cautivo de las tinieblas, Capítulo 3

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Quince años han pasado ya desde que acabó la guerra entre Fránel y Jálova, pero el continente de Felácea aún está recuperándose de la misma. Por si esto fuera poco, sus habitantes viven el día a día completamente ajenos a la nueva amenaza que se cierne sobre ellos y, en esta ocasión, corren un peligro mucho mayor, contra un terrible adversario cuya crueldad escapa a la comprensión humana. Basado en un mundo en el que el acero de las espadas pugna contra las palabras encantadas, los personajes que aparecerán en esta aventura no solo tendrán que hacer frente al enemigo común sino que también deberán luchar contra sus propios miedos y fantasmas. Algunos no son quienes dicen ser mientras otros, quizá, olvidaron lo que un día fueron. Es un punto sin retorno para toda Felácea, oscuros días que van a marcar el inicio de una nueva era.

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Cautivo de lastinieblas

Jorge A. Garrido

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Cautivo de las tinieblas © 2012Ojos de Reptil ©2ª ediciónISBN: 978-84-686-1402-1ISBN ebook: 978-84-686-1446-5Registrado en Safe CreativeNº de registro: 1208242166501 Corrección y maquetación por Jorge A. Garrido.Diseño y creación de la ilustración de las tapas por Alba PrietoImpreso en Españ[email protected] reproducción, total o parcial, de esta obra, así como su divulgación por cualquier medio o la creación de obras derivadas, necesita de la expresa autorización por escrito del autorTodos los derechos de esta obra quedan reservados a Jorge A. Garrido

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3El Árbol del Héroe

on la luna llena en lo alto de un cielo completamente despejado de nubes casi no son necesarias las antorchas ni los candiles en las calles para poder andar sin miedo a

tropezar con cualquier objeto que estuviera tirado en mitad del camino. Aún más, se hace demasiado complicado llegar a seguir a alguien e intentar permanecer oculto sin ser visto bajo semejante iluminación cuando el que sigues, además, ha sido entrenado para no ser sorprendido por el enemigo, por muy bien que éste sea capaz de camuflarse con el entorno.

C

Frel no apretó el paso para no dar pistas a sus perseguidores de que les había detectado. Calculó que serían tres, buenos en su intento de no llamar la atención, pero no lo suficiente.

Antes de ir al hostal a dormir, decidió dar un último paseo y aprovechar que las temperaturas hubiesen descendido, dando una leve tregua al calor que les asfixiaba durante el día. Pasó por las calles donde se acumulaban los puestos de alimentación del pueblo, aquellas que eran más anchas, para evitar lo que precisamente ahora tenía; alguien acechándole en la distancia, procurando ayudarse de los estrechos callejones y otros obstáculos de la vía para esconderse.

Era el momento de lamentarse por no haberse marchado a su habitación cuando debió hacerlo, aunque, quizá, si sus perseguidores no eran sólo ladrones y exigían algo más que monedas u objetos de valor, lo mejor era tener una confrontación al aire libre, con espacio. Lo último que querría sería luchar en una reducida habitación como era la suya, donde su espada encontraría demasiados obstáculos al

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blandirla.Decidido, giró tras la última esquina en dirección a la plaza mayor,

situada en el casco antiguo del pueblo. Allí, en el centro del gran círculo formado por columnas que veneran a su modo al gran Árbol del Héroe, esperaría a que sus perseguidores dieran la cara y, así, arreglar aquella situación sin más demora.

Al fin llegó. Cuando los que iban tras él parecían comenzar a cansarse del juego y apretaban el paso, finalmente tuvo tiempo de no caer en una trampa mayor. Se dirigió hacia el centro, junto al enorme tronco de tres metros de diámetro y una altura desde lo alto de la copa hasta el suelo de al menos cuarenta. Frel no tenía mucha idea de clases de árboles, pero ya había escuchado anteriormente que se trataba de un roble. Sin embargo, poco importaban ahora las clases de botánica. Se giró y esperó a que aparecieran aquellos hombres.

