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    por ellos, se mostraron capaces de reaccionar, volverse contraellos mismos y, sin retroceder un pice aunque rectificando sudiscurso y convicciones incluso, supieron estar a la altura delas circunstancias. El periodista y escritor Curzio Malapartees uno de estos casos. Si Kaputt(1944), la novela que le cata-pult a la fama y en la que narraba lo ocurrido en el frenteruso, mostr su visin de la guerra, fue en La Piel (1949)donde este novelista cobra la entidad que, como escritor,hoy le concedemos de ser uno de los clsicos de referenciade la europeidad pues nadie como l muestra la necesidad derecomponer conceptualmente la civilizacin europea en sushoras ms bajas. Como la desarbolada Grecia de nuestrosdas, la Italia devastada de hace medio siglo cuestionaba ens misma no solo la contienda que hizo de ella un territoriodevastado como el resto del continente, sino la propia lgicade un modo de dejarse llevar por la Historia que haba hechode los Estados europeos enemigos irreconciliables durantesiglos4. La nueva Europa comenzaba a cobrar forma, as, desdesus ms bajos orgenes.

    LA PIEL,DE CURZIO MALAPARTE

    FERNANDOBENITOMARTN

    N U E S T R O S C L S I C O S

    De la vergenza de ganar una guerra

    Curzio MALAPARTE (1944): La piel. Traduccin de M.Bosch Barret. Madrid, El Pas, 2003, 422 pp.

    Hay en Europa pueblos aparentemente estigmatizadospor la historia y la naturaleza, y entre ellos los napolitanosocupan un lugar primordial. Roberto Saviano, al comienzode Gomorra, avisa: El puerto de Npoles es una herida1. Yluego se tira de cabeza al golfo de Npoles para desvelarnos losentresijos econmicos de una regin controlada por la mayororganizacin criminal del mundo, la Camorra. Cinco dcadas

    antes, justamente cuando segn el periodista italiano se origi-na el mecanismo que actualmente hace de la zona el epicentrode la falsificacin textil y uno de los mejores ejemplos a escalamundial de que las leyes que rigen el capitalismo y las de latica se repelen2, Curzio Malaparte ya haba descendido a loshorrores de un pueblo erigido en perfecto microcosmos delos desastres de una guerra que acababa de abrir en canal atodo un continente. La Europa que conocemos y hasta de laque hoy, en ocasiones, quizs incluso dudamos, la Europa quevio la luz hace poco ms de medio siglo, no se construyimpunemente. Nada que surja de entre las cenizas puedevanagloriarse del todo de ello. Tan innecesaria para otras

    cosas sin embargo, la guerra result fatalmente esencialpara la construccin de la nueva Europa. Con gran raznha escrito Vila-Matas que

    La literatura, por mucho que nos apasione negarla,permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que lamirada contempornea, cada da ms inmoral, pre-tende deslizarse con la ms absoluta indiferencia3.

    Por otra parte, los momentos decisivos y crucia-les de la Historia paren figuras extremadamente excep-cionales y valiosas, y no solo en aquellos que supierondesde el principio cul era su lugar ante el acontecer his-trico, sino, sobre todo, en aquellos otros que, situadosen un lado de los acontecimientos y sentidos arrollados

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    utilizar como bandera, antes de enterrarlo, el fino cuerpo deun hombre muerto atropellado por los tanques. La imagensimboliza, en definitiva, lo que a travs de las pginas de lanovela el autor reitera una y otra vez: la existencia tras la gue-rra de una situacin que lo justifica todo en el hombre para

    sobrevivir, para salvar la piel. La piel que es, al fin y al cabo,su nica bandera y su verdadera patria. Desde esta posicin,sus reproches a la prostitucin de las mujeres italianas o a laventa de chiquillos por hambre, los hace desde el mximorespeto humano pero con todo el dolor que le produce loque contempla, un dolor que muchas veces impregna amar-go, pestilente incluso, lo que escribe. Tras decir a uno delos generales estadounidenses que el hambre, en Europa,puede comprarse con un objeto cualquiera, y cuando aquelle pregunte que qu entenda l por comprar el hambre,Malaparte le responder: Pretendo decir por comprar elhambre que los soldados americanos se imaginan comprar

