Cavar Un Foso

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LIBRO CORTAZAR

Transcript of Cavar Un Foso

Ral Arvalo cerr las ventanas y las persianas, ajust los pasadores, uno por uno, cerr las dos hojas de la puerta de entrada, ajust el pasador, gir la llave, coloc la pesada tranca de hierro.Su mujer, acodada al mostrador, sin levantar la voz dijo:Qu silencio! Ya no omos el mar.El hombre observ:Nunca cerramos, Julia. Si viene un cliente, la hostera cerrada le llamar la atencin.Otro cliente, y a media noche? protest Julia. Ests loco? Si vinieran tantos clientes no estaramos en este apuro. Apaga la araa del centro.Obedeci el hombre; el saln qued en tinieblas, apenas iluminado por una lmpara, sobre el mostrador.Como quieras dijo Arvalo, dejndose caer en una silla, junto a una de las mesas con mantel a cuadros, pero no s por qu no habr otra salida.Eran bien parecidos, tan jvenes que nadie los hubiera tomado por los dueos. Julia, una muchacha rubia, de pelo corto, se desliz hasta la mesa, apoy las manos en ella y, mirndolo de frente, de arriba, le contest en voz baja, pero firme:No hay.No s protest Arvalo. Fuimos felices, aunque no ganamos plata.No grites orden Julia.Extendi una mano y mir hacia la escalera, escuchando.Todava anda por el cuarto exclam. Tarda en acostarse. No se dormir nunca.Me pregunto continu Arvalo si cuando tengamos eso en la conciencia podremos de nuevo ser felices.Dos aos antes, en una pensin de Necochea, donde veraneaban ella con sus padres, l solo, se haban conocido. Desearon casarse, no volver a la rutina de escritorios de Buenos Aires y soaron con ser los dueos de una hostera, en algn paraje apartado, sobre los acantilados, frente al mar. Empezando por el casamiento, nada era posible, pues no tenan dinero. Una tarde que paseaban en mnibus por los acantilados vieron una solitaria casa de ladrillos rojos y techo de pizarra, a un lado del camino, rodeada de pinos, frente al mar, con un letrero casi oculto entre los ligustros: ideal para hostera. se vende. Dijeron que aquello pareca un sueo y, realmente, como si hubieran entrado en un sueo, desde ese momento las dificultades desaparecieron. Esa misma noche, en uno de los dos bancos de la vereda, a la puerta de la pensin, conocieron a un benvolo seor a quien refirieron sus descabellados proyectos. El seor conoca a otro seor, dispuesto a prestar dinero en hipoteca, si los muchachos le reconocan parte de las ganancias. En resumen, se casaron, abrieron la hostera, luego, eso s, de borrar de la insignia las palabras El Candil y de escribir el nombre nuevo: La Soada.Hay quienes pretenden que tales cambios de nombre traen mala suerte, pero la verdad es que el lugar quedaba a trasmano, estaba quiz mejor elegido para una hostera de novela como la imaginada por estos muchachos que para recibir parroquianos. Julia y Arvalo advirtieron por fin que nunca juntaran dinero para pagar, adems de los impuestos, la deuda al prestamista, que los intereses vertiginosamente aumentaban. Con la esplndida vehemencia de la juventud rechazaban la idea de perder La Soada y de volver a Buenos Aires, cada uno al brete de su oficina. Porque todo haba salido bien, que ahora saliera mal les pareca un ensaamiento del destino. Da a da estaban ms pobres, ms enamorados, ms contentos de vivir en aquel lugar, ms temerosos de perderlo, hasta que lleg, como un ngel disfrazado, mandado por el cielo para probarlos, o como un mdico prodigioso, con la panacea infalible en la maleta, la seora que en el piso alto se desvesta, junto a la vaporosa baadera donde caa a borbotones el agua caliente.Un rato antes, en el solitario saln, cara a cara, en una de las mesitas que en vano esperaban a los parroquianos, examinaron los libros y se hundieron en una conversacin desalentadora.Por ms que demos vuelta los papeles haba dicho Arvalo, que se cansaba pronto no vamos a encontrar plata. La fecha de pago se viene encima.No hay que darse por vencido haba replicado Julia.No es cuestin de darse por vencido, pero tampoco de imaginar que hablando haremos milagros. Qu solucin queda? Carlitas de propaganda a Necochea y a Miramar? Las ltimas nos costaron sus buenos pesos. Con qu resultado? El grupo de seoras que vino una tarde a tomar el t y nos discuti la adicin.Tu solucin es darse por vencido y volver a Buenos Aires?En cualquier parte seremos felices.Julia le dijo que las frases la enfermaban; que en Buenos Aires ninguna tarde, salvo en los fines de semana, estaran juntos; que en tales condiciones no saba por qu seran felices, y que adems, en la oficina donde l trabajara, seguramente habra mujeres.A la larga te gustar la menos fea concluy.Qu falta de confianza dijo l.Falta de confianza? Todo lo contrario. Un hombre y una mujer que pasan los das bajo el mismo techo, acaban en la misma cama. Cerrando con fastidio un cuaderno negro, Arvalo respondi:Yo no quiero volver, qu ms quiero que vivir aqu?, pero si no aparece un ngel con una valija llena de plataQu es eso? pregunt Julia.Dos luces amarillas y paralelas vertiginosamente cruzaron el