Tras la esquina que dobló Frel hacía unos instantes, aparecieron cuatro siluetas; no se equivocó demasiado en el número del grupo. Entre ellas, destacaba una forma de mujer, estilizada, en contraste con otros tres hombres de mayor complexión. A medida que se fueron acercando, cada uno al lado del otro y de frente al perseguido, éste descubrió que iban vestidos de la misma manera, con prendas ajustadas de color negro. Llevaban, además, la cabeza completamente cubierta, únicamente sus ojos permanecían a la vista del observador. Siguieron avanzando hasta llegar a apenas unos pasos del joven, adoptando una postura relajada, cosa que no contribuyó a tranquilizarle.

—¿Quiénes sois? —preguntó sin alzar demasiado la voz—. ¿Qué queréis?

Esta última pregunta la formuló entre dientes, preparándose para la inminente batalla.

—¿Qué queremos? —dijo, al fin, uno de los tres hombres—. Tu vida.

La mujer fue la primera en abalanzarse sobre su presa, sacando de

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su espalda una daga corta con la rapidez de un rayo y por destino el cuello del joven. Éste, preparado para el ataque, logró contrarrestar el golpe rechazándolo al levantar a tiempo su espada, un arma ligera de hoja larga y estrecha. La atacante se vio obligada a retrasar su posición; podría ser veloz, pero en fuerza no estaba a la altura de Frel, que vio cómo el puesto de ella era rápidamente ocupado por uno de sus compañeros.

El nuevo contendiente se manejaba bien con una espada casi tan grande como él mismo y sus golpes, aún lentos, resultaban contundentes, obligándole a intentar esquivarlos. Frel no quiso entrar en un juego en el que se fueran devolviendo los golpes el uno al otro al tener presente que en algún momento de despiste pudiera sorprenderle otro de los agresores y darle muerte allí mismo sin más oportunidades. No obstante, ninguno de los demás entró en la contienda. El joven empezó a pensar que estos luchaban con orgullo, sin entrometerse hasta que alguno de sus compañeros dejaba un puesto vacante. Así ocurrió cuando su adversario erró un golpe un tanto más potente que los anteriores y acabó clavando la hoja de su espada en el árbol. Inmediatamente, un tercero se adelantó para continuar el combate, sin darle un segundo de respiro.

El nuevo contrincante hacía uso de dos espadas cortas de doble hoja, un estilo de lucha difícil de dominar, pero que resultaba demoledor cuando el que lo utiliza es un avezado luchador, y éste lo era. Frel no dejaba de tantear a su oponente, evitando a duras penas que enganchara su espada entre las suyas para arrebatársela de las manos. Una vez estudiado y viendo cómo iba transcurriendo la batalla, decidió intentar ir a por la victoria, teniendo en cuenta que los demás no entrarían en ella mientras su compañero siguiera en pie y en disposición de seguir luchando. Aunque sus movimientos eran rápidos, el joven logró ver un punto a su favor: la altura, y es que su oponente le sacaba casi dos cabezas, factor por el que la mayoría de sus golpes iban de arriba hacia abajo. Frel debía aprovechar esto para

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adivinar la trayectoria de cada movimiento y poder así adelantarse a ellos. Fue en una de las arremetidas cuando el hombre bajó demasiado el brazo y pudo asestarle un puñetazo con su mano izquierda en el rostro que le hizo perder el equilibrio, dejándole a merced de un certero sablazo horizontal que acabó por abrirle el estómago en dos mitades. Uno menos, quedaban tres.

Fue el turno del último de los luchadores. Éste usaba una espada parecida a la del guerrero; de hecho, incluso su estilo de lucha era similar, pero demostraba no ser tan experimentado. A Frel no le costó demasiado marcar su propio ritmo de lucha hasta llevarle hacia donde quiso, logrando que retrasara su posición y tropezara con el agonizante cuerpo de su compañero para caer de espaldas y dejar paso de nuevo a la mujer, que no tardó en prestarse a la batalla

Ahora, Frel sabía a qué atenerse con cada contrincante, no iban a sorprenderle, de ahí que decidiera dejar para el último lugar, si llegaba de nuevo a enfrentarse con él, al que menos posibilidades tenía de vencerle. La mujer, sin embargo, entró con mayor intensidad que la vez anterior. Intentó ayudarse de su gran velocidad, asestando estocadas débiles, pero muy rápidas, lo que propició que más de una vez se quedara a escasos milímetros de rebanar el pescuezo de Frel. Aún así, y a pesar de las pocas posibilidades de contraataque que le concedió, en una de ellas el joven logró arremeter con fuerza y pudo romper su defensa. De esta manera, consiguió hacerle caer al suelo y terminar por ensartarle con su espada, atravesándole el pecho. Sólo dos más.