    las mujeres y no compran ms que su hambre. Creen com-prar el amor, y compran un trozo de hambre9. Probable-mente sea este rasgo el ms sealado de su obra. Del todoajeno a la utilizacin de eufemismos, debemos a Malapartehaber contribuido como otros escritores a que lo que viopermanezca en la retina de quienes no lo conocieron, auncuando se trate de algo desagradable. Si duele a los ojos deun lector medio siglo despus, qu no hubo de suponer aquienes lo vivieron en directo en aquellos momentos:

    Y, no obstante, cuanto aquellos magnficos soldados toca-ban en el acto se corrompa. Los infelices habitantes delos pases liberados apenas estrechaban la mano de sus

    liberadores, comenzaban a mustiarse, a apestar. Bastabaque un soldado aliado se inclinase en su jeep para sonrera una mujer, o acariciarle fugazmente el rostro, para queesta mujer conservada hasta aquel momento digna y pura,se convirtiese en una prostituta. Bastaba que un chiquillose metiese en la boca un caramelo ofrecido por un soldadoamericano, para que su alma inocente se corrompiese10.

    Sus agudezas punzantes (los americanos se levan-tan temprano, pero se despiertan tarde)11 se intercalan ycombinan con sus lricas descripciones, por ejemplo, de lospaisajes marinos napolitanos. Desde esta perspectiva, pocosautores han descrito tan elegantemente como l los paisajes

    de la Italia mediterrnea, esas costas latinas saludadas por laluz de un sol mitolgico y primigenio, y esas aguas del marenostrumque desdicen as al presocrtico al llegar una y otravez intactas en su brillante espuma ante las tierras latinas.Pocos como l han sabido describir tanta luz reflejada enellas. Aunque igualmente, preciso es sealarlo, nadie como lha narrado, yendo ya hacia el interior, la desgarradora oscu-ridad de los momentos posteriores a la guerra cuando lasbotas del vencedor pisan la playa, y la arena, y la sangre y lacarne de los vencidos, de los derrotados de uno y otro bandoque, desde siempre, son los hombres y mujeres de cualquierpas en guerra. Esta mirada afilada es, al fin y al cabo, lo

    que justifica y explica el alegato final del autor, sopesandovictoria y derrota, defendiendo un esteticismo tico y moral

    Por otro lado, as como en Kaputtla guerra no era sinoun personaje secundario, el paisaje objetivo del libro5, enLa piel, sin embargo, la guerra es mucho ms que eso. En estaobra el existencialismo se insina desde su primera lnea hastala ltima, del mismo modo que tal vez se insine tambin en las

    pginas finales del libro la posterior conversin al cristianismodel propio Malaparte, un autor entre cuyas paradojas estuvola de apoyar al fascismo en su juventud para despus criticarlohasta pasar por la crcel y el exilio. Pero sobre todo, y esa es larazn por la que Curzio Malaparte aparece en estas pginascomo uno de los clsicos del europesmo, lo que se prefigura enLa pieles, como se ha sealado, ante todo, el paisaje despus de labatalla, el fuego de cuyas cenizas la Europa de nuestros das verla luz de nuevo con una configuracin, aparentemente al menos,distinta de la que histricamente haba presentado. No en vano,consciente sin duda alguna del momento catrtico en el que seencontraban los europeos, l mismo haba escrito en 1943 que

    prefera Esta Europa kaputt a la Europa de ayer y a la de haceveinte o treinta aos. Es mucho mejor que est todo por hacer, atener que aceptarlo como era cual inevitable herencia6.

