Chesterton, G. K. - El Regreso de Don Quijote

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    XVIIEl secreto de Seawood

    XIXEl regreso de Don Quijote

    notes

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    GILBERT K. CHESTERTON

    EL REGRESO DE DON QUIJOTE

    Direccin Literaria:Rafael Daz SantanderJuan Luis Gonzlez CaballeroEnsayo:Agustn IzquierdoDiseo de la Coleccin:Cristina Belmonte Paccini amp; Valdemar Ttulo original:The Return of Don Quixote1* edicin: julio de 2004 de la traduccin: Jos Luis Moreno-Ruiz de esta Edicin:

    Valdemar [enokia s.l.]C/ Gran Va 69 28013 Madrid www.valdemar.comISBN: 84-7702-481-2Depsito Legal: M-30.923-2004

    Digitalizacin y correccin por Antiguo.

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    NDICE

    AWR. Titterton

    [1]

    Mi querido Titterton, esta parbola dirigida a los reformadoressociales fue pensada y escrita, en parte, mucho antes de la guerra, por loque con respecto a ciertas cosas, desde el fascismo a las danzas negras,careca por completo de una intencin proftica. Fue su generosaconfianza, sin embargo, lo que la sac del polvoriento cajn en el que

    estaba guardada, y aunque dudo sinceramente que el mundo encuentremotivos para agradecrselo, son tantos los mos para mostrarle migratitud y reconocer cuanto ha hecho usted por nuestra causa, que lededico este libro.

    Con todo mi afecto, G. K. Chesterton

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    I

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    Un desconchn en la casta

    Haba mucha luz en el extremo de la habitacin ms larga y amplia dela Abada de Seawood porque en vez de paredes casi todo eran ventanas.Esa parte de la habitacin daba al jardn, haciendo terraza y asomndose alparque. Era una maana de cielo despejado. Murrel, a quien todosllamaban el Mono por algn motivo que ya nadie recordaba, y OliveAshley, aprovechaban la buena luz para pintar. Ella lo haca en un lienzopequeo y l en otro muy grande.

    Meticulosa, se aplicaba la joven dama en la elaboracin de

    pigmentaciones extraas, como remedando esas joyas lisas e impresas debrillo medieval que tanto la entusiasmaban y a las que tena por unaespecie de expresin vaga, aunque ella la pretenda explcita, de un pasadohistrico rutilante. El Mono, por el contrario, era decididamente moderno;usaba de latas llenas de colores muy crudos y de pinceles que de tangrandes parecan escobas. Con eso manchaba grandes lienzos y tambin nomenos grandes lminas de latn, destinado todo ello a decorar una obra deteatro de aficionados de la que an slo estaban en los ensayos. Hay quedecir que ni ella ni l saban pintar; y que ni se les pasaba por la cabeza

    saberlo. Ella, sin embargo, al menos lo intentaba con denuedo. l no.- Me parece bien que aludas al peligro de desentonar -dijo lintentando en cierto modo defenderse de los escrpulos que mostraba ladama-. Sin embargo, tu estilo y tcnica pictricos empequeecen elespritu, me parece La pintura de decorados, al fin y al cabo, es muchoms que una iluminacin vista bajo la lente de un microscopio.

    - Odio los microscopios -se limit a responder ella.- Pues yo dira que necesitas uno, al menos por la forma en que te

    inclinas para mirar lo que pintas -dijo l-. A algunos he visto enroscarse enel ojo cierto instrumento, para poder pintar Confo, sin embargo, en quet no precises de algo as No te quedara nada bien.

    Tena razn. Era una joven alta, morena y de facciones suaves,regulares y equilibradas, como suele decirse; su traje de chaqueta de unverde oscuro, sobrio, nada bohemio, responda sin embargo a lasexigencias de su esfuerzo en el trabajo que desarrollaba. Aun siendo una

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    mujer bastante joven, haba en ella un s es no es de solterona, sobre todoen sus gestos y modales. Y aunque la habitacin estaba desordenada, llenade papeles y de trapos que no hacan sino demostrar la brillantez de losreiterados fracasos artsticos de Mr. Murrel, ella tena a su alrededor, biendispuestos, en perfecto orden, su caja de pinturas, su estuche, el resto delos instrumentos para pintar; tan en orden y bien dispuesto estaba todo quedaba la impresin de que por encima de cualquier otra cosa pretendacuidar amorosamente de aquellos objetos. No era una de esas personas alas que van destinados los avisos adheridos a las cajas de pinturas, pues noera preciso avisarla de que no deba meterse los pinceles en la boca.

    - Me refiero -dijo ella como si deseara resumir y acabar de una vezpor todas con el asunto del microscopio- a que toda vuestra ciencia ypesada estupidez moderna no ha hecho otra cosa sino que todo sea ms

    feo Y la gente tambin Yo no me creo capaz de mirar a travs de unmicroscopio de manera diferente a como lo hara a travs de un tubo. Unmicroscopio slo muestra horribles bichos movindoseendemoniadamente. Adems, no quiero mirar hacia abajo. Por eso megustan la pintura y la arquitectura gticas, te obligan a levantar los ojos. Elgtico eleva las lneas, hace que sealen al cielo.

    - Pues a m me parece que sealar no es de buena educacin -dijo Mr.Murrel-; esas lneas a las que aludes ya deberan saber que estamosperfectamente al tanto de la existencia del cielo.

    - A pesar de todo, me parece que sabes muy bien a qu me refiero -replic la dama, que segua pintando inalterable-. La mayor originalidad delas gentes del medievo radica en su manera de erigir las iglesias Losarcos en punta, he ah la importancia mxima de lo que hacan.

    - Claro, y sus espadas tambin en punta -remach l haciendo unmovimiento de afirmacin con la cabeza-. Quiero decir que atravesaban departe a parte, con sus espadas, a quien no haca lo que ellos queran S,todo era entonces muy puntiagudo Tan puntiagudo como una stirahiriente.

    - Bueno, en aquel tiempo era costumbre que los caballeros seatravesaran los unos a los otros con sus lanzas -replic Olive,imperturbable-. Pero no tomaban asiento en cmodos butacones para ver aun irlands cualquiera pegarse puetazos con un negro cualquiera Teaseguro que por nada del mundo asistira a uno de esos modernoscombates, y en cambio no me importara ser la dama de honor de un torneo

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    antiguo.- Pues yo no sera un caballero, por mucho que t fueses la dama de

    honor de un torneo antiguo, te lo aseguro -dijo el pintor de escenografas,secamente, algo molesto-. No se me concedera esa ventura Ni aunsiendo un rey se me concedera la facultad de sonrer Quizs fuera unleproso, no s, alguno de esos personajes medievales que eran comoautnticas instituciones de la poca. S, seguramente sera algo parecidoEn el siglo XIII, apenas vieran asomar mi nariz por ah me nombrarancapitn de los leprosos o cosa por el estilo. Y encima me obligaran a ormisa desde un ventanuco, apartado de los dems.

    - Pero si t no ves una iglesia ni de lejos -apostill la joven dama-.Pero si no te asomas ni a la puerta de una iglesia

    - Bueno, ya lo haces t -dijo Murrel y sigui manchando de pintura en

    silencio.Trabajaba entonces en lo que habra de ser un modesto interior de la

    Sala del Trono de Ricardo Corazn de Len, usando abundantemente delescarlata carmes y del prpura, cosa que en vano haba tratado de impedirMiss Ashley, si bien no haca dejacin de su derecho a protestar ya queambos haban elegido el tema medieval y hasta haban escrito la obra, almenos hasta donde se lo permitieron sus colaboradores. La obra versabaacerca del trovador Blondel, el que cantaba en honor de Ricardo Coraznde Len, y en honor de muchos otros ms. Incluso a la hija de la casa, que

    era muy aficionada al teatro. Mr. Douglas Murrel, el Mono, sin embargo,no haca sino constatar pugnazmente su fracaso en la pintura deescenografas, despus de haber obtenido xito semejante en muchas otrasactividades. Era hombre de cultura tan vasta como sus frustraciones.

    Haba fracasado, muy sealadamente, en la poltica, aunque en ciertaocasin estuvo a punto de ser designado jefe de partido, que no sabemoscul era.

    Fracas justo en ese momento, realmente supremo, en el que hay quecomprender la relacin lgica que se da entre el principio de talar los

    bosques en los que viven los corzos hasta destruirlos y el de mantener unmodelo de fusil obsoleto para el ejrcito de la India. Algo as como elsobrino de un prestamista alsaciano, en cuyo preclaro cerebro se haca msevidente la necesidad de la relacin antes aludida, acab alzndose con laefatura del partido. Y el Mono pas a demostrar, desde aquel preciso

    momento, que tena ese gusto por la clase baja del que hacen ostentacin

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    muchos aristcratas que se pretenden ajenos a los prejuicios sociales,manifestndolo incongruentemente, cual suele decirse, en lo estrafalario desu atavo, cosa que a menudo le haca parecer un mozo de cuadra.

    Tena muy rubio el cabello, aunque le comenzaba a blanquear conrapidez. Era, en fin, un hombre joven, aunque no tanto como Olive. Y eraadems un hombre de rostro afable y sencillo, pero no vulgar, en el que seperciba una expresin de compungimiento casi cmica, que resultaba msnotable en contraste con los indescriptibles colorines de sus corbatas y desus chalecos, casi tan mezclados y vivos, eso s, como los que salan de suspinceles como escobas.

    - En realidad, mis gustos son los propios de un negro -dijo al cabo deun rato, mientras proceda a extender una gruesa pincelada de color sangre-. Esas mezclas de gris de los msticos me aburren y hastan tanto como

    aburridos y hastiados son los msticos Ahora se habla de unRenacimiento etope Y el banjo es un instrumento ms hermoso que laflauta del viejo Dolmetsch

    [2]. Para m no hay danza tan profunda como el Break-Dance, cuyoslo nombre hace llorar de emocin. Ni personajes histricos comoToussaint Louverture

    [3]y Booker Washington

    [4], ni personajes ficticios como el To Remo

    [5]y el To Tom

    [6] Te apuesto lo que quieras a que no se necesitara mucho para elSmartSet

    [7]se pintara la cara de negro tan tranquilamente como se blanquea loscabellos Algo en mi interior me dice que estaba destinado a ser un negrode Mrgate

    [8] En el fondo, creo que la vulgaridad es cosa muy simptica. Tqu opinas?

    Nada respondi Olive. Pareca ensimismada. Su delicado perfil, con

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    los labios entreabiertos, sugera la presencia de un nio, adems perdido.- Recuerdo ahora una antigua iluminacin -dijo al fin- en la que haba

    un negro. Representaba a uno de los tres reyes de Beln y luca una coronade oro. Era completamente negro pero su ropn, muy rojo, pareca unallamarada Observa qu delicadeza, la de aquel tiempo, hasta pararepresentar a un negro y su vestimenta Hoy somos incapaces deconseguir ese rojo que se usaba en aquel tiempo, y s de algunos que lo hanintentado por todos los medios Es un arte irremisiblemente perdido,como el del cristal pintado.

