honora-ble”(?) empate en la línea, yaaceptable por el común, del contemporizador “todos fuimosculpables”6 que, según parece,tranquiliza no pocas buenas con-ciencias pero nada aclara sobretan controvertido asunto. Curio-samente, la contabilidad aportadapor el entonces coronel RamónSalas, pretendidamente estableci-da sobre la científica consulta delos registros civiles, pero en reali-dad sobre una muestra dudosadel Instituto Nacional de Esta-dística, vino a establecer un in-comprensible consenso entre loshistoriadores funcionalistas, fer-vientes partidarios del consensoy del olvido, confundiendo lametodología de la transición po-lítica a la democracia con las exi-gencias del conocimiento cientí-fico, de tal modo que su merocuestionamiento, aunque fuerapertinentemente razonado enabundantes páginas, como fue micaso7, me hiciera merecedor delas iras continuadas del gran popede la historietografía franquista,calificándome de “crítico arreba-tado”, “comunista”, etcétera. (Al-

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H I S T O R I A

DIGNIFICACIÓN REPUBLICANA Y DEPURACIÓN FRANQUISTA

ALBERTO REIG TAPIA

6 Título de la conocida obra de Juan-Simeón Vidarte: Todos fuimos culpables.Testimonio de un socialista español. FCE,México, 1973.

7 Reig Tapia, Alberto: ‘En torno al es-tudio de la represión franquista’ (Tiempode historia, 58, págs. 4-23. Madrid, sep-tiembre, 1979), ‘Consideraciones meto-dológicas para el estudio de la represiónfranquista en la guerra civil’ (Sistema, 33,págs. 99-128. Madrid, noviembre 1979).Abordé la cuestión en general en mi libroIdeología e historia: sobre la represión fran-quista y la guerra civil. Akal, Madrid,1984, y 1986, reimpr., y, en concreto, enel cap. IV, ‘Cuantitativismo e ideología’,págs. 91-121.

tión’, págs. 407-412, donde se desarrolla elcuadro primigenio que yo mismo estable-cí en Reig Tapia, Alberto: ‘La cultura po-lítica de la sangre’ (Temas para el debate,12, págs. 34-40, Madrid, noviembre1995) y, después, en Franco ‘caudillo’: mi-to y realidad, Tecnos, Madrid, 1995 y1996, 2ª ed., ‘Las cifras de la represiónfranquista’, págs. 205-209.

4 Salas Larrazábal, Ramón: Pérdidas dela guerra. Planeta, Barcelona, 1977.

5 Payne, Stanley G.: El régimen deFranco, 1936-1975. Alianza, Madrid,1986. Payne da por buenas las cifras deSalas Larrazábal ignorando por completola bibliografía especializada ya existenteen las fechas de publicación de su libro.

1 Santos Juliá (coordinador), con Ju-lián Casanova, Josep M. Solé i Sabaté, Jo-an Villarroya y Francisco Moreno: Vícti-mas de la guerra civil. Temas de Hoy, Ma-drid, 1999.

2 La cifra de la represión perpetrada enzona republicana quedó oficialmente es-tablecida en 85.940, tal y como consignóla famosa Causa general. La dominaciónroja en España. Avance de la informacióninstruida por el ministerio público. Prólogode Eduardo Aunós. Ministerio de Justicia,s.l. / s.d. (edición definitiva de la Direc-ción General de Información, Publicacio-nes Españolas, Madrid, 1961). Dichocómputo, realizado sin los procedimientostécnicos y metodológicos científicamenteexigibles, no ha dejado de ser reducido porla historiografía especializada, que lo sitúa,actualmente, en torno a los 55.000, comoapunta Joan Villarroya: ‘La vergüenza de laRepública’ (La aventura de la historia, 3,págs. 26-33. Madrid, enero 1999.

3 Véase en Santos Juliá, opus cit., elapéndice ‘Las cifras. Estado de la cues-

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go he mejorado; últimamente, al-guno de sus más destacados dis-cípulos –como José María Mar-co– me ha ascendido al máximogrado de “estalinista”). El empateen muertos y asesinatos en estalacerante cuestión parece ser queconvenía a la inmensa mayoríaque hacía del “borrón y cuentanueva” por todos asumido de latransición poco menos que unacuestión de Estado. Así, todoaquel que cuestionaba el preten-dido empate, aunque apenas sehiciera desde modestas instanciasuniversitarias (artículos en revistasespecializadas y libros de limitadacirculación), pasaba a engrosar elsiempre distinguido club de losmalditos.

El libro de Casanova, Sabaté,Villarroya y Moreno que ha co-ordinado Santos Juliá, que escribeuna brillante introducción, se in-cardina, frente al, por lo demásfalso, positivismo de Salas Larra-zábal, en una corriente historio-gráfica crítica y analítica que nodeja de dar sus frutos desde hacetiempo, aunque la renovadorahistoriografía sobre la guerra civilen su conjunto merezca de los ne-opopes –como Federico JiménezLosantos– ser tildada de “apara-tosa balumba académica” dondeapenas “se camufla la mentira”8.Estos estudios van reconstruyen-do un pasado que, a diferenciade la propaganda oficial del fran-quismo y sus secuelas pretendi-

damente historiográficas, que ha-bían hecho de él una auténticaarcadia, poco a poco se va desve-lando sobre todo como un au-téntico infierno de miseria, represión y muerte. En estas cues-tiones, cada vez menos polémi-cas gracias a la impagable labor deno pocos investigadores, nuncafaltará el comentarista sectario,que no es sino la emanación so-ciológica de determinadas basessociales franquistas, que seguiránprefiriendo los datos que más lesconvienen de acuerdo con susprejuicios ideológicos. De esta

forma se llega al punto de optarpor la científica opinión de PíoMora, antiguo militante delPCEr y uno de los fundadores delos GRAPO (Grupos de Resis-tencia Antifascista Primero deOctubre, fecha que evoca el ase-sinato de cuatro policías en 1975en represalia por los fusilamientosde cinco militantes de ETA y delFRAP el mes anterior), y que,ahora, vemos reconvertido en“historiador”. Historiador que,no parándose en barras, calificade “tendencioso y sectario” el li-bro citado frente al de Salas, en

un reportaje9 a propósito de di-cha obra coordinada por SantosJuliá, cuyos autores son cuatrocualificados expertos que sabende lo que hablan, como lo prue-ban los estudios que han publica-do sobre la materia y éste al quenos referimos. Sin duda, los es-tudios empíricos esgrimidos enla obra citada (tesis doctorales,fundamentalmente… ¿“balum-

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8 Jiménez Losantos, Federico: ‘La vi-llanía’ (Abc, Madrid, 19 de julio de 1996,pág. 18). Jiménez y Marco no sólo ejercende periodistas, también dirigen cursos uni-versitarios (El Escorial, 1997), dondereputados liberales como ellos, conjunta-mente con trotskistas, neotrotskistas opostrotskistas, nos iluminan historiográfi-camente sobre los diversos fracasos de lademocracia en España.

9 ‘La guerra de los muertos’ (Abc, Ma-drid, 14 de marzo de 1999, págs. 101-103).

Francisco Franco

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ba académica”?) nada significanante la cualificada opinión deRicardo de la Cierva, ayer, y dePío Mora, hoy. Por consiguiente,habrá que seguir insistiendo conbenedictina paciencia en estascuestiones, pues, aparte de queaún no es posible cerrar tan ma-cabra contabilidad, aunque cadavez se esté más cerca, las “víctimasde la guerra civil” fueron aun mu-chas más si tenemos en cuenta lapertinente aclaración de José Ma-ría Gironella en el prólogo de sucélebre novela10, y los estudiosque sigan en esta senda habránde tenerlo en cuenta. A pesar dela saturación, hay mentes tan irre-ductibles que sólo cabe confiar suconquista a la paciente, seria y ca-llada labor de la comunidad cien-tífica. Y al tiempo. Lo demás pa-rece un esfuerzo inútil.

Aunque todavía faltan bastan-tes estudios sectoriales para podercompletar una visión general, deconjunto, que sea lo suficiente-mente aproximada como paraque la acepte toda la comunidadcientífica, lo cierto es que no de-jan de aparecer estudios que, anuestro juicio, marcan el únicocamino a seguir frente a los pro-pagandistas aludidos.

2.1. El libro que el profesor Mo-rente11 ha consagrado al estudiode la depuración del MagisterioNacional acometida por el régi-men de Franco hay que insertar-lo en este contexto. Es una obrafruto de una magnífica tesis doc-toral que recibió con todo mere-cimiento, y por unanimidad deltribunal que la juzgó en su día, lamáxima calificación de sobresa-liente cum laude12. Pudiera pa-

recer que, dado el origen docto-ral del libro, su valor se justificapor sí mismo. Y no es así. Haytesis doctorales ilegibles e impu-blicables, por muy alto que seasu valor científico, y hay otrasque, simplemente, no debieranpublicarse, pues no hacen sinovolver sobre lo que ya es sufi-cientemente conocido y noaportan nada verdaderamentenovedoso. La obra de Morentees admirable y digna de emula-ción, pues, como suele decirse,cae por su propio peso y no me-tafóricamente, como testimoniasu tamaño y extensión. Más bienhabría que decir que se eleva porencima de estudios semejantesde entre la abundancia de librosque se publican sobre la guerracivil y el franquismo. Quiero de-cir que no es un libro más quecuenta por enésima vez lo ya sa-bido. Es el fruto de muchos añosde paciente y constante investi-gación, es un trabajo cuyos obje-tivos y resultados obtenidos sólohan podido estar alimentados porla fe y la constancia. Es decir, por la vocación universitaria, porla ética del trabajo bien hecho,por el patriotismo bien entendidodispuesto a ofrecer al país lo me-jor de uno mismo; sí, patriotis-mo, porque patriótico es ser cons-ciente de la importancia del se-cuestro y manipulación de lamemoria histórica de los últimosaños que hemos venido pade-ciendo y aprestarse con todas lasmás nobles energías, tal cual las intelectuales, a su recupera-ción. Y es en ese contexto dondehay que enmarcar la importanciadecisiva de este tipo de estudiosque exceden al hecho concretode que se publique una tesis doc-toral de especial relevancia.

Como tesis, el estudio deFrancisco Morente cumple to-dos los requisitos: brillante plan-teamiento del objeto de investi-gación, pertinentes hipótesis departida, abrumadora recopila-ción de información, perspicazconfrontación teórica, irrepro-chable comprobación de resul-tados, contextualización precisa,iluminadora interrelación e in-terdependencia de los distintoselementos de estudio, conclusio-

nes finales claras y bien sinteti-zadas, cumplida referencia a lasfuentes y a la bibliografía utiliza-das y correspondientes anexosdocumentales, cuadros, listados,notas críticas y gráficos, comple-mentando un texto ágil, etcétera.A su vez, como libro, la presenteobra no desmerece en absolutode aquélla: se trata de un textoclaro, lúcido y muy bien escrito.De hecho, es el mismo. La ma-yor parte de las tesis doctoralesnecesitan ser adaptadas para serpublicadas; por su farragosidad oexcesiva extensión, requieren unasíntesis más acorde con un pú-blico no especializado. Buenaprueba del talento de FranciscoMorente es haber escrito un tex-to impecable como tesis y comolibro.

Además, quisiera llamar laatención sobre la trascendenciade una obra de estas característi-cas, pues, aparte de atesorar múl-tiples virtudes y de tratarse deuna obra modélica, que afrontaun aspecto concreto de la repre-sión franquista: la depuracióndel Magisterio como consecuen-cia de la guerra civil, cumple laimportantísima función de sus-citar reflexiones y análisis de ca-rácter más general. El mismo au-tor, con muy buen criterio, no seha limitado al desarrollo exhaus-tivo del enunciado del título, si-no que también realiza un agudoanálisis de las reformas educati-vas emprendidas por la Repúbli-ca, de tal manera que el lectorpuede hacerse así una precisacomposición de lugar entre loque supuso el mayor esfuerzoeducativo nunca antes empren-dido por el Estado español y elmás alucinante adoctrinamien-to político jamás conocido en laEspaña contemporánea. Asisti-mos así al cruel proceso a travésdel cual los españoles fueron vio-lentamente privados del consi-derable esfuerzo, apenas inicia-do, conducente a dotar al paísde una cultura cívica democráti-ca para ser sometidos a una sis-temática campaña propagandís-tica de adoctrinamiento políti-co. Todo el esfuerzo dedignificación de la función do-cente emprendido por la Repú-

blica fue seguido de una exhaus-tiva depuración, que fue muchomás allá de la represión políticaque cabía esperar de los vence-dores de la guerra civil. Al in-tento de la Segunda Repúblicade construcción de una culturacívica, respondió el nuevo Esta-do franquista con una apabu-llante propaganda política di-fundida por todos los medios decomunicación a su alcance13. Alintento republicano de dignificarla vida pública elevando la cul-tura política de la ciudadanía res-pondió el régimen franquistacon una depuración de la inteli-gencia14 que dejó al país com-pletamente inerme para el adoc-trinamiento político, primero, ypara la desmovilización ciudada-na, después.

Hay, pues, que situar el librode Morente en su adecuado con-texto histórico, político y cultu-ral para que se entienda mejorla deuda que la historiografíacontemporaneísta y los especia-listas en la guerra civil y el fran-quismo, en concreto, y el con-junto de la ciudadanía española,en general, han adquirido consu autor. Porque, como he di-cho, este libro es una valiosísi-ma aportación a la recuperaciónde la memoria histórica y utilísi-mo instrumento para la recons-trucción de una cultura políticademocrática.

El libro tiene casi mil pági-nas, lo que puede asustar al lec-tor potencial, pero que nadie sesienta intimidado por eso: el tex-to es algo menos de la mitad y sulectura resulta apasionante. Pue-de resultar incluso irritante sulectura para los espíritus sensi-bles, que creen en los valores su-periores de la libertad, la tole-rancia y el pluralismo, compro-

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13 Puede verse un excelente análisis deesta cuestión en la reciente obra de Fran-cisco Sevillano Calero Propaganda y mediosde comunicación en el franquismo (1936-1951), prólogo de Glicerio Sánchez Recio.Publicaciones de la Universidad de Ali-cante, 1998.

