Celeste Bradley — Noche de bodas

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Noche de bodas Celeste Bradley Antología Novias de escándalo

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Antología Novias de escándalo

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Argumento

Las hermanas Kitty y Bitty son como el día y la noche. Kitty con un carácter manejable y un gusto horroroso para la moda y Bitty llena de pasión y con un carácter indomable.

Bitty ha sido la protagonista de un pequeño escándalo con un desvergonzado y se ha visto abocada a aceptar la proposición matrimonial del hermano del hombre que intentó engañarla, Alfred Knight, un hombre que huye de las habladurías, serio, formal y taciturno al que le gusta tenerlo todo controlado.

El día de la boda, Bitty no puede soportarlo más y le comunica a Kitty su negativa a contraer matrimonio. Kitty intenta ayudarla y le propone intercambiar personalidades y ser ella la que suba al altar, hasta que Bitty se tranquilice. Pero después de la boda Bitty desaparece, y Kitty se encuentra casada con un hombre del que no sabe absolutamente nada y que cree que ella es otra mujer.

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Capítulo 1

Konoha, 1813

En el cementerio reinaba el más absoluto silencio, a excepción del sonido de los pasos apresurados de unos pies y su propia respiración ahogada. Kitty Trapp se detuvo un momento para recobrar el aliento en una enorme lápida de piedra que tenía grabados una miríada de querubines y la palabra «BIENAMADO». El sol de la mañana todavía tenía que elevarse por encima de las casas que rodeaban aquel cementerio de Londres y, por ello, las sombras eran borrosas y pocos definidas.

Allí. Una luz blanca resplandeció entre dos enormes lápidas–un simple destello de luz, tan inconsistente como la niebla–y luego desapareció.

Otra vez. La luz de las primeras horas de la mañana se abrió paso entre la niebla e iluminó una figura blanquinosa. Kitty esquivó una lápida y se apresuró a refugiarse en uno de los laterales de un gran mausoleo, lamentándose de su sedentaria existencia, cuando sintió una punzada en el costado. Con una mano se tomaba de la cintura y con la otra mantenía alzada su falda, sin dejar de correr. Más rápido.

Con el último arranque de energía del que se sentía capaz, Kitty atravesó el seto decorativo que separaba los ricos de los menos ricos hasta incluso después de la muerte. Alargó la mano y…

Agarró a su hermana por la manga antes de que pudiera escapar y cometer el mayor error de su vida.

Kitty necesitó un tiempo para recuperar el aliento y poder hablar.

— ¡Bettina Melrose Trapp! ¡Vuelve a la iglesia inmediatamente! ¿En qué estarías pensando dándote a la fuga de semejante lugar sagrado? ¿Y en el día de tu boda?

Mientras forcejeaba con su hermana gemela para que la soltara. Bitty prorrumpió en sollozos. Pero Kitty llevaba muchos años interponiéndose en su camino y tenía mucha experiencia.

Tal vez fuera algo menos atractiva, algo más joven y, económicamente hablando, mucho menos deseable que ella, también era algo más alta y mucho, mucho más malvada.

Bitty forcejeó con más ímpetu ante la sorpresa de Kitty, que no podía creer que Bitty temiera tan poco estropear su vestido de novia. Pero aquello no la

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indujo a soltarla. Detrás de ellas se encontraba una iglesia a rebosar de gente influyente, entre ellos el primer ministro británico y la mitad de los miembros de la Cámara de los Lores.

Tras pensar en los innumerables esfuerzos que había llevado a cabo su madre para impresionar al imperioso lord Liverpool, Kitty empezó a tirar de ella con fuerza, rumbo a aquella pequeña estancia que daba a la nave y en la que se suponía que debían esperar a que sonaran las primeras notas de la marcha nupcial.

— ¡Pero es que no quiero!—Bitty forcejeó con más fuerza, aunque Kitty se percato de que sus gemidos eran velados— ¡No quiero casarme con él delante de toda esa gente!

—Esto es algo que tendrías que haber considerado antes de aceptar la propuesta de matrimonio del señor Knight.

Tras abrir la vieja puerta en forma de arco que daba a la parte trasera de la nave. Kitty arrastró a su hermana hacia dentro. Sólo la soltó tras haber cerrado la enorme puerta de roble con sus bisagras de hierro y echado el enorme pasador.

En otra pequeña estancia que también daba a la nave, el señor Alfred Theodius Knight deambulaba por la habitación ajustándose el fular.

El retumbar de una puerta en algún lugar de la iglesia lo sobresaltó. Se detuvo inmóvil unos instantes, pero nada destacable pareció seguir a aquel estruendo. Como era de esperar, las cosas transcurrían según lo planeado.

No es que tuviera ninguna prisa en casarse con la chica de los Trapp. Bitty no despertaba precisamente en él una pasión irrefrenable. Si estudiaba las cosas con frialdad–y Knight lo examinaba todo con frialdad–la chica le convenía en todos los sentidos.

Tenía una apariencia de lo más corriente, no era precisamente bonita. Rubia, algo positivo aunque necesario. De reputación intachable–a pesar de su reciente fatal error–y de conducta discreta.

Aquello último era importante, porque Knight no quería que su matrimonio diera lugar a suculentos rumores. Sobre todo después de haber tenido que pasar toda la vida soportando las estupideces de su desvergonzada madre. No iba a tolerar semejantes extravagancias en su propia esposa.

Además, aquella mujer procedía de una buena familia muy bien relacionada.

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Figura: en un punto intermedio entre una satisfactoria voluptuosidad y el sobrepeso. Gusto: espantoso, pero eso era algo de lo que él ya se había ocupado. Herencia: lo suficientemente buena como para brindar interesantes posibilidades pero no para eclipsar la suya.

Y, finalmente, aunque ocupara un puesto de menor importancia en su mente, el hecho de casarse con Bettina Trapp le ayudaría a limpiar una mancha en el nombre de su familia. Como si fuera tan fácil borrar las fechorías de su hermanastro pequeño John Tuttle.

Fruto de la aventura de su madre con un adiestrador de caballos, que había sido contratado para encargarse de la cría de los purasangre, John Tuttle jamás había mostrado el más mínimo respeto por sus orígenes.

De hecho, John parecía estar empeñado en seguir la estela pecaminosa de la señora Knight.

Unas semanas antes. Tuttle decidió llenarse los bolsillos con la herencia de la señorita Trapp. Haciendo gala de su carácter traidor, John acorraló a la joven e ingenua Bettina Trapp en un balcón durante un baile e intentó abalanzarse sobre ella como un perro hambriento. Gracias a la entrada en escena de la hermana de Bettina se pudo evitar un escándalo que hubiera conmocionado todo Londres.

Knight cayó en la cuenta, de que jamás había visto a la hermana de su novia. De acuerdo con la descripción de un borracho y furioso John, momentos antes de que Knight lo embarcara en el próximo barco a las Antillas, la otra hermana Trapp era una bruja.

Típico de los hermanos pequeños. Knight estaba seguro.

La marcha nupcial debía estar a punto de empezar. Con la calma que lo caracterizaba, el señor Alfred Theodius Knight aplacó e1 aburrimiento y volvió a ajustarse el fular, perfectamente anudado a su cuello.

De pie y de espaldas a la única salida de la diminuta estancia, Kitty se cruzó de brazos y lanzó a Bitty una mirada de tierna exasperación.

Bitty era incapaz de acometer cualquier acto sin hacer de ello un acontecimiento, ni siquiera algo tan simple como llegar a un altar. El melodrama estaba tan arraigado en Bitty como su mermada capacidad de decisión y su manifiesta timidez. A pesar de ello, su falta de voluntad era lo único que permitía a Kitty vivir con su consentida y narcisista hermana.

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Pero Bitty no era la única culpable de ello. Kitty creía que ella hubiera sido tan maleable como Bitty si en ella hubieran recaído todas las ambiciones sociales de sus padres. En lugar de ello, había tenido que luchar cada día de su vida para que sus padres advirtieran su presencia.

Quizás ésa era la razón por la que Bitty era tan propensa al teatro, para ella una especie de válvula de escape para sus sueños y aspiraciones.

Aunque Kitty no lo terminaba de entender. En su opinión los sueños y aspiraciones de Bitty coincidían por completo con los de su madre.

Hasta la fecha, naturalmente.

—Si no querías una boda por todo lo alto, ¿porque no lo dijiste hace unas semanas? ¿O ayer, como muy tarde? ¿Qué va a decir el señor Knight?

—Ah, no puedo soportar pensar en él. Es tan oscuro… ¡tan siniestro!

Kitty parpadeó.

— ¿No te gusta su aspecto? Entonces ¿por qué accediste a casarte con el?—Le parecía increíble. Kitty lo vio el día en que fue a pedir la mano de Bitty. El rellano de las escaleras era un lugar ideal para espiar a alguien en el vestíbulo sin ser visto. En su opinión, el adusto y silencioso señor Knight era un hombre ideal, como mínimo por lo que se refería a sus facciones regulares y sus bellos ojos oscuros.

Bitty se limitó a encogerse de hombros.

—No quiero hablar de ello.

—Pues se trata de un pequeño detalle que tendrías que haber mencionado antes—masculló Kitty. Agitó las manos en el aire y dijo— ¡En estos momentos, el pobre hombre está ahí de pie esperándote! ¡Tienes a todo el mundo entero esperándote!

Decir aquello no había sido lo más adecuado. Bitty dio un paso atrás y, con una habilidad pasmosa, alcanzó su espalda y empezó a desabrocharse los botones de su vestido de seda blanca.

—No, no, no…—A continuación Bitty tiró de las mangas, perfectamente ajustadas, justo ahí, ¡con medio mundo en la Iglesia esperando a que saliera por la puerta!

—Bitty, ¿qué estás haciendo?—Kitty se apresuró a subirle el vestido, pero Bitty se retorcía y se resistía a ponerse aquel costoso vestido bordado de seda, tratándolo como si fuera un trapo mugriento.

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— ¡No!

A Kitty le sorprendió el tono vehemente en la voz de su hermana. ¿Ahora Bitty había decidido dejar al descubierto su espina dorsal? Kitty decidió cambiar de táctica.

—Bitty, espera—dijo en un tono de voz tranquilizador—piénsalo bien. Hoy es el día de tu boda. Todo es como tú has querido. Ésta es la iglesia en la que mamá y papá se casaron. Las flores son las que tú siempre has soñado. Tú vestido…

Bueno, para ser sinceros, el vestido era horrible, tan sobrecargado y adornado, sin un solo centímetro que respirara.

En su opinión Bitty jamás había tenido buen gusto, como su madre.

Kitty se dejó de delicadezas y fue directa al grano.

—Bettina Melrose Trapp, ¡ponte el vestido inmediatamente!—Aquello no surgió efecto. Bitty se quitó el vestido y lo lanzó a una silla sin mayor contemplación.

Alguien golpeó la puerta y el ruido retumbó en la iglesia.

— ¿Chicas?

Kitty cerró los ojos.

—Mamá. —Las cosas iban de mal en peor. Bitty se apresuró a ocultarse detrás del biombo. La muy cobarde.

La señora Beatrice Trapp, respetable matrona y patrona de todo lo socialmente ventajoso, entró en la estancia como un barco cargado de lavanda a toda vela.

— ¿Kitty? ¿Dónde está tu hermana?—Advirtió el vestido en la silla— ¿Todavía no se ha vestido? ¡El párroco nos está esperando!

Kitty temía una escena. Las ambiciones de su madre confrontadas con la teatralidad de Bitty. Por cierto, una escena larga, escandalosa y muy pública. Sin perder un minuto, Kitty se le acercó.

—Mamá, tienes que retrasar unos minutos la ceremonia—dijo Kitty a su madre tomándola por la cintura y dirigiéndola hacia a la puerta—Un pequeño percance con el cabello, nada más. Será un momento.

Beatrice Trapp volvió la cabeza y dirigió su mirada al vestido de novia, abandonado y vacío.

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—Pero van a necesitar mi ayuda para terminar de vestir a Bitty.

Kitty dio un pequeño empujón a su madre para terminar de sacarla de la habitación y dijo.

—No te preocupes, mamá. En breves instantes tienes a la novia lista para casarse.

De una forma o de otra.

En la iglesia había centenares de personas. Aquello significaba que casi un millar de ojos se posarían en Kitty tan pronto como diera el primer paso hacia el altar del brazo de su padre.

«Este plan es horrible.» La conciencia de Kitty parecía golpear contra el muro de aquella mentira, como si estuviera atrapada en ella y quisiera salir. «No lo hagas.»

Kitty aplacó contundentemente la protesta. Tampoco había para tanto. Sólo le estaba haciendo un favor a Bitty. Lo hacía por ella y por sus padres, y nadie, a excepción de ellas, se daría cuenta. No había para tanto, cuando eran pequeñas lo hacían constantemente.

El señor Knight permanecía de pie, alto e imponente, junto al párroco. Dios santo, ¿siempre había tenido aquellos hombros tan amplios? El velo de Kitty–de Bitty–pendía místicamente entre ella y el novio–el novio de Bitty.

Kitty volvió al tema que le ocupaba. Sólo iba a tener que aguantar hasta el final de la ceremonia, volver a casa a cambiarse, obligar a su hermana a tomar las maletas y darle un beso antes de que se fuera de luna de miel.

Sólo que…había esperado ese momento toda su vida y jamás hubiera imaginado que sería en una farsa, una broma tan indigna. La que tenía que ser su primera y única vez caminando hacia el altar se vio truncada.

Kitty no sabía si recuperaría la pureza necesaria para volver a recorrer aquel camino.

Así que cuando llegó al altar y se volvió para ver al señor Knight, unas lágrimas muy creíbles aparecieron en sus ojos.

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Knight no se preocupó en reprimir un evidente suspiro de impaciencia ante el suave cántico del párroco. La pompa y el simbolismo que envolvían a lo que él veía como una transacción económica no dejaban de sorprenderlo.

La novia rompió a llorar a su lado. Knight esperó que no resultara ser más idiota de la cuenta. Por el momento no había alcanzado a ver rastro de neurona alguna en su cerebro. Las últimas informaciones que le habían llegado de ella le inducían a pensar que ni siquiera parecía saber cuidar de sí misma. La impresión que tuvo de ella el día en que fue a pedir su mano no fue muy favorable, puesto que su única reacción tras conocer la noticia fue parpadear, palidecer y asentir con la cabeza.

Aun así, Knight no perdió la esperanza de encontrar algo parecido a la inteligencia detrás de aquella vacua apariencia. No podía soportar la idea de tener que pasar un largo e íntimo futuro con una mujer completamente estúpida.

Tomo a la novia de la mano en el momento adecuado, dijo la correspondiente letanía y se unió para siempre a una mujer a la que apenas conocía de nada.

Felicidad conyugal, dijo el párroco. Knight lo veía como una transacción comercial, nada más.

Todos los invitados acudieran a la mansión Trapp para asistir al banquete nupcial. Tan pronto como le fue posible, Kitty corrió hacia su habitación. Cambiarse le llevaría unos pocos minutos, sobre todo si Bitty lo había dejado todo preparado, tal como habían convenido.

Cuando llegó a lo alto de las escaleras se dio cuenta de que en ningún momento–antes, durante o después de la ceremonia–sus padres habían preguntado por ella…eh…Kitty. Se detuvo ante la puerta de su dormitorio y pasó por alto el dolor que le causaba que nadie hubiera advertido su ausencia en la ceremonia. Entró a toda prisa en el dormitorio y esbozó una sonrisa, dispuesta a explicar la última hora a Bitty con todo lujo de detalles.

Pero en la habitación no había nadie, y en la de Bitty tampoco. Ni en el cuarto de baño, ni en la pequeña sala de estar. Peor; peor todavía…las maletas de viaje de Bitty habían desaparecido.

Bitty se había esfumado.

Kitty se dejó caer en la cama sin importarle que el inestimable satén de su vestido, del vestido de Bitty, se arrugara.

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¿Qué podía hacer? Estuvo tentada a avisar a sus padres de que Bitty había huido pero…entonces también debería explicarles la farsa que habían llevado a cabo. Y si aquel engaño llegaba a hacerse público…

Kitty tragó saliva. Si la noticia de una novia renuente ya era lo suficientemente escandalosa, ¡la noticia de una novia que se había dado a la fuga supondría la ruina para su familia! Y a ella se la tacharía públicamente de mentirosa y tonta. Sus padres se verían arrastrados por el escándalo y no habría forma humana de detenerlo. ¡El señor Knight incluso podría llegar a denunciarlos aduciendo algún delito criminal!

—Oh, Bitty—dijo, suspirando— ¿Qué hemos hecho?

Estaba mareada y cada vez se encontraba peor. Kitty se levantó para poder llegar a los botones del vestido que estaba empezando a odiar, cada vez con más fuerza. No fue fácil, pero se las apañó para salir de él. Por suerte, no había tenido que llevar corsé porque Bitty había ganado algo de peso durante su compromiso.

Por primera vez, a Kitty se le ocurrió pensar que su hermana quizás había sido muy infeliz durante todo el compromiso. Kitty intentó recordar si Bitty había intentado comunicar esa infelicidad en alguna ocasión.

No fue capaz de pensar en ningún momento concreto, pero ahora que lo pensaba. Bitty últimamente había estado muy callada, sobre todo cuando no estaba organizando los detalles de la boda.

Kitty siempre había procurado ser honesta consigo misma y de repente se dio cuenta de que quizá se había mostrado un tanto celosa de su hermana durante los preparativos de la boda. De hecho, justo después de que el compromiso se hiciera público, Kitty había hecho todo lo posible para evitar hablar con su hermana, y lo había justificado ante si misma diciéndose que no tenía por qué oír por enésima vez cómo iba a ser el encaje del velo de Bitty.

Tendría que haberse dado cuenta de que aquella Bitty insoportable era en realidad una Bitty desdichada. Ahora era demasiado tarde.

Bitty había huido y Kitty no tenía la más mínima idea de dónde podía estar. Si de algo estaba segura era de que no debía estar con ninguna de las familias que conocían, puesto que nadie iba a ayudar a una jovencita a buscarse su ruina. Así pues, ¿dónde podía estar? ¿Cuándo volvería?

¿Por qué la había dejado en la estacada? Bitty siempre había sido una persona profundamente absorta en si misma, de ello no cabía la menor duda, pero tenía que darse cuenta de que Kitty no iba a poder guardar aquel secreto para siempre.

¿Qué sentido tenía aquella falsa boda si Bitty jamás se había planteado

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comportarse como una esposa?

Vestida con sólo un corpiño y unas medias, Kitty empezó a dar vueltas por la habitación. Debía ordenar su mente, aquello era lo que la tía Clara le hubiera aconsejado. La tía Clara era lady Etheridge, la esposa del consejero del primer ministro. También era una famosa caricaturista de políticos que no temía a nada ni a nadie.

A Kitty le hubiera encantado que la tía Clara estuviera a su lado en aquellos momentos, pero lady Etheridge había comunicado su ausencia del banquete nupcial debido a su falta de apetito aquella mañana.

Kitty tomo el cepillo de plata e intentó deshacer la maraña en que se había convertido su cabello tras ponerse el velo.

Antes de desaparecer, Bitty había tenido tiempo de quitarse el complejo entramado de lazos y nudos que Kitty se había encargado de confeccionar aquella mañana. No es que fuera algo habitual en ella, Bitty había insistido aquella mañana en que fuera su hermana quien lo hiciera y no una doncella.

En el momento, Kitty se había sentido halagada y muy dispuesta a hacerle el favor, pero de pronto un oscuro pensamiento le vino a la cabeza. ¿Y si Bitty hubiera planeado su huida con antelación? ¿Podría entonces haberla inducido maquiavélicamente a que fuera al altar en su lugar, en una especie de sacrificio antiguo?

No, era evidente que Bitty no era capaz de semejante bajeza. El pánico de aquella mañana era verdadero, de ello no le cabía la menor duda, Kitty hubiera puesto la mano en el fuego. Bitty simplemente se había exaltado más de la cuenta y había decidido huir de sus propios temores.

Seguro que era eso.

Bitty volvería, a Kitty no le cabía la menor duda. Su hermana volvería tan pronto como se hubiera calmado y a tiempo para hacer el cambio. Todavía no era necesario alertar a mamá y papá. El señor Knight…

Continuaría con aquella farsa hasta que Bitty volviera, quizás aquella misma noche o la mañana siguiente. Bitty no iba a rebasar los límites de la corrección pasando tantas noches fuera de casa. Podría apañárselas una noche, dos ya era difícil y pasadas las dos noches necesitaría la ayuda de toda la familia y el servicio; y ello significaría que empezarían a correr rumores. No, Bitty estaría de vuelta en casa en menos de dos días.

Claro que eso no le aclaraba lo que Kitty debía hacer esa noche.

La noche de bodas.

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Capítulo 2

Mientras Kitty se despedía de su madre con un abrazo, Beatrice Trapp se inclinaba para poder verla bien. Kitty agachó la cabeza para juguetear con las ranas bordadas en su chaqueta. El sombrero ocultaba su cabello, algo más claro que el de Bitty, pero ya no llevaba velo. Engañar a su madre respecto a su identidad no era imposible, pero sí era difícil.

