CIUDAD DESARROLLO Y MEDIO AMBIENTE

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Fernando Díaz Orueta - Sociólogo y Urbanista Profesor de la Universidad de Alicante Con la industrialización capitalista se abrió en occidente (siglos XVIII y XIX) un proceso urbanizador masivo, desconocido en etapas anteriores de la Historia, tanto en su intensidad como en su extensión. El tratamiento dado al territorio se iba a ir tornando cada vez más agresivo, dejando paulatinamente a un lado cualquier otro criterio que no fuese la obtención rápida del beneficio económico. Durante décadas fueron escasas las voces que se levantaron contra las supuestas bondades intrínsecas del progreso como fin incuestionable y del dominio de la naturaleza por la técnica. Ambos dogmas eran perfectamente identificables, no-solo entre los pensadores conservadores, sino también entre la mayor parte de los socialistas. Quizás era todavía demasiado pronto para caer en la cuenta del principal problema del modelo de desarrollo económico que entonces se abría paso, algo que en los últimos decenios viene siendo señalado cada vez con más énfasis: este se sostiene sobre la premisa falsa de la disponibilidad ilimitada de recursos. Como afirmó Luis Martín Santos (1988), con la industrialización las ciudades fueron perdiendo progresivamente su identidad. El único objetivo a perseguir pasó a ser el crecimiento pero, olvidando otro tipo de consideraciones. En la actualidad, la ciudad se ha convertido esencialmente en una máquina de producir. Esta situación es vista con satisfacción por los defensores del productivismo a ultranza, incapaces sin embargo de valorar los enormes costes colectivos que esta ciega actitud conlleva. Así, el fin fundamental de la práctica urbanística pasa a ser el favorecimiento del crecimiento económico a cualquier precio. Y el crecimiento económico ha venido acompañado de la urbanización a gran escala.1 Históricamente, la urbanización no ha supuesto únicamente la disminución en extensión del territorio no edificado. Cada hectárea de crecimiento urbano conlleva necesariamente a la destrucción de varias.2 En el Congreso de las Naciones Unidas Global, Forum 94 sobre Ciudades y Desarrollo Sostenible, se introdujo el concepto huella ecológica: países muy urbanizados como Holanda necesitan hoy en día un espacio catorce veces mayor que su superficie para asegurar su mantenimiento (R. Fernández Durán y P. Vega, 1995). Además, en los últimos años, la extensión de la cultura del ocio de masas ha empujado a que muchos territorios sean "colonizados" para el uso esporádico, pero enormemente depredador de los habitantes de las ciudades. Paradójicamente, éstos en su huida del llamado malestar urbano, lo terminan trasladando con creces a áreas inicialmente ajenas al mismo. Ya no se trata sólo del turismo de sol y playa o del sometimiento de muchas de nuestras más valiosas montañas a la práctica masiva del esquí, sobre cuyos nefastos efectos sociales y SILO DE ALMACENAMIENTO - 1910

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FERNANDO DIAZ ORUETA

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Fernando Díaz Orueta - Sociólogo y Urbanista Profesor de la Universidad de Alicante