14 Sobre este particular, Alberto ReigTapia: ‘La depuración intelectual del nue-vo Estado franquista’, en Revista de estudiospolíticos, 88, págs. 175-198. Madrid, abril-junio 1995.

10 Gironella, José María: Un millón demuertos. Planeta, Barcelona, 1961.

11 Francisco Morente Valero: La es-cuela y el Estado nuevo. La depuración delMagisterio Nacional (1936-1943), 943págs. Ámbito, Valladolid, 1997.

12 Francisco Morente Valero: La es-cuela y el Estado nuevo: la depuración delMagisterio Nacional, 2 vols. (482 y 488págs.). Director: Doctor Borja de Riqueri Permanyer. Departamento de HistoriaModerna y Contemporánea, Facultad deFilosofía y Letras, Universidad Autóno-ma de Barcelona, mayo 1995.

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bar la ignominia, la torpeza, lacrueldad y la estupidez infinitasdesplegadas por el franquismo ylas lamentables consecuenciasculturales que produjo con ca-rácter irreversible, destrozandolo que los estudiosos han califi-cado, con acertado criterio,“edad de plata de la cultura es-pañola”15, brutalmente cercena-da por el tajo de 1936. El autor,con un autocontrol admirable,nos va desgranando con absolu-to rigor un terrorífico viaje hastael final de la noche más oscura.Por su parte, el editor, con muybuen criterio y a diferencia deotros editores que en casos simi-lares someten este tipo de estu-dios a una poda cruel, no haquerido privar al lector de los lis-tados nominales de maestros ymaestras depurados que el autorincorpora a su obra, pues ésta,con independencia del valor in-trínseco de la misma, tiene unimportante valor añadido: el tes-timonial y el documental.

Tan extensa publicación delistados pudiera parecer innece-saria, pero, dada la persistentecampaña de manipulaciones queen torno al tema de la represiónfranquista emprendieron algu-nos esforzados ideólogos delfranquismo, particularmenteempecinados en negar su alcan-ce real, resulta obligado no sóloinsistir sino publicar dichas listasnominales para acabar por con-vencer a quienes todavía creenen el valor indubitable de los re-gistros civiles u otras fuentes do-cumentales pretendidamente ca-paces de dilucidar por sí solastan compleja realidad. Tal pare-ce la única opción posible para

acallar definitivamente a los pro-pagandistas que, como santo To-más, no creen ni en lo que venhasta que no introducen los de-dos en las mismísimas llagas delo que tan vehementemente ne-gaban. Ahí están, pues, connombres y apellidos, millares dehombres anónimos. Ahí estánlos llamados “peatones” de la his-toria. Ahí queda señalada con ladignidad intransferible de cadacaso particular el nombre de ca-da víctima rescatada del anoni-mato y del olvido por nuestroautor, por muy excesivo quepueda parecer. Francisco Mo-rente no se refiere en su estudioa una vaga circunstancia, a unconjunto abstracto que pueda si-tuar al lector fuera del tiempo. Ellector, como digo, puede leer losnombres, o buscar el del familiaro amigo de las provincias estu-diadas que cometió el nefandopecado de querer educar en li-bertad.

2. “Educar en libertad” no esuna expresión retórica. Con elmismo entusiasmo con que laRepública echó los cimientos pa-ra ello, la dictadura de Francoacometió su demolición. Rodol-fo Llopis, que fuera director ge-neral de Enseñanza Primariasiendo Marcelino Domingo mi-nistro de Instrucción Pública y,por tanto, uno de los principalesresponsables de las reformas edu-cativas emprendidas por la Se-gunda República, daba este tipode instrucciones:

“La escuela no puede coaccionar lasconciencias. Al contrario, ha de respe-tarlas. Ha de liberarlas. Ha de ser lugarneutral donde el niño viva, crezca, sedesarrolle sin sojuzgaciones de esa ín-dole”16.

Hermosa declaración de prin-cipios totalmente opuesta a losfines perseguidos por los nuevosadministradores del sistema edu-cativo que se alzaron contra laRepública. El primer ministro

de Educación Nacional de Fran-co (dejando de lado su inefableprecedente al frente de la Comi-sión de Educación y Cultura dela Junta Técnica de Estado, JoséMaría Pemán, destacado ideólo-go de la depuración) fue PedroSainz Rodríguez, quien, a su vez,proclamó:

“Una de esas ideas liberales era la deque hay que respetar, sobre todo, la con-ciencia del niño y la conciencia del maestro; que la educación es respetar elsentido natural de los educandos y su li-bertad. Pues bien, yo quiero que meditéisque la idea contraria es el eje de toda la fi-losofía de la educación patriótica”17.

Es decir, la educación patrió-tica que proponía el nacientenuevo Estado franquista consis-tía en la falta de respeto a lasconciencias de educandos y edu-cadores, en la ausencia absolutade libertades y en la coacciónobligada de las conciencias. To-do un cristiano programa. El resultado no pudo ser más ca-tastrófico y sus negativas conse-cuencias todavía son detectablesen la España actual.

Han sido varias generacionesde españoles las víctimas inde-fensas de la retórica fascista18 ydel integrismo propio del nacio-nal-catolicismo19, han sido mul-titud los que han sufrido en la

escuela y en el instituto, apartede las directrices señaladas, el ca-tecismo patriótico-chovinistamás ramplón. A través de unaasignatura llamada “Formacióndel espíritu nacional”, que im-partían unos señores siemprepertrechados de gafas de sol(aunque el día fuera tenebroso) yque vestían camisa azul a todashoras, sin que por entonces lamayoría alcanzara a comprenderque se trataba de un símbolo po-lítico y no de cierta renuenciahigiénica a cambiar de camisa,se adoctrinaba sin misericordiaa los indefensos infantes, que,henchidos de fervor patriótico,coreaban a voz en cuello:

“Con mi camisa azul y postinera, / elyugo y las flechas por blasón, / al cinto larepleta cartuchera / y al hombro el pesa-do mosquetón. / ¡A luchar, a vencer, amorir, / contra el falso y cobarde Le-nín! / Están las JONS, sin discusión, / lajuventud de más valor de la nación. / Sa-be luchar, sabe vencer, sabe morir, / pe-ro… ¡también sabe matar!”.

Patrióticas(?) canciones deguerra que todavía se hacían can-tar a las uniformadas juventudesespañolas en plena conmemora-ción de los 25 años de paz fran-quista. Todo un programa edu-cativo(?), ciertamente formativo.

No acaba de comprenderse,sobre todo después de la victoriaelectoral de 1982, que tantas es-peranzas levantara en la izquier-da democrática de este país, queno se creara una asignatura obli-gatoria a lo largo de la enseñan-za secundaria llamada CulturaCívica, copiando el famoso títu-lo de la obra de Almond y Ver-ba20, o sin miedo al adjetivo,

ALBERTO RE IG TAPIA

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Falange y, naturalmente, para el análisistextual del discurso ideológico del nacio-nal-catolicismo.

20 Gabriel A. Almond y Sidney Verba:The Civic Culture. Political Attitudes andDemocracy in Five Nations. Princeton Uni-versity Press, Princeton, 1963 (traducciónespañola, La cultura cívica. Estudio sobre laparticipación política democrática en cinconaciones. Presentación: José Jiménez Blan-co. Euramérica, Madrid, 1970), obra quecausó un gran impacto e influyó conside-rablemente en los estudios empíricos ycomparados de cultura política y sobre lacual los autores volvieron años más tarde.Véase Gabriel A. Almond y Sidney Verba(eds.): The Civic Culture Revisited. LittleBrown, Boston, 1980.

16 Circular de 12 de enero de 1932 di-rigida a los inspectores de primera ense-ñanza y a los presidentes de los consejos deprotección escolar.

17 Pedro Sainz Rodríguez: ‘La escuelay el Estado nuevo’, en Curso de orientacio-nes nacionales de la enseñanza primaria,vol. I, pág. 56. Hijos de Santiago Rodrí-guez. Burgos, 1938.

18 De entre la ya abundante bibliogra-fía sobre el fascismo español cabe destacarlos estudios de Ricardo Chueca: El fascismoen los comienzos del régimen de Franco. Unestudio sobre FET-JONS. CIS, Madrid,1983, y Sheelagh Ellwood: Prietas las filas.Historia de Falange Española, 1933-1983,prólogo de Paul Preston. Crítica, Barcelo-na, 1984. Un magnífico análisis politoló-gico de la “singularidad del fascismo espa-ñol” en Ricardo L. Chueca Rodríguez y José Ramón Montero Gibert: ‘El fascismoen España: elementos para una interpreta-ción’, en Historia Contemporánea, 8, págs.215-247. UPV, Bilbao, 1992.

19 Dentro de la ya abundante biblio-grafía sobre la materia, el libro de Grego-rio Cámara Villar Nacional-catolicismo yescuela. La socialización política del fran-quismo (1936-1951) (Hesperia, Jaén,1984), sigue siendo una de las mejoresaportaciones para la caracterización ideo-lógica del franquismo, para el conoci-miento de su política educativa, para losenfrentamientos internos entre la Iglesia y

15 Véanse al respecto las obras de Ma-nuel Tuñón de Lara: Medio siglo de cultu-ra española (1885-1936). Tecnos. Madrid,1970; José-Carlos Mainer: La edad de pla-ta (1902-1939). Ensayo de interpretaciónde un proceso cultural. Cátedra, Madrid,1981, y AA VV: Historia de España Me-néndez Pidal, dirigida por José María JoverZamora, tomo XXXIX. La Edad de Platade la cultura española (1898-1936), 2 vols.(1. Identidad, pensamiento y vida, hispani-dad [coordinación y prólogo de Pedro La-ín Entralgo], y 2. Letras, ciencia, arte, so-ciedad y culturas [coordinación y adver-tencia preliminar de Pedro LaínEntralgo]). Espasa-Calpe, Madrid, 1997.

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simplemente Cultura Política,conducente a borrar de la me-moria el más tenue poso deaquel asfixiante adoctrinamientopolítico franquista y donde seexplicaran –únicamente– los va-lores superiores de la Constitu-ción y las reglas elementales deljuego democrático. Nada tan pe-rentorio y, al mismo tiempo, tanfácil de hacer. Fernando Savater,Salvador Giner y Victoria Campshan demostrado una especialsensibilidad al respecto21, pero,con todo, su generoso esfuerzoresulta insuficiente a pesar de al-gunos estudios muy valiosos queempiezan a publicarse22. La pre-gunta fundamental que se plan-tean los especialistas en educa-ción es: “¿Qué es lo que ha deaprender hoy un ciudadano?”23.Después de 40 años de adoctri-namiento político y desinforma-ción puede resultar trivial en lahistoria de un pueblo semejanteinterrogante, si se tiene la sufi-ciente sensibilidad como paracomprender la imperiosa necesi-dad de redoblar el esfuerzo dehacer fructificar sobre semejanteerial una auténtica cultura cívica;pero si se carece de ese mínimode sensibilidad política y de vi-sión histórica y sólo interesa lapolítica del corto plazo, puedenpesar como una losa de plomoen la afirmación de un auténticoespíritu democrático. ¿Se ha pre-ocupado verdaderamente la de-mocracia por hacer lo contrariode lo propugnado por los ideó-logos de la dictadura como Pe-dro Sainz Rodríguez, es decir,respetar las conciencias, la liber-tad ajena, la libertad de todos y

enseñar su práctica y ejerciciocotidiano? Hay que volver a Ro-dolfo Llopis, a la herencia de laInstitución Libre de Enseñanza,al Estado educador, a la repúbli-ca transmisora y garante de lacultura y de la libertad para, apartir de ahí, construir una au-téntica cultura cívica capaz desobrevivir a cualquier convulsiónpolítica.

Éste es el auténtico fondo delasunto. No todos eran iguales en1936, de cuyos lodos vienen es-tos polvos. Resulta falaz decirque si hubieran triunfado losque perdieron habrían hecho lomismo. ¿Cómo puede aún sos-tenerse algo parecido para justi-ficar la represión franquista?¿Cómo puede decirse que todosfueron culpables por igual oigualmente criminales? Decir tales una trivialidad insultante, quehace por completo innecesariosestudios como el de FranciscoMorente, que, precisamente,traspasa la pura obviedad y esta-blece con todo rigor las perti-nencias científicas del asunto enla medida que es posible estable-cerlas.

3. Ciertamente, en la guerra ci-vil se enfrentaron dos concep-ciones del mundo24, pero noeran dos concepciones igual-mente totalitarias, como pasa-dos los años pretenden todavíahacer creer algunos historietó-grafos, propagandistas y libelis-tas con aspiraciones de historia-dores definitivos y esenciales,que no cejan en su voluntad deconfundir a las nuevas genera-ciones. Los vencedores sí tení-an ambición política totalitaria,ideología fascista y principiosmorales integristas; los perdedo-

res, con todas sus contradiccio-nes, errores y crímenes (quetambién los hubo, como ya re-sulta trivial tener que decir depuro obvio), defendían la con-cepción del mundo en la queactualmente vivimos y viven lospueblos más cultos, desarrolla-dos y privilegiados de la Tierracon todas sus deficiencias y mi-serias: la democrática.

Así pues, el estudio acometi-do por Francisco Morente se en-cuadra en el conjunto generaldel estudio científico, académi-co, de la represión franquista.Tema tabú por definición, no yadurante la propia dictadura, ce-losa como todas de ocultar laverdad, pues la verdad nos hacesiempre libres, y libertad y dic-tadura son términos incompati-bles, sino también durante latransición, por mor de no per-turbar el consenso alcanzado, in-dispensable y funcional desdeuna perspectiva política, pero ab-solutamente disfuncional desdela estrictamente científica.

