Chic Genaro Cuando El Alma Se Separa Del Cuerpo

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1 Publicado en: F.J. Guzmán Armario y V. Castañeda Fernández (coord.), Vida y muerte en la historia de Cádiz, Cádiz, 2008, pp. 11-31. CUANDO EL ALMA SE SEPARA DEL CUERPO. REFLEXIONES HISTÓRICO-ANTROPOLÓGICAS SOBRE LA MUERTE EN EL MUNDO ANTIGUO Genaro Chic García Universidad de Sevilla Los animales más complejos se caracterizan, entre otras cosas, por disfrutar de dos formas de pensamiento que forman sistema: la emocional y la racional, sin que se pueda establecer separación radical entre ambas. Limitándonos al caso del hombre, se ha podido llegar a la conclusión de que su cerebro, que sigue siendo la parte del cuerpo más desconocida pese a los avances tecnológicos y científicos de los últimos veinte años 1 , podríamos decir que es la suma de elementos diversos en conexión. Sobre una base sensitiva, situada próxima a la médula espinal y que responde automáticamente a los impulsos primarios (calor, frío, pulsiones sexuales, hambre, etc.) se ha ido desarrollando un subsistema límbico que permite el desarrollo de la memoria y, por consiguiente, la capacidad de elegir cuando una nueva necesidad de actuación se presente. Es éste el centro de las emociones, que se acercan a la realidad envolviéndola de forma global. Es también el segundo elemento que se desarrolla en el embrión, antes de que surja el cerebro superior, con su neocórtex, que recubre los lóbulos prefrontales y, en especial, los frontales. Éste subsistema es el que permite, al contrario que el anterior, la individualización, la reducción de lo percibido a unidades mínimas que se combinan entre sí. Posibilita una percepción de la realidad más cuantitativa, racional (de ratio, cuenta), frente al pensamiento emocional, que es hecho posible por el citado sistema límbico y que se caracteriza por distinciones cualitativas. Este último subsistema actúa como filtro entre la pura racionalidad y el puro impulso sensitivo, de tal manera que la emotividad aparece como punto central del sistema cerebral global. De hecho, somos mucho más emocionales que racionales, cosa que ha terminado por comprender perfectamente el sistema de mercado que hoy rige nuestras vidas 2 y que se manifiesta tanto en el campo de la industria 3 como en el del comercio (clara prueba de ello la tenemos en la publicidad) o en los medios de comunicación de masas que la transmiten 4 . El mayor desarrollo del cerebro racional, que permite la contraposición de datos de una manera más individualizada que el emocional, permitió al ser humano (un sistema formado a su vez por la hembra y el macho) una objetivación de la realidad superior a la de sus primos evolutivos primates. Es así como, poco a poco, debió ir llegando al descubrimiento 1 R. Carter, El nuevo mapa del cerebro. Guía ilustrada de los descubrimientos más recientes para comprender el funcionamiento de la mente, Barcelona, 1998. 2 Ch. L. Limdblom, El sistema de mercado, Madrid, 2002. 3 D. A. Norman, El diseño emocional. Por qué nos gustan (o no) los objetos cotidianos, Ed. Paidós, 2005. 4 R. Reig, Periodismo de investigación y pseudoperiodismo. Realidades, deseos y falacias, Madrid, 2000.

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    Publicado en: F.J. Guzmn Armario y V. Castaeda Fernndez (coord.), Vida y muerte en la historia de Cdiz, Cdiz, 2008, pp. 11-31.

    CUANDO EL ALMA SE SEPARA DEL CUERPO.

    REFLEXIONES HISTRICO-ANTROPOLGICAS SOBRE LA MUERTE

    EN EL MUNDO ANTIGUO

    Genaro Chic Garca Universidad de Sevilla

    Los animales ms complejos se caracterizan, entre otras cosas, por disfrutar de dos formas de pensamiento que forman sistema: la emocional y la racional, sin que se pueda establecer separacin radical entre ambas. Limitndonos al caso del hombre, se ha podido llegar a la conclusin de que su cerebro, que sigue siendo la parte del cuerpo ms desconocida pese a los avances tecnolgicos y cientficos de los ltimos veinte aos1, podramos decir que es la suma de elementos diversos en conexin. Sobre una base sensitiva, situada prxima a la mdula espinal y que responde automticamente a los impulsos primarios (calor, fro, pulsiones sexuales, hambre, etc.) se ha ido desarrollando un subsistema lmbico que permite el desarrollo de la memoria y, por consiguiente, la capacidad de elegir cuando una nueva necesidad de actuacin se presente. Es ste el centro de las emociones, que se acercan a la realidad envolvindola de forma global. Es tambin el segundo elemento que se desarrolla en el embrin, antes de que surja el cerebro superior, con su neocrtex, que recubre los lbulos prefrontales y, en especial, los frontales. ste subsistema es el que permite, al contrario que el anterior, la individualizacin, la reduccin de lo percibido a unidades mnimas que se combinan entre s. Posibilita una percepcin de la realidad ms cuantitativa, racional (de ratio, cuenta), frente al pensamiento emocional, que es hecho posible por el citado sistema lmbico y que se caracteriza por distinciones cualitativas. Este ltimo subsistema acta como filtro entre la pura racionalidad y el puro impulso sensitivo, de tal manera que la emotividad aparece como punto central del sistema cerebral global. De hecho, somos mucho ms emocionales que racionales, cosa que ha terminado por comprender perfectamente el sistema de mercado que hoy rige nuestras vidas2 y que se manifiesta tanto en el campo de la industria3 como en el del comercio (clara prueba de ello la tenemos en la publicidad) o en los medios de comunicacin de masas que la transmiten4.

    El mayor desarrollo del cerebro racional, que permite la contraposicin de datos de una manera ms individualizada que el emocional, permiti al ser humano (un sistema formado a su vez por la hembra y el macho) una objetivacin de la realidad superior a la de sus primos evolutivos primates. Es as como, poco a poco, debi ir llegando al descubrimiento

    1 R. Carter, El nuevo mapa del cerebro. Gua ilustrada de los descubrimientos ms recientes para comprender el funcionamiento de la mente, Barcelona, 1998. 2 Ch. L. Limdblom, El sistema de mercado, Madrid, 2002. 3 D. A. Norman, El diseo emocional. Por qu nos gustan (o no) los objetos cotidianos, Ed. Paids, 2005. 4 R. Reig, Periodismo de investigacin y pseudoperiodismo. Realidades, deseos y falacias, Madrid, 2000.