Frel ya se encontraba bastante cansado, pero, para su sorpresa, el siguiente oponente no se abalanzó sobre él al instante. Si algo había logrado era infundir un mayor respeto del que le tenían en un principio, de modo que, con dos de sus compañeros tirados en el suelo sobre sus correspondientes charcos de sangre, el que entrara ahora en liza con el joven guerrero debería tener mucho más cuidado para no acabar como los vencidos.

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El enorme hombre levantó su inmensa espada en dirección a Frel. Éste se preparó para la embestida cuando una sombra surgió de improviso desde su izquierda y empujó a su oponente varios metros a lo lejos. No estaba seguro de lo que estaba ocurriendo, sólo oyó cómo su presunto rival soltó un terrible alarido, seguido de un sonido similar al de varios tablones de madera al quebrarlos por la mitad, lo que reconoció como el sonido de los huesos al partirse en pedazos.

La sombra se levantó del suelo y, con la misma velocidad de la que hiciera gala hacía unos instantes, se abalanzó sobre el otro hombre de negro. Por contra, no le hizo nada pues éste se desmayó al instante, justo antes de que recibiera un trato similar al de su compañero. Entonces, se dirigió lentamente hacia Frel. El guerrero la miró con pavor, jamás había visto nada parecido, pero se mantuvo en guardia, preparado para lo que tuviera que llegar.

Delante suya tenía una extraña criatura de piernas y brazos largos y muy delgados, de color naranja oscuro y con los músculos muy marcados. Caminaba encorvada y aún así medía lo mismo que Frel, pudiendo sacar casi un metro más al guerrero de mantenerse erguida. El hombre se fijó en la cabeza, ovalada hacia los lados, la cual mostraba, únicamente, algunos pelos largos y oscuros en ella. Su rostro, sin embargo, era lo más terrible de este ser, con unos ojos diminutos y negros, sin iris, una aparente ausencia de nariz u orejas y una boca que casi le daba la vuelta a la cabeza, con espantosos dientes deformados de gran tamaño que casi no entraban en ella. No producía ningún sonido, aunque su mirada, mezquina, lo decía todo.

Frel arrastró un pie atrás para tener un seguro apoyo a la hora de parar la embestida. Sabía que no tendría una segunda oportunidad con esta criatura, que ya dejo patente su nivel en la lucha contra el que iba a ser su anterior oponente. Una enorme sonrisa, perfectamente marcada en el rostro, avisó al hombre de que el ataque no se demoraría más.

La criatura estiró piernas y tronco y casi dobló la altura de Frel,

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que por muy poco logró esquivar un duro golpe de la misma, con ambas manos entrelazadas, el cual tenía por objetivo destrozarle el cráneo contra el suelo. Sin duda, no esperó que el humano reaccionase así, con un ágil y veloz salto hacia atrás, y pronto dirigió un segundo golpe, tan demoledor como el primero, que también en esta ocasión erró. Quizá la situación fuera nueva para dicho ser, no acostumbrado a fallar en sus embistes, por lo que perdió la sonrisa que dibujara en su rostro antes de iniciar el ataque. Volvió a encorvarse para propinar golpes horizontales y darle menor margen de maniobra a Frel, pero éste, muy atento, lograba zafarse de cada nuevo puñetazo. Sin embargo, el cansancio comenzaba a hacer mella en el joven, no aguantaría mucho más así.

La criatura comenzaba a desesperarse y lanzaba sus ataques esperando un menor tiempo entre cada uno de ellos, perdiendo precisión. El guerrero aprovechó esto para asestarle un tajo en una de las piernas, sin llegar a darle de lleno, pero suficiente para hacerle recular. La criatura emitió un grito de dolor. El sonido fue espantoso y de tal volumen que pronto las viviendas de los alrededores se llenaron de luz, con los ciudadanos despiertos y confusos.