saln. Luego se oy el motor de un automvil y muy pronto apareci una seora, que llevaba el chambergo desbordado por mechones grises, la capa de viaje algo ladeada y, bien empuada en la mano derecha, una valija. Los mir, sonri, como si los conociera.Tienen un cuarto? inquiri. Pueden alquilarme un cuarto? Por la noche, noms. Comer no quiero, pero un cuarto para dormir y si fuera posible un bao bien calentitoPorque le dijeron que s, la seora, embelesada, repeta:Gracias, gracias.Por ltimo emprendi una explicacin, con palabra fcil, con nerviosidad, con ese tono un poco irreal que adoptan las seoras ricas en las reuniones mundanas.A la salida de no s qu pueblo dijo me desorient. Dobl a la izquierda, estoy segura, cuando tena que doblar a la derecha, estoy segura. Aqu me tienen ahora, cerca de Miramar no es verdad?, cuando me esperan en el hotel de Necochea. Pero quieren que les diga una cosa? Estoy contenta, porque los veo tan jvenes y tan lindos (s, tan lindos, puedo decirlo, porque soy una vieja) que me inspiran confianza. Para tranquilizarme del todo quiero contarles cuanto antes un secreto: tuve miedo, porque era de noche y yo andaba perdida, con un montn de plata en la valija, y hoy en da la matan a uno de lo ms barato. Maana a la hora del almuerzo quiero estar en Necochea. Ustedes creen que llego a tiempo? Porque a las tres de la tarde sacan a remate una casa, la casa que quiero comprar, desde que la vi, sobre el camino de la costa, en lo alto, con vista al mar, un sueo, el sueo de mi vida.Yo acompao arriba a la seora, a su cuarto dijo Julia. T cargas la caldera.Pocos minutos despus, cuando se encontraron en el saln, de nuevo solos, Arvalo coment:Ojal que maana compre la casa. Pobre vieja, tiene los mismos gustos que nosotros.Te prevengo que no voy a enternecerme contest Julia, y ech a rer. Cuando llega la gran oportunidad, no hay que perderla.Qu oportunidad lleg? pregunt Arvalo, fingiendo no entender.El ngel de la valija dijo Julia. Como si de pronto no se conocieran, se miraron gravemente, en silencio. Arriba crujieron los tablones del piso: la seora andaba por el cuarto. Julia prosigui: La seora iba a Necochea, se perdi, en este momento podra estar en cualquier parte. Slo t y yo sabemos que est aqu.Tambin sabemos que trae una valija llena de plata convino Arvalo. Lo dijo ella. Por qu va a engaarnos?Empiezas a entender murmur casi tristemente Julia.No me pedirs que la mate?Lo mismo dijiste el da que te mand matar el primer pollo. Cuntos has degollado?Clavar el cuchillo y que mane la sangre de la viejaDudo de que distingas la sangre de la vieja de la sangre de un pollo; pero no te preocupes: no habr sangre. Cuando duerma, con un palo.Golpearle la cabeza con un palo? No puedo.Cmo no puedo? Que sea en una mesa o en una cabeza, golpear con un palo es golpear con un palo. Dnde, qu te importa? O la seora o nosotros. O la seora sale con la suyaLo s, pero no te reconozco. Tanta ferocidad Sonriendo inopinadamente, Julia sentenci:Una mujer debe defender su hogar.Hoy tienes una ferocidad de loba.Si es necesario lo defender como una loba. Entre tus amigos haba matrimonios felices? Entre los mos, no. Te digo la verdad? Las circunstancias cuentan. En una ciudad como Buenos Aires, la gente vive irritada, hay tentaciones. La falta de plata empeora las cosas. Aqu t y yo no corremos peligro, Ral, porque nunca nos aburrimos de estar juntos. Te explico el plan?Bram el motor de un automvil por el camino. Arriba trajinaba la seora.No dijo Arvalo. No quiero imaginar nada. Si no, tengo lstima y no puedo T das rdenes, las cumplo.Bueno. Cierra todo, la puerta, las ventanas, las persianas.Ral Arvalo cerr las ventanas y las persianas, ajust los pasadores, uno por uno, cerr las dos hojas de la puerta de entrada, ajust el pasador, gir la llave, coloc la pesada tranca de hierro.Hablaron del silencio que de repente hubo en la casa, del riesgo de que llegara un parroquiano, de si tena otra salida la situacin, de si podran ser felices con un crimen en la conciencia.Dnde est el rastrillo? pregunt Julia.En el stano, con las herramientas.Vamos al stano. Damos tiempo a la seora para que se duerma y t ejerces tu habilidad de carpintero. A ver, fabrica un mango de rastrillo, aunque no sea tan largo como el otro.Como un artesano aplicado, Arvalo obedeci. Pregunt al rato:Y esto para qu es?No preguntes nada, si no quieres imaginar nada. Ahora clavas en la punta una madera transversal, ms ancha que la parte de fierro del rastrillo.Mientras Ral Arvalo trabajaba, Julia revolva entre la lea y alimentaba la caldera.La seora ya se ba dijo Arvalo.Empuando un trozo de lea como una maza, Julia contest:No importa. No seas avaro. Ahora somos ricos. Quiero tener agua caliente. Despus de una pausa, anunci: Por un minuto noms te dejo. Voy a mi cuarto y vuelvo. No te escapes.Dirase que Arvalo se aplic a la obra con ms afn an. Su mujer volvi con un par de guantes de cuero y con un frasco de alcohol.Por qu nunca te compraste guantes? pregunt distradamente; dej la botella a la entrada de la leera, se