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    de que la muerte era algo que le suceda al individuo de forma necesaria e ineluctable. Este hecho, que lo situaba en el tiempo5, no parece haberse dado en otro animal, sino que es distintivo del mayor desarrollo racional del hombre. Y posiblemente sea el mayor descubrimiento intelectual jams realizado por el mismo. La cultura, la capacidad para transmitir informacin y hbitos por imitacin e instruccin, en vez de por herencia gentica, que no es en principio exclusiva del hombre (hay otros monos que saben emplear un instrumental de forma inteligente aunque rudimentaria), adquiere una nueva dimensin a partir de que el ser humano se convence de que ha de morir; de que el presente absoluto se prolonga por un lado hacia el pasado y, lo que resulta ms inquietante, tambin hacia un futuro. La vida pasa a considerarse desde una perspectiva ms individual, con una entrada que es el nacimiento y una salida que se sita en el momento de la muerte. De todas formas se sigue estimando en principio que la vida del grupo es ms importante que la del individuo que forma parte del mismo, que la colectividad sigue viva aunque uno o varios de sus miembros mueran. Que la esperanza de vida est en la comunidad, concebida como unidad orgnica, y por ello sta ha de ser preservada por encima de todo. Y ese todo comprende ahora el hecho sentido de la muerte individual, que se evidencia en los primeros enterramientos realizados de acuerdo con un ritual preservador. Los arquelogos han establecido ese momento hace unos 120.000 aos, con dos especies de primates hominoideos principales (Neandertal y Homo sapiens), extendindose la costumbre durante el llamado Paleoltico Superior, entre el 40.000 y el 8.000 a.C. aproximadamente, que es cuando podemos situar el triunfo del tipo humano que nos es ms prximo: el hombre que sabe que conoce (sapiens sapiens), capaz de generar cultura de forma cada vez ms avanzada.

    El conocimiento de la muerte no es natural. Los nios pequeos no lo tienen. Su percepcin de la propia individualidad es muy pequea y la preocupacin principal es la separacin, sobre todo de la madre, con la que comenzaron formando unidad. Para ellos, pues, la muerte an forma parte de la vida, en una dimensin ms colectiva que individual6. Y lo mismo ocurre a ese nivel colectivo en los pueblos donde el nivel de racionalidad no se ha desarrollado ampliamente. Slo lentamente la idea de la muerte va aumentando en grado de ansiedad a medida que se desarrolla el concepto de tiempo que transcurre; a medida que se racionalizan las relaciones del hombre con los dems congneres y con el medio que le rodea. As vemos que, en nuestra Antigedad Clsica, tanto en el mundo griego como en el romano7, lo que encontramos en principio es que se le da gran importancia al presente absoluto (ain, aevum), prefiriendo considerar como ms importante la permanencia que el cambio, dado que el cambio implica degradacin y destruccin, o sea que lleva a la muerte. Lo importante es lo sagrado, lo que se siente que tiene ms calidad de ser, siempre partiendo de la idea de que el ser slo es uno y que sus presentaciones individuales no son ms que formas que tiene de presentarse (lo que hace comprensible que se admitan sin dificultad los cambios las metamorfosis- y por consiguiente los milagros, que son muy anteriores al cristianismo desde luego). La mayor o menor sacralidad de un ser (persona o cosa, tangible o no) es el sentimiento ms o menos intenso que tenemos del mismo, y la permanencia de ese sentimiento es garanta de su calidad. El ser supremo es el menos alterable de todos, el ms inmortal, el ms incorruptible (de ah la ancestral preferencia por el oro, el metal que

    5 E. Pppel, Los lmites de la conciencia. Realidad y percepcin humana, Barcelona, 1993. 6 R. Lonetto, y D. I. Templer, La ansiedad ante la muerte, Barcelona, 1988. 7 A. Campillo, Ain, Chrnos y Kairs (La concepcin del tiempo en la Grecia Clsica), La(s) otra(s) historia(s) (Una reflexin sobre los mtodos y los temas de la investigacin histrica), n 3, Bergara, 1991, pp. 33-70.

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    apenas se oxida, el ms divino y sujeto de mayor confianza, lo que explicar fcilmente que llegue a ser el principal patrn monetario8) y el presente absoluto es el tiempo supremo, el que no cambia en absoluto. El hombre es consciente de que su tiempo no es tan bueno y que no puede permanecer sin cambio de forma natural, pero su inteligencia le lleva a pensar que el tiempo puede ser recuperado en su estado original, como ve que sucede a su alrededor, pues todo termina regresando a su origen: los astros giran en torno a la Tierra y las estaciones se suceden. Nada permanece, pero an todo regresa a su estado original. Tras la muerte del grano ste vuelve a nacer con la cosecha (mito de Osiris, de Demter, etc.) y las comunidades, como los ros, siguen existiendo aunque el agua pase y no se pueda baar uno dos veces en el mismo agua pero s en el mismo curso fluvial. Evidentemente, desde esa perspectiva, lo colectivo, lo que permanece, es considerado como ms importante que lo individual. De la misma manera que el tiempo cclico o circular es preferible al rectilneo, al que no permite empezar de nuevo, o sea volver a ser nuevo. De ah la importancia concedida a las fiestas de Ao Nuevo, pues ritualmente, tras celebrar el sacrificio de un pharmaks, de un vehculo que se lleve las impurezas del cambio (o, como solemos decir, de un chivo expiatorio), el tiempo puede volver a ser el mismo que al comienzo y no uno distinto9. Es lo que grita Juan el Bautista cuando ve al Cristo: Ecce agnus Dei, ecce qui tollit peccatum mundi (He aqu al cordero de Dios, he aqu al que carga sobre s el pecado del mundo) (Jn 1, 29).

    El pecado, el desorden, se produce en el marco del otro tiempo, el que cambia, el kronos de los griegos o el tempus de los romanos. Ese tiempo que se puede dividir en partes iguales y medir con relacin a una medida de cmputo externa, el tiempo cuantificable, cronometrable en suma. Si el tiempo absoluto se siente ntimamente, si pertenece al mbito del pensamiento emocional, este otro tiempo es en cambio relativo, se razona, es susceptible de ser contado de forma objetiva. Al ser ajeno a la emocin, es el tiempo del aburrimiento, del olvido, pues no deja huella firme en la memoria. En cambio el otro, el

    8 De ah que, siguiendo el principio de metamorfosis antes aludido, el hombre buscase a travs de la alquimia la transmutacin de su propio cuerpo en oro (M. Eliade, Herreros y alquimistas, Madrid, 1990). Como podemos leer en la Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Piedra_filosofal), la piedra filosofal, o elixir de la vida era algo ansiosamente buscado y codiciado porque se le suponan virtudes maravillosas, no slo la de conseguir el oro sino la de curar algunas enfermedades y otorgar la inmortalidad. Para la fabricacin de oro se buscaba un material que facilitase la mezcla de mercurio y azufre porque se supona que ese era el camino acertado. A partir de esa mezcla hallaran el noble metal. Estos dos aspectos estn relacionados, una caracterstica del oro es que se oxida mas lentamente que otros metales, es decir el oro es inmortal. Por lo tanto si descubran como formar oro a partir de [otra materia], tal vez podran hacer que el pobre cuerpo mortal se volviera inmortal. Hoy se cree haber encontrado, desde la racionalidad, esa piedra filosofal en las clulas madre. As se espera conseguir, por fin, romper el crculo o ciclo de la vida (nacimiento-reproduccin-muerte) para proyectar al hombre en una infinita lnea recta. El problema parece ser que la Tierra, que es redonda y gira como todo en el Universo, no sigue esa direccin rectilnea que gusta al hombre. El mito del hombre inmortal, infinito, sigue su camino ms all de la vida, de la que todo seala que est a punto de salir a travs de su inadecuacin al medio ambiente debido a la superpoblacin alcanzada (que hace inviable su sostenimiento en esas condiciones naturales de las que se pretende escapar) evitando la muerte a travs de la medicina y la supresin de la violencia. La especie humana promete morir de xito. 9 M. Eliade, Lo sagrado y lo profano, Barcelona, 1985, 6 ed.