Con la industrialización capitalista se abrió en occidente (siglos XVIII y XIX) un proceso urbanizador masivo, desconocido en etapas anteriores de la Historia, tanto en su intensidad como en su extensión. El tratamiento dado al territorio se iba a ir tornando cada vez más agresivo, dejando paulatinamente a un lado cualquier otro criterio que no fuese la obtención rápida del beneficio económico. Durante décadas fueron escasas las voces que se levantaron contra las supuestas bondades intrínsecas del progreso como fin incuestionable y del dominio de la naturaleza por la técnica. Ambos dogmas eran perfectamente identificables, no-solo entre los pensadores conservadores, sino también entre la mayor parte de los socialistas. Quizás era todavía demasiado pronto para caer en la cuenta del principal problema del modelo de desarrollo económico que entonces se abría paso, algo que en los últimos decenios viene siendo señalado cada vez con másla premisa falsa de la disponibilidad ilimitada de recursos. Como afirmó Luisindustrialización las ciudades fueron perdiendo progresivamente su identidad. Ela ser el crecimiento pero, olvidando otro tipo de consideraciones. En la actualiesencialmente en una máquina de producir. Esta situación es vista con satisproductivismo a ultranza, incapaces sin embargo de valorar los enormes coactitud conlleva. Así, el fin fundamental de la práctica urbanística pasa a ser eeconómico a cualquier precio. Y el crecimiento económico ha venido acompañescala.1 Históricamente, la urbanización no ha supuesto únicamente la disminno edificado. Cada hectárea de crecimiento urbano conlleva necesariamente a Congreso de las Naciones Unidas Global, Forum 94 sobre Ciudades y Desarconcepto huella ecológica: países muy urbanizados como Holanda necesitan veces mayor que su superficie para asegurar su mantenimiento (R. FernánAdemás, en los últimos años, la extensión de la cultura del ocio de masas ha emsean "colonizados" para el uso esporádico, pero enormemente depredador de Paradójicamente, éstos en su huida del llamado malestar urbano, lo terminan inicialmente ajenas al mismo. Ya no se trata sólo del turismo de sol y playa o dnuestras más valiosas montañas a la práctica masiva del esquí, sobre cuy

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os nefastos efectos sociales y

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medioambientales se ha escrito ya sobradamente. Ahora, la búsqueda de nuevas vetas de consumo está sirviendo para desarrollar de una forma masiva el llamado turismo rural. Esta nueva plaga urbana se desplaza hacia las áreas rurales en automóviles privados, encajando finalmente en perfecta sintonía la necesidad de los productores de encontrar alicientes para su uso y la obsesión de los empresarios turísticos por descubrir nuevos negocios que frenen el cansancio de algunos consumidores por los paquetes de sol y playa o, simplemente, la creciente competencia internacional. De este modo, van desapareciendo paulatinamente los parajes naturales más valiosos del planeta. Por otro lado, el proceso de creciente urbanización va acompañado de una progresiva homogeneización de las formas espaciales. Las especificidades culturales son borradas, las identidades territoriales quedan en un segundo plano, al servicio del mercado mundial.3 Como ejemplo más característico aparecen y se multiplican los que M. Auge (1993) ha denominado como no lugares. Espacios desprovistos de signos identificatorios, idénticos en cualquier parte del planeta (shoppings, grandes espacios terciarios, aeropuertos, etc.).

El discurso de la competitividad urbana en el marco de la globalización económica

Con la llegada de los años setenta se entra en una etapa de profunda reestructuración económica que acentuará las consecuencias negativas de las tendencias indicadas. No nos encontramos tan solo frente a un cambio en los sectores de actividad económica predominantes.4 También se transforma la vieja regulación fordista de los mercados laborales. Tras el fin del pacto entre capital y trabajo, sellado hacia mediados de siglo con la intermediación estatal, se abre una nueva era en la que la destrucción del empleo fijo, la precarización y el desempleo, serán las características más sobresalientes. Además, el impacto producido por las Nuevas Tecnologías, tanto sobre cada uno de los procesos concretos de producción, como sobre la organización global de la economía, es enorme. En las ciudades van apareciendo desarrollos espaciales específicos de esta nueva etapa. 5 El capitalismo ha continuado su implacable despliegue, fagocitando todo aquello que puede asimilar. En el plano ideológico, su extensión se ha visto acompañado por la universalización de las recetas económicas de corte neoliberal: las privatizaciones, la reducción del gasto público, la competitividad a ultranza, etc., pasan a ser los nuevos mandamientos a cumplir. Por cierto, que reiteradamente cada uno de los países que aplican estas soluciones hasta sus últimas consecuencias terminan sumidos en una situación de profunda crisis social y económica. Uno de los ejemplos más elocuentes quizás sea el de los países del este europeo que, deslumbrados por Occidente, se sumaron a este carro de forma entusiasta. La globalización provoca la exasperación de problemas anteriores y la aparición de otros nuevos. Las desigualdades sociales y territoriales se acentúan rápidamente. Las posibilidades de competir en el mercado mundial son, obviamente, muy diferentes y, por tanto, la brecha que separa el Norte y el Sur se agranda cada vez más, alejando las expectativas de aproximación generadas años atrás. Por si todo ello fuera poco, en la medida en que la globalización avanza, la degradación medioambiental crece. Cada vez se hace más evidente la inviabilidad de la opción por el crecimiento ilimitado. La gravedad de sus principales consecuencias medioambientales así lo atestigua (R. Fernández Durán y P. Vega, 1995): deforestación, pérdida de suelo fértil, erosión y desertificación, contaminación y agotamiento de recursos. Seguramente serán los límites medioambientales del modelo, más incluso que los sociopolíticos o los económicos, los que enturbien definitivamente su futuro.6 La realidad hoy es que una urbanización total del planeta bajo estos presupuestos es inimaginable. En cuanto al papel de las ciudades, tan solo un reducido grupo de ellas ejercen las funciones esenciales de control y organización: son las denominadas Ciudades Globales (S. Sassen, 1991). Desde un

