Chirrincheros
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Transcript of Chirrincheros
Ser Chirrinchero no es ser de la Calle
Por: Natalia Jaramillo Fernández
Estaban tomando ron sello dorado y a pesar de que era viernes, eran apenas
las 11:00 a.m. cosa que para ellos es totalmente normal y rutinaria. “Yo me
levanto temprano, hago mi comida, lavo mi ropa, organizo mi casa y, ¿después
qué hago? Siendo pensionado ya, no hay mucho por hacer y siempre me ha
gustado el traguito, entonces lo que hago es eso, venir aquí al parque de
Caldas, con mis amigos, a tomar”, cuenta Carlos Fernández habitante del
Municipio y reconocido socialmente como uno de los chirrincheros del parque
principal.
Las botellas con el ron no estaban al aire libre, estaban guardadas cada una en
una bolsa negra de la cual sólo sobresalía el cuello y la tapa. Al lado, y sobre la
misma silla en la que estaban sentados, unas 3 copas de plástico,
aproximadamente, con un leve residuo amarillento del alcohol. Era tan simple
como, quien quisiera tomarse un trago de ron, podía servirlo y tomarlo, pero no
brindaban.
No habían pasado 15 minutos y ya habían hablado de fútbol, de la carrera de la
universidad, de las familias de cada uno, de lo que hacían cotidianamente
mientras pasaban el día bebiendo, de lo felices que eran al ver los niños jugar,
de alimentar las palomas y, en general, de salir de la casa porque “no hay más
nada que hacer”. Hugo Colorado Vélez llegó a hacer parte del grupo, saludó,
se sentó y tomó una copa. Parecía que ya había estado ahí y no que había
acabado de llegar. Llevaba una camisa de rayas en tonos de verde y lila, y
unas gafas para poder ver y sin embargo se las quitaba de vez en cuando para
limpiarlas con la camisa. “A mí no me gusta lucir como un gamín, como una
persona de la calle, aunque lo sea. Yo tengo mi ropita, mis buenos zapatos e
incluso me choca que mi familia me diga que me han visto en la calle mal
relacionado, porque no es verdad, todos son mis amigos y lo que más me
gusta hacer es compartir tiempo con ellos, y tomarme mis traguitos”, cuenta
Hugo mientras sirve el siguiente trago de ron.
No es que sean personas de la calle porque cada uno tiene su casa, lo que les
gusta es estar en la calle porque no hay actividades para realizar encerrados y
ya “no tienen nada más que hacer con su vida”. Son personas de edad, no de
la tercera edad, aunque algunos se acercan bastante. Tampoco todos lucen
sucios y decadentes, por el contrario se esfuerzan por lucir bien y diferir de
quienes deben buscar en la basura qué comer. “Cuando salgo a la calle a
tomarme mis tragos es como si cambiara totalmente de contexto y me volviera
una persona distinta. Sin embargo no me gusta estar cerca de mis hijos cuando
estoy bebido, porque doy la vida por ellos. Tengo un rey y una reina y me gusta
cuidarlos y estar pendiente de ellos, pero eso no perdona que me vaya para la
calle a hacer lo que más me gusta. Y aún así tengo respeto por ellos”, cuenta
Carlos Fernández.
No eran aún las 12:00 m., ya habían acabado varias botellas, pero tenían 2
más por empezar. Al grupo se unió un nuevo personaje que ya no controlaba
su expresión facial y la facilidad de comunicarse, entonces no tuvo mucho por
contar. Sin embargo, se sentó cerca del ron, tomó la botella y se sirvió un trago
como si fuera de él. Ninguno le dijo nada y todos continuaron hablando,
mientras cumplían con su rutina.
Vida, obra y lugar de los “chirrincheros”
Por: Alejandro Gaviria González
El sol caía con fuerza en el municipio de Caldas la mañana del viernes 16 de
noviembre. Mañana atípica en el municipio, donde el frio es característico
desde la puesta del sol sobre el primer municipio del Sur del Valle de Aburrá.
Un encuentro poco informal que dio inicio con el comprar de cuatro buñuelos y
cuatro gaseosas, permitió ultimar detalles para el encuentro con unos
peculiares personajes que vemos en el diario vivir de Caldas.
