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208 Principios de Filosofía del Lenguaje denotación: «conocer el significado de un nombre es conocer a qUIen se aplica» (loe. cit./ p. 244). Pero no hay que olvidar, aquí, que, en rigor, nombres propios solamente son, para Russell, términos deícticos como los pronombres demostrativos. En cierta medida, se aproximarían a ellos los nombres de propiedades simples y de relaciones igualmente simples, en tanto en cuanto el significado de estos nombres podría reducirse a la deno- tación de la ., propiedad o relación en cuestión, la cual siempre podría establecerse directamente por ostensión, puesto que las propiedades y re- laciones simples constituyen el contenido de los datos sensibles que com- ponen la experiencia del sujeto --de acuerdo con lo que vimos anterior- mente- o Pero lo que con certeza no son nombres propios, en la opinión de Russell, son los así llamados en el lenguaje cotidiano. Esto es muy im- portante tenerlo en cuenta, ya que, frecuentemente, Russell recurre a nombres propios ordinarios para compararlos' con descripciones. Así, com- para con la descripción «E l autor de W averley», el nombre «Seatt» (loe. cit. ), aunque a veces tiene la cautela de emplear alguna' cláusula que evite la confusión del lector, diciendo, por ejemplo, «s i usamos 'Scott' como nom- bre» (p. 252), o «tomando 'Scott' como nombre» (p: 253). En rigor, «Seott» no es un nombre, sino una abreviatura de descripciones, entre otras, de la propia descripción «El autor de Waverley». 6.7 Algunos inconvenientes de la doctrina de Russell Hemos considerado en las tres secciones precedentes las principales tesis del atomismo lógico de Russell acerca de la estructura del lenguaje y de la relación entre el lenguaje y la realidad. Antes de proseguir hacia otra importante versión de esa teoría, hagamos una pausa para echar una mirada crhica sobre los puntos más débiles del atomismo en la versión que ya conocemos. 1. En primer lugar, y siendo el último tema que hemos estudiado, podemos preguntarnos qué se gana al ana li zar l as descripciones definidas a la manera de Russell. Que una proposición de la forma de «El autor de El Quijote era castellano» haya de ser sustituida por Otra tal como «Hay una única persona que escribió El Qui jo te y era castellana», es lo bastante extraño como para que no le resulte a uno fácil sentirse q:mvencido. Tal análisis implica, corno acabamos de comprobar, que las descripciones defi- nidas no tienen por sí solas referencia, sino que únicamente la adquieren en el contexto de una proposición, que siempre será analizable del modo in- dicado. Los plausibles motivos que inducen a Russell a defender la necesi- dad de este análisis han sido subrayados, y alabados, anteriormente. Es sin duda útil en extremo contar con un instrumento conceptual que nos ayude a evitar la falacia de la referencia, esto es , la falacia de pensar que siempre que tenemos una expresión del tipo de una descripción definida ha de haber algún objeto al que la expresión se refiera; y más útil aún si

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denotación: «conocer el significado de un nombre es conocer a qUIen se aplica» (loe. cit./ p. 244) . Pero no hay que olvidar, aquí, que, en rigor, nombres propios solamente son, para Russell, términos deícticos como los pronombres demostrativos. En cierta medida, se aproximarían a ellos los nombres de propiedades simples y de relaciones igualmente simples, en tanto en cuanto el significado de estos nombres podría reducirse a la deno­tación de la .,propiedad o relación en cuestión, la cual siempre podría establecerse directamente por ostensión, puesto que las propiedades y re­laciones simples constituyen el contenido de los datos sensibles que com­ponen la experiencia del sujeto --de acuerdo con lo que vimos anterior­mente-o Pero lo que con certeza no son nombres propios, en la opinión de Russell, son los así llamados en el lenguaje cotidiano. Esto es muy im­portante tenerlo en cuenta, ya que, frecuentemente , Russell recurre a nombres propios ordinarios para compararlos ' con descripciones. Así , com­para con la descripción «El autor de W averley», el nombre «Seatt» (loe. cit.), aunque a veces tiene la cautela de emplear alguna' cláusula que evite la confusión del lector, diciendo, por ejemplo, «si usamos 'Scott' como nom­bre» (p. 252), o «tomando 'Scott' como nombre» (p: 253). En rigor, «Seott» no es un nombre, sino una abreviatura de descripciones, entre otras, de la propia descripción «El autor de Waverley».