    - Bueno, este rojo est muy bien, para nuestras modernas intenciones -dijo Murrel alegremente, sealando su brochazo.

    Ella contemplaba ahora el bosque lejano bajo el lmpido cielo de lamaana, como abstrada.

    - A veces me pregunto qu propsitos albergan tus modernasintenciones -dijo lentamente.

    - Supongo que pintar de rojo la ciudad -contest l.- Tampoco vemos ya aquel color oro viejo que antes tanto se usaba -

    prosigui ella como si no le prestara atencin-. Ayer mismo estuve viendoun libro religioso antiguo en la biblioteca Sabes que en otro tiemposiempre se pona con letras doradas el nombre de Dios? Pero, en nuestrosdas, me parece que si se decidiera dorar una palabra no sera otra que lapalabra oro.

    Una voz distante rompi el largo silencio que se hizo entre ambos.Una voz que, desde el corredor, gritaba Mono! escandalosa eimperativamente.

    A Murrel, la verdad, le importaba poco que lo llamasen as, aunque laexcepcin ocurra precisamente cuando se lo deca Julin Archer. No eraenvidia porque Archer gozara del xito tanto como Murrel acumulabafracasos. Ms bien era por una leve sombra, entre la intimidad y lafamiliaridad, que hombres como Murrel jams se permiten confundir, ypor lo que estn dispuestos incluso a llegar a las manos en un momento

    dado. Cuando vivi en Oxford, muchas veces se dej llevar por lasgamberradas propias de los estudiantes, gamberradas, algunas, a muy cortadistancia de lo criminal. Pero no lleg a tirar a cualquiera por la ventana deun ltimo piso, aunque a veces pensara que quienes eran sus amigos msprximos bien se lo merecan.

    Julin Archer era uno de esos tipos que parecen tener el don de la

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    ubicuidad y ser muy importantes, aunque sera difcil sealar en quradicaba su importancia. No era un villano, ni mucho menos un imbcil;siempre, adems, sala bien librado de cualquier lance, por comprometidoque fuese, en el que se implicara. Pero los ms agudos observadores de sushazaas no acertaban a comprender por qu razn se le obligaba a veces asuperar determinadas pruebas, en vez de obligar a ello a cualquier otro. Siuna revista haca una encuesta, por ejemplo, a propsito de algo as comodebemos comer carne?, se acuda en solicitud de respuesta a BernardShaw, al doctor Saleebeg, a lord Dawson of Penn

    [9] y a Mr. Julin Archer, y si se conformaba un comit para laprogramacin de un teatro nacional, u otro para erigir un monumento aShakespeare, y desde una alta tarima lanzaban sus discursos Miss Viole

    Tree

    [10], sir Arthur Pinero

    [11]y Mr. Comyns Carr

    [12], all que apareca igualmente, y para hacer lo mismo que ellos,Mr. Julin Archer. Que se publicaba un libro de composiciones varias,titulado por ejemploLa esperanza en el ms all, libro en el que aportaban

    su colaboracin sir Oliver Lodge[13], Miss Marie Corelli

    [14]y Mr. Joseph McCabe

    [15], all estaba tambin la firma de Mr. Julin Archer. Era miembro,por otra parte, del Parlamento. Y de unos cuantos clubes ms A l sedeba una novela histrica, adems de todo lo anterior, y como era un actorexcelente, si bien slo aficionado, nadie se vea con la fuerza moralnecesaria para evitar que interpretase el papel principal en la obraEltrovador Blondel.

    Nada haba en l, pues, que objetar; y nada de cuanto haca podaconsiderarse una excentricidad. Su novela histrica, que trataba de laBatalla de Agincourt

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    [16], haba sido considerada una buena novela histrica moderna, olo que es lo mismo, algo as como las divertidas aventuras de un estudiantede nuestros das en un baile de mscaras. Aunque cabe decir, en honor a laverdad, que no era muy partidario del disfrute de la carne ni de lainmortalidad personal en vida. No obstante, proclamaba sus opiniones,siempre mesuradas, en alto y decididamente, con su voz honda,campanuda. Esa misma voz que ahora pareca llenar toda la casa. EraArcher una de esas personas capaces de soportar un largo silencio quesigue a una pltica, pues su voz le preceda por todas partes, como sureputacin, como su fotografa en todas las pginas de los peridicos quehablaban de los ms brillantes acontecimientos sociales, fotos en las que sele vea siempre impecable, con sus rizos negros y su hermoso rostro. MissAshley dijo que pareca un tenor. Mr. Murrel hubo de conformarse con

    decir que a l no se lo pareca, que su voz no le sonaba precisamente deeso.

    Entr Julin Archer en la habitacin, vestido como un trovador deantao, aunque desentonaba con su atavo el telegrama que llevaba en unamano.

    Vena de ensayar su papel y se mostraba cansado, incluso sofocado,aunque acaso slo fuera de triunfo. Pareca haberlo desconcertado aqueltelegrama.

    - Escuchadme! -clam-. Braintree no quiere actuar.

    - Bien, yo nunca me cre del todo que fuese a hacerlo -dijo Murrel sindejar de dar brochazos.

    - Bastante enojoso ha sido tener que pedirle el favor a un tipo como l,pero lo cierto es que no tenamos a nadie ms -sigui diciendo Mr. Archer-. Ya le dije a lord Seawood que es mala poca, porque todos nuestrosmejores amigos estn lejos. Braintree es un perfecto desconocido. Y miraque me cuesta creer que haya podido llegar siquiera a ser eso

    - Fue una equivocacin llamarlo -dijo Murrel-. Lord Seawood fue averle porque le dijeron que era unionista, slo por eso. Cuando se enter de

    que en realidad era trade unionista se desconcert un poco, lgicamente,pero no poda montar un escndalo Es ms, me parece que lepondramos en un gran aprieto si tuviera que explicar lo que significa cadauno de esos trminos.

    - Cmo no va a saber lo que significa unionista? -pregunt MissOlive.

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    - Eso no lo sabe nadie; hasta yo he sido uno de ellos -replic el pintor.- Yo no renegara de un hombre por el solo hecho de que sea socialista

    -dijo Mr. Archer, demostrando su generosidad de espritu-. Por lo dems,haba

    Y guard silencio de golpe, sumido en sus recuerdos.- Ese tipo no es socialista -intervino Murrel-. Es un sindicalista.- Pues eso es mucho peor, no? -dijo la joven dama con enorme

    candidez.- Claro, todos queremos que mejoren los asuntos sociales, todos

    queremos arreglar lo que est mal -dijo Archer-, pero nadie puede defendera un hombre que incita a una clase contra otra, como hace l, al tiempo quepondera el trabajo manual y propala utopas imposibles. Yo siempre hedicho que el capital tiene ciertas obligaciones, al igual que

    - Bueno -lo interrumpi Murrel-, con eso que dices me ofendes; anadie encontrars que se emplee tanto en una actividad manual como lohago yo.

    - Bien, dejmoslo; el caso es que ese sujeto no quiere trabajar ennuestra funcin Claro que no haca ms que del segundo trovador, unpapel que puede interpretar cualquiera. Pero tiene que ser joven Por esoacud a Braintree.

    - S, es verdad, an es joven -acept Murrel-. Como tantos hombresvenes, por lo dems, incluso los que lo siguen.

    - Yo lo detesto a l y a todos sus hombres jvenes -dijo Olive conenerga desconocida-. En otro tiempo, la gente se lamentaba porque losvenes, de tan romnticos, llegaban a perder la cabeza. Estos jvenes

    como Braintree, sin embargo, pierden la cabeza porque son vulgares,srdidos, prosaicos, de bajos instintos Porque se pasan el da hablandode mquinas y de dinero. Porque son materialistas y quieren un mundohabitado por ateos. Un mundo de monos.

    Se hizo un largo silencio que rompi Murrel cruzando la habitacin,descolgando el telfono y gritando un nmero a la operadora. Entonces

    sigui una de esas conversaciones a medias que hacen sentirse a quieneslas escuchan como si literalmente les faltara la mitad del cerebro. Aunqueahora la cuestin se entenda con enorme claridad.

    - Eres t, Jack? S, ya lo s Precisamente quiero hablarte de eso.S, en casa de lord Seawood No puedo ir a verte, hombre, estoy pintandode rojo, como los indios Qu estupidez! Qu ms da? Vendrs para que

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    hablemos de negocios, slo eso S, claro, lo comprendo Pero qubestia eres! Que no hay aqu ninguna cuestin de principios, tenlo encuenta Que no te voy a comer, hombre Vamos, ni siquiera te voy apintar a brochazos De acuerdo, muy bien.

    Colg el auricular y sigui con su creativa tarea, silbandorelajadamente.

    - Conoces a Mr. Braintree? -pregunt entonces Miss Olive conmucha curiosidad.

    - Ya sabes que adoro el trato con gente de baja estofa-dijo Murrel.- Extiendes eso tambin a los comunistas? -pregunt Archer

    alarmado-. Lo cierto es que se parecen bastante a los ladrones.- El trato con gente de baja estofa no convierte a nadie en un ladrn -

    replic Murrel-. Al contrario, es el trato con gente de alta alcurnia lo que

    suele hacerlo.Y se puso decorar un pilar con un color violeta y grandes estrellas

    anaranjadas, de acuerdo con el famoso estilo ornamental de los salones delpalacio de Ricardo I.

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    Un hombre peligroso

    Mr. John Braintree era joven, alto, enteco y educado; luca negrabarba y ceo tambin negro, lo cual pareca una exhibicin de susprincipios, como la corbata roja que siempre llevaba. Cuando sonrea, loque haca ahora contemplando el trabajo de Murrel, pareca inclusosimptico.

    Cuando fue presentado ante la joven dama se inclin ceremonioso ygalante, con una correccin algo envarada. Abusaba en cierto modo de esaelegancia antigua propia de aristcratas, que ahora, sin embargo, es ms

    comn entre el gremio de los artesanos, siempre y cuando sean artesanosbien educados, claro. Mr. Braintree, sin embargo, se haba iniciado en lavida profesional como ingeniero.

    - Estoy aqu porque t me lo has pedido, Douglas -dijo-, pero teadvierto que esto no me parece nada bien.

    - Cmo? Acaso ests diciendo que no te gusta mi combinacin decolores? -pareci extraarse Murrel-. Pues te hago saber que estacombinacin de colores despierta gran admiracin.

    - Bien -dijo Braintree-, admito que no me gusta especialmente tu

    trabajo, esa combinacin prpura romntica para resaltar tanta tirana ysupersticin feudales, pero no se refieren a tal cosa mis objecionesEscucha, Douglas He venido bajo la condicin inexcusable de decir loque me plazca. Claro que no es menos cierto que no me gusta hablar contraun hombre en su propia casa. As que, para plantear como es debido elasunto conflictivo que ms me interesa, debo sealar antes que nada que laUnin Minera se ha declarado en huelga, y que yo soy, precisamente, elsecretario de dicha Unin Minera.

    - Y a qu se debe la huelga? -pregunt Archer.- Queremos ms dinero -respondi Braintree con enorme frialdad-.