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    ain o aevum inalterable, es el verdadero, el que no se olvida, el que est lleno de ser. Que esto no es una suposicin lo vemos con claridad en la palabra griega que designa lo verdadero: aleths, que quiere decir lo que no est sujeto a lethe, al olvido10. Porque lo verdadero no se opone a lo falso, como en el pensamiento racional, sino que se diluye poco a poco en el olvido, pues slo se concibe un ser temporal con diversas densidades segn los puntos del mismo y este ser no tiene lmites definidos. Un ser que puede regenerarse o diluirse segn sea el movimiento de su sacralidad (de ah la posibilidad del misticismo). Algo de ello queda en el apotegma castellano que dice: Qu te iba yo a decir que mentira no era? (porque si no es mentira no se me ha podido olvidar). Y como el tiempo racional es insufrible, aunque inevitable para el hombre sometido a la muerte, el humano ha de aprovechar la ocasin (kairs en griego, occasio en latn) en que el tiempo absoluto se muestra fugazmente para intentar cogerlo y que no se escape, pues es sabido que a la ocasin la pintan calva. No por casualidad ser este tiempo el preferido por los historiadores, que contemplan el continuum pero se detienen en la figura de los grandes momentos, en los hroes, que son como la chispa que provoca la explosin, al decir de Childe11.

    El hombre, pues, lucha contra la muerte. Una lucha que, en el plano sensible, es algo a lo que se encuentra especialmente inclinada la parte masculina con una proporcin de testosterona diez veces superior a la femenina12- de esa santsima dualidad que es el ser humano (dos personas, el macho y la hembra, en un solo ser humano verdadero)13. De forma que se puede decir que mientras la mujer es un ser para la vida, el varn es un ser para la muerte14. Si uno la mujer- vive su vida en la continuidad, el otro lo hace en el enfrentamiento, lo que tiene repercusiones en todos los mbitos de la existencia de ambos. 10 M. Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia arcaica, Madrid, 1981. 11 V.G. Childe, Teora de la Historia, Buenos Aires, 1976. 12 L. Brizendine, El cerebro femenino, Barcelona, 2007. En la misma lnea que esta neuropsiquiatra norteamericana se expresa tambin el espaol J.F Rubia, El sexo del cerebro. Las diferencias fundamentales entre hombres y mujeres, Madrid, 2007. 13 Desde muy temprano en nuestra cultura mediterrnea se ha tenido conciencia del carcter intrnsecamente corporativo del ser humano. As, ya en la parte yahvista de la Tor juda, y ms en concreto en el libro bereit ("al principio") que en la traduccin griega se denomin Gnesis, recogiendo una tradicin que, aunque se fijara por escrito en el siglo VI debe remontar al X a.C., se nos habla de la creacin del ser humano como dos en uno. San Pablo, quien tendra muy en cuenta estos relatos, recoge el relativo a la institucin del matrimonio en su Epstola a los efesios (5, 28-32) copiando un fragmento y realizando un certero comentario: Por esto abandonar el hombre a su padre y a su madre y se adherir a su esposa y sern los dos una sola carne' (Gen. 2,24). Este misterio es grande, os lo aseguro. Porque ciertamente, aparte de la comparacin que se pueda establecer con la Iglesia y que realiza el judo cilicio de Tarso, no deja de ser un misterio para el pensamiento lgico -que no una irrealidad- lo que hemos denominado con anterioridad -permtasenos la licencia- el "misterio de la santsima dualidad": hay un solo ser humano en dos personas distintas (cada una de las cuales es a su vez un ser humano). O sea que el ser humano no es el hombre, ni lo es la mujer, aunque uno y otro sean seres humanos. El ser humano lo son los dos al mismo tiempo. (Dicho sea de paso este tipo de misterios no pueden resultarnos hoy tan extrao cuando la fsica cuntica demostr en 1983, en el laboratorio de Orsay y bajo la direccin de Alain Aspect, la no separabilidad de determinadas partculas que ocupaban el mismo lugar al mismo tiempo en el mismo espacio). 14 P. Clastres, Investigaciones en antropologa poltica, Barcelona, 1981.

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    La vida y la muerte como fin particular de la misma no se nos muestran, en realidad, sino como facetas de la existencia. Matamos para vivir y no comemos nada sin destruirlo. Y la vida, que parte en cada uno del nacimiento, est destinada en cualquier caso a la muerte individual. La existencia es colectiva y nuestra vida es slo individual. Pero lo que mete lo individual en lo colectivo es el hecho de la reproduccin. Algo en lo que genticamente, en el caso de la especie animal humana, participan tanto el macho como la hembra, pero que a la hora de pasarlo al campo del sentimiento indiscutiblemente est ligado de manera muy predominante a la madre, que forma unidad durante un tiempo con la cra.

    En la hembra humana la crianza empuja insensiblemente a la seguridad. Y esa seguridad, durante mucho tiempo la dio la fuerza superior del varn. Una fuerza que con frecuencia se manifiesta en violencia fsica el efecto de la testosterona- lo que nos da una idea de por qu las mujeres previas a la revolucin industrial cuando encontraban esa seguridad necesaria en el plano de la fuerza natural- toleraban, incluso de una forma un tanto admirativa cuando no se manifestaba de forma excesiva, una cierta violencia de su pareja15. La otra fuerza, la que da la transmisin de la sangre y la creacin de lazos

    15 Es este un tema que merece la pena ser considerado al margen de la correccin poltica actual, de una manera cientfica. M. Harris, en Vacas, cerdos, guerras y brujas (Los enigmas de la cultura), Madrid, 1994, p. 87, nos recuerda que las mujeres yanomamo esperan ser maltratadas por sus maridos y que miden su status como esposas por la frecuencia de las pequeas palizas que les propinan sus maridos. Durante mucho tiempo, hasta el siglo V, existen testimonios sobre el hecho de que los Papas de aquella poca prohibieron a los romanos que acudieran al Lupercal (cueva en que segn el mito la loba amamant a Rmulo y Remo, recin descubierta en el Palatino romano), donde las mujeres iban para ser objeto de un ritual de latigazos que, se crea, provocaban la fertilidad. Mucho ms cerca de nosotros, una situacin parecida refiere el novelista norteamericano Henry Miller en Trpico de Capricornio, Madrid, 1999, p. 212. La situacin era an bien conocida en la Espaa de hace medio siglo, como bien refleja F. Lpez Prez, en Gandul en el horizonte, Alcal de Guadaira, 2004, p. 245. La cultura no ha borrado del todo esta tendencia inconsciente, oficialmente rechazada hoy, como vemos en noticias y reportajes de prensa. As lo seala la sexloga P. Cristbal ("Las fantasas sexuales", 20 minutos, 29-5-2003, p. 16) o J. Aguilar, en su artculo "Las chicas dan un paso atrs ", Diario de Sevilla 3-11-2005, donde dice: Han hecho un informe en la Comunidad de Madrid que concluye, tras entrevistar a dos mil seiscientos estudiantes de instituto, que el 80% de las chicas de edades comprendidas entre los 12 y los 18 aos creen que su pareja puede quererlas aunque les pegue o las maltrate. El porcentaje es incluso mayor que entre los chicos, donde piensan lo mismo el 75%. Es evidente que el nuevo sistema de valores, basado en la igualdad en el tratamiento de los sexos, tiene una gran lucha pendiente antes de que se afirme.