6.7 Algunos inconvenientes de la doctrina de Russell

Hemos considerado en las tres secciones precedentes las principales tesis del atomismo lógico de Russell acerca de la estructura del lenguaje y de la relación entre el lenguaje y la realidad . Antes de proseguir hacia otra importante versión de esa teoría, hagamos una pausa para echar una mirada crhica sobre los puntos más débiles del atomismo en la versión que ya conocemos.

1. En primer lugar, y siendo el último tema que hemos estudiado, podemos preguntarnos qué se gana al analizar las descripciones definidas a la manera de Russell. Que una proposición de la forma de «El autor de El Quijote era castellano» haya de ser sustituida por Otra tal como «Hay una única persona que escribió El Quijote y era castellana», es lo bastante extraño como para que no le resulte a uno fácil sentirse q:mvencido. Tal análisis implica , corno acabamos de comprobar, que las descripciones defi­nidas no tienen por sí solas referencia , sino que únicamente la adquieren en el contexto de una proposición, que siempre será analizable del modo in­dicado. Los plausibles motivos que inducen a Russell a defender la necesi­dad de este análisis han sido subrayados, y alabados , anteriormente. Es sin duda útil en extremo contar con un instrumento conceptual que nos ayude a evitar la falacia de la referencia , esto es , la falacia de pensar que siempre que tenemos una expresión del tipo de una descripción definida ha de haber algún objeto al que la expresión se refiera; y más útil aún si

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este mismo recurso nos muestra, de paso, que la existencia no es una pro­piedad más que pueda atribuirse a un objeto, sino precisamente el presu­puesto para que se le pueda atribuir al objeto cualquie r propiedad, es decir, precisamente el presupuesto para que se pueda hablar de él.

La cuestión es si no podemos conseguir todo esto prescindiendo de un análisis como el anterior. Pues que una descripción definida como «El autor de El Qui;ote», o «El segundo satéli te natural de la Tierra», tiene sentido, en la acepción en que Frege torna este término, parece completamcme claro, y que de ambas, la primera, pero no la segunda, tiene referencia (aunque referencia histórica, para ser precisos), parece también del [Odo evidente, pues justamente por eso podemos utilizar esa descripción para hacer afirmaciones, verdaderas o fa lsas, acerca del per­sonaje que descr ibe, a saber, Cervantes. Y porque la segunda de esas des­cripciones, en cambio, carece de referencia , no podemos utilizarla para hacer ninguna afirmación, ni verdadera ni fa lsa, sobre ningún objeto; por­que, naturalmente, afirmaciones corno «No existe el segundo satélite natu­ra] de la Tierra» o «El segundo salélite natural de la Tierra no ha sido descubierto», no son afirmaciones sobre un objeto, sino más bien, la ex­presión de que no hay tal obje to . Que una descripción definida tenga re­ferencia es un presupuesto para poder hacer afirmaciones, verdaderas o falsas, en las que la descripción aparezca corno sujeto (éste es el espíritu de la crí tica que, muchos años después, en 1950, le hará StrawsolJ a Rus­:,ell en «On Referring»). Por eso no me parece necesario mantener que

(1) El segundo satéli te natural de la Tierra está a 800.000 ki lómetros de ésta

haya de ser sustituido por

(2) Hay una única entidad que es el segundo satélite natural de la Tierra y está a 800.000 kilómetros de ésta

pues la verdad de

(3) H ay una única entidad que es el segundo satélite natural de la Tierra

simplemente constituye el presupuesto necesano para poder hacer una afirmación como (1). Pero puesto que , según nuestros conocimientos ac­tua les, (3) es fa lsa, (1) por su parte es una afirmación que no puede ha­cerse, en el sentido de que es vacía, no dice nada ni verdadero ni falso acerca del mundo, carece de valor veritativo. En consecuencia, la negación de (1), a saber,

