Charla 1 fragilidad y responsabilidad -

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Charla Nº1 – 23/5/2013 “Fragilidad y Responsabilidad” Por Marie- France Begué Bienaventurados los rajados, porque dejarán pasar la luz. Introducción Lo que voy a proponer aquí es una reflexión meditante, que nos ayude a pensar –y esto exige un poco de concentración- pero que a la vez integremos lo que pensamos con las emociones que se despiertan en nosotros y que son como la raíz de nuestros sentimientos. Les propongo volvernos laboratorios vivientes, capaces de descubrir el eco que nuestra reflexión produce en nuestros afectos. Para esto les propongo que observemos el significado de las siguientes palabras: debilidad, vulnerabilidad, falibilidad, fragilidad. La debilidad nos habla del “puedo-no puedo”, de la falta de fuerza o poder para hacer algo. La vulnerabilidad significa que podemos ser heridos, porque a veces estamos como sin “caparazón”, sin corteza que nos proteja. La falibilidad nos dice que podemos equivocarnos, que somos falibles. La fragilidad nos habla de algo que “se quiebra fácilmente”, que “se rompe” y si se rompe es porque hay puntos débiles, rajaduras.

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Charla Nº1 – 23/5/2013

“Fragilidad y Responsabilidad”

Por Marie- France Begué

Bienaventurados los rajados, porque dejarán pasar la luz.

Introducción

Lo que voy a proponer aquí es una reflexión meditante, que nos ayude a pensar –y

esto exige un poco de concentración- pero que a la vez integremos lo que pensamos con las

emociones que se despiertan en nosotros y que son como la raíz de nuestros sentimientos. Les

propongo volvernos laboratorios vivientes, capaces de descubrir el eco que nuestra reflexión

produce en nuestros afectos.

Para esto les propongo que observemos el significado de las siguientes palabras:

debilidad, vulnerabilidad, falibilidad, fragilidad.

La debilidad nos habla del “puedo-no puedo”, de la falta de fuerza o poder para hacer

algo.

La vulnerabilidad significa que podemos ser heridos, porque a veces estamos como sin

“caparazón”, sin corteza que nos proteja.

La falibilidad nos dice que podemos equivocarnos, que somos falibles.

La fragilidad nos habla de algo que “se quiebra fácilmente”, que “se rompe” y si se

rompe es porque hay puntos débiles, rajaduras.

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1- La condición humana

Todas estas palabras tienen en común que forman como el paisaje de nuestra

condición humana. En tanto que seres humanos somos desproporcionados, porque llevamos

dentro nuestro una continua tensión entre dos polos, un polo finito y un polo infinito. Ambos –

lo finito y lo infinito- están simultáneamente en nosotros mezclados. Así es la estructura que

nos hace humanos. Podemos decir que nuestros perfiles interiores no coinciden, que hay

como grietas, fallas, como la falla en la roca. Queremos conocer toda la verdad y solo

conocemos una cosa por vez; queremos alcanzar con nuestro obrar toda la felicidad y nuestras

acciones son siempre puntuales, entretejidas con las acciones de los otros; quisiéramos vivir el

amor perfecto y nuestra manera de amar es bien limitada. Siempre hay algo que deseamos ser

más y mejor y eso nos inquieta, nos desencaja. Es el famoso “corazón inquieto” de San

Agustín, “hasta que descanse en Ti”.

Vivenciamos estas grietas de manera ambigua porque ellas mismas son ambiguas;

tienen como dos caras: una que parece negativa porque nos muestra nuestros límites y otra

positiva porque nos anuncia que somos perfectibles, que estamos llamados a crecer física,

psíquica, espiritualmente; y que nuestro deseo de vivir en plenitud y ser felices no es absurdo

sino bien legítimo, aunque nunca termine de realizarse en esta vida. Todos tenemos

experiencias de estar tironeados por lo finito y lo infinito.