Todavía, si bien cada vez másesporádicamente, resurge lacuestión de la guerra civil y delfranquismo con una clara vo-luntad intoxicadora. Se pretendeequivocar a la opinión pública ysuministrarle falsa informa-ción25, como que la sublevaciónera obligada por la situación rei-nante en el país. ¿Acaso el 23 defebrero de 1981, el nivel de paro,los crímenes de ETA, los escán-dalos financieros o guberna-mentales, o cualquier otro pro-blema real o supuesto habríande justificar una intervenciónmilitar? ¿Acaso puede afirmarse,y desde instancias intelectuales ymetodológicas no precisamentematerialistas, que la guerra civilfue inevitable, que estaba prede-terminada, con una mínima apo-yatura intelectual e histórica?¿Acaso puede decirse sin faltar a

la verdad y sin ruborizarse que elfranquismo salvó a España delcomunismo y la sacó del subde-sarrollo? ¿Hay que olvidar losprimeros 20 años de régimen(20 años que son ya los que lle-vamos de democracia), 20 añosde régimen de aislamiento yhambre, 20 años de extrema pe-nuria que empezaron a cesar trasromper el aislamiento al que elpropio régimen de Franco, y porsu obcecada voluntad, sometióa los españoles, importándolemás su sobrevivencia política queel bienestar material de su pue-blo? ¿Hay que olvidar o ignorarque el plan de estabilización de1959 –al que pudo llegarse trasvencer la resistencia numantinadel general Franco y del almi-rante Carrero– resultaba obliga-do dada la inflación incontenible(40% en 1957), el tremendo dé-ficit exterior y el agotamiento dela reserva de divisas, que poníanal Estado al borde de la quiebrapor el empecinamiento de la po-lítica autárquica defendida a ca-pa y espada por Franco y sus bri-llantes ideólogos? La realidad esque Franco no tenía alternativa ehizo lo que hizo única y exclusi-vamente forzado por las circuns-tancias, ya insoslayables, si que-ría mantenerse en el poder: loúnico que le importaba. Es elinicio de esta “apertura” forzadaal exterior, apadrinada y bende-cida por el Fondo Monetario In-ternacional y el Banco Interna-cional de Desarrollo, la que per-mitió a España incorporarse allibre mercado de “las corruptasdemocracias occidentales” (co-mo no se cansó de declarar Fran-co), por entonces sumidas en unciclo de crecimiento verdadera-mente espectacular, ciclo que to-dos los economistas considerande muy improbable repetición yal que, para nuestra fortuna, pu-do engancharse España.

Parémonos a reflexionar porun momento y pensemos quéno dirían los nostálgicos del ré-gimen anterior si hubieran teni-do que transcurrir 20 años derégimen democrático para so-brepasar el PIB o la renta per cá-pita o cualquier otro índice dedesarrollo y crecimiento alcan-

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24 Véase al respecto Manuel Tuñónde Lara: ‘Conflicto ideológico. Dos cos-movisiones enfrentadas en la guerra civil’,en Joan Anton y Miquel Caminal (coor-dinadores), Estudio preliminar de AntonioElorza: Pensamiento político en la Españacontemporánea (1800-1950), págs. 1043-1057. Teide, Barcelona, 1992, y su inno-vador estudio ‘Cultura y culturas. Ideolo-gías y actitudes mentales’, en Manuel Tuñón de Lara, Julio Aróstegui, Ángel Vi-ñas, Gabriel Cardona y Josep M. Bricall:La guerra civil española 50 años después,págs. 275-358. Labor, Barcelona, 1985.

25 Sobre este particular, es decir, lamanipulación demagógica de la guerra ci-vil, por una parte, y una pretendida satu-ración bibliográfica de la misma como ob-jeto de estudio, por otra, véase AlbertoReig Tapia: ‘Memoria viva y memoria ol-vidada de la guerra civil’, Sistema, 136,págs. 27-41. Madrid, enero 1997.

21 Pienso especialmente, dentro de suabundante obra sobre el particular, en loslibros de Fernando Savater Ética paraAmador (Ariel, Barcelona, 1991), Políticapara Amador (Ariel, Barcelona, 1992) y,muy recientemente, Ética, política, ciuda-danía (Grijalbo, México, 1998); SalvadorGiner, Carta sobre la democracia (Ariel,Barcelona, 1996), y Victoria Camps y Sal-vador Giner, Manual de civismo (Ariel,Barcelona, 1998).

22 Véase José María Rosales: Políticacívica. La experiencia de la ciudadanía en lademocracia liberal. Prefacio por José Ru-bio-Carracedo. CEC, Madrid, 1998.

23 Alejandro Mayordomo: El aprendi-zaje cívico. Ariel, Barcelona, 1998.

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zados en 1975. Así pues, el lla-mado “milagro económico espa-ñol”, falazmente atribuido aFranco, empezó a ser posiblecuando el régimen abandonó lospostulados ideológicos sobre losque erigió su victoria y justificóla sublevación y la guerra que si-guieron para volver al modeloeconómico de libre mercado delas “decadentes democracias oc-cidentales”, a cuya liquidaciónse aspiraba en alianza con los re-gímenes fascistas de Hitler yMussolini. ¿Sobre qué supuestosteóricos puede negarse la cate-gorización de totalitarismo o fas-cismo del régimen, teniendo encuenta que la famosa definiciónde Juan José Linz26, a la que tan-tos conceden un valor poco menos que axiomático, es de ca-rácter más sociológico que poli-tológico y referida a los años se-senta, cuando la propia esenciapolítica del totalitarismo es el te-rror27 y la represión, habiendosido el franquismo mil veces másterrorista y represor que el pro-pio régimen de Mussolini quedio nombre al fascismo? ¿Cómoconfundir al común hablándolede autoritarismo y paternalismoolvidando la esencia constitutivay consustancial del franquismo,que no fue otra que la muerte?Tan incorrecto es calificar todoel franquismo fascista como deautoritario. Si “todo lo que tienehistoria no puede ser definido”,¿cómo tan dilatado, acomodati-cio y personalísimo régimen habría de serlo?, ¿cómo podríaencajarse en una única concep-

tualización igualmente válida pa-ra todo el periodo? Tan absurdoe inexacto es calificar el régimenfranquista para el periodo de1936-1945 de “autoritario” co-mo sería hacerlo de “fascista” pa-ra los años 1965-1975. Pero siestablecemos una escala de tota-litarismo-autoritarismo, ¿puedecaber alguna duda de que elfranquismo español fue muchomás totalitario que el fascismoitaliano?

Conviene no olvidar –y el li-bro de Francisco Morente esuna aportación decisiva a esterespecto– que la represión fue elelemento definitorio y principaldel régimen28, que la culturapolítica del franquismo fue unacultura política de la sangre29,que hubo un pacto de sangre en-tre los vencedores que los venci-dos y los demócratas quisieronvoluntaria y generosamente ol-vidar para poder reconstruir Es-paña sobre bases más nobles ycivilizadas que las montañas decadáveres y valles de los caídossobre las que se erigió el fran-quismo. A veces se olvida que“amnistía política” no quiere de-cir “amnesia histórica”. Así queno hable nadie de resentimientoni de revancha. Nada de eso.Nunca jamás nada parecido.Historia, pura y simple historiaes lo que ofrece este ejemplar li-bro de Morente, admirable entodos los sentidos. No existía unestudio tan completo sobre elasunto. Apenas algunos estudiosparciales, y Francisco Morente,con el suyo, agota prácticamen-te la cuestión. En cualquier caso,da las claves metodológicas paraque otro u otros esforzados ar-

gonautas sigan la senda por élabierta y completen con sus in-vestigaciones el resto de provin-cias restantes, aunque creo, como él, que las estimacionesglobales variarán muy poco,pues la muestra está muy bienhecha y es lo suficientemente re-presentativa del conjunto nacio-nal como para considerar elcómputo total muy ajustado a larealidad.

4. Durante años se han estadoocultando las cifras reales de larepresión franquista y poniendotoda clase de trabas administra-tivas y burocráticas al estudiocientífico de la misma. Despuésde la mentira y la tergiversacióntenía que venir, al parecer, el si-lencio y el olvido en nombre dela democracia, en la que jamáscreyeron tantos que, ahora, hin-chan el pecho como si fueran de-mócratas desde la noche de lostiempos. No importa y nadie vaa reprocharles nada, pero que noquieran reescribir su pasado, bo-rrar la memoria histórica, acti-tud que, ejercitada desde el po-der del Estado, nos conduciría aauténticos infiernos sociales, co-mo el que nos mostró GeorgesOrwell en su célebre 198430. Porahí podrán pasar cuantos teóri-cos funcionalistas de la políticaquieran, siempre y cuando senieguen a hacerlo los historiado-res profesionales, cuya máximaresponsabilidad es la reconstruc-ción de la memoria histórica lomás fielmente que sea posible.

Este lamento por la desme-moria histórica no es denunciapro domo mea. No es exagera-ción retórica o exclusiva de es-pecialista que haya pasado desapercibida a intelectuales ypensadores de prestigio. Dice aeste respecto Emilio Lledó:“Basta mirar en torno para des-cubrir, día a día y bajo sutilesformas, esta creciente invitacióna la desmemoria”31.

Ha habido –y hay– pretendi-dos historiadores más dados aenumerar sus triviales compen-dios, como si se trataran de in-cunables, que a investigar de ver-dad y aportar algo realmente no-vedoso en medio de tanto papelimpreso absolutamente inútil,que siguen luchando patética-mente contra la propia historiaque pretenden cultivar califican-do impúdicamente sus libelos deestudios “definitivos” y “esencia-les”. Auténticos profesionales dela propaganda –como el citadoDe la Cierva– que afirmabantranquilamente que en Gernikano habían muerto ni siquierauna docena o que Franco apenasfusiló después de la guerra aunos 8.000 republicanos, lle-gando a conceder que, quizá, di-cha cifra pudiera rondar los12.000, como mucho.

La propaganda franquista lle-gó a decir, y no dejó de marti-llear los indefensos cerebros delos españoles con ello, que “lashordas marxistas” asesinaron acerca de 500.000 personas. Talcifra alcanza prácticamente elcoste demográfico total de laguerra en los dos campos (unos600.000) frente al mítico, peroirreal, millón de muertos que to-davía circula como cifra inamo-vible del coste humano de laguerra civil32. Las víctimas de la represión en zona republicanahan resultado al final, como he-mos dicho, unas 55.000, frenteal medio millón esgrimido, y los12.000 fusilados por el fran-quismo en la posguerra del alu-dido propagandista podrían al-canzar los 50.000 a partir de1939. Pero el volumen total

ALBERTO RE IG TAPIA

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30 George Orwell (Eric Blair): 1984,3ª edición. Destino, Barcelona, 1974.

31 Véase sobre este particular su inte-resantísimo estudio El surco del tiempo.Meditaciones sobre el mito platónico de la es-critura y la memoria, Crítica, Barcelona,

1992, donde afirma: “A nadie levementepreocupado por eso que se llaman ideas yque pretende ejercer el natural y estimu-lante sentido crítico puede haberle pasadodesapercibido lo que, como tratamientode la memoria, ha significado el vidrioso yesterilizado silencio que bañó una de lasrecientes contiendas bélicas. No es mal te-ma para sociólogos, comunicólogos y fi-lósofos el indagar las causas verdaderas deese inteligente bombardeo de desnoticias”(citas en pág. 13).

32 Una apretada síntesis sobre este par-ticular, en Alberto Reig Tapia: ‘El costehumano de la guerra civil’, en 60 años dela guerra civil española (El País, Domingo,núm. 561, 14 de julio de 1996, pág. 18).

28 Véanse, en concreto, las esclarece-doras consideraciones del autor dedicadasa esta cuestión, op. cit., págs. 177-186.

29 Sobre la esencia represiva del régi-men puede verse el reciente estudio deMichael Richards: A Time of Silence. CivilWar and the Culture of Represion in Fran-co’s Spain, 1936-1945. Cambridge Uni-versity Press, Cambridge, 1998. El estudiotiene su origen en una tesis doctoral diri-gida por Paul Preston y, aunque no ofre-ce una tipología de la violencia políticaen España, sí centra su atención en la ide-ología y las distintas formas de represión,particularmente la económica, entre 1936y 1945.

26 Juan José Linz: ‘An AuthoritarianRegime: The Case of Spain’, en ErikAllardt e Yrjo Littunen (comps.): Cleava-ges, ideologies and party Systems. Contribu-tions to Comparative Political Sociology,págs. 291-341. The Transactions of theWestermarck Society, Helsinki, 1964.Traducción española en Manuel Fraga,Juan Velarde y Salustiano del Campo(eds.): La España de los años setenta, t. III:El Estado y la política, págs. 1467-1531.Moneda y Crédito, Madrid, 1974, y enStanley G. Payne (ed.): Política y sociedaden la España del siglo XX, págs. 205-263.Akal, Madrid, 1978.

27 Véase al respecto el estudio de Han-nah Arendt: Los orígenes del totalitarismo (3vols.), 3. Totalitarismo, cap. 13. Alianza,Madrid, 1982. ‘Ideología y terror: unanueva forma de gobierno’, págs. 595-616.

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de la represión franquista, es de-cir, desde 1936 hasta 1975, deseguirse manteniendo la caden-cia numérica que van arrojandolos estudios sectoriales y territo-riales realizados hasta el día de lafecha, habría que situarlo en unahorquilla de 130.000/150.000víctimas del terror y de la repre-sión franquista, de acuerdo, co-mo digo, con los estudios y lasestimaciones más actualizadas yrecientes que hemos menciona-do. Del análisis de estos datosse deduce claramente que la Re-pública, es decir, la libertad y lademocracia, fue anegada en san-gre; que el franquismo se erigiósobre montañas de cadáveres. Y,por lo que respecta a la culturapolítica, la política educativa re-publicana fue brutalmente cer-cenada y sustituida por unaabrumadora propaganda políti-ca y un asfixiante y sistemáticoadoctrinamiento político.