(4) El segundo satélite natural de la Tierra no está a 800.000 kiló­metros de ésta

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210 Principios de Filosofía del Lenguaje -será igualmente vacía, y carente de valor de verdad. Es cierto que este análisis tiene como consecuencia el que no podamos atribuir valores veri­tadvos a aquellas oraciones que, como (1) y (4L tienen por sujeto un tér­mino singular sin referencia, pero tampoco se ve qué necesidad tendría­mos de hacer esa atribución ni qué ganaríamos con ello; ¿qué ganamos, por ejemplo, considerando falsas tanto a (1) como a (4), a la manera de Russell? Con afirmaciones que tratan, aparentemente, de objetos inexis­tentes, no parece verosímil que hayamos de ocuparnos mucho en lógica. (Añadiré que, en tiempos recientes, y bajo el nombre de «lógica libre», se ha daborado una lógica que acepta términos singulares carentes de denota­ción, y por consiguiente atribuye valores de verdad a las oraciones en las que tales términos aparecen como sujetos; no es és te lugar para aden­trarnos en este tema, pero el lector interesado encontrará una fácil expo­sición, que por cierto estudia con deteni miento la discusión entre Meinong y RusseU, en Derivation al1d Coul1terexample, de Lambert y van Fraassen, cap'. 6, 7 Y 10).

2. Los nombres propios ordinarios han de ser sustituidos por des­cripciones definidas (ya que aquellos son abreviaturas de éstas), y a su vez las descripciones definidas desaparecn dejando en su lugar oraciones cuan tificadas. ASÍ, la oración

(5) Miguel de Cervantes era castellano

ha de analizarse como una oración del tipo de

(6) El autor de El Qui;ote era castellano

y ésta por su parte quedará analizada como

(7) H ay una única persona que escribió El Quijote y era castellana

El análisis muestra claramente que ni los nombres propios ordinarios ni las descripdunes definidas son propiamente nombres, esto es, términos cuya fundón consista en designar objetos . Esto constituye, sin duda, una notable paradoja. Además, y puesto que cualquier oración declarativa que tenga c"mo sujeto un nombre propio ordinario o una descripción definida resulta equivaler a una proposición existencial compleja, hay que concluir que tales oraciones declarativas no describen ningún hecho simple o atómi· co. Es decir, (5} o (6). por ejemplo, no describen un hecho; en realidad son proposiciones complejas, cuya complejidad -se supone- queda exhi· bida en (7).

Esto es coherente con la noción que Russell tiene de un hecho simple. Lo primero que hemos de tener, para poder describir un hecho tal, es un nombre propio auténtico, en sentido lógico, esto es, un término realmente designativo. Las únicas palabras del lenguaje cotidiano que se asemejan a

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esta clase de términos son los pronombres demostrativos, primero, porque no dicen nada de los objetos a los que se aplican, y segundo, porque se utilizan fundamentalmente en presencia de los objetos, adquiriendo así todo su significado en el conocimiento directo de los mismos, significado que será siempre comunicable por ostensión de los propios objetos. Es importante darse cuenta hasta dónde inHuye en la concepción de Russell un presupuesto epistemológico, en cuya virtud los significados de los sig­nos más simples han de ser aquellos objetos de los que tenemos conoci­miento directo, familiaridad. Y se advertirá cómo se combina ese presupues­to con una teoría referencialista del significado. ¿Es posible exigir de un lenguaje lógicamente perfecto que sus nombres sean términos que funcio­nen como los de acuerdo con los dos criterios señalados? En la época en que el atomismo lógico estaba ya en crisis, se señaló que un término nombre como «eso» podría interpretarse como equivalente a la descripción «el objeto al que estoy apuntado», con lo que tampoco sería un nombre lógicamente propio (Wisdom, «Logical Constructions», 1931, citado en Urmson, El análisis filosófico, 5.D) . Esta consideración, sin embargo, no puede aceptarse como crítica, pues la descripción citada no recurre a ningu­na característica del objem sino tan sólo a la relación entre éste y el sujeto que se refiere a él, con lo que cumple las dos condiciones señaladas, no afirma nada del objeto y se utiliza en su presencia. No parece, pues, im­posible tener un lenguaje cuyos nombres sean términos deÍcticos semejan­tes a los demostrativos. La consecuencia es que su uso quedará restringido a las experiencias actuales y mientras éstas duren. Es un lenguaje limi tado a la expresión de datos sensibles actuales, y por ello, de vocabulario en gran medida privado y, como tal lenguaje, no apto para la comunicación.