El ser miró con desprecio al humano y arremetió con furia, pero se detuvo en seco al oír unas palabras llegadas de una de las calles que daban a la plaza. De ella apareció una figura encapuchada que Frel reconoció en seguida como Cóler, aunque no parecía el mismo débil hombre al que ayudara por la mañana.

Con una mano en alto, señalando a la criatura, se acercó a buen paso hacia el centro de la plaza recitando algún tipo de conjuro, si es que se trataba de un hechicero. La criatura se quedó paralizada ante el recién llegado, mirándole con una mezcla de desconfianza y confusión. El anciano pronto estuvo lo suficientemente cerca como para que aquel engendro le soltase un puñetazo, pero, en lugar de eso, retrasó su posición, alejándose del viejo.

Frel se dio cuenta, entonces, que lo que salía de boca de Cóler no

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era un hechizo; en realidad, le pareció que el hombre estuviera hablando con aquel monstruo en algún idioma que él desconocía. De pronto, por detrás de la criatura se formó un enorme agujero en apenas unos segundos que el ser aprovechó para lanzarse dentro y, de esa manera, abandonar la plaza de inmediato. Una vez se internó en él, éste volvió a cerrarse.

—¿A dónde ha ido! —gritó Frel, aún con el corazón latiéndole de forma muy acelerada.

—Ha vuelto al Inframundo —le contestó con total tranquilidad mientras se echaba hacia atrás la capucha.

—¿A dónde!—Dame unos segundos, ¿de acuerdo?Frel guardó silencio, no por hacerle caso, sino porque en su cabeza

había todo un remolino de ideas solapándose unas a otras, sin dejar que por un momento se aclarase y pudiese elegirlas ordenadamente para exponérselas al anciano, el cual comenzó a hablar nuevamente en esa rara lengua. En esta ocasión, no sólo oyó algo extraño salir de aquellos labios, sino que de sus manos, alzadas al cielo, salía algún tipo de humo, dando la impresión de que se volvían borrosas por un instante. Al minuto, se dio cuenta de algo más; todas aquellas habitaciones que se habían iluminado, toda la gente que se había despertado por culpa del gutural grito de la criatura, volvieron a su estado habitual en aquellas horas de la madrugada, recuperando los sueños de los que habían sido apartados.

—Ahora podemos hablar un poco más tranquilos —dijo Cóler, agarrando por un brazo al guerrero y obligándole amablemente a tomar asiento en uno de los numerosos bancos que había delante de cada una de las columnas que rodeaban la plaza—. Siéntate, por favor.

—¿Qué era eso? —logró al fin articular tras varios intentos.—Un demonio, uno de los demonios del Inframundo que no

debería haber venido al plano de los hombres. —a Frel le costó asimilar tal concepto, aunque lo vivido en primera persona ayudaba

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bastante a creer en la existencia de dichos seres. De todas formas, cualquier otra explicación habría resultado tan increíble como lo era la de los demonios—. Tranquilízate, muchacho. Mira ese árbol. ¿Sabes cuál es su significado?

—Es el árbol que dicen plantó el Héroe de Tabsa —dijo procurando mantener la calma.

—¡Exacto! Escúchame, voy a contarte algo, aunque probablemente ya conozcas la historia. Hace casi doscientos cincuenta años, un gran demonio, de los cuatro que gobiernan el Inframundo, hogar de los más terribles seres que puedas imaginar, logró encontrar el modo de traer sus hordas demoníacas a este plano de existencia. Con ello, pretendía reclamar lo que creía que eran sus tierras antaño, cuando las sombras campaban a sus anchas por este mundo.

—¿Me estás relatando un cuento? —interrumpió Frel, incrédulo.—¿También es un cuento lo que casi acaba con tu vida esta noche!