CONTAMINACIÓN DE AGUAS POR VERTIMIENTO DE PETROLEO

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punto de vista económico, en la cúspide del sistema urbano jerarquizado mundial se situarían Nueva York, Tokio y Londres. Pero el discurso de la lucha por la competitividad se extiende y generaliza, afectando de una u otra forma a todas las ciudades. Se establece una competencia desaforada por atraer inversiones, se justifican entonces proyectos urbanos megalómanos de difícil aprobación en términos de rentabilidad social. Los intereses locales van quedando progresivamente supeditados a los globales y, a la vez, las estructuras sociales urbanas se polarizan y fragmentan de forma acusada.7 Estos procesos afectan con una incidencia especial a las metrópolis del área empobrecida del planeta, pero también en muchas de las ciudades centrales sus consecuencias se dejan notar con una gran crudeza. A través de los medios de formación de masas, se extiende el discurso hegemonizante de la clase capitalista transnacional (L. Sklair, 1991). Sus intereses ya no se estructuran tanto a partir de un territorio local, regional o nacional concreto, como a partir de los negocios planetarios que este grupo maneja. Pero, a la vez, los trabajadores, que continúan más vinculados a su entorno inmediato, asisten con perplejidad a la extensión del discurso de la globalización. El mensaje lanzado de forma continua y machacona es que no existen más soluciones posibles que las planteadas por esta nueva clase social dominante. Esta idea ha permeado tanto el tejido social que es admitida acríticamente por la mayor parte de los ciudadanos, dificultando la acción de los movimientos sociales con contenido urbano. No se encuentra legitimidad social para cuestionar un modelo urbano presentado como el único y, por lo tanto, el mejor. Por ejemplo, sostenido en este discurso, continua desarrollándose la industria del automóvil e impulsándose su uso masivo. Un artefacto ideado supuestamente para acortar distancias y que cada día sirve, sin embargo, para lo contrario, acercando al colapso a decenas de ciudades del planeta. Destruye y consume cantidades crecientes de suelo (carreteras, autopistas, aparcamientos, pasos subterráneos, etc.), contribuye de forma significativa al despilfarro energético, aumenta la contaminación y profundiza el nefasto discurso del individualismo universal.8 Y, a pesar de todo esto, el automóvil continua ganando terreno frente al ferrocarril y otros medios de transporte colectivo. En definitiva, se han disparado de una forma irracional las necesidades de desplazamiento de la población, para después dar la peor de las respuestas posibles.

Las ciudades de la periferia

consecuencias sociales negativas han provocado (F. Díaz Orueta, 1997).