El único camino posible yaceptable para desmontar la mi-tologización franquista, y conello la permanente tentación to-talitaria, caudillista, es la recu-peración de la memoria demo-crática; es la reconstrucción de lamemoria histórica a través delanálisis pormenorizado de lo querealmente fue, de lo que de ver-dad ocurrió, por muy perturba-dor de ánimos acomodaticiosque ello resulte (como que Fran-co murió en la cama y, aunqueconsiderablemente mermadas,aún disponía de no pocas basessociales de apoyo).

5. Podría pensarse que una in-vestigación sobre la depuracióndel Magisterio fuese sobre todoun libro de denuncia, y no es unlibro de denuncia de la repre-sión sufrida por el Magisterio,por más que sería absolutamen-te legítimo que lo fuera; no setrata de literatura, por más queel libro esté –como he dicho–muy bien escrito; no se trata delconsabido trabajo académicolleno de datos y de un tan altonivel de abstracción que habríaque ser la lechuza de la mismísi-ma Minerva para alcanzar unpoco de luz en medio de tanprofunda oscuridad conceptual.

No es nada de eso. FranciscoMorente combina adecuada-mente la información que po-see y su responsabilidad de es-critor, que debe, por encima detodas las cosas, comunicar con elsector de lectores más amplioposible sin aburrirle ni abru-marle con interminables casca-das de datos.

La contundencia de éstos, enresumidas cuentas, habla por símisma: 60.000 expedientes dedepuración entre 1936 y 1943,es decir, prácticamente todos losmaestros fueron depurados. ElMagisterio Nacional fue uncuerpo de la Administracióndignificado por la República y,en lógica correspondencia, laapabullante maquinaria represi-va franquista descargó toda suenorme potencialidad sobre losmaestros que, junto con profe-sores y catedráticos, constituíanel Frente Popular destacado delos “envenenadores del alma po-pular”, en expresiva afirmaciónde José María Pemán. Fueronsancionados entre 15.000 y16.000 de ellos. Unos 6.000fueron privados de sus puestosde trabajo definitivamente y lamitad aproximadamente, unos3.000, fueron suspendidos deempleo y sueldo durante ciertoperiodo de tiempo. Entre 5.000y 6.000 sufrieron traslado for-zoso y fueron inhabilitados parapuestos directivos. Unos 2.000más fueron específicamente san-cionados en este sentido y otros1.000 fueron expedientados dis-ciplinariamente o bien fueronforzados a jubilarse.

Pero no se trata de cuantificarsolamente, por más que seacuestión imprescindible paraacallar de una vez a los propa-gandistas del franquismo y susnaturales continuadores, sino deestablecer el marco científico in-soslayable que le permite al autorconcluir que las consecuenciasde esta sectaria persecución pro-dujeron unos efectos pernicio-sos para el conjunto de la ense-ñanza en España. No fue unadepuración meramente políticae ideológica, sino mental, sim-plemente profesional, contra lainteligencia, que descabezó la es-

pléndida labor educadora queiniciara la Institución Libre deEnseñanza y la Segunda Repú-blica afrontó con valentía y de-cisión.

Conviene insistir sobre estepunto porque, como digo, nofaltan franquistas o neofranquis-tas que defienden la lógica deque después de una guerra civilde alto voltaje ideológico se de-pure al enemigo político, comohabría ocurrido si el resultado dela guerra hubiera sido el contra-rio. El caso es que fue muchomás que una depuración políti-ca: fue un proceso inquisitorial.Se sancionó a maestras en vir-tud de la ideología del marido,por el hecho de no ir a misa, es-tar separadas o divorciadas, ha-berse casado por lo civil o perte-necer a la masonería o mostrarsentimientos regionalistas. Se de-puró incluso a maestros republi-canos que combatieron volunta-ria y valerosamente con el bandode los sublevados, pero que, alparecer, no redimieron así su indigno pasado docente repu-blicano. Se trataba pura y sim-plemente de laminar la obra política republicana en su tota-lidad; de no dejar piedra sobrepiedra del mayor esfuerzo mo-dernizador acometido en la Es-paña contemporánea. Y si no sedepuró más fue pura y simple-mente porque se habría colapsa-do el sistema de enseñanza porfalta de material humano…

Y todo ello –como digo– conla gravedad añadida de no dis-poner de personal de repuestoadecuado, es decir, profesional,abstracción hecha de la adscrip-ción ideológica que se da por sabido no podía ser otra que lanacional-católica. Del resultadonefasto de esta política, la dese-ducación sistemática por parte delnuevo Estado, burla burlando,nos ofreció un divertido, aun-

que contundente, testimonioAndrés Sopeña33. Ahora, Fran-cisco Morente, con el suyo, nosofrece el análisis sistemático detan perverso y dramático proce-so. Y lo hace con rigor académi-co, con absoluta objetividad ycon talento. Y ésa es la mejor res-puesta al olvido y a la desmemo-ria. Ése es el único camino, eldel rigor y el de la profesionali-dad, para la completa recupera-ción de la memoria histórica y laconsolidación de una cultura po-lítica democrática.

Ante estudios así nada po-drán hacer a largo plazo losabundantes propagandistas vo-cacionales y los periodistas his-torietógrafos que campean porel ruedo ibérico. Ya lo dijo Ma-nuel Azaña: “La escritura: luchade la inteligencia contra el tiem-po”34. n

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33 Andrés Sopeña Monselva: El floridopensil. Memoria de la escuela nacional-ca-tólica. Crítica, Barcelona, 1994.

34 Manuel Azaña: ‘Diario: 1911-192’,en Obras completas, vol. III, pág. 738.Compilación, disposición de los textos,prefacio general, prólogos y bibliografíade Juan Marichal. Oasis, México, 1967.

Alberto Reig Tapia es profesor titularde Ciencia Política en la UniversidadComplutense de Madrid.

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Nicole LorauxLa cité divisée. L’oubli dans la mémoire d’Athènes.Payot, París, 1997.

elenista de éxito y pensa-dora polémica, NicoleLoraux es internacional-

mente conocida por tres ensa-yos esenciales en la remodela-ción de la mirada hacia la anti-gua Grecia que se ha producidoen las últimas décadas: L’inven-tion d’Athènes (1981), Les en-fants d’Athéna (1981) y Les ex-périences de Tirésias (1989). Elhecho de que ningún editor sehaya arriesgado a traducir estasobras al castellano no ha impe-dido que sean regularmente ma-nejadas y, en muchos casos, ho-nestamente citadas por nuestrosespecialistas más destacados. Ellibro que aquí presentamos es,sin embargo, el que la autoraseñala como su “livre par exce-llence”, en un emotivo agrade-cimiento a los colaboradoresque han hecho posible su re-ciente publicación.

Fruto de 15 años de investi-gaciones bruscamente truncadaspor una grave enfermedad, Lacité divisée acoge tres textos iné-ditos y una serie de artículos pu-blicados –en versiones más bre-ves– durante la década de losochenta y los primerísimos no-venta. Tras un escueto prefacio,el conjunto se organiza en tresgrandes apartados: “La ciudaddivida: puntos de referencia”,“Bajo el signo de Eris y algunosde sus hijos” y “Políticas de la re-conciliación”, actuando el sub-capítulo “Una memoria al servi-cio del olvido” como breve con-clusión. Se trata, en definitiva,de un ensayo cuidadosamentetrabajado al que la autora no lle-

gó a dotar de las pautas soñadaspor todo lector. Pero ni la faltade una introducción elaborada,ni la elíptica prosa que caracte-riza la sugerente obra de N. Lo-raux, afectan al lúcido conteni-do de este libro-manifiesto. Ma-nifiesto en primer términometodológico que se inicia conuna exposición, tan esquemáticacomo penetrante, de los dos co-nocidos enfoques que dividen alos actuales estudiosos de la an-tigua Grecia: historiadores y an-tropólogos.

Y como parábola de esta di-vergencia, la descripción homé-rica del escudo de Aquiles en elque Hefesto, orfebre divino, hi-zo figurar dos animadas ciuda-des (Ilíada, XVIII, 478 sigs.).Una de ellas se muestra bajo lostumultuosos efectos de la gue-rra: frente al asedio de ejércitosextranjeros, los ciudadanos-gue-rreros despliegan una embosca-da que les conduce a un enfren-tamiento final con el enemigo.Ambos bandos se entregan a lalucha con similar ferocidad,viéndose igualmente obligadosa retirar numerosos cadáveresdel campo de batalla. Perfecta-mente apacible se muestra, porel contrario, la ciudad que ocu-pa la otra mitad del escudo di-señado para Aquiles. En ella des-tacan un alegre cortejo nupcialque las mujeres contemplan ma-ravilladas desde los umbrales desus casas y una segunda secuen-cia en la que los hombres, reu-nidos en el ágora, juzgan con se-renidad un caso de asesinato.

Dos ciudades, pues, o una so-la dividida entre el tiempo de losgrandes acontecimientos, de lasconmociones, y el tiempo depaz, en el que la vida cotidianatranscurre con regularidad. Una

representación doble de la polisque ilustra, como decía, dos mo-dernas opciones de exégesis, pe-ro que, ante todo, refleja la defi-nición doble de la ciudad quelos propios griegos formularon,como sugiriendo que no hay as-pecto de su organización políticaque ellos no analizaran antes quenosotros.

Por una parte tenemos la his-toria tradicional, interesada enlas acciones militares y las deci-siones políticas de los varones–de los ándres–, quienes activanla ciudad al protagonizar los de-bates políticos, combatir, firmaro anular tratados de paz. Esteenfoque analítico, para el que laciudad es ante todo un grupo dehombres asociados por unaconstitución, retoma, en defini-tiva, la perspectiva de los Padresde la Historia al prestar unaatención privilegiada a los he-chos militares y políticos en de-trimento de los aspectos religio-sos y sociales:

“Esta historia habla de constitucio-nes y de guerras y no sabe qué hacercon la vida silenciosa de las mujeres, delos extranjeros y de los esclavos. La ciu-dad narra sus érga (sus ‘actos’ en el sen-tido de hazañas militares). La ciudad senarra” (pág. 13).

La perspectiva antropológica,por su parte, reacia a incidir en eltranscurso de los acontecimien-tos, se fija en el tiempo repetiti-vo de las prácticas sociales. Untiempo estático en el que hasta lapropia actividad deviene puropensamiento. Desde dicha pers-pectiva, la “identidad” constitui-da por los varones se piensa, sesitúa, a sí misma concediendoun lugar a la “alteridad” consti-tuida por el ámbito divino o porel mundo femenino. Estos már-genes de la polis vienen a unirse

al centro de la misma en la me-dida en que se reconoce, porejemplo, que los varones no pue-den prescindir de las mujeres pa-ra conformar la ciudad por com-pleto. Pero, centrada en los valo-res edificantes del matrimonio ydel rito sacrificial –del que rena-cería una y otra vez lo político,igualitario e isomorfo como loes el reparto de las víctimas sa-crificiales entre la ciudadanía– laantropología inmoviliza el deve-nir de la polis. De forma todavíamás resumida –demasiado, sinduda, para dar cuenta de los su-tiles matices de la cuestión– po-dría decirse que a la ciudad laicay masculina de la historia tradi-cional respondió la antropologíacon la causa político-religiosa co-mo enseña, pero que esta co-rriente inaugurada por LouisGernet a principios de siglo ten-dió progresivamente a “enfriar”el objeto polis, es decir, a despo-seerlo de su dimensión histórica.

Tal es el debate –candentesobre todo en Francia y Esta-dos Unidos durante la últimadécada– con respecto al cual sesitúa la propuesta de N. Loraux.Un debate que bien pudiera re-sultar gratuito en ciertos círcu-los historiográficos de nuestroentorno unívocamente intere-sados por los aspectos político-administrativos en el sentidomás restringido del término.Círculos que han separado conesmero el ámbito religioso deunos acontecimientos históri-cos que los clásicos no dejaronde percibir como dependientesde la intervención divina. Cír-culos, eso sí, que fieles a los pos-tulados básicos del materialis-mo histórico, han dedicadocierta atención a la economíaantigua y al fenómeno de la es-

E N S A Y O

LOS PELIGROS DEL OLVIDO COMOESTRATEGIA POLÍTICA

ANA IRIARTE

H

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LOS PELIGROS DEL OLVIDO COMO ESTRATEGIA POLÍTICA

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clavitud del que ella depende,pero no han sentido la contra-dicción de ignorar la faceta fe-menina de aquel “nuevo sujetohistórico” explícitamente rei-vindicada por Marx y Engels.

Para estos historiadores im-permeables a la determinante di-mensión religiosa del mundoclásico, desatentos a las “menu-dencias” que conforman la rea-lidad cotidiana, reacios, en fin, aasumir la abstracta pero sencilladiferencia entre una historia eve-nemencial aplicada al mundo fe-menino y un análisis de aquelplanteamiento clásico de la di-ferencia sexual del que somosherederos directos, para estoshistoriadores –decía– los prole-gómenos de La cité divisée po-drían suponer la confirmaciónde que su camino era el correc-to. Pero hay lugares a los que esimposible acceder a través deatajos. Así, la crítica a la pers-pectiva antropológica formuladapor N. Loraux –lejos de resol-verse en el simple retorno a lacandente historia tradicional–postula “pensar como antropó-logo la ciudad de los historiado-res”. Lo que significa básica-mente confrontar la ciudad conlos acontecimientos que experi-menta en su devenir histórico,pero que niega en el discursoideológico que impone comodominante. Lo que significa, deforma todavía más concreta,confrontar la democracia ate-niense –tendente a sacrificar suhistoricidad en aras de un origennoble e inmemorial– con el con-flicto político por excelencia quepara los antiguos es la stásis, la“sedición” actualmente recono-cida como “guerra civil”.