Dispuestos a compartir y conocer más de ellos, los llamados “chirrincheros”,
como son conocidos en su natal Caldas, nos dividimos en dos grupos. Dos
compañeros se encargarían de saber más sobre ellos, el por qué y el cómo
llegaron a lo que hoy disfrutan con gran entusiasmo. Y no se arrepienten. Otros
dos tenían el trabajo de dialogar con autoridades, clínicas, mentales y de
seguridad, aparte de conocer esos lugares donde los encuentran en su pasar
los habitantes del pueblo.
Divididos en dos grupos sólo quedaba cuadrar hora y lugar de reencuentro, que
estaría acompañado de un buen almuerzo. Eran las 10:30 a.m., a las 12:15
p.m., en el Parque Santander (parque principal) se dio el punto de encuentro.
Ya dispuestos al inicio del trabajo nos dirigimos a las oficinas donde se
encuentra ubicada la Alcaldía Municipal, lugar donde al preguntar por los
diferentes estamentos reguladores, seguridad y salud, nos remitieron
inmediatamente a la Secretaría de Salud municipal, donde nos explicaron un
poco sobre el cuadro clínico y familiar que tenían estos hombres, algunas
mujeres, obteniendo información valiosa para afrontar estos “peculiares”
personajes.
El “chirrinchi” es una mezcla de alcohol antiséptico mezclado con alguna
bebida gaseosa, por lo tanto el “chirrinchero” es alguien que consume estas
bebidas constantemente, volviéndose adicto o alcohólico.
En el encuentro de todo el grupo, dos de ellos se encontraban con un grupo de
cinco “chirrincheros”, cada uno contando diferentes experiencias, personales,
familiares y de amistad. Unas tristes, sobre todo las familiares, algunos por
abandono, la ausencia de un amor, otros por simple gusto y otros porque no
encuentran otra cosa qué hacer que tomar día a día, no importándoles.
Estos hombres aparte de compartir el gusto por éste trago un poco nocivo para
la salud, encuentran entre ellos una amistad, diferentes gustos que a través de
las charlas que cada día sostienen van encontrando familiaridades que los
hace buscarse, no sólo para compartir bebida, también hay historias que como
buenos amigos se cuentan.
El día viernes culminó al conocer estos personajes, que a pesar de tener un
fuerte problema de alcoholismo, viven felices con lo que son, y lo que hacen.
El regreso fue el martes 27 de noviembre, esta vez el recorrido fue más
extenso, aunque el encuentro fue en el mismo punto, el Parque Santander. De
allí partimos hacia el Parque de la Locería, otro lugar reconocido por la
constante visita de los “chirrincheros”, y claro, allá encontramos algunos, pero
cada uno aparte.
Terminado el recorrido en aquel parque, la ruta nos llevaba al Parque del
Carrusel, previo a la llegada a él, hay un pequeño parquecito, denominado el
del “Punkero”, pues en las noches hay un bar de éste género cerca al parque.
Allí a eso de las 10:30 a.m., dos hombres se encontraban en un charla amena
y con su “peculiar” bebida, una de tantas que los distingue a ellos como
“chirrincheros”. En un embase de Manzana Postobón tenían la muy bien
conocida chicha, ésta, hecha de panela y cascara de manzana fermentadas.
Allí nos recibieron con mucho entusiasmo, contando historias como lo hacían
los que ya el viernes anterior habíamos visto en el Parque Principal.
Como particularidad de estos grupos, encontramos su necesidad de hacer
entre ellos la conocida “vaca”, que es recolectar dinero entre todos para
comprar su licor, o con nosotros pedirnos dinero o el trago. El viernes en el
Parque Santander les dimos aguardiente norteño, y el martes chicha, pasando
por un momento de ser simples conocedores de su vida, a alimentadores de su
alcoholismo.