Ya desde hace varias décadas una parte no despreciable de los llamados países periféricos presenta tasas de urbanización muy similares a las del mundo desarrollado. En 1995, el Centro de la ONU para los Asentamientos Humanos (HABITAT) hacía público un informe en el que quedaba clara la validez de esta afirmación. En el año 2015 las 10 ciudades más grandes del mundo se encontrarán en Asia, Latinoamérica y Africa, perteneciendo el 80% de la población urbana del planeta a países pobres.9 Centrándonos en América Latina, durante los últimos decenios la orientación tomada por las políticas económicas10 y el impacto del discurso urbano de la globalización ayudan a explicar, en gran medida, los principales problemas detectados en las ciudades. Deben destacarse: las complicaciones todavía mayores en el acceso al trabajo y el enorme deterioro de las condiciones laborales (precarización, desempleo, informalidad, etc.); la desaparición, o al menos la degradación, de los equipamientos y servicios de uso colectivo y, de una forma especial, el aumento de las dificultades para acceder a una vivienda digna. Las privatizaciones de empresas estatales, junto con la obsesión por la consecución del ahorro en el gasto público a cualquier precio, son las dos medidas económicas que mayores

Merece la pena detenerse especialmente en la cuestión habitacional. Según el informe ya citado (1995), en ciudades como Bogotá (Colombia) el 50% de sus habitantes carece de hogar o vive en Asentamientos inadecuados.11 Las condiciones de estas construcciones dificultan notablemente el poder llevar adelante una vida cotidiana normal: las deficiencias en (chapas, cartones, etc.) o los altos índices de hacinamiento son dos muestras de una prLos Asentamientos residenciales ilegales han aumentado fuertemente, convirtiéndose

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los materiales utilizados ecariedad generalizada. en muchas ciudades en

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la forma más frecuente de crecimiento urbano. También las ocupaciones de viviendas o de edificios vacíos han pasado a ser un fenómeno habitual. Sus protagonistas ya no son sólo los llamados técnicamente "pobres estructurales", sino también los "nuevos pobres", muchos de ellos antiguamente incluibles en la clase media y afectados ahora negativamente por la reestructuración económica. Frente a esta situación, la pasividad estatal es cada vez más notoria. El Estado incrementa el gasto únicamente en las inversiones que aseguran la acumulación de capital (puertos, aeropuertos, carreteras, etc.), mientras que en los gastos sociales (educación, sanidad, vivienda, etc.) el abandono es la norma.12 La falta de regulación estatal se traduce también en una todavía mayor permisividad para el crecimiento urbano. Así, se produce un incumplimiento sistemático de los planes urbanísticos y la especulación inmobiliaria se dispara. Los controles sobre las actividades contaminantes, el asentamiento de población en áreas medioambientalmente peligrosas (zonas inundables, colinas junto a avenidas, espacios próximos a industrias altamente contaminantes, cercanía a vertederos, etc.), son muy escasos, aumentando por lo tanto el riesgo de catástrofes. La desigualdad socioespacial aparece así fuertemente unida a variables medioambientales.13 En los márgenes de las ciudades apenas si se sabe lo que ocurre. Tampoco interesa. Contemplado globalmente, el uso de los recursos naturales existentes en estas ciudades y en sus proximidades es especialmente inadecuado. V. Ibarra, S. Puente y F. Saavedra (1989) describen un medio ambiente devastado: contaminación de las aguas, de la atmósfera y del suelo y explotación indebida de los recursos naturales. La gravedad de la situación es tal que parece imposible que no sea heredada por las próximas generaciones, convirtiéndose en una hipoteca más para el desarrollo futuro. Si estos costes fuesen contabilizados cuando se evalúa el crecimiento, las cuentas económicas finales otorgarían unos resultados completamente distintos. Sin duda, resulta urgente emprender acciones que tiendan a mejorar notablemente el medio ambiente urbano. Como resultado de los fenómenos urbanos descritos, el paisaje urbano resulta cada vez más similar para casi todas las ciudades del Tercer Mundo. Como afirmaron J.E. Hardoy y D. Satterthwaite (1988), sólo la topografía introduciría una diferenciación visual sustancial. Ambos establecen una dicotomía entre dos historias paralelas, en el fondo muy interconectadas pero con expresiones visuales distintas (identificables con la Ciudad Legal y la Ciudad Ilegal): A) La Historia Oficial, preocupada por la construcción y administración de la ciudad reflejada en medidas concretas. Da lugar a los espacios urbanos con un mayor glamour, limpios, ordenados y fuertemente vigilados. B) La Historia de los sectores urbanos de menores recursos, pocas veces escrita. Una historia fragmentada y escasamente documentada. Son millones de personas que cada día se buscan la vida sin poderse hacer planteamientos a largo plazo (vivienda, trabajo, equipamientos, infraestructuras, etc.). Su vida transcurre en espacios urbanos olvidados, donde casi siempre impera sencillamente la ley del más fuerte. Estas dos historias dan lugar a diferencias socioespaciales que sedimentan en la ciudad, acentuando la inhabitabilidad de la misma. La Ciudad Legal y la Ciudad Ilegal del Tercer Mundo dan cuenta, como en ningún otro lugar, de la gravedad de la herida a la que hace frente la ciudad contemporánea.