    Cuando con un par de peniques no se puede comprar ms que un peniquede pan, es lgico que aspiremos a ganar al menos esos dos peniques. He ahla ms clara expresin de la complejidad del sistema industrial. Sinembargo, lo que ms interesa a la Unin es que se la reconozca.

    - De qu reconocimiento se trata?

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    - Bien, la Trade Union no existe. Eso supone una tirana evidente queamenaza destruir todo el comercio britnico. No existe la Trade Union, asde claro y lamentable es el estado de cosas. Lo nico en lo que lordSeawood y sus ms indignados crticos contra nosotros parecen hallarse deacuerdo es en que no existe la Trade Union. As pues, y a fin de sugerir quela existencia de la Trade Union debiera darse, pues se tratara de un hechoharto positivo para todos, nos reservamos el derecho a la huelga.

    - Y supongo que lo hacen tambin para dejar sin carbn al muyprotervo ciudadano, naturalmente -dijo Archer con mucha acritud-. Sihacen eso, nada me extraara que la opinin pblica se les echaraencima Veran ustedes entonces cuan fuerte es Si ustedes no quierensacar carbn, y el Gobierno no les obliga a que lo hagan, ya encontraremosquin lo extraiga, ya vern Yo mismo pedir cien muchachos de

    Cambridge, de Oxford o de la City, a los que seguramente no importartrabajar en una mina. Todo sea por acabar con esa autntica conspiracinsocial que pretenden ustedes!

    - Pues en tanto llega ese momento que anuncia -replic Braintree conbastante altivez- le sugiero que busque cien mineros para que ayuden a queMiss Ashley termine su iluminacin. La minera es un oficio que requierede gran destreza, caballero Un minero no es un carbonero Ustedpodra ser un magnfico carbonero.

    - Quiero suponer que no me insulta usted -dijo Archer.

    - No, claro que no! -respondi Braintree-. Es slo un cumplido, porsupuesto.

    Murrel intervino para poner paz.- Me parece, caballeros, que no hacen ustedes ms que dar vueltas

    alrededor de mi idea central. Primero, un carbonero; luego, un fumista Yas hasta obtener los ms profundos tonos del negro.

    - Pero no es usted un sindicalista? -pregunt Olive con granseveridad, y tras una pausa aadi-: Qu es en realidad un sindicalista?

    - La mejor manera de responder a su pregunta-comenz a decir

    Braintree con mucha consideracin haca la joven dama- sera decir que,para nosotros, las minas deben pasar a ser propiedad de los mineros.- Claro, lo mo es mo -intervino Murrel-. Un precioso lema del

    feudalismo medieval!- A m me parece un lema excesivamente moderno, sin embargo -dijo

    Olive con sarcasmo-. Pero cmo se las podran ingeniar ustedes si las

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    Archer tom asiento lentamente; el sindicalista, tras un instante deduda, se asom al jardn.

    - No te preocupes -casi gru al poco, dirigindose a Murrel-. No voya destrozarte a pisotones tu lienzo Me doy por satisfecho con haberabierto una brecha en los de tu estirpe. Qu quieres de m? Ya s que erestodo un caballero. Pero qu sacamos nosotros de eso? Bien sabes que loshombres como yo, cuando reciben una invitacin a una casa como esta enla que estamos, acuden slo para hablar a favor de los de su clase Ttratas bien a mi gente, eso es verdad. Pero tambin los tratan as unascuantas mujeres guapas. Y muchas otras personas. Y llega un momento enque esos hombres se convierten en bueno, en hombres que tienen queentregar una dura carta de sus amigos, pero temen hacerlo porque eldestinatario les ha tratado bien.

    - Fjate -dijo Murrel- en que no slo has abierto una brecha, sino enque me has metido a m por ella. Lo cierto es que no cuento con otro Lafuncin no se representar hasta dentro de un mes, pero para entonces andispondremos de menos gente entre la que elegir, y adems necesitamosese tiempo para los ensayos Por qu te niegas a hacernos el favor que tepedimos? No comprendo que tus opiniones puedan impedrtelo Y en loque a m respecta, no tengo opiniones, las gast todas cuando era msoven, cuando estuve en la Unin. Pero, por encima de todo, me duele

    muchsimo disgustar a las damas Aunque en esto que nos ocupa todos

    seamos hombres.- Cierto, no hay ms que hombres! -dijo Braintree mirndole

    fijamente.- Bueno, ah tenemos tambin al viejo lord Seawood -dijo Murrel-,

    que a su manera no es del todo malo como actor No puedes esperar quemis opiniones sobre l sean tan duras como las tuyas Aunque confiesoque me resulta muy difcil imaginrmelo haciendo de trovador

    - Hay un hombre en el cuarto de al lado -dijo Braintree mirndolofijamente, con algo de dureza-, y hay otro en el jardn, y otro ms en la

    puerta, y hay un hombre en los establos, y hay un hombre en la cocina, yotro en la bodega Por qu mientes, si ves tantos hombres como hay enesta casa? Es que an no te has dado cuenta de que son hombres? Y luegome preguntis el porqu de la huelga Hacemos huelga porque soiscapaces de olvidaros de nuestra propia existencia, salvo si vamos a lahuelga! Manda a tus criados que te sirvan. Yo no tengo por qu hacerlo.

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    Y sali aprisa al jardn.- Bueno -dijo Archer respirando profundamente-. He de confesar que

    no soporto a tu amigo.Murrel se apart de su lienzo, inclin la cabeza a un lado, como los

    entendidos, para mejor contemplar los brochazos, y dijo:- Pues me parece que su idea de utilizar a los criados es muy buena.

    No te imaginas al viejo Perkins de trovador? T conoces bien a mi ayudade cmara, no? La verdad es que cualquiera de los lacayos de mi casahara de trovador maravillosamente

    - No digas imbecilidades! -grit Archer, muy molesto-. El papel detrovador es corto, pero quien lo interprete tiene que hacer cosas Besar lamano de la princesa, por ejemplo!

    - Mi ayuda de cmara lo hara como un Cfiro -dijo Murrel-. Pero

    quizs, me parece, debamos apuntar an ms bajo en esa jerarqua de loslacayos Si no quiere hacerlo, o no le consideramos apto, se lo dir alportero; y si ste no quiere, a mi botones; y si el muchacho tampocoquiere, al mozo de cuadra, que es el que menos se niega a lo que sea; y si elmozo de cuadra tampoco se presta, bien, pues habr que buscar entre losms viles pinches de la cocina Y si aun stos me fallan, pues acudir aun tipo an de ms baja estofa, al bibliotecario de esta casa en la que nosencontramos Vaya! Cmo no se me haba ocurrido antes? Elbibliotecario es el ms idneo, claro que s!

    Con gran entusiasmo tir su brocha al aire, que fue a caer al extremoopuesto de la habitacin, echando a correr acto seguido en direccin alardn, seguido por Mr. Archer, que pareca anonadado.

    Era temprano, porque los amateurs se haban levantado mucho antesdel desayuno, a fin de pintar y de ensayar con tiempo suficiente. Braintree,por su parte, madrugaba siempre; aquel da, encima, lo haba hecho anms que nunca para entregarse a la redaccin de un riguroso, por no decirrabioso, artculo destinado a las pginas de un diario vespertino socialista.La blanca luz del da tena an esa palidez rosada que sin duda ha inspirado

    a ms de uno de esos poetas fantsticos que comparan los rayos delamanecer con los dedos.La casa se alzaba en un cerro que caa por dos lados hacia el Severn

    [17]. El jardn, trazado en forma de terraza, con los rboles plenos deflores primaverales, pareca velar, sin confundirse con ella, sin embargo, la

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    esplndida curvatura del paisaje. Las nubes hacan tirabuzones y ascendancomo el humo de un can, como si el sol asaltara silenciosamente laspartes ms elevadas del terreno. El leve viento y el sol bruan la hierbarecientemente segada. En un ngulo elevado, como accidentalmente, yacaun fragmento de pedestal gris, de las ruinas de la abada que all huboantao. Un poco ms all se vea la esquina de la parte ms abandonada dela casa, hacia la que se diriga Murrel a buen paso. Lo segua Archer con subelleza teatral y sobreactuada a cuestas.

    Tan pintoresca ilusin se complet con una figura muy bien vestida,que apareci bajo el resplandor del sol unos minutos despus. Era unadama joven con el cabello rojo, que se tocaba con una corona regia. Muyerguida, incluso altanera, saludable. Pareca saciarse con la brisa de lamaana como el caballo de la guerra en las Escrituras, para gozarse en s

    misma en sus ropas batidas por esa brisa. Julin Archer compona uncuadro perfecto con su traje de tres colores. A su lado, los tonos modernosdel traje y la corbata de Murrel parecan tan vulgares como las ropas de losmozos de cuadra, con los que tena por costumbre perder el tiempo.

    Miss Rosamund Severne, hija nica de lord Seawood, era uno de esosseres que se lanzan a lo que sea pero haciendo mucho ruido. Suextraordinaria belleza era tanta, y tan exuberante, como su magnficocarcter y su buen humor. La verdad es que gozaba de todo corazn supapel de princesa medieval, aunque slo fuera para una funcin de teatro

    amateur. Y no albergaba ninguno de los sueos reaccionarios de su amigaMiss Ashley. Era, por el contrario, una mujer prctica y moderna. Habaintentado ser doctora en Medicina, pero el conservadurismo de su padreacab por frustrar sus planes y hubo de resignarse a no ser ms que unadama liberal, algo violenta, a veces, en sus manifestaciones de dicholiberalismo. Sobresala en actividades polticas y en la organizacin dedistintas plataformas, aunque ni siquiera sus amigos ms cercanos podandecir si hablaba para que las mujeres tuvieran derecho al voto o para queles fuera otorgado directamente el voto.

    En cuanto vio a Archer a cierta distancia, le grit tan resuelta comosiempre:- Te estaba buscando! No te parece que deberamos ensayar una vez

    ms esa maldita escena?- Yo tambin te buscaba -se entrometi Murrel-. Hagamos mayores

    desarrollos dramticos en nuestro ya de por s dramtico mundo, amiga

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    ma Oye,conoces aunque slo sea de vista a tu bibliotecario?- Y qu pinta en todo esto mi bibliotecario? -pregunt Miss

    Rosamund a su vez-. Pero, s, claro que lo conozco, y no slo de vistaAunque no creo que haya nadie que lo conozca bien

    - Ser una polilla ms de los libros -observ Archer.- En realidad todos somos polillas, querido amigo -dijo Murrel-. En

    mi opinin, una polilla de libros demuestra, al fin y al cabo, un gustorefinado y una evidente superioridad de su dieta sobre la que es comn enlas polillas vulgares Yo quiero cazar a esa polilla bibliotecaria como sifuese el mismsimo pjaro del alba. Escucha, Rosamund Haz t depjaro del alba y czame esa polilla, te lo pido por favor.

    - Esta maana, de tan madrugadora, me siento como una alondra -dijola joven y bella dama.