puso los guantes y, sin esperar respuesta, continu: Un par de guantes, creme, siempre es til. Ya est el rastrillo nuevo? Vamos arriba, t llevas uno y yo el otro. Ah, me olvidaba de este pedazo de lea.Alz el leo que pareca una maza. Volvieron al saln. Dejaron los rastrillos contra la puerta. Detrs del mostrador, Julia recogi una bandeja de metal, una copa y una jarra. Llen la jarra con agua.Por si despierta, porque a su edad tienen el sueo muy liviano (si no lo tienen pesado, como los nios), yo voy delante, con la bandeja. Cubierto por m, t me sigues, con esto.Indic el leo, sobre una mesa. Como el hombre vacilara, Julia tom el leo y se lo dio en la mano.No valgo un esfuerzo? pregunt sonriendo.Lo bes en la mejilla. Arvalo aventur:Por qu no bebemos algo?Yo quiero tener la cabeza despejada y t me tienes a m para animarte.Acabemos cuanto antes pidi Arvalo.Hay tiempo respondi Julia. Empezaron a subir la escalera.No haces crujir los escalones dijo Arvalo. Yo s. Por qu soy tan torpe?Mejor que no crujan afirm Julia. Encontrarla despierta sera desagradable.Otro automvil en el camino. Por qu habr tantos automviles esta noche?Siempre pasa algn automvil.Con tal de que pase. No estar ah?No, ya se fue asegur Julia.Y ese ruido? pregunt Arvalo.Un cao.En el pasillo de arriba Julia encendi la luz. Llegaron a la puerta del cuarto. Con extrema delicadeza Julia movi el picaporte y abri la puerta. Arvalo tena los ojos fijos en la nuca de su mujer, nada ms que en la nuca de su mujer; de pronto lade la cabeza y mir el cuarto. Por la puerta as entornada la parte visible corresponda al cuarto vaco, al cuarto de siempre: las cortinas, de cretona, de la ventana, el borde, con molduras, del respaldo de los pies de la cama, el silln provenzal. Con ademn suave y firme Julia abri la puerta totalmente. Los ruidos, que hasta ese momento, de manera tan variada se prodigaban, al parecer haban cesado. El silencio era anmalo: se oa un reloj, pero dirase que la pobre mujer de la cama ya no respiraba. Quiz los aguardaba, los vea, contena la respiracin. De espaldas, acostada, era sorprendentemente voluminosa; una mole oscura, curva; ms all, en la penumbra, se adivinaba la cabeza y la almohada. La mujer ronc. Temiendo acaso que Arvalo se apiadara, Julia le apret un brazo y susurr:Ahora.El hombre avanz entre la cama y la pared, el leo en alto. Con fuerza lo baj. El golpe arranc de la seora un quejido sordo, un desgarrado mugido de vaca. Arvalo golpe de nuevo.Basta orden Julia. Voy a ver si est muerta. Encendi el velador. Arrodillada, examin la herida, luego reclin la cabeza contra el pecho de la seora. Se incorpor.Te portaste dijo.Apoyando las palmas en los hombros de su marido, lo mir de frente, lo atrajo a s, apenas lo bes. Arvalo inici y reprimi un movimiento de repulsin.Raulito murmur aprobativamente Julia. Le quit de la mano el leo.No tiene astillas coment mientras deslizaba por la corteza el dedo enguantado. Quiero estar segura de que no quedaron astillas en la herida.Dej el leo en la mesa y volvi junto a la seora. Como pensando en voz alta, agreg:Esta herida se va a lavar.Con un vago ademn indic la ropa interior, doblada sobre una silla, el traje colgado de la percha.Dame dijo.Mientras vesta a la muerta, en tono indiferente indic:Si te desagrada, no mires.De un bolsillo sac un llavero. Despus la tom debajo de los brazos y la arrastr fuera de la cama. Arvalo se adelant para ayudar.Djame a m lo contuvo Julia. No la toques. No tienes guantes. No creo mucho en el cuento de las impresiones digitales, pero no quiero disgustos.Eres muy fuerte dijo Arvalo.Pesa contest Julia.En realidad, bajo el peso del cadver los nervios de ellos dos por fin se aflojaron. Como Julia no permiti que la ayudaran, el descenso por la escalera tuvo peripecias de pantomima. Repetidamente retumbaban en los escalones los talones de la muerta.Parece un tambor dijo Arvalo.Un tambor de circo, anunciando el salto mortal.Julia se recostaba contra la baranda, para descansar y rer.Ests muy linda dijo Arvalo.Un poco de seriedad pidi ella; se cubri la cara con las manos. No sea que nos interrumpan.Los ruidos reaparecieron; particularmente el del cao.Dejaron el cadver al pie de la escalera, en el suelo, y subieron. Tras de probar varias llaves, Julia abri la valija. Puso las dos manos adentro, y las mostr despus, cada una agarrando un sobre repleto. Los dio al marido, para que los guardara. Recogi el chambergo de la seora, la valija, el leo.Hay que pensar dnde esconderemos la plata dijo. Por un tiempo estar escondida.Bajaron. Con ademn burlesco, Julia hundi el chambergo hasta las orejas a la muerta. Corri al stano, empap el leo en alcohol, lo ech al fuego. Volvi al saln.Abre la puerta y asmate afuera pidi.Obedeci Arvalo.No hay nadie dijo en un susurro.De la mano, salieron. Era noche de luna, haca fresco, se oa el mar. Julia entr de nuevo en la casa; volvi a salir con la valija de la seora; abri la puerta del automvil, un cabriolet Packard, anticuado y enorme; ech la valija adentr. Murmur:Vamos a buscar a la muerta. En seguida