IMPACTO DE LAS ESTRUCVIALESTURAS

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SUBURBIOS EN MEDELLÍN Y MANILA

Perspectivas

La proliferación de movilizaciones y de acciones esporádicas que cuestionan el actual modelo económico-territorial en muchas ciudades, puede ser saludado como un buen síntoma, pero para dar un auténtico vuelco a la situación actual sería necesario perfilar los contenidos de por donde debería orientarse la ciudad diferente. Ese es el gran problema a superar en los próximos años. No se trata tan solo de una simple cuestión de tamaño, de descongestionar las grandes ciudades. Social y medioambientalmente hablando, las ciudades enfrentan a medio plazo un momento casi terminal. Por lo tanto, y dado que hablamos de sociedades eminentemente urbanizadas, si queremos ciudades diferentes, necesariamente tendremos que pasar por la consecución de sociedades globalmente diferentes. Existe un importante malestar urbano, hay el anhelo de algo nuevo que no se sabe muy bien en qué consiste. El problema más grave es que se ha borrado en una gran parte de la población la capacidad para desear otra ciudad, para cuestionar la ciudad impuesta. La atonía, la pasividad, el dejar que sean otros los que hagan por uno, es el peor enemigo para un posible cambio. En este sentido, el papel de los distintos profesionales del Urbanismo que comparten estos deseos de transformación, puede ser importante. Pero, como en otros ámbitos, se trata más de acompañar, de estar con, que de adoctrinar, de dirigir (y de cobrar). En realidad, deben intentarse recrear situaciones que ya se dieron en el pasado cuando la acción de los grandes movimientos sociales urbanos se vió reforzada por la participación de numerosos profesionales. Desde luego, en estos momentos atender a los desafíos ecológicos resulta irrenunciable. La nueva ciudad, la nueva sociedad, deberá construirse sobre bases que aseguren su sustentabilidad ecológica. No basta con añadir a viejos planteamientos la coletilla ecológica de turno. En realidad, en muchas ocasiones, se está utilizando el término sustentabilidad para defender el mantenimiento del actual sistema económico, ocultando que sin transformarlo profundamente resultará imposible llegar a una sociedad auténticamente sustentable. Como afirma R. Fernández (1998), resulta imprescindible separar el uso ideológico e interesado del concepto sustentabilidad, que está sirviendo para justificar el congelamiento de los recursos destinados al desarrollo de los países empobrecidos y que tiende a considerar la pobreza como una causa de la crisis de sustentabilidad y no como una consecuencia del capitalismo, del uso que podríamos denominar científico, que demuestra que realmente la sustentabilidad es una característica fundamental de la actual crisis que debe ser abordada urgentemente.

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Bibliografía

• M. Augé, 1993, Los no lugares, Barcelona: Gedisa. • M. Castells y P. Hall, 1994, Las tecnópolis del mundo, Madrid: Alianza. • -F. Díaz Orueta, 1992, Desequilibrios Socio-territoriales en la Comunidad de Madrid en la etapa de

reestructuración económica, Madrid: Universidad Complutense. • F. Díaz Orueta, 1997, "La ciudad en América Latina: entre la globalización y la crisis", AMÉRICA LATINA HOY,