    - Bien, pues s una alondra dispuesta a cazar -dijo Murrel-. Hablo enserio, querida Conoces de verdad tu biblioteca y podrs traerme albibliotecario? Vivo, claro est

    - Seguro que ya est en la biblioteca -dijo Rosamund, algo extraadapero tan resuelta como siempre-. No s bien qu pretendes, pero si quiereshablar con l puedes ir t mismo a verle.

    - Siempre das en el blanco, querida-dijo Murrel-. Eres un buen pjaro.- Un pjaro del paraso -terci Archer, aduln.- Y t un pjaro chistoso -le respondi ella con una carcajada-. Y el

    Mono, un ganso- Yo soy a la vez un Mono, una polilla y un ganso -asinti Murrel-. Mi

    proceso evolutivo no concluye jams Pero antes de que me convierta enquin sabe qu otro ser, permteme que te explique algo, querida Archer,con su infernal orgullo aristocrtico, no consiente que un pinche de micocina haga de trovador, de modo que he decidido caer an ms bajo yponer mi vista en tu bibliotecario Se trata de que alguien haga desegundo trovador, nada ms.

    - El bibliotecario se llama Herne -dijo la joven dama, sin salir de su

    asombro-. Pero no pretendas Quiero decir que ese hombre es todo uncaballero. Es ms, dira que es un autntico sabio.Murrel ya se haba largado, doblando por la esquina de la casa para

    dirigirse a las puertas acristaladas que llevaban a la biblioteca. Noobstante, se detuvo de golpe y qued contemplando algo en la distancia. Enla parte ms elevada del jardn, en la vertiente opuesta a esa en la que se

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    encontraba, distingui dos figuras que se destacaban bajo el lmpido cielode la maana. Nunca hubiera supuesto que podra ver algo as. Una de lasfiguras era la del execrable demagogo llamado John Braintree. La otra, lade Miss Olive Ashley Es cierto que cuando prest mayor atencin a lasfiguras, la de Olive se revolva con un ademn que pareca furioso, derechazo. Pero a Murrel le pareci an ms extrao el hecho de que seencontraran all que el hecho de que se distanciasen. No pudo evitar queuna expresin melanclica cruzara su cara de mono. Rpidamente sedirigi a la biblioteca.

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    III

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    La escalera de la biblioteca

    El nombre del bibliotecario de lord Seawood haba aparecido una vezen los peridicos, aunque seguramente ni l mismo lo supo. Fue durante elcontrovertido debate a propsito de la importancia secular del nmero delos camellos, en 1906, cuando el profesor Otto Elk, aquel temible sabiohebreo, se afanaba en su extraordinaria campaa contra elDeuteronomioyvalindose de la rara intimidad lograda con el oscuro bibliotecario, que asu vez tena una intimidad an mayor con los paleohititas Ha deadvertirse al culto lector de que no eran stos los hititas comunes, los

    hititas vulgares, podra decirse, sino una raza de hititas mucho mas remota.El bibliotecario saba muchsimo acerca de los hititas, pero slo, comotena mucho cuidado en explicar, desde la unificacin del reinado de Pan-El-Zaga (vulgar y tontamente llamado Pan-Ul-Zaga), hasta la devastadorabatalla de Uli-Zamal, tras la cual puede asegurarse que la verdaderacivilizacin de origen paleohitita desapareci del mapa. De todo esto, saes la verdad, nadie saba tanto como l.

    Nunca, no es menos cierto, haba escrito un solo libro sobre loshititas, pero s lo hubiese hecho seguro que tendramos ahora, en ese nico

    volumen, la ms completa biblioteca al respecto. Claro que,probablemente, nadie hubiera sido capaz de leer libro semejante. Salvo suautor, claro.

    En aquella pblica controversia, su aparicin y su desaparicin habansido igualmente aisladas y raras. Parece que hubo un sistema de alfabeto delos jeroglficos, y que, en efecto, no parecan al indolente ojo del mundo, apesar de esta indolencia, indiferentes o vanos jeroglficos de ningunaespecie, sino superficies irregulares de piedra medio desgastada. Perocomo la Biblia dice en algn lado que alguien viaj con cuarenta y siete

    camellos, el sabio profesor Elk pudo proclamar la grande y buena nueva deque en la narracin hitita sobre el mismo caso de los camellos habaconseguido descifrar el sabio bibliotecario Mr. Herne una alusin distinta,una cifra diferente, la de cuarenta camellos, descubrimiento que afectabade manera muy profunda y grave a los fundamentos de la cosmogonacristiana, cosa que a muchos les pareci que abra perspectivas alarmantes,

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    y a otros muy prometedoras, para la institucin del matrimonio.El nombre del bibliotecario, muy a su pesar y aunque l no se

    enterase, se hizo famoso durante un tiempo entre los periodistas, y lainsistencia en la persecucin o descuido sufrido a manos de los ortodoxospor Galileo, Bruno y Mr. Herne, supona una bonita variacin con respectoal conocido tro formado por Galileo, Bruno y Darwin. Descuido s lohubo, la verdad, porque el bibliotecario de la casa de lord Seawoodprosigui laboriosamente en su tarea de descifrar los jeroglficos sin ayudade nadie, y as y todo lleg a descubrir que las palabras cuarenta camellosiban seguidas de y siete, pormenor, empero, que no hizo que un mundomoderno y avanzado se interesara en los estudios de aquel sabio solitario.

    El bibliotecario era realmente uno de esos hombres que detestan la luzdiurna; era en verdad una sombra entre las sombras de la biblioteca. Alto y

    muy firme, tena no obstante un hombro ms bajo que el otro y el cabellode un rubio polvoriento y sin brillo. Su cara era larga y enjuta, pero susojos azules parecan a ms distancia el uno del otro de lo que es comn enun rostro humano. A primera vista pareca tener slo un ojo. Como si elotro perteneciese a otra cabeza. Puede que fuese as; puede que ese otro ojoestuviera en la cabeza de un hitita de diez mil aos atrs, quin sabe.

    Michael Herne tena algo que quizs sea propio de todos losespecialistas, no importa en qu materia lo sean; algo enterrado bajo susmontaas de papel, un algo que le daba la fuerza para sostener las

    montaas de papel sin ayuda. Un algo, pues, que a veces llamamos poesa.Mr. Herne elaboraba detallados cuadros sinpticos de las cosas que

    eran objeto de sus estudios. Pero ni siquiera esos hombres de probadadiscrecin, capaces de apreciar los ms extraos estudios, hubieran vistoen l otra cosa que un anticuario polvoriento capaz de pasarse horasbuscando pucheros antiguos y hachas de guerra que cualquiera de nosotrospreferira dejar enterrados. No es justo juzgarle a la ligera, sin embargoPara l, esos objetos inanimados no eran dolos, sino instrumentos eficacespara su estudio. Cuando vea un hacha hitita se la imaginaba matando algo

    que echar al puchero hitita; cuando contemplaba un puchero hitita, se loimaginaba con agua hirviendo para cocer algo que el hacha haba cazado.Claro que l jams hubiese llamado algo a eso, sino que le hubiera dado elnombre de cualquier ave o de cualquier cuadrpedo susceptibles de sercomidos, que no en vano se contaba entre sus saberes el de la descripcinde un men hitita cualquiera As, con dbiles fragmentos haba logrado

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    erigir no ya un cuerpo de doctrina, sino una ciudad y estados visionarios yarcaicos, todo lo cual eclipsaba la Asira clsica, si no la dejaba reducida apolvo. El corazn de Mr. Herne siempre estaba muy lejos, como si latierapara llevarlo bajo extraos cielos de color turquesa y oro a caminar entregentes con peinados que parecan sepulcros y entre sepulcros ms altos queciudadelas, y cruzndose con hombres que llevaban las barbas trenzadascomo tapices. Cuando miraba por la ventana de la biblioteca y vea alardinero barriendo lentamente los estrechos caminos de piedra del jardn

    de la casa de lord Seawood, no era eso lo que vea sino aquellos enormesbrutos y aquellos pjaros gigantescos que parecan labrados en lasmontaas. Contemplaba, simplemente, esas formas que parecan haber sidohechas para albergar ciudades en su interior.

    Por otra parte, circulara despus durante un tiempo una historia de un

    profesor, un hombre bastante incauto, que haba dicho alguna indiscrecinacerca de la moralidad de la princesa hitita Pal-Ul-Gazil, profesor al que elbibliotecario haba apaleado por ello con una escoba de las que utilizabapara quitar el polvo a los libros hasta obligarlo a subirse en lo ms alto dela escalera de la biblioteca. La opinin pblica, sin embargo, andaba untanto dividida. Unos daban por cierto el sucedido y otros decan que no erams que una invencin de Mr. Douglas Murrel.

    No obstante, cabra tomar aquello, si no por una ancdota, s por unaalegora. Pocos saben algo de la guerra imparable de controversias y de los

    sucesivos tumultos que se esconden bajo la ocupacin de un amateur, poroscura que sta sea. En efecto, el ms cruel espritu guerrero halla amparoen las ocupaciones de un amateur, como si de toperas se tratasen, lograndoas la ocultacin de los autnticos debates que deberan producirse en uncampo tan llano como limpio, a cielo abierto. Podra suponerse que el

    Daily Wire es un peridico que llama a la violencia, y que laReview osyrian Esxcavations

    [18] es una publicacin pacfica y de prosa elegante. Todo lo

    contrario El peridico popular parece en los ltimos tiempos fro ydistante, hasta convencional; utiliza los clichs ms manidos La revistade los excavadores, de los estudiosos, por el contrario, suelta fuego portodas sus pginas; incita al fanatismo y a la guerra sin cuartel contra quienno suscriba sus tesis.

    Mr. Herne no poda moderarse lo ms mnimo cuando pensaba en el

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    profesor Pool y en su fantstica y monstruosa insidia a propsito del tipode sandalia prehitita. Persegua saudamente el bibliotecario al profesorhasta blandiendo una pluma de escribir, si no tena a mano una escobacualquiera; es ms, inverta en cosas as, cosas de las que nadie tena lamenor noticia ni el menor inters por recibirla, cantidades torrenciales deelocuencia, de lgica y de entusiasmo incuestionable, algo, por cierto, de loque el mundo entero jams sabr una palabra. Cuando descubra lo quepara l eran hechos novedosos y perfectamente contrastados, o cuandoexpona errores aceptados generalmente, o cuando se concentraba en suspropias contradicciones que pasaba a explicar con lucidez enorme, sinembargo, no por todo eso, lograba el menor reconocimiento pblico. Hayque decir, a pesar de todo, que el bibliotecario era as una cosa que por logeneral no pueden ser los hombres pblicos: era feliz.

    Hijo de un clrigo pobre, fue el nico que en su etapa de estudiante enOxford consigui ser por completo insociable, y no porque mostrase unodio indecible e insobornable hacia la sociedad, sino por su positivo amora la soledad. Sus pocos pero repetidos ejercicios fsicos eran solitarios,como caminar o nadar, o excntricos, si no extraos, como la esgrima, quepracticaba sin un contrario. Posea un buen conocimiento general de loslibros, y como necesitaba ganarse la vida, ah estaba, a cambio de unsueldo muy modesto, un sueldo ms bajo que el de los criados, cuidando dela biblioteca bien seleccionada por quienes haban sido los anteriores

    propietarios de la antigua Abada de Seawood. Slo una vez se permititomar vacaciones, que ms que placenteras le resultaron muy duras,cuando fue como asistente de grado menor a participar en unasexcavaciones hechas en Arabia, donde se supona que estaban enterradasalgunas ciudades hititas. Por las noches, despus de aquello, soabainvariablemente con esas excavaciones. Tambin lo haca despierto.