Pero según lo que dijimos al principio, la fragilidad no es solamente una percepción,

sino un hecho, una situación que forma parte de nuestro ser profundo y que se produce por la

continua oscilación entre nuestras aspiraciones y nuestros límites, entre nuestras capacidades

y nuestras incapacidades, entre nuestras fuerzas y nuestras debilidades, entre nuestro ser

activo y nuestro ser pasivo. Esta fragilidad impregna todas nuestras relaciones con los otros,

con el mundo, con nosotros mismos y con Dios; y también destiñe sobre todas las obras que

producimos, las comunidades, las instituciones que organizan nuestros vínculos y que tejen

nuestra vida en sociedad.

2- La fragilidad no es un bien en sí mismo

Las experiencias de fragilidad nos confrontan con un vacío, con aquello que nos falta.

Allí aparecen nuestras inseguridades, nuestras insuficiencias y nuestras incertidumbres. En

general, toda situación de carencia existencial y especial cuando es un hándicap que afecta la

vida cotidiana, se presenta como un reclamo de algo.

Podemos decir también que sentimos la fragilidad como una frontera, que nos marca

lo que no somos o no podremos ser, como si lo que está del otro lado fuera una tierra

extranjera y los que viven allí hablaran otro idioma porque hacen cosas que nosotros no

podemos hacer. Siempre es lo diferente de nosotros, lo que nos hace sentirnos frágiles. Eso

“otro”, diferente, que vivimos como extraño, puede venir de afuera pero también puede estar

en nosotros, ser parte de nosotros; puede ser una enfermedad, algo que sentimos como

salvaje y que tenemos que aprender a domesticar para integrarlo a nuestra persona.

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Cada vez, la fragilidad nos obliga a des-instalarnos de nuestra manera de ver las cosas;

a des-centrarnos, tal vez para aprender a ver mejor a los demás, para dejarnos enseñar por lo

que no cuadra dentro nuestro y nos provoca desequilibrio.

Pero la frontera separa tanto como une. Depende como la vivimos, si como una

amenaza o como promesa de novedad. Ella cierra tanto como abre; puede anunciarnos la

presencia de algo ausente pero que sin embargo presentimos; puede invitarnos a ir más allá, a

ver más lejos, a descubrir otras cosas, y sobre todo, es una propuesta para encontrar pasadizos

que superen las exclusiones.

3- El misterio de la frágil

El misterio de lo frágil es que, si bien se presenta como aquello que no debería ser,

detrás de este “no debería” aguarda la promesa de un tesoro, que cuando lo descubrimos,

revierte el “no debería” en una bendición.

Pero ¿de qué bendición se trata? ¿de qué tesoro se trata que solo se muestra a través

de lo frágil, como la luz a través de la rajadura?

El tesoro, es el Amor, la Vida en plenitud que brota de los vínculos que creamos gracias

a la luz que pasa por las rajaduras. Una vez que percibimos la luz de la cual todos

participamos, podemos descubrir nuestra profunda solidaridad entre humanos porque todos

anhelamos amar y ser amados, este es nuestro más profundo anhelo de felicidad.

Pero la rajadura no es la luz. Tenemos que estar alertas para no confundirlas. La

fragilidad en si no es el tesoro sino la puerta del tesoro, el puente para llegar hasta él; como la

muerte de Cristo fue el paso, la puerta para su Resurrección.

Aquí está el gran misterio: la fragilidad sigue siendo negativa, la padecemos, como el

sufrimiento. Ellos, la fragilidad y el sufrimiento, no son necesarios, pero sí inevitables para

alcanzar la verdadera plenitud a la que aspiramos; porque es todo nuestro ser, con sus luces y

con sus sombras, el que tiene que plenificar y que por lo tanto tiene que ser atravesado. Esto

es muy importante y no hay que confundir, el único verdadero tesoro es el Amor con su Vida

sobreabundante.