¿Pero qué es lo que nombran esos extraños nombres propios? Según RusseU, lo que llama «particulares», esto es, aquello que tiene propiedades o entre los :que se dan las relaciones, algo, por tanto, parecido a una especie de sustancia dividida. Es claro que los hechos at6micos de Russell implican un dualismo ontológico de sustancias más propiedades (incluyendo en éstas las relaciones). ¿Cuál es la justificación de este dualismo? Los ejemplos de hechos simples suministrados por Russell son datos sensibles: un color, un sonido ... Por cierto que, de forma muy confundente, a veces llama «particular» a un dato sensible, como ya hice notar anteriormente (véase «1-'1 filosofía del atomismo lógico», pp. 179, 274 Y 275 de Logic and Knowledge, por ejemplo). Pero si hemos de llevar este empirismo fenomenalista hasta el final, parecería más justificado describir el dato sen­sible que ahora tengo de algo rojo diciendo «ahí rojez», que afirmando «eso rojo». Pues mi dato sensible, como tal , no contiene más que el color espacialmente localizado. Alguien dirá que todo color lo es de algo, de al­guna porción de extensión en el espacio. Ahora bien, una exten sión en el espacio no es lo suficientemente simple como para ser un particular en el senrido de Russell, y por consiguiente sería más bien una construcción lógica, como 10 son los objetos físicos. En conseéuencia: si hemos de atri­buir el color a algo, este algo no se ve cómo pueda ser un particular; y si

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hemos de prescindir de estas extrañas entidades metafísicas que son los particulares, entonces más vale extremar la fidelidad a los datos sensibles y li mitarnos a expresar el contenido de nuestra sensación al tiempo que lo­calizamos espacialmente su ' estímulo. El dualismo ontológico de Russell parece una incongruencia metafísica dentro de una teoría fenomenalista del conocimiento.

3. La tesis extensionalista, de que toda proposición compleja pueda descomponerse en otras proposiciones simples, de tal manera que el valor veritativo de la primera sea función de los valores de las últimas, es una tesis central en la concepción del lenguaje perfecto, tesis que. viene sugerida por la sintaxis lógica de los Principia Mathematica. Si se une esta tesis a la idea de que el mundo se compone de hechos, y de que un hecho es aquello que hace a una proposición verdadera o falsa, y .si se añade la aparente imposibilidad de descomponer extensionalmente las proposiciones que describen estados psicológicos, así corno las proposiciones cuantificadas, sea con el cuantificador general, sea con el cuantificador existencial, tendremos que acabar reconociendo como componentes de nuestro mundo, además de los hechos atómicos, los hechos psicológicos, los hechos generales y los he­chos de existencia. A éstos se añadirán, por razones conexas que ya hemos visto, los hechos negativos. Esta ampliación de la ontología, que se produce por razones de lógica, limita de modo drástico los efectos de la navaja de Occam que Russell aplica en otros casos diestramente, por ejemplo, en su teoría de las descripciones. Con el principio de extensionalidad en una mano Russell amplía la ontología, mientras que con la teoría de las des­cripciones en la otra; la reduce. Pero ni la teoría de las descripciones es necesaria para esta reducción -como he intentado mostrar más arriba-, ni el principio de extensionalidad fuerza a aceptar aquella ampliación, como veremos más adelante a propósito de Wittgenstein.