—le recriminó severamente. El joven no pudo rebatirlo y volvió a guardar silencio—. Los demonios arrasaron con todo aquello que encontraron, aldeas enteras sucumbieron ante estas bestias. Hombres, mujeres y niños, ninguno se libraría de su furia, de su ira y rencor, sentimientos con los que nacen los demonios y que llevan consigo hasta extremos que no podrías entender. Los humanos se defendieron como pudieron, pero el ataque les cogió por sorpresa y tardaron demasiado en defenderse. Ésta que pisamos fue una de las primeras regiones que asolaron, la carnicería fue tremenda. Muy pocos fueron los supervivientes, entre ellos un jovencísimo chiquillo de diez años que fue rescatado a la mañana siguiente al ataque y entrenado en el ejército de Fránel cuando cumplió unos pocos años más. Él, junto a tres amigos, también supervivientes de la masacre de Tabsa, plantaron este roble con la esperanza de que algún día su aldea fuera reconstruida, una vez que se ganase la guerra contra los demonios.

—Este árbol, pues, representa la esperanza —contestó ya un calmado Frel.

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—Así es. La guerra contra los demonios fue muy costosa. Tras varios años de plantarles cara, finalmente los humanos lograron desterrarles al Inframundo, con el Héroe de Tabsa, el que años atrás sembrara este árbol, como uno de los mayores baluartes de dicha victoria. El roble creció y a su alrededor lo hizo una vez más el pueblo de Tabsa.

—Nueva Tabsa —volvió a corregir el muchacho, ante lo cual Cóler sonrió.

—Sí, Nueva Tabsa.―Pero eso es sólo una leyenda, un cuento para darle mayor

encanto a este árbol.―Nunca entenderé el por qué de ese afán por negar el pasado y

camuflarlo para evitar el recuerdo real de semejante tragedia. No es una leyenda, sucedió realmente y esa criatura que has visto es una clara muestra de que digo la verdad.

—De acuerdo, pongamos que es cierta esta historia. ¿Por qué me cuentas todo esto?

—Ese gran demonio, Talaved, hizo algo terrible para sus hermanos; les engañó cuando encontró el modo de venir a la tierra de los humanos para no tener que compartirla y ser así el único rey de este mundo. Sin embargo, cuando los hombres ganaron la guerra, Talaved tuvo que vérselas con los otros tres grandes demonios y fue relegado de su puesto, mandado a gobernar una ínfima parte del Inframundo junto con sus hordas demoníacas. Cada uno de los cuatro hermanos creó hace milenios a sus propios lacayos. Ese que has visto es uno de los fieles a Talaved y el que lo hayamos visto aquí, esta noche, quiere decir que el gran demonio planea volver una vez más.

—¿Cómo puedes saber todo eso? —preguntó confundido, sin saber realmente qué pensar de semejante historia—. Y, ¿qué era esa extraña lengua en la que le hablaste al demonio?

—Ese es el lenguaje hablado en el Inframundo. Sabía que si lo hablaba le confundiría para así ganar tiempo.

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—¿Tiempo para qué?—Para prepararnos. Se avecina una nueva guerra contra los

demonios, pero esta vez estamos prevenidos. —Cóler se levantó y anduvo hacia el árbol, oyendo cómo Frel se le acercaba por detrás—. Muchacho, te dije que vine a buscar una cosa. Como puedes comprobar, mi estado de salud ha mejorado mucho desde que me viste esta mañana.

—Por un momento he pensado que me mentías, que no estabas tan débil.

—Sí que lo estaba. Es muy largo de explicar y espero poder tener la oportunidad de hacerlo algún día, pero, por ahora, sólo te diré que no hace falta ampliar la vida más allá de lo estrictamente necesario, hay que saber vivir con el tiempo justo y así aprender a disfrutar mejor de las bondades de la vida.

—No sé a dónde quieres llegar...—¿Qué edad me echas, muchacho?—¿Edad? —repitió sorprendido—. No sé, quizá... Sesenta años.Cóler se echó a reír sonoramente.—Tengo algunos más que esos... —puso una mano sobre el viejo

roble y se giró para mirar a los ojos a Frel—. Fui uno de los que mandó a Talaved de vuelta al Inframundo.