Los antiguos griegos –los ate-nienses, más bien– concibieronlo político propiamente dichobajo el signo del consenso, de launidad sin cisuras de esa familiametafórica que es la propia polis;concepción que desencadenauna serie de estrategias tan sub-terráneas y precisas como la deobviar las connotaciones políti-cas de la traumática stásis, o lade ignorar el hecho de que la“guerra civil” es un estado posi-ble de la ciudad. Éstas son dos de

las principales operaciones deocultación que la historiadora N.Loraux desentraña, siendo engran medida los instrumentoslingüísticos y psicoanalíticos losque le permiten acceder a ele-mentos claves de “la instanciapensante y deseante” que paraun griego es la polis. Entre di-chos elementos, la importanciadel conflicto como lazo de uniónse erige en hilo conductor de Lacité divisée:

“A contracorriente de la construc-ción clásica de un paradigma de ciudaden la que Uno es el modelo, el escenariovolverá insistentemente a revelar, bajo laimpecable construcción, los contornosde un pensamiento que el discurso ofi-cial sobre la comunidad encubre y qui-zá inhibe: bajo la excomunicación de lastásis, la temida constatación de que laguerra civil es connatural a la ciudad,fundadora, incluso, de lo político en lamedida en que éste es, precisamente,común” (pág. 95).

Así, la especificidad democrá-tica griega se revisa situando enun primer término la problemá-tica del conflicto, al tiempoopuesto y afín a la definición delo político formulada por los an-tiguos. Una empresa revulsivapara la que resulta especialmen-te significativa la amnistía pro-clamada en Atenas a finales delsiglo V a. de J. C.

En el año 403 a. de J. C. losdemócratas –los hombres del Pi-reo– derrotan al ejército de losllamados treinta tiranos, el go-bierno oligárquico que duranteun año había sembrado el terroren la ciudad de Atenas. El odiosuscitado por la violencia de lostreinta parecía anunciar una re-vancha de similares característi-cas por parte de los nuevos ven-cedores. Sin embargo, los de-mócratas, reconociendo a susadversarios políticos antes comoconciudadanos que como ene-migos, se reconcilian con elloscomprometiéndose, mediantesolemne juramento, a “no re-cordar” las desgracias acaecidas(Andócides, Sobre los misterios,90). Con el fin de que la ciudadUna viva, el Juramento –hijo deEris, la Discordia– se imponecomo “acte de langage” paraanular esa “mémoire en acte”–esa cólera persistente señalada

como femenina y antipolítica enel imaginario griego– que impi-de la realización del terapéuticoduelo (págs. 145 sigs.).

El olvido, pues, como regladel juego democrático. La deci-sión de no recordar los malescausados por el adversario polí-tico como posible rasgo de esa“generosidad” que es “patrimo-nio” de quienes no viven “insta-lados en el rencor” –por para-frasear una soslayada respuestadel jefe del Ejecutivo al candi-dato electo de la oposición quele recordaba recientemente “lanecesidad de superar los añosdel rencor” (El País, 27 de sep-tiembre de 1998). Innegable es,en efecto, la actual funcionali-dad de ciertas claves de la politi-ké, y evidente la fidelidad conla que seguimos reflejando algu-nos de los desasosiegos de quie-nes la inventaron. Entre dichosdesasosiegos, la mirada atenta deN. Loraux capta las dificultadesintrínsecas a esa reconciliaciónen la que se enraíza la paz dura-dera señalando la desconfianzaque llegó a inspirar a los anti-guos uno de los más firmes cri-terios democráticos: el funcio-namiento de los tribunales dejusticia; el funcionamiento deunas instituciones destinadas, enprincipio, a solucionar conecuanimidad las desavenenciasentre individuos de ambos ban-dos, pero a las que considerabansusceptibles de reavivar los en-frentamientos que, una vez fre-nados, la polis deseaba, ante to-do, olvidar (págs. 41 sigs. y, so-bre todo, 237 sigs.). En laAtenas del 403 a. de J. C., la de-mocracia, bajo la consigna de“no recordar”, se pone al serviciode la continuidad de la ciudad, yen aras de tan elevado fin pierde“el propio contenido de su nom-bre”, de un nombre que remiteal “poder” del pueblo con lasconnotaciones de “victoria” im-plícitas en krátos. En efecto, enla Atenas clásica, la palabra de-mokratía evocaba peligrosamen-te el más temido de los sucesos:que se había producido la divi-sión de la ciudad en dos partes yque una de ellas se había im-puesto sobre la otra. En este sen-

tido, es muy significativo que,si ya en el siglo V a. de J. C. losdemócratas evitaron llamar porsu nombre al régimen que im-plantaron (págs. 66 sigs.), en elperiodo democrático del sigloIV a. de J. C. pólis se conviertaen el término más importantede los textos atenienses de teoríapolítica, eclipsando con su es-trellato a demokratía e incluso apoliteía (265 sigs.).

En este momento histórico sesituaría, en opinión de N. Lo-raux, el origen del topos perfecta-mente moderno de la ciudad in-divisible. Si Atenas se convirtióen el paradigma de Ciudad, en la“ciudad ideal”, no fue gracias a surégimen democrático, sino a labondad con la que éste se eclipsótras los requerimientos de la reu-nificación. La amnistía de finalesdel siglo V, referida aparente-mente al pasado más reciente,habría perseguido el objetivo másambicioso de olvidar institucio-nalmente que la división com-partida preside el propio origende lo político, “que le politiqueest conflit” (págs. 254 sigs.).

Aristóteles, entre otros pensa-dores de la época, bosqueja estaimagen de un sistema fundadoen el olvido cuando, al opinarque los demócratas ateniensesutilizaron sus pasadas desgraciasde la forma “más bella y política”(kállista kaì politikotata), sugiereque “la política es hacer como sino pasara nada. Como si nadahubiera pasado. Ni el conflicto,ni el asesinato, ni el rencor” (pág.155). Pero, como decía, la vozdel monárquico Aristóteles no esla única que elogia el triunfo de-mócrata. El carácter ejemplar eindiscutible de esta victoria esunánimemente subrayado porlos atenienses de todas las ten-dencias políticas del momento.Un consenso que N. Loraux per-cibe como “inquietante” y cuyosentido desentraña formulandola hipótesis de que quienes privi-legian la versión que otorga alpueblo una victoria rotunda nopretenderían sino cargar la polí-tica del démos con el sentimientode una responsabilidad aplastan-te: la del deber de clemencia(pág. 261).

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Despliegue de generosidadpor parte del vencedor en lugarde venganza represiva. Tal pare-ce ser, desde la perspectiva ate-niense, la manera ideal, la únicamanera eficaz, de acabar conuna guerra civil. Aunque extrañaa nuestra experiencia, o precisa-mente por ello, la idea resultatan atractiva que induce a refu-giarse en ella para concluir. Perola fidelidad al recorrido del tex-to que aquí nos inspira imponeuna última vuelta de tuerca re-ferida al lugar de la memoria eneste asunto de amnistías. Por-que la dificultad reside en sabersi el propósito del decreto oficialde olvidar consiste en extinguirtoda huella de un enfrenta-miento a muerte entre conciu-dadanos o si la amnistía se pro-pone más bien habilitar un es-pacio temporal para que puedarealizarse el eficaz proceso delduelo, de la terapia que es vitalpara los Estados como lo es pa-ra los individuos. Asociación es-ta última que, dicho sea de paso,se impone a partir del momentoen que, bajo la rúbrica de lo po-lítico, los griegos reflexionaroncon predilección sobre “la ana-logía entre la ciudad y el indivi-duo” (pág. 75).

Al menos dos consecuenciasindeseables podrían derivarse deltipo de amnistía susceptible deidentificarse –para empezar, eti-mológicamente– como decretode amnesia colectiva. La más te-rrible de ellas que, contra todaprevisión, la memoria de un de-terminado pueblo reaccione convirulencia y se niegue, precisa-mente, a olvidar los crímenes deguerra, a aceptarlos como pres-criptibles. Se trata del tipo dememoria que los griegos deno-minaron mênis, la “memoria-có-lera”, aliada temible del álastospénthos del “dolor inolvidable”que es siempre susceptible de re-conducir a una nueva guerra ci-vil (págs. 163 sigs.) El otro sín-toma –menos traumático paralos afectados– que podría seña-lar una manipulación de la me-moria colectiva se detectaría enel desplazamiento simbólico delos conflictos propios a paisajescolindantes. Así, el teatro trági-

co ateniense no puso en escenasino crímenes acaecidos en otraspóleis. Y ello desde que Atenas,incapaz de soportar el espectá-culo de su propio dolor, juzgaray castigara con una significativamulta al poeta que osó resucitarla humillante derrota que, en el494 a. de J. C., la polis había su-frido en Mileto (148 sigs.). Du-rante todo el periodo del augedemocrático, observar desde elgraderío del teatro la divisiónsangrienta de otras ciudades–como Tebas– o la derrota deotros imperios –como el persa–supuso para los atenienses lamás eficaz de las formas de ca-tarsis.

Una experiencia griega que,al igual que la precedente, tam-bién nos resultaría familiar si porcasualidad reconociéramos bajosu prisma nuestra moderna que-rencia a hurgar en la supuesta“memoria obstinada” con la queotros países afrontan las atroci-dades de sus pasados enfrenta-mientos civiles; países, por ejem-plo, cuya lengua oficial nos permite identificar como her-manos, pero de los que nos dis-tancia un inmenso y tranquili-zante Océano. En otras palabras,al olvidar lo que de nuevo huboque olvidar cuando la dictaduradejó de forzarnos a ello, se correel bochornoso riesgo de ir atosi-gando con un modelo de transi-ción que no adquiere inevitable-mente la categoría de ejemplarpor el hecho de habernos fun-cionado. Y ello en el supuestode que efectivamente funciona-ra, porque también cabe la posi-bilidad de que todavía no dis-pongamos de la perspectiva his-tórica necesaria para identificarcomo síntomas de una herida deguerra civil mal cicatrizada elgolpe, los ataques y los contraa-taques “terroristas” –en el senti-do etimológico del término– quesobrevivieron a nuestro granpacto de reconciliación. Bajo elprisma de la osadía teatral de losgriegos, quienes tuvimos que vertriunfar, en el brillante París delos setenta, la España negra delas películas de Arrabal podemosentender con una simpatía ajenaa las divergencias ideológicas la

indignación que movió haceunos meses al presidente de Chi-le a recordarnos el derecho sobe-rano que cada pueblo posee a lahora de marcar las pautas de supropio acercamiento a ese mo-delo de gobierno, ideal entre losposibles, que sigue siendo la de-mocracia*. Es decir, a la hora demarcar las pautas de un “duelo”–en el sentido freudiano del tér-mino– ante el que, por muchoque se agradezca la solidaridadexterna, se está irremediable-mente solo:

“Nosotros”, recalcó Eduardo Frei,“no damos lecciones de democracia anadie, pero al mismo tiempo pedimos yexigimos respeto a la transición chilena,que ha tenido la complejidad de todoslos procesos de transición. Sin embargo,hoy día avanzamos con fuerza y con de-cisión hacia el futuro, sin olvidar nues-tra historia, pero mirando al futuro” (ElPaís, 4 de febrero de 1998).

Deseable es, sin duda, paratodos los pueblos la amnistía no-amnésica, la que permite elabo-rar la Historia que no se arriesgaa hacer como si los focos de do-lor no hubieran existido, la quereconoce que, incluso en el con-texto de un mismo país, cadapueblo, como cada individuo,necesita un tempo diferente paraasimilar las heridas del pasado.Habilitar el espacio necesario pa-ra la memoria que evita el olvidotraumático sin estar al serviciodel violento rencor, para la me-moria que permite pactar con elpresente asimilando, que no en-cubriendo, los agujeros negrosdel pasado. Tal sigue siendo hoy

día el desafío. Tal es la noble am-bición que –más allá del “pre-cioso terreno de experimentos”que es la lejana historia de la de-mocracia ateniense– preside elanálisis consagrado por N. Lo-raux al olvido en la memoria deAtenas. Un anhelo cuyo eco sóloparece detectarse en voces siem-pre desoídas por nuestra trepi-dante actualidad política. n

ANA IR IARTE

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Ana Iriarte es profesora de HistoriaAntigua en la Universidad del País Vas-co. Autora de Las redes del enigma. Vo-ces femeninas en el pensamiento griego.

* Esta reseña se entregó a CLAVES DE

RAZÓN PRÁCTICA el 14 de octubre de1998, dos días antes de dictarse la orden dedetención contra el general Pinochet. Traseste requerimiento, el presidente de la coa-lición de centro izquierda que gobierna enChile ha expresado con mayor énfasis lademanda que citamos, al tiempo que losexiliados y víctimas del sanguinario golpede Estado de 1973 manifiestan, con similarfirmeza, su apremiante sed de justicia. Pro-yectándose en la fractura que escinde alpueblo chileno, Occidente y, en especial, lasociedad española, se polariza a favor y encontra de una intervención judicial que day dará mucho que pensar, pues elucida deforma inesperadamente estremecedora loselementos de ese conflicto subyacente a to-do proceso de reconciliación civil que pre-side las reflexiones aquí expuestas.

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Octubre 18, 1998.Desde la ventana de la habita-ción que ocupo, en el quinto pi-so del hotel Carrera, fue lanzadauna bazuka contra el Palacio dela Moneda, en un intento de ma-tar al caballero P., quien ha que-dado arrestado hace dos días enLondres, a petición del juez Bal-tasar Garzón, bajo acusación detorturas, secuestros, genocidio.El atentado fue en 1985, mecuenta el empleado de la recep-ción, y el caballero P. resultó ile-so porque el arma se disparó porla culata y la habitación se in-cendió.

Más tarde, una vez instalado ytras enviar la primera crónica pa-ra mi diario, subo a la azotea delhotel. Desde allí se filmaron unasimágenes muy conocidas delbombardeo a la Moneda, en sep-tiembre de 1973. El hotel es unedificio de 16 pisos que se alza enla plaza de la Constitución, a uncostado del Palacio de Gobierno.Algunos lo conocen porque aquítranscurren ciertas escenas de lapelícula Missing, de Costa-Ga-vras, aunque el rodaje se hizo fue-ra de Chile y el hotel fue recons-truido. A raíz del arresto del ca-ballero P., hay periodistas dediversos países. Algunos filmanjunto a la piscina. Son, me cuen-tan, del canal musical MTV y es-tán haciendo un documental so-bre un grupo de rock.