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—Kitty se quedara en casa de una amiga unos días, mamá.

Beatrice asintió.

—Cariño, ¿estás segura de que te encuentras con fuerzas para emprender el viaje a tu nueva casa? Has tenido un día agotador. Estoy segura de que el señor Knight no pondrá ninguna objeción a que salgáis mañana. —Beatrice se volvió hacia el hombre que esperaba en pie junto a Kitty— ¿Qué me dice, señor Knight? ¿Me permitiría pasar un día más con mi hija?—Beatrice dijo aquellas palabras suavemente, casi insinuante, tal como mamá solía hablar con señores socialmente influyentes, pero el señor Knight no respondió en sus mismos términos.

—Dado que Bitty ya no es su hija, señora Trapp, sino mi esposa, creo que ahora me corresponde a mí cuidar de ella. —Su profunda voz sonaba aburrida y un poco impaciente. Kitty no lo miró pero era consciente de que el señor Knight acababa de dar un paso hacia ella.

Aquel hombre creía ser su esposo. No iba a tolerar que nadie se interpusiera en su camino, aquello era evidente. Kitty alzó la vista y dirigió una de las refinadas sonrisas de Bitty a su madre, procurando no mostrar los dientes, algo de Kitty que sacaba de quicio a su madre.

—Estaré bien, mamá—dijo, emulando la dulce forma de hablar de Bitty—El señor Knight cuidará de mí, estoy segura de ello.

En realidad no estaba nada segura de ello, pero tenía el cuchillo que su tía Clara le había regalado guardado en el corpiño y un conocimiento sobre los puntos débiles de la anatomía masculina poco usual en una chica joven y respetable como ella. Podía cuidar de sí misma, gracias.

El carruaje del señor Knight los esperaba fuera, y un lacayo con una librea con los colores distintivos de la familia Knight la ayudó a subir en él. Le siguió el señor Knight, que se sentó enfrente de ella, en el asiento en dirección contraria, tal como hubiera hecho cualquier caballero. Parecía tener buenos modales, aunque era algo arrogante. Kitty maldijo su orgullo, que le había impedido saber más cosas del prometido de su hermana. Si no se hubiera ensimismado tanto en sus amargos sentimientos, ahora dispondría de un montón de información sobre él.

Su familia tampoco la había querido incluir en sus planes y discusiones, no le habían hecho partícipe de nada. En alguna ocasión, su madre incluso había llegado a cerrarle la puerta literalmente en las narices.

Y cuando Kitty le preguntó a su padre acerca de la administración de la herencia de la abuela Melrose, él le dio unas palmaditas en la cabeza y le dijo que no se preocupara por asuntos que no la concernían.

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Así era, la herencia de Bitty no era asunto de Kitty dado que la abuela Melrose, que murió inmediatamente después de que las gemelas nacieran, había dejado claramente estipulado que todas sus posesiones eran para la nieta de mayor edad.

Menos de media hora mayor. Kitty era consciente de esa injusticia desde que tenía memoria, desde el día en que oyó que sus padres discutían acerca de ello en una de sus primeras incursiones en la práctica de escuchar a escondidas. Desde aquel día Bitty se había ocupado de recordárselo. Toda discusión estaba perdida, toda riña decidida en el momento en que Bitty se ponía en pie y decía ceremoniosamente: «Sí, pero yo soy la heredera».

Aunque aquello también había traído problemas a Bitty. Hubo un cazafortunas que intentó aprovecharse de ella en su propio interés. Pero aparte de John Tuttle y su amigo Wesley Merrick, también había habido hombres honestos y encantadores, e incluso un barón venido a menos, que se habían interesado en ella.

Pero Bitty había escogido al señor Knight, que por lo poco que sabía Kitty, jamás había mostrado el más mínimo interés por su hermana. Un buen día se presentó en casa con su oferta bajo el brazo, habló en privado con Bitty, ella dio el sí en el despacho de su padre y el tema quedó zanjado.

Kitty inclinó el sombrero para poder ver mejor y examinó al hombre que tenía enfrente de ella. Al mirar por la diminuta ventana, aparentemente aburrido, el perfil de Knight quedó al descubierto. Sus ojos marrones eran casi negros en intensidad, y Kitty tuvo que rendirse una vez más a la evidencia de que sus finamente cincelados rasgos se correspondían con su ideal masculino.

Knight pareció advertir su mirada porque volvió la cabeza hacia ella y arqueó una ceja inquisitivamente. Qué insolente. ¿Acaso no podía permitirse unas palabras para preguntar a su propia esposa en qué estaba pensando? ¿Acaso debía ella responder a simples gestos como si fuera un perro bien adiestrado?

Irritada, Kitty le devolvió el gesto. Él parpadeó, y la miró con cierto aire de ecuanimidad. A continuación, en actitud de clara indiferencia, volvió a fijar su atención en la ventana.

Aquello la había molestado, Kitty tuvo que recordarse a sí misma que se suponía que era Bitty. A pesar de los afilados instintos de batalla que Bitty había demostrado tener en sus discusiones de rivalidad entre hermanas, cuando se veía enfrentada a cualquier persona ajena a la familia se quedaba sin habla, paralizada por la timidez. Sobre todo con los desconocidos. Sobre todo con los hombres extraños. En particular, con los hombres fríos y adustos como el que tenia sentado frente a ella.

»Vaya lord. Bitty, ¿en qué estarías pensando?»

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Kitty volvió a atacar. Arqueó los labios hasta conseguir esbozar una de las sonrisas de Bitty y emuló el tono de voz entrecortado que utilizaba Bitty cuando quería aparentar superioridad.

— ¿Señor Knight?—No obtuvo respuesta. Ahora se suponía que estaban casados. Quizás había sido demasiado formal. Alfred Theodius Knight, lo había llamado el párroco durante la ceremonia—Alf…

Él le lanzó semejante mirada de odio que Kitty retrocedió en el asiento, presionando su cuerpo contra los cojines.

—No me agrada que se dirijan a mí por mi nombre de pila, Bettina. Tampoco me agradan los diminutivos, ni nombres derivados. Tal como le informé en su momento, no puedo soportar que me llamen Alfred, Alf, Alfie, Theodius, Theo y, mucho menos, Teddy. Mis familiares me llaman Knight. En su condición de esposa, deberá llamarme señor Knight—dijo, tirando de los puños de su camisa—Espero que no volvamos a tener esta conversación jamás.

¿Conversación? ¿Cuando apenas se le había permitido pronunciar media palabra? Qué hombre más espantoso.

—Alfred, te odio—dijo Kitty entre dientes.

— ¿Decías algo, Bettina?

Ella sonrió dulcemente.

—Me limitaba a tomar nota de sus deseos, señor Knight.

Él volvió a su postura originaria de aburrimiento. Pero antes le lanzó una última mirada de desconfianza.

—Muy bien. Espero que así sea.

Kitty se acomodó en el respaldo y volvió la mirada hacia la ventana, ocultándose de nuevo detrás del sombrero. Cielo santo, si aquélla tenía que ser la vida de Bitty, Kitty se juró que jamás volvería a envidiar a su pobre hermana.

Esta vez, fue el propio Knight quien ayudó a su esposa a bajar del carruaje. Se sentía algo culpable por el duro tono que había empleado antes.

Aunque ella había hecho caso omiso de las claras directrices que él le había dado acerca de su tratamiento. Si ahora resultaba que iba a ser una persona desafiante a pesar de su inofensivo aspecto, aquél iba a ser un matrimonio de lo

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más accidentado.

Terquedad e inteligencia podía llegar a ser una mezcla interesante. Terquedad y estupidez eran intolerables.

Una vez en las escaleras de la mansión Knight, los sirvientes formaron fila para recibir a su nueva dueña. Knight no tenía demasiadas personas a su cargo porque le molestaba el tumulto de una casa repleta de gente y, por otro lado, no se consideraba una persona que precisara mucha atención. Lo único que pedía era que sus deseos se atendieran inmediatamente y de forma efectiva. A cambio, él pagaba bien y proporcionaba seguridad.

Todo muy simple y directo. Por encima de todo. Knight deseaba una vida ordenada. El hecho de tener una esposa no debía interferir en ese orden, siempre que la supiera manejar correctamente.

Empezó a oscurecer y las velas brillaron con mayor intensidad en la espaciosa estancia a la que una joven y resuelta doncella había llevado a Kitty unas horas antes. Había dedicado todo ese tiempo a escribir cartas a los conocidos de Bitty, agradeciendo a algunos su asistencia a la boda, disculpando a otros por su ausencia. Las firmaba como «Señora Knight« y escribió una posdata para cada una de ellas.

«Si por casualidad se encuentra con mi hermana, dígale por favor que lamento no haberla visto en el banquete nupcial y que espero que se recupere de su dolencia lo antes posible.»

No era muy inteligente por su parte, pero era lo mejor que podía hacer. Algunos de los amigos del círculo de Bitty eran más enemigos que amigos. Kitty no los conocía lo suficiente como para saber en quién confiar.

Tras mandar al lacayo a repartir las cartas, Kitty se percató de la hora que era. Era tan tarde que se había olvidado de la cena, que había rechazado distraídamente, concentrada como estaba en su misión. Había llegado la noche de bodas y su «esposo» estaría esperando a su obediente esposa.

En un súbito ataque de pánico, Kitty se puso a buscar en el baúl el camisón de franela más viejo y discreto de Bitty. Le cubriría todo a excepción de las manos y el cuello. La nueva doncella de Bitty le lanzó una mirada reprobatoria, llamándole la atención sobre la ropa de dormir.

—Creo que el señor tenía otra cosa en mente para usted. —La chica se acercó al arcón y sacó un tejido vaporoso que se agitó en el aire mientras la

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doncella se le acercaba—Esto es lo que él ha comprado. —La chica sostuvo en alto el camisón por sus apenas inexistentes mangas y lo desplegó de modo que su pura seda llegó a tocar el suelo.

Kitty se quedó mirándolo absorta. ¿Él había escogido aquel camisón escandaloso? ¿Por qué? ¡No era más que una tela de araña con un poco de encaje! Y el escote, ¡Dios santo, pero si se podía deslizar por él como una cesta sobrecargada de melones! Kitty dio un paso atrás y se alejó de aquella prenda horrible, a pesar de que admiraba la belleza y elegancia de su diseño griego.

«Si fuera una verdadera novia y tuviera que recibir a mi verdadero amor en nuestro lecho nupcial…»

Pero basta de fantasías. Su objetivo era mantener alejado al señor Knight el máximo de tiempo posible. Si se ponía aquello, las posibilidades de mantener a un párroco viejo y medio ciego alejado de ella eran nulas. Kitty alzó la barbilla.

—Llevaré el que yo he escogido.

La doncella la miró contrariada.

—El señor ha dicho…

—Si tanto le gusta al señor, que se lo ponga él—dijo Kitty contundentemente mientras se cambiaba. De verdad, aquel hombre era un verdadero tirano. Lo primero que debía aprender es que a una Trapp no se le daban órdenes así como así—Y, por otro lado, yo llevo lo que me place.

—Al señor no le va a gustar.

Y así fue. Al señor no le gustó, no le gustó nada. Kitty pudo verlo en su rostro tan pronto como entró en su habitación unos minutos más tarde. Tras ver el rostro encendido de Knight, la doncella se apresuró a desaparecer.

Incluso Kitty advirtió la gravedad de su indignación. ¿Y ella lo había tomado por una persona grave e impredecible? La decepción y desagrado de Knight eran tan evidentes que casi la distrajeron del hecho de que tan sólo llevaba un batín abierto encima de unos pantalones de pijama.

El amplio pecho de Knight se flexionaba ante sus propios ojos. Dios mío. Era tan amplio. Tan masculino. A Kitty se le secó la boca y se tragó sus palabras de indignación con una contracción de garganta. Despojado de la formalidad del abrigo y el fular, su atractiva apariencia oscura le daba un aire salvaje y agreste de pirata, o de sultán.

Kitty dio un paso adelante sin desviar su mirada de aquella imagen maravillosa. Sí, con aquel pijama de seda granate que revelaba un pecho glorioso

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y un estómago musculoso parecía un príncipe del desierto, entrando en una tienda para violar a su princesa cautiva.

A Kitty le dio un vuelco el corazón y su mente casi dejó de funcionar.

«Viólame»

«Mejor todavía, no te muevas y deja que te viole.»

—Bettina—dijo él, despertándola de aquella fantasía teñida de deseo con una jarra de dura realidad. Se tuvo que forzar a desviar la mirada, hacia la pared, el suelo, cualquier cosa que no fuera él o el gran lecho que los aguardaba. ¿En qué estaba pensando? Él era el novio de Bitty. Él era el marido tirano y adusto de Bitty y ella la hermana leal y afectuosa de Bitty.

Maldición.

Knight miró a su novia, vestida con aquel camisón andrajoso, y bajó la vista hacia el suelo, notando que su mermado interés en ella decaía. Cuando entró en la habitación y vio cómo lo miraba, si no conociera la realidad de la situación, se hubiera atrevido a decir que era deseo. No, la mujer que tenía frente a él no tenía más interés en él que el que él podía tener en ella.

Y esa era la razón por la que Knight había elegido un camisón como aquél. Cuando la modista se lo mostró creyó que con él y una luz tenue, el atractivo de cualquier mujer se vería automáticamente incrementado.

Y un montón de vino. De ahí que hubiera dos botellas abiertas oxigenándose en la mesita de noche.

Hacia un momento, Knight había decidido que no necesitaba el vino y que no le importaba que las velas permanecieran encendidas. Pero, muy a su pesar, aquella chispa se había apagado.

—Bettina—dijo una vez más, con la esperanza de que alzara la vista y sus ojos marrones lo miraran, pero evidentemente aquello no ocurrió. Dios, ¿sería aquélla la historia del resto de sus días? ¿Él le hablaría y ella mantendría su mirada fija en el bordado de la alfombra? Tras lograr vencer la amenaza del aburrimiento, lo intentó una vez más. Hizo un paso adelante y se forzó a despertar dentro de sí la fascinación que todo hombre siente por lo femenino.

Lograría despertarlo. A pesar de que no se había planteado seducirla–al fin y al cabo él estaba en su pleno derecho y ella había accedido de buena gana a casarse con él–una parte de él quería saber si aquella chispa que le había

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parecido ver resplandeciendo en sus ojos sólo había sido fruto de su imaginación. Así que se acercó a aquella mujer rígida y silenciosa con la mirada fijada en el suelo y se plantó justo detrás de ella.

—Mujer—le susurró al oído, elevando con su aliento algunos cabellos. Estaba seguro de que Bitty se echaría a temblar. Aunque no sabía si de miedo o de excitación— ¿Por qué no se pone mi regalo?

— ¿Ah? ¿Así que era un regalo?—Hablaba en voz baja pero Knight juraría que había detectado cierto tono de… ¿sarcasmo? ¿De Bettina Trapp, la mujer más insípida que jamás hollara la tierra? Aquello despertó su interés. Se le acercó más, hasta el punto que el trasero de Bitty rozaba su regazo.

—Póngaselo para mí.

—No, muchas gracias pero estoy muy bien así—dijo, alejándose de él. Él la siguió. Ella cada vez estaba más cerca de la cama y él cada vez más interesado en consumar aquel matrimonio de inconveniencia.

Knight le puso las manos en los hombros y la sujetó firmemente. Primero los dedos de Knight juguetearon con la suave piel de su cuello, luego lo acarició suavemente. Tenía una piel muy bella, blanca y fina. Knight experimentó un tenue tirón en la ingle. Se inclinó hacia ella para beber de su aliento.

Un perfume a rosas dulce y confortable se desprendía de su cabello y su cuello. ¿A qué le recordaba, a flores o a frutas? ¿Realmente le importaba? No, a quien le importaba era a su creciente deseo. A él no le importaba siempre que pudiera continuar complaciendo a sus sentidos con aquella piel dulce y cálida.

Knight abrió los ojos para mirarla. Lo que alcanzó a ver por el escote de aquel andrajoso camisón era francamente tentador. El animal que llevaba dentro iba ganando terreno al frío caballero a una velocidad vertiginosa. Lo que apenas unos minutos antes le parecía una figura entrada en carnes ahora le parecía un contorno bien definido. Lo que le había parecido feo y poco atractivo ahora dejaba rastros de satén y fuego.

Knight se inclinó para acercar sus labios a la sedosidad de marfil de su nuca. A continuación retiró las mangas de su camisón con los dedos para poder llegar a más de su deliciosa piel. El escote se le resistía, así que inclinó la cabeza de Kitty hacia un lado y mientras tanto desabrochó con destreza la fila de botones diminutos que guardaban secretamente aquellos tesoros.

Kitty tenía los pies agarrotados en las zapatillas y las piernas le temblaban

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como un flan. Todo en lo que podía pensar era que el señor Knight tenía los labios más cálidos que jamás había llegado a imaginar. Besos húmedos y cálidos en su sensible cuello, en sus hombros al descubierto…Poco a poco el calor se introdujo en ella y fue bajando, de su estómago hacia abajo. Cuando los dedos de Knight separaron el canesú del camisón y finalmente lo retiraron de sus hombros, Kitty perdió toda noción de espacio y tiempo. Primero notó una corriente de aire fresco que recorría su piel, luego las manos ardientes de Knight, que rozaban con suavidad sus pechos.

«Oh, cielos.»

Aquellas manos abrasadoras fueron presionándola hacia él hasta que ella advirtió algo rígido y robusto. El calor se infiltraba en ella por la parte posterior del camisón. Era el calor que irradiaba el magnífico pecho de Knight. Aquel hombre estaba ardiendo y Kitty podía sentir que el tacto de su piel encendía sus propias llamas.

Knight empezó a acariciar sus senos. Sus manos se desplazaban en espiral, de la piel más externa a la más interna y delicada. Kitty tenía las manos apretadas en un puño, mientras la lenta tortura de las manos de Knight hacía que se le retorcieran las caderas.

«Tóqueme, por favor.»

—Soy muy…—el calor de su aliento incrementaba aquellas nuevas y desconcertantes sensaciones. La voz profunda de Knight le murmuró algo en la oreja—receptivo y usted está respondiendo muy bien, ¿no cree, querida? ¿Quién hubiera dicho que había tanto fuego dentro de usted?

Finalmente Knight le tocó los pezones, acariciando con las yemas de los dedos los puntos más sensibles. Los retorcía suavemente entre sus dedos, y con cada nuevo giro Kitty sentía un rayo entre sus muslos. Kitty respiró hondo y se refregó contra él. Alguien emitía ruidos animales. Kitty observó, con distante sorpresa, que se trataba de ella.

—Parecen tan deliciosos—murmuraba con su voz profunda pegado a su cuello—déjeme que los pruebe, Bettina.

Los ojos de Kitty se abrieron de par en par. ¡El marido de Bitty! ¡Los pechos al descubierto! Kitty pegó un chillido y salió disparada de sus brazos como la bala de un cañón.

Knight se quedó de pie con los brazos en el aire y una visible erección en los pantalones. Con una agilidad de la que él no la hubiera creído capaz, su antes agitada esposa había pasado por encima de la cama y se encontraba en el otro extremo de la habitación, tapando su torso desnudo con el camisón.

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Las manos de Knight se sentían vacías. Aquello no le gustó nada. A pocos metros de él había tierna carne de mujer que saborear, tiernos secretos femeninos que descubrir. Poco a poco fue recordando que él era un hombre civilizado, un caballero refinado y controlado. Se esforzaba por ser un caballero galante.

Pero no en esos momentos.

Ahora quería más.

Kitty tenía una sensación de hormigueo en su carne. Era como si Knight la hubiera marcado con carbones encendidos. Kitty se tapó todavía más con el camisón desabrochado. Aquello no estaba funcionando. Knight estaba siendo muy persistente–en realidad estaba siendo irresistible primitivo–y a ella le estaba resultando cada vez más difícil oponerle resistencia.

Kitty reprimió el deseo de volverse hacia su torturador.

—No voy a…

Knight se detuvo en el acto de levantar una rodilla para saltar la cama, aparentemente dispuesto a perseguirla por la habitación hasta que cayera rendida. Una especie de neblina envolvió su rostro y fijó su afilada mirada en ella.

— ¿Qué no va a hacer?

Kitty enrojeció, pero no perdió la compostura.

—No voy a…—señaló la cama que los separaba—ya sabe.

Knight se puso rígido pero Kitty tenía la sensación de que en cualquier momento podía saltar por encima de la cama y capturarla, tumbarla en el suelo y violarla como una bestia. Dios santo. Se estremeció sólo de pensarlo. Se estremeció de repugnancia, naturalmente.

«Oh, ¿así lo llaman hoy día? Creía que se le llamaba pura lujuria sexual.»

— ¿Por qué no?

Por un instante. Kitty se preguntó si habría herido los sentimientos de Knight. Entonces se acordó de que el frío y adulto señor Knight no tenía sentimientos. Kitty se tapó todavía más con el camisón.

—Mucho me temo que…—Dios mío, ¿cómo podía ganar más tiempo?

Knight se enderezó lentamente. La expresión afilada desapareció de su rostro y se encogió de hombros.