    Quizs por eso mismo La pieles una novela que se iniciacon la peste asolando Npoles y que concluye con la repentinacalma del Vesubio tras una devastadora erupcin. A lo largode sus cuatrocientas pginas, como si de un Truman Capotea la europea se tratara, nadie escapa a la acidez de su miradacrtica y lacerante; si bien, lejos del cinismo irnico del ame-ricano, este italiano destila la irona del que no logra evitarcuanto ocurre a su alrededor, de aquel que se muestra incapazde frenar el torrente desbordante de hambre y dolor con quela guerra arrastra a los vencidos. Desde ese punto de vista, elautor desnuda la victoria hasta sus ms ntimos y humillantessecretos. Tras unos primeros captulos que impresionan al(so)portar un desgarro que presagia una ardua lectura, Mala-parte va desgajando la decadencia moral de un pas vencidoque recorre el victorioso ejrcito americano. A modo de cice-rone, Malaparte conduce al lector por el Npoles que sufrelos desastres blicos y sus consecuencias, mostrndonos a suspobladores y sus miserias. Y desde el sur se dirige, junto a lascolumnas de militares hacia Roma, ciudad en la que decidenentrar por la antigua Via Apia, camino a travs del cual entra-

    ban los csares a la vuelta de sus campaas victoriosas a suregreso a la ciudad eterna y acerca de cuya historia y desarrolloMary Beard escribi hace unos aos una esplndida monogra-fa7. En la relacin de Malaparte, sin embargo, lejos de desfilarlos prisioneros tras el carro del general vencedor, es el puebloitaliano el que ve pasar a los oficiales y soldados americanos.Lejos de recordar aquellos paseos triunfales, esta llegada aRoma parece evocar ms bien la famosa cita de Karl Marxsobre la repeticin de la historia en forma de comedia8, aunquelas pginas de Malaparte en absoluto inducen a la risa.

    Ser a la entrada de Roma donde se produzca el inci-dente que permite a Malaparte aludir al ttulo de la nove-

    la, cuando relate la escena a la que asistiese aos antes, en1941, junto al ro Dnister, al ver a un grupo de judos

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    pintura, sus formas arquitectnicas, el barroco especialmen-te, aflora entre sus pginas como la hierba entre las ruinas.Tambin se encuentra entre los ingredientes de su escriturala existencia de escenas de alto valor sentimental, como elreconocimiento de fe de su amigo estadounidense Jack cuan-

    do asisten a la erupcin del Vesubio; son estas unas escenascon las que Malaparte toca, acaricia verdaderamente en estoscasos, el corazn de los lectores. Y como tcnica, en un parde ocasiones echa mano de los flashbacks que el cine tanto hapopularizado, pero que en novela resultaban en la poca msnovedosos, incluyendo historias del pasado (la guerra dentrode la guerra) y volviendo de nuevo al presente. Por ltimo, enesta relacin de elementos que contribuyen a explicar partedel xito de La piel, es preciso sealar que en algunos momen-tos de la narracin, incluso, se percibe algo pico, una picaespecial difcil de definir, en parte procedente de la mezcla dela guerra con los desastres naturales15que contribuye a una

    narracin no exenta de tintes apocalpticos: dantescos desdeuna perspectiva literaria, pero moralmente cristianos en granmedida16. Sin embargo, cuando a comienzos del siglo XXIleemos en Gomorra, del mencionado Saviano, que el obispode Nola se ha referido al sur de Italia como el vertederoilegal de la Italia rica e industrializada17algo parece indicar-nos que, ms prosaico que el apocalipsis, el devenir histricoparece empeado en sostener a Npoles en pie por algnoculto, enigmtico designio cuyo significado se nos escapa,pero que a todos se nos hace difcil de entender.