Paseo por el centro de Chile.La ciudad conserva su pulso ha-bitual. ¿Cómo es posible que lavida cotidiana no haya sido al-terada por el gran aconteci-miento? ¿Cómo es posible quela historia no trastorne costum-bres y rutinas, esa espuma de losdías que no cambia ni en los momentos en que la historiaestalla? Sabemos que es así, pero

sin embargo, inevitablemente,nos sorprendemos. A las tres dela tarde, algo sucede en paseoHuérfanos y en las calles peato-nales que alimentan esa arteriamadre: llegan los periódicos ves-pertinos. En Huérfanos y enAhumada, la tarde palpita en losquioscos y en los cajones de los lustrabotas. He aquí un pro-grama para hombres en el tradi-cional y machista centro de San-tiago: hacerse lustrar los zapatosmientras se lee el diario. El lugartiene un aire decadente y pormomentos sufro una confusióncronológico-geográfica. Creo es-tar en otro lado y en otra época.Quizá en la avenida de la Luz,bajo la plaza de Cataluña, en losaños cuarenta del siglo XX, o enla avenida de Mayo de BuenosAires, por la misma fecha, o en1955 en el Jirón de la Unión deLima. En realidad, no he estadoen ninguno de esos lugares enesas fechas.

Octubre 19, 1998.Feria del Libro en estación Ma-pocho, una antigua estación deferrocarril que aloja exposicio-nes. Mientras espero que abran,a las once de la mañana, paseopor las orillas del río que baña lacapital de Chile. El Mapocho,que nace en los Andes y muereen el Pacífico, es un río finito,de orillas barrosas y aguas desfa-llecientes.

–A veces, el Mopocho crece yse desborda. Es como los chile-nos, no hay que fiarse de ellos,porque tienen mucho más de loque muestran –me dice mi ami-go chileno Óscar.

Chile es el país de la modestiay la discreción. Basta oír hablara los chilenos, impregnarse deese tono dulce y bajo, bien dis-

tinto al habla de los gritones ar-gentinos o de los ruidosos brasi-leños, también distinto al caste-llano puro de bolivianos y co-lombianos. El Mapocho es el ríochileno por excelencia, pero todoChile vive alrededor de una na-turaleza de acuciosa brevedad.Chile, el país de la loca geografía,es tan estrecho que hay un lugardonde la vista humana abarca almismo tiempo el límite occi-dental, la costa, y el límite orien-tal, la cordillera de los Andes,pero es tan largo que si se lo ex-tendiera en Europa llegaría des-de Gibraltar a Laponia.

Escribo una crónica sobre elsacerdote Joan Alsina, miembrodel MIR, autor del Xile al cor,asesinado en septiembre de1973 por la policía política enun puente sobre el Mapocho.

—Cuando la dictadura, loscadáveres de los asesinados flo-taban en el Mapocho –recuerdaÓscar.

—El día que fui a la Feria delLibro, los puentes estaban aba-rrotados de santiaguinos que pa-seaban con los niños o con lapolola (novia) o simplemente leían los diarios al sol de la dul-císima primavera. ¿Qué, quiénrecordaba en este domingo de1998 lo sucedido en 1973? To-do y nada, todos y nadie. En laferia se expone la industria edi-torial chilena en todo su esplen-dor: muchos libros chilenos, sibien las editoriales más fuertesen el mercado son filiales de ca-sas españolas. Hay escritores chi-lenos jovencísimos, jóvenes y notan jóvenes, que conozco aúnmal y que proponen temas ale-jados de la historia chilena delúltimo cuarto de siglo. Tambiénhay reediciones de narradoreschilenos que han alimentado mi

vida: Manuel Rojas; CarlosDroguett, del que se traerán suscenizas, depositadas en Suizadesde su muerte en 1992; JoséDonoso… Dos grandes poetasvivos de Chile, país tocado porla varita mágica de la poesía, quele regaló al mundo dos poetasganadores del premio Nobel,Gabriela Mistral y Pablo Neru-da, pero que pudieron ser tres sicontamos a Vicente Huido-bro… o a algunos otros, dosgrandes poetas vivos compare-cen en la feria ante multitudes:Gonzalo Rojas y Nicanor Parra.

En los pasillos de la feria, entremiles de libros, abundan los títu-los sobre el caballero P., pese a que en los últimos años se dijoque “hablar de esas cosas es demal gusto”, no ya entre los escri-tores jóvenes sino de cualquieredad. Para Hernán Valdés, conquien coincidí en el exilio enBarcelona hace ahora algo másde veinte años, y que tiene entrelas novedades la primera reedi-ción chilena de Tejas verdes, suseco e inolvidable testimonio so-bre un campo de concentración(Laia, 1974), la sociedad chilenaestá “ocupada con su presente ycon su futuro, con sus alianzastácticas o estratégicas, con sus ne-gocios, con su reconquistada nor-malidad. La reconciliación es unarealidad, por lo menos para losreconciliados económicamen-te…”. Bien, he aquí que ciertodía de 1998 el mundo le recordóa Chile de manera abrupta que elcaballero P. es un tema del queaún hay que hablar.

Octubre 22, 1998.Siete y veinte de la tarde. Mu-chos chilenos ya abandonaron elcentro, la luz se adelgaza y hacetraslúcidos los colores, los diarios

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P O L Í T I C A

PASEO HUÉRFANOSDiario de Chile sin Pinochet

ÁLVARO ABÓS

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vespertinos proclaman: “Marga-ret Thatcher pide la libertadde…”, un hombre y una mujerse sientan en la plaza de la Cons-titución y miran en silencio haciael caserón pardo y hosco cuya si-lueta oscurecida por el humo delasalto es ya un icono de la histo-ria del siglo. Ellos no hablan. Só-lo miran hacia el Palacio de laMoneda y lloran sin palabras.¿Quiénes son? ¿Qué están ha-ciendo? ¿En qué piensan?

Unos chicos y chicas de 15años filman un vídeo con la Mo-neda como fondo. Es un trabajopráctico para el profesor de his-toria. El que juega –pero comotodo juego es muy serio– a ser elpresentador del documental, conel fondo de la casa de Gobierno,recita con el empaque de un pro-fesional el texto que han redac-tado entre todos: “En 1973, ungolpe de Estado militar tomó elpoder en Chile…”.

Regreso al hotel. El porterome intimida con su vistoso uni-forme, largo, casi hasta el suelo,color gris perla, con botones yalamares y gorra de plato. Cadavez que entro y salgo del hotelen mis correrías por Santiagopara entrevistar a políticos e in-telectuales me pregunto: ¿aquién me recuerda? Entoncescaigo en la cuenta. ¡Al huevón lodisfrazaron con el uniforme delujo del caballero P.!

A lo largo de este diario, heusado deliberadamente la expre-sión “caballero P.” como provo-cación contra el lector. Es un in-tento para reconstruir las fór-mulas verbales de la prensachilena. No hablan del ex dicta-dor Augusto Pinochet, ni del extirano Augusto Pinochet, nimucho menos del chacal, o delasesino, ni otros epítetos. Tam-poco usan –sólo empezarían ahacerlo muchos días después–un mero y aséptico Augusto Pi-nochet, sino que invariable-mente emplean la fórmula: “Elsenador vitalicio Augusto Pino-chet”, o bien “el general en reti-ro Augusto Pinochet Ugarte”.

Noviembre 25, 1998.Fue necesario que los lores dicta-ran hoy su fallo, estableciendoque el caballero P. no tiene in-munidad como antiguo jefe deEstado; fue necesario que elmundo entero lo dijera, a saber,la Cámara de los Lores, las Na-ciones Unidas, la Unión Euro-pea, el juez Garzón y, sobre todo,la prensa internacional, ¡laCNN!: que el mundo enteroproclamara que Pinochet es unode los peores criminales del sigloXX para que la prensa chilenacomenzara a llamarlo “ex dicta-dor”, o Augusto Pinochet a secas.¿Es secundario el tema o es cru-cial? El sentido de época se basaen el sentido que los medios ad-judican a hechos y personas, loque con frecuencia se convierteen etiqueta, en calificativo, en tí-tulo antepuesto al nombre de ca-da persona. Así por ejemplo, ellector que lea este texto posarásus ojos sobre los renglones ennegrita que lo siguen, y se ente-rará de que su autor es el escritory periodista argentino Álvaro

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Augusto Pinochet

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Abós. La legibilidad es un requi-sito que todos los medios, gráfi-cos o audiovisuales, del mundoexigen a sus colaboradores. Y lalegibilidad exige que a cada nom-bre se anteponga un rótulo, o secontinúe con una precisión bio-gráfica, un título, una señal deidentidad. Sin ir más lejos, unlector europeo o suramericano,pero no chileno, no demasiadoinformado sobre lo que sucedeen Chile ahora mismo, cuandoPinochet fue detenido, no en-tendería una información sobrelo que pasa en Chile en la que semencionara a personajes comoRicardo Lagos, Andrés Zaldívaro Gladys Marín. La legibilidadpermite comprender, pero almismo tiempo dificulta la com-prensión. Si de Gladys Marín só-lo sabemos que es secretaria ge-neral del PC de Chile, no sabe-mos que ella es la mujer de undesaparecido, o que fue dirigen-te juvenil en la época del presi-dente Salvador Allende, o la pri-mera chilena que entabló unaquerella contra Augusto Pino-chet. ¿Cuál de todas estas etique-tas es la más importante? ¿Porqué recortar una sola de ellas?¿Acaso al seleccionar un perfilposible entre muchos no estaría-mos ya dando prioridad a unpunto de vista? Si así fuera, ellenguaje falsamente objetivo delos medios y la “información pu-ra” estarían escondiendo una for-ma de totalitarismo informativo.

Noviembre 25, 1998 (más tarde).Dicen los periódicos que ayer,en un lugar de la costa medite-rránea, cerca de Marsella, se en-contró la pulsera que llevaba elpiloto Antoine de Saint-Exu-péry cuando su avión cayó (¿enel mar?) en 1944. También sehabrían encontrado partes delavión. Saint-Exupéry es un de-saparecido, como los fusiladosde La Serena, condenados porun consejo de guerra, y cuyoshuesos se están desenterrandohoy en el cementerio de La Se-rena, en cuya fosa común yacie-ron durante 25 años. Los de-senterradores cavan y cavanmientras el mundo y Chile tie-

nen los ojos puestos en lo quesucede en la Cámara de los Lo-res de Londres.

Voy a la librería francesa acomprar algo de Saint-Exupéry.“Lo esencial es invisible a losojos”, leo. ¿Qué es lo esencial deChile? ¿Cuál es el secreto de estepaís y de lo que ha pasado? Nolo sé, pero al menos he aprendi-do algo. La historia, a veces, pa-sa a nuestro lado y si no la afe-rramos se escapa como la mujerque pudo cambiar nuestra vida ydejamos ir, ¿por miedo?, ¿por pe-reza?, ¿por qué no supimos resis-tir la dentellada de la duda?

Noviembre 25, 1998 (aún más tarde).Eric Hobswater estaba desayu-nando a las ocho de la mañanaen el bar del piso 16 del hotelCarrera. Esa mañana daba unaconferencia en Santiago. Mien-tras tanto, leía atentamente ElMercurio. Esperé a que termina-ra su módica colación y meacerqué a saludarlo. ¿De qué po-demos hablar un día como éste?Está personalmente concernidopor la situación que liga a doscapitales del mundo: Santiago yLondres.

–Pensar que cuando mi her-mana emigró a Chile, en 1939,ella salió de Londres en un bar-co y llegó a Valparaíso tres se-manas después. Yo salí de Lon-dres y estaba en Santiago en 15horas.

–Pero, ¿qué hemos ganado,además de un poco de tiempo?

–Mucho y nada. Éste ha sidoel siglo de los mayores dolores.Se han asesinado a 200 millonesde hombres, mujeres y niños enguerras, represiones, hambrunasy otras agresiones. Pero tambiénhemos vivido cambios y adelan-tos inconcebibles.

A las once de la mañana, enun salón del antiguo Congresode la Nación, en Santiago, EricHobswater interrumpió su con-ferencia sobre el siglo XX, estemiércoles 25 de noviembre de1998, e invitó a la concurrenciaque colmaba el salón a mirar latransmisión televisiva desdeLondres. A su lado estaban LuisCorvalán, secretario general del

Partido Comunista; Carlos Al-tamirano, secretario general delPartido Socialista; JacquesChonchol, ministro de Agricul-tura; Hortensia Bussi de Allen-de, primera dama… en 1973.Hobswater, luego de saludarse yfelicitarse con sus acompañan-tes, reanudó la conferencia. ¿Lahistoria sólo sucede en el pasa-do, está sucediendo ahora, su-cederá mañana o no sucediónunca?

Noviembre 28, 1998.Mi cuarto está tapizado de pe-riódicos, recortes, papel impre-so. Para evitar que me devore es-ta floración gráfica he dispuestoese material sobre los muebles,en el suelo, pinchado en las pa-redes de manera que mi mayorpreocupación es que las camare-ras, cuando entran a limpiar, noalteren el frágil equilibrio y metraspapelen aquella hoja queluego se me antojará indispen-sable. Cada día, a la mañana y ala tarde, nuevos papeles impre-sos entran en esta ciudadela con-vertida en guarida del grafóma-no. Y sí: en estos papelitos estála solución del misterio. Laprensa refleja el alma de la na-ción, lo mejor y lo peor de ella.La prensa de Chile es como elpaís, humilde, pudorosa, con-servadora y a veces medrosa, singrandes vuelos intelectuales, sinínfulas, sin empaque culto, perorica para quien sabe leerla. Pre-domina la entrevista, ese génerode la invisibilidad. Quienes ha-cen, hablan, quienes mandan,hablan, y el periodista recoge,transcribe. La crónica en laprensa chilena tiene poca inter-pretación, poco vuelo. Es casimateria bruta. Sin embargo, pa-ra el ojo atento, los diarios deChile, al menos la decena largaque se publica en Santiago,brindan un tesoro de informa-ción social, económica, históri-ca, cultural. Hay también algu-nas excelentes colaboraciones deescritores chilenos. Un colegalocal me señala que no hace mu-cho dejaron de publicarse undiario y un semanario de iz-quierdas. ¿Cerraron justo cuan-do más necesarios eran para

romper la uniformidad ideoló-gica y poner el grano de sal deuna prensa crítica?