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—Ah. Veo que necesita algo de tiempo para acostumbrarse a su nuevo hogar. Muy bien, no la voy a presionar esta noche. —Tras decir esto, se dio la vuelta y salió de la habitación. El batín abierto ondeaba en el aire y ello le hacia parecer un jeque árabe.

Knight creyó que estaba asustada a causa de su virginidad y su timidez. Lamentablemente, aquello no era todo lo cierto que debería ser, al menos por lo que se refería a su timidez. Aunque tras pensarlo unos instantes, Kitty entendió que aquello a ella le venía muy bien. Podía jugar con ello para ganar tiempo y encontrar a su hermana. Entonces todo iría bien. Ella podría volver con sus padres. Bitty se quedaría allí y Knight tendría su tan deseada noche de bodas.

De pronto se sintió molesta. No era justo. Su primer beso, sus primeras ansias de verdadero deseo, su primera experiencia de sentir el calor de las manos de un hombre sobre su piel; y nada de ello era realmente suyo. Todo aquello pertenecía a Bitty, quien al parecer no lo quería.

Mientras se inclinaba para apagar la última vela, antes de introducirse en aquella inmensa y vacía cama, Kitty se preguntó cómo iba a volver a casa de sus padres después de que aquella farsa se terminara y continuar actuando como una doncella inocente. Sobre todo ahora que había sentido el ardor y la fuerza del magnífico pecho al descubierto de Alfred Theodious Knight.

Capítulo 3

A la mañana siguiente, a Kitty la despertó el ruido de un golpe amortiguado en su habitación. Se dio la vuelta entre la maraña de sábanas y se encontró con que la doncella de Bitty.

— ¿Cómo se llamaba? Ah sí, Martha—cerraba el baúl de ropa.

Kitty se sentó en la cama y estiró las piernas bajo las sábanas. Maldito Knight y maldito su pecho. Apenas había pegado ojo en toda la noche y cuando lo hizo había soñado con sultanes, piratas y bandoleros, todos con la intensa mirada de Knight.

Para desgracia de Kitty, había llegado la hora de vestirse. El ajuar de Bitty era horroroso, repleto de vestidos con volantes y zapatillas con incrustaciones de abalorios. Bitty se sentía muy orgullosa de todos ellos. A Kitty no le hacía la más mínima ilusión tener que ponérselos. Pero en el armario no había ni una sola prenda de Bitty. En su lugar encontró una miríada de bellísimos trajes de noche, exquisitos abrigos e increíbles vestidos de día. Asombrada, Kitty saltó de la cama y dio un adelante para poder acariciar el canesú de un traje de noche seda ámbar

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que resplandecía en la luz de la mañana.

—El señor lo eligió porque hacia juego con sus ojos—dijo la doncella alegremente—Hay mucho más en camino. Bolsas y guantes a juego, y la ropa interior…ah, señora, ¡espere a ver la ropa interior!

La chica se volvió hacia una enorme cómoda al lado de ventana. Kitty la siguió con la mirada, pero rápidamente volvió su atención a los vestidos. Vestidos de calle de rayas verde menta, verde prado e incluso uno algo menos práctico de color marfil. Había una capa de verano de lana tan fina que parecía seda y otra de invierno ribeteada de armiño. Había incluso un conjunto de equitación, por el amor de Dios, de terciopelo color chocolate que resplandecía bajo el tacto de Kitty.

Tendría que aprender a montar, aunque sólo fuera por el placer de llevarlo; pero no era ella quien tenía que aprender a montar. Kitty parpadeó. Sintió que la perspectiva de la habitación había cambiado. Ante ella había un armario lleno de cosas bonitas y elegantes, pero no había nada que fuera del gusto de Bitty. De hecho, Bitty las hubiera rechazado categóricamente arguyendo que eran aburridas y apagadas.

Pero Bitty jamás habría sido capaz de resistirse ante un Knight ardiente como lo había hecho ella. Una sola mirada de aquellos ojos perturbadores y Bitty hubiera obedecido silenciosamente…y también hubiera sido capaz de llevar esa ropa que tanto hubiera odiado durante el resto de su vida.

Kitty miró a su alrededor. ¿Dónde habían ido a parar todas las cosas a las que Bitty les había puesto tanto esmero? Absorta en estos pensamientos, tocaron suavemente a la puerta y entró en la habitación un lacayo inexpresivo que en ningún momento desvió la mirada del camisón de Kitty. Aquel hombre levantó el arcón y dio un resoplido, dando a entender que era pesado. O que estaba lleno. Ella dio un grito ahogado.

— ¡Espere!—dijo Kitty, consiguiendo que el lacayo acelerara el paso. Kitty salió al corredor y corrió tras él. Le tiró de la manga, logrando detenerlo al instante— ¿Son ésas mis cosas?—El lacayo evitó mirarla, ya que iba en camisón, y procuró responder a su pregunta con respeto. Finalmente decidió inclinar la cabeza repetidas veces y decir:

—Sí, señora.

— ¿Y dónde está el resto?

—En el desván, señora.

—Tráelo de vuelta inmediatamente. Todo.

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—Pero se trata de una orden del señor, señora. —El chico parecía realmente contrariado.

—Bueno, pero… ¿soy o no soy tu señora ahora? ¿No debes obedecer mis órdenes también?

—Sí, señora.

—Pues te ordeno que devuelvas este arcón a mi habitación junto con todo lo demás ahora mismo.

—Pero señora, el señor ha dicho que…

Kitty tomo un agarradero y empezó a estirar con determinación. El lacayo se opuso.

—A mí no me importa lo que el señor haya dicho—pronunció con énfasis cada una de las palabras. Kitty no se percató del sobrecogedor silencio en que se habían sumido Martha y el lacayo hasta que un par de relucientes botas negras entraron en su campo de visión.

—Si no me equivoco, acaba de llegar el señor Knight.

Kitty respiró hondo.

—Está en lo cierto, señora Knight—respondió una voz profunda.

Alzó la vista y ahí estaba él, de pie frente a ella, con un fino abrigo de montar de color chocolate y una camiseta de lino blanca. Llevaba los pantalones de montar de gamuza dentro de unas botas altas y la fusta apoyada en una de ellas, desencadenando un pensamiento totalmente inapropiado en la cabeza de Kitty. Estaba exquisito, incluso con el ceño fruncido.

Una pequeña porción de su cerebro imaginó lo maravillosa que quedaría ella a su lado con el mismo modelo de montar…encima de unos corceles blancos, acercándose a galope a la puesta de sol.

—Señora Knight, ¿sufre alguna indisposición?

La fantasía de Kitty se desvaneció. Volvía a estar en aquel helado pasillo, en camisón y con el cabello revuelto, jugando juego de tira y afloja con un lacayo.

— ¿Disculpe?

Knight arrugó todavía más el ceño.

—Tiene una expresión extraña. ¿Se encuentra bien?

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—Sí. —De ello no le cabía la menor duda. El resto de la realidad tardó un poco en aparecer. Entonces un sentimiento de ira substituyó el malestar y la vergüenza. Buena cosa, la ira. Suerte que ella siempre tenía un poco de ira a mano.

Sin soltar el arcón, Kitty miró al desconsiderado y autoritario esposo de su hermana y dijo.

— ¿Tiene idea de cuánto tiempo y dinero he dedicado a ese ajuar?

El señor Knight miró desdeñoso el ajuar.

—Elecciones menores y dinero malgastado.

—Pero se trata de la elección de Bi…de mi elección y mi dinero, no el suyo. Se trata de mis cosas y con ellas puedo hacer lo que me plazca. Y me place volver a colgarlos en el armario. ¡Y me place llevarlos!

El rostro de Knight adoptó una grave expresión de disgusto. Le hacía adoptar un aspecto temible.

—Me gustaría que no alzase la voz en esta casa—su tono de voz era gélido—Tenía entendido que era una persona mucho más comedida.

Bitty lo era. Bitty jamás hubiera protestado ante el trato prepotente de su marido. En ese preciso instante, en el corredor, con las manos todavía en el tirador de latón del arcón, pudo ver cómo iba a ser la vida de Bitty bajo el influjo de aquel tirano. Bueno, no si ella lo podía evitar. Quería ver cómo se las arreglaba para controlarla.

—Así pues, su intención era deshacerse de mis cosas.

—Así es. Tiene ropa mucho más sofisticada en su dormitorio. —Knight echó un vistazo al reloj que llevaba en el bolsillo, dando por zanjado el asunto—Le sugiero que se la pon…

Kitty soltó el arcón y dio un gemido capaz de despegar el papel de las paredes. Se cubrió la cara con las manos dejando una rendija de visibilidad con los dedos, por supuesto.

La expresión en el rostro de Knight era impagable. Puro horror y una pincelada de miedo. Perfecto. Kitty gimió todavía más fuerte, rechazando todas las tentativas de Martha para consolarla.

— ¡Ya…no…le…gusto!—Las palabras salían de su boca en forma de gritos ensordecedores.

A juzgar por la expresión de comprensión en el rostro de Knight, Kitty

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quizás había ido demasiado lejos. Bueno, ahora lo único que tenia que hacer era presionar un poco más.

— ¡Quiero irme a casa!—Kitty echó a correr y atravesó el semicírculo que habían formado sus tres asombrados espectadores. Sin retirar las manos de su cara en ningún momento, bajó corriendo las escaleras en dirección a la entrada principal.

Una vez en el corredor, tuvo que reducir un poco la velocidad para que la pudieran atrapar. ¿De verdad iban a permitir que saliera a la calle en camisón? Estuvo a punto de escapársele la risa. Knight estaba a punto de recibir algo más que gritos si no…

Una enorme mano se plantó en la puerta antes de que ella pudiera abrirla.

— ¿Qué demonios cree que está haciendo?—rugió Knight.

En cierto modo satisfecha, Kitty bajó las manos remilgadamente y dijo.

—Vaya, vaya señor Knight. Me gustaría que no alzase la voz en esta casa.

Se puso blanco. Luego rojo. Luego morado.

—Curioso—murmuró Kitty. A continuación le brindó su mejor sonrisa al lacayo— ¿Cómo se llama usted, buen hombre?

El hombre miró a Knight. Dios santo, todos los sirvientes se debían enteramente a su señor. Muy a su pesar, Kitty tuvo que admitir que aquello decía mucho a favor del señor Knight. El señor no dijo nada, al parecer, demasiado furioso.

Al fin el lacayo se encogió de hombros y dijo.

—Me llamo Watt, señora.

Kitty intensificó la dulzura de su sonrisa y pestañeó coquetamente.

— ¿Watt, seria usted tan amable de devolver mis preciados objetos a mi habitación?

Watt volvió a mirar a Knight pero esta vez no recibió ninguna contraorden. Knight parecía estar absorto en su enfado. Watt se encogió de hombros y asintió.

—Sí, señora. —Se marchó y Martha hizo lo mismo.

El señor Knight fue recobrando el aliento, aunque continuaba respirando con dificultad. Como mínimo sabían que no iba a morir de asfixia. Kitty ladeó la cabeza y se quedó mirándolo. ¿Debía quedarse y volver a presionarlo?

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Kitty echó un vistazo a sus enormes manos cerradas en puños a ambos lados de su cuerpo. Ah, quizá no sería necesario. Kitty se volvió bruscamente y echó a correr hacia las escaleras. En realidad era una pena tener que sustituir aquellos bellos vestidos por el horrible ajuar de Bitty.

Pero era una cuestión de principios.

Tras quedarse solo, de pie, en el vestíbulo de entrada. Knight se vio enfrentado a una serie de sentimientos que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Se tuvo que esforzar por calmar sus emociones, hacerlas retroceder y finalmente detenerlas.

El tumulto dentro de sí cesó y finalmente desapareció. La fría y confortable razón volvía a gobernarlo todo.

Se volvió a sentir sólido, entero. Pero ¿cómo se había podido alejar de aquel lugar que había construido con tanto esmero hacia tantos años? No se entregaba a la pasión y las emociones de aquel modo desde que era niño. Siempre y cuando la noche pasada no contara.

Knight volvió su mirada hacia las escaleras. Era como si pudiera ver a través de las paredes. Ella debía estar poniéndose uno de esos horribles vestidos, estaba seguro. Pensó en las miradas de desdén que Bitty atraería, las cejas arqueadas que provocaría y los rumores que a ello seguirían. Las risas.

Pero aquello era lo que menos le preocupaba. Aquella maniobra–amenazar con salir a la calle en camisón–había sido desorbitada e impulsiva, por no tacharla directamente de manipuladora. Todo lo que no quería en una esposa.

Knight se sintió como si hubiera adquirido un caballo para un carruaje y le hubieran entregado las riendas para una cebra. Las reacciones de semejante criatura eran totalmente impredecibles. Knight apretó la mandíbula. Muy bien, le habían timado. Pero la batalla todavía no estaba perdida. Se podía aprender, tal como el mismo había hecho, a controlar las pasiones y comportarse con rectitud. Todavía se podía hacer algo con el lote que le habían entregado.

La vida en la mansión Knight no iba a ser tal como la señora esperaba. Knight aceptaba el desafío y su causa no estaba perdida. Habría normas.

Aunque no se podía negar que al poner su plan en marcha, Knight se sentía por primera vez vivo en muchos años.

En su nuevo dormitorio, Kitty se despedía lastimeramente y en secreto de

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los elegantes contenidos del armario mientras Martha los sustituía por el ajuar de Bitty. Por mucho que le doliera, lo hacía en nombre de la lealtad a su hermana. Quizá cuando Bitty volviera, consideraría poner aquellas cosas tan bonitas en manos de quien lo supiera apreciar.

Y si mientras tanto algunos de sus peores tesoros se estropeaban o se dañaban, mucho mejor. Reconfortada por semejante pensamiento, Kitty se puso un vestido de seda violeta que hacía que su pecho pareciera la repisa de una chimenea y su piel empalideciera preocupantemente. Era una de las peores invenciones de Bitty, y Kitty se sentía en la obligación moral de estropearlo antes del mediodía.

Martha salió de la habitación con la ropa que había elegido el señor Knight y volvió retorciendo las manos nerviosamente.

—Disculpe, señora, pero el señor Knight nos ha ordenado que abandonemos la casa.

Kitty estaba recolocando unos pelos sueltos en su peinado. Volvió la cabeza del espejo y miró a Martha consternada.

— ¿Abandonar la casa? No los habrá despedido, ¿verdad?

—Oh, no, señora. Más bien lo contrario. —Martha miró para otro lado—Dice que podemos tomarnos unos días libres señora.

— ¿Tomarnos?

—El personal, señora. Debemos irnos. —La chica dio un paso adelante y dijo de todo corazón—Yo no quiero dejarla sola, señora.

Kitty estaba contundida.

—Yo tampoco.

—Gracias, señora. Sé que el señor tenía planeado salir de viaje pronto. Pero creía que yo debía acompañarlos en su luna de miel para asistirla.

La luna de miel. Unas semanas en la casa que el señor Knight tenía en los Cotswold, recordó que Bitty le había dicho orgullosa. Dios santo. Se había olvidado por completo de la luna de miel.

—Martha, ¿dónde está el señor Knight?

—La espera para desayunar, señora.

Kitty pasó por el lado de Martha, dándole unas palmadas distraídamente en la espalda.

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—Deberá obedecer las órdenes del señor, querida. —No contar con doncella iba a ser el menor de sus problemas si iba a tener que salir de Londres antes que volviera Bitty.

El señor Knight estaba desayunando, aunque no la había esperado. Estaba sentado a la mesa con un boletín de noticias y un plato con los restos de unos arenques ahumados. Mientras ella vacilaba ante la puerta abierta, Knight ni siquiera se dignó a alzar la vista.

Kitty intentaba pensar. ¿Cómo retrasar aquel desastre? Para convencerlo necesitaba algo verdaderamente razonable. Razonable e inteligente.

Y ella era la persona menos idónea para ello. Pero tenía que haber algo que ella pudiera argüir para disuadirlo de abandonar la ciudad. De lo contrarío Bitty no podría encontrarla y no podrían intercambiarse en semanas. Semanas en las que era muy probable que el señor Knight exigiera el cumplimiento del más fascinante y peligroso derecho conyugal.

— ¡No podemos movernos de Londres!—Aquellas palabras surgieron del pánico. Entró con aire resuelto en la habitación y se quedó mirándolo.

Él se levantó llevándose una servilleta a los labios, mirándola fríamente. A continuación dejó la servilleta delicadamente junto al plato.

—No nos vamos.

Kitty tuvo la impresión de que se había perdido algo.

— ¿Cómo?

—Señora Knight, no nos vamos a mover de Londres.

Kitty señaló su habitación.

—Pero Martha me ha dicho que le había dado unos días libres.

—Así es. Y a Watt, Fenster y a mi cocinera, la señora Till. Sólo se queda el cochero. —Se alejó de la silla y rodeó la mesa—Si no se me permite gobernar a mis sirvientes, tendremos que apañárnoslas sin ellos. Knight arqueó las cejas—Así que deberá arreglárselas sin ellos.

¿Sin sirvientes? La estaba castigando, le estaba haciendo saber que no debía poner en duda las órdenes que daba a sus sirvientes. Kitty sintió un arrebato de humillación. Se había vuelto a portar mal, había desobedecido…

Un momento. Ella se había limitado a defender el derecho de Bitty a llevar la ropa que quisiera. Y ahora estaba castigando a la tímida y asustadiza Bitty por ello. En aquel preciso momento lo incierto se tornó certero. ¿Así que pretendía

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sobreponerse a su hermana con semejante prepotencia? A aquel hombre le quedaba mucho que aprender para ser un buen esposo para Bitty. En aquellos instantes Kitty deseó que Bitty continuara desaparecida unos cuantos días más.

Se volvió hacia Alfred el odioso con los ojos bien abiertos y parpadeo.

— ¿Nada de sirvientes? Pero ¿quién va a cocinar para mí y vestirme? ¿Quién va a cargar con mis compras?

La expresión en el rostro de Knight era de suficiencia. Rata inmunda.

—Usted misma se ocupará de cocinar y de su vestuario. Y por lo que respecta a las compras, no creo que vaya a necesitar mucho dinero en las próximas semanas, ¿verdad?

A decir verdad, Kitty tenía un bolso lleno de pagarés en su habitación. Su madre jamás se había mostrado partidaria de que su padre estuviera al día de sus gastos. Mamá solía decir que el arrepentimiento siempre era más sencillo que el engatusamiento. Kitty estaba empezando a entender la verdad de sus palabras.

Pero el señor Knight no tenía que saberlo.

— ¡Oh, vaya!—Se llevó las manos a la cara dramáticamente— ¿Nada de dinero?—El señor Knight casi puso los ojos en blanco de satisfacción. A pesar de su delicioso físico, aquel hombre era el mismísimo diablo. Para cuando Bitty volviera tendrían que haber ocurrido unos cuantos cambios. Y Kitty era la mujer perfecta para precipitarlos.

Aquel hombre iba a desear no haber nacido.

Knight parecía haberlo hecho toda la vida. Siguió con la mirada a su asombrada esposa, que huía de la estancia sin el más mínimo indicio de rebeldía. Había sido muy fácil. Una fuerte ofensiva había sido sin duda lo mejor para todos. Estaba convencido de que jamás se atrevería a actuar en contra de su voluntad.

Knight se alisó el chaleco con un tirón. La humillación en el rostro de Bitty le preocupaba. Demonios, él no había querido destrozarla. Sólo había querido advertirle que no iba a tolerar desobediencia alguna, y aquello era lo que había hecho. Había logrado imponerse.

¿Por qué entonces no podía olvidar el dolor en sus grandes ojos marrones y tenía una leve sensación de derrota?

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Kitty dejó de correr tan pronto como dobló la esquina del vestíbulo. Le sonaban las tripas, y eso le recordaba que todavía no había desayunado. Recordó que el único plato que había en la mesa era del señor Knight y supuso que no habría pedido nada para ella.

Con una sonrisa en los labios, deambuló por aquella gran mansión hasta dar con las escaleras que llevaban a la cocina. Era un lugar ordenado, en evidente buen estado de conservación, pero la cocinera no estaba por ningún lado. En un plato cubierto con una tela de cuadros resultó haber una masa fermentando. Kitty sonrió con suficiencia. Era evidente que el señor Knight no sabía nada acerca de las mujeres, de lo contrario no le hubiera pedido a la cocinera que se marchara dejando las cosas de aquella manera.

A la masa le parecía quedar todavía un buen rato. Kitty se dirigió a la despensa. Aquellos estantes atesoraban auténticos manjares. Un pudín enfriándose en una vasija de barro y una tarta con una fina capa dorada de azúcar atrajeron su atención. En una tabla descansaba un jamón listo para ser cortado y debajo de otra de cuadros descubrió una miríada de pasteles de carne esperando a que alguien hambriento llegara y se los comiera.

—Todo para mí—suspiró Kitty. Decidió darse un festín consistente en una loncha de jamón, un trozo de tarta, un bocado de queso y una pera de un frutero que había en la enorme mesa. Comió lentamente, disfrutando del cálido sol de la mañana, que penetraba por la pequeña ventana y caía chorreando como si fuera miel hasta el fregadero. Introdujo el último pedazo de queso en su boca y suspiró fuertemente—Pobre señor Knight. Sin cocinera, doncella ni lacayo. ¿Cómo se las iba a apañar?