levant la voz. Aydame. Estoy harta de cargar con ese fardo. Al diablo con las impresiones digitales.Apagaron todas las luces de la hostera, cargaron con la seora, la sentaron entre ellos, en el coche, que Julia condujo. Sin encender los faros llegaron a un paraje donde el camino coincida con el borde a pique de los acantilados, a unos doscientos metros de La Soada. Cuando Julia detuvo el Packard, la rueda delantera izquierda penda sobre el vaco. Abri la portezuela a su marido y orden:Bjate.No creas que hay mucho lugar protest Arvalo, escurrindose entre el coche y el abismo.Ella baj a su vez y empuj el cadver detrs del volante. Pareci que el automvil se deslizaba.Cuidado! grit Arvalo.Cerr Julia la portezuela, se asom al vaco, golpe con el pie en el suelo, vio caer un terrn. En sinuosos dibujos de espuma y sombra el mar, abajo, se mova vertiginosamente.Todava sube la marea asegur. Un empujn y estamos libres!Se prepararon.Cuando diga ahora, empujamos con toda la furia orden ella. Ahora!El Packard se desbarranc espectacularmente, con algo humano y triste en la cada, y los muchachos quedaron en el suelo, en el pasto, al borde del acantilado, uno en brazos del otro, Julia llorando como si nada fuera a consolarla, sonriendo cuando Arvalo le besaba la cara mojada. Al rato se incorporaron, se asomaron al borde.Ah est dijo Arvalo.Sera mejor que el mar se lo llevara, pero si no se lo lleva, no importa.Volvieron camino. Con los rastrillos borraron las huellas del automvil entre el patio de tierra y el pavimento. Antes de que hubieran destruido todos los rastros y puesto en perfecto orden la casa, el nuevo da los sorprendi. Arvalo dijo:Vamos a ver cunta plata tenemos.Sacaron de los sobres los billetes y los contaron.Doscientos siete mil pesos anunci Julia.Comentaron que si la mujer llevaba ms de doscientos mil pesos para la sea, estaba dispuesta a pagar ms de dos millones por la casa; que en los ltimos aos el dinero haba perdido mucho valor; que esa prdida los favoreca, porque la suma de la sea les alcanzaba a ellos para pagar la hostera y los intereses del prestamista.Con el mejor nimo, Julia dijo:Por suerte hay agua caliente. Nos baaremos juntos y tomaremos un buen desayuno.La verdad es que por un tiempo no estuvieron tranquilos. Julia predicaba la calma, deca que un da pasado era un da ganado. Ignoraban si el mar haba arrastrado el automvil o si lo haba dejado en la playa.Quieres que vaya a ver? pregunt Julia.Ni soar contest Arvalo. Te das cuenta si nos ven mirando?Con impaciencia Arvalo esperaba el paso del mnibus que dejaba todas las tardes el diario. Al principio ni los diarios ni la radio daban noticias de la desaparicin de la seora. Pareca que el episodio hubiera sido un sueo de ellos dos, los asesinos.Una noche Arvalo pregunt a su mujer:Crees que puedo rezar? Yo quisiera rezar, pedir a un poder sobrenatural que el mar se lleve el automvil. Estaramos tan tranquilos. Nadie nos vinculara con esa vieja del demonio.No tengas miedo contest Julia. Lo peor que puede pasarnos es que nos interroguen. No es terrible: toda nuestra vida feliz por un rato en la comisara. Somos tan flojos que no podemos afrontarlo? No tienen pruebas contra nosotros. Cmo van a achacarnos lo que le pas a la pobre seora?Arvalo pens en voz alta:Esa noche nos acostamos tarde. No podemos negarlo. Cualquiera que pas, vio luz.Nos acostamos tarde, pero no omos la cada del automvil.No. No omos nada. Pero qu hicimos?Omos la radio.Ni siquiera sabemos qu programas transmitieron esa noche.Estuvimos conversando.De qu? Si decimos la verdad, les damos el mvil. Estbamos arruinados y nos cae del cielo una vieja cargada de plata.Si todos los que no tienen plata salieran a matar como locosAhora no podemos pagar la deuda dijo Arvalo.Y para no despertar sospechas continu sarcsticamente Julia perdemos la hostera y nos vamos a Buenos Aires, a vivir en la miseria. Por nada del mundo. Si quieres, no pagamos un peso, pero yo me voy a hablar con el prestamista. De algn modo lo convenzo. Le prometo que si nos da un respiro, las cosas van a mejorar y l cobrar todo su dinero. Como s que tengo el dinero, hablo con seguridad y lo convenzo.La radio una maana, y despus los diarios, se ocuparon de la seora desaparecida.A raz de una conversacin con el comisario Gariboto ley Arvalo este corresponsal tienmpresin de que obran en poder de la polica elementos de juicio que impiden descartar la posibilidad de un hecho delictuoso. Ves? Empiezan con el hecho delictuoso.Es un accidente afirm Julia. A la larga se convencern. Ahora mismo la polica no descarta la posibilidad de que la seora est sana y buena, extraviada quin sabe dnde. Por eso no hablan de la plata, para que a nadie se le ocurra darle un palo en la cabeza.Era un luminoso da de mayo. Hablaban junto a la ventana, tomando sol.Qu sern los elementos de juicio? interrog Arvalo.La plata asegur Julia. Nada ms que la plata. Alguno habr ido con el cuento de que la seora viajaba con una enormidad de plata en la valija.De pronto Arvalo pregunt:Qu hay all?Un numeroso grupo