Noviembre 29, 1998.Por la mañana, en el bar del últi-mo piso del hotel, los enviadosespeciales preparamos nuestra jor-nada como comandantes en jefeque aprestan sus tropas para unabatalla. Los enviados especialessomos paracaidistas de la prensa.No tenemos tiempo para ensayaruna lenta aproximación al tema.Sólo nos es dado sobrevolar elcampo y apostar al instinto, con-fiar en nuestro olfato. En pocosminutos, quizá en segundos, de-bemos elegir en qué lugar arro-jarnos. Su conocimiento anteriordel lugar que visitamos puede noservirnos de nada. Nuestra mi-sión es construir grandes síntesis,reducciones abruptas. El perio-dista es un compresor que debeembutir un proceso históricocomplejo y a veces contradictorio,cuyo sentido es enigmático paralos contemporáneos, en una pá-gina, en un párrafo, en una línea. El enviado especiales como la prensa: esquemática,caprichosa, reduccionista. Sinembargo, detrás de esos signosofensiva y brutalmente empobre-cedores puede haber una lecturarica, comprensiva, de la realidad.Dos ejemplos de reporteros quehicieron con palabras una foto-grafía clara de la historia borrosa:John Reed (Diez días que conmo-vieron al mundo) y Curzio Mala-parte (La piel).

Noviembre 30, 1998.Un elefante caminando por unacalle (pasa el circo) con el fondodel mar. Ésta será la imagen quetendré siempre de La Serena, laciudad situada a unas horas deSantiago. Al norte se abre el de-sierto de Atacama. El mar es he-lado, el sol quema y la arquitec-tura mezcla los restos de la colo-nia y los restos de los terremotos.En el cementerio civil, envueltoen una bolsa de plástico negra,como las de la basura, están loshuesos del profesor de música ydirector de la orquesta juvenil deLa Serena, Jorge Peña Hen, y lasde otros fusilados en 1973, du-

PASEO HUÉRFANOS

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rante el raid represivo a través dedistintas guarniciones militaresque se llamó “la caravana de lamuerte”.

Diciembre 1, 1998.Ecos del pasado 25 de noviem-bre: “¡La concha de tu madre!”,le aullaron al oído a una perio-dista española en la FundaciónPinochet, la mañana en la que sesuspendió la vida para ver latransmisión televisiva del fallode los lores, pero en Santiago fueun partido vivido en las gradas,¿o en la cancha? La jornada tuvoun sello deportivo porque elmundo se futbolizó. Chile 3, Pi-nochet 2, titulé yo mi crónica y eldiario llevó esa idea al titular deprimera plana: sobre el fondo de una bandera de Chile y apro-vechando que la impresión juegacon los colores rojo, azul y blan-co se leía: “Gana Chile, pierdePinochet”. La historia es un par-tido de fútbol con ganadores yperdedores. El mundo y Chilees un campo de juego en el cualcompiten los momios de Pino-chet cuyo símbolo es esa réplicadel tirano que lleva su mismonombre y apellido (Augusto Pi-nochet, hijo), por un lado, y, porotro, los deudos de los desapare-cidos y asesinados, que hace 25años claman venganza y sepul-tura para los muertos insomnes.

Los rivales: Pinochet y Gar-zón, o bien sus partidarios a ul-tranza. Pero ese esquematismoes contrario a la razón, a pesar deque yo, como todos quienes he-mos escrito sobre el tema, tam-bién me apresuro a decir: “Mealegré cuando lo detuvieron”(salvo, por supuesto, los que seentristecieron o se enojaron).Diálogo entre un periodista y unchileno antipinochetista: “¿Us-ted se alegró por la detención?”.“Sí, me alegré”, contesta el chi-leno con cara de velorio. La pre-sión de los estereotipos es tangrande que es muy difícil con-testar: sí, me alegré; sí, me causóangustia; sí, me fui a llorar a unrincón. ¿Algo de esto habrépuesto en mis crónicas del día adía? Quizá no, porque tuvo quepasar cierto tiempo para enten-der lo que me estaba pasando.

Entonces, ¿para qué sirve el tes-tigo? Entonces, ¿para qué sirve elperiodista si su sumisión a la re-alidad le impide ver la realidad?Saint-Exupéry, el desaparecidoque quiere reaparecer como los muertos sin sepultura de LaSerena, Saint-Exupéry, que a bor-do de su pequeña cáscara denuez, de su avión postal, sobre-voló esta ciudad de Santiago queahora miro desde mi ventana (pe-ro la luz es la misma), lo escribióen un libro que ha tenido la ma-la suerte de convertirse en lecturasacralizada por la escuela: lo esen-cial es invisible a los ojos o, dichocon otras palabras, el único órga-no visual es el corazón.

Diciembre 2, 1998.Mariana y Lucho son los dos hi-jos de mi amigo Óscar, chilenoque estuvo exiliado en Alemaniay que a su regreso reconstruyósu vida y la de su familia. Ahoraes comerciante y su negocio deropa deportiva es próspero. Sushijos estudian en la Universidadde Chile y el pasado militante deÓscar, como el de tantos cuaren-tones y cincuentones que en elmundo han sido y son, es un re-flejo, el recuerdo de unas ilusio-nes. Óscar habla con ecuanimi-dad de lo pasado, a pesar de quesu vida es un muñón de aquellasheridas, el tono es triste pero se-reno. Se alegró con la detenciónde Pinochet –sí, él también–, sepreocupó, dejó fluir la melanco-lía. “Como casi todos, tengociertas zonas de la ciudad porlas que no puedo pasar. No pue-do ir al Estadio Nacional, porejemplo, porque no he podidosuperar ese recuerdo, tuve ami-gos, gente cercana que fueronasesinados allí. Por otro lado, elfantasma del aislamiento inter-nacional de Chile, miserable-mente explotado por la derechamilitar y civil, no es una ideaabstracta. La continuidad deldesarrollo económico de Chileestá ligada a las inversiones ex-tranjeras, a la trama internacio-nal. La aceptación de esas con-diciones puede ser vista comouna capitulación”.

En efecto, el modelo chileno,basado en el modelo español,

con la diferencia de que Francobajó a la tumba y Pinochet estávivo y se sienta en el Senado, hasido aceptado por la mayoría dela sociedad. La dictadura dejó3.400.000 pobres, con una ren-ta mensual de 60 dólares, y 2millones de indigentes con unarenta mensual de 30 dólares. Entotal 5.400.000 o el 41% de lapoblación de la época. Desde1990, los Gobiernos de PatricioAylwin y de Eduardo Frei redu-jeron la cantidad de pobres al25%. Pero si bien el 10% de loschilenos se queda con el 46%de la renta nacional, sólo el 3%del electorado votó al PartidoComunista, el único que de-nuncia con crudeza esta situa-ción y la enfrenta frontalmente,por lo que este partido ni si-quiera tiene representación par-lamentaria.

Cuando desde fuera de Chilese considera lo sucedido, sueleolvidarse lo que decidieron, loque eligieron en su conjunto los14 millones de chilenos, nosguste o no. A esos chilenos decarne y hueso se los posterga poruna entelequia, se sacrifica a esaspersonas en la geometría de unteorema moral. ¿Qué es más im-portante? ¿El castigo del caba-llero P. como avance en la con-ciencia hacia la eliminación dela impunidad del poder, comoinicio de una nueva era de ma-yor equidad, o la vida concretade unos hombres y mujeres?¿Vale la pena que hombres ymujeres de hoy se sacrifiquen enbeneficio de hombres y mujeresde mañana? Vieja cuestión sobrela que el mundo se interrogadesde siempre.

Se dirá: pero una cosa y laotra no son incompatibles. Por otra parte, la actuación dejueces no chilenos ha operadocomo una cirugía mayor sobrela carne gangrenada de la políti-ca chilena. Así como los mediosde comunicación del país, sal-vadas ciertas excepciones, sóloabandonaron la sumisión verbalal tirano cuando quedó clara laopinión del mundo y de la épo-ca, la prisión del caballero P. enEuropa ha conseguido instalaren la agenda política la revisión

de la democracia imperfecta, loque no había podido hacer el ar-co antipinochetista. Y sin em-bargo…

Y sin embargo, las razonesabstractas que podrían multipli-carse no impiden el malestar di-fuso que crece dentro de mí. Só-lo en Chile entendí lo que sig-nifica para un país, lo mismoque para una persona, estar en elbanquillo de los acusados, en lajaula del mono que los científi-cos estudian como un “caso”.¿No era que el sacrificio de unpaís entero, o de una generacióna un esquema ideológico, signi-ficaba una mentalidad totalita-ria, desconocedora del otro e ig-norante de los dolores que cau-sa queriendo hacer el bien a losdemás? Los tiranos que en elmundo han sido querían hacerel bien aplicando recetas al en-fermo. Quienes de buena fe creen en la ejemplaridad del ca-so Pinochet dirán que es absurdoeste criterio porque, finalmen-te, se beneficia del episodio elpropio Chile. El argumento hasido infinitamente repetido entantos artículos de opinión pu-blicados en la prensa mundialque sólo se me ocurre citar a al-guien que no argumenta conpalabras sino con imágenes. ElRoto, en una de sus geniales vi-ñetas, dibuja al presidente Freidiciendo: “Pero ustedes no tu-vieron a un juez Garzón quecondenara a Franco”. Y un es-pañol de boina le responde:“¡Ojalá lo hubiéramos tenido!”.

Otros entraron a Chile comoelefantes en bazar. Un ingenieroespañol que vive en Chile hacecuatro años publicó en el diarioLas últimas noticias una carta enla que dice: “… en este tiempohe conocido internamente estepueblo lleno de resabios y de ira(…) en una u otra forma tratande menoscabar la relevancia deEspaña por un asunto en el cualnuestro país está dando una cla-se magistral de esa justicia queustedes dicen tener y no se apre-cia (…) nuestro carácter es másbizarro y firme que el de todasestas naciones que descubrimosy conquistamos cruzando elcharco (…) hace 500 años”. El

ÁLVARO ABÓS

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brulote es tan burdo que algu-nos lo sospechan prefabricado.¿Provocación?

Diciembre 9, 1998.La ironía de esta historia, pun-tualiza un gran periodista deAmérica Latina, Clovis Rossi, de la Folha de S. Paulo, es queAugusto Pinochet será el agentepara revisar la transición que éllegó a Chile. Además de los ele-fantes en el bazar, hubo los queconvirtieron una situación com-pleja en un esquema abstractoy las expectativas y dolores delos chilenos de carne y hueso enuna partida de buenos contramalos.

–Chile no es eso –se queja elestoico Óscar–, no es un dueloentre momios y deudos de losmártires. Es algo más que eso, oalgo menos que eso, en cualquiercaso es una pesadilla distinta.Ningún país puede quedar con-gelado en el tiempo, convivien-do con sus propios fantasmas.

–Lo que hace el mundo –ledigo–, ¿no es romper una situa-ción estancada? Al fin y al ca-bo, él (Pinochet) no estaba pes-cando truchas en un arroyo delos Andes, sino que ocupaba unpapel central en el país, la Cons-titución está hecha a su medida.

–Es verdad, pero la repentinapasión benefactora del mundohacia nuestros desvaríos noscausa escozor y sentimientos en-contrados, sobre todo cuandointuimos que esconde designios,expectativas e intereses propios–responde Óscar–. Chile es unconejillo de Indias (nunca mejorempleada la expresión).

Diciembre 9, 1998 (más tarde).Leído hoy en un periódico deChile: “Desde que estalló el ca-so Pinochet aumentó el númerode pacientes en los consultoriospsiquiátricos públicos y priva-dos del país”.

Voy con otros periodistas acomprar prensa extranjera en elquiosco de Huérfanos y Ahuma-da. Un chileno, al vernos, pre-gunta de qué país somos y, al sa-berlo, protesta: “En España nosestán sacando la piel a tiras”.

–En todo caso –le digo a Ós-car–, ¿qué importan esos remil-gos? ¿Acaso Dios no escribe de-recho sobre renglones torcidos?

–Esa hermosa frase evangéli-ca puede transformarse en otramuy cercana: cualquier medioes bueno si el fin es bueno.

Diciembre 10, 1998.Es una paradoja que en un paíscomo Chile, donde no faltan losanalistas políticos, la mejor de-finición de la crisis la haya for-mulado un poeta surrealista, elpsicomago Alejandro Jodo-rowsky: es tan traumática la de-tención del caballero P. para loschilenos porque significa la pér-dida del padre. Justamente enun país en cuya capital el cora-zón urbano se llama paseoHuérfanos.

Diciembre 11, 1998.Desde el último piso del hotelCarrera debo asomarme y mi-rar hacia mi derecha para divisarel caserón pardo que es la sededel poder. Pero no tengo quemover el cuello ni un centíme-tro para divisar, justamente en-frente, el rascacielos del Bancode Santander, presidido por elemblema de la institución, esaespecie de antorcha estilizadaque compite por lo menos envisibilidad con el Cristo blancoque antes presidía la ciudad des-de el Cerro Santa Lucía. A cier-ta hora de la mañana, un heli-cóptero desciende y se posa co-mo un pájaro ceremonial en loalto del building bancario. Di-cen que trae al director general.Éste es el Chile donde Españatiene invertidos 7.000 millonesde dólares. ¿Se puede no asociarel neointervencionismo progre-sista de la justicia española al pa-ternalismo democrático y justi-ciero ejercido por el padre ricoque no sólo alimenta al hijodándole bienes y trabajo, sinoque le imparte lecciones decomportamiento y lo zarandeapor sus desatinos pasados y ac-tuales? Que los reaccionarios ha-yan usado y abusado mezquina-mente del veneno nacionalistapara enardecer a la sociedad chi-lena y procurar la recuperación

del tirano, no elimina la sensa-ción penosa que sufren los chi-lenos, incluidos sinceros lucha-dores contra la dictadura.