    An hoy cuando la fuerza se ha desplazado a la mquina automotriz- las mujeres con frecuencia sealan que su principal preocupacin es la seguridad, que hace posible la estabilidad, necesaria para el mantenimiento de una familia. Es lo que lleva, en determinados casos, a la mujer joven a casarse con el hombre maduro que le ofrece esa estabilidad. En la naturaleza la mujer, que est preparada para transmitir la vida, busca instintivamente la seguridad que necesita para sacar adelante a unas cras poco hbiles para defenderse ellas mismas. Una naturaleza que les lleva a preferir al macho que sea capaz de pelear hasta la muerte, si es necesario, por ellas. La bsqueda de la seguridad en otro implica la aceptacin de la sumisin. Pero no debemos engaarnos: esa sumisin hay que ganarla continuamente, obligando al macho a un esfuerzo al que slo puede verse inclinado

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    comunitarios a travs de la crianza, tambin se ha hecho sentir de forma notable a lo largo del tiempo, pero parece claro que lo comunitario, construido va las relaciones multilaterales del parentesco, los valores compartidos y el afecto, fue siendo desplazado por lo social, basado en gran medida de relaciones unilaterales y en el deliberado esfuerzo de organizaciones formales por alcanzar la coordinacin, de la misma manera que la diosa neoltica fue siendo desplazada por el dios padre de los guerreros como organizador de las sociedades16. O sea, que se ha ido dando una masculizacin progresiva de las comunidades humanas, que tiene su forma ms conspicua en el surgimiento del Estado.

    Ser para la muerte, el hombre vive de manera ms intensa la agresividad fsica. l es el guerrero, el que lucha por hacerse notar y por tener el premio de cubrir con ms facilidad a las hembras, aliviando de esta manera sus imperiosas pulsiones vitales17. Pues bien, el combate lleva a la jerarquizacin social, y el elemento dominante tiende naturalmente a imponer los ritmos de conducta a los otros miembros de su grupo. Ser l el que regule el acceso a las hembras, tanto el acceso propio desde luego, como, por necesidades de cohesin del grupo de guerreros, el de los dems. Ser su virtus (en latn), su valor personal, su virtud, la que los dems tengan que seguir18, convirtindolo de esta manera en valor social. Puede suceder, con el paso del tiempo y el desarrollo de comunidades estables, que los dems miembros tengan que verse en la prctica obligados a interiorizar, en un proceso reactivo, las virtudes ajenas como elemento de la propia vida, en lo que hoy tendemos a llamar valores en abstracto. Admitida la supremaca del jefe, y con ella las rdenes si la recompensa lo vale. La sumisin se puede convertir as pues en un elemento de dominio, algo que al varn ms simple- le resulta difcil de entender, dada su propensin a la lucha. En el marco puramente natural esa recompensa es un sexo suficiente para el macho, con una sexualidad superficial pero exigente en su frecuencia (algo impuesto por el ritmo de llenado de las vesculas seminales); pero en el ambiente cultural, en el que el reparto de las hembras entre los machos (matrimonio) limita los impulsos poligmicos normales del macho dominante, ste exige tambin cario y exclusividad. Algo que puede ayudar a explicar los problemas que suelen surgir en la pareja cuando las cras absorben buena parte de la dedicacin de la madre, en un momento en que se estn buscando nuevos valores ms igualitarios, en un ambiente en que se tiende a prescindir del factor fuerza como determinante. Porque la fuerza, distintivo tradicional del varn, ya es en buena medida externa a l y controlable por la hembra, que ha ganado as independencia respecto a su antiguo protector y dominador. 16 A. Getty, La diosa. Madre de la naturaleza viviente, Madrid, 1996. 17 Aunque la mujer vive de forma ms intensa su sexualidad (que la siente como trascendente), las caractersticas fsicas del varn, dotado de vesculas seminales que se llenan con bastante frecuencia a partir de la pubertad, obligando a la descarga frecuente, hacen que sea ms repetitivo, provocando su represin una tensin neurtica que fue contemplada por S. Freud (Sobre la justificacin de separar de la neurastenia un determinado sndrome en calidad de neurosis de angustia, en Obras Completas, t. III, 6, Buenos Aires, 1994). 18

    Segn J.-Cl. Fredouille, Diccionario de civilizacin romana, Barcelona, 1996, pp. 214-215, uirtus resume el ideal moral de los romanos; ms que un valor, es un conjunto de valores: energa, dinamismo, sentido comn prctico, conducta decorosa y acaso austera, predisposicin hacia la justicia, desprecio de la muerte y el dolor, dominio de uno mismo, susceptibilidad de acceder a la felicitas... Se opone por naturaleza (vir) a la impotentia muliebris.

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    conducentes al mantenimiento de la estabilidad del grupo (por ejemplo, en el campo de la economa, el trabajo), el individuo terminar por aceptar como virtud el dominar sus propias tendencias o pulsiones naturales, algo que es perfectamente observable cuando se desarrolla el mundo poltico ("de la guerra", en sentido original) y el guerrero va perdiendo progresivamente su individualidad para transformarse en combatiente de la comunidad en un marco de referencia ms ampliado.

    Las virtudes y los valores con ellas relacionados son por tanto la base de la cultura, en cuanto que reprimen (y toda cultura es represiva19) las pulsiones naturales con vistas a un disfrute ms prolongado de la vida, regulando las relaciones internas de la comunidad para evitar tensiones, que quedarn relegadas al mbito exterior. Intentando controlar el proceso vital, es fcil comprender que la regulacin afectase de modo especial a los aspectos relacionados con la induccin al nacimiento (sexualidad, estableciendo los tabes matrimoniales) o a la muerte (tabes relativos al asesinato y regulacin de la ejecucin de sentencias capitales). El principio de "no matars a tu prjimo es general, y slo en circunstancias muy bien delimitadas del bien superior de la comunidad podr ser transgredido. Y se entiende que el principio rige slo en el marco interno de los lmites de la propia comunidad, porque la guerra, cada vez ms ritualizada si se quiere conforme se desarrolla desde el simple combate, no slo puede ser lcita sino incluso muy positiva como medio de seguir obteniendo predominio y ventajas. En cuanto al control de la transmisin de la vida, es sabido que es el hombre quien tiene mayor inters por establecer reglas acerca del reparto de las hembras, porque estableciendo cules son los lmites de posesin de cada uno se evita a nivel interno una agresividad que puede destruir al grupo (y con ello daar los objetivos del jefe) y se puede desviar igualmente hacia el exterior del grupo el desorden natural que implica el deseo continuo de aliviar las pulsiones sexuales marcadas por la biologa (no hay limitacin en el disfrute de la mujer del enemigo vencido). Ser pues el hombre el que imponga las virtudes del matrimonio y organice, a travs de un elaborado sistema de tabes (el principal, el del incesto), quin puede acceder al sexo y en qu condiciones. Se crearn as los sistemas de parentesco, en los cuales la mujer juega un papel muy importante en principio pero siempre subordinado.