de personas se mova en la parte del camino donde se precipit el automvil. Arvalo dijo:Lo descubrieron.Vamos a ver opin Julia. Sera sospechoso que no tuviramos curiosidad.Yo no voy respondi Arvalo.No pudieron ir. Todo el da en la hostera hubo clientes. Alentado, quiz, por la circunstancia. Arvalo se mostraba interesado, conversador, inquira sobre lo ocurrido, juzgaba que en algunos puntos el camino se arrimaba demasiado al borde de los acantilados, pero reconoca que la imprudencia era, por desgracia, un mal endmico de los automovilistas. Un poco alarmada, Julia lo observaba con admiracin.A los bordes del camino se amontonaron automviles. Luego, Arvalo y Julia creyeron ver en medio del grupo de automviles y de gente una suerte de animal erguido, un desmesurado insecto. Era una gra. Alguien dijo que la gra no trabajara hasta la maana, porque ya no haba luz. Otro intervino:Adentro del vehculo, un regio Packard del tiempo de la colonia, localizaron hasta dos cadveres.Como dos trtolas en el nido, iran a los besos, y de pronto patapn! el Packard se propasa del borde, cae al agua.Lo siento terci una voz aflautada, pero el automvil es Cadillac.Un oficial de Polica, acompaado de un seor canoso, de orin encasquetado y gabardina verde, entr en La Soada. El seor se descubri para saludar a Julia. Mirndola corno a un cmplice, coment:Trabajan eh?La gente siempre imagina que uno gana mucho contest Julia. No crea que todos los das son como hoy.Pero no se queja no?No, no me quejo.Dirigindose al oficial de uniforme, el seor dijo:Si en vez de sacrificarnos por la reparticin, montramos un barcito como ste, a nosotros tambin otro gallo nos cantara. Paciencia, Matorras. Ms tarde, el seor pregunt a Julia: Oyeron algo la noche del suceso?Cundo fue el accidente? pregunt ella.Ha de haber sido el viernes a la noche dijo el polica de uniforme.El viernes a la noche? repiti Arvalo. Me parece que no o nada. No recuerdo.Yo tampoco aadi Julia.En tono de excusa, el seor de gabardina, anunci:Dentro de unos das tal vez los molestemos, para una declaracin en la oficina de Miramar.Mientras tanto nos manda un vigilante para atender el mostrador? pregunt Julia. El seor sonri.Sera una verdadera imprudencia dijo. Con el sueldo que paga la reparticin nadie para la olla.Esa noche Arvalo y Julia durmieron mal. En cama conversaron de la visita de los policas; de la conducta a seguir en el interrogatorio, si los llamaban; del automvil con el cadver, que an estaba al pie del acantilado. A la madrugada Arvalo habl de un vendaval y tormenta que ya no oan, de las olas que arrastraron el automvil mar adentro. Antes de acabar la frase comprendi que haba dormido y soado. Ambos rieron.La gra, a la maana, levant el automvil con la muerta. Un parroquiano que pidi ans del Mono, anunci:La van a traer aqu.Todo el tiempo la esperaron, hasta que supieron que la haban llevado a Miramar en una ambulancia.Con los modernos gabinetes de investigacin opin Arvalo averiguarn que los golpes de la vieja no fueron contra los fierros del automvil.Crees en esas cosas? pregunt Julia. El moderno gabinete ha de ser un cuartucho, con un calentador Primus, donde un empleado toma mate. Vamos a ver qu averiguan cuando les presenten la vieja con su buen sancocho en agua de mar.Transcurri una semana, de bastante animacin en la hostera. Algunos de los que acudieron la tarde en que se descubri el automvil, volvieron en familia, con nios, o de a dos, en parejas. Julia observ:Ves que yo tena razn? La Soada es un lugar extraordinario. Era una injusticia que nadie viniera. Ahora la conocen y vuelven. Nos va a llegar toda la suerte junta.Lleg la citacin de la Brigada de Investigaciones.Que me vengan a buscar con los milicos Arvalo protest.El da fijado se presentaron puntualmente. Primero Julia pas a declarar. Cuando le toc su turno, Arvalo estaba un poco nervioso. Detrs de un escritorio lo esperaba el seor de las canas y la gabardina, que los visit en La Soada; ahora no tena gabardina y sonrea con afabilidad. En dos o tres ocasiones Arvalo llev el pauelo a los ojos, porque le lloraban. Hacia el final del interrogatorio, se encontr cmodo y seguro, como en una reunin de amigos, pens (aunque despus lo negara) que el seor de la gabardina era todo un caballero. El seor dijo por fin:Muchas gracias. Puede retirarse. Lo felicito y tras una pausa, agreg en tono probablemente desdeoso por la seora.De vuelta en la hostera, mientras Julia cocinaba, Arvalo pona la mesa.Qu compadres inmundos coment l. Disponen de toda la fuerza del gobierno y sueltos de cuerpo lo apabullan al que tiene el infortunio de comparecer. Uno aguanta los insultos con tal de respirar el aire de afuera, no vaya a dar pie a que le aplicen la picana, lo hagan cantar y lo dejen que se pudra adentro. Palabra que si me garanten la impunidad, despacho al de la gabardina.Hablas como un tigre cebado dijo riendo Julia. Ya pas.Ya pas el mal momento. Quin sabe cuntos parecidos o peores nos reserva el futuro.No creo. Antes de lo que supones, el asunto quedar olvidado.Ojal que pronto quede