Nº15, pp.5-13. • R. Fernández, 1998, "De los diversos usos de la sustentabilidad", Boletín Cardhus (Cooperación académica

interegional para el desarrollo habitacional y urbano sustentable), Nº2, pp.2-3. • R. Fernández Durán y P. Vega, 1995, "Modernización-globalización versus transformación ecológica y social

del territorio", en: F. Díaz Orueta y E. Mira (eds), Pensar y Vivir la Ciudad, Alicante: ECU, pp.21-53. • J.E. Hardoy y D. Satterthwaite, 1988, La ciudad legal y la ciudad ilegal, Buenos Aires: GEL-IIED. • V. Ibarra, S. Puente y F. Saavedra, 1989, La ciudad y el medio ambiente en América Latina, México: Colegio

de México. • L. Martín Santos, 1988, Diez lecciones de Sociología, Madrid: Fondo de Cultura Económica, pp.115-143. • S. Sassen, 1991, The Global City, Oxford: Princeton University Press. • L. Sklair, 1991, Sociology of the Global System, London: Harvester Wheatheaf

NOTAS

1 En numerosos países del Tercer Mundo la urbanización no ha sido el resultado de un proceso industrializador. A diferencia de lo ocurrido en Europa o en Estados Unidos, el crecimiento poblacional de muchas de estas grandes urbes no se ha visto acompañado de un aumento en los puestos de trabajo vinculados a actividades industriales.

2 Como consecuencia de los depósitos de residuos de diversa naturaleza, la ubicación de vertederos, la extracción de riquezas naturales, etc.

3 El sometimiento de la arquitectura popular de amplias zonas del Mediterráneo español a las exigencias del turismo internacional resulta muy elocuente. Puesto que en la idea que de este mar tienen los potenciales consumidores del norte de Europa, el color blanco en las fachadas es el predominante, se ha procedido de una forma masiva a la adopción del mismo, desechando los colores de la arquitectura tradicional que, por ejemplo, tan buenos resultados vienen dando durante varios siglos en distintas comarcas litorales del País Valenciano.

4 Se ha hablado, por ejemplo, del paso a una sociedad de servicios o posindustrial, como si el elemento más relevante de la nueva realidad socio-económica fuera el carácter dominante de este sector económico.

5 Vease: M. Castells y P. Hall, 1994.

6 Los mecanismos de dominación ideológico-cultural se han sofisticado tanto y funcionan tan satisfactoriamente para los sectores dominantes que se hace difícil esperar rebeliones que vayan más allá de los estallidos puntuales.

7 Ver F. Díaz Orueta, 1992.

8 Cada persona en su propio automóvil desplazándose a través de un espacio amenazante y fuertemente funcionalizado. El hogar es entendido entonces como el refugio seguro donde se debe pasar la mayor cantidad de tiempo posible. Por suerte, cada vez existirían más elementos que permitirían este estilo de vida (televisión, vídeo, ordenador personal, etc.). La extensión del teletrabajo termina de cerrar el círculo del aislamiento. alejando definitivamente a quién lo practica de la contaminación que pueden producir los otros mortales.

9 Tokio (Japón): 28,7 millones de habitantes; Bombai (India): 27,4; Lagos (Nigeria): 24,4; Shanghai (China): 23,4; Yakarta (Indonesia): 21,2; Sao Paulo (Brasil): 20,8; Karachi (Pakistán): 20,6; Pekín (China): 19,4; Dhaka (Bangladesh): 19,0 y Ciudad de México (México): 18,8.

10 En el plano económico aparece una importante continuidad en lo esencial entre las políticas económicas implementadas por las dictaduras militares y las democracias que las sustituyeron.

11 Fuera de América Latina, en Adis Abeba (Etiopía) el porcentaje crece hasta el 79% y en Yakarta (Indonesia) al 54%.

12 Es ese el espacio cedido, interesadamente, para la actuación de las ONG’s.

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13 Las magnitudes alcanzadas por diversos indicadores de carácter social (tasa de mortalidad infantil, esperanza de vida al nacer, etc.) en áreas socialmente diferenciadas de las ciudades, demuestran los efectos que sobre la salud tienen las condiciones de vida cotidiana.

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Este artículo fue publicado en Pueblos: Revista de Información y Debate

Mayo 14 de 1999

"con la industrialización las ciudades fueron perdiendo progresivamente su identidad"