El chirrinchi: para algunos un problema, para otros un estilo de vida
Por: Andrés Felipe Ríos
Juan Carlos Diosa creador de la estatua Francisco de Paula Santander del
parque principal de Caldas, tuvo su pasado con el”chirrinchi”. Nadie creería que
una persona que desperdicia su tiempo en el alcohol, estando ebrio en
cualquier parte y dando lidia, podría ser el escultor de esta obra, que logró
gracias a su rehabilitación.
Como él son pocas las personas que realmente alcanzan a recuperarse según
Amparo Grisales, trabajadora de la Secretaría de Salud, quien cuenta que en
estudios realizados en 2010 encontraron alrededor de 20 chirrincheros en el
Municipio de Caldas. Para ellos no es un problema, aunque la sociedad si lo ve
de esa manera. Y la manera más pertinente para poder integrarlos a la
sociedad debería hacerse con un trabajo intersectorial que involucre educación,
salud y empleo para tratarlos. Además, que ellos realmente quieran cambiar su
vida.
Entidades como el Hermano en Barbosa y Carisma se encargan de recibir los
adictos, al igual que algunos familiares los acogen, protegen y aceptan así.
Estos intentos son fallidos si el alcohólico no desea rehabilitarse porque
responde volándose del lugar que lo recibe o con desengaños a su familia.
La familia puede pasar tiempo con ellos sin importarle su adicción, como le
sucedió a la madre de Héctor, mujer que se convirtió en coadicta por ayudar,
apoyar y facilitarle a su hijo el consumo de trago, incluso hasta acompañándolo
a tomar. Después de la muerte de su mamá Héctor logró rehabilitarse tal vez
porque ya no tenía a esa persona incondicional que le daba la mano a la hora
de consumir. La conclusión a la que llegó la sicóloga Omaira Morales de la
Secretaría de Salud, luego de indagar e investigar sobre la causa de este tema,
es que estas personas desean vivir de esta forma, para algunos puede ser un
problema y para otros una manera de disfrutar la vida.
Carlos Antonio y su adicción
Por: Santiago Fernández V
Una adicción al alcohol es el pasatiempo de la vida de Carlos Antonio
Fernández, un habitante del municipio de Caldas que dejó ver su vida como el
quehacer de lo que más le gusta sin ningún tipo de presión.
Norteño, Ron Jamaica, Ron Sello dorado son los tragos que usa para
pasársela “rascado” a diario en pocas y entendibles palabras, “el chirrinchi”,
barato y asequible para el estilo de vida de este señor que como muchos más
viven sujetos al licor.
Su única familia son sus dos hijos, con los cuales Carlos se la lleva muy bien
mientras este en sano juicio como se dice en su pueblo. Su hija es enfermera
de la clínica Soma y su hijo trabaja en un supermercado del mismo pueblo,
ambos viven separados de su padre.
Su soledad no es por él quiere o porque se la haya buscado, la muerte de su
esposa hizo que este hombre se aferrara a este vicio, aunque ya lo hacía no
era un alcohólico. Él reconoció que desde este triste acontecimiento para su
vida el licor empezó a abundar más y más hasta llegar a pasar casi una
semana entera bebiendo “trago barato” y con gente peligrosa.
Sin una entrada económica es difícil mantener este estilo de vida o más que
estilo de vida, un vicio, Carlos Antonio se sostiene gracias a la pensión que
obtuvo después de la muerte de su señora, pensión que le alcanza para pagar
la pieza donde vive solo, comprar un poco de comida y el resto, más del 60 %
del sueldo, tazarlo para beber en el mes.
No es fácil describir y criticar la vida de un hombre como este, tiene un pasado
indeseable, razón que influyen para hoy ser lo que es, así mismo todos esos
habitantes del municipio tendrán sus razones para entrar e instalarse en un
mundo lleno de reproches sociales de peligros ambulantes.
Este es Carlos Antonio Fernández, un hombre que a sus 50 años de vida no le
importa reconocer lo malo que puede llegar a ser su adicción a este tipo de
licores y a cualquier cosa que tome que contraiga alcohol, se siente bien por
llevar la vida que él desea en el momento y el hecho de hacerlo sin hacerle
daño a nadie lo hace sentir orgulloso aunque la sociedad lo rechace la mayoría
de las veces junto a sus amigos.