olvidado. A veces me pregunto si no tendrn razn los que dicen que todo se paga.Todo se paga? Qu tontera. Si no cavilas, todo se arreglar asegur Julia.Hubo otra citacin, otro dilogo con el seor de la gabardina, cumplido sin dificultad y seguido de alivio. Pasaron meses. Arvalo no poda creerlo, tena razn Julia, el crimen de la seora pareca olvidado. Prudentemente, pidiendo plazos y nuevos plazos, como si estuvieran cortos de dinero, pagaron la deuda. En primavera compraron un viejo sedan Pierce-Arrow. Aunque el carromato gastaba mucha nafta por eso lo pagaron con pocos pesos tomaron la costumbre de ir casi diariamente a Miramar, a buscar las provisiones o con otro pretexto. Durante la temporada de verano, partan a eso de las nueve de la maana y a las diez ya estaban de vuelta, pero en abril, cansados de esperar clientes, tambin salan a la tarde. Les agradaba el paseo por el camino de la costa.Una tarde, en el trayecto de vuelta, vieron por primera vez al hombrecito. Hablando del mar y de la fascinacin de mirarlo, iban alegres, abstrados, como dos enamorados, y de improvisto vieron en otro automvil al hombrecito que los segua. Porque reclamaba atencin con un designio oscuro el intruso los molest. Arvalo, en el espejo, lo haba descubierto: con la expresin un poco impvida, con la cara de hombrecito formal, que pronto aborrecera demasiado; con los paragolpes de su Opel casi tocando el Pierce-Arrow. Al principio lo crey uno de esos imprudentes que nunca aprenden a manejar. Para evitar que en la primera frenada se le viniera encima, sac la mano, con repetidos ademanes dio paso, aminor la marcha; pero tambin el hombrecito aminor la marcha y se mantuvo atrs. Arvalo procur alejarse. Trmulo, el Pierce-Arrow alcanz una velocidad de cien kilmetros por hora; como el perseguidor dispona de un automovilito moderno, a cien kilmetros por hora sigui igualmente cerca. Arvalo exclam furioso:Qu quiere el degenerado? Por qu no nos deja tranquilos? Me bajo y le rompo el alma?Nosotros indic Julia no queremos trifulcas que acaben en la comisara.Tan olvidado estaba el episodio de la seora, que por poco Arvalo no dice por qu?En un momento en que hubo ms automviles en la ruta, hbilmente manejado el Pierce-Arrow se abri paso y se perdi del inexplicable seguidor. Cuando llegaron a La Soada haban recuperado el buen nimo: Julia ponderaba la destreza de Arvalo, ste el poder del viejo automvil.El encuentro del camino fue recordado, en cama, a la noche; Arvalo pregunt qu se propondra el hombrecito.A lo mejor explic Julia a nosotros nos pareci que nos persegua, pero era un buen seor distrado, paseando en el mejor de los mundos.No replic Arvalo. Era de la polica o era un degenerado. O algo peor.Espero dijo Julia que no te pongas a pensar ahora que todo se paga, que ese hombrecito ridculo es una fatalidad, un demonio que nos persigue por lo que hicimos.Arvalo miraba inexpresivamente y no contestaba. Su mujer coment:Cmo te conozco!l sigui callado, hasta que dijo en tono de ruego:Tenemos que irnos, Julia, no comprendes? Aqu van a atraparnos. No nos quedemos hasta que nos atrapen la mir ansiosamente. Hoy es el hombrecito, maana surgir algn otro. No comprendes? Habr siempre un perseguidor, hasta que perdamos la cabeza, hasta que nos entreguemos. Huyamos. A lo mejor todava hay tiempo.Julia, dijo:Cunta estupidez.Le dio la espalda, apag el velador, se ech a dormir.La tarde siguiente, cuando salieron en automvil, no encontraron al hombrecito; pero la otra tarde, s. Al emprender el camino de vuelta, por el espejo lo vio Arvalo. Quiso dejarlo atrs, lanz a toda velocidad el Pierce-Arrow; con mortificacin advirti que el hombrecito no perda distancia, se mantena ah cerca, invariablemente cerca. Arvalo disminuy la marcha, casi la detuvo, agit un brazo, mientras gritaba:Pase, pase!El hombrecito no tuvo ms remedio que obedecer. En uno de los parajes donde el camino se arrima al borde del acantilado, los pas. Lo miraron: era calvo, llevaba graves anteojos de carey, tena las orejas en abanico y un bigotito correcto. Los faros del Pierce-Arrow le iluminaron la calva, las orejas.No le daras un palo en la cabeza? pregunt Julia, riendo.Puedes ver el espejo de su coche? pregunt Arvalo. Sin disimulo nos espa el cretino.Empez entonces una persecucin al revs. El perseguidor iba adelante, aceleraba o disminua la marcha, segn ellos aceleraran o disminuyeran la del Pierce-Arrow.Qu se propone? con desesperacin mal contenida pregunt Arvalo.Paremos contest Julia. Tendr que irse. Arvalo grit:No faltara ms. Por qu vamos a parar?Para librarnos de l.As no vamos a librarnos de l.Paremos insisti Julia.Arvalo detuvo el automvil. Pocos metros delante, el hombrecito detuvo el suyo. Con la voz quebrada, grit Arvalo:Voy a romperle el alma.No bajes pidi Julia.l baj y corri, pero el perseguidor puso en marcha su automvil, se alej sin prisa, desapareci tras un codo del camino.Ahora hay que darle tiempo para que se vaya dijo Julia.No se va a ir dijo Arvalo, subiendo al coche.Escapemos por el otro lado.Escaparnos? De ninguna