    Jams, en tantos siglos de miseria y de esclavitud, se habanvisto en Npoles cosas semejantes. Siempre, en Npoles se

    haba vendido de todo, pero nunca chiquillos. En Npolesse haba hecho comercio de todo, pero jams de los chiqui-llos. En Npoles no se haban vendido nunca chiquillospor las calles. En Npoles los chiquillos eran sagrados. Sonla nica cosa sagrada que puede haber en Npoles. El pue-blo napolitano es un pueblo generoso, el ms humano detodos los pueblos de la Tierra, el nico pueblo de la Tierraque aun la familia ms pobre, entre sus chiquillos, sus diez,sus doce chiquillos, cra un hurfano recogido en el Ospe-dale delgo Innocenti; y era entre todos el ms sagrado, elmejor vestido, el mejor alimentado, porque era il figlio dellaMadonnay trae fortuna a los dems chiquillos. Se podadecir todo de los napolitanos, todo, pero no que vendiesen

    a sus chiquillos por las calles.Y ahora, en la plazuela de la Cappella Vecchia, en el cora-zn de Npoles, al pie de los nobles palacios de Monte diDio, del Chiatamone, de la Piazza dei Martiri, al lado dela Sinagoga, los soldados marroques iban a comprar pormuy poco dinero los chiquillos napolitanos18.

    Fueron necesarias dos guerras para que algunos euro-peos se dieran cuenta de que la poltica del continente tenaforzosamente que virar. Apenas si la primera sirvi parapoco ms que saber cundo un herido con el vientre abier-to no llegara al hospital y aferrarse a ello frente a soldadosnovatos: Lo nico de que debemos preocuparnos es de que

    no sufra, dir Malaparte recordando lo aprendido enton-ces. De existir, que no lo s, unos muertos ms gratuitos que

    desde el que resurgir como pueblo. Se trata de una idea que ldestrip de un modo subversivo, hasta el punto de que tras lapublicacin de La pielse le prohibi la entrada en los EstadosUnidos, y que no constituye, en cierto modo, sino un resu-men de la propia vida y la obra de Malaparte.

    El hombre es una cosa innoble. No hay espectculo mstriste, ms repugnante que un hombre, que un pueblo ensu triunfo. Pero un hombre, un pueblo vencido, humilla-do, reducido a un montn de carne podrida, hay algo msbello, ms noble en el mundo?

    A un pas vencido en la guerra se puede acercar uno dediversos modos. El neorrealismo lo hizo con respeto por lasruinas de Pompeya (recordemos a la Bergman de Rosssellini enTe querr siempre, o en Strmboli, tierra de Diosque, por otra parte,tan agobiantemente recuerda a la novela La piel) y Malaparte,consciente de que solo si remueven a fondo las conciencias losdesastres de la guerra habrn servido para algo, arremete con

    toda la fuerza de su pluma contra el Npoles emergido de laderrota del fascismo, crisol en definitiva de toda Italia, de toda laEuropa, incluso, que an se hallaba arrodillada tras la guerra.

    En su lenguaje estn presentes literalmente laslenguas de Europa y el ingls de Amrica. Los dilogos endos idiomas son frecuentes como forma de dejar hablar a lospersonajes estadounidenses. El lirismo de delicadas metfo-ras se entremezcla con la crudeza de palabras que no evitannunca la realidad. La irona magistral, como en las pginasdedicadas a Mrs. Flat en el captulo La cena del generalCork, dota a su estilo de un elemento caracterstico. Des-

    tacan tambin sus perfectas descripciones de los rostrosde sus personajes; su mordaz sentido del humor, cruel enocasiones, otras irreverente y rabelaisiano; la frivolidad demuchas de las conversaciones llevadas a cabo en un Npolesarrasado en el que un grupo de privilegiados (entre ellos y deun modo especial aquellos homosexuales venidos del restode Europa por cierto esnobismo y afiliacin a la ideologacomunista, y hacia los que el autor se muestra especialmentecrtico) sobreviven mientras a su alrededor todo agoniza y lasclases aristocrticas se sumergen definitivamente en la grietaabierta a los pies de la Historia, como ocurriera tambin poraquellos aos en Alemania. Y l, el autor y personaje a un