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Capítulo 4

Knight tenía muy poco trabajo que hacer puesto que se había ocupado de dejarlo todo listo para su luna de miel. Una vez hubo terminado sus quehaceres y encargado a su cochero la correspondencia. Knight se dio cuenta de que hacía un buen rato que no veía a su esposa. Bitty se había pasado todo el día de aquí para allá, distrayéndolo enormemente. Knight no sabia en qué momento se le ofrecería la vista de su redondo trasero mientras quitaba el polvo a una mesa en la habitación enfrente del vestíbulo o cuándo alcanzaría a verle uno de sus delicados tobillos al subirse a un taburete para limpiar una estantería.

Naturalmente, no había visto todo aquello sentado en su despacho pero era asombroso lo que un hombre podía llegar a ver en el vestíbulo de su casa cuando disponía de suficiente tiempo.

Extrañamente desorientado. Knight vagaba por las estancias de su casa con las manos en los bolsillos. Sin sirvientes a los que regir ni llamadas que realizar, no se le ocurría absolutamente nada que hacer.

¿En qué consistían sus días? ¿En dar órdenes y hablar por teléfono?

Menudo disparate. Él era un hombre de gran responsabilidad y estaba a un paso de conseguir una considerable fortuna y cierta influencia en el mundo. El nombre de Knight había pasado a significar algo en los últimos diez años y había conseguido que se dejara de asociar a comportamientos escandalosos e historias escabrosas.

Hablando de comportamientos escandalosos. ¿Dónde se había metido su esposa?

Kitty se sacudió el polvo de las manos y contempló su trabajo con gran satisfacción. La casa resplandecía. Había tenido un día muy ajetreado. Había limpiado toda la casa y había hecho la cena. La cena, porque quería tener algo que llevarse a la boca aquella noche. La limpieza, porque se estaba volviendo loca esperando a que Bitty diera señales de vida.

Lamentablemente, el correo ya había llegado. Tras pagar al repartidor con

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su propio dinero, se dispuso a examinarlo ansiosamente. La búsqueda subterránea de su hermana había fracasado. Ninguna de las cartas mencionaba a “Kitty”, salvo algunas, unas pocas, en las que se mencionaba que no habían tenido ocasión de verla.

Así que no podía hacer otra cosa que esperar. ¿Debía contárselo a mamá y papá? Se estremeció sólo de pensar en la escena que seguiría a su confesión.

Pero ¿y si le había pasado algo a Bitty? Londres podía ser una ciudad muy peligrosa para una mujer. Pese a que de niñas les encantaban las historias de terror, tanto ella como su hermana siempre habían sido muy cuidadosas.

Kitty esperaba que nadie hubiera hecho daño a su hermana, puesto que esperaba reservarse ese derecho ella misma. »Vuelve Bitty–susurró en aquella casa silenciosa–No voy a poder engañarlo para siempre.»

Cena. Knight olfateó en señal de apreciación. El olor procedente del horno se había propagado por la casa en las últimas horas. Knight se había saltado el té. Esperaba que su esposa pudiera preparar una cena decente.

¿Y si no sabía cocinar? Prescindir de todos los sirvientes quizás había sido algo precipitado. Había muchas señoritas que jamás habían pisado una cocina, ¿por qué iba a ser distinto con las hermanas Trapp? El aroma a pan lo tranquilizó. Knight entró en el salón comedor y se sentó impacientemente en su silla.

Bettina entró en la habitación segundos después con un plato. Knight se animó tras ver unas gruesas lonchas de jamón y patatas fritas. Se trataba de un plato básico pero Knight no se olvidaría de felicitarla. Era importante saber recompensar un buen comportamiento.

Kitty colocó el plato justo frente a él y se sentó a la mesa. Con una floritura, dispuso, la servilleta en su regazo y se dispuso a comer. Knight permaneció sentado, boquiabierto, mientras ella cortaba un delicioso pedazo de jamón y se lo llevaba a la boca. Knight carraspeó. Ella alzó la vista y le sonrió amistosamente sin dejar de masticar. Los ruidos que ella hacía al comer hicieron que le sonaran las tripas.

Aquel sonido retumbó en la habitación. El tintineo del cuchillo y el tenedor de pronto cesaron. Ansioso, tras examinar la comida. Knight alzó la vista y

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advirtió que el rostro de Bitty había enrojecido.

Bien. Merecía estar avergonzada y pasarlo mal por haber faltado a sus obligaciones conyugales. De pronto oyó que de la boca llena de Bitty surgía una risita. Entonces comprendió, escandalizado, que Bitty no estaba avergonzada, ¡se estaba riendo de él!

Kitty había intentado con todas sus fuerzas no echarse a reír pero la mirada mezcla de deseo y exasperación de Knight era muy difícil de sobrellevar en silencio.

Knight empujó la silla provocando un furioso y agudo chirrido, y salió de la habitación. Kitty suspiró satisfecha y continuó con la cena. Knight no iba a dar con lo mejor de la despensa. De eso ya se había asegurado ella.

Unos deliciosos bocados más tarde, el señor Knight entró en la habitación con aire resuelto y arrojó el plato en la mesa con tanta fuerza que Kitty temió por la porcelana china.

—Si se rompe, su comida se llenará de fragmentos—observó ella amablemente.

Todo lo que había podido encontrar en la despensa era un trozo de queso y un pedazo de pan. Al muy inútil no se le había ocurrido mirar en el armario de debajo de las escaleras.

—Hombres—suspiró—un desastre en la cocina.

—Mujeres—gruñó de vuelta—siempre tan rencorosas.

Kitty arrojó el tenedor en la mesa y se cruzó de brazos.

—No he sido yo quien ha decidido prescindir de los sirvientes por rencor. No he sido yo quien ha arrancado a la cocinera de la cocina para poder someter a alguien a fuerza de hacerle pasar hambre. —Miró el plato de Knight—De hecho, es gracias a mí que ha podido comer un poco de pan.

Podía ver la batalla que se estaba librando en el interior de Knight con sólo contemplar su rostro ensombrecido. Un caballero la felicitaría por sus esfuerzos. Un tirano no. Era como si pudiera ver el péndulo que oscilaba a uno y otro lado en su interior. «Caballero. Tirano. Caballero. Tirano.»

Kitty se compadeció de Knight.

—No pretendía causarle un problema. Puede comer de mi pan sin tener que agradecérmelo.

Y ahora él debía agradecerle su comprensión. Kitty se puso cómoda en la

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silla y disfrutó de la mezcla de enojo y consternación que revelaba su rostro. De verdad, aquel hombre era un blanco fácil. Aquella conquista no iba a ser nada divertida.

Finalmente Knight inclinó la cabeza en señal de agradecimiento. Pero a duras penas probó bocado del plato por el que tanto había luchado. Aquella mujer con la que se había casado era la peor pesadilla sobre la faz de la tierra. Una criatura impredecible y testaruda, y encima se creía lista. Aunque por otro lado, jamás había estado tan entretenido con ninguna mujer.

Pero prefería el aburrimiento a aquel estado de constante conflicto e inseguridad. Aquella mujer necesitaba una buena lección. Mientras su cabeza contemplaba posibles medidas. Knight se dio cuenta de que había un campo en el que él le llevaba considerable ventaja. Pese a no ser un hombre promiscuo, poseía cierta experiencia en los asuntos de dormitorio. Todo lo que necesitaba era conseguir ejercer mayor influencia en ella. La intimidación no había funcionado. Pero ¿y la seducción?

Ocultó una sonrisa de satisfacción detrás de la servilleta. Sí, una ocurrencia con beneficios para todos. Él se ocuparía de ella y de aquella maravillosa piel de seda. La tendría a sus pies antes de la medianoche.

Knight se preparó para entrar en batalla. Se peinó. Se lavó con la palangana de la habitación. Se echó unas gotas de aceite de sándalo en el cuello y el pecho. A continuación se ató el batín de terciopelo, bajo el que únicamente llevaba unos pantalones. Se miró en el espejo y recordó que su esposa había mostrado cierto interés en su pecho, así que lo dejó un poco más descubierto.

En la guerra y el matrimonio todo valía, o al menos eso parecía. Abrió el pestillo de la puerta que separaba ambos dormitorios. La puerta estaba bien atrancada. Estaba cerrada con llave, por supuesto.

El hombre que tenía una misión tenía que estar bien preparado. Metió la mano en el bolsillo del batín y recuperó la llave. Tras introducirla en el cerrojo y darle una vuelta, la llave en el otro extremo del cerrojo, es decir, la llave del dormitorio de Bitty cayó al suelo. Knight abrió la puerta y se apresuró a recogerla del suelo.

Bettina estaba sentada en su tocador con medio cuerpo vuelto hacia él, mirándolo perpleja. Llevaba un cepillo en la mano y el cabello le caía suave y brillante por la espalda. Aquella fascinante visión le sobrecogió. A la luz del sol parecía hilo de oro. Precioso. De pronto Knight sintió la necesidad de que Bitty rodeara su pecho desnudo con su cabellera.

Kitty aprovechó que Knight estaba absorto en su belleza para levantarse y salir disparada hacia el otro extremo de la cama. Estaba de pie con los brazos cruzados, y empuñaba el cepillo como si fuera una especie de cuchillo desafilado

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e hirsuto.

Llevaba otro de esos camisones de franela gastados, pero por suerte todavía no había tenido tiempo de abrocharse el canesú. ¡Qué tesoros! De pronto, con gran satisfacción. Knight cayó en la cuenta de que aquellos eran sus tesoros, que podía hacer con ellos lo que quisiera. Como amo y señor de la casa y de su esposa, podía disponer de sus propiedades en cualquier momento del día o de la noche.

El simple pensamiento de aquellos globos jugosos expuestos a la luz del día…Oh, quizás algún día en su despacho, durante una pausa en la gestión de sus asuntos. Ella le traería el té y él quizá podría sentarla en su regazo y dejarse envolver por su magnifica cabellera mientras él se deslizaba por su cuello y satisfacer un apetito completamente distinto.

Mmm. Al parecer, las ataduras matrimoniales también tenían sus beneficios. Todo lo que Knight necesitaba era echar mano de sus dotes de persuasión. Pensando en los beneficios de la noche, Knight dio un paso adelante.

— ¡Quédese dónde está, señor Knight!

El tono de autoridad en la voz de la dulce y sumisa Bettina lo despertó de su fantasía lujuriosa.

—Ahora mismo se da la vuelta y regresa a su habitación.

Él fijó la mirada en su arma mortal.

— ¿O de lo contrario me cepillará hasta morir?

Ella lo miró con el ceño fruncido.

—Si se sabe dónde golpear, cualquier cosa puede ser peligrosa.

Knight soltó un gruñido. Así que ella parecía haber aprendido algo de su falta de cautela en el pasado. Aunque aquello no suponía problema alguno. Knight no tenía la menor duda de que iba a poder hacer frente a aquel débil acto de rebeldía. Ella misma le había dado la llave de su defensa la noche anterior.

—No la voy a forzar, Bettina.

Ella fue bajando el cepillo lentamente.

—No, no lo creo capaz de ello. —Lo volvió a levantar amenazadoramente—Pero creo que puede llegar a ser muy convincente si se le permite. No tengo la menor intención de que se acerque a mí.

—Es mi esposa—dijo persuasivamente—Esto no puede seguir así toda la

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vida.

Ella dijo algo entre dientes. Algo así como «no va a ser toda la vida».

—Debería usted asumir su nuevo estado—respiró profundamente para llamar su atención sobre su pecho desnudo. Knight advirtió que a Bitty se le agudizaba la mirada y la punta de la lengua recorría sus labios durante un breve instante. La atracción que Knight sentía por ella se hizo visible en su rostro—Puedo llegar a ser muy persuasivo, ya lo sabe.

Kitty sacudió la cabeza de tal modo que parecía que ella también se estuviera despertando de una fantasía y soltó una carcajada.

— ¿Y para usted qué significa persuadir a una mujer? ¿Despojarla de sus posesiones, retirarle los sirvientes y cancelar su luna de miel?

Knight se puso rígido.

—Bueno, si lo pinta de esa…

—Da igual cómo lo pinte. La verdad es que no tiene ni idea de cómo es su mu…cómo soy, ni ha demostrado tener ningún interés en saberlo. El camino hacia el lecho de una mujer no sólo pasa por la conquista de sus ojos, ¡también debe seducir su corazón!

Knight se apretó el cinturón del batín de un tirón.

— ¿Así que lo que quiere son falsos halagos y engañosas demostraciones de afecto?—dijo él burlonamente—A mi parecer, con eso lo único que consigue es que la mujer parezca idiota.

—Ah, sí, cuantos más halagos mejor—comentó ella, afilando la mirada—Venga. Inténtelo. Deleite mis oídos con malditos elogios.

Él la miró a los ojos y luego apartó la mirada. Se metió las manos en el bolsillo y las sacó.

—Tiene usted una piel preciosa—masculló con la mirada fija en la alfombra.

Ella hizo un paso hacia delante, inclinando la cabeza para oír mejor.

—Lo siento, pero no le he oído bien.

Él dio un suspiro, irritado.

—Tiene usted una piel preciosa—gritó— ¡Como maldita seda color marfil!

Para su sorpresa. Knight se sonrojó.

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— ¡Vaya! ¡Muchas gracias, señor Knight!—le respondió ella, con una pequeña reverencia. Al inclinarse. Knight pudo disfrutar de una fugaz vista del valle de las delicias. Ella dio un paso adelante.

Muy gratificante. Quizá servía realmente para algo esto de halagar. Knight carraspeó y lo volvió a intentar.

—Tiene usted una figura muy bonita. Sobre todo su…—calló, paralizado por la indecisión. No podía continuar, ningún caballero podría, pero el desafío en los ojos de ella le empujó a hacerlo—sobre todo su…escote.

«Mmm.» Tras vacilar unos instantes Kitty dio otro paso adelante.

—No lo está haciendo nada mal, señor, aunque debemos trabajar la expresión oral.

Kitty estaba a punto de llegar al borde de colchón. Si quería acercarse más a él, tendría que subir a la cama. Y él se subiría a la cama con ella.

Todo hombre tenía que tener un objetivo. Estructuraba la imaginación, daba sentido a los pensamientos. Respiró hondo, dispuesto a ganar la batalla.

—Es usted muy ingeniosa.

Ella dio un paso atrás.

—Un punto para mí—dijo ella enérgicamente—está mintiendo.

— ¡No!—dijo él furiosamente— ¡Elegante! ¡Quería decir elegante!

Ella lo miró con los ojos entrecerrados. Él esperó, con el corazón en un puño. Ella dio otro paso atrás.

— ¡Por el amor de Dios! ¡Le he dicho todo lo que cualquier mujer desea escuchar! ¿Qué más quiere?

—No es cierto que todas las mujeres quieren que les digan que son ingeniosas y elegantes, señor Knight. Todas las mujeres quieren creer que usted las considera ingeniosas y elegantes.

—Pero yo…—Knight permaneció en silencio, frustrado. Si negaba aquella evidencia, estaría rebasando los límites de la mentira— ¡Maldita sea! ¡Usted es la mujer más exasperante de la tierra!

Sus labios dibujaron una triste sonrisa.

—Como mínimo, en esto es usted honesto pero…—otro paso atrás y volvió al punto inicial—Me temo que perdido la partida.

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— ¡Maldita sea!—rugió Knight, abandonando el campo batalla, derrotado.

Kitty no se atrevió a respirar hasta que la puerta se hubo cerrado. Knight se había llevado la maldita llave con él pero no creía que fuera a volver aquella noche.

Otra noche fuera de casa. Otra noche que arruinaba su reputación y su futuro para siempre. Otra noche con Bitty perdida en el laberinto de calles de la ciudad.

Tenía suerte de que Knight hubiera salido de su dormitorio porque estaba empezando a darse cuenta de lo delicioso que estaba con aquel batín, que dejaba entrever su pecho viril. Kitty cerró los ojos para fijar en su memoria el recuerdo de la viril vellosidad que rodeaba el firme contorno de su pecho para luego perderse en un terreno todavía más fascinante y prohibido situado debajo del ombligo. Era perfecto. Y era de Bitty.

A la mañana siguiente Knight estaba echando un vistazo a unos documentos en su despacho cuando su recién casada irrumpió bruscamente en la estancia con un horrible vestido de seda a rayas naranja y violeta. Desde que Knight había estado añadiendo fabulosos detalles a su nueva fantasía diurna, la que tenía lugar en el despacho, sólo le llevó un momento darse cuenta de que ella no era simplemente una versión con ropa de sus ensueños.

Aunque él, por supuesto, jamás sería capaz de imaginarla con un vestido como aquél. Ella se quedó de pie mirando las estanterías con las manos en la cintura.

—Si limpio las estanterías, quizá pueda estropear para siempre este horrible vestido—murmuró.

—Tengo un encendedor por aquí por si lo quiere quemar—dijo Knight.

Ella se volvió sorprendida. Sus labios carnosos formaron una «o» perfecta. Era asombroso lo mucho que aquella expresión podía incrementar el atractivo de una mujer. Invitaba al beso.

Knight estaba cansado de tantas fantasías y tanteos a medianoche. Hizo a un lado el periódico que no estaba leyendo y se puso en pie. Con sólo dos pasos estaba lo suficientemente cerca de ella como para estrecharla entre sus brazos. Cuando Knight la presionó contra su pecho Bettina no pudo evitar soltar un grito ahogado.

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Sus labios volvieron a formar la «o». Sólo que en aquella ocasión Knight la rubricó con su propia boca, presionándola fuertemente contra sus labios. Una voz dentro de él le decía que estaba siendo demasiado brusco, que ella era demasiado tímida e inocente para aquello.

Entonces fue ella quien le besó a él.

Capítulo 5

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Kitty jamás hubiera imaginado que la boca de un hombre pudiera llegar a ser tan abrasadora por dentro. Knight sabía a té, a café y a Knight, y quería más. Kitty logró liberarse de su abrazo sin dejar de besarlo. Entonces le echó los brazos al cuello e introdujo sus dedos en su abundante y oscuro cabello, acercándolo todavía más a ella.

Él la estrechó todavía más fuerte. A ella le encantaba, le encantaba la sensación de seguridad que sus fuertes brazos le transmitían, le encantaba la forma en que Knight presionaba sus muslos contra los suyos. La lengua de Knight se deslizó entre sus labios para introducirse en su boca y aquélla le pareció una experiencia similar a la de la primera vez que probó el helado italiano.

Qué vulgar. Qué malicioso. Qué maravilla.

Él tiró de ella hasta lograr sentarla en sus rodillas. Sus labios no se separaron en ningún momento. Kitty se sentía placenteramente diminuta a su lado y se acercó a él todo lo que pudo, presionando sus senos contra su pecho para aplacar el súbito cosquilleo que se había apoderado de ellos.

Ahora Knight tenía las manos libres para poder recorrer con ellas su cuerpo, y aquello fue justamente lo que hizo. Sus fuertes manos en su trasero, sus manos ardientes en el canesú. Dios santo, ¿cuántas manos tenía aquel hombre?

No las suficientes. Quería más.

Knight intentó desabrocharle los botones de la espalda del vestido. Su falta de maña le hubiera parecido graciosa si no fuera porque tenía una necesidad apremiante de sentir el tacto de sus manos ardientes en su piel desnuda. Tras desenroscar sus dedos de un rizo de su cabello, Kitty alcanzó su espalda a tiempo para poder apartar sus manos y hacerlo ella misma.

Knight parecía impaciente. Con una urgencia adorable tiró de su escote y dejó al descubierto el borde de sus senos. Las manos de Kitty avanzaron torpemente por los botones cuando la boca de Knight entró en contacto con su abrasadora piel. Oh, Dios mío. Oh, sí. Kitty arqueó la espalda para acercar todavía más sus senos a los labios y la lengua sedientos de Knight. Ella notó que Knight tiraba con fuerza del canesú para quitárselo.

Los botones terminaron cediendo y la seda se deslizó por su cuerpo hasta llegar a la cintura. Kitty se rió y volvió a introducir los dedos en su cabello, mientras él sumergía su rostro en su pecho con un gruñido. Los botones no importaban, el vestido no importaba. De todos modos tenía planeado estropearlo antes de que Bitty lo pudiera ver.

«Los botones de Bitty.»

«El vestido de Bitty.»

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«El marido de Bitty.»

Kitty soltó un grito y logró liberarse del abrazo de Knight, de su ardiente boca y de sus fuertes e intrépidas manos.

Knight permaneció sentado, con una expresión de asombro; en el rostro y las manos vacías.

—Pero…Bettina…

Kitty utilizó ambas manos para subirse el canesú y cubrir su torso desnudo.

— ¡Soy una persona terrible! ¡Oh!, ¡Dios mío, perdóname!

Quería volver corriendo a su habitación, con la falda a rastras, los botones rasgados…lejos de Knight, pero sobre todo lejos de la malvada y perversa persona que era ella. Pero ¿de qué iba a servir? Seguiría siendo la mujer incorrecta en la casa incorrecta, la mujer incorrecta entre sus brazos.