Sólo aquellos chilenos que so-portan el terrible peso de no ha-ber recobrado ni siquiera los res-tos de sus seres queridos vivie-ron la crisis Pinochet como puravindicta. Los demás, más allá desus expresiones públicas, no pu-dieron evitar la humillación.Otra cosa son las miradas de loseuropeos o latinoamericanosprogresistas que odian al caba-llero P. y que a toda costa qui-sieron o bien magnificar la reac-ción cavernícola de la derechachilena, inflando la dimensiónde los ataques contra personaso bienes españoles, para asíacentuar el contraste y precons-truir una situación maniquea, obien magnificar el carácter deepifanía liberadora de la deten-ción del caballero P. En todo ca-so, tanto los intereses políticoscomprometidos con situacionesinternas de países como Espa-ña, tanto los rescoldos ideológi-cos y posos insepultos en lasconciencias de líderes o mediá-ticos o ciudadanos comunes nochilenos, todos ellos buscaronleer en Chile representacionesde la lucha entre el bien y elmal.

Cuando llegué a Chile ese es-quema mental me dominaba.Durante el tiempo en el quepermanecí en Chile, fue cre-ciendo en mí la incomodidadpor el linchamiento moral de unpaís. A medida que la situaciónchilena me poseía, a medida quecumplía el mandato de Saint-Exupéry de entender con el co-razón, fui rechazando ese uni-verso blanco-negro, porque sen-tía que chocaba contra laaprehensión de la realidad. En-tonces, las preguntas me acucia-ron. Por ejemplo:

¿Para qué sirve la prensa siparte de prejuicios y apriorismos,tales como: la derecha chilena escafre, España es Garzón, los chi-lenos repudian a Pinochet, loschilenos aman a Pinochet, etcé-tera? Este tipo de razonamientoniega la inteligencia que es la ca-pacidad para pensar dos ideas di-

ferentes, y a veces opuestas, almismo tiempo.

¿Para qué sirve la prensa sifuerza la escenificación de losacontecimientos eliminandolos matices, las zonas grises, lassutilezas, y los suplanta por es-tereotipos? Por ejemplo, el si-lencio y la reserva de la inmen-sa mayoría de los chilenos el25 de noviembre de 1998,¿qué significado tenían? Lamultiplicidad de interpretacio-nes posibles de ese hecho abríaenigmas en lugar de cerrarlos.

Confío estas divagaciones aun colega italiano, veterano en-viado especial por toda la Amé-rica Latina, a la que conoce co-mo la palma de su mano:

–No te preocupes –me dice–,dentro de muy poco, en menosde lo que tardamos no ya en es-cribirlo sino en contarlo con unwhisky en la mano, todo estoserá olvidado por los chilenos ypor el mundo. Habremos sidotestigos de un instante imper-ceptible. Lo único que importaes que el diario nos pague lacuenta del whisky. n

PASEO HUÉRFANOS

80 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 93

Álvaro Abós es escritor y periodistaargentino.

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1.n Las relaciones del hombre con Dios mehan parecido siempre mucho másimportantes e interesantes que lasrelaciones de los hombres entre sí.Ainsi soit-il, Así sea.

n Para mí, ser amado no es nada, es serpreferido lo que deseo.Correspondencia Gide-Valéry.

n Los burgueses honrados nocomprenden que se pueda ser honrado de otra manera que la suya.n Lo propio del amor es que está obligadoa crecer, so pena de disminuir.Los monederos falsos.

n Liberarse es lo de menos: lo difícil es serlibre.

n No se puede a la vez ser sincero yparecerlo.El inmoralista.

n ¡Familias, os odio! Hogares protegidos;puertas cerradas con llave; celosasposesiones de la felicidad.

n En verdad te lo digo, Nathanael: cadadeseo me ha enriquecido más que laposesión siempre falsa del objeto mismode mi deseo.

n La melancolía no es más que fervordecaído.n No creas que tu verdad pueda serencontrada por algún otro.

n No distingas a Dios de la felicidad ycoloca toda tu felicidad en el instante.

n El sabio es el que se asombra de todo.

n Todo conocimiento que no ha sidoprecedido por una sensación me es inútil.Los alimentos terrenales.

n Cuando deje de indignarme habréempezado a ser viejo.Nouveaux Prétextes, Nuevos pretextos.

n El apetito de saber nace de la duda.Deja de creer e instrúyete.n Ahora sé saborear la quieta eternidad enel instante.Los nuevos alimentos.

n Odio la muchedumbre.Prétextes, Pretextos.

n El mal no está nunca en el amor.La sinfonía pastoral.

n Todo está dicho ya; pero como nadieescucha, hay que volver a empezarconstantemente.Traité du Narcisse, Tratado del Narciso.

2.n Cada día paso por una serie deentusiasmos en los que creo tener ya en mismanos todas las victorias y de desánimos enlos que me veo como el más necioversificador y el ambicioso más fatuo.

18 de febrero de 1889.

n Qué obra se podría escribir sobre esehastío del alma que siente la primaverainvadirla y el amor, ese amor desesperanteen su fastidiosa banalidad, rodearla portodas partes. ¡Qué envilecimiento para lamente, caer al nivel de todos losburgueses enamorados, de todos losdonjuanes sentimentales y tocadores deguitarra!30 de mayo de 1889.

n Me inquieta no saber quién voy a ser; nisiquiera sé quién quiero ser; pero sé muybien que hay que elegir (…). Siento milposibilidades en mí; pero no puedoresignarme a no querer ser sino uno solo.Y me asusto, a cada momento, a cadapalabra que escribo, a cada gesto quehago, de pensar que es un rasgo más,imborrable, de mi figura, el que se fija.4 de enero de 1892.

n Que más tarde, un joven de mi edad yde mi valor se sienta emocionado alleerme y rehecho como yo me siento aún alos 30 años al leer los Souvenirs d’égotismede Stendhal: no tengo otra ambición.10 de octubre de 1902.

n “No basta serlo; necesito que se me sepafeliz”. Mientras pienses eso, no serás feliztodavía.8 de agosto de 1905.

n Cuando me oigo hablar, tengo ganas de

Si Gide ha sido –según la célebre definición de Malraux–nuestro “contemporáneo capital”, se debe a que encarnólas contradicciones del siglo. Tuvo siempre la valentía depregonar sus opiniones, aunque le perjudicaran. Fue cre-yente (Numquid et tu?); retrató con sarcasmo a católicos(Los sótanos del Vaticano) y protestantes (La sinfonía pas-toral); finalmente, perdió la fe. Gran burgués –vivió todala vida de renta– adoptó el ideal comunista, pero suporeconocer que se había equivocado (Regreso de la URSS).Hombre de vastísima cultura, fundador de la NouvelleRevue Française –la revista, y luego editorial (Gallimard),más influyente de Francia–, buscaba también sensaciones

en estado bruto (Los alimentos terrenales), que halló sobretodo en África (Amyntas), lo que no le impidió denunciarel colonialismo (Viaje al Congo). Vivió un gran amor: suprima, con la que se casó, pero no consumó el matrimo-nio; fue principalmente homosexual e hizo la apología dela pederastia (Corydon); tuvo una hija ilegítima… Suopus magna es seguramente el Diario, del que se publicaahora, por primera vez, una edición española (ed. Alba).Son las confesiones de un hombre del que Jean Prévostdecía: “¿Cómo competir en sinceridad con André Gide?Nosotros no tenemos más que una; él tiene doce”.

Introducción, selección y traducción de Laura Freixas.

C A S A D E C I T A S

ANDRÉ GIDE (1869-1951)

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hacerme trapense.24 de enero de 1912.

n El orgullo y el aburrimiento son los dosmás auténticos productos del infierno. Lohe hecho todo para defenderme contra ellosy no siempre he conseguido mantenerlos adistancia. Son los dos grandes resortes delromanticismo. Es siempre más fácil ceder aellos que vencerlos.12 de mayo de 1927.

n Hay muy pocas cosas, verdaderamente,a las que estoy apegado. Sólo que no sécómo deshacerme decentemente de lasdemás; y a veces es sencillamente paradejarlas por lo que me voy de viaje.23 de diciembre de 1931.

n La carne, menos exigente con la edad,deja, puede ser, el espíritu libre. Se juzgaesas cosas más sanamente; pero tambiénmás injustamente a aquellos que estándominados por los sentidos. Ese dominio,cuando uno mismo ha escapado a él, dejauno de comprenderlo, y por tanto, deadmitirlo en los demás.20 de enero de 1932.

n De entre los que os odian porque osconocen, y los que os odian porque no osconocen, nos preguntamos, Roger y yo,cuáles son preferibles.

n Intentar, uno, no amar y no odiar sinocon pleno conocimiento de causa.

n De lo que más se sufre es de ser odiadopor algunos a los que se ama, quedeberían amarnos, que nos amarían, sólocon que aceptaran conocernos.

n Ciertos jóvenes se declaran nuestrosenemigos sin preocuparse lo más mínimode saber si no amamos quizá lo que ellosaman y lo buscamos con ellos. ¿Por qué noaceptan que podamos contemplar nuestrosescritos pasados con la misma mirada queellos; que, sin renegar de nuestra obra deayer, podamos considerarla sin indulgencia?(…) Al rechazarnos, se empobrecen y setraicionan. Qué refuerzos encontrarían, porel contrario, si consintieran en reconocercomo pertenecientes a su propio bando atodos aquellos que, aun formando parte delpasado, se oponen a él. Pues es absurdopretender condenar, en nombre del futuro,todo el pasado; no reconocer aquí, comoen todas partes, una filiación, unacontinuidad, y que el espíritu que lesanima, más o menos oprimido, nunca hadejado de existir (…). La vista de esosjóvenes odiadores de hoy me parecelimitada. Nada envejecerá más deprisa que

su modernismo; sólo apoyándose en elpasado puede el presente tomar impulsohacia el futuro.

5 de marzo de 1932.

n Nunca he envidiado el éxito de unAnatole France, de un Barrès; la gloriapóstuma de Baudelaire, de Keats, deNietzsche, de Leopardi, es ésa la que quería,la única que me parecía verdaderamentebella y digna de envidia. Hay algo demalentendido en toda aclamación popular(al menos mientras el pueblo siga siendo loque todavía es), algo corrupto, que noquiero dejar que me satisfaga.19 de septiembre de 1934.

n Siento hoy, gravemente, penosamente, esainferioridad –la de no haber tenido nuncaque ganarme el pan, no haber trabajadonunca entre privaciones–. Pero he tenidosiempre un amor tan grande al trabajo quesin duda ello no hubiera ensombrecido mifelicidad. No es, pues, eso lo que quierodecir. Pero vendrá un tiempo en que esoserá considerado una carencia. Hay en elloalgo que ni la más rica imaginación puedesuplir, una especie de instrucción profundaque nada, en adelante, podrá nuncasustituir. Vendrá un tiempo en que elburgués se sentirá en estado de inferioridadante un simple trabajador. Ese tiempo hallegado ya para algunos.8 de octubre de 1935.

n En desacuerdo con su tiempo –es eso loque da al artista su razón de ser–. Es poreso por lo que no termino de aceptar queno tenga otro valor representativo que elde reflejo. Lleva la contraria; inicia. Y estambién por eso por lo que confrecuencia no es comprendido alprincipio sino por unos pocos.6 de julio de 1937.

n La ciencia, es verdad, no progresa sinosustituyendo en todas partes el por quépor el cómo; pero, por más alejado queesté, queda siempre un punto en el queambos interrogantes se reúnen y seconfunden.8 de junio de 1942.

n ¿He conocido alguna vez una sucesióntan larga e ininterrumpida de díashermosos? Algunas mañanas son tangloriosamente puras que no sabe uno quéhacer con ellas. Decorado para elflorecimiento de la felicidad. ¿Cómoresponder a semejante envite? Querríauno inventar un Dios, tanta es la

adoración que le llena el corazón. ¿Puedeser que, con un tiempo como éste, hayahombres, donde sea, que se maten unos aotros? Todo pensamiento que no estécargado de amor parece impío.28 de octubre de 1942.

n Valéry, Proust, Suarès, Claudel y yomismo, por diferentes que fuéramos unosde otros, si busco en qué se nosreconocerá, sin embargo, comopertenecientes a la misma época, e iba adecir: al mismo equipo, creo que es pornuestro gran desdén hacia la actualidad(…). Yo escribía: “Llamo periodismo atodo lo que interesará mañana menos quehoy”. De modo que nada me parece másabsurdo y a la vez más justificado que esereproche que se me hace hoy de no habersabido nunca comprometerme. ¡Pardiez! Yes justamente por donde difieren más denosotros los líderes de la nuevageneración, que aprecian una obra segúnsu eficacia inmediata. Es igualmente a unéxito inmediato a lo que aspiran;mientras que nosotros encontrábamosmuy natural ser desconocidos,inapreciados y desdeñados hasta pasadoslos 45 años. Apostábamos por laduración, preocupados únicamente porformar una obra duradera, como las queadmirábamos, sobre las cuales el tiempohace poca mella y que aspiran a resultartan conmovedoras y tan actuales mañanacomo hoy.

n Con todo, cuando fue necesario dartestimonio, no temí en absolutocomprometerme; y Sartre lo reconocíacon una buena fe perfecta. Pero niSouvenirs de Cour d’Assises (No juzguéis) nila campaña contra las Grandes compañíasconcesionarias del Congo ni el Regreso de laUnión Soviética tienen casi ningunarelación con la literatura.Diario, 19 de enero de 1948.

ANDRÉ GIDE (1869-1951)

82 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 93

Laura Freixas es escritora y crítica literaria. Autorade Entre amigas.