—Estás loco...—Sí, lo sé muy bien. He hecho a lo largo de mi vida muchas

locuras, eso me da el título de loco, sin duda, pero no te miento. Hoy has visto y oído cómo le hablé al demonio, cómo él me entendió. ¿Quién en estas tierras, en esta época, puede conocer ese idioma?

El guerrero no supo responderle, aunque no podía hacerse a la idea de que aquel hombre tuviera más de doscientos años; era imposible, una locura, pero a cualquiera que le hubiese hablado de aquella criatura que casi le descuartiza también le habría tildado de loco.

—Como te iba diciendo —prosiguió Cóler—, hace muchos años dejé en este mismo símbolo a la esperanza aquello que me permitía

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vivir durante tanto tiempo. ¡Ah! Si aún no te lo he dicho —se volvió hacia el joven con una amplia sonrisa en la cara—, soy un hechicero.

Levantó una vez más las manos y entonó nuevas y extrañas palabras mientras cerraba los ojos y bajaba el rostro, como si mirara hacia sus pies. El árbol recibió, entonces, una pequeña sacudida, como si una enorme mano invisible lo hubiese golpeado, y algunas hojas cayeron del mismo. A continuación, se abrió un agujero en su tronco, de alguna forma que Frel no podía entender, en el que Cóler introdujo una de sus manos para sacar lo que en principio parecía un colgante rosa de forma cuadrada. Al poco, el agujero del árbol volvió a desaparecer y el anciano bajó los brazos, girándose hacia el guerrero y pasando la cabeza por el cordel, quedando a la vista que no se trataba de un cuadrado, sino de una fea representación de un corazón.

—¿Eso es lo que te ha mantenido doscientos años vivo? —preguntó ingenuamente.

—Es un artefacto con dicho poder, sí, pero sólo funciona con aquel para el que fue creado.

—Para ti, ¿cierto?—Eso es. Haberme acercado a él me ha devuelto gran parte de la

vitalidad que tenía hace años, además de recuperar mis capacidades mágicas, aunque mi poder aún tiene que crecer un poco más. Frel, todo lo que te he contado lo he hecho para que entiendas que la situación es crítica, para todos los humanos. Nadie estará a salvo. Tenemos que ir al castillo de Fránel para avisar a todos y organizarles.

—¿Tenemos?—No voy a mentirte, me gustaría que me acompañases. Te he visto

pelear contra ese demonio, no todos tienen tus habilidades y son buenas para hacerles frente. Además, me dijiste que no tienes trabajo y que no sabías a dónde irías. ¿Vendrás conmigo?

Frel se quedó mirando a Cóler unos segundos, meditando su respuesta. Finalmente, soltó un pequeño soplido.

—Antes debería solucionar un pequeño asunto —dijo mirando al

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hombre de negro que seguía inconsciente en el suelo.—Si quieres que venga con nosotros, por mi no hay problema.

Sólo hay que echarle sobre un caballo. ¿Tienes alguno? Nos vendría muy bien, por cierto.

—No, no tengo, aunque si cierto mago me consiguiera unas monedas para comprar alguno...

—La magia no funciona así, Frel. Por contra, habrás ganado mucho dinero como escolta. ¿Por qué no compras tú los caballos?

El joven se quedó boquiabierto, este anciano se tomaba todas las confianzas con él. Aún así, no podía olvidar que, de no haber sido por su intervención, probablemente habría muerto a manos del demonio.

—De acuerdo, yo me encargo de los caballos.—Buena noticia. Y yo me encargaré de este hombre. Si te parece

bien, nos veremos en la salida del paso de Láber, al este, dentro de tres horas.

—Bien. Pero, ¿cómo vas a hacerte cargo de él?—Atento —le dijo mientras le guiñaba un ojo y levantaba su mano

derecha.Frel se quedó pasmado al ver cómo el hombre, aún sin recobrar el

sentido, se ponía en pie y comenzaba a andar bajo las órdenes de Cóler, cual títere en sus manos.

—Ni se te ocurra hacerme nunca algo así, ¿eh? —dijo Frel mientras se marchaba en dirección contraria a la del hechicero y éste le respondía moviendo la cabeza de un lado a otro en completo silencio.

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