Aquella negativa había puesto al límite la paciencia del señor Knight, puesto que se puso en pie bruscamente y dijo.

— ¿Qué significa este espectáculo?

Kitty dio un paso atrás en respuesta a la terrible expresión de su cara. Entonces se detuvo y alzó la barbilla.

—Me disculpo por haber perdido el control, señor Knight.

Él se pasó la mano por el cabello.

—No era precisamente el control lo que tenía usted que recuperar—murmuró.

En realidad, no podía estar más de acuerdo con él. Hubiera sido fantástico haber olvidado que estaba estremeciéndose de placer en las rodillas del marido de su hermana. Sabía que aquella explicación no le bastaría a1 señor Knight. Pero ¿cómo iba a encontrar una explicación convincente para aquel súbito cambio de actitud? Con una mano se paso unos pelos sueltos por detrás de la oreja y con la otra se cubría con el canesú.

Knight estaba delicioso, tan aturdido y desorientado, despojado de su habitual actitud distante. La miró a los ojos, con la mandíbula desencajada y la cara enrojecida. A Kitty no le asustaba su genio. De hecho, lo prefería así, nervioso y agitado, a frío y remoto. Lamentablemente, la culpa de que él se hallara en aquel estado era suya.

Knight se dio la vuelta, dejando entrever una grave expresión de frustración

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en su rostro. Se puso el chaleco en su sitio.

—Señora Knight—dijo sin volverse— ¿Podría explicarme cuáles son las razones que le impiden consumar nuestra unión?

Oh, Dios. Alfred el odioso había vuelto. Kitty suspiró. Debía convencerlo para que aminorara el paso, sólo un poco más, antes de que Bitty volviera. Kitty respiró hondo.

—En casa siempre me han protegido mucho, señor Knight.

Él asintió bruscamente.

—Así es.

Kitty prosiguió, tanteando el terreno:

—Durante la corta duración de compromiso no tuve tiempo para prepararme. —Al menos eso era cierto.

—Ah. Mmmm.

—Y…bueno…eso es todo.

Odiaba el tono vacilante de su respuesta, pero era demasiado tarde para retroceder. Era una simple y llana mentirosa, así de sencillo. Knight le lanzó una mirada de desconfianza y apartó rápidamente la vista de ella.

—Así que no me rechaza porque…—carraspeó—quiero decir, que no ha tenido ninguna experiencia pasada que le haya vuelto reacia a…las relaciones.

Dios mío. Knight parecía estar pasándola peor que ella. Kitty arrugó la frente. Era imposible que Knight supiera algo sobre el encuentro que Bitty había mantenido con aquel horrible personaje que era Tuttle. No, nadie lo sabía a excepción de ella y dos buenas amigas

—No—contestó, esperando haber dado la respuesta correcta—nada de eso, sólo es que…

Oh, al demonio con todo. Kitty levantó las manos en el aire, pero tuvo que llevarse una al pecho para sujetar el canesú.

—Usted dijo que no le gustaban los comportamientos escandalosos, ¿verdad? Pues creo que de acuerdo a las normas de conducta de la mayoría podríamos tachar este número en la silla del despacho de escandaloso.

Él se volvió sorprendido. Su bello rostro era una mezcla de comprensión y fastidiosa aceptación.

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—Pero Bettina, su pasión puede ser algo maravilloso si la sabe administrar bien. —Sonrió con cierto aire de suficiencia—Sólo que usted la aplica a todos los aspectos de su vida, algo que resulta intolerable en una esposa.

Kitty parpadeó. Sus peores predicciones se acaban de cumplir.

— ¿Que está usted diciendo? ¿Que sólo permitiría a una mujer que conservara su naturaleza impulsiva y tempestuosa siempre y cuando la dedicara únicamente a su placer exclusivo y la ocultara en los demás aspectos de la vida?

Knight la miró asombrada.

—Bueno, dicho así…

Kitty advirtió la frustración en su rostro.

—Señor Knight, podría dedicar el resto de mi vida a explicárselo pero permítame simplificar las cosas. Usted no puedo cambiar a una persona sin su cooperación. Si quiere algo de alguien, le recomiendo que simplemente lo pida. —Kitty echó un vistazo a su vestido destrozado—Y mientras usted reflexiona sobre su horrible e impulsiva actitud, subiré a cambiarme. —Y se volvió de espaldas para abandonar el despacho.

Knight carraspeó y dijo.

—Bettina…si usted…

Kitty se volvió sorprendida hacia él. Su tono había sido casi cortés.

—Sí, ¿señor Knight?

—Me haría muy feliz que se pusiera uno de los vestidos que adquirí para usted. —Parecía estar esforzándose—Por favor.

Nada la haría más feliz también a ella.

—Lo haré encantada. —Kitty sonrió y sacudió la cabeza— ¿Ve cómo no era tan difícil?

Aquello lo animó a continuar, arruinando de este modo la buena impresión que había causado en ella.

—Tenía intención de que nos encontráramos con una amiga esta noche. ¿Quizás el vestido rojo de rayas?

— ¿Escogiendo por mí, señor Knight?—Kitty afiló la mirada—No tiente su buena suerte.

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La mirada de Knight se ensombreció. Ah. Quizás era ella quien estaba tentando su suerte. Kitty respondió a su enfado con una sonrisa divertida y saltó de la habitación, sujetando todavía el canesú destrozado con la mano.

En aquella ocasión Knight tardó un buen rato en recuperar la compostura, pero acabó consiguiéndolo. Cuando el reloj de la casa tocó las doce del mediodía, él volvió a ser un hombre al cargo de sus pasiones.

Cuando Bettina bajó las escaleras no llevaba el vestido rojo, sino el verde pálido, pero su elección era de lo más apropiada. A Knight le alegró saber que el vestido le sentaba tan bien a su tez, haciendo que su pálida piel resplandeciera como el marfil, y sus labios lucieran voluptuosos y apetitosos. Como mínimo, no cabía duda de que el vestido era el responsable de este cambio.

De hecho, jamás la había visto tan bien. Después de todo, parecía que se había casado con una mujer bastante bonita. Quizá debía hacerle preguntas corteses más a menudo. Quizás así conseguiría que vistiera mejor.

Satisfecho con los resultados de su nueva estrategia, Knight no esperó a que el carruaje doblara la primera esquina para hacerle una nueva petición.

—Le agradecería sobremanera que abandonara sus formas habituales y procurara comportarse con decoro durante nuestra visita. El marido de la señora Arden era un buen amigo mío y ahora soy yo quien está al cargo de sus negocios. Le pediría que evitara todo tipo de actitudes vergonzosas en su presencia—vaciló unos instantes—Por favor.

Bettina parpadeó lentamente. A continuación esbozó una bella sonrisa.

— ¿Podría darme por escrito lo que tengo que decir?

Excelente. La nueva estrategia funcionaba a las mil maravillas.

Knight agitó las manos en el aire.

—No será necesario. Limítese a comportarse conforme a lo acordado.

A Kitty le aparecieron los hoyuelos.

—Nada me hace más feliz, señor.

Knight la ayudó a bajar del carruaje, felicitándose para sus adentros.

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La señora Arden era viuda. Kitty se había dado cuenta. Una viuda afectuosa y elegante que el señor Knight parecía conocer muy bien. Kitty no sabría decir exactamente por qué pero la familiaridad con la que Knight había saludado a la señora Arden–tan opuesta a la cortés inclinación efectuada a las demás señoras presentes–y la afectuosa respuesta de la viuda le incomodaron bastante.

¿Amante? Quizá no. Kitty no pudo percibir atracción alguna entre ellos, pese a que ella era muy atractiva. Claro que ahora el señor Knight estaba casado, o al menos eso era lo que él creía. Quizá fuera un tirano rígido e insoportable pero aquello no quitaba que fuera un hombre honorable. Kitty se jugaría la herencia de Bitty a que Knight era tan exigente respecto a su propio comportamiento como lo era con el de los demás, o incluso más.

Así pues, ¿por qué le dolía tanto la relación que había entre Knight y la señora Arden? Quizá fuera porque la señora Arden contaba con la total aprobación del señor Knight. Aprobación con la que ella no contaba ni contaría jamás. Aprobación con que tampoco contaría Bitty, por supuesto.

Quizás aquélla fuera la razón por la que Kitty sacó el demonio que llevaba dentro cuando la señora Arden le dedicó una afectuosa sonrisa de bienvenida.

— ¡Señora Knight! Qué alegría conocerla al fin. Por favor, siéntese.

Kitty no se inmutó. La señora Arden, con la mano todavía alzada, le indicó un asiento. Knight le lanzó una mirada. Kitty se limitó a parpadear.

—Siéntese Bettina—masculló Knight. Kitty se sentó con tal celeridad que los traseros de las otras mujeres se elevaron unos milímetros de sus cojines. Una de ellas rió disimuladamente. Kitty se limitó a sonreír amablemente a todos los presentes.

—Ah…señora Knight, ¿ha disfrutado del espléndido tiempo que hemos tenido esta semana?

Knight contempló asombrado a su esposa, que permanecía en silencio con las manos en su regazo y sin la más mínima intención de responder.

Knight advirtió las miradas de extrañeza en las mujeres. Bitty estaba dando todo un espectáculo. Knight notó que se levantaba en él una nausea. Knight se acercó a Bitty por la parte trasera del sofá y le dijo en la oreja.

— ¿Qué está haciendo?

—Hago lo que usted me ha pedido.

Knight presionó sus dedos contra la parte inferior del sofá hasta que los

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nudillos se volvieron blancos.

—Converse con la señora Arden.

Bettina se dirigió a la anfitriona.

—No, señora Arden.

Visiblemente sorprendida, la señora Arden parpadeó.

—No qué, ¿señora Knight?

—No he disfrutado del espléndido tiempo esta semana.

— ¿Acaso no le gusta el sol, señora Knight? Lo encuentro vigorizante, después de tanta lluvia.

—Adoro la luz del sol, señora Arden. Sólo que el señor Knight no me ha permitido salir de casa en unos cuantos días.

Las otras dos chicas intercambiaron miradas de complicidad. Una de ellas soltó una risita, que intentó ocultar tapándose la boca con la mano. Knight pudo oír con claridad que alguien decía: «¡recién casados!»

Bettina continuaba sonriendo insípidamente a su anfitriona. Si Knight no la conociera mejor, hubiera creído que era completamente estúpida. Pero Knight no iba a volver a caer. No era idiota. Era perversa.

La señora Arden recuperó la compostura y fijó su atención en él.

— ¿Cómo se encuentra de salud, señor Knight?

Knight abrió la boca para responder pero su esposa se le adelantó.

—El señor Knight ha estado afectado de indigestión. Me temo que no tolera sus propios guisos demasiado bien.

— ¿Sus propios guisos? ¿Lo ha abandonado su cocinera, señor Knight?

—Oh, no—respondió ella diabólicamente—ha enviado todos los sirvientes de vacaciones. Quería que nos quedáramos solos en la casa.

Se oyeron risas ahogadas. Incluso la señora Arden parecía tener dificultades para mantener su expresión cortés. Knight se volvió a acercar a Bitty.

— ¿Qué está haciendo?—dijo entre dientes.

—Converso con la señora Arden, señor—respondió con toda normalidad.

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La señora Arden soltó una risa.

—Es usted tan formal, señora Knight. ¿Siempre se dirige a su esposo en estos términos?

Knight se puso tenso. Aquel cambio de tema no era todo lo indefenso que la anfitriona creía.

Bettina lo negó con la cabeza.

—Oh, no, señora Arden. También lo llamo Alfred Theodious.

Pronunció el segundo nombre de una forma un tanto curiosa, casi como «Alfred te odio«. Knight notó que se ponía rojo. Una de las chicas soltó una carcajada. La mismísima señora Arden no pudo evitar soltar unas risitas, que luego intentó disfrazar bajo un acceso de tos.

—Señora Knight—alcanzó a decir entre dientes—Le ruego que deje de conversar con la señora Arden.

—Por supuesto.

La señora Arden recuperó la compostura, pero por parte de Knight la visita se había terminado. Tras obligar a levantarse a Bettina un tanto bruscamente, la señora Arden se inclinó hacia él.

—Me gusta, Knight—le susurro—Creo que te hará muy bien.

—Pues yo creo que va a acabar conmigo. —Mientras apremiaba a su esposa a salir de la casa, Knight apenas pudo intercambiar las cortesías de rigor. Podía notar los rumores resplandeciendo como llamas de una hoguera tras de sí.

El carruaje se incorporó a la calle dando tumbos. Kitty aprovechó el impulso para repantigarse en los cojines y rió enérgicamente.

—Oh, Dios mío, qué risa.

La expresión de Knight era de incontenible ira.

—Ha sido una actitud inexcusable.

—Oh, pobre Knight. ¿Qué he dicho que sea tan terrible? Me he limitado a decir la verdad.

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— ¡Sabe exactamente a qué me refiero! Usted…Ellas creen…

—Ahora ellas creen que soy un poco estúpida y usted un semental. Algo que tampoco se aleja mucho de la verdad, vaya.

—Usted es cualquier cosa menos estúpida—dijo, soltando un gruñido—Es más astuta que un zorro.

Kitty parpadeó.

— ¿De verdad? ¿Lo dice de verdad?—Kitty le sonrió—Es lo más bonito que me ha dicho hasta la fecha. —La sonrisa se fue borrando—Claro que es prácticamente lo único que me ha dicho hasta la fecha, sin contar las órdenes que me ha dado claro está.

—Eso no es verdad.

—Oh, sí—le dijo Kitty—Sí lo es. En realidad no creo que ni siquiera le guste. ¿Por qué quiso casarse con…? ¿Por qué me propuso matrimonio?

La miró con el ceño fruncido.

—Usted sabe por qué.

Naturalmente, ella no lo sabía. Pero se suponía que Bitty sí.

—Mmm. —Kitty apartó la vista de él.

— ¡Es usted la mujer más difícil que conozco!

A pesar de los esfuerzos que había puesto en serlo, Kitty se sintió dolida. Bitty era la esposa que él quería. Jamás lo pondría en duda ni lo dejaría en evidencia en público. Bitty era una dama, una dama de pies a cabeza. En algún momento de aquellos últimos días, Kitty había dejado de ser una caricatura de Bitty para ser ella misma.

«Y soy una mujer difícil.»

Se alegraba de pensar que jamás sería su esposa. O lo volvía loco a él o bien la encerraban a ella.

Kitty se cruzó de brazos y le sonrió.

—Y usted es el hombre más autoritario que conozco.

Parecía desconcertado.

—No lo soy. Soy un hombre muy razonable.

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Ella puso los ojos en blanco

—Todo el mundo se considera a sí mismo razonable, sobre todo los que no lo son.

El señor Knight abrió la boca para replicar pero ¿qué decir para refutar la evidencia de lo que acababa de decir? esperó, pero él se limitó a dejar escapar un suspiro y volvió la cara hacia la ventana.

Un acalorado silencio invadió el carruaje e hizo sentir incómoda a Kitty. Con lo divertido que le había parecido torturarlo y ahora se arrepentía. Si bien había creído que el principal problema de Knight eran sus rígidas formas, ahora tenía la sensación de que tenía más que ver con su aversión al espectáculo público.

Incapaz de luchar contra la sensación de que había ido demasiado lejos, Kitty se volvió hacia él.

—Señor Knight, lo siento—le dijo con toda sinceridad—No pretendía herirlo. —Los ojos oscuros de Knight se posaron en su cara. Kitty respiró aliviada—Quizá si me hiciera saber por qué siente esa aversión a los chismorreos…

Knight apartó la vista, sobresaltado, y golpeó en la trampilla que tenía encima de la cabeza. El cochero la abrió y Knight gritó:

— ¡Deténgase aquí! Necesito comprar algo.

El carruaje se detuvo frente a una tabaquería pero Knight saltó del carruaje antes de que se pudiera detener por completo. Knight huía de aquella pregunta inocente completamente molesto. Una vez más se asombró de lo poco que aquel hombre sabía de ella, de lo poco que aquel hombre imaginaba que ella lo estaba engañando.

Injusto. Injusto para él y para ella. Si Bitty no volvía hoy mismo, iba a tener que contarle a Knight la verdad.

Mientras tanto, mejor sería dejar las cosas así, con él pensando que ella era fría y perversa. La expresión del rostro de Knight cuando saltó del carruaje era tan…

Era un rostro tan delicado y un hombre tan atractivo. Y ella ¿qué estaba haciendo? Jugar con él, engañarlo. Hacer todo lo que iba en contra de todo en lo que ella creía. Pero ¿qué malévolo impulso la había llevado a recorrer el pasillo del altar y llegar hasta él, como si aquel hombre no fuera nada más que una estatua descarnada y sin corazón? ¿Qué había llevado a Bitty a permitirlo?

Furiosa, Kitty miró por la ventana del carruaje. Se vio reflejada en el cristal de la tabaquería; un rostro pálido dentro de un cuadrado insertado en un elegante

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y resplandeciente carruaje. Llevaba el sombrero un poco descentrado pero no le importaba.

En la calle, una mujer se detuvo para mirarse el sombrero en el cristal. Su rostro se reflejaba en él justo por debajo del suyo. El sombrero era caro pero algo vulgar. Un lazo de seda naranja adornaba unas flores color escarlata. Era realmente horrendo. Kitty posó su mirada distraída en el reflejo de aquella mujer y miró hacia otro lado.

Oh. Dios. Aquella mujer se llevó la mano a la cabeza para apartar de su rostro un cabello suelto y sus miradas se encontraron en el cristal. Sus ojos marrones se abrieron de par en par.

Bitty Trapp se volvió hacia ella y echó a correr justo en el momento en que su hermana abría el pomo de la puerta del carruaje para salir. Al saltar del carruaje Kitty casi se cayó al suelo. Pasó volando por el lado del cochero y salió en persecución de su hermana. Al pasar por delante de la tabaquería ni siquiera se percató de la presencia de Knight, que salía de la tienda y la llamaba desconcertado.

El sombrero de Bitty asomaba por entre la gente. Mientras corría, Kitty intentaba concentrar la mirada en las flores escarlatas.

No era tarea fácil, puesto que las cabezas y las espaldas de los peatones bloqueaban su línea de visión. ¡Maldita fuera Bitty! ¿Es que todo el mundo en Londres era más alto que ellas?

Kitty se detuvo ante una pila de cartones en la entrada de un callejón con la intención de encaramarse a uno de ellos. Buscó las flores escarlatas desesperadamente. Desde ahí podía ver casi toda la manzana, pero el inconfundible sombrero de Bitty no aparecía por ningún lado.

De pronto, oyó ruido de pasos y un grito muy femenino. Kitty agudizó la vista. Sólo Bitty era lo suficientemente estúpida como para meterse en aquel callejón oscuro. Kitty bajó de un salto de su posición privilegiada y se adentró en aquel callejón con la intención de investigar. Cuando vio a su hermana, le entraron ganas de asesinarla.

Kitty se detuvo en seco ante lo que vieron sus ojos. Bitty–no había duda de que era ella–había sido rodeada por tres hostiles personajes que le bloqueaban el paso. Le habían quitado el horrendo sombrero de la cabeza y lo habían arrojado al suelo. Aquellos tres hombres no parecían lamentar su acto.

Aquel día todo el mundo parecía querer matar a su hermana.

—Por favor—tartamudeó su hermana—déjenme pasar.

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Kitty deslizó la mano dentro del canesú y palpó el frío acero. Retiró el cuchillo de su funda y pasó sus dedos por la hoja. Estaba demasiado lejos como para actuar con precisión. Ocultó la mano en los pliegues de la falda y se fue hacia ellos.

— ¡Bitty! ¡Querida! ¡Tenemos que irnos!

Fingir seguridad siempre era mejor que demostrar miedo, y aquélla no iba a ser una excepción. Aquellos tres tipos se pusieron en guardia. Kitty salió disparada hacia el lugar en que se encontraba Bitty y la sujetó del codo.

—El señor Knight nos está esperando en la esquina, querida.

El propósito de aquel mensaje era espantar a los rufianes. Pero por desgracia. Bitty no lo terminó de captar. Justo cuando estaban a punto de conseguirlo. Bitty se detuvo en mitad de la calle y se negó a continuar andando.

— ¡No, Kitty!, yo…

Kitty se volvió hacia su hermana y le dedicó una brutal sonrisa.

—Bitty, cariño, eso lo discutiremos más tarde. Ahora tenemos que irnos.

Aquella interrupción había proporcionado a aquellos tres hombres el tiempo necesario para recuperarse de su sorpresa.

—Ah, no, no se vayan—dijo uno de los hombres con una malévola sonrisa— ¡parece que hemos conseguido dos por el precio de una, chicos!

Al fin Bitty pareció entender la situación, ya que se apresuró a ocultarse detrás de Kitty, muerta de miedo. Era demasiado tarde. El tercer rufián, un hombre descomunal con manos como palas, les bloqueó la salida a la civilización.

—Bitty—susurró Kitty a su hermana— ¿llevas el cuchillo encima?

Bitty soltó un gemido de impotencia.

— ¡Sólo lo llevo en los bailes!