    tiempo, callado y observando cual incgnita Gioconda12

    .Pero junto a estos rasgos ms narrativos, Malaparte

    fue pionero en un modo de ensayar que otorg a sus novelasuna originalidad contundente y de referencia por los ele-mentos con que trabajaba, a caballo entre el periodismo y ladenuncia intelectual. As, llama la atencin en muchos casosla lucidez de sus reflexiones, tan ajena a la tradicional crnicaperiodstica de la poca, mucho ms descriptiva. Vanse, enesta lnea, las inteligentes reflexiones sobre la libertad queabren la novela y que luego salpican sus pginas13. Evidente-mente, resulta esencial su refinada erudicin, que se mues-tra en numerosos pasajes, como por ejemplo la descripcin

    extremadamente pictrica de la espaola Consuelo Carac-ciolo14. En realidad, toda la literatura europea, su arte y su

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    NOTAS1 Roberto SAVIANO, Gomorra. Barcelona, Debolsillo,

    2010, p. 16.2 La lgica vena de lejos. De los vendedores ambu-

    lantes napolitanos que, despus de la Segunda Guerra Mun-dial, haban invadido medio mundo recorriendo kilmetros

    cargados de bolsas llenas hasta los topes de calcetines, cami-sas y chaquetas. Aplicando a una escala muchsimo mayorsu antigua experiencia mercantil, los vendedores ambulan-tes se convirtieron en v erdaderos agentes comerciales capa-ces de vender en c ualquier sitio: desde los mercadillos hastalos centros comerciales, desde los aparcamientos hasta lasestaciones de servicio, Roberto SAVIANO, Gomorra. Op.cit., p. 55.

    3 Enrique VILA-MATAS, Bartleby y compaa. Barcelo-na, Anagrama, 2000, p. 35.

    4 Fernando BENITOMARTN, El rechazo de la gue-rra en el origen de la Unin Europea, Naturaleza y Gracia, vol.XVIII, mayo-agosto, 2011, pp. 323-381.

    5 Curzio MALAPARTE, Kaputt, en Obras de Curzio

    Malaparte. Barcelona, Plaza & Jans, 1960, p. 714.6 Curzio MALAPARTE, Obras de Curzio Malaparte.Barcelona, Plaza & Jans, 1960, p. 714.

    7 Mary BEARD, El triunfo romano. Una historia de Roma atravs de la celebracin de sus victorias . Barcelona, Crtica, 2009.

    8 Hegel dice en alguna parte que todos los grandeshechos y personajes de la historia universal se producen, comosi dijramos, dos veces. Pero se olv id de agregar: una vez comotragedia y otra vez como farsa, Karl MARX, El 18 Brumario deLuis Bonaparte. Madrid, Sarpe, 1985, p. 31.

    9 Curzio MALAPARTE , La piel. Trad. de M. BoschBarret. Madrid, El Pas, 2003, p. 260.

    10 Ibd., p. 43.11 Ibd., p. 129.12 Ibd., p. 285.13 No resulta ajeno al conocimiento del tema por parte

    del autor su propia biografa: Slo quien ha sufrido largosaos de destierro en una isla salvaje y al volver entre los hom-bres se ve evitar y huir como un leproso, de todos aquellos queun da, muerto el tirano, sern los hroes de la libertad, sloste puede saber lo que es un perro para un ser humano, La

    piel , op. cit., p. 196, y de ah, de su falta de libertad y del despre-cio con el que en ocasiones pudo verse arrojado de determina-dos sectores de la sociedad, su incomparable compasin paracon quienes sufren las desgracias de la guerra.