    En cualquier caso el desarrollo de la cultura humana se ver sobre todo a travs de los desarrollos realizados en el marco de la lucha, con un aire masculino indudable, lo que queda reflejado en un relato del pasado que exalta fundamentalmente a los hombres, que sienten que la mejor forma de pervivir es el recuerdo colectivo (la mujer, que pare hijos, no tiene esa necesidad tan acuciante). Del combate singular se ir poco a poco pasando a la guerra organizada en torno a jefes estables o al menos a comunidades de identidad bien definida. La tcnica de matar se ir poniendo cada vez ms al servicio de la comunidad, en su forma poltica o estatal, y el combate individual ir perdiendo progresivamente sentido para subsumirse en una idea ms general de destruccin del enemigo y no ya slo en la supremaca en la lucha. Cuando la idea de progreso se imponga sobre la de regreso, cuando la economa se libere a partir de fines del siglo XVIII de la moral, y la tcnica se haga tan avanzada que implique una tecnologa cientfica que slo se puede desarrollar a nivel social, el combate personal quedar reducido al mnimo y avanzar el sentido de matanza generalizada (bombardeos areos, artillera pesada, armas de destruccin masiva) al tiempo que se separar la fuerza y el arrojo fsico de la utilizacin del nuevo armamento, que podr ser utilizado incluso por personas frgiles. El lugar del hombre como portador bsico de la agresividad va desapareciendo, y con ello el sentido del patriarcado. Se puede decir,

    19 S. Freud, El Malestar en la Cultura, Madrid, 1981 [1930].

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    sin gran riesgo de error, que si hay que poner una fecha simblica a la desaparicin del patriarcado esa es la de 6 de Agosto de 1945, fecha en que se lanza la primera bomba atmica sobre Hiroshima: el combate ha dado paso a la matanza indiscriminada y la razn se ser del hombre que se desarrolla en la lucha desaparece. La radiacin nuclear sin barreras, por otro lado, hace imposible incluso este tipo de guerras, por lo que el pacifismo tiende a expandirse como virtud, y la vida, en un mundo muy individualizado, se contrapone exclusiva y absurdamente a uno de sus dos extremos: el de la muerte. No tiene nada de extrao, en el marco de este proceso, que la poblacin mundial se haya duplicado desde entonces, demostrando el fracaso del ser para la muerte (el varn) y el xito relativo del ser para la vida (la mujer). Pero eso implica una explosin demogrfica inusitada, duplicndose la poblacin mundial en los cincuenta aos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y siguiendo posteriormente hasta convertirse en una plaga humana que consume mucho ms de los que el planeta Tierra puede producir. La alteracin de los medios de produccin de alimentos, basada en la ingeniera gentica y en el marco inexcusable de una sociedad de consumo, hace esperar, en base a lo que se ha denominado efecto mariposa, un desastre ecolgico que puede llevar a la muerte por xito a toda la especie humana en un plazo no muy largo. La muerte, parte de la vida y no su contraria, volver presumiblemente a su lugar y el equilibrio se restablecer. Tal vez sin el hombre, pero se restablecer como siempre ha hecho.

    A partir del triunfo definitivo de la cultura cristiana (que coincide paradjicamente con el declive de la Iglesia) la idea de progreso se impone, surge rampante el capitalismo y la tcnica de antao se vuelve tecnologa. O sea, que se aplica al futuro la Ciencia, que antes slo procuraba explicar el porqu de las cosas (su pasado). Ahora el porqu no parece tener sentido -en el marco de esta visin progresiva del tiempo que el cristianismo haba introducido como una fe- si no se considera el para qu del conocimiento. El hombre, al que la revolucin copernicana del s. XVII sac del centro del Universo (la Tierra dej de ser considerada el punto en torno al cual todo giraba), decidi trasladar la perdida centralidad fsica a su mente: en adelante el hombre se convertira en el nico ser trascendente, con capacidad para alterar el orden natural en el que hasta entonces se haba considerado incluso. Volvera a haber un dios, pero sera inmanente y cuantitativo, como dictaba su razn todopoderosa. Nosotros le llamamos dinero y tiene toda la potencia de una fe. Sobre todo desde que se abandon la referencia a un patrn exterior, objetivo, como era el oro. El dinero se ha vuelto completamente inmaterial, omnipresente a travs de los medios telemticos de comunicacin humana, con capacidad de metamorfosearse de una moneda en otra, como hacan los antiguos dioses cualitativos y mticos20; omnipotente (porque representa la enorme fuerza de la mente humana, nuevo centro del Universo) y autnomo, como son en el fondo todas las creencias, que nos dominan a pesar de ser creacin nuestra. Ya en 1864 N. D. Fustel de Coulanges21 deca que una creencia es la obra de nuestro espritu, pero no somos libres para modificarla a nuestro gusto. Ella es nuestra creacin, pero no lo sabemos. Es humana y la creemos un dios. Es el efecto de nuestro poder y es ms fuerte que nosotros. Est en nosotros, no nos deja, nos habla en todos los momentos. Si nos ordena obedecer, obedecemos; si nos prescribe deberes, nos sometemos. El hombre puede domar a la Naturaleza, pero est esclavizado a su pensamiento. Y mucho ms recientemente el filsofo

    20 J. Weatherford, La historia del dinero. De la piedra arenisca al ciberespacio, Barcelona, 1998, pp. 333-334. 21 N.D. Fustel de Coulanges, La ciudad antigua, Barcelona, 1971, p. 168.

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    cataln R. Panikar22 nos adverta que la creencia viviente en todos los seres humanos con independencia de su poca cronolgica o su cultura- es una cosa muy fuerte y muy peligrosa porque tiene la fuerza de un mito. O sea que se cree tan profundamente que ni siquiera se cree que se cree en ello y por consiguiente tampoco se conocen sus lmites. La creencia, el prejuicio, es algo consustancial con nosotros, que necesitamos creer para sentirnos ligados a lo dems, para vivir en suma. Otra cuestin es el objeto de nuestra fe, que puede variar, como acabamos de sealar23.