—Oh, por el amor de Dios. —Kitty avanzó llevando a rastras a su hermana y se plantó frente al hombre pala—Nos están esperando—le advirtió—en cualquier momento vendrá alguien a buscarnos, así que le recomiendo que nos deje pasar—le dio un codazo a Bitty—Entrega a estos señores tu bolso, querida. Estoy segura de que será más que suficiente para compensarlos por el tiempo que han invertido en nosotras.

— ¿Por qué no les entregas el tuyo?—protestó Bitty.

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Kitty fingió una sonrisa amable y le dijo.

—He olvidado el mío en el carruaje, querida. Entrega a estos señores tu bolso ahora mismo.

A sus espaldas, Kitty advirtió el movimiento de los hombros de su hermana al lanzar el bolso a uno de los rufianes. Kitty se volvió un momento y pudo ver al líder, un tipo con cara de rata al que le faltaban la mayoría de dientes, rebuscando ansiosamente entre las cosas de Bitty.

— ¡Oh, pero aquí no hay ni un solo céntimo!—Lanzó el bolso furioso a los sucios adoquines y se dirigió hacia ellas— ¿A qué están jugando?

Oh, mierda.

—Bitty, ¿es qué olvidaste la regla de oro de mamá?

— ¡Claro que no! Es que me he gastado todo el dinero en el sombrero.

— ¡Maldita sea!—dijo el líder.

—Eso es justo lo que pienso yo—murmuró Kitty, en guardia para la batalla—Estoy harta de tener que rescatarte, Bettina Trapp—susurró— ¿Cuándo vas a empezar a cuidar de ti misma?

—Casarte con el señor Knight fue idea tuya, Kitty—dijo Bitty entre dientes. Sus espaldas fueron presionándose a medida que los hombres las fueron rodeando. Kitty notó que Bitty se agachaba para recoger algo del suelo, un palo de madera con la punta magníficamente astillada.

Si aquel tenía que ser su fin, Kitty quería decir unas últimas palabras.

—Bitty, no sabes el daño que has causado a tu esposo.

Bitty dio un resoplido e intentó golpear una mano mugrienta con la astilla de madera.

—Has compartido cama dos noches. Katrina. A estas alturas él es tu esposo.

Kitty apretó los dientes.

— ¡Sólo me fui con él a su casa para evitar un escándalo! ¿Y tú por qué huiste?—dijo, alzando el cuchillo para que lo pudieran ver sus atacantes. Aquello causó un poco de revuelo. Al parecer, la indefensión femenina de las hermanas, pudo más que sus precarias armas, porque el círculo predatorio no se detuvo.

Bitty le dio una patada a uno que se acercó más de la cuenta y clavó su palo astillado a otro.

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—No es verdad que huyera… ¡Ay!

Kitty notó que Bitty había recibido el impacto de uno de los vengativos puños de los rufianes. Kitty volvió hacia los asaltantes, lista para atacarlos con el cuchillo. Estaba de cara a la salida pero no alcanzaba a ver mucho detrás de las manos del gigante que la bloqueaba.

— ¿Qué estás diciendo?—dijo a su hermana. — ¡Claro que huiste!

—No…—Bitty se vio interrumpida. El muy cabrón del gigante le había pegado un puñetazo en la boca a su hermana. Se iba a acordar de su nombre, el hombre-pala. Sí, señor.

—No huí—continuó Bitty—me fugué con mi amante.

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Capítulo 6

Knight estaba histérico. Bettina había desaparecido de la faz de la tierra en cuestión de segundos, la había intentado seguir pero la masa de londinenses que disfrutaba de una tarde de compras había engullido sus formas menudas casi de inmediato.

Tras refugiarse en la tabaquería entendió que ella tenía razón. Si le contaba las vejaciones y humillaciones a las que se había visto sometido en el pasado, estaba seguro de que se avendría a sus deseos. Al fin y al cabo, no era una mala persona. Cuando quería, podía ser muy agradable. Al pensar en la cena, una fugaz sonrisa asomó en su cara. Como mínimo era una compañía estimulante.

Aquél no era uno de los barrios más peligrosos de la ciudad pero tampoco era de los más seguros. Los mismos que acudían a aquella zona para gastar sus sueldos en ella, atraídos por el comercio, atraían a todos aquellos que no querían trabajar para tenerlos. En aquella zona, pues, abundaban los carteristas, los ladrones e incluso personajes más indeseables moraban en las sombras y los callejones.

Cerca del lugar en el que había visto a Bettina por última vez. Knight descubrió un callejón. Pero su astuta esposa jamás entraría en un lugar tan peligroso. Hubiera apostado cualquier cosa. En aquel justo momento oyó la voz airada de su esposa procedente de aquel mismo callejón.

— ¿Te fugaste?—La impresión le hizo olvidar las enseñanzas de la tía Clara y Kitty bajo la guardia. Se percató de su error casi al instante, pero el hombre-pala fue más rápido que ella y le rodeó el cuello con su grueso brazo.

Por mucho que quisiera, su venganza tendría que esperar. Una mujer tenía sus prioridades. Como por ejemplo respirar. Kitty se apresuró a sacar el cuchillo y propinó una cuchillada en el aire. Aquel grandullón se retorció de tal modo que no lo llegó a tocar. Kitty lo volvió a intentar pero el cuello le dolía demasiado y las rodillas le estaban empezando a fallar. Alcanzó a ver a Bitty, que había sido aplacada y desarmada por los otros dos hombres.

Aquellos dos rufianes se llevaban a Bitty a la parte más oscura del callejón.

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Kitty se retorcía para liberarse de las garras del gigante pero por más que lo intentaba no lograba pensar en algo con un mínimo de sentido que las pudiera salvar.

Los chillidos de Bitty eran insoportables. A Kitty se le empezó a nublar la vista. De pronto tuvo la certeza de que ella y su hermana no iban a sobrevivir.

Una bestia entró rugiendo en el callejón. Una bestia misteriosamente bella de ojos color obsidiana y mirada furiosa.

Knight agarró al bruto que estaba a punto de asfixiar a su mujer y lo mandó dando tumbos al suelo. Bettina se levanto haciendo un gran esfuerzo, tambaleándose, respirando agitadamente. Knight quería correr hacia ella pero en realidad tenía ganas de matar a alguien. El grandullón escogió por él.

El rufián se abalanzó sobre Knight con los puños como jamones. A pesar de recibir un buen puñetazo en el hombro. Knight logró esquivar la mayoría de golpes y, además, también pudo propinar unos buenos ganchos a aquel grandullón. Teniendo en cuenta las dimensiones y la brusquedad de aquel hombre, la cosa estaba yendo mejor de lo que Knight esperaba. Incluso parecía que el gigante estuviera retrocediendo, como si esperara.

— ¡Knight! ¡Detrás de ti!—El grito ronco de Bettina le permitió esquivar a los otros dos rufianes, que surgieron inesperadamente de las sombras. La advertencia de Kitty había costado a aquellos tres hombres una victoria fácil. Uno de los hombres le propinó una patada al pasar por su lado. Ella grito de dolor y volvió a desplomarse en el suelo.

Knight tumbó a aquel hombre de un solo y sentido golpe. El rufián quedó rendido en aquel suelo mugriento, con la mandíbula torcida. Bettina se volvió a sentar en el suelo y saludó a Knight con la cabeza, con la mano todavía en el cuello. Él la saludó apresuradamente y volvió a zambullirse en la pelea.

El recién llegado vio a su compañero tendido en el suelo y decidió tomar precauciones, así que se agachó y se hizo con un tablón de madera. Knight dio un paso atrás previsoramente, puesto que la longitud de la madera era mayor que el espacio que los separaba. Knight no dejaba de moverse, quería tener a aquellos dos hombres bien controlados.

El gigante se abalanzó sobre él. Knight se agachó y recibió el impacto del puñetazo en el hombro. Ambos cayeron al suelo. Aquel hombre era enorme, un luchador fuerte y bien formado. Unos cuantos golpes de Knight hicieron que aquella cabeza cuadrada retrocediera tambaleándose unos cuantos pasos, pero

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aquel rufián se recuperó de inmediato y logró inmovilizar a Knight con una llave con la que casi le rompió la espalda.

Kitty contempló con horror como aquellos dos hombres se abalanzaban sobre Knight. Él la necesitaba. ¡El cuchillo! Se le había caído al suelo en mitad de su aturdimiento. Kitty hizo caso omiso de la basura que cubría el suelo y se puso a buscar desesperadamente el cuchillo. La luz era débil y el cuchillo tenía que estar también muy sucio. Por el amor de Dios, ¿dónde estaba el condenado cuchillo?

Milagrosamente, sus dedos se encontraron con la empuñadura. Kitty se apresuró a limpiarla con su maltrecho vestido. No iba a fallar por culpa de una empuñadura resbaladiza. Alzó el cuchillo y lo dirigió hacia la pelea, avanzando con dificultad hacia aquellos tres hombres, justo cuando el más menudo de los asaltantes empezaba a golpear al inmovilizado Knight con el tablón.

— ¡Cobarde!—dijo ella entre dientes, pero aquél no era su objetivo. Debía encontrar al hombre-pala. Cara de rata no era nadie sin el gigante. Pero no alcanzaba a ver bien. Decidió acercarse más. Knight continuaba resistiéndose, pero Kitty lo veía cada vez más débil. En aquel momento Knight dio una furiosa patada, alcanzando de lleno a cara-de-rata en la ingle.

Lentamente y sin hacer el menor ruido, el hombre cayó al suelo. A continuación dio una gran bocanada de aire, como si sus pulmones se estuvieran preparando para el alarido de agonía que iba a dar a continuación. Su grito fue tan sobrecogedor que el gigante se detuvo. Aquélla era su oportunidad. Justo en aquel momento Knight se percató de su presencia, cuchillo en mano. Knight abrió los ojos.

— ¡Knight!, ¡apártese!—gritó. Sin apenas dudarlo, Knight se agachó.

La hoja del cuchillo salió volando por los aires. Era el mejor lanzamiento que Kitty había hecho en su vida. La hoja se clavó en el hombro del gigante. El brazo izquierdo de aquel hombre perdió la fuerza de inmediato. El gigante soltó a Knight y dio unos pasos atrás tambaleándose, con la mirada fija en la empuñadora del cuchillo.

Luego logró sacárselo. Kitty tragó saliva. Oh, Dios mío. Sangre, un chorro de sangre. Aterrorizado, el gigante se sujetó el hombro manchado de sangre con el brazo y echó a correr.

Knight logró ponerse en pie sin apenas poder respirar. Con lágrimas en los ojos, Kitty comprobó que Knight no estaba herido. ¿Por qué se echaba a llorar ahora que todo había terminado?

Muy impropio de una dama.

— ¿Estás bien, amor?

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Semejante muestra de cariño le hizo llorar todavía más. Quería que fuese verdad, que ella fuese su amor. Kitty dio un paso adelante con las rodillas temblorosas y se lanzó a sus brazos. Entonces cara-de-rata apareció tras de él.

— ¡No!—En aquella ocasión la advertencia no llegó a tiempo. El tablón dio justo en la cabeza de Knight, enviándolo dando tumbos al muro de ladrillos del callejón. Knight cayó desplomado en el suelo.

Cara-de-rata dejó caer el tablón al suelo y se fue aproximando a ella, casi violeta de ira.

—Lo vas a pagar caro, ya verás. Vas a…

Se oyó un ruido sordo. El hombre se hundió como una piedra a los pies de Kitty. Ésta estaba demasiado conmocionada como para poder moverse pero alzó la vista y se encontró a Bitty, que sostenía el tablón con las manos.

— ¡Cerdo!—gruñó Bitty a su víctima— ¡Cerdo asqueroso!

Kitty se sintió como si el mundo cambiara bajo sus pies.

¿Bitty golpeando a alguien? ¿Bitty diciendo palabrotas? ¡Bitty jamás decía palabrotas!

Kitty oyó un gemido. Knight yacía desplomado junto al muro de ladrillos del callejón. Kitty se arrodilló a su lado.

—Por cierto—Bitty se agachó y recogió su maltrecho sombrero—ahora soy la señora de Wesley Merrick. Casada en Escocía, como Dios manda, y no hay nada que tú o mamá puedan hacer para evitarlo.

Kitty levantó su cabeza sorprendida

—Pero… ¡esto es bigamia! ¡Pero si tú estás casada con el señor Knight!—La traición atravesó su corazón— ¿Y qué pasa conmigo? ¡Hice los votos en tu nombre!

Bitty levantó la barbilla.

—Sí, tú hiciste los votos, porque no podías dejarlo pasar, ¿verdad? ¿Por qué querías forzarme a casarme con alguien que detestaba?

Kitty posó su mano en el hombro de Knight, protegiéndolo del desdén de Bitty.

— ¿Cómo puedes decir que lo detestas? Es el mejor hombre que he conocido jamás.

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Bitty la miró fijamente.

— ¿No sabes quién es? Es el hermano de John Tuttle, lleva la misma sangre que el hombre que intentó aprovecharse de mí y quedarse con mi herencia. El señor Knight vino a terminar el trabajo sucio. ¡Me amenazó con airear la historia sí no me casaba con él!

—Imposible—dijo Kitty rotundamente—Él jamás haría algo así.

Bitty se echó el cabello enmarañado hacia atrás.

—Bueno, en realidad lo insinuó, si tanto te interesa. Se alzó oscuro e imponente ante mí y me dijo que el buen nombre de su familia dependía de mi decisión, recordándome lo de Tuttle.

Kitty estaba asombrada. ¿Todo aquello porque Bitty creía que Knight la estaba chantajeando? Para pensar semejante atrocidad sobre un ser maravilloso, el temor y el odio a Tuttle tenían que haber envenenado los pocos momentos que Bitty había pasado en compañía de Knight.

—Pero… ¿y tú te has fugado con Wesley Merrick? ¡Pero si él ayudó a Tuttle aquella noche!

Bitty se cruzó de brazos.

—Se disculpó. Muy afectuosamente. Estuvimos carteándonos durante semanas. Además, fue Tuttle quien lo obligó a hacerlo. El pobre Wesley es muy influenciable. Y fui yo quien pedí su mano.

¿Su mano? ¿Y Bitty era quien llevaba la iniciativa de los dos? Entonces Wesley debía de ser una persona muy influenciable.

Kitty hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Bitty, quizá nos parezcamos mucho pero jamás te había entendido tan poco. ¿Cómo me has podido hacer algo así?

—Sólo quería llevar las riendas de mi propia vida, sin que nadie me pudiera detener.

— ¡Me lo tendrías que haber dicho!

—Lo intenté, de verdad. Pero temía que se lo dijeras a mamá. Entonces tendría que haberlo dejado correr. Yo no soy como tú, Kitty. Tú siempre sabes lo que quieres. Yo nunca estoy segura de nada. Y cuando lo estoy la gente me habla, me habla y ¡cambio de opinión!

Kitty asintió. Era verdad. Bitty apartó la mirada.

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—Así que dejé que tú te ocuparas de todo por mí—respondió, mirando de nuevo a Kitty—Pensé que inmediatamente darías la voz de alarma. Jamás pensé que fueras capaz de irte con este…este hombre.

Kitty se dio cuenta de que su hermana era sincera en todo lo que decía. Aquel pensamiento la reconfortó. Bitty había reaccionado de forma inconsciente y cobarde, pero no había sido una actitud maliciosa.

—Bueno, pues lo hice. Ahora tendrás que venir con nosotros y hablar con papá y mamá—dijo Kitty—Tenemos que solucionarlo de inmediato.

Bitty hizo una mueca de terror.

— ¡No puedo enfrentarme a ellos, Kitty! ¡Todavía no!—Su mirada se detuvo, vacilante, en Knight y dio un paso atrás— ¡Se va a enfadar tanto!—Bitty se volvió con la intención de huir.

— ¡Bitty, espera! ¡Debes ayudarme con Knight! ¡Está herido!

—Ayúdalo tú. No quiero tener nada que ver con este hombre. —Bitty echó a correr, dejando rastros de pétalos de seda escarlatas a su paso.

Knight se agitó y se llevó la mano a la cabeza.

—Ah—susurró.

Kitty se sentó literalmente en la basura para poder mirarlo a los ojos. Estaba aturdido, pero Kitty no creía que fuera a volver a perder la conciencia. Knight intentó levantarse. Ella le puso el brazo encima de su hombro para que se pudiera apoyar en ella.

Sus ojos parpadearon rápidamente hasta lograr posarse en ella.

—Bettina—dijo él, como si quisiera poner a prueba su capacidad para identificarla. A continuación respiró hondo y soltó una carcajada—Al menos ahora sólo te veo a ti. Durante unos instantes hubiera jurado que veía doble.

Kitty experimentó una mezcla de disgusto y alivio en sus entrañas. Estaba claro que Knight no se había percatado de nada. Creía que el hecho de haber visto a Kitty y a su hermana se debía al golpe en la cabeza. De momento no era necesario que supiera la verdad.

Aunque se la tendría que contar. Tan pronto como llegaran a casa. Ella lo tomo de la cintura. Él se apoyó en su hombro. Los dos avanzaron con dificultad por el callejón. Lograron llegar, tambaleándose, hasta el lugar en que el cochero los esperaba estoicamente.

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De vuelta en casa, en la cocina. Knight llenaba la tetera de agua caliente con una mano mientras con la otra sostenía un trapo frío contra su cabeza dolorida. La visión de las hojas de té arremolinándose en el agua le estaba mareando y tuvo que mirar hacia otro lado. Su vista estaba mejor, las cosas habían dejado de dar vueltas, pero el martilleo en la cabeza no había hecho más que empezar.

Knight se volvió y vio a su maltrecha esposa limpiándose las manos con un trapo e intentando sacar las imposibles manchas de su vestido.

Knight tomo la tetera y la dejó en la mesa en la que ella estaba sentada.

—Mucho me temo, querida, que no hay esperanzas para el vestido. Lo mejor que puedes hacer es tirarlo a la basura.

A Knight le sorprendió ver lágrimas en sus ojos.

—Era precioso—dijo con voz lastimera.

Él parpadeó.

—Tenía entendido que no te gustaba.

A ella se le escapó algo que parecía una risa y un sollozo.

—No. Siempre me había gustado. Era el vestido más bonito que jamás había llevado.

Knight se sentó a su lado evitando mover demasiado la cabeza.

—Bettina, no entiendo ni una sola palabra de lo que me estás diciendo.

Ella apartó la mirada y miró al suelo.

—Señor Knight, yo…

Le tomo las manos.

—Por favor, no me llame así.

Ella lo miró sorprendida. Tenía las pestañas húmedas y sus ojos marrones todavía parecían más grandes en su cara sucia.

—Entonces, ¿cómo debería llamarlo, señor? Usted me dijo que no le gustaba que lo llamaran por su nombre de pila.

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Al recordar su prepotencia, Knight hizo un gesto de dolor.

—No entiendo por qué era tan importante para mí. Llámame como quieras, aunque si no te importa, preferiría que no me llamaras Alfie.

Ella sonrió tan dulcemente que Knight sintió un retorcijón en el estómago.

—Entonces te llamaré Knight a secas. Te queda bien.

— ¿Nada de «Alfred te odio»?—Su broma no surtió el efecto deseado. Ella volvió a bajar la mirada.

—Me he portado muy mal contigo, ¿verdad?

Él le estrecho las manos y dijo.

—Yo tampoco me he lucido. —Desvió la mirada. Había llegado el momento de decírselo. Tendría que haberle hablado de su pasado mucho antes, incluso antes de su compromiso. El té estaba listo.

Knight ofreció una taza de té caliente a Bettina.

—Bébetelo, te tranquilizará.

«Cuéntaselo, cobarde. Confía en ella.»

—Bettina, tengo que…

—Knight, hay algo que quiero que sepas.

Él se rió.

—Yo primero, ¿de acuerdo? Creo que mi historia espera desde hace más tiempo. —Knight se lo contó todo, sin mostrar demasiadas contemplaciones hacia su familia.

La ira, las agrias peleas. El abandono de su madre, las habladurías y la vergüenza.

El modo en que la señora Knight había vivido abiertamente con su amante en Londres y el modo en que las habladurías terminaron con su padre. Las peleas con los otros chicos cuando ya no podía soportar más insultos. No había semana que no llegara a sus oídos un nuevo boletín de noticias. Enterarse de que tenía un hermano. Descubrir que su madre quería más a su nuevo hijo.

Se detuvo para mirar intensamente a Bettina.

— ¿Entiendes ahora por qué estoy tan resuelto a que esto no vuelva a

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ocurrir? Por eso te pido que te muestres comedida. No quiero que nuestros hijos tengan que pasar por semejante pesadilla. ¿Estás de acuerdo conmigo?

Ella parpadeó y asintió tímidamente con la cabeza. Knight le apartó un mechón de cabello de la frente.

—Así que nada de peleas con cuchillos en callejones oscuros, ¿de acuerdo?

Ella se mordió el labio, apartó la mirada y volvió a asentir con la cabeza.

Satisfecho, Knight prosiguió con su historia.