Si comprendemos bien esto, la fragilidad, a pesar de sus apariencias, detrás de su

pequeñez, se vuelve un camino a recorrer, una situación a transitar, según la historia de cada

uno. ¿Para qué? Para que emerja lo más genuino, lo más sublime de nuestra humanidad que

es ser-en-el-amor y que solo aparece si estamos en relación los unos con los otros,

aceptándonos, comprendiéndonos tal cual somos. Los frágiles clamamos por la relación;

porque el reconocimiento amoroso da identidad. Todos los seres humanos nos encontramos

en el cruce de nuestras fragilidades.

Creo que este es el núcleo principal de la intuición de Jean Vanier que se fue

concretando por el mundo, en las diferentes Arcas. Pero no hay que olvidar que esta

solidaridad de pertenencia humana es mucho más radical que cualquier organización o

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comunidad que la canalice, y que ninguna institución puede agotar se excedencia. Siempre

habrá nuevas maneras originales de encarnarla, según las épocas.

4- Estrategias peligrosas

Ahora bien, ¡aquí también está el peligro más grande! Cuando el frágil descubre su

valor y lo transforma, aún sin darse cuenta, en fuerza estratégica que manipula a los demás,

para no crecer, no actuar o no asumir sus responsabilidades. Puede volverse una actitud

mezquina, timorata, casi diría cómoda, para no arriesgar aquello que es, que tiene o en lo cual

ya está instalado.

Porque somos llamados a asumir y a hacernos cargo no solo de nuestras capacidades

sino también de nuestras incapacidades, de nuestros límites, de nuestros “hándicaps”. ¿Cómo?

Saliendo de la actitud de víctima para descubrir que cada uno tenemos un misterio interior, un

servicio que brindar según el color particular que le damos a nuestros vínculos y mediante el

cual nos encaminamos hacia nuestra plenitud.

Toda esta dinámica trae necesariamente crisis y la crisis también tiene dos

posibilidades: negarla, sin nunca llegar a nuestro corazón profundo y endurecernos buscando

restablecer el equilibrio perdido. O reconocerla e integrarla a nosotros mismos, transformando

nuestras fragilidades en fortaleza, paciencia y profundidas interior. Podemos imaginar la crisis

como un “pasaporte” para ir a nuestro pasado y recuperar proyectos que quedaron

incumplidos y que tal vez ahora tenemos la oportunidad de realizar. Entonces sí podemos

avanzar en el crecimiento de nuestra vida.

Porque la fragilidad mal vivida genra miedo, miedo hacia los otros, que sentimos como

una amenaza. Y estamos invitados a soltar nuestros miedos que nos paralizan, a fin de cambiar

nuestra independencia por una interdependencia que nos ayude a construir nuevos vínculos

de reciprocidad y de mutualidad.

5- Responsabilidad

¿Qué responsabilidad tenemos hoy en el mundo en que vivimos, respecto de lo frágil?

El sentimiento de responsabilidad nos hace descubrir como una voz interior que nos

dice que estamos aquí por… algo y para… algo.

¿Qué significa que la fragilidad despierta en nosotros como una interpelación que nos

vuelve inmediatamente responsables?

La clave de los claves pienso, está en este llamado que vine del frágil. Podemos

sentirnos llamados de muchas maneras, pero creo que todas remiten en última instancia a dos

figuras: cuidar y hacer crecer.

Es una interpelación que nos abre al futuro. Porque cuando respondemos a una

persona frágil y nos ligamos con ella, siempre respondemos a su futuro, a cómo ayudarlo a

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vivir o a sobrevivir de la mejor manera posible, como reunir las circunstancias que le van a

permitir realizar sus capacidades y a paliar las incapacidades que amenazan con bloquear su

desarrollo.

Veamos un bebe recién nacido, el solo hecho de estar ahí nos obliga, nos liga a él

desde la fragilidad humana. Y ¿qué significa que es su humanidad la que nos hace

responsables? Significa que él guarda una riqueza única que lo hace insustituible, y que por lo

tanto, tiene una misión también única para el resto de la humanidad.

6- Proyecto y promesa

Decimos “misión” porque todo ser humano es proyecto y promesa.