    Hemos sealado antes que toda cultura es represiva, y la represin del sexo, que mete en la vida, no es menos importante que la que saca de ella, o sea la de la muerte. La represin no nos gusta, y por ello nos hacemos la ilusin de que a mayor nivel cultura la sumisin baja. As, uno de los mitos corrientes es el de considerar que una mujer que vista el famoso burka, que impide ver su cuerpo, se encuentra ms reprimida que la que puede ir desnuda por nuestras calles en una manifestacin sin que por ello sea procesada ni detenida siquiera. Lo que no es sino un error derivado de no tener claro que la palabra cultura, que caracteriza especialmente a los seres humanos, indica claramente una represin de los instintos naturales normales con vistas a hacer que nuestro paso por la vida (desde su entrada por el nacimiento hasta su salida por la muerte) sea lo ms agradable y prolongada posible, precisamente por apartarnos del orden natural ms evidente entre nuestros primos evolutivos. No hay, de hecho, ningn otro primate que dure tanto como nosotros solemos hacerlo en nuestra especie, ni que se extienda de tal manera sobre el planeta. As pues, la

    22 J. Bris J., Raimon Panikkar: Un puente entre Oriente y Occidente, Iris, 12, Enero 2005, p. 2. 23 Los recientes estudios de neuroendocrinologa han demostrado que la accin de la oxitocina ayuda a explicar ese elemento fundamental en las sociedades, sin el cual no pueden desarrollarse, que es la fe compartida (la fides) como exponen M. Kpsfeld, M. Heinrichs, P.J. Zak, U. Fishbacher y E. Fehr, en Oxytocin increases trust in humans, Nature, 435, 2 Junio 2005, pp. 673-677. Los autores comienzan diciendo, en p. 673: "La confianza satura las sociedades humanas. La confianza es indispensable en la amistad, el amor, las familias y las organizaciones, y juega un papel importante en el intercambio econmico y poltico. En ausencia de confianza entre los compaeros comerciales, las transacciones del mercado se vienen abajo. En ausencia de confianza en las instituciones y lderes de un pas, la legitimidad poltica se hunde. Evidencias muy recientes indican que la confianza contribuye al xito econmico, poltico y social. Poco se conoce, sin embargo, sobre la base biolgica de la confianza entre los humanos. Aqu mostramos que la administracin intranasal de oxitocina, un neuropptido que juega un papel importante en la ligazn social y afiliacin en los mamferos no-humanos, causas un aumento sustancial de la confianza entre los humanos, aumentando grandemente por ello los beneficios de las interacciones sociales. Tambin mostramos que el efecto de la oxitocina en la confianza no se debe a un aumento general de la propensin a correr riesgos. Al contrario, la oxitocina afecta especficamente a la buena voluntad de un individuo para aceptar los riesgos sociales que surgen de las interacciones interpersonales. Estos resultados coinciden con la investigacin en animales que sugiere un papel esencial de la oxitocina como una base biolgica de la conducta de acercamiento pro-social". En un trabajo de A. Rustichini ("Neuroeconomics: Present and future", Games and Economic Behavior 52, 2005, pg. 201-212) se pone de manifiesto tambin el asombroso comportamiento de las neuronas espejo del cerebro, que actan por simpata respecto a determinados condicionantes del medio exterior.

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    represin, cuando es asumida voluntariamente (o sea, de forma virtuosa, empleando el valor o virtus para luchar contra nuestros propios instintos) es la base de la liberacin en trminos culturales. La libertad, por consiguiente, se nos muestra como un fruto de nuestra cultura, ofreciendo una perspectiva conceptual variable a medida que la cultura se va desarrollando. Para que una persona pueda ir desnuda por la calle es preciso haber interiorizado previamente en gran medida la represin de los propios instintos, de forma que se pueda garantizar, sin necesidad de recurrir a la violencia visible, el respeto a la persona que se manifiesta desprovista de ropa, sin que corra grave peligro de ser agredida en el plano sexual visible (los pensamientos y deseos son inevitables, con o sin burka, pero no se traducen en agresin cuando la cultura es avanzada). Preocupados por la enseanza, no nos solemos dar cuenta que la educacin consiste en hacer que un pensamiento se nos convierta en un modo de vida, en una creencia. Cuando la idea del respeto a los dems se ha metido en nosotros de tal modo que ha pasado del nivel de los juicios al de los prejuicios o sea, se ha transformado en una creencia, en un valor social- la represin fsica visible deja ya de ser tan necesaria, porque la hemos aceptado a nivel interior como algo que nos autoimponemos. El burka lo llevamos ya dentro, en nuestro cerebro y no necesitamos ensearlo para que cause efecto. La libertad, en este sentido cultural, consiste en no soportar la imposicin fsica, en no admitir que se nos venza, pero s que se nos convenza. O sea que el vencimiento sea colectivo (con-vencer) y no de uno sobre otro.

    Se entender que, desde esta perspectiva, se pueda considerar que una cultura que permita que los humanos circulen desnudos est ms avanzada, en el plano sexual, que otra que no ha llegado a conseguir que el respeto mutuo en ese nivel se consiga sin necesidad de ofrecer seales visibles de que el tab sexual existe, como en cualquier sociedad estable. Los niveles de libertad son, por consiguiente, distintos, precisamente porque distintos son los niveles de represin, conscientes en un caso y subconscientes en otro. El que se pueda ofrecer una imagen ms natural (desnuda) no implica que el grado de desnaturalizacin sea pequeo. Sobre todo cuando esa cultura ha permitido la posibilidad de disfrutar del sexo sin pensar en los trastornos no deseados conscientemente que producen los embarazos. Pero, tenido en cuenta todo esto, podemos concluir que tan libre se puede sentir una mujer que entienda que para ir segura debe llevar el burka como la que piensa que su cultura le permite lo contrario. Y viceversa, la chica que se ve obligada a desnudarse por ejemplo, en el negocio de la prostitucin- puede sentirse tan esclava como la que entiende que su cuerpo no tiene por qu esconderse tras unos vestidos que le pueden llegar a ser agobiantes. Para llegar a este punto en que ahora nos encontramos el proceso ha sido muy corto a nivel de tiempo terrqueo, pero bastante largo desde la perspectiva de lo que es la duracin de una vida humana. Y durante todo l siempre ha quedado patente de que, pese a que el hombre intente escaparse de la constriccin del ciclo de nacimiento-reproduccin-y-muerte que impone el marco natural en que nos movemos, nunca ha dejado de sentir la necesidad de volver al mismo aunque slo sea momentneamente. No otro es el sentido que tienen actos sagrados como la orga o el sacrificio. Como seal G. Bataille24, ambos buscan soslayar las prohibiciones sociales relativas al sexo y a la muerte volviendo a la sacralidad del mundo natural a travs del rechazo puntual (y metido en el marco de una cultura determinada) de la prohibicin generadora de la cultura. Ese y no otro es el sentido de fiestas como las antiguas fiestas dionisias en Atenas, las bacanales romanas o los carnavales cristianos. Hoy, en sociedades muy avanzadas cultural y represivamente como la nuestra, el sentido de la orga se hace ms acuciante y se desarrolla a intervalos temporales ms cortos y normalmente en un

    24 El erotismo, Barcelona, 1997 [1957]

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    sentido a-religioso25 (como por ejemplo en las expansiones discotequeras de los fines de semana, presididas por bailes no reglados, sexo y drogas alucingenas, elementos todos de las orgas religiosas). La posibilidad de interferir en el plano reproductivo de la sexualidad para limitarla en gran modo al aspecto placentero que la acompaa para inducir al acto de generacin, ha hecho posible esta expansin del sentido orgistico de la vida. En cambio la represin sobre los actos conducentes a la muerte se ha acentuado, posiblemente por no encontrar placebos bastante adecuados, de modo que incluso en el plano religioso el sacrificio sangriento ha sido sustituido en gran modo por actos incruentos. Que en ello se haya destacado el cristianismo, que como he sealado antes entiendo que se encuentra en la base del capitalismo occidental (no nace como tal en ninguna otra parte), no creo que sea ninguna casualidad.