    Estaba de pie ante la ventana abierta, tapndose los ojos con lasmanos, cuando a travs de los dedos vio que la verde lnea del jardn serompa abruptamente por la oscura aparicin de tres figuras, dos de las

    cuales, en su opinin, podan considerarse extraas, por no decir chocantese inapropiadas. Poda haberse tratado de tres espritus llegados del pasadoy revestidos de colorines, aunque su manera de cubrirse no eraprecisamente la de los ratitas, de eso se hubiera dado cuenta inclusoalguien no especializado. Slo una de aquellas tres figuras, vestida conchaqueta y pantaln de lana clara, ofreca un aire de modernidad

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    tranquilizadora.- Buenos das, Mr. Herne! -le dijo una dama joven y educada,

    maravillosamente peinada y vestida con un traje azul ceido y de mangasen punta-. Venimos a pedirle un gran favor, slo usted puede ayudarnos.

    Los ojos de Mr. Herne parecieron salirse de sus rbitas, como paraadaptarlos a una especie de lente invisible que le ayudara a acortar ladistancia y fijarse en el primer fondo, lleno de la presencia de la jovendama. Eso pareci producirle un efecto curioso, pues qued como mudo.Al cabo de un buen rato dijo con ms calor de lo podra esperarse por sumirada:

    - Todo lo que est en mi mano- Se trata slo de hacer un corto papel en una funcin que preparamos

    -dijo la dama-. Es una pena darle un papel tan breve como modesto, pero la

    verdad es que nos han fallado todos aquellos en los que confibamos y noqueremos renunciar a nuestra obra.

    - De qu obra se trata? -pregunt el bibliotecario.- Bah! Una tontera, naturalmente -dijo ella a la ligera-. Se titulaEl

    Trovador BlondeI y trata de Ricardo Corazn de Len, y hay serenatas, ysalen princesas en sus castillos y todas esas cosas Pero necesitamos dealguien que haga el papel de segundo trovador, que tendr que seguir aBlondel a todas partes y cruzar con l algunos dilogos, cortos, eso sPorque Blondel es el que ms habla, claro Blondel lo dice todo. Seguro

    que no le cuesta nada aprenderse el papel- Y no tendr ms que rasguear una guitarra de cualquier manera, eso

    no es importante -dijo Murrel para animarlo-. Vamos, como si tocara usteduna variante medieval del banjo

    - Lo que ms nos interesa -intervino Archer algo ms tranquilo quelos otros- es poner un rico fondo romntico Para eso est el segundotrovador, como el que aparece en The Forest Lovers, esa obrita infantil queya conocer usted Caballeros andantes, ermitaos, todo eso

    - La verdad es que es un poco atrevido por nuestra parte pedirle de

    frente a un hombre que sea un fondo -admiti Murrel-, pero hgase ustedcargo de nuestra situacin, caballero.La cara larga de Mr. Herne adopt una expresin de lstima.- Lo siento de todo corazn -dijo-, crean que me encantara ayudarles,

    pero esa obra no trata de mi pocaLo miraban perplejos y tras una breve pausa sigui diciendo el

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    bibliotecario:- Cartn Rogers es el hombre que precisan. Floyd tampoco lo hara

    mal, aunque lo suyo sea la cuarta Cruzada. Pero les aconsejo que se dirijana Mr. Cartn Rogers de Balliol.

    - Yo le conozco un poco -dijo Murrel mirndole y aguantndose larisa-. Fue profesor mo.

    - Magnfico! -exclam con jbilo el bibliotecario.- S, claro que le conozco -dijo Murrel ahora ms serio-. Est a punto

    de cumplir setenta y tres aos y hace muchos que se qued completamentecalvo Y es tan gordo que apenas puede moverse.

    La joven dama no pudo evitar que se le escapase una fuerte carcajada.- Cielo santo! -exclam-. Traer a ese hombre desde Oxford para

    vestirlo as! -y seal las piernas de Mr. Archer, que tampoco eran

    especialmente bellas.- Es el nico que podra interpretar bien el papel, por el conocimiento

    que tiene de esa poca -dijo el bibliotecario moviendo la cabezaafirmativamente-. Pero hacerlo venir desde Oxford El nico hombre quepodra conseguirlo est en Pars Les aseguro que no hay otro como l.Uno o dos franceses y un alemn, quizs Pero no hay otro historiadoringls de su altura, se lo aseguro.

    - No diga usted eso, hombre! -exclam Archer-. Bancock es elhistoriador ms prestigioso desde Macaulay

    [19] Su fama se extiende por el mundo entero.- Bancock? Escribe libros, no? -dijo el bibliotecario con bastante

    desdn-. No, no Cartn Rogers es su hombre, cranmeLa dama del peinado que sugera una cornamenta terci de nuevo:- Pero por el amor de Dios, caballero! Si slo sern dos horas!- Tiempo ms que suficiente para que se noten los fallos, las

    equivocaciones -dijo con suma seriedad el bibliotecario-. Reconstruir unapoca pasada durante dos largas horas supone ms trabajo del que usted

    cree Si la obra tratase de mi poca, tenga por seguro- Mire, es que necesitamos la ayuda de un sabio. Quin mejor queusted? -dijo la joven dama como si estuviese segura de su triunfo.

    Mr. Herne permaneci un rato en silencio, observndola con algo quepodra calificarse como triste inquietud. Luego fij su mirada a lo lejos,muy a lo lejos, y dijo tras exhalar un suspiro:

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    - Creo que no me entiende La poca de un hombre es una partefundamental de su vida Es indispensable que un hombre viva entrecuadros y tallas medievales antes de que pueda caminar por las estanciascomo lo hizo un hombre del medievo. Yo s cuanto concierne al perodo alque he dedicado mis estudios, lo que significa mi poca. He odo decir amuchos que las tallas de los antiguos sacerdotes hititas, las querepresentaban a sus dioses, carecen de gracia, de tan rgidas. Yo, sinembargo, creo que esa rigidez, o tiesura, como dicen algunos, explica cmoeran sus danzas Y al contemplarlas a veces me parece or incluso lamsica de los hititas.

    Se hizo un silencio, una pausa en aquel intercambio de opiniones; yenese silencio los ojos del sabio bibliotecario quedaron fijos, cual si fueranlos ojos de un idiota, en algo as como el fin del mundo. Pero una vez

    rehecho, sigui diciendo su soliloquio:- Si deseara representar un perodo que se escapa a mi mente,

    fracasara sin remedio. Seguro que confunda unas cosas con otras y lasmezclaba. Si me viese obligado a tocar una guitarra, esa de la que ustedeshablan, seguro que sentira inevitablemente que no pulsaba la guitarraadecuada. La tocara como si fuese una shenaum, o todo lo ms unahinopis, que es un instrumento ms helnico Cualquiera podra darsecuenta de que mis movimientos no eran los propios ni siquiera de finalesdel XIX, por ejemplo, si a esa poca se refiriese la obra. Todo el mundo

    dira nada ms verme que mis movimientos eran los de un hitita.- Claro, claro -dijo Murrel mirndole con sarcasmo-, eso es lo que

    diran cien labios a la vez, nada ms verle.Murrel sigui mirando de la misma manera al bibliotecario, fingiendo

    gran admiracin, pero algo en su interior empezaba a hacerle comprenderla seriedad del caso que planteaba el bibliotecario pues vea en la cara deMr. Herne esa expresin de inteligencia que no es sino la mximademostracin de la simplicidad.

    - Caramba! -exclam Archer como si despertara de un sueo

    hipntico-. Pero si slo se trata de una funcin teatral, caballero, permitaque se lo recuerde Mire que yo me s mi papel de memoria y le aseguroque es bastante ms largo que el que le ofrecemos a usted.

    - Usted ha tenido la oportunidad de estudiarlo, seor -replic Herne-,y as, al hacerlo, ha podido pensar en los trovadores, y al pensar en ellos,ha vivido ese perodo- La gente, sin embargo, se dara cuenta de que yo no

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    he estudiado lo suficiente mi papel. Por eso cometera la torpeza dedescuidar cualquier detalle importante; incluso me olvidara de los trucosnecesarios para la representacin Cralo, me equivocara gravemente encualquier momento, hara algo que no fuese medieval.

    Tena el sabio ante s el bello y ahora completamente blanco rostro dela joven dama. Archer, que estaba tras ella, como a su sombra, pareca tandivertido como desesperanzado. El bibliotecario, de pronto, sali de suabstraccin, de su inmovilidad meditabunda, y dio toda la impresin deque por primera vez despertaba a la vida.

    - Sin embargo, yo les podra buscar en la biblioteca algo muy til -dijo volvindose con bro hacia los volmenes de una de las estanteras-.Ah arriba hay una obra francesa, creo recordar, que trata de todos losaspectos que conciernen a la poca sobre la que versa su funcin, es

    magnfica, ya lo vern.La biblioteca tena los techos excepcionalmente altos, los techos de un

    tejado oblicuo como el de una iglesia y es posible que en tiempos fuera eltejado de una iglesia, o al menos el de una capilla, porque aquello formabaparte del ala ms vieja de la Abada de Seawood, cuando lo que ahora eraposesin de lord Seawood haba sido, en efecto, una abada. De ah que elltimo estante era en cierto modo la sima de un precipicio ms que unestante al que se acceda desde la cumbre de una escalera de bibliotecamuy alta, apoyada, claro est, contra la estantera. Con una energa

    inusitada, el bibliotecario, apenas sin que lo advirtieran, se subi a lo msalto de la escalera y husme entre una hilera de volmenes polvorientos,que desde abajo slo parecan eso, un montn de polvo. Tom al fin acasoel volumen ms grueso de cuantos manose, y como era un poco incmodoconsultarlo mientras la escalera se balanceaba peligrosamente, se acomoden el hueco que haba dejado libre al extraer la obra, sentndose alltranquilamente. Desde esa altura alcanz a encender una lmpara elctricaque penda del techo. Los otros le miraban en absoluto silencio desdeabajo, mientras l, en su altsimo asiento, con sus largas piernas colgando

    en el aire, quedaba con la cabeza completamente oculta por el gruesovolumen que consultaba.- Es un completo chiflado -dijo Archer en voz baja-, un loco Se ha

    olvidado de nosotros; seguro que si le quitamos de ah la escalera ni seentera Bueno, Mono, acabo de sugerirte una de tus muy poco sutilesbromas

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    - No, gracias, no me apetece hacerlo -replic Murrel-. Ni una bromacon este hombre, por favor.

    - Por qu no? -se extra Archer-. T fuiste quien quit la escalera alprimer ministro cuando estaba en lo alto de aquella columna, descubriendouna estatua Y le dejaste all tres horas

    - Eso fue otra cosa -replic Murrel con aspereza, aunque sin explicarpor qu fue aquello otra cosa.