“Proyecto”, porque su organización vital, su estructura psíquica y su foco espiritual lo

orientan hacia el futuro. A pesar de sus limitaciones, el solo hecho de estar en la vida atestigua

su “deseo de ser” y su “esfuerzo por existir”, como si dijera “quiero ser, quiero vivir,

desarrollarme y alcanzar la plenitud que colme mi anhelo de felicidad”. Este reclamo tan

personal es el que despierta en nosotros la responsabilidad.

Y es “promesa” porque nuestra respuesta es como una palabra que damos en el

tiempo que transcurre. Nos comprometemos con ese tiempo que vendrá, porque sabemos

que todo crecimiento personal siempre se hace integrando las capacidades con las

incapacidades y que esa integración toma tiempo.

Es “promesa” también porque lo que no nos hace inmediatamente responsables, es

que ese niño, esa persona frágil, se nos aparece como confiado a nuestro cuidado. Esta

expresión “confiado a nuestro cuidado” es importante. Porque la persona frágil cuenta con

nosotros, espera nuestra ayuda y tiene confianza en que lo haremos. Por otra parte nosotros,

al recibir esa confianza entregada nos sentimos aún más ligados, como invitados a mantener lo

mejor posible nuestro compromiso. A ser fieles a él.

Aquí está el nudo de la promesa. Entre el que asume el cuidado y el que entrega su

confianza, se crea un vínculo que podemos llamar “sagrado” porque brota de lo más sagrado

de cada uno, que son la entrega confiada del que asume la responsabilidad y la confianza

entregada del que recibe la promesa de ser cuidado, ser ayudado. Como si se creara un pacto,

que puede ser más o menos explícito, y que a veces también puede ser difícil de conseguir,

porque la historia de la persona frágil le ha producido heridas que lo repliegan sobre sí mismo.

Este “pacto·, esta “promesa” es fundamental porque es en nuestra entrega confiada que

compartimos nuestra sacralidad de ser únicos e irrepetibles.

Hay que ser muy conscientes que cuando alguien asume a una persona que sufre, la

responsabilidad que asume no se debe abandonar a mitad de camino porque puede provocar

un daño mayor. Porque todo quiebre personal puede volverse un abandono grave.

Al comprometernos, tenemos que tener lo más claro posible cuales son nuestras

posibilidades y nuestros límites de tiempo y de energía. Porque cuando entramos en esta

actitud de donación, siempre arriesgamos perdernos un poco nosotros mismos en lo que

entregamos, y esto es muy delicado.

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Aquí está la fecundidad del trabajo en equipo de las fraternidades o comunidades

donde se concretan estos vínculos. La concertación grupal es importante. Porque el compartir

y discernir con los otros, no solo nos enriquece sino que también nos protege de los excesos

que puedan aparecer, a veces por la simple “buena voluntad”. Nadie podrá contar con

nosotros, ni siquiera nosotros mismos, si nuestras promesas y nuestras responsabilidades no

estuvieran insertas en un grupo o una comunidad, que de algún modo garantice cierta

permanencia de intercambio, para que el “cuidado” siga siendo dado, cuando aparece nuestra

propia fragilidad.

7- La esperanza

Lo frágil nos convoca aquí y ahora, pero sin garantía de éxito ni de eficacia inmediata.

¿Dónde está la clave entonces?

En la esperanza. Pero en una esperanza que se construye como la célula melódica en

una sinfonía. Una esperanza que colorea desde el principio todos nuestros actos y que solo

aparece como tal cuando nuestras expectativas humanas se sienten defraudadas o estancadas.

Esta esperanza se arraiga en el entretejido de la sobreabundancia del amor con la

prudencia de “lo justo”, que nos obliga a medir, una y otra vez en cada caso, la “justa

presencia”, la “justa distancia”, la “justa medida” de nuestros actos, en función de la capacidad

de ser recibidos por los otros. Ella nos obliga a inventar continuamente respuestas apropiadas

a cada situación. Ella es como el “aguijón del amor”, cuando éste tiene que concretarse en la

historia, en nuestras historias particulares y también en la historia de nuestras comunidades.

Marie- France Begué