manera.Por favor pidi Julia esperemos diez minutos. l mostr el reloj. No hablaron. No haban pasado cinco minutos cuando dijo Arvalo:Basta. Te juro que nos est esperando al otro lado del recodo.Tena razn: al doblar el recodo divisaron el coche detenido. Arvalo aceler furiosamente.No seas loco murmur Julia.Como si del miedo de Julia arrancara orgullo y coraje aceler ms. Por velozmente que partiera el Opel no tardaran en alcanzarlo. La ventaja que le llevaban era grande: corran a ms de cien kilmetros. Con exaltacin grit Arvalo:Ahora nosotros perseguimos.Lo alcanzaron en otro de los parajes donde el camino se arrima al borde del acantilado: justamente donde ellos mismos haban desbarrancado, pocos meses antes, el coche con la seora. Arvalo, en vez de pasar por la izquierda, se acerc al Opel por la derecha; el hombrecito desvi hacia la izquierda, hacia el lado del mar; Arvalo sigui persiguiendo por la derecha, empujando casi el otro coche fuera del camino. Al principio pareci que aquella lucha de voluntades podra ser larga, pero pronto el hombrecito se asust, cedi, desvi ms y Julia y Arvalo vieron el Opel saltar el borde del acantilado y caer al vaco.No pares orden Julia. No deben sorprendernos aqu.Y no averiguar si muri? Preguntarme toda la noche si no vendr maana a acusarnos?Lo eliminaste contest Julia. Te diste el gusto. Ahora no pienses ms. No tengas miedo. Si aparece, ya veremos. Caramba, finalmente sabremos perder.No voy a pensar ms dijo Arvalo.El primer asesinato porque mataron por lucro, o porque la muerta confi en ellos, o porque los llam la polica, o porque era el primero los dej atribulados. Ahora tenan uno nuevo para olvidar el anterior, y ahora hubo provocacin inexplicable, un odioso perseguidor que pona en peligro la dicha todava no plenamente recuperada Despus de este segundo asesinato vivieron felices.Unos das vivieron felices, hasta el lunes en que apareci, a la hora de la siesta, el parroquiano gordo. Era extraordinariamente voluminoso, de una gordura floja, que amenazaba con derramarse y caerse; tena los ojos difusos, la tez plida, la papada descomunal. La silla, la mesa, el cafecito y la caa quemada que pidi, parecan minsculos. Arvalo coment:Yo lo he visto en alguna parte. No s dnde.Si lo hubieras visto, sabras dnde. De un hombre as nada se olvida contest Julia.No se va ms dijo Arvalo.Que no se vaya. Si paga, que se quede el da entero. Se qued el da entero. Al otro da volvi. Ocup la misma mesa, pidi caa quemada y caf.Ves? pregunt Arvalo.Qu? pregunt Julia.Es el nuevo hombrecito.Con la diferencia contest Julia, y ri.No s cmo res dijo Arvalo. Yo no aguanto. Si es polica, mejor saberlo. Si dejamos que vga todas las tardes y que se pase las horas ah, callado, mirndonos, vamos a acabar con los nervios rotos, y no va a tener ms que abrir la trampa y caeremos adentro. Yo no quiero noches en vela, preguntndome qu se propone este nuevo individuo. Yo te dije: siempre habr unoA lo mejor no se propone nada. Es un gordo triste opin Julia. Yo creo que lo mejor es dejar que se pudra en su propia salsa. Ganarle en su propio juego. Si quiere venir todos los das, que venga, pague y listo.Ser lo mejor replic Arvalo, pero en ese juego gana el de ms aguante, y yo no doy ms.Lleg la noche. El gordo no se iba. Julia trajo la comida, para ella y para Arvalo. Comieron en el mostrador.El seor no va a comer? con la boca llena, Julia pregunt al gordo.ste respondi:No, gracias.Si por lo menos te fueras mirndolo, Arvalo suspir.Le hablo? inquiri Julia. Le tiro la lengua?Lo malo repuso Arvalo es que tal vez no te da conversacin, te contesta s, s, no, no.Dio conversacin. Habl del tiempo, demasiado seco para el campo, y de la gente y de sus gustos inexplicables.Cmo no han descubierto esta hostera? Es el lugar ms lindo de la costa dijo.Bueno respondi Arvalo, que desde el mostrador estaba oyendo, si le gusta la hostera es un amigo. Pida lo que quiera el seor: paga la casa.Ya que insisten dijo el gordo tomar otra caa quemada.Despus pidi otra. Haca lo que ellos queran. Jugaban al gato y al ratn. Como si la caa dulce le soltara la lengua, el gordo habl:Un lugar tan lindo y las cosas feas que pasan. Una picarda. Mirando a Julia, Arvalo se encogi de hombros resignadamente.Cosas feas? Julia pregunt enojada.Aqu no digo reconoci el gordo pero cerca. En los acantilados. Primero un automvil, despus otro, en el mismo punto, caen al mar, vean ustedes. Por entera casualidad nos enteramos.De qu? pregunt Julia.Quines? pregunt Arvalo.Nosotros dijo el gordo. Vean ustedes, el seor ese del Opel que se desbarranc, Trejo de nombre, tuvo una desgracia, aos atrs. Una hija suya, una seorita, se ahog cuando se baaba en una de las playas de por aqu. Se la llev el mar y no la devolvi nunca. El hombre era viudo; sin la hija se encontr solo en el mundo. Vino a vivir junto al mar, cerca del paraje donde perdi a la hija, porque le pareci medio trastornado quedara, lo entiendo perfectamente que as estaba ms cerca de ella. Este seor Trejo quizs ustedes lo hayan visto: un seor de baja estatura, delgado, calvo, con