    Acaso no supiera Murrel por qu lo haba hecho, salvo que el primerministro era primo suyo y se haba expuesto deliberada y francamente a labroma por el simple hecho de dedicarse a la poltica. No obstante, s sabaMurrel que ahora las cosas eran distintas, perciba claramente la diferenciaentre ambas situaciones, y cuando el siempre zascandil Mr. Archer agarrcon fuerza la escalera para quitarla de su punto de apoyo, Murrel le

    conmin con voz fuerte e inequvoca, incluso ruda, a que la dejara dondeestaba.

    Ocurri, empero, que justo en ese instante una voz muy conocida lollam por su nombre desde la puerta que daba al jardn. Se volvi y vio lafigura de Olive Ashley, que pareca exigirle una respuesta inmediata.

    - Te pido que no toques esa escalera -dijo de nuevo a Archervolviendo hacia l la cabeza mientras se diriga hasta Miss Olive-, o te juroque

    - Qu? -pregunt desafiante Archer.

    - Te juro que har contigo lo que este hombre llamara un gesto hitita-dijo Murrel y corri hasta Olive.

    La otra joven sali tambin al jardn, deseosa de hablar con Olive,como si alguna preocupacin la embargase, y as qued Archer a solas conel bibliotecario y la atractiva escalera.

    Archer se sinti entonces como un escolar al que se le hubieraprohibido hacer algo. Era bastante vanidoso y poco cobarde. Quit laescalera de su punto de apoyo en la estantera, con mucho cuidado, sinhacer ruido ni levantar una mnima mota de polvo. Igual de

    silenciosamente se la llev al jardn y la ocult contra un cobertizo. Luegose dirigi con absoluta tranquilidad a reunirse con los otros, que parecanmantener una conversacin muy interesante. Ni podan imaginar latravesura de su amigo. Hablaban de otra cosa, por supuesto, algo quehabra de ser el primer paso hacia extraas consecuencias; el primer pasode un raro cuento que iba a sorprender a varias personas, alejndolas de sus

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    ocupaciones habituales tanto como lo estaba de la biblioteca aquellaescalera.

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    IV

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    La tribulacin primera de John Braintree

    Ese caballero al que llamaban el Mono se encamin por una ampliafranja de csped hacia el aislado monumento, si as puede llamarse, ocuriosidad, o reliquia, que se alzaba en el centro de un gran espacio abierto.

    Era un trozo grande de lo que fueron los portones gticos de la antiguaabada, que haban puesto caprichosamente sobre un pedestal bastante msmoderno, algo, sin duda, que se debi a los entusiasmos de algn caballeroromntico de unos cien aos atrs, o puede que ms; un caballero que, contoda probabilidad, crey que con la acumulacin de musgo y luz de luna

    aquello pasara a convertirse en lo que pudo haber sido tema propicio parala inspiracin del ingenioso Marmion

    [20]. Examinndolo con atencin, cosa que nadie haba hecho, yreparando las lneas rotas, poda trazarse la forma de un monstruorepugnante, con los ojos saltones, como un dragn agonizante, sobre el quese levantaban dos piedras verticales, como dos tristes astas que bien podansugerir las extremidades inferiores de una persona. Mr. Murrel no sedirigi, sin embargo, hacia aquel punto, llevado de alguna especie de

    ardoroso fervor de anticuario para observar estos pequeos detalles; lo hizoporque la muy impaciente dama que le haba obligado a salir de labiblioteca le seal aquel punto para citarse. En efecto, a travs del jardnpudo ver a Miss Olive Ashley de pie, junto a una de las grandes piedras delmonumento, y observ que no estaba tan tranquila como la piedra.

    Aun a bastante distancia se perciba en ella la inquietud y su gesto denerviosismo. Miss Olive Ashley era probablemente la nica persona que sefijaba de vez en cuando en aquella mole de roca laboriosamente labrada,para decirse invariablemente que era algo muy feo y que a saber qudemonios significaba. Ahora, sin embargo, no se preocupaba por mirarla.

    - Hazme un gran favor -fue lo primero que dijo a Murrel antes de queste pudiera hablar, aadiendo temblorosa-: La verdad es que no se trata deun favor personal A m no me importa Te lo pido por el mundoentero, por la sociedad y todo eso!

    - Vaya! -exclam Murrel con fingida gravedad.

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    que oiga a la gente hablar de msica, de arquitectura, de historia y todo esoque los intelectuales de verdad conocen. l se ha quedado a medias, porgritar en las calles y hablar de las leyes en las tabernas ms inmundasPero estoy segura de que si llegara a tratar con personas cultas se daracuenta de su estupidez, s que es inteligente.

    - De manera que, como quieres tener a tu lado a un intelectual, a unhombre cultsimo hasta la punta de los dedos, te acordaste de m -observel Mono-. Quieres que te lo ate a una silla del saln y le d t, Tolstoi yTupper

    [21], o algn favorito de la culta modernidad Mi querida Olive, teaseguro que no conseguiramos nada.

    - Tambin lo he pensado, no creas -se apresur a decir la dama-. Por

    eso te pido que me ayudes; por eso te pido que le hagas el favor, y con elloa la humanidad entera Quiero que convenzas a lord Seawood para que seentreviste con l y hablen de la huelga. Es a lo nico que se prestar; luegole presentaremos a una serie de gente reputada, de conocimientossuperiores, para que le hablen. As, poco a poco, estoy segura, se irdesarrollando su sensibilidad Te hablo completamente en serio, Douglas,no sonras Este hombre tiene un gran influjo sobre los obreros; si no lehacemos comprender la verdad, capaces sern de Porque es unmagnfico orador, eso s, aunque a su manera.

    - Siempre he sabido que eres una gran aristcrata -dijo mirando concandor a la joven y frgil dama-. Aunque nunca supuse que fueses tan hbildiplomtica,

    (21) querida- Bueno, te prestar toda la ayuda que me sea posible entan horrendo complot Pero slo si me aseguras que, en el fondo, ser porsu bien.

    - Pues claro que s, naturalmente -dijo ella-. De lo contrario no se mehabra ocurrido pedrtelo.

    - Pues claro que s, naturalmente -asinti Murrel a su vez y se

    encamin hacia la gran casa, andando mucho ms despacio que cuandosali para encontrarse con la joven.Sin embargo, y aunque pas por el cobertizo, iba tan abstrado que no

    repar en la escalera de la biblioteca, all apoyada. De haberlo hechoentonces, esta historia hubiese tenido un desarrollo distinto, acaso sehabra alterado calamitosamente.

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    Las tesis de Miss Olive Ashley sobre la educacin del ignorante,merced a la asociacin de ste con personas de educacin elevada,proporcion material considerable al pensamiento de Murrel, mientrascaminaba sobre el csped con las manos en los bolsillos. Conceda queaquellas tesis tenan algo de eficaz intencin; algunos, por ejemplo,acceden a cierta cultura acudiendo a Oxford, y descubren de qu modo handescuidado hasta entonces su educacin, aunque despus sigandescuidndola Nunca haba conocido Murrel, sin embargo, unexperimento semejante con alguien que perteneciera a ese estrato socialtan oscuro como la negra mina de carbn a cuyos trabajadores representabael sindicalista. No poda imaginarse a un tipo tan obstinadamentedemagogo como su amigo Jack Braintree aprendiendo lentamente cmosostener con elegancia un cigarrillo entre los dedos, o como mantener en

    alto, no menos elegantemente, una taza de t mientras hablaba delShakespeare rumano de turno.

    Aquella misma tarde iba a producirse un besamanos de esa especieall mismo, en la residencia de lord Seawood, pero no se le pasaba por lacabeza cmo encajar a Braintree. Por supuesto que haba un sinfn de cosasinteresantes, de las cuales no tena la menor noticia aquel endemoniadohombre de los barrios bajos. Aunque no estaba muy seguro Murrel de queesas cosas pudieran interesar mnimamente a su amigo.

    As y todo, decidi prestar a la joven dama Miss Olive Ashley el

    auxilio que le peda, arriesgndose a mostrar por ah a su iletrado amigorepresentante de los mineros como si fuese un esclavo tan gracioso comoborracho. Pens muy seriamente en cmo hacerlo. Una de lascaractersticas ms destacables del Mono era la de cubrir su seriedad conuna sonrisa; quizs por eso era un bromista muy grave,extraordinariamente severo. Pero el tipo con quien ahora se las tena queingeniar para someterlo a su broma ofreca unas cuantas dificultades.Pensando en todo eso se dirigi al ala de la mansin donde estaba eldespacho de lord Seawood, un lugar vedado para la mayor parte de las

    visitas. Permaneci all una hora y sali al fin sonriente.Y ocurri al cabo que, como consecuencia de unas maniobras de lasque no tena la menor idea, el anonadado Braintree se vio aquella mismatarde con sus rizos y su barba negros, rizos y pelos de la barba erizados entodas las direcciones posibles (tras una entrevista misteriosa con el grancapitalista), lanzado a travs de una puerta hasta el gran saln de la ms

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    deslumbrante aristocracia, aristocracia del intelecto igualmente, destinadaa la ardua tarea de su educacin ms conveniente.

    A primera vista, aquel hombre pareca en verdad falto de unas cuantascosas, por no decir incompleto. De pie, en mitad del gran saln, cargado dehombros y no menos cargado de entrecejo, resultaba tan desagradable decontemplar como lo era su propio interior. No es que fuese un tipo feo,pero resultaba inexplicablemente antiptico. Eran los otros los que, dichosea en su honor, le demostraban amabilidad e inters en su persona, inclusode manera sincera. Un seor muy alto y calvo, por ejemplo, un hombreespecialmente franco y comunicativo, y nunca ms ruidoso que cuandopretenda adoptar un aire confidencial con alguien, un hombre, endefinitiva, que tena en la voz cierto aire de cancin obscena por cuanto sususurro era un grito indefectiblemente horrible, le dijo:

    - Lo que nosotros necesitamos -hablaba mientras cerraba la manocomo si pulverizase algo en ella-, lo que precisamos para que se haga esoque podramos llamar la paz industrial, es slo lo que tambin podramosllamar instruccin industrial No haga usted caso de esos reaccionariosque pululan por todas partes; no crea usted a esos hombres que dicen que laeducacin del pueblo es una falacia, o una grave equivocacin Las masasnecesitan la educacin, y sobre todo, la educacin que podramos llamareconmica Si logramos meter en la cabeza de la gente unas cuantasnociones de las leyes que rigen las relaciones econmicas, y muy

    especialmente las leyes de la economa poltica, cesarn las disputas, esasquerellas constantes que arruinan el comercio de nuestro pas y amenazancon poner una pistola en el pecho de los ciudadanos Sean cuales sean lasopiniones que ambos podamos defender, seguro que deseamos acabar contodo eso. No importa cul sea nuestro partido, seguro que deseamos lomejor para todos Y le aseguro que no hablo por el inters de ningnpartido poltico, sino de un inters mayor, un inters que est por encimade todos los partidos.