    El proceso que lleva a esta situacin religiosa de los ltimos tiempos (hasta devenir en el culto al propio hombre a travs de la religin inmanente del dinero, ese que slo se entiende que existe en nuestra mente aunque nos domine desde ah- y en forma cuantitativa, y no cualitativa como el anterior dios trascendente) es relativamente complejo aunque no ininteligible. Al principio el ser humano se entiende como un ser nico, compuesto eso s de un elemento tangible, como es el cuerpo, y otro que no se puede palpar aunque s sentir, como es lo que se ha dado en llamar alma o nima. El nima (en griego nemos) es el viento lleno de ser que se escapa del cuerpo a travs de la boca cuando un ser humano se muere (de ah la costumbre del beso en la boca al moribundo para recibir su alma). Es, como dira un romano, un spiritus lleno de sacralidad, o sea un espritu santo (el grado de sacralidad variar con el que se haya manifestado en vida, pues hay unos seres que tienen ms acentuado ese carcter de sacer, de sagrado, como por ejemplo los sacerdotes26). La sacralidad palpable est en la vida, que es colectiva, pues el grupo permanece aunque los individuos mueran, siempre que sean sustituidos por otros a travs de los nacimientos. Es la comunidad y no la sociedad lo que es sagrado. Aclaremos, desarrollando la lnea de Ferdinand Tnnies27, que comunidad es la nacin, una asociacin basada en el sentimiento, donde los lazos afectivos predominan sobre los del inters individual de cada uno de los miembros agrupados de forma orgnica. Lo cualitativo prima aqu sobre lo cuantitativo, que se manifiesta con ms fuerza en la sociedad, contemplada en cambio como conjunto mecnico donde cada pieza se sita claramente frente a la otra, en una postura ms racional, ms masculina: el Estado. Un estado que se basa ms en relaciones de fuerza que en el afecto, que es ms masculino, que tiene ms su base en el territorio que en los lazos de sangre. Un Estado donde, como dira un romano, lo importante es el iuris consensus (acuerdo en el Derecho)28, lo contractual ms que lo que se ha

    25 M. Maffesoli, De la orga. Una aproximacin sociolgica, Barcelona, 1996. 26 Para denominar a los que llevaban a cabo los ritos sagrados, los indoeuropeos aadieron a la palabra de sacralidad la raz -dhot- (hacer) y formaron sak-ro-dhot que lleg a nosotros como sacerdote pasando por el latn sacerdos, -otis. Como dice J. Markale, Druidas. Tradiciones y dioses de los celtas, Madrid, 1989, p. 178, "sacrificar (sacrum-facere) es hacer sagrado un objeto o un ser, hacerle pasar a otro mbito, es decir al mundo divino, cargndolo con todos los deseos, todas las pulsiones, todos los sentimientos de la comunidad que realiza el sacrificio. 27 Comunidad y asociacin: el comunismo y el socialismo como formas de vida social, Barcelona, 1979. Traduccin de Jos Francisco Ivars de Gemeinschaft und Gesellschaft, 1887. 28 Gerardo Pereira-Menaut, Qu es un ciudadano (europeo)?, El inconformista digital http://www.elinconformistadigital.com/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=1213

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    denominado etno-histrico, ms bien mtico29. El Estado puede incluir, por motivos de inters y no de afectos, a varias nacionalidades, como hizo el romano (tambin se puede dar lo contrario: que una nacin se reparta entre varios Estados, como los kurdos o los vascos). Pero, aunque en principio le pueda resultar engorroso desde el punto de vista administrativo, el Estado no puede vivir en ltima instancia sin el sentimiento nacional ethno-histrico.

    Con el desarrollo del Estado, de una organizacin basada ms en el poder que en la autoridad30, el concepto que el hombre tena sobre s mismo (recurdese que es sapiens sapiens) fue cambiando. La necesidad de cuantificar los actos administrativos, para establecer censos e impuestos, por ejemplo, desarroll la necesidad de buscar el mantenimiento de una realidad compleja de forma a travs de sistemas nemotcnicos, el principal de los cuales fue sin duda la escritura31. Cuando la escritura pasa de la contabilidad al relato de los pensamientos en general, podramos decir que provoca un cierto extraamiento del hombre, en cuanto que permite separar la expresin de los contenidos mentales de la palabra emitida por la voca, pasando lo que es una transmisin oral a otra visual. Esto tiene graves repercusiones sobre la vida humana, pues implica una nueva manera de afrontar la realidad, pues la palabra, que es un sonido continuo, se puede ahora dividir en sus elementos constituyentes mnimos, o sea se puede racionalizar32. De esta manera una persona puede separar su propio pensamiento, su propio espritu, de uno mismo y situarlo sobre la superficie en la que se escribe, de forma que otra persona distante puede acceder a su pensamiento sin estar presente para orlo, y, lo que es ms, permite el dilogo con el propio escritor que lee su obra en otro momento. De este modo la verdad (la antigua aletheia griega que implicaba el no olvido) adquiere un carcter objetivo del que antes careca33, lo que implicaba que se haba introducido una nueva nocin del tiempo, al alterar la tradicional contraposicin memoria/olvido. No tiene nada de extrao, por consiguiente, que sea coincidente con la difusin privada de la escritura, que se da de forma destacada en el marco de las ciudades griegas del siglo VI a.C., cuando surja la idea de un alma separada del cuerpo (como el pensamiento escrito), con vida propia y susceptible de premios y castigos individuales. Se potencia as el concepto autnomo de alma como algo

    29 El mito sustenta a la nacin como la historia (la investigacin racional) lo hace con el Estado. Pero en todo mito hay razn de la misma manera que en toda razn hay mito. Nuestro cerebro, que es a la vez holstico y particularista, onda y corpsculo, emocional y racional, no permite otra cosa, aunque nos empeemos en considerarlo todo desde una de las perspectivas de forma exclusiva. As, los nacionalistas pretendern verlo todo desde una perspectiva mtica, con tendencia a preferir un presente absoluto, y los estatistas desde la perspectiva histrica, o sea desde la investigacin racional del presente relativo (ampliada al pasado dada la fugacidad de ese tipo de presente). 30 Entendiendo por poder la capacidad de obligar a otros a obedecer, en tanto que autoridad se entiende como la de lograr que los dems te sigan porque entienden que en ti hay ms ser cualitativamente. Se puede y suele dar la autoridad con independencia del poder, de forma que, por ejemplo, decimos que una persona es una autoridad en medicina no porque obligue a los mdicos a obedecerle, sino porque consigue que los dems sigan sus enseanzas. Lo mismo ha pasado en la gestin de los asuntos pblicos. Cf. P. Clastres, Investigaciones en antropologa poltica, Barcelona, 1981. 31 J. Goody, La lgica de la escritura y la organizacin de la sociedad, Madrid, 1990. 32 McLuhan, M. y B.R. Powers, La aldea global : transformaciones en la vida y los medios de comunicacin mundiales en el siglo XXI, Barcelona, 2005. 33 La verdad en el espejo. Los presocrticos y el alba de la filosofa, Los Berrocales del Jarama, 1996.