bigotito bien recortado y anteojos era un pan de Dios, pero viva retrado en su desgracia, no vea a nadie, salvo al doctor Laborde, su vecino, que en alguna ocasin lo atendi y desde entonces lo visitaba todas las noches, despus de comer. Los amigos beban el caf, hablaban un rato y disputaban una partida de ajedrez. Noche a noche igual. Ustedes, con todo para ser felices, me dirn qu programa. Las costumbres de los otros parecen una desolacin, pero, vean ustedes, ayudan a la gente a llevar su vidita. Pues bien, una noche, ltimamente, el seor Trejo, el del Opel, jug muy mal su partida de ajedrez.El gordo call, como si hubiera comunicado un hecho interesante y significativo. Despus pregunt:Saben por qu? Julia contest con rabia:No soy adivina.Porque a la tarde, en el camino de la costa, el seor Trejo vio a su hija. Tal vez porque nunca la vio muerta, pudo creer entonces que estaba viva y que era ella. Por lo menos, tuvo la ilusin de verla. Una ilusin que no lo engaaba del todo, pero que ejerca en l una autntica fascinacin. Mientras crea ver a su hija, saba que era mejor no acercarse a hablarle. No quera, el pobre seor Trejo, que la ilusin se desvaneciera. Su amigo, el doctor Laborde, lo ret esa noche. Le dijo que pareca mentira, que l, Trejo, un hombre culto, se hubiera portado como un nio, hubiera jugado con sentimientos profundos y sagrados, lo que estaba mal y era peligroso. Trejo dio la razn a su amigo, pero arguy que si al principio l haba jugado, quien despus jug era algo que estaba por encima de l, algo ms grande y de otra naturaleza, probablemente el destino. Pues ocurri un hecho increble: la muchacha que l tom por su hija vean ustedes, iba en un viejo automvil, manejado por un joven trat de huir. Esos jvenes, dijo el seor Trejo, reaccionaron de un modo injustificable si eran simples desconocidos. En cuanto me vieron, huyeron, como si ella fuera mi hija y por un motivo misterioso quisiera ocultarse de m. Sent como si de pronto se abriera el piso a mis pies, como si este mundo natural se volviera sobrenatural, y repet mentalmente: No puede ser, no puede ser. Entendiendo que no obraba bien, procur alcanzarlos. Los muchachos de nuevo huyeron.El gordo, sin pestaear, los mir con sus ojos lacrimosos. Despus de una pausa continu:El doctor Laborde le dijo que no poda molestar a desconocidos. Espero, le repiti, que si encuentras a los muchachos otra vez, te abstendrs de seguirlos y molestarlos. El seor Trejo no contest.No era malo el consejo de Laborde declar Julia. No hay que molestar a la gente. Por qu usted nos cuenta todo esto?La pregunta es oportuna afirm el gordo: atae el fondo de nuestra cuestin. Porque dentro de cada cual el pensamiento trabaja en secreto, no sabemos quin es la persona que est a nuestro lado. En cuanto a nosotros mismos, nos imaginamos transparentes; no lo somos. Lo que sabe de nosotros el prjimo, lo sabe por una interpretacin de signos; procede como los augures que estudiaban las entraas de animales muertos o el vuelo de los pjaros. El sistema es imperfecto y trae toda clase de equivocaciones. Por ejemplo, el seor Trejo supuso que los muchachos huan de l, porque ella era su hija; ellos tendran quin sabe qu culpa y le atribuiran al pobre seor Trejo quin sabe qu propsitos. Para m, hubo corridas en la ruta, cuando se produjo el accidente en que muri Trejo. Meses antes, en el mismo lugar, en un accidente parecido, perdi la vida una seora. Ahora nos visit Laborde y nos cont la historia de su amigo. A m se me ocurri vincular un accidente, digamos un hecho, con otro. Seor: a usted lo vi en la Brigada de Investigaciones, la otra vez, cuando lo llamamos a declarar; pero usted entonces tambin estaba nervioso y quiz no recuerde. Como apreciarn, pongo las cartas sobre la mesa.Mir el reloj y puso las manos sobre la mesa.Aunque debo irme, el tiempo me sobra, de modo que volver maana. Sealando la copa y la taza, agreg: Cunto es esto?El gordo se incorpor, salud gravemente y se fue. Arvalo habl como para s:Qu te parece?Que no tiene pruebas respondi Julia. Si tuviera pruebas, por ms que le sobre tiempo, nos hubiera arrestado.No te apures, nos va a arrestar dijo Arvalo cansadamente. El gordo trabaja sobre seguro: en cuanto investigue nuestra situacin de dinero, antes y despus de la muerte de la vieja, tiene la clave.Pero no pruebas insisti Julia.Qu importan las pruebas? Estaremos nosotros, con nuestra culpa. Por qu no ves las cosas de frente, Julita? Nos acorralaron.Escapemos pidi Julia.Ya es tarde. Nos perseguirn, nos alcanzarn.Pelearemos juntos.Separados, Julia; cada uno en su calabozo. No hay salida, a menos que nos matemos.Que nos matemos?Hay que saber perder: t lo dijiste. Juntos, sin toda esa pesadilla y ese cansancio.Maana hablaremos. Ahora tienes que descansar.Los dos tenemos que descansar.Vamos.Sube. Yo voy dentro de un rato.Julia obedeci.Ral Arvalo cerr las ventanas y las persianas, ajust los pasadores, uno por uno, cerr las dos hojas de la puerta de entrada, ajust el pasador, gir la llave, coloc la pesada tranca de hierro.