    - Pero si yo digo -replic Braintree- que nosotros tambin queremos la

    extensin de las reivindicaciones efectivas, no hablo de algo que estigualmente por encima de todos los partidos?El hombre alto y calvo lo mir rpida y disimuladamente, y dijo

    despus con la vista en otro lado:- Por supuesto Claro, claro que s.Se hizo un silencio y ambos pasaron a hablar despus, alegremente, a

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    [23]. Cuando le presentaron a Braintree no pudo evitar que sus ojos seclavaran en la corbata roja del demagogo, de lo que dedujo al instante queestaba ante un tipo que no era precisamente un experto en arte. Eso, sinembargo, hizo que el experto se sintiera mucho ms experto. Sus ojoshundidos pasaban, como para liberarse de la alarma, de la corbata delsindicalista a un cuadro de Lippi o de cualquier otro italiano antiguo quehubiera en la pared, porque lo que fue en tiempos Abada de Seawoodalbergaba una buena pinacoteca, adems de una buena biblioteca. Unasimple asociacin de ideas hizo a Wister repetir inconscientemente ellamento de Miss Olive Ashley de que el color rojo que lucan las alas deuno de los ngeles del cuadro de LippiLa ltima cena era algo as como laprdida de un secreto tcnico.

    Braintree asinti cortsmente, sin embargo, pues no posea

    conocimientos especiales de pintura, y mucho menos de pigmentacin. Esaignorancia o indiferencia demostraban el porqu de su corbata, tan cruda.Y el experto en arte, dndose cuenta de que hablaba con un ignorante, sedio rienda suelta con alegre condescendencia. Eso quiere decir que sesinti como en una ctedra.

    - Ruskin

    [24] es muy profundo en ese extremo -comenz a decir-. Lea usted aRuskin sin temor, aunque slo sea para introducirse en el arte. La

    democracia, por supuesto, no es muy favorable a la autoridad. Por eso,mucho me temo, Mr. Braintree, que la democracia no tienda en exceso alarte.

    - Si alguna vez tenemos democracia, es posible que podamoscomprobarlo -se limit a decir Braintree.

    - Me temo -sigui Wister, negando con la cabeza-que ya tenemossuficiente democracia como para que haya perdido su importancia laautoridad artstica.

    En ese momento se acerc a ellos Rosamund, la joven dama del

    cabello rojo y el rostro hermoso y sensible, llevando de la mano a un jovenque tambin tena una expresin sensible. Ah, sin embargo, cesaba todoparecido entre ambos; el joven era bajo y rechoncho hasta la vulgaridad yluca un bigote que pareca un cepillo de dientes. No obstante, posea losojos claros de los hombres valientes y sus modales eran gratos y sencillos.Era un terrateniente vecino, apellidado Hanbury, con fama de buen

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    conocedor y explorador de los Trpicos. Despus de presentarlo y decambiar unas palabras con los tres hombres, Rosamund dijo a Wister:

    - Perdone, me parece que le he interrumpidoY no se equivocaba.- Iba diciendo -prosigui Wister altaneramente- que temo que

    hayamos descendido a la democracia y a la edad de los infrahombresLos grandes Victorianos han desaparecido.

    - S, por supuesto -dijo la muchacha mecnicamente.- Ya no quedan gigantes entre nosotros -resumi Wister.- Supongo que sa sera una queja comn en Cornwall

    [25]-pareci reflexionar Braintree en voz alta-, mientras Jack

    [26], el gigante ms asesino entre los gigantes, haca su profesionalesrondas nocturnas.

    - Cuando haya ledo usted la obra de los gigantes Victorianos -dijoWister con bastante insolencia- acaso comprenda a qu me refiero.

    - Pero no pretender usted que maten a los grandes hombres, Mr.Braintree -dijo inocentemente la joven dama del cabello rojo.

    - Debo admitir que algo as pienso -replic Braintree-. Tennysonmereci la muerte por escribirMay Queen. Y Browning mereci que lomataran por rimarpromise confrom mice. Y Carlyle mereci la muerte por

    ser Carlyle. Y Herbert Spencer mereci que lo mataran por escribirElHombre contra el Estado. Y Dickens mereci que lo mataran por no mataral pequeo Nell rpidamente. Y Ruskin mereci la muerte por decir que elhombre deba ser ms libre que el sol. Y Gladstone mereci que lo mataranpor dejar a Parnell

    [27]en la estacada. Y Disrael mereci que lo mataran por aquella sualusin a un tmido garan Y Thackeray

    - Por Dios! -exclam la dama-. Es que no va a parar nunca? Hay

    que ver cunto ha ledo!Wister, por alguna razn, pareca molesto, incluso agresivo.- Lo que quiero decir -comenz a explicarse- es que eso es lo que

    asegura el populacho por su odio a quienes son superiores. El populachosiempre quiere echar por tierra los mritos de los hombres superiores. Poreso sus infernales Trade Unions no quieren que se pague mejor a un buen

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    - Diga usted lo que quiera -respondi Braintree secamente-. Estamosen un pas libre, no? Por lo menos para usted Pero ya que se refiere aeso, tambin podra decir que el verdadero trabajo radica en el descanso.Por lo que estara usted encantado con la huelga.

    La dama lo miraba con una expresin diferente. Era la expresin conque la gente de proceso mental lento, pero sincero, reconoce algo con loque hay que estar de acuerdo, al menos parcialmente, y hasta respetarlo.Porque aunque -o quizs como- se haba criado con todo lujo y riqueza, erauna joven inocente y poda mirar sin ruborizarse a la cara de sussemejantes.

    - No le parece que discutimos por una palabra, slo eso? -pregunt.- No, sinceramente, no lo creo; pero ya que me lo pregunta -respondi

    Braintree tajante-, creo que argumentamos desde lados opuestos, con un

    abismo en el medio Y creo que esa palabreja es el abismo que separa a lahumanidad en dos grupos. Si de veras tiene usted inters sincero, le dar unconsejo: cuando quiera hacernos creer que comprende la situacin, y queaun as desaprueba la huelga, diga usted cualquier cosa menos eso. Diga,por ejemplo, que el Demonio acompaa a los mineros; diga que losmineros son todos unos locos blasfemos Pero no diga que hay agitacinentre los mineros. Esa maldita palabra revela lo que hay en lo msprofundo de su mente. Tiene un nombre muy antiguo: esclavitud.

    - Eso es realmente extraordinario -dijo Mr. Wister.

    - Verdad que s? -intervino inocentemente la joven dama-. Es taninteresante!

    - No, qu va, es muy simple -sigui diciendo el sindicalista-. Supongausted que hay un hombre en su carbonera, en vez de en su mina Supongaque su oficio consiste en partir el carbn todo el da, y que usted le oyemartillar incesantemente. Supongamos que usted cree que le paga lo quemerece, y que lo cree honestamente. Pero usted le oye martillearincesantemente todo el da, mientras usted fuma o toca el piano, hasta queel ruido en la carbonera cesa de pronto Quizs haya razn para que cese,

    o quizs no; puede obedecer a una causa cualquiera Pero no sabe ustedcmo hacerle ver qu piensa realmente, cuando dice, como Hamlet a suincansable roedor:Descansa, espritu perturbador.

    - Ah! -exclam Mr. Wister algo ms tranquilo-. Cunto me alegraque haya ledo usted a Shakespeare!

    Braintree sigui hablando sin prestarle la menor atencin:

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    - El martilleo constante se para Y qu le dice usted al hombre queest ah metido, sumido en la oscuridad? No le dice: Muchas gracias porlo bien que hace su trabajo, pero tampoco le dice: Yo te maldigo porhacer mal tu trabajo. Usted va y le dice: Descansa, sigue durmiendo,contina en esa quietud, natural en ti, una quietud que nada debera turbar;sigue ese movimiento rtmico y arrullador, que para ti debe ser lo mismoque el descanso, que para ti es una segunda naturaleza y parte de lanaturaleza de las cosas.

    Not que, al hablar as, con vehemencia pero sin violentarse, muchaseran las caras que le miraban, y no de manera impertinente. Vio a Murrelque le observaba con una sonrisa melanclica dibujada por encima delcigarrillo que penda blandamente de sus labios, y a Archer que lo mirabatambin, aunque un poco por encima del hombro, como temiendo que fuera

    a prender fuego a la mansin de lord Seawood. Observ igualmente lasexpresiones adustas pero respetuosas de algunas damas de esas quesiempre parecen hambrientas de que suceda algo. Pero en quien ms se fijfue en la frgil Miss Olive Ashley, que observaba la escena desde el otroextremo del gran saln.

    - El hombre de la carbonera -sigui diciendo- es slo un extrao, unhombre de la calle, que se ha metido en un hueco negro para golpear unadura piedra, como si atacase una bestia salvaje o cualquier otra fuerza de lanaturaleza. Partir carbn es peligroso. Las bestias salvajes matan en sus

    cavernas. Luchar contra las bestias salvajes es una inquietud eterna delhombre. Una epopeya como la del que se abre camino en la procelosa selvaafricana.

    - Mr. Hanbury acaba de volver de una expedicin a la selva -dijo MissRosamund sonriendo.

    - Claro -dijo Mr. Braintree-. Pero cuando este caballero no anda deexpediciones, ustedes no dicen que hay agitacin en el Club de losViajeros

    - Eso ha estado muy bien! -aplaudi Hanbury, superficial como

    siempre.- No ve -sigui diciendo Braintree- que cuando usted asegura eso denosotros quiere decir, en realidad, que somos algo as como relojes, y queusted no se da cuenta del tictac hasta que el reloj se para.

    - Claro, claro -admiti Rosamund-; me parece que ya entiendo lo quequiere decir Y tenga por seguro que no lo olvidar.

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    Aunque no era la joven dama una mujer de especial inteligencia, s erauna persona realmente valiosa por cuanto jams olvidaba lo que aprenda.

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    V

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    La tribulacin segunda de John Braintree

    Douglas Murrel era un hombre de mundo. Y conoca su mundo,aunque el decidido amor que tena por las gentes de baja estofa le salv desuponer, eso es cierto, que su mundo era el nico mundo. Saba muy bienqu estaba ocurriendo. A Braintree, al que haba llevado al gran saln paraavergonzarlo y callarle la boca, aquellas gentes no paraban de animarlopara que siguiera en el uso de la palabra. Puede que hubiera en eso uninters evidente por algo que en el fondo y tambin en la forma les parecauna monstruosidad, o porque le considerasen una especie de animal con

    dotes histrinicas. En cualquier caso, el monstruo digno de observacindesarrollaba una actuacin formidable. Hablaba sin parar, pero no lo hacacon engreimiento, sino con absoluta conviccin. Murrel, como se ha dicho,conoca bien el mundo; saba por eso que los hombres que hablan muchoson incapaces de ser engredos, precisamente por su inconsecuencia.