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    distinto del cuerpo, como vemos por ejemplo en el desarrollo de la religin rfica34. Previamente asistimos a un periodo de transicin, cuando el hombre, que se siente responsable de individual de sus actos, frente a la etapa anterior en que predominaba la cultura de vergenza sobre la de culpa35, comienza a ver la necesidad de que sus acciones sean juzgadas individualmente y no se haga responsable, como antao, al grupo en su conjunto de las acciones de uno de sus miembros, como ocurre en las civilizaciones menos evolucionadas (donde son, por ejemplo, los grupos los que deciden los casamientos y no los individuos; donde es el grupo el que tiene que responder del asesinato efectuado por uno de los suyos, etc.). Esto hizo que llegaran a concebir a los dioses como seres morales referentes para unos humanos que ya no se sienten tan distintos de ellos- en el nuevo y peculiar marco socioeconmico de la polis, lo que debi influir mucho en el sentido de responsabilidad personal que desarrollaron y que les arrastr hacia una concepcin original de la libertad humana, mucho ms individualizada36. Al pasar la justicia ya de una forma clara del mbito de las familias al del Estado, se reforz el carcter moral de los dioses en ese marco de universalidad y surgi en consecuencia la idea de pecado de responsabilidad individual y no colectiva. La familia extensa fue perdiendo cada vez ms fuerza ante la nuclear, y eso afect al rgimen de lo que podramos llamar propiedad de las tierras, cuya posesin se fue individualizando, como vemos en la legislacin del ateniense Soln. De todas formas este influyente pensador, que proclama la recta justicia de Zeus restauradora del orden moral transgredido por los hombres, de acuerdo con la creencia de la poca an salva la justicia divina por medio de que la culpa de los padres lleguen a pagarla los hijos o los descendientes del culpable37. Algo que, por otro lado, vemos tambin en el libro judo del xodo38. Como hemos apuntado antes, un poco ms tarde el 34 J.-P. Vernant, Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Barcelona, 1973. 35 Cuando uno no se siente como algo muy independiente de la naturaleza que lo rodea se piensa que las ideas que uno tiene son producto de una invasin en la propia mente de otras formas de ser (una imposicin divina malvola), de tal forma que si uno siente miedo o si mata a alguien se entiende, como lo sentan los griegos de los poemas homricos, que era un dios quien haba puesto esas ideas en su cabeza, por lo que uno poda sentirse avergonzado por lo realizado, pero no culpable. Cf. Lucien Lvy-Bruhl, El alma primitiva, Barcelona, 1985 [1927]. 36 G. Chic Garca, "Moneda y escritura. De lo cualitativo a lo cuantitativo", en F. Chaves Tristn y F.J. Garca Fernndez (eds.), Moneta qua scripta: La moneda como soporte de escritura, Anejos de AEspA, XXXIII, Sevilla, 2004, pp. 415-431. 37 "Uno paga al momento, otro despus; si alguno huye y la moira de los dioses no lo persigue y lo coge, sta llega de todos modos: pagan, inocentes, sus actos o los hijos o la descendencia" (Soln, Frag. 1 v. 29 Diehl). La palabra "inocentes" (o) apunta a la liberacin del individuo de la cadena del clan (o), frente a la tradicin hasta entonces establecida de que el individuo era un mero eslabn en la cadena del genos y ste era concebido como una unidad cuyos miembros eran solidariamente responsables de las acciones de uno cualquiera de ellos (M.P. Nilsson, Historia de la religiosidad griega, Madrid, 1953, p. 52). Debemos recordar que el templo de Athena en la acrpolis ateniense (una divinidad de la polis y no ya de un determinado clan), edificado sobre las ruinas del palacio real micnico, era llamado frecuentemente "de Soln" porque haba sido edificado en tiempos de ste (M.P. Nilsson, p. 28), lo que apunta tambin a la preeminencia del culto polado sobre el del genos. 38 xodo, 20, 5: "Yo soy Yahv, tu Dios, Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generacin". Jess, por lo dems, reaccionar ms

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    orfismo se plantea el mismo problema y lo soluciona de un modo original, dentro del pensamiento griego, defendiendo por vez primera en Grecia unas penas individuales de ultratumba. De este modo se salva el principio de responsabilidad que en el pensamiento de Soln quedaba un tanto maltrecho.

    A partir de ese momento, la muerte se fue singularizando de forma progresiva: al ser el individuo y no la colectividad el centro de la vida, sta se fue concibiendo cada vez ms como lo contrario de la muerte (que en el plano anterior la inclua). Y sta, la muerte, fue siendo considerada progresivamente como algo ms importante que un episodio en la vida de la comunidad orgnica. Todava quedaba la idea, progresivamente desarrollada, de que el individuo era una pieza importante de un enorme engranaje social de tipo mecnico. Es una visin sin duda an ms terrible que la que sobrevino cuando el hombre se percibi de la necesidad de la muerte como elemento de renovacin del grupo, pero an mantena la esperanza de la permanencia de la especie. Pero hoy la situacin comienza a cambiar. Cuando la tensin cpula-embarazo se resuelve gracias al control de la natalidad, que permite a las mujeres disfrutar de su sexo de una manera menos comprometida (otra cosa es que al final la necesidad del compromiso, de parir, termine manifestndose en la mayora de los casos, porque la naturaleza sigue actuando), el hombre puede plantearse abiertamente -a travs de la capacidad de poder manipular las clulas madre- pasar de la necesidad de acudir al vientre de la mujer para continuar la vida, considerada sta a la manera masculina cada vez ms individualizada, sin la continuidad del parto- al tiempo que se produce la liberacin de la tambin necesaria -desde el punto de vista natural- odiosa muerte. Es por tanto posible en teora romper el ciclo o crculo de la vida (compuesto de nacimiento-reproduccin-muerte). Otra cosa es que ese sueo sea realizable, como antes deca, cuando el resto de nuestro mundo prximo va en otra lnea, de la que no podremos prescindir mientras comamos (pues no podemos comer sin destruir lo que ingerimos, sin provocar la muerte). La poblacin mundial se est ampliando hasta lmites insoportables para nuestro sistema (que no puede seguir el ritmo marcado en la produccin natural de alimentos), lo que nos obliga a alterarlo cada vez ms de forma poco controlada. Tal vez al final lo que estemos descubriendo es que no slo la muerte individual es inevitable, sino tambin la de la especie. Y que ese final no est ya muy lejos. Parece que por fin estamos llegando a la "Utopa", o sea a "ninguna parte". Todo parece que al final terminar imponindose la idea primaria de que la muerte es parte inseparable de la vida. Como siempre.

    adelante enrgicamente contra el prejuicio compartido por griegos y hebreos de que ciertas enfermedades se deben al castigo de faltas cometidas personalmente o por los progenitores en el episodio de la curacin del ciego de nacimiento, relatado por Jn 9, 1-41. Cf. L. Gil, "Las curaciones milagrosas del Nuevo Testamento a la luz de la medicina popular", en A. Piero (ed.), En la frontera de lo imposible, Crdoba, 2001, pp. 202-203.