    14 La piel, op. cit., p. 298.15 Ibd., p. 320.16 La alusin a ambas corrientes se deja ver, entre otros

    momentos, en La piel, op. cit., pp. 322-323.17 Ibd., p. 309.18 Ibd., p. 147.19 Marie Missie WASSILTCHIKOFF, Los diarios de

    Berln 1940-1945. Barcelona, Seix Barral, 1989.20 W. G. SEBALD, Sobre la historia natural de la destruc-

    cin. Barcelona, Anagrama, 2003, p. 51.21 Miguel GARCA-POSADA, Malaparte, El Pas,

    26-9-1998. Consciente de su anticorreccin poltica, el propioMalaparte escribe en una de sus obras publicadas pstuma-mente: Leen mis libros, pero no les gusta leer ciertas cosas,y entonces me calumnian, cuentan sobre m historias entera-mente ridculas, y dicen que no amo a Italia, y que un buen ita-liano no dice ciertas cosas. Madre marchita. Barcelona, Plaza& Jans, 1963, p. 31.

    otros en una guerra, estos bien podran ser aquellos que seproducen cuando la contienda toca a su fin; aquellos que nohabran sido de acabarse la contienda unos meses antes, unassemanas o das antes. La IIGuerra Mundial en Europa tam-bin tuvo esa fase de avance imparable hacia el corazn del

    continente y que en Italia se vio acompaada de relevos casitragicmicos en el poder que hicieron de la pennsula unatierra de nadie. A veces en esos momentos se dan los msheroicos (e intiles) actos de la historia de la guerra, comoel aguante alemn en Monte Cassino. Igualmente resultaasimismo necesario ver el drama de los bombardeos sobrelas ciudades alemanas, no como el colofn a una guerra que,hoy s, sabemos que estaba a punto de concluir, sino comouno ms de los pasos que entonces se estaban dando en laprogresin de la barbarie que supuso la IIGuerra Mundialpara el conjunto de la Humanidad. Si Missie Wassiltchikoffdescribi los bombardeos sobre la capital alemana con la

    lgica frivolidad con la que la aristocracia germana asistia su salida de la escena de la historia durante el nazismo 19,el alemn Sebald arroja desde la lucidez y la nostalgia de lasvctimas una luz novedosa sobre la catstrofe: slo hablandodel dolor pasado y reconocindolo podremos apartarlo denuestro futuro. Desde esta perspectiva, Malaparte enarbolen La piella causa de la memoria antes de que la memoriafuera abanderada como una causa.

    El mencionado Sebald escribi que No se espera deuna colonia de insectos que, ante la devastacin de una cons-truccin vecina, se quede paralizada de dolor. Sin embar-go, de la naturaleza humana s cabe esperar cierto grado de

    empata20. La pielfue el modo en que Malaparte manifestsu empata con los que sufrieron la guerra y sus consecuen-cias en la Italia de los aos 40. Su humanidad dio lugar a ladenuncia de la incapacidad de los vencedores para horrori-zarse ante la actitud de los vencidos, salvajes a sus ojos capa-ces de toda abyeccin. Una seguridad de vencedores ante laque Malaparte opuso ese escepticismo irnico que, tantasveces, roza levemente el cinismo en una frontera difcil dedelimitar. Quizs sea en relacin con esto con lo que su obraha podido atraer en ocasiones cierta crtica y reticencia a serdifundida. Y por supuesto tambin, queda luego ese olvidopracticado eternamente con aquellos que se empean en no

    ser todo lo correctos que la moda exija en cada momento. Ys como ya acertara a zanjar el crtico Garca Posada en1998, con motivo del centenario del nacimiento de Malapar-te, es verdad, fue escandaloso; pero el siglo ha sido, todol, un escndalo permanente21. Ni el autor ni la poca fue-ron sencillos. Claramente, La pielno es una novela fcil. Peroes necesaria porque en cuanto se suceden varias generacionesque no han conocido la guerra, inequvocamente, como laEuropa balcnica pudo comprobar hace dos dcadas, la gue-rra vuelve atrada por el canto de sirenas del clebre adagioerasmiano. Por eso La pieldebe ser un clsico al que volverpara quienes ansiamos una Europa unida.