    Por todo ello poda adelantarse a los acontecimientos.Los ms tontos ya haban acabado su turno de preguntas; eran los que

    no pueden por menos que preguntar a un explorador rtico si se hadivertido en el Polo Norte; eran los que preguntaran a un negro qu se

    siente siendo negro. Resultaba inevitable, pues, que el viejo mercaderdiscurseara acerca de la economa poltica a cualquiera que supusierapoltico. No importaba que el viejo asno Wister pretendiese darle leccionesacerca de los gigantes victorianos. El hombre que se haba hecho a smismo no hallaba dificultad alguna en demostrar que estaba mucho mscultivado que toda aquella gente, pretendidamente culta. Pero estaba apunto de iniciarse el segundo acto y la otra clase de gente distinta de lostontos comenzaba a darse cuenta de cul era la situacin. Eran losinteligentes lectores del SmartSet, los que no hablaban estupideces, los quea un negro le hablaran de las condiciones atmosfricas Y estosinteligentes comenzaron a hablar de sindicalismo al sindicalista. Ahora,hombres de actitud ms serena y voz amable empezaban a hacerlepreguntas, digamos ms sensatas y sensibles Unas veces concedindoleimplcitamente la razn, pero otras oponindole objecionesfundamentadas. Murrel casi se estremeci de la cabeza a los pies cuando

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    oy tartamudear en tono bajo y muy guturalmente al viejo Edn, en quiense haban depositado tantos secretos parlamentarios y polticos en general;un hombre, el viejo Edn, que apenas hablaba con nadie, y que sin embargoahora preguntaba a Braintree:

    - No le parece que quizs hubiera que romper una lanza a favor delos antiguos aristotlicos? Aseguraban que puede que sea necesario quesiempre haya una clase de gente que trabaje en los stanos para nosotros

    Brillaron los ojos de Braintree, no con furia sino alegra, porque ahoraintua que era mejor comprendido.

    - Bien! Eso s que es hablar con sentido comn -dijo.Algunos creyeron que aquello vena a ser algo as como tomarse la

    libertad de decirle a lord Edn que soltaba insensateces sin parar, pero elanciano era lo bastante sutil como para advertir que el sindicalista lo

    elogiaba.- Si seguimos con esa argumentacin -continu Braintree-, no podr

    quejarse de que la gente a quien separa de ese modo se considere en verdadapartada. No deber extraarle, en consecuencia, que esa gente desarrolleuna clara conciencia de clase.

    - Pero la otra gente tendr tambin el derecho de poseer su concienciade clase, me parece -dijo lord Edn sonriendo.

    - Eso es! -exclam Wister, muy complacido-. La clase delaristcrata, del hombre magnnimo, como dice Aristteles.

    - Escuche -comenz a decir Braintree sin poder disimular una ciertairritacin-. Yo slo he ledo a Aristteles en ediciones baratas, pero lo heledo A m me parece que los seores como ustedes aprenden,laboriosamente, cmo se debe leer en griego, pero despus no lo hacen.Aristteles, segn me parece, retrata al hombre magnnimo del que hablacomo un sujeto bastante pagado de s mismo. Nunca dice, en cualquiercaso, que deba ser lo que usted llama un aristcrata.

    - Bien dicho! -exclam lord Edn-; pero hay que advertir queAristteles, el ms democrtico de todos los griegos, crea en la esclavitud.

    Opino que hay mucho ms que decir acerca de la esclavitud que de laaristocracia.Asinti con ardor el sindicalista. Mr. Almeric Wister pareci turbado.- Lo que yo digo -tom la palabra de nuevo Braintree- es que si usted

    cree que debe darse la esclavitud no podr evitar que los esclavos seorganicen y desarrollen una idea propia acerca de las cosas Usted no

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    puede apelar a su ciudadana si no son ciudadanos Bien, caballeros, yosoy un esclavo. Yo vengo de la mina, y hasta de la carbonera, s loprefieren. Yo represento a esa gente ennegrecida e impresentable paratantos de ustedes. Soy uno de ellos. Ni el mismo Aristteles podradenostarme por defender a esa gente.

    - Usted los defiende estupendamente -dijo con gran conviccin lordEdn.

    Murrel sonri con amargura. Su amigo comenzaba a ponerse de moda.Percibi todos los signos del cambio en la temperatura social, en laenfervorizada atmsfera que rodeaba al sindicalista. Pensando en todo esooy la voz familiar de lady Boole, que deca: Cualquier otro jueves serun placer

    Murrel sonri an con mayor amargura, gir sobre sus talones y se

    dirigi al rincn donde estaba Miss Olive Ashley. La haba visto muytensa, con los labios apretados, observando todo aquello desde su asiento;se haba percatado de que sus ojos brillaban de ira. Murrel le habl con untono de voz de exquisita condolencia.

    - Mucho me temo que nuestra broma haya resultado bastante tonta yvana -dijo-. Queramos que hiciese el ridculo, y ya ves, ms que un osoparece un len.

    Ella lo mir con una sonrisa desconcertante.- Les ha sacudido bien, como si fueran ratas -dijo la joven dama-. No

    se ha achantado ni ante lord Edn.Murrel la mir an ms perplejo, incluso sinceramente abatido.- Me resulta extrao, pero pareces muy orgullosa de l, como si fuese

    tu protegido -y agreg tras una pausa en la que sigui observando la rarasonrisa de la dama-: Bueno, quizs me resulte muy difcil comprender a lasmujeres. Es ms, creo que nadie ser capaz de comprenderlas nunca Yespeligroso intentarlo, seguramente Pero s puedo permitirme unasuposicin, querida Olive. Sospecho que eres una embaucadora, en ciertomodo.

    Y se apart de ella con su habitual y triste buen humor. La reuninsocial haba concluido. Cuando el ltimo de los asistentes se hubo retirado,Murrel volvi a detenerse en la puerta del pasillo que conduca al jardn, ylanz una flecha dirigida contra s mismo:

    - No comprendo a las mujeres -se dijo en voz alta-, pero puede queconozca an menos a los hombres Bien, ahora tengo que hacerme cargo

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    del oso de Olive.Los dominios de lord Seawood, aquella hermosa residencia tan bella

    como pretrita, slo estaban a unas cinco o seis millas de una de esasnegras ciudades de provincia envueltas en humo que han ido surgiendoentre las colinas y valles ingleses desde que el mapa de Inglaterra seconvirti en un remendado campo sembrado de carbn. La ciudad, queostentaba el viejo nombre de Mildyke

    [28], pareca completamente envuelta en humo. Pero segua siendo almenos relativamente pequea.

    Ms que con la industria del carbn, era una ciudad relacionada con eltratamiento y comercializacin de varios derivados del mineral, como elalquitrn; pero s haba una buena cantidad de fbricas dedicadas a la

    elaboracin de productos con los ricos desperdicios del carbn. JohnBraintree viva en una de las calles ms inmundas de la ciudad. Eso, paral, no era del todo incmodo, aunque evidentemente padeca algunosinconvenientes. Haba pasado gran parte de su vida dedicada a la actividadpoltica intentando la unin de las organizaciones de trabajadoresdirectamente implicadas en la explotacin de los yacimientos carbonferos,con las organizaciones, pequeas, de los hombres empleados en lamanufacturacin de los derivados. Hacia all, pues, dirigi sus pasos unavez que hubo salido de la mansin a la que acababa de cursar tan ftil

    como inslita visita. As como Edn y Wister, y los dems nobles de lavecindad, solan desplazarse en imponentes automviles, o en no menosimponentes coches de caballos, Braintree era un paseante orgulloso deserlo; todo lo ms se suba al mnibus viejo y destartalado que iba y venade la ciudad a la zona prxima a la mansin. Lo hizo aquella noche. Y nopudo por menos que sorprenderse cuando vio que tras l suba al vehculopblico Mr. Douglas Murrel.

    - Puedo compartir el viaje contigo? -pregunt Murrel a su amigomientras se hunda en el asiento junto al que estaba ya acomodado el otro,

    el nico pasajero del mnibus en aquellos momentos.Iban en los asientos delanteros superiores y el viento de la nochereciente les azot los rostros nada ms ponerse en movimiento el vehculo.Con aquello, Braintree pareci salir de su abstraccin y asintieducadamente a la peticin de Murrel, aunque ste ya se haba sentado.

    - Creme -dijo Murrel-, la verdad es que me gustara ir a tu cueva

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    carbonera.- No creo que te gustara verte encerrado all -le dijo speramente el

    sindicalista.- Bueno, preferira que me encerraran en una bodega de vino, lo

    admito -dijo Murrel-, cosa que, por otra parte, supondra una versindistinta en cierto modo de tu parbola acerca del trabajo Los tontivanosde la recepcin a la que hemos asistido sabran as, al menos mientrasdurase el descorche de botellas con su montono y persistente ruido, queme encontraba ah abajo, afanndome en la tarea de descorchar botellas dericos caldos, trabajando sin tregua, en fin Pero, de veras te lo digo,querido amigo, me parece muy interesante lo que ha dicho de ti esa gente,y por supuesto tambin lo que han dicho acerca de la horrible covachuelade la que hablabas Por eso me apetece conocerla.

    A Mr. Almeric Wister y a otros ms les hubiera parecido unacompleta falta de elegancia, quizs, hablar a aquel hombre como lo hacaMurrel, pero ste no careca precisamente de tacto, todo lo contrario, y hayque admitir que no careca totalmente de razn cuando aseguraba saber almenos un poco acerca de los hombres. Conoca bien, por ejemplo, cmo esla sensibilidad un tanto enfermiza de los hombres muy masculinos. Y sabaperfectamente cmo se produce el odio casi manitico de los esnobs, tantocomo se produca el odio en su amigo, por lo que no osaba referirsedirectamente al xito, al menos en apariencia, que el sindicalista haba

    cosechado en el gran saln.- Por aqu hay sobre todo fbricas de anilinas y derivados por el estilo,

    no? -pregunt Murrel mientras contemplaba la selva de chimeneas quecomenzaba a pintarse a lo lejos.

    - Productos derivados del carbn -dijo su amigo-; colorantesqumicos, tintes, esmaltes todo eso En mi opinin, la sociedadcapitalista crece en base a los derivados ms que por la explotacin delproducto matriz en s mismo. Cuentan por ah que los millones de tu amigolord Seawood se deben sobre todo a la brea obtenida del carbn, ms que al

    carbn. Hasta he odo decir que de ah se hacen las casacas rojas de lossoldados.- Y qu me dices de tu roja corbata de sindicalista? -pregunt

    Murrel-. La verdad, Jack, es que se me hace muy difcil creer que tucorbata roja lo sea por haberse empapado en sangre de aristcrataSiempre pienso lo mejor de ti, por lo que s bien que no te dedicas a

  • 8/13/2019 Chesterton, G. K. - El Regreso de Don Quijote

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    masacrar sistemticamente a nuestra antaona nobleza. Bueno, claro, y esasangre, en todo caso, habra de ser azul, no roja No sers ms bien elanuncio andante de alguna anilina, de algn tinte? Compre usted nuestrascorbatas rojas! Servicio directo a los seores sindicalistas! Mr. Braintree,el famoso revolucionario, dice: Desde que uso este producto

    - En nuestros das nadie sabe realmente de dnde viene nada, Douglas-dijo con absoluta calma Braintree-. Eso es lo que se llama publicidad, esoes lo que se llama periodismo popular Creaciones del capitali