4. Que el propósito de Russell es, en última instancia, metafísico, está claro. Se trata de llegar a los últimos elementos de los que se com­pone el mundo, la realidad (p. 270 de Logic and Knowledge), pero en teo­ría, no en la práctica. Se trata de encontrar de qué clase serán esos ele­mentos y cuál su estructura, pero como tal, el lógico, que así es como Russell se considera , no puede decir cuáles son actualmente dichos elemen­tos: «el lógico, como tal , nunca da ejemplos». Que hay bastante más que lógica en la doctrina de Russell, será obvio después de todo lo anterior. Y, sin embargo, no es suficiente. Para hablar como lógico, Russell dice demasiadas cosas sobre el mundo; pero no bastantes para que su doctrina sea, metllfísica y epistcmológicamente, satisfactoria. El vínculo entre la lógica y la metafísica lo establece la filosofía del lenguaje, que aparece sujeta, por un lado, a la idea de que la estructura del cálculo de los Prin­cipia Mathematica es la sintaxis propia de cualquier lenguaje que sea lógica­mente perfecto, y de otro, a la exigencia de que un lenguaje así esté direc­tamente relacionado con la realidad a base de que sus términos más simples tengan referencia directa en el mundo, lograda a través· del conocimiento

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dircrto. Por lo que se refiere a la primera exigencia, el prodigioso desarrollo que tuvo la lógica a partir de la aparición de los Principie MalhemalÍea, y la gran variedad de cálculos que vieron la luz, entre ellos, algunos poli­valentes , acabó por extinguir la pretensión de encontrar en la lógica la estructura adecuada para un lenguaje perfecto. Por lo que toca a la se­gunda, ya hemos visto que tenía como consecuencia que el lenguaje per­fecto fuera, desde el punto de vista de su vocabulario, en su mayor parte privado, y por eHo inútil para la comunicación. Y si el lenguaje perfecto es privado y particular de cada hablante, y además no tiene un claro funda­mento lógico, ¿qué ventajas puede tener su investigación?

6.8 El lenguaje como representación figuraliva en Wittgenstein

El atomismo lógico de Russell tiene un representante de excepcional significación en Wittgenstein. Aunque en algunos lugares Russell se mues­tra perplejo o expresa disconformidad con algunas afirmaciones de su discí­pulo, habla siempre de él, por esta época, con profundo respeto, e incluso se muestra agradecido por alguna sugerencia particular, como la de que las proposiciones no son nombres de los hechos (Logie and Knowledge, p. 187). Pero Wittgenstein formuló la doctrina atomista en una obra tan conseguida y bril1ante, y con un estilo tan personal, que su profundo débito para con Russell y su total falta de originalidad en las ideas básicas de su construc­ción, han pasado con frecuencia inadvertidos. A ello contribuye también la extrema parquedad de Wittgenstein en las referencias a otros autores, si bien es de notar que Frege y Russell son, con gran diferencia, los autores más citados por él, y que su influencia está ya reconocida en el prólogo de su obra.

Wittgenstein presentó su versión del atomismo lógico en un escrito muy condensado, de párrafos cortos, extrañamente numerados, y de es tilo críptico, que apareció en 1921 , en el último número que se publicó de la revista alemana Anl1alen der Naturphilosophie. El trabajo llevaba por título «Logisch-Philosophische Abhandlung». Al año siguiente se publicaba en In­glaterra como libro y en edición bilingüe, acompañando al texto alemán la traducción inglesa. Al parecer por sugerencia de Moore, se le puso un título latino : Traetatus Logico-Philosophieus.

La forma de numeración de los párrafos del T raetatus pretende expre­sar la importancia lógica que Wittgenstein daba a cada una de sus afirma­ciones en relación con las demás. Así, la obra contiene siete afirmaciones principales, numeradas de 1 a 7, Y el resto constituyen comentarios sobre éstas, de la siguiente manera: las afirmaciones 1.1 , 1.2, etc., son comen­tarios al párrafo 1, las numeradas 1.11 , 1.12, etc., comentan la afirmación 1.1, y así sucesivamente. No creo, sin embargo. que esta numeración, tal y como Wittgenstein la aplica, resulte especialmente aclaratoria, y de hecho sólo se utiliza hoy como un medio, breve y exacto, de citar el Traetatus. Las siete aserciones principales contenidas en él son las siguientes :