Las habladurías le persiguieron hasta muy entrada la edad adulta. Todo hasta lograr, con mucho esfuerzo, que el nombre Knight se volviera a asociar al decoro y la respetabilidad. Y ello a pesar de los muchos intentos por parte de Jhon Tuttle de continuar con los escándalos, entre los últimos de los cuales figuraba el asaltó a Bitty en aquel baile.

—Me enteré de lo ocurrido por un amigo de Tuttle—le contó Knight—que se sentía culpable por la parte que le tocaba.

Ella asintió.

—Wesley Merrick.

Knight parecía sorprendido.

—Sí, sí. En cualquier caso, obligué a Tuttle a que me contara lo ocurrido. Él ni siquiera se atrevió a negarlo. Estaba demasiado ocupado echándole la culpa a tu hermana por haber frustrado su plan.

Ella lo escuchaba detenidamente, tal como lo había estado haciendo hasta el momento, con la barbilla apoyada en la mano.

—Entonces es cuando decides proponerle…proponerme matrimonio, en un honorable intento por subsanar el error de Tuttle.

—No me malinterpretes—dijo él, arrepentido—Tras enviar a John a las Antillas, te propuse matrimonio para limpiar el nombre de mi familia.

Ella arrugó levemente la frente. Knight la encontraba muy atractiva cuando fruncía el ceño.

—Pero Knight, si no tienes familia.

—Yo…—Se detuvo en seco, sorprendido. Si no tenía familia, ¿qué significaba el nombre de su familia? ¿Nada? De repente se acordó y torció la boca—Te tengo a ti. Tú eres mi familia. —Por alguna razón aquello le pareció que tenía sentido.

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Ella parpadeó.

—Oh, Knight. Oh…no…yo a ti no te convengo, ¿recuerdas? Soy una mujer difícil, tú mismo me lo dijiste. Yo…yo causo problemas. Llevo la contraria constantemente. Llevo un cuchillo encima, ¡por el amor de Dios!

Knight echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Se sentía maravillosamente bien, a pesar del dolor de cabeza. Se sentía libre. La miró con cariño.

—En esta ocasión no me ha parecido mal que lo llevaras.

Ella sonrió tímidamente y apartó la mirada.

—Ahora tengo que explicarte…

— ¡Estás temblando!—Knight le estrechó fuertemente las manos para calmar los temblores—No me vas a contar nada hasta tomar un baño caliente.

—Pero…

— ¿Acaso me estás poniendo en duda, cariño?—Sonrió para hacerle saber que estaba bromeando. De pronto tenía muchas ganas de sonreír.

La respiración de Kitty era entrecortada y le temblaba el labio inferior. Knight se puso en pie y ayudó a Kitty a levantarse.

—Y ahora a su dormitorio, señora. Yo mismo seré su lacayo y le prepararé el baño.

Ella asintió lánguidamente y se dio la vuelta para salir de la habitación. Entonces se volvió hacia él y le dijo.

—Pero después tenemos que hablar.

—Como usted desee, señora. Ahora váyase.

Capítulo 7

Una vez arriba, en su habitación, Kitty se quitó aquel vestido de seda verde tan bonito y lo sostuvo cuidadosamente entre sus manos durante unos instantes. Realmente, aquel estropicio no tenía remedio. Quizás algún día tendría uno igual, aunque tan pronto como se hiciera público el escándalo, no creía encontrar ningún marido que se lo pudiera comprar.

Bitty parecía haber encontrado al suyo, y parecía estar contenta con él.

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Estando casada y pese a formar parte del escándalo, Bitty saldría de aquel asunto bastante indemne.

Tal como había planeado, Kitty estaba empezando a ver a Bitty con otros ojos. La hermana indefensa, la hermana tonta, la hermana estúpida y, a fin de cuentas, quizá la más lista. No era Bitty la que se hallaba en aquel aprieto. No era Bitty la que se hallaba atrapada entre la mentira y la lealtad. Bitty había escogido–y todavía continuaba escogiendo–seguir los dictámenes de su corazón y el de nadie más.

Kitty estrechó el vestido contra el pecho.

—Si fuera por mí, escogería a Knight—suspiró.

Knight y su obsesión por la dignidad, el pasado y sus deseos de ser querido y aceptado.

De pronto un pensamiento germinó en su cabeza. Quizá podía hacerlo suyo ahora, completamente suyo. Al fin y al cabo, ninguno de los dos estaba debidamente casado. Podían hacer nuevos votos, nuevas promesas. Si actuaban con celeridad y mantenían el secreto, podían casarse antes de que empezaran a correr los rumores.

«Continuaras siendo una mujer horrible–le recordó una voz interior–todo lo que él siempre ha temido.»

Debía de haber alguna manera de poder componerlo. Seguro.

«Castillos en el aire», dijo con rotundidad su voz interior.

Se abrió la puerta y su nuevo lacayo entró cargado de cubos de agua caliente. Se había quitado la camiseta mugrienta y se había puesto el batín favorito de Kitty, el batín de sultán. Kitty se echó a reír y se dispuso a sacar la bañera de cobre de su escondite, justo detrás del biombo.

—No puedo más—gritó ella— ¡huelo peor que una mofeta!

Knight soltó una sonora carcajada mientras alternaba cubos de agua caliente con cubos de agua fría en la bañera.

—Hueles mucho mejor que yo—dijo él—creo que he traído el olor del gigante a casa conmigo.

Kitty metió los dedos en el agua. La temperatura perfecta para que su cuerpo lleno de moratones estallara de placer.

—Voy a lavarme el cabello—dijo ella con fervor.

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Knight introdujo sus dedos en el agua para que juguetearan con los de ella. Knight tiró de ella para tenerla más cerca.

—Deja que sea yo quien lave tu maravillosa cabellera—murmuró. El ardiente aliento de Knight la hizo estremecer y aquella petición hizo que se le curvaran los dedos de los pies.

«Elige», le decía su corazón. Y escogió.

—Como quieras—susurró con la voz entrecortada.

—Quiero. —Knight deshizo el lazo de su camiseta con las manos todavía mojadas. Kitty sintió el calor de sus dedos a través del tejido mojado de la camiseta y los temblores se fueron incrementando.

—Estás temblando. —Sus manos la calmaron— ¿Tienes frío o estás asustada?

—Ninguna de las dos cosas, más bien lo contrario.

—Bien. —La intensidad de su voz hacía que se introdujera hasta lo más profundo de su ser. De pronto Knight la estrechó entre sus brazos, la elevó en el aire y la soltó junto a la bañera en un fiero abrazo. A continuación le quitó la camiseta con impaciente deleite y se alejó para poder contemplarla.

Ella permanecía de pie, tímida y espléndida, desnuda para él. Por primera vez en su vida se sentía bella y deseada. De pronto a Knight se le puso la cara larga.

— ¡Estás llena de moratones!

—Tú también. —Ella sonrió y puso el pie en el agua caliente—Pero prometo tener cuidado.

Ella se sumergió en el calor y dio gracias a Dios por aquel baño, al borde de las lágrimas otra vez. Cuando Knight empezó a verter agua caliente encima de su cabello mugriento, cerró los ojos y dejó que se deslizaran por su rostro con el agua. Knight sacó un puñado de jabón del plato que había traído consigo y empezó a masajearle el cabello.

— ¿Sabes que ayer por la noche fue la primera vez que te vi bien el cabello?—Su voz era profunda y tranquilizadora. Sus manos eran sensualmente mágicas—No sabía que fuera tan bonito. Como el oro. —Se rió de sí mismo—No soy ningún poeta, como has podido comprobar. Pero es en todo lo que pude pensar después de salir de tu habitación. Soñé contigo y con cabelleras doradas.

Knight vertió otra jarra de agua sobre su cabellera. Kitty echó la cabeza hacia atrás y se enderezó para que el resto de agua cayera por su espalda

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desnuda. Ella misma se tiraba agua caliente con las manos y luego se enjugaba el agua y las lágrimas de los ojos. Knight estaba agachado, observándola, con la jarra colgándole de los dedos sin apenas ser percibida. Los ojos se le tornaron más negros.

—Eres una diosa, ¿lo sabías?

Kitty se retorció para poder reposar los brazos en el borde de la bañera. Ella apoyó la barbilla en los brazos y lo miró seductoramente.

—Lo soy cuando estoy contigo.

Se inclinó hacia ella para besarla. Ella levantó el rostro. Pero él la apartó con la mano diciendo:

—El gigante maloliente sigue en mí.

Ella rió.

—Entonces intercambiémonos y démosle sepultura de una vez.

Knight estuvo más que de acuerdo con ella. La envolvió en una gran toalla, robándole una o dos caricias en el proceso, y se metió en el agua caliente.

Pero a Kitty le resultaba verdaderamente difícil concentrarse en su cabello. Lo miraba con los ojos como platos, no podía evitarlo. Cuando Knight se quitó los pantalones y los calzones, pudo contemplar una vista magnífica.

—Querida, estás vertiendo el agua encima de la alfombra.

Ella parpadeo y cambio el ángulo de aterrizaje de la jarra.

— ¿Knight? Me preguntaba… ¿Cómo se hace eso exactamente?

—Ah, pero si tú misma lo has visto. ¿No?

—Mmm.

Kitty aplicó el jabón en el grueso cabello de Knight. Se deslizaba por sus dedos como seda negra. El gruñó y se adentró todavía más en la bañera. Sus rodillas sobresalían entre la espuma. Tenía unas rodillas muy bonitas, pero Kitty estaba interesada en algo completamente distinto.

Al parecer, Bitty había sido instruida acerca de sus deberes conyugales. Pero ella continuaba sumida en una ignorancia infantil. Muy frustrante.

— ¿Es esto…? ¿Puedo…?—Dio un suspiro de frustración mientras le enjuagaba el cabello— ¡No tengo palabras!

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—Entonces no hables. —Knight emergió del agua y permaneció en pie, desnudo, frente a ella.

Ahora le tocaba a ella sentarse y quedarse sin aliento. En todo caso, tenía la boca demasiado seca como para poder hablar. Era una obra maestra de la anatomía masculina. Sus formas perfectas formaban valles y colinas que obligaban a sus ojos ir de un lado a otro sedientos.

Y continuaba teniendo unas rodillas muy bonitas.

El salió de la bañera goteando, y la elevó del suelo, con toalla y todo.

—Mi diosa—murmuró.

Kitty sintió las sábanas de la cama en su espalda pero su mirada estaba absorta en Knight.

—Mi Knight—susurró ella.

Él la besó, al fin, apasionadamente, y ella se lo devolvió sin reservas. Kitty había perdido la toalla pero no le hizo falta porque su cuerpo estaba cubierto por un hombre cálido y húmedo. Knight se tumbó encima de ella con la rodilla entre sus muslos y dispuso su cabello mojado en la almohada.

—Así es, tal como lo había imaginado.

Kitty le mordió la barbilla.

—No hables.

Piel ardiente en su piel. Manos ardientes en su cuerpo. Labios hirviendo en su carne.

—Estoy en el cielo—susurró a Knight.

—Pues acabo de empezar—le susurró él—Ahora no te muevas.

Ella no dijo palabra, pero le resultó imposible no moverse. Cuando él acarició sus rígidos pezones con la punta de los dedos, ella miró. Cuando los mordisqueó con los dientes, suspiró. Cuando él repitió la acción con la fruta escondida entre sus muslos, ella chilló.

Entonces él se introdujo en ella con los dedos. Sí. Ella quería…algo…tanto. Se sentía tan vacía que le dolía el cuerpo. Él la acarició ardientemente, hasta que una chispa se originó en su vientre y sus muslos vibraron en sus hombros. Él la besó y la acarició, hasta que sus dedos se enredaron en su cabello y gritó fuertemente de placer.

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Lánguidamente, se le relajaron las rodillas y retiró las piernas de sus hombros, que le servían de apoyo.

—Dios mío—dijo, jadeando—no sabía nada de esto.

Él se tumbó encima de ella.

—Todavía no sabes nada.

Ella parpadeó al percibir una rígida y contundente presencia entre sus muslos.

—Oh, ¿Ahora?

—Sí, amor mío. Ahora—Mientras se adentraba en ella. Knight la besaba acaloradamente. Kitty se retorció un poco y él capturó sus muslos con sus enormes manos—Confía en mí—le susurró al oído.

Ella levantó sus brazos para tomarla por la nuca.

—Confío en ti. —Él la volvió a besar. Ella puso todo su corazón en aquel beso. Él la fue colmando lentamente. Ella sintió un breve instante de dolor que se esforzó por ignorar. Ella se tensó todo lo que pudo, para luego tensarse todavía más.

—Ahora, ¿ves?—Ella jadeaba—Esto es a lo que me refería.

—Ya está todo dicho, amor mío. —Él la besó suavemente—Siente.

Kitty dejó caer su cabeza en la almohada y sintió. El momento de la penetración no había sido tan violento como ella había creído. La penetración, de hecho, había sido maravillosa. Knight se retiró de ella, dejándola ansiosa de él. Pero él volvió, una y otra vez. El placer volvió, un placer desorbitado y extremo.

—Oh, Knight.

A cada movimiento, ella sentía mil caricias en su interior. Aquella llama volvió a encenderse en su vientre pero esta vez ardió durante más tiempo y más brillantemente que antes. Abrió sus ojos y vio el gran cuerpo de Knight moviéndose encima de ella.

Sus ojos eran negros y la observaban, Ella huyó de la intensidad de su mirada.

—Mírame—dijo él, con la voz profunda y áspera—quiero verte arder de placer.

Estaba tan ensimismada en su gozo que no percibió el tono de urgente

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necesidad en su voz. Ella abrió sus ojos, al diablo la timidez. Sus ojos ya no abandonaron los de Knight, ni siquiera cuando él intensificó sus accesos.

Knight apretó la mandíbula. La espalda de Kitty se arqueó. Su respiración acelerada se mezcló y estallaron en llamas.

Juntos.

Un ruido retumbó en la casa vacía despertando a Kitty. Ella se incorporó e hizo una mueca de dolor, una punzada en algún lugar entre sus muslos. Las velas se habían apagado pero los carbones continuaban resplandeciendo. Kitty miró a su lado pero Knight no estaba.

—Espero que te estés ocupando de la comida, señor Knight—murmuró en aquella habitación vacía—Ha pasado una eternidad desde el desayuno.

Se sentía pegajosa e incómoda. La bañera continuaba cerca del fuego. Kitty cruzó la fría habitación y se agachó para acercar el cabo de la vela a las brasas. A su madre aquello la sacaba de quicio porque entonces la cera chorreaba descentrada. Pero aquélla no era la casa de su madre. En cuestión de días, quizá sería suya.

La vela se encendió y Kitty la dejó cerca de la bañera. El vestido continuaba colgado de uno de los lados de la bañera. Kitty le echó un último vistazo y se dirigió al armario. El vestido griego le llamó la atención. Kitty sopesó las ventajas y las desventajas de su elección. No tardó ni un minuto en decidirse. Se puso aquella bella prenda y dejó que la falda se arrastrara por el suelo. No era más que un resplandor nocturno en su piel desnuda. Perfecto.

Quizá debería sorprender a Knight en la cocina. El sólo pensamiento de la casa vacía la perturbaba. ¡Todas aquellas habitaciones vacías! Se sentía juguetona. Kitty se puso el saltó de cama encima del vestido de noche y bajó las escaleras. Estaba a punto de entrar en la cocina cuando oyó un ruido detrás suyo.

—Así que está en el despacho, señor Knight. Espero que hoy no haya planeado un picnic en la alfombra.

Se volvió en dirección al despacho cuando oyó el ruido de algo que se rompía, un ruido de cristales. Sólo un intruso podía hacer semejante ruido.

Kitty retrocedió hasta llegar a la próxima esquina, y de allí a la cocina.

Knight tampoco estaba allí. ¿Y si el intruso lo había lastimado? ¡Knight podía estar en el despacho desangrándose como el gigante!

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Desesperada, Kitty se hizo con un cuchillo del cajón de la señora Till.

Se deslizó hasta la puerta del despacho de puntillas. Los años de práctica deslizándose por delante de la habitación de su madre no habían sido en balde. Los ruidos que ahí oyó–el de cajones que se abrían bruscamente y cuyo contenido era lanzado furiosamente al suelo–le hicieron pensar que o bien el intruso no sabia que ella estaba en la casa a bien no le importaba.

Se podía esconder. La casa era grande. Ella era lo suficientemente menuda como para caber en muchos lugares. Pero ¿y si Knight la necesitaba? Le horrorizaba la idea de tener que ocultarse en la oscuridad, tener que esperar a que el ladrón se acercara cada vez más…

Kitty abrió la puerta del despacho con el cuchillo a la altura del hombro, oculto por su cabello. El hombre que revolvía en el escritorio se levantó sobresaltado y se volvió hacia ella. Era alto, aunque no tan alto como Knight. Era atractivo. Estaba muy delgado y tenía mucho peor aspecto que la última vez que lo había visto. La ropa hecha jirones y las botas mugrientas completaban la imagen de un hombre rico echado a perder.

—John Tuttle.

Tuttle se quedó mirándola perplejo y dio un resoplido.

—Creía que estaría de luna de miel con Knight, Bitty. ¿O debería llamarla »querida hermana»?

—Lo mejor que puede hacer es ir despidiéndose.

Su cara adoptó un aire despectivo.

—Como si fuera a escucharla. —Afiló la mirada—A ser que tenga algo útil que decirme—Se acercó a ella lentamente—Necesito dinero. Dígame donde guarda el dinero Knight y me iré.

—No se mueva, John.

— ¿Por qué? ¿No quiere retomarlo justo donde lo dejamos?

Kitty casi hubiera preferido que la hubiera atacado, de modo podría haber dejado el cuchillo…

—Veo que tiene sus facultades mentales algo mermadas John. ¿No recuerda que es lo que le iba a pasar si volvía a ponerle la mano encima a una Trapp?

—Claro, claro—dijo, poniendo los ojos en blanco—todas las mujeres influyentes de Londres dejarán que me pudra en el rechazo. Tu hermana me lo dejó bien claro. —Se acercó a ella con una sonrisa en la boca—Pero ella es la

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fuerte, ¿verdad. Bitty? Tú eres la hermana tímida e ingenua y no vas a contar a nadie que he estado aquí. ¿Verdad, Bitty?

Kitty lo miró con desdén.

— ¡Rata miserable! Debería…—Kitty se detuvo pensativa. A Knight no le iba a gustar nada que atacara a su hermano, de ello estaba segura. Bueno. «Que sea lo que tenga que ser«. Dispuso el cuchillo en posición de ser lanzado—Despídete de todos los pequeños Tuttles que habías planeado.

Los ojos de John se abrieron al reconocerla.

— ¿Kitty?

Pero era demasiado tarde. El cuchillo salió volando por los aires

Capítulo 8

Knight permaneció inmóvil ante la puerta del despacho tras ver el acero resplandecer en la habitación. Había salido para despertar al cochero y encomendarle la misión de traer de vuelta a la señora Till de inmediato. En la casa no había nada para comer, a excepción de las migas de una tarta y un mendrugo de pan del día anterior.

El grito de John despertó a Knight de su asombro. Se apresuró a ayudar a su hermanastro a levantarse del suelo. John lo sujetaba con fuerza horrorizado.

— ¡Me ha atacado! ¡Está loca! ¡Ella…

—Ella ha fallado—dijo Bettina.

Su ácido comentario detuvo en seco el parloteo de John. Knight bajó la mirada y comprobó que ella tenía razón. Los pantalones de John jamás serían los mismos pero no había sangre. El cuchillo había ido a parar a un área desocupada de los pantalones de John que antes probablemente albergaba monedas.

Knight miró a Bettina sorprendido.

Ella se encogió de hombros.

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— ¿Qué quieres que te diga? Los cuchillos de la cocina no van tan bien.

Knight se puso en pie, dejando en el suelo a su hermano lloriqueando.

— ¿Te ha atacado?

—No, pero lo tenía en mente. —Ella lo miró con recelo. Salir del apuro en un callejón oscuro era una cosa. Lanzar cuchillos a familiares le parecía…

— ¡Loca!—Tras comprobar que sus huesos estaban intactos, John estaba furioso— ¡Está loca Knight! Vine de visita y no quería levantar a nadie así que decidí esperarte en el despacho y…

Knight echó un vistazo al caos de la habitación. John interrumpió la mentira en mitad de la frase.

—Bueno, estaba buscando algo de dinero para salir del paso, ¿qué tiene de malo? Di todo mi dinero a los tipos que consiguieron sacarme del barco en el que me obligaste a zarpar. Eres mi hermano, ¿te acuerdas?

Knight arqueó la ceja.

— ¿Cómo me iba a olvidar?

Animado, John prosiguió.

— ¡Estaba a punto de marcharme cuando ella vino por detrás y me atacó!

Knight asintió lentamente con la cabeza y miró de reojo a su esposa. Parecía haber salido plácida y confortablemente ilesa.

—Bettina, ¿por qué no me cuentas…

— ¿Bettina?—John soltó una sonora carcajada y Knight advirtió que Bettina se turbaba ante aquella reacción.

John reía a carcajadas, sentado encima del escritorio y con una amplia sonrisa en la boca. Knight contemplaba la situación perplejo. John, sin perder la sonrisa, agitaba un dedo a modo de reproche a Bettina.

—Te has portado muy mal, querida, ¿verdad?

Knight no estaba de humor para los juegos de John. Cuando se volvió hacia su esposa para disculparse, se encontró con que tenía los ojos abiertos y asustados, y estaba blanca como el papel. Se le acercó alarmado.

— ¿Bettina?

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John continuaba riendo.

—No me canso de escucharlo—dijo.

Knight se volvió hacia él enfurecido.

— ¡Cuéntame de qué demonios va todo esto, John!

John dio un suspiro decepcionado.

—De verdad. Knight, no tienes paciencia. —Se encogió de hombros—Si quieres de verdad aguarme la fiesta, te lo diré.

Saltó del escritorio y se puso detrás de Bettina, que permanecía de pie temblorosa, con la mirada fija en Knight

—Por favor Knight…iba a contártelo…—dijo ella.

Knight no podía dar crédito a sus ojos. Ella cerró los ojos y tragó saliva. Parecía tan…

Culpable.

Knight se puso delante de ella.

— ¿Decirme qué?

Ella se mojó los labios. John se le acercó por detrás.

— ¡Dígaselo!—le susurró suavemente al oído con una sonrisa en los labios.

Knight estaba empezando a preocuparse.

—Bettina…

John dio una palmada y dijo.

— ¡Incorrecto! ¡Castigado de cara a la pared!

Knight se estremeció.

— ¿Qué es todo esto, Bettina?

Ella trató de apartar a John con la mano y respiró hondo.

—No soy…

John le pasó el brazo por la espalda,

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—Supongo que tu prometida te comentó que tenía una hermana gemela. Knight.

Knight parpadeó.

— ¿Gemela? Sabía que tenía una hermana…

John hizo un gesto de negación con la cabeza.

—No es simplemente una hermana. Una gemela. Como gotas de agua. Ambas rubias, con busto y con un gusto horrendo. Bettina y…—John dio un apretón cordial a Bettina. Ella permanecía inmóvil—Katrina. Kitty para los que la conocen bien. —John echó un vistazo al salto de cama—Y por el vestido me atrevería a decir que tú la conoces bien.

Knight no parecía entender nada de lo que estaba ocurriendo. Tenía la mirada fija en el rostro blanco y culpable de tu esposa.

— ¿Querida?

John se alejó de ellos dando tumbos, eufórico.

— ¡Oh! ¡Esto es tan grande! Éste es el momento que he estado esperando toda mi vida!—Se desplomó en la silla de Knight y se cruzó de piernas—El nombre de mi hermano mayor al fin empañado. ¡Los rumores! ¡El escándalo! ¡La sociedad tendrá material para años!—Sonrió y se puso las manos encima de su estómago hundido—Al menos lo será cuando lo cuente a todo el mundo.

Ella se movió. Bettina, no. Katrina. Katrina rodeó el escritorio y se acercó a John.

— ¡No, no puedes!, ¡Él no ha hecho nada! ¡Él no lo sabía!

John le dedicó una sonrisa resplandeciente.

—Lo sé. Esto lo hace mejor todavía. —A continuación sonrió siniestramente a Knight—Lo ves, ¿querido hermano? ¿Ves cómo estas cosas le pueden pasar a un hombre?—John hizo un gesto lastimero con la cabeza— ¿Alfie?

Knight no podía desviar la mirada de la expresión de culpabilidad en su rostro.

—La ceremonia también fue una mentira, ¿verdad? Eras tú, no tu hermana. —Knight cerró los ojos, la verdad estaba empezando a aflorar. Se preguntó como lo llamarían a partir de ahora. ¿El crédulo? ¿El idiota? Fuera lo que fuera sería cruel y difícil de olvidar, de eso estaba seguro.

Ella, Katrina, se levantó y se acercó a Knight.

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—Oh, Knight, lo siento tanto…

—Responde a la pregunta—espetó.

Ella se estremeció y asintió con la cabeza.

—Era yo quien estaba en el altar.

—Entonces los votos no son válidos. A menos que se hubiera firmado un poder autorizándolos. —Ella desvió la mirada—Ya veo. ¿Y no te importó mentir delante de tu familia y la iglesia? No eres, y siento tener que decir algo tan obvio, la persona que yo creía que eras.

Kitty se volvió hacia él bruscamente.

—Sé que te he herido…

— ¿Herirme, señorita Trapp? Me ha hundido.

John alzó la mano en el aire.

— ¡Yo también he contribuido!

Knight lo fulminó con la mirada.

—Dime, Katrina, ¿y era esta noche la última pieza del puzzle?—Knight soltó una carcajada mordaz—Supongo que el ataque en el callejón también ha sido una farsa. Y la otra chica…no la vi, ¿verdad? Bettina también ha participado en esto, claro. Sin ella jamás lo hubieras conseguido.

Kitty lo miro con sus luminosos ojos marrones.

—No fue una farsa. Knight. Sólo tenía que hacerme pasar por ella durante la ceremonia. Bitty estaba tan nerviosa…

Ella bajó la vista y se miró las manos.

—No, esto no es verdad. Creo que en aquel momento no tenía ninguna intención de casarse contigo, de hecho, creo que ya tenía planeado que lo hiciera yo en su lugar. Kitty para sacarla de los apuros, como siempre. —Levantó la vista y se encogió de hombros en un gesto de impotencia—Me conoce demasiado bien.

—Está mintiendo—dijo Knight serenamente—no dice más que mentiras. —El hielo había vuelto para calmar el dolor. Knight se dio la vuelta—Ya no hay necesidad de continuar con el cuento de hadas, señorita Trapp. He arruinado el honor a una mujer de buena familia. Debo casarme con ella. —Se dirigió a la puerta y dijo sin volverse hacia ella—Por favor, hágame el favor de volver a su casa hasta que los preparativos estén listos.

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—No.

Jamás olvidaría la expresión de dolor en la cara de Knight cuando se volvió hacia ella. Él quizá creía que lo tenía controlado pero ella podía sentir cómo le quemaba por dentro desde el otro extremo de la habitación. No podía volver atrás. Aquel era un peso con el que debería cargar para siempre. No podía permitir que fuera él quien lo cargara. Knight la miró con los ojos vacíos.

— ¿No piensa irse a su casa?

Kitty quería abrazarlo, interponerse entre él y las personas que querían herirlo. Pero ¿cómo iba a hacerlo cuando era ella quien había proporcionado la peor arma contra él?

—Me iré a casa, Knight. Pero no me casaré contigo.

Él permaneció impasible y se limitó a asentir con la cabeza

—Está en su derecho a hacerlo. Pero mi honor me exige que le proponga matrimonio. —Se dirigió hacia la puerta.

—El mío que lo rechace—dijo ella en voz baja. Pero él se había ido.

John se reclinó en la silla.

—Ahora que me lo estaba pasando bi…

Kitty se apresuró a recuperar el cuchillo de cocina y lo lanzó en el aire una vez más. John se levantó sobresaltado tras descubrir la empuñadura del cuchillo surgir entre sus muslos.

— ¡Dios santo!

—Sal de la casa de Knight—dijo fríamente Kitty mientras salía de la habitación—y no vuelvas jamás.

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Capítulo 9

Tres días más tarde. Knight salió de su silenciosa y sombría casa para enfrentarse a la luz del día. Había unas cuantas personas por la calle y podía sentir el peso de sus miradas, una a una.

La última cosa que Knight quería hacer era entrar en sociedad. Sabía muy bien lo qué iba a pasar. Súbitos silencios al entrar en una habitación. Miradas divertidas o todavía peor, miradas de compasión. La malicia de las risas ahogadas, las insinuaciones y la total seguridad de que cosas peores se dirían de él a sus espaldas.

Pero había ciertos asuntos de Helen Arden que debían ponerse al día y Knight no quería retrasarlos. Cuando llegó a su casa, fue conducido a un pequeño salón, puesto que el grande estaba ocupado con las visitas de la mañana. A pesar de la puerta que los separaba, Knight pudo advertir el agitado intercambio de comentarios en la estancia contigua.

Había algo que las había puesto en guardia. Knight estaba bastante seguro de saber de qué se trataba. O más bien dicho, de quién. Aquel rumor le crispaba los nervios y empezó a retumbar de nuevo en su cabeza. Se llevó la mano a un moretón que todavía decoraba su cuerpo. Otro maldito recordatorio de ella.

Helen entró en la habitación y cerro la puerta tras ella con cuidado.

—Mis más sinceras disculpas por el estruendo—dijo ella—No puedo hacer nada para que dejen de hablar. Espero que lo estés llevando bien.

Knight evitó su afectuosa e inquisidora mirada y desvió la atención al archivo de cuero que le había traído.

—Hemos hecho grandes progresos. Verás que tus propiedades te proporcionarán mejores rentas…

—Olvida los documentos. Knight. ¿Qué vas a hacer con Katrina Trapp?

Los documentos le empezaron a dar vueltas en la cabeza.

— ¿Qué puedo hacer? Me ha rechazado en más de una ocasión. —Cerró el archivo y se rascó la cabeza con la mano—No quiere saber de mí más de lo que yo quiero saber de ella.

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Helen se mordió el labio.

—El día en que me visitaste, ella estaba celosa.

Él dio un resoplido.

—Lo dudo.

Él le dedicó una cálida sonrisa.

—No lo dudes. Las mujeres percibimos estas cosas. Supo al instante que tú y yo nos tenemos mucho afecto. Supe de inmediato que eso la afectaba.

Knight se metió las manos en los bolsillos y fijó la mirada en la alfombra.

—Es toda una tonta. Me tomó por un idiota y ahora…ahora todo ha empezado de nuevo, como antes.

Helen alzó una ceja.

—Bueno, como antes…sólo que entonces tenías nueve años y eras un niño indefenso.

Knight levantó la cabeza. Tenía razón. Ya no era un niño impotente. Soltó una risa nerviosa.

—Eres tan franca y directa. Pareces mi mu…Katrina.

Helen se cruzó de brazos y le lanzó una mirada de profunda exasperación.

— ¿De verdad? ¡De verdad una persona puede ser toda una tonta y, además, franca y directa?

Knight cerró los ojos ante la verdad de sus palabras. Pero nada de eso importaba.

El verdadero problema era que Katrina jamás sería el tipo de mujer que él necesitaba. Él quería una mujer que pudiera reservarse sus opiniones, que se comportara conforme a las normas del decoro, que no fuera susceptible de convertirse en objeto de habladurías.

«Dios mío, estoy tan cansado de esto.»

Knight se volvió inesperadamente.

—No puedo quedarme a discutir—le dijo a Helen distraídamente—Debo irme.

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En el vestíbulo, el mayordomo de Helen apareció con el sombrero y los guantes de Knight. Mientras él se ponía los guantes grises, dos mujeres salían del concurrido salón enfrascadas en una intensa conversación.

—Bueno, ¿qué se podía esperar de una familia como ésa?—decía una de ellas.

La otra mujer se reía disimuladamente.

—Me han dicho que su madre era una sinvergüenza.

Cuando lo vieron lo miraron consternadas.

No, no era un niño indefenso. Knight les hizo una reverencia. Por primera vez en su vida sabía lo que debía decir.

—Señoras, que tengan un buen día. —Les sonrió agriamente— ¡Qué cosa más terrible! ¡Un escándalo! Es contagioso, ¿no lo sabían? Así que espero que sus familias hayan ocultado bien los cadáveres.

A continuación les volvió la espalda y abandonó la casa con el sombrero ladeado.

La casa de los Trapp era un verdadero caos y por primera vez en su vida, Kitty no tenía la más mínima intención de solucionarlo. Los últimos tres días habían estado repletos de súplicas y recriminaciones, pero ningunas habían salido de ella.

El día anterior recibió otra nota de Knight. Otra fría y educada petición de mano resuelta a salvar el honor familiar. Kitty ya no sabía si se trataba del honor de su familia o de la de Knight.

El nombre de la familia Trapp se había visto perjudicado, claro está. Bitty había dejado un buen estropicio a sus espaldas. A papá le había costado una buena cantidad de futuros favores desproveerlas de la legalidad de ambos matrimonios. Kitty había tenido que testificar que fue ella quien había profesado los votos a Knight y no Bitty, pero no estaba demasiado segura de que le hubieran creído.

Con todo, Kitty se alegraba por su hermana. Wesley Merrick podía ser tan pasivo y con menos carácter que un pudín pero amaba con todo su corazón a Bitty, quien, en comparación a él, parecía toda una amazona. Bitty era feliz viviendo su propio sueño al fin.

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»Al menos una de nosotras lo es.»

—Bueno, tan pronto como te cases con el señor Knight—decía su madre con fingida convicción—todo cesará. Hablar sobre las parejas felizmente casadas no es tan divertido.

—Oh, entonces creo que voy a ser objeto de interés de muchas conversaciones durante mucho tiempo—respondió Kitty—porque he rechazado al señor Knight.

Beatrice la miró boquiabierta.

—Pero ¿por qué? ¡Eso lo solucionaría todo!

—Todo a ti y a papá, eso está claro. Incluso allana el camino a Bitty. Pero el señor Knight no me quiere. ¿De verdad quieres unirme a un hombre que cree que soy una vergüenza? Mi vida sería un sufrimiento continuo, tendría que ocultar mis sentimientos, reprimir mis pensamientos, dominando cada una de mis acciones por miedo a causar a ese pobre hombre otro único momento de vergüenza. Dudo mucho que ello nos hiciera feliz a ninguno de los dos.

— ¿Y arrastrar un escándalo el resto de tu vida te va a hacer feliz?—replicó su madre con furia— ¿Y arruinar nuestras vidas?

—Si he arruinado tu vida, algo que dudo, entonces lo siento mucho. Pero de verdad, ¿cuánto tiempo puede durar esto? Bitty está contenta y le deseo lo mejor. Papá tiene influencias y un poder que nada tiene que ver conmigo. Tú tienes tus propios contactos. La tía Clara jamás permitirá que te hagan el vacío social. Quizás oigas rumores durante una temporada, pero si yo no aparezco en un tiempo, estoy segura de que las habladurías terminarán por desplazarse hacia otro lado.

Kitty se cruzó de brazos.

—A mi lo que me preocupa es que la gente no sepa que el señor Knight se comportó con honor e integridad, y que fui yo quien rechazó su propuesta de matrimonio. ¿Te encargarás de ello, mamá? Sólo entonces podré irme tranquila.

—Pero… ¿te vas a marchar?—Los ojos de mamá se llenaron de lágrimas— ¿Voy a perderlas a las dos?

El arranque de emotividad de su madre la tomo por sorpresa. Aquello no era una exageración dramática. Beatrice estaba realmente afligida. Kitty abandonó durante unos minutos su severidad militar y corrió a abrazar a su madre.

—Oh, mamá, por favor, no estés triste. Ahora no me puedo quedar, pero volveré mas adelante. Quizá cuando el señor Knight se case de nuevo…

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Noche de bodas Celeste Bradley

No tuvo fuerzas para terminar la frase. Demasiado doloroso. Una presión demasiado contundente para su recién tomada decisión.

Algún día Knight se casaría. Escogería a una mujer perfecta, que sería el accesorio perfecto para el caballero que él era. Alguien que no fuera susceptible de aparecer en los diarios o en las conversaciones. Alguien que…

El tirador de la puerta de entrada sonó. Dadas las circunstancias, aquella simple acción era una extraña ocurrencia en sí misma. No había nada mejor que un buen escándalo para vaciar el salón de una casa. Kitty se alejó de su madre y la sentó con un pañuelo limpio en la mano. Se dirigió hacia lo alto de las escaleras. No podía ser Knight, le dijo a su ingenuo y soñador corazón. Ella había sido categórica en su última carta.

Parecía ser una simple entrega, aunque Kitty no entendía entonces por qué no se había dejado en la entrada de servicio. No podía ver quién la traía, pero cuando se sentó en los escalones superiores vio a Roger, el mayordomo, que subía las escaleras con un paquete. Cuando Roger levantó la vista y se encontró con Kitty en cuclillas espiando como si fuera una niña, no se inmutó. Se limitó a subir lenta y pausadamente las escaleras.

—Roger—dijo Kitty— ¿para quién es?

—Lo envía la casa de Knight. Va dirigido a usted, señorita.

Kitty se abalanzó sobre el paquete. Mientras ella le arrebataba el paquete y corría de vuelta a la habitación, lo único que Roger pudo hacer fue mantener el equilibrio. Beatrice detuvo los sollozos y alzó la vista mientras Kitty entraba en la habitación, se ponía de rodillas y rompía el papel con el que el paquete estaba envuelto.

— ¿De quién es? ¿De alguien que nos brinda su apoyo en estos duros momentos? ¿Alguien influyente?

Cuando Kitty llegó a la última capa se encontró con una bellísima caja de marquetería. Muy cara. Su corazón se encogió de tristeza al pensar que con aquel paquete Knight seguía empeñado en cumplir con su deber. Ni las joyas ni la bisutería le iban a hacer cambiar de opinión, se prometió a sí misma. Entonces lo abrió.

En su interior la caja estaba dividida en seis compartimentos, todo ellos forrados de terciopelo violeta. Cada compartimiento contenía un resplandeciente cuchillo de tiro. Sin apenas poder respirar, Kitty colocó uno en forma de hoja en su palma. Su estabilidad era excelente. Con semejantes cuchillos podía derrotar a todo un ejército de Tuttles.

—Oh, querida—murmuró Beatrice— ¿se trata de algún tipo de amenaza?

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Noche de bodas Celeste Bradley

Kitty devolvió el cuchillo a su sitio con sumo cuidado. Entonces advirtió que en el mango habían grabadas dos iniciales. «KK. Katrina Knight.» Se le hizo un nudo en la garganta. Le cedía su nombre.

—No es una amenaza—murmuró—es una celebración.

— ¿De que?

Kitty cerró la caja y acarició el satén de la tapa con dulzura.

—De mí—dijo en voz baja—de cómo soy.

A continuación salto de su asiento y corrió hacia el vestíbulo.

— ¡Roger! La entrega, ¿quién…

—El señor Knight la está esperando abajo, señorita—respondió él lacónicamente.

Y ahí estaba él.

De pie, alto e imponente, tal como lo había visto la primera vez; aunque con una enorme diferencia. Kitty se detuvo en mitad del camino, sorprendida por la luz de amor y aprobación que irradiaba su intensa mirada.

—Hola, Katrina.

Había echado de menos aquella voz. Su alma parecía vibrar de acuerdo a la intensidad de su voz. Ella permaneció inmóvil en el rellano, sin fuerzas para responderle. Había soñado que él la miraba así. Y ahora que lo hacía, no se lo podía creer. Knight le tendió la mano.

—Katrina, baja.

Ella vaciló.

—Knight, continúo siendo una mujer difícil.

Él sonrió.

—Lo sé. Me gustas más así.

Su cuerpo ardía por dentro y por fuera.

—Pero la gente hablará de nosotros para siempre.

Él asintió.

—Supongo que sí. Preveo chismorreos infinitos acerca de lo

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Noche de bodas Celeste Bradley

insoportablemente enamorados que estamos. —Knight le tendió ambas manos y ladeó la cabeza—Ahora vamos a casa.

Kitty sonrió. Aquél no era momento para el decoro. Con la destreza de la práctica, Kitty se subió al pasamanos de la escalera. La velocidad era de primordial importancia, puesto que su maravilloso, férreo y bello Knight la estaba esperando.

— ¡Allá voy!

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Noche de bodas Celeste Bradley

Reseña Bibliográfica

Noche de bodas

Las hermanas Kitty y Bitty son como el día y la noche. Bitty con un carácter manejable y un gusto horroroso para la moda y Kitty llena de pasión y con un carácter indomable.

Bitty ha sido la protagonista de un pequeño escándalo con un desvergonzado y se ha visto abocada a aceptar la proposición matrimonial del hermano del hombre que intentó engañarla, Alfred Knight, un hombre que huye de las habladurías, serio, formal y taciturno al que le gusta tenerlo todo controlado.

El día de la boda, Bitty no puede soportarlo más y le comunica a Kitty su negativa a contraer matrimonio. Kitty intenta ayudarla y le propone intercambiar personalidades y ser ella la que suba al altar, hasta que Bitty se tranquilice. Pero después de la boda Bitty desaparece, y Kitty se encuentra casada con un hombre del que no sabe absolutamente nada y que cree que ella es otra mujer.

Celeste Bradley es la autora de la novela Fallen, que fue nominada para un premio RITA en el año 2002. Vive en Tennessee con su marido periodista, sus dos potenciales divas y con el perro más inteligente del mundo y está trabajando en el siguiente libro de la conocida saga El Club de los Mentirosos.

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Noche de bodas Celeste Bradley

© 2004, Christina DooddTítulo original: The Lady and the Tiger

© 2004, Stephanie LaurensTítulo original: Melting the Ice

© 2004, Leslie LafoyTítulo original: Wedding Knight

© 2004, Celeste BradleyTítulo original: The Proposition

Editor original: St. Martin's Paperbacks, 05/2004Traducido por: Isabel Margelí Bailo

Editado por Terciopelo, 04/2006ISBN: 84-96575-05-5

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